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EL APORTE DE CAJABAMBA A LA INDEPENDECIA DEL PERÚ RUMBO

AL BICENTENARIO

I.- INTRODUCCIÓN:
Todos los peruanos hemos leído alguna vez cómo se logró la tan añorada independencia
de nuestro Perú, que fue proclamada por don José de San Martín en 1821; próximos a
cumplir ya 200 años de libertad del yugo español.

Hay que recordar que fueron aproximadamente casi 300 años de esclavitud, donde
muchos hermanos peruanos indígenas y criollos sufrieron y murieron bajo la política y
regímenes españoles. Los abusos mayores se debieron a la imposición del exclusivo
monopolio comercial de España y a la marginación de los criollos, hijos de españoles en
el Perú, de los cargos más altos de la administración colonial.

En este conflicto de siglos tuvo precursores nacionales desde el ilustre Túpac Amaro,
María Parado de Bellido, Mateo Pumacahua, Micaela Bastidas, José de la Mar y muchos
precursores y que sin pensarlo dieron su vida por lograr la independencia de su país; pero
también reconocemos a héroes extranjeros como don José de San Martín, Simón Bolívar,
Thomás Cochrane, entre otros que sin pensarlo dos veces brindaron su apoyo
incondicional para lograr tal hazaña.

Cajabamba denominada por Simón Bolívar como Gloriabamba cuando arribó a esta bella
provincia Cajamarquina muchos criollos, mestizos y campesinos y aún algunos españoles
tomaron parte activa en la causal a independencia, brindando una importante contribución
tanto material como económica y moral como veremos en este proyecto elaborado por las
estudiantes de tercero “B” de la Institución Educativa Nuestra Señora del Rosario de la
provincia de Cajabamba con la finalidad que se reconozca a nuestra tierra Cajamarquina
como la Cuna donde se formó el escuadrón del ejercito como Lanceros de la Victoria que
dieron posteriormente el triunfo en las batallas de Junín y Ayacucho, escuadrón conocido
hoy como Húsares de Junín.
II.- PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
Acercándose el Perú al bicentenario de su independencia se ha reconocido a muchos
precursores, próceres y héroes que con mucha entrega y sacrificio lograron esta proeza;
pero no ajena a esta lucha estuvo la siempre fiel ciudad de Cajabamba, así como muchas
ciudades y personajes sociales y políticos que no son mencionados a lo largo de la historia
de la independencia del Perú
Es en esta provincia que, con el apoyo de grandes hacendados, agricultores, ganaderos y
el apoyo de toda la población se logró en tiempo record la conformación del ejercito los
Lanceros de la Victoria jóvenes varones que viendo el sufrimiento de sus hermanos
peruanos de manera voluntaria y asequible conformaron este ejército que después
conllevó a la victoria de las batallas de Junín y Ayacucho.
Queremos brindar un justo reconocimiento a estos jóvenes héroes Lanceros de la Victoria
que no son recordamos y reconocidos por tan grande acción y a la población de
Cajabamba que dio todo lo que tenía para su conformación.
Las estudiantes de tercer grado de secundaria que remos lograr ese reconocimiento bien
merecido por el apoyo incondicional de toda la provincia a los héroes Simón Bolívar,
José de la Mar, Antonio José de Sucre entre otros que son testigos de tan grande accionar
de un pueblo Cajamarquino.

2.1. Formulación Del Problema


¿Cómo influyo la formación de los Lanceros de la Victoria en la independencia del Perú?

III.- OBJETIVOS
3.1 Objetivo General
Demostrar la importancia del ejercito Lanceros de la Victoria para reconocer
el aporte de la provincia de Cajabamba en la independencia del Perú.

3.2 Objetivos Específicos


 Difundir el aporte de la provincia de Cajabamba en la independencia del
Perú a través de una encuesta
 Explicar la organización de toda la población cajabambina en la formación
del ejercito los Lanceros de la Victoria en videos, artículos, etc
 Reforzar la identidad histórica, social, personal y cultural de las familias
cajabambinas mediante el conocimiento del aporte de la provincia de
Cajabamba a la independía del Perú.
IV.- MARCO TEÓRICO
La siguiente historia es una parte del libro: EL PARTO DE GLORIABAMBA, del escritor
Cajabambino, Genaro Ledesma Izquieta.
Este libro es parte de la historia general de los cajabambinos y de los peruanos
Nacen en Gloriabamba los Húsares de Junín

La cordillera de los Andes cuando atraviesa e! territorio peruano en riada telúrica de sur
a norte, a medida que avanza la peregrinación de los Andes, ya bastante al norte del
Perú, se sosiegan sus pomposas furias y permite que la orografía se asiente y extienda
en llamativos valles y praderas que prodigan las ensoñaciones de! hombre convertido
en Dios sembrador, En esas aguas cantarinas, y en los cálidos regocijos de esas flores,
sacian su sed de vida miles de pajarillos con la caridad de la floresta cargados cada cual
con sus respectivas virtudes que habrán de degustar en el desayuno, porque por eso
mismo están alegres y coloridos.
Tal es el terruño edénico presidido por el cerro Chochoconday en el norte peruano,
sede de una apacible y bizbironda población de agricultores, crianderos y artesanos,
derivación de la amazónica cultura de Kuélap, refugio de mitimaes en la época de los
incas. Su nombre es Cajabamba y funciona como réplica del empíreo, descubierta por
el libertador Simón Bolívar en su viaje de Trujillo a Cajamarca, denominándola
"Gloriabamba" por su aporte en hombres, caballos, dinero y patriotismo para liberamos
del yugo colonial
. Colaboran en ese propósito el benigno y majestuoso Chochoconday, líder de las
cordilleras del nororiente y el cerro de Algamarca, titán de las cordilleras del poniente,
cuajado de oro, plata y cobre. Entre ambas montañas se desliza el abrumador río
Condebamba, que es la arteria de desfogue del ardiente y amplísimo enjambre
cordillerano.
En las faldas del coloso Algamarca se asienta la hacienda Araqueda, propiedad de la
familia del mariscal Luis José de Orbegoso y que le brindaría a Bolívar los caballos,
jinetes y caudales para formar el regimiento Lanceros de la Victoria, que se convertiría
en los Húsares del Perú y, luego de su primera gran victoria, en los Húsares de Junín.

Aparecen ahora las colinas redondas de cielo espléndidamente azul. El paisaje es de un


verdor agrícola intenso matizado con matas de capulíes, nogales y altos eucaliptos.
¡Estamos, excelencia -le informa el general La Mar-, en la campiña de Cajabamba, que,
como usted verá, es una romántica coreografía de trigales y maizales descendiendo
suavemente al valle de Condebamba, donde, por su clima tropical, allí se cultiva caña
de azúcar y toda variedad de árboles frutales y se crían caballos por
millares! ¿Caballos?
Abanicado por el paroxismo que proviene de tan pródigo paisaje, Bolívar experimenta
que su desazón por no contar con un buen Ejército y una virtuosa caballería que le
permita derrotar a las huestes realistas cambia de ánimo con la real posibilidad de
tenerlo, ahora sí, como el parto de Gloriabamba. Posan delante de él los jóvenes
campesinos que cabalgarán los corceles que pronto tendrán alas bajo el aguijón de la
libertad, rumbo a Junín.
-¡Viva el excelentísimo libertador Simón Bolívar! -saludan los jóvenes agricultores
respondiendo a la visión beligerante de la libertad, quitándose el aludo sombrero
blanco con el que se defendían del embravecido sol.

Son las pallas que han salido a cantarle a partir de la campiña llamada Machaguay y
que si los varones portan llanques, las damiselas lucen los pies descalzos.
A medida que avanza la cabalgata se extiende ilimitadamente el predio que acaba de
descubrir Bolívar y, con todo lo que ve y percibe, se afirma en su decisión de crear un
regimiento de centauros. Tal cabalgata bélica ten-dría que parir de Cajabamba en la
operación que él mismo denominaría "El parto de Gloriabamba".
Gloriabamba se constituía, pues, en la materia prima de sus futuras victorias, sea en
Junín, Ayacucho o en cualquier otro lugar. No otra podía ser su significación porque
cuando arriba al punto denominado Quingray, conocido como lugar de entrada a la
ciudad, un grupo de jóvenes agrarios decididos a luchar, liderados por el pollanco
Celso Juárez le obsequia un precioso caballo marrón, debidamente jateado con plata
del cerro Algamarca, expresándole que la juventud está dispuesta a seguirlo a los
campos de batalla con sus corceles. Así, jubiloso, ingresa en la población arriba a la
Plaza de Armas y se aloja con todo su séquito en la casa de la muy honorable familia
Calderón, que colindaba con el edificio de la municipalidad

-Su excelencia, tenga la bondad de pasar a tomar una sopita -ruega una de las dueñas,
En la mesa del comedor, rodeado de sus generales, encuentra que no es una "sopita" la
que asoma sino una gran variedad de platos típicos de la región; son platos de
exquisita culinaria original que se aguzan con la súplica de las hermanitas Calderón,
para que les dé provecho, saboreando entre plato y plato, una chichita de jora.
¡Sírvase, su excelencia, por favor!
Hay chicha de jora de la buena, dulce como un hidromiel de las divinidades antiguas y
que esparce en los concurrentes una celestial embriaguez de la que se despiertan solo
para reiniciar otro brindis, esta vez para premiar la idea bolivariana de sacar de
Cajabamba un regimiento de lanceros con caballos cajabambinos con sus bizarros
jinetes cajabambinos portando lanzas de hierro forjado por los herreros de Cajabamba.

