Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
OMBLIGADOS DE ANANSE:
HILOS ANCESTRALES Y MODERNOS EN EL PACÍFICO COLOMBIANO
© 1999. C e n t r o de Estudios Sociales, CES
Facultad d e Ciencias H u m a n a s
Universidad Nacional de Colombia
Carrera 50 No. 27-70
Unidad Camilo T o r r e s Bloques 5 y 6
C o r r e o electrónico: ces@bacata usc.unal.cdu.co
Parlada
Paula Iriartc
Comedón de estilo
Guillermo Diez
Digilalización y retocado de los mapas del Valle del rio Banda, la ensenada de Tnmaco y
la depresión Momposina, y del diagrama de relaciones de parentesco
Juan Felipe Peña
Diseño y diagramación
Utópica Ediciones
www.utopica.com
d
y nioaernos
en el Pacífico
colombiano
] A I M E A R O C H A
Contenido 9
Agradecimientos 11
INTRODUCCIÓN
De Ananse y sus ombligados 13
Mi ombligo-árbol 15
Héroe-heroína de autosuficiencia y autonomía 16
Renovación africanista 17
Resistencia no ortodoxa 20
Conceptos obsoletos 25
CAPÍTULO I
La llegada y los trucos de Ananse 31
El Día de la Raza Si
Ocultar para discriminar 36
En Mampox, Samuel se vuelve Anansi cimarrón 41
Ritos para guardar secretos 46
Teatro que enseña secretos 47
Zamhe ensueña porvenires 49
Ananse cacharrera 50
CAPÍTULO II
Ananse en esteros y mares 57
Las telarañas de Ananse 57
Maniobras culturales en esteros y ensenadas 72
Cancheras, pianguas y jejenes en un manglar 78
Ensenada: diques y arena 83
Arrecifes coralinas 105
Ananse y el nía ña na 108
CAPÍTULO III
Ananse en el Baudó (departamento del Chocó):
cacharrera de convivencia étnica y ambiental 113
Lecciones de paz 1 13
Un refugia de paz 116
Modernización, hiadiversidad y mnllietnicidad 126
lTn refugia de paz aniquilada 12 /
Inquisición, silencia y na violencia 129
Balas en vez de vergüenza 132
Guerras de diablas 1 34
Güeñas de dioses 1 36
Dormir y bailar la ira 139
Antagonismo y conciliación ficticios 141
Ritos fúnebres: síntesis del senlipensamienla afroamericano 142
Mente e inmanencia 148
CAPÍTULO IV
A manera ele recapitulación: Ananse en la estación
imaginaria 163
La étnica nacional a las puertas del cielo 163
La casa del -finaa- Gregaria ríos 164
Pleroma y rreatura 166
Observaciones etnográficas 167
Conversaciones entre vivos y muertos 171
Médicos raiceros y jaibanés 1/3
La formación de los niños 1 /4
Sintonía can la realidad 1 74
Referencias 179
Glosario 195
Agradecimientos
11
Cuna para un ombligo-árbol (zotea a orillas del río Bando, Boca de Pepe).
Foto: Jaime Atocha, octubre de 1995.
INTRODUCCIÓN
13
Ombligados de Ananse
Se cogen [las partes del animal] y se raspan sobre una tabla nueva
de balso. El polvito se revuelve con achiote diluido en agua o [,..] con
aguardiente. Eso se le unta al ombligado comenzando por encima de la
parte del dedo corazón de la mano derecha, desde la uña hacia la mu-
ñeca; luego se sigue con los otros dedos, finalmente desde la muñeca
en el volumen Renacientes del guandal: •grujías negras» de las rías Satinga y Sanquian-
ga (Del Valle el al. 199G).
2
De nuevo constaté la visión mestizante del historiador Castillo ruando celebra-
mos en Bogotá el seminario Ley 70: elnicidad, territorio y conflicto en el litoral Pacifico
colombiana, entre el 27 de noviembre y el 7 de di» iembre de 1995, con el auspicio
de la Universidad Nacional de Colombia (Centro de Estudios Sociales, Departa-
mento de Antropología e Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internaciona-
les).
11
Introducción
MI OMBLIGO-ÁRBOL
Aún no entiendo cómo es que un sobijo por los brazos, la espalda y la
nuca merece el apelativo de ombligada, ni cómo es que los embera
terminaron dándole el mismo nombre al mismo animal que en el gol-
fo de Benín los antepasados de los afrochocoanos habían bautizado
Anansi. Esos afrocolombianos se denominan a sí mismos libres porcpte
mantienen viva la memoria de la lucha de sus antepasados por alcan-
zar la libertad. Ellos, en cambio, no se ombligan cuantas veces lo con-
sideren necesario, sino una sola vez, aunque en el Bando sí existen dos
rituales focalizados en el ombligo del recién nacido.
El primero se celebra cuando alguien nace, y la madre enhetra la
placenta y el cordón umbilical debajo de la semilla germinante de al-
gún árbol, escogido por ella y cultivado en su zotea desde que supo de
su preñez. La zotea consiste en una canoa desechada, un cajón grande
o unas ollas viejas que ella coloca cerca de la casa sobre una platafor-
ma de palos y rellena con esa tierra que las hormigas dejan a la entra-
da de sus hormigueros. Con sus hijos, la trae del monte para sembrar
aliños para el tapao, descanse! {Amaranthaceae, Suárez 1996) para ha-
cerse baños durante la menstruación, en fin, yerbas para la pócima
que amarre al marido y disuada a la amante de él (ibid.) En lugares del
alto Baudó, como Chigorodó, las zoteas siempre tienen cocos en reto-
ño, con los cuales las madres hermanan a su descendencia. Cada niño
o niña distingue con el nombre de mi ombligo a la palmera que crece
nutriéndose del saco vitelino enterrado con sus raíces el día del alum-
bramiento.
En Surinam los miembros del winti, una religión emparentada con
el vudú del actual Benín, tienen ceremonias comparables. Sus practi-
cantes femeninas no sólo toman los mismos baños rituales de las afro-
baudoseñas (Stephen 1998a: 73), sino que también entierran la placen-
ta y «[...] sobre ese punto del jardín plantan un árbol» {ibid.: 72, tra-
ducción del autor) 3 .
En los ríos G ü c l m a m b í y Saija del litoral Pacífico nai iñense, las afrodcscendicntcs
usan baleas de moro con finas tallas en m a d e r a , p a r a t e n e r allí a sus n e n e s y n e n a s
(continúa en la página siguiente)
15
Ombligados de Ananse
Empero, Ananse es lo que menos tendría que ver con una simple
apropiación ambiental. Se trata de un animal que los esclavizados dei-
ficaron por su autosuficiencia: de su propio cuerpo teje una casa que
además le sirve para procurarse alimentos (Oakley Forbcs, citado por
basta el bautizo. A partir de ese momento, a la canoita le dan el nombre del niño o
la niña y la guardan en el techo de la rasa (Friedemann 1989: 101). En San Andrés
y Providencia, después de dar a luz, las madres también enhenan la placenta con
un árbol (Forbes 1998).
1
El que la Patasola sea un ser mítico plantea el problema de cómo llegar a su
cuerpo y de ese modo obtener los polvos necesarios para hacer la ecuación del
ombligo.
' lanío la relación ombliga-sacralidad como la ecuación árbol-vida ilustran lo que
Minlz v Price (1992: 10) llaman «orientaciones cognoscitivas» o sea supuestos bási-
cos sobre las relaciones sociales o sobre el funcionamiento de los fenómenos del
mundo. Las propusieron como foco de atención para estudiar el pucnle Africa-
Améi ica, en reemplazo de rasgos culturales concretos que habían sido privilegia-
dos por los partidarios del modelo de encuentra para dilucidar el pucnle Ahica-
Améi ira.
16
Introducción
[...] la araña era sacristán como yo en esc tiempo y [...) por comerse
unas hostias la iban a matar. Entonces, Anansi se subió a la torre más al-
ta de la iglesia y, repicando las campanas, grite') con una voz delgadita:
«Si Anansi mucre, el mundo se acabará, la candela se apagará para
siempre, la gente se acabará también».
El cura se fue a ver quién tocaba las campanas anunciando semejan-
tes desastres, pero como Anansi era tan liviana, con esc cuerpo tan
chiquito, no la vio y pense') que era una voz del cielo.
Mientras tanto, la condena a muerte lúe suspendida, porque la mul-
titud de gente así lo pidió. Pero con la condición de que dejara las ma-
las mañas y trabajara (Friedemann y Vanín 1991: 189, la cursiva es mía).
RENOVACIÓN AFRICANISTA
17
Ombligados de Ananse
19
Ombligados de Ananse
RESISTENCIA NO ORTODOXA
Mi mayor anhelo cuando niño era poder caminar sobre el agua co-
mo Anansi. Entonces, con mis amiguitos conseguimos la oración de
Anansi para convertirnos en arañas y poder pasar de un cuarto a otro
en las casas que eran de tabla. Yo, de acólito, de sacristán tenía que
aprenderme muchas oraciones, lüi un santiamén aprendí la de Anansi.
Decían (pie en Semana Sania las oraciones eran más efectivas. Enton-
ces, nos (hamos varios niños al San Juan, al mediodía y uh, a las 12 cic-
la noche, nos zambullíamos en el agua y abajo rezábamos tres veres ton
potencia, sin respirar, sin salir a la superficie:
20
Introducción
21
Ombligados de Ananse
22
Introducción
23
Ombligados de Ananse
21
Introducción
lo. Y don Rogé pasea a Judas y dice a carajiar ese caballo por lodo
Caimanfrío y el caballo baila al son de la música del jeep. Y esos tierra-
les comprados a puños di oro y droga (ibid.: 47).
CONCEPTOS OBSOLETOS
25
Ombligados de Ananse
refiere; segundo, parle de una posiciém ahístórica (pie oculta los aléga-
los ile aquellas esclavizadas que llevaron a las cortes a sus amos debido
a la pretensión de ellos de permanecer impunes luego de violarlas o
intentar amancebarse con ellas (Romero 1998; Spicker 1998), y terce-
ro, lo guía un marco reaccionario que hace invisible la lucha que desde
la Colonia llevan a cabo representantes de la Iglesia católica, como san
Pedro Clavel, para extirpar el vínculo entre instrumentos musicales y
deidades africanas, así como el papel que toques tic- tambor y marimba
desempeñan en la convocatoria y aglutínamiento de rebeldes cpie ja-
más aceptaron la pérdida de la libertad (Friedemann y Arocha 1986:
172-176:415-423).
Un discípulo de Wade, el antropólogo posmodernista Eduardo
Reslrepo, sostiene que —pese a los estándares éticos y políticos que
hemos considerado deseables dentro de la afroamericanística— hay
una significativa corriente invesligativa que se ha hecho por fuera del
paradigma afrogenético. La libertad también puede ejercerse dando
origen a una antropología lighl que irivializa la historia y sustituye ex-
plicaciones basadas en la subversión incesante por aquellas (pie apelan
a los estereotipos del erotismo y la sumisión.
Empero, lo que sí me parece inadmisible es la mentira. Wade ase-
gura (pie yo he clasificado a la inventiva y a la flexibilidad —sin más
preámbulos— como huellas de africanin (1997: 19). Reslrepo (1997b),
en calidad de amplificador incondicional de los infundios del inglés,
los magnifica en el sentido de que yo supuestamente he sostenido que
el sentipensamiento también es huella de afrii anía.
De estas falacias se percatará el lector al examinar mi propuesta
afrogenétíca en cuanto a la evolución de las culturas de los descen-
dientes de los africanos en Colombia. Sí encontrará una exaltación (le-
la inventiva, la creatividad y el sentipensamiento (Arocha 1996). Y aquí
la reitero en el ámbito de la resistencia a la esclavitud en América.
Desde que el historiador O r n n o Lara documentó (pie el batallar «[...]
fie los Bijago de Guinea y la de los Jagas del Congo [era] parte de la
lucha contra el negocio de la traía» (Friedemann 1998a: 82), no resulla
fácil dudar de que las estrategias puestas en marcha por los africanos
cautivos y sus descendientes para construir su libertad fueron también
una herencia africana que se geste') en este continente durante el co-
mercio triangular.
Fl presente volumen reitera el pensamiento que nos motivé) a Nina
de Friedemann y a mí para elaborar el libro De sol a sol: génesis, trans-
formación y presencia de los negros en Colombia. J u n t o con ella, con la his-
2b
Introducción
27
Ombligados de Ananse
28
Introducción
parentesco que esc legado de africanía crea entre los pueblos del Ca-
ribe continental e insular y los de las selvas, ríos y puertos del Afropa-
n'fico ejue se extiende desde Panamá hasta Ecuador.
29
África en América (talla ele un sol bamún sobre una batea tadoseña para catear oro). Folo:
Jaime Arocha. Sol banuín: colección cíe Acli iana Maya; cateadora,
colección de Jaime Arocha.
CAPÍTULO 1
EL DÍA DE LA RAZA
31
Ombligados de Ananse
1713-1740, Ingleses Akán, ewe, ibo Agricultura Valle del Cauca Automanu-
Asiento Minería del oro Litoral Pacífico misión
1740-1810. Ingleses, Akán, ewe. Minería del oro Litoral Pacífico Automanu-
contrabando, españoles ashanti, kongo misión
asiento,
comercio libre
1750-1850, Españoles Criollos Minería del oro Litoral Pacífico Automanu-
Comercio libre misión
Tomado de Arocha I998d: 343. Fuentes: Escalante I96S y Del Castillo 1982.
:;L'
La llegada y los tilicos de Ananse
cencías que les había otorgado desde 1533 a algunos de sus mercade-
res, funcionarios, misioneros, conquistadores y «allegarlos a la Corte y
privados del Rey». A su turno, ellos negociaban con los portugueses
instalados en las costas de las selvas de África ecuatorial. De ahí en
adelante la importación de esclavos a las colonias se subcontratá me-
diante asientos que monopolizaron, primero, Portugal, entre 1580 y
1640, y luego Holanda, desde 1640 hasta 1703. Durante esos años au-
mentó el número de deportaciones de fantis y ashantis, así como las
historias de Anansi y el protagonismo de la deidad arácnida en el lide-
rato de las luchas por la libertad. Miembros de estas etnias siguieron
arribando entre 1703 y 1740, mientras franceses e ingleses controla-
ron el asiento hasta 1810, año que marca el final elel intento de España
por romper los monopolios que habían regido, y el establecimiento de
su propia compañía, la Gaditana, después ele cuya quiebra aumenta-
rían los negocios con negros nacidos en América (Maya 1998a; véase
tabla 1).
—En otras palabras, ¿usted preferiría que se borrara el Día de la Ra-
za? —me reclamó otro maestro.
—Que se cambiara el nombre y abarcara otros sucesos —le dije, tra-
tando de conservar la calma—. En 1989, en Costa Rica tuvo lugar el
simposio internacional Estado, etnia y nación. En su clausura, los parti-
cipantes redactaron una protesta para las agencias multilaterales que
se adherían a las ideas de celebración y descubrimiento, en referencia al
12 de octubre de 1992. N o lo firmé porque excluyeron al África y a los
pueblos afrodescenelientes dentro de su inventario de tierra y gente
transformadas de raíz desde 1492.
33
Ombligados de Ananse
34
La llegada y los trucos de Ananse
35
Ombligados de Ananse
'M,
La llegada y los trucos de Ananse
—Bueno, eso tuvo lugar un poco más tarde, después de 1620, cuando
habían aumentado las ocasiones ele que las personas del mismo origen
se encontraran. Para esc entonces los cabildos ele negros ya estaban es-
37
Ombligados de Ananse
38
La llegada y los trucos de Ananse
39
Ombligados de Ananse
En el colegio nos enseñaron a ligar esclavo con oro, pero no negro y azú-
car, pese a epie el sistema capitalista debe su existencia a ese vínculo.
En su libro Sxueetness and Power (Dulzura y poder, publicado en 1985 por
Penguin ele Nueva York), el antropólogo norteamericano Sidney Mintz
sugiere epie para comprender esta verdad oculta, recordemos epie ha-
ce tan sólo tres siglos epic la mermelada forma parte de la cotidiani-
dad. Algo parecido sucede con jamones y demás alimentos presérva-
lo
La llegada y los trucos di Ananse
dos mediante el azúcar ele caña. En su mayoría, son comidas que pue-
den esparcirse o encerrarse dentro de dos tajadas de pan.
