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Fernando Ramallo
1. Introducción
Con ser esta dicotomía un punto de partida correcto, no debemos caer en la falsa
impresión de que las cosas son tan simples. La consideración de la UE como un
espacio simbólico tiene algunas otras particularidades. En esta texto, nos
proponemos hacer una breve presentación de los discursos que sobre las lenguas de
la UE están actualmente en circulación, tanto en los medios de comunicación de
masas como, sobre todo, en el mundo académico.
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aprendizaje en la que la producción de conocimiento deviene en la principal
oportunidad de valorización económica. Dicho de otro modo, la cadena productiva
se desmaterializa.i
Sirva como ejemplo de lo que estamos diciendo la siguiente cita, tomada del Plan
de acción 2004-2006 para “promover el aprendizaje de idiomas y la diversidad
lingüística, de la Comisión Europea”:ii
Pues bien, en este nuevo contexto, creemos que el conocimiento activo de algunas
lenguas se ha sobrevalorado en exceso alcanzando, probablemente, un excedente
de capital. En esta sobrevaloración, los “discursos de afirmación” del capital
lingüístico han tenido un papel muy relevante en la estructuración de determinadas
narrativas proteccionistas con las lenguas de rango internacional en todo el mundo,
especialmente del inglés, tanto en EEUU como en la UE.
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En la UE asistimos a una contradicción política relacionada con la circulación de
un discurso que defiende el respeto a la diversidad lingüística y cultural, por un
lado y a la propagación de una práctica lingüística y cultural unificadora articulada
en torno al inglés y a algunas otras lenguas estatales, por otro (Macedo, Dendrino y
Gounari: 45)
Con la Europa de los 25, son ya 20 las lenguas oficiales y de trabajo y eso que no
entran en esa consideración el irlandés y el luxemburgués que pasan a formar el
grupo de las “lenguas de los tratados”, ni el turco, lengua oficial de Chipre que, por
cierto, es el único de los 10 nuevos estados que no ha aportado una lengua nueva al
régimen lingüístico de la UE—el griego, la otra lengua de la isla, ya es oficial
desde 1981.iv Esto es una clara discriminación a los turcos chipriotas y, lo que es
más interesante, a la extensa comunidad turca que vive en Europa, principalmente
en Alemania.
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Pese a lo que acabamos de señalar, no podemos decir que exista una política
lingüística explícitamente formulada. De hecho, más bien estaríamos ante una vaga
propuesta no exenta de contradicciones. Esta falta de política lingüística explícita
se debe, fundamentalmente, a que la UE no tiene competencias sobre esta materia.
Con todo, es conveniente tener en cuenta que las escasas iniciativas legislativas en
el ámbito de las lenguas han estado dirigidas al mantenimiento y fomento de la
diversidad lingüística, siempre en forma de recomendaciones y nunca suplantando,
en este tema, a la soberanía de los Estados miembros que son especialmente
sensibles a mejorar la posición de su lengua oficial o nacional. Prácticamente todos
los estados han aceptado la substitución de algunos referentes simbólicos de capital
importancia para la identidad de cada pueblo, como la moneda por ejemplo, pero
nadie está dispuesto a ceder terreno lingüístico. Conviene no olvidar, por último,
que en esta escasa legislación muy poco se contempla sobre las lenguas
minoritarias (Hogan-Brun y Wolff 2003) y menos aún sobre las lenguas de
inmigración o sobre las lenguas desterritorializadas, como el romaní o el yiddish
(Extra y Gorter 2001). Valga como ejemplo de lo que estamos diciendo la
calculada vaguedad del texto del Tratado Constitucional que se está sometiendo a
aprobación en estos momentos. Mientras que en los artículos 2 y 3 encontramos
referencias a la protección de los grupos minoritarios, en el 8 y en el 128 se nos
aclara que los únicos que tienen derechos lingüísticos plenos son los grupos que
utilizan las lenguas de la Constitución, que, para disipar cualquier interpretación
son las que el artículo 448 se encarga de diferenciar:v
ARTÍCULO 3.3:
La Unión respetará la riqueza da su diversidad cultural y lingüística y velará por la
conservación y el desarrollo del patrimonio cultural europeo.
ARTÍCULO 128:
Las lenguas en las que todo ciudadano de la Unión tendrá derecho a dirigirse a las
instituciones u órganos en virtud de la letra d) del apartado 2 del artículo 10 y a
recibir una contestación son las que se enumeran en el apartado 1 del artículo 448.
