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Catequesis litúrgica I
Iniciación a la Eucaristía

LA ACOGIDA
EN LA CELEBRACIÓN
LITÚRGICA
Dice el misal en el nº 105 d: “Existen también en algunas regiones los
encargados de recibir a los fieles a la puerta de la iglesia, acomodarlos en los
puestos que les corresponden y ordenar las procesiones”.

No se suele hablar mucho del servicio litúrgico de la acogida. En muchas comunidades


se ha experimentado su conveniencia: puede ayudar a que la celebración dé comienzo
con mayor clima de fraternidad y que las procesiones, por ejemplo la de entrada o la
de ofrendas, se hagan ordenadamente.

SABER EMPEZAR
La finalidad de todos los elementos que llamamos “rito de entrada” es hacer que
los fieles reunidos constituyan una comunión y se dispongan a oír como conviene la
palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía. (OGMR 46).
No es fácil que todos acudan a la reunión con motivaciones ricas y con una
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disposición espontánea de participar activamente, como miembros conscientes de la


comunidad. Cada uno viene de “la calle”, de sus ocupaciones, de un clima de dispersión.
Por eso, hay que ayudarles a crear esta doble atmósfera de comunidad y de celebración
sagrada, para que la Eucaristía no sea una suma de “monólogos” en presencia de Dios,
sino una celebración comunitaria. A eso puede contribuir también el ministerio de la
acogida.
Uno de los factores a cuidar es que nadie se sienta forastero, sino que todos se vean
acogidos por la comunidad, evitando el anonimato y el clima impersonal. Los
cristianos somos miembros de una misma familia. Se trata de crear clima de
hospitalidad y de conseguir que la comunidad se reúna y no quede dispersa por la
iglesia. La comunidad misma es el primer signo de la Iglesia y del misterio que se
celebra.

UNA CELEBRACIÓN TODA ELLA ACOGEDORA


No basta que haya, a la entrada de la iglesia, unas personas encargadas de acoger
amablemente a los que llegan, sobre todo si son forasteros, sino de que tal servicio se
inserte en un clima que todo él rezume bienvenida y respeto.
La primera manera de mostrar que se está tomando en serio a la comunidad y a
cada uno de sus miembros es preparar bien la celebración y que los fieles encuentren un
espacio amable, acogedor, que les haga sentirse en cada, la “casa de la comunidad”,
limpia, adornada con gusto, con una iluminación adecuada, con una megafonía que
funciona, etc.
Si al entrar encuentran también un clima musical de ambientación, porque el
organista les da la bienvenida o música suave de fondo, será buen modo de preparar la
celebración y crear ambiente.
El oportuno ensayo de cantos y los avisos que dé el monitor sobre la celebración,
contribuyen a corresponsabilizar a todos en lo que se va a hacer en común.

A QUIEN ACOGER

La actitud de bienvenida se debe tener para con todos los que vienen a la celebración.
Cada uno es importante, hijo en la familia, miembro de la Iglesia.
Las circunstancias pueden ser diferentes, en un grupo pequeño, el clima de acogida es
más personal que en una asamblea numerosa. Si cada vez vienen los mismos a que si
aparecen personas desconocidas. En celebraciones de bautizos, exequias y bodas, se
requiere una pedagogía pastoral distinta para con las personas “ocasionales” que se
suman a la celebración.
Hay personas a las que convendrá atender de modo particular. Por ejemplo: los niños,
los ancianos, los discapacitados, algún grupo ocasional de turistas o forasteros, vale la
pena saludarles, ayudarles o hacerles ver que son bienvenidos a la celebración según
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el caso que lo requiera. Es buena ocasión para sentirnos comunidad y experimentar la


universalidad y la “catolicidad” de la Iglesia.

QUIÉN ACOGE

Una comunidad acogedora


Ante todo, la comunidad misma. O sea, nos acogemos unos a otros, a la vez que nos
vamos formando como asamblea celebrante. Acogemos a los hermanos conocidos y
también a los ocasionales. Empezamos la Eucaristía con una actitud de aceptación y
respeto para todos, con sentimientos de fraternidad, siguiendo la consigna de Pablo:
“acogeos mutuamente como os acogió Cristo para gloria de Dios” (Rm 15, 7).

El presidente, signo de Cristo Buen Pastor


El presidente de la celebración, como ministro de la comunidad y representante de
Cristo, es el que tiene también encomendada la tarea de la acogida a todos los que
acuden a la celebración.
El sacerdote, revestido o no, encuentra el modo de poder atender a los fieles, a la puerta
de la iglesia, saludarles e interesarse por ellos. O bien, al final de la celebración, irlos
despidiendo y tener con ellos unos momentos de encuentro.

