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Introducción
Los actos discriminatorios implican violencia, aún bajo la forma de actitudes que
aparentan ser inocuas como ciertas bromas o generalizaciones estereotipantes ya que, más
allá del efecto inmediato, el contenido es en definitiva el mismo. Las palabras juegan un rol
significativo en estas acciones ya que significan y anclan las creencias y justificaciones por
las cuales se lleva a cabo una exclusión. En efecto, el lenguaje no es neutro y constituye uno
de los mecanismos más poderosos que existen tanto para ejercer violencia como para
manifestar la diversidad. El lenguaje es el estructurador básico de nuestras categorías de
pensamiento y, por lo tanto, reproduce y también transforma realidades (Báez, 2013).
A raíz de esto, en el presente trabajo nos vemos obligados a tomar conciencia y a no
contribuir a la invisibilización de las identidades que trascienden la binariedad. Por esta razón,
pese a que en la actualidad se han presentado diversas formas de expresión que buscan
responder a esta problemática lingüística, hemos optado por realizar la flexión de género en
“x” en tanto la incomodidad que genera dicha letra en la lectura y pronunciación sirve de
analogía a la incomodidad experientada por aquellxs que no se sienten parcial o totalmente
representadxs por la división binaria hegemónica, distribucionista y prescriptiva de la
gramática castellana (Arata, Ayuso, Báez y Díaz Villa, 2009).
Tradicionalmente, la escuela ha estado marcada en su organización por criterios
selectivos, como consecuencia del enfoque homogeneizador de la enseñanza y la
clasificación del alumnado (Duk, 2005). Dado este esquema de discriminación y de exclusión
de la diversidad, amparado en la supuesta y/o pretendida homogeneidad de lxs alumnxs, la
escuela ha contribuido a profundizar las desigualdades más que a compensarlas, excluyendo
a aquellos que no se adaptan al sistema preestablecido. El reconocimiento y abordaje de la
diversidad no significa reclamar la uniformidad para todos los alumnos, sino por el contrario
supone educar en el respeto, la aceptación y el reconocimiento del enriquecimiento de los
grupos a partir de las peculiaridades de cada individux.
Es el aula el principal espacio en donde se lleva a cabo el proceso de enseñanza-
aprendizaje y, al mismo tiempo, donde se desarrolla la convivencia diaria entre alumnxs y
docentes. Por lo tanto, debe ser concebida como una comunidad organizada en la cual, a
través de la comunicación permanente entre los integrantes, se generen aprendizajes
significativos en todxs y cada uno de lxs estudiantes. Para el cuerpo docente el desafío
constante se plantea a la hora de planificar y ejecutar las actividades de enseñanza y
aprendizaje incluyendo a todxs los alumnxs, considerando sus diferencias individuales y el
aporte que esto significa a la clase. Para superar este desafío es necesario comprender que
la diversidad existe en nuestra sociedad actual y es tarea de todxs quienes formamos la
escuela que podamos incluir esa diversidad de una manera positiva y enriquecedora, tanto
social como académicamente, ampliando y flexibilizando nuestras creencias en torno a los
procesos de enseñanza y aprendizaje. Por lo tanto, de esto depende que un aula sea inclusiva
y que una institución eduque para, en y con la diversidad (Devalle de Rendo y Vega, 2006;
Duk, 2017), identificando las necesidades de todxs los estudiantes y se puede dar respuesta
a ellas. Esto se logra a través de la mayor participación en el aprendizaje, las culturas y las
comunidades y reduciendo la exclusión en la educación.
