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POSTIVISMO

I. Carta de Ranke a su hijo Oto

“Mi querido Oto:


(...) Mucho me ha alegrado la cordial acogida que has dispensado a la
Correspondencia1. Para apreciar este libro, hace falta una comprensión interior que sólo
da el sentimiento. Puedes estar seguro de que no lo habría escrito si hubiese querido
halagar a la opinión pública o cosechar su aplauso. Pero no era eso lo que me proponía.
La ciencia y la exposición históricas son una misión que sólo puede compararse con la
del sacerdote, por muy terrenales que sean los temas sobre los que verse. Las corrientes
del día se esfuerzan siempre en imponerse al pasado y en interpretarlo con su propio
sentido. La misión del historiador consiste en comprender y hacer que los demás
comprendan el sentido de cada época por la época misma. Tiene que esforzarse, por
mucho trabajo que le cueste, en captar con toda imparcialidad el objeto mismo de sus
investigaciones y nada más. Sobre todo flota el orden divino de las cosas, muy difícil
por cierto de demostrar, pero que siempre se puede intuir. Dentro de ese orden divino,
idéntico a la sucesión de los tiempos, ocupan su puesto los individuos importantes; así
es como tiene que concebirlos el historiador. El método histórico, que sólo busca lo
auténtico y verdadero, entra así en contacto directo con los más altos problemas del
género humano.
Veo que piensas hacer un viaje cuando las cosas se arreglen, pero, ¿a dónde? No
sé si realmente sentirás un impulso irresistible de visitar Inglaterra. De no ser así, te
aconsejaría que fuese a conocer los Santos Lugares de Oriente. En los primeros años de
casados tuvimos tu madre y yo la idea de hacer este viaje, que probablemente habríamos
llegado a realizar si tu madre no se hubiese visto entorpecida por los hijos y por su mala
salud. Abrigaba yo entonces la intención de escribir una vida de Jesús con su color
local, como el que tanto lugar ocupa en la de Renán, pero en otro sentido; no sin su poco
de fantasía, esa fantasía que se esfuerza en captar lo inverosímil como verdad poético-
religiosa. No es que te aconseje que tú acometas esa empresa, la cual probablemente no
habría sido yo capaz de realizar, pues mi misión no era, indudablemente, de ese mundo.
Pero ese viaje te produciría, de seguro, una gran satisfacción y daría una especie de
fondo local a tus sentimientos religiosos2; te ayudaría a comprender aún mejor el
Evangelio. De regreso, pasarías algún tiempo a mi lado, para ir después a donde la
Providencia divina te llame. La fe en la Providencia es la suma y compendio de toda fe,
y yo creo inconmoviblemente en ella...”

1 Correspondencia de Federico Guillermo IV con Bunsen.


2 Oto Ranke era sacerdote y, en el momento de recibir la carta, acompañaba a las tropas alemanas de
ocupación en Francia.
II. FUSTEL DE COULANGES, La ciudad antigua. La ciudad antigua: estudio
sobre el culto, el derecho y las instituciones de Grecia y Roma, 1864.