Ministros de la acogida
Dentro de esa comunidad acogedora, además de un presidente amable, puede muy
bien actuar un equipo de acogida, sobre todo al principio de la celebración.

ACOGER CON ESTILO


Las personas encargadas de la acogida pueden desarrollar varias tareas, según las
circunstancias.
• ir saludando y dando la bienvenida a todos; con mayor naturalidad cuando son
personas de siempre, y con mayor atención a los nuevos;

• interesarse por diversas circunstancias: un enfermo, un viaje…


• responder a preguntas y consultas que la gente pueda hacer sobre horarios
celebraciones, bautizos, etc.
• situar u orientar a las personas hacia su lugar, según las características de la
celebración;
Estas pueden ser unas sugerencias u orientaciones, pero cada comunidad presenta
unas necesidades que el equipo de acogida puede desarrollar.

ACTITUD ESPIRITUAL DE LOS ENCARGADOS DE LA ACOGIDA


La acogida puede ser para los fieles el primer signo de la presencia de Cristo Jesús: la
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comunidad, o alguien en su nombre, que les recibe y les hace sentirse miembros de la
asamblea. No somos una sociedad anónima. Somos un grupo de cristianos que van a
escuchar la Palabra de Dios y a celebrar la Eucaristía, sintiéndonos Pueblo de Dios. Los
encargados de este servicio no son ordenanzas o acomodadores: son hermanos que
saludan y dan la bienvenida a hermanos.

SIN ACEPCIÓN DE PERSONAS


La carta de Santiago 2, 1-4 nos da una lección respecto al carácter universa y fraterno
que debe tener la acogida, sin “acepción de personas”.
La motivación más profunda de la acogida fraterna a todos es que cada cristiano tiene
su dignidad como persona y su dignidad de bautizado, miembro de la comunidad de
Cristo Jesús. Niño o anciano, conocido o forastero, rico o pobre, cada cristiano forma
parte de la asamblea que la fe ha convocado a la celebración. El que lo recibe a Cristo,
y es a la vez un signo de Cristo que recibe a cada uno, y también ministro de la
comunidad que le ha encargado este servicio. Lo que toda la vida deberíamos hacer, -
“acogeos mutuamente como os acogió Cristo” (Rm 15,7), porque “no hay judío ni
griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús” (Ga 3, 28).

Cuestionario para la evaluación de tu asamblea


1. ¿En la celebración de la misa dominical de tu parroquia hay servicio de acogida?
Si hay ¿como se desarrolla? y si no hay ¿qué sugieres?

2. En las celebraciones con poca asistencia de fieles: ¿se procura que haya reunión,
comunidad, lo más próximo al altar, o por el contrario, queda la asamblea dispersa
cada uno en un banco?

3. A la vista de esta catequesis ¿qué falta y que sobra en tu parroquia? ¿qué sugieres para
tu comunidad?
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C atequesis litúrgica II
Iniciación a la Eucaristía

L A A SAMBLEA DEL S EÑOR


DELEGACION DE LITURGIA
“Conviene fomentar el sentido de la comunidad eclesial que se alimenta y expresa
de un modo especial en la celebración comunitaria del domingo…” (Eucaristicum
mysterium nº 46)

INTRODUCCIÓN
1. Podemos partir de la experiencia humana que tenemos de ver a personas que sin
ser cristianos también hacen sus asambleas: de asociaciones, de partidos políticos,
culturales, etc. Pero en comparación la asamblea cristiana tiene siempre su
originalidad.
Vamos a conocer en esta catequesis su originalidad, sin olvidar que dicha originalidad
no desvirtúa ni elimina nada de lo que, humanamente, constituye a un grupo de
personas reunidas.
2. Como experiencia cristiana nos encontramos en los Hechos de los Apóstoles (se
puede leer el capítulo 2) que el día de Pentecostés los discípulos se encuentran
reunidos en el mismo lugar cuando recibieron el Espíritu Santo. Con la predicación de
Pedro una multitud se agrega a los discípulos y se reúnen para orar, participar en la
fracción del pan y ponerlo todo en común.
Desde entonces los cristianos siempre han sido un grupo de gente que se han reunido
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en el nombre de Jesús y han formado una Iglesia, una reunión, un grupo convocado
por la Palabra que anuncia la Buena Nueva de la salvación.
REUNIÓN: a ella se incorpora por el bautismo y recibe la unidad por la Eucaristía.
REUNIÓN: que la ve el mundo, es un signo social de la salvación en Jesucristo.
La asamblea es el signo visible de la Iglesia, Cuerpo de Cristo Resucitado, edificio
espiritual, pueblo de Dios que hace camino. Acordándose de Jesús, los creyentes
reunidos ESPERAN SU VENIDA.

