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Corpus Christi: actualidad de una antigua

solemnidad.

Ezequiel Silva (Gese)

El domingo 17 de junio celebramos la fiesta del Cuerpo y la


Sangre de Cristo. Y como ocurre con todas las fiestas o celebraciones
en nuestra Iglesia, conviene preguntarse por el origen, circunstancias y
motivos de la celebración. Y esto no es por un mero interés histórico,
sino más bien, para poder profundizar en su sentido, actualizándolo y
haciéndolo relevante para nuestra fe en el aquí y ahora de nuestra
historia. Hagamos un poco de memoria...

Otro tiempo, otro lugar.


Cuenta la tradición medieval, que la solemnidad del “Corpus” (así
suele designársela popularmente) empezó a celebrarse en Lieja
(Bélgica) en el siglo XIII, de una manera local y como resultado de las
maravillosas visiones de Sor Juliana de Corbillon. Esta joven de
dieciséis años y devotísima del santísimo sacramento, vio en un sueño
como una luna llena oscura en uno de sus radios. La visión se repitió
otras veces. Tras años de oraciones y penitencias, le pareció entender
que el disco luminoso representaba el ciclo de fiestas litúrgicas, y que
ese espacio oscuro vacío acusaba la falta de una solemnidad
importante, que sería la del santísimo sacramento. Esto sucedía hacia
1208. En 1264, después de ser establecida dicha solemnidad a nivel
local por las autoridades eclesiásticas, el Papa Urbano IV la extendió a
toda la Iglesia. Poco después se le asignó una procesión solemne y se la
declaró fiesta de precepto, equiparándola a las más clásicas de nuestro
calendario litúrgico. Lo que resulta interesante de la bula de
declaración de la solemnidad, son los motivos que aduce el papa
Urbano: “para confundir la perfidia e insanía de los herejes”. Junto a
esto, vale recordar que otra de las “tradiciones instituyentes” de la
solemnidad de Corpus refiere al episodio de Bolsena, en 1262, llamado
“de los corporales”: celebrando un sacerdote y dudando, en la
consagración, de la realidad presente de lo que hacía, la sagrada
sangre de Cristo empapó los corporales del altar, corporales que se
veneran y visitan con gran devoción todavía.
Al relacionar este último episodio con los motivos aducidos en la
bula papal y leyendo algunas crónicas de la época, nos damos cuenta
que esta solemnidad nació en un contexto de polémica con respecto a
un tema eucarístico central: la presencia real de Cristo en el pan
eucarístico. Pero este motivo dogmático, por decirlo de algún modo, no
basta por sí sólo para instituir la solemnidad, si no encuentra un eco a
nivel popular en donde apoyarse y sostenerse. Dicho en forma sintética:
la fiesta de Corpus encontró una respuesta tan masiva en el pueblo de
Dios por la actitud de éste hacia la eucaristía. Esta actitud nueva se
había introducido hacia finales del siglo XII, y su efecto no fue un
acercamiento al sacramento, sino un distanciamiento de él. Por
entonces, ya casi ni se recibía el alimento eucarístico; los fieles se
contentaban con admirar, contemplar y adorar desde lejos el
sacramento. Uno de los motivos de este tipo de piedad nueva puede
encontrarse en el temor reverencial que invadía la espiritualidad
medieval en su conjunto: se subrayaba la infinita distancia entre la
inmensa majestad divina y el hombre pecador, se hablaba de la
eucaristía como “mesa terrible”, etc. Pero al mismo tiempo que
disminuye tanto la práctica de la comunión eucarística, surge en el
pueblo cristiano el deseo y el ansia incontenible de ver, contemplar y
adorar el santísimo sacramento.
En este clima se introducen nuevas expresiones de reverencia: la
elevación de las especies en la consagración, inclinaciones del
sacerdote, el toque de campanilla, la costumbre de juntar los dedos que
tocan la hostia, etc. Todos estos ritos alcanzan extremos increíbles,
llegando a su cumbre en el siglo XIII. Es entonces cuando se consagra
la solemnidad de Corpus. Los fieles, que apenas participan ya en la
celebración se han acostumbrado a ser solamente espectadores y
adoradores lejanos de la hostia consagrada. No pasó mucho tiempo
para proclamar una fiesta, separada de la Eucaristía, que profundizara
en esta nueva piedad. Tenemos entonces, que en el nacimiento de la
solemnidad de Corpus confluyen dos factores fundamentales: la nueva
piedad eucarística contemplativa, y la polémica medieval acerca de la
presencia real de Cristo en la eucaristía.
¿Tendrá algo que ver esta tradición medieval con nuestro
presente? ¿Cómo podemos resignificar válidamente una fiesta cuyas
motivaciones originales nos resultan lejanas y tal vez irrelevantes?
Vamos a acercarnos de a poco.