Esta conceptualización sobre la educación conlleva una reconsideración de la
concepción de las trayectorias escolares. En nuestro trabajo expondremos diversos
testimonios que dan cuenta de las dificultades que tuvieron que sortear las personas
trans/travestis para acceder o continuar con sus estudios en diversas partes del país y
Latinoamérica. Nos encontramos con muchas trayectorias desacopladas de los recorridos
esperados por el sistema. Por lo tanto es necesario que se haga una diferenciación de las
trayectorias teóricas y de las reales. Entendemos a las primeras como a los recorridos de las
personas en el sistema que siguen la progresión lineal prevista por éste en los tiempos
marcados por una periodización estándar. Tres rasgos del sistema educativo son
especialmente relevantes para la estructuración de las trayectorias teóricas: la organización
del sistema por niveles, la gradualidad del currículum, la anualización de los grados de
instrucción (Terigi, 2009). Durante varias décadas se conceptualizaba toda diferencia en la
trayectoria como un desvío y se responsabilizaba del fracaso escolar a lxs estudiantes. La
transformación de la mirada sobre la problemática de la inclusión trae consigo una
preocupación por asegurar que las personas realicen trayectorias escolares continuas y
completas operando sobre las barreras de acceso e inclusión en sus múltiples dimensiones,
entre ellas la de las políticas educativas, acompañadas de las correspondientes
configuraciones de apoyo y no poniendo el centro del problema en los alumnxs. En este
aspecto, los relatos en primera persona tienen una significación especial en estos párrafos.
No deben comprenderse como narrativas individuales ni privadas sino como textos sociales
y políticos en tanto expresan patrones sistemáticos de exclusión y respuestas y formas de
resistencia ante dicha discriminación (Martínez y Vidal-Ortiz, 2018).
El Bachillerato asume el desafío de tomar las trayectorias escolares plasmadas en
tales relatos y resignificarlas, evidenciando en los contextos y saberes previos de sus alumnxs
la posibilidad de generar aprendizajes significativos, transformar la mirada de sí mismxs y de
lxs demás y, desde allí, sus propios proyectos de vida.
El plan de estudios del Mocha Celis: la educación sexual integral como eje transversal
omnipresente
El plan de estudios del Bachillerato Popular Trans Mocha Celis está dispuesto en tres
años con un total de alrededor de diez materias divididas en cuatro áreas: ciencias naturales,
comunicación y lenguaje, ciencias sociales y técnicas como computación, tecnología, oficios
(Scharagrodsky, 2017).
Además, atendiendo a la discontinuidad propia de las trayectorias educativas de esta
población, el bachillerato trabaja junto con el Programa de Alfabetización, Educación Básica
y Trabajo para posibilitar también la terminación de los estudios primarios (Martínez y Vidal-
Ortiz, 2018) en el caso de aquellas personas que tampoco pudieron concluir esta etapa de su
educación formal.
Como hemos referido oportunamente en el marco teórico, entendemos la sexualidad
como una dimensión humana que va más allá del acto sexual, incluyendo el género, las
identidades de sexo y género, orientaciones sexuales, el erotismo, el vínculo emocional, el
amor, la reproducción, etc.; construida en interacción con el medio social y expresada a través
de múltiples manifestaciones (OMS, 2000). Desde esta perspectiva, se constituyen el
Programa Nacional de Educación Sexual Integral (2006) vigente y demás legislación
complementaria. Dado que la identidad de género, temática esencialmente inherente al
colectivo trans/travesti dado su disidencia con el paradigma dualista al que ya hemos referido
anteriormente, integra uno de los aspectos de la sexualidad humana, el Bachillerato Popular
Trans Mocha Celis resulta un ejemplo a seguir en la aplicación del mencionado programa en
tanto la educación sexual aparece en el currículum como un eje transversal que
verdaderamente se aborda desde todas las materias, con especial énfasis en las
problemáticas y características pertinentes al grupo poblacional al que está destinado
fundacionalmente la institución.
A raíz de una entrevista al profesor de Salud Sexual y Reproductiva realizada por Díaz
(2016), es posible reconocer las formas didácticas y curriculares que adquiere el abordaje de
la educación sexual integral, pese a que se trate ésta de una asignatura principalmente
destinada a esta área, buscando diferenciarse del común de las escuelas tomando distancia
del punto de vista exclusivamente preventivo y biológico.