SIGNIFICACIÓN LITÚRGICA
No hay liturgia sin asamblea
- La asamblea es el primer signo de encuentro con Dios.
- El Señor viene a mi por otro creyente que se me une y también por mí va a los
otros.
- El Señor me habla por medio de aquel que habla en su nombre. El Espíritu Santo
reza a través de aquellos que rezan y cantan unidos.
- La mano del Señor nos bendice, cura, perdona y consagra por la mano de los
ministros que actúan en su nombre.

La asamblea es un signo clave (de la verdad de la reunión depende la significación de


todo lo que se hará en la liturgia).
- Una reunión en la fe. Sin ella las palabras y los ritos no tendrían su sentido
verdadero.
- Es una reunión de hermanos solidarios en una misma historia de salvación, para
reconocerse unidos y diferentes, de perdonarse y rezar juntos, y también de participar
en el mismo pan.
- Un grupo orgánico, a imagen del cuerpo que tiene unos miembros, donde uno
solo no lo hace todo, sino que cada uno tiene su propio papel.
- Es una comunidad imperfecta, compuesta de pecadores, no del todo unidos, pero
que hacen camino y se sostienen con la esperanza de la perfecta comunión que ha de
llegar.

CONSECUENCIAS PARA LA ACCIÓN


Hacer asambleas sin acepción de personas:
- en la asamblea no hay privilegios humanos ni exclusivismos.
- no se trata de disimular las diferencias, sino de reconocernos iguales delante de
Dios con nuestras circunstancias humanas.

Respetar los caminos individuales.


Todos son llamados a la santidad, a la plena confesión de la fe, al bautismo y al
banquete del Reino. Todos los que hacen el camino tienen un lugar en la asamblea,
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pero de manera diversa:


- unos buscan a Dios.
- otros han reconocido a Jesucristo y se preparan para recibir el bautismo.
- otros bautizados no saben bien lo que creen.
- otros viven lo mejor que pueden la fe de la Iglesia.
Dicho de otra manera: unos son habituales en la asamblea y se encuentran bien; otros
sólo vienen ocasionalmente y se encuentran incómodos; otros vacilan en entrar y otros
están a punto de salir de la Iglesia.
Unos desean ser acogidos, otros intentan pasar desapercibidos. Unos vienen a misa.
Otros no están dispuestos a profesar toda la fe de la Iglesia o a tomar parte en el
banquete eucarístico.
La asamblea ha de ser hospitalaria con todos, sin atenuar la plena profesión de fe pero
sin imponerla a cada uno.

Hacer asambleas de Iglesia, distintas de la litúrgica:


- asambleas con motivo de la Palabra (catequesis…)
- para organizar su propia vida de caridad…
- para promover la evangelización (movimientos…)

Promover la comunicación:
La fe refuerza la necesidad de respetar las leyes de la comunicación (animación litúrgica
o canto, lectura en público, micros, altavoces, iluminación).

Cuestionario para la evaluación de tu asamblea

1. Cuando se entra en tu asamblea, ¿la imagen que da es decisiva para la


participación y para la posibilidad de comunión? ¿por qué sí? ¿por qué no?

2. ¿Qué características tiene la asamblea en la que participamos habitualmente?

3. ¿Se distinguen en tu asamblea las diversas funciones de cada uno de los distintos
ministerios? ¿Cuáles más y mejor, cuáles menos y peor?
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C atequesis litúrgica III


Iniciación a la Eucaristía

E L A LTAR EN LA C ELEBRACIÓN DE LA M ISA


“El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos
sacramentales, es, además, la mesa del Señor, para cuya participación es convocado
en la Misa el pueblo de Dios; es también el centro de la acción de gracias que se
realiza en la Eucaristía.” (Ordenación General del Misal Romano, nº 259-296)

