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MENSAJE DEL COMITÉ CENTRAL CON OCASIÓN DEL NONAGÉSIMO ANIVERSARIO

DE LA FUNDACIÓN DEL PARTIDO COMUNISTA

Estimados camaradas y amigos:

Permítanme agradecer vuestra presencia en este acto partidario. Nos sentimos


honrados con su asistencia, que nos alienta y compromete.

Un saludo especial a los militantes del partido, a quienes dedican lo mejor de sus
esfuerzos para que sigamos presentes en esta batalla hermosa por un mundo mejor,
por una patria mejor para todos los peruanos.

Aspiramos a que éste sea un acto de reafirmación en nuestros ideales que son
intransferibles, de reflexión sobre lo realizado y las tareas que nos aguardan, de
compromiso militante con los trabajadores y de servicio al pueblo peruano.

Arribamos a los 90 años de vida del Partido de los comunistas peruanos, el partido
de los trabajadores, de la dignidad, del patriotismo y el socialismo, en la cúspide de
la ofensiva de las fuerzas más retardatarias del capital y el imperialismo empeñados
en desaparecernos del mapa político, ideológico y cultural.

Si grandes son los retos y amenazas a enfrentar; es también excepcional la


oportunidad que se nos abre para recuperar el terreno perdido, tomar la iniciativa
y pasar a la ofensiva táctica desde la opción del cambio al proyecto neoliberal.

Una severa crisis política y moral sacude al Estado y sus instituciones, la corrupción
y la impunidad puestas de manifiesto en toda su crudeza, el choque de poderes que
el referéndum convocado para diciembre próximo atenuará pero no dará solución.
Cambio de rumbo o continuismo, es el quid del problema.

Sin embargo, necesitamos tener una mirada más amplia para entender mejor la
dimensión de los retos que enfrentamos y la responsabilidad que nos corresponde
en nuestra condición de partido político comprometido con el cambio social.

El panorama mundial, latinoamericano y nacional muestra un escenario marcado


por contradicciones, tensiones y reordenamiento de diverso orden y de
consecuencias imprevisibles.

El retorno a una nueva confrontación, en nuevas condiciones pero con mucho


parecido a la pasada Guerra fría, se abre paso empujado por el afán de sostener la
hegemonía global del imperio norteamericano en decadencia, poniendo en riesgo
incluso la paz mundial. Lo que parecía estable, no lo es. Reglas que se creían
aceptadas en el ordenamiento internacional, han dejado de estarlo. Corrientes
derechistas y fascistas se abren paso en Europa y América.

La guerra comercial impuesta por el gobierno de Estados Unidos para detener a


China y neutralizar su influencia internacional, el entusiasmo por el incremento de
su poderío militar, el abandono de los acuerdos ambientales de Paris y de diversos
organismos de las Naciones Unidas, son una clara demostración de su declive y de
su oposición a la marcha a un mundo multipolar, que no acepta. El presidente de

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Estados Unidos, en reciente discurso en la ONU ha tenido el desparpajo de arroparse
de “patriotismo” y condenar “la interferencia de naciones extranjeras expansionistas
en este hemisferio”, siendo como es el imperio más agresivo, expansionista y
guerrerista.

La otrora poderosa Europa ha ingresado en una etapa de agotamiento que la


Comisión Europea reconoce en el Libro Blanco de marzo de 2017: “La posición de
Europa en el mundo se está debilitando”. El futuro de la Unión Europea carece de la
confianza de sus primeros años. El resurgimiento de corrientes fascistas y
chauvinistas amenazan acabar con los restos del estado social que se construyó
después de la Segunda Guerra Mundial y que el neoliberalismo no había logrado
eliminar del todo.

Asistimos a un período de reordenamiento de fuerzas a escala global. El eje de la


economía mundial se traslada al Pacífico. Se eleva el peso de los países en desarrollo
en todos los escenarios. Se agrava la amenaza ambiental. Todo ello en medio de
tensiones, guerras, concentración de la riqueza, vastos territorios dominados por la
pobreza y el atraso, de cambios tecnológicos inimaginables medio siglo atrás,
polarizando aún más las sociedades.