Desde los inicios del siglo XVIII, conservas y carnes procesadas fue-
ron sacando a la mujer de la cocina. Al despachar marido e hijos con
emparedados, ella pudo acompañarlos en el trabajo de las tcxtileras
inglesas, y también alimentarse allá. En ese espacio irrumpieron café y
té con azúcar para restaurar energías o excitar a los obreros dentro de
la rutina interminable que requería la hechura mecanizada de telas ele
algodón.
De las que se conocen como drogas del proletariado —café, té y taba-
co—, el azúcar y el ron figuran entre los primeros productos sintetiza-
dos mediante reacciones químicas. En las minas de oro coloniales el
consumo del aguardiente fue tan difundido como el de la carne ele res
y el plátano. Los amos alimentaban a los esclavos, haciendo todo lo
posible por emborracharles sus rebeliones.
La adicción como forma de dominar se remonta al siglo VII, cuando
los árabes comenzaron a experimentar con esepiejes de caña que ha-
bían conseguido en Asia. A mediados del siglo XV, la aristocracia eu-
ropea ya apetecía crecientes cantidades de azi'icar y alcohol de caña.
Para suministrarlos, bancmeros catalanes y genoveses venían finan-
ciando la expansión ele cañaduzales en el Mediterráneo, desde el norte
de África hacia las islas Canarias, Azores, Chipre y el sur de Portugal y
España.
Este crecimiento se apoyó en otra invención de los árabes, la
agroindustria. Combinando su álgebra con el manejo de aguas escasas,
realizaron aplicaciones de ingeniería hidráulica para desarrollar siste-
mas de irrigación que les aseguraron rendimientos óptimos; separaron
las operaciones ele producción de las del procesamiento ele la caña, las
cuantificaron y detallaron, de forma tal que originaron una auténtica
ingeniería industrial. En combinación con la enorme masa ele trabaja-
dores que llegó ele África a Jamaica y Brasil, esa moderna administra-
ción empresarial hizo posible el pan con mermelada que infinielael de
niños textileros recibieron de sus madres en Manchester y otros pun-
tos legendarios, en la llamada revolución industrial.
41
Ombligados de Ananse
42
La llegada y los trucos de Ananse
43
Ombligados de Ananse
pia que Samuel examinó con avidez, rodeado por los miembros ele su
grupo, que se apretujaban para mirar cada página.
Esa noche nos sorprendimos con la irrupción de Tío Tigre, quien
agrede al (apilan, para luego ser vencido y, por si fuera poco, castrado
por el adalid de los cimarrones, con la ayuda de Perro. Quedaba así
reiterado el carácter de perdedor que las historias de Anansi siempre
le asignan a Tigre (Pomare 1998).
Las máscaras hedías de diez capas de papel pegado con engrudo,
pintadas con colores brillantes y (pie no se habían puesto en las no-
ches anteriores, tanto como los machetes y las lanzas esbeltas, tallados
en madera, habían agigantado el hisirionismo de los danzantes. Estos
formaban dos filas ele cuatro danzantes cada una y en el centro ele la
calle que demarcaban se localizaba el adalid de la danza, a quien todos
llamaban Zambe. Este coreaba los versos del capitán, epiien permane-
cía adelante. Las palabras iban dirigidas contra el secretario del despa-
cho municipal, que despilfarré) los fondos epie hubieran permitido ex-
tender la red del acueducto para (pie durante el verano se pudiera
bombear agua desde el centro del río Magdalena. Con Zambe en la
mitad, él y los ocho bailarines se movían hacia adelante y hacia atrás,
pero al alcanzar el climax de la denuncia pública, formaban círculos
rápidos, todavía con Zambe en el centro, a la vez que cantaban Vamo
San Migué que ya vino Zambe.
Cuando oyó la palabra por primera vez, Nina exclamó:
—illuy! Zambia [país que limita con Angola), Zambesi [el río prin-
cipal de ese país), Zumbí [adalid cimarrón ele la revuelta del quilombo
de Palmares en el Brasil|, sande [nombre de un pueblo aguerrido y
guerrero de ascendencia negrítica oriental del conjunto ecuatorial].
¿Qué tal preguntarle a Samuel por el significado de ese nombre?
—Miguel Zambe era |el| cacique de |la) danza Donancut, una danza
africana —nos explicó Marmol.
En los siguientes versos, Zambe hizo públicas las trampas de un
profesor corrupto y los líos matrimoniales ele los habitantes del barrio:
-11
La llegada y los trucos de Ananse
Este cambio parecía consecuente con una vieja estrategia epie el his-
toriador Germán Carrera Damas (1977) describió como medio para
encarar la dominación: enfrentarse y huir. La primera conducta había
formado la esencia de los ensayos del barrio. La segunda habría sido
una especie ele medio para negociar la presencia de la danza por fuera
de su ámbito cotidiano. El imaginar epic hubiera algo muy ele ellos que
se entregara o reprimiera de acuerdo con las características del am-
biente nos permitió responder el siguiente interrogante: ¿por que el
cuadernillo epie en 1970 publicó el Centro ele Investigaciones y Pro-
mociones Folclóricas de Medellín, describiendo esta danza, no habla
ele cimarronaje y palenques? En su documento, Tres danzas de Alompós,
los expertos de Antioquia sostienen que el baile rememora la cacería
ele un tigre ejue importuna los oficios ele unos cultivadores de maní.
Pero si ello era así hace 25 años, ¿por epié entre la parafernalia descrita
por este grupo de investigación no sobresalen instrumentos ele labran-
45
Ombligados de Ananse
za, sino los mismos cuchillos, machetes y lanzas de madera epie noso-
tros vimos?
Es muy posible epie nos hallemos ante un secreto no intuido por los es-
tudiosos, y epie los danzantes ele 1970 hayan optado por no revelarlo.
Ello sería consecuente con un comportamiento reiterado por los des-
cendientes de cimarrones a lo largo ele toda América: la información
sobre los rebeldes, sus pueblos amurallados y sus usos y costumbres
no siempre ha sido pública. Su clandestinidad hace parte ele la forma-
ción de hábitos de resistencia y ele la réplica provocada por la repre-
sión militar epie los europeos han ejercido contra los libertarios ne-
gros. Al respecto, en el número que el Latín American Report tituló Las
Ameritas negras (1492-1992), los antropólogos Norman Whilten y Alie-
ne Torres escriben:
46
La llegada y los trucos de Ananse
47
Ombligados de Ananse
Los perfiles ele este complejo panorama están por dibujarse con el de-
lalle cpie alcanzó la misma antropóloga para ese palenque. Su labor da
cuenta ele una sensibilidad especial, no sólo por lo intrincado ele la do-
cumentación, sino porque casi toda está plagada ele un léxico racista
epie no acierta a catalogar los alzamientos cimarrones como auténticos
procesos ele liberación, sino que ele manera reiterativa los demerita
como actos criminales y como muestras ele la supuesta falta ele gratitud
para con los blancos, epiienes al esclavizar a los negros dizque más bien
los redimían ele su condición pagana y salvaje. Documentos en los cua-
les los españoles nunca dejan ele ser héroes, mientras que los negros
pocas veces pasan de cobardes y traicioneros.
Me atrevo a sugerirle al lector interesado en los detalles ele siglo y
medio ele enfrentamientos y negociaciones epie hojee el texto que
menciono. Comprenderá por qué me interesa destacar aepií que los
cimarrones aventajaban a los peninsulares en cuanto a la práctica ele la
libertad y a la utilización del entorno pantanoso y selvático dentro de
su estrategia militar. En aras ele resaltar el alcance autonómico del
movimiento cimarrón, subrayo epte en 1774 el teniente coronel Anto-
nio de la T o n e Miranda no p u d o ingresar al palenque ele San Basilio
48
La llegada y los trucos de Ananse
49
Ombligados de Ananse
1
LTna versión anterior de este ensayo apareció en Colombia Parifica, lomo II. pp.
572-577, Pablo Leyva (editor). Santafé ele Bogotá: Fondo Financiera Eléctrica Na-
cional.
50
La llegada y los trucos de Ananse
trozo de esófago es algo muy parecido a hacerse una falda con una
cortina de la abuela».
Cacharrear identidades
Nuestras voces cacharreo y cacharrero quizás sean las más cercanas a las
francesas en este intento por resaltar un proceso del cual muchos se
vanaglorian. Oíd Sturdbridge Village, en el estado norteamericano ele
Massachusetts, es un pueblo artificial. Se erigió llevando construccio-
nes que iban a demoler y habían existido desde la primera mitad del
siglo XVIII en diferentes puntos de Nueva Inglaterra. El grueso ele las
exhibiciones consiste en artefactos que los colonos inventaron para re-
solver problemas que no enfrentaban en Europa, con base en recursos
(pie no conocían allá. El cacharreo marcó las formas y funciones de
máquinas para cortar madera, doblar hojalata, moldear cerámica, ha-
cer zapatos e hilar y tejer algodón. Museos comparables existen por
casi todas la regiones de los Estados Unidos.
En Francia pasa algo similar. Ea iglesia de Saint Martin des
Champs, escenario del primer capítulo ele la afamada novela de Um-
berto Eco, alberga el péndulo que le da el título a la obra. Alrededor
de ella está la Academia ele Artes y Medidas, que incluye los rastros
que troqueló el cacharreo en los instrumentos y aparatos ele cnantifi-
car espacio, tiempo, luz y sonido. Museos no menos modestos (pie és-
te, como el Palacio ele los Descubrimientos o la Cindadela ele la Cien-
cia y la Tecnología, recogen la memoria estampada en la historia de
Francia por el bricolage del entorno y la improvisarie'm con sus cosas.
.51
Ombligados de Ananse
52
La llegada y ¡os trucos de Ananse
53
Ombligados de Ananse
54
La llegada y los trucos de Ananse
res comenzaron a circular desde la zona del río Telerabí hacia la del
rio Maguí. (Véase capítulo II ele este libro). Un lustro después, la gente
reeditaba el éxodo en sentido inverso. La empresa foránea había sido
diseñada para evadir impuestos, no para darle trabajo a los negros.
Cuando cumplió su cometido, su desmantelamiento elejó en la ruina a
decenas ele familias epie reconstruyeron su existencia aferrándose a las
cadenas de parientes.
En el litoral Pacífico no sólo los terremotos y maremotos cambian
destinos sin previo aviso. También lo hacen las inundaciones, los in-
cendios y los cambios cíclicos en las temperaturas del aire y del agua,
por cuenta de la corriente marítima de El Niño. Y por si fuera poco,
las caídas abruptas en los mercados internacionales ele minerales pre-
ciosos, maderas, camarones y pescados sacuden la economía local y
ocasionan sismos de intensidad comparable a la de los naturales. Por
estar en lo epie epiizás sea el ámbito más incierto ele Colombia, esa
bt'is(|ueda de alternativas manipulando lo que ya se tiene, usando la in-
tuición como bríijula, y el cacharreo como estrategia, encierra las cla-
ves del porvenir de los ombligados de Ananse.
.".
1 a. agosto de 1995.
' -• „ Í Foto- laime Aroch.
ia, ...anacía
ensenada ele lumaco). loto.J
Cobero (La BOCM
C A P Í T U L O II
Una versión abreviada ele este capítulo apareció con el título A/rocolomhianos,
creadores de riqueza: mineros, agricultores, pescadores y rancheras, en el fascículo N 9 31
que elaboré con Bernardo Leal para la serie Colombia, país de regiones. Meclellín: El
Colombiano y Centro ele Investigación y Educación Popular (Cinep).
57
Ombligados de Ananse
58
Ananse en esteros v mares
59
Ombligados de Ananse
60
Ananse en esteros y mares
61
Ombligados de Ananse
62
Ananse en esteros y mares
63
Ombligados de Ananse
64
Ananse en esteros y mares
Así, se va asociando al litoral con El Dorado del siglo XXI. Este incluye
un gigantesco almacén de canales transoceánicos, puertos, carreteras,
maderas, oro, platino, palma africana, camarones y camaroneras, pero
se tiende a ignorar a los moradores negros e indígenas de la región
(Atocha 1998d: 380-383). Recuérdese la forma como Laureano Gómez
(1928: 59) se refería a nuestro país: «Somos un depósito de incalcula-
bles riquezas, que no hemos podido disfrutar porque la raza no está
condicionada para hacerlo».
Exclusión e invisibilidad étnicas persisten a pesar del reconocimien-
to que la Constitucie'm de 1991 hizo de la etnicidad afroamericana y
amerindia como parle integral de la nación colombiana. En conse-
cuencia, el proceso de legitimación de la territorialidad étnica avanza
con lentitud, cuando es necesaria la condición contraria. De manera
creciente, y en especial durante el último lustro, guerrilleros, fuerzas
armadas y paramilitares incorporaron esa región a la cartografía del
conflicto armado en Colombia. La fuerza del aparato ele guerra es tal
que los mecanismos dialogales y de naturaleza arbitral, que habían
permitido superar los conflictos interétnicos por el territorio, no al-
canzan a interponerse en calidad de antídotos contra la agresión ar-
mada o la justicia tomada por mano propia. Así, ambos pueblos ances-
trales se ven forzados a engrosar las filas de los desplazados por la vio-
lencia, en tanto que los paisajes que crearon sus antepasados tienden a
quedar a merced de las nuevas empresas de explotación de recursos
naturales o de la especulación en transacciones de finca raíz.
La franja impredeeible
La ensenada de Tuinaco hace parte ele la baja costa aluvial del litoral
Pacífico. Esta franja que se extiende 640 kilómetros hacia el sur, desde
el Cabo Corrientes hasta la provincia de Esmeraldas en el Ecuador,
presenta; (1) adyacente a la orilla del mar, un cordón de bajos de ba-
rro y aguas pandas; (2) playas de arena interrumpidas por caletas de
reflujo, estuarios y vastos bajos de lodo; (3) una zona de manglares,
cuyo ancho por lo general es de 2,5 a 5 kilómetros; (4) a espaldas ele
los manglares de agua salobre, una faja cenagosa ele agua dulce, cuyo
nivel cambia con las mareas. Detrás de las ciénagas de reflujo, sobre
tierras un poco más altas, la selva húmeda ecuatorial cubre práctica-
mente la totalidad de las tierras bajas del Pacífico (West 1957: 52, 53).
Este escenario figura entre los más húmedos del mundo. Recibe un
promedio de 4.000 nim de lluvia anual. Aunque llueve todo el año,
65
Ombligado', de Ananse
67
Ombligados de Ananse
Tuinaco
A finales de 1983 se aclare') que Roberto Soto Prieto había planeado y
ejecutado el robo de 13,5 millones ele dólares pertenecientes al Estado
colombiano. Tan pronto como este empresario huyó ele la justicia co-
lombiana hacia Austria, comenzaron a cerrarse algunas de las empre-
sas en las cuales él figuraba como accionista. Dos ele ellas funcionaban
en Tuinaco: un aserradero industrial y una enlatadora ele palmitos.
Allí decenas ele hombres y mujeres recibieron el año nuevo sin em-
pico, preguntándose a quién reclamarle el pago de sus prestaciones.
Muy pronto, este grupo ele desempleados aumentó con quienes ha-
bían figurado en la nómina de la desfalcada multinacional CalColom-
bia. Ellos eran responsables de los servic ios de transporte y suministro
para una mina industrial que extraía oro, no muy lejos de allí, en Pa-
yan, puerto del río Maguí. Una parte de todo este conglomerado de
personas buscaba medios para retornar a los pueblos ribereños de
donde había emigrado en busca de oportunidades para mejorar sus
ingresos.
No obstante su severidad, este tipo de crisis no era nueva. En el li-
toral Pacífico, si mares, mareas y maremotos tornan vacía la idea ele
porvenir, más lo pueden lograr aquellas conmociones dependientes ele
la naturaleza de los productos ele la región. Por su escasez en el hemis-
ferio norte y las dificultades para extraerlos, alcanzan precios elevados
que pueden llevar al exceso de oferta y caída abrupta ele los precios.
