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GEOGRAFÍA HISTÓRICA

Y MEDIO AMBIENTE
I.1.9

Gustavo G. Garza Merodio


UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

Dr. José Narro Robles


Rector

Dr. Eduardo Bárzana García


Secretario General

Lic. Enrique del Val Blanco


Secretario Administrativo

Dr. Francisco José Trigo Tavera


Secretario de Desarrollo Institucional

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Coordinador de la Investigación Científica

INSTITUTO DE GEOGRAFÍA

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Secretario Académico

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Editora Académica

Lic. Antonio Mancera Ponce


Secretario Administrativo
Colección Temas Selectos de Geografía de México

Coordinadoras Académicas
y Editoriales: Dra. María Teresa Sánchez Salazar
Dra. María Teresa Gutiérrez de MacGregor

Diseño de portada: Juan Carlos del Olmo

Editora Técnica: Martha Pavón

GEOGRAFÍA HISTÓRICA Y MEDIO AMBIENTE


Clave: I.1.9

Primera edición: 17 de octubre de 2012

D.R.© Universidad Nacional Autónoma de México


Instituto de Geografía
Coordinación de la Investigación Científica

Derechos exclusivos de edición reservados para todos los países de habla


española. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio
sin autorización escrita de los editores.

Instituto de Geografía, unam


Ciudad Universitaria
Del. Coyoacán
04510 México, D.F.
www.unam.mx
www.igeograf.unam.mx

ISBN (Obra General): 968-36-8090-9


ISBN: 978-607-02-4186-4

Este libro presenta los resultados de una investigación científica y contó con dic-
támenes de espertos externos, de acuerdo con las normas editoriales del Instituto
de Geografía. Para su publicación, recibió el apoyo financiero de la Dirección
del Instituto de Geografía de la unam. Por este apoyo las coordinadoras de la
Colección expresamos nuestro agradecimiento.
ÍNDICE
Presentación ........................................................................................... 9

Introducción ......................................................................................... 17
I. Geografía histórica y medio ambiente .............................................. 21
Paisaje, territorio y geografía histórica .................................... 28
Evolución del paisaje y el territorio en México ....................... 39
La escuela de los Annales y el análisis de las duraciones ......... 52
Giro cultural y espacialización de la ciencia social:
geografía histórica, geografía cultural y medio
ambiente..........................................................................55

II. Tres aproximaciones a la relación sociedad-medio


desde la geografía histórica en México ................................................ 61
Climatología histórica a través de fuentes documentales ........ 62
El clima en México a lo largo de los últimos
cuatrocientos años ........................................................ 66
La invasión europea y la Pequeña Edad de Hielo .................... 70
Extremos climáticos y plagas y epidemias ............................ 72

III. El paisaje y el territorio mesoamericano y su transformación


durante el largo siglo xvi .................................................................... 77
La montaña: su percepción y su manejo en el
México prehispánico ................................................... 78
El abandono de los ecotonos ................................................. 81
El aluvión, principal botín agrario de los castellanos .............. 85
IV. Rupturas y continuidades en el manejo del ambiente
en México: siglos xvi al xxi .............................................................. 89
La política del agua en Mesoamérica, la política
del agua en la Europa mediterránea .............................. 90
El manejo del suelo prehispánico,
el manejo del suelo colonial y posterior ....................... 93
Experiencias coloniales y decimonónicas sustentables ......... 94

Conclusiones ........................................................................................ 97

Fuentes documentales ........................................................................ 101

Bibliografía ........................................................................................ 103


PRESENTACIÓN
L a Geografía es una ciencia de disyuntivas. Todo geógrafo se ha en-
contrado alguna vez ante el dilema de cómo hacer su trabajo: ¿física o
humana?, ¿ambiental o cultural?, ¿cuantitativa o cualitativa?, ¿a escala
local o a escala global?, ¿ideográfica o nomotética?, ¿teórica o práctica?,
¿urbana o rural?, ¿con trabajo de campo o de gabinete?, ¿con mapas o
sin ellos?, ¿histórica o contemporánea?… la geografía se desmiembra
cada vez que uno toma una opción de estos pares y desecha la otra. Por
eso llama la atención el tono de este libro que, sin proponérselo, permite
imaginar al lector los malabares que el geógrafo tiene que hacer para
conciliar estas opciones sin desechar unas en favor de otras.
Para ser un geógrafo así, es necesario saber cabalgar por encima de
las fronteras disciplinarias y saber mantenerse autónomo ante las meto-
dologías escritas en los manuales de investigación. Hay que ser atrevido
y muy dedicado. El título Geografía histórica y medio ambiente ya es
bastante osado puesto que promete conjuntar datos actuales con datos
pretéritos y datos culturales con datos ambientales. Para entender cómo
alguien logró reunir campos de la geografía habitualmente separados hay
que conocer a Gustavo G. Garza Merodio. En esta presentación quiero
discutir muy brevemente la pertinencia de la historia en la geografía y
terminar con una reflexión ligada a las habilidades del autor para apro-
vechar la fuerza conjunta de lo que a otros geógrafos les parece incon-
ciliable.
El tiempo es una dimensión de la realidad que de ninguna manera
puede quedar fuera del análisis geográfico (Baker, 2006 [2003]; Burke,
2008 [2004]; Pickles, 1985). Si lo que interesa al geógrafo es la manera

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Gustavo G. Garza Merodio

en la que está conformado el espacio, resulta que éste debe explicarse


dentro de una dimensión histórica dado que no es estático ni fijo, sino
cambiante. En palabras de Nigel Thrift “es muy simple: sin tiempo no
podemos estudiar el cambio”. Todo proceso geográfico es un proceso
histórico (Thrift, 1977). Esto lo saben particularmente bien los geomor-
fólogos pues la lectura del paisaje en que ellos se especializan es la de
las formas del relieve transformadas por la naturaleza y también por los
grupos humanos que en ellas han dejado su impronta.
Los objetos de la Geografía son objetos muy grandes. Lo son por su
tamaño y también por su edad. Respecto del tamaño no cabe duda que
la Tierra como planeta es enorme y las partes que lo componen parecen
también innumerables. Respecto de su edad, basta con repetir lo que dice
el autor de este libro en el sentido de que los procesos geográficos son
siempre procesos de larga duración y que una sola generación de hu-
manos es incapaz de evaluar si lo que sus ojos ven tendrá repercusión
en el espacio y ayudará a troquelar de manera diferente a las generacio-
nes venideras. Mientras el espacio se queda y permanece, los humanos
mueren y se van. Aun los cambios más vertiginosos como el del empo-
brecimiento de la población en el mundo, la degradación ambiental o la
sofisticación tecnológica, implican procesos que aun no se sabe si están
transformando irreversiblemente el espacio aunque modifiquen sin duda
la política y la economía de los grupos sociales. La duración de los pro-
cesos políticos y económicos es mucho más corta que la duración de los
procesos geográficos.
Los geógrafos solemos ir a los lugares para poder hablar de ellos cuan-
do la escala del lugar nos lo permite. Cuando la escala es global, hay que
pensar en larguísimos periodos que sobrepasan la vida del geógrafo. David
Lowenthal dice que “el pasado es un país extranjero” (Lowenthal, 1985;
Duncan, 1977 [1993]), y −deberíamos agregar− al que no se puede viajar.
Para solventar esta fatalidad, los geógrafos contemporáneos deben hacer
geografía histórica. Pero acomodar en orden los sucesos que han ocurri-
do a la corteza terrestre y a los pueblos que la han transformado, requiere
de mucha imaginación y de un cruzamiento de datos muy abundantes.
Otros profesionales del tiempo, los historiadores, a menudo rehúyen

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Geografía histórica y medio ambiente

al reto de abarcar en su análisis espacios y tiempos muy prolongados


pues juzgan que no es posible “probar” las conclusiones que se tienen ni
armar el rompecabezas de la historia humana con tanta superficialidad.
Así es como han lapidado las aportaciones de autores como Jared Dia-
mond, quien se atrevió a publicar una historia del hombre en sus últimos
trece mil años basado en criterios geográficos (Diamond, 1997). Quizá
tengan razón los historiadores en la dificultad de manejar tantas varia-
bles pero si no existiera la osadía nos quedaríamos en la microhistoria.
Sin duda, el análisis de larguísima duración y larguísima espacialidad es
indispensable para comprender el mundo, lección que Gustavo Garza
profesa con frescura desfachatada. El autor de este libro se suma a otros
más que han probado que hacer geografía histórica no es ningún delito
epistemológico y, que al contrario, con ella se puede generar nuevo cono-
cimiento histórico que los historiadores podrán usar en sus investigacio-
nes de corta duración y de escala local. No en vano, los historiadores que
más cita Garza en este trabajo pertenecieron a la escuela de los Annales,
reputada por haber tenido siempre un pie en la tierra.
El libro tiene la riqueza y la fortuna de reunir en un mismo volumen
los casos de estudio que desarrolló su autor y las conclusiones teóricas a
las que fue conducido por dichos estudios de caso. Esto no es frecuente,
pues los geógrafos preferimos hacer artículos teóricos por un lado y pre-
sentar nuestras investigaciones de caso en publicaciones aparte. Gustavo
Garza comenzó a sistematizar su reflexión sobre la geografía histórica
desde su trabajo doctoral en donde logró relacionar aspectos históricos
y ambientales al hablar de la transformación de la Cuenca de México en
un largo periodo (Garza, 2000). Más adelante profundizó sobre la mane-
ra en que el territorio de México se fue estructurando desde un enfoque
local, lo cual implicó para él adentrarse en la historia de los pueblos
fundados en el siglo xvi a lo ancho de todo el país, y en sus antecedentes
indígenas, ejercicio que nadie había hecho con anterioridad y que, no sin
dificultad, condensó en un mapa de todo el país que hoy forma parte del
Nuevo Atlas Nacional de México (Garza, 2007). Nuevamente, para los
historiadores este mapa puede ser criticable pero tiene el mérito de poner
el tema sobre la mesa, es decir, de enfrentar de alguna manera la necesi-

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Gustavo G. Garza Merodio

dad de ubicar cartográficamente procesos generales con los riesgos que


ello implica para los casos particulares. Durante años, Gustavo Garza
ha trabajado otros temas que se despliegan ambiciosamente tanto en la
dimensión espacial como en la temporal. Por ahora solo quiero hacer
mención de uno de ellos: el de la climatología histórica.
El estudio histórico de la climatología es una muestra de cómo la
Geografía tiene más poder cuando mantiene unidos los elementos que
componen el espacio y cuando la investigación se realiza de manera me-
tadisciplinar, esto es, sin hacer caso de las recetas metodológicas que
cada una de las ciencias ha confeccionado para su propio campo. Aquí la
división entre geografía humana y geografía física no alcanza a percibir-
se, lo cual nos transporta a los tiempos en los que la geografía “a secas”
tenía suficiente solidez para convencer de que era un razonamiento capaz
de resolver problemas. El que se planteó Gustavo Garza precisamente en
estos tiempos de cambio climático, es el de recoger evidencias inéditas
respecto del ritmo al que el clima está cambiando.
Le ha interesado documentar para México desde cuándo se tienen
registros que puedan probar alteraciones climáticas relevantes. Mientras
hay equipos de investigación abastecidos con financiamiento casi ilimi-
tado en los países industrializados para obtener respuestas sobre el cam-
bio climático, con perfil modesto y sin mucho apoyo, Garza jala una he-
bra delgada y sutil que aprendió a reconocer en sus estancias en España.
Esta hebra consiste en una serie de documentos llamados genéricamente
“rogativas” y que no son otra cosa que solicitudes que las personas hacen
al santo o virgen de su devoción para que llueva.
Imaginar al campesino desesperado que escribe una nota y que la
lleva a la parroquia de su pueblo para incrustarla en el altar donde está
la efigie de su deidad, parece un asunto más propio de la antropología
o quizá de la historia de la iglesia si se toma en cuenta que el párroco
le pedía sus últimas monedas para celebrar misa con ese objetivo. En
España ha podido ser estudiada esta práctica con registros fechados des-
de el siglo xvi y la lucidez del autor de este libro lo llevó a pensar que
en el México colonial tendría que haber algo similar toda vez que esta
tradición cristiana encontró eco en los pueblos mesoamericanos que con

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Geografía histórica y medio ambiente

igual regularidad subían al cerro para realizar solicitudes de lluvia (Bro-


da y Báez, 2001). Rogar para que llueva es algo probablemente inhe-
rente a todas las sociedades que dependen de la agricultura de temporal,
pero encontrar registros escritos de estas peticiones es una tarea ardua.
Garza se impuso el objetivo de recolectar estas rogativas en diez ciu-
dades mexicanas, casi todas poseedoras de archivos de sus respectivos
obispados, y realizó estancias de investigación en ellas durante periodos
intermitentes en los últimos ocho años. En las rogativas, Gustavo Garza
encuentra información de climatología histórica que puede sumarse a
otras técnicas de determinación de ciclos de sequía o de abundancia de
lluvias como lo es la dendrocronología (Villanueva et al., 2010). Las
rogativas son más frecuentes en los años, los lustros y las décadas en
donde la sequía amenaza la subsistencia de una comunidad. Una vez que
se determinan los periodos de varios años de sequía, se comparan con
los datos de otras regiones para comprender si el fenómeno climatoló-
gico tuvo un alcance importante en el territorio y si la sequía afectó, por
ejemplo, todo el centro de la Nueva España o si fue un fenómeno local
o acaso una falta de consistencia en la manera en que el archivo guardó
o perdió esta información. Más aún, el autor compara también sus hallaz-
gos con otro tipo de fuentes históricas que narran cambios sociales pero
en la cual no se menciona si mientras se enfrentaban dos ejércitos, estaba
lloviendo o no. Este cruce de testimonios puede permitir hacer matices
sobre la historia oficialmente aceptada y en el libro el autor provee algu-
nos ejemplos. Como se ve, este estudio reseñado en el libro, también es
muestra de la fuerza que tienen la geografía física y la humana conjuntas.
Es, en mi opinión, el caso que le da mayor sentido al título de la obra.
Para terminar, como anuncié, quiero comentar algunas de las cuali-
dades de Gustavo Garza en su quehacer geográfico. Gustavo ha sido ca-
paz no solo de soportar largos periodos de trabajo de archivo enfundado
en sus guantes y su tapabocas, lo que demuestra que entre sus cualidades
de investigación está la paciencia del fraile. También es un geógrafo de
campo, un explorador que no fatiga en sus caminatas y que logra en ellas
mantener conectado el cerebro y las piernas. ¿Fraile, explorador? Con ra-
zón se siente tan bien trabajando temas coloniales en donde caminar largas

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Gustavo G. Garza Merodio

jornadas y morar en conventos húmedos son requisitos indispensables.


El trabajo de campo en el autor de este libro es, sin duda, uno de
sus talentos metodológicos y por tanto no puedo dejar de referirme a las
cualidades que Gustavo Garza posee para leer el paisaje. Lo lee como
cartógrafo sobre su mesa sin importar si el mapa es moderno o antiguo.
Después lo lee como geomorfólogo observando desde un mirador en la
carretera y explorando sus componentes geológicos. Lo lee como etnó-
logo caminando al interior de las comunidades. Lo lee como topógrafo
recorriendo grandes distancias. Lo lee en los objetos de la naturaleza y en
los de la cultura. Lo lee en el presente e intuye su pasado. Su capacidad
de orientación en el terreno es asombrosa: siempre sabe qué hay detrás
del cerro que miran sus ojos y para qué rumbo caminar en busca de un
objetivo. En cierta ocasión escuché a nuestro colega Leopoldo Galicia
decir que Gustavo había nacido con GPS integrado. Con todo, también
recuerdo una nublada tarde en el municipio de Metztitlán, Hidalgo, en
que la luz se fue extinguiendo y nos quedamos a ciegas a media ladera
de un áspero cerro con enormes dificultades para descender y con riesgo
de desbarrancarnos. Nos acompañaba un alumno de Historia y los tres
terminamos por arrastrarnos cuesta abajo palpando el suelo con pies y
manos, cruzamos después lo que adiviné como el cauce de un río seco
y recomenzamos el ascenso igual a gatas hasta descubrir de nuevo en
el horizonte las luces de Tepatetipa. El instrumento de orientación que
Gustavo tenía integrado, nos dimos cuenta, no necesitaba siquiera la luz
del sol ni de las estrellas para operar. Cuando Gustavo regresa del campo
sin usar libreta ni cámara fotográfica, es capaz de releer en su mente el
paisaje y describirlo tanto en un mapa como en un texto escrito.
Todo esto es prueba de que para Gustavo G. Garza Merodio las
disyuntivas que planteamos en el inicio de esta presentación no son
obstácu­los en su quehacer ni en su metodología. Esta actitud lo acerca a la
geografía de la mejor tradición, aquella que no se pelea con los adjetivos.

Federico Fernández Christlieb


Escuela de Extensión, Canadá
Universidad Nacional Autónoma de México

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Geografía histórica y medio ambiente

Referencias

Baker, A. R. H. (2006 [2003]), Geography and History, Cambridge Uni-


versity Press, Cambridge.
Broda, J. and F. Báez Jorge (2001), Cosmovisión, ritual e identidad de
los pueblos indígenas de México, Fondo de Cultura Económica, Mé-
xico.
Burke, O. (2008 [2004]), What is cultural history?, Polity, Cambridge.
Diamond, J. (1997), Guns. Germs and steel. A short history of everybody
for the last 13 000 years, Vintage, Surrey, Great Britain.
Duncan, J. and D. Ley (eds.; 1997 [1993]), Sites of representation. Pla-
ce, time and the discourse of the other, Routledge, London and New
York.
Garza Merodio, G. G. (2000), Evolución en el paisaje de la Cuenca de
México durante la dominación española, tesis de Doctorado, Uni-
versidad de Barcelona.
Garza Merodio, G. G. (2007), “Mapa político territorial de Mesoamérica
hacia 1520”, en Coll, A. (coord.), Nuevo Atlas Nacional de México,
clave H II 2, escala 1:4 000 000, Instituto de Geografía, UNAM,
México.
Lowenthal, D. (1985), The past is a foreign country, Cambridge Univer-
sity Press, Cambridge.
Pickles, J. (1985), Phenomenology. Sciences and Geography, Cambrid-
ge University Press, Cambridge.
Thrift, N. (1977), “Time and y theory in human geography” (2 parts),
Progress in Human Geography, no. 1, pp. 65-101 and 413-457.
Villanueva Díaz, J., J. Cerano Paredes, D. W. Stahle, V. Constante Gar-
cía, L. Vázquez Selem, J. Estrada Ávalos y J. D. D. Benavides So-
lorio (2010), “Árboles longevos de México”, Revista Mexicana de
Ciencias Forestales, núm. 1, pp. 7-29.

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INTRODUCCIÓN
Dentro de las temáticas ambientales, el papel de la geografía por lo
general no ha sido ponderado suficientemente, en tanto que la ecología,
la biología y algunas ramas de la ingeniería son los ámbitos del conoci-
miento más utilizados, e incluso los discursos académicos o políticos en
poco sopesan el papel que la geografía puede tener en el entendimiento
de la cuestión ambiental. Si el papel de la geografía es poco apreciado en
términos ambientales, mucha mayor marginación sufre el conocimiento
y práctica de la geografía histórica en este ámbito, es más, ni siquiera
es comúnmente considerada, ni relacionada con las prácticas tendien-
tes a resarcir daños ambientales. Tal desdén resulta perjudicial para un
entendimiento más amplio e integral de la relación sociedad-medio. Po-
sibilidades analíticas en las que por su naturaleza la geografía histórica
tendría mucho que aportar, ya que desde sus orígenes como parte del
cuerpo científico de la geografía, fue parte primordial de su quehacer, la
inclusión de temáticas ambientales.
Sin embargo, con el correr del tiempo, la práctica de la geografía
histórica se centró en la reconstrucción temporal de la región o en la
cronología de intercambios económicos y tecnológicos, alejándose en
buena medida de las cuestiones ambientales. Así, la geografía histórica
ha sido poco considerada como vehículo teórico en el entendimiento de
la relación sociedad-medio, y si esto es común a buena parte de la aca-
demia mundial, en México esta perspectiva ha sido aún menos utilizada.
El alejamiento de las temáticas ambientales y la geografía proviene de la
propia definición de ciencia que asumimos, fundamentada, en una sepa-
ración tajante del conocimiento biofísico y el social (Santos, 2009). Esta

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Gustavo G. Garza Merodio

continua división del conocimiento, explica que el pensamiento ecoló-


gico codificado en ‘Occidente’ durante el siglo xix y desarrollado como
principio científico y puesto en práctica en el xx (Baker (2003:75), sea
entendido como un concepto sin escala (ni temporal, ni espacial), al que
es prioritario la adaptación y funcionamiento de las especies a su entor-
no, así como las transferencias de energía involucradas en estos proce-
sos. Desde esta perspectiva, el ser humano es solo una más de la especies
en el rejuego ambiental, lo que dificulta el análisis desde las ciencias
sociales, las cuales a su vez se han visto permeadas por concepciones
naturalistas del medio, particularmente en la antropología, la propia geo-
grafía y la historia.
La geografía ha tenido que nadar contra corriente ante las ataduras
que le han fijado la mayoría de sus paradigmas vigentes desde mediados
del siglo xix, limitantes que se reflejan en la poca atención, e incluso
menosprecio, que sufrieron la geografía histórica y la geografía cultural
hasta las décadas de 1980 y 1990. Asimismo, dentro del conjunto de las
ciencias sociales, la geografía no fue bien vista bajo los esquemas neo-
positivistas y estructuralistas del conocimiento, por lo que los geógrafos
no participaron mayormente de los discursos que condujeron al desman-
telamiento de los modelos neopositivistas y sentaron las bases de los de-
nominados giros ‘cultural’ y ‘espacial’, exclusión de la que a su vez son
responsables los geógrafos, ya que en buena medida se han inclinado por
una construcción teórica y metodológica aislada con respecto al conjunto
de las ciencias sociales. Una de las temáticas que más se ha beneficiado
de las recientes consideraciones epistemológicas de la ciencia en su con-
junto, es la relación sociedad-medio, ya que los paradigmas que susten-
tan la tesis de un solo conocimiento, ni social, ni físico, permite integrar
ambas vertientes del conocimiento y reconocer las causas de origen an-
trópico en las alteraciones que sufre el medio, así como brindarle escala
espacial y temporal a los aspectos físicos y biológicos de la biosfera.
Las carencias en la construcción teórica de la geografía, han sido
subsanadas no nada más por los aportes de geógrafos a fines del siglo
xx y principios del xxi, quienes se han abierto al debate con otras áreas
del conocimiento, sino en buena medida por teóricos de otras ciencias

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Geografía histórica y medio ambiente

sociales, que a lo largo de los últimos cuarenta años han sopesado la re-
levancia de los aspectos histórico-territoriales y espaciales en sus respec-
tivos campos de conocimiento (Sunyer, 2010:144). A este respecto, es
necesario acotar que uno de los diálogos interdisciplinarios que resultan
indispensables a la geografía es el que debe mantener con la historia. Sin
embargo, aunque varios geógrafos han utilizado principios históricos en
el estudio de la actividad humana, la aproximación histórica no ha sido
parte fundamental del quehacer geográfico, tal y como argumenta Leo-
nard Guelke (1982:ix). Para este autor la falta de interés de lo histórico
desde la geografía, radica en buena medida en la orientación generali-
zadora y anti-ideográfica de gran parte de la geografía contemporánea
y ha resultado especialmente perjudicial al entendimiento de la relación
sociedad-medio y al tratamiento de la región, aproximaciones que suelen
carecer de construcciones teóricas profundas.