Sorteando dificultades
A lo largo de la historia de la Iglesia se intentó dar cuenta de esta presencia real y
activa del Resucitado en el pan y el vino eucarísticos con distinto lenguaje. Se recurrió a
palabras tales como transubstanciación, transfinalización o transignificación. Hoy en día se
continúa explicando la eucaristía en términos medievales. Se acentúa el aspecto milagroso
y transformativo, poniendo el acento en el momento de la consagración; momento que se
sigue explicando como transubstanciación: la substancia del pan y el vino se transforman
en el cuerpo y la sangre de Cristo. Tal vez esta explicación haya sido útil hace casi ocho
siglos, pero evidentemente seguir viendo la presencia real de Cristo en la eucaristía sólo
como transubstaciación resulta el efecto de un reduccionismo miope más propio de una
mentalidad apologética de cristiandad, que de una Iglesia dialogante y abierta a los
interrogantes del hombre y sus búsquedas actuales. Una palabra relevante para los
medievales, tal vez carezca de contenido significativo para nosotros y no encuentre lugar, ni
filosófica ni culturalmente en la actualidad. El desafío de la teología pasa por seguir
haciendo comunicables, entendibles y vitalmente significativas verdades profundas y
permanentes de nuestra fe. El lenguaje no es dogma. Dogmatizar el lenguaje sería, en el
fondo, dogmatizar determinada cultura y, por tanto, determinado modo de comprender el
misterio de la fe. Sería condicionar la riqueza irreductible del misterio a un único modo
humano de percibirlo, comprenderlo o expresarlo. El dogma, la verdad revelada, se
encuentra en el trasfondo, en el contenido, en lo significado por el lenguaje. El riesgo es
quedarnos atrapados en el continente (el lenguaje de la transubstanciación) sin poder
profundizar en el contenido (la presencia real de Cristo). ¿Será posible hacer el intento?

Lo central: la presencia real de Cristo eucaristía

Antes de comenzar, debemos situar a la fiesta de Corpus en su lugar. La celebración


de esta solemnidad es válida y positiva, si lleva y remite a quienes la celebramos a la
eucaristía celebrada por la comunidad, a compartir la comida del altar. Teniendo esto muy
presente, vale remarcar también, en nuestro punto de partida, que los sacramentos son
símbolos, no simples “cosas”. Lamentablemente, y sobre todo la eucaristía, los sacramentos
han sido cosificados (reducidos a cosas) a lo largo de la historia, y lo son todavía hoy. Baste
citar algunos ejemplos recurrentes tales como los efectos mágicos atribuidos al agua
bautismal o la concepción de la hostia consagrada como una “pastillita” de gracia. Con esto
no se hace más que profanar lo sagrado.
El símbolo, en cambio, hace presente, actualiza la realidad significada. Los
sacramentos expresan la fe o la vida de la Iglesia, y así son siempre eficaces. En la
eucaristía, la Iglesia manifiesta y actualiza la presencia del Resucitado que nació de María y
murió en la cruz. Por lo tanto, la representación simbólica de esta presencia es eficaz, es
real. “Simbólico” y “sacramental” no se oponen a “real”. Acá van algunas ideas que tal vez
ayuden a reinterpretar esta real presencia sacramental de Jesús en la eucaristía:

 La eucaristía sólo puede ser vivida y comprendida desde la experiencia de vida


creyente.
 La eucaristía, cuerpo de Cristo, transforma a la Iglesia cuerpo de Cristo. Una
eucaristía bien celebrada, transforma a la comunidad celebrante. Y esto es así
porque en esa eucaristía Cristo toma cuerpo, se incorpora eficazmente en la historia
por medio de la comunidad que vive la celebración eucarística sostenida por
verdaderos vínculos de fraternidad. Transformando a la comunidad, Cristo se hace
presente en forma real.
 En la eucaristía Jesús se hace presente como profecía. Jesús es pan que se reparte
para todos, y su presencia gratuita y solidaria en la eucaristía es denuncia del pan
que falta en la mesa de los pobres a causa del egoísmo del hombre.
 El Cristo Resucitado, sentado a la derecha del Padre, no se desentiende del destino
del hombre. Jesús sigue comprometido con la historia de manera real. Su cuerpo, al
igual que para nosotros, es aquello que le permite relacionarse, vincularse, expresar
lo más profundo de sí. Sin cuerpo no hay relación, no hay compromiso, no hay
acompañamiento solidario: el Jesús resucitado, es el Jesús crucificado que
acompaña a su pueblo en la eucaristía de manera real, no virtual.
 El cuerpo de Cristo que se nos ofrece en la eucaristía es su cuerpo resucitado. Es el
cuerpo “espiritual” del que habla san Pablo en 1 Cor 15 al referirse a la resurrección
de los muertos. Cristo Resucitado, Señor de la historia y de la creación, opta por
hacerse presente a través de los elementos sencillos del pan y del vino y de este
modo incorporarse en nuestra vida. Esta verdad formulada de este modo, tiene en sí
misma una profunda cuota de misterio que exige una experiencia creyente para
poder ser comprendida y vivenciada.
 La eficacia real de la eucaristía y la presencia operante de Cristo en ella se percibe si
llama al compromiso de transformar el mundo. No hay que hacer un análisis
químico de las especies eucarísticas para comprobar la presencia real de Jesús en
ellas. Una eucaristía que no mueve al compromiso no es una verdadera eucaristía, y
no porque Cristo no se ofrezca, sino más bien porque los hombre no lo reciben (cf.
Jn 1, 5.11). La eucaristía llama a la Iglesia misma a la conversión de sí al reino de
Dios. El mejor análisis para comprobar la realidad de la presencia del Resucitado es
el compromiso de la comunidad celebrante.
 La eucaristía es camino. En el pan eucarístico, Cristo nos ofrece un proyecto de
vida: vivir como pan. La vida del cristiano se transforma en eucaristía cuando se
compromete solidariamente y se “reparte” como pan entre aquellos que ven su vida
amenazada, porque les falta lo fundamental para ver realizada su dignidad de hijos
de Dios.
Seguramente son muchas más las pistas para seguir
profundizando el misterio de la eucaristía y su sentido global: la mesa
compartida; el pan que congrega; la comunidad creyente que celebra;
Jesús que llama, se ofrece de modo real sacramental y envía; el
compromiso con los pobres, con los que no tiene pan...
El misterio es inagotable y el desafío personal y comunitario será
seguir profundizándolo. Mientras, en el camino, lo mejor que podemos
hacer para explicar a los demás el misterio de Jesús eucaristía, no es
mostrar corporales ensangrentados, sino dar testimonio a nivel
personal y comunitario de que la mesa compartida es posible, que el
reino de Dios se sacramentaliza en la lucha por la paz, la justicia y la
fraternidad. Un testimonio sellado con la sangre de tantos mártires que
comprendieron vitalmente qué es eso de la presencia real, qué es la
eucaristía. Y eso, curiosamente, no tiene otro origen que el misterio del
amor entregado en forma de pan y vino. ¡Ojalá que la fiesta de Corpus
nos ayude a crecer en esto!

Junio de 2001

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