Devorada la "sopita", con su asentativo de café caracolillo del Marañón, Bolívar y sus
generales salen a dar un paseo por la Plaza de Armas de en el discurrir por el perímetro
de la plaza, que es pequeña el tema de la conversación es el cómo y de qué modo se
pondría en marcha el regimiento de los Lanceros de la Victoria, encontrándolo viable
porque la materia prima fundamental, los caballos y los jinetes, estaba asegurada, qué
otro tanto ocurría con las puntas de las lanzas, convirtiendo las lampas, arados, aldabas
y rejas de las puertas y ventanas y todo objeto de hierro, en esas puntas bravías que
habrían de forjar los artesanos y que en cuanto a las varas sostenedoras de esas buidas
armas, utilizarían tallos de lloque que también abundaban en Cajabamba y que eran
extraídos de las orillas del Marañón para obras de carpintería. Con los materiales a la
mano, solo era cuestión de ponerle el elemento subjetivo de la organización y de la
disciplina militar para que aparezca como arma decisiva de la guerra independista. Tal
sería el regimiento Lanceros de la Victoria, aporte histórico de Gloriabamba.
Bolívar, el supremo comandante de esa guerra libertaria a muerte, resuelve el problema
al dar la décima vuelta, expidiendo la correspondiente ordenanza:
-El general José de la Mar, el mariscal Miller y los coroneles Ramón Castilla y Agustín
Gamarra se encargarán de organizar y adiestrar al personal del regimiento Lanceros de
la Victoria .. , ¡Se pondrán en contacto con la hacienda Araqueda, cuya propietaria me
ha ofrecido aportar no solamente un millar de caballos y jinetes sino también los
uniformes de los soldados, los aperos de las cabalgaduras y el dinero para su
desplazamiento!

A la mañana siguiente, la banda de música de la hacienda Araqueda ejecuta una alegre


diana en la puerta de la casa de la familia Calderón para despertar con arpegios al
ilustre visitante y a su comitiva libertaria. Bolívar "Cuando el Perú sea definitivamente
libre -pensaba-, los zorzales loarán al Dios de a verdad y también al Dios de la libertad
del Nuevo Mundo, entonces dirán en sus gorjeos no únicamente: ¡Viva Dios!, ¡viva
Dios!, sino también ¡viva la libertad!, ¡viva Gloriabamba libre! , ¡Viva Gloriabamba libre! ..
, ¡Viva la libertad!" .. , Y se lanza a la plaza cuando la banda ejecutaba uno de sus

Cualificando el estado de ánimo del Libertador en aquella mañana frente al paisaje


policromo y ante la sonoridad de sus pajarillos, en un arranque de entusiasmo exclamó:
Este rincón del paraíso no debe llamarse Cajabamba a secas sino Gloriabamba". El
estado de exaltación poética que vivía el genial caraqueño fue interrumpido cuando
una de las hermanitas Calderón le suplica para que pase al comedor a servirse una
"agüita de cedrón"; el Libertador acepta pasar al ágape matinal. Pero al ingresar en el
comedor, no había tal "agüita de cedrón" sino una bien surtida mesa de panes
exquisitos, quesos trasminantes a leche en todas sus dimensiones, porciones de
mantequilla, lonjas de jamón, gran cantidad de huevos sancochados, sin descartar los
huevos fritos a la inglesa o a la cajabambina, llevando el complemento de los
chicharrones y salchichas.

El Libertador había programado continuar viaje a Cajamarca cuanto antes, pero por el
cúmulo de atenciones de que era objeto y por la necesidad de afinar la primera pieza
bélica propia y definitiva del Ejército peruano, el regimiento Lanceros de la Victoria, se
queda tres días, oportunidad en la que fue visitado por la dueña de la hacienda
Araqueda, quien le llevaba, en diez sacos, diez mil pesos de oro y joyas para ponerlas
en las propias manos del adalid, como contribución inicial para los gastos de la causa
libertaria. Los aportes fueron recepcionados con alegría por Bolívar, quien, al pasarlos al
general La Mar, suelta uno de sus refranes: "Con oro y con coraje, libertad asegurada,
señora” "Cuando vuelva a Gloriabamba, excelencia, tendrá usted los jinetes y sus
caballos con el correspondiente personal de apoyo". La matrona le rogó que la visitase
a su hacienda Araqueda, en el valle de Condebamba, al pie del cerro Algamarca.
¡Oh, lady! -le salió un anglicismo por andar tan en buenas migas con el mariscal Miller
de nacionalidad inglesa - ¡Me postro de rodillas ante usted!. .. ¡La libertad y la patria
cuánto le agradecerán!
Bolivar emocionado de poder contar con un cuerpo propio como eje fundamental del
Ejército peruano que aún no existía, "La fértil y bella Gloriabamba parirá ejércitos para
la libertad ... ¡Parirá caballerías y jinetes para la libertad!. .. ¡Parirá pueblos para la
libertad!. .. Todo esto será el acontecimiento más grande que pueda ocurrirle a esta
región y que la historia lo reconocerá como el parto de Gloriabamba".

No fue al día siguiente ni a los tres días sino a la semana que Bolívar reemprendió su
caminata hacia Cajamarca, cruzando a todo lo largo y en toda su magnitud de cuerno
de la abundancia el valle de Condebamba. Por eso que al arribar a Cajamarca no le
desalienta encontrar ni un soldado ni un jinete en pie del Ejército peruano del que
tantas promesas le habían hecho para que viniese al Perú a completar la obra insigne
de la emancipación americana. El Ejército peruano estaba en cero. El ejército realista
había reingresado en Lima con veinte mil hombres.
Un tanto decepcionado como era natural, pero siempre con la porfía de la libertad en
sus venas, regresa a Trujillo , por otra ruta, dejando en Cajamarca al general José de la
Mar, a quien mediante carta del31 de marzo de 1824, dictada a su secretario el
colombiano José Gabriel Pérez, le ordena:
-Usted, con toda la columna del Ejército peruano que tenga en Cajamarca, se pondrá
en marcha hacia Cajabamba. Que toda la tropa vaya vestida y bien abrigada para que
se exponga menos a los rigores del clima y no se enferme ... Que usted lleve consigo
todo el dinero que haya percibido de cupos y contribuciones de toda clase, dejando en
Cajamarca y demás lugares del territorio a su mando las órdenes para que le remitan a
Cajabamba los ganados de toda clase y víveres que se hayan calculado para la
subsistencia de esa columna. Que deje usted las órdenes para que se le remitan a
Cajabamba todo cuanto usted haya pedido en cuestión de necesidades... Que no se
olvide usted de dejar bien establecido el método de reclutas y el modo de conducidos
a Cajabamba.
El secretario agrega:
-Por último, el Libertador estará precisamente en Cajabamba el18 de abril para revistar
esa columna.
Pensando que a partir de aquella fecha se ejecutarían las batallas en zonas frígida s de
la cordillera andina y ante el presagio que tales encuentros se darían en Junín a cuatro
mil cuatrocientos metros de altitud y en Ayacucho a tres mil ochocientos, dispone el
expeditivo Bolívar en otra misiva: "Que toda la tropa lleve ponchos o mantas ... Usted
tomará esos ponchos de todo el que lo tenga, aunque sea el de su uso personal si no
dieran telas para hacerlos, pues, no es justo que perezca el soldado por desabrigo y
que el tranquilo se quede en su casa bien abrigado".
Dada la trascendencia de "El parto de Gloriabamba" -iba a nacer nada menos que el
Ejército del Perú y su arma decisiva, la caballería, como el desprendimiento social de las
provincias andinas del norte-, Bolívar está nuevamente en Cajabamba desde la víspera,
es decir, desde el 17 de abril de 1824, acompañado de un numeroso séquito entre
cuyos personajes está el huamachuquino José Faustino Sánchez Carrión en su calidad
de secretario peruano para sentar en acta dicho "parto".
Es el atardecer de aquel 17 de abril. La cabalgata de la libertad arriba a la campiña de
Machaguay, en la que se han dado cita para recibir a Bolívar las comunidades
campesinas de Migma y Lluchu.
Casi un millar de personas integraban el grupo recepcionante, unas a pie y otras a
caballo. Una salva entusiasta y porfiada de cohetes premia al Libertador, para quien la
campiña de Machaguay ya le resultaba familiar, pues, allí desairó en su primer viaje al
alcalde y a su séquito de aristócratas de Cajabamba que se ubicaron alzando pendones
de su afiliación a la corona española. ¡Cuán diferente es ahora! Sin la presencia de
adoradores de la esclavitud estaba el pueblo aborigen volcado hacia el Libertador y con
toda esa masa estaba también el párroco de Cajabamba, reverendo sacerdote Lois
Jardy, natural de Barcelona, pero descendiente de padres franceses.

