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7.

El sacramento del orden sacerdotal

1. El sacerdocio de Jesús

Como podemos ver en el antiguo testamento, el Pueblo de Dios era un pueblo sacerdotal.
Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación que me está consagrada (Ex
19, 6). Los israelitas eran consagrados a Yavé, y así al servicio al culto a Yavé. Esto es el
sentido de la palabra “consagración”. Una cosa consagrada es separada y dedicada a Dios y
su servicio, como un cáliz, un altar o un sacerdote, etc.

Al mismo tiempo, dentro de este pueblo una sola de las tribus fue designada para el
ministerio sacerdotal: la tribu de Leví. Además, dentro de esta tribu, solamente los hijos de
Aarón podrían ejercitar el oficio del sumo sacerdote. Entonces, podemos ver dentro del
pueblo de Dios una jerarquía sacerdotal.

Jesús no pertenecía a la tribu de Leví. Era un miembro de la familia de David, de la tribu de


Judá. Por lo tanto, no pudo ser un sacerdote bajo la alianza antigua. No es sorprendente
entonces que los evangelistas nunca aplicaron a Jesús el nombre “sacerdote”. Más bien,
Jesús fue presentado como el Mesías, y según las expectaciones de los judíos, el Mesías
sería de la familia de David.

Entonces, la primera respuesta a la pregunta sobre quién era Jesús es el Mesías. En él se


cumplió esta profecía dada a David.

2 Sam 7, 12-16: Sí, cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a
descansar con tus padres, yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes, a uno
que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza. El edificará una casa para mi
Nombre, y yo afianzaré para siempre su trono real. Seré un padre para él, y él será
para mí un hijo. … Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y su
trono será estable para siempre».

Vemos en la Anunciación una referencia directa a la profecía, que esta profecía fue
cumplido en Jesús.

Lc 1, 31-33: Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él


será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de
David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá
fin».

Jesús fue condenado y crucificado como el rey de los judíos. Pero, Jesús no era un rey
guerrero, como esperaba la gente. Era un rey, pero su reino no era de este mundo. Era un
rey, era el Mesías, pero no aplastó los enemigos de Israel. No liberó su nación con armas y
ejércitos. Más bien él mismo fue aplastado por su pueblo. Y así, Jesús cumplió aquella otra
profecía sobre el Siervo de Yavé, ofreciendo su vida en expiación de los pecados de su
pueblo.

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Is 53, 4-6: Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras
dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. El
fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El
castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos
andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor
hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros.

Jesús era un rey y era una víctima. Se ofreció a sí mismo como un sacrificio de expiación.
Es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En esta manera llegó a ser un
sacerdote. Donde hay un sacrificio, debía estar presente también un sacerdote que le ofrece
el sacrificio a Dios. Jesús es sacerdote y victima ofreciendo si mismo a Dios Padre para el
perdón de los pecados. Jesús es un sacerdote, pero no de la tribu de Leví. Era un sacerdote
de otro orden, según el orden de Melquisedec. Tú eres sacerdote para siempre, a la
manera de Melquisedec (Sal 110, 4).

Gen 14, 18-20: Y Melquisedec, rey de Salem, que era sacerdote de Dios, el
Altísimo, hizo traer pan y vino, y bendijo a Abram, diciendo: «¡Bendito sea Abram
de parte de Dios, el Altísimo, creador del cielo y de la tierra! ¡Bendito sea Dios, el
Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!». Y Abram le dio el diezmo de
todo.

Melquisedec no era solamente un sacerdote. Era rey de Salem y sacerdote de Dios (cf. Gen
14, 18-20). Su sacerdocio precedió el sacerdocio de Aarón, como su reinado precedió la
realeza de David. Las escrituras no contienen su genealogía. No nos presenta ni su
nacimiento ni su muerte. Sin origen y sin fin es sacerdote para siempre.

Heb 7, 1-3: Este Melquisedec, que era rey de Salem, sacerdote de Dios, el Altísimo,
salió al encuentro de Abraham cuando este volvía de derrotar a los reyes y lo
bendijo; y Abraham le entregó la décima parte de todo el botín. el nombre de
Melquisedec significa, en primer término, «rey de justicia» y él era, además, rey de
Salem, es decir, «rey de paz». De él no se menciona ni padre ni madre ni
antecesores, ni comienzo ni fin de su vida: así, a semejanza del Hijo de Dios, él es
sacerdote para siempre.

