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Señor Doctor
ROBERTO GARCIA PEÑA
Director de “El Tiempo”
La Ciudad.
Señor Director
Ahora se escucha el furioso alarido del coro de la más oscura reacción liberal–
conservadora que no vacilan en recurrir al perverso expediente de señalar falsariamente a
los partidos políticos de avanzada como organizaciones de delincuentes comunes y para
los cuales reclama de las autoridades un ejemplar castigo. Antes de iniciar en forma la
cacería de brujas, se prefabrica una opinión pública favorable a todos los excesos, labor en
la que “El Tiempo” ha sido experto durante los 65 años que lleva al servicio de la mentira y
la calumnia. Tan viejo como nuestra nacionalidad es este procedimiento. Los colonialistas
españoles acusaban de facinerosos a José Antonio Galán y sus comuneros, versión que
todavía alientan los historiadores a suelo de la crema oligárquica. Por atracador de
caminos los reyes católicos de España le pusieron precio a la cabeza de Simón Bolívar.
Miles de falacias se han tejido por parte de las minorías privilegiadas contra Rafael Uribe
Uribe, Jorge Eliéce Gaitán y el sacerdote Camilo Torres Restrepo, mártires de la libertad y
de la democracia. Hoy se les quiere endilgar a los revolucionarios colombianos en el mote
de secuestradores para justificar la barbarie oficial.
¿Pero qué es lo que en verdad llena de pánico a la coalición gobernante, desde el
presidente de la República hasta los gacetilleros de las grandes rotativas? Esta es la
situación a donde ha legado la sociedad colombiana y que comienza a salirse del control
de los poderes establecidos. Una crisis económica irreversible expresada en el
estancamiento de la producción nacional, el desempleo, la inflación, el encarecimiento
acelerado del costo de la vida. Una descomposición social que ha entronizado como ley
suprema la violación del Código Penal burgués y en la que los principales desfalcadores
de los dineros públicos son a la vez los encargados de fiscalizarlos y de velar por la
seguridad del Estado. Un desbarajuste crónico de los partidos tradicionales que han
agotado su capacidad de engaño al pueblo. Y sobre todo el ascenso de las luchas de las
masas explotadas y oprimidas, resueltas a no postergar por más tiempo sus reclamos
centenarios. A lo que en definitiva temen las clases dominantes es a si propia obra.
Durante más de siglo y medio ha gobernado a esta nación y el resultado desastroso está a
la vista.
Los partidos políticos que como el MOIR plantean un cambio revolucionario, sobre la base
de la unidad de todas las fuerzas y personas que nada tengan que ver con los turbios
negocios del Estado ni con la entrega del país al imperialismo norteamericano y que estén
dispuestas a sacrificar por una Colombia verdaderamente soberana, democrática y
próspera, no pueden menos de recibir el respaldo amplio, entusiasta y decidido de
quienes nunca contaron con voz ni voto en la conducción de los destinos nacionales. En
esta política fundamenta nuestro partido el éxito de su acción presente y futura.
Dependemos, por tanto, de nuestros propios esfuerzos y de los esfuerzos de las masas.
Cuestión incomprensible para la minoría dominante que deriva su poder y su riqueza del
soporte y del contubernio con los neocolonialistas norteamericanos. Si el pueblo
colombiano no apoya con sus inagotables recursos a la revolución, no habrá quien la
sostenga ni financie, dentro o fuera de nuestras fronteras. Como tampoco habrá quien la
contenga si se decide a hacerlo. A la liberación nacional y a las transformaciones
democráticas por las que luchamos está supeditada la suerte de Colombia. Esto no es una
invención de los comunistas. Hace cerca de medio siglo que Gaitán denunciaba que “en
este país el gobierno tiene para los colombianos la metralla homicida y una temblorosa
rodilla en tierra ante el oro americano”. He ahí esbozado un camino de salvación para
Colombia: suprimir este tipo de gobiernos despóticos y antinacionales y en su lugar erigir
un Estado independiente, popular y democrático. Un Estado que rechace de igualdad las
relaciones con todos los países de la Tierra.
Los ideólogos del bipartidismo tradicional se quejan a menudo de que la “extrema
izquierda”, al participar en las elecciones organizadas por le régimen, no cree en ellas ni en
la bondad de los cuerpos parlamentarios. Al descrédito de unas y otros han contribuido
más que la propaganda de los partidos revolucionarios, la rica e insustituible experiencia
directa de las masas, las cuales han comprobado, generación tras generación, como los
mecanismos de la democracia burguesa en siglo y medio de vigencia nunca dejaron de
ser una farsa ni unos instrumentos de la más cruel y despiadada dictadura contra el
pueblo. En la memoria de los colombianos se mantiene fresca, por ejemplo, la manera
espectacular y vergonzosa como el entonces presidente Lleras Restrepo y hoy de nuevo
candidato presidencial, le ordenó, a la media noche del 19 de abril de 1970, a su ministro
de gobierno que alterara al machamartillo el resultado de las urnas y evitara así el
inobjetable triunfo electoral del general Rojas Pinilla. ¿Qué tratamiento puede esperar
entonces los integrantes de las organizaciones sinceramente partidarias de una política
democrática y nacional? Sobre todo cuando desde las paginas de la gran prensa se les
indica de secuestradores y bandidos, simplemente porque durante el transcurso de la
misma campaña electoral han obtenido un determinado éxito, han adelantado una
propaganda llamativa, sacado un periódico o realizado concentraciones que ningunos de
los figurones del liberalismo ni el conservatismo ha igualado. Y cuando además tales
sindicaciones se hacen desde una posición de fuerza, con estado de sitio y bayoneta
calada.
Como nuestro pueblo, también nosotros queremos la paz y anhelamos que las
transformaciones democráticas indispensables para la prosperidad de Colombia se
efectúen con el menor desgaste de energías y de vidas, pero no le tememos a la guerra. Si
la minoría dominante pretende resolver sus agudas contradicciones políticas recurriendo a
la violencia y ensangrentando el país, el territorio patrio será escenario de otra gesta
comparable a la que culminara con el triunfo de nuestra primera independencia. Sabemos
que la lucha será larga y dura y los sacrificios incontables, pero al final la victoria se pondrá
del lado de las mayorías que marchan en el sentido de la historia y defienden una causa
noble y justa.
Iluso pensar que “El Tiempo” publique esta declaración rectificatoria de las mendaces
acusaciones contra nuestro partido, sin embargo ella quedará como una constancia de
nuestra diáfana actitud política en estas horas difíciles para Colombia.
Atentamente,
MOVIMIENTO OBRERO INDEPENDIENTE Y REVOLUCIONARIO
FRANCISCO MOSQUERA
Secretario General
Bogotá, marzo 23 de 1976.