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David Becerra Mayor


Universidad Autónoma de Madrid

BODAS DE SANGRE: LA TRAGEDIA MODERNA


Y LA PROBLEMÁTICA DEL YO

La figura de Federico García Lorca ha sido harto estudiada y por eso podemos afir-
mar, sin reparo alguno, que lo sabemos todo (o casi todo) acerca de la vida y la obra del
poeta de Fuente Vaqueros. Sin embargo, conviene señalar también que la imagen que de
Lorca se ha incorporado a nuestra tradición literaria no ha sido sino una construcción sim-
bólica cuya sombra en ocasiones obnubila su propia realidad histórica. Lorca aparece casi
siempre convertido en «el símbolo inequívoco del asesinato de un pueblo inocente e iner-
me» (Rodríguez, 1994: 11) y las aproximaciones críticas que se han hecho sobre su obra
suelen construirse sobre las cenizas de esa derrota.
La obra de García Lorca, por consiguiente, es recibida con absoluta complacencia y
leída frecuentemente con una anulación total del sentido crítico. Y esto es así porque Lor-
ca acostumbra a ser leído como un héroe –en tanto que víctima– de la Guerra Civil es-
pañola y a menudo sus lecturas se erigen a partir de los hechos que acaecieron en Viznar
el 19 de agosto de 1936. También sus detractores, como es el caso de Jorge Luis Borges
–que al parecer arremetía contra el poeta granadino porque no supo entender una broma
que le gastó éste en Buenos Aires–, pretende derrumbar el mito a partir de los mismos
hechos acontecidos en la fecha señalada, al asegurar que el fusilamiento de Federico Gar-
cía Lorca había favorecido su fama. La sacralización del poeta constituye un lastre para
su profunda investigación
Lo que se pretende en estas páginas es un estudio de Lorca –en concreto, de una de
sus obras: Bodas de sangre– sin la necesidad del mito, sino de su costado inverso, esto es,
la Historia. Pues resulta imprescindible para un acercamiento real a la obra de Federico
García Lorca, situar al autor en sus específicas coordenadas históricas, aquéllas que deter-
minan, en última instancia, el funcionamiento objetivo del texto. Es decir, se propone aquí
el análisis del texto literario como el resultado de los mecanismos de producción de la co-
yuntura histórica en que dicho fenómeno se inscribe. Sin desdeñar, por supuesto, las con-
tradicciones históricas –latentes de forma clara en el tiempo de Lorca– y la acumulación de
un excedente ideológico que reacciona desde la supraestructura contra el funcionamiento
objetivo de base. Esto es lo que Juan Carlos Rodríguez ha denominado la «objetividad del
texto», que postula lo que sigue: «la lógica interna de cada inconsciente ideológico no puede
ser si no es anterior a su propio proceso histórico de producción» (Rodríguez, 1994: 10).
De lo que se trata, pues, citando de nuevo a Juan Carlos Rodríguez, es de

[…] averiguar en Lorca algo más adentro, esa cuestión clave del sentido en tanto que
objetividad, lo que bulle (o brilla o serpea) entre el significado y la verdad, su límite:
el espesor inconsciente que trama lo literario, el trazado de cada línea poética o de cada
realización escénica. Lo único, pues, que importa: no la realización sujeto/objeto (que
implica siempre una idealidad subjetiva fenomenológica) sino la objetividad del texto
al margen de tal relación (Rodríguez, 1994: 10).

Pues bien, la objetividad del texto, su sentido, no puede sino encontrarse en la obje-
tividad de la época. Porque, como señala José Ortega, «el hombre Lorca, como ser his-

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tórico, crea un arte que se inscribe en una superestructura ideológica y que está inevita-
blemente relacionado con su período histórico» (Ortega, 1989: 10). Habrá de apuntarse,
aunque sea de forma breve, que la coyuntura histórica en que Lorca se inscribe está marca-
da por la contradicción entre el desarrollo económico capitalista, que domina las relaciones
sociales y económicas de la infraestructura, y la reacción pequeño-burguesa que, si bien no
ejerce control sobre el funcionamiento objetivo de base, sí mantiene su poder sobre los AIE
(Aparatos Ideológicos de Estado) y reacciona ante la consolidación del capitalismo desde
la supraestructura política. (Habrá que señalarse, de igual modo, que posteriormente, cuando
la consolidación del capitalismo ofrezca su posición más liberal, surgirá una nueva confron-
tación social con una nueva clase que no será sino el proletariado).
El capitalismo –sus relaciones sociales, sus modos de producción, etc.– introduce en
el horizonte epistemológico y social nuevas categorías contra las cuales habrá de reaccio-
nar la supraestructura pequeño-burguesa con tal de mantener su status político. Todas ellas
derivarán de la matriz ideológica básica de la burguesía: la propiedad privada. La in-
vención de la propiedad privada, que a nivel económico supone la transformación de
los bienes inmuebles en bienes muebles (esto es, la propiedad en mercancía y por con-
siguiente en capital), en el plano existencial, conlleva la aparición de categorías que sólo
pudieron emerger del inconsciente ideológico burgués: el yo, la individualidad, la volun-
tad, el deseo, etc. Desde la noción burguesa del yo se cuestiona el orden social estableci-
do y por ello, desde la supraestructura, se reacciona contra dichas categorías con tal de
recuperar la templanza inicial. Esta contradicción es la base de la tragedia moderna, la-
tente en la producción dramática populista de Federico García Lorca y, en concreto, en
Bodas de sangre.
En 1941, Mijail Bajtín escribía un artículo titulado «Épica y novela (acerca de la
metodología del análisis novelístico)»1 (Bajtín, 1989: 449–485) con el que establecía las
diferencias fundamentales entre el universo literario de la epopeya clásica y la novela
moderna. La diferencia estriba para Bajtín en que los espacios de la épica son siempre
perfectos y cerrados, inalterables e inaccesibles a la experiencia personal. La tragedia se
genera en este universo perfecto, en el que el héroe no puede sino someterse a un destino
previa-mente escrito: «El héroe épico y el trágico no son nada al margen de su destino y
del argumento supeditado a éste» (Bajtín, 1989: 481). La muerte del Dios nietzscheano
pone fin a la tragedia en tanto que el héroe ya no debe someterse a su destino, sino que se
le presenta ante sus ojos un universo abierto, racional y en construcción. Sin embargo esto
no imposibilita la producción trágica de Lorca:

Los problemas aristotélicos y teóricos que tanto exasperaban a los dramaturgos ingle-
ses, franceses y alemanes no suponían para Lorca un legado indispensable ni una barrera
para la creación de la tragedia, puesto que él, a través de su propio duende y su propia
«cultura de sangre», podía beber de la misma fuente que los antiguos «griegos miste-
riosos»; y la cultura popular en España –máxime en Andalucía– no había padecido el
yugo del racionalismo excesivo que convertiría la lógica en una religión secular, con-
versión que significaría el triunfo de la clase media y del melodrama burgués, pero que
al mismo tiempo mataría el antiguo sentido fatalista de la verdadera tragedia (Josephs-
Caballero, 2005: 22).

1
Vid., igualmente, Geörgy Lukács (1970: 29–39 y 59–72).

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La presencia de lo irracional en el seno de la Andalucía trascendental, efectivamen-


te, tiene su correlación con la tragedia clásica, cuyo desenlace no quedaba nunca sujeto
a las leyes materiales. Este hecho favorece que Bodas de sangre, en su composición formal,
guarde ciertas similitudes con la tragedia griega. La idea de la repetición, del retorno, se in-
troduce en Lorca con el fin de mostrar la unicidad entre la vida y la muerte, entendiendo
ésta como el nuevo punto de origen. Esta vuelta al mundo unitario y cerrado se produce en
Bodas de sangre a partir de los presagios y el círculo temporal en torno a los tres años (tiem-
po que le duró el marido a la Madre; tres años atrás finalizó la relación amorosa entre la
Novia y Leonardo, etc.). Como afirma Luis Fernández Cifuentes, «el destino de la familia
es la repetición» y «desde el primer momento, la comunicación entre los personajes no tendrá
otro objeto que recordar o prevenir una relación familiar, recordar o prevenir su ruptura»
(Fernández Cifuentes, 1986: 147). La forma trágica es posible debido a las características
del campo andaluz:

A consecuencia del conservadurismo radical del campo andaluz y de numerosos factores


sociohistóricos –entre ellos la invasión musulmana, la marginación del campo andaluz
por parte de los conquistadores castellanos, y el estancamiento de todo el país después
del colapso del imperio español– la vieja vida mediterránea del sur de España, muy
parecida a la que había dado luz a la tragedia griega, se había «congelado» mientras el
mundo occidental experimentaba grandes revoluciones industriales, científicas, políti-
cas y religiosas (Fernández Cifuentes, 1986: 17).

El conservadurismo del campo andaluz no es una cuestión endémica ni trascendental,


inherente a la propia tierra, sino que responde a la situación económica donde la tradición
latifundista detiene el desarrollo de la economía capitalista en un permanente estadio de
acumulación primitiva de capital, que beneficia a la pequeña-burguesía rural. Para mante-
ner su posición de clase, la pequeña-burguesía no puede sino mostrar su carácter refracta-
rio frente al desarrollo capitalista de base. Por ello se opone a todas sus manifestaciones
ideológicas, como son el deseo o la libertad individual. Y es esta reacción supraestructural,
que impide la noción de libertad, lo que permite que exista la tragedia como posibilidad li-
teraria. Porque la tragedia lorquiana no responde sino a la problemática de un yo que no
puede constituirse, reafirmarse, en tanto que sujeto libre, debido a la autoridad –moral, po-
lítica, ideológica– que se lo impide. Es decir, como señala Juan Carlos Rodríguez, «no hable-
mos ya de lo trágico como latencia de muerte, sino […] de lo trágico como imposibilidad
histórica de nombrarse, sentirse «individualizado» (Rodríguez, 2002: 499). O lo que es lo
mismo: «El problema de la individualización está en el origen de la tragedia moderna»
(Rodríguez, 2002: 500). Esta problemática –la problemática del yo– recorre la obra dramá-
tica populista2 de Federico García Lorca y, en concreto, Bodas de sangre.
De entrada, Bodas de sangre nos presenta, desde el mismo dramatis personae, a una
serie de personajes que carecen de nombre propio. Los personajes, como afirma Fernández
Cifuentes, son definidos «por las relaciones familiares y su ruptura: no constituyen indi-
vidualidades sino nudos de una red familiar» (Fernández Cifuentes, 1986: 147). Desde el
mismo programa en el que se encuentra la relación de los personajes que habrán de aparecer

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Nos referimos a populista en el mejor sentido de la palabra, refiriéndonos a las obras de evidente perfil didáctico
y que muestran un interés claro de acercar la cultura al pueblo y cuya producción coincide con la proclamación de
la II República y el teatro de La Barraca.

