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Jaime Arocha Rodríguez

OMBLIGADOS DE ANANSE:
HILOS ANCESTRALES Y MODERNOS EN EL PACÍFICO COLOMBIANO
© 1999. C e n t r o de Estudios Sociales, CES
Facultad d e Ciencias H u m a n a s
Universidad Nacional de Colombia
Carrera 50 No. 27-70
Unidad Camilo T o r r e s Bloques 5 y 6
C o r r e o electrónico: ces@bacata usc.unal.cdu.co

Esta publicación contó con el apoyo de Colcicndas, Programa Implantación Proyectos de


Inversión en Ciencia y Tecnología, Snct, Subpi oyecto de Apoyo a Centro) v Grupos de Exce-
lencia 29/90.

Primera edición: Santafé d e Bogotá, e n e r o d e 1999


ISBN: 958-96259-8-3

Parlada
Paula Iriartc

Comedón de estilo
Guillermo Diez

Digitaliznción del retro Fanti-ashanti de la pollada, de las fotografías de cada capítulo y


del mapa sobre los orígenes étnicos de los nfrocolomhianos
Tatiana Arocha

Digilalización y retocado de los mapas del Valle del rio Banda, la ensenada de Tnmaco y
la depresión Momposina, y del diagrama de relaciones de parentesco
Juan Felipe Peña

Diseño y diagramación
Utópica Ediciones
www.utopica.com

l'rinted and made in Colombia


Impreso y hecho eu Colombia
Ombligados
e Ananse
Hilos ancestrales

d
y nioaernos
en el Pacífico

colombiano

] A I M E A R O C H A

Itad de Ciencias Humanas UN


^
Colección CES
Dedico este libro a mi
maestra Nina S. de Friedemann
quien, infortunadamente, falleció el 29
de octubre de 1998, unas semanas antes de que
esta publición saliera de imprenta.
Contenido

Contenido 9
Agradecimientos 11
INTRODUCCIÓN
De Ananse y sus ombligados 13
Mi ombligo-árbol 15
Héroe-heroína de autosuficiencia y autonomía 16
Renovación africanista 17
Resistencia no ortodoxa 20
Conceptos obsoletos 25

CAPÍTULO I
La llegada y los trucos de Ananse 31
El Día de la Raza Si
Ocultar para discriminar 36
En Mampox, Samuel se vuelve Anansi cimarrón 41
Ritos para guardar secretos 46
Teatro que enseña secretos 47
Zamhe ensueña porvenires 49
Ananse cacharrera 50

CAPÍTULO II
Ananse en esteros y mares 57
Las telarañas de Ananse 57
Maniobras culturales en esteros y ensenadas 72
Cancheras, pianguas y jejenes en un manglar 78
Ensenada: diques y arena 83
Arrecifes coralinas 105
Ananse y el nía ña na 108
CAPÍTULO III
Ananse en el Baudó (departamento del Chocó):
cacharrera de convivencia étnica y ambiental 113
Lecciones de paz 1 13
Un refugia de paz 116
Modernización, hiadiversidad y mnllietnicidad 126
lTn refugia de paz aniquilada 12 /
Inquisición, silencia y na violencia 129
Balas en vez de vergüenza 132
Guerras de diablas 1 34
Güeñas de dioses 1 36
Dormir y bailar la ira 139
Antagonismo y conciliación ficticios 141
Ritos fúnebres: síntesis del senlipensamienla afroamericano 142
Mente e inmanencia 148

CAPÍTULO IV
A manera ele recapitulación: Ananse en la estación
imaginaria 163
La étnica nacional a las puertas del cielo 163
La casa del -finaa- Gregaria ríos 164
Pleroma y rreatura 166
Observaciones etnográficas 167
Conversaciones entre vivos y muertos 171
Médicos raiceros y jaibanés 1/3
La formación de los niños 1 /4
Sintonía can la realidad 1 74

Referencias 179
Glosario 195
Agradecimientos

A Nina S. de Friedemann (QEPD) por haberme presentado a la deidad


Araña con los nombres de Miss Nancy y Anansi, por la generosidad
con la cual compartió conmigo las páginas de su diario en África, por
la paciencia con la cual leyó los primeros borradores de este libro, y
por las sugerencias que hizo para perfeccionarlo. A la historiadora y
africanista Luz Adriana Maya Restrepo, quien me mostró que el dios
arácnido y astuto también moraba en el Baudó con el nombre de
Ananse. A mi amiga Salomé Gréze Maya por haber vinculado a Anan-
se con mi cotidianidad. A mi colega José Fernando Serrano cuya uto-
pía de crear un instituto llamado Ananse para profundizar en el estu-
dio del puente África-América sigue viva. Al sociólogo Fernando Cu-
bides, miembro del Comité Editorial del Centro de Estudios Sociales,
CES, de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional
de Colombia, quien me incentivó para mejorar este libro, hasta hacer-
lo parle de la colección que ese centro lanza gracias al premio a la ex-
celencia que le otorgó Colciencias en reconocimiento por la labor rea-
lizada. A Luz Gabriela Arango y Diana Obrcgón quienes, desde la di-
rección del CES, le tuvieron paciencia a Ananse mientras me ayudaba
a tejer las versiones Finales de estos textos. A Guillermo Diez por su
trabajo editorial y por haberme presentado a la gente de Caimanfrío.

11
Cuna para un ombligo-árbol (zotea a orillas del río Bando, Boca de Pepe).
Foto: Jaime Atocha, octubre de 1995.
INTRODUCCIÓN

De Ananse y sus ombligados

Los ombligados de Ananse son los iniciados en la hermandad de Ara-


ña, el dios y diosa de los pueblos fanti-ashanti del golfo de Benín.
Odioso para los esclavizadores por su amoroso egoísmo, h u m o r ne-
gro, petulancia, y por la ubicuidad que lo puso en los barcos de la trata
negrera que esclavizó a tantos africanos. Odiosa para los esclavistas
por la astucia con la cual tejió redes de cimarrones, de cabildantes ne-
gros e insumisos en Cartagena, y de bogas mensajeros que remaban
los champanes por el Magdalena. Se volvió negro cimarrón Zambe, bi-
sexual, bailador incansable en los carnavales de Mompox, donde cada
año castra a su hermano Tigre, que también se vino desde el África
occidental, con conejo, cuervo, gato y la épica de los trucos que Anan-
si practica en los bosques de Ghana.
Como puede caminar por encima y por debajo del agua, llegó a las
selvas del Pacífico, y por un hilo que fue sacando de su barriga, bajó
por el manglar a los esteros. Niños y niñas aprenden a imitarla con la
complicidad de sus papas, que les ayudan poniéndoles polvos de araña
en la herida que deja el ombligo al desprenderse.
Ricardo Castillo, de una estirpe que evoca a la de los yolofos del Sc-
negal en África, se identifica más bien con los mestizos colombianos. La
historia que aprendió en la Universidad Nacional de Medellín no le sir-
vió para preguntarse si las ombligadas de Ananse que veía por allá en el
Palia, en verdad, eran cosas de indio'. Yo a nadie le había oído algo así.

Comunicación personal de noviembre de 1991, con motivo de la presentación


del proyecto de investigación «Bosques de guandal», cuyos resultados aparecieron
(continúa en la página siguiente)

13
Ombligados de Ananse

P o r eso le dije q u e Anansi es u n a voz del i d i o m a a k á n , e m p a r e n t a d a c o n


Kwaku A n a n s e , A n n a c y y Nansy, c o m o m u c h o s p u e b l o s fie la Costa d e
O t o del África o c c i d e n t a l bautizan a u n a d e las e n c a r n a c i o n e s del crea-
d o r del caos ( G ó m e z R o d r í g u e z 1997: 9). En C o s t a Rica. Belice, Nicara-
gua, P a n a m á , S u r i n a m y en las islas d e J a m a i c a , Saint Vinccnl y T r i n i d a d
y T o b a g o t a m b i é n c o n o c e n al e m b a u c a d o r Anansi, a q u i e n a d e m á s apo-
d a n Busfa Nansi, C o m p é Nansi y A u n t Nancy, y «|...| en el archipiélago
c o l o m b i a n o | d e San A n c h e s y Providencial Anansi h a sido llamada Miss
Nancy, |...| G a m a N a n c y [y] B r e d a ( b r o l h e r , h e r m a n o ) Nancy» [ibid.: 72;
P o m a r c 1998).
C o m o Castillo insistía e n q u e los n e g r o s h a b í a n a p r e n d i d o d e los
i n d i o s a o m b l i g a r c o n A n a n s e " , t e r m i n é p o r p r e g u n t a r m e si a los afri-
canistas y a f r o a m c r i c a n i s t a s les faltaba i n f o r m a c i ó n , y m e p u s e a l e e r a
Fernando Urbina:
La ombligada es mía práctica mágica de los indígenas embera del
Chocó con la cual se busca potenciar al recipiendario para efectuar de
manera notable una actividad específica. También sirve para neutrali-
zar ciertas acciones [...] La fuente de d o n d e se extrae esa fuerza perten-
ce al m u n d o [...] animal. Ciertas propiedades específicas de las bestias,
que encuentran en grado menor su equivalente en el liombre, le pue-
den ser transmitidas a éste mediante la acción ritual de una persona
que tiene el poder de ombligar [...] no a la manera de una cosa que se
toma, usa y deja, sino de un emparenlarse [...] en una comunión (1993:
343).
En agosto de 1973 [Urbina tuvo...] la oportunidad de dialogar con
Cachi, una encantadora abuela embera; su sobrino, Pascado Chamo-
rro, [le] sirvió de intérprete:

Se cogen [las partes del animal] y se raspan sobre una tabla nueva
de balso. El polvito se revuelve con achiote diluido en agua o [,..] con
aguardiente. Eso se le unta al ombligado comenzando por encima de la
parte del dedo corazón de la mano derecha, desde la uña hacia la mu-
ñeca; luego se sigue con los otros dedos, finalmente desde la muñeca

en el volumen Renacientes del guandal: •grujías negras» de las rías Satinga y Sanquian-
ga (Del Valle el al. 199G).
2
De nuevo constaté la visión mestizante del historiador Castillo ruando celebra-
mos en Bogotá el seminario Ley 70: elnicidad, territorio y conflicto en el litoral Pacifico
colombiana, entre el 27 de noviembre y el 7 de di» iembre de 1995, con el auspicio
de la Universidad Nacional de Colombia (Centro de Estudios Sociales, Departa-
mento de Antropología e Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internaciona-
les).

11
Introducción

hasta la nuca, donde se fricciona repetidas veces; después se sigue con


el otro brazo (no se unta en todo el dedo, ni en el brazo; sólo se traza
una línea sobre ellos). También le dan de comer del raspado (ihicl.:
346).

MI OMBLIGO-ÁRBOL
Aún no entiendo cómo es que un sobijo por los brazos, la espalda y la
nuca merece el apelativo de ombligada, ni cómo es que los embera
terminaron dándole el mismo nombre al mismo animal que en el gol-
fo de Benín los antepasados de los afrochocoanos habían bautizado
Anansi. Esos afrocolombianos se denominan a sí mismos libres porcpte
mantienen viva la memoria de la lucha de sus antepasados por alcan-
zar la libertad. Ellos, en cambio, no se ombligan cuantas veces lo con-
sideren necesario, sino una sola vez, aunque en el Bando sí existen dos
rituales focalizados en el ombligo del recién nacido.
El primero se celebra cuando alguien nace, y la madre enhetra la
placenta y el cordón umbilical debajo de la semilla germinante de al-
gún árbol, escogido por ella y cultivado en su zotea desde que supo de
su preñez. La zotea consiste en una canoa desechada, un cajón grande
o unas ollas viejas que ella coloca cerca de la casa sobre una platafor-
ma de palos y rellena con esa tierra que las hormigas dejan a la entra-
da de sus hormigueros. Con sus hijos, la trae del monte para sembrar
aliños para el tapao, descanse! {Amaranthaceae, Suárez 1996) para ha-
cerse baños durante la menstruación, en fin, yerbas para la pócima
que amarre al marido y disuada a la amante de él (ibid.) En lugares del
alto Baudó, como Chigorodó, las zoteas siempre tienen cocos en reto-
ño, con los cuales las madres hermanan a su descendencia. Cada niño
o niña distingue con el nombre de mi ombligo a la palmera que crece
nutriéndose del saco vitelino enterrado con sus raíces el día del alum-
bramiento.
En Surinam los miembros del winti, una religión emparentada con
el vudú del actual Benín, tienen ceremonias comparables. Sus practi-
cantes femeninas no sólo toman los mismos baños rituales de las afro-
baudoseñas (Stephen 1998a: 73), sino que también entierran la placen-
ta y «[...] sobre ese punto del jardín plantan un árbol» {ibid.: 72, tra-
ducción del autor) 3 .

En los ríos G ü c l m a m b í y Saija del litoral Pacífico nai iñense, las afrodcscendicntcs
usan baleas de moro con finas tallas en m a d e r a , p a r a t e n e r allí a sus n e n e s y n e n a s
(continúa en la página siguiente)

15
Ombligados de Ananse

La segunda y última ombligada bandoseña ocurre cuando es nece-


sario curar la herida que deja el ombligo al separarse del cuerpo. Co-
mo en otros lugares del Afropacífic o, antes de realizar el rito los pa-
dres tienen cpie haber escogido un animal, planta o mineral cuyas cua-
lidades formarán parte del carácter del niño o niña y las cuales irán
siendo incorporadas a partir de que se esparzan los respectivos polvos
sobre la cicatriz umbilical (Friedemann 1989: 102). Por esta razón es
usual que, al observar a alguien, la gente trate de inferir cómo fue
ombligado. María Elvira Díaz Benítez (1998: 94) anota que en Timbi-
quí (departamento del Cauca) alan la mirada triste de una persona con
ombligadas de dormidera; la arrechera de las muchachas lindas, con la
pringamosa, y la de los hombres, con la Patasola'.
En Surinam, el ombligo también es objeto de interés. Una vez des-
prendido, «[...] se guarda para preparar medicinas que se le dan al ni-
ño en caso de que tenga alucinaciones con un jinete cabalgante»
(Stephen 1998a: 72)'. Al interrogarlo sobre esos remedios, el médico
Ilenri Stephen (1998b) describir') algo idéntico a las botellas balsámicas
o rezadas del Chocó.

HÉROE-HEROÍNA DE AUTOSCFICIKNCIA Y AUTONOMÍA

Empero, Ananse es lo que menos tendría que ver con una simple
apropiación ambiental. Se trata de un animal que los esclavizados dei-
ficaron por su autosuficiencia: de su propio cuerpo teje una casa que
además le sirve para procurarse alimentos (Oakley Forbcs, citado por

basta el bautizo. A partir de ese momento, a la canoita le dan el nombre del niño o
la niña y la guardan en el techo de la rasa (Friedemann 1989: 101). En San Andrés
y Providencia, después de dar a luz, las madres también enhenan la placenta con
un árbol (Forbes 1998).
1
El que la Patasola sea un ser mítico plantea el problema de cómo llegar a su
cuerpo y de ese modo obtener los polvos necesarios para hacer la ecuación del
ombligo.
' lanío la relación ombliga-sacralidad como la ecuación árbol-vida ilustran lo que
Minlz v Price (1992: 10) llaman «orientaciones cognoscitivas» o sea supuestos bási-
cos sobre las relaciones sociales o sobre el funcionamiento de los fenómenos del
mundo. Las propusieron como foco de atención para estudiar el pucnle Africa-
Améi ica, en reemplazo de rasgos culturales concretos que habían sido privilegia-
dos por los partidarios del modelo de encuentra para dilucidar el pucnle Ahica-
Améi ira.

16
Introducción

Gómez Rodríguez 1997: 90). En esta introducción reafirmo cpie Anan-


si saca de sus entrañas la red que une a África con América.
Paradigma de astucia y supervivencia, Anansi embauca, engaña y
crea el caos, pero también reta a deidades más poderosas cpie ella, de
quienes roba el fuego para dárselo a la gente (Gómez Rodríguez 1997:
9, 49, 50). La responsabilidad «prometeica» de la heroína africana per-
vive en el Chocó, además de sus conductas irreverentes y sacrilegas.
Don Pío Perea, director de la Defensa Civil en el Chocó, le conté) a
Nina de Friedemann de aquel día cuando

[...] la araña era sacristán como yo en esc tiempo y [...) por comerse
unas hostias la iban a matar. Entonces, Anansi se subió a la torre más al-
ta de la iglesia y, repicando las campanas, grite') con una voz delgadita:
«Si Anansi mucre, el mundo se acabará, la candela se apagará para
siempre, la gente se acabará también».
El cura se fue a ver quién tocaba las campanas anunciando semejan-
tes desastres, pero como Anansi era tan liviana, con esc cuerpo tan
chiquito, no la vio y pense') que era una voz del cielo.
Mientras tanto, la condena a muerte lúe suspendida, porque la mul-
titud de gente así lo pidió. Pero con la condición de que dejara las ma-
las mañas y trabajara (Friedemann y Vanín 1991: 189, la cursiva es mía).

Gomo puede tener cualidades masculinas y femeninas, es de la


misma filiación de Esú o <<[...] Eshu, Exti, Elegbara, Elelgba, Legba o
Eléggua (deidad yoruba1' conocida] en México, Cuba, Haití, Repiiblica
Dominicana, Brasil y Surinam f...] [oricha que en] el Brasil fue libera-
dor de esclavos y por ende el mayor enemigo de los esclavistas»
(Gómez Rodríguez 1997: 93).

RENOVACIÓN AFRICANISTA

Ni todos los antepasados de los afroamericanos conocían a Anansi, ni


toda la gente negra se ombliga con Araña. Sin embargo, todos si resis-
tieron, y repudiaron y repudian la esclavización. Ese espíritu compar-
tido de insumisión me inspiró para escoger tanto el título de este li-
bro, como la metáfora que sirviera de sinémimo a la unión de las pala-

' La asociación de esta deidad con el diablo en la simbólica de la santería la haría


doblemente antiesclavista (Adriana Maya, mensaje electrónico a propósito de Om-
bligados de Ananse. París, julio 7 de 1998).

17
Ombligados de Ananse

bras afrodescendiente v rebelde. Empero, Ombligados de Ananse tam-


bién representa la intención de llevar a cabo nuevas investigaciones
sobre los vínculos entre África y América. En el Afropacífico esas pes-
quisas tendrán cpie averiguar con qué frecuencia Ananse encarna al
embaucador, qué tan usuales son las ombligadas con ella y cuáles de
sus cualidades anhelan los padres ver realizadas en su descendencia.
Esta aspiración resulta de las percepciones que tuve de Ananse duran-
te las investigaciones que fundamentaron los ensayos que presento en
este volumen.
Estas percepciones aparecieron con nitidez en noviembre de 1992,
cuando terminaba la segunda expedición etnográfica que la Universi-
dad National de Colombia auspició en el alto Bando. Iniciábamos el
ascenso por la serranía para llegar hasta la carretera, cuando paramos
en la casa de un campesino, quien nos ofreció algo de beber. Uno (le-
los estudiantes del laboratorio de investigación social vio una enorme
telaraña y, asustado, tomó su sombrero para golpear a su dueña. Nues-
tro anfitrión lo reprendió diciendo que si mataba a Ananse, a él y a los
de su familia les sobrevendrían muchos años de desgracias, sin contar
con los infortunios que siempre sufren los agresores de Araña.
Sorprendida, la historiadora africanista Adriana Maya me dijo:
«illas oído? Ananse, Miss Nancy, la araña de San Andrés, la araña dé-
los fanti también está aquí. ¿Te das cuenta de las implicaciones de este-
hallazgo?»
Recordé que seis meses antes, con otro grupo de estudiantes, yo
había llegado a Puerto Echeverry sobre el río Dubasa, afínenle del
Baudó, Estábamos extenuados después de un recorrido (pie nos había
llevado por las selvas de Almendro y tan sólo queríamos algo de beber.
En la tienda d o n d e pedimos gaseosas había una nevera tapizada de
ananses. El tendero las fue retirando con suavidad, abrió la puerta, sa-
có las botellas, y con la misma dulzura las espante') para que no les hi-
ciera daño al (errar. En ese momento no entendimos las intenciones
del vendedor y nos limitamos a pensar que las nociones de higiene dé-
la gente en el río Dubasa eran muy distimas de las nuestras.
Tres años después, en un parmal sobre el río Pepe, afluente del ba-
jo Baudó, VVilson Ibargüen nos mostraría las ananses en plena selva y
en una (asa que su lío tenía para las épocas de cosecha y cuido de los
cerdos ramoneros. En este lugar había una pequeña arboleda (pie ro-
deaba la vivienda, con decenas de telarañas i m a d a s . En otra ocasión,
doña Luz Amira I.ai gacha Mosquera, la sindica de las fiestas que se ce-
lebran en h o n o r de la santa patrona del pueblo, la Virgen de la Poblé-
is
Introducción

za, interrumpió una entrevista que le hacíamos José Fernando Serrano


y yo, para señalarnos la presencia de Ananse, mientras la tomaba en su
mano y la acariciaba como a una mascota.
Pero entonces el énfasis de la investigación en curso estaba centra-
do en la reconstrucción de la historia del poblamiento del alto Baudó
y, por consiguiente, buscábamos dar ante todo una respuesta a los fe-
nómenos que enfoca el capítulo III de este volumen: las genealogías
de la gente; ver cómo era que el Baudó se había poblado de afrodes-
cendientes; la forma como ellos dirimían sus conflictos con los indíge-
nas emberaes, sus vecinos; la aparición de los símbolos de Changó en
los altares funerarios o la figuración de sus rayos y centellas en las na-
rrativas locales sobre el diamante de Nanea; la manera como la gente
cambiaba de orilla a sus cerdos para que se alimentaran bien sin dañar
las cosechas propias o las de los vecinos, o las prácticas pedagógicas
que se empleaban para educar a los perros en determinadas habilida-
des de la cacería.
Sin embargo, en ese momento sí habíamos identificado al embau-
cador en parábolas que muestran sus fracasos debido a esa avaricia
«que rompe el saco». Don Juan Arce las narró el 25 de octubre de
1995, con ocasic'm del velorio de doña Cenara Bonilla:

En Condoto, un relámpago le mostró a un minero una veta muy ri-


ca. Por la noche le dijo a su mujer que despidiera a todas las personas
que trabajaban con ellos en la mina y que tan sólo le mostraría a ella
dónele estaba el tesoro. La mujer se opuso a que les guardaran el secre-
to a sus familiares y creía que más bien les deberían decir para que lo-
dos disfrutaran de la riqueza nueva. Él se enfureció y la convenció de-
que fueran a abrir la veta, pero cuando comenzó a hacerlo, la tierra
embraveció, chupándose al oro y al minero ambicioso.

En la misma ceremonia, otros pepeseños contaron del hombre que


halló una guaca y, al guardársela para sí, un rayo lo desapareció de la
tierra. Y seguían repitiendo cuentos que asocian al rayo y al trueno
con riquezas que, de no ser usadas con generosidad, pueden matar a
quien las halla.
En las historias de guacas y guaquería el iluminado siempre sale
perdiendo debido al egoísmo que su mujer o su compadre siempre
aparecen condenando (véase Friedemann y Vanín 1991). Y la astucia
un tanto antisocial, asociada con la figura de Ananse, en el Baudó se
encarna en el zángano, oficiante mágico-religioso responsable de las
trabas, conjuros y maleficios que llevan a que una persona enferme o

19
Ombligados de Ananse

sea ofendida por una culebra. Fa curación implica llamar a un médico


raicero, cuyas botellas balsámicas y secretos operarán si y sé)lo si logra
descubrir y deshacer la traba respectiva.

RESISTENCIA NO ORTODOXA

Empero, el héroe más anansino parecería ser el legendario Carlos


Quinto Abadía, fundador de Boca de Pepe en el bajo Baudó, bandole-
ro conservador que exaspere') al gobierno con sus locuras anárquicas.
Mediante sus habilidades mágicas podía hacerse invisible o ubicuo y,
de esa manera, despistar a los hombres armados (pie el gobernador
mandaba para matarlo. ¿Habría sido ombligado con Ananse? Pero si
no es éste el caso, ¿habría hecho como otros alrochocoanos que, de
manera consciente, mediante conjuros y oraciones buscan que Araña
los dote de sus poderes? Al respecto, Javier Echcverri (1996; 106) fina-
liza su narrativa acerca de una de las fechorías que cómele el Indiodia-
gua en Caminado explicando que «[...] el poder de andar sobre el agua
lo da la araña anance, pero hay cpie hacerle su rezo eruzao». Y el ya
mencionado Pío Perca concluyó su relato sobre Anansi contándole a
Friedemann y Vanín (1991: 190) que

Mi mayor anhelo cuando niño era poder caminar sobre el agua co-
mo Anansi. Entonces, con mis amiguitos conseguimos la oración de
Anansi para convertirnos en arañas y poder pasar de un cuarto a otro
en las casas que eran de tabla. Yo, de acólito, de sacristán tenía que
aprenderme muchas oraciones, lüi un santiamén aprendí la de Anansi.
Decían (pie en Semana Sania las oraciones eran más efectivas. Enton-
ces, nos (hamos varios niños al San Juan, al mediodía y uh, a las 12 cic-
la noche, nos zambullíamos en el agua y abajo rezábamos tres veres ton
potencia, sin respirar, sin salir a la superficie:

¡Oh, divina Anansi,


préstame tu poder!
para anclar como lú
sobre las aguas del río,
sobre las aguas del mar,
oh, divina Anansi

Friedemann (1998b) rememora este encuentro y lo complementa:

Pío se dirigía a Ananse de cerca. Como se hace con las deidades


africanas, sin intermediarios. Se reía y sonreía porque, pese a recitar la

20
Introducción

invocación, sabía muy bien qué se estaba guardando para sí mismo: el


secreto. Es el poder del legado africano.

La entrevista reseñada en el libro Chocó, magia y leyenda tuvo lugar


en una reunión con algunos dirigentes cimarrones; entre ellos estaba
Rudecindo Castro, en ese momento director del programa de etnoe-
ducación de ese movimiento en el Baudó. Eo conocí un poco después
y trabajé con él entre mayo de 1992 y octubre de 1995, cuando en aso-
cio con otros adalides de la Asociación campesina del Baudó (Acaba)
tome) la decisión de que nuestro ecpiipo de investigaciones no conti-
nuara sus pcscpiisas etnobotánicas en el alto Baudó, uno de cuyos ob-
jetivos era realizar observaciones sistemáticas de la botánica afrobau-
doseña. Como se verá en el capítulo III, pretendíamos entender las ta-
xonomías vegetales utilizadas por los descendientes de los africanos en
esa región, y la forma como ellas habían servido de instrumento de
diálogo en la evolución de mecanismos para superar los antagonismos
territoriales y sociales que durante los liltimos tres siglos tuvieron
afrodescendientes e indígenas embera. Ambos pueblos parecían habi-
tuados a una convivencia que no apelaba al silenciamiento o elimina-
ción del adversario mediante la violencia.
Varias semanas de negociación entre el ecpiipo de la Universidad
Nacional y los adalides de la base llegaron a un punto muerto. Para
nosotros, ellos ostentaban un radicalismo que no parecía compadecer-
se con las relaciones de cooperación que habíamos desarrollado, ni
con la manera como habíamos alcanzado consensos sobre las metas
del proyecto de investigación.
Esta situactón impedía la última oportunidad que teníamos de re-
coger los conocimientos de don Justo Daniel Ilineslrosa, uno de los
médicos raiceros más afamados de la región. Él había regresado a Chi-
gorodó (alto Baudó) después de haber tenido que dejarlo por la pre-
sencia de la guerrilla, pero ya su salud daba muestras de quebranta-
miento, y no había tenido oportunidad de formar una generación de
relevo. También quedaban resquebrajados los proyectos de elnoedu-
cación que hubieran permitido entregarle a las comunidades las visio-
nes de un pasado, que reflejaban documentos de archivo, además de
las que nos permitían elaborar los datos etnográficos.
Desde finales de 1995 rondan por mi mente esos episodios en bus-
ca de una explicación que no se base en valoraciones legítimas tan sólo
para la academia. Hoy creo que Ananse y sus secretos hacen parte de
esa explicaciém, recordando el actuar de Castro y otros adalides afro-

21
Ombligados de Ananse

descendientes en las sesiones de la Comisión especial para comunida-


des negras que elaboré) lo que hoy se conoce como Ley 70 de 1993, re-
ferente a los derechos étnico-len iloriales de los afrodesccndienles.
La actuación de esas personas parecía dispersa y dispersóla y se
consideró efecto de la falta de experiencia en el tipo de organizaciones
(pie la Constituí ion de 1991 les comenzaba a exigir a las comunidades
de la base para acceder a las instancias de democracia participa! iva y
desarrollo sosteniblc, delimitadas por el nuevo ordenamiento jurídico
nacional. El contraste, como es lógico, lo daba el movimiento indíge-
na, visto como disciplinado debido a una lucha de siglos para recupe-
rar los territorios arrebatados por los europeos. Visión ahistórica que
hacía invisible el enfrentamiento cotidiano, pero poco ortodoxo, emit-
ía gente negra y sus esclavizaciones y exesclavizadores, y que en las se-
siones d e esa comisión se manifestaba en la permanente formación de
divisiones raciales, así fuera valiéndose de eufemismos como los de-
grupo de funcionarios (para los «blancos») vs. grupo de miembros del
proceso (para los «negros»).
Eos comportamientos de estos últimos siempre estuvieron signados
por la autonomía y la astucia. Eos no negros, influidos por las nocio-
nes caras para la democracia y las ciencias sociales que las legitiman,
nos encontramos con personas poco dispuestas a manifestarse solida-
rias o recíprocas con los funcionarios. Por el contrario, operaron en re-
gistros de ego y etnorentrismo, como si antes de entrar a cada sesión
invocaran las habilidades y autosuficiencia de Anansi. ya no para hun-
dirse en las aguas de ríos o mares, sino para llegar a ser como Eléguaes
y diablos de la santería, cotidianos liberadores de los esclavos contem-
poráneos, mediante cualquier argucia.
I lace poco más de un año, entre el 31 de mayo y el 5 de junio tuvo
lugar el Congreso de convergencia participativa en conocimiento, espacio y
tiempo, como celebración a cinco lustros de ejercer la investigacic'm-
acciém-participaliva, el paradigma cpie en parte guié) los trabajos (pie
presenta este libro. En su conferencia magistral (luíanle esc congreso,
Manfred Max-Neef (1998: 82-84) comparaba al neoliberalismo con un
rinoceronte difícil de vencer por su volumen y agresividad, a no ser
(pie sobre él se abalanzaran cientos de millones de mosquitos
(organizaciones locales, grupos de veíanos y madres, y oenegés) (pie le
propinaran por lo menos un número igual de picaduras, hasta derro-
tarlo por cansancio y desesperación.
En 1982, el neoliberalismo hacía un asomo incipiente en la ensena-
da de Tumaco. A partir de ese año, la administración del presidente

22
Introducción

Belisario Betancur lo convirtió en política estatal, mediante el impulso


de megaproyectos viales, portuarios y de apertura económica que
promovieran la integración comercial del litoral Pacífico colombiano
con los demás países fie la cuenca (Arocha 1998d). Para entonces, y
como verá el lector en el capítulo II de este libro, las investigaciones
que con Nina de Friedemann llevábamos a cabo sobre pesca arlesanal
y recolección de moluscos ya indicaban que, en esa región, el reempla-
zo del manglar por estanques para la camaricultura, o la moderniza-
ción de la minería artesanal en ríos como el Cüelmambí o el Maguí,
destrozaban los hilos (pie Ananse había tejido para formar sistemas de
adaptaciém local y regional intercalando, scgiin la época del año, ya
fuera pesca y agricultura o minería y agricultura (Arocha 1992c, Bravo
1990).
Comenzaban a evidenciarse los efectos de estos cambios sobre la
relativa autosuficiencia alimentaria que habían logrado los ombliga-
dos, y la consecuente expulsión territorial, facilitada —además— por la
carencia de escrituras (ibid.) De ahí los argumentos académicos en pro
de la inclusión de los afrocolombianos dentro de la nación colombia-
na, mediante instrumentos legales que permitieran dejar de verlos
como «colonos en tierras baldías» (Arocha 1989). Está por demostrar-
se la influencia de esas reflexiones científicas sobre la introducción del
artículo transitorio 55 dentro de la Constitución de 1991. Transfor-
mado en Ley 70 fie 1993, ese artículo ha sido el primer instrumento
legal para tramitar los derechos étnico-lerritorialcs de los afrocolom-
bianos (Arocha 1998d).
Luego de cuatro años de batallar haciendo los mapas y esludios so-
cioeconcHiiicos que la Ley 70 requiere para que el Incora otorgue un
título colectivo (ibid.), varios consejos comunitarios del río Truandó
lograron que les fuera otorgado uno de tales títulos. Ea lucha se libré)
por el control de una de las zonas sobre las cuales una subsidiaria de-
Triplex Pizano, S. A., Maderas del Darién, reclamaba permisos de ex-
plotación forestal. Esa área también fue convertida en foco de aten-
ción después de que el presidente Ernesto Samper Pizano intentara
mejorar su imagen relanzando los proyectos de construir el canal inte-
roceánico por la vía de los ríos Atrato y Truandó, y de prolongar la ca-
rretera Panamericana hacia Panamá (ibid.) No obstante el éxito de esa
lucha popular, a los pocos días de haber sido firmada la resolución
que le daba vida a la primera propiedad colectiva de comunidades ne-
gras en Colombia, fue asesinado el presidente de uno de los consejos
comunitarios adalides del proceso (Arocha 1998b). J u n t o i o n la cre-

23
Ombligados de Ananse

cíente ola de desplazados desde el bajo A d a t o hasta Pavarandó y el ba-


rrio Nelson Mándela en Cartagena, este suceso podría ser indicio de
que la Eey 70 llegó cuando ya es difícil echarle marcha atrás a la ex-
pansión territorial contemplada por las estrategias a largo plazo que
durante ese mismo decenio de 1980 desarrollaron tanto las organiza-
ciones guerrilleras para zonas como las del bajo Atrato y el San Juan,
como los grupos paramilitares (ibid.; Echandía 1998; Pécaul 1997).
En su libro El camino del caimán, Javier Echeverri (1996) retrata pa-
ra la región de Caimanfrío, en el Chocé), cambios profundos c insepa-
rables del narcotráfico. Una de las primeras presencias de los dineros
calientes consistió en retroexcavadoras para la minería del oro. Ea po-
breza sin precedentes fue echando raíces a medida que la nueva tecno-
logía dejaba, por una parte, «[...] la tierra acabaíta y sin ganas [...] y el
monte desolao como brazo de cruz [...]• (ibid.: 42), y por otra parte, a
muchas personas como bambas temblones «(...] di oler mercurialo [...)»
(ibid.) Quedaban hechos trizas los acuerdos entre las familias extendi-
das de mineros de almocafre y batea para trabajar en el canalón; aho-
ra, ellos tan sólo pueden barequiar el sobrado de arenas que dejan las
enormes motobombas.
A medida que la presencia de guerrilleros y de los paramilitares lle-
gados con los «compratierras» se convertía en parle de la cotidianidad,
las familias hacían como si no fuera con ellas el que a unos hermanos
les hubiera tocado lomar partido por un bando y a otros por la facción
opuesta. Echeverri habla fie un muleque (pie va a galope tendido para
alertar a la gente sobre una patrulla que persigue a un guerrillero a
quien lodos conocen en Caimanfrío. Pasa por el caserío de

[...] la Pamba donde se ve mucha cruz agraria clavada encima de las


puertas y ventanas para alajar cosa mala [...] (ibid.: 45).

Y ya en su destino, el jinete sostiene un diálogo con doña Justina


Palacios quien narra qué es esa «cosa mala»:

¡Ay buitrones llevaos del oro, la cora y la guerra, lodos galopan a


morir! Y la que siempre gana es La Vaca di Oro. que luego viene y
compra la tierra de los muertos con un cheque de Mcrellín. Chilapos y
cholos se pasan abriendo selva, macaniando monte v criando yerba cu
sabanales de vaquería pa Ea Vara di Oro. Y luego viene ese capataz clon
Rogé, pelicandcla gordo y pecoso en un jeep de llantas gordas y vidrios
di ataúd, muy peinao atrás. Hace traer su (aballo fino que llaman Judas
con jáquima di oro y lo bañan, le dan champú, así como una blanca en
pituquería, le peinan la rola dos chilapos y le brillan una pomada pa pe-

21
Introducción

lo. Y don Rogé pasea a Judas y dice a carajiar ese caballo por lodo
Caimanfrío y el caballo baila al son de la música del jeep. Y esos tierra-
les comprados a puños di oro y droga (ibid.: 47).

No obstante la crisis, en Caimanfrío pervive el espíritu de Ananse,


cuyo «poder de andar sobre el agua [se logra haciéndole] su rezo cru-
zao» (ibid.: 106). ¿Qué será d e sus ombligados?