Ea esclavización fue el primer vínculo con los mercados del Atlánti-
co norte. Hoy, el oro, las maderas, el petróleo y los recursos marinos
la ligan con la economía de metrópolis europeas y americanas. Por su
papel nodal dentro de los circuitos que enlazan ambos hemisferios,
puertos cejmo Tuinaco son imanes para la población ribereña
(Whitten y Friedemann 1974) y figuran en los mapas ele su ascenso so-
cial. De ahí que esos sitios tengan períodos de crecimiento vertiginoso.
Entre 1961 y 1976 se duplicó la población de Tuinaco y hubo barrios
en los que llegaron a apretujarse ¡850 personas por cada cuadra!
(Ochoa de Sandoval 1982: 25-27). Sin embargo, suspendidas las ae livi-
68
Ananse en esteros y mares
69
Ombligados de Ananse
70
Ananse en esteros y mares
71
Ombligados de Ananse
72
Ananse en esteros y mares
riedad de escenarios como los que ofrece la franja objeto de estas re-
flexiones.
Manglares
La maraña de palos
73
Ombligados de Ananse
La aldea mundial
71
Ananse en esteros y mares
75
Ombligados de Ananse
Tanino
76
Ananse en esteros y mares
bro. Allá adentro era la pesada; allá donde es la casa y la oficina [del
Plan de Padrinos].
T a m b i é n e r a p o s i b l e l l e n a r la c a n o a y e s p e r a r a q u e los M a r t í n e z
m a n d a r a n u n b a r c o p a r a r e c o g e r la c o r t e z a .
77
Ombligados de Ananse
dos y lies hombres teníamos para llenar el barco de boya a plomo, y qué
cascara. (El mangle que queda se seca), no ve que se le quita la juerza...
2
CONCIIERAS, PIANGUAS Y JEJENES EN UN MANGLAR
Hace cuatro años vi, por primera vez, la fotografía de esas dos niñas.
Llevaban sombreros alones y empujaban los remos de una canoa pe-
queñísima. Rogaban por un estero cerca de Buenaventura, en busca
de pianguas y sangaras, dos especies de conchas que viven enterradas
en el lodo de los manglares. Lina parte de los animales recolectados se
iría para el mercado; otra se cocinaría en agua de coco, haciendo de la
comida de esa noche un verdadero manjar. Como me interesaba la
pesca en el litoral Pacífico, en ese m o m e n t o pensé que era imperativo
observar la recoleccic'm de pianguas.
En casi lodo el mundo, las hijas, esposas y compañeras ele los pes-
cadores trabajan en la preparación y venta de pescados y mariscos,
mas no en su producción. Se dice ejue ello se debe, por una parte, a lo
difícil que es manejar embarcaciones y aparejos pesados, y por otra, a
que durante las jornadas de pesca requieren ausentarse de la casa por
días y hasta por semanas.
Fenómeno excepcional era, pues, el que, según la fotografía, pare-
cía darse en esa franja aluvial que se extiende al sur desde el río San
Juan, hasta Esmeraldas, en la zona del litoral Pacífico que comparten
(uan Femando Esguerra editó estas notas con el fin de publicarlas en el libro De
sol a sol: génesis, transformación y presencia délos negros en Colombia (Friedemann y
Arocha 1986: 317-351). Una variación sobre el mismo tema apareció en uno de los
engaños del Departamento de Antropología ele la Universidad Nacional ele Co-
lombia, Cumiemos de Antropología, ¡Si" 7. Su titule), "Cónchelas, manglares y organi-
zación familiar en Tuinaco», simposio Pesca ai lesanal en las Américas, coordinado
por Jaime Arocha y Mary De Grys. Bogotá: Cuadragesimoquinto Congreso Inter-
nacional de Americanistas, julio 2 y 3 de 1985.
78
Ananse en esteros y mares
79
Ombligados de Ananse
tras que ítalo y yo tratábamos ele alzarla, nos gritó con rabia: «Flojos.
Ejque lojhombre no pujan pa saca lo hijo». En efecto, dos días antes
ella había dado a luz, pero si no regresaba al manglar, el sustento de
su nene peligraría.
Partimos a la hora prevista. Nuestro destino era un bosque ele
mangle rojo y blanco, denominado El Piñal. Allí estaríamos desembar-
cando una hora más tarde. El azul celeste y el rojo de la embarcación
parecían recién untados. Sus cuatro Dotadores de balso habían sido co-
locados muy arriba, hundiéndose sólo cuando llevaba carga completa.
Aquel día, con tan se'ilo diez tripulantes, se mostraba muy inestable, ce-
losa, como decían las cónchelas. A las más viejas les producían mucho
miedo los movimientos bruscos. Cuando íbamos a plena velocidad, el
roce tenue ele los flotadores con las olas comenzó a levantar un rocío
penetrante y frío. Por ello, todas las cónchelas se aglomeraron en el
centro de la canoa y se cubrieron con amplias telas plásticas negras.
Debajo de esas carpas improvisadas, fueron desvistiéndose y ponién-
dose chores y camisetas o batas viejas, raídas y apropiadas para la faena
que les esperaba.
Después de darle la espalda a la ensenada, líalo se mclió por una
bocana amplia. La quietud ele sus aguas reflejaba canoa, vegetación y
cielo, creando una simetría casi irreal. Volteando siempre a la derecha,
nejs deslizábamos por esteros cada vez más angejslos, hasta llegar a un
lugar d o n d e los Dotadores tropezaron contra las raíces del mangle. La
orilla se veía (irme, pero al sallar a tierra los pies de las mujeres se iban
clavando y el barro les subía hasta las rodillas. Encaramado en la proa,
yo permanecía boquiabierto por la habilidad de ellas para moverse en
ese piso tan blando. Sólo cuando comenzaron a encender sus brase-
ros, ya trepadas en las raíces aéreas, me enteré de que esas ollitas no
eran para preparar alimentos, sino para quemar estopa de coco y cor-
teza d e mangle rojo. El h u m o de ambas ahuyentaría las nubes de jeje-
nes del manglar. ítalo me explicó epie pianguas no eran los caracoles
que yo veía aferrados a los troncos del mangle, sino las conchas que
vivían enterradas en el cieno a 5, 10 y hasta 20 centímetros; que los
cangrejos rojos y negros mane hados de amarillo se llamaban lasc|ueros
y no eran muy sabrosos, pero que los barreños, azules v amarillos, de
gran tamaño, sí eran deliciosos. Comenzaba la época ele atraparlos, ta-
rea difícil debido a los laberintos profundos que cavan con rapidez pa-
ra despistar a los recolectores.
Fe pregunté si a las mujeres les molestaría que las fotografiara sa-
cando la piangua. «No, al revé; ejlarán felice; vamo», dijo ítalo. Al no
SU
Ananse en esteros y mares
contar con el humo ele los braseros que nos protegiera de los insectos,
nos untamos repelente en los brazos y la cara, y saltamos. Como lo ha-
bía previsto ítalo, me hundí hasta más arriba ele la rodilla. Me esforcé
para que el barro no se tragara mis zapatos de caucho. No había alcan-
zado a avanzar cinco pasos, cuando me encontré con lo c|uc para mí
era una barrera vegetal impenetrable. Al ver que acomodaba mi cáma-
ra dentro del morral, preparándome para reptar sobre el fango, ítalo
me alertó ejue nuestro recorrido sería aéreo, pisando el lugar d o n d e
las raíces de mangle se unen para sostener el tronco, por encima del
agua en cada pleamar. Nos agarraríamos de las ramas. Lo miré con
gran escepticismo, y no sé cernió, pero rápidamente me encontré si-
guiéndolo. Increíble. A los pocos minutos, estábamos a dos metros y
medio del suelo, sobre una maraña de palos y hojas que se bambolea-
ban al ritmo de nuestras pisadas. Cuando llegamos junto a las mujeres,
me sorprendie') la velocidad con la cual había transcurrido nuestra
marcha. Desde mi parapeto de troncos, las observé moviéndose por
debajo ele las raíces, en cuclillas o gateando, hundiéndose en el barro,
palpándolo a cada tramo y sacando conchas revueltas con el lodo. El
olor era fresco y perfumado. Al contrario de lo que rezaban los libros,
no exudaba vapores de podredumbre.
Nunca había visto mi cámara tan embarrada y maltratada. Tampoco
había sentido que tomar la foto de tina labor casi heroica fuera una
acción tan emocionante y conmovedora. Experimentaba una sensa-
ción de felicidad y total realización profesional.
El grupo de concheras se había dividido en dos: las cuatro je'nenes
atravesaron un estero y siguieron adelante. Las viejas se quedaron cer-
ca de nosotros. Ruth, Lina y Maryluz regresaron en una hora, atrave-
sando el pantano a nado, porque ya comenzaba a subir la marea. Ruth
se unió a María, en tanto que doña Olla y doña Gloria se separaron.
Terminada su labor, Lina se metió al agua para quitarse el barro. Con
placidez, se senté') en una orilla. Eche') las conchas al suelo y comenzó a
contarlas. De las gotitas de agua aferradas de sus trenzas salían haces
finísimos de luz, y su piel reflejaba un brillo casi azul. Me impresionó
el verde oscuro y vivaz de las hojas de mangle que recibían los rayos
solares en línea directa. Contrastaba con otro verde, claro, cristalino y
transparente que me mostró el visor de mi cámara, cuando las mismas
hojas le quedaron a contraluz, mientras yo buscaba un buen ángulo
para fotografiar a la conchera. Los matices pardos y grises de los tron-
cos y el rojo ele las patas de los cangrejos saturaban todas las posibili-
dades ele película y retina.
SI
Ombligados de Ananse
82
Ananse en esteros y mares
83
Ombligados de Ananse
Sl
Ananse en esteros y mares
Chinchorros camaroneros
85
Ombligados de Ananse
Espineles
ranjados. Cuando ya están fríos, las mujeres y los niños los llevan al pi-
so de la cocina, donde apalean quelas y caparazones, y van poniendo la
carne blanca en ollas ele aluminio, que los hombres llevan a vender a
las chontas en El Chajal.
Changas
87
Ombligados de Ananse
pueblo. Vivía en una casa que su mujer había llenado de malas y, a di-
ferencia del reste) de sus compañeros, no tenía finca. De ahí que salie-
ra al mar con más frecuencia. Los demás se turnaban entre la changa y
la tierra. Pescaban más cuando se venían las quiebras, y menos con las
pujas, porque se llenaban los caños que desembocan en el Chagüí, y
así podían subir más lejos en sus canoas para recoger fruta, y no te-
nían que bajarla a pie, enredándose con las raíces protuberantes de los
cientos ele palos de la finca y del bosque.
El señor Montano me lleve') a varias faenas, pero la que mejor re-
cuerdo fue la primera, ocurrida el 10 ele julio de 1982, cuando debi-
mos haber salido a las seis ele la mañana. Empero, alguien le había se-
cuestrado las varillas del acelerador al motor ele Félix. Mientras él nego-
ciaba la devolución de las partes, SU hijo, Henry y yo, rodeados de nu-
bes de je ¡enes, esperamos en el embarcadero, lo cine nos permitió ver
la llegada ele varios chine horros camaroneros, y a sus pescadores heri-
dos de raya, y a los d e n l o s de cangrejitos agonizantes que al ser dese-
chados sin contemplación alguna formarían la superficie gelatinosa
sobre la cual se pararía el resto de quienes, esa mañana, salieron y en-
traron del muelle pesquero.
Cuando arrancamos, El Chajal parecía uno ele aquellos palafitos
mágicos que han hecho famosa a la Ciénaga Grande del Magdalena.
Por eso pudimos entrar hasta la propia casa ele Félix. Partimos después
de que su mujer nos alcanzó el desayuno. La superficie estaba tan
tranquila que daba lástima cuando la proa hacía pedazos el cielo refle-
jado, primero en el río, después en el mar. Félix actuaba como proero,
y por el camino iba desenredando los cabos de las puertas y verifican-
d o el estado de los anillos para la sujeción ele éstas. Al tener en cuenta
que muy pronto harían las veces ele rastrillos, sus partes metálicas de-
bían estar en óptimas condiciones. Terminada esta laica, amarró el ex-
tremo posterior ele la red, d o n d e termina la bolsa que recoge la captu-
ra.
Transcurridos 20 minutos, el piloto escogié) el lugar del lance. Dio
la orden de que el proero asegurara la pluma y, girando a estribor, le
mande) arrojar el bolso. Amarraron el motor al lado izquierdo del es-
pejo para que la canoa no dejara de dar vueltas a la derecha, y ambos
fueron echando las mangas de la red cine comenzó a formar una línea
perpendicular con el laclo del motor, y los cabos pasaron a la parte cic-
adas ele la canoa. De nuevo, el proero comprobé') el estaelej de los ama-
rres con las plumas y con el orificio de la proa.
ss
Ananse en esteros y mares
89
Ombligados de Ananse
Soledad, quienes hacía poco habían llegado desde Bogotá, lo que po-
día deducirse de su vestido v manera de hablar. Combinaban la com-
pra ele pescado con la ele plátano y frutas para llevar a Tuinaco o para
venderle a otros usuarios ele sus instalaciones.
La chonta es un sistema de intercambio que funciona a la manera
de un almacén en el cual confluyen productos vegetales que pueden
venir ele lugares alejados de la ensenada, así como productos marinos
extraídos ele los alrededores de Tuinaco. En ella no circula mué lio di-
nero debido a que los dueños ele la chonta pueden pagarle a los pes-
cadores con plátanos, chonladuro, cacao y caimitos, y a los agriculto-
res, con el ripio de los frutos del mar. I lablaré más adelante ele la fun-
ción de este sistema de intercambios que ha caído víctima ele la mo-
dernización.
A los pocos minutos ele haber llegado al puerto, aparecieron otros
dos hijos del piloto, quienes enseguida ayudaron al proero a sacar las
jaibas y a separar al lili ele los langostinos y los tigres y a aquél de la
poinadilla, que se debe consumir pronto en el propio Chajal. Termi-
nada esta selección definitiva, metieron cada clase de animal en chiva-
tas, que son mochilas hechas con redes viejas. Mientras les llegaba el
turno para cocinar los mariscos, comentaron las incidencias ele la fae-
na y les lanzaron piropos a las mujeres que pelaban camarones.
Para cocinar mariscos y crustáceos se atiza primero el luego ele los
calderos llenos de agua salada. Estas canecas de 45 galones, la leña y
las varas necesarias para guindar las chivatas de las orillas son de la
chonta. Sus dueños le descuentan al pese ador tales usos y consumos.
Después de cinco minutos, sacan los producios y los lavan con agua
dulce lomada del río. Cuando los lies hermanos Montano se dispo-
nían a pelar los mariscos, llegó una niña de doce años que quiso ga-
narse los 25 pesos que vale pelar el contenido de una olla ele dos litros.
A la muchacha le tomaba un segundo pelar un lili, tres un tigre y siete
un langostino. Los hombres gastaban el doble del tiempo, pero gana-
ban dos veces más que ella.
Hacia las cinco ele la tarde les compraron el camarón. A esa hora
habían completado un poco más ele (res kilos y cuarto de tigre y lan-
gostino (a $430 el kilo, es decir, $1.397,50) y cuatro kilos y medio ele
lili (a $130 el kilo, es decir, $552,50). Ese día, los Montano reunieron
$2.000, de los cuales Aquiles les desconté) $1.000 ele un avance ante-
rior. Los lances de aquel día no compensaron las 12 horas de trabajo
invertidas por los dos hombres, los $1.000 ele la gasolina ni los $200
que bahía costado el almuerzo.
90
Ananse en esteros y mares
91
Ombligados de Ananse
ras ele camarón ratificaría la opinión ele los biólogos cine dicen que las
changas no eran muy rentables. Sin embargo, para poder emitir una
afirmación más certera sería necesario tener en cuenta el fenómeno
ele El Niño y otros efectos ambientales. El acceso a esa información
requiere que la comunidad científica otorgue a los equipos de investi-
gación un tiempo mayor que el cpie actualmente les concede (eptizás
u n año). En el caso ele Tuinaco, los nexos entre cambios ambientales y
culturales requerirán una visión más profunda que permita tener en
cuenta n o se')lo los hechos eoyunlurales, sino los que tienen ritmos más
lentos.
Chinchorros pejeros
92
Ananse en esteros y mares
9,",
Ombligados de Ananse
94
Ananse en esteros y mares
9f.
