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Y MEDIO AMBIENTE
I.1.9
INSTITUTO DE GEOGRAFÍA
Coordinadoras Académicas
y Editoriales: Dra. María Teresa Sánchez Salazar
Dra. María Teresa Gutiérrez de MacGregor
Este libro presenta los resultados de una investigación científica y contó con dic-
támenes de espertos externos, de acuerdo con las normas editoriales del Instituto
de Geografía. Para su publicación, recibió el apoyo financiero de la Dirección
del Instituto de Geografía de la unam. Por este apoyo las coordinadoras de la
Colección expresamos nuestro agradecimiento.
ÍNDICE
Presentación ........................................................................................... 9
Introducción ......................................................................................... 17
I. Geografía histórica y medio ambiente .............................................. 21
Paisaje, territorio y geografía histórica .................................... 28
Evolución del paisaje y el territorio en México ....................... 39
La escuela de los Annales y el análisis de las duraciones ......... 52
Giro cultural y espacialización de la ciencia social:
geografía histórica, geografía cultural y medio
ambiente..........................................................................55
Conclusiones ........................................................................................ 97
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Referencias
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INTRODUCCIÓN
Dentro de las temáticas ambientales, el papel de la geografía por lo
general no ha sido ponderado suficientemente, en tanto que la ecología,
la biología y algunas ramas de la ingeniería son los ámbitos del conoci-
miento más utilizados, e incluso los discursos académicos o políticos en
poco sopesan el papel que la geografía puede tener en el entendimiento
de la cuestión ambiental. Si el papel de la geografía es poco apreciado en
términos ambientales, mucha mayor marginación sufre el conocimiento
y práctica de la geografía histórica en este ámbito, es más, ni siquiera
es comúnmente considerada, ni relacionada con las prácticas tendien-
tes a resarcir daños ambientales. Tal desdén resulta perjudicial para un
entendimiento más amplio e integral de la relación sociedad-medio. Po-
sibilidades analíticas en las que por su naturaleza la geografía histórica
tendría mucho que aportar, ya que desde sus orígenes como parte del
cuerpo científico de la geografía, fue parte primordial de su quehacer, la
inclusión de temáticas ambientales.
Sin embargo, con el correr del tiempo, la práctica de la geografía
histórica se centró en la reconstrucción temporal de la región o en la
cronología de intercambios económicos y tecnológicos, alejándose en
buena medida de las cuestiones ambientales. Así, la geografía histórica
ha sido poco considerada como vehículo teórico en el entendimiento de
la relación sociedad-medio, y si esto es común a buena parte de la aca-
demia mundial, en México esta perspectiva ha sido aún menos utilizada.
El alejamiento de las temáticas ambientales y la geografía proviene de la
propia definición de ciencia que asumimos, fundamentada, en una sepa-
ración tajante del conocimiento biofísico y el social (Santos, 2009). Esta
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sociales, que a lo largo de los últimos cuarenta años han sopesado la re-
levancia de los aspectos histórico-territoriales y espaciales en sus respec-
tivos campos de conocimiento (Sunyer, 2010:144). A este respecto, es
necesario acotar que uno de los diálogos interdisciplinarios que resultan
indispensables a la geografía es el que debe mantener con la historia. Sin
embargo, aunque varios geógrafos han utilizado principios históricos en
el estudio de la actividad humana, la aproximación histórica no ha sido
parte fundamental del quehacer geográfico, tal y como argumenta Leo-
nard Guelke (1982:ix). Para este autor la falta de interés de lo histórico
desde la geografía, radica en buena medida en la orientación generali-
zadora y anti-ideográfica de gran parte de la geografía contemporánea
y ha resultado especialmente perjudicial al entendimiento de la relación
sociedad-medio y al tratamiento de la región, aproximaciones que suelen
carecer de construcciones teóricas profundas.
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I. Geografía histórica y medio ambiente
L a conceptualización de la geografía histórica comúnmente aceptada
por los geógrafos, se desprende de una visión parcial de lo que el cono-
cimiento histórico puede significar y el cual se suele considerar total-
mente ajeno a las discusiones teóricas y metodológicas de la geografía.
David Harvey, en Explanation in Geography (1971:80-82), aduce que
una de las seis formas explicativas de la geografía es la concerniente a
los modos temporales de explicación. Ahondando en la forma temporal
de explicación en geografía, Harvey cita a Darby, y para este último, los
cimientos de la geografía son la geomorfología y la geografía histórica,
fundamento interdisciplinario que invita a la reflexión. Asimismo, Har-
vey propugna por no encasillarse en un solo modelo explicativo, lo acon-
seja tanto cuando habla de que sus categorías explicativas no se excluyen
unas a las otras, como cuando sustenta que uno de los mayores errores en
el entendimiento de la explicación temporal en geografía ha sido tomarla
como única aproximación posible.