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I. Geografía histórica y medio ambiente
L a conceptualización de la geografía histórica comúnmente aceptada
por los geógrafos, se desprende de una visión parcial de lo que el cono-
cimiento histórico puede significar y el cual se suele considerar total-
mente ajeno a las discusiones teóricas y metodológicas de la geografía.
David Harvey, en Explanation in Geography (1971:80-82), aduce que
una de las seis formas explicativas de la geografía es la concerniente a
los modos temporales de explicación. Ahondando en la forma temporal
de explicación en geografía, Harvey cita a Darby, y para este último, los
cimientos de la geografía son la geomorfología y la geografía histórica,
fundamento interdisciplinario que invita a la reflexión. Asimismo, Har-
vey propugna por no encasillarse en un solo modelo explicativo, lo acon-
seja tanto cuando habla de que sus categorías explicativas no se excluyen
unas a las otras, como cuando sustenta que uno de los mayores errores en
el entendimiento de la explicación temporal en geografía ha sido tomarla
como única aproximación posible.
Por otra parte, la geografía histórica perdió parte de sus posibilidades
analíticas a partir de mediados del siglo xx, al alejarse de las temáticas am-
bientales, las cuales no siempre le resultaron ajenas, ya que además de las
tradiciones naturalistas germánicas, tuvo en los estudios de paisaje de
Carl Sauer un gran impulso. Para este último autor, retomando el discur-
so de Alfred Hettner, la geografía en todas sus ramas debe ser una ciencia
genética que debe avocarse al estudio de orígenes y procesos (Castro,
2009:14). Desde esta perspectiva, la geografía tenía una clara injerencia
sobre aspectos temporales en su quehacer, y no debía conformarse con
el conocimiento de las características contemporáneas del espacio en sus

21
Gustavo G. Garza Merodio

diversas escalas, sino que debía incluir las dinámicas y elementos del pa-
sado. Sin embargo, tal presencia del pasado en el espacio contemporáneo
era comprendida como una mera suma o resta de elementos físicos, sin
que las causas culturales, políticas o socioeconómicas que determina-
ban su presencia fueran categorías de análisis. El desgastado discurso de
la geografía humana en el análisis de la relación sociedad-medio y de la
región, se debe en buena medida a la exclusión del conocimiento histo-
riográfico en sus análisis y discursos. Por tanto, los geógrafos carecen,
por lo general, de sustentos filosóficos en su aproximación a la relación
sociedad-medio y en la definición de lo regional.
Para explicar las limitantes del análisis temporal basado en la estruc-
tura y apariencia física del espacio, retomemos en primera instancia la
propuesta de Robin Collingwood (1956:216) con respecto a la naturaleza
de los procesos naturales y los procesos históricos, los primeros, nos dice
este autor, es una mera progresión de eventos, mientras que los segundos
son la sucesión de los diversos pensamientos. Esta diferenciación nos per-
mite entender que, desde la aproximación físico-estructural, únicamente
ponderaremos los cambios externos que se manifiestan en la morfología
de los elementos presentes en el espacio, sin que reconozcamos las rela-
ciones sociales o económicas subyacentes que determinan la ausencia o
presencia de elementos y su distribución. En este sentido, es importante
tomar en cuenta que, aunque los seres humanos se encuentran sujetos
a condicionantes físicas y biológicas, sus acciones y pensamientos no
responden a la lógica de estas determinantes, por lo que todo análisis del
espacio que se precie de histórico debe enfocarse en las características
que guardan y han guardado las diversas sociedades y sus instituciones.
Pero esta inclusión de la cultura y la ideología en el análisis de lo
hallado en el espacio no ha sido fácil de lograr en la geografía, lo cual ha
perjudicado la relación de la disciplina en su conjunto con la geografía
histórica. Para Alan Baker (2003:214), el antagonismo entre los practi-
cantes de la geografía contemporánea y la geografía histórica se basa,
además de las visiones actuales de muchos geógrafos, en la insistencia
de Hartshorne en subrayar la separación de la geografía y la historia, y

22
Geografía histórica y medio ambiente

como aduce Baker, afectando particularmente la relación de la geografía


histórica con el resto de cuerpo académico de la geografía. Así, además
de verse marginada del cuerpo teórico aceptado por la mayor parte de
los profesionales de la geografía, la geografía histórica, al igual que la
cultural, se mantuvieron encasilladas epistemológicamente en el cambio
y la reconstrucción de la apariencia física de lo distribuido en el espacio.
Leonard Guelke (1982:21) argumenta que la inclusión de esquemas más
humanísticos en geografía histórica, no implicó la adopción de un reno-
vado concepto de historia que se basara en el análisis temporal del pen-
samiento humano. Por tanto, hasta principios de la década de 1980, se
puede decir que la geografía histórica tenía una clara connotación positi-
vista, aproximación que le dificultaba explicar procesos sociales, siendo
que los principios teórico-metodológicos que utilizaba se desprendían del
quehacer de la ciencia natural. Por su parte, Derek Gregory (1982:250)
aduce que la prioridad en el discurso de la geografía histórica, una vez
superadas las posiciones positivistas y estructuralistas, es la vinculación
dialéctica entre acción y estructura, lo que implica la conjunción de las
formas estéticas y el estatus teórico de la narrativa utilizada.
Estas propuestas renovadas sobre los alcances analíticos de la geo-
grafía histórica, amplían las posibilidades de entendimiento de las cues-
tiones ambientales, en tanto que la mera evidencia física deja de ser la
única categoría de análisis y toda transformación del entorno se examina
a través de las acciones y discursos de la economía, la política, la so-
ciedad y, por supuesto, de la cultura. En la comprensión y articulación
de estas dinámicas, la perspectiva histórica juega un papel fundamental,
por tanto, es indispensable revisar la vinculación entre el conocimiento
geográfico y el histórico a través de lo que en geografía ha significado
el análisis historiográfico y las herramientas utilizadas tradicionalmente
desde la geografía histórica, así como los avances y limitantes que esta
subdisciplina presenta ante la utilización de los principios teóricos y me-
todológicos de la historia. El aislamiento de lo geográfico con respecto
a lo histórico ha comenzado a romperse gracias al denominado giro cul-
tural o lingüístico, el cual ha enriquecido los alcances analíticos de la

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Gustavo G. Garza Merodio

geografía en su conjunto; renovada aproximación, en la que la geografía


histórica y cultural ocupan posiciones privilegiadas en las narrativas con-
temporáneas. Para Robin Butlin (1993:68) es necesario llevar a cabo una
geografía histórica de las comunidades, espacios cuyos protagonistas de-
ben ser tomados en cuenta para entender las formas en que el paisaje ha
sido construido y el territorio organizado, en tanto que muchos de estos
protagonistas conservan prácticas y ritos que se pierden en el tiempo y
que en diversas ocasiones únicamente se conservan como tradición oral.
Ante tal apertura multidisciplinaria, cabe citar a Fernand Braudel
(1984:39), quien acotó el enriquecimiento de la historia, gracias a las
adquisiciones obtenidas de otras disciplinas cercanas, lo que había he-
cho que prácticamente se hubiese construido de nuevo. Sin exagerar, se
puede decir lo mismo de la geografía a la luz de los aportes culturales
e historiográficos que han fortalecido y afirmado su episteme. Así, para
Carlos Antonio Aguirre (1996:49), reconocido historiador mexicano de-
dicado al estudio de la escuela de los Annales, lo social-histórico, debe
ser interpretado fuera de los marcos que intentan imponernos las actuales
configuraciones disciplinares de las diferentes ciencias sociales.
Entre las cuestiones que son propias de las renovadas formas de
abordar la geografía, y en particular la geografía histórica, destaca el
papel que juegan las escalas, tanto espaciales, como temporales. Esto
debido a que la sociedad, la economía, las identidades y las instituciones
operan influenciadas no solo por los acontecimientos locales, regionales
y nacionales, sino por determinantes dictadas desde los centros de poder
financiero y cultural, respaldadas en muchos casos por inercias culturales
y políticas arraigadas en las diversas sociedades siendo, tanto en cues-
tiones de identidad, como de características institucionales, donde más
fácilmente se identifica la presencia de diversas escalas temporales, sin
que esto quiera decir que el comportamiento económico escape a ellas,
aunque resulta más difícil identificarlas dada la aparente contemporanei-
dad de lo económico.
En lo tocante a escalas temporales se piensa relevante ahondar un
poco más, ya que resultan fundamentales en la construcción y evolución

24
Geografía histórica y medio ambiente

del paisaje. Este concepto, como ya ha sido mencionado, se considera


esencial en la vinculación del conocimiento geográfico con el históri-
co; en tanto que el paisaje es una muestra fehaciente de la interrelación
sociedad-medio a través del tiempo, así como de la trama temporal de
lo meramente social y económico. Las escalas temporales han sido ma-
gistralmente explicadas por Fernand Braudel (1984:74), y aunque sus
propuestas han sido delimitadas como estructuralistas y positivistas por
las escuelas ‘posmodernas’, se es de la idea que la explicación de las
diversas duraciones trasciende encuadres epistemológicos, ya que en pri-
mera instancia, este autor las considera útiles tanto a diversas disciplinas,
como a una concepción amplia de lo social, en la que tiene cabida la
relación sociedad-medio y el entendido de que cada realidad segrega sus
escalas de tiempo de acuerdo con sus determinantes ideológicas.
Entre las escalas temporales propuestas por Braudel, existen dos que
resultan relevantes al quehacer geográfico, una es la denominada lar-
ga duración, ya que en ella surgen las identidades, consecuencia de una
prolongada relación de una determinada sociedad con un cierto bioma;
identidades que generan símbolos que las poblaciones locales y regiona-
les recrean con respecto a valores culturales, económicos o políticos. La
otra es esa temporalidad corta y violenta de profundas alteraciones que
deconstruye y reconstruye al paisaje o dicta las pautas de reorganización
del territorio, reconstrucciones y pautas que han de durar por un cierto
tiempo hasta que un nuevo lapso violento sea desencadenado por agentes
biológicos o tecnológicos. Asimismo, cabe recalcar que el científico so-
cial debe construir marcos temporales que estén sujetos a los paradigmas
de sus respectivas disciplinas.
En las nuevas consideraciones epistemológicas del denominado giro
cultural o lingüístico una de las premisas es la exposición de las capaci-
dades, las necesidades, la percepción y los símbolos del colectivo bajo
escrutinio; características y dinámicas de la población que se han con-
figurado en temporalidades de distinta duración y cuyo análisis vincula
profundamente a la geografía histórica con la geografía cultural, las cua-
les comparten en sus quehaceres, tanto el estudio de las formas de apro-

25
Gustavo G. Garza Merodio

piación del entorno, como el entendimiento de la organización del terri-


torio en diversas temporalidades. Estas dos vertientes del conocimiento
tienen en los estudios del paisaje dedicados a la evolución del mismo,
métodos que permiten entreverar los aspectos biofísicos y humanos en la
construcción de identidades, las formas de organización político-territo-
rial y los procesos económicos.
Una de las cuestiones que no han permitido un aquilatamiento más
profundo de la geografía histórica y su viabilidad respecto de temáticas
ambientales, es la consolidación de la denominada historia ambiental a
lo largo de las últimas décadas. Subdisciplina que en mucho se benefició
de una posición imprecisa desde la geografía, en general, con respecto
a la consideración temporal de la problemática ambiental y a la falta de
impulso desde la geografía histórica de estudios que abordaran al entor-
no. Así, la falta de construcción teórica en la geografía en su conjunto
y de forma especialmente aguda en el ámbito de la geografía histórica,
coadyuvó al afianzamiento de la historia ambiental, mayormente apoya-
da por antropólogos e historiadores de la esfera anglosajona.
A principios de la década de 1990, Stanley Trimble, en el prefacio
de la obra de Dilsaver y Colten (1992:xx), argumentaba que durante las
últimas tres décadas el panorama de la geografía histórica no había sido
alentador y aunque las renovadas construcciones teóricas respecto a la
relación sociedad-medio le han brindado nuevos bríos, la competencia
desde la historia ambiental había eclipsado en buena medida el reco-
nocimiento y trascendencia de los argumentos esbozados desde la geo-
grafía histórica. En este sentido, cabe destacar que una revisión de las
temáticas propuestas por la historia ambiental permite reconocer que no
existe mayor diferencia con los argumentos utilizados con anterioridad o
paralelamente por parte de la geografía histórica. Las temáticas de índole
ambiental que han sido propias de la geografía histórica y que son utili-
zadas hoy en día por la historia ambiental son: la creación de los paisajes
y las antiguas formas de entender y apropiarse del entorno, así como el
cambio ambiental de origen antrópico a través del análisis de los siste-
mas políticos y los modelos económicos imperantes.

26
Geografía histórica y medio ambiente

Una vez esclarecida la importancia de la geografía histórica, en el en-


tendimiento de las cuestiones ambientales y las limitantes teóricas y me-
todológicas que han impedido una apreciación de esta subdisciplina en
la solución de problemas ambientales, se desglosa el contenido del resto
de esta obra. En primera instancia se analiza la relación de la geografía
histórica con los términos paisaje y territorio, conceptos que resultan pri-
mordiales para el análisis del espacio, así como la revitalización que ha
vivido una vez que se han incorporado a su construcción teórico-meto-
dológica el denominado giro cultural o lingüístico. Asimismo, se aborda
la influencia de la geografía en otras ciencias sociales y cómo el conjunto
de éstas también se ha renovado ante una mayor inclusión de las deter-
minantes espaciales en el entendimiento de lo social. Para explicar estas
influencias se ahonda en las posibilidades teórico-metodológicas de la
escuela historiográfica de los Annales, en particular, en las propuestas de
Fernand Braudel tocantes a la consideración de diversas duraciones en la
construcción del paisaje y la organización del territorio.
En una segunda parte de este trabajo se ejemplifica el quehacer con-
temporáneo de la geografía histórica en México con tres temáticas que se
han conducido desde el 2000 en los departamentos de Geografía Social
y Geografía Física del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional
Autónoma de México: 1. La climatología histórica, a través del análisis
de fuentes documentales y su comparación con series instrumentales an-
tiguas y contemporáneas, tratando las siguientes cuestiones: un esbozo
del comportamiento del clima en México a lo largo de los últimos qui-
nientos años, las consecuencias de la invasión europea y su correlación
con la denominada ‘Pequeña Edad de Hielo’ y el vínculo entre extremos
climáticos y el surgimiento de epidemias y plagas. 2. Ligado a esto úl-
timo, se considera la transformación del paisaje y el territorio en buena
parte de Mesoamérica a lo largo del siglo xvi, tomando en cuenta el
manejo y la percepción que de las áreas montañosas se tenía durante la
era prehispánica, y la prioridad que los españoles dieron a la ocupación y
explotación de los aluviones y al abandono, por no ser prioritarios a los
modos y medios de producción europeos, de los ecotonos de transición

27
Gustavo G. Garza Merodio

entre los climas cálidos y los templados. 3. Las rupturas y continuidades


en el manejo del ambiente en México del siglo xvi al xxi, esto a través de
una breve comparación del manejo del agua en Mesoamérica y en la Eu-
ropa mediterránea, una síntesis de las formas de ocupación y explotación
del suelo durante la era prehispánica, la época colonial, el siglo xix, el
reparto agrario y el México ‘neoliberal’ y, por último, un breve recuento
de manejos sustentables del medio llevados a cabo durante los regímenes
coloniales y republicanos anteriores a la revolución mexicana.

Paisaje, territorio y geografía histórica

Para Alan Baker (2003:8) cuatro son los principales discursos de la geo-
grafía: localización, medio, paisaje y regiones o áreas; este autor agrega
que entre ellos no hay límites impermeables. En contraposición, se es
de la idea que los discursos de la geografía son medio, territorio, región,
urbe o área rural; en esta última propuesta no se incluye paisaje, pues se
le considera una posibilidad metodológica (sobre esto se ahonda en los
siguientes párrafos), más que un principio primordial de análisis en la
geografía. Por su parte, Baker agrega que los geógrafos suelen interco-
nectar cada uno de estos segmentos, sin embargo, en la experiencia desde
la geografía en México, parece que en pocas ocasiones se logra esto;
quienes trabajan paisaje y medio posiblemente sí concurran en ambas
vertientes para lograr sus objetivos, pero quienes se abocan a las diná-
micas y fenómenos de localización o espacialidad y la cuestión urbano-
regional no suelen incluir cuestiones propias del medio o análisis a través
de los estudios de paisaje.
Además de las limitantes teóricas derivadas de las posiciones pre-
ponderantes en geografía hasta hace unas décadas, mismas que se cree
dificultaban el diálogo entre los discursos nodales de la geografía, la
propia definición de paisaje también validada hasta hace poco, tampo-
co ayudaba a su utilización en ámbitos como la regionalización o los
estudios urbanos y rurales. La visión tradicional en paisaje lo considera
como una porción de espacio, tal y como argumentó Georges Bertrand

28
Geografía histórica y medio ambiente

hacia 1968 (Bolós, 1992:26), pero tal idea sobre el paisaje se cree limita
sus posibilidades de análisis y su interacción con el resto de los discursos
primordiales de la geografía. La propuesta en este sentido es entender al
paisaje como una posibilidad metodológica para analizar al espacio, pero
no como una porción del mismo. Esta propuesta se puede sustentar al
tomar en cuenta el origen del término paisaje, así como el uso ‘científico’
que se le ha dado al mismo desde diversas escuelas geográficas o de otras
disciplinas.
En cuanto al uso temprano del concepto paisaje se sabe que en len-
gua castellana originalmente se definió como pintura, y de acuerdo con
Joan Corominas (1983:433), hasta 1708 apareció en nuestra lengua como
paisaje, mientras que en otras lenguas romances su uso era común desde
los siglos xvi y xvii. Esta connotación temprana de paisaje, como repre-
sentación, nos habla de la interpretación de una porción de espacio, mas
no del espacio en sí. Asimismo, la expresión germánica landschaft nos
remite a la evolución o moldeado del suelo y registra información que
nos remite a su proceso de formación, mientras que la expresión inglesa
landscape aparece en el siglo xvi como un vocablo técnico utilizado por
los pintores (Fernández y Garza, 2006). De nuevo se asiste, en la com-
prensión de estos términos, no a la referencia de una porción de espacio,
sino a una manera de interpretarla.
En el argumento de considerar al paisaje como principio metodológi-
co y no como una porción de espacio, se considera el propio tratamiento
que de este concepto han hecho las diversas escuelas, mayoritariamente
geográficas, que han propugnado por una consideración científica del
paisaje. Para fundamentar esta propuesta, se propone una sucinta revi-
sión de los estudios científicos sobre el paisaje, los cuales se remontan
al siglo xix, habiendo sido desarrollados, en primera instancia, por in-
dividuos que en lo fundamental estaban interesados en los ámbitos físi-
co y biológico del entorno, destacando los discursos de Alexander von
Humboldt y Karl Ritter, quienes forjaron el concepto de ‘medio’ para
explicar la influencia de los aspectos físico-biológicos en la cultura de
los pueblos. Las propuestas de Charles Darwin no hicieron sino reafir-

29
Gustavo G. Garza Merodio

mar la interrelación entre los seres humanos y su ambiente. A partir de


entonces, el análisis sobre esta interrelación se orientó en dos sentidos:
la que analizó el impacto de lo humano sobre el entorno y la que observó
la influencia del medio en las sociedades, ambas hermanando medio y
actuación humana a través del análisis de los componentes físicos, bioló-
gicos y antrópicos del medio, es decir, conduciendo estudios de paisaje;
esta vinculación no necesariamente pasaba por la definición de una por-
ción de espacio concreta, sino que construía teoría y métodos, en general,
sobre la relación sociedad-medio.
De la vertiente que se enfocó al impacto sobre el entorno por causa
del quehacer humano, se tiene como obra pionera el trabajo de George
Perkins Marsh titulada Man and Nature or Physical Geography as Modi-
fied by Human Action (1864); de la tradición derivada de esta propuesta,
destaca la publicación de Gordon Childe (1971), bajo el título de Man
Makes Himself, en el que son discernidas algunas alteraciones sufridas
por el sustento biofísico del planeta en aras de la vida civilizada. Si-
guiendo ese mismo tipo de aproximación, en tiempos más recientes, y
dedicado a las alteraciones ambientales en el continente americano como
consecuencia de la colonización europea, cabe destacar a escala conti-
nental Ecological Imperialism de Alfred Crosby (1991). En cuanto a este
proceso de transformación en las Américas, resulta de particular interés
la obra de Tzvetan Todorov (1987) quien, a través del fenómeno de la
‘otredad’, invita a reflexionar sobre la forma en que un medio ajeno,
incluyendo a las sociedades que lo habitan, pueden ser percibidos por
sus conquistadores, brindándonos pautas sobre la carga ideológica que
subyace en el proceso de construcción o deconstrucción de un paisaje.
De la influencia del medio ambiente sobre el ser humano cabe su-
brayar, como primer antecedente, la obra de Lewis Morgan (1993) La
sociedad antigua, escrita hacia 1880, en la que fueron resaltados los co-
nocimientos que diversas culturas utilizaron para enfrentarse al entorno.
Contemporáneo a este autor fue Friedrich Ratzel, quien acuñó por aquel
entonces los términos geografía cultural, antropogeografía y geografía
política, mismos que coadyuvaron al reconocimiento de los procesos

30
Geografía histórica y medio ambiente

civilizatorios en concordancia con las características del medio corres-


pondiente, así como con los flujos marcados en el territorio (Claval,
1996:12-13). Para comienzos del siglo xx los geógrafos ‘occidentales’
resaltaban, sin cortapisas, la relación entre las sociedades y su entorno,
profundo vínculo que hoy en día permea el quehacer de la geografía
histórica y el de la geografía cultural. Por aquellos años se redefinen y
reutilizan los términos de paisaje y región, en tanto que ambos incluían
variables físico-biológicas y socioculturales como parte del análisis del
territorio (Capel, 1988:345-358). Paul Vidal de la Blache (1994) propuso
en su Tableau de la Geographie de la France, que los grupos sociales
reaccionaban ante el ambiente a través de diversos ‘géneros de vida’,
lo que le permitió explicar que si bien el ser humano está condicionado
por el medio, también éste se estaba transformando a instancias de la
actividad antrópica. El intercambio recíproco entre el medio y las so-
ciedades quedó asentado por Lucien Febvre (1955) en La Tierra y la
evolución humana, aproximación debida a las construcciones teóricas
del posibilismo, mismas que proponen que las actividades humanas no
están determinadas por el medio, sino que éste posibilita el desarrollo de
cierto tipo de actividad e inhibe la conducción de otras. En este orden
de ideas, es indispensable mencionar la obra del antropólogo y geógra-
fo germano-norteamericano Franz Boas (1964), cuya obra es clave en
la comprensión de la relación sociedad-medio a través del paisaje, este
autor resalta la importancia que para el ser humano tiene el entorno in-
mediato y la manera en que la cosmovisión de cada cultura se sitúa en el
centro perceptual del universo.
Aunque el concepto de paisaje es implícito a todas las aproximacio-
nes, antes mencionadas y tocantes a la relación sociedad-medio, se cree
conveniente ahondar en las principales tendencias o escuelas que han es-
tablecido a este precepto como su eje rector. De las escuelas germánicas
se destacan las siguientes obras: Grundlagen der Landschaftskunde de
Sigfrid Passarge (1920), autor que enfatiza la primacía del análisis geo-
morfológico sobre el puramente climático (mismo que había prevalecido
desde mediados del siglo xix) en la disección de las ‘grandes zonas’ del