CONCEPTOS OBSOLETOS

Dudo de eme explicaciones como las elaboradas desde la noción de


mestizaje permitan predecir la complejidad de la lucha que se avecina.
Mientras que Echeverri nos muestra a un pueblo que le sigue echando
mano a sus africanías para enterrar a un cholo asesinado después de
que se vio envuelto como intermediario en un secuestro de la guerrilla
(ibid.: 101-108), o para matar el hambre haciédole filtros de amor a un
compratietras (ibid.: 55-64), el antropólogo inglés Peter Wadc persiste
en sostener que «[...] gran parte de la cultura negra procede de fuen-
tes europeas [...]» (1997: 19), y en fustigar a quienes tornamos nuestra
mirada hacia las memorias de África, por nuestra supuesta carencia de
rigor científico y peligrosidad política (ibid.)
Nos hacemos acreedores del último calificativo dizque porque ata-
mos la legitimidad de las culturas negras a su raigambre africana (ibid.)
Sin embargo, en el libro de ese autor, Gente negra, nación mestiza: di-
námicas de las identidades raciales en Colombia, no aparece prueba algu-
na d e que hayamos construido el escalafón que nos atribuye. Lo que sí
fuguran son alternativas de dudosa factura. Por ejemplo, Wadc plan-
tea que la importancia de la nn'isica y danza negras obedece al
«atractivo sexual de la mujer negra», quien —en contextos de domina-
ción— se convirtió en «objeto sexual perfecto», debido a que los amos
pudieron usar de ella «sin responsabilidad» (ibid.: 299). En lo político,
es lógico que no sea peligrosa la reiteración de un doble estereotipo —
erotismo negro y pasividad femenina—, máxime si se refuerza mediante
un tercer estereotipo: «[...] ciertas características culturales [que tenían
los negros en África o los traídos al Nuevo Mundo] los hacían buenos
semilleros para el cultivo de las ideas que la sociedad colonial blanca
tenía de sí misma [...]» (ibid.)
Esta elucubración sí atestigua la falta de rigor cpie su autor le impu-
ta a los escritos de sus criticados. En primer lugar, Wadc no explícita
ni las características culturales, ni las regiones africanas a las cuales se

25
Ombligados de Ananse

refiere; segundo, parle de una posiciém ahístórica (pie oculta los aléga-
los ile aquellas esclavizadas que llevaron a las cortes a sus amos debido
a la pretensión de ellos de permanecer impunes luego de violarlas o
intentar amancebarse con ellas (Romero 1998; Spicker 1998), y terce-
ro, lo guía un marco reaccionario que hace invisible la lucha que desde
la Colonia llevan a cabo representantes de la Iglesia católica, como san
Pedro Clavel, para extirpar el vínculo entre instrumentos musicales y
deidades africanas, así como el papel que toques tic- tambor y marimba
desempeñan en la convocatoria y aglutínamiento de rebeldes cpie ja-
más aceptaron la pérdida de la libertad (Friedemann y Arocha 1986:
172-176:415-423).
Un discípulo de Wade, el antropólogo posmodernista Eduardo
Reslrepo, sostiene que —pese a los estándares éticos y políticos que
hemos considerado deseables dentro de la afroamericanística— hay
una significativa corriente invesligativa que se ha hecho por fuera del
paradigma afrogenético. La libertad también puede ejercerse dando
origen a una antropología lighl que irivializa la historia y sustituye ex-
plicaciones basadas en la subversión incesante por aquellas (pie apelan
a los estereotipos del erotismo y la sumisión.
Empero, lo que sí me parece inadmisible es la mentira. Wade ase-
gura (pie yo he clasificado a la inventiva y a la flexibilidad —sin más
preámbulos— como huellas de africanin (1997: 19). Reslrepo (1997b),
en calidad de amplificador incondicional de los infundios del inglés,
los magnifica en el sentido de que yo supuestamente he sostenido que
el sentipensamiento también es huella de afrii anía.
De estas falacias se percatará el lector al examinar mi propuesta
afrogenétíca en cuanto a la evolución de las culturas de los descen-
dientes de los africanos en Colombia. Sí encontrará una exaltación (le-
la inventiva, la creatividad y el sentipensamiento (Arocha 1996). Y aquí
la reitero en el ámbito de la resistencia a la esclavitud en América.
Desde que el historiador O r n n o Lara documentó (pie el batallar «[...]
fie los Bijago de Guinea y la de los Jagas del Congo [era] parte de la
lucha contra el negocio de la traía» (Friedemann 1998a: 82), no resulla
fácil dudar de que las estrategias puestas en marcha por los africanos
cautivos y sus descendientes para construir su libertad fueron también
una herencia africana que se geste') en este continente durante el co-
mercio triangular.
Fl presente volumen reitera el pensamiento que nos motivé) a Nina
de Friedemann y a mí para elaborar el libro De sol a sol: génesis, trans-
formación y presencia de los negros en Colombia. J u n t o con ella, con la his-

2b
Introducción

toriadora Adriana Maya y con quienes han sido nuestros discípulos, no


dejo de insistir en cpie pese a la especificidad de la africanía en Co-
lombia, negar sus memorias equivale a impugnar la humanidad de los
esclavizados y sus descendientes. El hecho de que a ellos se les hubiera
privado de la libertad no significó que los amos les hubieran amputa-
do la capacidad de recordar y, menos aún, de llevar a cabo procesos
de reconstrucción política, social y cultural. Así, me valgo del prefijo
afro para resaltar una historia, mas no un fenotipo, que sin lugar a du-
das comienza en África.
El hecho de que en su práctica política los grupos de la base no uti-
licen combinaciones como nfrocolombiano o afrochocoano para designar
a los sujetos de sus reivindicaciones, no implica que esos términos se-
an inválidos desde el ejercicio de la ciencia. Fstc consiste ante todo en
sistematizar dalos empíricos para perfeccionar «simulacros verbales de
la realidad fenoménica» (Bateson 1991: 443). El que esas organizacio-
nes populares no empleen tales simulacros no los hace inadecuados,
ni implica —como lo insinúa Reslrepo (1997b)— que la identidad étnica
de los afrodescendientes sea una invención de aquellos antropólogos
que han resaltado la africanidad.
Reslrepo (ibid.) también le rinde culto incondicional al concepto de
hibridación. Lo aplica para desarrollar un rasero según el cual no es
buena ninguna antropología sobre grupos negros que se refiera a lo an-
cestral, a lo diverso o a lo que no epiepa dentro de lo moderno (ibid.)
La idea de hibridación, entonces, viene a desempeñar la misma fun-
ción que le correspondía a la de mestizaje: ocultar la especificidad
afroamericana. Este uso de la metáfora importada desde la genética es
consecuente con el desconocimiento del aporte africano en la forma-
ción de las identidades latinoamericanas por parte de quien la popula-
rizara, el antropólogo argentino Néstor Carcía Canclini (1990: 71):

Los países latinoamericanos son actualmente resultado de la sedi-


mentación, yuxtaposición y entrecruzamiento de tradiciones indígenas
(sobre todo en las áreas mesoamericana y andina), del hispanismo co-
lonial y de acciones políticas, educativas y comunicacionales modernas
{ibid.: 73)

Desde la lingüística, Guy Mussart critica estos conceptos. En el sim-


posio Etnicidad e identidad en el inundo de habla portuguesa, celebrado
dentro del IV Congieso Inso-afro-brasileño de ciencias sociales (Rio de Ja-
neiro, septiembre I o al 5 de 1996), mostré) cernió la noción de mestiza-
j e apela a la idea Cantista de epie las culturas se mezclan como líquidos

27
Ombligados de Ananse

y de cpie del infierno colonialista salieron, de un lado, el mestizo feliz y,


de- otro lado, el rasgo cultural bonito. Es necesario sustituir la concep-
ción de cambios culturales como promedios aritméticos dentro de los
cuales las parles se homologan en el todo de la modernidad, por análi-
sis comparables a los (pie se han hecho ele la evolución de las lenguas
criollas. Esos análisis son inseparables de perspectivas políticas porque
el surgimiento de las nuevas lenguas siempre ha ocurrido en contextos
d e rebeldía. Dentro de ellos hay una búsqueda dolorosa de paridad
entre colonizadores y colonizados que es inseparable del reclutamien-
to de nuevos hablantes y ele una intermediación comunicativa. Sin
embargo, el logro de esta última no implica claudicar en el uso de la
lengua materna. Esta, por el contrario, se constituye en un sustrato
claramente idcniificable, con rasgos comunicativos de los otros idio-
mas superpuestos. El caso del idioma palenquero de San Basilio ilustra
bien la argumentación de Mussarl para Colombia, con su cimiento del
ki-congo aún perceptible y articulador del léxico español y portugués
epie se Cne adaptando (Dieck 1998).
Dada la coyuntura socioeconómica que le sirve ele marco a los re-
clamos territoriales y políticos de los ombligados de Ananse, no es Cá-
cil imaginar la vía que tomará la lucha contra el rinoceronte neolibe-
ral. El 15 de junio de 1998 surgió una leve esperanza de detener la ex-
pulsión territorial de la gente del ACropacífico colombiano. Se trata
del punto 16 del llamado Acuerdo de la Puerta del Cielo suscrito en Ma-
guncia (Alemania) por el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y re-
presentantes de la sociedad civil, y cuyo texto dice:

Impulsar con todos los actores armados y partes concernientes el


respeto a la autonomía, creencias, cultura y derecho a la neutralidad de las
comunidades indígenas y demás etnias y sus territorios. (El Tiempo
1998c: 3A; las cursivas son mías).

Si los aCrodescendienlcs retienen los territorios ele sus antepasados,


los esteros, selvas y ríos del ACropacífico se llenarán de legiones de
arañas anlosnficientes epie tejerán redes ele astucia, hasta formar la
trama (pie le enredará las patas a la bestia neoliberal. Si los pierden, el
tejido será urbano, como se deduce al observar cómo los ombligados
se lian adaptado a los ámbitos metropolitanos de Bogotá, Medellín y
Cali. Cualquiera que sea el nuevo escenario de la transformación cul-
tural aCrocolombiana, esas arañas y esas telas tendrán nombres como
Ananse, Anansi, Miss Nancy o Bréela Nancy, que ni podrán negar el
sustrato cultural akán de los Canti-ashanli del África occidental, ni el

28
Introducción

parentesco que esc legado de africanía crea entre los pueblos del Ca-
ribe continental e insular y los de las selvas, ríos y puertos del Afropa-
n'fico ejue se extiende desde Panamá hasta Ecuador.

29
África en América (talla ele un sol bamún sobre una batea tadoseña para catear oro). Folo:
Jaime Arocha. Sol banuín: colección cíe Acli iana Maya; cateadora,
colección de Jaime Arocha.
CAPÍTULO 1

La llegada y los trucos de Ananse

EL DÍA DE LA RAZA

—Para un antropólogo, ¿epté mereció la pena celebrarse cuando se


cumplieron los quinientos años del descubrimiento de América? ¿Se
justifican los festejos epie se realizan el Día de la Raza? —pregunte) uno
de los profesores de secundaria asistentes a una de esas conferencias
que se organizan cada año en vísperas del 12 de octubre.
Me invadió un silencio angustioso, mientras hacía un recuento rá-
pido de mis pesamientos en torno a este asunto. Me di cuenta de que
después de hablar una hora sobre la investigación que había llevado a
cabo entre los afrodescendientes del río Bauele'), terminaría por hacer
otra charla acerca de parte ele la historia de la trata y la esclavización
ele los africanos en América. Por fin hallé palabras para responder:
—A partir del 4 de julio de 1991, los colombianos tenemos una
nueva carta política, cuyo artículo séptimo por fin reconoció el carác-
ter multicultural y pluriétnico de la nación colombiana. Ya podemos
celebrar el que nuestras diferencias en la manera de comunicarnos,
amar a Dios o escoger con quien tenemos hijos no puedan ser motivo
de exclusión de nuestra colombianidad. Sin embargo, aún persisten
voces que insisten en epic debemos festejar aportes europeos como
«raza», idioma y religión, que aparecen como superiores tan sólo des-
pués de haber pasado por los filtros de formas racistas de ciencia y
propaganda ideadas para justificar exterminio y esclavización (Arocha
1998d). Los europeos hablaron de la trata de esclavos negros como un
acto humanitario. Inventaron epie redimían a los africanos integrándo-

31
Ombligados de Ananse

Tabla I. Características preponderantes de los esclavizados en la Nueva Granada

PERÍODO Y TRATANTES AFILIACIÓN LABOR REGIÓN DE FORMA DE


RÉGIMEN DE ÉTNICA DESEMPE- DESTINO RESISTENCIA
LA TRATA MAYORITARIA NADA
1533-1580, Españoles, Wolof, balanta. Servicio Llanura Caribe, Desconocida
Ucencias genoveses, bran, zape, doméstico,
portugueses biáfara, serere, ganadería.
bijago Minería del oro Antioquia
1580-1640, Portugueses Kongo, Ganadería Llanura Caribe Cimarronaje
Asiento manicongo, armado
anzico, angola Minería del oro Antioquia Cimarronaje
bran. zape simbólico
1640-1703. Holandeses Akán, Agricultura Valle del Cauca Cimarronaje
Asiento yoruba, Litoral Pacífico armado

fanti, ewe-fon, Minería del oro Automanu-


ibo mision

1704-1713, Franceses Ewe-fon Agricultura Valle del Cauca Cimarronaje


Asiento yoruba, Minería del oro Litoral Pacífico armado.

fanti Auto manumi-

1713-1740, Ingleses Akán, ewe, ibo Agricultura Valle del Cauca Automanu-
Asiento Minería del oro Litoral Pacífico misión

1740-1810. Ingleses, Akán, ewe. Minería del oro Litoral Pacífico Automanu-
contrabando, españoles ashanti, kongo misión
asiento,
comercio libre
1750-1850, Españoles Criollos Minería del oro Litoral Pacífico Automanu-
Comercio libre misión
Tomado de Arocha I998d: 343. Fuentes: Escalante I96S y Del Castillo 1982.

los a la sociedad colonial de acuerdo con las prescripciones de los códi-


gos negros epie asimilaban esclavo con mercancía. Especificaban además
qué torturas y mutilaciones no eran delictivas como medio de someter
rebeldes. Sin embargo, el argumento de la redención de almas fue poco
convincente, a juzgar por la experiencia de fray Bartolomé de las Ca-
sas. Después ele esgrimirlo para salvar indios, en el capítulo V de su
Eli.sloria de las Indias, escribió: «¿Seré absnelto el día del Juicio Final?»
(Friedemann y Arocha 1986: 109).
—Tantos resepiemores produciría la trata —agregue-— que a partir de
1580, como lo señala Nicolás del Castillo Malhien en su estudio Escla-
vos negros de Cartagena y sus aportes léxicos, la Corona suspendió las li-

:;L'
La llegada y los tilicos de Ananse

cencías que les había otorgado desde 1533 a algunos de sus mercade-
res, funcionarios, misioneros, conquistadores y «allegarlos a la Corte y
privados del Rey». A su turno, ellos negociaban con los portugueses
instalados en las costas de las selvas de África ecuatorial. De ahí en
adelante la importación de esclavos a las colonias se subcontratá me-
diante asientos que monopolizaron, primero, Portugal, entre 1580 y
1640, y luego Holanda, desde 1640 hasta 1703. Durante esos años au-
mentó el número de deportaciones de fantis y ashantis, así como las
historias de Anansi y el protagonismo de la deidad arácnida en el lide-
rato de las luchas por la libertad. Miembros de estas etnias siguieron
arribando entre 1703 y 1740, mientras franceses e ingleses controla-
ron el asiento hasta 1810, año que marca el final elel intento de España
por romper los monopolios que habían regido, y el establecimiento de
su propia compañía, la Gaditana, después ele cuya quiebra aumenta-
rían los negocios con negros nacidos en América (Maya 1998a; véase
tabla 1).
—En otras palabras, ¿usted preferiría que se borrara el Día de la Ra-
za? —me reclamó otro maestro.
—Que se cambiara el nombre y abarcara otros sucesos —le dije, tra-
tando de conservar la calma—. En 1989, en Costa Rica tuvo lugar el
simposio internacional Estado, etnia y nación. En su clausura, los parti-
cipantes redactaron una protesta para las agencias multilaterales que
se adherían a las ideas de celebración y descubrimiento, en referencia al
12 de octubre de 1992. N o lo firmé porque excluyeron al África y a los
pueblos afrodescenelientes dentro de su inventario de tierra y gente
transformadas de raíz desde 1492.

Para completar una cargazón

—Háblenos de una de esas exclusiones —pidió el primero de mis inter-


locutores.
—La producción y creación lingüística y cultural, dentro de márge-
nes cuya estrechez estaba inédita dentro del transcurso humano —
respondí—. La trata quizás haya sido el episodio más vergonzoso en la
historia de nuestra especie, y se tradujo en el transplante masivo y vio-
lento de doce millones de africanos (Friedemann y Arocha 1986: 33-
35). Antecede en cien años al primer viaje de Colón, pero inicia su
apogeo a mediados del siglo XV, después de que los turcos ocuparon
Constantinopla y taponaron las rutas que terminaban en el sur ele Ru-
sia (ibid.: 30). Recorriéndolas, los europeos adquirían el grueso de sus

33
Ombligados de Ananse

34
La llegada y los trucos de Ananse

esclavos. El cambio tuvo lugar cuando la industria azucarera del Medi-


terráneo tomaba un auge enorme. El impasse en el suministro constan
te de trabajadores para cultivar y moler caña se resolvió gracias a que
los avances tecnológicos alcanzados por los navegantes portugueses
permitieron obviar las rutas terrestres que atravesaban el desierto del
Sahara. Por su lentitud, éstas daban pie a e|ue los capturados fueran
rescatados por los ejércitos de sus pueblos.

—¿De qué tecnología habla? —preguntó otra de las maestras cpie


había guardado silencio.

—Llegar hasta las costas de lo que los españoles y portugueses lla-


maban Guinea usando las carabelas tradicionales era una empresa di-
fícil, si no imposible. Tan sólo modificando velas, cascos y timones, e
introduciendo la brújula y el sextante, las naves pudieron aprovechar
tanto los vientos de todas las elirecciones, remontar el Cabo Verde y
regresar hacia Europa (ibid.: 31, 32).
—¿Plantaciones de azúcar en el siglo XV? —elude') alguien en voz alta.
—Desde el siglo VII, los árabes comenzaron a sembrar esquejes ele
caña, pero ésa es otra historia. (Véase el aparte La mermelada que nutrió
al capitalismo). Aprovechando los conflictos territoriales epie signaban
las relaciones entre muchos pueblos africanos, los portugueses fueron
los primeros en lograr que varios gobernantes del Congo y Angola se
convirtieran en sus intermediarios. Entre ellos sobresalen el rey Nzinga
a Nkuwu, bautizado por los portugueses comojoáo I, el 3 de mayo de
1491, y quien lo sucedió en 1510, Afonso I del Congo (Friedemann y
Arocha 1986: 85-92). A cambio de armas y mercancías europeas, ellos
suministraban telas, marfil, cera de abejas, tintes, nueces de cola, acei-
te de palma, arroz y esclavizados (ibid.) Claro está epie los propios por-
tugueses también tomaban parte en la captura, usando mallas y tram-
pas. De ellos, a quienes residían en las costas de Guinea se les conoció
con los nombres de laucados, y con el de pombeiros en el río Congo
(ibid.: 98-102). Para completar una cargazón de negros era necesario
almacenarlos en factorías. La del fuerte de San José de El Mina en Gha-
na, la Costa de Oro africana, debe su renombre a Colón, quien alabe')
sus características y propuso replicarla, después de haberla visitado en
1481. Por su parte, la ele la isla de Goteé, frente a Dakar, hoy por hoy
es visitada por miles de africanos que aspiran a no perder la concien-
cia de su historia (véase más adelante, Puerta de viaje. Sin regreso, toma-
do del diario de Nina S. de Friedemann).

35
Ombligados de Ananse

OCULTAR PARA DISCRIMINAR

—En las factorías se inicie') un proceso que sí merecería un brindis, la


invención de nuevos idiomas. Los captores de esclavos no atrapaban a
todo un pueblo. Primero, porque los más apetecidos eran los varones
fuciles entre los 18 y 22 años. Segundo, porque algunos lograban fu-
garse. Entonces, el laucado formaba un grupo de gente muy diversa
que en los primeros años podía incluir bigajos, balantas, yolofos, biáfa-
ras, sereres y mandingas, por ejemplo. Así, en la factoría convivían
personas de afiliaciones étnicas y lingüísticas dispares o aniageínicas,
quienes además tenían que interactuar con los portugueses. No debió
ele ser infrecuente epie, pese a hablar lenguas emparentadas, como su-
cede en nuestro caso con el español y el italiano, algunos ele ellos no
lograran comprenderse; entonces, fueron elaborando nuevas hablas.
Aquí se comienza a saber de aquellas que se fundamentaron en la fa-
milia africana bantú del Congo y Angola, con adiciones...
—Bantéi me suena a salvaje —comentó otro maestro.
—Claro, porque uno de los horrores ele nuestra cultura consiste en
haber tomado nombres africanos, como cafre, para designar lo que no
es civilizado. O en desacreditar a la familia negra llamándola ilegítima e
inestable por no estar regida por la monogamia católica, y por vincular
a un gran n ú m e r o de parientes consanguíneos y afines. Al reiterar
descalificativos, se va construyendo la discriminación.
—Por eso será que uno no se da cuenta ele que es racista —refle-
xione) la misma persona.
—Quizás —dije, añadiendo—: Al unirse con africanas, pombeiros y
hincados engendraban hijos de la tierra, quienes para el siglo XVII for-
maban una clase poderosa que coadyuve) en la consolidación de estas
jergas epie los especialistas llaman vehiculares o transaccionales porque
sirven para hacer transacciones comerciales entre pueblos epie hablan
distintos idiomas.
—Aquí la transacción era de personas —comente') alguien, agregan-
do—: ¿Cernió se sabe esto?
—En parte por el estudio de las lenguas criollas, llevado a cabo por
lingüistas como Willian Mcgcnncy, Carlos Patino Rossclli y Armín
Schwegler. Aquí en Colombia existen la del palenque de San Basilio,
cerca de Cartagena, y la de San Andrés, Providencia y Sania Catalina.
Son idiomas...
—Dialectos querrá decir, profesor —me corrigió mi más frecuente
interlocutor.

'M,
La llegada y los trucos de Ananse

—Otra palabra horrible epie se ha usado para ningunear a negros e


indios, asociándola con supuestas faltas de progreso o con inhabilidades
comunicativas. En realidad, los lingüistas hablan de dialectos no para
designar inferioridades, sino las particularidades que a lo largo de la
historia va tomando un ielioma en una región específica.
—Decía —continué— eme los criollos son idiomas que tienen muchos
elementos prestados ele otros. En el palenquero gran parle ele las pa-
labras africanas y el sustrato gramatical vienen del ki-congo, una lengua
hantú. También hay expresiones españolas y portuguesas. La unión de-
esas tres lenguas, dentro de la cual el núcleo hantú es indeleble, indica
la posibilidad ele que, al fugarse, los cimarrones portaran una ele esas
jergas transaccionales y epie continuaran usándola en esos pueblos ro-
deados de murallas de madera, que llamamos palenques en Colombia,
cambes en Venezuela, mambises en Cuba y quilombos en Brasil. Estudios
como los de Carlos Patino Rossclli nos muestran epie cuando una pa-
reja que habla esa jerga tiene hijos y los eelucan mediante ella, el habla
se va haciendo más rica y compleja; menos rudimentaria, hasta conver-
tirse en un idioma criollo.
—No me queda claro qué celebración puede ameritar esto —
manifestó mi crítico ele cabecera.
—Este proceso tome) pocos años y se llevó a cabo en condiciones
muy adversas; piense en un caso típico: el 24 ele diciembre de 1595
llegó a Cartagena la carabela Nuestra Señora de la Concepción con
205 esclavos, pese a epie el maestre portugués Jorge Rodríguez Gra-
maxo tan sólo entregó setenta licencias debidamente registradas en la
Casa de Contratación de Sevilla. La nave llevaba ¡135 esclavos de so-
brecupo! (ibid.: 118, 124). Ello epiiere decir epic por lo menos elurantc
45 elías estas personas permanecieron acostadas y apeñuscadas, roelea-
das de sus excrementos en un calor tropical, sin ventilación y someti-
das al movimiento ele las olas. No es de extrañar epic muchos se suici-
daran, ni ejue después del desembarque, los esclavos ponderaran el
suicidio como una forma extrema de liberación.
—Pero San Pedro Claver los ayudaba cuando llegaban —se disculpe)
otra maestra.

Formar cabildos para la autonomía

—Bueno, eso tuvo lugar un poco más tarde, después de 1620, cuando
habían aumentado las ocasiones ele que las personas del mismo origen
se encontraran. Para esc entonces los cabildos ele negros ya estaban es-

37
Ombligados de Ananse

tablecidos para brindar ayuda a los recién desembarcados (ibid.: 174,


175). Se basaban en las antiguas cofradías de negros epie habían existi-
do en Andalucía desde el siglo XV. Agrupaban a gente de la misma ra-
íz étnica y, por lo tanto, brindaban oportunidades de hablar el idioma
ancestral y recordar viejos usos y costumbres. En estos espacios afian-
zó Anansi el tejido de su red ele insurgen* ia, astucia y autonomía. De
ahí la represión contra los cabildos. En ello desempeñó san Pedro Cía-
ver un papel destacado. Por ejemplo, se dedicó a erradicar el tambor y
sus toques (ibid.: 167-171). Desde la perspectiva española, acertó al
contribuir a demoler un medio ele aglutinar y perpetuar recuerdos ele
dioses y ceremonias, de danzas y ritos, ele arle, poesía y comunicación.
—La memoria —insistí— fue el mayor patrimonio ele los capturados,
en especial al comienzo ele la trata. Durante esos años no salían agru-
paciones aglutinadas, sino cargas de personas distintas. Se dice que du-
rante la travesía se aliviaba el aislamiento fortaleciendo la amistad con
el compañero de viaje y estimulando el canto y el baile en los pocos
momentos de descanso, cuando los capturados poelían ser llevados a
cubierta (Chandlcr 1972). Estas diadas creaban vínculos fuertes ele
afecto y solidaridad (Minlz y Price 1992: 42-46), pero se rompían con
el desembarque y la venta, cuando el esclavo tenía que comenzar a
producir riqueza para el amo. Pero, ¿cómo hacerlo si era difícil comu-
nicarse? ¿Cómo lograrlo si en América las materias primas para hacer
instrumentos de trabajo —maderas y cuerdas, por ejemplo— eran tan
diferentes? ¿Cómo alcanzarlo, si no había con epiién consultar? Pen-
semos cpie aepií pudo haber desembarcado un arquitecto, pero no la
arquitectura dogón ele Malí; un sacerdote, pero no todo un complejo
ceremonial, mítico y litúrgico ele los rigolas; un médico, pero no la
medicina balanta del río Cacheo. Una mayoría ele posladolescentes,
cuya formación por lo general estaba lejos de concluir, se bajó de las
naves con recuerdos que aplicó a las riejuezas del nuevo continente y a
las artes ele indios y españoles, hasta ir haciendo culturas nuevas. Éstas
ostentaban el legado africano, pero no eran africanas; dejaban ver los
préstamos ele América y Europa, pero no eran ni americanas ni euro-
peas.
—Como sucedió con el ele la lengua, el proceso de producción cul-
tural ocurrió con una celeridad inigualada —recalqué—. Antes ele haber
completado medio siglo ele vida en el nuevo continente, los africanos
ya habían desarrollado artefactos y técnicas, formas de organizacie'm
social y política, estrategias militares basadas en manejos creativos ele
selvas, ciénagas y pantanos, así como medios ele comunicaciém abiertos

38
La llegada y los trucos de Ananse

o clandestinos, según fuera necesario contactar a sus semejantes o a


sus dioses. A la velocidad de los procesos normales ele la humanidad,
una elaboración comparable les hubiera tomado siglos ele evolución.
Esta creatividad sí que merece celebrarse, pero jamás los esfuerzos ele
ayer y de hoy por aniquilarla, debilitarla o sustituirla por la ele rai-
gambre europea.

Puerta de viaje. Sin regreso

(Tomado de las entradas que la antropóloga Nina S. ele Friedemann


hizo en su diario ele África, el 14 de agosto de 1984)
En la agenda de mi vida figuraba visitar uno de los fuertes que habían
concentrado esclavos, para luego arrumarlos en los barcos que zarpaban a la
construcción de América: Elmina, Arguin, Santo Tomé, Luanda. Hoy, no
puedo creer que después de navegar 25 minutos desde Dakar esté pisando Co-
reé.
La isla es una reliquia histórica que vio pasar portugueses, holandeses, in-
gleses y franceses en el forcejeo de la expansión para dominar mar, tierra y
gente. En sus idas y venidas de 1481, Diogo d'Azembuya, quien dirigía la cons-
trucción del fuerte de Elmina en la actual Ghana, construyó una iglesia de
piedra, cubierta de paja, para enterrar a los cristianos que morían durante los
negocios de la trata en la. costa de Guinea. La isla también fue paso de explo-
radores: Fernando Po, Diego Cam, Darthelemy Días, Vasco de Gamma y,
quien lo creyera, san Francisco Javier, quien viajaba en 1541 a las Indias a
bordo de la carabela Capitán Santiago.
-Adonde se dirige, madame? -me interpelan dos jóvenes. Sobre su mejilla
derecha, Menou Frurtueux tiene una marca escarificada parecida a las que yo
había visto en las calles de Dakar. El otro se llamaba Biokoujustin y también
es yoruba de la República de Benín.
Creí que podría sonar ofensivo decirles que buscaba La Casa de los Escla-
vos. Quise eludir ese terrible pasado de la humanidad, y les cuento que trabajo
en un libro que enfoca la historia de Goréé, donde habían vivido las famosas
signares, mulatas y mestizas cuyas uniones con hombres franceses en el siglo
XVIII dieron origen a los que con sorna se llamaron "matrimonios a la moda
del país», que fueron la base de linajes poderosos en el manejo del comercio y
de la sociedad isleños.
Al devolverles la pregunta que ellos me habían hecho, sucede el milagro:
«Venimos de vacaciones desde Porto Novo y Cotonou en Benín, y queremos
conocer La Casa de los Esclavos».

39
Ombligados de Ananse

En 1780, durante el auge de la trata, había empezado a construirla Nico-


lás Pépin, hijo de un cirujano y hermano de Anne Pépin, signare del caballe-
ro de Boufflers. Gobernador de Senegal en 1786, Boufjlers resolvió establecer
sv residencia en Coreé donde dedicó muchas horas a escribir sobre los encantos
de su signare y de las demás que adornaban sus salones.
La Casa, es imponente. En medio de un patio enorme hay una escalera do-
ble en forma de herradura que lleva al segundo piso. Flanqueado por gran-
diosas columnas, estaba destinado a la celebración de negociaciones. En su ac-
tual oficio de museo, el recinto enseña los instrumentos de tortura que se em-
plearon con los cautivos, fotografías de los mismos y los planos de la edifica-
ción con los usos del espacio. De las paredes cuelgan pinturas que evocan la
captura, la venta de hombres, mujeres y niños en las Américas y algunas esce-
nas de los tratos entre europeos y africanos en el comercio de esclavos. Asi, las
signares de Goréé aparecen atendidas por esclavos y esclavas decoradas con
sedas y joyas. Debajo de esta plataforma encontramos los cuartos de los cauti-
vos. Los hombres separados de las mujeres, éstas de los niños y éstos de las ni-
ñas.
A manera de gcaffiti, cantidad de papeütos en su mayoría escritos en fran-
cés y pegados en las paredes le quitan el aliento a mis acompañantes yoruba.
Mientras Menou y Biokou los leen uno por uno y por turnos, uno después de
otro, copio algunos. Muchos eran conmovedores, otros candentes de reclamo,
como aquel en lápiz negro:

La gente senegalesa ha querido mantener la presente Casa de Esclavos ron


el fin ele recordarle a cada africano que una fiarle de él mismo ¡jasó por este
santuario /Traduzcoj.
Más adelante encontramos el letrero oficial encima del umbral que miraba
al mar y por donde eran conducidos los cautivos con deslino a los barcos:

Puerta de viaje. Sin regreso.

I.a mermelada ejue nutrió al capitalismo

En el colegio nos enseñaron a ligar esclavo con oro, pero no negro y azú-
car, pese a epie el sistema capitalista debe su existencia a ese vínculo.
En su libro Sxueetness and Power (Dulzura y poder, publicado en 1985 por
Penguin ele Nueva York), el antropólogo norteamericano Sidney Mintz
sugiere epie para comprender esta verdad oculta, recordemos epie ha-
ce tan sólo tres siglos epic la mermelada forma parte de la cotidiani-
dad. Algo parecido sucede con jamones y demás alimentos presérva-
lo
La llegada y los trucos di Ananse

dos mediante el azúcar ele caña. En su mayoría, son comidas que pue-
den esparcirse o encerrarse dentro de dos tajadas de pan.
Desde los inicios del siglo XVIII, conservas y carnes procesadas fue-
ron sacando a la mujer de la cocina. Al despachar marido e hijos con
emparedados, ella pudo acompañarlos en el trabajo de las tcxtileras
inglesas, y también alimentarse allá. En ese espacio irrumpieron café y
té con azúcar para restaurar energías o excitar a los obreros dentro de
la rutina interminable que requería la hechura mecanizada de telas ele
algodón.
De las que se conocen como drogas del proletariado —café, té y taba-
co—, el azúcar y el ron figuran entre los primeros productos sintetiza-
dos mediante reacciones químicas. En las minas de oro coloniales el
consumo del aguardiente fue tan difundido como el de la carne ele res
y el plátano. Los amos alimentaban a los esclavos, haciendo todo lo
posible por emborracharles sus rebeliones.
La adicción como forma de dominar se remonta al siglo VII, cuando
los árabes comenzaron a experimentar con esepiejes de caña que ha-
bían conseguido en Asia. A mediados del siglo XV, la aristocracia eu-
ropea ya apetecía crecientes cantidades de azi'icar y alcohol de caña.
Para suministrarlos, bancmeros catalanes y genoveses venían finan-
ciando la expansión ele cañaduzales en el Mediterráneo, desde el norte
de África hacia las islas Canarias, Azores, Chipre y el sur de Portugal y
España.
Este crecimiento se apoyó en otra invención de los árabes, la
agroindustria. Combinando su álgebra con el manejo de aguas escasas,
realizaron aplicaciones de ingeniería hidráulica para desarrollar siste-
mas de irrigación que les aseguraron rendimientos óptimos; separaron
las operaciones ele producción de las del procesamiento ele la caña, las
cuantificaron y detallaron, de forma tal que originaron una auténtica
ingeniería industrial. En combinación con la enorme masa ele trabaja-
dores que llegó ele África a Jamaica y Brasil, esa moderna administra-
ción empresarial hizo posible el pan con mermelada que infinielael de
niños textileros recibieron de sus madres en Manchester y otros pun-
tos legendarios, en la llamada revolución industrial.

EN MOMPOX, SAMUEL SE VUELVE ANANSI CIMARRÓN

Resignación no rima con esclavización. En Angola había quilombos


porque los secuestrados no soportaban el cautiverio que antecedía al
embarque hacia América. Escapaban, se apertrechaban y, desde allá,

41
Ombligados de Ananse

comenzaban a resistir. Y quienes alcanzaban a llegar a los puertos


americanos, pronto pusieron en marcha variadas formas de oposición,
entre ellas el cimarronaje armado inieialmente desatado por rebeldes
ele afiliación bijago, kongo y ngola, o el epie practicaron branes y zapes
apelando a prácticas africanas ele brujería como medio de aterrorizar a
los amos. Eucgej, a principios del siglo XVIII, se consoliele') el mensaje
autonomista de las historias de Anansi y con las telarañas de su astucia
vendría la búsqueda de la libertad aprovechando la legislaciem hispáni-
ca. Cientos ele personas comenzaron a comprar ele sus amos cartas ele
libertad mediante el oro que lograban ahorrar mazamorreando en

42
La llegada y los trucos de Ananse

domingos y días feriados. Hasta el propio blanquea miento genético y


cultural representó una buena manera ele huir del cautiverio.
Si bien es cierto que las huellas más nítidas de la resistencia cima-
rrona quedaron estampadas en el palencpie ele San Basilio, en lugares
del Chocó biogeográfico pueden apreciarse otras improntas. La tradi-
ción oral habla del palenepie ele Tadó, nombre que también aparece
en el Togo con el sentido ele ciudad amurallada (Maya 1998a: 38, 39).
Sin embargo, la voluntad de ocultamiento insiste en sostener que el
vocablo corresponde a la voz embera para nombrar el agua. Claro que
en este caso, tan sólo las investigaciones finuras dirán quién tiene la
razón. Otro rastro de ese pasado aún pervive en una de las danzas más
caracterizadoras del carnaval, como podrá apreciarse en la recolección
ejue sigue en referencia al trabajo que Nina S. de Friedemann y yo lle-
vamos a cabo en desarrollo del proyecto titulado Una contribución al
etnodesarrollo de grupos negros en Colombia.