Por otra parte, la geografía histórica perdió parte de sus posibilidades
analíticas a partir de mediados del siglo xx, al alejarse de las temáticas am-
bientales, las cuales no siempre le resultaron ajenas, ya que además de las
tradiciones naturalistas germánicas, tuvo en los estudios de paisaje de
Carl Sauer un gran impulso. Para este último autor, retomando el discur-
so de Alfred Hettner, la geografía en todas sus ramas debe ser una ciencia
genética que debe avocarse al estudio de orígenes y procesos (Castro,
2009:14). Desde esta perspectiva, la geografía tenía una clara injerencia
sobre aspectos temporales en su quehacer, y no debía conformarse con
el conocimiento de las características contemporáneas del espacio en sus
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diversas escalas, sino que debía incluir las dinámicas y elementos del pa-
sado. Sin embargo, tal presencia del pasado en el espacio contemporáneo
era comprendida como una mera suma o resta de elementos físicos, sin
que las causas culturales, políticas o socioeconómicas que determina-
ban su presencia fueran categorías de análisis. El desgastado discurso de
la geografía humana en el análisis de la relación sociedad-medio y de la
región, se debe en buena medida a la exclusión del conocimiento histo-
riográfico en sus análisis y discursos. Por tanto, los geógrafos carecen,
por lo general, de sustentos filosóficos en su aproximación a la relación
sociedad-medio y en la definición de lo regional.
Para explicar las limitantes del análisis temporal basado en la estruc-
tura y apariencia física del espacio, retomemos en primera instancia la
propuesta de Robin Collingwood (1956:216) con respecto a la naturaleza
de los procesos naturales y los procesos históricos, los primeros, nos dice
este autor, es una mera progresión de eventos, mientras que los segundos
son la sucesión de los diversos pensamientos. Esta diferenciación nos per-
mite entender que, desde la aproximación físico-estructural, únicamente
ponderaremos los cambios externos que se manifiestan en la morfología
de los elementos presentes en el espacio, sin que reconozcamos las rela-
ciones sociales o económicas subyacentes que determinan la ausencia o
presencia de elementos y su distribución. En este sentido, es importante
tomar en cuenta que, aunque los seres humanos se encuentran sujetos
a condicionantes físicas y biológicas, sus acciones y pensamientos no
responden a la lógica de estas determinantes, por lo que todo análisis del
espacio que se precie de histórico debe enfocarse en las características
que guardan y han guardado las diversas sociedades y sus instituciones.
Pero esta inclusión de la cultura y la ideología en el análisis de lo
hallado en el espacio no ha sido fácil de lograr en la geografía, lo cual ha
perjudicado la relación de la disciplina en su conjunto con la geografía
histórica. Para Alan Baker (2003:214), el antagonismo entre los practi-
cantes de la geografía contemporánea y la geografía histórica se basa,
además de las visiones actuales de muchos geógrafos, en la insistencia
de Hartshorne en subrayar la separación de la geografía y la historia, y
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Para Alan Baker (2003:8) cuatro son los principales discursos de la geo-
grafía: localización, medio, paisaje y regiones o áreas; este autor agrega
que entre ellos no hay límites impermeables. En contraposición, se es
de la idea que los discursos de la geografía son medio, territorio, región,
urbe o área rural; en esta última propuesta no se incluye paisaje, pues se
le considera una posibilidad metodológica (sobre esto se ahonda en los
siguientes párrafos), más que un principio primordial de análisis en la
geografía. Por su parte, Baker agrega que los geógrafos suelen interco-
nectar cada uno de estos segmentos, sin embargo, en la experiencia desde
la geografía en México, parece que en pocas ocasiones se logra esto;
quienes trabajan paisaje y medio posiblemente sí concurran en ambas
vertientes para lograr sus objetivos, pero quienes se abocan a las diná-
micas y fenómenos de localización o espacialidad y la cuestión urbano-
regional no suelen incluir cuestiones propias del medio o análisis a través
de los estudios de paisaje.
Además de las limitantes teóricas derivadas de las posiciones pre-
ponderantes en geografía hasta hace unas décadas, mismas que se cree
dificultaban el diálogo entre los discursos nodales de la geografía, la
propia definición de paisaje también validada hasta hace poco, tampo-
co ayudaba a su utilización en ámbitos como la regionalización o los
estudios urbanos y rurales. La visión tradicional en paisaje lo considera
como una porción de espacio, tal y como argumentó Georges Bertrand
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hacia 1968 (Bolós, 1992:26), pero tal idea sobre el paisaje se cree limita
sus posibilidades de análisis y su interacción con el resto de los discursos
primordiales de la geografía. La propuesta en este sentido es entender al
paisaje como una posibilidad metodológica para analizar al espacio, pero
no como una porción del mismo. Esta propuesta se puede sustentar al
tomar en cuenta el origen del término paisaje, así como el uso ‘científico’
que se le ha dado al mismo desde diversas escuelas geográficas o de otras
disciplinas.