31
Gustavo G. Garza Merodio

paisaje. Los trabajos de Alfred Hettner (1966) y Carl Troll (1972) enri-
quecieron las posibilidades de análisis de los estudios de paisaje al darles
un carácter integral que incluye la participación del ser humano en su
configuración; entre los aportes de Troll destaca, asimismo, la definición
del concepto ‘Ecología del Paisaje’, lo que redundó en la inclusión del
concepto de ‘sistema’ en los estudios de paisaje.
En cuanto a la escuela rusa, cabe señalar que, en primera instancia,
recibió los aportes de la escuela alemana, sin embargo, adquirió carácter
propio al mezclar esta tradición con los estudios en ‘edafología cientí-
fica’, habiendo sido hacia los años sesenta del siglo xx, cuando esta es-
cuela mostró un importante desarrollo. Destaca entre los autores de la era
soviética, Viktor Sochava (1988), quien definió los conceptos de modelo
y sistema dentro de los estudios de paisaje y dio lugar, hacia 1963, a la
definición de ‘geosistema’, el cual incluye a todos los elementos del pai-
saje como un modelo global, territorial y dinámico aplicable a cualquier
paisaje concreto. Asimismo, propuso tres tipos de ‘geosistema’ de acuer-
do con su tamaño: global o terrestre, regional de gran extensión (peque-
ña escala) y topológico a nivel reducido (a gran escala). Por último, es
importante resaltar, en cuanto a los aportes de Sochava, su insistencia en
la utilización del lenguaje cartográfico como base para cualquier estudio
de paisaje.
Entre los autores anglosajones, destaca la propuesta de Ian Mc Harg
(1969), la cual versa sobre la primacía de los procesos biológicos en todo
principio de planificación: este sentido ‘biologista’, en el análisis de las
determinantes del tipo de uso del suelo, se contrapone a la visión eco-
nomista que había guiado en lo primordial la organización del territorio
en las economías de mercado. Las escuelas sobre paisaje en Francia se
configuraron en un principio bajo las directrices germánica y soviética,
sin embargo, con el tiempo generaron principios metodológicos de gran
relevancia, el grupo dirigido por el ya citado Georges Bertrand (1969) in-
trodujo a los estudios de paisaje los preceptos de ‘biostasia’ y ‘rexistasia’,
siendo los primeros, parajes estables cubiertos por densa vegetación, y
los segundos, sitios con el material litológico expuesto, ya por causas es-

32
Geografía histórica y medio ambiente

tructurales y climáticas, ya por degradación de origen antrópico. El prin-


cipal elemento integrador de esta corriente en paisaje es la vegetación.
Especial mención merece, desde la geomorfología, el trabajo de Jean
Tricart (1962), por sus amplios aportes a las diversas escuelas en paisaje.
Dentro del ámbito ibérico, es de primordial interés para la labor aquí
conducida, resaltar la obra de María de Bolós (1992:191-203), quien ha
dado gran relevancia a los estudios dedicados a la evolución del paisaje,
ya que considera que una de las premisas básicas para el estudio de cual-
quier paisaje es el conocimiento, lo más profundo posible, de su historia.
En su aproximación al conocimiento histórico del paisaje, Bolós propone
tres principios metodológicos: el regresivo, desde la actualidad hasta un
momento determinado en el pasado, el progresivo a partir de un corte en
el tiempo y hacia el futuro, y el mixto, que combina a los dos primeros.
En este sentido, la definición que de paisaje nos brindan Denis Cos-
grove y Stephen Daniels (1988:1) es de gran ayuda; para estos autores
paisaje es una imagen cultural, una forma pictórica de representación, es-
tructuración y simbolización del entorno. Asimismo, se es de la opinión
que la propuesta de John Wylie (2007:121), en el sentido de considerar
al paisaje como verbo y no como sustantivo (es decir, abandonando las
definiciones que lo consideran como un objeto inerte y solamente obser-
vable y como un trasfondo neutral), fortalece la consideración metodoló-
gica que del paisaje se busca impulsar en este trabajo. Dicha considera-
ción, por otro lado, queda reforzada tomando en cuenta la propuesta de
Thomas Mitchell (1994:14), quien propone que el paisaje es ante todo y
en su sentido más amplio, un medio de aprehensión de lo físico y lo bio-
lógico a través de significados y valores culturales. En esta aprehensión
de lo físico y lo biológico, la escala de análisis es primordial, siguiendo
a autores como Augustine Berque (1992) o Barbara Bender (1995), para
quienes el paisaje abarca todo lo que el observador pueda abstraer de la
realidad a través de sus sentidos, primordialmente, la vista. Se puede ar-
gumentar que se trata de una escala humana o local, misma que perdura
a la fecha en quien no trastoca el espacio por medio de la velocidad, ya
sobre el lomo de un animal, ya en un avión.

33
Gustavo G. Garza Merodio

Por otra parte, con la idea de sustentar de manera más amplia el ca-
rácter local del paisaje, se puede aducir que la escala de las unidades
políticas, hasta el fin del Antiguo Régimen, también era local. La or-
ganización de municipios, distritos o condados muy extensos es con-
secuencia de una ocupación altamente tecnificada del espacio. Esto se
puede ejemplificar, en el caso de México, pensando que, tanto las uni-
dades político-territoriales de la era prehispánica como las del periodo
colonial, contaban con límites asequibles a sus habitantes y elementos
reconocibles y jerarquizados de acuerdo con su importancia cultural y
económica. Tal era el caso del altepetl (unidad político-territorial funda-
mental del ámbito náhuatl durante el posclásico tardío) y de los pueblos
de indios, herederos inmediatos de las formas de organización del terri-
torio y construcción del paisaje mesoamericano y cuyo carácter corpora-
tivo fue reconocido e impulsado por las autoridades españolas hasta las
reformas borbónicas de fines del siglo xviii. Asimismo, al aproximarse
a un área determinada, desde la perspectiva de paisaje, se debe tener en
cuenta que en las lenguas latinas (por ejemplo, castellano, francés, cata-
lán o italiano) esta palabra hace referencia al terruño, a la localidad a la
que se pertenece.
En cuanto a la relación de la geografía con la historia, imprescin-
dible en la construcción teórica de la geografía histórica, se cree que la
consideración del paisaje como principio metodológico es muy útil en el
discernimiento de las posibilidades analíticas de la relación geografía-
historia, en particular en el entendimiento de las causas subyacentes que
conducen a la transformación del espacio. Para Marina Frolova y el ya
multicitado Georges Bertrand (2006:254-255), no cabe duda que el in-
terés contemporáneo por los estudios de paisaje está contribuyendo a la
renovación de la investigación geográfica en la interfaz entre la sociedad
y el medio ambiente, relación que estos mismos autores reconocen se
alejó durante la segunda mitad del siglo xx de los discursos preponde-
rante en geografía, por causa del peso dado a las cuestiones regionales,
concebidas éstas en franca lejanía del naturalismo.

34
Geografía histórica y medio ambiente

Por su parte, territorio es identidad, es política, es administración:


para que un grupo humano pueda iniciar el moldeado del área elegida
para establecerse, lo primero que desea es identificar y dejar establecidos
los límites de la misma. El territorio es, por lo tanto, un producto histó-
rico que sufre alteraciones por causa de los avatares impuestos por las
condiciones biológicas, la introducción de innovaciones tecnológicas y
la involución o expansión urbana. En un principio, la organización del
territorio tiene como referente primordial el antorno, pero conforme éste
se antropiza, los elementos humanos se van convirtiendo en sus articula-
dores y delimitantes, aunque en ello por supuesto tiene un papel funda-
mental la carga cultural. Al territorio se le entiende como la construcción
sociopolítica de una determinada porción de espacio, siendo, siguiendo
de nuevo a Fernand Braudel (1968), un producto histórico inscrito en
la larga duración. En esa larga duración hay diversas temporalidades y
ritmos, tanto en la organización del territorio, como en la construcción
del paisaje; devenir, en el que hay etapas cortas y violentas, como el
siglo xvi para el México central y meridional, y etapas en los que los
cambios prácticamente son inapreciables, salvo alteraciones muy locali-
zadas, como los siglos xvii, xviii y buena parte del xix para nuestro país.
Ya que al territorio se le entiende como una porción de espacio, se
es de la idea que la mejor forma de ejemplificarlo es aludiendo a áreas
concretas para explicar su evolución y las aproximaciones académicas
que se consideran primordiales para su estudio durante una temporalidad
prolongada. Por tanto, la Mesoamérica localizada al poniente del istmo
de Tehuantepec es la escala elegida para rastrear la evolución territorial
de lo que denominamos México, aproximación a la que el análisis del
concepto altepetl resulta fundamental. Así, se tiene que el estudio de las
formas de organización territorial mesoamericana comenzó su historia
científica a fines del siglo xix: Adolf Bandelier (1975) fue el primero en
discernir los componentes político-administrativos del altepetl. Sin em-
bargo, pasaron muchas décadas hasta que la temática territorial de Meso-
américa y su transformación durante el siglo xvi comenzaron a ser anali-
zadas en forma. Uno de los precursores fue Charles Gibson (1986, 1991),

35
Gustavo G. Garza Merodio

con sendos trabajos de carácter regional. Seguirían, desde la arqueolo-


gía, aportes como el de Frederick Hicks (1984), quien definió la existen-
cia de áreas rurales intercaladas con las urbanas al interior del altepetl.
Un giro de aproximación etnohistórica, tiene entre sus mejores expo-
nentes a autores como Susan Schroeder (1991) y James Lockhart (1991,
1999) quienes clarificaron, ya con un ejemplo regional, la primera, ya
con una exposición teórica general concerniente al término altepetl, el
segundo, las características político-territoriales del mismo. Por su par-
te, aspectos simbólicos y los rituales fundacionales del altepetl han sido
explicados vehemente por María Elena Bernal (1993) y Ángel García
Zambrano (2001). En cuestiones relacionadas a la territorialidad y sus
fundamentos filosóficos, se hace necesario en el contexto del México
central, recurrir a las obras de Miguel León Portilla (1980) y Alfredo
López Austin (1996). En una perspectiva que abarque los procesos terri-
toriales del virreinato y el México independiente, es indispensable reco-
nocer en términos territoriales la labor de Áurea Commons (1993, 2002),
quien además de hacer hincapié en reconocer la realidad territorial habi-
da hacia el momento de la conquista como fundamento de los procesos
territoriales posteriores, ha logrado una acuciosa obra dedicada a la evo-
lución político-administrativa de México, tanto del país en su conjunto,
como a escala regional y local. Asimismo, y en este orden de ideas, no
se puede dejar de mencionar la excelente compilación de René Acuña
(1986/1987), concerniente a las Relaciones Geográficas del siglo xvi.
Una vez resumidas las ideas sobre paisaje y territorio, y las escuelas
y autores que se consideran primordiales en el estudio de estos concep-
tos, se subraya el que la geografía histórica en su origen académico, se
entendió como el estudio de la evolución del paisaje y el territorio, ya
que durante el siglo xix el término geografía histórica se usó en Francia
y Gran Bretaña para describir la historia de las alteraciones de los límites
de las fronteras políticas (Darby, 2002:91). En la actualidad, el paisaje
y el territorio siguen siendo ejes temáticos de la geografía histórica, sin
embargo, su análisis va más allá de los meros referentes físicos que ma-
nifiesta en el paisaje o el mero estudio de los diversos límites políticos

36
Geografía histórica y medio ambiente

en el espacio y el tiempo. Los análisis y conclusiones necesariamente


son matizados a la luz de los medios y modos de producción, así como a
través de la inclusión de cargas ideológicas y de lo que identidad puede
significar a paisaje y territorio. En cuanto al análisis de sus tempora-
lidades, los procesos territoriales pueden tener una temporalidad en su
configuración relativamente identificable, siendo más difícil de identi-
ficar las temporalidades habidas en la construcción del paisaje, no solo
por su componente bio-físico, sino porque los elementos culturales son
más difíciles de discernir en sus tiempos de constitución e integración de
elementos de orden civilizatorio o cultural ajenos, en particular si éstos
son parte de principios civilizatorios que se encuentran soterrados por la
supremacía cultural de un orden impuesto, tal y como acontece en buena
parte de América Latina desde el siglo xvi.
En la vinculación de la evolución del paisaje y el territorio con la
geografía histórica es indispensable reconocer que la geografía cultural
está constantemente presente, ya que las prioridades de tipo simbólico y
referencial, tanto en el paisaje como en el territorio, se estudian a través
de esta subdisciplina, sin importar que tan atrás se vaya en el tiempo, es
más, esas larguísimas convivencias humanas con un cierto bioma o en
sus franjas de transición, son materia primordial del estudio cultural del
espacio. Asimismo, para abordar la problemática concerniente a las for-
mas en que se ha organizado el territorio y construido el paisaje en una
duración prolongada, se debe deslindar el quehacer plenamente geográfi-
co de los enfoques histórico, antropológico o arqueológico que son tras-
cendentes para estas temáticas. Para ello se proponen los siguientes siete
planteamientos, los cuales resumen las definiciones que de geografía en
general, geografía histórica y geografía cultural se tienen en este trabajo:

a) La geografía estudia la dimensión espacial, en sus manifestacio-


nes como ambiente, territorio, región, urbe o área rural, siendo el
análisis de estos ámbitos su prioridad, por ende, el reconocimien-
to de las formas de organizar el territorio y construir el paisaje se
aborda desde estos cinco componentes del espacio.

37
Gustavo G. Garza Merodio

b) La geografía es interdisciplinaria desde su origen, y para com-


prender las determinantes físicas, biológicas, socioeconómicas y
culturales que organizan al territorio y moldean al paisaje, tiene
en los estudios de paisaje su mejor herramienta analítica debido
al carácter integral de los mismos.
c) La geografía histórica y la geografía cultural van de la mano en el
reconocimiento de los símbolos que las poblaciones locales ge-
neran con respecto a valores culturales, económicos o políticos.
d) La problemática de la escala en geografía, trata sobre la defini-
ción precisa de la escala a la que se debe de trabajar de acuer-
do con la problemática escogida, y aborda también la influencia
multi-escalar sobre la dimensión elegida. En este sentido, se re-
conocen cuatro escalas que resultan primordiales: la local, la re-
gional, la nacional y la global. En lo tocante a esta última escala,
y desde una perspectiva de larga duración, cabe tomar en cuenta
el significado de lo global antes de la llegada de los europeos y el
carácter que obtuvo lo global en Mesoamérica a partir del siglo
xvi.
e) Para la geografía histórica y la geografía cultural, tan relevantes
son los aportes cartográficos contemporáneos como los genera-
dos en épocas anteriores, siéndoles útiles aquellos generados por
otras tradiciones, en las que los cánones estéticos y técnicos fue-
ron muy distintos y revestidos por las determinantes de su cultura
y tiempo.
f) En la geografía se considera al trabajo de campo como parte
fundamental de su quehacer. En este sentido, cabe destacar que
aunque el trabajo de archivo resulta fundamental al quehacer de
la geografía histórica, éste por lo general, se ve necesariamente
complementado por la verificación en campo de la presencia o
ausencia en el paisaje y en las formas de organización del terri-
torio de los elementos o dinámicas suscritas en los documentos
identificados y analizados.

38
Geografía histórica y medio ambiente

Por último, en este ahondar sobre paisaje y territorio en México, se


piensa relevante el acotar dos principios metodológicos que resultan pri-
mordiales ante la utilización de estos conceptos: el primero, es la con-
sideración de los aportes cartográficos generados en épocas anteriores,
siendo muy útiles en el caso del México central y meridional los plasma-
dos bajo cánones estéticos y técnicos de origen mesoamericano, ya que
ayudan a develar determinantes en el paisaje y en el territorio que sin
estas fuentes resultarían casi imposibles de desentrañar. El segundo, es
la consideración y práctica teórico-metodológica del trabajo de campo,
como parte fundamental del quehacer de la geografía histórica y la geo-
grafía cultural.

Evolución del paisaje y el territorio en México

Este reconstruir el paisaje y el territorio de México de manera sucinta se


propone por medio del tratamiento de cuatro etapas que resultan primor-
diales en la comprensión de las características actuales y futuras tenden-
cias ambientales y urbano-regionales. En primera instancia el posclásico
tardío, con ejemplos de expansión y dominio territorial en los casos de
tepanecas y mexicas, siendo el eje rector el entendimiento del altepetl
como estructura político-territorial básica. La segunda etapa es el siglo
xvi, desde la conquista político-militar de México-Tenochtitlan hasta la
apropiación directa de los suelos más productivos por parte de los eu-
ropeos entre 1580 y 1620. Desde entonces y hasta fines del siglo xix,
medios y modos de producción no sufrirán mayores alteraciones, siendo
patente la ampliación e intensificación de ciertas actividades agropecua-
rias, pero no transformaciones profundas que alteraran el paisaje o rom-
pieran el molde territorial del virreinato. La tercera etapa abarca desde
la consolidación de los regímenes liberales (década de 1870) hasta el
surgimiento de los gobiernos posrevolucionarios (década de 1920). La
cuarta etapa manifiesta un sistema político logrado una vez consolida-
dos los regímenes posrevolucionarios (décadas de 1930 y 1940), el cual
se ha adaptado a dos modelos económicos, el primero como un Estado

39
Gustavo G. Garza Merodio

rector de la economía y el segundo con un Estado sujeto cada vez más a


las leyes del mercado (década de 1980 a la fecha), sin que la transición
política de 2000, haya significado un cambio del sistema político, el cual
sigue caracterizado por la verticalidad y el corporativismo.
De la primera etapa cabe destacar, como ya se ha acotado, la primacía
del altepetl como estructura político-territorial básica del México central
y meridional a lo largo del posclásico tardío y el siglo xvi. En cuanto a
su configuración, se es de la idea que algunos de sus elementos pueden
rastrearse en la tradición mesoamericana más antigua, de cosmovisión
agrícola y terrestre; empero, su forma tal y como se le conoció al mo-
mento de la llegada de los españoles fue, a su vez, consecuencia de los
aportes culturales derivados de las diversas irrupciones ‘chichimecas’,
cuyas deidades guerreras y celestiales habían dejado de ser invocadas en
las tierras llanas y secas, para ser sacralizadas en las tierras de los montes
llenos de agua. La Mesoamérica localizada al occidente del istmo de Te-
huantepec, nunca había estado tan poblada, y ante tal panorama de com-
petencia territorial el altepetl fue el paradigma urbano-territorial logrado.
Asimismo, se reconoce la relevancia de este ente político-territorial en
el conjunto de casi toda Mesoamérica, en tanto que trascendía las fronte-
ras de la cultura náhuatl, ya que son varias las lenguas mesoamericanas,
incluso de otras familias lingüísticas, en las que el espacio urbano fue
definido como montaña-agua. A continuación algunos aportes hallados
en este contexto. El matlatzinca, René García Castro (1999:41), ha de-
finido el término inpuhetzi, proveniente de las raíces inthahui (agua) y
inihetzi (cerro). En mixteco, yucunduta significa montaña-agua (Jansen,
1982:93-95). En otomí, dehe nttoehe se traduce agua-cerro (Bartholo-
mew, 2000:189), así como en totonaco chuchu tsipi indica agua-cerro de
acuerdo con Bernardo García Martínez (1987:75).
La extensión de un altepetl, hacia el siglo xvi, variaba considerable-
mente y estaba directamente relacionada la diversidad en recursos que
se podrían obtener en el espacio que la compleja construcción étnico-
territorial del posclásico medio y tardío permitía para cada unidad po-
lítica en el México central. Es común observar cómo los componentes

40
Geografía histórica y medio ambiente

de un altepetl procuraban ocupar cuantos nichos les fueran posibles; en


algunos casos son riquísima exposición de pisos ambientales que inclu-
so, de acuerdo con la región, podían abarcar opuestos en precipitación y
temperatura. El altepetl buscaba, por lo general, configurarse a través de
abstracciones del entorno preconcebidas, mismas que eran más difíciles
de emular para los asentamientos localizados sobre las extensas llanuras
aluviales de las mesetas o al interior de los cuerpos lacustres, ya que de
un relieve escabroso se desprendía la mayor parte de los componentes
del paisaje ideal para asentarse en la Mesoamérica del posclásico. Tal
disposición obedecía a que, en primera instancia, el sitio para asentarse
debería brindar la posibilidad de protección y almacenamiento de agua:
los pequeños valles intermontanos del Eje Neovolcánico y las sierras
Madre albergaron a cientos de poblados que pudieron recrear estos pe-
queños universos autocontenidos y que los españoles reconocieron como
rinconadas, tal y como han propuesto Federico Fernández y Ángel Gar-
cía Zambrano (2006:20).
Entre las características primordiales del altepetl se tiene que con-
taba con un territorio preciso (aunque los parajes neutrales entre sobe-
ranías era un lugar común en Mesoamérica), en el que existía un centro
ceremonial y montes o manantiales sacralizados y la organización de un
tianguis calendarizado. Asimismo, en lo político y administrativo estaba
dividido en varias unidades, que en náhuatl son denominadas calpulli o
tlaxilacalli, mismas que bajo un sistema de rotación territorial se turna-
ban atributos y prerrogativas en la administración del altepetl. En estas
unidades políticas la dicotomía de lo urbano y lo rural no existía. Por
último, es importante subrayar que a lo largo de las últimas décadas, el
término altepetl ha ido ganando presencia en la discusión académica y se
le va reconociendo y difundiendo, como lo que fue, la unidad fundamen-
tal en la construcción del paisaje y organización del territorio durante el
posclásico tardío mesoamericano y la etapa colonial temprana.
La segunda etapa abarca, lo que a escala mundial se ha definido
como el largo siglo xvi, precepto expuesto desde mediados del siglo
xx por autores de la escuela francesa de los Annales, destacando entre

