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La UE como espacio simbólico

Fernando Ramallo

A partir de la consideración de la gestión lingüística en el seno de las instituciones de la


UE, nos proponemos hacer una presentación de los discursos que sobre las lenguas de la
UE están actualmente en circulación, tanto en los medios de comunicación de masas como
en el mundo académico.

Palabras clave: diversidad lingüística- discurso- política lingüística- Unión Europea

1. Introducción

A diferencia de lo que ocurre en la mayoría de las organizaciones supranacionales,


la política lingüística de las instituciones y organismos que conforman la UE (UE)
es motivo de un debate continuo que se articula alrededor de dos discursos en
permanente tensión, uno fundamentado en cuestiones instrumentales y el otro en
consideraciones simbólicas. Es un debate técnico pero, obviamente, con un
trasfondo político insoslayable, en el que se pueden identificar distintas ideologías
académicas a propósito del valor de la diversidad lingüística (Loos 2000; Extra
2001; de Swaan 2001; van Els 2001; Mamadouh 2002; Ives 2004; Van Parijs
2004). Brevemente, los defensores de las posturas pragmáticas sostienen que la UE
debe reducir lo más posible el número de lenguas oficiales y, en consecuencia, de
trabajo. Por su parte, el discurso sobre el valor simbólico de las lenguas sostiene el
mantenimiento de un multilingüismo absoluto.

Con ser esta dicotomía un punto de partida correcto, no debemos caer en la falsa
impresión de que las cosas son tan simples. La consideración de la UE como un
espacio simbólico tiene algunas otras particularidades. En esta texto, nos
proponemos hacer una breve presentación de los discursos que sobre las lenguas de
la UE están actualmente en circulación, tanto en los medios de comunicación de
masas como, sobre todo, en el mundo académico.

2. Capitalismo cognitivo y diversidad lingüística

Una de las características más notables de la economía basada en el conocimiento,


que singulariza al capitalismo cognitivo en tanto que nueva forma histórica del
capitalismo, es la relevancia adquirida por el lenguaje, en todas sus dimensiones.
En particular, los procesos contemporáneos de cambio social y cultural no se
entenderían sin pasar por un análisis de los discursos que distintos sujetos elaboran
y distribuyen en una doble tarea de ritualización y de mitificación.

La inversión epistemológica que supone la emergencia del capitalismo cognitivo ha


sido determinante para analizar el proceso de producción de conocimiento como
una actividad mercantil sujeta a las lógicas de la producción capitalista. La
virtualización de la economía favorece el rol dominante de una economía de

1
aprendizaje en la que la producción de conocimiento deviene en la principal
oportunidad de valorización económica. Dicho de otro modo, la cadena productiva
se desmaterializa.i

Sirva como ejemplo de lo que estamos diciendo la siguiente cita, tomada del Plan
de acción 2004-2006 para “promover el aprendizaje de idiomas y la diversidad
lingüística, de la Comisión Europea”:ii

“La Unión [Europea] está desarrollando una sociedad basada en el


conocimiento como elemento fundamental de la evolución hacia su
objetivo de convertirse en la economía basada en el conocimiento más
competitiva del mundo de aquí al final de la década. El aprendizaje de
otras lenguas contribuye a realizar este objetivo…” (Comisión
Europea 2003: 3, cursivas nuestras)

Pues bien, en este nuevo contexto, creemos que el conocimiento activo de algunas
lenguas se ha sobrevalorado en exceso alcanzando, probablemente, un excedente
de capital. En esta sobrevaloración, los “discursos de afirmación” del capital
lingüístico han tenido un papel muy relevante en la estructuración de determinadas
narrativas proteccionistas con las lenguas de rango internacional en todo el mundo,
especialmente del inglés, tanto en EEUU como en la UE.

Cualquier aproximación analítica a los discursos sobre una realidad social


determinada obliga a tener en cuenta las ideologías que estructuran y son
estructuradas por los discursos, lo que permitirá establecer relaciones entre el
poder, el estatus y el prestigio concedido a ciertas lenguas dominantes y la
demonización y devaluación de las lenguas denominadas minoritarias. En nuestra
opinión, ese discurso de afirmación tiene su base en una concepción ideológica
sustentada en la racionalización de políticas lingüísticas en las que el inglés y, en
menor medida otras lenguas estatales se han ido conformando como instrumentos
de dominación simbólica de enormes proporciones (Loos 2000). Esta ideología, y
el discurso que la sustenta, ponen el acento especialmente en ensalzar los supuestos
valores del inglés para el éxito individual en una sociedad tecnológica como la
actual.