En cuanto al uso temprano del concepto paisaje se sabe que en len-
gua castellana originalmente se definió como pintura, y de acuerdo con
Joan Corominas (1983:433), hasta 1708 apareció en nuestra lengua como
paisaje, mientras que en otras lenguas romances su uso era común desde
los siglos xvi y xvii. Esta connotación temprana de paisaje, como repre-
sentación, nos habla de la interpretación de una porción de espacio, mas
no del espacio en sí. Asimismo, la expresión germánica landschaft nos
remite a la evolución o moldeado del suelo y registra información que
nos remite a su proceso de formación, mientras que la expresión inglesa
landscape aparece en el siglo xvi como un vocablo técnico utilizado por
los pintores (Fernández y Garza, 2006). De nuevo se asiste, en la com-
prensión de estos términos, no a la referencia de una porción de espacio,
sino a una manera de interpretarla.
En el argumento de considerar al paisaje como principio metodológi-
co y no como una porción de espacio, se considera el propio tratamiento
que de este concepto han hecho las diversas escuelas, mayoritariamente
geográficas, que han propugnado por una consideración científica del
paisaje. Para fundamentar esta propuesta, se propone una sucinta revi-
sión de los estudios científicos sobre el paisaje, los cuales se remontan
al siglo xix, habiendo sido desarrollados, en primera instancia, por in-
dividuos que en lo fundamental estaban interesados en los ámbitos físi-
co y biológico del entorno, destacando los discursos de Alexander von
Humboldt y Karl Ritter, quienes forjaron el concepto de ‘medio’ para
explicar la influencia de los aspectos físico-biológicos en la cultura de
los pueblos. Las propuestas de Charles Darwin no hicieron sino reafir-
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paisaje. Los trabajos de Alfred Hettner (1966) y Carl Troll (1972) enri-
quecieron las posibilidades de análisis de los estudios de paisaje al darles
un carácter integral que incluye la participación del ser humano en su
configuración; entre los aportes de Troll destaca, asimismo, la definición
del concepto ‘Ecología del Paisaje’, lo que redundó en la inclusión del
concepto de ‘sistema’ en los estudios de paisaje.
En cuanto a la escuela rusa, cabe señalar que, en primera instancia,
recibió los aportes de la escuela alemana, sin embargo, adquirió carácter
propio al mezclar esta tradición con los estudios en ‘edafología cientí-
fica’, habiendo sido hacia los años sesenta del siglo xx, cuando esta es-
cuela mostró un importante desarrollo. Destaca entre los autores de la era
soviética, Viktor Sochava (1988), quien definió los conceptos de modelo
y sistema dentro de los estudios de paisaje y dio lugar, hacia 1963, a la
definición de ‘geosistema’, el cual incluye a todos los elementos del pai-
saje como un modelo global, territorial y dinámico aplicable a cualquier
paisaje concreto. Asimismo, propuso tres tipos de ‘geosistema’ de acuer-
do con su tamaño: global o terrestre, regional de gran extensión (peque-
ña escala) y topológico a nivel reducido (a gran escala). Por último, es
importante resaltar, en cuanto a los aportes de Sochava, su insistencia en
la utilización del lenguaje cartográfico como base para cualquier estudio
de paisaje.