Jesús es rey, es el siervo de Yavé, y es un sacerdote según el orden de Melquisedec. Y por


último, Jesús es un profeta.

Moisés había profetizado que: El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo (Dt 18,
15). ¿Cómo fue Moisés un profeta?

Dt 18, 15-19: El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo; lo harás surgir de
entre ustedes, de entre tus hermanos, y es a él a quien escucharán. Esto es
precisamente lo que pediste al Señor. Tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea,
cuando dijiste: «No quiero seguir escuchando la voz del Señor, mi Dios, ni miraré
más este gran fuego, porque de lo contrario moriré». Entonces el Señor me dijo:
«Lo que acaban de decir está muy bien. Por eso, suscitaré entre sus hermanos un
profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él dirá todo lo que yo le

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ordene. Al que no escuche mis palabras, las que este profeta pronuncie en mi
Nombre, yo mismo le pediré cuenta.

Moisés fue llamado por Dios para liberar los israelitas de su esclavitud en Egipto. Era un
mediador entre Dios y los hombres, estableciendo la alianza antigua. Moisés dio a los
israelitas una ley, una alianza, y un sacerdocio.

Como rey, Cristo gobierna el nuevo pueblo de Dios. Como sacerdote, ofrece a sí mismo en
el altar de la cruz. Como profeta, traía la Buena Nueva de Dios a los hombres.

Entonces, encontramos en Jesús una triple potestad: de regir, de enseñar, y de santificar.


Esta triple potestad Jesús la entregó a sus Apóstoles, y esta triple potestad se perpetúa en la
Iglesia a través del sacramento del Orden.

2. El sacerdocio como sacramento

El orden es el sacramento por el que “algunos de entre los fieles quedan constituidos
ministros sagrados, al ser marcados con un carácter indeleble, y así son consagrados y
destinados a apacentar el pueblo de Dios según el grado de cada uno, desempeñando en la
persona de Cristo Cabeza las funciones de enseñar, santificar y regir” (CDC 1008).

a. Ministros sagrados

De entre la totalidad de los fieles, algunos son constituidos ministros sagrados. Todo
bautizado participa en el sacerdocio de Cristo. El orden, sin embargo, imprime un carácter
indeleble que distingue esencialmente a quien lo recibe de los demás fieles, y
capacitándoles para funciones especiales. El sacerdocio ministerial es esencialmente
distinto del sacerdocio común a todos los fieles.

La Iglesia es una comunidad sacerdotal. Todos los fieles participan de alguna manera del
sacerdocio de Cristo y de la misión de la Iglesia. Todos están llamados a la santidad. Todos
deben trabajar en el apostolado, dando testimonio de la fe que profesan con sus vidas. Para
ayudarles cumplir estas tareas, Jesús instituyó el sacerdocio ministerial. El sacerdocio
ministerial está ordenado así al servicio del sacerdocio común.

La familia es una iglesia domestica. Allí sobre todo los fieles van a ejercitar su sacerdocio
común, y después en su participación en la liturgia, por sus oraciones y sacrificios.

CEC 1546: Cristo, sumo sacerdote y único mediador, ha hecho de la Iglesia "un
Reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (Ap 1,6; cf. Ap 5,9-10; 1 P 2,5.9). Toda
la comunidad de los creyentes es, como tal, sacerdotal. Los fieles ejercen su
sacerdocio bautismal a través de su participación, cada uno según su vocación
propia, en la misión de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Por los sacramentos del
Bautismo y de la Confirmación los fieles son "consagrados para ser [...] un
sacerdocio santo" (LG 10).

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CEC 1547: El sacerdocio ministerial o jerárquico de los obispos y de los
presbíteros, y el sacerdocio común de todos los fieles, "aunque su diferencia es
esencial y no sólo en grado, están ordenados el uno al otro; [...] ambos, en efecto,
participan (LG 10), cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo" (LG
10). ¿En qué sentido? Mientras el sacerdocio común de los fieles se realiza en el
desarrollo de la gracia bautismal (vida de fe, de esperanza y de caridad, vida según
el Espíritu), el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, en
orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos. Es uno de los
medios por los cuales Cristo no cesa de construir y de conducir a su Iglesia. Por
esto es transmitido mediante un sacramento propio, el sacramento del Orden.

b. En la persona de Cristo

El sacerdote actúa “en la persona de Cristo Cabeza”, es decir, actúa en el nombre y con la
autoridad de Cristo. La identidad del sacerdote no puede ser otra que la de Cristo. ¿Quién es
el sacerdote? Es otro Cristo. El sacerdote nos perdona en el sacramento de la confesión,
pero es Cristo que nos perdona. El sacerdote dice “yo te absuelvo” y es Cristo quien
absuelve los pecados. El sacerdote dice “este es mi carne” y es Cristo que tiene en sus
manos. Es otro Cristo el sacerdote.