En ese marco, la comercialización y la mercantilización de las grandes lenguas


internacionales alcanzan proporciones de lengua global, consecuencia del
hegemónico dominio de los EEUU —y del Reino Unido— en el control de la
distribución de los bienes culturales y en la gestión del poder político. Las grandes
lenguas son mercancías que proporcionan enormes ingresos a través de una
invasión cultural planificada, tanto desde los resortes del poder anglófono —
internet, cine, comercio internacional, etc.— (Graddol 1997; cf. Grin 2001) como
de un nuevo y creciente panhispanismo, por ejemplo (Martín Municio 2003). La
protección de las grandes lenguas se proyecta desde los gobiernos, medios y elites
académicas como un imperativo en el mundo actual, lo que puede llevar implícito
que el dominio de otras lenguas —las “pequeñas”— no conduce al éxito.

2
En la UE asistimos a una contradicción política relacionada con la circulación de
un discurso que defiende el respeto a la diversidad lingüística y cultural, por un
lado y a la propagación de una práctica lingüística y cultural unificadora articulada
en torno al inglés y a algunas otras lenguas estatales, por otro (Macedo, Dendrino y
Gounari: 45)

Pero los discursos sobre la gestión lingüística en las instituciones de la UE no son


tan simples. Antes de introducir algunas reflexiones sobre la consideración de la
UE como un espacio simbólico, nos detendremos, aunque sea brevemente, a
valorar la cuestión de la lengua en las instituciones comunitarias.

3 La política lingüística en la Unión Europea

El debate sobre las políticas lingüísticas en el interior de la UE tiene ya algunos


años. De hecho, la cuestión lingüística ha ocupado parte del interés de los Estados
miembros desde la creación, en 1952, de la Comunidad Europea del Carbón y del
Acero (CECA). En ese momento se tomó la decisión política de otorgar el rango de
lengua oficial a las cuatro que tenían ese mismo estatus en los seis Estados
fundadores:iii alemán, francés, italiano y neerlandés. El Tratado Constitutivo de la
Comunidad Europea (Tratado de Roma) apenas hace referencia a lenguas o a
cuestiones lingüísticas. Habrá que esperar a su versión consolidada (Niza, 2002),
que en su artículo 290 establece que será el Consejo el encargado de establecer el
régimen lingüístico de las instituciones de la Comunidad. Además, el artículo 21 de
esta versión consolidada incluye el derecho que todo ciudadano de los estados
miembros tiene de dirigirse a las instituciones y organismos en una de sus lenguas
oficiales y recibir una contestación en esa misma lengua. Pues bien, el Reglamento
nº 1 del Consejo de Ministros de 1958 —aplicable en aquel momento sólo a seis
Estados y a cuatro lenguas pero sucesivamente modificado con las nuevas
adhesiones— establece precisamente el régimen lingüístico de la Unión (entonces
Comunidad Económica Europea). Y en ese Reglamento se recoge una decisión
trascendental para entender la situación en la que ahora nos encontramos: hay una
equiparación entre las lenguas oficiales y las lenguas de trabajo, con las
repercusiones que esto tendrá en las décadas siguientes. El artículo 1 del citado
reglamento establecía que:

“Las lenguas oficiales y las lenguas de trabajo de las instituciones de la


Comunidad serán el alemán, el francés, el italiano y el neerlandés”.

Con la Europa de los 25, son ya 20 las lenguas oficiales y de trabajo y eso que no
entran en esa consideración el irlandés y el luxemburgués que pasan a formar el
grupo de las “lenguas de los tratados”, ni el turco, lengua oficial de Chipre que, por
cierto, es el único de los 10 nuevos estados que no ha aportado una lengua nueva al
régimen lingüístico de la UE—el griego, la otra lengua de la isla, ya es oficial
desde 1981.iv Esto es una clara discriminación a los turcos chipriotas y, lo que es
más interesante, a la extensa comunidad turca que vive en Europa, principalmente
en Alemania.