Los amigos africanos de Ananse

—Y tú, ¿qué opinas? —me preguntó Friedemann en Mompox, la noche


anterior al domingo ele carnaval, después ele haber presenciado un en-
sayo en el cual los miembros de la Danza de Negros habían brincado,
cantado y gritado con tal furor, que el capitán había quedado afónico.
—No me imagino cómo se organizarán si el cantor solista está fuera
de combate para mañana. No comprendo por qué no reservó algo ele
su energía —respondí, ante la perplejidad y el asombro epie experi-
menté durante la función ele esa noche. Era la cuarta vez que la veía-
mos, pero la primera después de que su director Samuel Mármol nos
explicara que recapitulaba uno ele los sucesos que más se repitió en la
llanura Caribe entre el inicio del siglo XVII y finales del siglo XVIII: la
huida ele esclavos hacia selvas y ciénagas en busca ele la libertad perdi-
da. Entonces, habíamos sido testigos de la supcracie'm ele la metáfora
consistente en que unos ebanistas comenzaran a portarse como cima-
rrones, al logro de un acto sacramental: a medida epie aumentaba el
compromiso emocional de los danzantes, dejaban ele ser como cima-
rrones y se volvían cimarrones (véase Bateson 1991: 59-63).
Mientras escuchábamos el testimonio de Mármol, Friedemann pen-
só en voz alta: «¿Y si le doy un ejemplar ele Ma Ngombe: guerreros y ga-
naderos en Palenque?» Ella imaginaba el efecto que en la revitalizacie'm
ele la danza podrían tener los conocimientos epie aparecen en el libro
epie había escrito cinco años antes. Por fortuna, había llevado una co-

43
Ombligados de Ananse

pia que Samuel examinó con avidez, rodeado por los miembros ele su
grupo, que se apretujaban para mirar cada página.
Esa noche nos sorprendimos con la irrupción de Tío Tigre, quien
agrede al (apilan, para luego ser vencido y, por si fuera poco, castrado
por el adalid de los cimarrones, con la ayuda de Perro. Quedaba así
reiterado el carácter de perdedor que las historias de Anansi siempre
le asignan a Tigre (Pomare 1998).
Las máscaras hedías de diez capas de papel pegado con engrudo,
pintadas con colores brillantes y (pie no se habían puesto en las no-
ches anteriores, tanto como los machetes y las lanzas esbeltas, tallados
en madera, habían agigantado el hisirionismo de los danzantes. Estos
formaban dos filas ele cuatro danzantes cada una y en el centro ele la
calle que demarcaban se localizaba el adalid de la danza, a quien todos
llamaban Zambe. Este coreaba los versos del capitán, epiien permane-
cía adelante. Las palabras iban dirigidas contra el secretario del despa-
cho municipal, que despilfarré) los fondos epie hubieran permitido ex-
tender la red del acueducto para (pie durante el verano se pudiera
bombear agua desde el centro del río Magdalena. Con Zambe en la
mitad, él y los ocho bailarines se movían hacia adelante y hacia atrás,
pero al alcanzar el climax de la denuncia pública, formaban círculos
rápidos, todavía con Zambe en el centro, a la vez que cantaban Vamo
San Migué que ya vino Zambe.
Cuando oyó la palabra por primera vez, Nina exclamó:
—illuy! Zambia [país que limita con Angola), Zambesi [el río prin-
cipal de ese país), Zumbí [adalid cimarrón ele la revuelta del quilombo
de Palmares en el Brasil|, sande [nombre de un pueblo aguerrido y
guerrero de ascendencia negrítica oriental del conjunto ecuatorial].
¿Qué tal preguntarle a Samuel por el significado de ese nombre?
—Miguel Zambe era |el| cacique de |la) danza Donancut, una danza
africana —nos explicó Marmol.
En los siguientes versos, Zambe hizo públicas las trampas de un
profesor corrupto y los líos matrimoniales ele los habitantes del barrio:

El pobre Cristóbal/se acuesta y se desvela.../


llorando a la mujer/que se le fue- a Venezuela/
Las mujere de- Colombia/yo les digo la verdá.../
Se van pa' Venczucla/lAyl pa lirá/huena monda.

Recapituló las simpatías que despertaron programas ele televisión,


como la serie alemana ele dibujos animados llamada La abeja Maya y la

-11
La llegada y los trucos de Ananse

comedia mexicana El Chapulín colorado. En seguida, corrie') tras los ni-


ños espectadores y agarró a uno de ellos a epiien primero revolcó en la
tierra y luego simuló violar, con la ayuda del perro, el tigre y el capi-
tán. Podría plantearse que, para entonces, la encarnación ele Anansi
estaba completa: un danzante por cada pata y un rebelde bisexual por
cuerpo del arácnido.
—Mañana los linchan —añadí, pensando cómo irrumpiría en la aris-
tócrata Calle Real del Medio esta especie ele guerrilla urbana, irreve-
rente, erótica y crítica. Sin embargo, una nueva metamorfosis ratifica-
ría la posibilidad de habernos hallado ante otro truco de Araña.

Anansi se enfrenta y huye

Y ese domingo de carnaval quedamos atónitos. Para nuestra sorpresa,


los aguerridos luchadores semidesnudos epie nos habían aterrado las
noches anteriores se habían camuflado. Los ocho danzadores vestían
flores vistosas, camisetas blancas y sombre-ritos de papel con flecos de
colores. Zambe tenía las antenitas del Chapulín y, en una mano, su
mazo de aplastar malvados, el sonado chipote chillón. Lo había elabora-
do con un viejo frasco de aceite, amarrado a un palo ele escoba. De sus
pies ató dos enormes trozos de caucho que había cortado de llantas
viejas. Así, sus carreras para perseguir enemigos o víctimas ele su luju-
ria desenfrenarla dejaron ele ser dramáticas y más bien provocaron
carcajadas sonoras.

Este cambio parecía consecuente con una vieja estrategia epie el his-
toriador Germán Carrera Damas (1977) describió como medio para
encarar la dominación: enfrentarse y huir. La primera conducta había
formado la esencia de los ensayos del barrio. La segunda habría sido
una especie ele medio para negociar la presencia de la danza por fuera
de su ámbito cotidiano. El imaginar epic hubiera algo muy ele ellos que
se entregara o reprimiera de acuerdo con las características del am-
biente nos permitió responder el siguiente interrogante: ¿por que el
cuadernillo epie en 1970 publicó el Centro ele Investigaciones y Pro-
mociones Folclóricas de Medellín, describiendo esta danza, no habla
ele cimarronaje y palenques? En su documento, Tres danzas de Alompós,
los expertos de Antioquia sostienen que el baile rememora la cacería
ele un tigre ejue importuna los oficios ele unos cultivadores de maní.
Pero si ello era así hace 25 años, ¿por epié entre la parafernalia descrita
por este grupo de investigación no sobresalen instrumentos ele labran-

45
Ombligados de Ananse

za, sino los mismos cuchillos, machetes y lanzas de madera epie noso-
tros vimos?

RITOS I'ARA GUARDAR SECRETOS

Es muy posible epie nos hallemos ante un secreto no intuido por los es-
tudiosos, y epie los danzantes ele 1970 hayan optado por no revelarlo.
Ello sería consecuente con un comportamiento reiterado por los des-
cendientes de cimarrones a lo largo ele toda América: la información
sobre los rebeldes, sus pueblos amurallados y sus usos y costumbres
no siempre ha sido pública. Su clandestinidad hace parte ele la forma-
ción de hábitos de resistencia y ele la réplica provocada por la repre-
sión militar epie los europeos han ejercido contra los libertarios ne-
gros. Al respecto, en el número que el Latín American Report tituló Las
Ameritas negras (1492-1992), los antropólogos Norman Whilten y Alie-
ne Torres escriben:

En el decenio ele 1070. los saramakas [de Surinam] les hablaron a


los etnógrafos Richard y Sally Price sobre conductas que ya no practi-
caban, excepto cu tiempos de crisis colectiva, debido a que esas prácti-
cas estaban asociadas con los Primeros Tiempos, un período real e histó-
rico de guerra y rebelión que, de llegar a ser discutido, podía malar
gente. Valiéndose de subterfugios comunicativos y guardándose para sí
los detalles, se refirieron a batallas, rituales y artefactos poderosos.

Por su parte, la Danza de Negros de Mompox, no obstante el haber


huido mediante disfraces de chapulines y payasos, enfrentó la política
manteniendo la intensidad de la critica a los funcionarios inescrupulo-
sos o a los políticos mendaces. Incluso, hubo ocasiones en las cuales
bailaron y cantaron frente a las casas de quienes figuraban como pro-
tagonistas de los escándalos que los versos habían recogido. Tampoco
editaron las escenas de cimarronaje, ni las que mostraban el bisexua-
lismo del rebelde Zambe.
—El ingenio ele los negros minea dejará de sorprenderme— co-
mentó Friedemann, reflexionando cómo al huir, atenuando parle ele la
agresividad de coreografía y canto, la danza había persistido en valerse-
ele las celebraciones del carnaval, si no para hacerle un juicio popular a
los inmorales y corruptos, si para crear una opinión pública en torno a
ellos y sus conductas asocíales. Friedemann y yo no sabemos cómo
pudieron sentirse los infractores después ele epie hubieran sido de-
nunciados ante distintas audiencias ciudadanas. Tampoco, si en estas

46
La llegada y los trucos de Ananse

épocas de silenciar disidentes mediante la fuerza la Danza de Negros


fue víctima de represalias. Aspiramos a que investigaciones futuras
aporten la información fallante. Sin embargo, de lo que sí estamos se-
guros es de que, con otras danzas del carnaval momposino, además de
aliviar las tensiones sociales de la población, ésta desempeña impor-
tantes funciones de carácter político: expresa lo que callan los medios
de comunicación ele masas, ya sea por su gigantismo o por los intere-
ses que elefienden. Pero, además, señala a quienes los tribunales no
osan cuestionar, combatiendo así algo de esa impunidad que vamos
aceptando como normal. Como nos elijo el poeta Gutiérrez, otro pro-
tagonista del carnaval, quien se ganaba la vida haciendo versos para la
danza de farotas y otras comparsas:

Aquí a la gente le da miedo hablar. Yo salgo a gritar. Aprovecho el


carnaval para salir a la calle y hablar de los problemas de Mompox. No
sé qué va a pasar en este país, si cuando pasa un policía, para que no
les pida plata, hasta las estatuas de los parques tienen que cerrar los
ojos.

TEATRO QUE ENSEÑA SECRETOS

Veinticuatro horas después de que Nina ele Friedemann me pregunta-


ra mi opinión del milagro de la transmutación de artesano en cima-
rrón en la Danza ele Negros, nos hallábamos extenuados de filmar y
tomar notas, ele correr detrás de Indios, Coyongos y Farotas, entre otras
danzas que habían brincado por las calles ele Mompox en el domingo
de carnaval. Con todo, fallaban muchas respuestas. Una tenía que ver
con esa intensidad ele los ensayos, que podía desembocar en un capi-
tán sin voz. Éstos pueden comenzar hasta dos meses antes del carna-
val, y sirven para epie los ejecutantes se pongan ele acuerdo en la musi-
calización ele versos ejue han ido elaborando a lo largo del año o que
les compran a versificadores profesionales como el poeta Gutiérrez,
quien vivía de componer coplas e improvisar. Pero más allá de esta ta-
rea, ¿para epié las repeticiones de baile y canto? ¿Para qué, si" lo que
abunda en estos artistas son las facilielades de expresión y el virtuo-
sismo en el baile, el canto y la interpretación ele tambores?
Poco a poco, hemos ido armando una explicación que también
tendrá que verificarse mediante más visitas a esa región en época de
carnaval. El que la Danza de Negros salga a la Calle Real del Medio,
sin duela, es importante para ejecutantes y espectadores. Además del

47
Ombligados de Ananse

entretenimiento, está la divulgación ele datos desconocidos sobre ma-


los y buenos tratos ele los pobladores del lugar. También, el dinero ex-
tra que bailadores y cantadores pueden ganarse en una época del año
cuando hay múltiples escaseces. Con todo, creemos epic sus adalides
hacen las danzas para sus barrios, para su gente, para divertirlos y re-
cordarles la historia epie no figura ni en libros ni cartillas, y mucho
menos en las páginas de la prensa o los programas ele radio y televi-
sión. La historia ele un secreto muy bien guardado, ya no por los que
bailan, sino por los epie los dominan: por cada esclavo siempre hubo un
cimarrón que se encargó o de convencer al primero para que se le uniera o de
ir extendiendo la rebelión. De ese modo, como lo demostré) Nina de
Friedemann en el libro epie escribió con Carlos Patino Rosselli, Lengua
y sociedad en el palenque de San Basilio, ele los dos focos ele resistencia
identificados en el siglo XVI se pasó a los 20 del siglo XVII, entre ellos
cuatro puntos importantes en la confluencia del Cauca con el Magda-
lena. De ahí se obtuvo el balance ele finales del siglo XVIII: 19 núcleos
esparcidos por toda la llanura Caribe, el litoral Pacífico y los valles del
Magdalena, del Cauca y del Pana.

El cimarronaje que tapó la historia oficial

Los perfiles ele este complejo panorama están por dibujarse con el de-
lalle cpie alcanzó la misma antropóloga para ese palenque. Su labor da
cuenta ele una sensibilidad especial, no sólo por lo intrincado ele la do-
cumentación, sino porque casi toda está plagada ele un léxico racista
epie no acierta a catalogar los alzamientos cimarrones como auténticos
procesos ele liberación, sino que ele manera reiterativa los demerita
como actos criminales y como muestras ele la supuesta falta ele gratitud
para con los blancos, epiienes al esclavizar a los negros dizque más bien
los redimían ele su condición pagana y salvaje. Documentos en los cua-
les los españoles nunca dejan ele ser héroes, mientras que los negros
pocas veces pasan de cobardes y traicioneros.
Me atrevo a sugerirle al lector interesado en los detalles ele siglo y
medio ele enfrentamientos y negociaciones epie hojee el texto que
menciono. Comprenderá por qué me interesa destacar aepií que los
cimarrones aventajaban a los peninsulares en cuanto a la práctica ele la
libertad y a la utilización del entorno pantanoso y selvático dentro de
su estrategia militar. En aras ele resaltar el alcance autonómico del
movimiento cimarrón, subrayo epte en 1774 el teniente coronel Anto-
nio de la T o n e Miranda no p u d o ingresar al palenque ele San Basilio

48
La llegada y los trucos de Ananse

para realizar un censo. Sus pobladores le prohibieron el acceso apoyán-


dose en un entente cordiale, pacto de mutuas concesiones epie habían
suscrito en 1713 con el obispo ele Cartagena, fray Antonio María Ca-
siani. Los palenqueros alegaron epie, como lo habían hecho durante
los últimos cien años, continuaban dándole vigencia a la política pac-
tada con los peninsulares: no permitir que allí se refugiaran los escla-
vos que huían ele haciendas y casas. Por su parte, estos últimos habían
aceptado la territorialidad de ése y otros palenques, como Matnna,
Tabacal, Matudere, Bonga, Duanga y San Miguel. La base ele este re-
conocimiento consistía en la capitulación firmada en 1603 por el en-
tonces gobernador Gerónimo ele Suazo después ele que le aconteciera
lo epie le pasaría a varios de sus sucesores: hundirse por días enteros
hasta la cintura en los tremedales de ciénagas y caños; perderse en
bosepics tupidos, ser picado por miles ele insectos o enfermarse ele
peste, y culpar de estas desgracias al poder mágico ele los zaharíes pa-
lenqueros. Contradicha por decenas ele acciones bélicas, la capitula-
ción había sido ratificada mediante cédula de 1691, de cuyo conteni-
do, a su vez, los españoles se habían retractado en 1695, con la conse-
cuente respuesta armada de los cimarrones, la cual condujo al entente
cordiale.

ZAMBE ENSUEÑA PORVENIRES

Cuando lt> interrogamos, Samuel conocía el pasado ele Miguel Zambe,


pero no ele dónde o adémele marchaban los guerreros que él dirigía en
su transmutación. Como sucede con muchos mitos y ritos, los conoci-
mientos se esfuman con los ancianos sabios. Sin embargo, allá en
Mompox aún permanecía un dirigente de barrio epie se veía a sí mis-
mo como responsable de transmitir una épica antigua, protagonizada
por sus antepasados. En la entrevista epie le hicimos, Samuel sostuvo
con vehemencia:
—Cuanelo yo hago la danza, sí sé lo que significa. Esta danza es una
crítica al gobierno, al alcalde, a la esclavitud que sentimos.
Cuatro semanas antes del carnaval, noche tras noche, decenas de
niños gritan aterrorizados por las carreras de un negro enorme que va
en pos de uno de ellos para revolearlo y violarlo. También oyen las
denuncias epie hace el capitán de la Danza de Negros y ven a quienes
lo siguen, replicando actuaciones guerreras por la libertad. Repasan el
pasado como no lo hacen en sus escuelas, hasta portar un recuerdo
epic a su debido tiempo podrán ampliar y conectar con la vida ele la

49
Ombligados de Ananse

gente epic habita y habite') el continente de sus antepasados. A medida


que África figure más en las crónicas ele América, ellos comprenderán
mejor su origen y nosotros nuestro trascurso. Y al conocerse más y
conocernos mejor, ambos delinearemos otras nociones ele futuro.

ANANSE CACHARRERA '

Los franceses usan la palabra bricoleur para referirse al improvisador


d e artificios e inventor de soluciones epic parecen imposibles, dado lo
absurdo de los materiales que emplea. Parte ele su intuición, tratando
ele recordar de cuál de los desechos (pie por años ha coleccionado po-
drá formarse la pieza epie necesita, (lomo la improvisación está sujeta
al carácter tmpredecible del individuo, las soluciones que plantea no
coiné iden con las que formulan otros ante el mismo problema. Aun
careciendo ele las herramientas adecuadas, acepta todos los trabajos
que le propongan, como me tocó ver en el caso del vecino del adalid
de pescadores, Rafael Valencia, en el barrio Panamá de Tumaco.
Una noche lluviosa de septiembre de 1983, sacó un destornillador
enorme, unas tijeras de sastre y un soldador de plomo, y comenzó a
desarmar lo epie por muchos años he considerado una joya ele la tec-
nología alemana, mi fumadora Nizo Braum. En un comienzo, no me
atrevía a mirar cernió hacía la limpieza ele sus entrañas atascadas ese
día con arena de las playas de la Cálela Viento Libre, una aldea locali-
zada sobre la ensenada, frente al puerto. Soldé) los contactos que había
dañado al meter un chiro grasoso por los rincones más apretados, pu-
lió su labor con un pedazo ele papel periódico amarillento y apretó las
tuercas que había removido, sin e]uc le sobrara o le faltara ninguna.
Con aire triunfal, me elijo: «Ensaye a ve». T o d o perfecto. «¿Cuanto?»
«Naa».
La gente no sólo es capaz del bricolage, sino que epiizás éste sea el
desarrollo más característico ele la evolución ele las especies. Francois
Jacob, premio Nobel en biología, destaca en sn libro El juego de lo posi-
ble cenno la selección natural no crea engaños de la nada, sino epic los
va improvisando a partir ele lo cpie existe: «Fabricar un pulmón con un

1
LTna versión anterior de este ensayo apareció en Colombia Parifica, lomo II. pp.
572-577, Pablo Leyva (editor). Santafé ele Bogotá: Fondo Financiera Eléctrica Na-
cional.

50
La llegada y los trucos de Ananse

trozo de esófago es algo muy parecido a hacerse una falda con una
cortina de la abuela».

Cacharrear identidades

Nuestras voces cacharreo y cacharrero quizás sean las más cercanas a las
francesas en este intento por resaltar un proceso del cual muchos se
vanaglorian. Oíd Sturdbridge Village, en el estado norteamericano ele
Massachusetts, es un pueblo artificial. Se erigió llevando construccio-
nes que iban a demoler y habían existido desde la primera mitad del
siglo XVIII en diferentes puntos de Nueva Inglaterra. El grueso ele las
exhibiciones consiste en artefactos que los colonos inventaron para re-
solver problemas que no enfrentaban en Europa, con base en recursos
(pie no conocían allá. El cacharreo marcó las formas y funciones de
máquinas para cortar madera, doblar hojalata, moldear cerámica, ha-
cer zapatos e hilar y tejer algodón. Museos comparables existen por
casi todas la regiones de los Estados Unidos.
En Francia pasa algo similar. Ea iglesia de Saint Martin des
Champs, escenario del primer capítulo ele la afamada novela de Um-
berto Eco, alberga el péndulo que le da el título a la obra. Alrededor
de ella está la Academia ele Artes y Medidas, que incluye los rastros
que troqueló el cacharreo en los instrumentos y aparatos ele cnantifi-
car espacio, tiempo, luz y sonido. Museos no menos modestos (pie és-
te, como el Palacio ele los Descubrimientos o la Cindadela ele la Cien-
cia y la Tecnología, recogen la memoria estampada en la historia de
Francia por el bricolage del entorno y la improvisarie'm con sus cosas.

Hacer custodias derritiendo poporos

Dentro de esta perspectiva, España figura en el extremo opuesto. Los


cálices y las custodias de oro con incrustaciones ele esmeraldas, rubíes
y diamantes almacenados en los tesoros de las catedrales dominan las
exhibiciones epie dibujan la identidad nacional. No ha)' lugares epie in-
eliepicn cómo trabajaban los orfebres. Mucho menos epie hablen de las
técnicas que emplearon los quimbayas, calimas, cemies, tahonas o
muiscas para elaborar los poporos o las figuras ele jaguar, murciélago,
rana o balsa que alimentaron las fundiciones auríferas ele la península.
Ello enfocaría lo epie más se trató de ocultar con ocasión del aniversa-
rio del descubrimiento de América, celebrado en 1992: el saepico ele
América y su consecuente aniquilamiento ele pueblos y culturas.

.51
Ombligados de Ananse

En eslo ele expresar cómo somos, nos pesa el legado hispánico. Ni


e-n Mompox ni en Barbacoas hay exposiciones que ostenten las prácti-
cas de los orfebres de ascendencia africana que han elaborado las pie-
zas codiciadas en los mercados extranjeros. Los museos del oro que el
Banco de la República tiene a lo largo del país alardean del arte indí-
gena o del español, como sucede con la custodia de las Clarisas y la
famosa Lechuga ele los jesuítas. Sin embargo, no montan exposiciones
(pie enaltezcan la orfebrería negra o la epie está impregnada de me-
morias africanas (Lleras 1998).
La ínvisibilidad de las huellas africanas en la evolución de las cultu-
ras presentes en nuestra nación depende, entonces, de dos factores.
En primer lugar, ele la poca relevancia que los colonizadores ibéricos
le conceden al bricolage en su formación cultural. En segundo lugar, de
la práctica de la exclusión como medio para discriminar y anular lo di-
verso.
Comencé hablando de un briroleur de electrodomésticos que resul-
taba intuyendo el arreglo de un instrumento de precisión. Este último,
a su vez, se había averiado retratando una existencia epie le debe su
proyección actual al bricolage. Ea Caleta Viento Libre era una aldea ele
agricultores (pie pescaban cuando las mareas y el cuidado ele sus culti-
vos se los permitían. Pero una noche el tsunnmi ele diciembre de 1979
les arrancó las formas ele producción que habían desarrollado. Inun-
dados los campos y salinizada la tierra, tuvieron epic cambiar ele desti-
no. Marcharon a los basureros de Tumaco y bricoleando con cuerdas
viejas, pedazos de icopor (poliesüreno) y alambres, fabricaron más an-
zuelos ele los que habían tenido. Transformaron la pe-sca ocasional de
cangrejos en actividad permanente, sobreviviendo hasta (pie las tierras
recuperaron la fertilidad perdida. Volvieron a vender cocos, y con el
ingreso adicional pudieron reemplazar los aparejos improvisados por
redes de nylon delgado que aumentaban las capturas.

Cacharrear prótesis sociales

El bricolacre de los necros va más allá de la transformación de desechos


en artefactos, e incluye el desarrollo de prótesis sociales que compen-
san la escasez de energía mecánica. En el Chocé) biogeográfiro esta li-
mitación tiene raíces ambientales y humanas. Por una parte, el calor,
la humedad y la lluvia son enemigos persistentes de las ruedas de me-
tal o de madera, que se enlierran, patinan, oxidan y pudren. Por otra
parte, la marginalidad geográfica y política en la nial el centro ha

52
La llegada y ¡os trucos de Ananse

mantenido al litoral ha significado poco hierro. Desde la Colonia, son


limitados los inventarios de herramientas mineras que deben ser re-
construidas y r e n d a d a s en las forjas.
La alternativa, una hilera de hombres y mujeres metidos en el cana-
lón, agachados con las manos dentro del agua, ablandando las arenas
auríferas mediante barras, almocafres y cachos. Bateas llenas de guija-
rros y greda pasan ele mano en mano, hasta eme cientos ele toneladas
de piedra y arcilla han cambiado de lugar.
Esta prótesis social construida mediante una cadena ele brazos epie
se mueven rítmicamente tiene un aglutinante ele memoria africana: la
familia extendida. Hecha mediante la vinculación de las parejas con su
prole, o ele las solas madres con sus hijos, el bricolage ha permitido epie
ejuicnes Cjuieran asociarse con ella lo hagan aludiendo de preferencia a
los vínculos de la sangre o, en menor grado, a los del parentesco polí-
tico. La puja por los derechos mineros dio origen a linajes cpie, de-
pendiendo de la rcgie3n y del período, han reconocido la línea que une
a las abuelas con sus hijas y nietas, o a la de la pareja ele abuelos con
sus descendientes ele ambos sexos (Friedemann 1984b). En ambos ca-
sos, los miembros de la enorme familia aceptan la figura ele un antepa-
sado fundador, hoy de perfiles casi legendarios. Cuando esa figura es
masculina y las líneas de ascendencia son tanto del lado paterno como
materno, los mineros hablan de un tronco (ramaje bilineal, dentro ele la
terminología que emplean los estudiosos ele la organización social,
ibid.) Su persistencia ha sido insuficiente para que algunos expertos en
el tema ele la familia dejen de insistir en la manida simplificación de la
poliginia africana, incluido el estereotipo del marido ocasional, caracte-
rizado como fuente de inestabilidad e ilegitimidad, simpático con ICJS
niños pero intrascendente en sus papeles económicos, sociales y polí-
ticos (Friedemann y Espinosa 1993).
Pese a la fuerza del estereotipo referido a la familia del Afropacífi-
co como caótica c inestable, la realidad retrata fenómenos diferentes,
como el del capitán ele mina, quien administra el ejercicio ele los dere-
chos que tiene cada miembro del tronco familiar en la explotación (le-
la mina comunitaria. Estos derechos permanecen latentes mientras el
integrante del ramaje no los active mediante labores mineras concre-
tas. Al capitán le corresponde determinar el grado y la línea ele paren-
tesco dentro del tronco, con el fin ele corroborar la legitimidad de su
solicitud (Friedemann 1984b). En este sentido, emula las cualidades
del ancestro fundador del tronco. Sin duela, el ejercicio de esa territo-
rialidad implica recuentos históricos frecuentes en cuanto al origen de

53
Ombligados de Ananse

la formación familiar y comunitaria y, por lo tanto, habla en contra de


la inestabilidad sugerida.
Ea ilegitimidad atribuida a las familias asociadas ele tal modo indica
más la ausencia c intolerancia de Estado e Iglesia, así como las trabas
burocráticas impuestas por curas y empleados oficiales (Friedemann y
Espinosa 1993). Su talante es muy parecido al de los obstáculos que se
deben vencer para escriturar las tierras en las cuales, por siglos, la gen-
te negra ha cultivado y producido riqueza ajena. Tropiezos que dicen
bastante de la asimetría en el trato a los afrocolombianos, a epiienes no
les sucede lo epie a los indígenas con sus familias y tierras, gracias a la
Constitución de 1991: basta con la palabra ele embcraes y waunanaes
para que las unas y las otras adcpiieran legitimidad ante expertos uni-
versitarios o funcionarios gubernamentales.
Aun en el caso de las familias extendidas epie se centran en el eje
ejue une a abuelas madres y nietas, los maridos están lejos de la insig-
nificancia. En Tumaco, entre ICJS originadorcs de la pesca con chin-
chorro, la enseñanza de técnicas pesepieras le corresponde al hermano
de la adalid del grupo, por lo general dueña ele aparejos y equipos.
(Véase capítulo II ele este libro). Además, de los poderes del tío ma-
terno dependen la delimitación de las proporciones que rigen la re-
partición ele capturas y la escogencia de los compradores ele la pro-
ducción.

Redes para ir y venir

En el Chocó es frecuente ver epie, al saludarse, dos personas enume-


ren todos sus apellidos. Con ello buscan conocer el grado de consan-
guinidad o afinidad epie los liga, así como la proximidad ele sus regio-
nes ele origen. Cuanto más cercanos los vínculos, mayor la confianza
para conversar o realizar empresas conjuntas. Repetido por los afroa-
mericanos ele otros puntos del litoral, este ejercicio permite apreciar
redes intrincadas (pie —por medio del parentesco— concitan los puer-
tos del litoral, por una parte, con las aldeas localizadas en el interior
sobre los ríos y entre las selvas húmedas, y por otra, con áreas metro-
politanas ele Bogotá, Mcdellín, Cali y Popayán. Al apoyarse en ellas, los
afiliados pueden circular en todas las direcciones y en respuesta a las
ofertas ele trabajo epic surjan. Por ejemplo, a principios del decenio ele
1980 corrió la noticia de que en la población de Payan empresarios
norteamericanos iniciaban una exploiaeic'm minera mecanizada. Me-
diante el pedido ele posada a primos, tíos y cuñados, hombres y mnje-

54
La llegada y los trucos de Ananse

res comenzaron a circular desde la zona del río Telerabí hacia la del
rio Maguí. (Véase capítulo II ele este libro). Un lustro después, la gente
reeditaba el éxodo en sentido inverso. La empresa foránea había sido
diseñada para evadir impuestos, no para darle trabajo a los negros.
Cuando cumplió su cometido, su desmantelamiento elejó en la ruina a
decenas ele familias epie reconstruyeron su existencia aferrándose a las
cadenas de parientes.
En el litoral Pacífico no sólo los terremotos y maremotos cambian
destinos sin previo aviso. También lo hacen las inundaciones, los in-
cendios y los cambios cíclicos en las temperaturas del aire y del agua,
por cuenta de la corriente marítima de El Niño. Y por si fuera poco,
las caídas abruptas en los mercados internacionales ele minerales pre-
ciosos, maderas, camarones y pescados sacuden la economía local y
ocasionan sismos de intensidad comparable a la de los naturales. Por
estar en lo epie epiizás sea el ámbito más incierto ele Colombia, esa
bt'is(|ueda de alternativas manipulando lo que ya se tiene, usando la in-
tuición como bríijula, y el cacharreo como estrategia, encierra las cla-
ves del porvenir de los ombligados de Ananse.

.".
1 a. agosto de 1995.
' -• „ Í Foto- laime Aroch.
ia, ...anacía
ensenada ele lumaco). loto.J
Cobero (La BOCM
C A P Í T U L O II

Ananse en esteros y mares1

LAS TELARAÑAS DE ANANSH

La región que quizás más lia puesto a prueba la capacidad de supervi-


vencia de Ananse y sus ombligados es el sur del litoral Pacífico colom-
biano. Se trata de un ambiente caluroso y superbúmedo, cuyos con-
tornos cambian día a día debido a la altura excepcional que la atrac-
ción lunar le imprime a los pleamares. Así, el acceso a los sitios de
pesca, recolección y cultivo, o la disponibilidad de especies, varían de
acuerdo con las fases de la I,una. También responden a cambios más
drásticos como los que más o menos cada lustro impone el fenómeno
climatológico conocido como El Niño, o los terremotos y maremotos
que —si bien ocurren con menos frecuencia— borran puertos y playas
de la faz de la Tierra.
Además de esos remezones telúricos, están los que provienen del
sistema económico. El litoral Pacifico posee materias apetecidas por
los mercados del Atlántico Norte: maderas, oro, camarones y demás
productos sujetos a intervalos de auge y decadencia, que dictan las le-
yes de la oferta y la demanda, pero, en especial, las de la especulación
(Whitten 1970, 1974). Estos colapsos son tan impredeciblcs y desesta-
bilizadores como lo es un temblor de tierra.

Una versión abreviada ele este capítulo apareció con el título A/rocolomhianos,
creadores de riqueza: mineros, agricultores, pescadores y rancheras, en el fascículo N 9 31
que elaboré con Bernardo Leal para la serie Colombia, país de regiones. Meclellín: El
Colombiano y Centro ele Investigación y Educación Popular (Cinep).

57
Ombligados de Ananse

En Colombia no son muchos los trabajos antropológicos acerca de


las personas que viven del mar y sus incerlidumbres. (Atando comencé
a realizar éste, mis observaciones de terreno sobre las artes, aparejos y
técnicas que emplean los pescadores y las recolectólas de conchas de
la ensenada de Tuinaco me mostraron que la extracción, procesamien-
to y venta de productos marinos ocurría en concordancia con la explo-
tación de los manglares, el cultivo de la tierra y otras actividades eco-
nómicas. Entonces, tuve que ir ampliando mi visión para baceile justi-
cia a la estrategia polifónica mediante la cual los ombligados de Ananse
le lian salido al paso a la incei tidumbre.
Una de las bases de esa estrategia era la teleraña que hizo Ananse
uniendo pesca y agricultura. Su funcionamiento consistía en atender
las parcelas cuando las pleamares hacían riesgosa la navegación, y en
pescar durante los bajamares. A lo largo del año, los descensos en la
producción de una actividad tendían a ser compensados por los ascen-
sos de la otra.
Alcancé a ser testigo de parte del funcionamiento de esta red, la
cual también recibía apoyos de la de los agricultores que tenían sus
parcelas a lo largo de la carretera entre Pasto y Tuinaco, y que se fue
rompiendo por la modernización económica del decenio de 1980.
Primero llegaron las piscinas para la camaricullura y luego, con la pa-
vimentación de esa vía, se expandió el cultivo de oleaginosas. La ero-
sión de las economías campesinas tomó fuerza a medida que muchos
de los pescadores-agricultores vendieron sus tierras y pasaron a traba-
j a r en las plantas procesadoras de camarón, mientras que los de la ca-
rretera se refugiaban en el puerto o en otras áreas metropolitanas.
Pese al resquebrajamiento de la relativa autosuficiencia alimentaria
de la región, los ombligados de Ananse no lian cejado en su ludia por
sobrevivir. Quienes babían vivido de la explotación del mangle lian
formado asociaciones para defenderse en el mercado, buscar apoyos
para proteger el recurso del cual subsisten e. incluso, impulsar cama-
roneras comunitarias. lian surgido nuevos grupos de coneberas y los
pescadores lian seguido innovando arles y técnicas. Esas transforma-
ciones aparecen inventariadas en la tesis de maestría de Marta Luz
Macbaclo, y también en el libro Pacífico: ¡desarrollo o diversidad? Estado,
capital y movimientos sociales en el Pacífico colombiano, editado por Artu-
ro Escobar y Alvaro Pedrosa, y son objeto de estudios a profundidad
por parte del equipo que el instituto francés Ostrom auspicia en la
Universidad del Valle. Aquí no me propongo reseñar los resultados de
estos últimos trabajos, sino sistematizar datos recogidos dentro del

58
Ananse en esteros v mares

proyecto Etnodesarrollo de grupos negros en Colombia, el cual llevé a cabo


en asocio con Nina S. de Friedemann. He presentado parte de esa in-
formación en el libro De sol a sol: génesis, transformación y presencia de los
negros en Colombia y en artículos de revistas y periódicos. La visión uni-
ficada de este libro facilitará comparaciones futuras.
Mi interés por la gente de Tuinaco, El Cbajal y la Caleta Viento Li-
bre se relaciona con un simposio llevado a cabo en San José de Costa
Rica, en diciembre de 1981. Durante ese encuentro académico se
examinaron los alcances de los procesos de etnodesarrollo. El antropó-
logo mexicano Guillermo Bonfíl Batalla (1982) había acuñado el tér-
mino para referirse a la capacidad social de un pueblo para construir
su futuro, aprovccbando las enseñanzas de sus experiencias y los re-
cursos reales y potenciales de su cultura. A pesar del prestigio acadé-
mico y político de los invitados al evento de San José, en su mayoría
consideraron que en América Latina los únicos que habían ejercido el
etnodesarrollo eran los amerindios.

La antropóloga Nina S. de Friedemann estuvo presente allá y con-


cluyó que, una vez más, la academia tendía el velo de la invisibilidad
sobre los pueblos afrodescendicntcs de América Latina y del Caribe.
Exceptuando su voz aislada, no figuró en la agenda de ese simposio
aproximación alguna sobre las formas de resistencia impulsadas por
los pueblos negros para bacerle frente a los proyectos begemónicos
estatales. Tampoco aparecieron las maniobras constantes que ellos de-
sarrollan para ejercer la participación política que, con terquedad, los
gobiernos insisten en negarles. En conclusión, volvía a relucir esa an-
tropología excluyeme y discriminatoria, cuyos efectos venía denun-
ciando la mencionada autora desde finales del decenio de 1960
(Friedemann 1984b).
Para contrarrestar esa exclusión, ella y yo diseñamos en 1982 un
proyecto de investigación que demostrara que muchos de los descen-
dientes de africanos no sólo forman etnias, sino que lian impulsado
proyectos de etnodesarrollo. La propuesta que formulamos, Una con-
tribución al etnodesarrollo de grupos negros en Colombia, incluía la prepa-
ración de materiales que coadyuvaran a la consolidación de procesos
de afirmación étnica, como lia sucedido con los berederos del legado
cimarrón en el palenque de San Basilio, con los campesinos que culti-
van café y cacao en un enclave rodeado de plantaciones industriales de
caña de azúcar, localizado en la zona plana del norte del Cauca, o con
los mineros-agricultores de los ríos del litoral Pacífico.

