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solemnidad.
Sorteando dificultades
A lo largo de la historia de la Iglesia se intentó dar cuenta de esta presencia real y
activa del Resucitado en el pan y el vino eucarísticos con distinto lenguaje. Se recurrió a
palabras tales como transubstanciación, transfinalización o transignificación. Hoy en día se
continúa explicando la eucaristía en términos medievales. Se acentúa el aspecto milagroso
y transformativo, poniendo el acento en el momento de la consagración; momento que se
sigue explicando como transubstanciación: la substancia del pan y el vino se transforman
en el cuerpo y la sangre de Cristo. Tal vez esta explicación haya sido útil hace casi ocho
siglos, pero evidentemente seguir viendo la presencia real de Cristo en la eucaristía sólo
como transubstaciación resulta el efecto de un reduccionismo miope más propio de una
mentalidad apologética de cristiandad, que de una Iglesia dialogante y abierta a los
interrogantes del hombre y sus búsquedas actuales. Una palabra relevante para los
medievales, tal vez carezca de contenido significativo para nosotros y no encuentre lugar, ni
filosófica ni culturalmente en la actualidad. El desafío de la teología pasa por seguir
haciendo comunicables, entendibles y vitalmente significativas verdades profundas y
permanentes de nuestra fe. El lenguaje no es dogma. Dogmatizar el lenguaje sería, en el
fondo, dogmatizar determinada cultura y, por tanto, determinado modo de comprender el
misterio de la fe. Sería condicionar la riqueza irreductible del misterio a un único modo
humano de percibirlo, comprenderlo o expresarlo. El dogma, la verdad revelada, se
encuentra en el trasfondo, en el contenido, en lo significado por el lenguaje. El riesgo es
quedarnos atrapados en el continente (el lenguaje de la transubstanciación) sin poder
profundizar en el contenido (la presencia real de Cristo). ¿Será posible hacer el intento?
Junio de 2001