3
Pese a lo que acabamos de señalar, no podemos decir que exista una política
lingüística explícitamente formulada. De hecho, más bien estaríamos ante una vaga
propuesta no exenta de contradicciones. Esta falta de política lingüística explícita
se debe, fundamentalmente, a que la UE no tiene competencias sobre esta materia.
Con todo, es conveniente tener en cuenta que las escasas iniciativas legislativas en
el ámbito de las lenguas han estado dirigidas al mantenimiento y fomento de la
diversidad lingüística, siempre en forma de recomendaciones y nunca suplantando,
en este tema, a la soberanía de los Estados miembros que son especialmente
sensibles a mejorar la posición de su lengua oficial o nacional. Prácticamente todos
los estados han aceptado la substitución de algunos referentes simbólicos de capital
importancia para la identidad de cada pueblo, como la moneda por ejemplo, pero
nadie está dispuesto a ceder terreno lingüístico. Conviene no olvidar, por último,
que en esta escasa legislación muy poco se contempla sobre las lenguas
minoritarias (Hogan-Brun y Wolff 2003) y menos aún sobre las lenguas de
inmigración o sobre las lenguas desterritorializadas, como el romaní o el yiddish
(Extra y Gorter 2001). Valga como ejemplo de lo que estamos diciendo la
calculada vaguedad del texto del Tratado Constitucional que se está sometiendo a
aprobación en estos momentos. Mientras que en los artículos 2 y 3 encontramos
referencias a la protección de los grupos minoritarios, en el 8 y en el 128 se nos
aclara que los únicos que tienen derechos lingüísticos plenos son los grupos que
utilizan las lenguas de la Constitución, que, para disipar cualquier interpretación
son las que el artículo 448 se encarga de diferenciar:v

“ARTÍCULO 2: Valores de la Unión


La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad,
democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos,
incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores
son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el
pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidariedad y la
igualdad entre hombres y mujeres.

ARTÍCULO 3.3:
La Unión respetará la riqueza da su diversidad cultural y lingüística y velará por la
conservación y el desarrollo del patrimonio cultural europeo.

ARTÍCULO 8: Ciudadanía de la Unión


(…)
2. Los ciudadanos de la Unión son titulares de los derechos y están sujetos a los
deberes establecidos en la Constitución. Tienen el derecho:
(…)
d) de formular peticiones al Parlamento Europeo, de recurrir al Defensor del
Pueblo Europeo, así como de dirigirse a las instituciones y organismos consultivos
de la Unión en una de las lenguas de la Constitución y de recibir una contestación
en esa misma lengua.

ARTÍCULO 128:
Las lenguas en las que todo ciudadano de la Unión tendrá derecho a dirigirse a las
instituciones u órganos en virtud de la letra d) del apartado 2 del artículo 10 y a
recibir una contestación son las que se enumeran en el apartado 1 del artículo 448.

ARTÍCULO 448: Textos auténticos y traducciones

4
El presente Tratado, redactado en un ejemplar único, en lenguas alemana, checa,
danesa, eslovaca, eslovena, española, estonia, finesa, francesa, griega, húngara,
inglesa, irlandesa, italiana, letona, lituana, maltesa, neerlandesa, polaca,
portuguesa y sueca, cuyos textos en cada una de esas lenguas son igualmente
auténticos […]”

Lo que es indudable es que, teniendo en cuenta que con la última ampliación del 1
de mayo de 2004 son ya 20 las lenguas oficiales de la UE, desde la perspectiva
lingüística, estamos ante la institución internacional más políglota mundo, en el
continente en el que la diversidad lingüística es más insignificante (sólo el 3% de
las lenguas del mundo se hablan en Europa). Y esta complejidad se explica, en
buena medida, si atendemos al proceso histórico de construcción de una Europa
unida, proceso que, como es bien sabido, se inicia mucho antes de la coyuntura
política que emerge en Europa después de 1945, aunque no éste el momento de
abordarla con detalle.

La complejidad lingüística de la UE se comprenderá mejor si hacemos hincapié en


qué se entiende en este contexto por “lengua oficial”. Desde el primer momento se
consideró que las lenguas oficiales serían aquellas con semejante estatus en los
países miembros y, lo que es más importante, se consideró que todas las lenguas
oficiales —excepto el irlandés y el luxemburgués— serían, además, lenguas de
trabajo. A diferencia de otros organismos internacionales que trabajan con un
reducido número de lenguas, la UE se enfrenta a diario a una compleja situación de
multilingüismo que, de seguir así, y teniendo en cuenta futuras adhesiones
(Turquía, Bulgaria, Rumanía…), va a requerir una auténtica planificación
lingüística. De hecho, el principio del multilingüismo casi absoluto es la política
actual. Y digo casi absoluto porque desde 1972, la entrada de Irlanda y la
subordinación del irlandés a “lengua de tratado” quebraron, en parte ese principio.
Algo parecido acontece con el luxemburgués, como ya hemos señalado y con el
turco, lengua oficial de Chipre.

Con todo, entre esas veinte lenguas oficiales existe cierto grado de jerarquización
en los diferentes organismos administrativos comunitarios (Siguan 2005). De
hecho, en la práctica, no todos los funcionarios son competentes en las 20 lenguas
oficiales, por lo que siempre hay algunas que son más utilizadas que otras. Y si,
oficialmente, buena parte de la documentación y de las deliberaciones formales se
traduce —o interpreta— a todas las lenguas oficiales, en las negociaciones más
informales —incluido el protocolo de procedimiento—, el inglés, el francés y, en
menor medida el alemán, son las principales lenguas de interacción.