Ombligados de Ananse
96
Ananse en esteros y mares
97
Ombligados de Ananse
Chequeo y tapao
La aparición ele los sardenales coincide con el chequeo o inspección ele
la superficie alborotada, en busca ele presas valiosas, tales como las
langostas. Se oyen gritos como «Vienen dos cabezonas (o lisas); vi un
toyo; viene una langosta». Quien cante primero, tiene derecho a la pre-
sa, ya sea para venderla o para repartirla entre los miembros de su fa-
milia. Cuanto más cerca esté de los pescadores, más hierve el buche.
No deja de ser angustioso el ruido de tantos seres vivos luchando por
no morir. Los primeros peces que saltan son arrojados con fuerza al
bolso.
Los lances que presencié dieron muy pocos pescados comerciales
como el pargo rojo, la corvina o la sierra, debido a la época del año. El
90% de las capturas eran de espeí íes para el mercado local, como el
burique, el ojón, la plumada (sardina) y la abundancia (o arrechera, del
cual se dice que es afrodisíaco).
Acercan la canoa auxiliar y comienzan a llenarla de pescado. Calan-
do ésta se dirige hacia el mercado, pueden suceder dos cosas: si la
producción no fue abundante, se cargan los aparejos en la principal y
se regresa a puerto cnanto antes. En el caso contrario, se hace un se-
gundo lance. Como no se cuenta con dos canoas para realizarlo, el ba-
ñador de la manga ele apegue toma el cabo de la misma, aguantándolo
con toda su fuerza mientras la canoa principal sale a gran velocidad
98
Ananse en esteros y mares
para extender los cabos. Una vez fuera del agua, los otros pescadores
ele la manga ele apegue se botan a ayudar al bañador. El resto del lance
sigue como el primero.
Mientras esto sucede, el cocinero comienza a preparar el almuerzo.
Lo tradicional es el exquisito tapao, que prepara en una olla de alumi-
nio donde coloca una capa ele pescado y pedacitos de plátano que se
tapan con hojas del mismo; luego, una segunda capa ele pescado cu-
bierta con hojas de bijao, hasta llegar al borde del recipiente. Sólo le
pone un poco de agua de mar, y espera a que los líquidos ele las hojas
le den sabor. Cuando termina su subida, cada pescador pasa por el
rancho y recibe su porción en una hoja de plátano. De inmediato, re-
gresa a la manga; se faja su guindola y cobra cabo a medida que come.
Hoy, las pastas y otras comidas cocinadas en agua dulce pasan de ser
platos especiales a cotidianos. Al haberse roto la red que unía pesca y
agricultura, la economía local perdió su autosuficiencia, de modo tal
que resulta más fácil conseguir galletas de sal, sardinas enlatadas, ga-
seosas y demás alimentos procesados, que pescado fresco y plátano.
El cargo de achicador se rota, mientras que el de cocinero es fijo.
Cuando no hay un segundo lance, reparten el almuerzo de regreso
hacia Tuinaco. En estos casos, una ración frecuente consiste en pastas
con salsa de tomate y arroz. Es sorprendente la cantidad ele alimentos
que recibe cada cual. Una de las viandas más apetecidas es una tapa de
olla ele medio metro ele diámetro; otra, ollas de un litro. Algunos se
comen todo lo que les sirven y piden repetición. Otros guardan para -
llevarles a sus hijos. El repelo o pegao ele arroz del fondo ele la olla se
considera algo muy apetecido para llevar a la casa como obsequio,
después de la faena.
Cuando la captura era escasa en especies comerciales, los grupos de
la Anpac les vendían su pescado a los intermediarios ele Turnara y no
a la Sociedad Colectiva de Pescadores Artesanales, empresa de la cual
eran copropietarios. Esta interacción comercial con su propia comcr-
cializadora era más intensa en los meses de cuaresma, cuando aumen-
taba la captura de los peces de alto valor comercial. Como se aprecia
en las tablas 3, 4, 5, 0 y 7 (véanse pp. 101-103), el contacto con la em-
presa no sólo podía depender de la época del año, sino del grupo en
cuestión. Los grupos fundadores de la asociación, Unidos Venceremos
y Libertador, le entregaban pocas capturas a su propia empresa.
A mediados de julio de 1983 la captura ele todos los grupos fue
abundante, pero sólo en ojón, plumnda y abundancia. Incluso, el mer-
cado local se saturó y la producción fue repartida entre los pescadores
99
Ombligados de Ananse
de los cuatro grupos de chinchorro con el fin de que las mujeres la sa-
laran y secaran. De ahí las graneles cantidades ele pescado ejne por esos
días dejaban afuera, sobre pequeñas tarimas ele madera, frente a cada
casa.
El capitán del equipo reparte las ganancias del día. Éste suma los
gastos de combustible y comida que se presentan antes de zarpar y los
resta a lo recibido de quien compra la producción. De ahí, le suma do-
ce parles al número de pescadores que salió ese día, para entonces
hacer la división. Luego, le entrega cuatro partes a cada u n o ele los
dueños de cada motor y cuatro parles más al dueño de la red. Cada
una de las parles restantes es para los tripulantes que salieron esa ma-
ñana.
Cuando hay un solo lance, los pescadores regresan antes ele las tres
de la tarde. Cuando hay dos, entre las cuatro y las siele ele la noche.
Después de varias horas al sol calando el chinchorro, dejan preparados
los equipos para el día siguiente: ordenan los aparejos, endulzan el mo-
tor y remiendan la red. Terminado lodo esto, se van a la casa, se ba-
ñan y regresan a la serle ele la Sociedad para reunirse en el mentidero
construido al frente de la entrada. Decorado con murales alusivos a la
historia ele la Anpac, es el lugar predilecto para comentar las inciden-
cias del día y cortejar a las muchachas que pasan. Es usual que alguien
traiga una botella ele aguardiente Caleras, ya sea para celebrar el éxito
de la jornada o para olvidar el fracaso ele la misma. Como otros pesca-
dores del m u n d o , éstos ingieren bástanle licor.
Hacia las siete ele la noche regresan a sus casas, comen aparte de
sus mujeres e hijos y, con o sin ellos, acuden a las tiendas del barrio
para no perderse la telenovela nacional. Luego se van a dormir basta
las tres de la mañana, cuando el piloto del grupo pasa de puerta en
puerta para despenarlos. Al abrir los ojos, cada uno prenderá su ra-
dio, que hará llorar al nene ele la casa. Los perros comienzan a lachar,
las aves a aletear y cacarear y el barrio a despertar. Hacia las seis de la
mañana, los hombres que no pescan saldrán a buscar pescado o carne,
mientras las mujeres traen el verde (plátano) para el desayuno.
100
Ananse en esteros y mares
Libertador
Róbalo 0 0 0 0 0 0
Mojarra 8 0 5 0 4 17
Bagre 0 0 0 0 0 0
Machetajo 40 10 0 0 0 50
Gualajo 0 0 52 0 0 52
Alguacil 0 0 0 7 0 7
Toyo 0 0 0 0 0 0
Birkeen
Sierra 21 26 0 0 0 47
Róbalo 0 71 0 13 0 84
Machetajo 0 6 53 50 0 109
Alguacil 0 77 0 25 4 106
Toyo 0 0 0 0 0 0
101
Ombligados de Ananse
Unidos V e n c e r e m o s
Sierra 0 0 0 38 0 38
Robalo 0 0 0 0 0 0
Mojarra 0 33 0 19 0 52
Bagre 0 0 0 0 0 0
Machetajo 0 0 0 0 0 0
Gualajo 0 39 0 8 0 47
Alguacil 0 0 0 0 0 0
Toyo 0 0 0 0 0 0
Zwann
Corvina 0 0 0 32 61 93
Pargo Rojo 0 0 0 20 77 97
Sierra 0 8 6 II 0 25
Róbalo 0 0 0 0 0 0
Mojarra 0 16 0 60 5 81
Bagre 0 0 0 0 0 0
Machetajo 0 0 0 0 0 0
Gualajo 0 39 0 49 65 114
Alguacil 0 0 0 0 0 0
Toyo 0 0 0 0 0 0
102
Ananse en esteros y mares
O t r o s equipos
Mes Enero Febrero Marzo Abril Mayo Total
Corvina 0 0 0 36 0 36
Pargo Rojo 0 0 0 156 84 240
Pelada 0 17 254 29 0 283
Sierra 0 8 6 8 0 8
Robalo 0 0 0 0 0 0
Mojarra 0 37 0 60 0 37
Bagre 0 0 0 0 17 17
Machetajo 0 16 0 0 0 16
Gualajo 0 39 0 6 65 6
Alguacil 0 0 0 0 0 0
Toyo 269 0 0 275 0 544
Otros 1365 108 0 726 172 2371
T o t a l / mes 1.634 178 254 1230 273 3.275
Chinchorro = 4 partes
Pescadores = 25 partes
Total = 37 partes
103
Ombligados de Ananse
agonía tan prolongada que precede al último suspiro de todas las tor-
tugas.
Pregunté cómo botarían la red, si ya comenzaba a oscurecer. El ca-
pitán me miró t o n cara de a usté qué le importa. El pilotillo trató de
romper el hielo con un guiño, y anadie'): «Seguro, no fallaremo», me
dijo. La dinamita no les falle'). ¡Y yo que había pensado que iban tan li-
vianos porque usarían espineles! I lablé con Rafa porque si una ele las
nietas de la Anpac era proteger el medio para que les tocara algo a los
pescadores de mañana, ¿cómo se quedaban tan tranquilos sabiendo
del sacrificio ele tortugas y de la pesca con dinamita?
Rafa me explicé) que ésas eran dos de las batallas que estaban per-
diendo. Me contó cómo hacía dos semanas, mi hombre y su mujer ha-
bían tirado un taco tan cerca de una ele las canoas del Birkcen, que se
habían dañado las realzas ele la auxiliar. En vez de protestar, los pesca-
dores habían hecho lo usual en estos casos: desnudarse para que no
los agredieran las fieras (tiburones); botar un tibunco que, a manera de
boya, les mostrara la dirección de la corriente que se llevaba la mancha
de peces muertos; coger otro tibunco para meter los pescados que
pudieran sacar con cada bañada y, por ultimo, vender sin tener que
repartir porque la captura con mecha depende ele la fuerza y habilidad
de epiien bañe, no del trabajo en equipo.
Quienes han estudiado la pesca sostienen que la dinamita tiene ma-
la prensa (Acheson 1981). Dicen epie hay muchos peces que no mueren
sino que quedan aturdidos, y ejne cuando la mecha deja ele producir,
los pescadores la dejan, como sucede con cualquier otra técnica. Gra-
cias al abandono, el lugar va recuperando sus especies y cadenas ali-
menticias, hasta cpie —como dicen en El Chajal— el pescador otra vez
puede volver a acosar a la fauna. Sin embargo, el caso tiimaqucño pa-
recería salirse ele madre. Primero, por el n ú m e r o elevado ele mujeres y
hombres que lúe han por sobrevivir después de la explosión, que supu-
sieron ocurriría un segundo más tarde, con dolor insoportable y he-
morragias interminables. Esta les arrancó uno o ambos brazos, una o
las dos piernas, orejas, narices u ojos. Segundo, porque es en los man-
glares en d o n d e se ven mejor las mane has de peces en trance de devo-
rar lo que esté a su paso. Quien pesca con dinamita pasa horas espe-
rando ver una de esas comederas. Entonces, en esos lugares, el estallido
n o sólo da cuenta de los animales graneles que pueden sacar a manos
limpias, sino ele larvas, juveniles y reclutas de camarones, cangrejos,
caracoles, pianguas v demás animales cuya vida se desarrolla alrededor
de las raíces del mangle.
104
Ananse en esteros y mares
ARRECIFES CORALINOS
105
Ombligados de Ananse
106
Ananse en esteros y mares
pesinos van al mar cuando hay quiebras, y a la finca cuando hay pujas
o aguajes. Y ésta, como la anterior, también atestigua la vigencia de un
modelo de adaptación polivalente, que incluye no sólo actividades
económicas, sino procesos de endoculturacíón que desembocan en la
formación de individuos plurales.
Volantines
Supercanoas
107
Ombligados de Ananse
ANANSE Y EL MAÑANA
Ene en junio ele 1985 cuando vi por última vez a Rafael Valencia. Ce-
lebrábamos el Simposio Pesca Artesanal en las Américas, dentro del
108
Ananse en esteros y mares
109
Ombligados de Ananse
motobombas que propulsaban por los canalones el agua ele las que-
bradas, y pequeñas dragas cpie absorbían las arenas elel fondo de los
ríos. Entonces, mientras epie mineras y mineros se independizaban de
las lluvias y podían lavar oro todo el año, no podían atender sus coli-
nos. Éstos se fueron e n m o n t a n d o y dejando de producir, mientras que
sus dueños racionalizaban el fracaso de la agricultura diciendo que la
malaria había atacado sus cultivos. Cuanto más palúdicas sus matas de
plátano, más tenían que aprovisionarse desde lugares que —como las
costas de la región ecuatoriana ele Esmeraldas— no habían figurado
dentro de su noción de mercados para comprar los alimentos que an-
tes cultivaban. Los costos de los producios traídos ele otras regiones se
sumaron a los del mantenimiento y reposición de eepupos y, juntos,
absorbieron las ganancias que provenían ele la mecanización de la mi-
nería. Los créditos se hicieron onerosos y la emigración surgic) como
alternativa al fracaso.
¿Qué queda hoy de las telarañas de Ananse? Lo dirán las investiga-
ciones que en la actualidad tienen lugar en el Pacífico sur. Las res-
puestas cpie ellas ofrezcan serán fundamentales para lograr que la te-
rritorialidad étnica legitimada por la Constitución de 1991 y la Ley 70
de 1993 tenga sentido en el marco ele las particularidades urbanas y
rurales de la ensenada de Tuinaco.
De su gente, las toneheras forman un grupo ejne ha sido excluido del
nuevo marco jurídico (Angela González 1998). El caso de una de ellas,
Tomasa Preciado, ilustra la severidad de la actual cuyuntura moderni-
zante. Murió poco después de haber colaborado en la investigación cpie
llevó a cabo Martba Luz. Machado (199G, 1997). Conmovida por la histo-
ria, una de mis estudiantes pregunte') ele qué había muerto Tomasa, «De
hambre», replicó Machado. Ante la sorpresa de la inleilocutora, la expo-
sitora anadie'): «se murió de alimentarse con cocacola y galletas de soda».
Si las telerañas que tejió Ananse en la ensenada de Tuinaco no bu
hieran sido desgarradas por la modernización de la economía, plátano y
pescado quizás no habrían desaparecido de la dieta de Tomasa. Uno as-
pira a ejne con la astucia de la araña sus ombligados aprovechen pronto
las nuevas oportunidades eme abre la Ley 70 \ cien origen a alternativas
territoriales y económicas que permitan contrarrestar los efectos del de-
sarrollo pensado tan se')lo para el beneficio ele los inversionistas.
110
Adalides baudoseños y aíratenos en Istmina. Foto: Jaime Arocha, agosto de 1995.
C A P Í T U L O III
LECCIONES DE PAZ
113
Ombligados de Ananse
" Epistemología os «el agregado do presupuestos que subyacon a lóelas las interac-
ciones y comunicaciones entre personas» (Batcson y Baieson 1988: 97).
114
Ananse en el Bando
115
Ombligados de Ananse
UN REFUGIO HE PAZ
llti
Ananse en el Bando
' «Artículo 55 transitorio. Dentro do los dos años siguientes a la entrada en vigencia
de la presente constitución f 1 do julio do 1991], ol Congreso expedirá, previo es-
tudio por parte de una comisión especial que el gobierno creará para lal oferto,
una loy que los reconozca a las comunidades negras que han venido ocupando tie-
rras baldías en las zonas rurales ribereñas do los ríos do la Cuenca dol Pacífico, de
acuerdo con sus prácticas tradicionales de producción, el derecho a la propiedad
colectiva sobre las áreas que ha de demarcar la misma ley». (República do Colom-
bia 1991: 1(36).