¡Bienvenido sea usted, mi estimado sacerdote! -le contesta Bolívar también en francés.
Intercalan otras expresiones más en el idioma galo, asombrando a los concurrentes que
el caraqueño domine el francés, considerado uno de las lenguas más exquisitas e
importantes del mundo. Y en verdad que Bolívar dominaba el francés y el inglés.
Entre tanto, los cohetes seguían expresando el regocijo del pueblo por el arribo del
bien amado venezolano.
Daba color musical al cuadro de la bienvenida, la banda de música de Araqueda, que
ampliaba su repertorio a joropos venezolanos y chuscadas del Perú.

Bolívar pregunta ¿Por qué los principales lugares de Gloriabamba tienen el terminativo
"ay"? Usted dice que estuvo en Marcamachay. Este lugar en el que ahora estamos se
llama Machaguay. El cerro de enfrente es el Chochoconday. El barrio de ingreso en la
ciudad donde la vez pasada unos jóvenes campesinos me obsequiaron un regio caballo
enjaezado en plata se llama Quingray.
Hay una laguna por aquí cerca de Gloriabamba que se llama Shunday. Saliendo para
Cajamarca hay un lugar que se llama Cauday. ¡El rocío matinal es conocido por e!
nombre de 'shullay', el frío por 'alalay', el miedo por' arrarray'. ¿Porque en todo está
metido ese bendito "ay"?
-La terminación "ay", en lenguaje huambisa, quiere decir "bonito", "impresionante".
Este lugar de ingreso a la ciudad de Gloriabamba indica que es un paraje "bonito" y de
impresionante belleza para el que arriba. El cerro que tenemos al frente,
Chochoconday, sería el "cerro bonito"; el barrio de Quingay, e! "barrio bonito"; la
laguna de Shunday, la "laguna bonita" y Cauday, el "lugar bonito".

Entre conversación y conversación en francés con el párroco Jardy, hurras de la masa e


interpretaciones de la banda de música de Araqueda, la cabalgata libertaria toma las
primeras callecitas empedradas del vecindario y ya están en la Plaza de Armas, en la
que se desata el loquerío de las campanas de las dos torres de la iglesia que repican de
júbilo mezclando sus voces graves y agudas saludando el arribo del Libertador.
La campana de la torre derecha, inmensa y de voz ronca, pregonaba con mucha
anticipación y conforme a los latigazos del badajo: "El acto va a empezar, el acto va a
empezar, el acto va a empezar". ¡En la torre de la izquierda funcionaban dos campanas
de tono muy agudo que según e! batir de sus badajos decían: "¡Vengan, ya! ¡Vengan,
ya! ¡Venga, ya!". Esta vez las voces graves y las voces pianísticas se juntan en una sola
expresión broncínea para aclamar la presencia de Bolívar en la ciudad de Cajabamba
por segunda vez. ...
-Me alojo en la casa de las hermanitas Calderón, pero utilizaré el despacho de la
parroquia para dictar mi correspondencia, que la tengo un poco atrasada.
En efecto, así ocurrió. Don Simón se alojó en la casa de la familia Calderón, que
engalanaba con palmas del Marañón su fachada, quedando, al día siguiente, después
de la gran parada militar de los Lanceros de la Victoria, despachar en las amplias
oficinas parroquiales de Gloriabamba,
Los caballos de la cabalgata libertaria fueron guardados en el canchón de la
municipalidad, que quedaba aliado de la casa de la familia Calderón.
A las diez de la mañana del esperado 18 de abril de 1824, cuando el sol en Cajabamba
era un faro vivaz de luz joven, arriba Bolívar con su guardia venezolana al vastísimo
escenario de Pampa Grande -a diez kilómetros de la ciudad-, cuyo pasto natural verde
morado le daba semejanza a una alfombra de las leyendas orientales que esperan a sus
pasajeros para llevarlos a pasear por el reino de la mitología. Montando su soberbio
caballo blanco, el conductor de la revolución americana vestía de gala, destacando en
su casaca azul el ramo de laureles amarillos, bordado en oro que le bordeaba todo el
pecho. Cada filamento de luz solar que caía sobre la pampa portaba en su interior una
bandera del Tahuantinsuyo enrollada. Bolívar llegaba flanqueado, igualmente a caballo,
por los coroneles Ramón Castilla y Agustín Gamarra y con todo un séquito de edecanes
y ordenanzas igualmente montados. Las aliñadas doncellas de Cajabamba que
abandonaron sus lechos a las siete de la mañana, quienes se abrazaban, en sueños',
con Bolívar en estado de desnudez, se engalanaron y perfumaron para desayunar a las
ocho, a fin de ser conducidas a Pampa Grande a las nueve. Sufrían de esperar al
glorioso príncipe desde esa hora. Capitana de todas ellas era la estatuaria y muy
simpática Chepita Ramírez. Ahora que lo veían llegar, suspiran con los profundos
abismos y ecos del corazón.
El general José de la Mar, a cargo de la conducción del ceremonial, viendo que el
Libertador avanza con su escolta, ordena que la batería de fogueo suelte los veintiún
cañonazos de saludo, en tanto espolea a su caballo para colocarse a distancia ritual. La
banda de música de la hacienda Araqueda, incrementada con cuarenta instrumentos,
renovada en personal y uniformada para marchar a la guerra, ejecuta dianas
fervorosas.
El general José de la Mar, estando ya a diez metros del Libertador, desenvaina su
espada que fulgura con el sol, sofrena su corcel y con voz blandiente se dirige al recién
llegado personaje mítico:
-¡Sea usted bienvenido, excelentísimo general Simón Bolívar! ¡A nombre de los
soldados del primer cuerpo del Ejército peruano y del primer regimiento de caballería
que en estos momentos va a nacer, 10 invito a pasar al escenario!
-¡Aceptado, general José de la Mar! -resuelve Bolívar.
Lo conduce al lugar donde está su estrado, un altillo adornado con sedas y panas de
color rojizo de propiedad del Señor del Domingo de Ramos. El párroco Lois Jardy ha
dispuesto que el altar del Cristo jubiloso del Domingo de Ramos sea usado para la
gloria del Libertador en tan significativo acto. Hasta los soportes del palio, varas fuertes
revestidas de plata, están allí.
Al pie del estrado y en sus respectivas sillas están los componentes de la plana de
honor de aquella ceremonia entre quienes figuran el cajabambino de nacimiento José
Faustino Sánchez Carrión -más conocido como huamachuquino- en su calidad de
secretario del Libertador quien porta el libro en el cual sentará el acta de la ocurrencia,
los oficiales que han llegado con Bolívar de Colombia, Ecuador y Venezuela, los vecinos
notables de Cajabamba tal el señor Touzett, español de origen francés y aportante de
vinos de primera calidad para los ágapes del ilustre huésped y su comitiva. Y desde
luego, no podía faltar el ramillete de las lindísimas muchachas que como Chepita
Ramírez armaban un secreto altar al Libertador y estaban a la espera que se rompa la
cáscara envolvente del protocolo para acercarse al hombre carismático que les seducía
con solo su presencia ya divinizada.
Asciende a su estrado de Domingo de Ramos y al instante es ovacionado por los
jóvenes militares cajabambinos y por los conscriptos que proceden de las provincias de
Cajamarca, Chota, Cutervo, Otuzco y Huamachuco. Crujen los trescientos años de
esclavitud atravesados por una fuerte onda sísmica que nace de la boca de aquellos
hombres beligerantes que con mucho entusiasmo asumen el cauce de la guerra
libertaria.
Es todo un ejército donde se obedece hasta en el más mínimo detalle las órdenes del
superior y, por tanto, si es que hay que aclamar o aplaudir lo decide el comandante.
Como primer acto de su vida castrense, los conscriptos rompen la disciplina innata de
todo ejército, entusiasmados por la personalidad del Libertador que, sin dar ninguna
orden militar ni dictar ninguna propuesta política, ya es aclamado espontáneamente
por un ejército de centauros desde el instante mismo de su nacimiento.
Cabalgando sobre la cresta de la ola del entusiasmo popular, el general José de la Mar
anuncia:
-¡A continuación, se llevará a cabo la bendición de los estandartes del cuerpo de
infantería y del regimiento Lanceros de la Victoria, a cargo del párroco de Gloriabamba,
monseñor Lois Jardy!