El panorama lingüístico es más realista si, junto a esas veinte lenguas que
conforman el núcleo central del entramado lingüístico de la Unión, tenemos en
consideración que en la Europa que se está construyendo hay muchas otras lenguas
situadas en la periferia del poder político pero que mantienen, en muchos casos,
una gran vitalidad en sus territorios y que son habladas, en su conjunto, por
aproximadamente 50 millones de europeos. Según los datos que ofrece la última
versión de Euromosaic (Nelde, Williams y Strubell 1997) en la que se incluyen los
grupos lingüísticos minoritarios de los 25 Estados actuales, en total se contabilizan
150 lenguas. Entre estas “lenguas periféricas” hay además importantes diferencias

5
con respecto a su posición en el mercado lingüístico. Las hay con cierto
reconocimiento constitucional en sus territorios naturales, como algunas de las
habladas en España —gallego, catalán o vasco; mientras que en otras, los sujetos
hablantes apenas pueden poner en práctica sus derechos lingüísticos más
elementales. Otras son minoritarias en un Estado pero mayoritarias u oficiales en
otro(s). Un caso extremo es el de las lenguas de los inmigrantes, invisibilizadas en
la actualidad pero que, de seguir el flujo migratorio actual, y si Europa apuesta
firmemente por políticas de integración —y de interacción— no asimilacionista, en
las próximas décadas deberían conseguir una relevante representación en la UE.
Sirva como ejemplo el caso del árabe que en estos momentos es la lengua de uso
frecuente de más de un millón de ciudadanos miembros de la UE.

4. Demografía lingüística europea

En su estado actual la UE es un entramado de 25 estados de muy diferente tamaño,


densidad de población y potencial económico, por citar algunos de los rasgos que
permiten categorizar a los distintos estados miembros. Además, y es lo que ahora
nos incumbe, constituye un territorio con una gran diversidad lingüística.

La contribución de la diversidad lingüística a la prosperidad de la UE constituye un


aspecto fundamental de la misma. Más allá de un eslogan, la “Europa de los
pueblos” debe ser, sobre todo, la Europa de las lenguas, de todas sus lenguas. Los
pueblos sin lenguas son concepciones teóricas irrealizables, las lenguas sin pueblos
son reliquias históricas.

La diversidad lingüística es una realidad en la mayoría de los estados que


componen la Unión. Desde otra perspectiva, aunque Europa es el continente con
menor densidad lingüística (alrededor del 3% de las aproximadamente 6.000
lenguas habladas en el planeta), la UE se configura como la institución política más
políglota del mundo, con veinte lenguas oficiales, aunque con cierto grado de
jerarquización en los diferentes organismos administrativos comunitarios. Junto a
esas veinte lenguas que conforman el núcleo central del entramado lingüístico de la
Unión, en la Europa que se está construyendo hay muchas otras lenguas situadas en
la periferia del poder político pero que mantienen, en muchos casos, una gran
vitalidad en sus territorios, y que son habladas, en su conjunto, por
aproximadamente 50 millones de europeos.

A este respecto, es significativo que el discurso público europeo —el privado,


muchas veces, se sitúa simplemente en el racismo y en la xenofobia— se refiere a
los grupos minoritarios de lenguas de inmigración como extranjeros, foráneos, no
indígenas, no europeos, etc. Es decir, se pretende integrar utilizando el lenguaje de
la exclusión. Esta exclusión deriva de una interpretación restrictiva de las nociones
de ciudadanía y de nacionalidad. Desde una perspectiva histórica, tales nociones
dependen de su consideración como ius sanguinis o como ius solis (Extra 2001).
Bajo la primera, la nacionalidad deriva de los orígenes familiares; bajo la segunda,
del lugar de nacimiento. Cuando los europeos emigraron y colonizaron el mundo
entero se preocuparon en legitimar su derecho a la ciudadanía mediante al recurso
al ius solis en la Constitución de los diversos estados en los que se fueron

6
asentando. En Europa, sin embargo, predominantemente se mantiene el derecho
ius sanguinis en las constituciones y/o en las percepciones de nacionalidad y
ciudadanía.

Las lenguas de Europa difieren por su origen, por su número de hablantes y por su
estructuración sociopolítica. Con respecto al número de hablantes —tabla 1—, las
diferencias son muy importantes ya que mientras que algunas lenguas tienen
decenas de millones, otras apenas alcanzan varias decenas de miles.