In persona Christi Capitis...


CEC 1548 En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está
presente a su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Sumo
Sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la Iglesia expresa
al decir que el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden, actúa in persona
Christi Capitis (cf LG 10; 28; SC 33; CD 11; PO 2,6):

CEC 1550 Esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si
éste estuviese exento de todas las flaquezas humanas, del afán de poder, de errores,
es decir, del pecado. No todos los actos del ministro son garantizados de la misma
manera por la fuerza del Espíritu Santo. Mientras que en los sacramentos esta
garantía es dada de modo que ni siquiera el pecado del ministro puede impedir el
fruto de la gracia, existen muchos otros actos en que la condición humana del
ministro deja huellas que no son siempre el signo de la fidelidad al evangelio y que
pueden daña, por consiguiente, a la fecundidad apostólica de la Iglesia.

c. Enseñar, santificar y regir

Las funciones que desempeña se resumen en una triple potestad: enseñar, santificar y regir.
 El sacerdote ejercita el poder de santificar, administrando los sacramentos, sobre
todo el de la Penitencia y el de la Eucaristía (en nombre de Cristo sacerdote).
 El sacerdote ejercita el poder de regir, dirigiendo a las almas, orientando su vida
hacia la santidad (en nombre de Cristo rey).
 El sacerdote ejercita el poder de enseñar, anunciando a los hombres el Evangelio de
Cristo. Esta predicación está ordenado a los sacramentos (en nombre de Cristo
profeta).

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d. Los grados del orden

“Según el grado de cada uno” significa que el sacramento consta de diversos grados, y por
eso se llama orden. Existe tres grados conferidos por el sacramento: obispos, presbíteros, y
diáconos.

3. La institución del sacramento

Jesucristo es el verdadero y supremo sacerdote de la Nueva Alianza. Con la Nueva Alianza,


Jesús estableció una nueva ley, un nuevo sacrificio, y por supuesto un nuevo sacerdocio.
Cristo es a la vez víctima y sacerdote. Se ofreció a sí mismo al Padre para perdonar los
pecados. Ahora está sentado a la derecha del Padre. El hecho que está sentado muestra que
su obra está cumplida. Pero, sigue actuando en la tierra a través de su Iglesia y de sus
sacerdotes.

Jesús quiso dar a algunos hombres, escogidos por Él, una participación en su sacerdocio.
Están unidos a Cristo hasta identificarse con él como otro Cristo. Jesús llamó a los
Apóstoles, a los que él quiso. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los
elegí a ustedes (Jn 15, 16). Jesús les eligió para continuar su ministerio sacerdotal en el
mundo.

A su vez los Apóstoles, inspirados por Dios, sabían que el encargo de Jesús no acabaría con
ellos. Por eso, escogieron a Matías para tomar el lugar de Judas (Cf. He 1, 26). Por eso,
transmitían el sacerdocio ministerial mediante el sacramento del orden, que administraban
por la imposición de las manos y la oración (cfr. He 14, 23-24). De este modo,
comunicaban a otros hombres la triple potestad de regir, santificar y enseñar que ellos
habían recibido del Señor.

Es dogma de fe explícitamente definido (cfr. Dz. 949, 961, 963, 2049, 2050) que el
sacramento del orden sacerdotal es uno de los siete sacramentos de la Nueva Alianza
instituidos por Jesucristo. Los reformadores protestantes lo han negado. Por ellos no hubo
distinción esencial entre sacerdotes y laicos. Todos los fieles son sacerdotes. Para ejercitar
el ministerio sólo requieren un nombramiento o delegación de la comunidad.

Consta expresamente en la Sagrada Escritura que Cristo llamó a los Apóstoles, y les dio su
autoridad. No fueron delegados de una comunidad preexistente. Más bien, Cristo formó
este pueblo de Dios con ellos como sus líderes.