América Latina tampoco está quieta. Después de dos décadas de la presencia de


gobiernos de izquierda y progresistas, que acompañaron a Cuba Socialista en la
tarea de abrir un nuevo escenario de independencia, desarrollo, justicia social y
progreso en la región, de pasos fundamentales en la batalla estratégica por la
integración de América Latina y el Caribe, asistimos a una contraofensiva de la
derecha y el imperialismo y a retrocesos y reveses en el campo progresista y de
izquierda. El balance de esta experiencia, en sus grandes logros y en sus
limitaciones y errores, está por hacerse.

La amenaza fascista que se cierne en Brasil representa una severa advertencia de


los vientos perversos que agitan las fuerzas oscuras y retardatarias. Se confirma,
una vez más, que los sectores más reaccionarios temerosos de las potencialidades
de las fuerzas que pugnan por la transformación de nuestras sociedades, están
dispuestas a recurrir a los medios más infames para preservar sus intereses y
apagar el fuego de la rebeldía y la lucha de los pueblos por la justicia social.

Todo proceso transformador debe enfrentar obstáculos enormes, retos inmensos y


amenazas serias de parte de quienes tratan de impedir los cambios que nuestras
sociedades y pueblos reclaman. La creencia de que los éxitos electorales nos abren,
automáticamente y sin resistencia, las puertas para llevar a cabo los cambios
prometidos, es un mito. Es la lucha y la correlación de fuerzas internas y externas
construida las que al final decide el resultado. La construcción de un nuevo orden,
en palabras señeras del Amauta, exige como condición indispensable “la
capacitación espiritual e intelectual” de los trabajadores, la apropiación de ese
proceso histórico por el pueblo empeñado en esa tarea.

No nos encontramos al final de un período, como muchos creen. Somos parte de un


proceso histórico no terminado que tiene avances y retrocesos, victorias y reveses,
dependiendo de la correlación de fuerzas internas y externas, del grado de
involucramiento de las mayorías nacionales, de la consistencia, madurez y

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capacidad de la vanguardia. Una cosa es acceder al gobierno; otra, distinta,
conquistar el Poder. Una cosa es ganar elecciones; otra, más compleja y heroica,
gobernar y hacerlo bien y con visión estratégica. Creer que el imperio y sus
paniaguados aceptarán pasivamente su derrota, sería ingenuo y torpe. Extraen
lecciones de sus errores, perfeccionan sus métodos, redefinen sus planes, sacan
ventaja de los errores del adversario. Pero no todas las cartas están de su lado ni
sus ventajas son absolutas. Al final, la necesidad histórica será siempre más fuerte
que sus ambiciones. La Argentina de hoy es un claro ejemplo de ello.

Lo que está claro es que América Latina y el Caribe no saldrán del subdesarrollo
mientras el imperio norteamericano tienda sus garras en la región. El “patriotismo”
de Trump funciona de sus fronteras hacia adentro; hacia afuera sigue vigente la
vieja doctrina Monroe de “América para los americanos”.

Estimados camaradas y amigos:

El escenario nacional se nos presenta igualmente complejo, cargado de tensiones,


desorden, errático, donde lo único sólido es la inestabilidad, la corrupción, la
impunidad. El crecimiento limitado de la economía es lo que permite una cierta
sensación de estabilidad. Pero la crisis no es nueva en su origen ni de pronta ni fácil
solución. En el trasfondo tenemos una crisis estructural que viene de muy atrás.
Sobre ella se levanta la crisis política, moral y social que hoy padecemos, con toda
su secuela tragicómica. La fuga reciente del Sr. Hinostroza, o la detención y luego
liberación de la Sra. Fujimori, o la ley aprobada con nombre propio para impedir el
retorno del Sr. Fujimori padre a la cárcel, muestra el alto grado de deterioro de las
instituciones del Estado.