Introducción: “Nos esforzamos, sobre todo, en poner de manifiesto las


diferencias radicales y esenciales que distinguen perdurablemente a estos pueblos
antiguos de las sociedades modernas. Nuestro sistema de educación, que nos hace vivir
desde la infancia entre griegos y romanos, nos habitúa a compararlos sin cesar con
nosotros, a juzgar su historia según la nuestra y a explicar sus revoluciones por las
nuestras. Lo que de ellos tenemos y lo que nos han legado, nos hace creer que nos
parecemos; nos cuesta trabajo considerarlos como pueblos extranjeros; casi siempre nos
vemos reflejados en ellos. De esto proceden muchos errores. No dejamos de engañarnos
sobre estos antiguos pueblos cuando los consideramos al través de las opiniones y
acontecimientos de nuestro tiempo. Y los errores en esta materia no carecen de peligro.
La idea que se han forjado de Grecia y Roma ha perturbado frecuentemente a nuestras
generaciones. Por haberse observado mal las instituciones de la ciudad antigua, se ha
soñado hacerlas revivir entre nosotros. Algunos se han ilusionado respecto a la libertad
entre los antiguos, y por ese solo hecho ha peligrado la libertad entre los modernos.
Nuestros ochenta años últimos han demostrado claramente que una de las grandes
dificultades que se oponen a la marcha de la sociedad moderna es el hábito por ésta
adquirido de tener siempre ante los ojos la antigüedad griega y romana.
Para conocer la verdad sobre estos antiguos pueblos, es cuerdo estudiarlos sin
pensar en nosotros, cual si nos fuesen perfectamente extraños, con idéntico desinterés y
el espíritu tan libre como si estudiásemos a la India antigua o a Arabia. Así observadas,
Grecia y Roma se nos ofrecen con un carácter absolutamente inimitable. Nada se les
parece en los tiempos modernos. Nada en lo porvenir podrá parecérseles. Intentaremos
mostrar por qué reglas estaban regidas estas sociedades, y fácilmente se constatará que
las mismas reglas no pueden regir ya a la humanidad. [...]
La historia de Grecia y Roma es testimonio y ejemplo de la estrecha relación que
existe siempre entre las ideas de la inteligencia humana y el estado social de un pueblo.
[...]
La comparación de las creencias y de las leyes muestra que una religión
primitiva ha constituido la familia griega y romana, ha establecido el matrimonio y la
autoridad paterna, ha determinado los rasgos del parentesco, ha consagrado el derecho
de propiedad y el derecho de herencia. Esta misma religión, luego de ampliar y extender
la familia, ha formado una asociación mayor, la ciudad, y ha reinado en ella como en la
familia. [...] Pero esas viejas creencias se han modificado o borrado con el tiempo, y el
derecho privado y las instituciones políticas se han modificado con ellas. Entonces se
llevó a cabo la serie de revoluciones, y las transformaciones sociales siguieron
regularmente a las transformaciones de la inteligencia.
Hay, pues, que estudiar ante todo las creencias de esos pueblos. Las más antiguas
son las que más nos importa conocer, pues las instituciones y las creencias que
encontramos en las bellas épocas de Grecia y de Roma sólo son el desenvolvimiento de
creencias e instituciones anteriores, y es necesario buscar sus raíces en tiempos muy
remotos. [...]
El contemporáneo de Cicerón practica ritos en los sacrificios, en los funerales,
en la ceremonia del matrimonio; esos ritos son más viejos que él, y lo demuestra el que
ya no responden a sus creencias. Pero que se consideren de cerca los ritos que observa y
las fórmulas que recita, y en ellos se encontrará el sello de lo que creían los hombres
quince o veinte siglos antes”.

III. LANGLOIS y SEIGNOBOS, Introducción a los estudios históricos, 1898

“El conocimiento de los repertorios es de utilidad general: aunque no en el


mismo grado, la búsqueda previa de documentos resulta laboriosa para todos. En lo
referente a determinadas épocas históricas, largamente investigadas, se ha llegado a un
grado tal de madurez que todos los documentos conservados son conocidos y se
encuentran reunidos y ordenados en grandes publicaciones especializadas: sobre tales
épocas el historiador puede trabajar desde su despacho. Las investigaciones de historia
local no obligan, por lo general, más que a investigaciones locales. Contamos con
monografías importantes que se apoyan en un número reducido de documentos,
hallados en su totalidad en un archivo y, dado su carácter, sería inútil ampliar la
búsqueda en otra parte (...) Debemos optar por sensatez y conocimiento de causa por
determinados temas históricos y no por otros, de acuerdo con los inventarios de
documentos y repertorios bibliográficos disponibles, las posibilidades que tengamos de
acceso a determinados fondos y nuestra particular inclinación personal hacia el trabajo
de despacho o la investigación en archivos (…)
Supongamos que las tareas preliminares se han llevado a cabo de forma
adecuada y finalizado con éxito. El investigador ha logrado hacerse, si no con todos, sí
con la mayor parte de los documentos necesarios para trabajar sobre un tema concreto.
Caen dos posibilidades: que tales documentos hayan sido objeto de un análisis crítico o
que estén vírgenes. Podemos averiguarlo mediante una pesquisa bibliográfica (…). En
el primer supuesto (los documentos han sido ya examinados), hemos de comprobar si el
análisis se efectuó correctamente; en el segundo (los materiales están vírgenes), es el
propio investigador quien debe llevarlo a cabo. Tanto en un caso como en otro,
determinados conocimientos positivos, previos y auxiliares resultan tan necesarios como
el hábito de razonar correctamente, puesto que si es, posible equivocarse en el
transcurso de un trabajo crítico por culpa de un razonamiento defectuoso también se
puede pecar por ignorancia. Por lo demás, ni el oficio de erudito ni el de historiador
constituyen un caso aparte del resto de oficios; sin un cierto bagaje técnico, que ni las
cualidades innatas ni la metodología pueden suplir, resulta imposible salir adelante. Así
pues, ¿en qué debe consistir el bagaje técnico del erudito o del historiador? Por decirlo
de otro modo, más familiar aunque menos exacto: ¿cuáles son, además de los
conocimientos de los catálogos y junto con él, las ciencias auxiliares de la historia? (…)
Pongamos al menos que el bagaje previo de cualquiera que pretenda acometer una
investigación original en historia debe abarcar (aparte de los conocimientos generales,
es decir, cultura general) aquellos que le permitan localizar, comprender y analizar los
documentos”.

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