59
Ombligados de Ananse

A medida que avanzábamos en el diseño, descubríamos otros gru-


pos cuyas organizaciones también ciaban indicios de etnodesarrollo. En-
tre ellos descollaban los pobladores de La Boquilla, cerca de Cartage-
na, y los de la ensenada de Tuinaco. En uno y otro lugar, la Asociación
Nacional de Pescadores Ariesanalcs de Colombia contaba con un nu-
trido número de miembros.
El Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CIID) decidió aus-
piciar esa porción de nuestro trabajo de terreno, a cuyo término Frie-
demann viajó a Senegal y Mali, d o n d e constató la validez de algunas
suposiciones sobre aquello que desde entonces llamábamos huellas de
áfrica nía.
Hemos esgrimido este concepto en contra de aquel que persiste en
ver a las culturas afroamericanas como resultado de la herencia de pa-
trones cine permanecen más o menos incólumes a lo largo del tiempo.
1 lace 20 años la afioamericaníslica se guiaba por el modelo de encuentro
postulado por Melville Herskovitz. Esta interpretación tenía como
punto de partida una concepción mecanic ista que especificaba el área
cultural como la coincidencia entre un territorio y complejos de rasgos
culturales. Así, los especialistas imaginaron a los esclavos como porta-
dores, si no de la totalidad, por lo menos de componentes de un com-
plejo africano occidental que habría cbocado con complejos de origen
europeo (Mintz y Price 1992: 7-24). I/.i pureza de las africanidades con-
temporáneas sería inversamente proporcional a la intensidad del en-
cuentro y podría medirse de acuerdo con escalas de relativa autentici-
dad. Esos cálculos se construían comparando las expresiones cultura-
les del África occidental con las de este continente (Friedemann
1984b).
Este panorama ele viejas retenciones y persistencias comenzó a
cambiar con el uso del concepto de adaptación introducido por Nor-
man Wbillen en 1970 para interpretar las manifestaciones sociocullu-
rales del litoral Pacífico colomboecuatoriano. Sus trabajos rompían
con el difusionisnio lineal, introducían la posibilidad de ver en los de-
sarrollos de esas costas el impacto de invenciones independientes y fa-
cilitaban el prestarle atención a la relación de la gente con su entorno
físico y sociobistórico.
Por su parte, Sidney Mintz y Richard Price reformularon el modelo
de encuentro con base en los siguientes argumentos: (1) la comparación
de rasgos contemporáneos se basa en una visión estática de la historia;
es muy posible cine los complejos que boy por boy existen en el África
occidental, poco tuvieran que ver con los de bace dos o tres siglos, en

60
Ananse en esteros y mares

especial por las profundas transformaciones acarreadas, precisamente,


por la esclavitud. (2) Cada grupo de esclavos embarcados a la fuerza
en África tenía procedencias étnicas muy disímiles; lo usual era que
quienes compartían espacio en urcas y filiboles, durante la travesía, ni
hablaran los mismos idiomas, ni adoraran a los mismos dioses, ni prac-
ticaran las mismas tradiciones artesanales. (3) Tampoco es posible su-
poner que los esclavos hayan traído con ellos sus instituciones; la cap-
tura de sacerdotes individuales no garantizó que lodo un complejo ri-
tual y teológico atravesara el océano; algo similar puede decirse de los
gobernantes y los sistemas políticos, de los médicos y de la medicina.
Ante tal heterogeneidad, ambos autores proponen que lo homogé-
neo entre los individuos capturados y explotados habrían sido las
orientaciones cognoscitivas o «supuestos básicos sobre las relaciones so-
ciales y el funcionamiento de los fenómenos reales» (p. 10). LJna sola
orientación puede manifestarse mediante rasgos muy diversos. Así,
expresiones tan distintas como el sacrificio de mellizos entre los ibos y
la deificación de los mismos entre los yorubas corresponderían a una
orientación cognoscitiva única: los nacimientos inusuales tienen un
significado sobrenatural y merecen un tratamiento especial [ibid.)
Tales "principios gramaticales", esas huellas de africanía, sí habrían
sobrevivido al encuentro con la cultura europea de los colonizadores
blancos, constituyéndose en la materia prima para un proceso evoluti-
vo que ocurriría con una celeridad inigualada. Los amos trataban a sus
esclavos como bienes muebles. Si bien las condiciones de vivienda y
vida familiar que les permitieron eran precarias, a la hora del trabajo
les exigieron desempeñarse como miembros de grupos sociales. Pare-
cería que supusieron que por el hecho de exhibir obvias destrezas cul-
turales, lingüísticas y manuales, todos los esclavos compartían sistemas
comunes de coordinación y comunicación. Pero, por lo menos al prin-
cipio de la trata, la realidad equivalía a heterogeneidad. Ante el horror
de perecer si no trabajaban de sol a sol, afianzaron sus orientaciones
cognoscitivas y, aplicándolas al ámbito que les era extraño, probaron y
experimentaron. Así, con una eficiencia quizás no alcanzada por el
resto de la humanidad, los africanos en América reinventaron tecno-
logías, economías y formas de organización social; reencarnaron a las
deidades africanas en imágenes de yeso o en tallas barrocas de made-
ra, y crearon nuevos lenguajes en su habla, su música y su gestualidad.
Pese a la aceptación de estos postulados, nuestra investigación mos-
tró que la heterogeneidad de los cautivos fue pasajera. Las regiones de
aprovisionamiento permanecieron constantes a lo largo de la vigencia

61
Ombligados de Ananse

de cada uno de los asientos, de modo tal que la consecuente reagru-


pación étnica no sólo fue inevitable, sino activada por los legados de
Ananse: cimarronaje que se extendió desde la llanura Caribe hasta El
Palia y Tadó; insumisión en los cabildos de negros de Cartagena y en
los procesos de aulomanumisión cuyo auge aumentó a partir del siglo
XVIII. (Véase capítulo I). Esa investigación sí ratificó que el sur del li-
toral Pacífico agigante') la autosuficiencia de Ananse, como se verá en
las secciones que siguen.

Terremotos, incerticlumbre y creatividad

A Rafael Valencia lo mataron el 20 de septiembre de 1992. Resulta


irónico recordar que Marlha Luz Machado, en esc m o m e n t o mi estu-
diante de posgrado, me hubiera dado la noticia minutos antes de que
Aune Marie Losonzcy y yo iniciáramos un diálogo sobre las formas no
violentas de resolver el conflicto social que primaban en el litoral Pací-
fico. El escenario era el Coloquio internacional sobre la contribución de
África a la cultura de las Ameritas. La ametralladora de utopías ya no está
con nosotros.
Ese fue el nombre que le di a Rafa en el capítulo sobre su aporte
(Friedemann y Arocha 1986: 314-'?24). Ya se cumplieron doce años
desde que lo escribí dentro del libro De sol a sol, del cual Nina S. de
Friedemann es coautora. Han sido dos lustros a lo largo de los cuales
las predicciones que formulábamos sobre el porvenir de los pueblos
indios y negros del litoral parecen tener la desgracia de cumplirse.
Desde que conocí a Rafael, fui testigo de su capacidad para imagi-
nar proyectos que redimieran a los miembros de la seccional tuma-
queña de la Asociación Nacional de Pescadores Artesanales de Co-
lombia (Anpac). Soñaba con un futuro digno, acataba las sugerencias
de los egresados de varias universidades, y había avitelado a fundar esa
organización. A lo largo del proceso, estos profesionales le enseñaron
que uno de los problemas fundamentales de los pescadores dizque
consistía en aquella marcada incapacidad para planear la construcción
del porvenir, partiendo de las privaciones del hejy. Valencia decía:
«Los compás se')lo piensan en su traguilo y en gastarse cada peso que
reciben». Sus palabras evocaron el compromiso del antropólogo Mar-
vin Hariis (1971: 496, 497) de descorrer el velo tendido sobre una hi-
pocresía llamada gratificación diferida: los supuestos redentores de los
pobres les exigen posponer la satisfacción de sus deseos. Les importa
poco que los medios de comunicación de masas y el sistema financiero

62
Ananse en esteros y mares

no renuncien en su obstinada campaña tendiente a convertir capri-


chos vanos en necesidades cotidianas, igualando felicidad y libertad
con satisfacción de antojos, y aleccionando a la gente para que crea
que los préstamos de bancos y usureros son señal de éxito personal.
Rafa había pertenecido al MOIR. Sus años de mililancia maoísta
habían agudizado su conciencia de clase, mas no aquella que quizás le
hubiera ayudado a comprender que el cambio de valores que él pro-
ponía a sus compañeros quizás podría reñir con las exigencias cotidia-
nas del medio social dentro de cual se movían. Capté este contrasenti-
do en febrero de 1984, cuando me hallaba analizando el cúmulo de
notas legadas por un semestre de trabajo etnográfico. En ellas recono-
cía las huellas del enfoque ecológico-cullural dentro del cual me había
formado (Steward 1973). Éste hace énfasis en cómo las relaciones en-
tre un pueblo y el escenario de su existencia moldean la forma como
aquel organiza su tecnología, su economía y su estructura social. Por
eso dejé de traducir el verbo adaptarse por conservar y lo convertí en si-
nónimo de innovación cultural para salirle al paso a los cambios ambienta-
les. Todo ello sin desconocer la consolidación de esa aldea universal
que, de manera asimétrica, estrecha los nexos entre los niveles locales,
regionales, nacionales e internacionales.
A partir de ese marco acumulé decenas de fichas sobre los cambios
que, de manera continua, experimenta el entorno tumaqueño, así co-
mo sobre las diversas estrategias a través de las cuales han respondido
los pobladores de la ensenada. También recogí informes sobre las cri-
sis profundas que sufre la cotidianidad como consecuencia de las deci-
siones tomadas por empresarios transnacionales, desde sus rascacielos
de Nueva York o Los Angeles. Mi suma de datos dibujaba un habitat
tan deleznable como el andamiaje económico construido sobre él. An-
te semejante incertidumbre, los intentos universitarios por cambiarle a
los pescadores tumaqueños su orientación temporal podrían ser tareas
tan arduas como inútiles.
El litoral Pacífico se puso de moda desde que el presidente Bclisario
Betancur incluyó a la región en el inventario de mercancías que se
vienen ofreciendo a japoneses, coreanos y chinos. Las administracio-
nes siguientes le han dado continuidad a esa noción de desarrollo y,
en octubre de 1996, el presidente Samper viaje') al lejano oriente para
firmar acuerdos que profundizaran la integración del país con las na-
ciones de la cuenca del Pacífico (Presidencia 1996). Durante este lap-
so, la prensa despliega las ejecutorias de las entidades responsables de
la modernización de esa zona.

63
Ombligados de Ananse

64
Ananse en esteros y mares

Así, se va asociando al litoral con El Dorado del siglo XXI. Este incluye
un gigantesco almacén de canales transoceánicos, puertos, carreteras,
maderas, oro, platino, palma africana, camarones y camaroneras, pero
se tiende a ignorar a los moradores negros e indígenas de la región
(Atocha 1998d: 380-383). Recuérdese la forma como Laureano Gómez
(1928: 59) se refería a nuestro país: «Somos un depósito de incalcula-
bles riquezas, que no hemos podido disfrutar porque la raza no está
condicionada para hacerlo».
Exclusión e invisibilidad étnicas persisten a pesar del reconocimien-
to que la Constitucie'm de 1991 hizo de la etnicidad afroamericana y
amerindia como parle integral de la nación colombiana. En conse-
cuencia, el proceso de legitimación de la territorialidad étnica avanza
con lentitud, cuando es necesaria la condición contraria. De manera
creciente, y en especial durante el último lustro, guerrilleros, fuerzas
armadas y paramilitares incorporaron esa región a la cartografía del
conflicto armado en Colombia. La fuerza del aparato ele guerra es tal
que los mecanismos dialogales y de naturaleza arbitral, que habían
permitido superar los conflictos interétnicos por el territorio, no al-
canzan a interponerse en calidad de antídotos contra la agresión ar-
mada o la justicia tomada por mano propia. Así, ambos pueblos ances-
trales se ven forzados a engrosar las filas de los desplazados por la vio-
lencia, en tanto que los paisajes que crearon sus antepasados tienden a
quedar a merced de las nuevas empresas de explotación de recursos
naturales o de la especulación en transacciones de finca raíz.

La franja impredeeible

La ensenada de Tuinaco hace parte ele la baja costa aluvial del litoral
Pacífico. Esta franja que se extiende 640 kilómetros hacia el sur, desde
el Cabo Corrientes hasta la provincia de Esmeraldas en el Ecuador,
presenta; (1) adyacente a la orilla del mar, un cordón de bajos de ba-
rro y aguas pandas; (2) playas de arena interrumpidas por caletas de
reflujo, estuarios y vastos bajos de lodo; (3) una zona de manglares,
cuyo ancho por lo general es de 2,5 a 5 kilómetros; (4) a espaldas ele
los manglares de agua salobre, una faja cenagosa ele agua dulce, cuyo
nivel cambia con las mareas. Detrás de las ciénagas de reflujo, sobre
tierras un poco más altas, la selva húmeda ecuatorial cubre práctica-
mente la totalidad de las tierras bajas del Pacífico (West 1957: 52, 53).
Este escenario figura entre los más húmedos del mundo. Recibe un
promedio de 4.000 nim de lluvia anual. Aunque llueve todo el año,

65
Ombligado', de Ananse

ocurren períodos más secos en los meses de febrero, marzo, septiem-


bre, octubre y noviembre. Su temperatura registra fluctuaciones de
menos de un grado, con una media de 28°C (ibid.: 22-39). Si bien es
un territorio escaso en sabanas, es abundante en ese barro arcilloso
tan característico de los suelos ácidos y poco fértiles del trópico hu-
méelo. Allí, las ruedas tienden a enterrarse, oxidarse y pudrirse. Ese
habitat de árboles enormes y manglares es además inhóspito para bue-
yes, caballos y ínulas. Con pocas máquinas y aún menos animales de ti-
ro, sus pobladores tradicionales le han dado vida a sus economías in-
viniendo la energía de sus propios cuerpos.
El paisaje ele la costa aluvial nunca es igual porque «[...] La varia-
ción inedia en el nivel de las aguas es de 2,5 a 3 metros, pero durante
la estación lluviosa aumenta a 4 y 4,5 metros», cuando el efecto ele las
pleamares puede notarse hasta en Barbacoas u otros sitios muy sepa-
rados de la orilla del mar (ibid.: 53). Las aguas ascienden por períodos
de 6 lloras y media, y bajan durante lapsos de la misma duración
(Olarte 1978). La marca comienza a subir una hora después de que la
Luna haya pasado sobre un lugar; como cada día su salida se atrasa
una hora, el comienzo de los flujos y reflujos siempre está cambiando
(Escovar 1921). Las alturas que alcanzan las pleamares y bajamares
también cambian en cada lapso. Fas pujas se clan durante los plenilu-
nios cuando el nivel de la pleamar es cada día mayor. Las quiebras, en-
tre lauto, coinciden con las semanas de cuarto menguante y cuarto
creciente; para entonces, cada seis horas la altura del (lujo es menor.
Es como si durante los ocho días de puja entrara más agua de la que
sale, mientras que en los ocho días de quiebra sucediera lo contrario
{ibid., Igac 1983).
Eos pilotos de los equipos que pescan con chinchorro en la ense-
nada tienen catálogos mentales de las relaciones entre los fenómenos
asociados con los cambios de marea. Por ejemplo, hablan de que con el
primero de quiebra hay que ir a La Botana porque entonces la pesca allá
es muy abundante, de cine en el segundo de puja siempre es mejor salir a
pescar a las 4 de la mañana.
A finales de 1982, el calentamiento ele las aguas evidenciaba la lle-
gada ele El Niño. Este cambio climatológico no muy bien explicado
tiene ciclos de cinco años y deja huellas en los cinco continentes
(Canby 1984). En la ensenada de Tuinaco, conforme subía la tempera-
tura del mar, aumentaban las embarcaciones que con sus redes de
arrastre peinaban el fondo, atrapando los productos ele la nueva bo-
nanza: camarones de, por lo menos, cinco especies: tití, pomadilla, li-

Ananse en esteros y mares

gre y langostino; también jaibas o azulejos y calamares. El resto de


pescados -peladas, cardamos, pejesapos, anguillas y zafiros- formaba car-
ga desee bable e]ue regresaba al mar hecha cadáver.
Entonces los pescadores artcsanales idearon la changa, versión mi-
niatura de las redes que los grandes camaroneros emplean para calar
un sitio antes de hacer el lance. Le amarran la changa a sus potros, des-
pués de haberse conseguido un motor de cuarenta caballos. Para
1983, enjambres de pequeñas canoas habían compáslado un sitio en el
territorio que antes habían monopolizado los pesqueros comerciales.
La masacre de la fauna no tarde') en preocupar a los biólogos del enton-
ces Inderena, y se fueron lanza en ristre, no contra los pescadores em-
presariales, sino contra los ejiíe usaban changas: dizque porque los ojos
de sus mallas eran tan pequeños eme arrasaban con todo. «Con lo
misino que arrasan las recles graneles», dijeron pescadores como los de
El Chajal. Pero ellos contaban con menos recursos para defenderse, y
las multas reiteradas, así como la creciente escasez de jaibas y camaro-
nes, fueron sacando a muchos ele ellos del panorama económico.
Para otros la única alternativa consistie) en aumentar el hacinamien-
to ele Tuinaco y buscar empleo en las procesadoras de camarones. Pe-
ro en 1992, cuando El Niño apadrine') una nueva bonanza, regresaron
a la ensenada con sus potros de palo y sus redes remendadas.
En la Caleta Viento Libre encontré más gente que había rehecho su
vida con la autosuficiencia ele los ombligados de Ananse. Se les había
conocido por sus cultivos ele caña, arroz, plátano y, en especial, cocos,
en parcelas cercanas a la orilla. Pero la sal depositada por el tsunami de
1979 esterilizó la tierra. Esas personas reaccionaron buscando entre la
basura pedazos de cordel para hacer largas líneas de anzuelos, cuyos
plomos eran piedras y cuyas boyas eran trozos de plástico, también
rescatados de los botaderos. R e n d a n d o desechos, se convirtieron en
pescadores de jaiba. Con el nuevo oficio, comenzaron a erigir un pre-
sente alterno.
Como otras que se repiten a lo largo y ancho del litoral, las adapta-
ciones creadas en La Caleta nacieron a pesar de un Estado discrimina-
clor. Los terremotos también atestiguan de la inventiva que les ha
permitido a los afrodescendientes enfrentar este trauma cíclico, más
severo que los anteriores, aunejue menos frecuente. Estos son recu-
rrentes en la ensenada por la cercanía ele puntos de choque entre la
capa lilosférica de Nazca y la americana (National Ceographic, thc edi-
tor 1986: 638, 639; Nel 1984, vol. 9: 9199-9201). A su vez, estos movi-
mientos sísmicos levantan esas olas que arrasan playas como la de La

67
Ombligados de Ananse

Caleta y poblaciones costeras como La Ensenada, en la bocana de Is-


cuanelc (Buzzard 1982: 4-6; Friedemann 1989: 116-120; Rosero 1981:
1, 2; West 1957: 57-60). Entre los sacudones más avasalladores figuran
los de 1836, 1868, 1906 y diciembre de 1979. Los efectos de este últi-
mo aún son visibles en muchos lugares (Rosero 1981, 1983).

Tuinaco
A finales de 1983 se aclare') que Roberto Soto Prieto había planeado y
ejecutado el robo de 13,5 millones ele dólares pertenecientes al Estado
colombiano. Tan pronto como este empresario huyó ele la justicia co-
lombiana hacia Austria, comenzaron a cerrarse algunas de las empre-
sas en las cuales él figuraba como accionista. Dos ele ellas funcionaban
en Tuinaco: un aserradero industrial y una enlatadora ele palmitos.
Allí decenas ele hombres y mujeres recibieron el año nuevo sin em-
pico, preguntándose a quién reclamarle el pago de sus prestaciones.
Muy pronto, este grupo ele desempleados aumentó con quienes ha-
bían figurado en la nómina de la desfalcada multinacional CalColom-
bia. Ellos eran responsables de los servic ios de transporte y suministro
para una mina industrial que extraía oro, no muy lejos de allí, en Pa-
yan, puerto del río Maguí. Una parte de todo este conglomerado de
personas buscaba medios para retornar a los pueblos ribereños de
donde había emigrado en busca de oportunidades para mejorar sus
ingresos.
No obstante su severidad, este tipo de crisis no era nueva. En el li-
toral Pacífico, si mares, mareas y maremotos tornan vacía la idea ele
porvenir, más lo pueden lograr aquellas conmociones dependientes ele
la naturaleza de los productos ele la región. Por su escasez en el hemis-
ferio norte y las dificultades para extraerlos, alcanzan precios elevados
que pueden llevar al exceso de oferta y caída abrupta ele los precios.
Ea esclavización fue el primer vínculo con los mercados del Atlánti-
co norte. Hoy, el oro, las maderas, el petróleo y los recursos marinos
la ligan con la economía de metrópolis europeas y americanas. Por su
papel nodal dentro de los circuitos que enlazan ambos hemisferios,
puertos cejmo Tuinaco son imanes para la población ribereña
(Whitten y Friedemann 1974) y figuran en los mapas ele su ascenso so-
cial. De ahí que esos sitios tengan períodos de crecimiento vertiginoso.
Entre 1961 y 1976 se duplicó la población de Tuinaco y hubo barrios
en los que llegaron a apretujarse ¡850 personas por cada cuadra!
(Ochoa de Sandoval 1982: 25-27). Sin embargo, suspendidas las ae livi-

68
Ananse en esteros y mares

dacles de las industrias de Soto y las de CalColombia, es muy posible


que hacia 1985 hubiera menos de las 200.000 almas t]tie los demógra-
fos le habían presagiado al puerto con base en sus cálculos para el de-
cenio anterior.
Si bien es cierto que Guapi, Tuinaco o El Charco ocupan lugares
importantes en los planes ele vida que hace la gente del litoral, no fi-
guran como mojones, sino como peldaños temporales entre la selva y
ciudades del interior, como Popayán, Cali y Bogotá. La circulación por
esos puntos loma los sentidos epie dicten las fuerzas de la geografía y
del mercado. Para regresar del puerto a la aldea ribereña, la gente se
agarra de redes de parientes que le permiten reclamar derechos étni-
co-territorialcs, tanto por la vía materna como la paterna, y en las ex-
plotaciones mineras artesanalcs comunales o familiares, o también
dentro del sistema agrícola de tumba y descomposición (Friedemann
1984a). Basado en la siembra simultánea ele plátano, cacao, arroz y
frutales, su vitalidad y permanencia dependen de la constancia ele
quienes emigran menos, las mujeres.
Cuando la mudanza toma la dirección contraria, la conquista ele un
espacio urbano se hace también colgándose de las parentelas (Whitlcn
1974). Como en este caso pueden estar consolidándose, se admiten
reclamos de membrecía más amplios, como los de ser compadre de un
primo o de un tío. No es raro que el anfitrión acepte al huésped por
dos o más años poique la solidaridad étnica debe alcanzar para ayu-
darle al recién llegado a conseguir trabajo y techo.
Como resultado de todo este movimiento, las caras e]ue uno ve en
un barrio tumae|ueño como el de Panamá varían ele continuo. La vio-
lencia añade su cuota al cambio de fisionomías. Es muy frecuente que
las peleas estallen en bailaderos y discotecas, por una mujer, después
de dos o tres noches de merengue, bolero y salsa. En otras ocasiones,
para el forastero es más difícil comprender los móviles. Al pescador
Walberto lo mató su lío; meses antes, regresando de botar chinchorro,
el sobrino se había comido el pegao ele arroz que cincelaba en la olla del
almuerzo. El viejo lo reprendió, y como Walberto le respondió a pu-
ños, fue sancionado por la Anpac con una semana de licencia, lo cual
fue calentando los ánimos hasta llegar al homicidio.
Un escenario como el de Tuinaco puede llenar de razones a quien
opine eme donde el Estado está ausente, hay violencia. Situado al su-
roeste del departamento de Nariño, a I o 48' de latitud norte y a 78°
46' ele longitud oeste de Greenwich, esc municipio tiene 3.800 km 2 re-
partidos entre las islas de Tuinaco, La Viciosa y El Morro, además de

69
Ombligados de Ananse

una porción continental (Mendoza y Otarte 1976: 1, 2). Todas estas


superficies están cubiertas por precarias redes de acueducto, alcantari-
llado y electricidad. La prestación eficiente de estos servicios nunca ha
dejado de figurar en la agenda de los paros cívicos que se repiten des-
de 1980. Varias veces, fos manifestantes han amenazado con buscar la
anexión de su puerto al Ecuador, y la prensa bogotana se ha mofado
de ellos, sin reflexionar que allá la gente- compra leche, huevos, café
cigarrillos, enlatados, manteca y aceite ecuatorianos, pesca con redes
tejidas con fibras hechas en ese país y sale al mar en canoas impulsadas
por motores comprados allá, sin los onerosos aranceles que se cobra-
ban en Colombia antes de la apertura económica. En su cotidianidad,
los tumaqueños palpan al Ecuador, pero tienen eme imaginarse a Co-
lombia. Mientras que montándose en una canoa de motor gastan hora
y media en llegar a la primera población ecuatoriana, la comunicación
marítima con Buenaventura es tan irregular como el cabotaje y la na-
vegación fluvial (Ochoa de Sandoval 1982: 2). La única carretera es la
ele Pasto y, hasta 1995, transitarla era una aventura que no sobrepasa-
ba los 15 k i n / h en varios trechos ele sus 300 km.
Volviendo al barrio Panamá, quizás sea difícil resistir la tentación
de sostener que la carencia de- servicios públicos, añadida al muy apre-
tado tejido de calles y casas, podría crear una atmósfera ele frustración
propicia para las reacciones brutales y desproporcionadas. Sin embar-
go, la iniciativa privada ha llenado muchos de los vacíos que ha dejado
el Estado. Por una parte, el Plan de Padrinos, una institución filantró-
pica norteamericana, ofrece subsidios económicos, presta servicios
médicos y educativos y auspicia innovaciones en los métodos y técnicas
de pesca. Por olía parte, grupos ele vecinos han construido sistemas de
desagüe a los cuales otros pueden conectar la tubería de sus nuevos
inodoros, siempre y cuando acuerden ron quienes hicieron la instala-
ción original y se comprometan a cooperar en la manutención de las
pequeñas redes (Buzzard 1982: 15-20).
Los vecinos también se dan la mano en el arreglo de sus viviendas.
Dependiendo de la proximidad al mar y para responder al régimen de
mateas, hacen sus casas sobre pilotes de madera de 1 a 4 metros. Bien
mantenidas, las paredes ele tablas (tulapuesta), los pisos ele liste'm y los
lechos de zinc o de lela asfáltica resisten las intensas lluvias ele todo el
año. No se puede decir lo mismo ele las calles. De piedras y arena suel-
tas, se convierten en arroyos con cada aguacero.
Los intentos por modernizar la pesca también se apoyaron en estas
formas de solidaridad. En 1972, varios pescadores del barrio formaron

70
Ananse en esteros y mares

la Cooperativa ele Pescadores del Pacífico, Copesca, la cual llegó a te-


ner 350 socios. Si bien ellos tuvieron la visión para conseguir un crédi-
to por tres millones ele pesos para construir una sede con equipos de
refrigeración, no lograron programar el mantenimiento y reposición
ele eepiipos. Cuando los motores se fundieron y las neveras dejaron ele
enfriar, se desintegró la organización. Ineonformes, cuatro de sus
miembros viajaron a Buenaventura para tomar paite en el Primer
Congreso ele Pescadores Artesanales. Viajaron con la intención de de-
nunciar los efectos sobre la pesca ele los frecuentes derramamientos
ele petróleo. De allí nació la Asociacic'm Nacional de Pescadores Arte-
sánales de Colombia (Anpac), institución que apoyó a los delegados de
Tuinaco para que iniciaran una campaña educativa que desembocaría
en la fundación de una seccional tumaeiucña de la Anpac.
En 1978 esta organización comenzó a elaborar proyectos para la
creación ele equipos para pescar con chinchorros. Para 1980 ya exis-
tían cuatro ele estas unidades ele producción, con 92 asociados. En
1981, aunando esfuerzos con los del Plan de Padrinos, creó la Socie-
dad Colectiva ele Pescadores Artesanales. Esta empresa fue dueña ele
una sede moderna para el procesamiento, refrigeración y venta de la
captura lograda por las unidades asociadas. Otros programas ele la
Anpac de Tuinaco incluyeron la introducción de nuevos equipos y ar-
tes, la educación de pescadores de otras localidades de la ensenada de
Tuinaco y la formación de unidades adicionales ele producción, como
la de las recolectólas de las conchas de los manglares.
En 1985 desapareció esa Sociedad debido a su incapacidad para
cumplir sus acreencias con la Caja Agraria, y a la presión ele sus pro-
pios socios por liquidarla y repartir los aportes. De los girones de esos
esfuerzos, los afrodescendienles de la ensenada de Tuinaco volvieron
a tejer grupos asociativos y comenzaron a explorar la forma como la
Ley 70 podía favorecerlos. El propeSsito fundamental de este nuevo es-
tatuto consiste en legitimar la territorialidad ancestral de las comuni-
dades negras de riberas y selvas. Tal sería el caso de los chajaleños que
combinan pesca y agricultura de acuerdo con la época del año. Sin
embargo, como se verá en las páginas que siguen, otra es la situación
de residentes urbanos, como es el caso de las recolectólas de piangua,
quienes extraen los moluscos en distintos esteros alejados del puerto,
de acuerdo con la altura de las aguas y con la disponibilidad de anima-
les adultos. ¿El total de áreas que ellas visitan cada año forma un terri-
torio étnico? Si se tiene en cuenta que hay otra gente que vive del
manglar, ¿cómo precisar las áreas sobre las cuales cada grupo podría

71
Ombligados de Ananse

alegar estar ejerciendo algún tipo de dominio? ¿Qué superposiciones


territoriales tienen lugar? ¿Quiénes serían los depositarios de títulos?
¿La colectividad ele eoncheras, más los productores ele carbón? ¿O ca-
da colectividad tendría un título distinto? ¿Se podrían otorgar escritu-
ras sobre segmentos eme por su importancia para la vida de otras es-
pecies vegetales y animales deben ser protegidas por el Estado?
Frente a éstos y otros nuevos interrogantes, han aparecido nuevos
grupos de expertos tratando de plantear soluciones (Harolcl Moreno
1996). Muchos ele ellos, empero, no parlen del conflicto entre la legi-
timación de territorialidades étnicas y las formas de desarrollo soste-
nible, alcanzada por la Constitución de 1991, y las políticas de la aper-
tura económica profundizadas por las administraciones de los presi-
dentes César Gaviria y Ernesto Samper. En consecuencia, esos profe-
sionales no aprecian el sentido adaptativo ele los rasgos que la cultura
local origina como respuestas creativas a su ámbito movedizo e incier-
to, y ellos mismos pueden coadyuvar en su eliminación.
En las próximas secciones continuaré dibujando las características
ele ese habitat, para luego detenerme en las estrategias que los afro-
tumaqueños han desarrollado para utilizar los distintos territorios que
componen su entorno.

MANIOBRAS CULTURALES EN ESTEROS Y ENSENADAS

La antropología colombiana está en mora de profundizar la descrip-


ción y análisis ele la capacidad de maniobra culi mal e|iie comparten los
ombligados de Ananse. Sin ella, sería difícil comprender cómo tantos
afrocolombianos logran desarrollar vidas plurales. Para la zona plana
del norte del Cauca, he sugerido ejue la endoculturac ion incluye varie-
dad ele escenarios, juegos y formación de grupos de edad epie quizás
contribuyen a modelar personalidades maleables (Aiocha 1995). Ese
proceso formativo tiene raíces históricas en la simbiosis que el histo-
riador Cernían Colmenares identificó entre mina y hacienda ele trapi-
che (Friedemann y Atocha 1986: 241-257 y 325-332). La primera su-
ministraba el metálico para el funcionamiento de la segunda, y esta úl-
tima producía para la anterior carne, plátano y, en especial, aguardien-
te. La relaciejn entre las dos unidades iba más allá del vínculo geográfi-
co y económico. Le>s amos rotaban a sus esclavos entre las labores mi-
neras y las agrícolas, pluralizando desde arriba la existencia esclavizada.
Pero además de esta posible diversificación cultural impuesta, existe
otra de carácter espontáneo: la que ha surgido como respuesta a la va-

72
Ananse en esteros y mares

riedad de escenarios como los que ofrece la franja objeto de estas re-
flexiones.

Manglares

Muy pocas actividades económicas del litoral Pacífico podrían imagi-


narse sin el manglar. Durante las pleamares, esteros y caños amorti-
guan el oleaje, permitiéndole al navegante bogar en potro hasta sitios
distantes. La infinidad de organismos que sustenta forman el primer
eslabón de las complejas cadenas alimenticias del Pacífico. De los
troncos y ramas de sus árboles salen tanino y leña, y ele las raíces, car-
bón vegetal. En fin, de las conchas y cangrejos que se albergan en el
lodo depende la vida de muchas mujeres.

La maraña de palos

El lodo suave del manglar es negro azuloso, compuesto de sedimentos


de un diámetro menor de los 0,02 trun, rico en restos de materia en
descomposición. Esta, al estar atrapada en un barro pobre en oxígeno,
dentro del cual hay una gran actividad de bacterias anaeróbicas, pro-
duce bastante sulfuro de hidrógeno, causante del hedor propio de estos
pantanos. A lo largo de los esteros, donde continuamente se renuevan
los depósitos de sedimento, el barro es muy blando por lo cual una per-
sona pesada puede hundirse hasta las rodillas. (West 1957: 70).

De no ser por el sinnúmero de ríos que desembocan en el litoral


Pacífico y la infinidad de esteros que forman, no se depositaría ese ba-
rro rico en arcillas y materias orgánicas. A su vez, si cada seis horas no
fluctuara el nivel marino, el barro se endurecería y no permitiría el
arraigo de las semillas vivíparas del mangle y tampoco podría sostener
los moluscos y crustáceos que viven en su interior. Este teatro de vida
sería impensable sin los cambios permanentes en la salinidad de las
aguas, y si las temperaturas fueran menores de 20°C en el mes más
frío, o si su cambio excediera los 50°C (ibid.: 6 1 , 62). También, si el
oleaje fuera demasiado fuerte, barro y semillas vivíparas serían arras-
tradas lejos ele la costa.
En la ensenada de Tuinaco hay dos tipos de manglar. En el primero
es dominante el mangle rojo (Rhizophora brevistyla). En el segundo
predomina el mangle comedera o mangle negro (Avirennia nítida). En
uno y otro bosque también hay mangle blanco (Laguncularia racemosa).

73
Ombligados de Ananse

Aunque no estén relacionados, los árboles del manglar comparten una


serie ele adaptaciones al medio salino. Entre las características más so-
bresalientes figura el sistema ele raíces aéreas (Von Prahl, Cantera y
Comieras 1990). El mangle rojo, por ejemplo, ha desarrollado (1)
graneles raíces arqueadas que se apuntalan en el barro levantando el
tronco sobre el suelo y (2) largas raíces colgantes que, partiendo de las
ramas, buscan el fango del suelo. Con la bajamar, esta maraña ele raí-
ces, cuya altura alcanza los 5 metros, forma un laberinto casi impene-
trable. El mangle comedera se caracteriza por un sistema de raíces su-
perficiales que disparan sobre el suelo vastagos puntiagudos hasta de
12 c tu, que hieren a los caminantes.
Otra particularidad fundamental ele los manglares consiste en la vi-
viparídad de sus semillas, las cuales germinan dentro de la fruta antes
de separarse ele la planta matriz. Una vez ancladas en el barro, las se-
millas producen raíces y clan origen a un árbol nuevo. De este modo,
los manglares deberían reproducirse y colonizar rápidamente los bajos
de barro; sin embargo, debido a la actividad destructora de olas y co-
rrientes, este caso no se da a m e n u d o (West 1957: 63).
Fas hembras de los anofeles ponen sus huevos en los pocilos de
agua lluvia y cristalina ejue se forman entre los pétalos y hojas ele las
malas que crecen al laclo del mangle: bromélidas y orquídeas, heléchos
de 1,5 a 3 metros y quiches de mil verdes (ibid.: 66). Una multitud de
hormigas y termitas (marañes) defienden su territorio, clavando sus
mandíbulas afiladas en la ropa y la piel ele la gente intrusa. Esta agresi-
vidad contrasta con el anclar tranquilo de cangrejos rojos, negros y
amarillos y de aquellos caracoles grises y azulosos que rompen la mo-
notonía ele verdes y marrones.
Esas mismas condiciones son las que, entre otras, hacen posible la
participación de la mujer en la recolección de pianguas y cangrejos. El
complejo deltaico permite navegar por dentro, sin tener que salirse al
mar abierto para cubrir distancias largas. Los remeros cubren trechos
amplios con la marea alta, usando embarcaciones pequeñas. Como el
lodo se deja escarbar con la mano, las cónchelas no tienen que viajar
t o n aparejos y herramientas.

La aldea mundial

Se dice que la televisión y los satélites convirtieron a la Tierra en una


aldea. Sin embargo, el puehlito existía mucho antes, conforme uno se
percata, al hacer estudios sobre los esclavizados y sus cíese endientes.

71
Ananse en esteros y mares

Con la trata nació un comercio transcontinental, cuya representación


predilecta ha sido un triángulo (Friedemann y Arocha 1986: 117). En
sus vértices están Europa, África y América. Sus lados son rutas de do-
ble vía. Por la que conecta a África y América circulan, en una direc-
ción, cautivos; en la otra, yuca y otros productos agrícolas. El puente
desde América a Europa llevaba oro y plata, azúcar y demás drogas del
proletariado (Mintz 1985); regresaba con instrumentos de represión:
peSlvora, armas y caballos, telas y manufacturas de hierro. Algo compa-
rable pasaba con la conexión de ese continente con África.
No es que la modernización de los medios haya unlversalizado a la
gente, pero ha incrementado interconexiones, como aquella epte se
originó con la Segunda Guerra Mundial. Para hacer las botas y las car-
tucheras de los soldados se necesitó más lanino. Para suministrarlo, la
gente negra del Pacífico se salió de sus pueblos ribereños y comenzó a
tumbar el mangle ele la costa. A estos nuevos pobladores había eme
alimentarlos, así que hubo más pescadores, más embarcaciones y re-
des; por lo tanto, más bocas que alimentar, más fogones que prender,
más leña que buscar, más carbón cjue preparar y más mujeres traba-
j a n d o en los esteros (Olarte 1974, 1978).
Pero la bonanza no fue eterna. Los químicos que se inventaron ta-
ninos sintéticos quizás murieron sin imaginarse las mudanzas cinc oca-
sionaron a lo largo de los ríos de nuestros bosques aluviales, o los rea-
comodos de la minería y la agricultura tradicionales.