Aludido el sacerdote , rápidamente se coloca el ropaje que corresponde a este tipo de


ceremonias y ya está listo portando en la mano derecha un baldecito de plata lleno de
agua bendita para esparcirla sobre dichas enseñas, cuyas escoltas se acomodan frente
al altar del Señor de Ramos. Antes, el párroco se alista a pronunciar una oración pero
teme, por su ubicación, no ser muy bien escuchada, lo que Bolívar descubre atento a
todas las incidencias del gran acto.
-¡Monseñor, suba usted al estrado, aquí a mi lado!
El párroco Jardy le obedece y está a su lado y al lado del invisible nazareno
protagonista de todo Domingo de Ramos que tenga relación con la
justicia y la libertad.
-¡Dios Padre Nuestro y Padre de todo lo creado! -inicia el sacerdote su oración-o ¡Tú,
que liberaste a tu pueblo del cautiverio de los faraones, ayuda al pueblo peruano, y a
su Libertador excelentísimo general Simón Bolívar, a que salga de la esclavitud! El
generalísimo Bolívar es nuestro Moisés de la cordillera de los Andes y bendícelo Señor.
¡Dadle fuerza y sagacidad para que acabe con los enemigos que defienden la
esclavitud de los pueblos y el ominoso oprobio contra las mujeres mediante un
calabozo de mujeres! ¡Dios de dioses, extiende tu mano benefactora a nuestros
oficiales y soldados que en esta mañana darán nacimiento a la infantería del Perú y al
regimiento Lanceros de la Victoria! ... ¡Padre poderoso, ayúdales y protege a los que se
han puesto el uniforme del soldado para concurrir a los campos de batalla a pelear por
la libertad del Nuevo Mundo! ¡Ayúdales y protege a los valientes jinetes del regimiento
Lanceros de la Victoria ya su comandante, el mariscal Miller! ¡Ayúdales y protege a los
jóvenes soldados del naciente Ejército peruano y a sus jefes los coroneles Ramón
Castilla y Agustín Gamarra! ¡Una vez más, el pueblo de Cajabamba te suplica oh, Dios
Todopoderoso, que ayudes y protejas a nuestro supremo comandante de la revolución
libertaria, generalísimo Simón Bolívar! -esparce el agua bendita con un hisopo sobre los
estandartes, apelando a las tres fuerzas de la Santísima Trinidad-. ¡En el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!
Todos se persignan masivamente, menos el rebelde Bolívar.
El general José de la Mar, católico fervoroso y que, por provenir de Cuenca, población
fervorosamente católica, se persigna y emocionado por las palabras del párroco de esa
Cajabamba tan maravillosa, propone lanzar un viva:
-¡Soldados del Ejército del Perú y del regimiento de centauros, viva la libertad de
América! ¡Viva su excelencia el libertador Simón Bolívar! ¡Viva el naciente Ejército
peruano y su caballería! ¡Abajo la esclavitud de ya trescientos años! ...
Una eufórica salva de avellanas estalla pregonando la decisión de los pueblos por ser
para siempre libres. Relincha el piso de la pampa ante la pisada de los potros que se
levantan en dos patas. La banda de Araqueda suelta sus dianas guerreras. Los únicos
personajes que guardan riguroso silencio son los colosos andinos Chochoconday y
Algamarca.
Calmado el torrente de voces y amarrado el viento a las mandíbulas de los equinos,
nuevamente el general José de la Mar, conductor del parto de Gloriabamba, anuncia
ante un Bolívar solemne y rotundamente jubiloso:
-¡Ahora le toca nacer al primer cuerpo de infantería del Ejército peruano que comandan
los coroneles Ramón Castilla y Agustín Gamarra desfilando ante la tribuna oficial y ante
su excelencia el ilustre comandante supremo, libertador Simón Bolívar!
Se realiza el marcial desplazamiento de los jóvenes conscriptos en columna de a tres,
de este a oeste, luciendo sus pantalones de color crema y casacas de color azul con
bordaduras de hilo de oro, uniformes que fueron confeccionados en jornadas de
veinticuatro horas por más de un centenar de sastres, costureras y de artesanos que
confeccionaron los correajes y gorras y que utilizaban agujas inventadas por los
herreros en jornadas que nunca tenían fin. Desde el día en que el Libertador dio el
decreto para que todas las operaciones de organización del Ejército peruano se
realizaran en Cajabamba, dicha localidad era un colmenar de intensa mano de obra
para todo tipo de confecciones, incluyendo los zapatos, botas, polainas, distintivos de
los grados militares y todos los implementos de caballería tales como herrajes, bozales,
monturas, estriberas, riendas y tapujos para que los animales no perciban los pasos
peligrosos que habían más allá de los predios de Cajabamba.
Bolívar clavó sus ojos de cóndor sobre ese millar de decididos muchachones que
avanzaba resueltamente, como una parición del Chochoconday, emulando a sus jefes
los coroneles Ramón Castilla y Agustín Gamarra, quienes desfilaban con uniformes de
gala y espadas desnudas.
La banda de música de Araqueda continuaba al ataque de sus instrumentos rutilante s
pero calla cuando Ramón Castilla que estaba a caballo ordena:
-¡Soldados del Perú, alto!
Los jóvenes conscriptos acatan con puntual disciplina la orden de parar.
-¡Soldados del Perú, voltear a la derecha!
Voltean y quedan frente a frente a Bolívar, el hombre y la leyenda. -¡Soldados del Perú,
saludo al frente! ... ¡Saluden!
Unánimemente, y al ritmo de una gran pulsación que proviene de un corazón recio que
arroja auroras por las arterias, ponen la palma de la mano derecha sobre la sien
derecha y quedan estatuarios en contemplación de roca sobre el supremo
comandante.
-¡Excelentísimo Libertador, aquí están tus soldados que pelearán contigo por la libertad
de la patria peruana y por las demás patrias de América Latina, decididos a entregar la
vida por tan sagrados ideales! ¡Usted mande, excelencia!
Emocionado y hasta empalidecido por tanta realidad gloriosa que le corona, Bolívar los
aplaude y exclama:
-¡Excelente trabajo pleno de patriotismo han efectuado, coroneles Ramón Castilla y
Agustín Gamarra! ¡Los felicito! -luego de un trago de saliva y del acto de sorber
profundamente el hálito que le trae pasión y ternura de las flores y plantas del entorno,
ordena-: ¡Queda incorporado a las filas de los que luchan por la libertad del Nuevo
Mundo el Ejército peruano que en este momento acaba de nacer! ¡Lo recibo en mi
corazón! ¡Bienvenidos, y que la gloria sea vuestra!
Los cohetes siembran su plegaria reventona en el cielo plenamente iluminado por un
sol de mediodía. Las dianas y hurras le dan pasión terrenal a este insólito Domingo de
Ramos. Y es fiesta que no calma pese a que el general José de la Mar tiene que hacer
un anuncio medular:
-¡Ahora le toca el turno a lo esperado, el paso del regimiento de caballería Lanceros de
la Victoria!
Como si en esos momentos el grandioso y piramidal cerro Algamarca se hubiera
dedicado a parir caballos con sus correspondientes jinetes, asoman de sus faldas un
millar de soldados a caballo, con sus correspondientes uniformes y murriones vistosos,
piafantes y disciplinados a una dura consigna que los maneja a modo de una colosal
brida en manos del mariscal Miller. Avanzan conforme al sonido de cobre campanero
de sus trompetas, en columnas de seis en fondo, de oeste a este, en sentido contrario
en el que lo habían hecho los infantes. Va delante de ellos en un corcel cabriolante el
organizador y conductor mariscal Miller, cuya cabellera amarilla anglosajona demuestra
sus vinculaciones con el astro rey. Su cabeza es un cesto de rayos del sol.
A medida que la mancha de jinetes se acerca al estrado en el que está el Libertador, los
cielos son lastimados por las lanzas que portan en la mano derecha, de modo enhiesto
y ortigante. El propio Bolívar se estremece de ver los dientes de cortar de esa máquina
de guerra tan antigua, tan permanente y tan necesaria para un ejército que se levanta
de la nada. Los jinetes cogen con la mano izquierda las riendas del caballo y con la
derecha la durísima vara de lloque de dos metros de largo en cuya cúspide está el fatal
hierro de la matanza que es una aguja para ingresar en la anatomía del enemigo pero
su cuerpo es como de un machete voraz y despiadado. Las lanzas se sostienen en un
tubo en el que se incrusta la larga madera asegurando que a la hora del combate la
vara de lloque y el filoso cuchillo sean una sola cosa mortal conectada a la virilidad y al
patriotismo del combatiente que ya no quiere más años de esclavitud. Para manejar las
riendas del animal y la lanza de la guerra el jinete es doblemente experto y que para
asegurar su eficacia letal, prácticamente navega sobre e! lomo de la cabalgadura que
resulta dotada de alas que equilibran al equino y al cabalgante, es decir, un centauro
esgrimiendo el arma elemental que podía ofrecer e! Perú inerme para la conquista de
su libertad. No hacía mucha falta la buena montura sino únicamente el lomo y las alas
de la cabalgadura bélica para derrotar al enemigo.
-¡Regimiento Lanceros de la Victoria, alto!
Los lanceros se plantan en seco sin avanzar un palmo más pese a la velocidad con la
que llegaban, demostrando tener habilidad castrense para actuar como arma decisiva
en el combate.
Caracoleando su recio corcel de doble ambladura, e! mariscal Miller va por la
continuación de su decreto:
-¡Regimiento Lanceros de la Victoria, voltear a la derecha y dar cara al Libertador!
Manejando a la bestia y enarbolando la lanza, los soldados toman dicha posición,
asombrando por la eficiencia de su actuación, en tanto que los de la escolta no dejan
de soplar sus clarines monocordes, portando la bandera del Tahuantinsuyo.
-¡Lanceros de la Victoria, saluden al Libertador!
Los soldados, arduamente preparados, se quitan el morrión con la misma mano que
tiene la rienda de! caballo para dar e! rostro, que se ilumina con luz de! día, al supremo
comandante que recepciona dicho saludo compartiendo glorias con el Señor de Ramos
que también por ese instante es jinete aunque sea de un manso burro.
y es infinitamente grande la sorpresa del Libertador cuando esos caballos plantan en
tierra las patas traseras y echan a nadar en el aire las patas delanteras metiéndolas en el
zócalo de! cielo. Bolívar confirma que sus sueños se hacen realidad.
"Estos son los centauros con los que liberaré al Perú del yugo de la esclavitud", piensa.
Su gozo es real. Bolívar, genio de la guerra, y que buscaba como su¬premo objetivo
acabar con el poderío militar de España en el Perú a fin de afianzar la independencia de
los demás países latinoamericanos, a partir de esa fecha, 18 de abril de 1824, ya tenía el
instrumento bélico en sus manos que, siendo en cifras iniciales solo mil infantes y mil
jinetes, se convertirían en el decurso de los meses en los cinco mil soldados con los que
podía derrotar al Ejército hispano de veinte mil experimentados hombres. Por primera
vez, era feliz en el Perú, donde estuvo a punto de fallecer con fiebres en Pativilca y
donde, por otro lado, las intrigas y malentendidos contra su persona lo mantenían
siempre tenso y a la defensiva. Sonríe exhalando alegría profunda. Entonces, autoriza al
mariscal Miller para realizar demostraciones de destreza de caballería.
El regimiento Lanceros de la Victoria ejecutó las siguientes maniobras conducidas por
el gran mariscal anglosajón: carrera de gran velocidad sin adelantarse ni retrasarse del
lugar asignado, manteniendo incólume el desplazamiento en columnas de seis en
fondo, parada en seco a plena velocidad, inmediata media vuelta y recuperación de la
velocidad anterior, deslizamiento de los jinetes no sobre el lomo si no adheridos en la
panza de los equinos a fin de sorprender al enemigo, montar y desmontarse del caballo
en un solo acto sin el uso de estriberas, recoger del suelo a gran velocidad del centauro
los objetos o armas que se le hubiesen caído, marchas en círculo envolvente, apertura
del círculo en el mismo orden. Por último, se ensayó una batalla y una lucha cuerpo a
cuerpo con arma blanca que resultó un cuadro espeluznante para los invitados y las
damiselas,
En colofón de lo que tantas veces había sostenido y ya cuando el sol estaba
verticalmente sobre su cabeza, pues era mediodía, Bolívar reitera: -¡Esto es
Gloriabamba! ¡Desde esta fecha, 18 de abril de 1824, el nombre verdadero y perdurable
de Cajabamba será Gloriabamba! ¡Apunte bien este decreto, señor secretario doctor
Sánchez Carrión ... ¡Gloriabamba!