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en la obra, Lorca se está inscribiendo en la tragedia moderna, en su imposibilidad de construir


individuos con nombre propio. Los personajes no se construyen como sujetos autónomos,
sino como entes sin identidad encadenados a la estructura de la familia. No es casualidad, por
lo tanto, que el único personaje con nombre propio sea Leonardo, quien desencadenará la
ruptura del orden, quien introducirá el conflicto, y quien, consiguientemente, provocará el
fatal desenlace. Leonardo tiene nombre porque es el único personaje que, con el propósito
de realizar sus deseos, se enfrenta al orden establecido; su individualidad se reafirma por me-
dio de sus acciones y de su voluntad. Y sus deseos no serán otros que impedir la boda e in-
tentar restablecer la relación amorosa que, tres años atrás, había mantenido con la Novia.
El orden al que se enfrenta Leonardo –desde una tendencia en absoluto política, sino
meramente sentimental– es el que impide el desarrollo de su individualidad. La configu-
ración del yo es inviable en los espacios rurales donde la maledicencia y la murmuración,
la asfixia de los espacios abiertos, impiden que el sujeto se comporte en tanto que indivi-
duo. Todos están sometidos al juicio público y por ello resulta imprescindible mantener
las apariencias. Sin embargo, la imposibilidad del yo no viene únicamente determinada
desde el humus ideológico supraestructural, sino también desde los mecanismos de pro-
ducción capitalistas que convierten a los sujetos en mercancías. Porque el yo, una vez se
ha configurado plenamente, no puede sino introducirse en las relaciones de mercado y
convertirse en capital vendible. Así funciona el matrimonio burgués. La finalidad de la
boda entre la Novia y el Novio es que «se van a juntar dos buenos capitales» (García Lor-
ca, 2005: 105).3 Y esto se constata con la conversación que mantienen el Padre y la Madre
en el cuadro tercero del primer acto:

PADRE (sonriendo). Tú eres más rica que yo. Las viñas valen un capital. Cada pámpa-
no una moneda de plata. Lo que siento es que las tierras ... ¿entiendes? ... estén separa-
das. A mí me gusta todo junto. Una espina tengo en el corazón, y es la huertecilla ésa
metida entre mis tierras, que no me quieren vender por todo el oro del mundo [...] Lo mío
es de ella y lo tuyo es de él. Por eso. Para verlo todo junto, ¡que junto es una hermosu-
ra! (García Lorca, 2005: 110).

El matrimonio, efectivamente, encuentra su motivo en la unión de tierras. La forma de


la familia, por lo tanto, no se basa «en condiciones naturales, sino económicas» (Engels,
1970: 83). Las condiciones sobre las que se funda el matrimonio burgués representan,
según Engels, «el triunfo de la propiedad privada sobre la propiedad común primitiva, ori-

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Josephs y Caballero anotan en su edición de Cátedra que los dineros y los buenos capitales a los que hacen refe-
rencia tienen que ser relativos. Apuntan los críticos en una nota a pie de texto: «Estos campesinos no son muy ri-
cos; tienen que luchar duramente con su medio ambiente que es la tierra». Ciertamente, según las descripciones de
la obra, bien parece que no se trata de una alta burguesía terrateniente, sino de la clase pequeño-burguesa que ocu-
pa ese espacio intermedio de la circulación del capital y que posee los medios de producción a la vez que los ex-
plota. En la obra hay una referencia clara a esta situación, cuando el padre afirma que es necesario que se tengan
muchos hijos porque la tierra necesita brazos no asalariados (lo cual indica que el poder económico de la familia
no debía de ser desorbitado). Dice así el texto:
PADRE. Yo quiero que tengan muchos [hijos]. Esta tierra necesita brazos que no sean pagados. [...] Y
estos brazos tienen que ser de los dueños, que castiguen y que dominen, que hagan brotar las simientes.
Se necesitan muchos hijos (García Lorca, 2005: 132).
El sistema de explotación neo-feudal remite al tiempo histórico en que todavía no se ha producido la disociación
entre los medios de producción y productor inmediato, lo cual atestigua el atraso que vivía el campo andaluz.