41
Gustavo G. Garza Merodio

ellos Braudel y Febvre (Aguirre, 2001:24), quienes señalaron que en esta


centuria es cuando comienza a configurarse la modernidad capitalista
y tiene lugar la eclosión de la historia universal. Para el México central y
meridional, los años entre 1521 (conquista militar de México-Tenochti-
tlán) y las décadas de 1610 y 1620 (apropiación directa de la mayor parte
del suelo agropecuario por parte de particulares europeos y la Iglesia)
significaron la profunda alteración de su paisaje y una nueva forma de
organizar el territorio. Entre los cambios de orden civilizatorio destaca,
en términos de entendimiento del espacio, el abandono de un universo
exclusivamente pedestre en el cual se tenía una relación opuesta con el
relieve a la habida en el mundo organizado a partir del uso de equinos
y vacunos, y carruajes: para los mesoamericanos, elementos del relie-
ve como estrechos valles, profundas cañadas o desfiladeros implicaban
excelentes articuladores del territorio, mientras que para los europeos
resultaban límites o parajes poco aptos para sus condiciones tecnológicas
y principios urbano-territoriales.
La oposición entre lo urbano y lo rural surge como consecuencia de
la organización del territorio impuesta por los españoles, caracterizada
en la mayor parte de los casos por el traslado de los asentamientos prin-
cipales a sitio más llano y en la congregación de los antiguos elementos
del altepetl, considerados a partir de entonces como meros sujetos. Estas
unidades políticas recibieron el título de ‘pueblos de indios’ y fueron tra-
zados, donde lo permitió el relieve, a la usanza renacentista en cuadrícula
y comúnmente con el templo cristiano al centro. Pero este opuesto enten-
dimiento del mundo no solo alteró la vida en la escala local, sino dio lugar
a un ordenamiento del territorio en dimensiones regional e interregional,
en tanto que el sistema urbano y las prioridades en el agro se alejaron de
las serranías y se centraron en la ocupación de aluviones y humedales.
En la obra de Ángel García Zambrano (1992, 2000) se encuentran refe-
rentes culturales mesoamericanos en lo tocante al poblamiento y la se-
lección de sitios para fines urbanos, así como para lo acontecido durante
la etapa colonial temprana, cuyo proceso más dramático desde el punto
de vista urbano, fue el traslado a sitio más llano de la mayor parte de los

42
Geografía histórica y medio ambiente

asentamientos del México central y meridional, desplazamientos que se


verificaron a distancias más prolongadas, conforme el espacio resultase
más ajeno −ya por ser muy montañoso, ya por ser muy cálido o muy hú-
medo− al modelo rural o urbano del pensamiento castellano.
La ocupación del suelo, dominio territorial y sujeción ideológica de
las naciones mesoamericanas fueron paulatinos, por lo que el largo siglo
xvi en México reconoce dos periodos claramente distinguibles: durante
el primero, la vitalidad indígena pervive e influye decisiones políticas y
de índole urbano-territorial, esto a pesar de las limitaciones que le sig-
nificaron el súbito dominio militar y político y la progresiva imposición
de esquemas culturales ajenos. Aunque los españoles lograron el traslado
de la mayor parte de los asentamientos a parajes menos escabrosos, la
disposición y orientación de iglesias y edificios públicos se llevó a cabo
en muchas ocasiones siguiendo los influjos de las prioridades cosmo-
gónicas indígenas en el espacio, incluso de ciudades principales como
Oaxaca y Puebla, ambas con una particular orientación noroeste-sureste.
En el caso de la Ciudad de México, por su situación lacustre, y elegida
por Hernán Cortés como capital de la Nueva España en razón de su fácil
defensa, cuenta con una alineación levemente inclinada hacia el noreste-
suroeste, sin que sus principales edificaciones guarden una orientación
que fuese significativa a los principios cosmogónicos prehispánicos, esto
posiblemente debido a la mutación urbana entre la ciudad herreriana del
siglo xvi y la ciudad barroca del xvii y principios del xviii. Por su parte,
el medio rural no había sido trastocado en lo fundamental; la mayor parte
de la tierra seguía perteneciendo a las comunidades indígenas que, en un
primer estadio de intervención económica española, tributaban primor-
dialmente los mismos productos que les habían exigido las hegemonías
políticas indígenas. En estas comunidades, la merma de población no
era grave todavía y no habían ocurrido profundas transformaciones a su
entorno inmediato.
En contraposición, el segundo periodo de intervención económica y
política europea en Mesoamérica se caracterizó por una alteración radi-
cal del paisaje, proceso en el que el crecimiento exponencial de los ga-

43
Gustavo G. Garza Merodio

nados de origen euroasiático, la introducción (consciente o subrepticia)


y expansión de biota ajena, las técnicas agrícolas y las necesidades de la
ingeniería y la arquitectura europeas transformaron profundamente las
facies vegetales en un ámbito que abarca la totalidad del altiplano meri-
dional, buena parte del central y las tierras altas de Oaxaca. El grado de
despoblamiento alcanzado hacia las últimas décadas del siglo xvi facili-
tó tanto el mercedamiento de grandes cantidades de suelo que recalaron
principalmente en manos europeas, base de las futuras haciendas, como
el reacomodo definitivo de la casi totalidad de la población indígena su-
perviviente en pueblos dispuestos en traza y policia, procedimiento co-
nocido como congregaciones. El despoblamiento fue consecuencia de
terribles epidemias, siendo las más acusadas, de acuerdo con Florescano
(1986:156), las ocurridas hacia 1532, 1538, entre 1543 y 1548, 1563 y
1564 y la “gran pestilencia” de 1578 a 1581. En general, se acepta que
las más funestas fueron las habidas en la década de 1540, cuando el ham-
bre, el tifo y las viruelas redujeron la población considerablemente (Liss,
1986:117-118), y la acaecida en la década de 1570, definida como la
más grave, ya que “resultó tan mortífera que de tres partes de los indíge-
nas; murieron las dos ... Un año duró la calamidad en su apogeo y tardó
más de cinco en desaparecer por completo...” (Churruca, 1980:265-267).
La población superviviente a estos capítulos epidémicos, fue próxima
al diez por ciento del total que había en estas tierras en el momento del
primer contacto entre españoles y mesoamericanos.
La dicotomía campo-ciudad es una de las características primordia-
les del paisaje novohispano; en las ciudades se logra la manifestación
plena de los ideales españoles en el paisaje; en el campo, solo en los
cascos principales o casas grandes de las haciendas, en el resto, el cultivo
del maíz y otros productos mesoamericanos y la cultura material indí-
gena difícilmente daban una imagen europea. Las principales ciudades
eran espacios exclusivos de los españoles, europeos o americanos, en los
que únicamente sus servidumbres cohabitaban con ellos; los indígenas,
de diversos orígenes en la mayor parte de los casos, ocupaban barrios o
pueblos cuasi autónomos en las orillas, casi siempre separados por algún

44
Geografía histórica y medio ambiente

cauce, humedal o acequia. Entre las capitales del virreinato de la Nueva


España, Guadalajara y Morelia (hasta 1828 Valladolid) son las que me-
jor conjugan el ideal urbano castellano, al ubicarse al centro de fértiles
valles, sobre promontorios y con cauces perennes por debajo de ellas;
muestra de la escasa influencia indígena en estas fundaciones, es la casi
perfecta orientación norte-sur de ambas ciudades.
El paisaje deconstruido y construido durante el siglo xvi en las partes
elevadas del México central y meridional es fácilmente distinguible a la
fecha, ya que la composición de las asociaciones vegetales y manifesta-
ción de sus facies presenta gran número de condiciones y elementos que
proceden de esta gran revolución biológica en la que los bosques mixtos
de pinos y encinos neárticos, sus sotobosques, así como los pastizales,
plantas ruderales, y disposición y técnicas agrícolas tomaron en buena
medida su aspecto y comportamiento contemporáneos. Cabe señalar que
este comportamiento biótico es consecuencia, tanto de la irrupción eu-
ropea, como de las condiciones climáticas más severas ocurridas entre
los siglos xvi y xix, al haber ocurrido por aquel entonces la denomi-
nada Pequeña Edad de Hielo. Por su parte, las transformaciones sobre
el reino vegetal neotropical fueron por mucho menores durante el siglo
xvi y tendrá que ocurrir el ‘saneamiento’ de fines del siglo xix para que
tenga lugar una extensiva y profunda transformación de las tierras bajas
tropicales.
En el entendimiento de la construcción del paisaje y organización
del territorio a partir del siglo xvi, es importante recalcar la poca aten-
ción que los españoles prestaron a la franja de transición entre el reino
neártico y el neotropical; la extendida práctica agrícola en sitios escarpa-
dos por medio del acondicionamiento de laderas tenía una mayor posi-
bilidad de complementación alimentaria en las áreas de transición entre
climas cálidos y climas templados, donde existen cientos de vegetales,
vertebrados e insectos pertenecientes a uno de los entornos de mayor
variedad biológica del mundo. Sin embargo, tales ámbitos prioritarios
para la economía mesoamericana fueron abandonados a partir del siglo
xvi, a favor de extensas tierras llanas, tanto a cotas más bajas, como a

45
Gustavo G. Garza Merodio

cotas más elevadas. Tal dinámica se ha identificado tanto en la Sierra


Madre Oriental como en el Eje Neovolcánico, siendo más dramático el
caso de la Sierra Madre Oriental, donde los traslados de asentamientos
se realizaron a mayores distancias y la nueva articulación del territorio
desdibujó totalmente el esquema prehispánico, mientras que en el Eje
Neovolcánico sobrevivieron como rutas de intercambio hacia reales de
minas algunos de los caminos y poblados antes estratégicos. Así, comen-
zaron a figurarse las serranías que bordean a los altiplanos como espacios
marginales, carácter que han mantenido incluso después de la ocupación
y poblamiento de las tierras bajas a partir de fines del siglo xix. La lógica
espacial del paisaje configurado durante el siglo xvi pervive sin mayo-
res alteraciones hasta las importantes transformaciones de fines del siglo
xix (existen en algunas regiones o localidades cambios, como la inten-
sificación en el cultivo de agave al noreste de la Ciudad de México o la
expansión agrícola en el altiplano central, pero no se genera un paisaje
radicalmente distinto en general, tratándose de alteraciones puntuales).
Asimismo, la estructura territorial no se ve mayormente afectada por la
organización político-administrativa surgida de las reformas borbónicas,
dispuesta en intendencias, ni por la eventual conversión de éstas en enti-
dades republicanas.
La tercera etapa de profundas transformaciones en el paisaje y en la
organización del territorio ocurren en México como consecuencia del
triunfo definitivo del bando liberal (1867), ya que hasta la aprobación
de las Leyes de Reforma (1859), la compraventa del suelo pudo ser re-
gida por las leyes de mercado. Hasta entonces, la mayor parte del suelo
urbano y rural se encontraba en manos de corporaciones eclesiásticas e
indígenas. El acaparamiento de grandes latifundios por unos cuantos y
la brutal expansión de las haciendas sobre dominios hasta entonces indí-
genas, fue lo característico entre las décadas de 1860 y 1900, etapa en la
que también comenzó el tardío desarrollo del ferrocarril en México. La
inestabilidad política posterior a la independencia y las dos invasiones
extranjeras (estadounidense y francesa) demoraron el establecimiento
de líneas férreas de largo recorrido, quedando establecida hasta fines de

46
Geografía histórica y medio ambiente

la década de 1870 la primera, entre la capital del país y el puerto de


Veracruz. A partir de la inauguración de esta línea el crecimiento fue
vertiginoso, en solo quince años había dos líneas que comunicaban con
la frontera norte y más de la mitad de las capitales estatales estaban ya
enlazadas a la red ferroviaria. En términos culturales, tal eficacia en el
transporte coadyuvó a la consolidación de una identidad nacional, ya que
hasta entonces se trataba en realidad de la suma de diversas identidades
regionales.
Por otro lado, la construcción y operación de vías férreas y el es-
tablecimiento de fábricas de papel dio lugar a una intensa escalada de
deforestación; además de mantenerse la utilización de maderables para
proveer combustible a los hogares, ahora se utilizaban como durmientes
y pulpa. Es importante destacar el impacto que en ello tuvieron no nada
más las líneas de largo recorrido, sino también los cientos de vías locales
y regionales, que ayudaron a comercializar los productos de haciendas,
fábricas o minas, y a facilitar el trabajo de las grandes empresas de in-
geniería hidráulica. Asimismo, las haciendas, amparadas por el Estado
en su expoliación de tierras y trabajadores, introdujeron implementos
y maquinaria que alteraron patrones hidrográficos y la estructura física
y cualidades de los suelos. Por su parte, las reducidas comunidades indí-
genas continuaron su práctica agrícola en los términos estructurados en
el siglo xvi, o incluso en ocasiones labrando en condiciones plenamente
prehispánicas. En suma, la imagen cuasi desértica de aluviones, vasos
lacustres y pies de monte que predominaba en los altiplanos a fines del
siglo xix, se vio exacerbada ante las nuevas pérdidas forestales a gran
escala y el trastorno de facies vegetales. Ante tan desolador panorama,
por aquellos años ocurrieron los primeros ejercicios de reforestación en
los que, el hasta entonces exótico eucalipto, tuvo un papel protagónico.
La lenta industrialización del país reconoce dos periodos en esta prime-
ra etapa de desarrollo plenamente capitalista; la primera, sigue las pautas
del desarrollo preindustrial, localizándose exclusivamente en las inmedia-
ciones de cauces fluviales, y al igual que en la época virreinal tratándose
en lo fundamental de industria textil. La segunda, tiene lugar como con-

47
Gustavo G. Garza Merodio

secuencia de la expansión de la red eléctrica e introducción de generado-


res, por lo cual la industria dejó de tener una forzosa ubicación y las áreas
urbanas mexicanas comenzaron a partir de la década de 1900 a presentar
barrios industriales. Sin embargo, para entonces varias de ellas ya habían
experimentado su ensanche, debido al crecimiento económico impulsado
por servicios administrativos, comerciales y de transporte (Garza, 2006).
Así, en la primera etapa de comportamiento plenamente capitalista
en México, se observa la continuidad del orden espacial establecido a
pocos años de la conquista española; las regiones marginales generadas
durante la época colonial, en buena medida indígenas, no han sido sa-
cadas de su postración, ni durante el impulso ferroviario, ni durante el
carretero, y a grandes rasgos mantienen la misma extensión y compor-
tamientos económicos y políticos verticales y excluyentes. La continui-
dad de la lógica territorial impuesta a partir del siglo xvi, se manifiesta
igualmente en la vecindad que guardaron, en la mayor parte de los casos,
ferrocarriles y carreteras con respecto a los caminos reales virreinales.
Tales continuidades se pueden observar tanto en la concepción de las
obras de ingeniería, algunas de ellas ya citadas, como en las preferencias
urbanas: en varias ciudades, los rumbos que resultaron más agradables a
las clases altas del virreinato, fueron los mismos que albergaron a los pri-
meros ensanches de los antiguos cascos coloniales, para que en ellos re-
sidieran, tanto la antigua aristocracia agraria, como los prósperos nuevos
burgueses, nacionales y extranjeros, junto con la creciente clase media,
que se consolidaba como estamento social por causa de la vertiginosa
expansión del comercio y los servicios públicos y privados.
Por tanto, el México del porfiriato y la etapa armada de la revolución
mexicana, asistió de nuevo, al igual que en el siglo xvi, a uno de esos es-
casos pero fundamentales periodos en la historia, en los que los paisajes
son transformados prácticamente en su totalidad; se puede decir repla-
neados de nuevo (Atkins et al., 1998:77): si a principios del siglo xvii es-
taba terminando la más grande transformación de los altiplanos mexica-
nos desde el inicio del holoceno, hacia fines del siglo xix y principios del
xx se transformaba a gran escala de nuevo el paisaje pero siguiendo las

48
Geografía histórica y medio ambiente

prioridades territoriales que ya llevaban poco más de trescientos años de


imposición. La diferencia fundamental entre las revoluciones ambienta-
les del primer siglo de dominio español y la ocurrida después del triunfo
del liberalismo mexicano, fue que en la primera predominaron los facto-
res biológicos, mientras que la segunda fue modelada, en buena medida,
por las características que guardó en territorio mexicano la introducción
de las innovaciones tecnológicas prefordianas.
La que se define en este trabajo como cuarta etapa en la evolución del
paisaje y el territorio en México, comenzó durante el proceso de consoli-
dación de los regímenes posrevolucionarios, en tanto que el movimiento
armado de la década de 1910 y la lenta estabilización política del país
a lo largo de los años veinte no dieron lugar a mayores transformacio-
nes en el paisaje; sin embargo, a partir de la década del treinta, pero en
especial de la del cuarenta, la industrialización, el reparto agrario, los
planes hidrológicos regionales y el abandono del ferrocarril como medio
primordial de transporte con la consecuente expansión de la red carre-
tera, determinaron el surgimiento de nuevas y profundas alteraciones en
las formas de organizar el territorio y construir el paisaje. El modelo
económico autárquico que impulsó la substitución de importaciones y
propugnó por la industrialización del país, redundó en una tasa exponen-
cial de crecimiento de las clases medias y en la urbanización del país; las
contadas áreas metropolitanas nacidas antes de la revolución mexicana
incrementaron vertiginosamente su extensión y población, gracias a una
constante migración campo-ciudad. En su transición de rural a urbano,
México concentró en unas cuantas y principales urbes tal fenómeno.
A partir de la década de 1980, una vez convertido en un país pri-
mordialmente urbano, las denominadas ciudades medias comenzaron a
crecer a mayor velocidad que las tradicionales receptoras de inmigrantes.
En las décadas intermedias del siglo xx, México pasó de poco menos de
veinte millones de habitantes a cerca de setenta; la concentración de la
población en los altiplanos comenzó a ser menos exacerbada; el proce-
so de repoblamiento de las tierras bajas y los litorales se había iniciado
desde fines del siglo xix, cuando la población habitante de los altiplanos

49
Gustavo G. Garza Merodio

rondaba al 80% del total; cien años después, la proporción residente en


los altiplanos sigue siendo mayoritaria, pero ha descendido a alrededor
del 65% del total (INEGI, Censos y Conteos Nacionales 1895-2010).
En lo tocante a medios de transporte, se puede aducir que una de las
víctimas del movimiento armado de la década de 1910, a pesar de que
se protagonizó en buena medida sobre rieles, fue el ferrocarril. Confor-
me el régimen de partido de Estado, corporativo y vertical, se fue ale-
jando de los sindicatos más combativos e independientes, en particular
del de los ferrocarrileros, y aproximándose a los grandes corporativos
del transporte, mayor impulso obtuvo la construcción de carreteras. En-
tre las luchas sindicales más emblemáticas y terriblemente perseguidas
de los regímenes posrevolucionarios, se encuentra el movimiento de los
ferrocarrileros en la década de 1950. Debido a esto, muy pocos fueron
los nuevos tendidos ferroviarios, tratándose en su mayoría de extensio-
nes que comunicaron con extremos del país, como la península de Yu-
catán, la frontera con Guatemala o la parte norte de la península de Baja
California, sin que se modernizará cabalmente o se integrara de mejor
manera la red existente antes del alzamiento de noviembre de 1910.
A partir de fines de los setenta, y en particular durante los ochenta y
los noventa, México ha transitado de una economía cerrada en el plano
del intercambio comercial y de importante participación estatal, a una
economía abierta internacionalmente, y de escasa intervención guber-
namental. Tal transición ha generado, en lo económico, bajo crecimien-
to por casi treinta años y la consolidación de importantes monopolios
económicos, primordialmente en los rubros de telecomunicaciones, ali-
mentación, transporte, minería y fabricación de cemento. Por su parte,
en el campo de lo político, el régimen ha trasmutado hacia un supuesto
régimen de partidos, que a todas luces ha favorecido la preservación de
un bipartidismo creado a partir de 1988, y en el que el corporativismo y
verticalidad del aparato político prácticamente no han variado.
Tal situación socioeconómica y política ha impulsado en el paisaje
y el territorio las siguientes dinámicas: a) desmantelamiento de la red
ferroviaria, desapareciendo casi en su totalidad el servicio de pasajeros

50
Geografía histórica y medio ambiente

y privatizando el servicio de carga; b) modernización de la red carretera,


bajo un esquema de importante participación empresarial y sin que el
sistema creado tenga un impacto benéfico para la totalidad de los re-
giones o municipios afectados por este tipo de obras; en muchos casos
conectan directamente los polos económicos preexistentes, sin articular
el territorio intermedio; c) decaimiento de la actividad industrial tradi-
cional y privatización del sector minero. Diversas urbes han presenciado
la desaparición de algunas de sus áreas industriales más céntricas, como
consecuencia de la reconversión industrial habida a partir de la década
de 1980, y por el establecimiento de plantas industriales más allá de los
límites urbanos. Por su parte, la actividad minera ha recibido un nuevo
impulso bajo el esquema de privatización del sector, y en muchos sitios
mantiene la práctica extractiva a cielo abierto y, por ende, la destrucción
del relieve; d) privatización de ejidos y tierras comunales, y pérdida de
valor de los productos agrícolas; la respuesta a esta intromisión del ca-
pital en el agro mexicano ha resultado en el abandono o reasignación de
parcelas, ya por compra-venta, ya por decisión de las asambleas ejida-
les o comunales. Asimismo, en este proceso ha aumentado la superficie
explotada por las grandes agroindustrias mundiales y la introducción de
especies genéticamente modificadas; e) pérdida del valor adquisitivo y
contención de los salarios; tal consigna del modelo económico prevale-
ciente ha impulsado la emigración de mexicanos al extranjero, primor-
dialmente a los Estados Unidos, e incluso insertó a la población urbana
en la mecánica de la emigración a partir de fines de la década de 1980,
en tanto que hasta entonces la población emigrante como mano de obra
hacia el ‘norte’ había sido en lo primordial de origen rural, aunque esca-
samente indígena.
Es importante destacar que para lograr un análisis cabal del medio
rural mexicano, es indispensable considerar las formas de construcción
y aprehensión del paisaje y de organización del territorio dictadas por
lógicas que son ajenas en buena medida a la cosmogonía ‘occidental’;
este México, Guillermo Bonfil (1994) lo define como el México profun-
do y lo propone así de amplio, en tanto que no abarca únicamente a lo

51
Gustavo G. Garza Merodio

estrictamente indígena, sino también a grupos mestizos, que en el medio


rural organizan y perciben su entorno bajo patrones más próximos a lo
‘mesoamericano’.
Después de sintetizar la evolución del paisaje y el territorio de Méxi-
co a lo largo de los últimos quinientos años, se piensa importante resaltar
los aportes teóricos primordiales que han permitido la construcción de
un ejercicio como el expuesto en estas últimas páginas: la cuestión de las
duraciones y su elaboración desde la escuela de los Annales, el denomi-
nado giro cultural o lingüístico en las ciencias sociales y la denominada
espacialización de las mismas.

La escuela de los Annales y el análisis de las duraciones

La vigencia de los aportes de la escuela de los Annales es innegable en


diversos ámbitos de las ciencias sociales a escala mundial. En el caso
de la geografía histórica, la influencia de la corriente de los Annales fue
definitiva, tal como lo reconoce Alan Baker (1984) en su trabajo sobre
la influencia de esta escuela en el quehacer de la geografía histórica.
Fue de tal envergadura este influjo, que la geografía histórica, en par-
ticular de las tradiciones anglosajona y francesa, dejó de ceñirse a las
geografías del pasado, a los cambios en el paisaje, y a la influencia de
las condiciones geográficas en el curso de la historia, convirtiéndose en
una geografía histórica que aspiraba a ser total, siguiendo los principios
de los Annales. Por ello se transitó del argumento de que toda geografía
es geografía histórica, a un discurso sustentado en una disciplina híbrida
en permanente diálogo con otras disciplinas, lo que resultaba indispensa-
ble ante la inclusión de agentes económicos y sociales subyacentes en la
construcción y deconstrucción de los paisajes y formas de organización
del territorio.
El lanzamiento de Annales d’histoire économique et sociale en Es-
trasburgo por parte de Lucien Fevbre y Marc Bloch, dio inicio a la confi-
guración de un nuevo tipo de historia:

52
Geografía histórica y medio ambiente

… opuesta a la idolatría de hechos y al aislacionismo de la especiali-


zación, y favorable a una historia enfocada al problema la cual explí-
citamente emplea conceptos teoréticos, interpretaciones imaginativas y
aproximaciones interdisciplinarias… (Ibid.:1-2).