La crisis que desembocó en la destitución del presidente Kuczynski y su sustitución


por el presidente Vizcarra, no ha significado el término a ese ciclo. Como lo
expresamos en pronunciamiento público, la atenuaba sin resolver sus causas
profundas. Decíamos entonces: “El temporal ha amainado, pero las aguas siguen
revueltas”. Los hechos nos están dando la razón.

En su discurso de investidura el presidente Vizcarra anunció una nueva “etapa de


refundación institucional del país” y de lucha frontal “contra la corrupción”, caiga
quien caiga. Pocos meses después se desata la crisis de los audios en el Poder
Judicial y sus efectos se extienden poniendo en evidencia, una vez más, la
descomposición del Estado mínimo que dio origen la Constitución fujimorista de
1993, desatando el conflicto de intereses y el descrédito de los poderes del Estado,
el desprestigio de los partidos políticos y de la política en el imaginario de la
población. Con ello se abren las válvulas para el desborde de la indignación
ciudadana que exige cambio de rumbo, nuevas elecciones legislativas, convocatoria
a una Constituyente que vote una nueva Carta Magna.

El telón de fondo que no se quiere ver, es la descomposición del “orden” que se


impuso en la década de los noventa del siglo pasado, de signo neoliberal y de rostro
fujimorista, que continúa hasta el presente, consagrado en la Constitución espuria
de 1993. Y en sus orígenes, aún más atrás: desde la fundación misma de la
República que nació excluyendo a la inmensa mayoría indígena y negra.

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No está demás reiterar palabras del historiador Pablo Macera en su ensayo Los
proyectos nacionales en el Perú: “El déficit histórico de la República comenzó en el
propio momento de su fundación: cuando pasados apenas unos años (o quizá
semanas) de la Batalla de Ayacucho, los indios y negros del Perú tuvieron evidencia
que nada había cambiado para ellos”. Para Jorge Basadre, la República sigue siendo
una “promesa incumplida” que requiere “una radical renovación, moralización y
reformas sociales”. José Carlos Mariátegui, cuya filiación socialista es
incuestionable, examinando el Perú de su tiempo arribó a la misma conclusión: el
“Perú es una nación en formación”, es decir una nación no realizada a pesar de un
“formal capitalismo ya establecido”.

Doce constituciones, tres de ellas aprobadas en el siglo pasado, señalan una


sociedad errática, dominada por una minoría apoyada en el poder económico,
mediático o militar. La historia de los últimos 30 años reitera esa vieja trayectoria.
La Constitución de 1993 y el modelo de sociedad que moldeó están agotados. Sobre
esa base el Perú del siglo XXI está condenado a reproducir su atraso y decadencia.
El sólo espectáculo de la saga de los Fujimori en el centro del escenario político
hasta el presente, o de la cadena de presidentes hundidos en corrupción (con la
excepción de Paniagua), indica que las causas de la crisis son profundas, y que de
ellas no saldremos sino a través de cambios de fondo y en todos los órdenes.

La corrupción está presente en el Perú desde el mismo instante de la Independencia


y atraviesa los dos siglos de vida republicana. El Decreto de Bolívar sancionando
con la pena de muerte a quienes se apropiaran de más de diez pesos del erario
nacional dice mucho de esta historia. Que se aprueben leyes con nombre propio o
que se proteja al Fiscal de la Nación por razones políticas, dice mucho de la
descomposición que atraviesa las instituciones del Estado. Si a ello sumamos el
narco poder y las mafias en ascenso, cada vez más influyentes en el escenario
político, la situación no puede ser más peligrosa. Este es el Perú de hoy. No nos
engañemos.

El modelo de economía, de Estado, el ordenamiento social y cultural construido


siguiendo el mandato del Consenso de Washington con la instalación del gobierno
de Alberto Fujimori, ha llegado a su límite. También la Constitución de 1993 que se
plasmó con ese propósito. Es la república neoliberal que preserva los vicios,
degradaciones y privilegios que vienen desde sus orígenes, incapaz siquiera de dar
paso a una república burguesa desarrollada, moderna, democrática, integrada, de
ciudadanos.