Entre los autores anglosajones, destaca la propuesta de Ian Mc Harg
(1969), la cual versa sobre la primacía de los procesos biológicos en todo
principio de planificación: este sentido ‘biologista’, en el análisis de las
determinantes del tipo de uso del suelo, se contrapone a la visión eco-
nomista que había guiado en lo primordial la organización del territorio
en las economías de mercado. Las escuelas sobre paisaje en Francia se
configuraron en un principio bajo las directrices germánica y soviética,
sin embargo, con el tiempo generaron principios metodológicos de gran
relevancia, el grupo dirigido por el ya citado Georges Bertrand (1969) in-
trodujo a los estudios de paisaje los preceptos de ‘biostasia’ y ‘rexistasia’,
siendo los primeros, parajes estables cubiertos por densa vegetación, y
los segundos, sitios con el material litológico expuesto, ya por causas es-
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Por otra parte, con la idea de sustentar de manera más amplia el ca-
rácter local del paisaje, se puede aducir que la escala de las unidades
políticas, hasta el fin del Antiguo Régimen, también era local. La or-
ganización de municipios, distritos o condados muy extensos es con-
secuencia de una ocupación altamente tecnificada del espacio. Esto se
puede ejemplificar, en el caso de México, pensando que, tanto las uni-
dades político-territoriales de la era prehispánica como las del periodo
colonial, contaban con límites asequibles a sus habitantes y elementos
reconocibles y jerarquizados de acuerdo con su importancia cultural y
económica. Tal era el caso del altepetl (unidad político-territorial funda-
mental del ámbito náhuatl durante el posclásico tardío) y de los pueblos
de indios, herederos inmediatos de las formas de organización del terri-
torio y construcción del paisaje mesoamericano y cuyo carácter corpora-
tivo fue reconocido e impulsado por las autoridades españolas hasta las
reformas borbónicas de fines del siglo xviii. Asimismo, al aproximarse
a un área determinada, desde la perspectiva de paisaje, se debe tener en
cuenta que en las lenguas latinas (por ejemplo, castellano, francés, cata-
lán o italiano) esta palabra hace referencia al terruño, a la localidad a la
que se pertenece.
En cuanto a la relación de la geografía con la historia, imprescin-
dible en la construcción teórica de la geografía histórica, se cree que la
consideración del paisaje como principio metodológico es muy útil en el
discernimiento de las posibilidades analíticas de la relación geografía-
historia, en particular en el entendimiento de las causas subyacentes que
conducen a la transformación del espacio. Para Marina Frolova y el ya
multicitado Georges Bertrand (2006:254-255), no cabe duda que el in-
terés contemporáneo por los estudios de paisaje está contribuyendo a la
renovación de la investigación geográfica en la interfaz entre la sociedad
y el medio ambiente, relación que estos mismos autores reconocen se
alejó durante la segunda mitad del siglo xx de los discursos preponde-
rante en geografía, por causa del peso dado a las cuestiones regionales,
concebidas éstas en franca lejanía del naturalismo.
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II. Tres aproximaciones a la relación sociedad-
medio desde la geografía histórica en México
Las construcciones teórico-metodológicas con anterioridad resumidas,
se esbozan con tres aproximaciones generadas desde la geografía histó-
rica y ejemplifican los alcances de esta disciplina en México a princi-
pios del siglo xxi. El primer ejemplo trata sobre la utilización de fuentes
documentales en el discernimiento del comportamiento climático entre
principios del siglo xvii y las últimas décadas del xix explicándose, en
primera instancia, la naturaleza de este tipo de trabajo, sus orígenes y su
reconocimiento a escala mundial, como fuente de información pretérita
del clima, para pasar enseguida a hacer, basándose en la información
obtenida a la fecha, un breve resumen de la variabilidad de la precipita-
ción en México a lo largo de los últimos cuatrocientos años a través de la
conjunción de series climáticas o datos climáticos aislados obtenidos en
nueve capitales del país con las series instrumentales de esas mismas ciu-
dades. La tercera parte de esta ejemplificación vincula a la denominada
Pequeña Edad de Hielo (siglos xvi al xix) con las profundas alteraciones
ocurridas como consecuencia de la irrupción europea y, por último, se
sintetiza la profunda relación entre extremos climáticos y plagas o epi-
demias.
La segunda temática que ejemplifica la dinámica ambiental en Mé-
xico desde la geografía histórica versa brevemente sobre el paisaje y el
territorio mesoamericano durante el siglo xvi, periodo en que ocurrió
el abandono de los espacios montañosos como ámbito prioritario, cen-
trándose la actividad agraria en aluviones y terrenos llanos, así como
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el desdén por los ecotonos de transición entre los climas cálidos y los
templados. La tercera temática y última parte de este trabajo se dedica
a una sucinta consideración de rupturas y continuidades en el manejo
del ambiente en México entre los siglos xvi al xxi: a) haciéndose una
comparación entre las políticas del agua en Mesoamérica y la Europa
mediterránea, b) resumiendo las formas de utilización del suelo desde el
posclásico mesoamericano hasta nuestros días, y c) trayendo a colación
dos experiencias que se consideran sustentables en materia ambiental y
que se condujeron durante el virreinato y el México decimonónico.
