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J OSE MANUEL LORENZO SALGADO

Catedrático de Derecho Penal


Universidad de Santiago de Compostela

El delito de amenazas: consideraciones sobre el bien


jurídico protegido*

(*) El presente trabajo, contribución al Libro-homenaje en memoria


del Prof. Fernández Albor, se publica también en este volumen XII
de Estudios penales y criminológicos, colección especialmente que-
rida por mi maestro y de la que fue fundador y director.
"El relativismo más absoluto se impone ante la
variedad infinita de supuestos personales y ocasio-
nales, t<lnto en relación al sujeto activo como al
pasivo, por haber personas que se intimidan por un
leve gesto y otras que permanecen impávidas ante
1as más gniv~ conminaciones. Del mismo modo, las
amenazas más truculentas pueden ser proferidas sln
el más ligero ánimo de llevarse a cabo, en tanto que
otras, aparentemente menos dañosas, celan en sí
constantes propósitos de realización, entrañando
máxin1os peligros de ejecutarse. La mensuradón
de tantos factores, imponderables los más, díficul·
ta extraordinariamente la labor deJ legislador al es-
tablecer las tipologías del dclíto de amenazas y del
juez a la hora de aplicarlas".
(Quíntano Ripvllés, A., Tratado de la Parte E:spe-
cial del Deret:ho Penal, t. l, vol. II, lnjraceiones
contra la personalidad, Madrid, 1972, pág. L030).
SUMARIO

l. INTRODUCCJON
l ,l, La libertad. Consideraciones generales.
l.2, La seguridad. Apn:ntimación a su significado en el delito de
amenazas.
2. LAS AMENAZAS CONDICIONALES OOMO DELITO CONTRA
LA LIBERTAD DE MOTIV ACJON Y DE DECISION DE LA VO-
LUNTAD
2J. La delimitm:ió11 entre el delito de amenazas condicionales y el
dclíto de coaccJones. ·
3. AMENAZAS CONDICIONALES Y SEGURIDAD
4. EL BIEN JUR!DlCO PROTEGIDO EN LAS &'>IENAZAS NO CON-
DICIONALES

l. A diferencia del delito de coacciones · en el que el


bien jurídico protegido, según parecer mayoritario de
la doctrina (1 ), se refiere únicamente a la libertad~
el de amenazas, teniendo en cuenta, sobre todo, la
previsión legal distinguiendo entre las condicionales
y las no condicionales, se relaciona, como hemos de

(1) Higuera Guímerá (E'l delito de coacciones. Barcelona, 1983,


p. 80), sobre la base de fa interrelación que establece entre libertad y
seguridad, estima que ei delito de coacciones además de atacar funda~
mentalmente la voluntad implica también un ataque a la seguridad
personal,

253
ver, con los dos bienes jurídicos -la libertad y la se-
guridad- a que se hace mención en la rúbrica del tí-
tulo XII del libro II del Código penal (2), Resulta, en
este sentido, imprescindible tener presente la citada
diferenciación para determinar con precisión en qué
medida se ve afectado cada uno de estos dos bienes
por las distintas modalidades típicas del delito.
Ciertamente, como las nociones de "libertad" y
"seguridad" no son unívocas, se hace absolutamente
necesario delimitar y concretar el objeto específico
de la tutela penal, a fin de excluir del ámbito punitivo
ataques a la libertad o/y a la seguridad distintos de los
que el Código penal quiere prohibir en cada uno de
los grupos de delitos que figuran incluidos en el tí-
tulo XII del libro II y, concretamente, por lo que a
nuestro tema respecta, en los previstos en los artícu-
los 493 y 494 (3). Porque lo fundamental, en defini-
tiva, no es alcanzar un concepto unitario de la liber-
tad o seguridad en el Derecho penal, sino delimitar
tales conceptos en función de las particulares esferas
de los mismos referidas a su cristalización en concre-
tas figuras delictivas ( 4 ).

(2) Negando que las amenazas pueden constituir un delito contra


fa tranquilidad púbUcat contra el honor o una tentativa del delito ame--
nazado, se habían pronunciado expresamente ya, entre otros, Carrara,
F., Programa del Curso de Derecho Criminal. Parte Especial, vol. Il,
Buenos Aires, 1945, pp. 131 ss,; Groizard y Gómez de' fa Serna, A.,
E'l Código psnol de 1870, concordado y comentado, t. V, Salamanca,
1893, pp, 671 SS,
(3) Vid, el amplio estudio que sobre el particular efectúa E. La-
rraurl Pijoan en su obra Libertad y amenazas, Barcelona) 1987, pp. 43
SS, Y 185 SS.
(4) Cfr. sobre ello: Polaino Nava:rrete, M., El delito de detención
ilegal, Pamplona, 1982, p. 69.

254
1.1. De acuerdo con este criterio, y en lo que con-
cierne, primeramente, a la libertad, existe unanimidad
en la doctrina en considerar que el valor que se prote-
ge a través de los tipos del capítulo VI del título XII,
no coincide, evidentemente, con el de la libertad en
su sentido filosófico de libertad de querer (5). Como
señala Quintana Ripollés (6), las acepciones metafísi-
cas y aun filosóficas nada tienen que ver con el bien
jurídico que ahora importa. O como escribe García-
Pablos (7), la grandilocuente referencia a la libertad
que se utiliza por la rúbrica legal del título XII no ha
de entenderse como "libre albedrío" sino como capa-
cidad de autodeterminación o capacidad de obrar.
El problema, pues, de la protección de la libertad
humana viene contemplado en el Código penal -co-
mo, por otra parte, obviamente, no parece podía
ser de modo distinto- desde una óptica mucho más
relativa, configurándose como amparo frente a deter-
minados condicionamientos en la libertad individual:
"no cabe desconocer -afirma Polaino Navarrete-
que el Ordenamiento punitivo de ningún paf&'no crea
ni deja de crear la libertad, sino que se limita a reco-
nocer los márgenes· de vigencia de manifestaciones
espontáneas o no forzadas de la persona en el plano
(5) Cfr., por ejemplo, GarcÍawPablos de ~IoHna, A., Sobre el delito
de coacciones, en Estudios Penales y Criminológicos VI, 1983, p. 113;
"fir Puig, S., El delito de coacciones en el Código penal español, en
ADPCP, 1977, p, 271; Mita Benavent, J., El t:oru:epto de violencia en
el delito de coacciones, en CPC, 1984, núm, 22, pp. 120 y s.; To1Ío
LÓpez, A., La estructum tlpica del delito de coacciones, en ADPCP.
1977,p. 29.
(6) Cfr. Quintano Rípollés, A., Tratado de la Parte Especial del
Derecho Penal, t. f, vol. II, Infracciones contra la personalidad, Ma~
drid, 1972, p. 882.
(7) Cfr. García-Pablos de Motina, Sobre el delito de coacciones,
cít, p. 113,

255
de sus relaciones individuales con los demás miembros
integrantes de la sociedad" (8). Desde otra perspecti-
va ha afirmado, asimismo, Mir Puig, en relación con
el delito de coacciones, que el que la ley proteja la
capacidad del hombre de tomar decisiones tampoco
puede significar la aceptación legal de la existencia
del libre albedrío en sentido metafísico (9).
De lo que se trata, en suma, en esta materia es de
delimitar la noción de libertad desde un punto de
vista que permita caracterizar legalmente aquello
que constituye objeto de tutela penal (!O), porque
lo importante es no tanto la averiguación de lo que
ja libertad genéricamente sea, sino la determinación
del modo en que la misma es entendida en el capí-
tulo VI, del título XII, libro II del Código penal (11 ).
Se hace, por consiguiente, necesario, sin prescindir
por ello forzosamente de "una espiritualista com-
prensión del valor de la libertad" (12), atender a la
configuración típica de las diversas conductas que
afectan a dicho interés para determinar con exacti-

{8} La libeitad en sentido jurídico-penal es. segÚn Polaino, ''un


atributo personal que ofrece al ser humano ,unas opciones de com-
portamiento espontáneo Y no forzado, aunque no necesariamente
inmotivado, dentro de los esquemas generales de la organización social
garantizada por las nonnas del Derecho positivo" (B'l delito de deten-
ción ilegal, cit., pp, 64 y s.).
(9) Ello, sefiala Mir, "No ímpUca una profesión de fe por parte de
la Ley en favor de la discutida tesis dG que la voluntad no se halla so-
metida a la ley de la causalidad .. (El delito de coacciones en el Códi-
go penal espaflol, cit., p. 271).
(10) Cfr, Polaino Navarrete, El delito de detención ilegal, cit.,
pp,63 ys,
(11) De modo similar en referencia al estudio del delito de deten-
ciones ilegales: Córdoba Roda, J., El delito de detenciones ilegales,
rnADPCP, 1964-65,p, 392.
(12) Polaino Navarrete, El delito de detención ilegal, cit., p. 69.

256
tud la concreta vertiente legal desde la que el mís-
mo se protege. Eu resumen, y ·como estiman Cobo
del Rosal y Carbone U Mate u (! 3), desde una visión
estrictamente jurídica de la materia, "debe afirmar-
se la condición de bien jurídico tutelado que desem-
peña aquí la libertad" aunque, por supuesto, "es ne-
cesario entender que no se trata de la libertad en
abstracto y con mayúsculas, sino de parcelas de la
misma" porque "cada tipo delictivo protege un as-
pecto de la libertad. Sólo metafísicamente y por ex-
tensión puede hablarse de la libertad como bien ju-
rídico; aun cuando no pueda desconocerse que la
condición de libre se pierde cuando falta alguno de
sus aspectos básicos".

1.2. Tampoco el término "seguridad" a que se alu-


de en la rúbrica del título XII del libro II ofrece ma-
yor precisión. El mismo, en efecto, ha de ser enten-
dido de modo necesario, y para la generalidad de Jos
delitos abarcados por dicha rúbrica, en un sentido
relativo, porque, ciertamente, la "seguridad."· conce-
bida como calidad de "seguro", esto es, com·o "libre
y exento de todo peligro, daflo o riesgo", conforme a
la defüúcíón que al respecto proporciona el Diccio-
nario de la Real Academia, no puede constituir el
bien jurídico que la ley protege, en razón de que una
tal "seguridad" es imposible de garantizar por el Or-
denamiento penal (14). No ha tenido por ello acierto
(13) Cobo del Rosal: M.-carbonell Mateu, J.C., Derecho Penal,
Parte Especial, (por M. Cobo del Rosal, T.S. Vives Antón, J. Boix
Reig, E. Orts Derenguer y J,C, Carbonen Mateu), Valencia, 1988,
p. 34.
(14) Cfr. Rodríguez Devesa, J.Mª., Derecho Penal Español. Porte
Especial (décima edición revisada y puesta al día por A. Serrano Gó-
mez), Madrid, 1987, p. 279.

257
el legislador, según apunta Mufioz Conde (15), al em-
plear un ténníno como el de "seguridad", utilizado,
asimismo, en otros pasajes del Código penal con una
significación distinta (16) a la que, como veremos, re-
sulta del examen de los preceptos objeto de atención,
y cuyo largo alcance, como se ha sef!alado, poco ayu-
da a comprender el interés específicamente protegido
en cada una de las modalidades delictivas del títu-
lo XII.
Descartada tan amplia caracterización del bien ju-
rídico, surge, naturalmente, el interrogante de cómo
concebir entonces, en referencia directa al delito de
amenazas, la "seguridad" con que, en parte, se rubri-
ca el citado título.
En respuesta al mismo, cabe en principio afirmar
que no pueden captar específicamente el bien jurídi-
co "seguridad", tutelado en los artículos 493 y 494,
aquellas formulaciones que de modo general se reali-
zan en función de otros delitos integrantes del título
XII (1 7). Por el contrario, la "seguridad" a la que, se-

(15) Cfr. Muñoz Conde, F., Derecho Penal. Parte Especial, Valen-
cia1 1988, p. 164.
(16) Por ejemplo, en los dos primeros títulos del libro 11 (seguridad
exterior-interior), en la sección 1ª, capítulo II. título V: seguridad del
tráfico, etc.
(17) Así, Rodríguez Devesa define la ::;eguridad como "protección
y amparo del sujeto, como ayuda en sus necesidades vitales" (DPE, PE,
cit., p. 280), Muñnz Conde la entiende como "la expectativa que puede
tener toda persona de que si se encuentra en deterrninada situación de
peligro va a ser ayudada por los denHÍSi o que, por lo menos, no va a
ser puesta en situación peligrosa por otra persona (DP. PE, cit., p.
· 164), Pero estas definiciones, como se ha sefialado en el texto, y como
advierten los autores que las formulan, se realízan esencialmente en
función del contenido de otros delitos (abandono de familia, de nii'ios
y omisión del deber de socorro). Según I'olaino Navarrete, "La noción
juridico·penal de seguridad precisa ineludiblemente conectaD:e con el

258
gún creo, parece querer aludirse en los tipos de ame-
naza, como fin de.tutela que la norma incorpora, es
no la derivada de una especie de objetivación de la
·. misma, sino la relacionada con el denominado senti-
n\iento de seguridad o con la paz jurídica individual
a la que tiene derecho la persona, tranquílídad indi-
vidual que ha de considerarse digna de protección
penal en cuanto el medio de ataque a la misma apa-
rezca -de acuerdo· con los principios de fragmenta-
riedad y mínima intervención, que han de operar en
el ámbito punitivo- como especialmente dísvalioso
o intolerable para la incolumidad de dicho bien ju-
rldíco, presupuesto éste que justifica la específica
tipificación de las diversas figuras legales de amena-
zas (ya lo sea por medio de la creación de las mismas
con rango de delito ya lo sea a través de su configura-
ción como faltas), amenazas que ponen en peligro,
precisamente, un bien cuya importancia en orden a la
conversación y desenvolvimiento de la propia persa"
nalídad resulta de toda evidencia (18 ),
En el sentido indicativo, en efecto, y como ante-
riormente se ha puesto de relieve, hay que significar
que por más que no se reclame por las correspondien-
tes modalidades del delito de amenazas que el anun-

sentido y alcance de prevención y garantía de detern;inadas personas o


instituciones frente a ciertos riesgos derivados de un comportamiento
ajeno taxativamente descrito en un tipo legal de delito" (1:.~l abandono
de familia en el Derecho penal espaiiol, Univ. de Sevilla, 1919, p. 66),
(18) Del Castillo Alonso (Seguridad personal, en EJE, t. XXVlII,
pp. 315 y s.) afirma al respecto que es índisPensable "que el individuo
pueda actuar sus facultades ·y funciones, tanto físicas como psíquicas,
respondiendo a otras tantas necesidades de su eXistencia". pru:a lo cual
se precisa "que tal ejercicio sea libre de obstáculos y' pertu:rbaciúnes,
que impidan al hombre la satisfacdón de sus propias necesidades. y
el perfeccionamiento de los poderes de su existencia".