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ginada espontáneamente» (Engels, 1970: 83). Es decir, como habían dicho Marx y En-
gels en el Manifiesto comunista: «la burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sen-
timentalismo que encubría las relaciones familiares y las ha reducido a simples relaciones
de dinero» (Marx-Engels, 1998: 19)4.
El único inconveniente es que no todo va a salir según lo previsto: el hecho de que las
tierras no se junten, de forma física, por medio del matrimonio, no puede ser sino un signo
de alerta que advierte sobre la imposibilidad de la unión. Todo el oro del mundo no es su-
ficiente para realizar el propósito, porque un individuo –que el lector/espectador desco-
noce– no quiere (no es su voluntad) vender las tierras, como tampoco podrán juntarse el
Novio y la Novia, porque por medio aparecerá en escena otro individuo igualmente dis-
puesto a luchar por lo que quiere. La voluntad desestabiliza el orden social hegemónico.
El mundo cerrado y perfecto que representa la zona rural andaluza, bajo el dominio
supraestructural de la pequeña burguesía, empieza a agrietarse a medida que se desarrolla
el capitalismo industrial y las categorías segregadas de su matriz ideológica empiezan
a hacer mella en el mundo rural. Es resultado de las relaciones sociales del capitalismo,
insistimos, la noción de individualidad, pero también lo es la alienación y la fragmenta-
ción del nuevo sujeto «libre». En el segundo diálogo de la obra, entre la Madre y la Ve-
cina, vuelve a aparecer otro individuo con nombre propio, Rafael, sobre cuya situación
entablan conversación los personajes de la escena. Rafael, inserto en las relaciones de
producción capitalistas, es un obrero de la industria que ha intercambiado libremente su
fuerza de trabajo por un salario. Dos días antes de la conversación, regresó a casa con los
dos brazos amputados a causa de un accidente laboral. Así lo cuenta la Vecina: «Hace dos
días trajeron al hijo de mi vecina con los dos brazos cortados por la máquina» (García
Lorca, 2005: 98). La fragmentación del individuo moderno –a consecuencia de la aliena-
ción– no se encuentra realizada únicamente en los procesos productivos capitalistas, sino
también materializadas en el propio cuerpo.
Del mismo modo, el mundo rural está sufriendo la degradación de los valores del
honor y la valentía, con la introducción de instrumentos como la pistola y la navaja. No
hay posibilidad de respetar los códigos cuando una «cosa pequeña como una pistola o
una navaja pueda acabar con un hombre que es un toro» (García Lorca, 2005: 98), afirma
la Madre. No es lugar para valientes donde existan navajas y pistolas, apéndices de cobar-
des. Y añadirá la Madre más adelante, ratificando su obsesión por las navajas tras haber
perdido a marido e hijo en sendas reyertas, haciendo referencia a su hijo muerto: «¡Veinti-
dós años! Esa edad tendría mi hijo mayor si viviera. Que viviría caliente y macho como
era, si los hombres no hubieran inventado las navajas» (García Lorca, 2005: 111). El tiem-
po subjuntivo de las palabras de la Madre hacen referencia, directamente, a lo que tendría
que haber sido, que dista sustancialmente de lo que finalmente es. Porque el tener que ser,
del orden natural de la ideología pequeño-burguesa, queda alterado por el querer ser de la
epistemología capitalista. La alteración del orden remite al caos en la mentalidad pequeño-
burguesa, es un signo evidente de la presencia del peligro constante y la desprotección, que
representan los espacios abiertos:

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También el personaje de la Madre confiesa que el día de su boda fue «como una herencia» (García Lorca, 2005:
138). Del mismo modo, Leonardo no puede casarse con la Novia, en la prehistoria de la obra, por motivos puramen-
te económicos. Así se lo reprochará Leonardo a la Novia en el cuadro primero del acto segundo: «¿Qué he sido yo para
ti? Abre y refresca tu recuerdo. Pero dos bueyes y una mala choza son casi nada. Ésa es la espina» (García Lorca, 2005:
119). Ciertamente, el valor de Leonardo se calcula por sus escasas posesiones.

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MADRE. No… Si hablo es porque… ¿Cómo no voy a hablar viéndote salir por esa pu-
erta? Es que no me gusta que lleves navaja. Es que… que no quisiera que salieras al
campo.
NOVIO (riendo). ¡Vamos!
MADRE. Que me gustaría que fueras una mujer. No te irías al arroyo ahora y bordarí-
amos las dos cenefas y perritos de lana (García Lorca, 2005: 95).

La mujer, recluida en casa, encuentra la protección necesaria. Pero no porque den-


tro de ella encuentre la libertad, en tanto que noción burguesa vinculada a los espacios
propios, sino porque dentro de ella conserva la honra y la integridad moral. La mujer
nunca puede configurar su identidad porque el código establecido las postraba en casa,
reproduciendo con idéntica mecánica las labores domésticas y sirviendo al cuidado de
los hijos, sin trascender su condición de animal. La mujer aparece oprimida en el propio
yugo familiar. Como indicaba Friedrich Engels en El origen de la familia, de la propiedad
privada y del Estado:

El primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo


del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de
clases, con la del sexo femenino por el masculino.

A esto cabe añadir que

[…] si la mujer cumple con sus deberes en el servicio privado de la familia, queda ex-
cluida del trabajo social y no puede ganar nada; y si quiere tomar parte en la gran indus-
tria social y ganar por su cuenta, le es imposible cumplir con los deberes de la familia.
[…]. La familia individual moderna se funda en la esclavitud doméstica franca o más o
menos disimulada de la mujer, y la sociedad moderna es una masa cuyas moléculas son
las familias individuales.

Sobre este aspecto, Fernández Cifuentes señalará, a partir de Bodas de sangre, una
disyuntiva constante en la obra de García Lorca: la oposición entre lo masculino y lo fe-
menino:

Por una parte, los parlamentos de Bodas de sangre incluyen ciertas peticiones de prin-
cipio sobre la diferencia de géneros, una especie de categorías absolutas que sacrifican
toda duda o ambición de la conciencia individual: «los hombres, hombres; el trigo, tri-
go»; «Una mujer con un hombre, y ya está»; el matrimonio significa para la mujer «un
hombre, unos hijos y una pared de dos varas de ancho para todo lo demás»; «¡Los va-
rones son del viento! Tienen por fuerza que manejar armas. Las niñas no salen jamás a
la calle» (Fernández Cifuentes, 1986: 148).

