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Catequesis litúrgica I
Iniciación a la Eucaristía
LA ACOGIDA
EN LA CELEBRACIÓN
LITÚRGICA
Dice el misal en el nº 105 d: “Existen también en algunas regiones los
encargados de recibir a los fieles a la puerta de la iglesia, acomodarlos en los
puestos que les corresponden y ordenar las procesiones”.
SABER EMPEZAR
La finalidad de todos los elementos que llamamos “rito de entrada” es hacer que
los fieles reunidos constituyan una comunión y se dispongan a oír como conviene la
palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía. (OGMR 46).
No es fácil que todos acudan a la reunión con motivaciones ricas y con una
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A QUIEN ACOGER
La actitud de bienvenida se debe tener para con todos los que vienen a la celebración.
Cada uno es importante, hijo en la familia, miembro de la Iglesia.
Las circunstancias pueden ser diferentes, en un grupo pequeño, el clima de acogida es
más personal que en una asamblea numerosa. Si cada vez vienen los mismos a que si
aparecen personas desconocidas. En celebraciones de bautizos, exequias y bodas, se
requiere una pedagogía pastoral distinta para con las personas “ocasionales” que se
suman a la celebración.
Hay personas a las que convendrá atender de modo particular. Por ejemplo: los niños,
los ancianos, los discapacitados, algún grupo ocasional de turistas o forasteros, vale la
pena saludarles, ayudarles o hacerles ver que son bienvenidos a la celebración según
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QUIÉN ACOGE
Ministros de la acogida
Dentro de esa comunidad acogedora, además de un presidente amable, puede muy
bien actuar un equipo de acogida, sobre todo al principio de la celebración.
comunidad, o alguien en su nombre, que les recibe y les hace sentirse miembros de la
asamblea. No somos una sociedad anónima. Somos un grupo de cristianos que van a
escuchar la Palabra de Dios y a celebrar la Eucaristía, sintiéndonos Pueblo de Dios. Los
encargados de este servicio no son ordenanzas o acomodadores: son hermanos que
saludan y dan la bienvenida a hermanos.
2. En las celebraciones con poca asistencia de fieles: ¿se procura que haya reunión,
comunidad, lo más próximo al altar, o por el contrario, queda la asamblea dispersa
cada uno en un banco?
3. A la vista de esta catequesis ¿qué falta y que sobra en tu parroquia? ¿qué sugieres para
tu comunidad?
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C atequesis litúrgica II
Iniciación a la Eucaristía
INTRODUCCIÓN
1. Podemos partir de la experiencia humana que tenemos de ver a personas que sin
ser cristianos también hacen sus asambleas: de asociaciones, de partidos políticos,
culturales, etc. Pero en comparación la asamblea cristiana tiene siempre su
originalidad.
Vamos a conocer en esta catequesis su originalidad, sin olvidar que dicha originalidad
no desvirtúa ni elimina nada de lo que, humanamente, constituye a un grupo de
personas reunidas.
2. Como experiencia cristiana nos encontramos en los Hechos de los Apóstoles (se
puede leer el capítulo 2) que el día de Pentecostés los discípulos se encuentran
reunidos en el mismo lugar cuando recibieron el Espíritu Santo. Con la predicación de
Pedro una multitud se agrega a los discípulos y se reúnen para orar, participar en la
fracción del pan y ponerlo todo en común.
Desde entonces los cristianos siempre han sido un grupo de gente que se han reunido
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en el nombre de Jesús y han formado una Iglesia, una reunión, un grupo convocado
por la Palabra que anuncia la Buena Nueva de la salvación.
REUNIÓN: a ella se incorpora por el bautismo y recibe la unidad por la Eucaristía.
REUNIÓN: que la ve el mundo, es un signo social de la salvación en Jesucristo.
La asamblea es el signo visible de la Iglesia, Cuerpo de Cristo Resucitado, edificio
espiritual, pueblo de Dios que hace camino. Acordándose de Jesús, los creyentes
reunidos ESPERAN SU VENIDA.
SIGNIFICACIÓN LITÚRGICA
No hay liturgia sin asamblea
- La asamblea es el primer signo de encuentro con Dios.
- El Señor viene a mi por otro creyente que se me une y también por mí va a los
otros.
- El Señor me habla por medio de aquel que habla en su nombre. El Espíritu Santo
reza a través de aquellos que rezan y cantan unidos.
- La mano del Señor nos bendice, cura, perdona y consagra por la mano de los
ministros que actúan en su nombre.