A partir de la comprensión de la responsabilidad como estatal y comunitaria, la salud
se piensa como un derecho. Entre algunas experiencias, se menciona la visita de una médica
del Hospital Ramos Mejía al establecimiento a fin de despejar dudas médicas, pero también
sobre el conocimiento mismo de los hospitales, la existencia del test rápido, confidencial y
gratuito de VIH y el consecuente acompañamiento interdisciplinario desde los equipos de
enfermerxs y psicologxs en caso de resultado positivo (íd.). Esto también se traslada a
dificultades tales como el acceso a la salud bucal, muy problemático dentro de esta
comunidad. Además, durante las clases, no solo se trabaja desde la prevención sino sobre la
vivencia misma de las personas seropositivas y otras enfermedades de transmisión sexual,
puesto que se trata de una realidad común dentro del colectivo trans/travesti.
Otro eje incorpora el tratamiento de la autoestima y la imagen corporal, las formas de
disponerse frente a la discriminación no solo frente a la identidad de género sino también
respecto a otras dimensiones personales sin caer en la jerarquización y la estigmatización de
la cuestión genérica. En este sentido, se discuten estereotipos tales como ser madre, la
hiperfeminidad, la masculinidad, etc. en la construcción de la propia identidad y hacerse de
herramientas para ello (íd.).
Ya analizando una asignatura más amplia en cuanto al recorte epistemológico como
lo es la Biología, en lo que al cuerpo humano respecta se estudia el sistema genital como tal,
sin hacer la diferenciación clínica tradicional en masculino y femenino (íd.), tomando una
postura superadora y consciente de que los cuerpos también se tratan de construcciones con
múltiples dimensiones. El derecho a la salud, de los pacientes, a la información, a un trato
digno y el flagelo de la discriminación también aparecen en el currículum, así como las
instituciones y espacios de referencia. El aborto también es una temática debatida en las
clases de esta materia en vinculación a asuntos extensivos a otros ámbitos como la toma de
decisiones autónomas y el acceso a ciertas tecnologías médicas como pueden ser los
tratamientos hormonales y cirugías de reasignación. La prostitución también es referida sin
tomar posición, desde la tensión entre las violencias y el trabajo, entre la decisión autónoma
y la explotación, mentándola desde los marcos normativos existentes y posibles, tratando de
desentrañar los aparatos sociales que sostienen la trata y la violencia dentro del trabajo
sexual. La autohormonización y la hormonización médicamente supervisada también
merecen su reflexión en tanto imagen corporal, riesgos y beneficios (íd.).
Política, ciudadanía y derechos humanos, otro de los espacios curriculares, también
incluye algunos de los contenidos referidos pero predomina una perspectiva y un desarrollo
más legal como, por ejemplo, los derechos emanados a raíz de las leyes de Identidad de
Género, Matrimonio Igualitario, entre otras. Se reconoce el carácter no patologizante de la
normativa y se contrastan las propias vivencias de lxs estudiantes y docentes, dado que –en
palabras de uno de ellos– “no somos docentes sin cuerpo; tenemos cuerpo, tenemos
sexualidad, tenemos sentimientos, tenemos deseos esto está, está constantemente en todas
las unidades, en todas las clases” (íd.), cuestionando las categorías de enfermedad, locura,
normalidad, entre otras.
La relación con el exterior en todas las asignaturas existe y aparece en vinculación
con universidades, redes de cooperativismo, organizaciones, marchas y encuentros,
espacios de gobierno, museos, etc. Así, el vínculo generalmente roto con las familias se
reconvierte en conexión con la comunidad y aquellas instituciones contenedoras para con el
colectivo trans/travesti (íd.).
Por su parte, como parte de Metodología de la investigación, años atrás se
propusieron la producción del documental “Mocha: nuestra lucha, su vida, mi derecho” de
reciente estreno y difusión (Gómez, 2019). En este tipo de proyectos, tal como en la edición
del libro La revolución de las mariposas, la comunidad educativa comprende una
transformación “de objeto a sujeto” según su propio relato (UNLP, s/f) a partir de la
construcción de su propia narrativa de sí mismos. Al respecto, cabe añadir un dato que nos
conmocionó durante el relevamiento de este trabajo y da cuenta de la complejidad de las
trayectorias y las vivencias de lxs trans/travestis que excede lo educativo y penetra en las
raíces de la cultura social cobrando la forma de lo que algunos pensadores denominan
travesticidio social (Alcaraz, 2018): murieron más de tres personas que habían pasado por el
Bachillerato y aparecen en el documental, víctimas de violencia institucional en manos de la
policía o de enfermedades sin tratamiento adecuado por las dificultades de acceso a la salud
pública. Ninguna de ellas pudo ver concluido y estrenado el largometraje, incluso su propia
protagonista, quien interpretaba el personaje de Mocha Celis.