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rasgos, tan seca como la de 1780, mientras que los capítulos más álgidos,
al menos en Europa occidental, se manifiestan primordialmente en esta
última década. Aunque en México se habla de fuertes heladas fuera de
temporal (AACM, 106-A: 1-VIII-1786) como parte de esta gran anoma-
lía, en contraposición, en Francia vienen los años de elevados contrastes
en temperatura y precipitación, con inviernos que se mantienen extre-
madamente fríos y veranos ardientes y secos que arruinan cosechas y
son preludio de la Revolución Francesa (Le Roy Ladurie, 1990:80). Para
Demarée y Ogilvie (2001:219) tales anomalías, que en 1783 se manifes-
taron en buena parte del hemisferio norte como un velo de bruma cons-
tante que llegó a durar hasta tres meses, fueron especialmente virulentas
en Europa occidental, donde se describieron como la “gran niebla seca”,
cuyo origen se reconoce en la erupción del volcán Laki en Islandia. En
cuanto a capítulos climáticos anómalos provocados por erupciones vol-
cánicas, estos mismos autores piensan necesario ponderar la latitud del
volcán y el tiempo preciso del año en que ocurre la erupción, así como
el modelado e influencia que puedan ejercer sobre este inmenso aerosol
factores internos del sistema climático, tales como El Niño, el cual posi-
blemente ocurrió en este caso, entre 1782 y 1786.
En cuanto a la influencia de las erupciones volcánicas en el compor-
tamiento climático global, se piensa necesario ahondar, ya que según Jürg
Luterbacher (2001:47), entre 1400 y 1850 las erupciones configuraron
entre el 18 y 25% de la variación por década de la temperatura promedio
del hemisferio norte, cuyas latitudes medias parecen ser espacialmente
sensibles a este tipo de fenómeno, manifestando calentamiento en invier-
no y enfriamiento en verano, al menos durante el año siguiente a la erup-
ción. Por su parte, Alan Robock (2000:192-193) señala que la nube de
aerosol posterior a una gran erupción produce calentamiento en la estra-
tósfera, pero enfriamiento sobre la superficie, así, las erupciones en zo-
nas tórridas producen un calentamiento más prolongado en los trópicos,
que para el invierno boreal provoca continentes más cálidos ante una Os-
cilación del Atlántico Norte (vientos del oeste más fuertes) más intensa.
Por su parte, la primera mitad del siglo xviii, con excepción de la
primera década, resultó bastante benigna en la Nueva España, tal y como
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Para el ya citado Hubert Lamb (1995:285), las siguientes son las princi-
pales áreas del quehacer humano que se ven afectadas por los cambios y
las fluctuaciones climáticas:
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de langostas en Yucatán entre los siglos xvi y xix, al poniente del ist-
mo de Tehuantepec se manifestaban condiciones de extrema sequedad.
En este sentido, la hipótesis es que en América Central, península de
Yucatán, Tabasco y Chiapas se presentaban temporales extraordinarios
que aumentaban la biomasa y provocaban la multiplicación exponencial
de ortópteros, mientras que en el resto de México ocurrían condiciones
de sequedad. Esta diferenciación entre extremos de abundancia y esca-
sez de precipitación entre el México central y septentrional, y el sureste
mexicano y América Central, de acuerdo con diversos datos recabados,
parece ser común, al menos a lo largo de los últimos quinientos años.
La plaga de langosta más citada por fuentes documentales de la épo-
ca virreinal y el siglo xix, fuera de la península de Yucatán, ocurrió en-
tre 1853 y 1854, en los estados de Chiapas (ADSC, Fondo Diocesano,
Sección Gobierno, Clasificación II A.1: 23-V-1854), Veracruz, Oaxaca y
llegando hasta el valle de Tehuacán (AGEP-Periódico Oficial del departa-
mento de Puebla, tomo I no.142: 30-VI-1854).
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III. El paisaje y el territorio mesoamericano
y su transformación durante el largo siglo xvi
Alfred Crosby (1991:13) propone que la tendencia hacia la homoge-
neidad biológica ocurrida como consecuencia de la llegada europea al
continente americano, es uno de los aspectos más importantes de la his-
toria de la vida en este planeta desde el retroceso de los glaciares conti-
nentales. Durante el largo siglo xvi, consideración cronológica que ya se
argumentó con anterioridad, el proceso de reorganización del territorio
y transformación del paisaje en México, fue consecuencia tanto de ini-
ciativas hispanas como indígenas, habiendo estas últimas sido soterradas
no solo por el paulatino avasallamiento cultural, sino porque los conse-
cuentes procesos territoriales y del paisaje han sido dictados por lógicas
espaciales fundamentalmente ‘occidentales’. En fechas recientes se han
producido trabajos como el de Elinor Melville (1999), que identifican
una importante pérdida edáfica y de vegetación como consecuencia de la
conquista española, y en particular de la introducción de hatos de ganado
mayor y menor en el altiplano mexicano. Sin embargo, tales aseveracio-
nes deben ser matizadas por propuestas como la de Sherburne F. Cook
(1989:82-83), quien en el área denominada Teotlalpan, demuestra que la
pérdida de vegetación y suelos por causa de una intensa actividad agríco-
la antecede al dominio español, por lo que, al menos el cuadrante suroc-
cidental del valle del Mezquital, ya presentaba profundos desequilibrios
cuando los españoles se adueñaron de estas tierras con fines ganaderos,
primordialmente. Para este último autor, tales pérdidas simplemente fue-
ron aceleradas ante la intromisión española.