Promover la comunicación:
La fe refuerza la necesidad de respetar las leyes de la comunicación (animación litúrgica
o canto, lectura en público, micros, altavoces, iluminación).
3. ¿Se distinguen en tu asamblea las diversas funciones de cada uno de los distintos
ministerios? ¿Cuáles más y mejor, cuáles menos y peor?
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INTRODUCCION
1. Es importante aclarar la idea que del altar tienen los ministros de la Eucaristía.
Esta idea puede ayudar mucho a la asamblea en una celebración para percibir la
presencia del sacrificio de Cristo en el memorial que el nos ha dejado.
En esta catequesis vamos a intentar darnos cuenta de lo que es la esencia del altar
cristiano y su importancia, eliminando significados ajenos al sentido cristiano del
mismo.
2. Una de las acusaciones que llegar a los primeros cristianos es de ateismo por no
tener altar.
Y es que conviene tener en cuenta que el altar de la liturgia cristiana no es heredero de
los altares paganos ni del altar del templo de Jerusalén.
“Cristo ha revelado el sentido del culto de la Antigua Alianza y ha puesto fin a los ritos
del templo. Ha inaugurado el culto de la Nueva Alianza. Él es la víctima, el Sacerdote
y el Altar de su propio sacrificio” (Del ritual de la dedicación de un altar).
3. Jesucristo instituyó la Eucaristía durante una comida religiosa y nos pidió
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SIGNIFICACIÓN LITÚRGICA
1. A lo largo de la historia de la liturgia, el altar ha experimentado cambios y
deformaciones. Las nuevas normas litúrgicas sobre el altar tienen como objetivo el que
entendamos lo esencial del mismo. Así pues, se puede decir que por su misma
naturaleza el altar cristiano es:
- la MESA en torno a la cual se reúnen los cristianos para dar gracias a Dios y
alimentarse del Cuerpo y la Sangre de Cristo;
altar, son cosas a precisar en función de los lugares y, sobre todo, de la asamblea que
celebra.
3. En un altar para un grupo pequeño, si se quiere que los participantes se
encuentren entre ellos con una relación natural, hay que hacer posible que se puedan
colocar en torno al altar, como un grupo de personas que se acomodan en torno a una
mesa para comer.
Por su forma y dimensión el altar se asemejará a una mesa corriente. Esa será digna si
los manteles están limpios, si las velas son adecuadas, si hay algunas flores, etc.
4. En el caso más habitual de un altar para una iglesia grande o mediana, este ha de
atraer de manera natural la atención de toda la asamblea. Es muy importante saber
elegir el lugar para su colocación.
La asamblea ha de ser consciente de que todos sus miembros, aunque sean muchos,
participan en un mismo banquete servido en una sola mesa.
- Ha de ser de una altura acomodada a la talla humana media. No debe ser alto, si
se quiere que los ministros hagan todos los gestos con facilidad.
- Para que todo se pueda colocar, incluido el misal, de manera adecuada debe tener
suficiente amplitud.
- La longitud estará determinada por las características del lugar. En una iglesia
grande un altar demasiado pequeño resultaría mezquino. Y demasiado grande
quitaría margen a los lugares debidos a la Palabra y a la Presidencia.
- Es importante la calidad de la tela que cubra la mesa del altar. Podría cambiar
según el color de los vestidos litúrgicos. Pero siempre habrá sobre el altar al menos un
mantel por respeto al memorial del Señor y al banquete en el que se presentan el
Cuerpo y la Sangre de Cristo.
- Cerca del altar habrá una cruz, visible a la asamblea, para manifestar la relación
existente entre el sacrificio de Jesús y la Eucaristía celebrada.
La reserva eucarística deberá ser fácilmente accesible a los que han distribuido la
comunión.
1ª ¿Se nota en tu iglesia que el altar es el centro hacia el que confluye la atención de
toda la asamblea reunida: por su visibilidad, limpieza, iluminación, flores, etc.?
2ª ¿Se nota que se le valora, tanto por lo que significa (mesa del Señor y símbolo de
Cristo), como por lo que se hace en él (solo la plegaria eucarística y la fracción del
pan).