259
ciado propósito del agente de causar un mal sea sus-
ceptible de poseer una entidad material (designio de
llevarlo a cabo) de la que pueda surgir un peligro,
concatenado al mal amenazante, para las personas,
su honra o su propiedad, ello no equivale a la nega-
ción de que nos encontremos fuera de un delito con-
tra la seguridad, tal y como, sin embargo, propugna
Quintano (18 bis), para quien, por la razón expuesta,
las modalidades delictivas examinadas atafien de mo-
do decisivo a la libertad personal del sujeto pasivo.
En conclusión, puede, a mi juicio, aseverarse que es
suficiente para estimar la consumación de varias de las
hipótesis típicas (si tenemos en cuenta las figuras de
delito y falta) la aptitud del comportamiento del
agente para poner en peligro el referido sentimiento
de seguridad individual, valor que ha de incluirse
dentro de la noción de "seguridad" como uno de los
posibles significados en que es dable entender di-
cho término (19). No se requiere, pues, que tal
sentimiento, manifestación específica de la "segu-
ridad" mencionada en la rúbrica del título XII, se
haya visto efectivamente disminuido, ni precisa se
(l8bis) Cfr. Quíntano RipoUés, Tratado, t. l, voL 11, cit., pp. 1035
y s.
(19) Para I..auauri (Libertad y amenazas, cit,, pp. 185 ss. y 236 ss.).
ta seguridad no puede ser entendida exclusivamente como sentimien-
to subjetivo ni identificarse, consiguientemente, con ta ausencia de
temor, síendo por tanto objetahle·asimilar lesi6n de la seguridad y pro-
ducción de la intimidación, La seguridad es, según esta autora, "un pre~
supue.'íto objetivo-individual de la libertad de actuación"'. Cfr., también,
BuStos Ramírez, J., Mapuaf de Derecho Penal. Parte Especial, Barcelo-
na, 1986, p. 110. El evidente parentesco entre tos bienes jurídicos '~li­
bertad" y "seguridad" no comporta, sin embargo, sogún Muñoz Con~
de, "que esta estrecha relación pueda llevarse hasta el punto de conside-
rar que la seguridad sea el presupuesto de la libertad ... " (DP, PE, cit.,
p, 128).

260
la emergencia de un propio riesgo de lesión para el
bien jurídico así entendido, salvo lo que después
se dirá en relación a un determinado supuesto. Y
menos aún es exigible, para predicar la tipícidad
en este sector delictivo, como ya se ha subraya-
do, la concurrencia de la denominada entidad ma-
terial del mal (voluntad del sujeto activo de poner
en práctica lo anunciado) que podría conducir a
conectar con una noción de "seguridad"· referida a
una especie de riesgo potencial para el amenazado o
su familia en sus personas, honra o propiedad. En un
tal supuesto nada se vendría a añadir a la perfección
consumativa del correspondiente tipo y, como es
obvio, de comenzarse la ejecución de actos tenden-
tes a desarrollar el mal con que se conminó a la víc-
tima, o de darse la real causación de éste, habrían de
tenerse en consideración, en su caso, otros preceptos
penales que nos situarían en sede concursa!.

2. Sentado lo anterior, a modo de obligada introduc-


ción, cabe ya preguntarse por la cuestión del bien
jurídico (libertad y/o seguridad) en cada una de las
modalidades legales del delito de amenazas: las condi-
cionales y las no condicionales; porque aun cuando,
en efecto, la libertad y la seguridad no son bienes
jurídicos que puedan ser contrapuestos (20), sí cons-
tituyen conceptos distintos, como lo pone de relieve
la mención dual de la rúbrica del título XII (21),
cuyo grado de incidencia en relación con el presente
delito necesita ser fijado.

(20) CfL Vives Antón, T.S.-Ginieno Sendra, J .V.,La detención, Ba1-


celorui, 1977, p. 15; Bustos Ramírez, Manual de DP. PE, -cit., p. 87.
(21) Cfr. Muñoz Coude,DP, PE, cit., pp. 128 y 163.

261
En general, sin embargo, los comentaristas clási-
cos y parte de la doctrina posterior espafiola no se
han ocupado detalladamente del tema, aludiéndose
por la mayoría de Jos autores, genéric'1mente y sin
ulteriores especificaciones, a uno o a los dos bienes
que conforman la rubrica en la que el delito se in-
serta, sin que, como digo, salvo escasas excepciones
a las que más adelante me referiré, se efectúe al res-
pecto la obligada diversificación entre las diferentes
hipótesis típicas previstas en el texto punitivo. Es
más, existe en la antigua doctrina, fundamentalmen-
te, una cierta tendencia a tratar la cuestión abarcan-
do también al delito de coacciones, criterio unitario
ciertamente indeseable por el confusionismo a que
conduce.
En el sentido apuntado, se afirma lacónicamente
por Aramburu que "delitos contra la seguridad per-
sonal son sin duda las amenazas y las coacciones"
(22 ), o se dice por Viada que "las amenazas y coac-
ciones... son indudablemente verdaderos atentados
contra la libertad y seguridad individual, puesto
que tienden a cohibir la primera, ya por medio del
temor, ya por medio de la fuerza, así como a men-
guar la segunda por el temor y la alarma que difun-
den" (23), o se indica, en fin, por Sánchez Tejerina
que las amenazas y coacciones "son delitos contra la
libertad y seguridad de los particulares, puesto que
cohiben y merman la libertad o atemorizan por me-

(22) Aramburu y Arregni, J.D., fnstituc{ones de Derecho penal es-


paflo/, Oviedo, 1860, p. 300.
(23) Viada y Ydas.eca, S., Código penal reformado de 1870, con-
cordado y comentado, t. Vl, Madrid, 192'1, p. 52.

262
dio de la amenaza o de la fuerza" (24).. Pacheco, en
parco comentario también, únicamente alude al tema
en relación con las amenazas conminatorias o condi·
cionales, sefialando que "van encaminadas a forzar la
voluntad, y a arrancar algo de las personas a quienes
se dirigen" (25). Por su parte, Groizard que, como
posteriormente habrá ocasión de subrayar, toma en
cuenta la distinción legal entre las amenazas condicio-
nales y las no condicionales, escribe al comienzo de su
comentario que "Las amenazas llevan la inquietud al
ánimo de la persona contra la cual se dirigen. La segu·
ridad a que cada uno tiene derecho es lo que se ve en
ellas y por ellas turbada", "el daño inmediato de una
amenaza lo constituye la lesión de la libertad interna
de otro, la perturbación de la tranquilidad de su espí-
ritu" (26). ·
De poca ayuda sirven, pues, como ha podido com·
probarse, las opiniones hasta ahora citadas de cara a
descubrir acabadamente la esencia del delito, materia
en la que, según lo manifestado con anterioridad, no
se puede prescindir del análisis diferenciado de acuer-
do con las diversas modalidades en que aparecen legal-
mente plasmadas las amenazas.
En lo que se refiere, en primer lugar, a las amenazas
condicionales, la propia estructura típica de las mis·
mas -integrada por la conminación de un mal (cons-
titutivo o no de delito: arts. 493· lo y 494 ), cuya rea-

(24) Sánchez Tejerina, I., Derecho penal español, t. ll, Parte E'spe·
cial, Madrid, 1945, p. 331.
(25) Pacheco, J.F., El Código penal concordado y eo1ne11tado. t.
lll, Madrid, 1870, p. 266.
(26) Groizard y Gómez de la Senia)El Código de 1870, concordado
y comentado, t. V, cit., pp, 672 y s.

263
Ji7,aci6n se hace depender de que el sujeto pasivo haga·
u omita una determinada conducta (27)- denota, en
principio, por lo que al bien jurídico libertad concier-
ne, la existencia de un ataque a la libertad individual
que opera sobre el proceso de formación de la volun-
tad. Tal escueta afinnación, sin embargo, y para una
más clara comprensión de este extremo, exige, al me-
nos brevemente, ser desarrollada.
Es ya un lugar común en la doctrina, desde que
Binding (28) así lo formulara, destacar que los delitos

(27) Cfr. Rodríguez Devesa, DPb~ PE, cit., p. 301; Muñoz Conde,
DP, PI!.~, cit., p. 135. Las amenazas condicionales se dan no cuando me-
día "cualquier condición'', sino cuando su cumplimiento sea de posible
realización- para el amenazado, Así, por ejemplo, en el supuesto de que
el agente considerase a ta víctllna responsable del cierre de su negocio
y, por tal motivo, le amenazare con la muerte si antes de un mes no es
autorizado a abrirlo nuevamente, no incurriría en la pena prevista para
Ja amenaza condicional en cl último inciso del nún1. 1° del art. 493 si
dicha víctima careciese radicalmente de toda posjbilidad de influir en
la apertura del mencionado negocio. Obiervese, en efecto, que el tenor
del precepto parece presuponer, en todo caso, la posihllidad, siquiera
remota, de que e1 amenazado pueda obrar en el sentido pretendido por
el agente, porque efectuar la amenaza "exigiendo una cantidad o impo~
niendo cualquier otra condición" (imponer hace referencia a "poner
carga, obligaci6n u otra cosa") apunta a que no esté totalmente exclui-
da la posibilidad de su cumplimiento. En suma, aquellos ataques inidó-
neos para afectar la libertad de decisión de los sujetos, como sucede en
el caso deJ ejemplo propuesto, no cumplen acabadamente el tipo de
amenazas condicionales: y no puede, por ende, venir en consideración
la pena prevista para tal rn odalidad ..,
(28) Binding, K., Lehrbuch des gemeinen deutschen Strafrechts.
Besonderer Teil, Baud I (reimpresión de la 2ª edición, Leipzig, 1902),
1969j p. 80. La doctrina española, con la excepción de Q_uintano (Tra-
tado, t. l, vol. 11. cit., p. 886), sigue el esquema propuesto por Binding
para analizar el bien jurídico en los delitos contra la libertad, esquema
al que a continuación se hace referencia en el textO, Las discrepancias,
como veremos, surgen al detennlnar la fase o fases sobre llÍ$ que inciden
Jos diversos delitos. Vid., entre otros, Cobo del Rosal-Orb{)nell Mateu,
DP,. PE, vol, II, cit., p. 33; Bustos Ramírez, Manual de DP, PE, cit.,

264
''ontra la libertad constituyen auténticos ataques a la
voluntad, voluntad que puede verse afectada en tres
momentos o fases díversificables a efectos sistemáti-
cos y analíticos.
En el proceso volitivo, en efecto, y en el sentido in·
dicado, es dable distinguir entre: 1) la capacidad de
formación de la voluntad, 2) Ja libertad de decisión de
la voluntad, y 3) la ejecución o actuación de dicha vo-
luntad. Consiguientemente, el ataque a Ja líbertad, así
entendida, puede consistir 1) en la anulación de la
capacidad de la voluntad; es decir, en lesionar la vo-
luntad del individuo en sus "más íntimas raíces"
impidiendo que éste pueda adoptar una resolución,
·2) en la introducción de motivos extraflos al sujeto en
la formación de la decisión potencialmente suficien-
tes para condicionar la determinación de su voluntad,
y 3) en impedir la actuación de la voluntad de acuer-
do con una decisión de la misma libremente tomada.
Ciertamente, la configuración legal de las figuras

p. 11-0; Díez Ripollés, J.L., Exhibicionisn:o, pornografía y otras con·


ductas sexuales provocadoras, Barcelona, 1982, pp, 167 y s,;'García~
Pablos de Molina, Sobre el delito de coacciones, cit, pp, 115 y ss.;
Higuera Guimetá, El delito de cO(lcciones, cit., pp. 37 y ss.; Lau:auri
Píjoan, Libertad y arnenazas, cit., p. l 75; Mir Puig, El delito de coaccio-
nes en el Código penal espaflol, cit., p. 270; Mira Benavent, El concepto
de violenc:ia en el delito de coacciones, cit., p. 125; Muñoz Conde,
DP, PE. cit., p, 110; Rodríguez Devesa, DPE, PE, cit., pp. 278 s.; Rcr
dríguez Ramos, L., Compendio de Derecho Penal {Parte Especial).
Madrid, 1985, p. 130; Torío López, La estructura tipica del delito de
éoactiones, cJL, pp, 29 ss, Este último autor estima expresamente que
la distinción bindingniana entre ataques a la libertad de decisión y de
actuaci6n de la voluntad, íncorporada a la dogmática española por
Rodríguez Mufioz.Jaso Roldán, es indispensable para resolver "los pro-
blemas más complicados que plantea el grupo de comportamientos pu-
nibles contra la libertad, tanto desde la perspectiva teórica y sistemáti-
ca como de sus referencias a la vidajurídiea real".