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Golfo de
Sierra Madre México
Oriental
21º N
A
C
D
20º N
B
19º N
Eje neovolcánico
18º N
Océano
Pacífico
100º O 99º O
0 50
Escala 1: 2,000,000
Kilómetros
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Una dinámica, parte del desdén por los espacios montañosos, fue el
abandono de la franja de ecotonos entre los climas cálidos y templados,
franja de la que se desconoce en mucho el tipo de asociaciones vegetales
que albergaba, así como los usos humanos que moldearon esa biodiversi-
dad por siglos. Parajes difícilmente accesibles, fueron primordiales en la
construcción del paisaje mesoamericano por causa de su feracidad, y en
buena parte del territorio mesoamericano fueron base de su organización.
Los ecosistemas de transición entre el reino neártico y el neotropical
que sustentaron a las unidades político-territoriales más complejas y re-
levantes se localizan principalmente en la Sierra Madre Oriental y el Eje
Neovolcánico. Algunas de estas unidades políticas nunca fueron domi-
nadas por los mexicas, tales como Metztitlán y Tutotepec, o lo fueron de
manera muy tardía, como en el caso de los señoríos matlatzincas.
Todas las sinuosas márgenes de los altiplanos de México son consi-
deradas bajo los actuales esquemas de organización del territorio como
límites físicos, biológicos, administrativos y culturales, y la mayor parte
de sus espacios se encuentran aletargados en lo económico, siendo las
excepciones, algunos de los parajes inmediatos a las vías de comunica-
ción que vinculan estas tierras altas con las regiones del norte, occidente,
Bajío, Golfo de México, sur y sureste. La falta de articulación en los
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--21º N
Sierra Alta
Malila
Tepatetipa
Ve
ga
Metztitlán
de
--20º 30’ N
M
et
Límite aproximado de la
zti
confederación de Metztitlán
tlá
n
--
--
0 15
Escala 1: 500,000
Kilómetros
Figura 2. Mapa del área de Metztitlán (elaboró Iván Solís a partir de imagen
de Celia López Miguel, en Fernández y García, 2006:508).
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Valle de Toluca
3400 2600
3200 Tenango
3000
2800
Atlatlahuca
--19ºN
Zictepec Maxtleca
83
2600
Zepayautla
Xochiaca
2400
2200
2000
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Minas de Zacualpan
--
99º30’O
Escala 1:75,000 0 6
Kilómetros
Figura 3. Mapa del área de Tenango-Atlatlahuca (elaboró Iván Solís a partir de cartas topográficas de INEGI,
escala 1:50 000).
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Cuando los europeos entraron por primera vez a los anchos valles y ex-
tendidos llanos de las tierras altas mexicanas, vieron un paisaje conse-
cuencia de siglos de ocupación humana, en los que los aluviones eran
uno más de los elementos del relieve utilizado por el complejo e intensi-
vo sistema agrario mesoamericano. El riego en los aluviones, junto con
el aprovechamiento de los humedales y las terrazas en los pies de monte,
eran los sistemas de mayor productividad. Sin embargo, para los medios
y modos de producción europeos, tanto las terrazas como las plataformas
artificiales sobre los cuerpos de agua, eran totalmente inoperantes, por lo
que los españoles fijaron paulatinamente sus intereses en el control de
los aluviones conforme la población indígena disminuyó y se crearon los
mecanismos institucionales para la adjudicación de las tierras a civiles
y religiosos europeos, primordialmente. Aunque al consultarse el ramo
de mercedes del Archivo General de la Nación (AGN, apéndice en Gar-
za, 2000) se puede constatar que algunos nobles indígenas también se
beneficiaron de las adjudicaciones logradas a fines del siglo xvi y prin-
cipios del xvii. Durante el proceso de mercedamiento de tierras también
se entregaron zonas en pie de monte, plenamente serranas y algunas re-
lacionadas a la explotación de los recursos lacustres, pero desde el punto
de vista europeo estas áreas resultaban secundarias y se dedicaron a las
actividades forestales y ganaderas de especies menores.