Tabla 1. Principales lengua habladas en Europa


LENGUAS HABLADAS POR LENGUAS HABLADAS POR LENGUAS HABLADAS POR
MÁS DE 10 MILLONES DE ENTRE 1 Y 10 MILLONES MENOS DE 1 MILLÓN DE
PERSONAS DE PERSONAS PERSONAS
Ruso 120 Azerí 8 Vasco 600 mil
Alemán 90 Búlgaro 8 Galés 600 mil
Inglés 63 Portugués 8 Frisón 500 mil
Francés 63 Catalán 7 Asturiano 450 mil
Italiano 60 Albanés 5 Maltés 400 mil
Ucraniano 50 Danés 5 Friulano 400 mil
Español 40 Eslovaco 5 Francoprovenzal 300 mil
Turco 40 Finlandés 5 Luxemburgués 300 mil
Polaco 38 Noruego 4 Bretón 300 mil
Neerlandés* 20 Tártaro 4 Casubiano 200 mil
Rumano 20 Lituano 3 Corso 120 mil
Serbocroata 16 Gallego 2,5 Esloveno 85 mil
Húngaro 12 Letón 2 Gaélico escocés 70 mil
Griego 11 Macedonio 2 Sami 50 mil
Bielorruso 10 Esloveno 2 Feroés 50 mil
Sueco 10 Occitano 2 Aragonés 30 mil
Checo 10 Irlandés 1,5 Mirandés 15 mil
Sardo 1
Estonio 1
* Bajo la etiqueta “neerlandés” incluimos los hablantes del holandés y del flamenco

Podemos agrupar las lenguas de la UE tomando como criterio su estatus legal —


tabla 2. Para ello, se establece una primera distinción entre las lenguas oficiales de
los Estados y las lenguas no oficiales, denominadas genéricamente lenguas
minoritarias y que son habladas por más de 40 millones de personas. Las primeras
son lenguas con un régimen jurídico adecuado y específico, codificadas y de uso
amplio escrito y oral, con presencia en todos los ámbitos legales, sociales y
educativos. Entre las segundas es preciso todavía hacer varias distinciones; por un
lado, están las lenguas con algún grado de reconocimiento legal y de presencia
social, que aunque no tienen reconocimiento oficial en la totalidad del estado gozan
bien de algún grado de oficialidad (territorial, sectorial, etc.), bien de algún tipo de
estatuto diferencial. Son lenguas codificadas, con un uso escrito frecuente y con
presencia en el sistema educativo y en los medios de comunicación. Por otro lado,
están las lenguas minoritarias en un determinado estado pero mayoritarias en
otro(s), como es el caso del alemán en Hungría o del sueco en Finlandia.
Finalmente están las lenguas legalmente “invisibles” cuyos hablantes no tienen
reconocidos derechos lingüísticos. En un grupo aparte, debemos colocar al irlandés

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y al luxemburgués, lenguas oficiales en sus respectivos estados (Irlanda y
Luxemburgo) pero no oficiales en las instituciones europeas.

Tabla 2. Lenguas de la UE según su estatus legal


Estado Demografía Lengua/s Principales lenguas minoritarias
(en miles) Oficial/es
Alemania 83.200 alemán danés, frisón, sorbio, polaco
Austria 8.150 alemán checo, eslovaco, esloveno, húngaro,
serbocroata
Bélgica 10.400 alemán, flamenco, alemán, luxemburgués
francés (valón)
Chipre 776 griego, turco armenio, árabe chipriota, romaní
Dinamarca 5.400 danés alemán
Eslovaquia 5.400 eslovaco alemán, checo, húngaro, polaco, romaní
Eslovenia 2.000 esloveno alemán, bosnio, húngaro, italiano,
romaní, serbocroata
España 43.200 español aragonés, asturiano, catalán, gallego,
vasco
Estonia 1.400 estonio alemán, bielorruso, finés, ruso,
ucraniano, yiddish
Finlandia 5.200 finlandés sami, sueco, ruso
Francia 60.000 francés alemán, alsaciano, bretón, catalán,
corso, flamenco, occitano, vasco
Grecia 10.700 griego albanés, búlgaro, macedonio, turco,
válaco
Hungría 10.000 húngaro alemán, serbocroata, esloveno, romaní
Irlanda 4.000 Irlandés* irlandés
Italia 58.000 Italiano albanés, catalán, serbocroata, esloveno,
francoprovenzal, friuliano, occitano,
sardo,
Letonia 2.300 Letón alemán, bielorruso, polaco, ucraniano,
yiddish
Lituania 3.600 Lituano alemán, bielorruso, polaco, ucraniano,
yiddish
Luxemburgo 445 alemán, francés, francés, alemán, italiano
luxemburgués
Malta 400 maltés e inglés
Países Bajos 16.318.199 holandés frisón
Polonia 38.700 polaco alemán, bielorruso, casubiano,
ucraniano
Portugal 10.600 portugués mirandés
Reino Unido 60.300 inglés Córnico, gaélico, galés, irlandés
República 10.300 checo alemán, eslovaco, húngaro, polaco,
Checa romaní
Suecia 9.000 sueco finlandés, sami
* El irlandés sólo tiene estatus de lengua oficial en lo que respecta a la traducción de los
tratados de la Unión pero a esa lengua no se traduce la documentación más cotidiana.