265
de amenazas condicionales descarta, según parece o b-
vio, toda posibilidad de que a través de las mismas
pueda ser atacada la primera de las fases aludidas. Su
estructura típica, por el contrario, y como en cierta
medida ya se ha adelantado, revela que la conducta
del agente aparece, en general, integrada por la inter-
posición de motivos extraños al sujeto pasivo en la
formación de la voluntad idóneos para poner en peli·
gro la libertad de decisión de éste.
Ahora bien, si tal carácter parece, a mi juicio, claro
en el supuesto de las amenazas conminatotias del art.
494, por reclamarse únicamente para la consumación
la aptitud del comportamiento para hacer peligrar la
pureza de dicha fase {29}, en las consignadas en el

(29) Que la amenaza eondicional no cualificada (de un mal que no


constituya delito) del art. 494 haya ejercido influencia en la libre de-
cisión de la víctima hasta el punto, incluso, de poseer la virtualidad
de que ésta s:e pliegue a los deseos del sujeto activo y, en consecuencia,
haga u omita detenninada conducta (cumplimiento de la condición),
para nada importa a la perfección consumativa de este tipo delictivo.
De producirse efectivamente la lesión de la libertad decisoria de ia vo-.
luntad> en los términos acabados de citar, ello únicamente serVirá. si
nos circunscribimos a los exclusivos efectos de esta figura de amenazas,
para apreciar la fase de tennínación o agotamiento del delito,
El legislador, dentro del árnbito de la indicada modalidad, no reco~
ge, pues, un tratamiento punitivo distinto segÚn el agente haya o no
conseguido lo que pretendía (Vid., criticando Ja falta de relevancia de
esta claslfícf1{;1Ón en el art. 494, Cobo del Rosal·Carbonell Mateu,
DP, PE, vol. ll, cit., p. 42), a diferencia de ?o previsto en el núm. 1°
del art. 493 en el que se establece un trato penal diversificado que se
hace depender de -qUe la víctima cumpla o deje de cumplir lo impuesto
por el sujt;;to activo. Precisamente; como ejemplo paradigmático en el
que la fase de agotamiento (;Onstttuye asimismo elemento esencial de
la consumación formal del delito (coincidencla entre consumación far·
mal y material), se cita por la doctrina la modalidad de la amenaza con~
dicional del núm. 1° del art. 493 en que el culpable hubiere conSegUido
"su -propósito". Cfr. Cobo del Rosal~Carbonell l'r1ate.u, DP, PE, vol. II.
cit., p. 44; Muñoz Conde, Teoría jurídica del Delito, Bogotá, 1984,

266
núm. 1o .del ali. 493 la solución ha de pasar ineludi-
blemente por tener pre-~ente la fundamental distin-
ción establecida en el texto punitivo entre las amena-
zas seguidas del cumplimiento de la condición (que
"el culpable hubiera conseguido su propósito") y
aquellas en las que tal cumplimiento no se hubiere
producido ("no lo hubiere conseguido") (30). Por-
que si bien en el último de los supuestos menciona-
dos nos seguimos desenvolviendo, de modo exclusi-
vo, en el ámbito de las acciones o ataques potencial-
mente capaces de afectar a la determinación de la vo-
luntad, en el que no se requiere la efectiva lesión de
la libertad de decisión, no ocurre lo mismo cuando
por efecto de la amenaza el sujeto pasivo actúa en el
sentido pretendido por el agente. En este caso, a di-
ferencia de los anteriormente citados, la libertad de

p. 181; Quintano Ripollés, Curso de Derecho Penal, t. I, Madrid,


1963, p. 233; RodrÍgucz Mourul!o, G.¡ Cotrrentarios al Código Penal,
t. l (por J. Córdoba Roda y G. Rodríguez Muurullo), Barcelona, 1972,
p. 71; Sáinz Cantero, J.A., Lecciones de Derecho Penal. Parte General,
III, Barcelona, 1985, p.174.
(30) La diferencia de pcnasi según que con la amenaza condiclonal
logre o no su propósito el agente, carece, indica Bacigalupo, de justifi·
cacj6n: "El cumplimiento del propósito depende de la mayor resisten~
cia u obcecación de la víctima, razón por la cual no puede agregar nada
a la gravedad de la amenaza" (Notas sobre la Propuesta de Anteproyec-
to de Código penal, en Rev. de la Facultad de Derecho de la {fniv,
Coniplutense, núm. 6, monográfico, 1983, p. 67). Según Mira Benavent
(El concepto de vrolencia en el delito de coacciones, cit., p, 159), "la
distinta penalidad con que se castiga et delito de ainenazas depende de
algo tan circunstat1cial como es que ci autor consiga o no su propósíto.
o de que el maLcon que se .amenaza constituya o no delito ... ". En opi-
nión de Gro!zard, sin embargo, "La diferencia entre estas dos situacio-
nes jurídicas, es digna de ser establecida. En una el autor det delito
llega a conseguir el fin que delinquiendo se p:roponfa en tanto que en
la otra ese resultado, relacionado con el propóruto subjetivo, queda
frustrado" (fil Código penal de 1870, concordado y comentado, t. V,
cit.~ p. 689).

267
decisión se ha visto realmente afectada, en cuanto ha
de entenderse inherente a tal hipótesis la previa y efi·
caz incidencia de la conducta delictiva en el momento
decisorio del proceso volitivo. Por el contrario, el
ataque directa y únicamente dirigido a la fase de ac-
tuación de la voluntad se encuentra reservado, según
un determinado sector doctrinal (31 ), para el delito
de coacciones. Al respecto -y por más que la libertad
de decisión baya podido concebinc como una especie
de la genérica libertad de obrar. puesto que sólo es
posible actuar con libertad.cuando antes se ha podido
decidir libremente-, Cobo y Carbonen (32) niegan
que estemos ante un mismo bien juridico común a
amenazas y coacciones: "No parece coherente que se
agrave .fa pena conforme la conducta se aleja de la
lesión del bien jurídico, de la consumación, ni que,
a medida que ésta se acerque, se extremen los requi-

(3 l) CTr. Cobo del Ro-sal-carbonell ~fateu, DP, PE, vol. Il, -cit. .. p,
3 7 ~ García·Pablos de Moliná, Sobre el delito de coacciones, cit., pp.
117 y s.; }tira Benavent, El concepto de violencia en el delito de coac~
clones. cit., pp. 127 y s. Cfr, 1 trunbién, Torio López, La estroctura
tfpica del delito de coacciones, cit., p, 31. Por el contrario, incluyen,
asimismo, en et art, 4% la espCcífica protección de la capacidad de la
voluntad (lesión de la voluntad del individuo en sus "mis íntimas
raíces"), entre otros, Busto& Ramírez, Manual de DP, PE, cit., p. 116;
Higuera Guimení, El delito de coacciones, cit., p. 45; };fir Puig, El de~
lito de coacciones en el Código petral espaffol, cit,, p. 277; Muiioz Con-
de, DP, PE. cit., p, 131; Rodríguez Devesa, DPE, PE, <:it., p. 286.
Téngase en cuenta, además, en referencia a la posibilidad de que las
coacciones incidan sobre la fase de formación de la voluntad, lo que se
indica en las notas 39 y 43 de este trabajo.
(32) A juicio de Cobo-Carbonell, con las amenazas condicionales
no se produce un adelantamiento en la línea de protección del bien
jurídico propio de la coacción, sino que los bienes tutelados en una y
otra son distintos. Por elloi "que la decisión del sujeto pasivo antece~
da a la ejecución no significa que haya comenzado un ataque a ésta
euando se lesiona aquélla;. (DP, PE. vol. II, cit., pp. 37 y 42 s,).

268
sitos típicos. Parece, por ello, que se trata de bienes
jurídicos distintos,«1ue tienen un tratamiento protec-
tor diferente. Y parece, además, que el legislador ha
considerado más necesitado, digno o susceptible de
protección la libertad en el proceso motivador que
en la ejecución. De ahí -concluyen estos autores-
que conmine su ataque, en algún caso, con pena ma-
yor y que no exija la violencia, sin duda porque es
más sutil este proceso motivador" (33).
En definitiva, la imprescindible concurrencia del
menoscabo de la libertad de decisión que requiere
la plenitud consumativa de la figura cualificada del
primer inciso del art. 493-1º, producto del ataque
al proceso psicológico de la formación de la volun-
tad, aleja claramente a ésta de las demás modalidades
típicas que, como queda dicho, vienen caracterizadas
por su configuración como delitos de peligro, tenden-
tes, pues, a proteger, mediante un adelantamiento de
las barreras punitivas, el objeto jurídico. En ellas el
ataque a la libertad de decisión de la voluntad, en
tanto que ha de ostentar únicamente la cualidad de
aptitud para originar la emergencia del peligro, o no
atafie o alcanza efectivamente a la libre capacidad de
decisión de la propia voluntad induciendo a un com-
portamiento no querido (pues de lo contrario, en el
caso del art. 493-1 o, surgiría el tipo cualificado des-
crito) o, de llegar verdaderamente a lesionarse, en la

(33) Parn Larrauri Pijoan (Libertad y amenazas, clt,, pp, 174 y ss.),
la libertad de resolucíón carece de autonomía como bien jurídico: es
la libertad de actuación el bien jurídico protegido por las atnenazas
c-0ndicionales, libertad de actuación tutelada, a .s\l entender, a través
de ta configuración por parte del legislador de un delito de lesión y
de peligro concreto según, respe<:tivamente, se haya o no conseguido
una actuación de ia victima.

269
hipótesis def art. 494, la segunda de las fases del pro-
ceso volitivo, nada se vendría a afladir a la perfec-
ción consumativa de dicho precepto. Unicamente,
en suma, la estimativa del más grave supuesto de este
grupo de delitos (cumplimiento de Ja condición a
consecuencia de la amenaza de causación de un mal
constitutivo de delito) exige que la víctima actúe de
acuerdo con una voluntad condicionada, producto de
la previa interposición de una acción inmediatamente
destinada a viciar Ja toma de decisiones del sujeto pa-
sivo con arreglo a motivos que le son extraños. Tal
efectivo menoscabo de la libertad de decisión, de im-
prescindible concurrencia en esta figura delictual,
cónduce, pues, a su consideración como un delito de
lesión.

2.1. Dada la interrelación consustancial entre la fi-


jación del bien jurídico primariamente protegido y el
ámbito del delito, es ahora, a mi juicio, el momento
oportuno para versar sobre el importante problema
de la delimitación amenazas condicionales-coacciones.
Y a este respecto hay que advertir con carácter pre-
vio, como hace Rodríguez Devesa (34), que Ja exten-
sión que se confiere a las amenazas está en función,
precisamente, del desarrollo de los delitos de coaccio-
nes y extorsión. Así, en aquellos ordenamientos, co-
mo el alemán o el italiano, en los que el delito de
coacciones ("Notigung"/"Violenza privata") contem-
pla la amenaza al lado de la violencia (35) y se conci-

(34) Cfr. Rodríguez Devesa, DPE, PE, cit., pp. 295 y s.