INTRODUCCION
1. Es importante aclarar la idea que del altar tienen los ministros de la Eucaristía.
Esta idea puede ayudar mucho a la asamblea en una celebración para percibir la
presencia del sacrificio de Cristo en el memorial que el nos ha dejado.
En esta catequesis vamos a intentar darnos cuenta de lo que es la esencia del altar
cristiano y su importancia, eliminando significados ajenos al sentido cristiano del
mismo.
2. Una de las acusaciones que llegar a los primeros cristianos es de ateismo por no
tener altar.
Y es que conviene tener en cuenta que el altar de la liturgia cristiana no es heredero de
los altares paganos ni del altar del templo de Jerusalén.
“Cristo ha revelado el sentido del culto de la Antigua Alianza y ha puesto fin a los ritos
del templo. Ha inaugurado el culto de la Nueva Alianza. Él es la víctima, el Sacerdote
y el Altar de su propio sacrificio” (Del ritual de la dedicación de un altar).
3. Jesucristo instituyó la Eucaristía durante una comida religiosa y nos pidió
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celebrar esa misma comida como memorial de su sacrificio.


La idea de sacrificio es la que ha traído el nombre del altar para la mesa sobre la que
tomamos la comida-memorial del sacrificio de Cristo, pero esta mesa va determinada
por su función para la comida. Aquí hay un giro o cambio de valores:
- los sacrificio antiguos se santificaban por su contacto con el altar;
- en la celebración eucarística, el Cuerpo y la Sangre de Cristo es el que da una
dignidad particular a los objetos que entran en contacto con las especies sacramentales.

SIGNIFICACIÓN LITÚRGICA
1. A lo largo de la historia de la liturgia, el altar ha experimentado cambios y
deformaciones. Las nuevas normas litúrgicas sobre el altar tienen como objetivo el que
entendamos lo esencial del mismo. Así pues, se puede decir que por su misma
naturaleza el altar cristiano es:
- la MESA en torno a la cual se reúnen los cristianos para dar gracias a Dios y
alimentarse del Cuerpo y la Sangre de Cristo;

- un ALTAR especial en el que se perpetúa el sacrificio de la cruz a través de los


siglos hasta la vuelta de Cristo.
“El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía,
representa los dos aspectos de un mismo misterio: el Altar del sacrificio y la Mesa del
Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo,
presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por
nuestra reconciliación y como alimento que se nos da” (CEC 1383). Por eso el altar es
único, como símbolo de Cristo, nuestro único sacerdote y víctima.
De todo esto resulta que:
- la materia del altar se puede escoger libremente (ya no es necesario colocar un
“ara consagrada” encima de un altar de madera);
- tampoco es necesaria la consagración del altar; no ha de estar forzosamente fijo;
- las reliquias se podrían poner en el caso de que su autenticidad y dimensiones le
den una significación perceptible;
- la cruz y las velas ya no han de estar necesariamente encima del altar. En las
normas hay, sin embargo, una indicación categórica: la disposición del altar ha de
permitir que se pueda celebrar de cara a los fieles.
2. Para que una mesa sirva de altar es necesario que pueda contener fácilmente lo
que se necesita para el banquete eucarístico:
- primeramente, el pan y el vino con las bandejas y vasos necesarios y, como se
trata de un banquete ritual, el libro de la plegaria;
- secundariamente las velas y los posibles adornos.
Eso es coesencial. Por lo que respecta a la cruz y a las dimensiones y arquitectura del
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altar, son cosas a precisar en función de los lugares y, sobre todo, de la asamblea que
celebra.
3. En un altar para un grupo pequeño, si se quiere que los participantes se
encuentren entre ellos con una relación natural, hay que hacer posible que se puedan
colocar en torno al altar, como un grupo de personas que se acomodan en torno a una
mesa para comer.
Por su forma y dimensión el altar se asemejará a una mesa corriente. Esa será digna si
los manteles están limpios, si las velas son adecuadas, si hay algunas flores, etc.
4. En el caso más habitual de un altar para una iglesia grande o mediana, este ha de
atraer de manera natural la atención de toda la asamblea. Es muy importante saber
elegir el lugar para su colocación.
La asamblea ha de ser consciente de que todos sus miembros, aunque sean muchos,
participan en un mismo banquete servido en una sola mesa.