Un cerro que se mete por todas partes

Radiante de alegría, desciende Bolívar de la veleidosa tienda de campaña que le ha sido


prestado por el Señor de Ramos, a objeto de dirigirse al gran ágape celebratorio de tan
importante nacimiento y lo primero que le sucede es chocar con la imagen del cerro
Chochoconday que, estando arriba, en las breñas lejanas, lo domina todo. Mejor dicho,
vistas las cosas desde otro ángulo, es Bolívar quien está adherido al coloso como si
fueran hermanos.
El cerro Chochoconday, que preside la geografía edénica de Cajabamba, es una
montaña de anchurosa base y de marrones faldas dada la fertilidad de su epidermis
que le cubre con lujuriantes sembríos. Tiene la perspectiva de un titán ciclópeo,
movedizo, como si tuviera extremidades y el don de la ubicuidad para estar plantado
en la cordillera de Cajabamba y estar, al mismo tiempo, en todas partes. Por de pronto,
su estampa agobia las pupilas del Libertador. Sus gesticulaciones y movimientos de
cabeza son más perceptibles en las noches, porque de un solo cabezazo pone a rielar al
satélite de la Tierra en medio de un cielo repujado de nimbos. Al amanecer de! día
siguiente, hace lo mismo con el sol. Los campesinos que rigen su vida por las
oscilaciones del sol y de la luna, rinden pleitesía al poderoso promontorio y estiman
que el Chochoconday es un coloso con vida cósmica propia. Lo adoran y le llaman apu,
que es el mismo nombre con el que los pueblos andinos designan a sus montañas
tutelares consideradas la osamenta viva del esqueleto de la Tierra.
En tanto los jinetes del regimiento Lanceros de la Victoria y los soldados del recién
nacido Ejército peruano se festejan juntamente y con los familiares que han concurrido
a despedir al hijo o al hermano querido, Bolívar y su pléyade de luchadores de
diferentes comarcas de la gran patria latinoamericana avanzan al lugar del banquete
que no es otro que la casa de un agricultor de las inmediaciones de Pampa Grande en
la que se registra un gran movimiento de cocineras y de sus ayudantes. La casa está en
pleno bullicio y con las puertas abiertas de par en par y la fachada adornada con flores.
En el umbral de ingreso pende un artístico cesto con pétalos de jazmines silvestres que
se regarán sobre el héroe tan pronto este lo tramonte. El mecanismo para hacer caer
los puñados de flores corre a cargo de la beldad gloriabambina Josefa Ramírez, más
conocida como Chepita, y su coro de ricura s ataviadas de sus mejores prendas. Las
muchachas que aguardan la llegada del Libertador están listas a explosionar de
coquetería con la confabulación y la alcahuetería del apu Chochoconday. Aparece
Bolívar y al ingresar en la casa campesina, ocurre aquel diluvio de flores. Si no hubiera
sido por la "protección" de su guardia personal, las emocionadas hembritas se le
hubiesen prendido del cuello, y hasta le hubiesen estampado en los labios mil besos de
adoración. Bolívar inspiraba emociones fuertes en las huestes femeninas.
Se acomodan los celebrantes en las bancas de madera que circundan los corredores.
Desde allí contemplan el plantío de papas ya en etapa de extracción y en cuya
perspectiva van a darse de nuevo con la presencia del cerro matriz que se mete por
todas partes en la vida del pueblo al que cobija y, por supuesto, en la vida de los
libertadores.
En el centro del patio se eleva un frondoso capulí, con sus frutos menudos, muy
maduros, negros y dulces, por cuyo motivo sigue siendo la patria de los divinos
zorzales que aletean de racimo en racimo picando tal ambrosía, recompensando al
sembrador con los trinos más bellos que ser humano pueda escuchar. Para estar más
cómodo, Bolívar desabrocha su casaca de laureles dorados y reposa su espada contra
el tronco de dicho capulí que se convierte desde ese instante en el árbol emblemático
de la libertad. Ni bien ha puesto en equilibrio su espada, la acaricia la sombra
antioxidante y bienhechora del Chochoconday.
Es incuestionable que aquel apu es una divinidad benefactora pero, fundamentalmente,
uno de los órganos de relación del planeta Tierra con la bóveda celeste,
comprobándose que nuestro globo terráqueo es un cuerpo vivo en el contexto de los
astros frente a los que expande sensibilidad y recibe de ellos energía sideral e
inteligencia. Fue en la época del inca Túpac Yupanqui que, descubierta dichas virtudes,
trasladó al escenario del Chochoconday a numerosos mitimaes desde el Cusco a fin de
que se nutrieran de sus esencias cósmicas revilitadoras, comprobadas en nuestros
tiempos por el pedagogo cajabambino Luis Monzón Palma, quien instauró las romerías
anuales a la cumbre del Chochoconday a fin de que los estudiantes se percaten, como
Bolívar en el Chimborazo, que el pasado es un fantasma, el presente otro fantasma y el
futuro igualmente un fantasma, tres entidades diferentes pero una sola historia, la de la
humanidad. El Chochocondayy el nevado Chimborazo están ubicados en el mismo
meridiano de la vida inextricable que circunvala a la Tierra, en virtud de la cual Bolívar
disfruta en Cajabamba los sueños que tuvo en las cimas del Chimborazo delirando que
había dormido en un "lecho de diamantes". Generaciones enteras de cajabambinos han
visto que su cerro tutelar cabalga sobre el bien y el mal del destino humano,
moviéndose de acá para allá sin sacar los pies de su base cordillerana. He ahí lo
extraordinario y sensacional de su divina misión terrenal. Por eso es que el pueblo lee
su destino en las grandes pizarras que tiene el coloso en sus laderas más arriba de sus
faldas. Anunció que llegaría a Cajabamba un misionero de envergadura universal que
pediría únicamente caballos y jinetes para luchar por causas justas. Y ya estaba en casa
ese misionero identificado como el terco y genial Bolívar. Y ahí estaba su obra, el
regimiento Lanceros de la Victoria y el primer cuerpo de infantería del ejército de la
libertad. Su expresión telúrica tenía el alfabeto de las rosas silvestres llenas de elegancia
y dulzura con las que se vestía desde el cuello a los pies. Pero llegarían también
tiempos de marginación y de silencio y tiempos de oprobio en los tiempos
subsiguientes realmente siniestros frente a los cuales el apu tutelar tendría que vestirse
de yerbajos oscuros como resabios de un incendio interior, que los chamanes y todo
tipo de curanderos recogían para sus curaciones fantásticas.
Aparecen los platos y circulan con vehemencia, no de loza citadina sino mates de
mucha más hondura que transportan papas amarillas recién extraídas de los surcos de
enfrente, humeantes y sonrientes. Las agitadas cocineras le añaden el molido de rocoto
con berenjena y hierbas aromáticas y chillonas como el huacatay. Entre papas y
rocotos, van colocando grandes porciones de cecinas y chicharrones de cerdo. Todo
esto, únicamente como entrada, que para que avance, están allí las jarras de la
espirituosa chicha de jara, el hidromiel de los cajabambinos que en ese día de gloria
hacen brindis por el triunfo de la libertad del Nuevo Mundo. El agasajado mayor, en su
mesa especial, come y bebe tal si fuera uno más de esos felices agricultores. Sus
oficiales hacen lo mismo, aunque también hay un buen vino español aportado por el
afincado catalán señor Touzett.
Cada comensal quita la cáscara de las papas asignadas y la unta con el molido de
rocoto que corre por la mesa como la miniatura del río Crisnejas, abriéndose paso al
Marañón. Los paladares gritan degustando, como los pájaros en los racimos, la dulzura
picante de esas papas condimentadas por el bravo ají. Así es como también pica la
melindrosa libertad a la que cortejan los sabores fuertes.
Muy entusiasmado, Bolívar pela la primera papa del mate que le han puesto delante,
atraviesa el patio y la ofrenda casi en la boquita a la portentosa Chepita Ramírez, quien
se ha quitado la estola por el calor del soleado mediodía y luce con fantasía erótica su
alto cuello, sus ojos redondos y gran des, los hombros casi desnudos bajando a
enraizarse en el surco de los senos e elevados y provocativos. Hombros y brazos son
una perfecta obra de escultura. Sonrojada pero orgullosa, Chepita acepta el regalo que
le proviene del cielo bolivariano, acto que es aplaudido por los concurrentes ya picados
por la chicha de jora y ensalzado por la banda de música de la hacienda Araqueda con
sus cuarenta instrumentistas, en tanto que era registrado en jeroglíficos, en sus laderas,
por el cerro Chochoconday que no deja de aparecer cualquiera sea el ángulo de la
visión en que se ubiquen los seres humanos. Hay alegría intensa en aquel almuerzo.
Afuera, en su propio festejo los protagonistas de la gran parada militar, están también
de jarana y brindan con chicha y bailan con la música de las concertinas y zampoñas
que ejecutan los virtuosos de aquellos instrumentos. Los familiares de los que se van a
la guerra se sensibilizan y lloran. Ante tan alta emotividad se enciende el juramento de
dar la vida por la libertad de la patria. Han menudeado los brindis con el cerro tutelar,
que les habla y mira con labios de piedra y ojos igualmente de piedra. Por algo, es uno
de los huesos fundamentales del esqueleto de la Tierra.
-Tú que te quedas, cerro, te encargo por mis familiares! Yo voy con otros tantos
soldados de diferentes patrias a luchar por la causa libertaria, ¡Tal vez no vuelva, pero
me quedaré en esas lejanías como tu siembra de maíz, como tu mejor semilla de
nostalgia mi querido apu.
Volviendo al banquete, después de la entrada del buscapleitos del rocoto, cecinas y