 Mc 3, 13-15: Después subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos
fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para
enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios.

Al elegirlos, les confió una misión y les dio unos poderes particulares; en concreto:
 poder de perdonar los pecados: “Los pecados serán perdonados a los que ustedes
se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.” (Jn 20, 23;
cfr. Mt 16, 19; 18, 18).

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 poder de administrar el bautismo y de predicar la palabra de Dios: “Vayan, y
hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les
he mandado.” (Mt 28, 19-20)
 poder para ofrecer el sacrificio de la Eucaristía: “Hagan esto en memoria mía.”
(Lc 22, 19). Este es el principal poder que reciben los presbíteros.

Estos poderes fueron dados por el Señor a sus Apóstoles para continuar su misión redentora
hasta el fin de los siglos (cfr. Mt 28, 20; Jn 17, 18). Esta finalidad sería inalcanzable si los
poderes terminaran con la muerte de los doce Apóstoles. Por eso Cristo, les mandó que los
transmitieran a otros su potestad. Así lo entendieron y así lo practicaron desde el principio:
 impusieron las manos sobre algunos, elegidos específicamente (cfr. He 6, 6; 13, 13);
 constituyeron presbíteros y obispos para gobernar las iglesias locales (cfr. He 14,
23; 20, 28), para administrar los sacramentos (cfr. 1 Cor 4, 1), para fomentar las
buenas costumbres y vigilar la recta doctrina (cfr. 1 Tes 3, 2).

Podemos ver los distintos grados en el Nuevo Testamento.

He 6: 1-6: En aquellos días, como el número de discípulos aumentaba, los helenistas


comenzaron a murmurar contra los hebreos porque se desatendían a sus viudas en la
distribución diaria de los alimentos. Entonces los Doce convocaron a todos los
discípulos y les dijeron: «No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de
Dios para ocuparnos de servir las mesas. Es preferible, hermanos, que busquen entre
ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y
nosotros les encargaremos esta tarea. De esa manera, podremos dedicarnos a la
oración y al ministerio de la Palabra». La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron
a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a
Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los
Apóstoles, y estos, después de orar, les impusieron las manos.
 Vemos aquí la distinción entre apóstoles y diáconos.

He 15, 1-2: Algunas personas venidas de Judea enseñaban a los hermanos que si no se
hacían circuncidar según el rito establecido por Moisés, no podían salvarse. A raíz de
esto, se produjo una agitación: Pablo y Bernabé discutieron vivamente con ellos, y por
fin, se decidió que ambos, junto con algunos otros, subieran a Jerusalén para tratar
esta cuestión con los Apóstoles y los presbíteros.
 Vemos la distinción entre apóstoles y presbíteros.

Dos grados (el episcopado y el presbiterado) participan en el sacerdocio ministerial de


Jesucristo. Por eso, son llamados “sacerdotes.” El diaconado está destinado a ayudarles y a
servirles.

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4. El sujeto del sacramento

a. Sólo el varón

 “Sólo el varón bautizado recibe válidamente la ordenación” (CDC, c. 1024).

Si no ha habido válida recepción del bautismo, tampoco es válida la ordenación.

Sobre la cuestión de la admisión de las mujeres al sacerdocio ministerial, la Iglesia siempre


ha enseñado que Jesucristo quiso entregar su sacerdocio ministerial a los varones. Es un
precepto divino, y la Iglesia es incapaz de cambiarlo.

Jesús mismo eligió a los Apóstoles entre los discípulos varones, aunque también las
mujeres le seguían. Tampoco los Apóstoles habían ordenado las mujeres como sacerdotes.

Pero, vemos en la carta de los Romanos que San Pablo saludó a una hermana Febe, como
“diaconisa” (Rm 16, 1–2).

Rm 16, 1-2: Les recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la Iglesia de


Cencreas, para que la reciban en el Señor, como corresponde a los santos,
ayudándola en todo lo que necesite de ustedes: ella ha protegido a muchos
hermanos y también a mí.

La palabra diaconía tiene su origen en la lengua griega (diacona) y significa literalmente


“servir a la mesa.” San Pablo no precisa la manera en que Febe sirvió. Menciona que ha
protegido Pablo. Podemos imaginar que fue un huésped en su casa. Quizás ella intervino en
alguna capacidad en frente de las autoridades estatales. No lo sabemos. Pero, tampoco San
Pablo menciona que ella recibió la imposición de las manos o mencionó que celebró los
sacramentos.