El conche y doña Segunda

Doña Segunda ya sale poco. El estero le quitó parte de sus fuerzas.


Durante años hizo carbón, «Tumbábamos el árbol, y lo cortábamos en
pedacitos pequeños desde la raíz hasta las ramas». Formaban el hogar
para una hoguera c irradiando ele él, casi tejiéndolos, se iban colocan-
do los trozos más gruesos. «Encima, va poniendo los más medianos,
los más grandecitos, luego el más medianil ico, hasta el último que se
dice es el del arrope, y es el más menuditico. [Sobre eso,] la paja, sí, ele
monte; se corta de cualquier monte, y luego lo ahoga digamos con tie-
rra. Mientras tanto, va quemando todo». ;\unque, según ella explica,
también es posible iniciar la quema hasta el puro final, «echándole
candela al plan. Si no se arropan los troncos gruesos con los menuditi-
cos, los gruesos no queman, cuando la candela pasa ele los nicnuditi-
cos a los más grandes. Quemada la patiadura, hasta el último palo, se
saca la liza; luego se cova y se le echa agua ele mar».

75
Ombligados de Ananse

Cuando comenzaba a subir la marea, en compañía ele las dos o tres


mujeres con quienes había marchado hacia el esleto, doña Segunda
colocaba el carbón entre el potro. Por el peso, bogaban despacio. Ya
en tierra, los niños ayudaban. A ella le compraban en su casa, pero al-
gunas salían por las calles a vender el carbón, como se hace con el
pescado. Le fue bien. Con parte de lo que gane'), se hizo socia de otra
señora que tenía canoas y chinchorros. Hasta le dio universidad a va-
rios de sus nietos. El éxito camine') ele la mano ele la autonomía. En
cambio, a los desconchadoies de mangle no les fue tan bien. Ni siquie-
ra llegaron a ser dueños de las macanas para quitar las tapas. Después
ele la bonanza, se hallaron tan pobres como al principio.

Tanino

A clon Casimiro Camacho, todos le dicen Cainae hito. Rafa me lo pre-


sente') con mucho orgullo, «Vea, mi papá». Como trabajaba cuidando
el muelle y la caseta de las supercanoas, pude deleitarme muchas ho-
ras con su lenguaje pausado, lleno de palabras que me parecían mági-
cas, como (iuaripio, el nombre de la canoa que más le gustaba y que
servía para traer la cascara de mangle desde el estero hasta el muelle
de la procesadora que abrieron unos españoles de apellido Martínez.
Quedaba justo ahí, desde donde él me hablaba:

Me pagaban dos pesos por cada pesada (quintal de 75 kg de corte-


za), íbamos todos de madrugada, perdíamos el sueño de la madrugada
con agua o sin agua, déle de noche. Llegábamos al lugar a trabajar. Ya
Rafa, mijo, se quedaba soplando la candela, viendo por la \ ida, ¿no? Yo
me saltaba con el hacha a derribar palo. Así que una vez que lo derri-
baba, el me llamaba: «Papá ya está esto», pero yo como en el trabajo
siempre he sido que me agrada lomarme la vela, yo ni hacía por salir a
desayunar, sino que eso era darle y darle hasta que [...] pelábamos el pa-
lo, recogíamos la corteza [y] la embarcábamos. Ya que teníamos la ca-
noa repleta, ele 20 pesadas, salíamos del estero pues por aprovechar la
marea alia [...] recién iba yo a hacer por la vida. Unas veces mi hijo se
ponía ahí en el plan ele sacar ripio, pues para no tener [...] que perder
tiempo ripiándola [en el puerto...] Sáquele la Conchita y dejar la pura
cascara. Llegábamos a la casa y yo me venía a botar [...] si era ele cargar-
la adentro, la cargábamos. Había muelles para botar la corteza [señala
los alrededores de la sede de Anpac]. De ahí la cargábamos a hombro
porque [habla] veces que los más vivos lomaban las cairelas, los que
adelante llegaban pues. Y uno con ganas ele pesar y la cairela también
invadida. Mientras que si iban desocupando uno iba llevando al hora-

76
Ananse en esteros y mares

bro. Allá adentro era la pesada; allá donde es la casa y la oficina [del
Plan de Padrinos].

Les p a g a b a n c a d a día; él s a c a b a p a r a las golosinas d e l n i ñ o , p a r a sus


cigarrillos y p a r a la m u j e r . Al o t r o d í a lo m i s m o :

Ese trabajo es más encoñador porque cuando el palo de mangle es


bien pelador, a usté le da gusto; usté tiene que irle metiendo la macana
despacio a troque de no irse de boca, poj poj van cayendo las tapas al
suelo. Otras veces es pegada la cascara; hay que tumbar el palo y enton-
ces para aflojar la cascara se le mete fogata por debajo: ahora sí ahí va
hinchando la cascara o se le da mazo y ahora sí afloja, para no perder
el trabajo de balde. [.,.] Uno se para en las raíces; no es que vamos a
decir que el mangle se tumba de tronco, sino que uno le va dando a las
raíces, ¿no? Muchas personas han perdido hasta la propia vida porque
se han visto atropelladas d e otro palo.

T a m b i é n e r a p o s i b l e l l e n a r la c a n o a y e s p e r a r a q u e los M a r t í n e z
m a n d a r a n u n b a r c o p a r a r e c o g e r la c o r t e z a .

Sí, el manglar se volvió buen negocio, porque mire: cuando noso-


tros n o teníamos la propiedad, de ir por ejemplo los días lunes que
amanecía enguayabada la gente [...] y yo podía ir el día lunes a cargar
cascara y entonces así nos reuníamos dos o tres compañeros buenos y
decíamos, caramba a cortar leña de caldera o a la caldera del molino,
pedacitos así. Llegábamos y cortábamos 2 o 3 canoas; las vaciábamos;
en trocitos las cargábamos y las pesábamos. Con esa platica ya teníamos
centavos para comprar nuestros cigarrillos y así nuestros menesteres de
irnos por la noche a cortar cascara.

Explica q u e el m a n g l e sí atrajo m u c h a g e n t e a T u i n a c o y q u e las ex-


c u r s i o n e s p a r a b u s c a r c a s c a r a c a d a vez t e n í a n q u e h a c e r s e m á s lejos.
Por eso

Ya no se ven mangles grandes sino mangle mocito porque los man-


gles corpulentos ya fueron derrocados, ¿oyó? Hubo mucha gente. Ni más
ni menos como cuando se abre una empresa como el ferrocarril o una
carretera; grandes cuadrillas; ahora ha disminuido; están criando los
mozos que habían; ahora no están comprando. Vea, nosotros fuimos
cortando cascara a un punto denominado Purúm. Nos fuimos en canoa
pequeña y allá hacíamos unas talanqueras hartas, para vivir teníamos
un rancho; ahí dormíamos y trabajábamos los dos o tres días y al decir
los cuatro, nos veníamos con la canoa cargadita a llenar barco aquí
donde los Martínez; ¡barco! de motor y vela, para irse por fuera y entrar
allá; barco así como estos barcos pesqueros (señala las supercanoas); así
iban allá; eran barcos que tenían exclusivamente para esa tarea. Entre

77
Ombligados de Ananse

dos y lies hombres teníamos para llenar el barco de boya a plomo, y qué
cascara. (El mangle que queda se seca), no ve que se le quita la juerza...

Todos los instrumentos utilizados por quienes trabajaban en el


manglar pertenecían a diferentes clases de intermediarios. De ellos,
los corteros tenían que alquilar desde las canoas hasta las hachas para
pelar o tumbar los palos. Cuando los Martínez ya no compraron más
concha, Camachito decidió regresarse con Rafa para la finca de la fa-
milia, que no quedaba lejos de Tuinaco, en Inguapí del Carmen. Años
más tarde volverían a abandonarla, en pos de la mejor fortuna que les
prometía la pesca.

2
CONCIIERAS, PIANGUAS Y JEJENES EN UN MANGLAR

Hace cuatro años vi, por primera vez, la fotografía de esas dos niñas.
Llevaban sombreros alones y empujaban los remos de una canoa pe-
queñísima. Rogaban por un estero cerca de Buenaventura, en busca
de pianguas y sangaras, dos especies de conchas que viven enterradas
en el lodo de los manglares. Lina parte de los animales recolectados se
iría para el mercado; otra se cocinaría en agua de coco, haciendo de la
comida de esa noche un verdadero manjar. Como me interesaba la
pesca en el litoral Pacífico, en ese m o m e n t o pensé que era imperativo
observar la recoleccic'm de pianguas.
En casi lodo el mundo, las hijas, esposas y compañeras ele los pes-
cadores trabajan en la preparación y venta de pescados y mariscos,
mas no en su producción. Se dice ejue ello se debe, por una parte, a lo
difícil que es manejar embarcaciones y aparejos pesados, y por otra, a
que durante las jornadas de pesca requieren ausentarse de la casa por
días y hasta por semanas.
Fenómeno excepcional era, pues, el que, según la fotografía, pare-
cía darse en esa franja aluvial que se extiende al sur desde el río San
Juan, hasta Esmeraldas, en la zona del litoral Pacífico que comparten

(uan Femando Esguerra editó estas notas con el fin de publicarlas en el libro De
sol a sol: génesis, transformación y presencia délos negros en Colombia (Friedemann y
Arocha 1986: 317-351). Una variación sobre el mismo tema apareció en uno de los
engaños del Departamento de Antropología ele la Universidad Nacional ele Co-
lombia, Cumiemos de Antropología, ¡Si" 7. Su titule), "Cónchelas, manglares y organi-
zación familiar en Tuinaco», simposio Pesca ai lesanal en las Américas, coordinado
por Jaime Arocha y Mary De Grys. Bogotá: Cuadragesimoquinto Congreso Inter-
nacional de Americanistas, julio 2 y 3 de 1985.

78
Ananse en esteros y mares

Colombia y Ecuador. Allá, numerosas mujeres son protagonistas ele lo


que cabe llamar «explotación directa de un recurso marino». Y para
recolectar las conchas, ellas tienen que alejarse de hijos, familia y ta-
reas domésticas. Empero, el ámbito les sirve de ce'miplicc para que las
ausencias sean cortas, y con sus mareas y manglares, les facilita nave-
gar lejos por las aguas que aquietan los esteros. También les permite
usar potros y potrillos —embarcaciones de pequeña envergadura— y
unos implementos muy simples.
A mediados de 1983, la seccional de Tuinaco de la Asociación Na-
cional ele Pescadores Artesanales de Colombia puso en marcha un
programa innovador para la recolección de las conchas. Adquirió una
canoa realzada de gran capacidad ele carga y un motor fuera de borda
ele 40 caballos de potencia. Se transportarían hasta 30 mujeres y su
producción de piangua. Entregarían sus cejnchas en las bodegas de la
Sociedad Colectiva ele Pescadores Artesanales de Tuinaco, localizadas
frente a un estero enorme. Bautizado con el nombre de Comuna del
Manglar, el programa también incluía los servicios del motorista ítalo
Valencia.
Maryluz era una ele las hijas de Cleofe Batioja, pescador muy expe-
rimentado del barrio Panamá de Tuinaco; imagino que ahora tendrá
unos 25 años y que seguirá siendo tan alegre y ágil como esc 9 de julio
cuando vino a avisarme que las concheras de la Comuna del Manglar
se embarcarían a las 7 de la mañana, j u n t o al sanitario público del ba-
rrio. Saldríamos con la marea baja, para encontrar el manglar descu-
bierto. El piso del embarcadero era de tierra viscosa y verde. Mientras
esperaba a ítalo y a las socias de la Comuna, asomaron en la proa va-
rios potrillos con 3, 5 o 7 mujeres a bordo; cada conchera llevaba una
pecpieña olla de aluminio, humeante, y un balde o un canasto. Maryluz
fue la primera en pegar el brinco y caer dentro ele la canoa. Vestía un
enorme suéter oscuro de lana virgen. En ese trópico húmedo, su traje
era testigo elocuente del tipo de ayuda que recibieron los damnifica-
dos por el terremoto que casi acaba con Tuinaco, en diciembre de
1979. La seguía su tía Betty Quiñones, y después ele ellas, Lina y Ruth,
dos adolescentes atléticas, peinadas con trencitas diminutas, que no
paraban de hablar y reírse. Enseguida apareció doña Olfa con sus co-
madres doña Gloria y doña Diana. Eran tres mujeres ele cuyas edades
sólo se podía decir que oscilaban entre los 40 y 60 años. Por último,
María. Venía con un vestido rosado cuya finura se asomaba por entre
las manchas de sudor dejadas por muchos bailes de salsa. Al contrario
de las otras, pidió ayuda para franquear las altas realzas de tabla. Mien-

79
Ombligados de Ananse

tras que ítalo y yo tratábamos ele alzarla, nos gritó con rabia: «Flojos.
Ejque lojhombre no pujan pa saca lo hijo». En efecto, dos días antes
ella había dado a luz, pero si no regresaba al manglar, el sustento de
su nene peligraría.
Partimos a la hora prevista. Nuestro destino era un bosque ele
mangle rojo y blanco, denominado El Piñal. Allí estaríamos desembar-
cando una hora más tarde. El azul celeste y el rojo de la embarcación
parecían recién untados. Sus cuatro Dotadores de balso habían sido co-
locados muy arriba, hundiéndose sólo cuando llevaba carga completa.
Aquel día, con tan se'ilo diez tripulantes, se mostraba muy inestable, ce-
losa, como decían las cónchelas. A las más viejas les producían mucho
miedo los movimientos bruscos. Cuando íbamos a plena velocidad, el
roce tenue ele los flotadores con las olas comenzó a levantar un rocío
penetrante y frío. Por ello, todas las cónchelas se aglomeraron en el
centro de la canoa y se cubrieron con amplias telas plásticas negras.
Debajo de esas carpas improvisadas, fueron desvistiéndose y ponién-
dose chores y camisetas o batas viejas, raídas y apropiadas para la faena
que les esperaba.
Después de darle la espalda a la ensenada, líalo se mclió por una
bocana amplia. La quietud ele sus aguas reflejaba canoa, vegetación y
cielo, creando una simetría casi irreal. Volteando siempre a la derecha,
nejs deslizábamos por esteros cada vez más angejslos, hasta llegar a un
lugar d o n d e los Dotadores tropezaron contra las raíces del mangle. La
orilla se veía (irme, pero al sallar a tierra los pies de las mujeres se iban
clavando y el barro les subía hasta las rodillas. Encaramado en la proa,
yo permanecía boquiabierto por la habilidad de ellas para moverse en
ese piso tan blando. Sólo cuando comenzaron a encender sus brase-
ros, ya trepadas en las raíces aéreas, me enteré de que esas ollitas no
eran para preparar alimentos, sino para quemar estopa de coco y cor-
teza d e mangle rojo. El h u m o de ambas ahuyentaría las nubes de jeje-
nes del manglar. ítalo me explicó epie pianguas no eran los caracoles
que yo veía aferrados a los troncos del mangle, sino las conchas que
vivían enterradas en el cieno a 5, 10 y hasta 20 centímetros; que los
cangrejos rojos y negros mane hados de amarillo se llamaban lasc|ueros
y no eran muy sabrosos, pero que los barreños, azules v amarillos, de
gran tamaño, sí eran deliciosos. Comenzaba la época ele atraparlos, ta-
rea difícil debido a los laberintos profundos que cavan con rapidez pa-
ra despistar a los recolectores.
Fe pregunté si a las mujeres les molestaría que las fotografiara sa-
cando la piangua. «No, al revé; ejlarán felice; vamo», dijo ítalo. Al no

SU
Ananse en esteros y mares

contar con el humo ele los braseros que nos protegiera de los insectos,
nos untamos repelente en los brazos y la cara, y saltamos. Como lo ha-
bía previsto ítalo, me hundí hasta más arriba ele la rodilla. Me esforcé
para que el barro no se tragara mis zapatos de caucho. No había alcan-
zado a avanzar cinco pasos, cuando me encontré con lo c|uc para mí
era una barrera vegetal impenetrable. Al ver que acomodaba mi cáma-
ra dentro del morral, preparándome para reptar sobre el fango, ítalo
me alertó ejue nuestro recorrido sería aéreo, pisando el lugar d o n d e
las raíces de mangle se unen para sostener el tronco, por encima del
agua en cada pleamar. Nos agarraríamos de las ramas. Lo miré con
gran escepticismo, y no sé cernió, pero rápidamente me encontré si-
guiéndolo. Increíble. A los pocos minutos, estábamos a dos metros y
medio del suelo, sobre una maraña de palos y hojas que se bambolea-
ban al ritmo de nuestras pisadas. Cuando llegamos junto a las mujeres,
me sorprendie') la velocidad con la cual había transcurrido nuestra
marcha. Desde mi parapeto de troncos, las observé moviéndose por
debajo ele las raíces, en cuclillas o gateando, hundiéndose en el barro,
palpándolo a cada tramo y sacando conchas revueltas con el lodo. El
olor era fresco y perfumado. Al contrario de lo que rezaban los libros,
no exudaba vapores de podredumbre.
Nunca había visto mi cámara tan embarrada y maltratada. Tampoco
había sentido que tomar la foto de tina labor casi heroica fuera una
acción tan emocionante y conmovedora. Experimentaba una sensa-
ción de felicidad y total realización profesional.
El grupo de concheras se había dividido en dos: las cuatro je'nenes
atravesaron un estero y siguieron adelante. Las viejas se quedaron cer-
ca de nosotros. Ruth, Lina y Maryluz regresaron en una hora, atrave-
sando el pantano a nado, porque ya comenzaba a subir la marea. Ruth
se unió a María, en tanto que doña Olla y doña Gloria se separaron.
Terminada su labor, Lina se metió al agua para quitarse el barro. Con
placidez, se senté') en una orilla. Eche') las conchas al suelo y comenzó a
contarlas. De las gotitas de agua aferradas de sus trenzas salían haces
finísimos de luz, y su piel reflejaba un brillo casi azul. Me impresionó
el verde oscuro y vivaz de las hojas de mangle que recibían los rayos
solares en línea directa. Contrastaba con otro verde, claro, cristalino y
transparente que me mostró el visor de mi cámara, cuando las mismas
hojas le quedaron a contraluz, mientras yo buscaba un buen ángulo
para fotografiar a la conchera. Los matices pardos y grises de los tron-
cos y el rojo ele las patas de los cangrejos saturaban todas las posibili-
dades ele película y retina.

SI
Ombligados de Ananse

Habían pasado dos horas. No resistí más y empecé a regresar bus-


cando la canoa. El barro que se le había pegado a mis zapatos ya esta-
ba casi seco v, por lo mismo, muy resbaloso. Así, ya no era fácil seguir
a ítalo caminando sobre los arcos de las raíces. Ahora, el andar más
lento, deslizante e inseguro les daba tiempo a las hormigas para clavar
sus mandíbulas en mi piel, después de haber trozado el dril de mi ca-
misa mojada. Sacudírselas con tanto sudor a veces parecía imposible.
Las termitas, llamadas marañes en la región, exploraron mis brazos,
piernas y cuello abriéndose camino por entre la lela con sus fauces afi-
ladas. Por fin caímos sobre el piso de la canoa. Lavamos nuestras ropas
y zapatos y, extenuados, nos quedamos dormidos, sin energía para pe-
lear contra los jejenes.
La algarabía de las concheras jóvenes nos desperté'). Lavaron sus
ropas y se metieron al agua a hacer recocha. Ya bañadas, fueron lo-
mando sus puestos. Mientras lauto, ítalo prendió el motor y, yéndose
en reverso, exploró cada curva del canal delgado, buscando a las cón-
chelas ele más edad. Ellas habían optado por no regresar al embarca-
dero, y a gritos nos señalaban la localización de cada una. Pudimos
enderezar la canoa a los 50 metros de haberle ayudado a la última re-
colectora a acomodarse, con su brasero extinguido, sus háleles ele con-
chas y un barreño de tenazas enormes. De ahí en adelante, el ancho de
las superficies formadas por las aguas plomizas iba en aumento, hasta
abrirse al infinito y volverse azul profundo en la ensenada. Había po-
cas nubes y un sol blanco y brillante.
Antes ele llegar al muelle de la Anpac, comenzaron a contar sus chi-
ripianguas y zangaras. Cada una de las cónchelas mayores tenía entre
290 y 310 conchas. La Anpac les reconocía un peso por cada concha,
pero descontaba cuarenta centavos por la gasolina, los repuestos, el
motorista y la consolidación ele un fondo social para salud y vivienda.
De no haber tenido su grupo de trabajo, habrían tenido que depender
de uno de los tenderos del barrio. Ellos pagan la mitad, y no en dine-
ro, sino en artículos ele sus tiendas, ('.orno a las mujeres les cobran por
el alquiler ele los potrillos, es frecuente que si la captura es mala, ellas
queden endeudadas con el intermediario y que, para cancelarle, ten-
gan que seguir rancheándole,
Mariluz había recogido 225 pianguas, y para satisfacer mi curiosi-
dad, me dio a probar una. Ni el destornillador que venía con la he-
rramienta del motor parecía suficiente para sacar de la concha lo que
aparentaba ser una gelatina ele lodo. Con escrúpulos, me la metí a la
boca. Su sabor resulte') exquisito. Se rieron al ver mi cara da salisfac-

82
Ananse en esteros y mares

ción, y en medio de una gran camaradería aceptaron que cuando de-


sembarcáramos, ítalo me retratara con ellas. Dentro ele una semana
nos volveríamos a reunir para otro viaje; entonces, y si ellas estaban de
acuerdo, las filmaría para tener un registro ágil de una actividad que,
con la tala del mangle y la producción del carbón ele mangle, entre to-
das las descritas en este libro, no se realiza bajo el sol. En este caso, el
trabajo de las mujeres se hace inclemente por la lucha constante para
no hundirse en el barro, en la humedad del aire y en las masas de in-
sectos. A ellas, les forja una altivez tan excepcional como su papel acti-
vo en la explotación ele recursos marinos.

ENSENADA: DIQUES Y ARENA

El cordón bajío de la ensenada le pinta colores al mar y causa turbu-


lencias particulares. Mediante esos y otros datos, los pescadores infie-
ren el relieve marino y dibujan los mapas mentales que guían sus reco-
rridos en busca de peces, moluscos y crustáceos. Así, para calar los
chinchorros camaroneros, están pendientes de epie las quiebras ex-
pongan bajos arenosos. Por el contrario, quienes usan sus canoas mo-
torizadas para arrastrar changas tienen que sacarle el quite a las aguas
pantufas para no dañar artes y motores. El diejuc que se encuentra ad-
yacente al manglar es bastante amplio y está

Moldeado por olas y corrientes marinas a partir de las arenas finas


que depositan los ríos. Hacia el sur, desde Buenaventura hasta el delta
del Palia, y a partir de la orilla, se extiende una barrera de aguas pan-
das con un ancho de cinco a seis kilómetros [...] Durante los bajamares,
las porciones más altas de esc dique sobresalen un metro. Las olas
grandes se rompen contra la orilla de los bajos que miran al mar, for-
mando una playa continua que puede tener cuatro o más kilómetros.
Una de las impresiones más vivas que deja la costa de manglares es el
ruido distante que hace aquella pared blanca ele olas que estallan a lo
lejos (West 1957: 53-55).
Como de continuo —por la acción de marcas y corrientes— las por-
ciones más altas de los bajos están cambiando de posición, la navega-
ción j u n t o a la orilla es muy peligrosa, así se Irate de canoas y boles ele
poco calado. Durante las pleamares es casi imposible salir en canoa
debido a las marejadas que llegan a la costa. La faja de diques también
hace riesgosa la entrada por los estuarios de los ríos. Los bajos y los
bancos que sobresalen durante las bajamares se forman en las bocas
de todos los ríos de la costa aluvial (ibid.)

83
Ombligados de Ananse

El pez sin agallas

Pocas actividades humanas dependen tanto de la cultura como la pes-


ca. La gente carece ele agallas, de alelas o de cualquier otra adaptación
corporal que la haga apla para la supervivencia acuática. Vivir de ma-
res, ríos y lagos fue posible tan sólo cuando la gente idee') máquinas
para flotar o hundirse sin perecer asfixiada y, en especial, cuando idee')
formas ele eneloe ulluracic'm capaces de formar personas hábiles en el
manejo de tales aparatos. Por lo tanto, las unas y las otras responden a
procesos complejos de observación del tipo de aguas y ele la clase de
fondos propios del entorno ele la comunidad en cuestión. De ahí que
los pueblos pescadores tiendan a tener una larga tradición ele convi-
vencia con los recursos acuáticos (Acheson 1981).
Sin embargo, los pescadores negros ele Tuinaco se desvían de esta
línea. Hace setenta años no usaban chinchorros pejeros. Y aún hoy,
son más bien desconocidas las técnicas para pescar a media mar, con
las largas líneas ele anzuelos conocidas como palangres. Como en el
caso de las rancheras, parecería que el medio físico hubiera contribui-
do con la gente para ahorrarle la invención de artefactos complejos.
Como ellas, los pescadores también pueden navegar por dentro. Y aun
cuando se alejen de las orillas, si prevén los efectos de pujas y aguajes,
encuentran aguas poco profundas y vientos más bien moderados. Y lo
más impórtame, fauna numerosa sustentada por la riqueza del man-
glar. Este ambiente privilegiado permite, incluso, que la pesca indus-
trial de camarones, entre otras especies, también tenga lugar dentro
de la propia ensenada de Turnara y, por lo tanto, que sus empresarios
no tengan que incurrir en los gastos cpie en otros ámbitos implica la
fabricación ele embarcaciones con graneles cavas ele refrigeración.
A continuación, examino técnicas que se basan en recles de poca al-
tura, con pee|iicños ojos de malla. En este caso, la creatividad debe
verse no tanto en función exclusiva de las lee nicas para extraer re-cur-
sos, sino en la combinación plural de actividades económicas. El rasgo
adaptativo parecería ser el diseño de modelos ele endoculluracie'm
múltiple que no atan ele por vida a una persona con una actividad
económica, sino que le permiten subsistir moviéndose de la una a las
otras.

Planes, artes y aparejos

De no haber sido por el tsunami de- 1979, la gente de la Caleta Viento


Libre liaría como la de El Chajal: pescar durante las quiebras e irse pa-

Sl
Ananse en esteros y mares

ra la finca durante los aguajes, cuando disminuyen las capturas. Ahora


su subsistencia depende tan se')lo de la pesca ele jaibas. Las sacan me-
diante líneas de anzuelos. Si tuvieran los medios, quizás usarían aque-
llas pequeñas recles de arrastre que se conocen con el nombre ele
changas. Pero ante la escasez, ellos siguen con sus espineles, mientras
que otros tienen que seguirse valiendo de un chinchorrilo pequeño
que calan amarrándose los cabos a la cintura. Así pescan langostinos,
camarones, calamares y cangrejos.
El Chajal está localizado sobre la desembocadura del río Chagüí
donde sólo es posible llegar en embarcaciones de poco calado. Para
construir el puerto de pasajeros y carga, los chajaleños bajaron enor-
mes piedras de río, a espaldas de las cuales nace la calle principal, y
que también es de piedras aluviales y está franqueada por casas de dos
y tres pisos, cuya altura, para una zona rural, me pareció al principio
tan fuera de lugar como el poco espacio que los constructores habían
dejado entre vivienda y vivienda. Sin embargo, pronto comprendí que
allá escaseaba la tierra. Detrás del pueblo se levanta la montaña de sel-
va tupida, y como la marca cubre las porciones bajas, scílo queda una
franja delgada para hacer casas y calles. Fuera de la principal, todas és-
tas son ele barro y las recorren enormes troncos a los cuales se les han
clavado barandas de madera. Sin estas especies ele muelles, la gente
tendría muchas dificultades para ir de un lado a otro durante las
pleamares.

Por su parte, la Caleta Viento Libre está localizada al noroccidente


de El Chajal. Treinta casas (que aún revelan el afán por tener un te-
cho, después del tsunami) se alinean a lo largo de la orilla del mar.
Aunque la salinidad del suelo todavía es elevada, comienzan a renacer
las palmas que fueron tan importantes dentro de la agricultura de la
aldea. Hoy sus pobladores están otra vez combinando pesca y cultivo.

Chinchorros camaroneros

En la ensenada hay 77 de estas redes pequeñas. De ellas, 20 son de El


Chajal (Rodríguez 1983). Mielen hasta 100 metros de largo por cuatro
de alto en el bolso donde quedan atrapados los peces, con alas o man-
gas de dos metros cada una. No se necesitan más de cinco hombres
para manejarlas (Rodríguez 1982: 8) y sus ojos no alcanzan a tener la
pulgada y cuarto que el Inderena exigía para realizar una pesca que
defienda larvas y reclutas.

85
Ombligados de Ananse

( m a n d o baja la marea, si no es que sobresalen, los bajos quedan a


sólo 50 centímetros de la superficie marina. De ahí epie los pescadores
lancen sus chinchorros camaroneros desde estos puntos y los cobren
(o recuperen) dentro del agua. Harán los lances que la pleamar les
permita. Entre abril y junio no son raras capturas hasta ele 42 kilos de
camarón, Si el grupo es ele cinco pescadores, dividen la captura cu sie-
te parles, una para cada uno de ellos, la sexta para el d u e ñ o de la red y
la séptima para el propietario de la canoa. Con las changas se logra
una producción más elevada, pero los gastos de gasolina y manteni-
miento de los motores reducen las cantidades para repartir. De ahí
que yo me preguntara por qué los chajaleños insistían en sustituir los
chinchorros por las changas. La respuesta está en las incapacidades
prolongadas y frecuentes que sufren quienes calan los chinchorros,
después de ser picados por las rayas y pejesapos que abundan en los
bajos.

Espineles

También llamados palangres, consisten en una serie de anzuelos que


se guindan de una línea madre de nylon. Para mantenerla hundida, pe-
ro paralela al fondo marino, a intervalos regulares y a sus dos extre-
mos se atan izadoras o cordeles que se yerguen perpendiculares al piso
por medio ele boyas hechas con pedazos viejos ele irapor, que se ama-
rran al extremo superior, y a los sachos ele piedra, del inferior. Para la
extraccicni ele jaibas —también llamadas azulejos— se usan bilejs delga-
dos y anzuelos pequeños, calibres 30-36 y 9-10, respectivamente
(Cuero 1983).
Dos personas realizan las faenas mediante pequeños potros movi-
dos a canalete o a vela. Por lo general, padre e hijo salen con la baja-
mar y van soltando las líneas que pueden tener hasta 50 anzuelos loca-
lizados cada braza y media (3 m). Como carnada utilizan trozos ele an-
guila (anguilla), cuya carne dura distrae al cangrejo mientras los pes-
cadores recorren e inspeccionan la línea. Para cobrar, jalan el cordel
vertícal d o n d e la jaiba está ocupada tratando de trozar la anguila. La
suben al potro mediante una especie de raqueta de tenis, conocida
como chayo. Con los equipos actuales, cada embarcación rinde 3 kilos
diarios de jaiba (ibid.)
Reúnen la producción en graneles canastos y, sujetando las tenazas,
van pasando los cangrejos a ollas sobre brasas. Los azulejos se van co-
cinando en sus propias aguas y se sacan cuando se ponen rojos y ana-
So
Ananse en esteros y mares

ranjados. Cuando ya están fríos, las mujeres y los niños los llevan al pi-
so de la cocina, donde apalean quelas y caparazones, y van poniendo la
carne blanca en ollas ele aluminio, que los hombres llevan a vender a
las chontas en El Chajal.

Changas

En El Chajal todos reconocen a Héctor Mariano Cabezas como el teje-


dor de redes que inventó e hizo popular la changa. Observó cómo, an-
tes de lanzar redes ele arrastre, los camaroneros industriales hacían un
lance de prueba. Así predecían la captura y el posible éxito de la faena
por venir. Tomando como base la red ele prueba, Cabezas realizó va-
rios ensayos hasta desarrollar una malla con ojos ele una pulgada, tan
liviana y eficiente que podía ser arrastrada mediante embarcaciones
pccjueñas tripuladas sólo por un proero y un piloto.
Más baja y corta que los chinchorros camaroneros, la changa debe
arar el fondo marino cuando la jalan canoas ele G m a 8 m de eslora.
Lo ideal es usar motores ele 40 caballos, pero a muchos no les alcanza
la plata sino para uno de 15. Como ninguno de los dos, pero en espe-
cial el último, ha sido diseñado para desempeñar semejante esfuerzo,
su vida es breve, y costosa su manutencie'm. Añadidos a los costos de
combustible, estos gastos dan cuenta de la relativa ineficienc ia ele esta
estrategia.
De los extremos ele la red salen cuatro cabos de 15 a 20 metros de
longitud. Para que se mantenga contra el piso del mar le ponen unas
especies ele alerones que los chajaleños denominan puertas y que ha-
cen con rectángulos de madera ele 90 por 70 centímetros, con argollas
de hierro. De ellas, sujetan las amarras inferiores, hacia la mitad de la
distancia entre el bolso de la red y las plumas. Con este último nombre
designan una vara de la misma longitud ele la canoa, epie se ata a un
travesano localizado a las dos terceras partes ele la popa. Ambos made-
ros se unen por medio ele una manila que forma anillos que se pisan a
sí mismos. De cada extremo de la pluma salen seis cabos; dos de ellos
se dirigen a un agujero perforado en la proa. Allí se atan formando un
triángulo que compensa el esfuerzo del arrastre. Otros dos van en la
línea superior, señalada y mantenida a flote mediante una sola boya
plástica de 80 cm de diámetro. Los restantes van en las puertas, y de
las puertas, a la línea inferior.
Mi anfitrión en El Chajal fue Félix Montano, quien venía colabo-
rando con la Anpac en la organización de los demás pescadores del

87
Ombligados de Ananse

pueblo. Vivía en una casa que su mujer había llenado de malas y, a di-
ferencia del reste) de sus compañeros, no tenía finca. De ahí que salie-
ra al mar con más frecuencia. Los demás se turnaban entre la changa y
la tierra. Pescaban más cuando se venían las quiebras, y menos con las
pujas, porque se llenaban los caños que desembocan en el Chagüí, y
así podían subir más lejos en sus canoas para recoger fruta, y no te-
nían que bajarla a pie, enredándose con las raíces protuberantes de los
cientos ele palos de la finca y del bosque.
El señor Montano me lleve') a varias faenas, pero la que mejor re-
cuerdo fue la primera, ocurrida el 10 ele julio de 1982, cuando debi-
mos haber salido a las seis ele la mañana. Empero, alguien le había se-
cuestrado las varillas del acelerador al motor ele Félix. Mientras él nego-
ciaba la devolución de las partes, SU hijo, Henry y yo, rodeados de nu-
bes de je ¡enes, esperamos en el embarcadero, lo cine nos permitió ver
la llegada ele varios chine horros camaroneros, y a sus pescadores heri-
dos de raya, y a los d e n l o s de cangrejitos agonizantes que al ser dese-
chados sin contemplación alguna formarían la superficie gelatinosa
sobre la cual se pararía el resto de quienes, esa mañana, salieron y en-
traron del muelle pesquero.
Cuando arrancamos, El Chajal parecía uno ele aquellos palafitos
mágicos que han hecho famosa a la Ciénaga Grande del Magdalena.
Por eso pudimos entrar hasta la propia casa ele Félix. Partimos después
de que su mujer nos alcanzó el desayuno. La superficie estaba tan
tranquila que daba lástima cuando la proa hacía pedazos el cielo refle-
jado, primero en el río, después en el mar. Félix actuaba como proero,
y por el camino iba desenredando los cabos de las puertas y verifican-
d o el estado de los anillos para la sujeción ele éstas. Al tener en cuenta
que muy pronto harían las veces ele rastrillos, sus partes metálicas de-
bían estar en óptimas condiciones. Terminada esta laica, amarró el ex-
tremo posterior ele la red, d o n d e termina la bolsa que recoge la captu-
ra.
Transcurridos 20 minutos, el piloto escogié) el lugar del lance. Dio
la orden de que el proero asegurara la pluma y, girando a estribor, le
mande) arrojar el bolso. Amarraron el motor al lado izquierdo del es-
pejo para que la canoa no dejara de dar vueltas a la derecha, y ambos
fueron echando las mangas de la red cine comenzó a formar una línea
perpendicular con el laclo del motor, y los cabos pasaron a la parte cic-
adas ele la canoa. De nuevo, el proero comprobé') el estaelej de los ama-
rres con las plumas y con el orificio de la proa.

ss
Ananse en esteros y mares

El lance debería durar una hora, pero comenzaron a sacar la red


veinte minutos antes. Primero, el piloto viró a estribor para que el
proero sujetara el cabo derecho desde la última mitad de la canoa.
Después de haber traído unos tres metros, lo ató provisionalmente de
la pluma y comenzó a traer el segundo cabo. Amarraron de nuevo el
motor y comenzaron a halar ambos cabos, luego subieron las puertas
con sumo cuidado. Al llegar a la changa, comenzaron a sacudirla para
que los peces enmallados llegaran al buche. El proero mantuvo la red
dentro del agua y camine') con ella hacia las plumas, cerca de las cuales
la izó para que el piloto soltara las amarras y rayera al piso el conteni-
do del bolso: animales, ramas y troncos.
La captura incluía camarón tilí, pomadilla, que es similar al tilí, pe-
ro más amarillo, y se daña con mucha facilidad, y, en menor propor-
ción, tigre y langostino. También había varios ejemplares de un lan-
gostino que tiene púas venenosas, jaibas de varios tamaños y un cala-
mar. Entre los peces figuraron peladas, cardumas, pejesapos, anguillas,
y zafiros. Las jaibas se abalanzaron ele inmediato sobre los pies ele la
tripulación. En esc momento entendí la utilidad ele las bolas de cau-
cho.
En el transcurso del segundo lance, el proero comenzó a escoger la
producción, desechando las jaibas jóvenes o aquellas que hacía poco
habían mudado su caparazón. Le devolvió al mar (odas las sardinas y
luego los pejesapos. Estcjs se desechan sujetando una jaiba joven a la
e|ue se obliga a morder al pez, y así, tiran ambos animales al agua.
Terminada la clasificación, Henry sirvié) el desayuno: enormes canti-
dades de arroz, atún enlatado, galletas de coctel, naranjas y cocacola.
El nuevo lance dio resultados muy similares a los del primero,
mientras cpie el tercero fue de menor producción. Los dos lances si-
guientes tuvieron lugar en una pleamar muy rizada. El zarandee) ele la
embarcación era fuerte y la altura de las olas hacía que la hélice girara
en el aire, y así el motor se forzaba y la canoa perdía el impulso nece-
sario para el arrastre. La última captura quedó sin clasificar sobre el
piso ele la canoa y con los desechos vegetales.
Serían las tres de la tarde cuando el proero amarró la embarcación
en una de las chontas del puerto. Así llaman a los palafitos donde se
procesa y vende la producción. Este nombre quizás esté relacionado
con la madera con la eme se construye el piso de estas plataformas
que, junto con las casas ele la parte trasera, se sostienen mediante pilo-
tes de 3 a 5 metros, clavados a la orilla del río Chagúí. En la canoa de
Félix Montano, llegamos a la chonta ele Aquiles Quiñones y su esposa

89
Ombligados de Ananse

Soledad, quienes hacía poco habían llegado desde Bogotá, lo que po-
día deducirse de su vestido v manera de hablar. Combinaban la com-
pra ele pescado con la ele plátano y frutas para llevar a Tuinaco o para
venderle a otros usuarios ele sus instalaciones.
La chonta es un sistema de intercambio que funciona a la manera
de un almacén en el cual confluyen productos vegetales que pueden
venir ele lugares alejados de la ensenada, así como productos marinos
extraídos ele los alrededores de Tuinaco. En ella no circula mué lio di-
nero debido a que los dueños ele la chonta pueden pagarle a los pes-
cadores con plátanos, chonladuro, cacao y caimitos, y a los agriculto-
res, con el ripio de los frutos del mar. I lablaré más adelante ele la fun-
ción de este sistema de intercambios que ha caído víctima ele la mo-
dernización.
A los pocos minutos ele haber llegado al puerto, aparecieron otros
dos hijos del piloto, quienes enseguida ayudaron al proero a sacar las
jaibas y a separar al lili ele los langostinos y los tigres y a aquél de la
poinadilla, que se debe consumir pronto en el propio Chajal. Termi-
nada esta selección definitiva, metieron cada clase de animal en chiva-
tas, que son mochilas hechas con redes viejas. Mientras les llegaba el
turno para cocinar los mariscos, comentaron las incidencias ele la fae-
na y les lanzaron piropos a las mujeres que pelaban camarones.
Para cocinar mariscos y crustáceos se atiza primero el luego ele los
calderos llenos de agua salada. Estas canecas de 45 galones, la leña y
las varas necesarias para guindar las chivatas de las orillas son de la
chonta. Sus dueños le descuentan al pese ador tales usos y consumos.
Después de cinco minutos, sacan los producios y los lavan con agua
dulce lomada del río. Cuando los lies hermanos Montano se dispo-
nían a pelar los mariscos, llegó una niña de doce años que quiso ga-
narse los 25 pesos que vale pelar el contenido de una olla ele dos litros.
A la muchacha le tomaba un segundo pelar un lili, tres un tigre y siete
un langostino. Los hombres gastaban el doble del tiempo, pero gana-
ban dos veces más que ella.
Hacia las cinco ele la tarde les compraron el camarón. A esa hora
habían completado un poco más ele (res kilos y cuarto de tigre y lan-
gostino (a $430 el kilo, es decir, $1.397,50) y cuatro kilos y medio ele
lili (a $130 el kilo, es decir, $552,50). Ese día, los Montano reunieron
$2.000, de los cuales Aquiles les desconté) $1.000 ele un avance ante-
rior. Los lances de aquel día no compensaron las 12 horas de trabajo
invertidas por los dos hombres, los $1.000 ele la gasolina ni los $200
que bahía costado el almuerzo.