ALGUNAS INDICACIONES PRÁCTICAS


1. En cuanto a las características del altar.

- Ha de ser de una altura acomodada a la talla humana media. No debe ser alto, si
se quiere que los ministros hagan todos los gestos con facilidad.
- Para que todo se pueda colocar, incluido el misal, de manera adecuada debe tener
suficiente amplitud.
- La longitud estará determinada por las características del lugar. En una iglesia
grande un altar demasiado pequeño resultaría mezquino. Y demasiado grande
quitaría margen a los lugares debidos a la Palabra y a la Presidencia.
- Es importante la calidad de la tela que cubra la mesa del altar. Podría cambiar
según el color de los vestidos litúrgicos. Pero siempre habrá sobre el altar al menos un
mantel por respeto al memorial del Señor y al banquete en el que se presentan el
Cuerpo y la Sangre de Cristo.
- Cerca del altar habrá una cruz, visible a la asamblea, para manifestar la relación
existente entre el sacrificio de Jesús y la Eucaristía celebrada.

2. En cuanto al rito de la comunión.


La celebración eucarística tiene su plenitud en la comunión. El lugar en el que el pueblo
de Dios recibe como alimento el sacramento del Cuerpo de Cristo, alimento pascual,
tiene también sus exigencias en cuanto a la dignidad.
Este lugar debería situarse en torno al altar o muy próximo al mismo. Sin embargo en
las asambleas eucarísticas numerosas, para evitar un tiempo excesivamente largo,
conviene prever diversos puntos para distribuir la Eucaristía, con tal de que siempre
se pueda acceder y volver fácilmente, en una procesión ordenada y jubilosa,
respetuosa para con el Señor y para con los hermanos.
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La reserva eucarística deberá ser fácilmente accesible a los que han distribuido la
comunión.

Cuestionario para tu reflexión

1ª ¿Se nota en tu iglesia que el altar es el centro hacia el que confluye la atención de
toda la asamblea reunida: por su visibilidad, limpieza, iluminación, flores, etc.?

2ª ¿Se nota que se le valora, tanto por lo que significa (mesa del Señor y símbolo de
Cristo), como por lo que se hace en él (solo la plegaria eucarística y la fracción del
pan).

3ª ¿Se respeta y venera el altar fuera de la celebración eucarística?

4ª En tu asamblea, ¿tenéis bien organizados y fáciles los movimientos en orden a la


comunión?
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Comenzamos nuestra reflexión sobre el canto en la liturgia desmitificando aquello de que para cantar
hay que ser músico, tener buen oído o tener buena voz. Nada más lejos de la realidad en el contexto
de la liturgia cristiana. No se buscan buenas voces, ni cantantes o músicos
profesionales, se buscan asambleas que oren a Dios con himnos y cánticos inspirados… Con
frecuencia nuestras comunidades se excusan diciendo “yo no sé cantar”, “no tengo buena voz”. Sin
embargo, en realidad lo que están diciendo es: “no me molestes”, “déjame asistir como espectador
pasivo a la liturgia”. Pues bien, esa no es la asamblea que se reúne para orar “con una sola voz” al
Señor, sino la asamblea que se reúne para contemplar la representación de los sagrados misterios
como si fueran espectadores ante una obra de teatro o cinematográfica.
Para que desmitifiquemos para siempre esta idea os propongo este pequeño y breve cuento de la
secta de los Jassidim tomado de los “Cuentos de humor, ingenio y sabiduría”, de Armando José
Sequera:
«Regresaba un campesino a la casa con su carreta cuando, de repente, se le salió una rueda. Como
llegó la hora de hacer sus oraciones y aún no había superado el problema, el campesino abandonó la
reparación de la rueda y se dispuso a rezar. Para su sorpresa, descubrió que había dejado olvidado
en su casa el libro de oraciones y, como tenía muy mala memoria, decidió rezar del siguiente modo:
- Señor, como no traje el libro de oraciones, voy a recitar varias veces el alfabeto y tú formas con
mis letras las palabras que más te gusten, de modo que te digas a ti mismo las cosas que quieras,
cosas que yo sería incapaz de decirte pues soy un hombre torpe y necio.
Cuando el campesino concluyó, el Señor dijo a uno de los ángeles que lo acompañaban:
- De todas las oraciones que he escuchado hoy, esta ha sido sin duda la mejor pues ha brotado
de un corazón sencillo y sincero».