Para entonces, del puente sobre el río Atrato tan sólo se veían a lo lejos unas vi-
gas fantasmales cubiertas do musgo. Hoy la nueva estructura permito pasar al laclo
del pueblo de Yuto como una exhalación, mientras que los vendedores ele frutas y
fritangas so debaten en la búsqueda de oficios alternos al do la alimentación do los
pasajeros, quienes ayer podían Hogar a esperar hasta tres días, antes do que un ave-
(continúa en la página siguiente)
117
Ombligados de Ananse
liado Ferry estuviera en condiciones do pasarlos do un lado al otro dol río, incluido
ol bus on el cual viajaban.
118
Ananse en el Bando
Luego ele recorrer un camino lleno ele huecos inmensos que nos
mandaban contra el techo del carro, llegamos a Quibdó, donde el po-
licía nos guió por las calles del barrio elel Niño Jesús en busca de nues-
tro anfitrión, Rudecindo Castro, el presidente de la Asociación Cam-
pesina del Bando (Acaba).
Sorprendidos por la gentileza de Joselito, al otro día hablamos de él
en una comida donde el señor Castro. Esilclo Pacheco, uno de los invi-
tados, conocía bien al agente. Conté) que en su barrio nunca castigaba
a quienes encontraba consumiendo marihuana, sino eme los amones-
taba en tono paternal.
En Pie ele Pato se había adaptado de maravilla. Una noche, en una
discoteca se le había abalanzado Mandebá. Bien borracho, le mandó
un p u ñ o y retó a Joselito para que le respondiera si era hombre ele
verdad.
—I loinbrc soy y autoi ida. Tengo mi arma y puedo arrestarte, pero
no quiero eso. Podría encenderte a culata, pero eso no me gusta. Invi-
tame a un trago y me decís tus desacuerdos.
Pero el borracho persistió en su intento de aporrear al agente. Ha-
ciéndole fuerza, Joselito lo senté') y volvió a insistirle en el absurdo de
obligarlo a desenvainar su arma.
—Es que quiero ver si vos sos capaz de matarme —dijo Mandebá.
—Y vos, ¿qué sacas [al quedar] bajo tierra? Yo tendría que ayudarte
con tu mujé y, ¿de dónele voy a sacar para eso? Vení. Cambíame la bala
por un trago y seamos amigos.
La madrugada los sorprendió pasados ele tragos y abrazados entre
risas. Pero vivos. Hoy siguen siendo amigos.
De ahí en adelante, Joselito se volvió el hombre de confianza ele to-
do el pueblo. Hasta en los desacuerdos entre parejas era llamado para
que ofreciera su opinión. Con lágrimas, la gente lo despidió del río
Baudó, y escenas similares se repiten a la hora de despedirlo de otros
lugares donde su empeño conciliador colma las aspiraciones de la gen-
te.
Uno de los estudiantes d u d ó de la veracidad de la versión ele Esil-
do. Suponga que exagera, le dije; sin embargo, la esencia ele la historia
es fundamental: Joselito es un policía epre resuelve el conflicto dialo-
gando, sin recurrir a la violencia. El que Esilclo pudiera haber inventa-
do el cuento, hablaría ele que en esa cultura, el héroe es epiien habla y
no quien dispara. Esta tabulación quizás sea más importante que la
que se hace en una regieín como la del eje cafetero acerca de los inuer-
119
Ombligados de Ananse
120
Ananse en el Bando
121
Ombligados de Ananse
—Trúntago, profe —me dijo, añadiendo que era una clase del más
duro de los guayacanes, y ejne ése en particular había sido de su bisa-
buelo. Quiere decir esto que la edad del trúntago podría llegar a los
160 años y que ésta podría tomarse como indicativo de una posible ola
de poblamienio hacia el Baudó. Esta deducción se fundamenta en el
supuesto de que, para poder moverse de un lugar a otro y transmitirle
herencia a algún descendiente, el antepasado en cuestión ya tenía que
ser libre por aulomanumisie'm, manumisión por gracia del amo o por
abolición ele la esclavitud. Llegué a la cifra en mención suponiendo
que cada uno de los tres antepasados de don Aquilino tuvo 60 años,
que cada uno de ellos legó el trúntago cuando su hijo cumplió los 20,
lo cual daría 120 años, a los cuales habría que sumar la edad que por
ese entonces tenía don Aquilino —40 años.
Dos días antes ele terminar esa primera expedie ie'm al alio Baudó, al
entender por fin la naturaleza de nuestra búsqueda, don Justo Daniel
Hinestrosa se ofreció para llevarnos a un lugar sobre el río Quilo,
donde había trúntagos aún más antiguos, provenientes de las cercas ele-
una de las propiedades ele quienes fueran los amos de su abuelo. Esta
mención era de gran importancia dado que la tradición oral señalaba
al río Quito como la ruta fundamental de migración desde la región
minera del Alíalo hacia el alto baudó. Los quebrantos ele salud de don
Justo y el orden público se confabularon para que la excursie'm prome-
tida nunca se llevara a cabo.
Con todo, elimos con una de las fibras más sensibles de la cultura
afrobaudoseña. Tres años más larde, los afrodese endientes de Boca de
Pepe en el bajo Baudó, en el momento más intenso de la despedida
hacia el más allá ele una de las matronas del pueblo, cantaron el alabao
de «Los guayacanes» y nos informaron que esc cántico fúnebre siem-
pre figuraba en el repertorio de cada ceremonia.
Ensayamos un medio alternativo ele averiguar cuándo habían llega-
do al Baudó los antepasados ele quienes nos pedían explicaciones so-
bre las exigencias del artículo 55 transitorio de la Constitución en
cuanto a la historia elel poblamiento de las distintas comunidades. Les
solicité a los estudiantes trazar genealogías de las familias con las cua-
les comenzaran a interacluar. La experiencia me había indicado que si
un ombligado ele Ananse se encuentra con otro, con frecuencia le pi-
de que le recite sus apellidos maternos y paternos para identificar ele
ese modo la cercanía del parentesco que los pueda unir. Este tipo de
ejercicio tiende a ser reiterativo porque dentro de la tradición de per-
tenencia a un (ronco familiar, las personas heredan derechos mineros
122
Ananse en el Bando
' En la primera expedición etnográfica al alio Baudó lomaron parte Javier More-
no, quien trabajó en San Francisco de Cugucho; John Trujillo, en Chachajo; José
Fernando Serrano, cu Pureza y Nanea; Jaime Arocha, en Chigorodó; Alejandro
(continúa en la página siguiente)
123
Ombligados de Ananse
Castillejo, en Pie do Pato; Héctor Guzmán, cu Puerto Kchevorry (sobro el río Du-
basa), y César Moreno, en Almendro (sobro la quebrada dol mismo nombre). La
segunda expedición so realizó bajo ol auspicio do Acaba y la Vicerrcctoría Acadé-
mica <\c la Universidad Nacional ele Colombia (Ondee y División de Programas
Cun ¡rularos). Participaron Javier Moreno, quien retorne') a San Francisco ele Cu-
gucho; Ricardo Pardo, también en Cugucho; Luz Dary Corroa y Jerítza More han,
cu Chachajo; (osé Fernando Serrano, cu Pureza y Chigorodó; Sofía Gutiérrez, en
Puerto Martínez; Holka Qnevedo y Nolson Lugo, en Nauca; Claudia Plalarrnocla,
en Puerto Echeverry, y Soledad Aguitar, en Platanares. Entre enero y mayo do
1992, bajo mi tutoría, Natalia Otero, dol Departamento ele Antropología ele la
Universidad do los Andes, recorrió lodo el alto Baudó, y en noviembre de 1992
regrese) a Pie ele Pato.
lisia investigación se inicie) en cuero do 1995 ron apoyos do Colriencias, el Cen-
tro-Norte Sur de la Universidad de Miami, UNESCO y ol CINDEC ele la Universi-
dad Nacional do Colombia. Además do la coinvestigadora principal, la historiado-
ra Adriana Maya, el equipo contó con los etnógrafos Javier Moreno y José Fernan-
do Serrano, los historiadores Orián Jiménez y Sergio Mosquera, y la bióioga Stolla
Suároz.
' Dentro do esta investigación nos fundamentamos en la noción de monte que de-
sarrolle') Gregory Batcson dol siguiente' modo; «[...] conjunto operante de aconte-
cimientos y objetos [con] la complejidad do circuitos causales y [ de) relaciones do
energía [adecuados para procesar] 'información*, [entendiendo] que un 'bit' cío in-
formación [consiste en] la diferencia que hace una diferencia» (1991: 315).
Fsta dosaniropomoiTización <\c lo espiritual tiene cine ver con lies apreciacio-
nes ele Lamarrk: (1)«[...J no se [le] pueden atribuir a ningún sor rapacidades
[espirituales] para las cuales no [tenga] órganos»; (2)«[...] los procesos mentales
deben tenor siempre representación física» y (3) <<[...|la complejidad del sistema
nervioso está relacionada con la complejidad do la monto» (ibid.: 459),
(continúa en la página siguiente)
124
Ananse en el Bando
125
Ombligados de Ananse
120
Ananse en el Bando
Con otros segmentos de los valles del Atrato y del San Juan, el Baudó
formaba un refugio de paz exento de herramientas para malar y de los
profesionales en manejarlas, y contrastaba de manera significativa con
otros lugares de Colombia donde la gente se valía de bala y metralla
como medios privilegiados de zanjar disputas por tierras o por dere-
chos políticos.
En adición a las nuevas reglas del comercio internacional, la Consti-
tución de 1991 amenazó el porvenir de ese reducto de diálogo. Este
efecto conlrariaba el espíritu de la nueva carta, y se debió a la asime-
127
Ombligados de Ananse
«Artículo 286. Son entidades territoriales, los departamentos, los distritos, los
municipios y los territorios indígenas. La ley podrá darles el carácter de entidades
territoriales a las regiones y provincias que se constituyan en los términos de la
Constitución y de la Ley» (República do Colombia 1991: 108).
" «Artículo 287. I.as entidades territoriales gozan de autonomía para la gestión do
sus intereses, y dentro de los límites de la Constitución y la Ley. En tal virtud ten-
drán los siguientes derechos;
1. Gobernarse por autoridades propias; 2. Ejercer las competencias que les co-
rrespondan; 3. Administrar los recursos y establecer los tribuios necesarios pa-
ra el cumplimiento de sus funciones; y 1. Participar en las remas nacionales»
(ibid.: 109).
128
Ananse en el Bando
1
El programa que el Cric proclama en 1971 se basaba en los siguientes aspectos:
(i) recuperación de las tierras de resguardo; (ii) ampliación de los resguardos exis-
tentes; (iii) fortalecimiento de los cabildos indígenas; (iv) eliminación dol terraje;
(v) divulgación de las leyes do indígenas v exigencia do su cumplimiento; (vi) de-
fensa do la historia, la lengua y las costumbres indígenas, y (vii) formación do pro-
fesores para educar a los indígenas de acuerdo con su situación y su lengua
(Friedemann y Arocha 1985: 223, 221).
129
Ombligados de Ananse
130
Ananse en el Baudó
131
Ombligados de Ananse
132
Ananse en el Baudó
133
Ombligados de Ananse
GUERRAS DE DIABLOS
134
Ananse en el Bando
entre 1966 y 1994 (122 casos. Inspección de Policía de Boca de Pepe y Juzgado Promiscuo de Pizarra)
En este capítulo no puedo ofrecer explicación alguna sobre los fenómenos agrupados bajo esta columna. El diseño
original de la investigación sobre el Baudó consideraba indispensable la participación de las comunidades indígenas. Así.
en junio de 1994 adelanté conversaciones con los dirigentes Dalio Papelito y Baltazar Mechas, y dos meses más tarde
les mandé el proyecto para que lo estudiaran y criticaran. En una reunión desarrollada en febrero de 1995, a nombre
de la Organización Regional Embera Waunan. ellos y varios de sus asesores respondieron mis peticiones,
prohibiéndonos desarrollar cualquier actividad con los indígenas.
13í
Ombligados de Ananse
GUERRAS DE DIOSES
Como uo se presentan homicidios que involucren paisas, para este cálculo lie
usado la cifra ele 7.440 habitantes, equivale-ules a sumar 849E ele la población ele li-
bres, más 99f ele la población ele cholos.
136
Ananse en el Bando
137
Ombligados de Ananse
[...] A pesar ele que cu los últimos tiempos el espacio entre las resi-
dencias familiares se ha estrechado, las paulas tradicionales ele pohla-
micuio establecen tramos hasta de varios kilómetros cutre una familia
extensa y la otra. Cada unidad residencial puede combinar sin restric-
ciones la pali ¡localidad y la iiiairilocalidad, y eslar compuesta hasta por
tres o cuatro generaciones. Así, cuando la familia extensa integrada por
padres, hijos, nietos y probablemente bisnietos ha aumentado notable-
mente su población tiende a romperse. El nuevo núcleo familiar busca-
rá otro lugar a lo largo del río principal o en alguno de sus afluentes y
dará comienzo a otro cié lo.
Si tenemos en cuenta el sistema tradicional, cada unidad familiar
tiene su propio jaibaná. Ahora bien, el jaihauá es quien posee el domi-
nio ele los espíritus de los animales y demás entidades que pueblan el
cosmos. Esos espíritus o jais, enviados por él, son los cine raptan el al-
ma del indígena, causándole la muerte como ser humano. Este es uno
ele los motivos por el cual cada unidad residencial procura interponer
cutre sus vecinos largos espacios ele río y monte.
138
Ananse en el Bando
139
Ombligados de Ananse
tonces, la gente del pueblo fue lomando bandos y haciéndole eco a las
respectivas quejas o formando corrillos independientes que aumenta-
ban la resonancia de los argumentos de cada quien. Ninguna de las
dos facciones permanecía quieta, sino que se movía como oleaje que
va y viene, en lauto que familiares cercanos se unían al arbitro en una
tarea disuasiva que parecía poco exitosa.
En ese momento los enfrentados corrieron a sus casas para armar-
se. Al regresar, el uno y el otro dirigían sus manos a los punios del
pantalón o la camisa que cubrían sus cuchillos, sin llegar a sacarlos. A
medida que cada uno gesticulaba dando señas indiscutibles del poder
ejne le confería su arma, el enfrenlamienlo se asimilaba a una danza
rodeada por dos coros de suplicantes y plañideras, cuyos geste)s e in-
sultos amplificaban las muecas y gritos de los enfrentados. Cuando pa-
ree ía que cualquiera de los dos adversarios atravesaría el umbral que
lo podía convertir en homicida, Aquilino le voltee') la espalda a su tío y
abandone') la escena. Bajaron las voces de los aliados y éstos también se
dispersaron, mientras el arbitro disculpaba la supuesta cobardía del
desertor y racionalizaba lo sucedido a los pocos que quedaban.
El dar la espalda en el punto climático de la pelea puede haber te-
nido el sentido de mostrarse indefenso. Exponerle su laclo más vulne-
rable equivalía a que Aquilino retara a Octavino para que aprovechara
su indefensión y terminara con él. Sin embargo, desde la oposición de
significados que genera el discurso de la comunicación no verbal,
conductas como la de Aquilino tienden a ser de carácter disuasivo. A
propósito de esta manera de comunicarnos, Bateson anota que
[...] el lema sobre el cual versa el discurso [de la comunicación no
verbal] es diferente del lema del lenguaje y la conciencia. [Esta] habla
de cosas o personas específicas y une predicados a las cosas o personas
específicas que ha mencionado. Llsualinente, el [discurso de la comuni-
cación no verbal | ni identifica cosas ni personas, sino que se focaliza
sobre las relaciones que se afirman entre ellas. [Es...| metafórico [y ca-
rece ele| tiempo gramatical, [y ele] adverbÍo[s] siinple|s| ele negación,
[lo cual| tiene especial inicies porque obliga a los organismos a que eli-
gan lo contrario de aquello que pretenden significar, en aras de lograr
|e]iie el contrario] acepte [...] cine quieren significar lo opuesto ele lo
que dicen.
[Cuando los] perros [...] necesitan intercambiar el mensaje «No va-
mos a agredirnos», la única manera [ele] mencionar una pelea en la
comunicación ¡cónica es mostrando los colmillos. Entonces, [precisan]
descubrir que esa mención de la pelea fue solamente exploratoria
(Baleson 1991: 167, 168).