(35) Según el parágrafo 240 del Código penal alemán, "El que
coaccione antijurídicaruenta a otro con fuerza o mediante amenaza
de un mal de entidad a u11a acción, tolerancia u omisión, será penado
con pena privativa de Ubettad de hasta tres años o con multa y, en

270
be la extorsión ("Erpressung"/"Estorsione") de modo
amplío (36), el radío de acción del delito de amenazas
("Bedrohung"/"Minaccia") se reduce sensiblemente
(37). Por el contrario, cuando las amenazas condicio-
nales se prevén, al modo del Código penal español, co-
mo figura no incluible en las coacciones y se estructu- ·
ra la extorsión, como en el Derecho francés, de mane-
ra restringida (38), el delito de amenazas alcanza ne-
casos especialmente graves, con pena privativa de libertad de seis me-
ses hasta cin<:o años. -El hecho es antijurídico si la realización de
fuexza o la amena.za de mal para el fin pretendido debe considerarse
como reprobable-, La tentativa es punible". En el art. 610 del Código
penal italiano se castiga al que "con violencia o an1enW constriñe a
otro a hacer, tolerar u omitir cualquier cosa".
(36) Según el parágrafo 253 del Código penal alemán, "E1 que
coaccione a otro antijurídicamente con fuerza o mediante amenaza
de un mal considerable a una acción, tolerancia u omísión, infiriendo
cOn ello un perjuicio al patrimonio deI coaccionado o de otro, para en-
riquecerse o enriquecer a un tercero injustan1ente, será penado con pena
privativa de libertad de hasta cinco años o- con multa y, en casos: parti-
cularmente g1aves, con pena privativa de- libertad no inferior a un año.
-El hecho es antijurídico cuando la aplicación de la fuerza o amenaza
de mal para el fin propuesto debe considerarse como reprobable-. La
tentativa es punible", En el art. 269 del Código penal italiano se casti-
ga al que "mediante violencia o amenaza, constriñendó a otro a hacer,
omitir o tolerar alguna cosa, se procura a sí mismo o a otro un prove-
cho injusto con daño a tercero".
(37) Según el parágrafo 241 del Código penal alemán, "El que
amenace a otro con la comisión de un crimen contra él o contra una
persona a él cercana, será penado con pena privativa de libertad de
hasta un afio o con multa. ~Del mismo modo será penado quien de
mala fe aparente frente a otro que es inminente la realización de un
crimen contra él o contra persona a él cercana". En el art. 612 del Có~
digo penal italiano se castiga, previa querella de la persona ofendida,
la amenaza a otro con un "injusto daño". Si la an1enaza es grave, o
concurren detenninadas circunstancias, la pena se eleva y se procede
de oficio.
(38) En el art. 400, párrafo 1°, del Código penal francés la extor-
sión consh;te en obligar a otro a suscribir o entregar un docwnento
que contenga disposición, obligación o descargo, valiéndose de la fuer~
za, la violencia o !a intimidación.

271
cesariamente acciones que en otros ordenamientos
no integran dicho tipo delictivo.
Tal especial configuración de la legislación españo-
la, que en singular técnica de protección de la libertad
independiza del delito de coacción la amenaza condi-
cional, explica, como hemos de ver seguidamente, que
la intimidación -que opera o incide sobre la fase deci-
soria de la voluntad- tenga que incluirse en el delito
de amenazas y hayan de reservarse para el de coaccio-
nes los ataques dirigidos contra la última de las fases
del proceso volitivo (39). Aunque al ser, lógicamente,
el "decidir" presupuesto del "hacer" podría pensarse
que las coacciones abarcan, asimismo, las conductas
afectantes a la libertad de decisión de la voluntad,
"tanto la separada previsión legislativa de las amena-
zas, como la constante exclusión legal de la intimida·
ción de la esfera del concepto de violencia, aconse-
jan ... -según pone de relieve Mir Puig (40)- limitar
el objeto de protección del delito de coacciones a la
libertad de obrar según una decisión previamente
adoptada". A ello cabe afiadir, como también subra-
ya García-Pablos de Molína (41), que el art. 496 al
referir a un "hacer" tanto el "compeler" como el

(39) Conforme a lo indicado en la nota 31 de este trabajo, mientras


un sector doetrinal concibe el delito de coacciones, en efccto 1 única~
mente como un delito contra la actuación de la voluntad (última fase
del proceso de voliclón), otro grupo de autores estima que en él hay que
incluir también los ataques contra la capacidad de fonnación de lavo-
luntad (pri.\lcra fase del proceso volitivo}. Finalmente, como se expresa
en ia nota 43, existen partidarios de subsumir también en eJ art. 496
las conductas que afectan a la ttegunda etapa {motivaci6n).
(40) Mir Puig, El delito de c'oacctunes en el Código penal español,
cit., p. 270,
{41) Cfr. García~Pablos de Mollna, Sobre el dellto de coacciones,
cit., p. 116.

272
"impedir" parece estar poniendo de manifiesto que
es en el tramo final del proceso de volición donde ha
de producirse la lesión del bien jurídico, esto es, en la
fase de ejecución del comportamiento externo. En el
delito de coacciones se pretende, pues, según la gráfi-
. ca exposición de Queralt Jiménez ( 42), "de no dejar-
les hacer lo que deseen o llevarlas a hacer algo diferen-
te a lo que tenían previsto utilizando para ello vías de
hecha, no la intimidación" (43). En definitiva, mien-
tras que con la amenaza condicional se intenta impe-
dir la formación de la libre voluntad del sujeto pasi-
vo, con la coacción de lo que se trata es de impedir
la ejecución de la voluntad del mismo (44).
Pese a lo dicho, numerosas sentencias del Tribunal
Supremo (45) llevan la intimidación a las coacciones.
De ahí que haya podido denunciarse la paradoja en
que incurre la corriente jurisprudencia! que apegada
a un restrictivo concepto materialista-naturalista de la
"violencia" del art. 496 lo ensancha al propio tiempo,
incorrectamente, hasta comprender en él la pura inti-
midación ( 46).

(42) Queralt Jirnénez, J\J., Derecho Penal .E'spañoi. Parte Especial,


vol. 1, Barcelona, 1986, p. 117,
(43) Incluyen en el delito de c-Oacciones conductas que inciden en
el proceso de motivación, aceptando que la intimidación tiene cabida
en las coacciones y no se reserva, en consecuencia, únlca.tnente para
las amenazas:: Bustos Ramírezi Manual de DP, PE, cít. 1 p. 116; Rodrí-
guez Ran1os, Compendio de DP, PE, cit., pp. 130 y s. Por las razones
esgrimidas en el texto, considero que los ataques sobre la motivación
pertenecen al delito de amenazas.
(44) CTr. Cobo del Rosal-Carbonell Mateu, DP, PE', vol. II, cít.,
p. 34,
(45) Así, entre otras, 1as de 1 febrero 1971 y 20 enero 1980,
(46) ar. Mir Puig, El delito de coacciones en el Código penal espa-
flol, cit., p. 283.

273
La explicación de tal proceder jurisprudencia! se
basa en la aceptaCi(\n de la tesis de Carrara ( 4 7), te-
sis conforme a la cual ha de diferenciarse entre inti-
midación y amenaza según que el mal conminado se
anuncie como inmediato, en cuyo caso estaremos en
presencia de la intimidación, o como aplazado o re-
moto, que dará lugar a la amenaza. Que la futuridad
del mal con que se conmina haga surgir la amenaza y
su efectividad presente o de rigurosa inminencia ori-
gine la coacción es, según Quintano (48), la única
solución hoy posible en nuestra dogmática, aunque
haya de decirse, como el propio Quintano se ve obli-
gado a reconocer, que "La referencia al futuro o al
presente deriva a considerar la cuestión en un plano
de tiempos gramaticales sumamente quebradizo".
En suma, partiendo de la distinción carrariana de que
el delito de amenazas comporta la futuridad del mal,
se estima que el único medio de impedir la impunidad
de la intimidación con un mal inminente o próximo
es, precisamente, incluir la intimidación en el delito
de coacciones ( 49).
Existen, sin embargo, una serie de argumentos qne
invalidan el pnnto de vista jurisprudencia! y la tesis
que le sirve de apoyo. Tales razones, alguna de ellas
ya aducida líneas atrás, confirman, por el contrario,
como a continuación se expone, la pertenencia de la
intimidación al campo de las amenazas (50):
(47) Cfr. Carrar.a, Progranla del Curso de Derecho crilninal, PE,
voL 11, cit., p, 130,
(48) Cfr. Quintano Ripollés, Tratado, t. I, voL II, cit., pp. 1115 y s.
(49} En este sentido: Jaso Roldán, DP, PE, t .. H, cit., p. 303. Siguen
también la distinción camniana, entre otros, Cuello Calón, DP, PE,
voL II, cit .• p. 73 7 y Pulg Peña, F,, Derecho Penal, t. VI, Parte Especial,
Madrid.1955, pp. 157 y s.
(50) Vid., sobre eUo, GatcÍa·Pablos de Molina, Sobre el delito de

274
A) De entrada, cabe seftalar que el criterio de la
temporalidad del mal no posee el más mínimo sopor-
te en el texto de la ley. Despreciar, no obstante, este
fundamental dato y persistir en el criterio que aquí
se rechaza, conduciría irremediablemente al absurdo,
puesto de manifiesto en repetidas ocasiones por Ja
doctrina, de calificar la conducta del sujeto atendien-
do al modo de formular sus intenciones: "te mato-te
voy a matar-te mataré". De otra parte, el mal eJl a fin
de cuentas siempre futuro tanto para la intimidación
como para la amenaza: "El hecho de que el ¡na! se
presente como más o menos lejano no obsta a la afir-
mación de que en todo caso se halla situado en el fu-
turo", no siendo por ello posible, a estos efectos, se-
parar claramente intimidación y amenaza (5 l ).
B) Resultaría altamente insatisfactorio concluir
que aquellos supuestos en los que el mal que se anun-
cia como inmediato y que, como tal, ostentan en
principio una mayor potencialidad intimidatoria, me-
recieran (en la hipótesis de que la amenaza tuviese
asignada una mayor penalidad) un mejor trato, a tra-
vés de su traslado al régimen de las coacciones, que
aquellos otros en los que el mal se anuncia sin dicha
inminencia (52).

coacciones, cit,, pp. 116 y s.; 1tir 'Puig, El delito de coacciones en el


Código penal espaflol, cit., pp. 283 y ss.; Mira Benavent, El concepto de
violencia en el delito de coacciones, cit., pp, 155 y ss.; Rodríguez Deve-
sa, DP. PE, cit., pp, 288 y 297.
(51) Mir Puig, El delito de coacciones en el Código penal espaflol,
cít., ¡ 270. Críticamente sobre la última de las afirmaciones a que se
alude en el texto (imposibilidad de separar intimidación y amenaza)
Larrauri Pijoan, Libertad y amenazas, cit., p, 268, nota 26,
(52) El argumento es de Mira Benavent: El concepto de violencia
en el delito de coacciones, cit .• pp, 156 y s. Vid., también, Larrauri
Píjoan, Libertad y amenazas, cit., p. 259.

275
C) Si la intimidación como acción de intimidar se
confunde con la amenaza, en la medida en que toda
intimidación encierra una amenaza, no puede tal in-
timidación dejar de pertenecer al ámbito típico de los
arts. 493-1 o y 494 (53). ·
D) La exclusión de la intimidación de la esfera del
art. 496 se demuestra, además, porque en aquellos ca-
sos en que se quiere equiparar a la "violencia" se ha-
ce expresamente, utilizando para ello la fórmula "vio-
lencia o intimidación", como sucede, entre otros, en
los arts. 335, 337 ó 500. El propio art. 496 contribu-
ye a reforzar la tesis, mantenida en cuanto que alude
en su párrafo 2º a "violencia o intimidación~', lo cual,
contrario sensu, sólo puede significar que la "violen-
cia" del párrafo 1o no abarca la intimidación (54).
E) Corno al principio de este apartado se mencio-
nó, la misma literalidad del art. 496 parece referirse
a la libertad de obrar puesto que tanto el "impedir"
como el "compeler" están conectados a un "hacer" o
"efectuar", y ello es indicativo, consiguientemente,
de que lo que se afecta en el art. 496 es la última fase
del proceso volitivo (libertad física o ejecución del
comportamiento externo).
F) Un último argumento manejado por la doctrina
consiste en destacar que únicamente entendiendo que
(53) El razonamiento de Rodríguez Dcvesa (DPE, PE, cit., p. 297)
puede funtlamentarse, además de por el argurnento a que a continua-
ción se hace referencia: en el texto, por el principio de especialidad
pues. como señala Mir (op. cit., p. 284 ), aun cuando se considerase
a la intimidación como una fonna de violencia, aquélla constituiría
una modalidad específica del delito de amenazas condicionales.
(54) El argumento es manejado por todos los autores partidarios
de excluir la intimidación del ámblto del art. 496.