El deterioro de los partidos políticos es un signo de los tiempos. Han devenido


rótulos, “vientres de alquiler”, maquinarias electorales de caudillos sin más
horizonte que sus ambiciones personales. Programa, ideología, organización,
identidad, responsabilidad y disciplina, han dejado de tener significado. 21 partidos
políticos con inscripción nacional y 90 con inscripción regional, que llevan esa marca,
son el símbolo de la anarquía, de la ausencia de rumbo, de la lotería electoral.

No es una casualidad que la convocatoria a Referéndum por iniciativa del gobierno


haya neutralizado, con relativa facilidad, el malestar ciudadano que exigía, con
fuerza creciente, cierre del Congreso y convocatoria a nuevas elecciones
adelantadas; pero, sobre todo, una nueva Constitución para una nueva república.

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La consigna una Nueva Constitución para una nueva República sintetiza la voluntad
de cambio, en correspondencia con los tiempos actuales. Lo que hay que discutir no
es tanto su necesidad, sino su contenido y el proyecto que señale su rumbo.
Democracia, soberanía, ética y moral, desarrollo, integración, estado, economía,
educación, salud, derechos fundamentales, seguridad, transparencia, derechos
étnicos, mercado, etc. son conceptos fundamentales que necesitan ser dilucidados
y revaluados a la luz de los hechos.

Estimados camaradas y amigos:

El Bicentenario de la República no debe significar un nuevo saludo a la bandera, un


cambio de gobierno para que todo siga igual. Hay necesidad de producir una
renovación de fondo, que implica, de nuestra parte, estar en condiciones de
impulsar un gran debate nacional. Lo que el Perú necesita es un cambio de rumbo,
una manera distinta de entender su presente y futuro, la determinación de abrir
nuevos caminos para colocarse a la altura de los grandes retos del siglo XXI.

Una izquierda satisfecha de moverse al ritmo que le marca una derecha política,
social y económica que ha envilecido la política, destruido la moral pública,
enajenado la dignidad humana, convertido en mercancía todo cuanto toca,
degradado la soberanía, deja de ser izquierda aun cuando se encubra detrás de un
discurso aparentemente radical.

Los comunistas peruanos, desde nuestros orígenes, tenemos claramente definida la


visión de la sociedad que aspiramos construir: el socialismo como alternativa al
capitalismo, sistema económico y social que muestra claros síntomas de
agotamiento.

Sin perder de vista el socialismo como proyecto histórico y única alternativa posible
al capitalismo, estamos obligados a entender también las condiciones concretas del
país, de la correlación de fuerzas y de la lucha, y ajustar a ella la táctica. Y lo
concreto que enfrentamos hoy, que hay que derrotar sumando las fuerzas más
amplias posible, es el proyecto neoliberal con todo lo que significa y representa.
Cambio o continuismo: es la línea divisoria que separa las fuerzas en contienda,
cuyo núcleo, en nuestra opinión, es la lucha por una nueva Constitución para una
un nueva República.

Una batalla de esta dimensión nos obliga a repensar el Perú como totalidad, como
proyecto integral, como capacidad de realizar la “promesa peruana” que reclama
Basadre. Obliga, también, a construir la correlación de fuerzas suficientes que lo
permita, a asumir como tarea “la capacitación espiritual e intelectual” de los
trabajadores y el pueblo en sus diversos componentes. Es decir, recuperar la
dimensión transformadora de la política ahora asfixiada por el pragmatismo vulgar,
por su mercantilización, que lleva a la renuncia a todo ideal y a todo sueño grande
que la dignifique. “La política –decía Mariátegui- “se ennoblece, se dignifica, se eleva
cuando es revolucionaria”, ajena a todo forma de caudillismo o utilitarismo. Es así
cómo debemos entenderla y asumirla, con dignidad y coraje de cara al pueblo.