140
Ananse en el Bando
141
Ombligados de Ananse
Al ver este Juego, recordé epie seis meses atrás, luego de mostrar-
nos su virtuosismo, dos cantadoras famosas hicieron la representación
ele dos comadres que discutían porque a una de ellas se le había per-
dido una gallina. La damnificada le cantaba sus quejas a su amiga,
quien decía ignorar de qué se trataba aunque sus gestos la revelaban
culpable. Los lamentos se iban repitiendo de manera que la audiencia
se iba dividiendo en apoyo de cada una de las dos mujeres. En este ca-
so, el canto servía de vehículo para desenredar el antagonismo inicia-
d o por la pantomima.
Los velorios para despedir a los adultos que mueren, los chigualos que
se celebran cuando un niño deja ele existir y las novenas que se rezan y
cantan después de los entierros de ambos forman uno de los sellos
más visibles de la identidad de los ombligados de Ananse. Se trata de
ámbitos interétnicos de catarsis colectiva. Dentro ele ellos, al alma no
se la trata como esencia cpie trasciende a su envoltorio material, sino
como fuerza que permanece. Sirven también para redistribuir algo de
la no muy abundante riqueza económica de la regie'm: por una parte,
los ricos deben aportar más a la hora de inscribirse en la lista de quie-
nes harán ofrendas para el difunto durante las ceremonias. Por otra
parte, aumenta el consumo de carne; hasta una decena de cerdos
pueden llegar a sacrificarse en la noche del velorio o en la de la última
novena. El haber acompañado, junto con José Fernando Serrano, a
mis anfitriones de Chigorodó en el velorio y la novena de Wilfrido Pa-
lacios lia sido una de las experiencias más conmovedoras de mi carre-
ra. Extractaré segmentos de mis notas de terreno para señalar cómo se
manifesté') el sent¡pensamiento en esos momentos solemnes.
142
Ananse en el Bando
143
Ombligados de Ananse
1
El e s t u d i o q u e A d r i a n a Maya lleve') a cabe) cu el archivo elel juzgado d e Pie d e Pa-
tó mostré) q u e e n t r e negie>s e indios, los individuéis p u e d e n pagar d e r e c h o s d e usu-
(conlinúa en la página siguiente)
144
Ananse en el Baudó
145
Ombligados de Ananse
La novena
Dos horas después, en el lugar d o n d e Wilfrido había sido velado, las
mujeres construyeron un altar, con manteles de lino y encajes de seda,
también presidido por el moño negro. Prendieron una lamparila de
kerosene) ele la cual las mujeres tomaban por las noches una llamila
que se llevaban a sus casas, y pusieron una laza a la cual nunca le faltó
agua de albahaca blanca.
Alrededor de este altar se llevó a cabo la novena. Después de los
rezos de cada noche, Teresa, sus hijos y sus hermanos dormían envuel-
tos en h u m o de cigarrillos Pielroja, y con sus bocas mojadas de café y
aguardiente.
Un poco después de la hora del almuerzo del segundo día del no-
venario, proveniente de Vigía del Puerto, en el bajo Atrato, llegó a
Chigorodó la madre de Wilfrido. Ingresó a esa sala, se acerec') a la nue-
va tumba y comenzó a reprocharle a Wilfrido el que no la hubiera es-
perado. Le hizo olios loriamos y luego habló con él en voz baja. Tan
sc')lo esa larde me enteré de que ella era la madre de crianza, y cpie Oc-
tavino, Rocío y Eligió en realidad no eran sus hermanos de sangre. No
obstante, lo sufrían y lloraban como si hubiera sido su propio hijo y
hermano.
La última noche del novenario estuvo aún más concurrida que la
del velorio. Había más mujeres emberaes. No se sentaban en las ban-
cas que se habían dispuesto, sino en el piso, con las piernas rectas al
146
Ananse en el Baudó
147
Ombligados de Ananse
MENTE E INMANENCIA
exista la creencia ele que cada persona tiene de>s almas, sombra la una, fuerza vital
la otra (Losonczy 1992). Y que el final ele la novena señale una separación muy di-
ferente ele la que marea el entierro (Serrano 1994).
' Defino «epistemología» ele acuerdo con Grcgory Baleson como «[...] agregado
ele presupuestos que subyacen a todas las interacciones y comunicaciones entre
personas» (Bateson y Baleson 1988: 97), y concuerdo con él en que «Es una torpe-
za referirse constantemente a la epistemología y a la ontología, y es corréelo con-
siderar ejne sean separables en la historia natural humana. No parece existir una
palabra adecuada para cubrir la combinación de estos ele)s conceptos. Las aproxi-
maciones más cercanas son 'estructura cognitíva' o 'estructura del carácter', pero
estos términos no logran sugerir que lo importante es un cuerpo de suposiciones
habituales o premisas implícitas en la relación entre el hombre y el ambiente, y
cine esas premisas pueden ser verdaderas o falsas. Usaré, por ello, en el presente
(continúa en la página siguiente)
148
Ananse en el Baudó
Navegación en tierra
Fui testigo de esa inventiva cuando acepté acompañar a don Justo Da-
niel Hinestrosa a cosechar un arrocito que estaba listo en su finca, lo-
calizada rio arriba, sobre la ladera derecha del Bando, a unas cinco ca-
lles, desde Chigordó. La noción de calle merece un paréntesis explicativo.
En lodo el litoral Pacífico hay pocos caminos. Algunos dicen que la
desidia oficial tuvo que ver con esta carencia, y hoy es el celo de los
ensayo el término cínico ele cpistemolergía para abarcar ambos aspectos ele la red
de premisas que gobiernan la adaptación (o mala adaptación) al ambiente humano
y físico. Para emplear el vocabulario de Georgc Kelly, son éstas las reglas mediante
las cuales un individuo 'construye' su experiencia» (Bateson 1991: 344).
149
Ombligados de Ananse
150
Ananse en el Baudó
151
Ombligados de Ananse
Animales antropomorfizados
152
Ananse en el Baudó
andar con libertad y hacer el carleo, alimentándose con los tallos caídos
o las cañas esparcidas por el piso. En San Francisco de Cugucho, la al-
dea afrochocoana más septentrional del alto Baudó, Javier Moreno
(1994) halló que ese desvanecimiento de linderos presentaba una dife-
rencia diametral con la delimitación precisa que tiene lugar cuando
mazorcas y espigas de arroz están listas para la cosecha; en ese mo-
mento, la entrada elel puerco vecino lleva a conversaciones agitadas
para que el criador controle los movimientos de sus marranos. La rein-
cidencia puede desembocar en un sacrificio no pocas veces disculpado
por la equivocación de un disparo que, según alega el agricultor, iba
dirigido a un venado, a un tatabro o a un cerdo salvaje. Es frecuente
que el responsable del tiro tenga que comparecer ante el inspector de
policía y pagar el valor del animal, o multas, en caso de reincidencias.
Al contrario de lo cpic sucede con los cerdos, en esas épocas de co-
secha la fauna silvestre si es invasora esperada y descada porque, como
sucede entre los indígenas de ésa y otras regiones, los ombligados de
Ananse cultivan maíz y arroz también a manera de señuelos para
atraer las presas que les apetecen.
El caneo es una operación de reciclaje que podrá combinarse con
otras fases de la alimentación del marrano. Así, si en la orilla en cues-
tión maduran los mangos y otras frutas sembradas en el monte alzao, el
campesino lleva sus marranos al lugar para que se alimenten de las
frutas caídas y, de esc modo, se ceben. Algo parecido puede hacer con
los chontaduros y la purga de los animales más pequeños, a los cuales
desteta terminada esa fase, si y sólo si ya le ha obsequiado cada cerdito
a un niño para cpic ambos crezcan hermanados. Y cuando el criador
lleva sus marranos a una platanera, aspira a que se coman los retoños
infértiles y contribuyan así a mejorar la producción.
El éxito en esta alternación de espacios implica reteñir o atenuar la
línea que separa los territorios e involucra a un albacea familiar. Como
sucede con los bamilekcs de Camerún, entre los afrobaudoseños,
cuando muere una cabeza de familia, el primogénito no hereda dere-
chos sobre territorios familiares, sino deberes administrativos con res-
pecto a sus hermanos y parientes. Este mecanismo permite que los te-
rritorios colectivos retengan su integridad y que los miembros del lina-
j e cuenten con un arbitro para dirimir sus desavenencias (ibid.)
Al terminar las dos primeras expediciones al Baudó, el equipo de la
Universidad Nacional pensaba que cuantos más habitantes tuviera un
pueblo, más disminuirían los tiempos para dejar descansar la tierra y
habría más cultivos y, por lo tanto, más posibilidades de intromisic'm
15?,
Ombligados de Ananse
154
Ananse en el Baudó
155
Ombligados de Ananse
Ecosofía contradictoria
K
Se nos asegure') e]uc leis compradores que subían por el Baudó para recoger las
trozas tenían vínculos con el narcotráfico, pero minea pudimos verificar esa aseve-
ración
156
Ananse en el Baudó
157
Ombligados de Ananse
Inderena en esc momento, fue quien hizo este relato dentro de una
conferencia que les ofreció a mis hijas y sus compañeras, cuando toda-
vía estaban en el colegio. Explic ó que el gobierno colombiano tendría
cpie adelantar gestiones para que tanto la universidad como la fábrica
de aviones le reconocieran a nuestro país el pago de regalías corres-
pondientes a la preservación del animal que teje el material que quizás
revolucionará la idea de volar. Se trataría de una diligencia similar a las
que se adelantan frente a las multinacionales que hoy llevan a cabo
experimentos genéticos con la infinidad de plantas que originan tan
sc')lo las conche iones de nuestro trópico y las de olios países del hemis-
ferio sur.
Aun si fuera tabulada, esta narrativa es importante. Muestra cómo
en la imaginación de algunos dirigentes del país comienzan a figurar
nociones sobre las verdaderas riquezas del litoral Pacífico. Ya no des-
cuellan la explotación y embarque de niélales preciosos, sino la pre-
s e n acie3n de los seres vivos y sus particularidades.
Hoy por hoy, las organizaciones de la base cuestionan que el pago
de regalías sea para el gobierno. Al fin y al cabo, la conservación de
esas libélulas, entre muchos otros seres vivientes del litoral Pacífico, no
ha dependido mucho de la geslic'm ele los funcionarios, sino de la for-
ma como los campesinos negros se relacionan con el medio que los
rodea.
Pese a la razón que asiste a las organizaciones de las comunidades
negras, hay una radicalizacieSn de ellas en cnanto a la defensa de los
recursos de sus selvas. Existe tal recelo cpic, de antemano, a los cientí-
ficos se les ve como posibles saquedores. Ni nuestro trabajo ni el que
adelantaba el herbario de la Universidad Tecnológica Diego Luis Cór-
doba de Quibdó fueron excepciones. Desde 1994 les habíamos man-
dado copias de nuestro proyecto a los directivos de la asociación cam-
pesina que en 1992 nos había invitado a la región. Con ellos habíamos
discutido cernió contratar coinvestigadores de las comunidades para
involucrarlos en la recolección y devolución de los distintos tipos de
información previstos por la propuesta original. Sin embargo, en oc-
tubre de 1995 esos adalides vetaron la realización de las labores en et-
nobolánica en el alio Bando.
Dos eran nuestras intenciones con respecto a esa parte de la inves-
tigación. Primero, acopiar datos sobre taxonomías y usos de plantas,
para contrastarlas con las de los emberaes. De esc modo, trataríamos
de comprender cómo se llevaban a cabo esos intercambios de saberes
médicos y botánicos que figuraban en la agenda de la convivencia dia-
158
Ananse en el Baudó
Pese a que —como ya expliqué— nos fue posible abrir otro terreno
en el bajo Baudó y avanzar en el trabajo etnobotánico, aún hoy es im-
posible dejar de pensar en que el saber de personas como don Justo se
está perdiendo de manera irremediable. Frente a la discusión de este
último punto, miembros de la asociación insinuaron que ellos mismos
harían el trabajo etnohistórico, etnográfico y etnobotánico. Sin duda,
éste sería el ideal. Sin embargo, en su contra están cuatro siglos de
discriminación sociorracial cpie han restringido el acceso de la gente
negra a la educación (Friedemann 1984b). Claro está que se ha dado
un proceso de calificación de las organizaciones gracias a la experien-
cia que sus miembros han logrado en el diseño y ejecución de los pro-
yectos que hoy requiere la democracia participa!iva. Se argumenta,
además, que ellos mismos han tenido contacto directo con las proble-
máticas de las comunidades y son portadores de las culturas de ellas.
No obstante, las competencias adquiridas en los procesos de gestic'm
estatal y en el funcionamiento de sus culturas no los hacen necesaria-
mente competentes en las destrezas de la observadc'm de la realidad
histórica, sociocultural y ambiental, ni en la descripción y análisis de la
misma. Esas destrezas implican aprendizajes especializados y particu-
larmente complejos en lo atinente a la formación y funcionamiento de
los equipos interdisciplinarios requeridos para el esclarecimiento del
tipo de problemas que enfrentan. Entonces, mientras se alcanzan esos
aprendizajes, el vínculo entre saberes expertos locales y profesionales
parecería ineludible. Lo ideal sería que esa relación fuera con aquellos
grupos de trabajo afiliados a las universidades que han sido pensadas
en función de los intereses de la nación, como es el caso de las estata-
les, y no tanto con ocnegés y grupos privados de lealtades imprecisas.
Empero, parecería cpic las negociaciones con los primeros son más in-
trincadas que las que se han llevado a cabo con los segundos, dado el
menor control que ellos tienen en asuntos como la catalogación de un
miembro de las comunidades en calidad de coinvestigador o en la
propia ejecución de los proyectos.
159
Ombligados de Ananse
Por ahora quizás sea válido recalcar que la disuasión del trabajo in-
vesligativo limita las posibilidades de cpie el conocimiento académico
sea reintei prelado y aprehendido por las comunidades y sus organiza-
ciones, para luego ser traducido al lenguaje de las «necesidades politi-
zadas» (Escobar 1992) y emplearlo así como circulante en las relacio-
nes con el Estado. Este proceso de apropiación y uso del saber acadé-
mico es relevante con respecto a la Ley 70 de 1993. El estudio y futura
legitimacic'ni de los títulos colectivos que ella contempla requieren la
elaboración de documentos sobre la historia de la comunidad y de sus
prácticas de manejo ambiental, además de la cartografía que permita
dimensional" las áreas bajo redamación. Los indígenas se han favore-
cido del acervo de conocimientos etnográficos, etnohislenicos y ctno-
botánicos recolectados desde la profesionalizado!) de esas disciplinas
desde hace por lo menos 50 años. Sin embargo, antes de la reforma
constitucional los ombligados de Ananse no figuraban como sujetos
apropiados dentro de los campos de estudio de esas ciencias (Arocha
1996). De ahí que sean protuberantes los vacíos de saber sobre sus
comunidades, su transcurso y sus paisajes.
Lo grave de este impasse es que mientras se buscan mecanismos de
negociación y garantía, la modernización y la violencia que en Colom-
bia parecen acompañarla siempre continúan su avance ineluctable. La
correlación entre éste y el aumento en el número de desplazados es
obvia. Las posibilidades ele frenar el aniquilamiento cultural, la erosión
de los mecanismos tradicionales de diálogo para superar los conllictos
interétnicos y la expropiación violenta podrían aumentar con el in-
cremento en la cantidad de títulos colectivos que las comunidades pu-
dieran llegar a asegurar y, en consecuencia, con los saberes cpie pudie-
ran cimentarlos. Entonces, las opciones que la paz tiene cu esa regie'm
podrán depender en algo de la mayor tolerancia que las comunidades
y sus organizaciones puedan desarrollar en cuanto al ingreso a la re-
gión elel saber académico y científico.
160
w%
i
Las niñas Rivas en Pie de Pato (Alto Baudó). Foto: Jaime Arocha. febrero de 1995.
C A P Í T U L O IV
163
Ombligados de Ananse
No he podido evitar que este giro desate fantasías sobre el final ele
la pesadilla que agobia a los colombianos, y en particular a quienes
con base en sus legados ancestrales han transformado los paisajes de
costas, ríos y selvas tropicales húmedas colombianas. Entre esas repre-
sentaciones hay dos dominantes: la primera, la de los gee)fagos', má-
quinas de muerte y desplazamiento ejne desaparecen de la historia. La
segunda se refiere a una universidad cpie puede construir cstae iones
científicas en el litoral Pacífico, incluida una a orillas del río Baudó.