Además de las materias comunes a otras instancias de educación media de adultos,
quienes egresan lo hacen con el título de Bachiller Peritx Auxiliar en Desarrollo de las
Comunidades (Scharagrodsky, 2017). Esto implica que posean ciertas asignaturas
diferenciales tales como Identidad Trans, Arte y Cuerpo, Memoria Trans, Construcción del
Conocimiento, Cooperativismo, y Técnicas de Trabajo Intelectual (González, 2013; Martínez
y Vidal-Ortiz, 2018).
Recapitulando, en el Bachillerato Popular Trans Mocha Celis se trabaja desde una
óptica no binaria la visibilización de identidades trans masculinas, la intersexualidad y las
operaciones de normalización; una visión social o sociocultural de las infecciones de
transmisión sexual y de las vivencias saludables; herramientas para enfrentar la
discriminación y las dificultades de acceso a la salud; la imagen corporal y el bienestar
personal; la temática del aborto; las Leyes de Identidad de Género y Matrimonio Igualitario;
el concepto de despatologización; la prostitución y la trata de personas sin prejuzgar o
estigmatizar; la discriminación intrafamiliar y la inserción en la comunidad; todos estos
contenidos y otros en búsqueda de aportar más libertad y autonomía a las personas trans
(Díaz, A.; Grotz, E.; González, M. C. y Plaza, M. V., 2016). Incluso lxs mismxs educadores,
consiguen identificar los discursos y prácticas que se han construido en torno al amor burgués
y, a raíz de hecho, poder comprender, resignificar y vivenciar de otra manera situaciones
como la de este testimonio que hemos recogido: “yo no encajaba a la hora de elegir pareja”.
Se trata de redescubrir otros sentidos y significados sobre el amor, el deseo y el placer más
allá del tradicional patrón de romance heterosexual (Scharagrodsky, 2017).
“Y de pronto decidí terminar mi bachiller puesto que mis hijos, mis nietos y todos ellos,
o sea, son gente profesional y yo no había terminado porque bueno, tenía que criar mi
familia. Decidí hacer mi secundario acá, en esta escuela, que me tratan muy muy bien.
Son muy simpáticos, gente que se preocupa. ¿En qué bachiller la van a llamar por
teléfono: qué te pasa, hace dos días que no venís? Siento mucha mucha ternura por
la gente que es rechazada absolutamente por el mundo, por la sociedad. Esta Bachi,
amén de llamarse como se llama, tendría que llamarse escuela ternura”
“Mocha no sabía leer ni escribir. Cuando la llevaban detenida, ella le pedía a sus
compañeras que les leyera. [...] Durante alguna de las detenciones otra compañera dijo en el
calabozo: Aprovechemos que estamos acá adentro y enseñale a Mocha. Pero hacelo de
manera que ella no se sienta mal, que no se sienta menos” (Alcaraz, 2018).
La referida memoria de Lohana Berkins sobre su compañera Mocha Celis condiciona
inevitablemente al estilo pedagógico y didáctico del bachillerato. Las aulas de esta escuela
deben necesariamente ser inclusivas para ser capaces de responder a las trayectorias que
hemos caracterizado en párrafos previos y, como se demostrará a continuación, lo logran con
éxito.
En un aula inclusiva todxs pueden aprender y son miembrxs del aula con iguales
derechos. Las diferencias se valoran como una buena oportunidad para la mejora y el
enriquecimiento de los procesos de enseñanza y aprendizaje. En este sentido, generar un
clima áulico adecuado es indispensable. La preocupación por acoger e incluir a todxs se
refleja en la atmósfera social en el aula, sirviendo como ejemplo. El clima emocional del aula
tiene una gran influencia no sólo en el bienestar de los alumnos, sino también en los logros
de aprendizaje y esto también hace a un aula inclusiva. El consenso y la delimitación de las
normas de convivencia y los derechos de cada miembro intencionalmente comunicados son,
en este sentido, indispensables para mantener el clima (Duk, 2017).