Apostamos a la unidad no sólo de las estructuras de izquierda y popular existentes,


hoy bastante debilitadas, sino también valorar y orientarnos a ese vasto contingente
de mujeres y hombres sin pertenencia partidista, hastiados de una situación que

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repugnan, que sueñan con un presente y futuro digno y mejor para ellos y para sus
hijos. Toda cerrazón será siempre funesta.
Ese Perú nuevo es posible. Que las pequeñas apetencias, que la desconfianza o la
pérdida de fe en las posibilidades de su realización, no lo impidan ni lo echen a
perder.

Construir una izquierda y un movimiento popular e intelectual en torno de un


proyecto común, es indispensable. Separados podemos alcanzar algunas cotas, pero
no garantizar una victoria política nacional, menos una gestión de gobierno exitosa
y duradera. Una izquierda poseedora de una cultura política renovada, de una
tradición y estilo propios que nos diferencie con nitidez de la trayectoria conocida
de la derecha peruana, es una tarea que hay que empezarla ya.

Participamos activamente del proyecto unitario que es Juntos por el Perú. Se ha


requerido de cierto tiempo y mucho esfuerzo alcanzar la confianza interna que todo
proceso unitario necesita. Se puede avanzar más y más rápido. Nos
comprometemos a realizar los esfuerzos que sean necesarios para lograrlo. La
reciente experiencia electoral no ha permitido alcanzar los frutos esperados.
Participamos tardíamente y con dificultades. Debemos admitir que los resultados no
han sido los esperados. Representa un revés importante pero es superable si
sabemos extraer las lecciones del caso, corregir los errores y deficiencias, desplegar
las potencialidades disponibles, abrirnos a nuevos contingentes que compartan el
mismo propósito. El problema no es que estén ausentes las condiciones para un
desarrollo sano, oportuno y acelerado. Existen y están allí para aprovecharlas. Lo
que falta es un mayor protagonismo político, mayor cercanía al pueblo, menos
discurso y más acción, más confianza en el proyecto y entre las organizaciones y
personas que lo integran.

Pero la búsqueda de la unidad va mucho más allá. Juntos por el Perú fortalecido,
activo y con iniciativa política, debe encontrarse en mejores condiciones de
contribuir a ese esfuerzo unitario más amplio.

Queridos camaradas:

Tenemos a la vista el Congreso del Partido. Dependerá de todos nosotros que sea
un evento de unidad, que examine críticamente la experiencia vivida después del
VIII Congreso, que apruebe las mejores decisiones para hacerlo grande e influyente.

No nos encontramos en el mejor momento de su existencia. Los problemas que


enfrentamos son muchos. Por esa razón es correcta la decisión de “cerrar un ciclo
y abrir otro” que nos encamine, paso a paso, a su construcción como partido
revolucionario de masas con una firme columna de cuadros de alta calificación y
capacidad de conducción, abierto a la acción política, con sólido soporte teórico
marxista y estructura organizada y disciplinada, con liderazgo político, ideológico y
cultural.

Es verdad que en el camino hemos cometido errores o padecido de limitaciones que


han impedido que el socialismo peruano echara raíces profundas y duraderas en el
seno de los trabajadores y el pueblo en general. Desoyendo el llamado de Mariátegui
de entenderlo como “creación heroica”, como capacidad de actuar en exacta
correspondencia con la “realidad”, de no “petrificarse” en el momento, incurrimos

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en dogmatismo y seguidismo ciego de experiencias externas, o bien cedimos a la
presión del movimiento espontáneo perdiendo de vista el rumbo estratégico. El
costo pagado ha sido demasiado caro para olvidarlo. 90 años de historia nos señala
virtudes, y muchas, también desvíos que explican por qué no somos aún el partido
comunista que soñó el Amauta. Partido influyente y conductor que podemos serlo
si nos empeñamos con responsabilidad, coraje y pasión en ese propósito.

Nuestra filiación marxista es inmodificable. Pero el marxismo “no es un dogma sino


una guía para la acción”, que hay que dar vida, en palabras de Mariátegui, “con
nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje”.

Tenemos que construir un partido más fuertemente vinculado con los trabajadores,
con la juventud, con la mujer, con la intelectualidad, con las comunidades étnicas y
los pequeños empresarios. Un partido que hace de la unidad por el Nuevo Curso
hoy, mañana por el socialismo, un compromiso indeclinable.