Tras la ampliación de la UE en mayo de 2004, el mosaico de la diversidad


lingüística europea aumentó considerablemente. Nuevos estados, nuevas lenguas

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oficiales y nuevas lenguas subordinadas amplían significativamente el mapa
sociolingüístico europeo.

Las lenguas de trabajo son el inglés, el alemán y el francés, pero otras lenguas son
usadas en determinadas situaciones. Hubo intentos por parte de España para
introducir el español como una lengua primaria de trabajo, pero no se alcanzó el
consenso necesario. Las extensiones de la UE de 1995 y 2004 hacia países donde el
francés es menos usado, ha reforzado la posición de inglés y el alemán como
lenguas de trabajo.

Todas las decisiones de las instituciones son traducidas en todas las lenguas
oficiales y los ciudadanos europeos pueden ponerse en contacto con las
instituciones en cualquier lengua oficial. La traducción simultánea entre todas las
lenguas oficiales es habitual en las sesiones del Parlamento europeo.

5. El debate lingüístico en la Unión Europea

Con frecuencia, los especialistas en política lingüística de las organizaciones


supranacionales muestran su preocupación a propósito del coste que puede acarrear
una determinada propuesta legislativa. En el caso de la UE, hay un discurso muy
alarmista vinculado con el enorme gasto que suponen los servicios de traducción y
de interpretación, especialmente en el Consejo y en el Parlamento —organismos en
los que están presentes las 20 lenguas oficiales— y en la Comisión. Cierto es que
mantener la prerrogativa que tienen todos sus ciudadanos de poder dirigirse a sus
instituciones en su propio idioma no es gratis pero en esto, como en muchas otras
cosas, conviene poner los números sobre la mesa. El gasto estimado de la gestión
de la “babel europea” para 2005 es de 950 millones de €. Si bien es cierto que la
cifra en sí misma produce escalofríos, si la relativizamos el efecto es bien distinto.
Estimando que en la Europa de los 25 habitan 460 millones de ciudadanos, el coste
económico de este servicio por persona y año es de poco más de 2 €, el precio de
una tazá de café. Grin (2004: 195) ha estimado que si en vez de utilizar lenguas
puente, se optase por mantener todas las direcciones posibles (380) en la traducción
e interpretación de las 20 lenguas oficiales, el coste sería de aproximadamente
2.370 millones de €, es decir, algo más de 5 € por persona/año.

Con todo, este alarmismo está, en el fondo, sustentando algunos discursos sobre la
gestión lingüística en el seno de las instituciones europeas. En concreto, es uno de
los argumentos más manejados por los defensores de la reducción de las lenguas de
trabajo al menor número posible. El caso extremo —y ejemplificante por cuanto
tiene de modelo— es el de la hegemonía del inglés, alimentado por el English-Only
Movement (Phillipson 2003; Macedo, Dendrinos y Gounari 2005) cuyo precedente
aparece en EEUU con el nombre English-First, que pretendía hacer del inglés
americano la lengua oficial de USA, eliminando las, según sus partidarios, costosas
e ineficaces políticas lingüísticas protectoras de la educación bilingüe. El
movimiento surge entre los conservadores estadounidenses con la llegada al poder
de Ronald Reagan; en aquel contexto —pero también en el actual de la UE— bajo
el pretexto de que el inglés es una lengua que facilita la ascensión política, social y
cultural lo que en realidad se oculta es una ideología de dominación. Todos

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sabemos que las lenguas en sí mismas no son ni beneficiosas ni perjudiciales —
como si fuesen algo neutro y autónomo— sino que son las ideologías las que
otorgan poder a unas determinadas variedades lingüísticas al mismo tiempo que
demonizan otras. Y es particularmente la ideología neoliberal la que, en el entorno
del capitalismo cognitivo al que antes nos referíamos, enmascara su principal
objetivo que no es otro que el reducir al máximo el plurilingüismo reinante en las
instituciones europeas —al igual que en el comercio internacional, o en la industria
cultural, extensivamente “Disneyficada”.