164
A manera de recapitulación
165
Ombligados de Ananse
PLEROMA Y CREATLIRA
166
A manera de recapitulación
ferencia que hace la diferencia», por ejemplo, entre dar el giro correcto
moviendo el timón de plerorna, para esquivar un palo y no chocar o
disminuir la velocidad ante un potro pequeño impulsado por un indíge-
na, quien lo lleva cargado de plátano. En este último caso, la diferencia
que hace la diferencia consiste en desacelerar a tiempo para disminuir el
oleaje, y que las turbulencias que el motor agita no lleguen a hundir al
remero con su cargamento.
Ese 25 de noviembre, mientras don Justo remaba río arriba, yo se-
guía soñando con la estación. Se bautizaría con el nombre de Rogerio
Velásquez, en reconocimiento al aporte que ese antropólogo ombligado
de Ananse le hizo a la identidad afrochocoana y al desarrollo de las
ciencias sociales colombianas. No me cabía duda de que algún día esa
casa anciana y señorial albergaría al equipo de investigación, y que alre-
dedor de ella habría que ir construyendo ámbitos para cada uno de los
saberes que se integrarían dentro del esfuerzo total: ecología mental y
etnografía de la cinética corporal; historia documental y oral; botánica, y
educación. La unión de las exploraciones a realizarse en cada uno de
esos ámbitos trataría de responder a la pregunta referente a la materia
prima con la cual están hechos los procesos mentales de los baudoseños
interactuantes en la región —libres y cholos. Sigo pensando que tan sólo si
uno llega a conocer tal materia prima puede responder a la pregunta de
cómo ambos pueblos, a lo largo de tres siglos, fueron desarrollando há-
bitos para la convivencia pacífica con el entorno y con el vecino. Sin du-
da, su existencia está amenazada por la modernización de la economía y
la infraestructura. Empero, la sostenibilidad ambiental a la cual hoy
obliga la Constitución de 1991 y que, por lo tanto, se plantea como me-
dio de impulsar formas de desarrollo alterno y la búsqueda de la paz es
inseparable del conocimiento de esa materia prima.
OBSERVACIONES ETNOGRÁFICAS
167
Ombligados de Ananse
168
A manera de recapitulación
Al respeclo, Eduardo Gaicano escribió en El libro de los abrazos (p. 107): «¿Para
qué escribe uno si no es para juntar sus pedazos? Desde que entramos en la escue-
la o la iglesia, la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del
cuerpo y la razón del corazón.
«Sabios dentóles de Etica y Moral han de ser los pescadores de la costa colombia-
na, que inventaron la palabra senlipensnnte para definir el lenguaje que dice la ver-
dad».
169
Ombligados de Ananse
170
A manera de recapitulación
171
Ombligados de Ananse
172
A manera de recapitulación
173
Ombligados de Ananse
ría una de las evidencias más importantes del grado de unión entre am-
bos pueblos.
174
A manera de recapitulación
175
Ombligados de Ananse
ron en Alemania; otro tiempo muy distinto será el que el resto de las
organizaciones guerrilleras invertirán en estudiar lo pactado entre el
ELN y la sociedad civil, en manifestar su desacuerdo, en formular sus di-
sensos y modificar sus conductas de guerra. Entre tanto, ¿qué será ele los
paramilitares? Su más reciente enfienlamicnlo con las FARC en Mnrin-
dó tuvo profundos efectos sobre civiles indefensos, cu su mayoría afro-
colombianos e indígenas. Abaclio Creen, presidente de la Organización
Nacional Indígena de Colombia, hizo parle de la comisión epic fue
nombrada para verificar las secuelas del choque. Sin embargo, ese grupo
humanitario tan sólo pudo llegar al lugar de los hechos una semana
después de que éstos hubieran ocurrido (El Tiempo 1998b).
A los grupos paramilitares se les menciona como responsables del
asesínalo del presidente del consejo comunitario que tramitó el primer
título colectivo otorgado por el Incora a los afrodcscendientes del Cho-
có (Arocha 1998d). Por este tipo de acciones se colige que esos grujios
pueden estar lejos de asumir una posición tan proétnica como la del
Acuerdo de la Puerta elel Cielo, y epte pueden pasar por encima de ca-
bildos indígenas y consejos comunitarios afrodcscendientes en su inten-
to de consolidación territorial. De ahí que las FARC hayan expresado:
Requerimos el despeje total del área ele un municipio cu el norte del
país y el otorgamiento de plenas garantías para nuestras negociaciones
(El Tiempo 1998cl: 8A).
Siendo la realidad bastante menos amable y simple que las veladas de
guitarra y tango que compartieron en Alemania los signatarios elel Pacto
de Maguncia (Lata 1998: 20, 21), es muy probable que una estación co-
mo la imaginada, al menos en sus inicios, no se desarrolle conforme al
sueño que he descrito. Más bien tendrá que identificar los lugares a los
cuales han ido a parar los afrobaudoseños que han sido víctimas del
desplazamiento forzado; de enlrevistarlos y averiguarles por su bienes-
lar, por las tierras que dejaron atrás, por los desaparecidos; de fijarse
cómo se adaptan a las nuevas condiciones que les impone el destino ur-
bano, partiendo de que, por lo general, los afrodcscendientes son du-
chos en circular entre ribera, puerto y ciudad.
Ya en junio de 1995 vi cómo las ombligadas ele Ananse que habían
llegado desde el alto Baucló hasta el Barrio Obrero ele Quibdó, al mismo
üempo que levantaban sus viviendas improvisadas, habían construido
zoteas. Como lo había visto hacer en el Baudó, con sus padres, maridos,
compañeros, hijos y sobrinos recorrían la selva que rodeaba ese barrio
que nacía, en busca tanto ele la tierra ejuc dejan las hormigas arrieras a la
176
A manera de recapitulación
177
Llovería. Pie de Pato (Alio Baucló), Foto: Jaime Arocha, febrero de 1995.
Referencias
ACHESON, James M.
1981. «Anthropology of fishing». Annual review of anthropology, vol. 10, pp.
275-316. Palo Alto: Annual Reviews Inc.
ANPAC, Tumaco.
1983. Propuesta para la Comisión Francesa. Tumaco: Asociación Nacional ele
Pescadores Artesanales de Colombia, seccional de Tumaco, manuscrito.
AROCHA, Jaime
1989. «Hacia una nación para los excluidos». Magazín dominical, N p 329, pp.
14-21. Santafé de Bogotá: El Espectador.
1990a. «Desarrollo, pero con los grupos negros». Cien días vistos por Cinep,
vol. 3 N 9 11, septiembre, pp. 24, 25.
1990b. «Ambiente, sociedad y cultura». En Ángel Maya, Augusto
(coordinador). Memorias del simposio ciencias sociales y medio ambiente, pp.
93-108. Bogotá: Icfes-Universidad Nacional de Colombia.
1991a. «La ensenada de Tumaco: entre la incertidumbre y la inventiva». En
Correa, Hernán Darío y Alonso, Ricardo (Eds.) Imágenes y reflexiones de la
cultura en Colombia: regiones, ciudades y violencia, pp. 198-225. Bogotá: Insti-
tuto Colombiano de Cultura.
1991b. Observatorio de convivencia étnica en Colombia. Bogotá: Departamento
de Antropología, Universidad Nacional de Colombia, fotocopia.
1992a. «Mentira cinética, violencia y paz en Colombia». América Negra, N 9 2
(diciembre), pp. 69-81. Santafé de Bogotá: Pontificia Universidad Javeria-
na.
1992b. «Afro-Colombia Denied». The Black Americas, 1492-1992, Repori on the
Americas, vol. XXV, N 9 4, pp. 28-31, 46, 47. Nueva York: North American
Congress on Latin America (Nada).
Ombligados de Ananse
180
Referencias
1984. «El Niño's ill wind». National Ceographic, vol. 165, No. 2, February, p p .
144-183. Washington: The National Geographic Society.
CARRERA DAMAS, G e r m á n
181
Ombligados de Ananse
C H A N D L E R , David Lee
1972. Health and slaveiy: a study of heallh conditions among negro s/aves in the vi-
reroyally of New Chanada and its associated slave trade, 1600-18JO. A u n Al-
bor: Michigan University Microfilms.
D E L C A S T I L L O , Nicolás
1982. Esclavos negros en Cartagena y sus aportes léxicos. Bogotá: Instituto Caro y
Cuervo, N" LX1I.
DEL VALLE, Ignacio y RESTREPO, E d u a r d o (eds.)
1996. Renacientes del guandal: "grupos negros» de los ríos Salinga y Sanquianga.
Santafé d e Bogotá: Biopacífico.
DÍAZ BENÍTEZ, María Elvira
1998. Bailando conmigo misma: identidad, música y hermandad afroamericana.
Santafé d e Bogotá: Universidad Nacional d e Colombia, trabajo presenta-
d o para obtener el título d e anlmpóloga.
DlECK, Marianne
1998. «Criollística afrocolombiana». En Maya, Adriana (Ed.) Los afrocolom-
bianos. Geografía Humana de Colombia, t o m o VI, p p . 303-338. Santafé d e
Bogotá: Instituto d e Cultura Hispánica.
ECHANDÍA, Camilo
1998. «Evolución reciente del conflicto a r m a d o e n Colombia: la guerrilla».
En Amelia, Jaime, Cubides, F e r n a n d o y Jimeno, Myriam (compiladores).
Las violencias: inclusión creciente, p p . 35-65. Santafé d e Bogotá: Colección
CES, Centro d e Estudios Sociales, Facultad d e Ciencias Humanas, Uni-
versidad Nacional d e Colombia.
ECHEVERRI, Javier
1996. El camino del caimán. Santafé d e Bogotá: Premios nacionales d e Colcul-
lura.
El Espectador
1998. «Capturan a exalcalde de alto Bando». El Espectador, marzo l 9 . Santafé
d e Bogotá: 14D.
El Tiempo
1998a. «Habla Antonio García, jefe del ELN en compañía d e Gabino: Ha-
llemos otro camino p o r la paz». Actualidad. El 'Tiempo, junio 14: 8A.
1998b. «Hay 26 desaparecidos en Murindó». Actualidad. El 'Tiempo, j u n i o 14:
15 A.
1998c. «El Acuerdo d e Puerta del Cielo». El Tiempo, julio 16: 2A, 3A.
1998d. «"Paras" también quieren despeje». El Tiempo, julio 16: 8A.
182
Referencias
ESCALANTE, Aquiles
1965. El negro en Colombia. Bogotá: Monografías Sociológicas, Departamento
de Sociología, Universidad Nacional de Colombia.
ESCOBAR, Arturo
1992. «Imagining a post-development era? Critical lliought, development and
social movements». Social text, N 9 31/32. New Brunswick, New Jersey:
Centcr for Critical Analysis of Contemporary Culture.
ESCOBAR, Arturo y PEDROZA, Alvaro (Eds.)
1996. Pacífico: ¿desarrollo o diversidad? Estado, capital y movimientos sociales en el
Pacífico colombiano. Santafé de Bogotá: Ecofondo y Ccrcc.
ESCOVAR, P. E.
1921. Bahías de Málaga y Buenaventura: la costa del Pacífico. Bogotá: Imprenta
Nacional.
ESPINOSA, Mónica
1996. Convivencia y poder político entre los andoques del río Aduche, Amazonas.
Santafé de Bogotá: Editorial Universidad Nacional.
1998. Vnfolding Conneetions: State Inlervention and Cultural Politics in the Co-
lombian Amazonia. Gainesville, Florida: University of Florida, Department
of Anthropology, Master's Thesis.
ESPINOSA, Mónica y FRIEDEMANN, Nina S. de
1993. «La mujer negra en la familia y su conccptualizadc)n». En Ulloa, Astrid
(comp.) Construcción africana de las Americas, pp. 95-111. Santafé de Bogo-
tá: Biopacífico e Instituto Colombiano de Antropología.
FALS BORDA, Orlando
1976. Capitalismo, hacienda y poblamiento en la costa Atlántica. Bogotá: Punta
de Lanza.
1978. Mompoxy Loba. Historia doble de la Costa, vol. I. Bogotá: Carlos Valencia
Editores.
FORBES, Oakley
1998. Comunicación personal sobre ombligadas en San Andrés y Providencia. San-
tafé de Bogotá: abril 13.
FRIEDEMANN, Nina S. de
1971. Minería, descendencia y orfebrería, litoral Pacífico colombiano. Bogotá: Uni-
versidad Nacional de Colombia.
1984a. «Troncos among Black miners in Colombia». En W. Culver, W. y
Graves, Th. (Eds.) Miners and minning in the Americas. Manchcster: The
University of Manchester Press.
183
Ombligados de Ananse
184
Referencias
GÓMEZ, Laureano
1928. Interrogantes sobre el progreso en Colombia. Bogotá: Editorial Minerva.
GONZÁLEZ, Guillermo
1990. «El Pacífico en venta, sin consultar a sus habitantes». Magazin domini-
cal, N 9 378, julio 22. Bogotá: El Espectador.
G O N Z Á L E Z C U E S T A , Ángela Edith
185
Ombligados de Aunase
186
Referencias
187
Ombligados de Ananse
188
Referencias
O T E R O , Natalia
1994. Los hermanos espirituales: relaciones de compadrazgo entre pobladores afroco-
lombianos e indígenas emherá en el río Ampona, alto Baudó, Chocó. Santafé d e
Bogotá: Monografía de tesis, Departamento d e Antropología, Universi-
dad d e los Andes.
PASTRANA, Andrés
1998. Una política de paz para el cambio. Santafé de Bogotá: Gran Alianza p o r
el Cambio.
PÉCAUT, Daniel
1997. «Presente, pasado y futuro d e la violencia». Análisis Político N° 30, p p .
3-46. Santafé d e Bogotá: Instituto d e Estudios Políticos y Relaciones In-
ternacionales, Universidad Nacional d e Colombia.
POMARE, Lolia
1998. «Miss Nancy y otros relatos». En Maya, Adriana (Ed.) Eos afrocolombia-
nos. Geografía Humana de Colombia, tomo VI, p p . 279-302. Santafé de Bo-
gotá: Instituto d e Cultura Hispánica.
PRESIDENCLA
1996. El Pacífico: un reto del presente. Santafé d e Bogotá: Presidencia d e la Re-
pública de Colombia.
PRICE, T h o m a s
189
Ombligados de Ananse
190
Referencias
SPlCKER.Jessica
1998. «El cueqjo femenino en cautiverio: aborto e infanticidio entre las es-
clavas d e la Nueva Granada 1750-1810». En Maya, Adriana (Ed.) Los afro-
colombianos. Geografía Humana de Colombia, tomo VI, p p . 141-166. Santafé
d e Bogotá: Instituto de Cultura Hispánica.
STEPHEN, Henry, J. M.
1998a. Winti culture: mysteries, Voodoo and realities of an Afro-Caribbean religión
in Suriname and the Neatherlands. Amslerdam: Ilenry J. M. Stephen.
1998b. Comunicación personal a propósito de Ombligados de Ananse. Amstcrdam
(Holanda): mayo 13.
STEWARD, Julián
1973. (orig. 1955) The theory of culture change. Chicago: University of Illinois
Press.
STIPECK, George
1971. Sodocultural responses in modernization among the Colombian Embera.
Binghamton: tesis d e grado.
STOLCKE, Verena
1995. «Talking Culture: New Boundaries, New Rethorics of Exclusión in Eu-
rope». Current Anthropology, vol. 36, N 9 1, febrero, p p . 1-24.
SuÁREZ, Stella
1996. «Etnobotánica afrobaudoseña». Informe final del área etnobotánica, pro-
yecto Los baudoseños: convivencia y polifonía ecológica. Santafé d e Bogotá:
Centro d e Estudios Sociales y Departamento d e Antropología, Facultad
de Ciencias H u m a n a s , Universidad Nacional de Colombia.
T H O M P S O N , Alvin
1993. Face of the Gods: art and altars of África and the African Americas. New
York: The Museum of African Art.