Propio de los bachilleratos populares en tanto resistencia a los formatos y
distribuciones del poder en la escuela tradicional, existe una relación horizontal, dialógica y
de aprendizaje bilateral entre educador y educando. En este diálogo, se forman como
ciudadanxs activxs y críticxs del sistema que los excluyó. Las aulas inclusivas del Bachillerato
Popular Trans Mocha Celis no solo abren sus puertas a la diversidad sin condicionamientos,
sino que parten de las realidades, experiencias e intereses de lxs estudiantes, pensadxs como
protagonistas de la historia, capaces de construir colectivamente, junto a las organizaciones
sociales, los cambios que nos lleven a una nueva sociedad justa e igualitaria. Lx docente, en
este sentido, se reconoce como intelectual transformadorx (González, 2013).
Con este objetivo, para los fundadores del bachillerato resultaba fundamental que el
equipo docente estuviese conformado por profesorxs trans. En un debate en el que tuvimos
oportunidad de participar, sus directivxs narran que “debieron salir a buscarlxs” (Spinetta,
2015). Esta frase sintetiza, probablemente, un enorme proceso de comunicación entre
distintxs referentes y activistas para llegar a esxs profesionales trans que, en numerosos
casos, pese a sus estudios superiores, encontraron su primera relación laboral formal en
relación de dependencia en esta experiencia docente que asumieron con empatía y
compromiso.
Claudia Ayala, estudiante del Mocha Celis, afirma: “para mí, de grande, decir ‘profesor,
profesor’ y sentir que realmente son mis profesores es gratificante” (Martínez y Vidal-Ortiz,
2018). Este relato, común al de otrxs alumnxs, sirve como prueba que en esta institución la
autoridad y el lugar de lx docente no viene impuesto, sino que se construye en la relación con
lxs estudiantes, en el diálogo mencionado anteriormente y, en ese vínculo, se posibilita el
proceso de enseñanza-aprendizaje.
Las clases se dan mediante la modalidad de pareja pedagógica o incluso, tríadas.
Esto resulta necesario para poder prestar mayor atención a cada estudiante, educar desde la
interdisciplinariedad y atender a la construcción de los saberes desde la singularidad de cada
unx desde su trayectoria.
La disposición de los bancos y del espacio áulico ha cambiado a partir del
reconocimiento estatal, acompañado de la refacción edilicia y del equipamiento que con él
llegó. En un inicio, una gran mesa redonda, un rotafolio y marcadores era todo de lo que
disponía la comunidad educativa en su día a día. Pese a ello, el compromiso por la escucha
y la libertad de la palabra entre todxs los actores educativos permanecen y continúan
asegurando, a través de las mencionadas estrategias, la convivencia en un clima áulico que
posibilita una educación inclusiva.
De los testimonios recogidos por autores tales como Scharagrodsky (2017), es posible
comprender que lxs estudiantes del Bachillerato Mocha Celis no lo ven únicamente como una
institución educativa. Allí aprenden saberes, procedimientos y contenidos “significativos y
útiles” (Taira, alumna trans) en un contexto que perciben como un lugar amigable, de respeto
y cuidado mutuo, como un segundo hogar. Es decir que, favorecido por el clima áulico e
institucional de contención, esta escuela consigue aprendizajes significativos en sus alumnxs.
Para Duk (2017), este tipo de aprendizaje se caracteriza por conseguir en lxs educandxs “una
representación interna y personal de los contenidos escolares, estableciendo relaciones
sustantivas entre el nuevo contenido de aprendizaje y lo que ya se sabe, [...] [modificando]
los conocimientos y esquemas previos, y [creando] una nueva representación o
conceptualización”.