Para Baker, el vínculo con la geografía es primordial en este proce-


so, remarcando la cercanía de Fevbre y Bloch al trabajo de Vidal de la
Blanche. Asimismo, nos recuerda que esta primera generación de los An-
nales reconoció al resto de las ciencias sociales a través de la geografía;
geografía que, cabe recordar, se desprendía de su vestimenta naturalista
para transitar al regionalismo y el posibilismo. La siguiente generación,
encabezada por Fernand Braudel, propuso una geografía que era algo
más que un contendedor físico-biológico del quehacer humano, dando
luz sobre la estrecha relación de la geografía y la historia, proponiendo
un entorno en constante cambio, al cual se le percibe de diversas formas
en el tiempo y en el espacio, de acuerdo con el grupo humano que en
esa constante interacción sociedad-medio conduce la construcción y el
cambio del paisaje y el territorio.
A principios del siglo xxi, la escuela de los Annales continúa sien-
do un proyecto intelectual, unificado en lo teórico y lo metodológico,
que ha mantenido sus principios incluyentes y de contraste con otras
disciplinas sociales a lo largo de cuatro generaciones de historiadores
(Aguirre, 1999:10-11). Su influencia y reconocimiento, en particular la
obra de Fernand Braudel, han sido tales, que diversas aproximaciones
historiográficas a escala mundial echan mano de sus postulados, sin que
necesariamente lo reconozcan, por lo que existe una amplia y difundida
vulgarización de los aportes de la escuela de los Annales. Por cierto, la
categoría de escuela no es necesariamente reconocida por algunos de sus
autores más emblemáticos. Los aportes provenientes de la escuela de los
Annales han sido tratados por diversos autores en México, destacando
en particular el análisis y propuestas elaboradas por el ya mencionado
Carlos Aguirre Rojas. Sin embargo, a pesar de la clara vinculación que
esta escuela del pensamiento hace entre la geografía y la historia, prácti-

53
Gustavo G. Garza Merodio

camente no ha sido ponderada desde la geografía. Entre las vertientes de


investigación que se han seguido desde el Instituto de Geografía-unam,
a lo largo de la primera década del siglo xxi, tanto en el ámbito de la evo-
lución del paisaje y el territorio, como en lo tocante a la climatología his-
tórica, los aportes de la escuela de los Annales resultan fundamentales.
En este trabajo se reconocen dos vertientes que, desde una perspec-
tiva teórica incluyente, no tienen que ser necesariamente contrapuestas:
el estructuralismo y las visiones posmodernas que condenan la frialdad
y parcialidad en la inclusión de las cuestiones culturales, y el predomi-
nio de esquemas intelectuales de origen judeo-cristiano en el análisis de
realidades ajenas a este orden civilizatorio. Aunque a primera vista la
escuela de los Annales de la época de Braudel puede parecer de índole
estructuralista, sin embargo, defendió constantemente la visión genéti-
ca y procesual (Ibid.:45) de los hechos sociales ante la primacía de las
estructuras económicas y sociales en la explicación de la historia. Entre
las temáticas desarrolladas desde este perspectiva, resulta primordial a
la construcción histórica de la relación sociedad-medio, el estudio de la
organización territorial desde una perspectiva histórica en estrecha vin-
culación con el conocimiento antropológico.
En un análisis del paisaje y del territorio desde la perspectiva del
Sistema Mundo o Mundial, los aportes de Braudel resultan de lo más
relevantes, en tanto que sus obras cumbre, ya por su mera extensión, El
Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe ii y Civili-
zación material, economía y capitalismo, siglos xv - xviii, tratan causas
subyacentes en la evolución del paisaje y el territorio de México y Amé-
rica Latina desde el siglo xvi, tales como su propio surgimiento en el
contexto de la modernidad, la naturaleza del capitalismo y la relevancia
dentro de la historia mundial de la cuenca mediterránea, así como los es-
cenarios manifestados por la economía mundo a lo largo de su evolución.
La plausibilidad de la explicación braudeliana descansa, asimismo,
en su manera de abordar el determinismo. Con anterioridad a Braudel
el determinismo fincaba sus parámetros en una sola determinante
(Ibid.:45), ya fuera económica, política o geográfica; en contraposición,

54
Geografía histórica y medio ambiente

Braudel va a defender, el papel jugado por las estructuras de larga dura-


ción, estructuras que son a su vez de diversa índole, ya socioeconómicas,
ya geográficas, ya políticas o incluso culturales y sicológicas. En este
sentido, el propio Aguirre (Ibid.:49), nos propone ser cuidadosos ante los
estrechos límites del quehacer de las ciencias sociales en la actualidad:

… episteme que pretende justamente cuadricular, segmentar y autono-


mizar a las distinta partes o esferas de lo social, encerrando luego su
tratamiento y análisis, dentro de las rígidas fronteras de la economía,
la ciencia política, la sicología, la antropología o la historia, ciencias
especializadas y desarticuladas, que solo logran dar cuenta parcial, y
por tanto necesariamente sesgada, de uno de los pequeños microcosmos
de la realidad social.

Giro cultural y espacialización de la ciencia social:


geografía histórica, geografía cultural y medio ambiente

El denominado giro cultural o lingüístico comenzó a configurarse hacia


fines de la década de 1980, ante la falta de respuestas que en las ciencias
sociales y las humanidades se detectaban ante los rígidos esquemas de
las formas neopositivista y marxista de hacer ciencia. Curiosamente, en
el momento en que las tesis neoliberales comenzaron a predominar en el
quehacer económico mundial y el bloque soviético se desmoronaba, dicha
coincidencia hace más trascendentes los aportes de los iniciadores del giro
cultural, el cual se convirtió en un referente indispensable ante un capita-
lismo prácticamente global, cuyas contradicciones, fundamentadas en el
desmantelamiento de los Estados, se hicieron más evidentes y radicales.
La tendencia cultural o lingüística en las ciencias sociales significó
una nueva lectura del mundo en su conjunto, de la realidad histórica y del
cambio social, dando lugar al fin del paradigma positivista-historicista
(Morales, 2005:10) como paradigma predominante, en particular en las
corrientes francesa y anglosajona, siendo de tal trascendencia estas nue-
vas definiciones teóricas que a la fecha han transformado el conocimien-

55
Gustavo G. Garza Merodio

to social en general y el geográfico y el histórico en particular. Uno de


los aportes más relevantes de esta nueva forma de entender la ciencia, es
que se reconoce que ésta se encuentra sujeta a intereses institucionales
y políticos, y que los propios paradigmas establecidos pueden obedecer
a intereses de grupos económicos o políticos. Es decir, que la visión del
científico social puede ser indirecta, mediatizada y fragmentaria. Uno
de los preceptos afectados ante el debilitamiento de los pensamientos
absolutos fue el naturalismo científico, lo que condujo a una necesaria
revisión de las formas de entendimiento de la relación sociedad-medio
y de los discursos naturalistas y físicos, incapaces de dar respuesta ante
la vulnerabilidad de millones de seres humanos supuestamente sujetos a
los vaivenes de la naturaleza, y cuya vulnerabilidad en realidad radica en
las imposiciones económicas y políticas dictadas por el sistema Mundo
en la construcción del espacio.
Por otra parte, los constructores teóricos de la ciencia social detec-
taron hacia las décadas de 1960 y 1970 que los modelos estructuralistas,
neopositivistas y marxistas, eran ajenos a las formas y determinantes en
la construcción del espacio, por lo que ocurrió lo que comúnmente deno-
minamos ‘espacialización de la ciencia social’. Este sopesar los aspec-
tos histórico-territoriales desde diversas disciplinas las enriqueció y fue
especialmente valioso para la geografía, al situarla en el centro de los
debates sobre la ciencia social, habiendo sido ajeno a ellos tanto durante
la segunda mitad del siglo xix, dada la fuerte carga naturalista de la dis-
ciplina practicada por aquel entonces, como cuando la regionalización y
el posibilismo la revistieron y la alejaron de las cuestiones ambientales
durante las primeras seis décadas del siglo xx. Su vinculación con el giro
cultural proviene del reconocimiento de las características sociopolíticas
y culturales de cada país, e incluso de regiones al interior de éstos, como
elementos primordiales en la construcción teórica de la ciencia, por lo
que ciertas perspectivas e intereses temáticos cambian de unos países
con respecto a otros (Sunyer, 2010:146).
Este nuevo entendimiento del quehacer de la ciencia social tiene en-
tre sus primeros practicantes al italiano Carlo Ginzburg (1989), quien

56
Geografía histórica y medio ambiente

criticó a los denominados modelos macrosociales, los cuales a partir de


la generación de leyes, generalizaciones o regularidades, tal y como se
desarrolla la ciencia positivista, pretendían explicar la realidad social. En
contraposición, Ginzburg propone un trabajo científico que se configure
a partir de la recopilación de huellas, rastros o síntomas, labor en la que
el conocimiento histórico guarda un lugar primordial, siendo para este
autor una disciplina que se caracteriza por ser irrepetible, singular y cua-
litativa. Estas mismas características se creen plausibles para el quehacer
geográfico, el cual a través de esta lectura pasa de la finalidad objetiva a
la subjetiva; escudriñamiento del espacio, el paisaje y el territorio en el
que se da prioridad al análisis de la narrativa, lo que desnuda al conoci-
miento que del mundo se tiene de las múltiples interpretaciones que sur-
gen a través de la utilización del lenguaje desde las diversas realidades.
De acuerdo con Clifford Geertz (1973), en el entendimiento de la
cultura es prioritario el estudio de los signos. Su estructura y la relación
entre el significante y el concepto de significado. Así, desde la antropolo-
gía, Geertz propuso una manera de hacer ciencia social alejada de leyes
y simetrías conceptuales, siendo esta renovada aproximación interpre-
tativa y no cuantificadora de los procesos sociales. Así, el paisaje y el
territorio, estudiados por la geografía y la antropología, reconocen un
significado de índole metafísico, en tanto que los elementos culturales
comienzan a ser incluidos como parte fundamental de la construcción
del espacio. En la explicación de lo social desde la perspectiva cultural,
resulta de gran importancia la utilización del concepto etnogeografía, el
cual versa sobre la forma en la que la diversidad de pueblos asume sus
formas de concebir y construir su paisaje y organizar su territorio. Por su
parte, Federico Fernández (2006:220) considera que la geografía cultural
es una manera de estudiar el espacio y no necesariamente una rama de la
ciencia geográfica. Para este autor, la geografía cultural no solo estudia
los aspectos culturales del espacio, así como el espacio visto a través de
los cristales de las diferentes culturas. Así, para Fernández la geografía
cultural es más que un área del conocimiento, es una posición desde
la cual el investigador observa líneas de investigación, necesariamente

57
Gustavo G. Garza Merodio

multidisciplinarias, en las que no se separa a lo físico-biológico de lo


social. Por ello, Paul Claval (2001:11) aduce que la cultura no constituye
un sector particular de la vida, sino que desempeña un papel en todos los
dominios de la geografía. En este punto, cabe insistir que esta manera
de conducir las disciplinas sociales es de la mayor relevancia para el
contexto latinoamericano y mexicano, al ser ámbitos que surgen muy
recientemente como consecuencia de la irrupción europea.
Al tratar sobre paisaje con anterioridad, se adujo que la escala local
era la propia para este tipo de estudio. En este sentido, el ya mencionado
Claval (p. 34) propone un cambio de escala en los estudios culturales
ante la imposibilidad de aprehender la cultura china o la árabe, pero, a
cambio, es fácil observar cómo se construyen las categorías utilizadas
por un grupo particular en un ambiente dado. Al desprenderse de los
modelos macroeconómicos y macrosociales, la geografía en su conjunto
se revitalizó y en ello jugó un papel fundamental el renovado entendi-
miento del paisaje, ya no como estructura y conjunción de elementos
físicos, sino como método de análisis, en el que se incluyen las causas
subyacentes, las cuales pueden llegar a operar desde escalas ajenas a las
del paisaje bajo escrutinio.
Asimismo, es de vital importancia la inclusión de las representacio-
nes de los habitantes locales y las formas de entender y percibir su espa-
cio (Norton; 2000:14). En esto último, el investigador debe, siguiendo a
Fernández (2006:234), reconocerse en el paisaje, orientarse a partir de él,
identificar las marcas en el territorio, averiguar el origen del nombre asig-
nado a la localidad o paraje y enumerar las instituciones más visibles que
lo caracterizan, dando prioridad al manejo de diversas escalas que se plas-
men en un mismo espacio. Cabe agregar que el entendimiento que desde
la geografía cultural se realiza, con respecto a la actuación de los diversos
grupos culturales sobre el entorno, no significa que el investigador deba
callar ante prácticas que atentan contra la biodiversidad y los elementos
físicos del relieve, siendo necesario que el geógrafo esté atento a las acti-
vidades que vulneran tanto al ambiente, como al patrimonio cultural y los
derechos de minorías y colectivos marginales, prestando especial aten-

58
Geografía histórica y medio ambiente

ción a los denominados planes de desarrollo regional o territorial, ante la


virulencia que dichos programas, dictados desde la esfera gubernamental
o la de los organismos internacionales, suelen mostrar a ras de tierra.
La geografía histórica, dedicada al conocimiento de las formas de
apropiación del entorno y organización del territorio en duraciones pro-
longadas, se vincula profundamente a la geografía cultural, en tanto que
ambas comparten temporalidades muy amplias en la explicación de las
dinámicas y procesos que les son propias. Asimismo, estas dos vertientes
del conocimiento tienen en los estudios del paisaje dedicados a su evolu-
ción, métodos que permiten entreverar los aspectos biofísicos y humanos
en la construcción de identidades. Desde la geografía mexicana ha sido
de vital importancia, en el entrecruzamiento de la geografía histórica y
la geografía cultural, la inclusión del concepto altepetl desde comienzos
de la década de 2000, el cual permite en su estudio develar tanto as-
pectos de las formas mesoamericanas de construir el paisaje, como las
prioridades en el territorio que son la base de posteriores intervenciones
socioeconómicas y políticas.
La inclusión del concepto altepetl en el estudio de la evolución del
paisaje y del territorio en el México central y meridional, permite vin-
cular medio ambiente y cultura en una perspectiva de larga duración, en
tanto que esta entidad político-territorial identifica en su generación y
sustento, tanto recursos como el agua, el suelo o la vegetación, como pa-
trones cosmogónicos prestablecidos o jerarquías sociales e interétnicas
prexistentes, todo ello, amplio abanico de interrelaciones sociedad-me-
dio que hablan del carácter integral de ésta, la unidad político-territorial
primordial del posclásico mesoamericano. La extensión de un altepetl,
hacia el siglo xvi, variaba considerablemente y estaba directamente rela-
cionada a la diversidad en recursos que se puedan obtener en un espacio
determinado. En ese orden de ideas, se ha venido trabajando a lo largo de
la última década en la comprensión del término altepetl desde la geogra-
fía, cuya profunda raíz cultural en lo mesoamericano permite reconocer
vínculos entre lo biofísico y lo humano, impresos directamente en las
formas de organizar el territorio y construir el paisaje (Fernández et al.,

59
Gustavo G. Garza Merodio

2006). Trascendente en esta labor ha sido la observación de la transi-


ción urbano-territorial del altepetl al pueblo de indios, que fue el fin de
la mayor parte de los altepetl. En este sentido, se hace necesario releer
la historia urbana, no solo del México central y meridional sino de buena
parte de la América Latina, enfocada tradicionalmente a las grandes ur-
bes españolas, sin reconocer a profundidad la dinámica urbana de asen-
tamientos relevantes que recibieron genéricamente el título de pueblos
de indios.
La transición de parámetros civilizatorios en la construcción del pai-
saje y organización del territorio de orden mesoamericano, a uno influen-
ciado en lo primordial por el pensamiento y necesidades económicas de
los europeos, se verificó en dos escalas: la local y la regional. En la pri-
mera escala se pueden verificar las transformaciones ocurridas en el pai-
saje, mientras en la segunda se puede observar la desarticulación y rearti-
culación del territorio mesoamericano en su conjunto. En Mesoamérica,
este reacomodo implicó, a escala local y por lo general, el traslado de
los asentamientos a parajes más llanos; en tanto que en lo regional, dio
lugar a que asentamientos que con anterioridad no eran sustancialmente
superiores en jerarquía a sus vecinos o incluso carecían de ella, se con-
virtieran en centros de poder político y económico.

60
II. Tres aproximaciones a la relación sociedad-
medio desde la geografía histórica en México
Las construcciones teórico-metodológicas con anterioridad resumidas,
se esbozan con tres aproximaciones generadas desde la geografía histó-
rica y ejemplifican los alcances de esta disciplina en México a princi-
pios del siglo xxi. El primer ejemplo trata sobre la utilización de fuentes
documentales en el discernimiento del comportamiento climático entre
principios del siglo xvii y las últimas décadas del xix explicándose, en
primera instancia, la naturaleza de este tipo de trabajo, sus orígenes y su
reconocimiento a escala mundial, como fuente de información pretérita
del clima, para pasar enseguida a hacer, basándose en la información
obtenida a la fecha, un breve resumen de la variabilidad de la precipita-
ción en México a lo largo de los últimos cuatrocientos años a través de la
conjunción de series climáticas o datos climáticos aislados obtenidos en
nueve capitales del país con las series instrumentales de esas mismas ciu-
dades. La tercera parte de esta ejemplificación vincula a la denominada
Pequeña Edad de Hielo (siglos xvi al xix) con las profundas alteraciones
ocurridas como consecuencia de la irrupción europea y, por último, se
sintetiza la profunda relación entre extremos climáticos y plagas o epi-
demias.
La segunda temática que ejemplifica la dinámica ambiental en Mé-
xico desde la geografía histórica versa brevemente sobre el paisaje y el
territorio mesoamericano durante el siglo xvi, periodo en que ocurrió
el abandono de los espacios montañosos como ámbito prioritario, cen-
trándose la actividad agraria en aluviones y terrenos llanos, así como

61
Gustavo G. Garza Merodio

el desdén por los ecotonos de transición entre los climas cálidos y los
templados. La tercera temática y última parte de este trabajo se dedica
a una sucinta consideración de rupturas y continuidades en el manejo
del ambiente en México entre los siglos xvi al xxi: a) haciéndose una
comparación entre las políticas del agua en Mesoamérica y la Europa
mediterránea, b) resumiendo las formas de utilización del suelo desde el
posclásico mesoamericano hasta nuestros días, y c) trayendo a colación
dos experiencias que se consideran sustentables en materia ambiental y
que se condujeron durante el virreinato y el México decimonónico.

Climatología histórica a través de fuentes documentales

Por las duraciones propias de la geografía histórica, sus análisis van de la


mano de los tiempos climáticos y no de los geológicos, que son propios
de otras áreas dentro de la geografía y otras disciplinas. La importancia
de las trayectorias y eventualidades climáticas sobre el devenir humano
han sido ampliamente reconocidas por cientos de autores a escala mun-
dial. En estas páginas se presenta lo realizado en México al conducirse
una investigación rigurosa tanto en la elección de fuentes, como en lo-
grar temporalidades prolongadas que permitan discernir, en lo primor-
dial, la variabilidad de la precipitación. A escala mundial, las propuestas
de lo vertido desde México y otras zonas de latitud media y baja pueden
cambiar los discursos preponderantes en materia climática y su historia.
Por ejemplo, para Jones (2001:56), la temperatura representa la variable
climática más importante, ya que los climas pasados se reconstruyen en
tanto fueron más fríos o cálidos que en la actualidad. Este último argu-
mento es válido únicamente en las latitudes medias y altas, ya que en las
latitudes bajas la variabilidad en la precipitación es la variable climática
más importante, así lo demuestra la reconstrucción climática de México
a través del estudio de fuentes documentales.
Las fuentes documentales son una más de las posibilidades metodo-
lógicas en la reconstrucción del clima, y como todas, carecen de la preci-
sión que brindan las fuentes instrumentales, por lo cual se les denominan
comúnmente proxy data, siendo éstas la dendroclimatología, el análisis

62
Geografía histórica y medio ambiente

de sedimentos lacustres y marinos, así como el estudio de corales, cascos


de hielo y glaciares. La importancia de las fuentes documentales en el
estudio del clima, primordialmente ante la ausencia de otras aproxima-
ciones fidedignas a lo largo de los últimos quinientos años (la dendrocro-
nología es el área que puede subsanar estas carencias, pero su desarrollo
ha sido lento en México) es innegable, en particular porque permite ma-
tizar la respuesta humana ante los eventos climáticos más severos. En
este orden de ideas, es importante destacar que la utilización de fuentes
documentales acerca al estudio del clima al quehacer historiográfico, lo
que convierte a esta aproximación en un importante tópico dentro de las
discusiones sobre los límites disciplinares, siendo posiblemente la única
pesquisa de extracción humanista que reconstruye comportamientos y
trayectorias físico-biológicas.
Por mucho, el hemisferio norte, en sus latitudes medias y altas, ha sido
el sector del planeta más analizado en lo que a estudios paleoclimáticos
se refiere, no solo a través de aproximaciones logradas con prácticas ins-
trumentales, sino por medio del uso de fuentes documentales en Europa,
siendo el ámbito mediterráneo de este continente el que hereda prácticas
culturales cuyo registro se ha verificado en diversos países iberoameri-
canos. El tipo de registro documental que ha permitido la generación de
series climáticas fiables, ha sido el dedicado a la solicitud de lluvia ante
la ausencia de precipitación. Emmanuel Le Roy Ladurie (1990:361),
miembro de la escuela de los Annales quien, ante el abuso de la dupli-
cación de datos de los glaciares en Europa y Norteamérica, por diversos
autores, propugna por un mayor agotamiento de las fuentes documenta-
les. Ante tal perspectiva, difundió la obra de Emili Giralt Raventos, quien
registró las ceremonias de rogativa que las autoridades municipales ob-
tenían de la Iglesia. Las rogativas de Barcelona comenzaron a ser verda-
deramente representativas a partir de la década de 1520; una mayor pre-
cisión en los registros, cabe acotar, pudo producirse como consecuencia
del fervor religioso desatado como parte de la Contrarreforma católica.
La labor en Cataluña la retomó de manera destacada Mariano Ba-
rriendos a partir de la década de 1990, agotando acervos del antiguo
principado y haciendo un tratamiento de la documentación desde una

63
Gustavo G. Garza Merodio

perspectiva plenamente climática. A instancias de este autor, quien reco-


mienda la consulta tanto de las actas de cabildo civil, como de cabildo
religioso, en la búsqueda de las ceremonias de rogativa, en particular de
las pro pluvia, se ha conducido a la fecha la consulta de ambos cabildos
en nueve de las diez sedes obispales novohispanas, labor que ha permi-
tido esbozar la variabilidad de la precipitación, primordialmente en los
altiplanos meridional y central, con datos más aislados hacia el sureste y
norte del país. Las ciudades donde se ha conducido esta consulta, por or-
den de su realización, son: México, Morelia, Guadalajara, Durango, Ála-
mos, Hermosillo, San Cristóbal de las Casas, Mérida, Oaxaca y Puebla.
El aporte de México se inscribe en la diferenciación geográfica que
promueve el antes citado Le Roy Ladurie (1990:46), quien desde hace
décadas critica las correlaciones y teleconexiones ramplonas; para este
autor es absurdo pensar que el comportamiento registrado en un entorno
árido sea válido, ante cierta anomalía climática para un entorno húme-
do, uno templado o uno tropical. En México, por medio de información
documental y bibliográfica, se ha podido corroborar que a fines del siglo
xviii la falta de precipitación fue recurrente y muy aguda al poniente
del istmo de Tehuantepec, sin embargo, en Chiapas tuvo por aquel en-
tonces lugar la destrucción por inundaciones y aludes de buena parte de
San Cristóbal de las Casas en 1785 (Aubry, 1982:20), y de Escuintla en
1794; esta última fue arrasada con tal magnitud que dejó de ser la cabe-
cera administrativa del Soconusco para trasladarla a Tapachula (Juarros,
1981:16).
El tratamiento de los datos obtenidos, de acuerdo con Hubert Lamb
(1995:349), debe dar prioridad a la conjunción de años similares, lo que
permite esbozar las fluctuaciones climáticas de corta duración, las cuales
al menos en el ámbito británico, suelen manifestarse en periodos de dos
y cinco años y medio: posibles pulsaciones de la circulación atmosférica
y oceánica a escala global. Ejemplo de estos años de comportamiento
similar y ajeno a los patrones medios de precipitación se presentan en la
siguiente tabla.

