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a un niño se necesita una aldea entera”. Por lo tanto, debemos construir esta aldea como condición
para educar. El terreno debe estar saneado de la discriminación con la introducción de la
fraternidad, como sostuve en el Documento que firmé con el Gran Imán de Al-Azhar, en Abu Dabi,
el pasado 4 de febrero.
En una aldea así es más fácil encontrar la convergencia global para una educación que
sea portadora de una alianza entre todos los componentes de la persona: entre el estudio y la vida;
entre las generaciones; entre los docentes, los estudiantes, las familias y la sociedad civil con sus
expresiones intelectuales, científicas, artísticas, deportivas, políticas, económicas y solidarias. Una
alianza entre los habitantes de la Tierra y la “casa común”, a la que debemos cuidado y respeto. Una
alianza que suscite paz, justicia y acogida entre todos los pueblos de la familia humana, como
también de diálogo entre las religiones.
Para alcanzar estos objetivos globales, el camino común de la “aldea de la educación”
debe llevar a dar pasos importantes. En primer lugar, tener la valentía de colocar a la persona en el
centro. Para esto se requiere firmar un pacto que anime los procesos educativos formales e
informales, que no pueden ignorar que todo en el mundo está íntimamente conectado y que se
necesita encontrar —a partir de una sana antropología— otros modos de entender la economía, la
política, el crecimiento y el progreso. En un itinerario de ecología integral, se debe poner en el
centro el valor propio de cada criatura, en relación con las personas y con la realidad que las
circunda, y se propone un estilo de vida que rechace la cultura del descarte.
Otro paso es la valentía de invertir las mejores energías con creatividad y
responsabilidad. La acción propositiva y confiada abre la educación hacia una planificación a largo
plazo, que no se detenga en lo estático de las condiciones. De este modo tendremos personas
abiertas, responsables, disponibles para encontrar el tiempo para la escucha, el diálogo y la
reflexión, y capaces de construir un tejido de relaciones con las familias, entre las generaciones y
con las diversas expresiones de la sociedad civil, de modo que se componga un nuevo humanismo.
Otro paso es la valentía de formar personas disponibles que se pongan al servicio de la
comunidad. El servicio es un pilar de la cultura del encuentro: «Significa inclinarse hacia quien
tiene necesidad y tenderle la mano, sin cálculos, sin temor, con ternura y comprensión, como Jesús
se inclinó a lavar los pies a los apóstoles. Servir significa trabajar al lado de los más necesitados,
establecer con ellos ante todo relaciones humanas, de cercanía, vínculos de solidaridad» 1. En el
servicio experimentamos que hay más alegría en dar que en recibir (cf. Hch 20,35). En esta
perspectiva, todas las instituciones deben interpelarse sobre la finalidad y los métodos con que
desarrollan la propia misión formativa.
Por esto, deseo encontrar en Roma a todos vosotros que, de diversos modos, trabajáis en
el campo de la educación en los diferentes niveles disciplinares y de la investigación. Os invito a
promover juntos y a impulsar, a través de un pacto educativo común, aquellas dinámicas que dan
sentido a la historia y la transforman de modo positivo. Junto a vosotros, apelo a las personalidades
públicas que a nivel mundial ocupan cargos de responsabilidad y se preocupan por el futuro de las
nuevas generaciones. Confío en que aceptarán mi invitación. Apelo también a vosotros, jóvenes,
para que participéis en el encuentro y para que sintáis la responsabilidad de construir un mundo
mejor. La cita es para el día 14 de mayo de 2020, en Roma, en el Aula Pablo VI del Vaticano. Una
serie de seminarios temáticos, en diferentes instituciones, acompañarán la preparación del evento.
Busquemos juntos las soluciones, iniciemos procesos de transformación sin miedo y
miremos hacia el futuro con esperanza. Invito a cada uno a ser protagonista de esta alianza,
asumiendo un compromiso personal y comunitario para cultivar juntos el sueño de un humanismo
solidario, que responda a las esperanzas del hombre y al diseño de Dios.
Os espero y desde ahora os saludo y bendigo.
Vaticano, 12 de septiembre de 2019
FRANCISCO