276
la intímidación pertenece a las amenazas, es posible
soslayar el contrasentido, sin necesidad· de acudir al
art. 68, de castigar más levemente supuestos en los
que se pasa de las palabras a los hechos. Al respecto
se ha ejemplificado que en la hipótesis de que el suje-
to amenazador haya recurrido a la fuerza física para
demostrar lo que es capaz de hacer de no cumplirse
sus deseos, resultaría inadecuado acudir, en todo ca-
so, al art. 496 y beneficiar, de este modo, al agente
(55). Por ello -se ha dicho-, los supuestos de "vis
phísica compulsiva" (amenaza implícita en la fuerza)
deben solucionarse calificando el hecho por amenazas
cuando éstas tengan asignada una mayor pena y, de
no ser así, la relación de subsidiariedad que rige en-
tre el delito de coacciones y el de amenazas (56) ha
de conducir a asegurar que si la fuerza material es
bastante para constituir "violencia" procede la sub-
sunción de la conducta del agente, por aplicación del
art. 68, en el delito de coacciones. Por el contrario, si
la "vis compulsiva", en la que va implícita la amenaza
de males mayores, no es suficiente para poder ser in-
cluida en el concepto de "violencia"-. la única salida
de recibo es castigar por amenazas (5 7).
Partiendo de !a ya citada tesis sustentada por Cobo
y Carbonen (58), confonne a la cual amenazas y coac-
ciones implican ataques a bienes jurídicos diferentes,
(55} Cfr. García-Pablos de Molina, Sobre el delito de coacciones,
cit., p, 117; Mira Benavent, El concepto de violencia en el delito de
coacciones, ciL, p. 156; Rodríguez Devesa,DPE~ PE, ~'Ít., p. 287.
(56) Cfr. 1 por ejemplo, Rodríguez Devesa, DPE, PE, cit., p. 302,
(57) As{: García-Pablos de Mol.lna, Sobre el delito de coacciones,
cit., pp. 148 y s.; Mir Puig, El delito de coacciones en el Código penal
español, cit .• pp. 284 y s.
(58} CfL Cnbo del Rosal-Carbonell Mateu, DP, PI:,', vol. U, cit.,
pp.42ys,

277
la solución de los supuestos en que la violencia.física,
además de ser utilizada para impedir o compeler, se
usa también para intimidar ha de encontrarse en el
concurso ideal de delitos. Solución que debe. ser mati-
zada, según estos autores, en el sentido de que el con-
curso con las coacciones está excluido cuando el cul-
pable hubiere conseguido su propósito con la amena-
za condicional y sólo se dará entre la coacción y la
amenaza condicional básica (sin consecución del
propósito) siempre que el resultado se produzca a
causa no de la violencia futura sino de la violencia
actual, porque si el sujeto pasivo cede por la amenaza
sujeta a condición es éste, sin más, el delito aplicable.

3. Fijada la incidencia de la acción contemplada por


el delito de amenazas condicionales en la libertad de-
a
cisoria de la voluntad, conforme lo anteriormente
expuesto, cumple ahora pronunciarse, en el marco de
dicha clase de amenazas, sobre Ja cuestión de si en
ellas puede verse comprometido o afectado, asimis-
mo, el sentimiento subjetivo de seguridad, concepto
al que, por razones sistemiíticas, se prestará especial
atención al desarrollar eJ. contenido del siguiente
epígrafe. Se trata, por tanto, en este momento de
dilucidar si las llamadas amenazas conminatorias
apuntan también a dicha faceta o vertiente de Ja segu-
ridad personal, entendida esta última como "protec-
ción frente a cualquier riesgo para la vida, Ja integri-
dad, la salud o el bienestar de las personas" (59).

(59) Cfr. Octavio de Toledo y Ubleto~Huerta Tocildo·C'asas. Nom~


bela~Pe-.fiaranda
Ramos, Los delitos contra los intereses individuales
en la Propuesta de Anteproyecto del nuevo Código penal, fotocopia
del original mecanografiado presentado a las V Jornadas de Profesores
de Derecho Pe-nal, Segovía, 1984, pp. 52 ~' 54,

278
En la doctrina esp~pola pueden _encontrarse las si·
guíentes poturas al respecto:
--- Muñoz Conde, citando una sentencia del Tribu-
nal Supremo, considera que el bien jurídico protegido
"es, más que la libertad en la formación del acto vo-
luntario, el sentimiento de seguridad o de tranquili-
dad" ( 60). A juicio de Bacigalupo, lo que se "protege
en primera línea es en realidad la paz jurídica, sólo a
través de la lesión de la paz individual o del senti-
miento subjetivo de seguridad adquiere relevancia la
lesión de la libertad" (61 ). Higuera Guimerá señala
que "cuando el objeto de ataque es la libertad de de-
cisión de la voluntad, en la que ésta queda motivada,
nos estamos desenvolviendo en el campo de las ame-
nazas condicionales y, por consiguiente, es la seguri-
dad la que se pone de relieve en primer término, es
entonces el bien jurídico prevalente, fundamental o
primario" (62).
- En opinión de Rodríguez Ramos, "la promesa de
un mal, sin condición, puede atentar a la necesaria se-
guridad y tranquilidad que se precisa para estudiar,
tomar o ejecutar decisiones en general o alguna en

(60) Muñoz Conde; DP, PE, Sevilla, 1985, p. 117, La sentencia de


19 de diciembre de 1974, que Muñoz Conde cita, contempla un supues~
to de amenazas condicionales efectuadas por escrito. A1 respecto, ha
de señalarse que aun cuando la opinión mencionada en el textó podría
quiz<i tan1bién entenderse referida po:r Mufioz Conde únicamente a la
amenaza :;imple (cfr. la edición de su DP, PE de 1988, p, 134), creo que
se trata tnás bien de una afirmación de conjunto que afecta, por tanto,
a las doM modalidades del delito: arnenazas condiclonales y no eondi·
cionales.
(61) Bacigalupo, Notas sobre la Propuesta de Anteproyecto de C6.
dígo penal, cit., p. 67,
(62) Higuera Guimerá, El delito de coacciones, cit., p. 61.

279
particular, y sí está sometida tal promesa a alguna
condición, consistente en hacer o no hacer, la inciden-
cia puede igualmente efectuarse en cualquiera de las
tres fases" (63).
- Para Mir Puig, en las amenazas condicionales "a
la lesión de la libertad se afiade un importante ataque
al sentimiento de seguridad". Ello justifica, según este
autor, la mayor punición que se prevé para el delito
del art. 493-1 o respecto al delito de coacciones, delito
en el que se produce exclusivamente una lesión de la
libertad (64). En esta misma línea, estiman Cobo y
Carbonell que en esta clase de amenazas "además de
un atentado contra la libertad del proceso motivacio-
nal, hay una lesión del sentimiento de tranquilidad
del sujeto pasivo", lo cual permite explicar la mayor
pena de la amenaza condicional frente a la que se es-
tablece para la no condicional (65).
- Díez Ripollés, por su parte, indica que el bien
jurídico "seguridad" sólo alude a las amenazas no
condicionales, habiendo de estimarse -en su opi-
nión- que en las condicionales únicamente 'resulta
protegida la libertad de decisión de la voluntad, a no
ser -concluye Diez Ripollés-- que el concepto de se-
guridad se tome en un sentido, muy amplio, en cuyo

(63) Según Rodríguez Ramos (Compendio de DP, PE, cit., p. 130),


"quizá sea más frecuente que afecte a la fase ejeéutiva y, en n1enor
proporción, a la decisiva y deliberativa".
(64) Cfr. Mir Puig, El delito de coacciones en el Código penal espa-
ffof, cit., p. 287. A juicio de Mir (p, 286), "el delito de amenazas impli-
ca un ataque al sentimiento subjetivo de seguridad que en modo alguno
puede producirse cuando no tiene lugar et anuncio de un mal".
(65) Cfr. Coba del Rosal-Carbonell Mateu, DP, PE, voL II, ciL* p.
43.

280
caso también habría que asegurar que en las coaccio-
nes se protege la seguridad (66).
- Finalmente, según Bustos Ramírez (67) se trata
de un tipo delictivo "en que se afecta tanto la lib~rtad
de actuación, como la seguridad como presupuesto de
la libertad de actuación", seguridad que, en todo caso
-afirma Larrauri Pijoan-·-, "no constituye un nuevo
bien jurídico protegido en el delito de amenazas con-
dicionales", en tanto que, precisamente, "ella aparece
configurada como un presupuesto necesario para que
la libertad sea desarrollada" (68).
La Jurisprudencia, aunque en alguna ocasión men-
ciona solamente "la libertad de la persona" como
bien jurídico protegido en las amenazas condicionales
(en este sentido, por ejemplo las STS. de 25 de octu-
bre de 1983 y 11 de junio de 1986) y a veces destaca
en exclusiva el "sosiego y tranquilidad personal" (por
ejemplo, en Ja sentencia de 28 de junio de 1986),
con frecuencia se refiere, conjuntamente, a la libertad
y al sentimiento subjetivo de seguridad. Así, entre
otras, las sentencias de 24 de noviembre de 1981 ("li-
bertad de decisión de cada individuo y el derecho al
sosiego y tranquilidad personal"), 20 octubre 1982

(66) Cfr. Díez RipoUés, Exhibicionismo, pornografla y otras con-


ductas sexuales pro¡,-ocadoras, cit., pp. 174 y s., nota 410.
{67) Bustos Ramírez, Manual de DP, PE, cit., p.110.
(68} "Lo definitivo ····señala Larrauri-, es la protección del bienj11-
rídko libertad de actuación frente a lesJones. o puestas en peligro; és~
tas se producen cuando se lesionan sus Presupuestos (ta seguridad) con~
minando con un mal; que esta conminación, produzca o no un efectivo
temor en el sujeto, es una cuestión que no afecta al bien jurídico prote-
gido ~libertad de actuación- que puede haber sido lesionada o puesta
en peligro aun cuando el temor o la intimidación no se hayan produci·
do" (Libertad y a1ncnazas, cit., pp. 197 y ss.).

281
("libertad de decisión del individuo y el derecho al so-'
siego y tranquilidad de cada ser humano"), 13 diciem-
bre 1982 ("libertad de la persona, y e!'derecho que
todas tienen al sosiego y a la tranquilidad personal en
el desarrollo normal y ordenado de su vida"), 9 octu-
bre 1984 ("trata de proteger y defender, esencialmen-
te, tanto la libertad de la persona como el derecho
que todos tienen para el desenvolvimiento normal de
sus vidas, en paz, sosiego, binestar y tranquilidad .. ,")
y la de 25 marzo 1985 (libre albedrío y la voluntad
de la víctima, así como sus sentimientos de tranquíli-
dad y seguridad").
Por el contrario, cuando las amenazas son no con-
dicionales, el Tribunal Supremo suele destacar única-
mente el bien jurídico "seguridad" en su modalidad
de sentimiento subjetivo: "grave zozobra y preocupa-
ción" (4 febrero 1981 ), el tipo básico del núm. 20 del
art. 493 se "viabiliza mediante la ejecución de hechos
o expresiones con entidad suficiente para causar una
intimidación a la víctima,,. capaz de producir en el
ofendido un estado de ánimo de temor a la produc-
ción de una intimidación injusta" (27 octubre 1982),
"intimidación injusta" (7 abril 1982), "capaz de cau-
sar intimidación a la víctima" (20 enero 1986). Sin
embargo, de manera incorrecta, como se verá, la STS.
de 27 de noviembre de 1981 señala que de la trans-
cripción de los hechos probados (69) "se despren-

(69) los hechos que se declaran probados en la sentencia recurri-


da, constltutivos de un delito de amenazas llQ condicionales, "afirman
sustancialmente -se dice en Ja sentencia de 27 de noviembre de 1981-
que en la noche indicada, hallándose el procesado en el bar ya expresa-
do, en cierto estado de embriaguez, conduciéndose de un modo raro
y mirando amenazadoramente a Rafael J.B., siendo éste alertado de
dicha actitud y de que el inculpado llevaba un cuchillo, aquél consi~

282
den los elementos configuradores del delito impu-
tado por exteriorizar tal conducta un ataque a la li-
bertad personal del encargado del establecimiento al
conminarle con un mal futuro, grave, injusto, depen-
diente de la voluntad del procesado, e idóneo para
causarlo ... ", indicándose más adelante en esta misma
sentencia que "el mal anunciado ha de ser capaz de
producir en el amenazado una más o menos intensa
depresión anímica que disminuya su seguridad y tran-
quilidad ... ".
A mi juicio, el delito de amenazas condicionales
está inmediatamente orientado a la protección de la
libertad personal, intentando evitar, específicamente,
interferencias extrañas al sujeto pasivo en la fase de
motivación. Ahora bien, la libertad en el proceso de
motivación (libertad de decisión de la voluntad) sólo
puede verse comprometida, según creo, si el ataque
a la misma posee aptitud bastante para crear en la
víctima intranquilidad o un temor de cierta intensi-
dad, producto del anuncio de la realización de un mal
para el caso de que no se cumplan los deseos expresa-
dos por el sujeto activo.
Si ello es así, como estimo que lo es, ha de afirmar-
se que a la generación de un posible riesgo para la le-
sión de la libertad, o a Ja lesión efectiva de ésta, se
suma implícitamente, asimismo, un ataque idóneo
para afectar al sentimiento subjetivo de seguridad, o
la real lesión de dicho sentimiento.
No se trata, en consecuencia, por lo que al bien
jurídico "se¡,'1.lridad" concierne -y en ello merece

guió quitárselo, sacando entonces el procesado la pistola reseñada, di·


cii;$ndole que iba a pegarle dos tiros ... ".

283
la pena insistir , de una seguridad conectada direc-
tamente a un posible pelí:gro o lesión para las perso-
nas, honra o propiedad del amenazado o de su fami-
lia derivado de la eventual puesta en práctica o eje-
cución del mal con que se amenazó. La regulación
legal no apunta a esta vertiente de la seguridad, dado
que no es preciso -Y en ello reina el acuerdo en doc-
trina y jurisprudencia- la emergencia, o su posibili-
dad, de un riesgo de ataque que realice el mal anun-
ciado: las modalidades del delito de amenazas condi-
cionales (arts. 493-1° y 494) alcanzan su consuma-
ción con independencia de que el sujeto activo, caso
de no seguirse su deseo, se proponga cumplir sus
amenazas o haya descartado totalmente de su proyec-
to, incluso desde un principio, reaccionar en tal hipó-
tesis con la causación del mal anunciado.