papas, es servida una sopa densa formada de todo tipo de cereales de la tierra
gloriabambina tales como trigo, maíz, habas, arvejas y frijoles, entremezcladas con
orejas y carnecitas de cabeza de chancho y lonjas de piel del referido animal que le da
un sabor difícil de quitarse de la boca que clama por chicha de jora.
-¿Cómo se llama esta sopa tan agradable? -interroga el caraqueño a modo general a
fin de que cualquiera de los versados en culinaria cajabambina le diera la respuesta,
apurando el plato Con un muy buen apetito.
-¡Shámbar, su excelencia! -le aclaran desde la cocina en coro las señoras guisanderas.
-¡Miren, pues, lo que he venido a descubrir! ¡El shámbar, uno de los platos más
exquisitos del norte del Perú! ¡En el camino hacia las batallas tendremos que hacerle su
shambar a los soldados gloriabambinos para que no se sientan alejados de su tierra!
Vendrían a continuación los cuyes guisados con berenjena y yerbas perfumosas sobre
papas amarillas. Con su delicada dentadura y paladar refinado, Bolívar daba buen
provecho al plato típico que con su picante de lancetillas de fuego llamaba a la
analgésica chicha de jara como antídoto. La dorada bebida es el complemento
obligatorio y natural del cuy. El sentido del gusto cuando pasa la pócima, la aprehende
en su augusta satisfacción. Peruanos, venezolanos, colombianos, ecuatorianos, chilenos
y argentinos y la alta oficialidad del caraqueño, pedían que se les repita el cuy y la
chicha y su fruición era atendida con generosidad "ofensiva". Cerraba el banquete el
cabrito con yucas del valle de Condebamba. Para vencer los berrinches del cabrito,
entra a tallar e! noble y generoso vino tinto español. Y cada vez que los contertulios
alzaban sus copas, también se les arrimaba a la mesa, a reclamar la suya, el apu
cordillerano del que no podían desprenderse ni para hacer la micción.
La presencia de! Chochoconday, como gran capitán que sostenía el enorme peso del
cielo y como comandante de la orografía del norte andino, resultaba un tanto
enigmática, explicable únicamente por la fantasía que dice que cuando se gestaba la
cordillera de los Andes en el fondo de los océanos, e! Chochoconday debió haber sido
una divinidad adorada por los peces de mayor bondad y gracia, muchos de los cuales
lo siguieron hasta la muerte en su nacimiento como montaña augusta. Por eso, en sus
laderas escarbadas por la lluvia, iban apareciendo en el decurso de los milenios, peces
petrificados, caracoles en cuyas líneas helicoidales persistían los bramidos del océano
de aquellos instantes, estrellas de mar y todo tipo de riqueza ictiológica convertida en
piedra. Pese al cambio suscitado por el cataclismo de continentes que se hundían para
que aparezcan otros, el Chochoconday mantenía su perfil de divinidad gentilicia
sentando por siempre su acérrimo altruismo para entregarse a la sed de las lejanías, a
la inmensidad del cielo, al hambre de las lluvias y a la esperanza del ser humano
sembrador.
Al amparo de aquella presencia ciclópea, alza su vaso de chicha de jara el joven coronel
Ramón Castilla para formular un agradecimiento al comandante supremo de los
luchadores por la libertad:
-Aunque solo bebo vino del bueno para permanentemente acordarme de mi tierra
Tarapacá, que tiene los mejores viñedos del sur, pero como quiera que estamos en el
norte, en las faldas del Chochoconday, brindo con chicha de jara de esta generosa
tierra por la gloria y ventura de usted, mi general Simón Bolívar, libertador del Nuevo
Mundo, saludando su genio de guerrero al haber concentrado en Cajabamba, mejor
dicho en Gloriabamba, todo asomo de ejército y pertrechos hasta llegar al portento de
hoy en que, por fin, el Perú ya cuenta con su propio ejército y con su caballería que le
permitirá protagonizar la lucha contra los enemigos de la libertad pese al número
infinitamente superior con que cuentan los esclavistas, pero que, en nuestro caso, el
coraje y la voluntad de vencer suple a la cantidad ... ¡Hoy. día, a la luz del sol que nos
alumbra y cobijados por la sombra del apu Chochoconday, cambia la situación de la
guerra y con su conducción, excelentísimo Libertador, este puñado de soldados podrá
conseguir que el enemigo muerda el polvo de la derrota y esta patria quede por
siempre libre e independiente! ¡Salud, genial libertador!
Los que están sentados se ponen de pie y los que están de pie se inclinan reverentes
ante Bolívar aprobando con énfasis el discurso del tarapaqueño Castilla. Se asocia la
banda de música levantando polvo de victorias con sus flamantes cuarenta
instrumentos musicales traídos de Italia.
-¡Permítame, su excelencia -se levanta el coronel Agustín Gamarra con su vaso de
alucinante chicha gloriabambina-, expresar mi profunda satisfacción por esta jornada!
¡La lucha por la libertad del Perú, que incuestionablemente alcanza al Cusca milenario
de donde provengo, será un éxito porque ya contamos con una caballería propia y con
más de un millar de soldados de infantería que recibirán el apoyo de los pueblos del
trayecto y de los países ya independizados por su gloriosa espada! ¡Los enemigos
tienen veinte mil hombres sobre las armas, nosotros con solo cinco mil bastamos para
vencerlos! ¡La parada militar de hoy nos anuncia que ya tenemos asegurada la victoria
final y viéndola ya brillar, quiero anunciar que el Cusco y todo el sur, llevará su nombre
inmortal y que así como se ha cambiado el nombre de Cajabamba por el de
Gloriabamba, el Alto Perú se llamará en adelante República de Bolívar o, simplemente,
Bolivia!
Chocan en el aire los vasos ahítos de hidromiel de jora, como cabezazos de estrellas
aprobando la propuesta del coronel sureño, quien se siente pisar las altas cimas del
Chochoconday como si estuviese en Ollantaytambo o Písac. Al pisar aquella cumbre
por la acción de metafísicos ascensores, vislumbra que todo el continente americano es
un jardín bolivariano florecido de cantutas y retamas que se denominan libertad,
soberanía, unidad de los pueblos.
En su papel de prominencia orográfica, la montaña del Chochoconday sirve también de
extraordinario mirador. Desde su cima se contempla el pasado que preinserta brumas,
el efímero presente, alumbrado por el sol de la fecha, 18 de abril de 1824, y el futuro
solo distinguible con las alas de la Vía Láctea. Pero el Chochoconday no es solo un
mirador fabuloso que permite extasiarse ante la expresión del tiempo en sus tres fases,
sino que permite entender también que cada montaña de la geografía del mundo
cumple la misión específica de neutralizar la caída de pedrones sobre la tierra que
flotan en el espacio sideral como saldo de la formación de los planetas. Dichos
pedrones andan sueltos y con propensión a caer sobre la superficie del globo
terráqueo. Desde su respectiva área, las altas cumbres cordilleranas se encargan de
neutralizar esas caídas en coordinación con el planeta de mayor tamaño y luminosidad
como 10 es Saturno, que, para mejor fulgurar en el firmamento, se apoya en sus anillos
iridiscentes. En esta acción defensística, el Chochoconday es un cerro privilegiado e
imbatible, pero a veces se fatiga, suda sangre y ronca como un caballo en una cuesta
agotadora. Por muy francés que sea, el cura Jardy no entiende bien esas
manifestaciones de la montaña tutelar y, considerando que el Chochoconday es un
cerro embrujado, mandó colocar una cruz de gran tamaño en su cúspide lo que
encabritó aún más a dicha montaña, pues no admitía montura alguna sobre su cresta, y
quien lo haga, resultará montando un toro bravo y loco y que responda a sus
consecuencias. Tal sería el descubrimiento que en el decurso de largos años de romería
hiciera el profesor gloriabambino Luis Monzón Palma. Por el apellido materno "Palma",
Luis Monzón está en el nirvana de los familiares del eximio tradicionista peruano
Ricardo Palma, descendiente de cajabambinos.
Con ese dorado océano de ilusiones que carga la chicha de jara, se pone de pie el
mariscal Miller, jefe y maestro de la caballería patriota Lanceros de la Victoria
saludando la trascendencia inaugural que acaba de transcurrir y que como posdata
afuera prosiguen los actos de la fiesta colectiva de presentación de los nuevos
guerreros como centauros. Los jinetes brindan con chicha preparada por sus familiares
teniendo cogidos por la brida a sus respectivos caballos, afirmando que les ha
enseñado el mariscal Miller, que el soldado de caballería tiene que convivir con su
animal, alimentándolo bien, dándole de beber agua cristalina, aseándolo con mayor
esmero que a un niño, no fatigándolo y que, en las cuestas del camino, era preferible
que el jinete vaya a pie, pues, ese caballo debe estar expedito, como una máquina
finamente aguzada, para entrar en acción en cualquier momento y, así, destrozar a la
caballería enemiga. Matando a la caballería adversaria queda inmovilizado el enemigo
que será rematado por las bayonetas de los soldados de infantería.
-Pido a su excelencia que le permita decir unas breves palabras a uno de los oficiales
de la flamante caballería peruana y que ha sido uno de mis mejores alumnos. Me
refiero al oficial Nauca -reclama el mariscal Miller, dando cuenta que el oficial N auca es
coterráneo del secretario del Libertador, porque ambos han nacido en la hacienda
Otuto.
Bolívar accede a que hable el oficial gloriabambino, quien, disonando étnicamente del
común de soldados blanquiñosos, es un auténtico indígena y que, por añadidura
defectuosa, tiene la nariz achatada. Es un superñato.