Efectivamente, desde esta idea podemos reconocer que la formación brindada por
este bachillerato popular, al igual que apuntan otras instituciones de esta clase, no se limitan
a llevar adelante un proceso de acumulación de conocimientos sino que la adquisición de
conceptos va de la mano con la adquisición de procedimientos y de saberes contextuales
orientados a su uso adecuado en las situaciones de la vida cotidiana y laboral que se
construyen desde los saberes previos entendidos como una “serie de concepciones sobre el
mundo físico y social que les sirven de base en la apropiación de nuevos conocimientos que
están establecidos en el currículum escolar” (íd.).
Como hemos referido oportunamente, los efectos de la escuela en las personas y el
tránsito que cada unx hace por ella deja una marca indeleble en el desarrollo de la
personalidad, la identidad, formas de pensar, sentir y hacer. La posibilidad de retomar sus
estudios secundarios y, especialmente, poder completarlos después de una trayectoria
escolar tan fragmentada y expulsiva durante su infancia significa para sus protagonistas una
profunda reconfiguración de la mirada de sí mismxs y de lxs otrxs, de sus expectativas de
futuro, así como la apertura a la imaginación y la motivación a nuevos proyectos que suponen
formas de vida y acceso a instituciones y estatus sociales antes vistos como imposibles en
tanto la violencia simbólica de la sociedad lxs relega al mundo del trabajo sexual y la pobreza
estructural. Evidencia de esto es el relato de la primera abanderada en el acto inaugural luego
del reconocimiento oficial: “jamás pensé que iba a llevar una bandera siendo trans o que iba
a terminar el secundario” (Scharagrodsky, 2017), el cual permite apreciar el contraste del
antes y el después a partir de otro testimonio una docente que narra: “una de las chicas me
dijo una vez que estudiaba poco para no ser abanderada, porque no quería que llegara el
momento de que la obligaran a ponerse su ropa de varón” (Abramowski, 2014). De no querer
ser abanderadx o verlo como un suceso inalcanzable a hacerse realidad que se traduce en
la reinauguración de un espacio para soñar y poner expectativas en un futuro que hasta
entonces parecía inexistente.
Otra prueba de este cambio bisagra que trasciende lo educativo para alcanzar todos
los ámbitos de la vida de una persona es la transformación que la educación en, para y con
la diversidad genera frente a la violencia que, lejos de estar ausente, lamentablemente
muchas veces es reproducida por sus víctimas que se convierten en victimarixs. Como se ha
expuesto, la pluralidad dentro de la comunidad trans/travesti es muy amplia y más aún si
contemplamos a todo el espectro LGBTQIA+ (lesbianas, gays, bisexuales, travestis,
transgénero y transexuales, queer, intersexuales, asexuales y otrxs expresiones de la
sexualidad) y contrario a lo erróneamente esperado, la discriminación existe entre lxs propixs
integrantes dentro de lo que se supone una comunidad. Claudia Ayala, estudiante trans,
reconoce: “antes yo agredía mucho, peleaba mucho, puteaba mucho y en el bachi no, aunque
todos seamos distintos: algunas somos grandotas, pendejas, menores, gais, chicos trans,
chicas trans, y, para mí, todos son iguales. Hoy en día a los chicos trans los veo como chicos.
Antes no, antes me daba impresión verlos, o ver un gay, o una mariquita, a mí me molestaba.
El bachi me cambió esa manera de pensar. Entiendo que somos todos distintos. Yo empecé
como una mariquita, como un gay, ¿cómo voy a discriminar?” (Martínez y Vidal-Ortiz, 2018).
Se aprecia una concienciación que pone freno a la reproducción autómata de los prejuicios y
generalizaciones sufridas manifestados en la repulsión y la agresión hacia otrxs, pero no se
limita a una tolerancia en tanto se integra al otrx pero se sigue viéndolo como una diferencia
amenazante. Hay un verdadero cambio en la mirada de sí misma y, desde allí, de su mirada
de lxs demás que se traduce en una reconversión de su forma de relacionarse. Se reconoce
la heterogeneidad como propia de los grupos humanos y, en ella, la riqueza de la diversidad
en los vínculos y en la construcción del conocimiento (Devalle Rendo y Vega, 2006). Flores,
otra alumna, suma: “aprendí muchas cosas, porque la Mocha te enseña que la ley de la calle
no es la única, que podés ser más educada, más comunicativa; yo no voy a pasar vergüenza
si te burlás de mí, la vas a pasar vos” (UNLP, s/f), dando cuenta del reconocimiento de sí
misma a partir del paso por esta experiencia educativa.