4. Por más que tras lo hasta aquí expuesto parece que


habría de concluirse señalando, sin más, que el tipo
básico del delito (70), integrado por las amenazas
(70) En el art. 585 se incrimhtan como faltas diversos supuestos de-
amenazas no condicionales (número 2°: "Los que, de modo leve, ame-
nazaren a otro con armas o la.1 sacaren en riña, como no sea en justa
defensa"; número 3°: "Los que de palabra y en el calor de la ira ame-
nazaren a otro con causarle un ma1 que constituya delito, y con sus
actos posteriotes demostrasen que no persistieron en la idea que signi-
ficaban con su amenaza"; número 4º: "Los que de palabra ainenaza-
ren a otro con causarle algún mal que no constituya delito".
Para Queralt Jirnénez (DPE, PE"', vol. 1, cit., p. 129) no todas las
amenazas condicionales son siempre delito porque e-1 art. 585·3º con-
figura un "tipo de culpabilidad específico y privilegiado" t;Ólú referi-
ble a la modalidad del nútn. 1° del art. 493. En su opinión; pues, él
art. 585-3º constituye un supuesto de "amenazas deli<:tivas' condiciona-
les atenuadas"; pero ello, corno el propio Queralt indica, conduce a
privilegiar únicamente el caso más grave (amenazas condiclona!es .de un
mal constitutivo de delito). A mi juicio, de adnütirse que el núm. 3°
del art. 585 es de aplicación a tal clase de amenazas eondicfonales, no

284
no condicionales (art. 493-20) (71 ), se dirige en ex-
clusiva a la protección del citado sentimiento perso-

habría razón alguna para excluir la aplicación de este núm. 3° del art.
585 a amenazas no condicionales de un mal que constituya delito,
siempre, claro es, que concurrieren las demás específicas circunstan-
cias exigibles para la falta. Lo que sí es evidente, e inevitable, de seguir-
se esta línea interpretativa, es que la amenaza condíciónál de Urt mal no
constitutivo de delito, efectuada de palabra y en ei calor de la ira de.
mostrando el sujeto activo con actos posteriores que no persistió en
la idea que significaba con su amenaza1 encajaría en el art. 494 y no
en el art. 585-3º,Io cual -sería a todas luces, hablando en términos com~
parativos, absolutamente injusto,
Sea como fuete, el Tribunal Sup.remo ha declarado en reiteradas
ocasiones que ni el art. 585-39, ni supuesto aiguuo constitutivo de
falta, albergan hipótesis de amenazas condicionales. En este sentido,
la seUtencia de 25 de octubre de 1983 expresa con rotundidad la orien-
tación jurlsprudencial seguida en la materia: "La lectura detenida de
los arts. 493 y 494 y 585 del C.P. pone de manifiesto que las amena-
zas condicionales son siempre delito, ya que el mal con que se conM
rnlr1a sea delito (art. 493, párr. 1º} o no lo sea (art, 494), y porque
los núms. 2º, 3º y 4º del art 585 citado, no contemplan ningún su~
puCsto de amenaza condicional. Si no se impone ninguna condición,
la amenaza que connüna con mal que oonstituya delito puede consti-
tuir el delito del art. 493-2°, o la falta del art. 585-3°, si se hace de
palabra, ·al calo1 de la ira, y con sus actos posteriore.s demostraren no
pe:rsistieron en la ídea de cumplir la amenaza, El nUrn, 4° del mismo a¡t.
585. castiga a los que amenazaren a otros con un 1nal que no constituye
delito; el mismo hecho es castigado como delito, si hay condición, en
el art, 494 ~lo que lleva también a estimar que en ningún caso las ame·
nazru1 condicionales pueden ser constitutivas de simple falta ... Por ello
se llega tan1bién a la conclusión de que las amenazas no condicionales,
cuando el nlal conminado no es delito, es siempre falta". Ciertamente,
respecto a esta última afirmación, la falta sería la del núm. 4º del art.
585 siempre que la amenaza fuera he<::ha de palabra, como reclama
este núm. 4°, porque si la a1nenaza no condicional de un mal que no
constituya delito se efectuare po1 escrito la única salida de recibo, res-
petuosa del principio de legalidad, pe10 materialmente insatisfactoria,
sería la de la impunidad.
Quinrano Ripoll~'l (Tratado, t I, vol. II, cit., pp. 1061 y ss.) coinci-
de con ta interpretación jurisprudencial en lo concerniente a Ja delimi-
tación delitoMfalta, poniendo_. eso sí. de relieve las variadas deficiencias
que aquejan a la regulación de las Uamadas amenazas leves, Sobre la

285
na! de seguridad, es lo cierto que tal afirmacíón no es
compartida por relevantes sectores de la doctrina
dentro de los cuales algún autor, en abierto rechazo
de la indicada solución, sigue centrando en la liber-
tad personal el objeto de tutela de dicha moqalidad
delictiva. Tal circunstancia obliga a realizar un intento
de profundizar en el tema, y para ello, como es lógi-
co, parece conveniente proceder al examen, sistema-
tización y, en su caso, crítica de las diversas posturas
acerca de este importante extremo del estudio de las
amenazas simples. A !al fin, juzgo altamente intere-
sante, antes de acudir a la doctrina española, pasar
revista al estado de la cuestión en las doctrinas alema-
na. e italiana por ser precisamente en ellas donde el de-
bate en tomo al bien jurídico protegido ha adquirido
un más acabado desarrollo.
Como ya se ha adelantado, el Código penal ale-
mán regula por separado, a diferencia del Código pe-
nal español, la amenaza condicional y la no condicio-
nal, formando parte la primera del delito de coaccio-
nes ("Notigung") en el parágrafo 240 (72) y con-
templándose la segunda {"Bedrohung") en el pará-
grafo 241 (73). Pues bien, así como en relación al
conveniencia de proceder a una revisión de las faltas en este concreto
sector: Zugaldía Espinar, M., Delitos contra la libertad, en Doctunenw
tación Jurídica, monográfico dedicado a la Propuesta de .A.nteproyecto
del nuevo Código penal, 37/40, vol.!, Madrid, 1983, pp. 429 y ss.
(71) Repárese en que las amenazas no condicionales (493·2º} tienen
asignada mayor pena ····Y ello constituye un grave ffislate valorativo~
que las condicionales no seguidas dél cumplimiento de la condición.
Críticamente sob.re este particular, entre otros, Quintano Ripollés,
Tratado, t. I, vol. Il, cit., pp. 1056 y s.; Rodríguez Devesa. DPE, PE,
cit., p. 300, nota 23.
(72) Vid. la nota 35 de este trabajo.
(73) Vid. la nota 37 de este trabajo,

286
parágrafo 240 existe un cierto acuerdo en la doctri-
na alemana en singularizar el bien jurídico tutelado
en la libertad de decisión o de actuación· de Ja volun-
tad (74), no ocurre lo mismo en referencia al ámbito
de protección del parágrafo 241, parágrafo sobre el
cual se pueden distinguir las siguientes posiciones:
1) Una primera opinión, absolutamente minorita-
ria, es la sustentada por Binding. A su juicio, resulta
inconveniente la incriminación de las amenazas no
condicionales puesto que su estructura no obliga a
que la conducta tenga la propiedad de intimidar, da-
do que se presume, simplemente, el efecto intimida-
tivo. En suma, partiendo Binding de que sólo el peli-
gro concreto, no requerido por las amenazas sim-
ples, es el único capaz de fundamentar la tipicidad
de una acción, caracteriza a la presente modalidad
como un mero delito de policía {7 5 ).
2) Desde una segunda orientación, dominante en
la doctrina alemana, se afirma que el parágrafo 241
protege el sentimiento de seguridad jurídica de los
particulares o la paz jurídica individual {"Gefühl der
Rechtssicherheit des einzelnen" "individuelle
Rechtsfrieden"). En esta linea se inscribe el pensa-
miento de Merkel (acción apta para oscurecer en el
que sufre la amenaza la conciencia de la seguridad
del derecho) (76) y, modernamente, el de autores
como Lackner {sentimiento de seguridad jurídica de

(?4) Cfr., por todos, Eser, A.., en &«hOnke·SchrOeder, Strafgesetz·


buch, Kornmentar, Milni:hen, 1985, pp. 1460 y s.
(75) Cfr. Binding, Lehrbuch, l, cit., pp. 102 y s.
(76) Cfr. Merkelt A., Derecho Penal, trad. por P. Dorado Montero,
Madrid, s/f., p. 91.

287
los particulares) (77), Otto (paz jurídica personal-
subjetiva de los individuos) (78), Eser (paz jurídica
individual, confianza de los particulares en su seguri-
dad, garantizada por el Derecho, ante amenazas espe-
cialmente graves) (79), Horn (confianza de los parti-
culares en su paz jurídica, su sentimiento de seguri-
dad jurídica) (80) y Haft (paz jurídica individual)
(81).
3) De modo contrario, Blei estima que la protec-
ción que se dispensa por el parágrafo 24 l va encami-
nada a evitar la puesta en peligro de la libertad per-
sonal a través de la intimidación (82) y Maurach, en
términos más concretos, subraya que lo esencial del
hecho es la puesta en peligro, por medio d.e la amena-
za o de la advertencia falsa, de la resolución de lavo-
luntad o de la libertad de actuación ("Willensentsch-
Iiessungs-oder-betiitigungsfreiheit'') (83).
4) Una postura intermedia en relación a las dos an-
(77) Cfr. Lackner; K,, Strafgesetzbuch mil Erliluterungen, München,
1985, p. 956.
(78) Cfr. Otto, H., Grundkurs Strafrecht Die einzelnen Delikte,
Berlín, 1984,p. 130.
(79) Cfr. Eser, en SchOnke-Schróder, Strafgesetzbuch Kommentar,
dt., p.1470.
{80) Cfr. Horn, E., Systematischer Komrnentor zum Strafgesetz-
buch, Band ll, Besonderer Teil, Frankfurt a1n Main, 1981, p. 43.
(81) Cfr. Haft, F., Strafrecht. Besonderer Teil, München, 1985,
p.119.
(82) Cfr. Biei, H., Strafrecht, 11, Be-sonderer Teil, München, 1983,
p. 85.
(83) Cfr. Maurach, R.~Schróder, F.C., Strafrecht. Besonderer Teil,
Teilband 1, Straftaten gegen PersOnlichkeits ----und VermOgenswerte,
Heidelberg-Karlsruhe, 1977, p. 120. El apartado 2 del parágrafo 241
StGB. incrintina también, además de la amenaza directa, la conducta del
que simula que la víctíni.a, o persona a ella cercana, va a ser objeto de
una ínminente acción delictiva por parte de un tercero. Cfr. nota 3 7
de este trabajo.

288
teriores es la sustentada por Dreher-Trondle, por
cuanto si bien afirman··que el obj'eto·jurídico protegi-
do en primera línea es la paz jurídica de los particu-
lares, consideran que se trata, también, de un delito
de peligro abstracto contra la libertad de acción
("Handlungsfreiheit") (84). Asimismo, estima Schii-
fer que el parágrafo 241 ha de concebirse como Un
delito contra Ja paz jurídica subjetiva, afiadiendo este
autor que ello va implícito en la libertad de acción del
individuo (85 ).
Al igual que en la doctrina alemana, tampoco se
ha suscitado en la italiana especial controversia sobre
el interés tutelado en el delito de coacciones ("vio-
lenza priva ta") previsto en el art. 61 O del Código
penal: la libertad personal, en su modalidad de liber-
tad moral (86) y, concretamente, de autodetermina-
ción espontánea (independencia en la formación y
en Ja ejecución de la voluntad), libre de condiciona-
mientos o limites que no vengan legítimamente im-
puestos, es el bien jurídico protegido (87). En el deli-
to de amenaza ("minaccia") del art. 612 es posible,
por el contrario, descubrir al menos tres corrientes
doctrinales distintas sobre la cuestión.

(84) Dreher, E.-TrOndle, H., Strafgesetzbuch und ,Alebengesetze,


München, 1986, p. 1181.
(85) Cfr. Schafer, K., Strafgesetzbuch, Leipziger Kommentar, Ber-
lin, 1986, p, 116.
(86) Un comple1o análisis sobre el contenido de la libertad moral
ofrece G, Vasalli, /l diritto allti JiHertll mora/e (Contributo afla teoria
dei diritti della personalitit), en Studi Gfuridici in mehiorla dt Filippo
Vassalli, voL 2º, Torino, 1960, pp. 1629 y ss, '
(87) Cfr. Crespi, A.~Zuccal:l, G.-Stella, F., y otros, Commentario
breve al Codice penale, Padova, 1986, p. 995.