UN CANTO NUEVO PARA EL SEÑOR

La reforma litúrgica que impulsó el Concilio Vaticano II supuso un cambio importantísimo en la


praxis reinante hasta entonces de la participación de los laicos en la Iglesia. La Iglesia oraba a Dios
mediante sus ministros en nombre del pueblo, de espaldas a él, que asistía sin
comprender a los ritos litúrgicos. El Concilio devolvió al Pueblo de Dios (laikòs) el protagonismo
como actor de la vida de la Iglesia (no olvidemos que el verdadero protagonismo lo tiene únicamente
Cristo, cabeza del Cuerpo que es la Iglesia). Esto supuso afirmar categóricamente que todos los
bautizados, por el simple hecho de ser bautizados, somos responsables de la tarea evangelizadora
que Cristo en- comendó a sus discípulos en Pentecostés. La imagen paulina del Cuerpo místico refleja
muy bien esta dimensión global de las tareas en el seno de la Iglesia: cada miembro tiene una función
encomendada sin la cual el Cuerpo no está completo.
Pues bien, también el canto pasó de ser privilegio de unos pocos a ser la expresión del Pueblo orante
de Dios. Antes del Concilio, la mayor parte del repertorio de cantos que se utilizaban en las
celebraciones eucarísticas se entonaba en latín principalmente por la Scholae Cantorum excluyendo
con frecuencia la participación del Pueblo. Hemos de aclarar que el Concilio nunca prohibió la
participación de las Scholae Cantorum, sino más bien, matizó su importancia y ministerio e impulsó
el uso de la lengua vernácula, de tal manera que efectivamente el Pueblo participara con el canto y
fuera parte integrante de la cele- bración.
Enseguida aparecieron numerosos cantos compuestos en lengua vernácula que impulsaron la partici-
pación del Pueblo en las celebraciones, pero también se cometieron muchos errores que desvirtuaron
(todavía hoy) el verdadero sentido de la celebración litúrgica y del canto litúrgico. En algunos
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momen- tos convertimos nuestras iglesias en salas de concierto en donde en aras de la “modernidad”
todo valía con tal de que hiciera alusión a lo religioso o que fuera “íntimo” (confundiendo lo
espiritual con íntimo) o, simplemente, bonito. Se pueden citar muchos ejemplos de esto aunque como
botón de muestra podríamos recordar el uso abusivo que se hizo de la canción de Simon & Garfunkel
“El sonido del silencio” o de canciones procedentes de obras musicales como “Jesucristo superstar”;
o los cambios que se introducían en el significado de los textos litúrgicos al sustituir partes litúrgicas
de la eucaristía por otros cantos aparentemente similares (el Kyrie de la Misa campesina
nicaragüense, por ejemplo, pide no tanto que nos identifiquemos con Dios, sino que él se identifique
con nosotros: «Cristo, Cristo Jesús, identifícate con nosotros. Señor, Señor, mi Dios, identifícate con
nosotros. Cristo, Cristo Jesús, solidarízate, no con la clase opresora que exprime y devora la
comunidad, sino con el oprimido, con el pueblo mío sediento de paz».).
Cuando el Concilio nos exhorta a participar de la vida de la Iglesia también nos está pidiendo respon-
sabilidad y fidelidad a lo que la tradición llama el “sensus Ecclesiae”. Pablo VI decía que «sin el
sensus Ecclesiae, el canto, en lugar de ayudar a fundir los espíritus en la caridad, puede ser origen
de malestar, de disipación, de deterioro de lo sagrado, cuando no de división en la misma comunidad
de los fieles.» (discurso que el papa Pablo VI dirigió a las religiosas participantes en el Congreso
Litúrgico-musical celebrado en Roma en abril de 1971). Una vez le preguntaron al famoso compositor
y director de or- questa español Cristóbal Halffter que por qué no le gustaban los cantos litúrgicos, a
lo que respondió:
«Porque la Iglesia, consciente o inconscientemente, ha jugado un papel muy importante en la valora-
ción de la vulgaridad. El convertir la iglesia en una discoteca es algo muy serio. O se va a una
discoteca o se va a una iglesia, pero hay que deslindar los campos.».

Para que esto no suceda, y porque las cosas no vienen solas de lo alto, es necesario que dibujemos
correctamente las funciones que cada ministerio tiene en el ámbito de nuestras celebraciones y que
nos ayudemos mutuamente a formarnos de manera que juntos podamos entonar Un canto nuevo
para el Señor (a quien le encomendamos como el campesino que había olvidado su libro de oraciones
que recomponga nuestro alfabeto musical). No hay pastoral litúrgica si no se tiene en cuenta el canto.
Y no hay canto litúrgico si no se forma a la asamblea, al Pueblo de Dios, para que con su canto funda
los espí- ritus en caridad. El coro y el animador del canto litúrgico se convierten así en ministros
evangelizadores y no en adornos de nuestras celebraciones.

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