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El presente Tratado, redactado en un ejemplar único, en lenguas alemana, checa,
danesa, eslovaca, eslovena, española, estonia, finesa, francesa, griega, húngara,
inglesa, irlandesa, italiana, letona, lituana, maltesa, neerlandesa, polaca,
portuguesa y sueca, cuyos textos en cada una de esas lenguas son igualmente
auténticos […]”
Lo que es indudable es que, teniendo en cuenta que con la última ampliación del 1
de mayo de 2004 son ya 20 las lenguas oficiales de la UE, desde la perspectiva
lingüística, estamos ante la institución internacional más políglota mundo, en el
continente en el que la diversidad lingüística es más insignificante (sólo el 3% de
las lenguas del mundo se hablan en Europa). Y esta complejidad se explica, en
buena medida, si atendemos al proceso histórico de construcción de una Europa
unida, proceso que, como es bien sabido, se inicia mucho antes de la coyuntura
política que emerge en Europa después de 1945, aunque no éste el momento de
abordarla con detalle.
Con todo, entre esas veinte lenguas oficiales existe cierto grado de jerarquización
en los diferentes organismos administrativos comunitarios (Siguan 2005). De
hecho, en la práctica, no todos los funcionarios son competentes en las 20 lenguas
oficiales, por lo que siempre hay algunas que son más utilizadas que otras. Y si,
oficialmente, buena parte de la documentación y de las deliberaciones formales se
traduce —o interpreta— a todas las lenguas oficiales, en las negociaciones más
informales —incluido el protocolo de procedimiento—, el inglés, el francés y, en
menor medida el alemán, son las principales lenguas de interacción.
El panorama lingüístico es más realista si, junto a esas veinte lenguas que
conforman el núcleo central del entramado lingüístico de la Unión, tenemos en
consideración que en la Europa que se está construyendo hay muchas otras lenguas
situadas en la periferia del poder político pero que mantienen, en muchos casos,
una gran vitalidad en sus territorios y que son habladas, en su conjunto, por
aproximadamente 50 millones de europeos. Según los datos que ofrece la última
versión de Euromosaic (Nelde, Williams y Strubell 1997) en la que se incluyen los
grupos lingüísticos minoritarios de los 25 Estados actuales, en total se contabilizan
150 lenguas. Entre estas “lenguas periféricas” hay además importantes diferencias
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con respecto a su posición en el mercado lingüístico. Las hay con cierto
reconocimiento constitucional en sus territorios naturales, como algunas de las
habladas en España —gallego, catalán o vasco; mientras que en otras, los sujetos
hablantes apenas pueden poner en práctica sus derechos lingüísticos más
elementales. Otras son minoritarias en un Estado pero mayoritarias u oficiales en
otro(s). Un caso extremo es el de las lenguas de los inmigrantes, invisibilizadas en
la actualidad pero que, de seguir el flujo migratorio actual, y si Europa apuesta
firmemente por políticas de integración —y de interacción— no asimilacionista, en
las próximas décadas deberían conseguir una relevante representación en la UE.
Sirva como ejemplo el caso del árabe que en estos momentos es la lengua de uso
frecuente de más de un millón de ciudadanos miembros de la UE.
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asentando. En Europa, sin embargo, predominantemente se mantiene el derecho
ius sanguinis en las constituciones y/o en las percepciones de nacionalidad y
ciudadanía.
Las lenguas de Europa difieren por su origen, por su número de hablantes y por su
estructuración sociopolítica. Con respecto al número de hablantes —tabla 1—, las
diferencias son muy importantes ya que mientras que algunas lenguas tienen
decenas de millones, otras apenas alcanzan varias decenas de miles.
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y al luxemburgués, lenguas oficiales en sus respectivos estados (Irlanda y
Luxemburgo) pero no oficiales en las instituciones europeas.
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oficiales y nuevas lenguas subordinadas amplían significativamente el mapa
sociolingüístico europeo.
Las lenguas de trabajo son el inglés, el alemán y el francés, pero otras lenguas son
usadas en determinadas situaciones. Hubo intentos por parte de España para
introducir el español como una lengua primaria de trabajo, pero no se alcanzó el
consenso necesario. Las extensiones de la UE de 1995 y 2004 hacia países donde el
francés es menos usado, ha reforzado la posición de inglés y el alemán como
lenguas de trabajo.
Todas las decisiones de las instituciones son traducidas en todas las lenguas
oficiales y los ciudadanos europeos pueden ponerse en contacto con las
instituciones en cualquier lengua oficial. La traducción simultánea entre todas las
lenguas oficiales es habitual en las sesiones del Parlamento europeo.