Además de la cuestión económica a la que antes no referíamos, el English-Only


Movement, en su versión europea, parte además de que en la práctica el inglés es ya
una lengua franca dentro de los organismos comunitarios. Se trataría simplemente
de legitimar una situación ya existente de facto. Es verdad que el inglés es la
lengua más utilizada en los intercambios informales dentro de la UE pero de ahí a
legitimar su uso como única lengua de trabajo hay un abismo, un abismo que
acarrea un obvio déficit democrático y esto nunca sería aceptado por la mayoría de
los Estados (Macedo, Dendrinos y Gounari 2005)

Frente a este discurso de homogenización, se elaboran otros en los que la lengua se


convierte en una categoría de resistencia. Los englobamos bajo la etiqueta de
discursos de la diversidad pero es preciso hacer algunas matizaciones al respecto.
Los modelos de resistencia son generados por aquellos actores que están en
posiciones devaluadas o estigmatizadas por la lógica de la dominación. El modelo
dominante entra en crisis de legitimación y se produce la emergencia de nuevas
apropiaciones ideológicas. Ahora ya no es una única lengua la que garantiza el
ascenso social sino que son el conjunto de las grandes lenguas —no más de cinco
en la mayoría de los casos— las que copan el sector “duro” del mercado,
articulando alrededor de ellas una narrativa que induce a imaginar a sus hablantes
como los poseedores de una bien excepcional. Es en este sentido que la noción de
diversidad lingüística necesita ser reformulada. En el contexto de la UE no cabe
duda de que estamos ante una noción ambigua. Por lo general, cuando se habla de
diversidad lingüística se está haciendo referencia a las “lenguas oficiales”. Hay
algunas excepciones pero en ellas el alcance del sintagma tampoco está claro —
fase 2 del Programa Sócrates o el propio texto del Tratado Constitucional.

Este modelo de las grandes lenguas —europeas— se intentó poner en práctica a


finales de 1994, cuando Francia obtuvo la presidencia de turno de la Unión y era
inmediata la incorporación de Austria, Finlandia y Suecia en lo que sería la Europa
de los 15. En ese moento, el Ministerio Francés de Asuntos Exteriores propuso
limitar a cinco el número de lenguas de trabajo (inglés, francés, alemán, español e
italiano). En apariencia se trataba de una decisión técnica pero en la práctica era
más política —y por tanto ideológica: prevenir que el inglés llegara a ser la única
lengua de trabajo. El rechazo fue absoluto.

Otro discurso de resistencia es el de las lenguas estatales. Es decir, el


mantenimiento de las cosas como están y no poner obstáculos a la pluralidad
lingüística. En términos absolutos, el precio a pagar es alto, como hemos visto pero
también lo es en términos de identidad no optar por este modelo. Los detractores

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argumentan que con las siguientes adhesiones previstas (Rumanía y Bulgaria en
2007 y Turquía en un horizonte no muy lejano) se habrá alcanzado un tope
insostenible. Por otro lado, “dejar las cosas como están”, en la práctica sigue
favoreciendo a dos o tres lenguas, que son las que conocen la mayoría de los
funcionarios.

Tal vez el discurso más ambicioso —y menos realista— sea el de las lenguas
minoritarias. Aunque, como ya se ha dicho antes, no todas las lenguas minoritarias
parten del mismo lugar. En particular, las del Estado español, el irlandés, el
luxemburgués o el saami en Finlandia gozan de un nivel de reconocimiento legal
en sus respectivos Estados del que carecen muchos otros grupos minoritarios. Esto
ha llevado al actual gobierno español a solicitar el rango de lenguas oficiales —no
de trabajo— al catalán, vasco y gallego, en una iniciativa sin precedentes en la
Europa Comunitaria. Los objetivos de esta decisión eran varios. En primer lugar,
que los ciudadanos de las comunidades bilingües pudieran emplear sus lenguas al
dirigirse por escrito a las instituciones europeas; en segundo lugar, permitir a los
eurodiputados y presidentes autonómicos expresarse en estas lenguas en los plenos
del Parlamento y del Comité de las Regiones; en tercer lugar, publicar en estas
lenguas la legislación adoptada por el Parlamento y por el Consejo; por último, la
inclusión de estas lenguas en los programas de promoción de la diversidad
lingüística, en concreto en el denominado Lingua. La propuesta fue rechazada, pese
a no tratarse de una cuestión económica ya que el coste presupuestario que hubiese
acarreado la aceptación de esta iniciativa sería financiado íntegramente por los
presupuestos generales del Estado. Se trata, por tanto de un rechazo que afecta a la
dimensión simbólica. La principal oposición ha venido fundamentalmente de
Francia, que, como es sabido, es el Estado europeo que más desprecio ha tenido
históricamente hacia sus minorías lingüísticas.