64
Geografía histórica y medio ambiente

Tabla 1. Conjunto de años de escasa precipitación y en algunos casos heladas


en la Cuenca de México entre 1750 y 1810

Escasez extrema de precipitación Heladas fuertes, recurrentes


o fuera de temporada
Verano de 1749 a primavera de 1751 Verano de 1749 a primavera de 1751
Verano de 1753 a mayo de 1756 Verano de 1753 a mayo de 1756
Verano de 1753 a mayo de 1756
Primavera de 1770 a primavera de 1776 Primavera de 1770 a primavera de 1776
Abril de 1778 a mayo de 1780 Abril de 1778 a mayo de 1780
Primavera de 1785 a primavera de 1790 Primavera de 1785 a primavera de 1790
Primavera de 1798 a mayo de 1804 Primavera de 1798 a mayo de 1804
Primavera de 1808 a junio de 1810

Fuente: Garza, 2002.

Un ejercicio de teleconexión riguroso y cuidadoso en el reconoci-


miento de las trayectorias climáticas de las diversas celdas climáticas,
puede ser de gran provecho en la prognosis de eventos climáticos seve-
ros. En este sentido, especial atención merece una comparación entre lo
ocurrido en México y en el litoral peruano, receptor primero y sufrido
del fenómeno de trascendencia global que comúnmente denominamos
El Niño. Aunque tal comparación puede presentar diversas aristas y con-
tradicciones, es curioso denotar similitud de procesos bioclimáticos, tal
como los ocurridos en México y Perú a fines del siglo xvii, cuando en
ambos casos ocurrieron plagas que impidieron el desarrollo del grano
de trigo. En México, el capítulo más violento de la escasez provocada
por esta enfermedad del grano fue la quema del palacio virreinal (Garza,
2002:111), mientras que en Perú, el litoral norte dejó de producir este
grano y eventualmente se impuso el cultivo de la caña de azúcar (Huer-
tas, 2009:28-29).

65
Gustavo G. Garza Merodio

El clima en México a lo largo de los últimos cuatrocientos años

En el México central y meridional, el régimen pluviométrico es por mu-


cho más importante que el régimen térmico, como determinante climá-
tica primordial. Esto incluso aplica para el norte del país, pero por su
localización, su nivel de precipitación invernal es sustancialmente mayor
que en el México localizado en los trópicos. Dentro del México tropical,
existen dos porciones continentales que a su vez manifiestan profundas
diferencias con respecto a la abundancia y regularidad de las precipita-
ciones: las localizadas al oriente y al poniente del istmo de Tehuantepec.
A continuación se presenta una breve reconstrucción del clima en Mé-
xico a lo largo de los últimos cuatrocientos años, buscando paralelismos
ante capítulos extremos en precipitación o temperatura con los aportes
de reconocidos autores en la materia en otras latitudes, primordialmente
Europa y Norteamérica.
La propuesta de Le Roy Ladurie (1990:125-126) es que en ciertas
zonas subtropicales, durante el inicio de la onda cálida del siglo xx
(1890-1940), se ha producido una disminución de las lluvias, una menor
frecuencia de ciclones tropicales y una ampliación de las zonas áridas.
El enfriamiento reciente, desde 1940, se acompaña por el contrario de
una pluviosidad subtropical más intensa. En resumen, calentamiento
de la zona templada y sequía de los trópicos irían a la par y viceversa.
De acuerdo con lo observado con la conjunción de fuentes documentales
con fuentes instrumentales en México, tal aumento de la precipitación sí
se ha manifestado en la Cuenca de México y el valle Puebla-Tlaxcala a lo
largo del siglo hasta la década de 2000 (Hernández y Garza, 2010:101),
aunque en ambos casos, siguiendo la recomendación de Jáuregui (1995),
se debe ponderar el papel jugado por la extensa e intensa urbanización.
El siglo xix fue también más húmedo en lo general, comparado con
el siglo xviii (Garza, 2002), sin embargo, se reconocen importantes dis-
minuciones de la precipitación en sentido regresivo durante las décadas
de 1890, 1870, 1840, 1820 y 1800, siendo la primera década parte de la
profunda y prolongada anomalía de fines del siglo xviii, la cual en Méxi-
co comenzó hacia el decenio de 1760. Según Le Roy Ladurie (1990:116),

66
Geografía histórica y medio ambiente

basándose en series meteorológicas muy antiguas de Holanda y Dina-


marca, los inviernos comenzaron a ser en Europa occidental menos fríos
a partir de las décadas de 1790 y 1800, pero como acota más adelante, no
será sino hasta 1855 cuando definitivamente se comience a notar que por
primera vez en mucho tiempo, invierno y verano se calentaron simultá-
neamente, dando un tiro de gracia a los glaciares alpinos: estos últimos
sufrieron, en el transcurso de los años 1860-1870, un retroceso como no
se había visto en los dos siglos anteriores (Ibid.:134). Ante esta situación
manifiesta en Europa, se puede aducir que en México solo resultan con
graves deficiencias de precipitación dos décadas en la segunda mitad del
siglo xix, a diferencia de la primera mitad que registra tres, con una dé-
cada de 1810 también bastante irregular, pero no extremadamente seca.
Del siglo xviii se puede aducir que existen dos periodos de profunda
inestabilidad climática: el más remoto es el denominado mínimo Maun-
der, sobre el que se ahondará más adelante, mientras que el segundo es
un periodo que en México, por su extrema sequedad, se comienza a ma-
nifestar hacia 1760 y perdura alrededor de cincuenta años, siendo espe-
cialmente agudas las pulsaciones de la década de 1780. De acuerdo con
los registros de las catedrales de México y Morelia (ACM: libros 40 al 60
y ACCM: libros XXII al XL) el número de años en que hubo falta extre-
ma de precipitación fue de diecinueve en el caso de la primera ciudad, y
dieciséis, en el caso de la segunda. En cuanto a las actas de cabildo civil
se tiene que en la capital novohispana hubo doce años con registros que
indican extrema sequedad, mientras que en el ayuntamiento de la antigua
Valladolid fueron nueve (ACCM libros 75-A a 121-A y AHMM: libros 21
al 90). Es curioso observar que en ambos casos la diferencia es por tres,
lo que invita a pensar que hubo tres años que en la Cuenca de México
se consideraron extremadamente secos, mientras que en la cuenca del
Cuitzeo no se percibieron así. La respuesta a esta diferencia podría ser la
mayor exposición de Morelia al océano Pacífico, en episodios en los que
el Golfo de México permaneció en calma la mayor parte del año.
De la comparación de lo ocurrido en México y algunas situaciones
en otras partes del mundo, se puede aducir que el panorama se complicó
primero en México, en tanto que la década de 1770 resulta, a grandes

67
Gustavo G. Garza Merodio

rasgos, tan seca como la de 1780, mientras que los capítulos más álgidos,
al menos en Europa occidental, se manifiestan primordialmente en esta
última década. Aunque en México se habla de fuertes heladas fuera de
temporal (AACM, 106-A: 1-VIII-1786) como parte de esta gran anoma-
lía, en contraposición, en Francia vienen los años de elevados contrastes
en temperatura y precipitación, con inviernos que se mantienen extre-
madamente fríos y veranos ardientes y secos que arruinan cosechas y
son preludio de la Revolución Francesa (Le Roy Ladurie, 1990:80). Para
Demarée y Ogilvie (2001:219) tales anomalías, que en 1783 se manifes-
taron en buena parte del hemisferio norte como un velo de bruma cons-
tante que llegó a durar hasta tres meses, fueron especialmente virulentas
en Europa occidental, donde se describieron como la “gran niebla seca”,
cuyo origen se reconoce en la erupción del volcán Laki en Islandia. En
cuanto a capítulos climáticos anómalos provocados por erupciones vol-
cánicas, estos mismos autores piensan necesario ponderar la latitud del
volcán y el tiempo preciso del año en que ocurre la erupción, así como
el modelado e influencia que puedan ejercer sobre este inmenso aerosol
factores internos del sistema climático, tales como El Niño, el cual posi-
blemente ocurrió en este caso, entre 1782 y 1786.
En cuanto a la influencia de las erupciones volcánicas en el compor-
tamiento climático global, se piensa necesario ahondar, ya que según Jürg
Luterbacher (2001:47), entre 1400 y 1850 las erupciones configuraron
entre el 18 y 25% de la variación por década de la temperatura promedio
del hemisferio norte, cuyas latitudes medias parecen ser espacialmente
sensibles a este tipo de fenómeno, manifestando calentamiento en invier-
no y enfriamiento en verano, al menos durante el año siguiente a la erup-
ción. Por su parte, Alan Robock (2000:192-193) señala que la nube de
aerosol posterior a una gran erupción produce calentamiento en la estra-
tósfera, pero enfriamiento sobre la superficie, así, las erupciones en zo-
nas tórridas producen un calentamiento más prolongado en los trópicos,
que para el invierno boreal provoca continentes más cálidos ante una Os-
cilación del Atlántico Norte (vientos del oeste más fuertes) más intensa.
Por su parte, la primera mitad del siglo xviii, con excepción de la
primera década, resultó bastante benigna en la Nueva España, tal y como

68
Geografía histórica y medio ambiente

manifiestan los escasos registros de ceremonias de rogativa pro pluvia en


seis capitales del virreinato. Para Le Roy Ladurie (1990:131), el entibia-
miento general registrado entre 1709 y 1740 no fue suficiente para lograr
el retroceso de los glaciares alpinos, ya que en particular, los inviernos
permanecieron bastante fríos. En cuanto a la transición del siglo xvii al
xviii se vivió otro de los capítulos más terribles de la Pequeña Edad de
Hielo, el ya citado mínimo Maunder, el cual fue consecuencia de una
marcada disminución de la actividad solar entre 1675 y 1715. Le Roy
Ladurie (1990:127) acota que si hay un periodo en el que se puede hablar
en verdad de una pequeña edad glacial, es la década de 1689-1698, la
cual manifestó en todas sus estaciones, temperaturas medias inferiores
a la normal. Esta situación provocó en Europa occidental una horrible
escasez y en México el año del chahuixtle en 1692, que se caracterizó
por una nubosidad constante, lo que pudrió los granos y condujo al ya
mencionado motín de 1692 (AACM, 371-A: 19-IX-1692).
Con respecto a las primeras ocho décadas del siglo xvii se puede ar-
gumentar, de acuerdo con la información obtenida en México, que fue el
periodo entre 1635 y 1645 el que presenta el mayor número de registros
concernientes a falta de precipitación, etapa seca a la que precede otra
de fuertes precipitaciones que incluso condujeron a la inundación de la
Ciudad de México por cerca de cinco años, en el tránsito de la década de
1620 a la de 1630. Le Roy Ladurie (1990:80) argumenta que en Europa
occidental es particularmente frío el lapso entre 1639 y 1643, así como
el de 1625 a 1633. Así, se puede observar que periodos de frío en Europa
occidental no significarán siempre lo mismo para el México central y
meridional, que en el primer grupo de años presentó un comportamiento
seco, mientras que en el segundo fue extremadamente húmedo. Los re-
gistros de ceremonia de rogativa comienzan a ser asentados en las actas
de cabildo de México y Puebla hacia la década de 1600, por lo que con
anterioridad solo se encuentran referencias aisladas respecto al compor-
tamiento climático.
Aunque no se cuenta con datos continuos respecto al comportamien-
to climático en México durante el siglo xvi, se puede reconocer que el
inicio formal de la denominada Pequeña Edad de Hielo en Europa oc-

69
Gustavo G. Garza Merodio

cidental, coincide con un gran periodo seco, que en México y el resto


de Norteamérica ha sido ampliamente reconocido entre las décadas de
1540 y 1570 (Ibid.:45-46). Por último, es necesario acotar que una re-
construcción de esta índole debe echar mano de cuantas fuentes físicas,
documentales e instrumentales sean posibles.

La invasión europea y la Pequeña Edad de Hielo

En este apartado se comienza por la definición de Pequeña Edad de Hie-


lo, dinámica que ha sido reconsiderada durante las últimas dos décadas
del siglo xx y la primera del xxi, después de su generalización a media-
dos del siglo xx. Este comportamiento multisecular fue paralelo a las
transformaciones provocadas por la irrupción europea, en particular, a
partir de que los españoles, civiles o religiosos, se convirtieron en usu-
fructuarios directos de suelos y aguas. Para Le Roy Ladurie (1990:35),
quien basa sus recuentos climáticos en buena medida en los avances y
retrocesos de los glaciares alpinos, sin duda existe un máximo avance
de hielos en los Alpes entre las décadas de 1590 y 1850. Sin embargo,
perspectivas más recientes cuestionan este término, debido a que, tanto
la Pequeña Edad de Hielo y el denominado Periodo Cálido Medieval
son prácticamente irreconocibles en las escasas reconstrucciones del
hemisferio sur, siendo claramente europea su connotación (Jones et al.,
2001:3). En este sentido, de nuevo se insiste en que los aportes desde
latitudes bajas, así como desde el hemisferio sur, ayudarán a reconocer
las perspectivas respecto a la existencia de fenómenos a escala global,
matizando las respuestas en cada una de las celdas climáticas, las cuales
tampoco reaccionarán siempre de igual manera. Lo que si se reconoce
desde nuestras latitudes, es que existe una marcada disminución de la
precipitación, por supuesto no constante, entre mediados del siglo xvi y
mediados del xix (Hernández y Garza, 2010).
El lapso de estudio del clima en México, logrado por medio de in-
formación documental, coincide tanto con el inicio de la denominada
Pequeña Edad de Hielo, la cual para México, como se ha propuesto,
implicó una seria disminución en la precipitación, como con la conso-

70
Geografía histórica y medio ambiente

lidación de los medios y modos de producción europeos en Mesoamé-


rica, las cuales por sí solas provocaron profundas transformaciones en
términos demográficos, bióticos, edáficos e hidrográficos, por lo que la
construcción del paisaje posterior y las nuevas prioridades en el territorio
son consecuencia de ambas determinantes. En lo tocante a este proce-
so, cabe tomar en cuenta la dimensión que de este proceso hace Alfred
Crosby (1991:37-38), para quien el rompimiento biológico producido
por la irrupción española en las Américas es de tal envergadura, que debe
considerarse en primera instancia que la agricultura probablemente toda-
vía no se practicaba cuando grupos humanos hicieron uso del ‘puente’ de
Bering. Respecto a su aislamiento viral y bactereológico, el mencionado
autor aduce en esas mismas páginas que:

el clima de Siberia, el puente terrestre y Alaska fueron los principa-


les elementos que interceptaron muchas enfermedades: el frío mató los
gérmenes y, aún más importante, el mismo frío y los rigores de la vida
en esas latitudes eliminaron a todos los seres humanos que padecían
enfermedades debilitantes. En el sentido más crudo, la vida de los pri-
meros americanos fue definida por la supervivencia de los más aptos.

Por tanto, transformaciones biológicas de temporalidad prácticamen-


te geológica, pero inducidas por el ser humano, son aún más violentas
ante una menor precipitación en la mayor parte del territorio mexicano.
La introducción consciente de cultivos y animales, así como la incons-
ciente de otros vegetales, en particular gramíneas y algunas especies ar-
bóreas, las nuevas formas de roturación de suelos y las prácticas euro-
peas en términos de urbanismo e ingeniería fueron todas prácticas que
redundaron en estratosféricas pérdidas vegetales y de suelos, pero ante
un patrón de precipitación tan poco benigno se presumen fueron más
drásticos tales procesos, impidiendo en buena medida las posibilidades
de regeneración vegetal y alterando definitivamente la localización de
biomas, al menos en los altiplanos meridional y central de México.

71
Gustavo G. Garza Merodio

Extremos climáticos y plagas y epidemias

Para el ya citado Hubert Lamb (1995:285), las siguientes son las princi-
pales áreas del quehacer humano que se ven afectadas por los cambios y
las fluctuaciones climáticas:

1. Abastecimiento de agua, particularmente niveles del manto freá-


tico y de los cuerpos de agua sobre la superficie, y por ende, de la
energía que generan. Humedad en el suelo.
2. Temperaturas extremas y efectos sobre humanos y animales, de-
manda de combustible y desarrollo de las cosechas.
3. Radiación solar, humedad y nubosidad, sus efectos sobre la sa-
lud y el crecimiento de los vegetales, así como el potencial de la
energía solar.
4. Viento extremo o acusada ausencia del mismo y sus efectos sobre
infraestructuras y en la producción de energía. Los efectos de la
evaporación sobre las cosechas y la biota en general, y en las
condiciones de desarrollo de insectos, bacterias y virus.

Es en este cuarto punto en el que se basa el discurso y experiencia


en México de este apartado: la correlación entre extremos climáticos y
epidemias o plagas es reiterada por las fuentes documentales consultadas
en nuestro país, las cuales abarcan cerca de cuatrocientos años, desde
finales del siglo xvi hasta la década de 1890, y en los casos de Sonora
y Yucatán hasta la de 1900. Dicha vinculación entre clima y morbilidad y
mortalidad ha sido abordada desde diversas escuelas y realidades cultu-
rales. Para el caso de México, vale reconocer la labor de Rodolfo Acuña
y equipo (Acuña et al., 2002), quienes por medio de la conjunción de
fuentes documentales e indicadores físico-biológicos, determinaron que
las epidemias más terribles del siglo xvi estuvieron determinadas en bue-
na medida por las tremendas sequías de la segunda mitad de ese siglo.
Estos autores, basados en datos dendrocronológicos, aseguran que ésta
fue la peor sequía de los últimos seiscientos años. Respecto a la continui-
dad y profundidad de esta sequía, cabe confrontarla con la hallada para

72
Geografía histórica y medio ambiente

fines del siglo xviii por medio de la consulta de fuentes documentales.


Le Roy Ladurie (1990:73), en su recuento de episodios de escasa preci-
pitación a escala mundial, realizado hacia la década de 1960, menciona
a las décadas de 1560 y 1570 como muy secas, y para la parte occidental
de Estados Unidos, las ubica particularmente entre 1576 y 1585.
Henry Díaz y colaboradores (2001:267) han destacado a fines del
siglo xx el interés que en aspectos de salud pública despierta la varia-
bilidad climática: “esto ha sido posible debido al incremento en el co-
nocimiento sobre alteraciones climáticas y su impacto en la sociedad,
conduciendo a mayores esfuerzos en la documentación y vinculación
entre variabilidad climática y cambios en salud y bienestar.” Estos auto-
res, asimismo, aducen que la investigación climática en términos de su
relación con la salud, perdió interés como consecuencia de la revolución
farmacéutica de la segunda mitad del siglo xix, y que resurgió gracias
a El Niño de 1982-1983 y las epidemias provocadas por causa de éste.
Los efectos directos de la variabilidad climática en biología vecto-
rial ocurren a través de alteraciones extremas en temperatura, precipi-
tación, humedad y vientos. Por la experiencia en México, en el caso de
invasiones colosales de insectos, éstas se manifiestan en lo primordial en
los antiguos obispados de Chiapas, Oaxaca y Yucatán, con referencia en
estas fuentes a eventos similares en América Central, siendo, al menos
por la cantidad de documentos localizados, la península de Yucatán la
más afectada por este tipo de fenómeno desde el siglo xvi hasta fines del
xix. Como antecedente, en el México prehispánico no se tiene referencia
entre los malos augurios, castigos divinos o catástrofes, recabados entre
códices y cronistas del siglo xvi, de plagas de langosta, tan presentes en
el pensamiento judeo-cristiano.
Por lo recabado, éstas serían las plagas de langosta ocurridas en la
península de Yucatán entre el siglo xvi y principios del xx: de acuerdo
con un trabajo inédito de Carlos Menéndez (facsímil), localizado en el
Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán, en el año de
1552 hubo una asoladora plaga de langosta en los alrededores de Mérida;
otra ocurrió en 1618 (López Cogolludo, 1867:352). Hacia el inicio del
verano de 1769, las autoridades civiles y eclesiásticas de Mérida soli-

73
Gustavo G. Garza Merodio

citan ceremonias de rogativa para que termine la plaga de langosta que


aqueja a ‘las milpas y montes’ yucatecos (AHAY, Actas de Cabildo libro
4, 17 y 29 de julio de 1769). Cinco años después, al final del verano de
1774 la langosta volvió a asolar la parte norte de la península de Yucatán
(AHAY, Actas del Cabildo libro 5, 27-IX-1774). Poco más de cien años
después se volvió a manifestar la presencia de la plaga de langosta en
los municipios de Espitá, Izamal y Mérida (AGEY: Espita, vol. 2, exp.
1/ 9-VII-1883; Izamal, vol. 4/ 20-XI-1882; Mérida, vol. 4/ 9-VII-1883)
habiendo un nuevo registro de invasión de langosta en 1906, aunque al
parecer de menor duración y extensión (Menéndez, 1937:249).
A continuación se realiza la comparación de los datos climáticos ob-
tenidos a partir de fuentes documentales en otras partes de México, con
los episodios de plaga de langosta en la península de Yucatán. Cabe men-
cionar que para la primera mención de plaga en 1552, se carece de datos
continuos, pero dos referencias aisladas de los ayuntamientos de México
(AACM, 635a: 29-11-1552) y Puebla (ACAP, 6: 13-II-1553) nos permiten
saber que, entre febrero de 1552 y febrero de 1553, hubo calamidades
que hicieron que faltara el trigo en ambas capitales. Para 1618, encontra-
mos que se trató de una primavera muy calurosa (ACM, 6: 24-IV-1618)
y que a finales de julio era patente la falta de lluvia en la Ciudad de Mé-
xico (AACM, 652a: 27-VII-1618). Los siguientes años que reportan en
Yucatán la invasión de langostas son 1769 y 1774; sobre estos episodios
se trae a colación lo acotado en el apartado dedicado al comportamiento
climático de México a lo largo de los últimos cuatrocientos años, en el
que se adujo que la década de 1770 fue particularmente seca y que la
tendencia a la baja en la precipitación parece haberse acendrado hacia
1760 al poniente del istmo de Tehuantepec. Fueron 1882 y 1883 los si-
guientes años que manifiestan presencia de langostas en Yucatán, años de
extrema sequía en Sonora (Sociedad Sonorense de Historia-VIII Simpo-
sio de Historia Regional, 1996: 234), así como en el Centro-Occidente
(ACCM, LXIX: 5-VIII-1882), prolongándose en esta zona la falta de
precipitación extrema hasta 1884 (ACCM, LXIX: 27-VI-1884; 13-VII-
1884).
Como bien se puede observar, en cada ocasión que hubo invasión

74
Geografía histórica y medio ambiente

de langostas en Yucatán entre los siglos xvi y xix, al poniente del ist-
mo de Tehuantepec se manifestaban condiciones de extrema sequedad.
En este sentido, la hipótesis es que en América Central, península de
Yucatán, Tabasco y Chiapas se presentaban temporales extraordinarios
que aumentaban la biomasa y provocaban la multiplicación exponencial
de ortópteros, mientras que en el resto de México ocurrían condiciones
de sequedad. Esta diferenciación entre extremos de abundancia y esca-
sez de precipitación entre el México central y septentrional, y el sureste
mexicano y América Central, de acuerdo con diversos datos recabados,
parece ser común, al menos a lo largo de los últimos quinientos años.
La plaga de langosta más citada por fuentes documentales de la épo-
ca virreinal y el siglo xix, fuera de la península de Yucatán, ocurrió en-
tre 1853 y 1854, en los estados de Chiapas (ADSC, Fondo Diocesano,
Sección Gobierno, Clasificación II A.1: 23-V-1854), Veracruz, Oaxaca y
llegando hasta el valle de Tehuacán (AGEP-Periódico Oficial del departa-
mento de Puebla, tomo I no.142: 30-VI-1854).