La función social entre hombre y mujer es evidente: el hombre está destinado al tra-
bajo y a la guerra (trigo y armas), mientras que la mujer debe servir para el matrimonio
y para cuidar de la casa. La mujer, cuya función queda relegada a la casa, donde le es aje-
na todo transformación social, no puede sino convertirse en un sujeto conductor de la
ideología dominante, que representa la Madre de Bodas de sangre o de forma más signi-
ficativa Bernarda Alba. De este modo, el teatro de Lorca nos presenta, en palabras de Jo-
sé Alberich,

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[…] a la mujer como ser social, sus prejuicios conservadores, su orgullo de clase, su in-
transigencia moral, su sentido de la familia, etc. A este nivel se encuentra el mensaje
social, transformador, de su teatro, tan importante y tan poco comprendido en España
(Alberich, 1960: 592).

Lorca nos muestra el código en que la mujer queda desterrada de la vida social, pero
como añade Luis Fernández Cifuentes seguidamente: «la misma enunciación del código
es una advertencia, un indicio de su inmediata trasgresión: la Novia se reparte entre dos
hombres, abandona la casa y genera así la anunciada tragedia» (Fernández Cifuentes,
1986: 148). Porque, efectivamente, otra imagen de la mujer traerá Lorca en su teatro, la
que se sitúa «en el subsuelo de la feminidad, en la caverna de su erotismo, al nivel, en parte
cons-ciente, en parte subconsciente, desde donde se rigen sus amores y sus odios» (Alberich,
1960: 583). Cuando la Novia tome conciencia de su individualidad y salga a los espacios
abiertos –contrariando la opinión de la Madre de que las mujeres no salen al campo–, enton-
ces se desencadenará la tragedia, por medio de la fuga. El inconsciente ideológico de la
libertad de la Novia coincidirá con su inconsciente libidinal, al reconocer que su huida es
fruto de sus pulsiones sexuales, su libertad como síntoma del deseo incontrolable. Así se
lo hace saber la Novia a Leonardo:

NOVIA.
¡Ay qué sinrazón! No quiero
Contigo cama ni cena
y no hay minuto del día
que estar contigo no quiera (García Lorca, 2005: 152).

Efectivamente con él no puede perpetuar los códigos dominantes: la cama –el tálamo
como símbolo de unión matrimonial y económica– y la cena –como símbolo de la opresión
que el hombre ejerce sobre la mujer como materialización de su sirvienta doméstica.
Pero elige la huida porque no puede soportar la ausencia de Leonardo. Su voluntad, su li-
bertad, su deseo, se enfrenta al orden dominante y por ello ha hecho lo que reconoce con
sus propias palabras:

He dejado a un hombre duro


y a toda su descendencia
en la mitad de la boda
y con la corona puesta (García Lorca, 2005: 152).

Sin embargo, resulta imprescindible anotar que la Novia, tras fugarse con Leonardo,
ratificando su individualidad y reivindicando «el instante pleno frente al futuro artificial
que se le promete» (Rodríguez, 1994: 77), vuelve a la lógica de la sumisión indicando,
primero, que Leonardo se la ha llevado a la fuerza, por medio del siguiente diálogo dra-
mático:

LEONARDO.
Ya dimos el paso, ¡calla!
porque nos persiguen cerca
y te he de llevar conmigo.

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NOVIA.
¡Pero ha de ser a la fuerza!
LEONARDO.
¿A la fuerza? ¿Quién bajó
primero las escaleras?
NOVIA.
Yo las bajé.
LEONARDO.
¿Quién le puso
al caballo bridas nuevas?
NOVIA.
Yo misma. Verdad.
LEONARDO.
¿Y qué manos
me calzaron las espuelas?
NOVIA
Estas manos, que son tuyas […] (García Lorca, 2005: 150–151).

Su individualidad ha llevado a la Novia a fugarse con Leonardo, sin embargo, una


vez la fuga se ha realizado, reniega de su nueva identidad e intenta convencerse de que
ha sido raptada. Sólo cuando las palabras de Leonardo evidencien que ha huido por su
propia voluntad, entonces se entrega a él. Pero –es importante insistir en esto– se entre-
ga aceptando su sumisión. Aunque el comportamiento de la Novia pueda caracterizarse
de subversivo –en efecto se enfrenta al orden dominante–, en estricto no podemos hablar
de emancipación de la mujer puesto que, a la vez que se libera de la figura de su madre,
se somete a la del amante. Lo corroboran las palabras que emite momentos antes de acos-
tarse con Leonardo, donde no sólo se somete al hombre sino que a él se humilla:

NOVIA.
Y yo dormiré a tus pies
para guardar lo que sueñas.
Desnuda, mirando al campo,
(Dramática)
como si fuera una perra,
¡porque lo soy! […] (García Lorca, 2005: 153).

Claro que el hecho de rebajarse e identificarse con una perra no es sino causa de la
pérdida de la honra que ha supuesto la fuga en un acontecimiento tan popular y que atrae
las miradas de todo el pueblo como es una boda. Por eso le pide, aunque con sarcasmo,
lo que sigue:

Llévame de feria en feria,


Dolor de mujer honrada,
A que las gentes me vean
Con las sábanas de boda
Al aire, como banderas (García Lorca, 2005: 153).