El modelo de las lenguas minoritarias apuesta sin concesiones por la diversidad


lingüística, entendida ésta como una riqueza y no como una coste. Además, tiene
como objetivo la democratización lingüística de las instituciones europeas en todos
sus niveles. Podríamos resumirlo con la expresión: “yo te hablo en mi lengua y tú
me hablas en la tuya”. Nada hay más justo desde el punto de vista lingüístico. Y, en
nuestra opinión, esto es viable si se opta por políticas lingüísticas destinadas a
fomentar el conocimiento pasivo de varias lenguas, al tiempo que se crean modelos
de valorización de las lenguas minoritarias, enraizándolas con el desarrollo
económico de sus territorios.

Para finalizar, unha breve referencia a la alternativa de articular una política


lingüística que promocione el aprendizaje de una lengua internacional planificada,
en concreto el esperanto. Esta posibilidad, como las otras, tiene ventajas y tiene
inconvenientes. En apariencia, el principio de igualdad lingüística dentro de las
instituciones europeas quedaría garantizado, además de garantizar la eficacia,
medida en coste y en tiempo, de la gestión de la UE. Sin embargo, no es justo decir
que esta situación sea la más democrática. El esperanto, como sabemos, favorece a
los hablantes de lenguas indoeuropeas, especialmente a las románicas, eslavas y
germánicas y en la UE son ya muchas las lenguas que no entran dentro de estos
grupos.

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Conclusiones

La UE es un conglomerado institucional en el que se administran los recursos de


más de 450 millones de personas, 25 estados y una enorme diversidad de pueblos,
etnias, culturas y lenguas. La gestión satisfactoria de esta diversidad es una tarea
sumamente compleja, especialmente si se trata de ponerla en valor. La riqueza
lingüística de Unión colisiona frecuentemente con una ideología dominante
fundamentada en el predominio económico y político de algunas lenguas sobre
otras. Hemos visto como esta ideología se visibiliza en determinados discursos que
tienen como finalidad consolidar el status quo actual sin asumir los riesgos que tal
ideología tiene tanto para los derechos de los europeos como para la protección del
multilinguismo, entendido como el patrimonio europeo más importante.
Coincidimos con Virginia Mamadouh (2002), en que el auténtico desafío de la UE
no es tanto cuántas y cuáles serán las lenguas de las instituciones de la UE sino más
bien, ¿cómo deberá ser organizada la mediación entre hablantes de diferentes
lenguas? Desde luego, recurrir al aprendizaje del inglés constituye una elección —
racional, diría de Swaan 2001— pero afortunadamente no es más que una de las
muchas opciones.

NOTAS
i
Sobre capitalismo cognitivo es obligada la consulta de Multitudes, revista dirigida
por Yann Moulier Boutang. Recomendamos especialmente el volumen 10 (octubre
de 2002) con diversos trabajos dedicados a este tema y que está disponible en
http://multitudes.samizdat.net/rubrique.php3?id_rubrique=13 (julio 2005). Hay
traducción al español de algunos de los trabajos de Multitudes en Blondeau 2004.
ii
Accesible en (julio 2005):
http://europa.eu.int/comm/education/doc/official/keydoc/actlang/act_lang_es.pdf
iii
Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y Países Bajos.
iv
El artículo 8 de la Constitución irlandesa considera al idioma irlandés como la
lengua nacional y como el primer idioma oficial. También afirma el
reconocimiento a la lengua inglesa como segundo idioma oficial. En el caso de
Luxemburgo, no es hasta 1984 cuando se considera al luxemburgués como lengua
nacional. Antes, la Constitución de 1868 sólo hace referencia a que la ley regulará
el uso de las lenguas en materia administrativa y judicial.
v
Conviene recordar que el texto del Tratado Constitucional ya ha sido rechazado
en referendum tanto en Francia (29 de mayo de 2005) como en los Países Bajos (1
de junio de 2005), lo cual ha debilitado notablemente el actual período
constituyente.

12
Referencias Bibliográficas

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Fernando Ramallo es Sociolingüista y profesor asociado de Lingüística en la


Universidad de Vigo (Galicia-España). Ha dedicado parte de su investigación al
análisis de la situación social de las lenguas de Galicia. Co-editor de Estudios de
Sociolingüística (www.sociolinguistica.uvigo.es), publicación académica editada
semestralmente por la Universidad de Vigo. Además de la sociolingüística de los
grupos lingüísticos minoritarios, se ha interesado por el análisis del discurso, la
pragmática y la teoría de la comunicación.
framallo@uvigo.es

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