90
Ananse en esteros y mares

Tabla 2. Produ :dón de las changas.

Mes No.de kg t i t i kg tigre kg t i t i kg tigre


Faenas Mes Mes Ch/día Ch/día

11.82 179 4.274 1.711 8.1 3,2

12.82 170 3.247 1.739 6,5 3,4

01.83 182 4.507 1.842 8,0 3.0

02.83 203 4.097 1.617 7,0 3,0

03.83 230 4.676 1.937 7,0 3,0

04.83 130 6.240 2.208 12,0 3,0

Total 27.039 11.052 8,0 3,0

Al atardecer, la chonta parecía un lugar encantado: fos rayos obli-


cuos del Sol pegaban a la esterilla de guadua ele las parceles, proyec-
tando multiplicidad de líneas que formaban diferentes ángulos y som-
bras. El vapor de los calderos envolvía a las docenas de pescadores de
chinchorro que llegaban y procesaban sus capturas. Dos jeivenes pica-
ban el hielo traído por Aquiles desde Tuinaco, con el fin de preservar
la producción de Félix y otros pescadores que habían llegado primero.
El hielo se metía en dos pequeñas canoas. En la más grande se ponía
una capa ele camarón por cada capa de hielo, y en la pequeña se hacía
lo mismo con la carne de jaiba. A la mañana siguiente, rumbo a Tu-
inaco, saldría este curioso trencito acuático, con ambos potricos re-
molcados por la canoa realzada de la chonta.
La captura diaria de una changa se divide en cinco partes. La pri-
mera de ellas es para el dueño de la red; la segunda y la tercera, para
el dueño del motor; la cuarta, para el proero, y la quinta, para el pilo-
to. Entre 1982 y 1983, el biólogo Osear Julio Rodríguez tomó nota ele
la producción ele 24 changas, correspondiente a la venta en una ele las
chontas de El Chajal. Comparada con las tablas de producción ele los
chinchorros (véase páginal()l-103), la tabla 2 muestra que durante la
cuaresma se pesca un mayor número de animales en un número me-
nor de faenas.
De acuerdo con las series de la tabla anterior, la producción de las
changas varía entre medio y 43 kilogramos, dependiendo del número
de lances y de la potencia del motor. El hecho de que, hoy por hoy,
Hcmy Montano y casi todos sus compañeros de labores se hayan mu-
dado a Tuinaco y se desempeñen como empleados de las procesado-

91
Ombligados de Ananse

ras ele camarón ratificaría la opinión ele los biólogos cine dicen que las
changas no eran muy rentables. Sin embargo, para poder emitir una
afirmación más certera sería necesario tener en cuenta el fenómeno
ele El Niño y otros efectos ambientales. El acceso a esa información
requiere que la comunidad científica otorgue a los equipos de investi-
gación un tiempo mayor que el cpie actualmente les concede (eptizás
u n año). En el caso ele Tuinaco, los nexos entre cambios ambientales y
culturales requerirán una visión más profunda que permita tener en
cuenta n o se')lo los hechos eoyunlurales, sino los que tienen ritmos más
lentos.

Chinchorros pejeros

Entre los pescados de alto valor comercial figuran la t o n i n a , el pargo


rojo, la pelada, la sierra, el róbalo, la mojarra, el bagre, el machelajo,
el gualajo, el alguacil y el toyo. Se capturan en aguas medias usando
redes enormes cuyo manejo y calado requieren dos embarcaciones,
tripuladas por 20 o más pescadores que desempeñan labores especiali-
zadas, de cuya coordinación no sólo depende el éxito de cada zarpa,
sino la vida misma.

De los 50 chinchorros pejeros que los bic')logos habían contado en


la ensenada, 14 pertenecían a pescadores de distintos barrios del puer-
to (Rodríguez 1983). A su vez, cuatro de estos últimos constituían el
equipo básico de la Sociedad Colectiva de Pescadores Artesanales de
Tuinaco. Bautizaron esos equipos con unos apelativos —Birkeen,
Zvvann, Libertador y Unidos Venceremos— que daban cuenta del pro-
ceso contradictorio en el cual se habían embarcado: construir su pro-
pia autonomía a partir de los fondos que la filantropía norteamericana
hacía llegar por medio del Plan de Padrinos.

A la hora de preguntar por el origen de la pese a con chine horro en


el barrio Panamá, ancianos como Camac hilo o doña Segunda Mosque-
ra decían que había comenzado hace setenta años. Entre los responsa-
bles de la innovación, recitaban los mismos nombres: Pío Vallec illa,
María Minóla, Roberto Landázuri, Eliodoro Landáz.mi, Félix Landázu-
ri, Edgar Valencia, Alcázar Quiñones (La Patraña), los hermanos Bui-
trago, Santiago Pineda y Pedro Martínez. No dudaban en resallar el
papel de matronas autoritarias en este proceso. Con desprecio, Rafael
Valencia lejs llamaba dueños o patrones, añadiendo:

92
Ananse en esteros y mares

Todavía son mayoría. Explotan a los pescadores. ¿No ve e]iie hasta


les pegan? ¡Y ay del que critiejuc la repartición! Los obligan a reparar
redes y canoas. Son dueños ele tienda o comerciantes ejne tienen el con-
tacto y el billete para enyetar y vender la producción. Es muy poco el di-
nero que le entregan al pescador, sino ejne al fiao le dan alimentos, ci-
garrillos y aguardiente. Como lo que deben siempre es más caro que la
parte que les toca a los pescadores, ahí se la pasan pagándole con pro-
ducción. La Sociedad es para librarnos de ellos.

Al comienzo se usaban nasas que podían manejar unas cuatro per-


sonas, además del canoero o piloto. Pese a que los dueños también se
hubieran valido de su posición dentro de las graneles parentelas para
formar los eepiipos, durante mi investigaciém fue difícil trazar las líneas
de parentesco que aún moldean los grupos. Una ele las dificultades pa-
ra obtener la información consistió en la constante prédica antinepotis-
ta de los asesores ele la Anpac. Cuando uno le preguntaba a un pesca-
dor si era familiar de otro, era usual ejne evadiera la respuesta, como si
los derechos familiares fueran algo amoral. Era corriente que hicieran
énfasis en el carácter democrático del grupo al cual pertenecían y que
se refirieran a los vínculos entre parientes como una vergüenza del pa-
sado. Una segunda dificultad consistía en el trazo de genealogías, no
lanío por fallas en la memoria ele los interrogados, como por la multi-
plicidad de parientes epic origina la poliginia. Y una tercera complica-
ción era el parentesco ficticio: es usual que dos personas se llamen pa-
rientes para reforzar lazos ele amistad y afecto. Los jóvenes, además,
utilizan apelativos como tío, lía, abuelita y abuelito para referirse a las
personas que les merecen mayor respeto. En la página 94 incluyo los
diagramas que resumen los vínculos de parentesco que ligan a los
miembros de dos chinchorros afiliados a la Anpac.
Antes de epic aparecieran las nuevas modalidades ele pesca, al due-
ño o dueña del arle le correspondían dos partes ele la producción; otra
era para el piloto y a cada pescador le tocaba una parte. Como los mo-
tores fuera ele borda sólo aparecieron en 1940, el cómputo de los gas-
tos era más sencillo: alimentación sumada al mantenimiento de redes
y embarcaciones. Sin embargo, no se permitía que ICJS pese adores pre-
guntaran por los criterios para repartir las capturas y, si llegaban a ha-
cer algún reclamo, los propiejs pilotos tenían el derecho de propinar-
les palizas. Con añoranza, los viejos recuerdan que la producción era
abundante, aun en lugares cercanos al barrio Panamá, d o n d e ahora se
coge muy poco. Dicen que, hoy por hoy, hay que ir lejos para traer
animales pequeños.

9,",
Ombligados de Ananse

Diagrama de relaciones de parentesco

Unidos venceremos Zwann


4^9
n/^í ¿A fr
n i i Hombre O Mujer I
inujn
I Unión ' ' Descendencia

Mangas, sardenales y canoas


Los chinchorros pejeros que se hacen ahora miden hasta 400 biazas
(800 metros), y en la mitad su altura llega a las diez brazas. En el cen-
tro tienen un buche, cuya posición dentro del mar se conocerá pol-
lina enorme boya toja. En el agua, la tensión ele sus costados (alas o
sardenales) se mantiene por medio de plomos que van en la línea infe-
rior, y en la línea superior, boyas ovoides de icopor amarradas cada
dos biazas. De ahí en adelante, aparecen las mallas y inedias mallas,
ejne se van angostando paulatinamente hasta llegar a unos palos de
mangle, cuya longitud varía entre 1 metro con 20 cm y 1 metro con 80
cm. Se amarran 7 manilas de 00 a 70 metros del extremo que se lanza
primero, llamado manga de estacas, y del otro extremo o manga de ape-
gue se amarran 8 manilas de la misma longitud. Así es posible lanzar
uno ele estos chinchorros a distancias hasta ele 1,5 km desde una orilla
o desde un bajo. Los de menor tamaño pueden lanzarse mediante
embarcaciones ele remo o vela y calarse con tripulaciones ele 10 per-
sonas. El lance de los más grandes requiere tripulaciones basta ele 40
pescadores, quienes pueden no ser capaces de halar la red, si las co-
rrientes marinas son muy fuertes.
Estos equipos licncn cpie usar motores de cuarenta caballos, ade-
cuados para embarcaciones hasta ele diez metros de eslora. Los car-
pinteros lumaqueños empiezan la talla de una canoa con una sola pie-
za sacada del tronco ele un árbol. A ella le clavan diez o doce cosí illas
de 140 grados cada 00 cm, con puntillas graneles cpic sujetan las tablas

94
Ananse en esteros y mares

para realzar la embarcación básica. Así aumentan en un metro la línea


de flotacic'm, y el ancho, en metro y medio o dos metros para de este
modo poder cargar una tonelada ele pescado o ele aparejos. Para cala-
fatear las realzas mezclan brea y estopa vegetal. Ninguna de las canoas
ele esta zona tiene prolongaciones ele proa y popa, tan prominentes en
las piraguas senegalesas como medio eficaz para aumentar la estabili-
dad marina. En Tuinaco ese efecto se logra mediante los dos flotado-
res de balso ejne se amarran de los lados.
Los tumaqueños llaman canoa madre o principal a la más grande
ele las dos, y en su centro acomodan el chinchorro con los cabos nece-
sarios para calarlo. Los tripulantes se sientan encima de los aparejos y
en los espacios restantes. La otra canoa o auxiliar es ele menor tama-
ño. De ida, transporta la segunda mitad de la tripulación, y de venida,
la captura.

Pilotos, bañadores y achicadores


Cada una ele las embarcaciones tiene un piloto, un pilotillo o proero y
un achicador. Por lo general, el piloto de la principal actúa como capi-
tán ele todo el equipo, mientras que el piloto de la auxiliar es el se-
gundo en la jerarquía del grupo. Los proeros no sólo señalan los obs-
táculos que se van presentando en la ruta, sino que comparten con el
piloto la responsabilidad ele escoger el sitio para el lance, así como la
táctica para desarrollarlo.
Cuando realizan la faena en un bajo, es indispensable programarla
con la bajamar. Cuando se lleva a cabo desde una playa, es posible ha-
cer lances durante la pleamar, siempre y cuando la vegetación de la
orilla no les impida moverse con los cabos atados a la cintura. Depen-
diendo de las marcas, salen entre las 3 y las 0 ele la mañana. Les toma
por lo menos una hora cargar motores, tanques de gasolina, aparejos,
alimentos y utensilios para cocinar. Cada pescador va de mochilas
(pantaloncla), camisa ele manga corta, sombrero y sus chivatas bien
agarradas. Dentro de estas mochilas hechas con pedazos de chincho-
rro viejo ponen un corte de plástico, un recipiente con agua dulce,
una vianda, o plato u olla para que se les sirva allí el almuerzo, y una
cuchara o un tenedor. Después de acomodarse, sacan el corte de plás-
tico y con él se defienden del viento frío y ele las salpicaduras levanta-
das por los flotadores ele balso. Exceptuando al piloto, al proero y al
achicador, es usual epic a los pocos minutos de viaje toda la tripulación
estire sus huesos y se ponga a dormir.

9f.
Ombligados de Ananse

Cuando la pesca no es abundante o cuando los motores están en


malas condiciones, se escogen sitios cercanos para la faena. En estos
lugares no se gastaba más ele una hora después de salir ele la sede ele la
Anpac. Cuando las máquinas estaban bien y esperaban una buena cap-
tura, viajaban durante 2 y 3 horas hasta Salabonda o hasta la frontera
con Ecuador. Por la disminución de las capturas, los pescadores co-
menzaron a definir líneas de territorialidad, epie afirmaban llegando lo
más temprano posible al lugar sugerido por la estación del año y las
mareas. La necesidad de pesca en zonas distantes también obedecía a
que el tsunami ele 1979 agríele') fondos como los ele La Bocana, donde
se enredaban las recles.
Poco antes de que la faena comience, es frecuente que el cielo esté
lleno de arreboles que hacen resaltar los perfiles ele las embarcaciones
y los pescadores. Entonces, las dos canoas se alinean. Los tripulantes
ele la auxiliar toman el extremo del cabo de la manga ele estacas y el pi-
lotillo orienta la máquina hacia la orilla. Allá se apea la mitad de la tri-
pulación. La canoa principal, también impulsada a gran velocidad,
comienza a desenrollar los cabos de la misma manga. Para ello, uno de
los tripulantes asegura una palanca de madera contra las tablas ele la
realza, mientras epte el rabero cuida que las manilas se desenrollen sin
formar nudos. Terminados los cabos, los botadores de buche y plomo
van lanzando el chinchorro al mar, hasta llegar al sardenal pertene-
ciente a la manga de apegue. Dejan la línea ele boyas en el extreme)
superior, y en el inferior, una línea de plomos. Lanzados los cabos de
apegue, el piloto de la canoa principal se dirige a la orilla y ancla la
embarcación para que el resto ele la tripulación se apee en la playa o
en el bajo. El primero en saltar a tierra debe ser persona experimenta-
da, ya c|iic tiene que sostener la red hasta epie lleguen los demás.
A medida que sallan, comienzan a halar los cabos haciendo con
ellos pares ele anillos o guindolas cpie se meten por la cabeza, hasta que
el lazo les llega a los glúteos. Entone es, con ritmo pausado, empiezan a
avanzar de espaldas. En cada manga se forman dos filas de 0 a 8 pes-
cadores cada una. Halan sincronizaelamente, hasta llegar al propio
monte o fondo marino demasiado profundo para hacer la fuerza re-
querida, ('acia trayecto se llama sabida. El primero que no pueda con-
tinuar, se va a la orilla del mar o al comienzo del bajo, hace una guin-
dola individual y aguanta el cabo hasta que llegan los demás para ha-
cer sus pares de guindolas.
Una vez en tierra, los proeros se desempeñan como caberos. La va-
lía de su trabajo aumenta con el avance del arrastre de la red. Si no

96
Ananse en esteros y mares

enrollaran las manilas en el orden debido, el segundo lance o el de la


mañana siguiente lomaría mucho tiempo. Al filo del agua siempre hay
alguien, llamado bañador, ejue guía los cabos para ejiíe no se enreden.
Trabaja en compañía del piloto, en especial cuando la línea ele plomos
se apega o se enreda en el fondo del mar. Entonces, piloto y bañador
salen en una de las canoas. Lo usual es que a esta altura del lance baste
con halar la línea de boyas para que la red se despegue.
Siempre me ha parecido emocionante el inicio de cada jornada. El
brillo solar del amanecer y los reflejos cambiantes del agua, así como
la energía rebosante de los pescadores, constituyen estímulo perma-
nente para oprimir el obturador de la cámara o tomar notas instantá-
neas, (mando se está balando y el calor aumenta, uno va tomando
conciencia del cansancio y de los cientos de picaduras cpic los casi invi-
sibles jejenes le han propinado desde el embarcadero. Para quien no
está acostumbrado a los rayos del Sol, el ardor en las pantorrillas y en
los brazos puede ser intolerable. A ello se suma la somnolencia produ-
cida por el madrugc'm.
Entonces vale la pena tirarse al mar o caminar desde la manga de
apegue hasta la manga de estacas. Si el lance fue en una playa como la
de La Hacienda, es posible que uno encuentre en el trayecto sorpresas
inesperadas, como la que ofrecen miles de cangrejos rojos que se
mueven en todas las direcciones posibles y huyen del ruido de los pa-
sos extraños. En ese momento uno cae en cuenta de que no se trataba
de hojas secas, sino de una vitalidad vibrante.
La composición de la manga de estacas es eejuivalente en número a
la de la manga de apegue. Sin embargo, es usual que aumente la edad
de los pescadores, y con ella la experiencia requerida para dar cum-
plimiento cabal a su misión de iniciar el lance. También hay un cabero
ele estacas. Como en la manga de apegue, en este grupo el cabero
también hala el chinchorro. Sin embargo, cuando está arreglando los
cabos, le guardan el puesto, dejando una guindola libre.
Una vez halados los cabos, se dice ejne el chinchorro comienza a ca-
lar. Casi siempre esto coiné ide con el momento en que se hacen visi-
bles las boyas. Para entonces, unos 500 metros separan ambos extre-
mos de la red. Al estar cargada, y dado cpie se está cerca de la orilla o
el bajo, las probabilidades de que la red se enrede aumentan lauto
como las veces que hay que bañar el chinchorro, buceando y despe-
gando la red del fondo del mar. Cuando las boyas se aproximan a la
orilla, menos guindolas se pueden hacer y así se arrastra tirando direc-
tamente ele la red. A partir de ese momento, los pescadores de cada

97
Ombligados de Ananse

manga se dividen en dos grupos: acomodadores de boyas y acomoda-


dores de plomos. En la manga de estacas, el bañador y el pilotillo se
nielen al agua para facilitar el calado; en la olía, el piloto y el cabero
hacen lo mismo. Cuanto más cerca estén las boyas unas de otras, ma-
yor el número de gaviotas y tijeretas que se posan sobre el buche hir-
viente del chinchorro.
En la medida en que se acerca el bolso a los pescadores, más ardua
es la operación del calado. No paran, no hay descanso. Cuando sale- la
red, su acomodo no es tan ordenado; quien esté disponible va orde-
nando cada manga. Dado ejne muchos peces quedan mallados en las
alas, otros pescadores condicionales reciben el mosqueo, es decir, el pes-
cado epic alcanzan a desenmallar. Mosquear puede ser una tarea tan
productiva como la propia pesca, pero recpiicre de un trabajo rápido
por parte del pescador condicional. El mosqueo es una actividad que
pueden desempeñar aquellos pescadores que al no haber podido ma-
drugar, se unen a un grupo epie no es el suyo.

Chequeo y tapao
La aparición ele los sardenales coincide con el chequeo o inspección ele
la superficie alborotada, en busca ele presas valiosas, tales como las
langostas. Se oyen gritos como «Vienen dos cabezonas (o lisas); vi un
toyo; viene una langosta». Quien cante primero, tiene derecho a la pre-
sa, ya sea para venderla o para repartirla entre los miembros de su fa-
milia. Cuanto más cerca esté de los pescadores, más hierve el buche.
No deja de ser angustioso el ruido de tantos seres vivos luchando por
no morir. Los primeros peces que saltan son arrojados con fuerza al
bolso.
Los lances que presencié dieron muy pocos pescados comerciales
como el pargo rojo, la corvina o la sierra, debido a la época del año. El
90% de las capturas eran de espeí íes para el mercado local, como el
burique, el ojón, la plumada (sardina) y la abundancia (o arrechera, del
cual se dice que es afrodisíaco).
Acercan la canoa auxiliar y comienzan a llenarla de pescado. Calan-
do ésta se dirige hacia el mercado, pueden suceder dos cosas: si la
producción no fue abundante, se cargan los aparejos en la principal y
se regresa a puerto cnanto antes. En el caso contrario, se hace un se-
gundo lance. Como no se cuenta con dos canoas para realizarlo, el ba-
ñador de la manga ele apegue toma el cabo de la misma, aguantándolo
con toda su fuerza mientras la canoa principal sale a gran velocidad

98
Ananse en esteros y mares

para extender los cabos. Una vez fuera del agua, los otros pescadores
ele la manga ele apegue se botan a ayudar al bañador. El resto del lance
sigue como el primero.
Mientras esto sucede, el cocinero comienza a preparar el almuerzo.
Lo tradicional es el exquisito tapao, que prepara en una olla de alumi-
nio donde coloca una capa ele pescado y pedacitos de plátano que se
tapan con hojas del mismo; luego, una segunda capa ele pescado cu-
bierta con hojas de bijao, hasta llegar al borde del recipiente. Sólo le
pone un poco de agua de mar, y espera a que los líquidos ele las hojas
le den sabor. Cuando termina su subida, cada pescador pasa por el
rancho y recibe su porción en una hoja de plátano. De inmediato, re-
gresa a la manga; se faja su guindola y cobra cabo a medida que come.
Hoy, las pastas y otras comidas cocinadas en agua dulce pasan de ser
platos especiales a cotidianos. Al haberse roto la red que unía pesca y
agricultura, la economía local perdió su autosuficiencia, de modo tal
que resulta más fácil conseguir galletas de sal, sardinas enlatadas, ga-
seosas y demás alimentos procesados, que pescado fresco y plátano.
El cargo de achicador se rota, mientras que el de cocinero es fijo.
Cuando no hay un segundo lance, reparten el almuerzo de regreso
hacia Tuinaco. En estos casos, una ración frecuente consiste en pastas
con salsa de tomate y arroz. Es sorprendente la cantidad ele alimentos
que recibe cada cual. Una de las viandas más apetecidas es una tapa de
olla ele medio metro ele diámetro; otra, ollas de un litro. Algunos se
comen todo lo que les sirven y piden repetición. Otros guardan para -
llevarles a sus hijos. El repelo o pegao ele arroz del fondo ele la olla se
considera algo muy apetecido para llevar a la casa como obsequio,
después de la faena.
Cuando la captura era escasa en especies comerciales, los grupos de
la Anpac les vendían su pescado a los intermediarios ele Turnara y no
a la Sociedad Colectiva de Pescadores Artesanales, empresa de la cual
eran copropietarios. Esta interacción comercial con su propia comcr-
cializadora era más intensa en los meses de cuaresma, cuando aumen-
taba la captura de los peces de alto valor comercial. Como se aprecia
en las tablas 3, 4, 5, 0 y 7 (véanse pp. 101-103), el contacto con la em-
presa no sólo podía depender de la época del año, sino del grupo en
cuestión. Los grupos fundadores de la asociación, Unidos Venceremos
y Libertador, le entregaban pocas capturas a su propia empresa.
A mediados de julio de 1983 la captura ele todos los grupos fue
abundante, pero sólo en ojón, plumnda y abundancia. Incluso, el mer-
cado local se saturó y la producción fue repartida entre los pescadores

99
Ombligados de Ananse

de los cuatro grupos de chinchorro con el fin de que las mujeres la sa-
laran y secaran. De ahí las graneles cantidades ele pescado ejne por esos
días dejaban afuera, sobre pequeñas tarimas ele madera, frente a cada
casa.
El capitán del equipo reparte las ganancias del día. Éste suma los
gastos de combustible y comida que se presentan antes de zarpar y los
resta a lo recibido de quien compra la producción. De ahí, le suma do-
ce parles al número de pescadores que salió ese día, para entonces
hacer la división. Luego, le entrega cuatro partes a cada u n o ele los
dueños de cada motor y cuatro parles más al dueño de la red. Cada
una de las parles restantes es para los tripulantes que salieron esa ma-
ñana.
Cuando hay un solo lance, los pescadores regresan antes ele las tres
de la tarde. Cuando hay dos, entre las cuatro y las siele ele la noche.
Después de varias horas al sol calando el chinchorro, dejan preparados
los equipos para el día siguiente: ordenan los aparejos, endulzan el mo-
tor y remiendan la red. Terminado lodo esto, se van a la casa, se ba-
ñan y regresan a la serle ele la Sociedad para reunirse en el mentidero
construido al frente de la entrada. Decorado con murales alusivos a la
historia ele la Anpac, es el lugar predilecto para comentar las inciden-
cias del día y cortejar a las muchachas que pasan. Es usual que alguien
traiga una botella ele aguardiente Caleras, ya sea para celebrar el éxito
de la jornada o para olvidar el fracaso ele la misma. Como otros pesca-
dores del m u n d o , éstos ingieren bástanle licor.
Hacia las siete ele la noche regresan a sus casas, comen aparte de
sus mujeres e hijos y, con o sin ellos, acuden a las tiendas del barrio
para no perderse la telenovela nacional. Luego se van a dormir basta
las tres de la mañana, cuando el piloto del grupo pasa de puerta en
puerta para despenarlos. Al abrir los ojos, cada uno prenderá su ra-
dio, que hará llorar al nene ele la casa. Los perros comienzan a lachar,
las aves a aletear y cacarear y el barrio a despertar. Hacia las seis de la
mañana, los hombres que no pescan saldrán a buscar pescado o carne,
mientras las mujeres traen el verde (plátano) para el desayuno.

100
Ananse en esteros y mares

Tabla 3. Control de producción

Libertador

Mes Enero. Febrero. Marzo Abril Mayo Total

Corvina 16 8 4 48 109 185

Pargo Rojo 5 0 4 95 176 280

Pelada 206 28 0 616 0 850

Sierra 13 38 0 8 119 179

Róbalo 0 0 0 0 0 0

Mojarra 8 0 5 0 4 17

Bagre 0 0 0 0 0 0

Machetajo 40 10 0 0 0 50

Gualajo 0 0 52 0 0 52

Alguacil 0 0 0 7 0 7

Toyo 0 0 0 0 0 0

Otros 2 40 375 5 0 422

T o t a l / mes 190 125 440 779 408 2.042

Tabla 4. Control de producción

Birkeen

Mes Enero Febrero Marzo Abril Mayo Total

Corvina 128 311 23 559 0 1021

Pargo Rojo 0 138 64 448 0 650

Pelada 48 243 102 1094 0 1487

Sierra 21 26 0 0 0 47

Róbalo 0 71 0 13 0 84

Mojarra 0 767 12 17 0 796

Bagre 4 144 0 347 0 495

Machetajo 0 6 53 50 0 109

Gualajo 0 189 1 0 193 383

Alguacil 0 77 0 25 4 106

Toyo 0 0 0 0 0 0

Otros 4 621 41 52 0 718

T o t a l / mes 205 2.593 296 2.605 197 5.896

101
Ombligados de Ananse

Tabla 5. Control de producción

Unidos V e n c e r e m o s

Mes Enero Febrero Marzo Abril Mayo Total

Corvina 0 89 0 157 0 246

Pargo Rojo 0 0 0 110 211 321

Pelada 0 16 0 625 0 641

Sierra 0 0 0 38 0 38

Robalo 0 0 0 0 0 0

Mojarra 0 33 0 19 0 52

Bagre 0 0 0 0 0 0

Machetajo 0 0 0 0 0 0

Gualajo 0 39 0 8 0 47

Alguacil 0 0 0 0 0 0

Toyo 0 0 0 0 0 0

Otros 0 462 0 70 II 543

T o t a l / mes 0 639 0 1.027 222 1.888

Tabla 6. Control de producción

Zwann

Mes Enero Febrero Marzo Abril Mayo Total

Corvina 0 0 0 32 61 93

Pargo Rojo 0 0 0 20 77 97

Pelada 0 116 2.098 4.107 0 6.321

Sierra 0 8 6 II 0 25

Róbalo 0 0 0 0 0 0

Mojarra 0 16 0 60 5 81

Bagre 0 0 0 0 0 0

Machetajo 0 0 0 0 0 0

Gualajo 0 39 0 49 65 114

Alguacil 0 0 0 0 0 0

Toyo 0 0 0 0 0 0

Otros 0 29 240 71 0 340

T o t a l / mes 0 169 2.344 4.350 208 7.071

102
Ananse en esteros y mares

Tabla 7. Control de producción

O t r o s equipos
Mes Enero Febrero Marzo Abril Mayo Total
Corvina 0 0 0 36 0 36
Pargo Rojo 0 0 0 156 84 240
Pelada 0 17 254 29 0 283
Sierra 0 8 6 8 0 8
Robalo 0 0 0 0 0 0
Mojarra 0 37 0 60 0 37
Bagre 0 0 0 0 17 17
Machetajo 0 16 0 0 0 16
Gualajo 0 39 0 6 65 6
Alguacil 0 0 0 0 0 0
Toyo 269 0 0 275 0 544
Otros 1365 108 0 726 172 2371
T o t a l / mes 1.634 178 254 1230 273 3.275

T a b l a 8. Forma c o m o se reparte la producción entre los pescadores de un chinchorro

Motores = 2(4) = 8 partes

Chinchorro = 4 partes

Pescadores = 25 partes

Total = 37 partes

P (repartir) = (Producción -- Gastos)/(n + 12)

Pesca y mutilación corporal


A las cinco de la tarde de ese 23 de j u n i o de 1983, como estaba cansa-
do de transcribir notas de campo, me fui a conversar con Camachito.
Estaba en la caseta d o n d e los pescadores del chinchorro El Libertador
guardaban canoas y aparejos. Charlaba con el viejito y con quienes ha-
bían estado por la mañana pescando en Proalaluna. De un m o m e n t o a
otro, decidieron partir al mismo sitio. Ésa era la época de irse para allá
y no podían resignarse a los ocho pesos que les había dejado el lance
terminado cuatro horas antes. Además, tenían rabia porque u n o de los
del grupo había chequeado dos rayas y una tortuga. Se suponía que el
beneficiado debería haber sollado la tortuga, especie en vía de extin-
ción, pero la mató en el muelle por su carne y caparazón. Aunque me
había negado a ver el sacrificio del animal, tuve que oír detalles de esa

103
Ombligados de Ananse

agonía tan prolongada que precede al último suspiro de todas las tor-
tugas.
Pregunté cómo botarían la red, si ya comenzaba a oscurecer. El ca-
pitán me miró t o n cara de a usté qué le importa. El pilotillo trató de
romper el hielo con un guiño, y anadie'): «Seguro, no fallaremo», me
dijo. La dinamita no les falle'). ¡Y yo que había pensado que iban tan li-
vianos porque usarían espineles! I lablé con Rafa porque si una ele las
nietas de la Anpac era proteger el medio para que les tocara algo a los
pescadores de mañana, ¿cómo se quedaban tan tranquilos sabiendo
del sacrificio ele tortugas y de la pesca con dinamita?
Rafa me explicé) que ésas eran dos de las batallas que estaban per-
diendo. Me contó cómo hacía dos semanas, mi hombre y su mujer ha-
bían tirado un taco tan cerca de una ele las canoas del Birkcen, que se
habían dañado las realzas ele la auxiliar. En vez de protestar, los pesca-
dores habían hecho lo usual en estos casos: desnudarse para que no
los agredieran las fieras (tiburones); botar un tibunco que, a manera de
boya, les mostrara la dirección de la corriente que se llevaba la mancha
de peces muertos; coger otro tibunco para meter los pescados que
pudieran sacar con cada bañada y, por ultimo, vender sin tener que
repartir porque la captura con mecha depende ele la fuerza y habilidad
de epiien bañe, no del trabajo en equipo.
Quienes han estudiado la pesca sostienen que la dinamita tiene ma-
la prensa (Acheson 1981). Dicen epie hay muchos peces que no mueren
sino que quedan aturdidos, y ejne cuando la mecha deja ele producir,
los pescadores la dejan, como sucede con cualquier otra técnica. Gra-
cias al abandono, el lugar va recuperando sus especies y cadenas ali-
menticias, hasta cpie —como dicen en El Chajal— el pescador otra vez
puede volver a acosar a la fauna. Sin embargo, el caso tiimaqucño pa-
recería salirse ele madre. Primero, por el n ú m e r o elevado ele mujeres y
hombres que lúe han por sobrevivir después de la explosión, que supu-
sieron ocurriría un segundo más tarde, con dolor insoportable y he-
morragias interminables. Esta les arrancó uno o ambos brazos, una o
las dos piernas, orejas, narices u ojos. Segundo, porque es en los man-
glares en d o n d e se ven mejor las mane has de peces en trance de devo-
rar lo que esté a su paso. Quien pesca con dinamita pasa horas espe-
rando ver una de esas comederas. Entonces, en esos lugares, el estallido
n o sólo da cuenta de los animales graneles que pueden sacar a manos
limpias, sino ele larvas, juveniles y reclutas de camarones, cangrejos,
caracoles, pianguas v demás animales cuya vida se desarrolla alrededor
de las raíces del mangle.

104
Ananse en esteros y mares

Recuerdo el bello manglar situado al frente de las casetas de los


chinchorros ele la Anpac. A diario, los socios de la empresa temían que
quienes tiraban las mechas allá, averiaran instalaciones y equipos. Sus
protestas eran inútiles porque ellos mismos no eran consecuentes con
sus súplicas.