Con todo, este alarmismo está, en el fondo, sustentando algunos discursos sobre la
gestión lingüística en el seno de las instituciones europeas. En concreto, es uno de
los argumentos más manejados por los defensores de la reducción de las lenguas de
trabajo al menor número posible. El caso extremo —y ejemplificante por cuanto
tiene de modelo— es el de la hegemonía del inglés, alimentado por el English-Only
Movement (Phillipson 2003; Macedo, Dendrinos y Gounari 2005) cuyo precedente
aparece en EEUU con el nombre English-First, que pretendía hacer del inglés
americano la lengua oficial de USA, eliminando las, según sus partidarios, costosas
e ineficaces políticas lingüísticas protectoras de la educación bilingüe. El
movimiento surge entre los conservadores estadounidenses con la llegada al poder
de Ronald Reagan; en aquel contexto —pero también en el actual de la UE— bajo
el pretexto de que el inglés es una lengua que facilita la ascensión política, social y
cultural lo que en realidad se oculta es una ideología de dominación. Todos
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sabemos que las lenguas en sí mismas no son ni beneficiosas ni perjudiciales —
como si fuesen algo neutro y autónomo— sino que son las ideologías las que
otorgan poder a unas determinadas variedades lingüísticas al mismo tiempo que
demonizan otras. Y es particularmente la ideología neoliberal la que, en el entorno
del capitalismo cognitivo al que antes nos referíamos, enmascara su principal
objetivo que no es otro que el reducir al máximo el plurilingüismo reinante en las
instituciones europeas —al igual que en el comercio internacional, o en la industria
cultural, extensivamente “Disneyficada”.
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argumentan que con las siguientes adhesiones previstas (Rumanía y Bulgaria en
2007 y Turquía en un horizonte no muy lejano) se habrá alcanzado un tope
insostenible. Por otro lado, “dejar las cosas como están”, en la práctica sigue
favoreciendo a dos o tres lenguas, que son las que conocen la mayoría de los
funcionarios.
Tal vez el discurso más ambicioso —y menos realista— sea el de las lenguas
minoritarias. Aunque, como ya se ha dicho antes, no todas las lenguas minoritarias
parten del mismo lugar. En particular, las del Estado español, el irlandés, el
luxemburgués o el saami en Finlandia gozan de un nivel de reconocimiento legal
en sus respectivos Estados del que carecen muchos otros grupos minoritarios. Esto
ha llevado al actual gobierno español a solicitar el rango de lenguas oficiales —no
de trabajo— al catalán, vasco y gallego, en una iniciativa sin precedentes en la
Europa Comunitaria. Los objetivos de esta decisión eran varios. En primer lugar,
que los ciudadanos de las comunidades bilingües pudieran emplear sus lenguas al
dirigirse por escrito a las instituciones europeas; en segundo lugar, permitir a los
eurodiputados y presidentes autonómicos expresarse en estas lenguas en los plenos
del Parlamento y del Comité de las Regiones; en tercer lugar, publicar en estas
lenguas la legislación adoptada por el Parlamento y por el Consejo; por último, la
inclusión de estas lenguas en los programas de promoción de la diversidad
lingüística, en concreto en el denominado Lingua. La propuesta fue rechazada, pese
a no tratarse de una cuestión económica ya que el coste presupuestario que hubiese
acarreado la aceptación de esta iniciativa sería financiado íntegramente por los
presupuestos generales del Estado. Se trata, por tanto de un rechazo que afecta a la
dimensión simbólica. La principal oposición ha venido fundamentalmente de
Francia, que, como es sabido, es el Estado europeo que más desprecio ha tenido
históricamente hacia sus minorías lingüísticas.
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Conclusiones
NOTAS
i
Sobre capitalismo cognitivo es obligada la consulta de Multitudes, revista dirigida
por Yann Moulier Boutang. Recomendamos especialmente el volumen 10 (octubre
de 2002) con diversos trabajos dedicados a este tema y que está disponible en
http://multitudes.samizdat.net/rubrique.php3?id_rubrique=13 (julio 2005). Hay
traducción al español de algunos de los trabajos de Multitudes en Blondeau 2004.
ii
Accesible en (julio 2005):
http://europa.eu.int/comm/education/doc/official/keydoc/actlang/act_lang_es.pdf
iii
Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y Países Bajos.
iv
El artículo 8 de la Constitución irlandesa considera al idioma irlandés como la
lengua nacional y como el primer idioma oficial. También afirma el
reconocimiento a la lengua inglesa como segundo idioma oficial. En el caso de
Luxemburgo, no es hasta 1984 cuando se considera al luxemburgués como lengua
nacional. Antes, la Constitución de 1868 sólo hace referencia a que la ley regulará
el uso de las lenguas en materia administrativa y judicial.
v
Conviene recordar que el texto del Tratado Constitucional ya ha sido rechazado
en referendum tanto en Francia (29 de mayo de 2005) como en los Países Bajos (1
de junio de 2005), lo cual ha debilitado notablemente el actual período
constituyente.
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Referencias Bibliográficas
Grin, F. (2004) “On the costs of cultural diversity” en Ph. Van Parijs (ed). Cultural
Diversity versus Economic Solidarity. Bruxelles: de Boeck-Université,
189-202.
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Martín Municio, A. (dir.) (2003). El valor económico de la lengua española.
Madrid: Espasa Calpe.
Van Els, T.J.M. (2001). “The European Union, Its Institutions and its Languages:
Some Language Political Observations”. Current Issues in Language
Planning 2 (4), 311-360.
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