-¡Excelentísimo Libertador, muchísimas gracias, por permitirme levantar mi vaso de


chicha gloriabambina para brindar con tan digna y alta oficialidad del ejército! -Bolívar
imponente y hasta tiránico con sus oficiales del alto mando, escuchaba con bondad a
un modesto soldado de caballería esperando encontrar en sus palabras algo nuevo de
lo dicho hasta entonces-o ¡Soy el oficial de caballería Nauca! ¡Somos diecisiete
familiares Nauca que nos hemos enrolado con emoción patriótica en estas filas de la
libertad, aportando cada uno su propio caballo y caballos de remuda en los que
transportaremos las armas, pasto seco para nuestros animales y los infaltables fiambres
de cuyes fritos! ¡Estamos dispuestos a luchar fieramente, ya que si bien somos pacíficos
labradores y crianderos y que tomamos nuestra chicha y nos alegramos en las fiestas, a
la hora de luchar por ideales nos volvemos fieras indomables, salvo que nos maten ya
que en esta gente de los valles de Condebamba y Crisnejas no existen los verbos
"retroceder", "rendirse", ni "pedir clemencia" ... Garantizamos que en la lucha por la
libertad estos dulces y románticos campesinos de ahora, seremos fieras, sin términos
medios. ¡Si hay que morir por la libertad de nuestro pueblo, nosotros entregaremos la
vida! ¡Y si llegara ese momento, nuestras últimas palabras que saldrán del pecho, dirán
"glorificado sea su excelencia el libertador Simón Bolívar"!
El Libertador, tan limitado en agradecer manifestaciones de ese tipo, esta vez se siente
conmovido por haber escuchado la palabra sincera y directa del soldado que va a estar
en el escenario irrenunciable de las batallas, cara a cara con el enemigo. Lo llama, lo
felicita y beben, chocando sus vasos en una inusitada comunión de sangre y fuego.
Si el Libertador ha escuchado a un hombre de la tropa, tiene que escuchar ahora a una
mujer que tiene todos los atributos de la belleza y también del coraje al ponerse de pie
sin el auspicio de un buen padrino que le permitiera la audiencia con el Libertador. La
princesa gloriabambina Josefa Ramírez, beldad de diecinueve años, conocida como la
romántica Chepita, enarbolando un ramo de rosas granates arrancadas de los jardines
aledaños a Pampa Grande, temblorosa y pálida, se arriesga decir unas cuantas palabras
enmarcándose en el drama, en la tragedia humana de lo que se busca como amor o
como "una tentativa de consumar el amor que no lo plantea la bestia", al decir de la
poeta ecuatoriana Carmen Váscones, cuyas sabias palabras se aplicarían a un Bolívar
protagonizante de lo indescifrable que es "el enamorarse y desenamorarse" y vivir "los
acontecimiento del encanto y del desencanto" y llegar a la "inevitable encrucijada del
cuerpo y la imagen, la mirada y la voz".
-¡Excelentísimo Libertador, a nombre de la mujer gloriabambina quiero entregarle estas
flores que desde sus tallos contemplaron el nacimiento del regimiento Lanceros de la
Victoria y el ensayo de lo que serán las batallas por la libertad! ¡Ruego las lleve junto a
su pecho y cuando se produzcan las batallas verdaderas, oprímalas fuertemente y por
arte de magia apareceremos las hijas del Chochoconday para poner en vuestras sienes
la corona de la gloria!
Empedernido amante desde que quedó viudo tan joven, entendiendo el lenguaje de las
rosas encarnadas y por lo que acababa de escuchar de labios de tan preclara muchacha
así como por los discursos anteriores, el caraqueño se pone de pie con visibles huellas
de emoción pese a ser un vaqueano en estas situaciones y un avezado protagonista de
acciones militares y románticas ubicándose en la mitad de los dilemas fabricados por la
poetisa Váscones "entre la bestialidad y lo perverso, entre lo humano y lo inhumano,
entre la marca de los deseos y el frenesí del goce". Asistía a un ritual "profano y
sagrado".
-¡Señores oficiales, bellísimas hijas del Chochoconday, señoras y señores todos!: Tan
igual que ustedes estoy intensamente gozoso porque hoy día nació la caballería
patriota del Perú y nació también su infantería. Ahora sí que podemos cantar victorias,
porque aún cuando somos inferiores en número pero por la decisión de alcanzar la
libertad y dado el coraje y arrojo que se ponga en práctica, doblegaremos al enemigo
que se jacta de tener la mejor caballería de América. ¡Pero no saben aquellos
jactanciosos que hoy día y dentro de unas pocas horas, salimos a perseguirlos! ¡Ya
derrotarlos! -frene sí de aplausos y sonidos al desgaire de los instrumentos musicales
sorprendidos. Nimban al héroe dilatadas sombras que provienen de la cordillera-o
¡Teniendo una caballería como la que hemos inaugurado hoy, podemos decir que el
enemigo tiene sus horas contadas! ¡Se juntarán a este inicial esfuerzo otras caballerías y
nunca más habrá esclavitud en el Perú ni calabozo de mujeres en Gloriabamba! ¡Desde
esta mesa decreto el cierre definitivo de aquel antro presidiario, ya que es imposible
concebir que las mujeres virtuosas y bellas de Gloriabamba, tan al estilo de Chepita
Ramírez, tengan una cárcel infamante en la que las autoridades de la Colonia daban
rienda suelta a sus lujurias y bajos instintos! Ojo, señor secretario, prepare usted el
decreto para cerrar y demoler el ignominioso calabozo de mujeres. ¡El único calabozo
de mujeres que admito siga en pie es el del corazón del hombre que ama a su mujer! -
luego de decir esto le lanzó una mirada felina a la embobada Chepita, quien de solo ser
el objetivo de tal pestañeo, casi llora de emoción ubicándose muy sonrojada en una de
las categorías de la poemática de Carmen Váscones: "La preñez humana enamora a
Dios, dado que se había producido la única lealtad posible de la pareja humana, el
amor entre el hombre y la mujer aupados en la única lealtad posible, la de la soledad y
de la sombra", reclamaría la poetisa en tanto que Bolívar necesitaba sombra del
Chochoconday, para pasarla a Chepita como un manto y ambos acostarse en una sola
cama.
Volviendo al tema rigurosamente castrense, Bolívar hablaba de la flamante caballería
alentado por las palabras de sus oficiales, de Chepita y de uno de los combatientes
autóctonos el oficial de primera apellidado Nauca, quien había hablado por sus quince
parientes enrolados, hermanos, primos y tíos.
-¡El ejército que tenga caballería lo puede todo! ¡Todo se puede hacer con la caballería!
¡Hasta se pueden tomar barcos de guerra como lo hizo la caballería francesa, que tomó
los acorazados de Holanda en una conflagración que sostenían ambos países! Los
acorazados estaban inmovilizados por el hielo. Los franceses le pusieron trapos a los
cascos de sus caballos, bien asegurados, para que no resbalen en el agua congelada,
tales caballos ingresaron en los barcos de guerra, acabando con la marina enemiga.
Llegado el caso, aquí tendríamos que hacer lo mismo a fin de que nuestra caballería,
por sorpresa, aniquile y acabe con el poderío militar de los esclavistas. ¡Todo esto es
posible con esta gente gloriabambina que luchará con frenesí y que morirán abrazados
al pecho de su patria!
Hizo un pequeño intervalo para recibir la información casi confidencial que le hacía el