TORRY, William
1979. «Anlhropological studies in hazardous environments: past trends a n d
new horizons». Current Anthropology, vol. 20 No. 3, p p . 517-540. Chicago:
T h e University of Chicago Press.
URBINA RANGEL, F e r n a n d o
1993. «La ombligada, u n rito embera». En Leyva, Pablo (Ed.) Colombia Pacífi-
co, tomo I, p p . 343-347. Bogotá: F o n d o FEN Colombia.
191
Ombligados de Ananse
VALENCIA, Rafael
1983. Promoción y organización de las recolectaras de piangua en Tumaco, Nariíw.
Tumaco: Anpac, manuscrito.
VÁSQUEZ, Miguel
1993. Las raras lindas de mi gente negra. Santafé de Bogotá: Instituto Colom-
biano de Antropología-Plan Nacional de Rehabilitación.
VILLA, William
1998. «Movimiento social de comunidades negras en el Pacífico colombiano.
La construcción de una noción de territorio y región». En Maya, Adriana
(Ed.) Los afrocolombianos. Geografía humana de Colombia, tomo VI, pp. 431-
448. Santafé de Bogotá: Instituto de Cultura Hispánica.
VON PRAHL, Henry, CANTERA, Jaime R. y CONTRERAS, Rafael
1990. Manglares y hombres del Pacifico colombiano. Bogotá: Colciencias, Fen Co-
lombia.
WADE, Peter
1997. Gente negra, nación mestiza: dinámicas de la identidades raciales en Colom-
bia. Santafé de Bogotá: Editorial Universidad de Antioquia, Instituto Co-
lombiano de Antropología, Siglo del Hombre Editores, Ediciones Unian-
des.
WEST, Roben
1957. The Pacific lowlands of Colombia. A negroid área of the American tropics.
Baton Rouge, Louisiana: Louisiana University Press.
Wl IHTEN, Norman
1970. «Stralegies in adaptive mobility in the Colombian-Ecuatorian lilloral».
En Whittcn, N, y Szwed, T. (Eds.) AJro-American perspectives pp. 330-343.
Nueva York: The Free Press.
1974. Black Frontiersmen, a South American Case. New York: Schcnknian Pu-
blishing Company.
WHITTEN, Norman y FRIEDEMANN, Nina S. de
1974. «La cultura negra del litoral ecuatoriano y colombiano: un modelo de
adaptación étnica». Revista Colombiana de Antropología, vol. XVII.
Wl IHTEN, Norman y TORRES, Aliene
1992. «A pre-Columbian diaspora». Report on the Americas: The Black Americas,
vol. 25, N9 4. Nueva York: North American Congrcss on Latin America
(Nada).
YESNER, David R.
1980. «Marilimc hunter-galhercrs: erology and prehistoiy». Current Anthropo-
logy, vol. 21 No. 6, pp. 721-750. Chicago: The University of Chicago Press.
192
Niños bañándose en el río Misará, después de bailar en un recorrido para festejar a la virgen
de ¡a Pobreza. Foto: Jaime Arocha. Sivira, Bajo Baudó, agosto de 1995.
Glosario1
E n p a r t e b a s a d o e n F r i e d e m a n n y A t o c h a 1986: 445-160.
195
Ombligados de Ananse
cuando las aguas están bajas. Los lados v de caña preparado en los alambiques lo-
el buche (véase) van sujetos ron palos. Se rales del litoral Parifico (véase), chancu-
deja hasta que las aguas suban; ruando co.
vuelven a bajar, los pescadores hacen boldo: remedio contra el paludismo.
toda ríase de ruidos para obligar a los bozal: esclavo recién llegado del África.
peces a que se metan al buche. Una o dos
boya: flotador pata izar una red o marcar
personas pueden llevar a rabo toda la
su posición.
operación, la cual sirve de entrenamien-
boya a plomo: en el litoral Pacífico, lleno
to pata otras clases de pesca.
o cargado desde las boyas (véase) hasta
azulejo: jaiba o cangrejo de mar.
los filamos (véase) o ron la máxima rapa-
rielad de una embarcación,
B
brasero: en el litoral Pacífico, pequeña
balsámica o balsánica: en el departamen-
olla vieja pata quemar estopa de coro y
to del Choró, infusión de yerbas, taires
corteza de mangle, cuyo humo ahuyenta
v pal tes de distintos animales a la cual se a los jejenes del manglar.
le añade biche (véase) y se guarda en bo-
braza: en el litoral Pacífico, medida de
tellas benditas o rezadas para curar dis-
longitud utilizada por los pescadores,
tintos tipos de dolencias, incluidas las
equivalente a cincuenta menos.
picaduras de culebra.
bricolage: improvisación creativa que por
bañar: entre los arrobándosenos, sobar.
lo genera) se ronltapone a la racionali-
bañador: en el litoral Parifico, entre los
dad de la ingeniería en la produrrión de
tripulantes de un chinchorro (véase),
instrumentos o en la reparación de obje-
quien se encarga de bucear para desen-
tos. Fabricar un artefacto utilizando ro-
redar la red cuando ésta se pega al fon-
mo materias primas otros arlefartos u
do del mar.
objetos desechados, cuyo uso puede no
bañar chinchorro: bucear para desenre-
estar relacionado con el que se fabrica
dar un chinchorro que se ha quedado
(Jacob 1981).
pegado Atiplan (véase).
bricoleur: improvisador cretalivo, cacha-
barbascos: diferentes variedades de plan-
rrero (véase)
tas, cuyas raíces contienen veneno. Los
buche: en el litoral Pacífico, bolsa cenital
pescadores las machacan dentro de pe-
del chinchona (véase), de donde los pe-
queñas represas para adormecer a los
ces ya no pueden salir. También, paite
peres. En el Baudó hay agricultores que
ancha de una canoa o un polio.
siembran barbascos ron diferentes culti-
vos pata controlar la acción dañina de bufeo: delfín.
covaticnu (véase).
barreño: en el litoral Parííiro, cangrejo
amarillo y azul que se encuentra en los cabo: lazo utilizado para jalar las mangas
manglares a partir de julio. de un chinchona (véase),
batea (para minería): recipiente circular cacharrear: improvisar con creatividad la
plano, excavado en madera, cuyo diá- fabricación de un objeto o artefacto, a
metro puede variar entre los cincuenta y partir de artículos desechados c ilum-
noventa centlmeros, y se usa pata lavar ínenlos diseñados para un uso diferente,
arenas aurífeas o separar el oto de laja- hricokigc (véase).
gua. cacharrera/cacharrero: vendedora o
biche: lo que está verde o sin madurar, vendedor ambulante que recorre las ra-
como el monte que renace ruando se lles de los pueblos o navega por ríos v
deja un lote de cultivo, r o m o el platino, quebradas ofreciendo rortes de tela, ja-
que es oro biche. También, aguardiente bón de olor, desodorantes, talcos, zapa-
196
Glosario
197
Ombligados de Ananse
198
Glosario
199
Ombligados de Ananse
200
Glosario
201
Ombligados de Ananse
202
Glosario
pluma: nombre derivado del de las grúas purga: entre los abobándosenos, fase en
que arrastran las redes de los buques el desarrollo de un cerdo, cuando su
usados en la pesca comercial de cama- dieta primordial consiste en las pepas de
rones, y el cual se refiere a la vara que chontadoro que se han caído de las
sirve para remolcar la changa (véase) con palmas. Si el animal es pequeño, se des-
una canoa de motor. Tiene 3 o 4 metros teta al terminal la purga.
y se fija al costillar hada la mitad de la
embarcación, mediante un cabo que
forma una espiral, cuyos anillos se van quela: tenaza de los cangrejos.
pisando a sí mismos. Para que no se pai- quiebra: en el litoral Pacífico, semanas
ta por la fuerza que ejercen los cabos durante las cuales la bajamar alcanza su
que salen de ella hacia la popa y se su- menor nivel.
mergen con la red, de los extremos de la quilombo: comunidad palenquera en
vara se atan otros dos cabos que se ase- Brasil.
guran de un orificio perforado en la
proa. R
plumuda: en el litoral Pacífico, variedad ramonero: entre los abobándosenos,
de sardina de escaso valor comercial. cerdo doméstico que no se mantiene en
pomada o pomadilla: en el litoral Pacífi- cautiverio, sino que se le permite hacer
co, camarón amarillo del mismo tamaño una vagancia controlada por bosques y
del tití, pero de escaso valor comercial riberas en busca de su alimento.
porque se descompone con rapidez. rampira: en el litoral Pacífico, es el alte
pombeiro (de Pombo, adaptación a la fo- de hacer canastos. Los palos de los cua-
nética portuguesa de Mpumbu, lugar les se obtiene la vena se consiguen en el
cerca del bajo río Congo, donde se rea- monte. Son las mujeres las (fue hacen
lizaba una feria de cautivos): traficante este trabajo poique aprenden desde ni-
en los pambas o ferias de esclavos. ñas.
ranfaña: en el litoral Pacífico, cantidad de
pondo: en el litoral Pacífico, batea que
pescado que en un barco camaronero le
termina en dos asas. Cargado por los
corresponde a un miembro no perma-
mineros, sirve para llevar piedras glan-
nente ele la tripulación, quien no tiene
des desde el canalón hasta el botadero
derechos sobre las partes en las cuales se
de la mina.
divida la producción de camarón.
potro: canoa pequeña. ranfañán: quien recibe la ranfaña (véase).
proero (o probero): en el litoral Pacífico, realza: véase canoa, realzada.
navegante que se encarga de señalarle al recocha: bullicio, algazara, retozo colecti-
piloto la vía que debe tomar, ya sea para vo.
no tropezar con un obstáculo o para recomendado: en el litoral Pacífico, agre-
lanzar el chinchona (véase) de la mejor gado de una finca.
manera posible. red agallera: trampa que permite atrapar
puertas: en el litoral Pacífico, planchas peces por las agallas.
cuadradas de madera que mielen entre relinga: extremo superior o inferior de
70 y 90 centímetros, que se atan a la un chinchona (véase). La relinga inferior
changa (véase) para que ésta se arrastre es de plomos, y la superior, de boyas.
por el fondo malino. resucito: entre los abobándosenos, resu-
pujas: en el litoral Pacífico, semanas du- rección.
rante las cuales la pleamar alcanza cada riviel: en el litoral Pacífico, un demonio
día mayor altura. También, aguajes encarnado por una ele las chontas (véase)
(véase). de la marimba (véase). En el Baudó,
203
Ombligados de Ananse
también es ánima en pena que navega en tirar zorro: en el litoral Pacífico, buscar
su ataúd, remando con la lapa v llaman- trabajo.
do a los vivos mediante destellos lumi- tití (Palaeam hnnkopi): en el litoral Pacífi-
nosos. Quienes acuden a su súplica, son co, camarón pequeño de buen valor
atrapados por él. comercial.
tiza: carbón del palo de mangle.
trasquear: traquear.
sacho: en el litoral Pacífico, piedra que se trasmallo: red de ojos grandes y fibra
usa a manera de lastre en los espineles delgada ejue se extiende a manera ele
(véase). pared para atrapar a los peces por las
saltatrás: hijo de mestizos con rasgos ele agallas.
blanco, ejue nace con facciones de ne-
tronco: conjunto de parientes consanguí-
gro.
neos que [pueden establecer su ascen-
sardenales: alas o mangas laterales de un
dencia, tanto por línea paterna como
chinchona (véase).
materna, hasta llegar a un antepadado
secreto: entre los arrobándosenos, rom-
común, fundador ele la parentela.
binarión de palabras o de entonaciones
trúntago: en el Baudó, guayarán. Viga ele
vocales, cuya divulgación lleva a que un
una casa, la cual se lega de generación
ritual mágico o religioso pierda o au-
en generación.
mente su poder, según el caso.
tulapuejta: tablas para hacer casas.
subida: en el litoral Parifico, trayecto que
los pescadores le hacen recorrer a un tundiar o taconear: en el litoral Pacífico,
cabo (véase) de cualquier manga (véase) valiéndose de un capón (véase), acorralar
guanas (véase) o peces diminutos.
del chinchorro, desde la orilla hasta el
límite de la playa con el bosque o sobre
V
u n banco de arena.
verde: en el litoral Pacífico, plátano ver-
de.
tapa: en el litoral Pacífico, corteza del vianda: en el litoral Pacífico, segmento de
mangle. un portacomida; recipiente que el pes-
tapao: en el litoral Pacífico, especie de cador de un equipo de chinchorro usa
sancocho de [leseado, cuyo cocimiento para recibir la comida.
se hace tapando la olla con capas de plá- viga mama: equivale a trúntago (véase) en
tano y hojas ele bijao (véase), el Afropacífico nariñense.
tapetusa: (véase) biche. vulgado: en el litoral Pacífico, caracol de
tapiar: en el litoral Pacífico, tapar. los manglares.
tasquero: en el litoral Pacífico, cangrejo
rojo, negro v amarillo que se encuentra
en los manglares. yonson (del inglés Johnson): motor fuera
tibunco: recipiente viejo, hecho ele plásti- de borda.
co, que se usa como boya o para achicar
(véase).
tigre; en el litonil Pacífico, camarón de
zangara (Anandera grandie): variedad de
tamaño mediano, cuyo valor equivale al
piangua (véase) de mayor tamaño.
del langostino. También lo llaman cara-
batí (véase).
204
r i i í Í" r 1 • T I 11 • -1 t" i r i i •
•"„' ' . ' • ' • ' ^ . ' - ' ; ' • ' •• L ' . ' - \ "
i.1 i h v l c t i . vi v 1 .t-Xtvi
,'¿swíí
^r"-V
m&
-••'.'•••i"®"* WMM ^ • • / ^ . :
]yy-yyyyyy-yyy:-
mm.
; : • • • • • • • • • • . . ' • • ' • • • • . . •;•
mm. ••:••:•••:
1 1^ 4 ';/
•^¡•••'••í /
> • * ' * # ' " \ i ^
•
aíedeEieggiL
cinonacio tfMMnM Sfl
• v-1
s*aliP
^ ^ ^ m IS9
•A-; . - 1 '• *
•-•:,voj
•
^ - ' • - « r - . ' : V > . : . >-'..
- y - m m Si**::- •: • • •
i n
1 •••&• •
••te«i
oricha q 1111111111 •
HHHH mmmsmm
til MissNanc ^^^^^mM
im&tyyyy^yy
c )1 ^
w
:.-;í
•••• )OSÍVIÍ) q u e
1
V ; V i \ ; \ ^ ^ \ V - v ' : , ^ * v - ' v 1 ^ ' \ . - í ' ' ' y • • • . ••-•:• ••-•:•-.•:•••:•. •••:-•<•••'•
l^^MH
^fc* «•••
\:m:$«BSR
de los áfrotumai UlUiJlv, jR ;''/•'•.','- .L 'V^ - .'• ' • - " • • • " •
&m:ó*&$
con H • • - .
ínüiPnw••.". -...•..".-
IHMM
.SI mmmm
^^^í»
Aivrr,
^H mam V.'-V-'-Vi.-.-'.'.•
^ « ^
!
• •Á••'.•••••'':•'••' .•'.."'.i,:
i ••'i|--i"- '"••'"••"•'iV".."•",-',' • • - - ,
• • • i/ cleí ^^^^B VA
:NaciO:
IWMflMpH
^^^^^H níversic
Slil
la 11 orí da i n l dnto MI
•p
^^^^^^^^^^^^B ^^fc f f ««» • • i •••.•• • * • - • • * .i •n ,•• ¿ i • : , ,
Mi •mHSBB^^^"» á ^ ^ n '^/ ^ ^ ^ H
las coi ni su EMÚ ^^^^^^B
• mmm
s"
EST-ñ-B
M
%.o
mm
•i
#•
wm
:|!---.'-"'
ffiraasss
M^
;^:s:
PJSMS^^^^I^^^^^
ssaMKssii • • •••••.•-' •: • ".'••''•'' , ," ' [ / • ' • • . " • ' • • ' • • ; " • •• i ' . ' - ' . . 1 . ".'.•• • •;
V•y;'VV•"•.V,.\v•:•,•:^,i\^-•;^••J.^í"•••-•'-''• ®#tSft\w ; • • : • • ^ ^ ^ ^ • ; 0' ; VV' ^••¿yyy-yy •mmmmmmmmm