No sólo los contenidos curriculares, su abordaje y el clima áulico contribuyen a esta
transformación, sino que el hecho de que lxs docentes pertenezcan a la identidad
trans/travesti sirve a modo de espejo para lxs estudiantes que, viéndose reflejadxs en ellxs,
se dan cuenta de que otra vida es posible y se habilita la posibilidad de contemplar una carrera
profesional u oficio afín a sus vocaciones en sus propios imaginarios. En palabras de una de
las educadoras: “las alumnas trans se ven reflejadas en mi, dicen ‘si ella puede ser docente,
yo también puedo’”; y lxs estudiantes en boca de Belén Salas lo confirman: “me gustaría que
más chicas trans conocieran esto. Todavía hay muchas que están aferradas a la prostitución
porque no saben que se puede. Al llegar aquí, a la Mocha, uno se da cuenta que se puede.
¡Aquí hay chicas trans que son profesoras hoy en día! Yo acá me di cuenta que se puede, sí
se puede. La única opción laboral para nosotras hoy no es la prostitución, y me gustaría que
más chicas trans supieran eso, supieran que sí se puede” (Martínez y Vidal-Ortiz, 2018).
Incluso, la activista y docente Marlene Wayar aporta desde su testimonio detalles sobre la
construcción de esta transformación: “cuando nos encerramos por la inseguridad, ahí
empiezan a crecer las inseguridades. En el encuentro se van los miedos y se empieza a
potenciar el conocimiento, conocer a la otra, al otro, y tenerlo cercano, no tener miedo” (Di
Biase, 2013).
Así es como el Mocha Celis se convierte en un espacio de encuentro que se enriquece
con la diversidad y sobre los cimientos de ella construye un proceso dialógico de enseñanza-
aprendizaje que opera sobre las representaciones de las personas, resignificándolas y
aportando nuevas perspectivas más inclusivas. La docente Maryanne Lettieri recuerda: “una
vez un estudiante, que era una persona que venía de la villa, me dijo: ‘jamás me iba a imaginar
que un villero pueda estar hablando con una trava’” (Martínez y Vidal-Ortiz, 2018). Los
prejuicios producto del desconocimiento mutuo habían llevado a una distancia entre personas
al punto de imaginarse que nunca podrían llegar a entablar una conversación ya que
presuntamente nada tenían en común, no era posible relacionarse con una persona leída a
través de su aspecto que la convertía en diferente y, como tal, en amenaza. Conocerse en la
amplitud de la heterogeneidad humana es también comprender la existencia del otrx y
resignificarlo en un “nosotrxs” que incluya a todxs en una verdadera celebración de la
diversidad y este encuentro llevado a gran escala pasa de ser la conversión de la vida de una
persona trans a cambiar la vida de una sociedad entera, parafraseando a Lohana Berkins en
Gómez (2019).
Conclusión
“Para mí, ser parte de la Mocha fue ir a buscar a ese niño, o a esa niña, que dejé lejos, cuando
era chica, en mi Tucumán querido y nunca más pude volver. Volver a estudiar, significó ir a
buscar esa arma, esa herramienta que me va a hacer sobrevivir y generar las oportunidades
para mí y para mi colectivo. Mocha Celis para mí es una casa, es nuestro lugar en el mundo,
es recuperar esa etapa perdida de no haber podido ir al secundario, Mocha Celis para mí es
un lugar donde se está formando el ejército, el cuartel de las mariposas, pero también es
donde salen los empoderamientos”.
Como se detalló a lo largo este trabajo, la experiencia de una educación formal, desde
la primaria y la secundaria hasta los estudios universitarios, es un derecho fundamental y
necesario para cambiar las condiciones estructurales que históricamente y al presente viven
las personas trans/travestis.
