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Universidad de San Carlos de Guatemala

Facultad de Ingeniería

Curso: Puentes

Sección: P

Moral razonada Capítulo 4


30/08/19
Tarea No. 23

Pablo David Gaitan Pineda

Carnet: 201212578
Tarea # 23
CAPITULO IV

El hábito se contrae por la repetición frecuente de hacer una misma cosa,


facilitando la voluntad, cuando el hábito se ha arraigado, la ejecución de ciertos
actos.

"Si pues esto sucede con las cosas puramente materiales ¿cuáles no serán las in-
fluencias, buenas malas, que el hábito es capa/ de ejercer sobre la flexible
constitución humana y sobre el sistema nervioso regido por la ley de la
periodicidad? Esta es la razón por la que algunos filósofos, han definido al hombre
**un animal costumbres.

Pero hay que tener DE LOS HÁBITOS en cuenta que el hábito físico siempre
afecta transforma lo moral y viceversa, es decir, que el hábito moral concluye por
afectar la parte física del hombre.

Dice este respecto con mucha sabiduría un autor: "Sembrad un acto y cosecharéis
un hábito; sembrad un hábito y cosecharéis un carácter; sembrad un carácter y
cosecharéis un destino.

Así como la salud no es más que el hábito de seguir los preceptos higiénicos, la
virtud no es otra cosa que el hábito de obrar bien.

Más para adquirir este hábito de obrar bien se necesita que el hombre se haga
dueño y señor de su voluntad, y ésta es la verdadera razón de la grandeza y
mérito de la virtud.

Lo que fue al principio un simple hábito concluye casi siempre por ser una
verdadera necesidad, imperiosa y despótica como todas las necesidades, casi
orgánica, y ante la cual la voluntad, la soberana del hombre, sucumbe en la
mayoría de las veces.

Citaremos entre los buenos hábitos físicos: el aseo, la templanza y el ejercicio;


entre los morales: el hábito de la paciencia, el de la obediencia y dominio de sí
mismo, el de la perseverancia, el de la veracidad y franqueza y el del trabajo y la
economía.

Todos los demás hábitos que hemos enunciado, los pasaremos estudiar en
seguida, consagrándoles, por su importancia, cada uno, capítulo aparte.

LECTURAS ESCOGIDAS

La mayor relación con otros seres lo expone más causas de modificación; y la


mayor delicadeza de sensibilidad lo hace más flexible aquéllas.
Sus continuas relaciones con el universo, su sensibilidad, su cosmopolitismo, su
sociabilidad, la intermitencia forzosa de todas sus funciones voluntarias, la voz
periódica de los instintos, la práctica de las varias profesiones y de los quehaceres
respectivos, todo crea para él hábitos irresistibles, y cierta periodicidad obligatoria.

Por hábito resistimos mil causas de destrucción, como los alimentos y bebidas
malsanas, los climas extremos, los gases deletéreos, las emanaciones
pantanosas, al calor, al frío, la luz, la obscuridad, las fatigas, las penas, las
enfermedades crónicas, etc.

Y el hábito, en fin, como base que es de la educación, tiene gran parte en la


extensión que ésta da nuestras facultades, así como también en los perjuicios que
harto menudo acarrean las prácticas rutinarias y viciosas.

Recórranse todos los órganos del cuerpo humano, y por consiguiente todas sus
funciones, y ninguno se encontrará que no haya experimentado que no pueda
experimentar modificaciones capaces de constituir hábitos.

El hombre se habitúa poco a poco comer mucho, lo mismo que una sobriedad
increíble; la intemperancia, lo mismo que a las privaciones.

Acostúmbrase respirar un aire infecto y malsano: así, se cuenta de un prisionero


que habiendo pasado treinta años en una mazmorra, a pan y agua, al salir no
pudo sufrir la luz, ni la impresión de un aire puro, ni alimentos más substanciosos;
cayó enfermo y sólo volviéndole meter en su hediondo calabozo recobró la salud I
- Los habitantes de las localidades donde reinan constantemente enfermedades
contagiosas, están preservados de aquella mortal influencia por el hábito mismo
de arrostrarla.

Tales enfermedades respetan casi siempre los indígenas, al paso que invaden los
forasteros.

El hombre se habitúa los medicamentos, los excitantes, y hasta los venenos.

Por esto conviene dar los medicamentos en dosis sucesivamente más altas,
interrumpir su uso, diversificar la forma de preparación el modo de administración,
si se quiere que surtan efecto: por esto vemos cuan impunemente abusan del
tabaco los fumadores y los tabaquistas; y por el mismo principio asentado,
llegaron Mitridates y la Brinvilliers obtener el horrible privilegio de ingerir en su
estómago cualquier veneno.

Por el hábito de sufrir se llegan disimular muchas enfermedades; y por el hábito de


ver padecer llegan los médicos operadores hacerse insensibles.
El hábito es, por consiguiente, una especie de mal para los placeres, y un
verdadero bien para los dolores.

El hábito mal dirigido hace los hombres versátiles y movedizos, al paso que en
cierta edad, y en determinadas condiciones, los hace amigos de la rutina y
refractarios toda variación.

La saciedad que engendra el hábito mal dirigido resulta la necesidad facticia de


diversificar todas las cosas, como las modas, los libros, muebles, objetos de lujo,
salsas, dramas, lenguaje, estilo, y hasta las formas de gobierno.

El hábito produce dos efectos principales: por un lado los actos habituales son
más fácilmente producidos; y por otro lado tienen más tendencia producirse y se
convierten en una necesidad nueva.