75
III. El paisaje y el territorio mesoamericano
y su transformación durante el largo siglo xvi
Alfred Crosby (1991:13) propone que la tendencia hacia la homoge-
neidad biológica ocurrida como consecuencia de la llegada europea al
continente americano, es uno de los aspectos más importantes de la his-
toria de la vida en este planeta desde el retroceso de los glaciares conti-
nentales. Durante el largo siglo xvi, consideración cronológica que ya se
argumentó con anterioridad, el proceso de reorganización del territorio
y transformación del paisaje en México, fue consecuencia tanto de ini-
ciativas hispanas como indígenas, habiendo estas últimas sido soterradas
no solo por el paulatino avasallamiento cultural, sino porque los conse-
cuentes procesos territoriales y del paisaje han sido dictados por lógicas
espaciales fundamentalmente ‘occidentales’. En fechas recientes se han
producido trabajos como el de Elinor Melville (1999), que identifican
una importante pérdida edáfica y de vegetación como consecuencia de la
conquista española, y en particular de la introducción de hatos de ganado
mayor y menor en el altiplano mexicano. Sin embargo, tales aseveracio-
nes deben ser matizadas por propuestas como la de Sherburne F. Cook
(1989:82-83), quien en el área denominada Teotlalpan, demuestra que la
pérdida de vegetación y suelos por causa de una intensa actividad agríco-
la antecede al dominio español, por lo que, al menos el cuadrante suroc-
cidental del valle del Mezquital, ya presentaba profundos desequilibrios
cuando los españoles se adueñaron de estas tierras con fines ganaderos,
primordialmente. Para este último autor, tales pérdidas simplemente fue-
ron aceleradas ante la intromisión española.

77
Gustavo G. Garza Merodio

Las transformaciones durante el largo siglo xvi en el centro de Méxi-


co se explican en los siguientes tres apartados por medio de tres vertien-
tes: a) la montaña, su prioridad durante la era prehispánica y su desdén
a partir de la ocupación española, b) el menosprecio que sufren los eco-
tonos entre las tierras cálidas y las templadas como zonas agroforestales
primordiales, y c) la intensa ocupación de los aluviones y abandono del
pie de monte.

La montaña: su percepción y su manejo en el México prehispánico

En cuanto a temáticas de índole ambiental dentro de la geografía his-


tórica contemporánea, Pere Sunyer (2010:164-165) enumera, aunque
como espacios marginales, los siguientes: desiertos, montañas, humeda-
les, selvas y polos, destacando este autor, dentro de dichos ámbitos, el
estudio de los espacios montañosos, sus habitantes y su incorporación al
sistema mundo. El carácter marginal que pueden manifestar las serranías
o los conos volcánicos en la actualidad es contrario a la primacía que
guardaban en el México prehispánico, como símbolos de civilización,
referentes en la construcción del paisaje y base de la organización del
territorio.
Así, bajo el esquema territorial mesoamericano, la ocupación del in-
terior de las serranías en las proximidades de sus parteaguas fue común,
ya que esto permitía acceder a una mayor cantidad de pisos ambientales
en menor distancia, y sacar gran provecho de la inmediatez de la doble
exposición, interna hacia los altiplanos y externa hacia la llanura costera
del Golfo de México o el océano Pacífico, existiendo casos, como el de
la confederación de Metztitlán que, en menos de diez kilómetros a la
redonda, desde la cima del edificio volcánico que funcionaba como nodo
principal en la articulación de su territorio, podían obtenerse recursos
de climas templados y cálidos, ya secos, ya húmedos (Fernández et al.,
2006). Por otra parte, al interior de las sierras o en algunas de sus por-
ciones más abruptas se presenta el ecotono de transición entre los reinos
vegetales neártico y neotropical, lo que garantiza una de las mayores
variedades florísticas del planeta. A esta riqueza en bastimentos, se debe

78
Geografía histórica y medio ambiente

agregar que varias de las ciudades-Estado que se situaron antes de la


conquista española en lo más abrupto de las sierras, habían controlado
centenariamente el flujo comercial entre las tierras bajas y las tierras al-
tas, ya que los puertos de montaña que controlaban eran los ‘espacios
bisagra’ que vinculaban a las rutas comerciales que utilizaban los cauces
que nacían en sus proximidades, como rutas naturales de intercambio.
Resumiendo, se puede argüir que a principios del siglo xvi, en el
México central y meridional, predominaba un paisaje construido y un
territorio organizado alrededor de las bondades y mantenimientos que
brindaban lo sinuoso y lo fértil, concepción del mundo opuesta a la per-
cepción ‘occidental’, en la cual se define a las montañas como espacios
feraces y poco aptos para lograr la vida civilizada (Sahagún, 1975:660-
661). La oposición de estas construcciones espaciales divergentes y los
medios y modos de producción europeos condujeron paulatinamente al
abandono de las sierras, a su conversión en espacios marginales en lo
económico y lo político, y a la constitución de un orden en el que el cen-
tro de los valles y cuencas se convirtieron en la base de las jerarquías te-
rritoriales. Las excepciones en este nuevo orden en Mesoamérica, fueron
los espacios serranos ocupados por causa de la actividad minera.
En la experiencia de abordar la transformación de los espacios mon-
tañosos de México, desde la geografía histórica y la geografía cultural, se
han estudiado tres casos, todos localizados sobre las sinuosas márgenes
del altiplano meridional de México: las cañadas de Metztitlán y la Sierra
Alta en Hidalgo, el municipio de Pahuatlán en Puebla y el municipio de
Tenango del Valle. En los dos primeros casos se ha constatado el cambio
de sitio de los asentamientos prehispánicos (Tepatetipa en Metztitlán y
Atla y Xolotla en Pahuatlán) y la fundación de un poblado, que a la vista
de los españoles, resultara en un sitio más adecuado (villas de Metztitlán
y Pahuatlán); en ambos casos, las cabeceras fundadas son más vulnera-
bles a los deslizamientos de tierra. En el caso de Tenango, tanto Tenango
del Valle como Atlatlahuca se trasladaron al suelo llano inmediato a los
antiguos centros ceremoniales. Asimismo, el análisis del área de Tenan-
go del Valle permitió dar una nueva lectura a la historia territorial de la
cuenca alta del río Lerma en su conjunto, en tanto que se consideró el

79
Gustavo G. Garza Merodio

Golfo de
Sierra Madre México
Oriental
21º N

A
C
D
20º N

B
19º N
Eje neovolcánico

18º N

Océano
Pacífico
100º O 99º O
0 50
Escala 1: 2,000,000
Kilómetros

A. Área de Metztitlán C. Pahuatlán


B. Área de Tenango-Atlatlahuca D. Atla y Xolotla

Figura 1. Mapa de localización de las áreas de Metztitlán, Tenango-Atlatlahu-


ca y Pahuatlán, Atla y Xolotla. Elaboró Iván Solís a partir de carta topográfica
de INEGI, escala 1:2 000 000.

80
Geografía histórica y medio ambiente

control de este espacio como primordial en la organización de un esque-


ma territorial duradero durante la era prehispánica.
En todos estos traslados y reacomodos se observa en la escala re-
gional, cómo las rutas comerciales ancestrales desaparecieron y cómo
la marginalidad sentó sus reales en estos abruptos paisajes desde el si-
glo xvi. Otra conclusión interesante de los casos estudiados, es observar
cómo las antiguas cabeceras, hoy en día menores por mucho a las ac-
tuales sedes del poder económico y político local, mantienen una seria
rivalidad con éstas, y cómo para los habitantes de las villas fundadas por
españoles, los habitantes de los antiguos asentamientos son considerados
pueblos de gente atrasada y montaraz.

El abandono de los ecotonos

Una dinámica, parte del desdén por los espacios montañosos, fue el
abandono de la franja de ecotonos entre los climas cálidos y templados,
franja de la que se desconoce en mucho el tipo de asociaciones vegetales
que albergaba, así como los usos humanos que moldearon esa biodiversi-
dad por siglos. Parajes difícilmente accesibles, fueron primordiales en la
construcción del paisaje mesoamericano por causa de su feracidad, y en
buena parte del territorio mesoamericano fueron base de su organización.
Los ecosistemas de transición entre el reino neártico y el neotropical
que sustentaron a las unidades político-territoriales más complejas y re-
levantes se localizan principalmente en la Sierra Madre Oriental y el Eje
Neovolcánico. Algunas de estas unidades políticas nunca fueron domi-
nadas por los mexicas, tales como Metztitlán y Tutotepec, o lo fueron de
manera muy tardía, como en el caso de los señoríos matlatzincas.
Todas las sinuosas márgenes de los altiplanos de México son consi-
deradas bajo los actuales esquemas de organización del territorio como
límites físicos, biológicos, administrativos y culturales, y la mayor parte
de sus espacios se encuentran aletargados en lo económico, siendo las
excepciones, algunos de los parajes inmediatos a las vías de comunica-
ción que vinculan estas tierras altas con las regiones del norte, occidente,
Bajío, Golfo de México, sur y sureste. La falta de articulación en los

81
Gustavo G. Garza Merodio

territorios serranos se puede explicar en términos del esquema territorial


impuesto a partir del siglo xvi, en el que no se ponderó la riqueza am-
biental de los ecotonos y se vertieron los esfuerzos agrarios en la ocupa-
ción de extensos aluviones a mayor o menor altura.
El abandono de los ecotonos de transición entre los climas cálidos y
los templados ha sido corroborado en dos casos estudiados: los munici-
pios de Eloxochitlán, Metztitlán, Molango, Tianguistengo, Xochicoatlán
y Zacualtipan, todos ellos en la denominada Sierra Alta de Hidalgo y
Joquicingo, Tenancingo y Tenango del Valle, al oriente del Nevado de
Toluca en el Estado de México. Uno de los rasgos más evidentes de la

--21º N

Sierra Alta
Malila

Tepatetipa
Ve
ga

Metztitlán
de

--20º 30’ N
M
et

Límite aproximado de la
zti

confederación de Metztitlán
tlá
n
--

--

99º O 98º 30’ O

0 15
Escala 1: 500,000
Kilómetros

Figura 2. Mapa del área de Metztitlán (elaboró Iván Solís a partir de imagen
de Celia López Miguel, en Fernández y García, 2006:508).

82
Valle de Toluca

3400 2600
3200 Tenango

3000

2800
Atlatlahuca

--19ºN
Zictepec Maxtleca

83
2600

Zepayautla
Xochiaca
2400
2200

2000
Geografía histórica y medio ambiente

Minas de Zacualpan
--

99º30’O

Escala 1:75,000 0 6

Kilómetros

Figura 3. Mapa del área de Tenango-Atlatlahuca (elaboró Iván Solís a partir de cartas topográficas de INEGI,
escala 1:50 000).
Gustavo G. Garza Merodio

ocupación prehispánica, en distintos pisos ambientales, es la intensa ocu-


pación de laderas con fines agrícolas antes de la época virreinal: en el
caso de la Sierra Alta, se dejó de dar prioridad a la actividad agrícola
serrana para ocupar de manera extensiva e intensiva la inestable vega de
Metztitlán, que había fungido como frontera entre metzcas y mexicas.
En el área de la Sierra Alta de Hidalgo, al asentarse de manera tan
próxima al parteaguas de la sierra, se tenía la oportunidad de acceder a
una mayor cantidad de pisos ambientales en menor distancia, sacando
gran provecho de la inmediatez de la doble exposición, interna hacia la
vertiente de la cuenca del lago de Metztitlán y externa hacia la llanu-
ra costera del Golfo de México, por lo que, en menos de diez kilóme-
tros a la redonda desde las cabeceras prehispánicas de Tepatetipa, en la
vertiente interna, y Malila en la externa, se obtenían recursos de climas
templados y cálidos, ya secos, ya húmedos. Tepatetipa se localiza a casi
1 600 msnm, y Malila a alrededor de 1 400, diferencia de unos doscien-
tos metros que se puede explicar en tanto que en la vertiente marítima,
por causa de una mayor nubosidad y humedad, la transición entre los
climas templados y tropicales se da más abajo que en la vertiente seca.
Por su parte, las estratégicas laderas entre Tenango del Valle y Tenancin-
go perdieron su relevancia, no solo como nodo de intercambio comer-
cial y tributario, sino por el poco interés que despertaron abruptos asen-
tamientos como Maxtleca, Xochiaca, Zepayautla y Zictepec, tan ricos
biológicamente pero inservibles a los medios y modos agrarios de los
europeos.
El abandono de los valles de Tepatetipa y Malila, así como el valle de
Atlatlahuca y las laderas de Xochiaca al sur de Tenango del Valle, tuvo
consecuencias en la organización del territorio a escala regional e interre-
gional, siendo más dramático el caso de la Sierra Madre Oriental, donde
el traslado de asentamientos se realizó a mayores distancias y la nueva
articulación del territorio desdibujó totalmente el esquema prehispánico.
El oriente del Nevado de Toluca, al menos, sobrevivió como ruta de in-
tercambio virreinal hacia el fértil valle de Tenancingo y el real de minas
de Zacualpan.

84
Geografía histórica y medio ambiente

El aluvión, principal botín agrario de los castellanos

Cuando los europeos entraron por primera vez a los anchos valles y ex-
tendidos llanos de las tierras altas mexicanas, vieron un paisaje conse-
cuencia de siglos de ocupación humana, en los que los aluviones eran
uno más de los elementos del relieve utilizado por el complejo e intensi-
vo sistema agrario mesoamericano. El riego en los aluviones, junto con
el aprovechamiento de los humedales y las terrazas en los pies de monte,
eran los sistemas de mayor productividad. Sin embargo, para los medios
y modos de producción europeos, tanto las terrazas como las plataformas
artificiales sobre los cuerpos de agua, eran totalmente inoperantes, por lo
que los españoles fijaron paulatinamente sus intereses en el control de
los aluviones conforme la población indígena disminuyó y se crearon los
mecanismos institucionales para la adjudicación de las tierras a civiles
y religiosos europeos, primordialmente. Aunque al consultarse el ramo
de mercedes del Archivo General de la Nación (AGN, apéndice en Gar-
za, 2000) se puede constatar que algunos nobles indígenas también se
beneficiaron de las adjudicaciones logradas a fines del siglo xvi y prin-
cipios del xvii. Durante el proceso de mercedamiento de tierras también
se entregaron zonas en pie de monte, plenamente serranas y algunas re-
lacionadas a la explotación de los recursos lacustres, pero desde el punto
de vista europeo estas áreas resultaban secundarias y se dedicaron a las
actividades forestales y ganaderas de especies menores.
La ocupación del aluvión de los altiplanos se produjo, en términos
ambientales, bajo el embate de especies ganaderas, mayores y menores,
malezas y fungi hasta entonces desconocidos en estas tierras, así como
serias alteraciones hidrográficas. La gran transformación edáfica estaba
por comenzar, aunque ya los suelos habían sido perturbados en los sitios
en que se había cultivado el trigo: demarcaciones como Tacubaya, Tacu-
ba, Atlixco o Tenancingo (Ibid.). Por otra parte, es interesante observar lo
asentado por Elinor Melville (1999:142), quien aduce que eventualmente
los españoles confirmaron que la ganadería no podía ser el complemento
de la agricultura, tal como sucedía en España: la presencia de las comu-
nidades indígenas, incluso ya disminuidas, y las características físicas de

85
Gustavo G. Garza Merodio

los altiplanos mexicanos impidieron dicha complementación. Así, desde


las décadas de 1530 y 1540 los grandes hatos de ganado mayor ya habían
abierto en busca de pasturas el camino del Bajío, aun cuando sus núme-
ros no eran tan exorbitantes, quedando los llanos y lomeríos del altiplano
meridional a merced de los ganados menores. La depredación ocurri-
da en forma explosiva a fines del siglo xvi, arruinó miles de hectáreas
de suelos fértiles, por lo que hubo una feroz competencia en los proce-
sos de mercedamiento de tierras ante la menor superficie susceptible de
sustentar un uso agrícola. En este proceso de profunda pérdida edáfica
y vegetal cabe tener en cuenta, como ya se argumentó con anterioridad,
que la regeneración vegetal fue dificultada, a su vez, por la escasez de
precipitación que comenzó a manifestarse con mayor agudeza después
de 1550.
Aunque la totalidad de los biomas mesoamericanos han sido tras-
tocados a casi quinientos años de la llegada de los europeos, no cabe
duda de que los que serían prácticamente irreconocibles a sus habitantes
prehispánicos, son los aluviones y zonas llanas de los altiplanos central
y meridional de México, en donde, únicamente el cultivo del maíz bajo
ciertas circunstancias, y en forma aislada algún otro cultivo, pueden brin-
dar una imagen mesoamericana; en contraposición, los mermados bos-
ques, a pesar de manifestar un sotobosque seguramente influenciado por
las prácticas agroforestales de los últimos cuatro siglos, sigue siendo una
asociación de bosques mixtos de Pinus y Quercus o bosques dominados
por Abies, Pinus o Quercus. En cuanto a la transformación ambiental de
Norteamérica, Alfred Crosby (1991:80) fija su atención en los pastizales
y las praderas, para denotar la magnitud de las transformaciones habidas
desde la llegada de los europeos, argumentando, en forma muy acertada,
que es un proceso que a la fecha continúa.
Las nuevas prioridades en la organización del territorio denotan,
a su vez, el peso dado al aluvión, en detrimento de otros ámbitos del
relieve. Por ejemplo, en la Cuenca de México se tiene que Tláhuac y
Mixquic (importantes ciudades prehispánicas situadas sobre los lagos
meridionales) fueron adjudicadas a la denominada provincia de Chalco,
y a Xaltocan (el asentamiento más prominente dentro de los lagos sep-

86
Geografía histórica y medio ambiente

tentrionales) como parte de la jurisdicción de Ecatepec, pueblo situado


sobre tierra firme y que había carecido de preminencia con anterioridad,
lo que demuestra de nuevo el desdén del español por la vida palustre. En
contraposición, se creó la jurisdicción de Teotihuacan, hacia fines de la
década de 1570 (Gerhard, 1986:282); esta nueva demarcación, que había
sido parte de la de Texcoco, es clara consecuencia de la ponderación que
se hizo de los ricos suelos aluviales del valle de Teotihuacan.

87
IV. Rupturas y continuidades en el manejo
del ambiente en México: siglos xvi al xxi
El manejo del entorno obedece a características e inercias culturales
e imposiciones económicas y políticas, mismas que generan rupturas o
continuidades de acuerdo con la violenta irrupción de formas políticas
o modelos económicos o la paulatina transformación de identidades y
principios. En México, la violenta ruptura del siglo xvi provocó el surgi-
miento de un nuevo paisaje, al menos en los altiplanos central y meridio-
nal, y la organización de un nuevo esquema territorial. La continuación
de los procesos espaciales mesoamericanos quedó soterrada, por lo que
es necesario hurgar en archivos, bibliotecas y en el campo para poder
descifrarlos y comprender sus características y prioridades en el manejo
del ambiente, labor que en algunos casos pasa por la localización de
los antiguos núcleos económicos y político-religiosos. Ejemplo de esta
dificultad y necesidad de profundo conocimiento del terreno para sobre-
ponerse a ésta, es el discernir entre una organización del territorio organi-
zada a partir de un macizo montañoso o un cono volcánico y una lograda
desde el centro de las zonas llanas, para la que las montañas, desfiladeros
o ríos en profundos cañones denotan límites y no elementos que articulen
al territorio, como sí lo hacían para los mesoamericanos.
La construcción del paisaje y organización del territorio ha mostra-
do continuidad desde principios del siglo xvii, aunque la soterrada pre-
sencia indígena no ha dejado de manifestarse en diversas regiones del
país. La lógica predominante en las formas de apropiación del entorno
y prioridades en el territorio, es prácticamente idéntica a la forjada en el

89
Gustavo G. Garza Merodio

siglo xvi en el centro y buena parte del norte del país, así como en las
zonas cálidas ocupadas desde el virreinato: las carreteras y vías férreas
en su mayoría van a la vera de los caminos reales novohispanos y la
marginalidad de muchas regiones y localidades es herencia colonial. Las
continuidades también quedan marcadas en los procesos urbanos, por
ejemplo, en el caso de la Ciudad de México, se puede observar el predo-
minio de las zonas poniente y sur de la ciudad como sitios privilegiados
por las clases altas como lugar de residencia desde el siglo xvi. Hasta la
introducción de la red potable del acueducto de Xochimilco en 1912, tal
esquema urbano-territorial se desprendía en buena medida de la accesi-
bilidad al agua potable, la cual solo era obtenible de los acueductos de la
calzada a Tacuba y de la calzada a Chapultepec; otro factor que primaba
era la lejanía con respecto a las miasmas del decadente lago de Texcoco.
Posteriormente, el verdor de las sierras de Las Cruces y del Ajusco y sus
pies de monte reafirmarán una tendencia ya establecida desde el virreina-
to, convirtiéndose los antiguos sitios de recreo como Tacubaya, Mixcoac,
San Ángel, Coyoacán y Tlalpan en los núcleos de la expansión urbana de
zonas residenciales de las clases media y alta.
Una ruptura preponderante en el esquema territorial y paisajístico
impuesto desde principios del siglo xvii, fue el reparto agrario revolu-
cionario y posrevolucionario, esto a pesar de sus deficiencias en términos
de viabilidad económica y acceso a insumos e innovaciones; esta rup-
tura antisistémica no cambió las formas de construir el paisaje (aunque
extensa y profunda deforestación ocurrió en el paso del latifundio a la
conformación de los bienes comunales o el ejido), al menos en las tierras
altas, pero si renovó la presencia de colectivos campesinos e indígenas
en la organización del territorio.