La ocupación del aluvión de los altiplanos se produjo, en términos
ambientales, bajo el embate de especies ganaderas, mayores y menores,
malezas y fungi hasta entonces desconocidos en estas tierras, así como
serias alteraciones hidrográficas. La gran transformación edáfica estaba
por comenzar, aunque ya los suelos habían sido perturbados en los sitios
en que se había cultivado el trigo: demarcaciones como Tacubaya, Tacu-
ba, Atlixco o Tenancingo (Ibid.). Por otra parte, es interesante observar lo
asentado por Elinor Melville (1999:142), quien aduce que eventualmente
los españoles confirmaron que la ganadería no podía ser el complemento
de la agricultura, tal como sucedía en España: la presencia de las comu-
nidades indígenas, incluso ya disminuidas, y las características físicas de
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IV. Rupturas y continuidades en el manejo
del ambiente en México: siglos xvi al xxi
El manejo del entorno obedece a características e inercias culturales
e imposiciones económicas y políticas, mismas que generan rupturas o
continuidades de acuerdo con la violenta irrupción de formas políticas
o modelos económicos o la paulatina transformación de identidades y
principios. En México, la violenta ruptura del siglo xvi provocó el surgi-
miento de un nuevo paisaje, al menos en los altiplanos central y meridio-
nal, y la organización de un nuevo esquema territorial. La continuación
de los procesos espaciales mesoamericanos quedó soterrada, por lo que
es necesario hurgar en archivos, bibliotecas y en el campo para poder
descifrarlos y comprender sus características y prioridades en el manejo
del ambiente, labor que en algunos casos pasa por la localización de
los antiguos núcleos económicos y político-religiosos. Ejemplo de esta
dificultad y necesidad de profundo conocimiento del terreno para sobre-
ponerse a ésta, es el discernir entre una organización del territorio organi-
zada a partir de un macizo montañoso o un cono volcánico y una lograda
desde el centro de las zonas llanas, para la que las montañas, desfiladeros
o ríos en profundos cañones denotan límites y no elementos que articulen
al territorio, como sí lo hacían para los mesoamericanos.
La construcción del paisaje y organización del territorio ha mostra-
do continuidad desde principios del siglo xvii, aunque la soterrada pre-
sencia indígena no ha dejado de manifestarse en diversas regiones del
país. La lógica predominante en las formas de apropiación del entorno
y prioridades en el territorio, es prácticamente idéntica a la forjada en el
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siglo xvi en el centro y buena parte del norte del país, así como en las
zonas cálidas ocupadas desde el virreinato: las carreteras y vías férreas
en su mayoría van a la vera de los caminos reales novohispanos y la
marginalidad de muchas regiones y localidades es herencia colonial. Las
continuidades también quedan marcadas en los procesos urbanos, por
ejemplo, en el caso de la Ciudad de México, se puede observar el predo-
minio de las zonas poniente y sur de la ciudad como sitios privilegiados
por las clases altas como lugar de residencia desde el siglo xvi. Hasta la
introducción de la red potable del acueducto de Xochimilco en 1912, tal
esquema urbano-territorial se desprendía en buena medida de la accesi-
bilidad al agua potable, la cual solo era obtenible de los acueductos de la
calzada a Tacuba y de la calzada a Chapultepec; otro factor que primaba
era la lejanía con respecto a las miasmas del decadente lago de Texcoco.
Posteriormente, el verdor de las sierras de Las Cruces y del Ajusco y sus
pies de monte reafirmarán una tendencia ya establecida desde el virreina-
to, convirtiéndose los antiguos sitios de recreo como Tacubaya, Mixcoac,
San Ángel, Coyoacán y Tlalpan en los núcleos de la expansión urbana de
zonas residenciales de las clases media y alta.
Una ruptura preponderante en el esquema territorial y paisajístico
impuesto desde principios del siglo xvii, fue el reparto agrario revolu-
cionario y posrevolucionario, esto a pesar de sus deficiencias en términos
de viabilidad económica y acceso a insumos e innovaciones; esta rup-
tura antisistémica no cambió las formas de construir el paisaje (aunque
extensa y profunda deforestación ocurrió en el paso del latifundio a la
conformación de los bienes comunales o el ejido), al menos en las tierras
altas, pero si renovó la presencia de colectivos campesinos e indígenas
en la organización del territorio.
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y su conversión en delegaciones políticas. Esta transformación provocó
que algunos servicios urbanos como abasto de agua y drenaje dejaran
de ser manejados por las antiguas subdivisiones, para ser administrados
por el inmenso y burocrático departamento central del Distrito Federal.
Por lo general, el manejo de servicios por medio de las municipalidades
resultaba más sustentable, en tanto que, por ejemplo, la recolección de
desperdicios o la depuración de las aguas residuales era obligación de las
nuevas áreas residenciales (AACM, Obras Públicas Azcapotzalco 1380-
A: expediente 35 y Obras Públicas San Ángel 1391-A: exp. 17), las cua-
les podían ser mejor vigiladas desde un aparato burocrático de menores
dimensiones.