Mas por otro lado, sea por el segundo de los citados efectos, el hábito nos impulsa
interiormente ejecutar el acto que ha sido repetido, y buscar la impresión que por
su continuidad se nos ha hecho necesaria: el hábito nos hace encontrar un placer
en la repetición del acto y en la presencia de la impresión; la necesidad facticia
que ha creado habla en nosotros con voz tan recia como las necesidades
orgánicas nativas; sentimos placer en satisfacerla y dolor en resistirla; y por
consiguiente el hábito nos conduce al goce y no a la indiferencia; nos induce ser
constantes y no ser veleidosos.

Vista la imposibilidad de no contraer hábitos, porque es imposible que el hombre


después de nacido no adquiera una segunda naturaleza, y porque es imposible
que los órganos no obren no entren en ejercicio, procuremos que los que se con-
traigan sean buenos conformes las leyes norma- les de la organización.

Desde la infancia nos ocupa- remos, pues, en que todos los actos y todas las
impresiones sean proporcionadas a la actividad de los órganos y a la excitabilidad
de los sentidos; y por otra parte procuraremos que el instinto de imitación,
entonces muy activo, pueda ejercitarse siempre sobre buenos modelos.

De los primeros desaciertos en materia de educación pende no pocas veces el


destino de los hombres.

El que tenga la suerte de recibir una educación perfecta, no contraerá hábitos


malos inútiles; no fumará, no tomará tabaco, no se acostará y levantará tarde, no
dormirá la siesta; no se acostumbrara las bebidas aromáticas, ni las fermentadas,
ni los condimentos; no se acostumbrará sangrarse purgarse periódicamente, etc.

Tales hábitos, y otros mil que fuera prolijo enumerar, son malos, ó, por lo menos,
inútiles.
Esos hábitos constituyen una segunda naturaleza de mala índole; dificultan la
adquisición de los buenos hábitos.

Se diría que conoce la prodigiosa eficacia de las acciones lentas y repetidas


indefinidamente.

¡Dónde encontrar un aliado más precioso para los actos que debemos desear! ¡Y
cómo se presta transformar rápidamente en un largo y hermoso camino el sendero
pedregoso donde nos aventurábamos con repugnancia! Apenas con dulce
violencia nos conduce al objeto de nuestro propósito, allí donde nuestra pereza
rehusaba primero ir! Raras son en la vida las ocasiones de realizar acciones
brillantes.

Nuestras acciones obran sobre nosotros depositando hábitos; el hábito de la


atención, el hábito de la actividad para el trabajo, el hábito de despreciar y no
atender las solicitudes de nuestros deseos, como no se atiende al vuelo de las
moscas.

Metastasio abrigaba una opinión tan arraigada con respecto al poder de la


repetición en los actos y las palabras, que dijo: Todo es hábito en la humanidad,
hasta la misma virtud.

Kn su Analogía inculca Butler la importancia de la cuidadosa disciplina de SÍ


mismo y la firme resistencia a la tentación, como que tienden a hacer habitual la
virtud, de tal modo que la larga se hace más fácil hacer el bien que ceder al mal.

Así pues, haced de la sobriedad un hábito, y la intemperancia será odiosa; haced


de la prudencia un hábito, y el desvergozado libertinaje se hará repugnante todo
principio de conducta que regula la vida del individuo.

De aquí la necesidad del mayor cuidado y vigilancia para no incurrir en cualquier


hábito malo; porque el carácter es siempre más débil en el punto donde ha cedido
una vez y pasa mucho tiempo antes que un principio restaurado pueda ser tan
firme como uno que nunca ha sido conocido.

Donde quiera que está formado el hábito, obra involuntariamente y sin esfuerzo, y
sólo cuando os Oponéis él podéis ver cuán poderoso se ha hecho.

Lo que se hace una vez y otra, da muy luego la facilidad y la propensión.

Al principio puede parecer que el hábito no tiene más fuerza que una telaraña;
pero una vez formado, ata como si fuera una cadena de hierro.
Los pequeños acontecimientos de la vida, tomados aisladamente, podrán parecer
sin ninguna importancia, como la nieve que cae silenciosamente copo tras copo, y
que sin embargo, una vez acumulada, forma la avalancha.

Los principios, en realidad, no son sino los nombres que aplicamos los hábitos;
porque los principios son palabras, pero los hábitos son las cosas en sí mismas:
bienhechores tiranos, conforme sean ellos buenos malos.

Así acontece que conforme avanzamos en años, una porción de nuestra libre
actividad y de nuestra individualidad queda dependiendo del hábito; nuestras
acciones se hacen de la naturaleza del destino, y estamos atados por las cadenas
con que nos hemos envuelto.

En realidad, nunca se estima en demasía la importancia de educar los jóvenes en


los hábitos virtuosos.

De aquí que menudo es más difícil desaprender que aprender; y por esta razón
estaba justificado el tocador de flauta antiguo que cobraba doble paga los
discípulos que habían sido enseñados por un maestro cualquiera.

Desarraigar un hábito antiguo es muchas veces una cosa más penosa y


muchísimo más difícil que arrancar una muela.

De aquí, según lo observa el señor Lynch, que el más sabio de los hábitos es el
hábito del cuidado en la formación de buenos hábitos.

El doctor Johnson ha dicho que el hábito de ver el lado mejor de las cosas vale
más para un hombre que mil libras esterlinas al año.

Y poseemos en gran magnitud la facultad de ejercitar la voluntad de modo dirigir


los pensamientos sobre asuntos propios para producir la felicidad y el
mejoramiento, más bien que lo opuesto.

De este modo puede hacerse que el hábito de pensar lo feliz, nazca como otro
hábito cualquiera.

Y educar hombres y mujeres con una disposición festiva de esta clase, un genio
bueno, y una forma dichosa de espíritu, es quizás de más importancia, en muchos
casos, que perfeccionarlos en saber y en adornos.

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