La individualidad entra en conflicto con los valores supraestructurales como es la


honra. El espacio público aparece constantemente corrompido por las murmuraciones y

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el qué dirán. La palabra anuncia el desorden. En las conversaciones en las que participa
la Madre hay una referencia constante a la falta de transparencia de la Novia, cuyo pasa-
do amoroso parece manchar su honra. La Madre lo sospecha y se lo pregunta al Novio
que responde con más indiferencia que certidumbre (García Lorca, 2005: 96).5 Pero el rumor
popular deja entrever que efectivamente mantuvo un romance con Leonardo:

MADRE. [...] A mí me habían dicho que la muchacha tuvo un novio hace tiempo.
VECINA. Tendría ella quince años. Él se casó ya hace dos, con una prima de ella, por
cierto. Nadie se acuerda del noviazgo.
MADRE. ¿Cómo te acuerdas tú?
VECINA. ¡Me haces unas preguntas!
MADRE. A cada una le gusta enterarse de lo que le duele. ¿Quién fue el novio?
VECINA. Leonardo.
MADRE. ¿Qué Leonardo?
VECINA. Leonardo el de los Félix.
MADRE (levantándose). ¡De los Félix!
VECINA. Mujer, ¿qué culpa tiene Leonardo de nada? Él tenía ocho años cuando las
cuestiones.

Por medio de la palabra la Madre llega a conocer que la Novia no sólo había tenido
un novio en el pasado, sino que éste era Leonardo, cuya familia, la de los Félix, merece
su odio por considerarla el origen de su sino.
Fernández Cifuentes señala que «hablar, decir, son instrumentos de fatalidad, cómpli-
ces de la transgresión y de la muerte: la Madre quisiera que la Novia y su madre “fueran
como dos cardos, que ninguna persona los nombre”» (Fernández Cifuentes, 1986: 153).
Un parlamento parecido emite la Madre ante el Novio al afirmar:

MADRE. No lo sé yo misma. Así, de pronto, siempre me sorprende. Yo sé que la mu-


chacha es buena. ¿Verdad que sí? Modosa. Trabajadora. Amansa su pan y cose sus fal-
das, y siento, sin embargo, cuando la nombro, como si me dieran una pedrada en la fren-
te (García Lorca, 2005: 95–96).

Nombrar, dar nombre, significa a su vez otorgarle identidad (libertad, por lo tanto)
a un sujeto. Es preciso no nombrar si no se quiere desestabilizar el orden social con el
golpe de una pedrada. Fernández Cifuentes, en referencia a La casa de Bernarda Alba,
dice algo que es muy pertinente señalar aquí:

…las palabras, en lugar de transmitir los hechos, se vuelven contra ellos, los traicionan,
los alejan; se reducen los significantes y se multiplican los significados, de manera que
palabras y gestos llegan cargados de connotaciones inciertas; las historias ajenas conta-
das en el escenario son fundamentalmente borrosos espejos de las que ocurren en aque-
llos interiores de la casa de Bernarda donde el espectador no tiene acceso; el diálogo es
siempre truncado e incompleto (Fernández Cifuentes, 1986: 195–196).

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El diálogo es escueto:
MADRE. [...] ¿Ella tuvo novio, no?
NOVIO. No sé. Creo que no.

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En oposición a la palabra, surge el silencio que «comporta, en cambio, garantías de


continuidad e incluso de felicidad» (Fernández Cifuentes, 1986: 154). El autor de estas pa-
labras cita a continuación, para ejemplificar el caso, lo dicho por la Vecina: «No te opon-
gas a la felicidad de tu hijo. No le digas nada. Tú estás vieja. Yo también. A ti y a mí nos
toca callar» (García Lorca, 2005: 100). Hay que censurar la palabra y aceptar el desarrollo de
lo acontecido en silencio. Las palabras, tergiversadas por medio de rumores y murmuraciones,
perturban la templanza social, cuestionando la decencia, honra y bondad de sus personajes.
Es un aspecto común en el teatro de Lorca: la presencia del espacio público, donde
domina la palabra en forma de maledicencia, como instrumento que impide el desarrollo
de la individualidad. Los personajes lorquianos, en efecto, son definidos por las palabras
–juicios y prejucios– que los demás personajes emiten sobre ellos. Los personajes nunca
pueden definirse, darse nombre, por sí mismos, sino que será lo externo quien les dará el
nombre. En el teatro de Lorca –y en concreto en Bodas de sangre– lo público funcionará
siempre como una negación de la libertad. También en La casa de Bernarda Alba este me-
canismo se pone en funcionamiento, aunque a primera vista parezca que el único aparato
coercitivo es el ejercido por Bernarda dentro de la propia casa. Dennis A. Klein analiza La
casa de Bernarda Alba según unos parámetros de asociación entre dentro/fuera y repre-
sión/libertad:

Si el interior representa la represión, la sociedad de fuera representa la libertad. Son los


muros que separan la decencia de la inmoralidad: a las mujeres de los hombres, el en-
carcelamiento de la libertad, la frustración de la sexualidad. La separación entre dentro
y fuera es tan compleja como el poder de Bernarda lo permite (Klein, 1986: 287–288).