ARRECIFES CORALINOS

Ricos en animales grandes y raros, los arrecifes coralinos del litoral


Pacífico distan por lo menos 36 km de Tuinaco o El (majal. A profun-
didades de 100 brazas o más, y cubiertos por aguas turbulentas, reque-
rirían embarcaciones mucho mayores que las empleadas para la pesca
con chinchorro. No se')lo está en juego la seguridad de los pescadores,
sino la necesidad ele recoger largas líneas de anzuelos y refrigerar lue-
go la producción para que no la dañe la travesía prolongada. La pesca
de altura es selectiva y respetuosa del entorno, adecuada para los pes-
cadores artesanales, siempre y cuando adopten mejores embarcacio-
nes. Pese a ejue esta modalidad parece más cercana a la industrial, en
El Chajal hay un grupo de pescadores que, valiéndose de embarcacio-
nes similares a las que usan para amistar las changas, cobran rayas y ti-
burones en lugares bien alejados de la costa. Además, en la ('alie ele
los Estudiantes de Tuinaco existe un grupo de especialistas en pesca
con volantines. Por su parte, la Sociedad Colectiva, con el apoyo del
Plan de Padrinos y otras agencias, adoptó una tercera modalidad de
pesca con embarcaciones de ferroconcreto ejne cuentan con motores
diesel de centro de 125 caballos ele potencia.

Espineles para pesca ele tiburón

No se necesitan más de dos personas para formar un equipo de pesca


con espinel. Usan potros de 6 a 8 metros de eslora con motores fuera
de borda hasta ele 40 caballos. Dada la estrechez de las embarcaciones
y el volumen de las presas que estos pescadores cobran, el que quiera
observar una de estas faenas debe viajar en otra canoa y prepararse
para un día de remezones por las olas altas y los vientos fuertes.
En El Chajal, don Alejandro Saja combina la agricultura con el co-
bro de rayas y tiburones. Frente a su tienda, con las artes en la mano,
me explicaba:

El espinel para la pesca ele tiburón se hace primero empatando an-


zuelos en un empate corto, y después que se empatan, se encadena en

105
Ombligados de Ananse

la mama [hilo limpio]. Se empata el primero y se van midiendo dos


brazas, [luego otro] anzuelo. Uso 300 anzuelos, o sea ana línea ele 600
brazas. Después u n o se va a la mar y hay otro complemento que es co-
mo una piedra, un sacho, del cual se a m a n a una cuerda, que el sacho la
lleve al plan, y de la punta ele la cuerda arriba se amarra una hoya.
Bueno, y entonces, según la distancia que esté picando el pescado, se
a m a n a la punta ele la mama f...] Pongamos que ésta es la hoya, enton-
ces, va soltando y va boyando y va soltando. Cuando llega a 50 anzue-
los, se amarra otro sacho, en la misma forma. Según la hondura, se po-
ne una izadora hasta de 20 brazas ele larga. Se deja unos 15 o 20 minu-
tos. Se guinda uno de la punía, deja e]iie pasen los 20 minutos y corre
para la otra punta, eme empieza a levantar, hasta llegar a la segunda
izadora. Suelta otra vez allá, tiempla bien y ahora sí va mirando. Donde
está el pescado, lo va sacando. El anzuelo que tenga dañada la carnada,
se le pone otra nueva, porque el pescado, según he notado, es como
una gente. Antes con una sola carnada cogía hasta 2 o 3, 4, 5 pescados,
pero hoy día no; en cuanto llegó» un pescado, la babosió y la mordió y la
deje) ahí, hay eme sacársela porque ya no pica más, otro ya no se la co-
me. Coge, pero que sea nuevita, que esté con lodo el marijeo, bueno, así
es la pesca. Pican desde que se echa el anzuelo. Se le dan tres revisadas,
y si no viene el viento muy duro, entonces viene u n o sacando y se acaba
la pesca. Hay veces c|iie con dos revisadas se termina; si es raya o tibu-
rón, en una vista no más ya está arreglado.

Explica q u e n o se u s a n i n g ú n i n s t r u m e n t o p a r a sacar el p e z del


agua; b a s t a c o n el p r o p i o a n z u e l o . En el r a s o del t i b u r ó n , p e s e a sus
clientes filudos, se a g a r r a d e la n u c a y se m e t e al p o t r o p o r q u e a b r e la
b o c a y se saca el a n z u e l o . Y c o n t i n ú a su r e l a t o :

La de la raya, ésa sí hay que hacer fuerza, uno queda sudado, y


r u a n d o son grandes, tenemos que p o n e m o s todos a embarcarla. La ra-
ya, pues uno va arrimando el raho, el espinel y cuando siente adelante
ejue jzjzjzjz, y corre el potro para adelante y ahí cuando se siente se da
planes porque ella como es ancha, pega en el plan y ahora entonces
uno hace fuerza, y en cuanto se levanta y cu donde come, mío se
aguanta cuando uno siente [...] los anzuelos son número cero, cable 120
y 240. [...] Hay muchos peligros con la púa ele la raya, que inclusive lle-
ga a clavar cu el potro. Para evitar este peligro se busca la manera ele
cortarle esa púa mediante un machetazo. De ahí que a veces sea necesa-
rio agarrar la raya por detrás con otro anzuelo. Ya para subirla, se le da
con el machete en medio ele los ojos. El arpón es para pegárselo a la ra-
ya. Vale 400, pero con dos pescados ya ha recuperado la inversión.

Al igual q u e la p e s c a c o n c h a n g a s , la q u e se realiza m e d i a n t e espi-


neles o c u r r e e n a l t e r n a d a s i n c r o n í a c o n las l a b o r e s agrícolas. LCJS cam-

106
Ananse en esteros y mares

pesinos van al mar cuando hay quiebras, y a la finca cuando hay pujas
o aguajes. Y ésta, como la anterior, también atestigua la vigencia de un
modelo de adaptación polivalente, que incluye no sólo actividades
económicas, sino procesos de endoculturacíón que desembocan en la
formación de individuos plurales.

Volantines

En el barrio de la Calle de los Estudiantes ele Tuinaco hay un grupo de


especialistas en la pesca de altura con volantines. Es posible que este
arte llegue a representar una alternativa para los grupos ele chinchorro
cuyos territorios están sobreexplotados.
Los volantines son cuerdas de nylon con 8 o 10 anzuelos, para pes-
car en bancos que están a más de 100 brazas de profundidad, pero los
cuales son todavía visibles desde la costa. Los manejan grupos de cua-
tro pescadores cpie usan canoas ensanchadas con cava para enyelar la
captura.
El piloto catea el banco echando una línea de prueba. Si tiene éxi-
to, los otros arrojan sus anzuelos y van haciendo un poco de trolling,
hasta que las pesas ele las izadoras toquen el fondo. Después de un ra-
to, sacan los volantines y, dependiendo del número de peces, marcan
el lugar con una boya, y luego la canoa ensanchada gira alrededor de
ésta. Cada faena implica pasar la noche en altamar y regresar al otro
día con el pescado enyelado.
No hay bonanza de cuaresma porque extraen especies disponibles
durante todo el año. Toda la captura es de filete —ambali'i, corvina y
pargo rojo—, lo cual se traduce en calidad y precio. Después de des-
contar los gastos, dividen la captura en dos. Una parte para el dueño
del motor y la restante se divide entre el número de pescadores que
haya zarpado. Como en la pesca ele altura no hay territorialidad, se re-
ducen las tensiones por salir primero y tomar poscsie'm del bajo o pla-
ya. Así es posible reemplazar los frágiles motores de gasolina por Ru-
ggerinis diesel que, si bien son lentos, son muy resistentes. Para mu-
chos miembros de la Sociedad, este arte ha debido explorarse antes ele
lanzar el programa que describe} a continuación.

Supercanoas

Con este nombre se distinguieron dos embarcaciones adquiridas por


el Plan de Padrinos dentro de un programa conjunto con la regional

107
Ombligados de Ananse

tumaqueña de la Asociación Nacional ele Pescadores Artesanales de


Colombia, y con Cicla, la agencia ele ayuda internacional elel gobierno
canadiense. Bautizadas Canadá y Alberla, fueron construidas en ferro-
concreto por un astillero ele Bairanquilla. Tenían 20 metros ele eslora,
motor central de diesel y 123 caballos de fuerza, cava de refrigeración,
camarotes para diez tripulantes, cocina y sistema ele radiocomunica-
ciones. Doladas de bastante autonomía, ya ofrecían la opción ele ex-
plolar bancos ele peces localizados a 50 y más kilómetros de la ensena-
da, utilizando trasmallos con ojos ele 5 pulgadas y espineles de gran ca-
libre.
Como el programa se proponía entrenar a los miembros de la So-
ciedad Colectiva en técnicas ele pesca más eficientes, la tripulación pa-
ra cada una de estas embaí cae iones salía de cada uno de los equipos
de chinchorro. Majaban a Buenaventura donde tomaban cursos sobre
las técnicas y arles empleadas y comenzaban a salir en faenas que se
demoraban de siete a diez días. Los pescadores aspiraban a que, trans-
curridos seis meses, hubiera rotación de tripulaciones y, por lo lanío,
igualdad ele oportunidades para aprender.
Los capitanes ele estas embarcaciones no eran lumaqueños. Este
personal, especializado en navegación en alta mar, debía tener además
licencia de operadores ele radio. Dentro ele esta innovación fue nece-
sario traer un técnico canadiense v contratar un supervisor ele tierra,
quien se encargaba ele la logística de cada zarpa y elel consecuente
contacto radial permanente.
Quienes habían quedado en tierra no ocultaban su envidia por las
primeras tripulaciones seleccionadas, ni paraban de denunciar prefe-
rencias que consideraban injustas. Todos los pescadores expresaban
rencores hacia los capitanes y el técnico extranjero, asegurando que
sus conocimientos eran inapropiados para esas tierras. Los forasteros,
a su vez, miraban ron desdén a los miembros de la Sociedad y no esta-
ban integrados r o n ellos, y tampoco daban muestras de compartir sus
conocimientos. De ahí que quienes veían con buenos ojos la pesca con
volantines quizás tenían raze'm ele que este sallo fue demasiado ambi-
cioso: para lodos hubiera sido más provechosa la introducción ele un
arle menos complejo.

ANANSE Y EL MAÑANA

Ene en junio ele 1985 cuando vi por última vez a Rafael Valencia. Ce-
lebrábamos el Simposio Pesca Artesanal en las Américas, dentro del

108
Ananse en esteros y mares

Cuadragesimoquinto Congreso Internacional de Americanistas, y a lo


largo elel encuentro, con una tristeza difícil de disimular, describió es-
cenas que para él debieron de ser dantescas: a principios de ese año,
los pescadores del barrio Panamá exigieron la liquidación ele su propia
Sociedad Colectiva de Pescadores de Tuinaco. Cuando ellos le solicita-
ron a la administración que les diera la parte que les correspondía, él y
otros compañeros intentaron convencer a los demás de que su mayor
capital era la solidaridad, la coordinación grupal y la sede que habían
construido con el trabajo de todos. Los afiliados desoyeron esa última
súplica y exigieron que les entregaran lo que creían suyo. Algunos, de-
sencantados por el poco metálico, tomaron hasta pupitres del salón
que los vio reunirse cada semana para figurarse un nuevo futuro.
Con insistencia, Rafa se preguntaba: ¿no comprendieron que el ca-
pital era de ellos?, ¿que su fuerza residía en mantener juntas las par-
tes? Muy posiblemente no, y al disolverse no hicieron otra cosa que
responder con una tógica que parecería ajustarse a la transiten ieelad de
su entorno y al desgarramiento de un tejido del cual ellos no tenían
por qué ser conscientes.
Me refiero a la telaraña que Ananse tejió entre agricultura y pesca,
la cual también involucraba a los campesinos de la carretera de Pasto a
Tuinaco. Estos últimos, como los campesinos de la ensenada, también
surtían el mercado local con plátano, chocolate, chontaduro y frutas.
Dejaron ele hacerlo a medida que los unos fueron desplazados por el
cultivo de la palma africana, el cual, a su vez, avanzaba con la pavimen-
tación de la vía y con la proliferación de dineros calientes, y a medida
que los otros perdían sus tierras por efecto de la presión de los compra-
tierras relacionados con la construcción y expansión de estanques para
la cría y exportación de camarones.
Considero imprescindible examinar el funcionamiento de otras re-
des. Tal es el caso de la que unía a minería y agricultura en áreas como
la del Maguí, entre otros ríos de Nariño (Bravo 1990). Su funciona-
miento era similar al ejue integraba pesca y agricultura: los mineros
iban al colino cuando las lluvias escaseaban y no había suficiente agua
para alimentar los canalones mediante los cuales lavaban arenas aluvia-
les. En dirección hacia el puerto podían circular excedentes ele plátano
y otros productos agrícolas; en la contraria, pescado salado. Ambas ru-
tas alimentaban mercados locales como el de la chonta ele Soledad y
Aquiles en El Chajal (Arocha 1992e). Empero, en el Maguí, profesio-
nales de Corponariño comenzaron a promover la modernizacie'm de la
minería artesanal (Bravo 1990). Otorgaron créditos para la compra de

109
Ombligados de Ananse

motobombas que propulsaban por los canalones el agua ele las que-
bradas, y pequeñas dragas cpie absorbían las arenas elel fondo de los
ríos. Entonces, mientras epie mineras y mineros se independizaban de
las lluvias y podían lavar oro todo el año, no podían atender sus coli-
nos. Éstos se fueron e n m o n t a n d o y dejando de producir, mientras que
sus dueños racionalizaban el fracaso de la agricultura diciendo que la
malaria había atacado sus cultivos. Cuanto más palúdicas sus matas de
plátano, más tenían que aprovisionarse desde lugares que —como las
costas de la región ecuatoriana ele Esmeraldas— no habían figurado
dentro de su noción de mercados para comprar los alimentos que an-
tes cultivaban. Los costos de los producios traídos ele otras regiones se
sumaron a los del mantenimiento y reposición de eepupos y, juntos,
absorbieron las ganancias que provenían ele la mecanización de la mi-
nería. Los créditos se hicieron onerosos y la emigración surgic) como
alternativa al fracaso.
¿Qué queda hoy de las telarañas de Ananse? Lo dirán las investiga-
ciones que en la actualidad tienen lugar en el Pacífico sur. Las res-
puestas cpie ellas ofrezcan serán fundamentales para lograr que la te-
rritorialidad étnica legitimada por la Constitución de 1991 y la Ley 70
de 1993 tenga sentido en el marco ele las particularidades urbanas y
rurales de la ensenada de Tuinaco.
De su gente, las toneheras forman un grupo ejne ha sido excluido del
nuevo marco jurídico (Angela González 1998). El caso de una de ellas,
Tomasa Preciado, ilustra la severidad de la actual cuyuntura moderni-
zante. Murió poco después de haber colaborado en la investigación cpie
llevó a cabo Martba Luz. Machado (199G, 1997). Conmovida por la histo-
ria, una de mis estudiantes pregunte') ele qué había muerto Tomasa, «De
hambre», replicó Machado. Ante la sorpresa de la inleilocutora, la expo-
sitora anadie'): «se murió de alimentarse con cocacola y galletas de soda».
Si las telerañas que tejió Ananse en la ensenada de Tuinaco no bu
hieran sido desgarradas por la modernización de la economía, plátano y
pescado quizás no habrían desaparecido de la dieta de Tomasa. Uno as-
pira a ejne con la astucia de la araña sus ombligados aprovechen pronto
las nuevas oportunidades eme abre la Ley 70 \ cien origen a alternativas
territoriales y económicas que permitan contrarrestar los efectos del de-
sarrollo pensado tan se')lo para el beneficio ele los inversionistas.

110
Adalides baudoseños y aíratenos en Istmina. Foto: Jaime Arocha, agosto de 1995.
C A P Í T U L O III

Ananse en el Baucló (departamento


del Chocó): cacharrera de
convivencia étnica y ambiental

LECCIONES DE PAZ

El 26 de octubre ele 1997 los colombianos votaron por la paz, aspiran-


do a que el Estado buscara un cese al fuego y la consecuente incorpo-
ración ele guerrilleros y paramilitares a la vida civil. De cumplirse esa
voluntad en un futuro próximo, quedaría por reversarse la creciente
tolerancia hacia la eliminación o el silenciamiento del adversario, co-
mo medio cotidiano de resolver disputas. 1 le vislumbrado una posible
alternativa para ir demoliendo tal resignación. Se trata de las lecciones
que pueden ofrecer aquellos pueblos que —como los afiodcscendicn-
tes y emberaes de la serranía del Baucló— han persistido en buscarle
soluciones arbitradas a sus conflictos.
Mi interés por esa subregic'm del departamento del Chocó data de fi-
nales de 1990, cuando se asomaba la posibilidad de incluir la legitima-
ción de la territorialidad ancestral afrocolcmibiana dentro ele la reforma
constitucional. Para entonces, la Asociación Campesina del Bando
(Acaba) auspicie') una expedición ambiental en busca de apoyo para sus
programas. El informe de los profesionales que hicieron esa visita ha-
blaba de una gente negra ejne convivía en paz con su medio ambiente y
con sus vecinos indígenas. Los datos consignados parecían ajustarse a
patrones de una civilidad construida al margen del Estado, acerca de la
cual había hablado Nina S. de Friedemann (1989). Esa informacie'm era
significativa para el programa de investigación que entonces yo comen-
zaba a impulsar en el Departamento ele Antropología de la Universidad
Nacional de Colombia. Lo había bautizado Observatorio de convivencia ét-

113
Ombligados de Ananse

nica en Colombia, con la intención de desarrollar estudios comparativos


sobre aquellos mecanismos no violentos que las culturas locales tienden
a poner en marcha para resolver sus antagonismos con ¡dependencia del
Estado 1 .
Propuse esta alternativa considerando que los análisis basados en la
ausencia del Estado, los factores políticos o ele clase social habían sido
insuficientes para explicar por qué en ciertas regiones de Colombia, a lo
largo ele muchos años, persistían formas violentas de resolver el conflic-
to (Arocha 1993). Entonces sugerí estudiar la cultura, en primer lugar,
como adaptación innovadora al entorno y a la historia cambiantes
(Arocha 1990b). En segundo lugar, signiende) a Cregorv Batcson, como
una epistemología local, cargada ele hábitos inconscientes 2 , cuya aproxi-
mación puede arrojar luces sobre la forma como el aprendizaje arraiga
de una manera tan profunda estos patrones en el tiempo, que las conduc-
tas que dependen de ellos llegan a replicar aquellas epie algunos deno-
minan instintivas (Batcson 1991: 65-84).
En particular, los proyectos del Observatorio se fijaron en los hábi-
tos ele la emesis y el paralenguaje ¡cónico. Estas dos formas ele comu-
nicación evolucionaron hasta formar un complejo de signos, tanto co-
dificados, como significativos, el cual incluye «f--.| formas [intrincadas]
de arte, música, ballet [y] poesía (además de las| complejidades ele

(anco antropólogos obtuvieron sus títulos profesionales dentro cid Observatorio:


María Teresa Acosta. 1993, Colonización, convivencia y elnicidad en la región de los rí-
os Minero y Corare; Mímica Espinosa, 1091, Convivencia y poder político entre los an-
doijues*, publicada en 1995 COTÍ el mismo título por la Editorial ünivi i -.¡dad Na-
c ioual; Adriana Lagos, 199 1, Providencia: estudio sobre elnicidad, migraciones y convi-
vencia*; Javier Moreno, 1991, Ancianos, cerdos y selvas: autoridad y enlomo en una co-
munidad afrorolombiaua*; José Fernando Serrano, 1991, Cuando canta el guaco: la
muelle y el morir en poblaciones nfrocoloinbianas del alto liando. Chocó*; una sexta an-
tropóloga se graduó ele la Universidad de los Andes dentro elel mismo programa
de investigación, Natalia Otero, 1991, Los hermanos espirituales: relaciones de compa-
drazgo entre pobladores ajrocoloinhianos e indígenas emherá en el río Amparó, alto liando.
Chocó. De éslos, los trabajos marcados con asterisco recibieron el Premie) ele Exce-
lencia Académica de la Universidad Nacional de Colombia, v el do Espinosa fue
laureado. En adición, se han esbozado ¡cicas para olías áreas do la cuenca del Pací-
fico, v para investigar las funciones arbitrales dol palabrero wayúu y del carnaval
de Mompox (véase capítulo I do este libro). También, para algún día dar cuenta cic-
la forma en que on zonas cafeteras como las dol Quincho ol arbitraje violento pa-
rece haber lomado ol lugar do la palabra.

" Epistemología os «el agregado do presupuestos que subyacon a lóelas las interac-
ciones y comunicaciones entre personas» (Batcson y Baieson 1988: 97).

114
Ananse en el Bando

115
Ombligados de Ananse

|los ademanes geslnales, faciales] y | d e | entonación de la voz». Debido


a la impremeditación con la cual muecas, señas, cambios en la colora-
ción de la piel c) en la tensión muscular afloran en el (ralo cotidiano,
se han convenido en instrumentos especializados para revelar «{...]
asuntos de relación —amor, odio, respeto, temor, dependencia— entre
una persona y las que (¡ene frente a sí, o entre una persona y el am-
biente» (Baleson 1972: 412).
De manera concomitante con el estudio del nexo entre convivencia y
riqueza en el lenguaje de las emociones, en el Observatorio también nos
identificamos con la sugerencia de Baleson referente a que quizás sea
pertinente desechar la noción occidental que identifica al progreso con
la alianza entre propósito consciente y tecnología, debido a que el privi-
legio ejne esta ruta le otorga al reduccionismo y a la compartamenla-
lización deviene en la supresión de «[•••] la sabiduría de largo plazo [en
favor ele] lo expedito, aunque exista una nebulosa conciencia de que lo
expedito nunca proporcionará una solucic'm a largo plazo [...]• (1991:
467).
Adherimos a esa apreciación como medio ele justipreciar el aporte de
quienes portan epistemologías locales inlegradoras de la emoción y la
razón, mente y naturaleza, lenguaje y emesis. Siguiendo una noción que
Eals Borda introdujo en su Mompox y Loba: Historia doble de la Costa (vol.
I), y que Eduardo Caleano retomó (1989: 107), a esas epistemologías las
denominamos sentipensantes. De ellas parecen depender tanto los hábi-
tos arbitrales y dialogales para la superación elel antagonismo, como la
polifonía eeolcigica que les sirve de cimiento a tales hábitos (véase Bate-
son 1991:426-439).
Con el fin de adecuar la epistemología balesoniana al panorama co-
lombiano, enmarcamos nuestros análisis en el espacio delimitado por las
tensiones opuestas que se originan en la integración de las clnias dentro
ele la nación. En respuesta a la historia local y a las continuas variaciones
elel medio ambiente, las primeras tienden a la innovación y a la diversiti-
cación, chocando así con los impulsos contrarios hacia la homogeneiza-
cie'm, los cuales emanan de políticas, instituciones y funcionarios estata-
les. Los abobándosenos a quienes venía refiriéndome no son la excep-
ción ele esta tendencia contradictoria.

UN REFUGIO HE PAZ

La ocasión de palpar qué sucedía en el Baudó se présenle') en mayo ele


1992. Para esc entonces las "Comunidades negras» va habían alcanzado

llti
Ananse en el Bando

el primer paso hacia el futuro otorgamiento de títulos colectivos, me-


diante el artículo transitorio 55 de la Constitución de 199U. En conse-
cuencia, los dirigentes ele Acaba requerían la colaboración ele un gru-
po académico que divulgara los alcances e implicaciones de ese artícu-
lo. La Corporación Autónoma Regional elel Chocó (Codechocó) y la
Facultad ele Ciencias Humanas ele la Universidad Nacional aceptaron
apoyar esa iniciativa, y partí con seis estudiantes que tomaban la asig-
natura denominada Laboratorio ele investigación social, ele acuerdo
con los lincamientos teóricos y metodológicos del programa de inves-
tigación al cual ya me referí.
Antes de llegar a nuestro destino, ocurrieron tres hechos de impor-
tancia para las búsquedas elel Observatorio. I lablaré de ellos en el or-
den en el cual ocurrieron, señalando antes que los dos primeros ratifi-
caron la validez de estudiar la no violencia en la región, y el tercero, la
necesidad ele integrar los métodos ele historia y etnografía. El primer
evento consistió en el encuentro con una persona cuya existencia ni
figuraba en el m u n d o posible ele los estudiantes, ni en el mío.

Joselito, el policía que detestaba las armas

A Joselito, el policía que detestaba las armas, lo conocimos a la salida


ele Yuto. Desde Bogotá hacia Quibdó viajábamos los seis estudiantes
del Observatorio de convivencia étnica en Colombia; Pajarito, conduc-
tor del Toyota de la Universidad, y yo. Acabábamos ele recibir un poco
de aire fresco y de comernos unas pinas dulces, mientras que el tras-
bordador del Ministerio ele Obras Públicas nos llevaba a la otra orilla
elel río Atrato 1 . A las pocas cuadras divisamos un puesto de policía y

' «Artículo 55 transitorio. Dentro do los dos años siguientes a la entrada en vigencia
de la presente constitución f 1 do julio do 1991], ol Congreso expedirá, previo es-
tudio por parte de una comisión especial que el gobierno creará para lal oferto,
una loy que los reconozca a las comunidades negras que han venido ocupando tie-
rras baldías en las zonas rurales ribereñas do los ríos do la Cuenca dol Pacífico, de
acuerdo con sus prácticas tradicionales de producción, el derecho a la propiedad
colectiva sobre las áreas que ha de demarcar la misma ley». (República do Colom-
bia 1991: 1(36).
Para entonces, del puente sobre el río Atrato tan sólo se veían a lo lejos unas vi-
gas fantasmales cubiertas do musgo. Hoy la nueva estructura permito pasar al laclo
del pueblo de Yuto como una exhalación, mientras que los vendedores ele frutas y
fritangas so debaten en la búsqueda de oficios alternos al do la alimentación do los
pasajeros, quienes ayer podían Hogar a esperar hasta tres días, antes do que un ave-
(continúa en la página siguiente)

117
Ombligados de Ananse

comenzamos a preparar nuestra paciencia para lomar con calma la


orden epie habíamos oído desde cpie empezamos el recorrido en Bo-
gotá: «Bájense; ésta es una requisa; pónganse contra el cairo con las
manos en alio y las piernas separadas». Después ele palpar bolsillos y
entrepiernas, uno espera el grito «¡Papeles!» Pero allá en ese punto del
Choce'), para nuestra sorpresa, no aconteció ni lo primero, ni lo segun-
do, sino lo opuesto: un saludo amable y la pregunta respetuosa refe-
rente al seminario al cual pertenecían el padre y sus seminaristas. Al
de la Nacional, respondí, pensando al mismo tiempo qué contestaría
en caso de que al agente negro se le ocurriera pedirnos precisiones
sobre nuestra afiliación religiosa. Quizás sin comprender mi ironía,
nos pidió el favor de llevar a Quibeló a uno de sus compañeros. No
había alcanzado a decir «sí», cuando el hombre voluminoso, de cae hu-
cha con letreros de la ropa de marca Ocean Pacific y ataviado como lo
hacen casi lodos los afrocolombianos, a la última moda y con colores
brillantes, se sentó a mi lado. Ni Pajarito, ni los estudiantes y mucho
menos yo acertábamos a cruzarle palabra alguna. Seguíamos resenti-
dos por todas las paradas inútiles y las requisas descorteses a las cuales
nos habían sometido los uniformados ele los retenes permanentes y
móviles. Supongo que ante nuestras caras poco amables hizo ele Hipas
corazón, y nos pregunte') para d ó n d e íbamos. «El alto Bando es nuestro
punto final». «¡Ay!», respondió, llevándose la mano derecha a la frente
y añadiendo:
- Y o he estado allá, pero no vuelvo. Fui policía en Pie de Pato. La
genle es buena con uno, pero eso es duro, ¿oiga?
Nos asegure') que era horrible el descenso ele la serranía por el pun-
to donde termina la carretera Panamericana. Lo llaman El Afirmado, y
desde ahí ha)' que llegar hasta la quebrada El Guineo, para embarcarse
hacia Chigorodó. Nos hablaba de un camino ele peldaños verticales la-
brados en la arcilla elel monte o tallados en las raíces de los enormes
árboles epic se aferran a la cornisa casi vertical. Q u e por el barro ejne
se le adhería a sus botas, en más de una ocasión estuvo a punto de ro-
dar, pero que los cargueros y guías lo habían agarrado. Alimente') así
nuestras pesadillas acerca ele la travesía que habíamos Halado de ima-
ginar desde que hablamos del viaje en las aulas de la Nacional.

liado Ferry estuviera en condiciones do pasarlos do un lado al otro dol río, incluido
ol bus on el cual viajaban.

118
Ananse en el Bando

Luego ele recorrer un camino lleno ele huecos inmensos que nos
mandaban contra el techo del carro, llegamos a Quibdó, donde el po-
licía nos guió por las calles del barrio elel Niño Jesús en busca de nues-
tro anfitrión, Rudecindo Castro, el presidente de la Asociación Cam-
pesina del Bando (Acaba).
Sorprendidos por la gentileza de Joselito, al otro día hablamos de él
en una comida donde el señor Castro. Esilclo Pacheco, uno de los invi-
tados, conocía bien al agente. Conté) que en su barrio nunca castigaba
a quienes encontraba consumiendo marihuana, sino eme los amones-
taba en tono paternal.
En Pie ele Pato se había adaptado de maravilla. Una noche, en una
discoteca se le había abalanzado Mandebá. Bien borracho, le mandó
un p u ñ o y retó a Joselito para que le respondiera si era hombre ele
verdad.
—I loinbrc soy y autoi ida. Tengo mi arma y puedo arrestarte, pero
no quiero eso. Podría encenderte a culata, pero eso no me gusta. Invi-
tame a un trago y me decís tus desacuerdos.
Pero el borracho persistió en su intento de aporrear al agente. Ha-
ciéndole fuerza, Joselito lo senté') y volvió a insistirle en el absurdo de
obligarlo a desenvainar su arma.
—Es que quiero ver si vos sos capaz de matarme —dijo Mandebá.
—Y vos, ¿qué sacas [al quedar] bajo tierra? Yo tendría que ayudarte
con tu mujé y, ¿de dónele voy a sacar para eso? Vení. Cambíame la bala
por un trago y seamos amigos.
La madrugada los sorprendió pasados ele tragos y abrazados entre
risas. Pero vivos. Hoy siguen siendo amigos.
De ahí en adelante, Joselito se volvió el hombre de confianza ele to-
do el pueblo. Hasta en los desacuerdos entre parejas era llamado para
que ofreciera su opinión. Con lágrimas, la gente lo despidió del río
Baudó, y escenas similares se repiten a la hora de despedirlo de otros
lugares donde su empeño conciliador colma las aspiraciones de la gen-
te.
Uno de los estudiantes d u d ó de la veracidad de la versión ele Esil-
do. Suponga que exagera, le dije; sin embargo, la esencia ele la historia
es fundamental: Joselito es un policía epre resuelve el conflicto dialo-
gando, sin recurrir a la violencia. El que Esilclo pudiera haber inventa-
do el cuento, hablaría ele que en esa cultura, el héroe es epiien habla y
no quien dispara. Esta tabulación quizás sea más importante que la
que se hace en una regieín como la del eje cafetero acerca de los inuer-

119
Ombligados de Ananse

tos que podía causar un guerrillero como Chispas, valiéndose de una


sola bala.

El embera cantador de alabaos

El haber hallado no se')lo policías amables, sino uno a quien le disgus-


taba el uso de sus armas, además de Esildos capaces de exagerar las
historias sobre los que odian las pistolas, se adicionaría a un segundo
suceso para mostrarnos que ese corredor selvático del noroccidenle
colombiano que yace por debajo del Darién, al occidente de la serra-
nía elel Baudó, y que muere en el océano Pacífico, si representaba un
laboratorio adecuado para estudiar la paz. Terminada la comida en la
cual Esilclo llevé) la palabra, nos metimos en un jeep de carpas descosi-
das que nos llevó al barrio Kennedy bajo una lluvia torrencial. Allá se
llevaba a cabo el velorio del hermano de Ángel Rubilh Rivas Rentería,
otro miembro ele la Asociación, residente en Puerto Martínez, también
sobre el río Baucló.
Ninguno ele nosotros había estado en una ceremonia fúnebre afro-
chocoana. Me impresione') la disposición del espacio: filas ele bancas y
asientos formaban una «U» cpie rodeaba el féretro. Nunca había visto
tal número de deudos guardando tanta proximidad con el cadáver,
quienes además cantaban himnos en un idioma incomprensible para
mí, pero que me sonaba parecido al español. Nos explicaron que esos
cantos eran alabaos, y nos llevaron a ese círculo estrecho desde el cual
vimos cómo pasaban mujeres jóvenes llevando café, licor y cigarrillos
por entre las densas filas. Para nuestra sorpresa, entre los cantadores
ele alabaos comenzó a sobresalir un indígena, epiien se paraba cuando
lo embargaban la emoción y las lágrimas. La imagen de su participa-
ción conmovedora hablaba en contra de la cantinela que habíamos oí-
do con respecto a la enemistad dizque atávica entre esos dos pueblos
étnicos. Concordamos en que, por el contrario, era pista de los patro-
nes ele convivencia que intuíamos y acerca de los cuales debíamos pro-
fundizar.
Esa noche también se nos informe) ejne la persona a quien velába-
mos era la primera víctima de unos paramUítares que meses más tarde
serían expulsados mediante una manifestación pública, la cual los ha-
bría sacado hasta los limites de la ciudad. Ese compromiso con la de-
nuncia abierta me llevo a imaginar epie quizás la muerte del hermano
de Ángel Rubilh sería de las últimas bajas causadas por paramililares.
El tiempo mostraría el excesivo optimismo de esa predicción: los pa-

120
Ananse en el Bando

tremes tradicionales de convivencia quedaron inermes ante el poderío


de los profesionales de la muerte, quienes hoy causan desplazamientos
masivos desde el Baucló hacia barrios como el Obrero o el San Vicente
de Quibeló, o hacia otras áreas urbanas.

Cenealogías de trúntagos y personas

El tercer aliciente de la investigación consistió en demostrar eme el


poblamiento del Baudó por parte de afrodescendientes había sido an-
terior a 1959. De esc año databa la ley mediante la cual se constituye)
la reserva forestal del Estado colombiano en el litoral Pacífico (Villa
1998). En mayo ele 1992, entre los adalides ele Acaba cundía la voz de
que quienes no pudieran demostrar haber llegado al área antes de esa
fecha, serían considerados invasores de la r e s e ñ a o de los resguardos
indígenas, cuyo desmembramiento territorial sí se había permitido.
Por lo tanto, los campesinos negros sí podían ser expulsados. Sabía-
mos que una fuerza dispersora había consistido en la aulomanumi-
síón, pero no contábamos con un historiador que identificara fuentes
que permitieran hacer un trazo de las migraciones desde las áreas mi-
neras hacia el refugio del Baudó. Entonces, pensé en alternativas et-
nográficas.
En primer lugar, le pedí a cada miembro del equipo que averiguara
si algunas de las casas de la comunidad donde iba a estar habían sido
construidas usando antiguas vigas mamas, como sucedía en otra regie'm
ele la cuenca, la del río Güelmambí (departamento de Nariño; Friede-
mann y Arocha 1986: 231-300). En ese afluente del Telembí, esas
enormes piezas ele madera se legan de generación en generación y son
las primeras en atraer la atención de la gente de los pueblos para sal-
varlas en caso de incendio. Pensé ejne si en el Baudó podíamos identi-
ficar casas hechas con esas vigas estaríamos en capacidad de averiguar
cómo se habrían heredado y, por lo tanto, qué tantos años llevaban
dentro ele la misma familia.
Ya en el Baudó, fue frustrante ver las caras ele sorpresa de las per-
sonas, ante nuestras preguntas sobre las vigas mamas. Sin embargo,
una mañana, don Aquilino, carpintero de Chigorodó y sobrino ele
nuestro anfitrión Octavino Palacios, me lleve') hasta la caseta ejne alber-
gaba el sanitario comunal y me mostró uno de sus horcones. Era un
trozo de madera delgado y feo, medio carcomido por alguna ciase de
gorgojo.