Comenzamos nuestra reflexión sobre el canto en la liturgia desmitificando aquello de que para cantar
hay que ser músico, tener buen oído o tener buena voz. Nada más lejos de la realidad en el contexto
de la liturgia cristiana. No se buscan buenas voces, ni cantantes o músicos
profesionales, se buscan asambleas que oren a Dios con himnos y cánticos inspirados… Con
frecuencia nuestras comunidades se excusan diciendo “yo no sé cantar”, “no tengo buena voz”. Sin
embargo, en realidad lo que están diciendo es: “no me molestes”, “déjame asistir como espectador
pasivo a la liturgia”. Pues bien, esa no es la asamblea que se reúne para orar “con una sola voz” al
Señor, sino la asamblea que se reúne para contemplar la representación de los sagrados misterios
como si fueran espectadores ante una obra de teatro o cinematográfica.
Para que desmitifiquemos para siempre esta idea os propongo este pequeño y breve cuento de la
secta de los Jassidim tomado de los “Cuentos de humor, ingenio y sabiduría”, de Armando José
Sequera:
«Regresaba un campesino a la casa con su carreta cuando, de repente, se le salió una rueda. Como
llegó la hora de hacer sus oraciones y aún no había superado el problema, el campesino abandonó la
reparación de la rueda y se dispuso a rezar. Para su sorpresa, descubrió que había dejado olvidado
en su casa el libro de oraciones y, como tenía muy mala memoria, decidió rezar del siguiente modo:
- Señor, como no traje el libro de oraciones, voy a recitar varias veces el alfabeto y tú formas con
mis letras las palabras que más te gusten, de modo que te digas a ti mismo las cosas que quieras,
cosas que yo sería incapaz de decirte pues soy un hombre torpe y necio.
Cuando el campesino concluyó, el Señor dijo a uno de los ángeles que lo acompañaban:
- De todas las oraciones que he escuchado hoy, esta ha sido sin duda la mejor pues ha brotado
de un corazón sencillo y sincero».
momen- tos convertimos nuestras iglesias en salas de concierto en donde en aras de la “modernidad”
todo valía con tal de que hiciera alusión a lo religioso o que fuera “íntimo” (confundiendo lo
espiritual con íntimo) o, simplemente, bonito. Se pueden citar muchos ejemplos de esto aunque como
botón de muestra podríamos recordar el uso abusivo que se hizo de la canción de Simon & Garfunkel
“El sonido del silencio” o de canciones procedentes de obras musicales como “Jesucristo superstar”;
o los cambios que se introducían en el significado de los textos litúrgicos al sustituir partes litúrgicas
de la eucaristía por otros cantos aparentemente similares (el Kyrie de la Misa campesina
nicaragüense, por ejemplo, pide no tanto que nos identifiquemos con Dios, sino que él se identifique
con nosotros: «Cristo, Cristo Jesús, identifícate con nosotros. Señor, Señor, mi Dios, identifícate con
nosotros. Cristo, Cristo Jesús, solidarízate, no con la clase opresora que exprime y devora la
comunidad, sino con el oprimido, con el pueblo mío sediento de paz».).
Cuando el Concilio nos exhorta a participar de la vida de la Iglesia también nos está pidiendo respon-
sabilidad y fidelidad a lo que la tradición llama el “sensus Ecclesiae”. Pablo VI decía que «sin el
sensus Ecclesiae, el canto, en lugar de ayudar a fundir los espíritus en la caridad, puede ser origen
de malestar, de disipación, de deterioro de lo sagrado, cuando no de división en la misma comunidad
de los fieles.» (discurso que el papa Pablo VI dirigió a las religiosas participantes en el Congreso
Litúrgico-musical celebrado en Roma en abril de 1971). Una vez le preguntaron al famoso compositor
y director de or- questa español Cristóbal Halffter que por qué no le gustaban los cantos litúrgicos, a
lo que respondió:
«Porque la Iglesia, consciente o inconscientemente, ha jugado un papel muy importante en la valora-
ción de la vulgaridad. El convertir la iglesia en una discoteca es algo muy serio. O se va a una
discoteca o se va a una iglesia, pero hay que deslindar los campos.».
Para que esto no suceda, y porque las cosas no vienen solas de lo alto, es necesario que dibujemos
correctamente las funciones que cada ministerio tiene en el ámbito de nuestras celebraciones y que
nos ayudemos mutuamente a formarnos de manera que juntos podamos entonar Un canto nuevo
para el Señor (a quien le encomendamos como el campesino que había olvidado su libro de oraciones
que recomponga nuestro alfabeto musical). No hay pastoral litúrgica si no se tiene en cuenta el canto.
Y no hay canto litúrgico si no se forma a la asamblea, al Pueblo de Dios, para que con su canto funda
los espí- ritus en caridad. El coro y el animador del canto litúrgico se convierten así en ministros
evangelizadores y no en adornos de nuestras celebraciones.