No obstante, si bien es cierto que el interior representa la represión encarnizada de


Bernarda, lo exterior es el lugar desde donde emerge la ideología del orden y de la mo-
ralidad. La autoridad de Bernarda no es sino una reproducción en el interior de su casa
de lo que está establecido en la sociedad de fuera. Las hijas de Bernarda no carecen de
libertad a causa de un desarreglo en la psique de su madre, sino que es una cuestión ideo-
lógica, una reacción ante la individualización que no puede sino conducir al desorden, al
caos. Luis García Montero, en un artículo muy acertado sobre La casa de Bernarda Alba,
da con la clave:

Objetivamente, la sucesión de hechos en La casa de Bernarda Alba denuncia la no exis-


tencia de un lugar oculto para el poder en cualquier sociedad estructurada por la sepa-
ración entre lo privado y lo público, porque esa distancia imaginaria tiene como única
consecuencia posible la identificación absoluta con el orden (García Montero, 1986: 367).

He aquí la problemática del yo, de la individualización, que en su enfrentamiento


con la ideología dominante produce la tragedia. La sociedad rural andaluza, decíamos arri-
ba, facilitó a Lorca la composición formal de la tragedia, sin embargo el espacio andaluz
era insuficiente y por ello resultaba necesaria la aparición de la ideología de la individua-
lidad. Las palabras de García-Posada sin duda aportarán claridad a este asunto:

La realidad rural es la de una tierra implacablemente castigada por el sol, cuya correlación
es la Andalucía penibética, los campos de Najar; una tierra maldita. El valor dominante de
la pequeña burguesía campesina son las tierras, el dinero. El afán por el dominio engen-
dra fuertes rivalidades. Las hay entre la Madre y la familia de los Félix, y se prolonga a

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través del tiempo, en la mujer tradición trágica. Culto a de la tierra, y del odio y la muer-
te. Queda un tercer culto: el del sexo, un sexo fálico. Pero no del sexo como gratuidad,
sino como generación, fertilidad (García-Posada, 1980: 599).

El deseo, el sexo, las pulsiones libidinales –todo ello segregación de la individuali-


dad– en su fricción con la ideología dominante desencadenará la tragedia moderna: «El
entramado social de los valores salta hecho pedazos por la fuerza tumultuosa del deseo,
que aquél había tratado en vano de contener y reprimir» (García-Posada, 1980: 599). El
deseo trastoca el orden social que da origen a la tragedia, pero lo más relevante, en cuanto
a la forma, en esta obra de Lorca es que el deseo no sólo rompe el orden social sino tam-
bién el orden «racional» o narrativo. Hasta el momento de la fuga, Bodas de sangre se
cons-truye desde unos parámetros que podemos denominar, sin riesgo alguno, de realis-
tas. De hecho, es de sobra sabido, que Lorca parte de un hecho real, aparecido en la prensa
de la época, para componer esta tragedia. Así lo explica Mario Hernández en la introduc-
ción a su edición de la obra:

El 25 de junio de 1928 la prensa española recogía un suceso acaecido en Najar, un pueblo


de la provincia de Almería en el extremo e inhóspito sureste de España. Marcelle Auclair
ha relatado, siguiendo los recuerdos de Santiago Ontañón, la sorpresa de García Lorca al
leer la historia en el diario ABC. Su comentario inmediato fue que allí había «un drama di-
fícil de inventar». Sobre esta base surgiría Bodas de sangre (Hernández, 2007: 24).

El realismo (o la autenticidad) inicial se trunca a la vez que se rompe el orden social.


El plano social, campesino y rural, queda interrumpido ahora por una naturaleza fuerte-
mente poética, entrando en escena la Mendiga y la Luna, como una doble alegoría de la
Muerte. Como señala García-Posada, «con la quiebra del mundo social se produce también
la del realismo que hasta ese momento preside la tragedia, para dar paso –dice el autor–
a la fantasía poética» (García-Posada, 1980: 599).
De este modo se construye la tragedia moderna, en contenido y forma, con la quiebra
del orden por medio del yo. Sin embargo la reivindicación de la individualidad, del espacio
propio, de la libertad de elección y de deseo, supone siempre la muerte. La tragedia moder-
na, inscrita en la problemática del yo, de Federico García Lorca –y en concreto en Bodas
de sangre– supone una imposibilidad (inexistencia o negación) del ejercicio de la libertad.
Pero el acierto de Lorca es que no sitúa esta carencia histórica en el marco de la tragedia
clásica, donde el héroe tiene que morir de forma inexorable, porque es éste su sino; por el
contrario, Bodas de sangre postula la negación de la libertad desde la imposibilidad de
nombrarse. Es decir, no como un mal endémico, irreparable e inmanente al hombre, sino
como una consecuencia histórica en un tiempo y espacio concretos. Podríamos concluir,
trayendo de nuevo las palabras de Luis García Montero citadas arriba, que Bodas de san-
gre es una denuncia por la inexistencia de un espacio propio donde poder realizarse una
identidad propia, un nombre, una individualidad: el yo. Pero difícilmente podemos aceptar,
dentro de la lógica del teatro de García Lorca, la noción de denuncia para definir sus obras,
ya que como señalaba Lázaro Carreter: «en Federico hay una ancha veta liberal, pero su ar-
te no está comprometido, no es el arte de una facción; mucho menos el acta de acusación
y procesamiento levantada en nombre de unos contra los demás» (Lázaro Carreter, 1984:
584). En efecto, García Lorca, por medio del desenlace trágico, evita traer al texto una solu-
ción histórica, una síntesis definitiva. Pero como afirmaba Engels no es ésta la obligación del
poeta, sino únicamente presentar el conflicto. Éstas son sus palabras:

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Pero yo creo que la tendencia debe resaltar de la acción y de la situación, sin que sea ex-
plícitamente formulada, y el poeta no está obligado a dar al lector la solución histórica
futura de los conflictos que describe [...] En mi opinión, una novela de tendencia socia-
lista llena perfectamente su tarea cuando, por una pintura fiel de las relaciones reales,
destruye las ilusiones convencionales, rompe el optimismo del mundo burgués, constriñe
a dudar de la perennidad del orden existente, aunque el autor no indique directamente la so-
lución, aunque, dado el caso, no tome ostensiblemente partido (Marx-Engels, 1964: 178).