La política del agua en Mesoamérica, la política del agua


en la Europa mediterránea

Es indispensable, en el entendimiento de la evolución del paisaje y or-


ganización del territorio, tratar específicamente sobre las directrices y
ritmos de las intervenciones sobre cuerpos de agua, humedales y ríos;

90
Geografía histórica y medio ambiente

en particular si se analiza un país como México, que sufrió un dislo-


camiento de orden civilizatorio hace solo quinientos años, ruptura en
el manejo del entorno que se ensañó particularmente con los jóvenes y
frágiles sistemas lacustres del altiplano meridional: los cuales incluso
habían aumentado su volumen como consecuencia del manejo del agua
mesoamericano que daba prioridad al almacenamiento. Las diversas
obras que propugnaron dicho almacenamiento fueron magníficamente
acotadas hace ya más de medio siglo por Ángel Palerm (1973:236-237),
quien nos legó la propuesta de que toda obra hidráulica en la Cuenca
de México giraba alrededor de la creación de chinampas, trayectoria de
ingeniería de más de 3 000 años de antigüedad.
En contraposición, para los españoles la necesidad del drenado, dadas
las características de práctica agrícola y modelo urbano, era primordial,
en la convicción de lograr sitios saludables. En su obra sobre el Medite-
rráneo, Fernand Braudel (1987:84) hace un exhaustivo reconocimiento
de los cientos de hectáreas que fueron drenadas durante el renacimiento
en la cuenca mediterránea, con el fin de lograr suelos productivos y man-
tener a raya miasmas y pestilencias. En México, tales prácticas hidráu-
licas indujeron a que casi todos los cuerpos lacustres y humedales del
altiplano meridional y algunos del central, disminuyeran en su volumen
y superficie durante el virreinato y primeros años de vida independiente.
Además, diversos cauces fueron desviados, ocurriendo incluso los pri-
meros trasvases entre cuencas, algunos por medio de obras faraónicas,
como es el caso de los túneles y eventualmente tajo de Nochistongo o
humildes acequias que captaron manantiales sobre cotas muy elevadas.
En toda esta transformación hidrográfica cabe tener en cuenta de nuevo,
las adversas condiciones de precipitación habidas durante las diversas
pulsaciones de la Pequeña Edad de Hielo; así, para fines del siglo xix,
varios cuerpos lacustres y humedales de los altiplanos central y meridio-
nal o estaban extintos o en vías de ello.
Pero la transformación hidrográfica iniciada en el siglo xvi no fue
solo consecuencia de obras de ingeniería premeditadas; el azolve pro-
vocado por las nuevas formas agrícolas, la intensa deforestación y la in-
troducción de la ganadería, provocaron la pérdida de toneladas de suelos

91
Gustavo G. Garza Merodio

fértiles y azolvaron cuencas lacustres y valles aluviales. Una cita de John


Wright (1966:182) pondera, con respecto a la actividad ganadera, que no
únicamente destruyó biomas enteros y las milpas de indígenas, sino que
provocó la destrucción de canales y terraplenes, en tanto que la mayor
parte de la infraestructura hidráulica estaba hecha de tierra compactada
y céspedes.
La introducción de innovaciones tecnológicas y las obras de inge-
niería realizadas entre el triunfo definitivo del partido liberal y la guerra
civil de la década de 1910, hicieron que la totalidad de las cuencas la-
custres de los altiplanos central y meridional sufrieran algún grado de
alteración. En esta época, empresarios extranjeros impulsaron extensos
programas de desecación con el fin de lograr trabajo agrícola mecaniza-
do que aprovechara la fertilidad de los suelos lacustres. Ejemplo de ello
fue el desecamiento de cientos de hectáreas en el lago de Chalco y las
ciénagas de Chapala y Zacapu. Por aquel entonces, el drenar en vez de
almacenar agua, como principio del manejo hidráulico, tuvo uno de sus
capítulos culminantes con la construcción y apertura del Gran Canal del
Desagüe y túneles de Tequixquiac (1900). A partir de entonces, la totali-
dad de la Cuenca de México pudo ser drenada. Asimismo, en esta época
comenzó la captación por entubamiento de manantiales y la explotación
de pozos artesianos con la finalidad de abastecer a las nacientes áreas
metropolitanas, por tanto, los aluviones y los pies de monte comenzaron
a manifestar un paisaje aún más yermo ante el mayor déficit hídrico.
A casi quinientos años del inicio del manejo del agua desde una pers-
pectiva mediterránea, el resultado para los cauces, cuerpos lacustres y
humedales de los altiplanos es atroz. Los que sobrevivieron se encuen-
tran reducidos en superficie y eutrofizados por lo general, así como con
elevada presencia de agroquímicos, desechos industriales y residencia-
les. Si la apropiación del recurso agua diera prioridad al almacenamiento
de agua, pero no a través de cuerpos artificiales, sino revitalizando en sus
características físicas y biológicas a los existentes, así como a los vasos
vacíos y salitrosos, posiblemente se podrían revertir muchos de los daños
ocasionados desde el virreinato.

92
Geografía histórica y medio ambiente

El manejo del suelo prehispánico, el manejo del suelo colonial


y posterior

La práctica agrícola prehispánica, como ya se dijo, se gestionaba por me-


dio de la utilización de diversos elementos del relieve, lo que garantizaba
una pérdida mínima de suelos, aguas y materia orgánica. Las propias
formas de cultivo eran profusión de materia viva, ya que la práctica por
lo general se llevaba a cabo por medio de la inclusión de diversas espe-
cies en una sola parcela, que ya en las terrazas, ya sobre suelos lacustres,
solían ser de dimensiones reducidas, incluso sobre el aluvión, ya que
primaba en este quehacer agrario el intercambio de nutrientes con las
diversas masas forestales, de las cuales también se obtenían alimentos.
Tal conducción agraria y las características físico-biológicas que la de-
finieron llevaban siglos comportándose de manera similar, amén de la
intensificación ocurrida en algunas zonas, como el valle de Teotihuacan,
el pie de monte de Texcoco y Tlaxcala o la zona chinampera de Chalco-
Xochimilco ante el apogeo de algún gran centro urbano.
La conformación de suelos es, en general, un proceso que escapa
a las dimensiones temporales cortas, sin embargo, en el caso de ciertas
zonas de los altiplanos central y meridional de México, se puede asistir
a la génesis y desarrollo de unidades edáficas durante el siglo xvi, como
consecuencia de la irrupción europea. La alteración del sistema hidro-
gráfico preexistente, los sistemas de roturación europeos, la pérdida de
buena parte de la masa vegetal y la introducción de la ganadería, altera-
ron radicalmente horizontes y composición fisicoquímica de los suelos.
Tal magnitud comportaron estas transformaciones, que prácticamente se
asiste a la expansión de una serie de suelos marginales bajo las condicio-
nes anteriores a la captura del suelo por parte de los europeos hacia 1600.
Los aluviones, tan deseados por los europeos a pesar de su escasa
pendiente, mantienen cierto grado de inclinación, por lo que los pesados
instrumentos agrícolas mediterráneos dieron lugar al desplazamiento y
reducción de la superficie y volumen de los suelos, con la correspondien-
te acumulación hacia la cota más baja de las parcelas, denudación que
se convertirá en una constante. Con posterioridad, el comportamiento

93
Gustavo G. Garza Merodio

climático, la desecación de la mayor parte de los sistemas lacustres, la


subsecuente manipulación antrópica de los suelos, no solo con fines agrí-
colas, sino por causa de la constante construcción y renovación de obras
de ingeniería hidráulica y del medio urbano, han generado un panorama
edáfico similar al de las mesetas del Viejo Mundo, tendencia en la que la
altitud y continentalidad de los altiplanos juega a favor de ello. Por tanto,
los cambios abióticos y bióticos habidos en los altiplanos de México a
partir de la conquista hispánica, han hecho que buena parte de los suelos
conformados antes del siglo xvii se definan como paleosoles, ya que las
condiciones que los generaron son prácticamente inexistentes hoy en día.
En la actualidad, los suelos de tipo feozem son los más extendi-
dos sobre los aluviones de las tierras altas de México. Su generación
y expansión son atribuibles, en buena medida, a los efectos de mayor
continentalidad y volatilidad hídrica y térmica que caracteriza a los
suelos de los altiplanos desde principios del siglo xvii. La presencia
de suelos de tipo feozem abarca incluso zonas de fuerte pendiente y an-
tiguos suelos lacustres. En los lomeríos y pies de monte, la actividad
ganadera puede ser la responsable de tales características edáficas e in-
cluso su introducción hace poco más de cuatrocientos años y el régimen
térmico e hídrico de tan baja latitud, pueden influir en su presencia sobre
terrenos de fuerte pendiente, situación poco común en el resto del mun-
do. En cuanto a los suelos de origen lacustre, la presencia de suelos de
tipo feozem se explica claramente por el constante aporte de sedimentos,
sin embargo, también llama la atención su existencia en áreas dedicadas
a la agricultura por medio del sistema de chinampas. Es posible que el
proceso mismo de creación y extensión de las chinampas y el posterior
abandono, así como la meteorización sufrida y la reducción en el nivel de
los lagos, redundaran en la conformación de este tipo de suelo, tan ajeno
a las áreas palustres, antiguas o presentes.

Experiencias coloniales y decimonónicas sustentables

En su práctica, la geografía histórica debe dar lugar al reconocimiento,


ponderación y viabilidad de experiencias que resultaron sustentables en

94
Geografía histórica y medio ambiente

su momento y que podrían ser lecciones en el ordenamiento contempo-


ráneo del medio y el territorio. Para hacer más asequible esta inclusión,
se propone ejemplificar no con experiencias prehispánicas (ya que se
trata de reconocer y disgregar jerarquías e inercias culturales, políticas y
socioeconómicas en la relación sociedad-medio y en el territorio actua-
les), sino con ejemplos de extracción virreinal y decimonónica que son
un antecedente más palpable para las formas en que sociedad y medio se
interrelacionan en el México de los siglos xx y xxi, sin que esto signifi-
que que no se reconoce la viabilidad de las experiencias prehispánicas,
que en materia edáfica e hidráulica su consideración y utilización pueden
ser de gran valor.
Para ilustrar estas reflexiones, se traen a colación dos experiencias:
una de origen colonial y otra llevada a cabo durante el porfiriato. La
primera se refiere a las denominadas galerías de agua, captación de agua
subterránea que se conduce por gravedad a la superficie, sistema del que
no hay registros de la época prehispánica y que, de acuerdo con Jacinta
Palerm (2002), tienen una clara connotación mediterránea. Por lo reca-
bado, es posible que específicamente se hayan desarrollado, a gran es-
cala, en las Islas Canarias, inmediatamente después de su adjudicación
a la España de los Reyes Católicos (Guerra, 2000:317-318). El sustrato
volcánico, fisuras y fuerte pendiente que caracteriza al relieve de estas
islas, imposibilita el almacenamiento de grandes volúmenes de agua en
superficie, por lo tanto, las galerías han resultado de gran ayuda en la
captación de agua desde los conos volcánicos. Su bondad radica en que
su construcción y operación no implica el agotamiento del acuífero, en
tanto que el agua que se capta proviene de sus propios escurrimientos.
Hoy en día, este sistema, además de practicarse con fines agrícolas en di-
ferentes partes de México, es parte del sistema de abastecimiento de agua
de la ciudad de Puebla, por medio de la captación de diversos aportes del
estratovolcán La Malinche.
El segundo ejemplo, es el carácter local impuesto a la depuración de
residuos de los desarrollos residenciales ocurridos durante el porfiriato,
práctica que incluso, al menos en el Distrito Federal, tiene una clara con-
notación política debido a la supresión de las municipalidades en 1928

95
y su conversión en delegaciones políticas. Esta transformación provocó
que algunos servicios urbanos como abasto de agua y drenaje dejaran
de ser manejados por las antiguas subdivisiones, para ser administrados
por el inmenso y burocrático departamento central del Distrito Federal.
Por lo general, el manejo de servicios por medio de las municipalidades
resultaba más sustentable, en tanto que, por ejemplo, la recolección de
desperdicios o la depuración de las aguas residuales era obligación de las
nuevas áreas residenciales (AACM, Obras Públicas Azcapotzalco 1380-
A: expediente 35 y Obras Públicas San Ángel 1391-A: exp. 17), las cua-
les podían ser mejor vigiladas desde un aparato burocrático de menores
dimensiones.
Conclusiones
A manera de conclusión, se propone ahondar un poco más en las tres
temáticas expuestas en la segunda mitad de este trabajo, y proponer su
inclusión en temáticas ambientales y territoriales contemporáneas. En
primer lugar, la consideración del comportamiento climático multisecu-
lar, permite brindar pautas que ayuden a ponderar en forma más ade-
cuada el comportamiento climático actual, y en particular situar al de-
nominado ‘cambio climático’ como parte de la variabilidad climática,
en contraposición a su conceptualización como una anomalía climática
o alteración profunda de patrones climáticos. Así, la lectura de las in-
fluencias antrópicas sobre el comportamiento climático se conduce por
medio de patrones que han sido parte del mismo y no como un evento
catastrófico de dimensiones desconocidas; desde la perspectiva de lo re-
gistrado en México y en los casos consultados para Europa y el resto de
Norteamérica, el gradual calentamiento observado desde la segunda mi-
tad del siglo xix es innegable, mismo periodo en el que comenzó a mul-
tiplicarse la emisión de contaminantes lanzados a la atmósfera. Por tanto,
las preguntas fundamentales son: 1. ¿Qué tanto va a durar el periodo de
calentamiento?, 2. ¿Qué intensidad y comportamiento puede demostrar a
escala global y en cada una de las celdas climáticas? y 3. ¿Qué ventajas
ambientales y económicas puede brindar el profundizar en el entendi-
miento del comportamiento climático plurisecular?
A la primera pregunta se puede observar que, aunque en la mayor
parte del planeta los registros de glaciares han demostrado su retracción,
en fechas recientes se ha puesto en evidencia que en sectores del Hima-
laya ha ocurrido una mínima tendencia contraria al deshielo (Gardelle et

97
Gustavo G. Garza Merodio

al., 2012). Asimismo, estos autores argumentan que a la cuantificación


del avance o retroceso de las masas glaciares le hace falta mayor cober-
tura y precisión a escala mundial. En este sentido, con respecto a la se-
gunda pregunta, es indispensable conocer las consecuencias del aumento
o disminución de la temperatura, tanto a escala global como en cada una
de las celdas climáticas, tomando en cuenta las corrientes marítimas y
el relieve continental que determinan el comportamiento específico en
superficie. Respecto a la tercera pregunta, se insiste en las ventajas que
brinda a escala local y regional el conocimiento del clima pasado a través
de la consulta de fuentes documentales, aunque sea en una temporalidad
media, como es el caso de México.
En lo tocante a la evolución del paisaje y el territorio en México, se
puede decir que, ambientalmente y en las formas de organización de su
territorio, el centro y parte del sur del país se han manifestado de manera
inadecuada, en contraposición a patrones de apropiación del entorno y
organización del territorio más armónicas en la etapa que se desprendían
de una larga convivencia con la naturaleza mesoamericana. En términos
ambientales se ha traducido en la pérdida de biomasa, tanto en especies,
como en volumen, mientras que en el territorio se dibujó un mapa de
regiones y localidades prósperas y de otras marginales, en buena medida
opuestas al mundo concebido desde las montañas, en el que lo llano y lo
seco significaban barbarie y en la práctica se ceñían al relieve abrupto y
húmedo para atenuar los tiempos secos. En este largo devenir, se piensa
importante el no dejar de remarcar que los modelos socioeconómicos y
políticos impuestos, desde fines del siglo xix, no han desarrollado for-
mas de apropiación del entorno inclusivas, social y culturalmente, y han
reforzado tendencias que han desarticulado al territorio.
Correspondiente al apartado sobre rupturas y continuidades en las
actuaciones ambientales y territoriales ocurridas en México desde el si-
glo xvi, se debe ponderar primordialmente la escala de actuación desde
lo local, dando prioridad a un manejo del agua que en esta escala logre
la suma de cientos de microcuencas que consigan el almacenamiento
de agua en la superficie y debajo de ella, por medio de la protección
y expansión de la vegetación e impulsando áreas de regeneración ve-

98
Geografía histórica y medio ambiente

getal a partir de sus condicionantes físicas y biológicas climáticas. En


cuanto a la depuración de aguas y tratamiento de sólidos, es más fá-
cil lograr resultados mientras más detallada sea la escala de actuación.

99
Fuentes documentales
Archivo de la Catedral de México (ACM): Actas de Cabildo, Libro 6
(1617-1620) y Libros 40 al 60 (1750 a 1802).
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Actas de Cabildo, Libro 635a (1550-1561); Libro 652a (1818-1620),
Libro 371-A (1692-1693) y Libros 75-A a 121-A (1750-1801). Obras
Públicas Azcapotzalco 1380-A (1907) y Obras Públicas San Ángel
1391-A (1907).
Archivo del Cabildo de la Catedral de Morelia (ACCM): Libros XXII al
XL (1751 a 1799) y Libro LXIX (1881-1887).
Archivo Histórico Municipal de Morelia (AHMM): Libros 21 al 90
(1735-1801)
Actas de Cabildo del Ayuntamiento de Puebla de 1534 a 1870 (ACAP):
Libro 6 (1548-1556).
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Archivo General del estado de Yucatán (AGEY), Municipio de Espitá
vol. 2 (1854-1883); Municipio de Izamal vol. 4 (1880-1886); Muni-
cipio de Mérida vol. 4 (1883).
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bildo Eclesiástico, Libro 4 (1761-1772) y Libro 5 (1772-1783).

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111
OBRAS PUBLICADAS
DENTRO DE LA COLECCIÓN

I. Textos Monográficos
1. Historia y Geografía
1. Europa y el urbanismo neoclásico en la Ciudad
de México. Antecedentes y esplendores
Federico Fernández Christlieb

2. México a través de los mapas


Héctor Mendoza Vargas (coord.)

3. La Geografía, arma científica para la defensa


del territorio
Luz María O. Tamayo P. de Ham

4. Cartografía de las divisiones territoriales


de México, 1519-2000
Áurea Commons

5. La enseñanza de la geografía en los proyectos educativos


del siglo XIX en México
Patricia Gómez Rey

6. El nacimiento de una disciplina: la Geografía en México


siglos XVI a XIX
José Omar Moncada Maya (coord.)

7. La Geografía de la Ilustración
José Omar Moncada Maya (coord.)

8. Trazos, usos y arquitectura. La estructura de las ciudades


Mexicanas en el siglo XIX
Eulalia Ribera Carbó (coord.)
2. Naturaleza
1. ¿Geografía sin Geología?
Zoltan de Cserna, Magdalena Alcalde Urraca
y Esteban Monroy Soto

2. Las regiones climáticas de México


Rosalía Vidal Zepeda

3. El recurso agua en México: un análisis geográfico


Laura Elena Maderey Rascón y J. Joel Carrillo Rivera

3. Sociedad
1. Aspectos sociales de la población en México:
Educación y cultura
Lilia Susana Padilla y Sotelo

2. Aspectos sociales de la población en México:


vivienda
Lilia Susana Padilla y Sotelo

3. La población hablante de lenguas indígenas en México


María Inés Ortiz Álvarez

4. Urbanización
1. El clima de la Ciudad de México
Ernesto Jáuregui Ostos

2. Geohistoria de la Ciudad de México


(siglos XIV a XIX)
María Teresa Gutiérrez de MacGregor
y Jorge Gonzalez Sánchez

3. Regionalización habitacional de la Ciudad de México


Jorge González Sánchez e Ignacio Kunz Bolaños
5. Economía
1. La ganadería en México
Gregorio Villegas Durán, Arturo Bolaños Medina
y Leonardo Olguín Prado

2. La minería en México
Atlántida Coll-Hurtado, María Teresa Sánchez Salazar
y Josefina Morales

3. Plantas de importancia económica en las zonas áridas


y semiáridas de México
Marta Concepción Cervantes Ramírez

4. La agricultura en México: un atlas en blanco y negro


Atlántida Coll-Hurtado y María de Lourdes Godínez Calderón

5. México. Tendencias recientes en la geografía industrial


Josefina Morales (coord.)

6. Medio Ambiente
1. Los ciclones tropicales de México
María Engracia Hernández Cerda

2. Áreas Naturales Protegidas de México en el siglo XX


Carlo Melo Gallegos

3. Mitos y realidades de la sequía en México


María Engracia Hernández Cerda, Germán Carrasco Anaya
y Gloria Alfaro Sánchez

7. Relaciones Internacionales
1. Las relaciones diplomáticas de México
Mercedes Pereña García
8. La Cuenca de México
1. La Cuenca de México y sus cambios
demográfico-espaciales
María Teresa Gutiérrez de MacGregor, Jorge González
Sánchez y José Juan Zamorano Orozco

9. Las costas y los mares de México


1. Características físico-químicas de los mares de México
Guadalupe de la Lanza Espino

2. Población y economía en el territorio costero de México


Lilia Susana Padilla y Sotelo, María del Carmen Juárez
Gutiérrez, Enrique Propín Frejomil y Carlos Galindo Pérez

10. Geografía regional y planeación territorial


1. Geografía regional. La región, la regionalización y el
desarrollo regional en México
José Gazca Zamora

II. Textos de Carácter General


1. México: una visión geográfica
Atlántida Coll-Hurtado

2. México: una visión geográfica (2a. ed.)


Atlántida Coll-Hurtado

3. Geografía económica de México


Atlántida Coll-Hurtado

III. Métodos y Técnicas


1. Los mares mexicanos a través de la percepción remota
Raúl Aguirre Gómez
2. El paisaje en el ámbito de la Geografía
Arturo García Romero y Julio Muñoz Jiménez

3. Teorías y métodos en Geografía Económica


Enrique Propín Frejomil

4. Métodos y técnicas de la cartografía temática


María del Consuelo Gómez Escobar

5. Metodología para el análisis e interpretación


de los mapas
Irma Eurosia Carrascal Galindo
Geografía histórica y medio ambiente
se terminó de imprimir el 18 de abril de 2013, en los
talleres de Lito Roda S.A. de C.V., Escondida, no. 2,
Volcanes, Del. Tlalpan, 14640, México, D.F.
El tiraje consta de 500 ejemplares impresos en offset
sobre papel cultural de 90 gramos y la portada en couché
de 250 gramos. Para la formación de galeras se usó la
fuente tipográfica Times New Roman en 11/13, 10/12,
14/16, 20/24 y 16/19 puntos. Edición realizada a cargo
de la Sección Editorial del Instituto de Geografía de la
Universidad Nacional Autónoma de México. Revisión,
corrección de estilo y cuidado de la impresión: Martha
Pavón. Formación de galeras: Diana Chávez González.

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