El Bachillerato Popular Trans se concibe como un espacio de lucha, de rebeldía y de
militancia para que la diversidad sexual y genérica sea visibilizada y, así, manifestar la
vulnerabilidad de la que es parte. Desde allí, no solo se milita por la obtención de este derecho
fundamental, sino que se discute la calidad del derecho y el alcance del mismo, ya que debe
ser para todxs.
Es fundamental dejar explicitado que el Mocha es un espacio gratuito que, si bien se
centra en las necesidades y experiencias de esta población para redefinir su proyecto
educativo institucional y su praxis, no es exclusivo ni excluyente. Por el contrario, es ante todo
un espacio incluyente y generador de encuentros, donde confluyen diversas personas que
salieron del “cauce” en sus trayectorias formales de enseñanza.
Hoy, frente al reclamo de lxs docentes y gran parte de la sociedad por una real
implementación de la educación sexual integral en las escuelas de todo el país y la lucha por
la reforma de aquellos vacíos de los que ciertas instituciones se aferran para no hacerlo desde
posiciones y decisiones arbitrarias en la educación de niñxs y adolescentes, es necesario que
nos planteemos cómo podrían influir estos cambios en las trayectorias de aquellas personas
vulnerables por su condición sexual de ser excluidas del sistema educativo.
Desde que se promulgó en 2006, el Programa Nacional de Educación Sexual Integral
planteó como objetivo atravesar todos los años del desarrollo escolar a través de cada una
de las asignaturas, trascendiendo el discurso biologicista y preventivo. Más allá de eso, se
trata de formar a niñxs con perspectiva de género, capaces de respetar y valorar la riqueza
de la diversidad; una escuela habilitada para velar por los derechos y facilitad herramientas
para la libre constitución de las identidades, reconociendo signos de violencia y discriminación
con su consecuente y apropiado abordaje.
La perspectiva de género es y debería ser uno de los ejes fundamentales de la
educación sexual integral en todas las escuelas de nuestro país y es de vital de importancia
para terminar con este y otro tipo de discriminaciones ya que constituye un modo de mirar la
realidad y, en ella, también las relaciones entre varones, las mujeres y aquellas expresiones
y vivencias que exceden la binariedad. Su visibilización y sensibilización es el primer paso
para la erradicación de situaciones de vulneración de derechos como la violencia de género
u otro tipo de desigualdades sociales.
La población trans/travesti ha sobrevivido e incluso hoy transita la escuela bajo la
incomodidad del acoso escolar de algunos compañerxs de clase, el rechazo del acceso baños
que se condigan con su identidad de género autopercibida o la exclusión que puede significar
para las personas no binarias su división dual, e incluso comentarios inapropiados y violentos
por parte de docentes, entre otras experiencias expulsivas. Por lo tanto, es necesario
extremar los esfuerzos dentro y fuera del aula para generar un cambio que trascienda las
paredes de la escuela y deje de disciplinar los cuerpos y reproducir los estereotipos binarios
de género que tanto daño han y continúan causando configurando normativa y
prescriptivamente las formas de sentir, pensar y hacer de las personas. En este sentido, la
experiencia del Mocha Celis se presenta como un ejemplo y modelo a imitar tanto desde lo
institucional como desde el trabajo didáctico dentro del aula, en la construcción de los saberes
junto con lxs alumnxs.
Con la esperanza puesta en la expansión y la verdadera aplicación de la educación
sexual integral desde el nivel inicial, nos aventuramos a creer que el Bachillerato Mocha Celis
cobraría una nueva significación, pudiendo abrir sus puertas y su oferta educativa ya no como
una respuesta a la emergencia que se produce frente a la exclusión y las trayectorias fuera
de cauce del colectivo trans/travesti, sino como un espacio para continuar con la enseñanza
con una orientación particular, como tantos otros.
Para concluir, reforzamos la importancia trascendental de que se lleven a cabo y se
difundan proyectos como éste que se esfuerzan por reinventar la educación para que las
personas trans/travestis puedan estudiar sin violencia física, sexual, simbólica, epistémica o
de la clase que fuere ya que esto implica un replanteamiento profundo de las prácticas y
principios de la gran mayoría de los sistemas educativos oficiales.
Bibliografía