Sin embargo, la falta de síntesis, el hecho de que la libertad conduzca irremediable-


mente a la muerte, puede ser interpretado como un sistema de alerta que contribuya de
igual modo al mantenimiento del orden y a la transmisión de ideología. En esta línea, en
la detección de rasgos reaccionarios en la obra de Federico García Lorca, está investigan-
do actualmente el profesor de la Universidad de Granada José Antonio Fortes, mostrando los
ideologemas que posteriormente contribuirían a la construcción ideológica del fascismo. Es
el caso del vacío ideológico de la literatura previa a la Guerra Civil española:

Ese vacío (ideológico): no hay agitaciones campesinas en Andalucía ni en España, don-


de no hay tampoco agitaciones proletarias, sino la pax burguesa. Ese vacío (ideológico),
sobre la realidad histórico material: ni proletarios ni campesinos revolucionarios, sino
buenos hombres, sino el buen salvaje, el pueblo honrado, el pueblo trabajador, cantado
a base de símbolos y de metáforas, de imágenes y mil formas de lenguaje sublime ela-
borado por las vanguardias. En discursos que cruzan el intelectualismo del espíritu con
el populismo (Fortes, 2005).

Y, en concreto, en la literatura de García Lorca:

el espíritu del pueblo español que anida allí donde se abre la desconcienciación de clase,
el aideologismo, aclasismo y servilismo de clase, permite la exultación de los valores y
principios fundamentales que la ideología fascista, que el fascismo y solo, solo el fascismo
organiza, propugna, defiende y eleva a categoría del espíritu del pueblo español. García
Lorca exalta: la ideología de la madre, la ideología de la sangre, la ideología de la tierra, la
ideología del alma del pueblo, la ideología de la raza, la ideología de la familia, la ideo-
logía patriarcal autoritaria, la ideología de la jerarquía social natural, la ideología de la
sexualidad reproductora, la ideología del matrimonio, la ideología tradicionalista, la
ideología liberticida, la ideología de la inhibición sublimadora, la ideología del irraciona-
lismo, la ideología de la violencia, la ideología de la fuerza, y cuantas demás estrategias
e ideologías subsidiarias a cuya sombra y fantasmagoría se pudieran desarrollar, como
por ejemplo a la sombra y fantasmagoría de la ideología de la Norma y el Estilo, de la
ideología de la dialéctica de los puños y las pistolas, de la ideología de la Cruzada de
Salvación, etc. (Fortes, 2005).

En efecto, el carácter reaccionario parece estar latente en la producción literaria de


entreguerras.6 Sin embargo, una cosa es considerar que esta literatura es el resultado de
las contradicciones históricas en que se inscriben y otra, bien distinta, que contribuyan,
de forma explícita, a la constitución de la posterior ideología del fascismo nacional. Pero
éste es ya otro tema.

6
De hecho, he tratado en otro artículo (Becerra Mayor, 2007: 211-226) el fenómeno de la vanguardia como una
producción de la pequeña-burguesía que se enfrenta a la infraestructura del capitalismo que se está empezando a

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consolidar en el periodo de entreguerras, como un producto que es el resultado de las mismas luchas ideológicas que
el fascismo. Vid., igualmente, Jameson (2008). El ensayo de Jameson pone en relación el rechazo de la realidad histó-
rica y su sustitución con la expresión desmesurada con el rechazo del fascismo de la realidad histórica y por sus solu-
ciones políticas puramente formalistas. Vid., también, Jean CLAIR, La responsabilidad del artista, Madrid, Visor, 2000;
se trata de un ensayo que, con peor suerte y desde unos postulados distintos a los dos anterio-res, pone en relación los
totalitarismos políticos –incluido el soviético– con la persecución de una forma estética total de las vanguardias.

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KRVAVA SVATBA: MODERNA TRAGEDIJA IN PROBLEMATIKA JAZA

^lanek sku{a umestiti delo Federica Garcíe Lorce, {e posebej njegovo tragedijo Krva-
va svatba, ki se dogaja na pode`elju, v specifi~en zgodovinski okvir. Medvojno literarno
ustvarjanje je opredeljeno z razrednim nasprotjem med malo bur`oazijo, ki obvladuje
ideolo{ko nadgradnjo oziroma superstrukturo, in industrijsko, urbano bur`uazijo, ki sku-
{a zagotoviti konsolidacijo kapitalizma z gospodarskim razvojem baze. Reakcija nad-
gradnje, ki prepre~i pojav novih vrednot, kot sta `elja in individualnost, ki vznikneta iz
bur`oazne ideologije, povzro~i rojstvo moderne tragedije ali problematike jaza. Trage-
dija ni ve~ latenca smrti, pa~ pa nezmo`nost poimenovanja ali individualiziranja.

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