Conclusiones
A manera de conclusión, se propone ahondar un poco más en las tres
temáticas expuestas en la segunda mitad de este trabajo, y proponer su
inclusión en temáticas ambientales y territoriales contemporáneas. En
primer lugar, la consideración del comportamiento climático multisecu-
lar, permite brindar pautas que ayuden a ponderar en forma más ade-
cuada el comportamiento climático actual, y en particular situar al de-
nominado ‘cambio climático’ como parte de la variabilidad climática,
en contraposición a su conceptualización como una anomalía climática
o alteración profunda de patrones climáticos. Así, la lectura de las in-
fluencias antrópicas sobre el comportamiento climático se conduce por
medio de patrones que han sido parte del mismo y no como un evento
catastrófico de dimensiones desconocidas; desde la perspectiva de lo re-
gistrado en México y en los casos consultados para Europa y el resto de
Norteamérica, el gradual calentamiento observado desde la segunda mi-
tad del siglo xix es innegable, mismo periodo en el que comenzó a mul-
tiplicarse la emisión de contaminantes lanzados a la atmósfera. Por tanto,
las preguntas fundamentales son: 1. ¿Qué tanto va a durar el periodo de
calentamiento?, 2. ¿Qué intensidad y comportamiento puede demostrar a
escala global y en cada una de las celdas climáticas? y 3. ¿Qué ventajas
ambientales y económicas puede brindar el profundizar en el entendi-
miento del comportamiento climático plurisecular?
A la primera pregunta se puede observar que, aunque en la mayor
parte del planeta los registros de glaciares han demostrado su retracción,
en fechas recientes se ha puesto en evidencia que en sectores del Hima-
laya ha ocurrido una mínima tendencia contraria al deshielo (Gardelle et
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Fuentes documentales
Archivo de la Catedral de México (ACM): Actas de Cabildo, Libro 6
(1617-1620) y Libros 40 al 60 (1750 a 1802).
Archivo del Antiguo Ayuntamiento de la Ciudad de México (AACM):
Actas de Cabildo, Libro 635a (1550-1561); Libro 652a (1818-1620),
Libro 371-A (1692-1693) y Libros 75-A a 121-A (1750-1801). Obras
Públicas Azcapotzalco 1380-A (1907) y Obras Públicas San Ángel
1391-A (1907).
Archivo del Cabildo de la Catedral de Morelia (ACCM): Libros XXII al
XL (1751 a 1799) y Libro LXIX (1881-1887).
Archivo Histórico Municipal de Morelia (AHMM): Libros 21 al 90
(1735-1801)
Actas de Cabildo del Ayuntamiento de Puebla de 1534 a 1870 (ACAP):
Libro 6 (1548-1556).
Archivo General del estado de Puebla, Periódico Oficial del departamen-
to de Puebla, tomo I no.142.
Archivo de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas (ADSC), Fondo
Diocesano, Sección Gobierno, Clasificación II A. Acuerdos y Actas
de cabildo 1844-1897, II A.1.
Archivo General del estado de Yucatán (AGEY), Municipio de Espitá
vol. 2 (1854-1883); Municipio de Izamal vol. 4 (1880-1886); Muni-
cipio de Mérida vol. 4 (1883).
Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Yucatán (AHAY), Actas del Ca-
bildo Eclesiástico, Libro 4 (1761-1772) y Libro 5 (1772-1783).
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BIBLIOGRAFÍA
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UNAM, México.
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OBRAS PUBLICADAS
DENTRO DE LA COLECCIÓN
I. Textos Monográficos
1. Historia y Geografía
1. Europa y el urbanismo neoclásico en la Ciudad
de México. Antecedentes y esplendores
Federico Fernández Christlieb
7. La Geografía de la Ilustración
José Omar Moncada Maya (coord.)
3. Sociedad
1. Aspectos sociales de la población en México:
Educación y cultura
Lilia Susana Padilla y Sotelo
4. Urbanización
1. El clima de la Ciudad de México
Ernesto Jáuregui Ostos
2. La minería en México
Atlántida Coll-Hurtado, María Teresa Sánchez Salazar
y Josefina Morales
6. Medio Ambiente
1. Los ciclones tropicales de México
María Engracia Hernández Cerda
7. Relaciones Internacionales
1. Las relaciones diplomáticas de México
Mercedes Pereña García
8. La Cuenca de México
1. La Cuenca de México y sus cambios
demográfico-espaciales
María Teresa Gutiérrez de MacGregor, Jorge González
Sánchez y José Juan Zamorano Orozco