general José de la Mar, quien venía de las pampas. Luego, volviendo al uso de la
palabra, Bolívar anuncia:
-¡En estos momentos empieza la marcha hacia los campos de batalla! ¡Ustedes podrán
ver desde sus asientos salir a los caballos de carga transportando las lanzas, las armas
de fuego, los alimentos y el pienso de los animales con dirección a Huamachuco!
¡Asegurado el abastecimiento de nuestros soldados, saldrá la unidad de infantería y,
por último, los Lanceros de la Victoria!
Los contertulios lanzan la mirada a la policromada meseta donde tuvo lugar el
nacimiento de la caballería peruana y de su primer ensayo de batalla y lo que
encuentran es la estampa en expectativa del cerro Chochoconday, dándole un abrazo
cósmico a los viajantes. Sobresalía por las cabezas de los faunos, las lanzas de don
Quijote de la Mancha.
Retumbante de emoción porque al fin empezaba a desenroscarse esa ilusión del
ejército propio del Perú, hecha realidad de carne, hueso y polvo que está a la vista de
todos, Bolívar remata:
-¡Saludo al ejército libertador de Gloriabamba que ha empezado a caminar hacia las
batallas! ¡Viva la libertad del Nuevo Mundo! ¡Viva el Perú! ¡Viva Gloriabamba!
Responden voces humanas con calidad divina y cerros animados que son igualmente
divinos, oyéndose por primera voz la ronca y telúrica del Chochoconday en lucha
contra los pedrones del espacio celeste. La banda de músicos pone de lo suyo
atronando con una diana de despedida a las primeras avanzadas que llevaban las
provisiones para los héroes. Luego entrarían a sonar los alegres joropos, chuscada s y
cuecas para el baile de las parejas.
El emocionado Bolívar emite la orden de bailar, pues él mismo está muy deseoso de
hacerla con su pareja ideal, Cbepita Rarnírez, quien le sale al encuentro con mucha
coquetería y con un orgullo de hembra elegida por el varón más importante del orbe.
España y Europa entera, el Perú y todo el continente americano sabían quién era ese
terrible personaje y arrollador guerrero por la libertad de los pueblos.
Se descuelga la banda con un ruido inicial de tambores, dando oportunidad a que las
parejas tornen sus respectivos emplazamientos. Suenan los clarines de modo frenético
empujados al suicidio por un bombo hercúleo que azota, en el colmo de su tiranía, a
los clarinetes y a los pistones que sollozan cuando ya el varón inicia la persecución de
su hembra y esta lo que hace es defenderse esquivándolo pero Ilevándolo a un
rinconcito donde tal vez puedan darse un besito. Contribuyendo a que sea más
productiva la persecución del héroe, le alcanzan a Bolívar un gran sombrero vueludo
con el que los campesinos le hacen resistencia al sol. Para que la persecución del
bailante rinda sus frutos, arrecia el bombo sus mugidos de buey y se alocan los platillos
matando moscas entre sus láminas vibrátiles lo que excita el zapateo de la pareja, y
cuando tal zapateo estaba en su furor, se le zafa el zapato a la bella. y corno no podía
paralizarse la fiesta, opta la inteligente Chepita por descalzarse del otro zapato y
enfrentar con los pies desnudos al todopoderoso vencedor de las batallas, lo que le
pareció a Bolívar una contundente insinuación, pues él veía en esos pies descubiertos el
anuncio de una entrega erótica en cuerpo y alma en aras de una "sexualidad creadora"
de una relación sexual tal corno lo propondría la literata Carmen Váscones. Para el
sosiego de los danzantes se abre un interregno que aprovecha el caraqueño para
pedirle quedamente a ese pimpollo en trance: "Nos vemos para despedimos esta
noche". Se ejecuta la segunda parte del bailoteo corno continuación de la primera
parte, pero hay más furia, hay más agonía y más vehemencia por conseguir algo ante el
tiempo medido por los que soplan los instrumentos musicales y por los que baten
palmas animando el ritmo coreo gráfico y este termina con un Bolívar que se
desploma. El duro, el genial y el radical que ha declarado la guerra a muerte a los
españoles termina arrodillado ante la deslumbrante Chepita, pero es ante el apu
Chochoconday, que ha gobernado la contienda, que se encuentra de hinojos. En
ningún instante de la feria, en ninguno de sus respectivos giros, zapateos y remates,
han podido estar fuera de los ojos de la montaña omnipresente. Bolívar y la romántica
Chepita dieron nacimiento aquella tarde al baile nacional del Perú, que años más tarde,
adoptaría el nombre de "marinera" en homenaje a la Marina de Guerra del Perú, que,
en el conflicto con Chile, con Miguel Grau a la cabeza, cumpliera un noble papel en
defensa de la Patria asaltada. El batallador aclara:
-¡Yo diría que las sombras del Chochoconday son tan pegajosas que nos atrapan y no
nos quieren soltar, porque es el alma del pueblo de Gloriabamba que nos retiene por
amor!. .. ¡Pero debo decir que a partir de este instante, los campos de batalla nos
empiezan a nacer!
Escuchando sus palabras el confabulado cura Jardy, quien conocía muy bien las
costumbres del apu tutelar de Gloriabamba, se permitió sugerir:
-¡Para el día de la partida, su excelencia, le ofrezco celebrar una misita en la Plaza de
Armas de Gloriabamba para que el Altísimo ayude a hundir bien y hasta las cachas las
lanzas de la libertad en el pecho y en la panza de los esclavistas! ¡Los campos ya están
definidos! ¡Nosotros somos la luz porque luchamos por la libertad! ¡Ellos, que
defienden el coloniaje, son la oscura noche y se merecen por tanto que las lanzas de la
libertad les atraviesen contra el piso en los escenarios de la guerra! ¡En ello, Dios, que
defiende las causas justas, nos ayudará al exitoso accionar de los Lanceros de la
Victoria!
En efecto, el domingo 22 de abril de 1824 a las seis de la mañana se ofició la prometida
misa en la Plaza de Armas de Cajabamba, permaneciendo montados en sus corceles y
luciendo sus punzantes armas los Lanceros de la Victoria, correctamente uniformados
con pantalones azules y casacas blancas, botones dorados y correajes que les cruzaba
el pecho en forma de una gigante y abultada equis. Muchos comulgaron, otros se
limitaron a recibir la aspersión del agua bendita que les echaba el prelado ascendido
por Bolívar a obispo de Gloriabamba. Allí mismo, en la Plaza de Armas, les sirvieron el
último desayuno cajabambino, A las ocho, salieron a perseguir a las fuerzas de la
esclavitud pasando por el barrio de Quingray, despidiéndose para siempre de! apu
Chochoconday, al que Bolívar saludó con su gorra de combate al aire, en un adiós
irreversible.
La venus gloriabambina, la adorable Chepita Ramírez, quien estuvo en la misa de las
seis y que fuera la primera en recibir la sagrada hostia de manos de monseñor Jardy y
que siguió a pie, al mismo paso apurado de la caballería, pretendiendo retener a su
héroe o que, en todo caso, la llevase en la grupa de su cabalgadura, cuando vio que el
intransigente Bolívar desaparecía para siempre tras las colinas blandiendo su guerrera
en dirección al cerro Chochoconday, protagonizó la primera gran escena de toda
guerra: verter lágrimas de amargura a llanto abierto por e! amado que se marchaba
levándole el corazón en dirección inexorable a las batallas.
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