289
l} Según la concepción dominante -en la que pue-
den encontrarse, sin embargo, ciertas diferencias de
matiz-, el objeto de tutela penal viene constituido
por la libertad psfquíca o libertad moral frente a
aquellos ataques, reputados singularmente disvalio·
sos, obstaculizadores de la formación de la voluntad
en vía autónoma.
Así, para Manzini el bien específicamente ampara-
do ha de verse en el interés estatal por garantizar la
libertad individual en su aspecto de libertad psíqui-
ca. Se trata, en definitiva, de asegurar la ausencia de
preocupaciones susceptibles de restringir la libertad
íntima individual, de evitar acciones que conmuevan
la citada libertad, esto es, el sentimiento y la idea de
la propia libertad. Y, en efecto "continúa Manzíni-,
la libertad interna se ve comprometida cuando se
introduce en el sujeto un motivo de alarma o temor,
pero al propio tiempo cuando esto sucede -indica el
autor italiano- se coarta, asimismo, la libertad exter-
na, y ello en la medida en que se imponen a la perso-
na limitaciones y precauciones que en otras circuns-
tancias no tendrían razón de ser. La amenaza -con-
cluye Manzini- es un hecho que si también puede
turbar la quietud o tranqtúlidad individual restringe
principalmente la libertad psíquica (88 ).
De manera parecida se expresa Romano-di Falco:
el interés por el que vela el art. 612 es el inherente
al bien de Ja libertad interior, que se ve mermado
cuando" se producen presiones extra!las que condi-
cionan la normal actividad de Ja psique individual.

(88) Cfr. Manzini, Trattato di Diritto penale italiano, vol. VIII,


Deltiti contra la persona (volume a cura di G.D. Pisapia). Torino,
1985, pp" 803 y"

290
Ahora bien -añade este autor-, producida una per-
turbación de dicha actividad interior (libertad inter-
na) se puede causar, además, una afectación de la li-
bertad externa abocando a la persona a tomar cier-
tas cautelas que, en otro caso, no tomaría: De esta
suerte, se lesiona, en suma, la libertad moral, psíqui-
ca, interna, o sea la facultad de determinarse libre-
mente c011forme a motivos propios (89).
A juicio también de Brasiello, sobre la base preci-
samente de que la amenaza va dirigida a limitar la
tranquilidad interna del hombre, lo que se tutela es
la libertad en su vertiente de libre autodeterminación.
En resumen, con la tranquilidad del espíritu perdida
se pierde o se disminuye paralelamente destaca
Brasiello- la facultad de determinarse con liber-
tad (90).
Por su parte, entiende Noseda que si bien la opi-
nión de von Liszt y Merkel, caracterizando a las ame-
nazas como un delito contra la paz jurídica (entendi-
da en sentido subjetivo: sentimiento individual o con-
ciencia de la propia seguridad jurídica), es correcta,
no por ello la amenaza deja de formar parte de los
delitos contra la libertad, porque ésta debe entender-
se ampliamente comprendiendo, por tanto, todas las
manifestaciones de la actividad humana (91 ).
(89) La efectiva lesión de la libertad exterior constituye para este
autor una eventualidad no necesaria. Tal afirmación -para ser conseA
cuente con el carácter de delito de peligro que la doctrina italiana
asigna a las amenazas--- debería extenderse también, a mi juicio, a )a
llamada libe.rtad interna, Cfr, Saltelli 1 C ~Romano-di Falco, E., Com·
mento teorico-pratico del Codice penale, voL IV, Roma, 1956, pp.
386 y SS.
(90) Cfr. Brasiello, T., ,i1inaccia, en Nuovo Digesto Italiano, Vil[,
1939, p. sos.
(91) Noseda, E., Dei delitti contro Ja llbertit individua.le, en Enci-

291
De modo más conciso, en fin, pero en la línea des-
crita, se expresan entre otros, Maggiore (el objeto del
delito es la tutela de. la libertad aunque no se mani-
fieste extrínsecamente en una conducta exterior: ha-
cer, tolerar u omitir) (92), Vassalli (la libertad moral
ocupa un primer plano sobre la mera paz privada o
tranquilidad personal) (93) y Raníeri (idoneidad de
la amenaza para intimidar, es decir, para restringir
la libertad psíquica) (94 ).
La influencia en alguno de los autores citados del
pensamiento de Carrara, que en definitiva propicia
la fusión entre tranquilidad y libertad (95), es nota-
ble: "tranquilidad y libertad se unificarían hasta cier-
to punto en un concepto común", porque todo
aquello que turba el ánimo -decía Carrara- disminu-
ye la libertad interna (96).
clopedia del Diritto pena/e italiano (a cura di E. Pessína), voL VI,
1909, p. 799.
(92) Cfr. Maggiore, G., Derecho Penal, Parte Especial, vol. IV,
Delitos en particular, trad. por J.J. Ortega Tones, Bogotá, 1955, p,
.476,
(93) Cfr, Vassalli, ll diritto alla liberta rnorale, cil., p. 1692.
{94) Cfr. Ranieri, S., .Manual de Derecho Penal, fV, Parte Espeeíal,
trad. por J. Gue:rreiro, Bogotá, 1974, p. 473.
(95} Oítkamente acerca de esta pretendida identificadón: Vassal-
li, ll dirftto allo libertli rnorale, cit., p. 1692, nota 141.
(96) Según Carrara (Programa, cit., pp. 334 y s.), cuyo pensan1lento
en este punto me permito reproducir íntegramente, "El criterio que
vuelve políticamente imputable la amenaza surge de la influencia que
ella ejerce $Obre el ánimo del amenazado, porque el temor que Ie des-
pierta la amenaza hace que el se sienta menos Ubre y que se abstenga
de n1uchas cosas que siu la a1nenaza él habría trnnquilainente hecho.
Así~ la agitación que la amenaza despierta en el ánimo, restringe la fa-
cultad de reflexionar tr.lnquilamente, y de determinarse segÚn las pro~
pias preferencias; írnpJde cjert(iS acriones, constrifie 3. otras de previ-
sión y cautela y produce la re..~tricdón de la libertad interna y muy a
menudo de la externa, Por lo tanto, es deficlente la tutela jurídlcá fren-
te a aquellos códigos que sólo prevén la antenaza con orden, sin estable-

292
2) A la anterior corriente doctrinal se ci,mtrapone
la matizada opinión de Antolisei. Según este autor,
por más que no pueda negarse un tanto de verdad
a la tesis mayoritaria, que funda la ratio del delito
en Ja necesidad de proteger la libertad moral contra
influencias extrañas al sujeto, un atento examen de
la cuestión "demuestra que lo que efectiva y direc-
cer represiones espedales contra ia amenaza no acompañada por Ja or-
den. Podría decírse que en ia amenaza con orden (que entre nosotros
se traduce ordinanamente en violencia privada) está expl(cito eI ataque
a la libertad, porque el culpable indica claramente cuál es la cosa que
debe hacer u omitír el amenazado si quiere evitar el mal que le ame~
na.za, Podría decirse, por el contrario, que en la amenaza sin orden,
está impltcita la restricción a la libertad del amenazado. Peto no puede,
en verdad, negarse tjue ella contieJH!- una restrícción a la líbertad y que
en la ofensa a ese derecho se concreta, por lo generu.l, la objetividad
jurídica del maleficio, Sí alguien me ha amenazado con matarme si no
me abstengo de hacer una cosa determinada, en ello está explícito el
impedimento a mi.libertad, porque se ha sefialado claramente en qué
parte de su ejercicio se la quiere impedir, Surge, entonces, el título
de violencia privada por violencia moral y mi libertad está ta.'l:ativan1en-
te limitada en relación a aquel acto o a aqucJ objeto, mientras que en
lo demás permanece ilesa. Si, por el contrario, un tercer-o me amenaza
con rnatanne con independencia de cualquier condición, él, tal vez, no
tendrá el pensamiento de irnpedir tni libertad, y su finalidad seguramen-
te será la de atemorizanne, o de hacerse respetar por mí, o de demos·
trarme su superioridad. Pero lo real es que yo temo y que por causa de
ese temor ora evito Jos lugares d0nde podría encontrar a nli enemigo,
ora tne abstengo de salir de noche de mi casa para no poder ser asal-
tado; ora me hago escoltar por mis amjgos ptua que me defiendan, y,
de esta manera, el influjo de aquella amenaza se manifiesta bajo más
de cien formas distintas sobre el ejercicio de mi libertad. Tal vez todas
esas formas no han sido previstas y queridas por el amenazador, pero
estaban implícitas en su idea genérica de atemorizarme. Por esto creo
que es exactísimo cl pensamiento de los que refieren la amenaza a los
delitos contra la libertad personal. P-or otra parte, si no se procede
así no se sabría a qué otro derecho se debe referir la ofensa c.ausada
por la amenaza, Por esto yo creo ~concluye Carrara, tan dado a las
afirmaciones de este tipo- que en cuanto respecta a la colocación de
Ia amenaza en la presente ciase delictiva, la cient,'ia actual ha pronUn·
ciado su última palabra",

293
· tamente viene ofendido por el hecho de la amenaza
· es aquel complejo de condiciones que se resumen en
el estado de tranquilidad individual, condiciones que
si constituyen un presupuesto para el normal ejerci-
cio de los derechos de la libertad, no pueden cierta-
mente identificarse con ellos". Para Antolisei, pues,
el verdadero objeto de protección del delito de ame-
. nazas es la tranquilidad individual que constituye,
sin duda, un importante bien de la persona (97).
3) Finalmente, la posición de Dassano; que puede
considerarse intermedia, trata de concordar las dos
anteriores a las que, a su juicio, no cabe estimar an-
tinómicas. Según Dassano, la norma del art. 612 tien-
de directamente -conforme a lo afirmado por Anto-
lisci··.. a garantizar "aquel complejo de condiciones
que se resumen en el estado de tranquílidad indivi-
dual", entendido éste -de acuerdo con lo que defien·
de Flick- como "situación preliminar a la problemá-
tica de las interferencias extrañas lesivas de singulares
y específicos momentos en la capacidad de autode-
terminación" (98). El pensamiento de Dassano, em-
pero, queda fielmente reflejado en la postura que
mantiene ante Ja alternativa "tranquílidad indivi-
dual" - "líbertad psíquica" al señalar que no estamos
aquí en presencia de términos que resulten contradic-
torios, sino que, por el contrarío, la ofensa del pri-

(97) Cfr. Antolisei, F., Manuale di Diritto pena/e. Parte specíale, I


(ristampa aggiornata. della ottava edizione a cura di Luigi Conto), IV1i~
lano, 1982,p. 133. ·
(98) G.M, Flick señala exactamente que el tipo derart. 61k tiende a
garantizar la tranquilidad individual por sf 7nisma, en cierto modo co1no
situadón preliminar... Cfr. su trabajo Liberta individuale (delítti contra
la), en lfnciclopedia del Diritto. 1974, XXIV, p. 546.

294
mer interés constituye una forma de particular viola-
ción del segundo (99 ).
- En la doctrina espaftola, o cuando menos en un
amplio sector de la misma, no se ha prestado detenida
atención al tema del bien jurídico tutelado por la fi-
gura delictiva objeto de estudio (100). Quizá la doble
nomenclatura ("De los delitos contra la libertad y
seguridad") del titulo XII, en el que se insertan las
amenazas, puede haber contribuido a que la cues-
tión de ligar el delito a uno o a otro bien (libertad-
seguridad) no haya, ciertamente, preocupado en ex-
ceso (1 Ol ), llegándose en ocasiones, como ya se ha
tenido oportunidad de advertir, a dar por resuelto
el problema a través del examen conjunto de coac-
ciones y amenazas o ~y ello es criterio más extendi-
do- mediante la consideración del mismo sin tener
presente la obligada distinción según las amenazas
sean o no condicionales.
Con todo, en el panorama doctrinal espafiol -co-
mo a continuación se expone- es dable observar
prácticamente las mismas posturas que aparecen en
las doctrinas alemana e italiana, pese a que con fre-
cuencia, como digo, tenga en realidad que dejarse a
la intuición el determinar cuando la referencill que
se hace al bien jurídico lo es en relación a las amena-
zas condicionales o a las no sometidas a condición,
amenazas estas últimas a las que se cifte el conteni-

(99) Cfr. Dassano, F., il1inaccia, en Enciclopedia del Diritto, 1976,


XXVI, p. 335.
(100) lJna rtx:iente e ímpor:lante contribución al tema viene consti-
tuida por la ya -citada obra de Elena Larrauri Pijoan "Libertad y ame-
nazas''.
(101) Cfr. Quintano RipoUés, Tratado, t. I, vol. II, cit,, p. 1037.

295
do de este apartado. Ha de significarse, por 16 demás,
que las dificultades para una clara y cerrada sistema-
tización de las distintas opiniones, debido a los ma-
tices que cada autor introduce en esta materia, son,
como se podrá comprobar, casi insuperables.
l) Jaso Roldán, fiel seguidor de la concepción de
Bínding sobre este punto, es el único autor entre los
espafloles que, por caracterizar las amenazas no con-
dicionales como un mero delito de policía, afirma la
inconveniencia de su incriminación, asegurando, por
· esta causa, que "la decisión respecto a si el oh.jeto re-
gularmente puesto en peligro (abstracto) es la libertad
o Ja seguridad jurídica aparece como indiferente"
(102).