Entendemos que en sectores de izquierda, respecto de nuestro partido, existen


sentimientos de desconfianza. Y en algunos otros caso, como es el senderismo, vean
en nosotros sus enemigos fundamentales mientras se sienten cómodos con el
fujimorismo. Es su problema. Nos interesa los primeros. Respetamos las opiniones
de cada cual y estamos dispuestos a acoger sus críticas si estas tienen fundamento.
Lo único que podemos decirles a quienes piensan así es que la voluntad de unidad
y la determinación de marchar siempre adelante, es un compromiso serio de nuestra
parte. Lo único que pedimos, y nos comprometemos a asumirlo con responsabilidad,
es superar prejuicios acumulados en el tiempo, respetarnos mutuamente aún en la
discrepancia, no confundir dónde están los amigos y dónde los enemigos.

La campaña de Reordenamiento partidario en la que estamos empeñados tiene


sentido y es una decisión impostergable. Asumámosla con firmeza, con
determinación, con honestidad. Las tareas para el período pre-congresal y para
después de éste, señaladas en la resolución del Buró Político, deben ser estudiadas
y asumidas con seriedad y responsabilidad.

Desde aquí nuestro saludo a los camaradas de la Juventud Comunista, los


continuadores de la causa revolucionaria iniciada por José Carlos Mariátegui.
Entendemos los grandes esfuerzos que hacen para fortalecer la columna de
militantes de la Juventud Comunista del Perú-Patria Roja, por capacitarse como
cuadros y líderes juveniles. La campaña por el estudio de sus documentos
fundamentales tiene una gran importancia, pues sin unidad ideológica y política no
tendrán cohesión organizativa. No es fácil recuperar la confianza de los jóvenes en
la política de izquierda y socialista, ni su incorporación en la actividad política.

Estamos convencidos que esta batalla la ganarán, que harán grande y unida la JC,
que serán fieles al legado del Amauta y a nuestras raíces marxistas, que levantarán
en alto su ejemplo y su temple de intelectual revolucionario y comunista.

Reconstruir, renovar o fortalecer las organizaciones sindicales, campesinas, en


especial las rondas campesinas, estudiantiles, barriales, de género, profesionales,
los frentes de defensa, las comunidades étnicas, es una tarea de primer orden a la
que debemos prestar más atención. Atender, sobre todo, la cualificación de sus
cuadros, el perfeccionamiento y actualización del arte de conducción de sus

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direcciones, el conocimiento de sus realidades, la defensa indesmayable de los
derechos de los trabajadores. Necesitamos contar con una CGTP poderosa, unificada
y democratizada, con una Coordinadora Nacional con capacidad de centralización
de las luchas nacionales, con sindicatos del sector estatal más articulados. Nuestra
solidaridad permanente con la lucha de los trabajadores del campo y la ciudad, con
todos los sectores populares, con los pueblos indígenas.

Sólo una gran causa puede engendrar un gran ideal, una gran pasión, una acción
heroica. Nuestra causa es grande, profundamente humana, enraizada en los valores
más elevados creados por la civilización, en cuyo centro debe estar siempre el
pueblo a quien nos debemos y su relación armoniosa con la naturaleza. ¡Nos
sentimos orgullosos de ser comunistas, herederos del Amauta José Carlos
Mariátegui! ¡Que este nonagésimo Aniversario signifique el compromiso de ser
mejores, de superar con decisión los puntos débiles, de avanzar en la construcción
de un Partido a la altura de los retos que nos coloca el siglo XXI, de renovarnos
siempre sin renunciar a nuestras raíces!

¡VIVA EL PARTIDO COMUNISTA DEL PERÚ – PATRIA ROJA!


¡PERSISTAMOS EN EL CAMINO LEGADO POR JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI!
¡NUEVA CONSTITUCIÓN PARA UNA NUEVA REPÚBLICA!
¡VIVA EL SOCIALISMO!

Lima, octubre de 2018.

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