El 22 de mayo de 1994 el Papa Juan Pablo II declaró como definitiva la decisión de la


Iglesia de no admitir a las mujeres a la ordenación sacerdotal:

Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia,
que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de
confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en
modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que
este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la
Iglesia. (Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II sobre la Ordenación Sacerdotal
reservada sólo a los hombres, 22-V-1994).

b. El celibato sacerdotal

Por razones fundadas en el misterio de Cristo y de su misión, el Derecho Canónico exige el


celibato a todos los sacerdotes de la Iglesia latina (cfr. CDC 277; CEC 1579). Es una norma
de la Iglesia, que la Iglesia podría cambiar. En esto es diferente que el precepto divino que
únicamente los varones pueden recibir la ordinación.

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Jesús mismo vivió su vida y ejercitó su ministerio sacerdotal en el celibato. No era una
opción únicamente por él. También, Jesús habló del don del celibato como un estado de
vida estable dentro de la Iglesia, que no sea limitado al sacerdocio pero ciertamente lo
incluye.

Mt 19, 10-12: Los discípulos le dijeron: “Si esta es la situación del hombre con
respecto a su mujer, no conviene casarse.” Y él les respondió: “No todos entienden
este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto, algunos
no se casan, porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque
fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa
del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!”

Los discípulos habían reaccionado a la enseñanza de Jesús sobre la indisolubilidad del


matrimonio: “lo que Dios unió no lo separe el hombre.” La consecuencia moral era: “Por
lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer,… y se casa con otra, comete
adulterio.” En reacción los discípulos dijeron que “no conviene casarse.”

Jesús no contestó directamente a su perplejidad. No trató de excusarse por las palabras


exigentes, y no ofreció suavizarlas. Más bien propuso otra exigencia, a no casarse a causa
del Reino de los Cielos.

Jesús era realista y supo que muchos no iban a entender sus palabras. No todos entienden
este lenguaje. El celibato no era un estilo de vida muy común en Israel. Pero, existían
ejemplos. Los esenios de Qumrán permitían el matrimonio pero la mayoría preferían el
celibato. Parece que Juan el Bautista no se casó, lo mismo como el profeta Jeremías. El
celibato no era común pero tampoco era algo desconocido en los tiempos de Jesús.

¿Quién puede entonces entenderlo? Aquellos a quienes se les ha concedido. El celibato era
un don ofrecido a algunos. La comprensión viene desde dentro del don, dentro de su
vivencia. No todos pueden entenderlo.

Razones cristológicas:
 con el celibato los sacerdotes se entregan de modo más excelente a Cristo,
uniéndose a Él con corazón indiviso;
 el contenido y la grandeza de su vocación, lleva al sacerdote a abrazar en su vida
esa perfecta continencia, a ejemplo de Cristo Sacerdote;
 si se considera que Cristo no quiso para sí otro vínculo nupcial que el que contrajo
con la Iglesia.
 Ef 5, 25-27: Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó
por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra,
porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin
ningún defecto, sino santa e inmaculada.

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Razones eclesiológicas:
 con el celibato, los sacerdotes se dedican más libremente;
 la persona y la vida del sacerdote son posesión de la Iglesia, como en una cierta
manera el esposo pertenece a su esposa;
 el celibato dispone al sacerdote para recibir y ejercer una paternidad espiritual. Un
sacerdote es un padre.

La iglesia no impone el celibato a los sacerdotes a fuerzas contra su voluntad, borrando su


libertad personal. Más bien escoge sus sacerdotes entre los hombres que habían recibido un
don del celibato y quiere vivirlo. Un hombre que no tiene este don o no quiere vivirlo, es
libre para servir a la Iglesia en otra manera.

El celibato también se prescribe para los diáconos que llegarán al sacerdocio. Los diáconos
casados, una vez muerta su mujer, son inhábiles para contraer un nuevo matrimonio (cfr.
Sacrum diaconatus ordinem de Pablo VI).

El celibato es un precepto de la Iglesia y la Iglesia puede conceder una dispensa. A veces,


la Iglesia da una dispensa por ejemplo a un sacerdote anglicano casado que quiere servir a
la Iglesia como sacerdote.

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