2) Una segunda orientación, en la que se integran


ya varios autores, fija el objeto jurídico del delito,
aunque con algún matiz diferencial, tanto en la segu-
ridad como en la libertad.
Es paradigmática en el sentido mencionado la ex-
posición de Groizard al distinguir, a los efectos que
aquí interesan, entre la amenaza simple y la sujeta a
condición. Para Groizard, "el que dice a otro que si
no ejecuta o deja de hacer una cosa le va a asesinar,
es evidente que limita su libertad con un impedimen-
to explicito sobre cosas concretas. El que sin condi-
ción le amenaza con igual daño, limita implícitamente
también su libertad de un modo genérico por las :rnzo-
nes antes alegadas", razones que el comentarista ex-
presa de la siguiente manera: "El que me amenaza,
por ejemplo con la muerte, no sólo produce alarma,

(102) Cfr. Jaso Roldán, DP. 11, PE, cit., pp. 3 l2 y s.

296
desasosiego, inquietud dolorosa en mi espíritu, sino
que me obliga a tomar una serie de precauciones ma-
teriales que perjudican y limitan mi libertad, obligán-
dome a no salir de noche, a no frecuentar ciertos si-
tios donde puedo encontrar a mis amígos, y a no
aventuranne sin armas o sin gentes que me guarden
la espalda" (103).
Cuello Calón, por su parte, refiriéndose genérica-
mente al delito, afirma que las amenazas se encami-
nan directaménte a socavar la tranquilidad del hom-
bre perturbando "su confianza en la potencia protec-
tora del orden jurídico y son ante todo un ataque
contra la seguridad individual, o mejor aun, contra
el sentimiento de hallarse protegidos". Dicho esto,
añade Cuello -esgrimiendo razones ya tenidas en
cuenta por Groizard y por parte de la doctrina ita-
liana- que también en estos delitos hay un ataque
a la libertad ( 104).
En la actualidad, Rodríguez Ramos -aunque, en
rigor, la explicitación de su pensamiento no resulte
por entero coincidente con el de los autores cita-
dos- puede ser incluido en este grupo en tanto des-
taca, al referírse a la modalidad de amenazas incon-
dicionales, la libertad y la seguridad como bienes a
tener en consideración. Según Rodríguez Ramos, las
amenazas no condicionales pueden significar un
ataque a cualquiera de las fases de la voluntad ("for-
mación de la voluntad o consideración de las opcío-

(103) Grotzard y Cómez de la Serna, A,, El l'ódigo pen.al de 1870


concordado y comentado, V, cit., pp, 672 y ss. Como puede observar·
se, el pensamíento de Groizard coincide, incluso en los ejemplos, con
el de Ourara. Cfr., supra, la nota 96 de este artículo.
(104) Cfr. Cuello Ca!6n. DP, PE, vol. !!, cit., p. 733.

297
nes posibles, la decisión de la voluntad o elección
de la opción que 'se considera más adecuada o desea-
ble y la ejecución de la voluntad o puesta en prácti-
ca de tal opción") en la medida en que ,también pue-
den afectar a la tranquilidad y seguridad necesarias
"para estudiar, tomar o ejecutar decisiones en gene-
ral o alguna en particular" ( 105 ).
3) Quintano Ripollés, apartándose de los anterio-
res planteamientos, centra en la libertad personal el
bien "que más decisivamente entra en juego en el
delito de amenazas en todas sus variedades" (106),
criterio que parece compartir Rodríguez Devesa al
afirmar, sin hacer excepción expresa de ninguna mo-
dalidad, que "las amenazas inciden como delito de le-
sión o de peligro sobre la libertad de decidir con
arreglo a motivos propios, esto es, en el proceso de
formación de la voluntad" (107). También Queralt
Jiménez estima que el bien jurídico protegido en el
núm. 2º del art. 493 es "la libertad de decisión, la
libertad de motivación del sujeto, que tiene derecho
a que en los procesos de formación de la voluntad no
se interpongan presiones intolerables más allá de lo
socialmente admitido" (108).
4) Según Bustos, la seguridad es el exclusivo obje-
to de protección de las amenazas no condicionales,
si bien, como queda dicho, tal objeto de protección

(105) Rvth:Íguez Ramos, Compendio de DP, PE, cit., p, 130.


{106) Quintano Ripollés, Tratado, t. I, vol. Il, cit., p. 1038.
(107) Rodr-Íguez Devesa, DPE, PE, cit., p. 300.
(108) "indudablemente ~sigue escribiendo Queralt-, también es-
tá presente una gran dosis de seguridad, pero ello es concumítante a
la propia libertad: si ésta se pone en peligro, con10 efecto, tan1bién
resulta perturbada aquéUa" (DPE, PE, cit. p. 121).

298
· ha de ser concebido, a su iu1c10, como presupuesto
·de la libre actuación'.°""en el art: 493-2º, lo único
afectado es la seguridad como presupuesto de la li-
bertad de actuación", seguridad que ha de ser enten-
dida "como el conjunto de circunstancias objetivas
para que se dé la capacidad de actuación, ya sean
objetivas a la situación o a la persona". La seguri-
dad, pues, constituye para Bustos "un concepto ob-
jetivo y no subjetivo {no se identifica con temor o
miedo)" (! 09).
En la misma línea, Larrauri -después de exponer
distintas razones que impiden la construcción del in-
dicado tipo como un delito contra la libertad-, afir-
ma que la seguridad, definida como "un presupuesto
objetivo-individual de la libertad de actuación", es el
bien jurídico tutelado en las amenazas simples, bien
jurídico que, a efectos de consumación, ha de haber
sido lesionado (110).
5) Una última corriente doctrinal resalta, asimismo,
la "seguridacl" como único objeto de protección del
tipo de amenazas no condicionales. En este sentido
(109) Bustos Ramírez, JV!atwal de DP, PE, cit., pp. 87 y 100 s.
(110} De lo que se trata, segÚn Larrauri (Libertad y arnenazas, cit.,
p. 2.38) "es de castigar aquellas amenazas que han lesionado los presu-
puestos objetivo-individuales de la libertad", Así, "la protección de la
libertad se anticipa en un estadio, se pretende proteger no sólo la liber-
tad de- actuación del sujeto, sino los presupuestos objetivo-individuales,
para que ésta pueda desarrollarse". De este modo, no será preciso que
el dolo del agente comprenda ni la lesión ni la puesta en peligro de la
libre actuación del sujeto pasivo. De otra parte, al reclamarse la concu-
rrencia de la efectiva lesión de los citados presupueStos de la libertad
de actuación se restringe ~subraya esta autora- el ámbito de punición
del delito, Es decir, lo que importa es deterntinar "si en aquel caso con~
creto, si en aquella persona concreta, se produjo esta fesión" y no -con-
cluye Larrauri~ "si el sujeto ha sldo intimidado, o si la amenaza era
objetivamente apta",

299
se manifiestan Cobo-Carbonell ("sentimiento de
tranquilidad") (111 ), Mir Puig ("sentimiento subjeti-
vo de seguridad") (112), Octavio de Toledo - Huerta -
Casas - Peñaranda ("confianza del individuo en su paz
jurídica, su sentimiento de seguridad jurídica")
( 113) y Zugaldía ("no supone ningún atentado a la
libertad en cuanto que no afecta ni a la formación
de un acto voluntario ni a su realización", "atenta
tan sólo, bien al sentimiento de seguridad o tranqui-
lidad al que todo ciudadano tiene derecho, bien,
dicho en palabras de la doctrina alemana dominan-
te, a la paz jurídica individual") (114 ). Muy clara-

(111) "En la amenaza no condicional la consumación se produce


sin afectar para nada la libertad en el proceso de formación de la volun-
tad del sujeto pasivo, quien nada puede hacer para evitar la producción
del mal con que se le amenaza" (Coba del Rosal-Carbonell Mateu, DP,
PE, cit., p. 43).
(112) Mir Puig, El delito de coacciones en el Código penal español,
cit., p. 285.
(113) Octavio de Toledo y Ubieto-Huerta Tocildo-Casas Nombela-
Peñaranda Ramos, Los delitos contra los intereses individuales en la
Pi-opuesta de Anteproyecto del nuevo Código penal, cit., p. 54. Según
estos autores, que en las amenazas no condicionales el bien jui;Ídico sea
la seguridad (entendida en los ténninos citados en el texto) constituye
uno de los motivos para estimar que la PANCP de 1983 -cuyo título V,
libro 11, sólo se refiere a "Delitos contra la libertad" - debería de man-
tener la rúbrica tradicional de "delitos contra la libertad y seguridad".
Sobre el resto de las razones que fundamentan esta opinión, vid. pp.
52 y s.
(114) Zugaldía Espinar, Delitos contra la libertad, cit., p. 431. Por
lo dicho, indica Zugaldía, el delito de amenazas incondicionales debe-
ría ubicarse no en el título V, libro 11, de la PANCP de 1983, sino en
el título 'VII, añadiéndose, para tal fin, a la rúbrica "Delitos contra la
intimidad" el título "paz jurídica individual'' (Delitos contra la intimi-
dad y la paz jurfdica individual), dando contenido el mencionado deli-
to de amenaza simple a un nuevo capítulo. En dicho capítulo debería
tipificarse -como señala Zugaldía- la acción de simular que se va a
realizar un delito contra la víctima o contra persona a ella cercana.
Se trataría, en definitiva, de introducir una modalidad delictiva seme-

300
mente, también, reserva Díez Ripollés el bien jurí-
dico "seguridad" para las amenazas no condiciona-
les, descartando,. de manera expresa, que constitu-
yan un ataque a la libertad, habida cuenta que "tal
ataque a la voluntad en el sentido de privarla de la
libertad de decisión sólo adquiere significado en las
amenazas condicionales, dado que en ellas se intenta
forzar la decisión del sujeto pasivo en un sentido de-
terminado, se pretende que adopte una decisión y
no otra. Sin embargo -señala Díez Ripollés-, en las
amenazas no condicionales en ningún momento se
pretende introducir motivaciones ajenas en el sujeto
pasivo para que tome una determinada decisión; la
amenaza es independiente de lo que el sujeto pasivo
decida o haga en el futuro" (115).
El Tribunal Supremo, como ya se ha anotado en
el apartado que precede, se refiere básicamente en
sede de amenazas incondicionales a la tranquilidad,
preocupación o inseguridad que el comportamiento
amenazador puede originar en el ánimo de la víctima,
contraponiér¡dolas implícitamente, de esta suerte, a
las condicionales cuyo bien jurídico en la concepción
jurisprudencia! dominante es la libertad y el senti-
miento subjetivo de seguridad.
Pues bien, a mi entender, el objeto jurídico directo
e inmediato, a cuya salvaguarda tienden las amenazas
no condicionales es -y ello con carácter exclusivo- la

jante a la prevista en el apartado segundo del parágrafo 241 del StGB


alemán, modalidad cuyo bien jurídico -según ponen de relieve todos
los autores citados en las notas 77 a 81 de este trabajo- es el mismo
que el de la figura contemplada en su apartado 1° (amenaza directa-
mente realizada por el sujeto activo).
(115) Díez Ripollés, Exhibicionismo, pornograjYa y otras con·
duetos sexuales provocadoras, cit., pp. 173 y s.

301
seguridad personal con el significado que al término
se asigna por el último de los sectores reseñados de la
doctrina espaflola, objeto jurídico de fundamental im-
portancia y digno, por tal motivo, de protección fren-
te a ataques especialmente graves idóneos para poner·
lo en peligro. Y, en efecto, por más que no pueda
ignorarse la estrecha relación entre seguridad y li-
bertad, ni desconocerse, en tal sentido, que la seguri-
dad constituye un presupuesto ordinario y general
de la libertad ~·en este marco se ha llegado a decir que
"la libertad de determinación tiene su más profunda
raíz en la paz interna del espíritu" (116)~, la regula-
ción legal apunta, a mi juicio, de manera específica a
esa situación, anterior en términos amplios, en todo
caso distinta y diferenciable de la que corresponde
al ámbito de la libertad. El presente tipo de amenazas
se satisface, en suma, con la aptitud de la conducta
para arriesgar el citado sentimiento de seguridad y no
reclama, además, la potencialidad de aquélla para ha-
cer peligrar la libertad de decisión del sujeto.
Sobre esta base, entiendo, en primer lugar, que al
contrario de lo que sucede en las amenazas condicio-
uales en que el ataque, como queda subrayado, se
dirige a limitar concretamente la libertad de decisión
del sujeto pasivo, en las amenazas simples falta un
tal ataque sobre Ja motivación de la victima. De otra
parte, en segundo término, cabe manifestar que el
plano genérico en el que se mueven algunos de los
autores que resaltan como objeto jurídico también
la libertad del sujeto pasivo ("el que teme no es li-
bre"), no ofrece, según creo, consistencia suficiente

(116} Jieménez Huerta, M., Derecho penal mexicano, III, México,


1974,p. 154.

302
para enguse en criterio determinante que sírva a la
confirmación de dicho bien en el ámbito de protec-
ción de las amenazas no condicionales, porque no to-
do posible peligro para el indicado sentimiento sub-
jetivo de seguridad, o su efectiva lesión, supone ine-
ludible y automáticamente un posible peligro, o le-
sión real, para la libertad de decisión del sujeto. Sen-
timiento subjetivo de seguridad y libertad de decisión,
en definitiva, si bien interrelacionados -como se de-
muestra por lo afirmado al tratar de las amenazas con-
dicionales- no son, sin embargo, conceptos identifi-
cables o que se impliquen recíprocamente en toda
clase de hipótesis.

303

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