121
Ombligados de Ananse

—Trúntago, profe —me dijo, añadiendo que era una clase del más
duro de los guayacanes, y ejne ése en particular había sido de su bisa-
buelo. Quiere decir esto que la edad del trúntago podría llegar a los
160 años y que ésta podría tomarse como indicativo de una posible ola
de poblamienio hacia el Baudó. Esta deducción se fundamenta en el
supuesto de que, para poder moverse de un lugar a otro y transmitirle
herencia a algún descendiente, el antepasado en cuestión ya tenía que
ser libre por aulomanumisie'm, manumisión por gracia del amo o por
abolición ele la esclavitud. Llegué a la cifra en mención suponiendo
que cada uno de los tres antepasados de don Aquilino tuvo 60 años,
que cada uno de ellos legó el trúntago cuando su hijo cumplió los 20,
lo cual daría 120 años, a los cuales habría que sumar la edad que por
ese entonces tenía don Aquilino —40 años.
Dos días antes ele terminar esa primera expedie ie'm al alio Baudó, al
entender por fin la naturaleza de nuestra búsqueda, don Justo Daniel
Hinestrosa se ofreció para llevarnos a un lugar sobre el río Quilo,
donde había trúntagos aún más antiguos, provenientes de las cercas ele-
una de las propiedades ele quienes fueran los amos de su abuelo. Esta
mención era de gran importancia dado que la tradición oral señalaba
al río Quito como la ruta fundamental de migración desde la región
minera del Alíalo hacia el alto baudó. Los quebrantos ele salud de don
Justo y el orden público se confabularon para que la excursie'm prome-
tida nunca se llevara a cabo.
Con todo, elimos con una de las fibras más sensibles de la cultura
afrobaudoseña. Tres años más larde, los afrodese endientes de Boca de
Pepe en el bajo Baudó, en el momento más intenso de la despedida
hacia el más allá ele una de las matronas del pueblo, cantaron el alabao
de «Los guayacanes» y nos informaron que esc cántico fúnebre siem-
pre figuraba en el repertorio de cada ceremonia.
Ensayamos un medio alternativo ele averiguar cuándo habían llega-
do al Baudó los antepasados ele quienes nos pedían explicaciones so-
bre las exigencias del artículo 55 transitorio de la Constitución en
cuanto a la historia elel poblamiento de las distintas comunidades. Les
solicité a los estudiantes trazar genealogías de las familias con las cua-
les comenzaran a interacluar. La experiencia me había indicado que si
un ombligado ele Ananse se encuentra con otro, con frecuencia le pi-
de que le recite sus apellidos maternos y paternos para identificar ele
ese modo la cercanía del parentesco que los pueda unir. Este tipo de
ejercicio tiende a ser reiterativo porque dentro de la tradición de per-
tenencia a un (ronco familiar, las personas heredan derechos mineros

122
Ananse en el Bando

que permanecen latentes y se activan mediante su trabajo en la mina


respectiva (Friedemann 1971, 1984a). Pero además de ello, esa noción
de pertenencia es fundamental a la hora ele migrar desde los ríos hacia
los puertos y verse en la necesidad ele identificar aquellas redes de pa-
rentesco que les aseguren la solidaridad requerida para encontrar tra-
bajo y vivienda. (Véase capítulo II de este libro).
Las genealogías ratificaron las deducciones que habíamos podido
hacer siguiendo el transcurso de los trúntagos: el origen ele los abo-
bándosenos se remontaba, por lo menos, a los comienzos del siglo
XIX. Esta información debía ser corroborada por los datos que tam-
bién les pedí a los estudiantes que recogieran, en cuanto a la historia
oral de los territorios reclamados por la familia extendida, y en cuanto
a la duración de los períodos de enrastrojamiento y reutilización de los
lotes en los cuales se dividía el territorio en cuestión. Nuestras pregun-
tas no fueron inteligibles debido a que, para esa época, aún no éramos
competentes en el manejo del léxico mediante el cual los baudoseños
nombran las distintas clases de bosques y terrenos de cultivo.
Sin duda, pudimos formarnos una visión aproximada sobre unas
posibles fechas para el origen del poblamiento afrodescendiente ele la
región. Sin embargo, terminamos esa primera expedición con la certe-
za de que era imprescindible incorporar la dimensión que podían
brindar los documentos históricos y, de ese modo, establecer lo que
más tarde llamaríamos diálogos entre vivos y muertos.
Durante el segundo semestre ele 1992, nos acercamos al logro de
esa opciem ele diálogo. La Universidad Nacional vinculó a Adriana Ma-
ya, historiadora africanista y afroamericanista, quien además acababa
de pasar dos años en la reptiblica ecuatorial de Cabón. Allí había reali-
zado observaciones etnográficas de las ceremonias de hwiti y ombuerí
ele los fang, etnia de afiliación bantt'i, la misma de un buen ntimero de
los antepasados de los afrochocoanos. En noviembre de ese año, con
ella y otros estudiantes del Laboratorio de invcsligacic'm social epie se
unieron a quienes habían viajado en mayo, fuimos profundizando las
observaciones ele terreno y realizando las primeras aproximaciones a
la información documental cu archivos locales como el del juzgado de
Pie de Pato, la cabecera municipal del municipio del Alto Baudó 5 . Así

' En la primera expedición etnográfica al alio Baudó lomaron parte Javier More-
no, quien trabajó en San Francisco de Cugucho; John Trujillo, en Chachajo; José
Fernando Serrano, cu Pureza y Nanea; Jaime Arocha, en Chigorodó; Alejandro
(continúa en la página siguiente)

123
Ombligados de Ananse

c o m e n z a m o s a t r a z a r lazos c u t r e los a r r o b á n d o s e n o s y sus a n t e p a s a -


d o s , c o m o m o d o m á s c e r t e r o d e hallar los o r í g e n e s , el d e s a r r o l l o y la
c o n s o l i d a c i ó n d e i n t e r a c c i o n e s d i a l o g a n t e s . E n t r e ellas, el c o m p a d r a z -
g o , los i n t e r c a m b i o s c o m e r c i a l e s , ele l a b o r e s agrícolas y ele s a b e r e s b o -
tánicos y m é d i c o s se f u e r o n p r e s e n t a n d o c o m o las m a t e r i a s p r i m a s d e
los n e x o s ejne u n í a n a a m e r i n d i o s y a f i o d e s c e n d i e n t e s e n u n a convi-
vencia quizás tensa, m a s n o d e a c a l l a m i e n t o del c o n t r a d i c t o r . M e d i a n -
te los d a l o s r e c o g i d o s e n esas d o s e x p e d i c i o n e s , d i s e ñ a m o s u n p r o y e c -
t o m á s a m p l i o . L o d e n o m i n a m o s Los b a u d o s e ñ o s : c o n v i v e n c i a y poli-
fonía ecológica 6 , cuyas a s p i r a c i o n e s i n c l u y e r o n : (1) d e s c r i b i r la creati-
vidad c o n la cual los afioc h o r o a n o s se h a n a d a p t a d o al p a s a d o hostil y
al a m b i e n t e c o m p l e j o y, ele e s e m o d o , s u p e r a r la o b s t i n a c i ó n a c a d é m i -
c a t r a d i c i o n a l p o r r e p r e s e n t a r a esos p u e b l o s e n t é r m i n o s d e su mar-
g i n a l i d a d , p o b r e z a y c a r e n c i a s e n salud, e d u c a c i ó n y e m p l e o . (2) Retra-
tar la e v o l u c i ó n d e los p r o c e s o s m e n t a l e s ' a f r o c o l o m b i a n o s c o m o re-

Castillejo, en Pie do Pato; Héctor Guzmán, cu Puerto Kchevorry (sobro el río Du-
basa), y César Moreno, en Almendro (sobro la quebrada dol mismo nombre). La
segunda expedición so realizó bajo ol auspicio do Acaba y la Vicerrcctoría Acadé-
mica <\c la Universidad Nacional ele Colombia (Ondee y División de Programas
Cun ¡rularos). Participaron Javier Moreno, quien retorne') a San Francisco ele Cu-
gucho; Ricardo Pardo, también en Cugucho; Luz Dary Corroa y Jerítza More han,
cu Chachajo; (osé Fernando Serrano, cu Pureza y Chigorodó; Sofía Gutiérrez, en
Puerto Martínez; Holka Qnevedo y Nolson Lugo, en Nauca; Claudia Plalarrnocla,
en Puerto Echeverry, y Soledad Aguitar, en Platanares. Entre enero y mayo do
1992, bajo mi tutoría, Natalia Otero, dol Departamento ele Antropología ele la
Universidad do los Andes, recorrió lodo el alto Baudó, y en noviembre de 1992
regrese) a Pie ele Pato.
lisia investigación se inicie) en cuero do 1995 ron apoyos do Colriencias, el Cen-
tro-Norte Sur de la Universidad de Miami, UNESCO y ol CINDEC ele la Universi-
dad Nacional do Colombia. Además do la coinvestigadora principal, la historiado-
ra Adriana Maya, el equipo contó con los etnógrafos Javier Moreno y José Fernan-
do Serrano, los historiadores Orián Jiménez y Sergio Mosquera, y la bióioga Stolla
Suároz.
' Dentro do esta investigación nos fundamentamos en la noción de monte que de-
sarrolle') Gregory Batcson dol siguiente' modo; «[...] conjunto operante de aconte-
cimientos y objetos [con] la complejidad do circuitos causales y [ de) relaciones do
energía [adecuados para procesar] 'información*, [entendiendo] que un 'bit' cío in-
formación [consiste en] la diferencia que hace una diferencia» (1991: 315).
Fsta dosaniropomoiTización <\c lo espiritual tiene cine ver con lies apreciacio-
nes ele Lamarrk: (1)«[...J no se [le] pueden atribuir a ningún sor rapacidades
[espirituales] para las cuales no [tenga] órganos»; (2)«[...] los procesos mentales
deben tenor siempre representación física» y (3) <<[...|la complejidad del sistema
nervioso está relacionada con la complejidad do la monto» (ibid.: 459),
(continúa en la página siguiente)

124
Ananse en el Bando

sultado de memorias de africanía, y resistencia a la esclavitud y a la


hispanizadón, y no tan sólo como efecto de la abolición oficial y de las
enseñanzas ele los españoles, y (3) combinar los métodos de la historia
natural con los ele la historia cultural 8 , para comprender, describir y,
de ese modo, reforzar los patrones de convivencia interétnica y am-
biental que los afrodescendicntes venían evolucionando en el Chocó
biogeográfico, por lo menos durante los últimos 250 años.
Pese a nuestras intenciones, a mediados de 1994 irrumpió en el al-
to Baudó un frente guerrillero quizás disidente del Ejército Popular ele
Liberación, y en octubre de 1995 surgieron dificultades con la organi-
zación campesina que había apoyado nuestro esfuerzo, a propósito de
la investigaciein etnobotánica que nos proponíamos llevar a cabo. In-
tentábamos documentar el funcionamiento de los mecanismos de
convivencia centrados alrededor del intercambio ele saberes sobre las
plantas y sus usos cotidianos y médicos, pero algunos adalides de la
base supusieron ejue esa parte del trabajo podría esconder intenciones
de negociar con las multinacionales interesadas en la manipulación
biotccnológica elel patrimonio botánico baudoseño, e impidieron lle-
var a cabo nuevas expediciones científicas al alto Baudó. Estos dos im-
previstos implicaron suspender el trabajo en el eje de Chigorodó-
Nauca-San Erancisco ele Cugucho, donde lo habíamos iniciado. Enton-
ces, abrimos un nuevo terreno en Boca ele Pepe sobre el curso medio
del mismo río. Más adelante, a comienzos de I99G, la aparición de otra
guerrilla, el Benkos Biojó, y restricciones financieras llevaron a la cles-

También nos valemos do la interpretación batesouiana ele «sistema» como la


«unidad que contenga estructuras de rctroalimeutaciém competentes para proce-
sar información. Hay sistemas ecológicos y sistemas sociales, además del eme for-
ma el individuo "más" su ambiente» (Batcson 1992: 260). Y por último, concor-
damos con su propuesta acerca ele inmanencia mental: «La mente es inmanente en
el circuito. Estamos acostumbrados a pensar c]uc de alguna manera la piel del or-
ganismo contiene la monte, pero la piel no encierra a los circuitos [mentales]»
[ibid.: 261).
Esta es otra exploración que inspiró Bateson en su libro Angels Fear (Bateson y
Bateson 1988: 110, 111) al insistir en la búsqueda del pensamiento relaciona!: «[...]
siempre me sorprendo por la manera tan ligera como los científicos aseveran e]ue
las características del organismo se pueden explicar ya sea por el ambiente o por el
genotipo. Déjenme ser bien claro, porque yo en lo que creo es en la relación entre estos dos
sistemas explicativos; es precisamente en [el vínculo] entre los dos sistemas en donde
se halla el verdadero sentido de las características del organismo» (las cursivas son
mías).

125
Ombligados de Ananse

integración del equipo de trabajo y a obstáculos tanto en el análisis de


la información etnográfica como en el diálogo ele ésta con la que pro-
venía de los archivos históricos y de la elnoboiánica. Repones de esa
última fase de campo y archivo aparecen, en primer lugar, en el volu-
men titulado Los afrorolombianos, edilado por Adriana Maya dentro ele
la serie Geografía Humana, del Instituto Colombiano ele Cultura His-
pánica. En segundo lugar, en el presente capítulo que, además, retoma
dalos producidos por las primeras expediciones debido a que su difu-
sión estuvo limitada por la desaparición de la revista que las acogió
(Señales abiertas) y al tiraje limitado del informe sobre el simposio titu-
lado La construcción de las Américas, llevado a cabo con la coordina-
ción de Carlos Alberto Uribe, en el sexio Congreso Nacional ele An-
tropología (Universidad de los Andes, julio de 1992).

MODERNIZACIÓN, BIODIVERSIDAD Y MULTIETNICIDAD

Los 49.000 kilómetros cuadrados elel departamento del Choce)


(Losonczy 1991-1992, I: 5) se consideran patrimonio de la humanidad,
debido a la enorme diversidad de recursos animales y vegetales cpie
albergan, así como a los volúmenes de aire y agua que sus bosques re-
cielan. Empero, esta riqueza podrá perderse a medida ejne el litoral se
integre con los países de la cuenca del Pacífico. Sus miembros han
mostrado interés por formar empresas conjuntas y explotar oro, plati-
no, maderas finas y peces y crustáceos marítimos y ribereños, o por
contribuir en la expansión de plantaciones y zoocriaderos de alta tec-
nología (ibid.: 9).
Désele 1982, el Estado colombiano viene propiciando esa tenden-
cia. Cada una de las adminisi raciones presidenciales ele ese decenio y
del actual concibe el litoral como impulso para el desarrollo de todo el
país. Sin embargo, ninguna de ellas parece haber percibido que ese
modelo de desarrollo no es enteramente compatible con los progra-
mas que también impulsan para la protección de la bioversidad y de la
nmllieliñe idad afroeolombiana e indígena (Arocha 1998d). Los pue-
blos negros suman 84% elel casi medio millón de habitantes del Cho-
có; los indios, 9% (Losonczy 1991-1992 1: 3). Ambos comparten adap-
taciones polifónicas, bajas en capital, intensivas en mano ele obra y muy
sincronizadas con el clima y demás cambios en el entorno (Arocha
1991a).
Los gobiernos ele los presidentes César Gaviria y Ernesto Samper
han |)tieslo en marcha un agresivo programa de obras públicas, a fin

120
Ananse en el Bando

de dolar a la región con las carreteras que conecten a las metrópolis


andinas ron el sistema portuario que también se está construyendo
(Arocha 1998a, 1998b). Sin embargo, la última de estas dos adminis-
traciones asumió una posición más contundente hacia la región y
anunció compromisos internacionales para asociarse en la prolonga-
rión de la carretera Panamericana hacia Panamá, por la vía del tapón
del Darién, así como en la construcción del canal interoceánico que
conecte al Atlántico con el Pacífico por la vía del río Truandó, afilíente
del Aíralo {ibid.)
Como resultado de esas transformaciones, crecic') la inmigración de
paisas provenientes de Risaralda y Antioqnia, y de chilapos, como de-
nominan los chocoanos a los inmigrantes procedentes de los valles de
los ríos Sinú y San Jorge, en la llanura Caribe. Ambos han puesto en
peligro la territorialidad ancestral ele afiodescendicntes e indígenas.
Sin embargo, desde los primeros meses de 1997, el suceso más dramá-
tico ha sido la irrupción de formas de violencia jamás cx])erimentadas
en el litoral. Entre ellas, el paramilitarísmo ha causado desplazamien-
tos masivos como los del bajo Atrato. Resulta significativo el que esa
zona geográfica precisamente fuera el ámbito de los primeros territo-
rios afrochocoanos cuyo dominio colectivo había reconocido el Estado
en cumplimiento de la Ley 70 de 1993 (ibid.) Ésta legitima la territoria-
lidad étnica de los afrodesccndicnlcs, al desarrollar los principios cpic
delinee') el artículo transitorio 55 de la Constitución de 1991.
No cabe duda, pues, de que hoy la modernización del litoral y la
apertura generalizada de fronteras les da un nuevo hálito al capital y la
industria. Infortunadamente, la agresie'm armada parece ir de la mano
de ambas. Así las cosas, la producción polifónica enfrenta amenazas
inéditas en la historia nacional.

UN REFUGIO DE PAZ ANIQUILADO

Con otros segmentos de los valles del Atrato y del San Juan, el Baudó
formaba un refugio de paz exento de herramientas para malar y de los
profesionales en manejarlas, y contrastaba de manera significativa con
otros lugares de Colombia donde la gente se valía de bala y metralla
como medios privilegiados de zanjar disputas por tierras o por dere-
chos políticos.
En adición a las nuevas reglas del comercio internacional, la Consti-
tución de 1991 amenazó el porvenir de ese reducto de diálogo. Este
efecto conlrariaba el espíritu de la nueva carta, y se debió a la asime-

127
Ombligados de Ananse

Iría que creó entre los derechos étnicos de indígenas y afrocolombia-


nos. En efecto, su séptimo artículo le reconoce a la nación colombiana
carácter multicultural y pluriétnico, en vez del monocultura! y biélnico
que delineaba la Carla de 1886 (Arocha 1992b: 27, 28). En conse-
cuencia, con ese título los artículos 280'' y 287'" equipararon la auto-
nomía de los resguardos y cabildos de los indígenas con la de los mu-
nicipios y departamentos. Como es lógico, esta innovación aceleró la
expansiém territorial y el saneamiento de resguardos de indios, proce-
sos que cu el Chocó databan de finales del decenio de 1970 y que res-
pondían a la presión epie las organizaciones comenzaron a ejercer
desde que se unificaron en la Organización Nacional Indígena de Co-
lombia.
No obstante las ventajas para los emberaes y waunanaes, en la
cuenca del Pacífico esta expansión, en parle, comenzó a realizarse a
costa de paisajes epie agricultores y mineros negros habían creado,
cuidado y cultivado. Lina distorsión de la estructura legislativa colom-
biana explica el suceso: después de obtener la libertad por rebelión,
aulomamimisión o como consecuencia de la abolición, los antiguos
esclavos abandonaron minas y plantaciones y se instalaron en zonas
aisladas. Años más tarde, la legislación republicana, pero en especial la
Ley 2 de 1959, los considere) como invasores de áreas que pertenecían
al Estado o a los resguardos indígenas y se les catalogó como colonos en
tierras baldías (Villa 1998). De ese modo, no se les percibió con dere-
chos ancestrales legítimos sobre sus territorios.
Se esperaba que con su énfasis en la democracia parlie ipaliva la
nueva constitución echara pie atrás en esta tradición, pero no fue así.
Tan sólo les garantizé) derechos étnicos pare iales a los afrocoloinbia-
nos. El artículo 55 transitorio abrió la posibilidad de que a las llamadas

«Artículo 286. Son entidades territoriales, los departamentos, los distritos, los
municipios y los territorios indígenas. La ley podrá darles el carácter de entidades
territoriales a las regiones y provincias que se constituyan en los términos de la
Constitución y de la Ley» (República do Colombia 1991: 108).
" «Artículo 287. I.as entidades territoriales gozan de autonomía para la gestión do
sus intereses, y dentro de los límites de la Constitución y la Ley. En tal virtud ten-
drán los siguientes derechos;
1. Gobernarse por autoridades propias; 2. Ejercer las competencias que les co-
rrespondan; 3. Administrar los recursos y establecer los tribuios necesarios pa-
ra el cumplimiento de sus funciones; y 1. Participar en las remas nacionales»
(ibid.: 109).

128
Ananse en el Bando

comunidades negras de las zonas ribereñas del litoral Pacífico se les


otorgara titulación colectiva sobre sus territorios y, por esa vía, acce-
dieran a derechos autonómicos comparables con los de los pueblos
indios. Sin embargo, la nueva carta ató esle logro a los esfuerzos de la
Comisión Especial para las Comunidades Negras. Instalada con un año
de atraso, enjillió de 1992, tuvo plazo hasta abril ele 1993 para remitir-
le al Congreso de la República el proyecto de ley referente a los dere-
chos territoriales colectivos. Esa ley p u d o ser sancionada en septiem-
bre de 1993, pero su reglamentación aún no termina debido tanto a la
falla de voluntad política de los dos gobiernos que han tenido que ver
con ella, como al burocratismo de la Comisión de Alto Nivel respon-
sable de ese proceso.

INQUISICIÓN, SILENCIO Y NO VIOLENCIA

Esta última limitación podría descartarse en términos de la persisten-


cia de prácticas nepolistas y clientelares. Sin embargo, sus anteceden-
tes quizás hayan sido más complejos. En la introducción hice referen-
cia al posible emparentamiento entre la astucia, insumisión y aparente
ínsolidaridad de los adalides afrocolombianos con los atributos anties-
clavistas de la deidad mitológica Ananse. En esta sección me interesa
resallar cpie ante la reforma constitucional de 1991, los aírodesecn-
dienles han estado en desventaja. Ello se debe a que, al ligar la inclu-
sión nacional con el ejercicio de la diversidad cultural, la Carla consti-
tucional exaltó un modo de comunicación política ajeno para los afro-
colombianos: el discurso basado en el escncialismo étnico.
En ámbitos como el de la Comisión de Comunidades Negras, a la
cual le correspondic) la preparación de lo que hoy se conoce como Ley
70 de 1993, de los adalides afrocolombianos se esperaba que hicieran
explícitos manifiestos étnico-políticos como el que divulgó el Consejo
regional indígena del Cauca durante el decenio de 1970". Como esos
líderes actuaron en registros poco ortodoxos para los círculos de

1
El programa que el Cric proclama en 1971 se basaba en los siguientes aspectos:
(i) recuperación de las tierras de resguardo; (ii) ampliación de los resguardos exis-
tentes; (iii) fortalecimiento de los cabildos indígenas; (iv) eliminación dol terraje;
(v) divulgación de las leyes do indígenas v exigencia do su cumplimiento; (vi) de-
fensa do la historia, la lengua y las costumbres indígenas, y (vii) formación do pro-
fesores para educar a los indígenas de acuerdo con su situación y su lengua
(Friedemann y Arocha 1985: 223, 221).

129
Ombligados de Ananse

agenciamíento étnico, miembros del Instituto Colombiano de Antro-


pología, responsable de la secretaría técnica ele la Comisión, argumen-
taron que los negros carecían de identidad étnica y que se la estaban
inventando de manera oportunista para beneficiarse de la reforma
constitucional (Arocha y Friedemann 1993).
Esta argumentación no tiene en cuenta que los descendientes cic-
los esclavizados han carecido de los apoyos cpie sí han recibido los in-
dígenas para enfrentar la represión ejercida por los aparatos colonial y
republicano, y para desarrollar prédicas apologéticas de sus historias y
culturas. Entre esos soportes están, en primer lugar, las legislaciones
colonial y republicana para delimitar y salvaguardar las formas ances-
trales de territorialidad y gobierno indígenas (Arocha 1998d: 380-385).
En segundo lugar, los corregidores de indios y demás vigilantes elel
cumplimiento de las respectivas leyes, hoy representados por recles de
oenegés apoyadas por la filantropía mundial (ibid.) Un tercer apoyo
consiste en la tradición erudita académico-política que desde mediados
del siglo XIX viene elaborando documentos históricos y etnográficos
que enaltecen los legados indígenas como parte del americanismo y,
de ese modo, facilitan el que las organizaciones de base elaboren dis-
cursos étnico-polílicos (ibid.: 354-361).
En el caso de los esclavizados y sus descendientes, durante la época
colonial fueron perseguidos por los tribunales ele la inquisición, con
preferencia de otros grupos humanos, porque sus prácticas religiosas
ancestrales fueron catalogadas de satánicas, demoníacas y paganas
(ibid.: 347-354). Esa forma de represión recibió el complemento de la
fuerza militar, para contrarrestar el cimarronaje y otras alternativas ele
resistencia (ibid.) La impunidad cine se fue gestando en este ámbito
restrictivo se reforzó por medio de los códigos negros, cuya principal ca-
racterística consistió en identificar a los esclavizados con bienes muebles,
que podían ser torturados por insumisos, sin que el ejcrcic io de la vio-
lencia en su contra necesariamente implicara castigo para los amos
{ibid.)
En cuanto a las formas de territorialidad y gobierno afrodescen-
dientes, durante todos los períodos anteriores a julio ele 1991 no hubo
instrumentos para legitimarlas y defenderlas (ibid.) Y si se mira la acti-
vidad académico-política, se halla que entre el decenio ele 1950 y 1990
un número excepcional de científicos sociales trate') a los afrocolom-
bianos como sujetos culturales e históricos. A la demanda de profesio-
nales que comenzó a generar la Ley 70 de 1993 correspondió una

130
Ananse en el Baudó

oferta laboral de facultativos poco inclinados a reconocer el papel de


las memorias de africanía en la evolución de las culturas negras.
El efecto combinado de estas fuerzas consistió en la clandestiniza-
ción de los legados religiosos africanos; la abstención de la militancia
étnica; la integración a los sistemas político y de mercado nacionales
mediante el blanqueamiento, y un marcado vacío en aquel saber eru-
dito que puede ser traducido como discurso étnico.
Entonces, si la base afrodescendiante no vernaliza con firmeza su
conciencia étnica, no quiere decir que la identidad esté por inventarse.
Frente a esta coyuntura, al estudioso que interartúa con ella más le
compele la observación aguda que el interrogatorio insistente. La me-
táfora central de este volumen —Ombligados de Ananse— no habría lle-
gado a existir si su elaboración se hubiera basado en la pregunta obse-
siva y no en la mirada y anotación pacientes.
Otro obstáculo que han enfrentado las comunidades negras ha sido
el de la sustitución de la racionalidad del clientelismo por la de la de-
mocracia parlicipativa. Esta última también hace parle del nuevo mar-
co constitucional y requiere la formación de nuevos entes organizati-
vos que se hagan responsables de la planeación y ejecución de proyec-
tos de nivel local. Así como la Ley 70 contempla la formación de con-
sejos comunitarios que, entre otras tareas, tracen la cartografía del te-
rritorio a ser incluido en el título colectivo, que presenten la historia
de la comunidad y reseñen sus sistemas productivos (Vásqucz 1993),
deben formarse otros comités que respondan por la necesidades co-
munitarias, de acuerdo con la competencia de las diferentes agencias
estatales. Durante la estada del equipo en Boca de Pepe, además del
consejo comunitario, se formaron comités de vivienda y de gestión
microempresarial. Como punto de partida hacia la participación sin
clientelismo, estos grupos locales debían elaborar proyectos que dele-
trearan sus objetivos, justificaran su existencia, enumeraran, periodiza-
ran y cuantificaran las actividades que iban a realizar, indicando qué
contrapartidas ofrecerían y, por si fuera poco, cómo ejecutarían el gas-
to. Tanto el trabajo de los consejos comunitarios como el de estos
otros comités requerirían habilidades académicas difíciles de imaginar
en un pueblo con pocos egresados del sistema de educación superior.
Para llenar este vacío han surgido oenegés, y también los que Mó-
nica Espinosa (1998) llama empresarios étnicos, quienes ofrecen apoyo
en la elaboracic'm de esos proyectos y en gestiones políticas, étnicas y
ambientales. El potencial que ellas tienen para dar origen a relaciones
de clientelismo basadas en la tecnocracia es tan inocultable como la

131
Ombligados de Ananse

atomización que las comunidades enfrentan como consecuencia de la


infinidad ele frentes participa!ivos que contempla el Estado.
A lo largo ele estos años de tratar de nivelar asimetrías y generar
mecanismos de participación, las relaciones entre los dos pueblos con-
fluyentes en el Baudó continuaron deteriorándose. Si bien es cierto
cpie no se ha registrado el que los unos hayan cometido desafueros y
atrocidades contra los oíros, y que en las comunidades locales miem-
bros de los dos pueblos continúan participando en muchas de las acti-
vidades económicas sociales y religiosas que los habían unido, las or-
ganizaciones que los representan y las oenegés que los asesoran hacían
poco en pro de una unión estratégica que permitiera aunar aquellas
fuerzas que podrían haber construido la muralla que defendiera la te-
rritorialidad ancestral de ambas etnias. Cada quien jalaba para su lado
o trataba de ocupar los mínimos espacios que el olio ele jaba libres, in-
cluso simpatizando con la formación de guerrillas étnicas como las
Fuerzas Armadas Revolucionarias Indígenas Populares (Farip) o el
Benkos Biojó.
Entre tanto, se fue ampliando el callejón que dejaron vacío. Por él
entraron con relativa facilidad, primero, una disidencia del Ejército
Popular de Liberae ic'm (EPL) y, luego, los frentes ya mencionados, así
como los paramililares (Arocha 1998b). En febrero de 1995 ya era
inocultable la presencia de desplazados en Quibdó y en otras ciudades,
incluida Bogotá. Esa presencia nueva evidenciaba el cine la antigua ha-
bituación al arbitraje y al diálogo, como medios de superar desavenen-
cias, no eran antídotos suficientes contra el apáralo de terror ejne iba
avanzando al paso de la modernización.

BALAS EN VEZ DE VERGÜENZA

Parte de tal avance es la sustitución de la vergüenza pública por la


fuerza, como medio ele castigar infractores. A finales de octubre de-
1995, uno de los tenderos d e Boca de Pepe viaje') a Buenaventura a
buscar la remesa mensual para su almacén. En su asusenc ia, lies jóve-
nes forzaron los canelados de la tienda y se llevaron lastres para íceles
ele pesca, pilas eléctricas y otros artículos. Cuando el dueño regrese'),
puso la respectiva denuncia. La comunidad identificó a los culpables y
el inspector los sentencie') a que devolvieran los artículos sustraídos y
desyerbaran la cancha de fútbol. Mientras desempeñaban este oficio,
fueron objeto de señalamiento y burla por parte ele quienes pasaban
junto a ellos.

132
Ananse en el Baudó

Pese al escarnio público al cual fueron sometidos durante dos días,


el tendero opinó que merecían una pena más severa. Un cacharrero
paisa que viajaba en su canoa y había hecho la parada usual en el pue-
blo concordó con el ofendido. Días más tarde, el paisa emprendería su
regreso hacia Istmina por el río Pepe. Se ofreció para llevarme en su
embarcación. Luego de dos horas de navegación bajo la lluvia, para-
mos en Veriguadó para desayunar. Allí nos encontramos con un joven
en uniforme de fatiga y con su ametralladora. Pertenecía al frente
Benitos Biojó. Guardé silencio, mientras el paisa hacía las presentacio-
nes del caso, le hablaba del robo a la tienda de su amigo y le pedía que
él y sus compañeros hicieran presencia en la Boca para que le propi-
naran a los infractores el castigo severo que la comunidad había sido
incapaz de imponerles.
Las palabras del paisa eran punto de no retorno. Quienes ya las ha-
bían pronunciado, invitando a una disidencia del Ejército Popular de
Liberación para que ayudara a romper la marginación en la cual se
mantenía al alto Baiidé), inauguraban un período nuevo en la historia
del Chocó. Desde agosto de 1994, los afrobaudoseños habían comen-
zado a oír de amonestaciones perentorias, entre otras formas de ad-
ministrar justicia armada. La tesorera de la Asociación Campesina del
Baude') tuvo cpie abandonar su casa en Chigorodó y desplazarse a
Quibdó como i'mica manera de defenderse de la acusación por su-
puesta malversación de fondos que le formulaba un tribunal armado
con el cual ella, como otros afrobaudoseños, jamás había (cuido con-
tacto. Más abajo, en Pie de Palo, Ilermann Palacios creyó que era su
deber denunciar por la radio lo que para él habían sido irregularida-
des reprochables en las elecciones de alcaldes y gobernadores de 1994.
Semanas más tarde, se contaría entre las decenas de líderes comunita-
rios que jamás imaginaron que serían ejecutados sumariamente por
ejercer ese disenso tan propio de los ombligados de Ananse. 1 lasta en-
tonces, el ejercicio del desacuerdo tan sólo había desembocado en la
acusación de inveterada desorganización que le achacaban al proceso
político que desde 1991 los negros colombianos habían intensificado
para ser incluidos dentro ele la nación.

El 20 de julio de 1995 la Asociación Campesina del Baucló p u d o


volver a llevar a cabo la asamblea anual cuya realización en 1994 no
había sido posible por la violencia. Los directivos indicaron que in-
formados de las arbitrariedades cometidas por el EPL, los del Benkos
Biojó le habían dado a los primeros guerrilleros un plazo perentorio
para abandonar la región. Debido a la persccucie'm armada de una

133
Ombligados de Ananse

máquina de muerte contra la otra, en esa ocasión ya nos podíamos en-


comiar en Boca ele Pepe. Durante la reunión de la organización cam-
pesina me estremecieron las intervenciones de sus miembros; una Iras
otra, comenzaban pidiendo un minuto de silencio y continuaban con
denuncias por las ejecuciones, desapariciones y amenazas ocurridas en
la respectiva vereda. Un total de 50 familias ya habían sido identifica-
das como desplazadas a los barrios de (búhele'), pero habría que averi-
guar por personas que habían salido despavoridas, pero de quienes no
se había vuelto a saber nada.

GUERRAS DE DIABLOS

Los adalides de Acaba mostraban mucha indignación porque el más


cruel de los guerrilleros del EPL había sido un afi obaudoseño. el snb-
comandante Palacios. Entre sus conductas extremas figuraban, en
primer lugar, el haber golpeado y amenzado al antropólogo William
Villa, uno de los expertos más apreciados en todo el Chocó y, en se-
gundo lugar, el haber traicionado al propio comandante de esa guerri-
lla.
Este último incidente era nombrado una y otra vez como definitivo
en la salida del grupo: después de que lo visitaran su madre y herma-
na, el comandante del EPL le ordenó a Palacios escollarlas en el tra-
yecto lluvial desde Nauca hasta Chigorodó y, desde ahí, en el ascenso a
pie por la serranía hasta El Afirmado, d o n d e tomarían la línea a Quib-
dó. Al final del camino, Palacios mate) a las mujeres y les robó el dine-
ro que les había dado su hijo y hermano. Regrese') culpando a un des-
conocido, pero cuando se supo la verdad, el comandante dispuso su
ejecución, que no fue fácil. Como se sabía que Palacios tenía líalos
con el diablo, fue necesario alislar una bala ele piala con la marca de la
cruz, y una fosa de concreto junto a la cual fue ejecutado por el doble
asesinato. A pesar de las precauciones para dominar a un hombre in-
vestido con el poder del maligno, semanas más tarde sus hermanos
constataron que una fuerza descomunal había destrozado la lápida y
abierto en dos el sepulcro. El ataúd vacío le indicaba a los libres que el
ser diabólico había resucitado para vengar la muerte y seguir exten-
diéndola.
Y la muerte sí continuó ampliando su dominio. Al laclo del Benkos
Biojó que había desplazado al EPL, aparecieron las Fuerzas Armadas
Revolucionarias Indígenas Populares (Farip), y ambas agrupaciones
étnicas recibieron las presiones ele paramililares. La presencia de ellos

134
Ananse en el Bando

sigue haciendo crecer los barrios de desplazados en Quibdó y le da


vuelcos radicales a la política local.

T a b l a 9 . Muestra de n ú m e r o y porcentaje de delitos cometidos

entre 1966 y 1994 (122 casos. Inspección de Policía de Boca de Pepe y Juzgado Promiscuo de Pizarra)

Homoétnicos entre Homoétnicos entre Heteroétnicos Conflicto


Libres (HOL), cholos(HOC).' (L[ibre]C[holo]). (etnicidad
determinados en determinados por (C[holo]L[ibre]). según
comparación con apellidos o por (P[aisa]L[ibre]). etnónimo
T i p o según el apellidos de las denominación en et (P[aisa]C[holo])t local)
expediente genealogías expediente (L[ibre]P[aisa]).
Total
(C[holo]P[aisa])

Hurto 4 3.28 1 0,82 IPL 0,82fl 9 7,38


3LC 2.46LC

Rapto/Estupro 2 1.64 1 0.82 0 0 3 2.46

Insulto/Calumnia II 9.02 1 0.82 0 0 12 9,84

Riña 9 7.38 4 3.78 ILC 0.82LC 14 tl.48

Daño en bien ajeno 7 5,74 0 0 ICL 0.82a 9 7,38


ILC 0.82LC

Lesiones personales 26 21,32 23 18.86 2LC I.64LC 55 45.10


3CL 2.46a
IPC 0.B2PC

Intento de homicidio 1 0.82 1 0.82 2PC I.64K 5 4.10


ILC 0.82LC

Homicidio 1 0.82 IO" 8.2 2LC I.64LC 15 12.30


2CL í.64a
Total 61 50,02 41 33.62 20 16.40 122 100

En este capítulo no puedo ofrecer explicación alguna sobre los fenómenos agrupados bajo esta columna. El diseño
original de la investigación sobre el Baudó consideraba indispensable la participación de las comunidades indígenas. Así.
en junio de 1994 adelanté conversaciones con los dirigentes Dalio Papelito y Baltazar Mechas, y dos meses más tarde
les mandé el proyecto para que lo estudiaran y criticaran. En una reunión desarrollada en febrero de 1995, a nombre
de la Organización Regional Embera Waunan. ellos y varios de sus asesores respondieron mis peticiones,
prohibiéndonos desarrollar cualquier actividad con los indígenas.

" Dentro de esta categoría hay un caso de homicidio doble.

El dos de enero de 1998 los noticieros de televisión hacían referen-


cia a la revuelta ocurrida un día antes, con motivo de la posesie'm de
Misael Solo Córdoba como alcalde de Pie de Pato. Hablaban de cómo
su predecesor Ángel Rubilh Rivas Rentería, antes ele dejar su cargo,
había promovido el alzamiento contra el nuevo alcalde e incinerado
documentos de su mandato y, con ellos, incendiado la alcaldía y ofici-
nas aledañas.
Al introducir este capítulo me referí al señor Rivas. El velorio de su
hermano y la subsecuente expulsión de quienes asesinaron a esa per-
sona nos habían hablado del compromiso de algunos afrochocoanos

13í
Ombligados de Ananse

con la paz. Sin embargo, esos hechos también evidenciaban la irrup-


ción de la guerra en el Choce'). Una noticia de prensa reiteraba la im-
placabilidad ele las máquinas de la muerte: el 28 de febrero de 1998
fue arrestado en Cali el exalcalde Rivas, cumpliendo «[...] una orden
de captura expedida por la Fiscalía Segunda ele Quibdó dentro de una
investigación que se le [seguía] por doble homicidio» de personas caí-
das en la revuelta del primero de enero (/','/ Espectador 1998: 14D).
Esc día la alcaldía de Pie de Pato quedaría grabada por las cámaras
de televisión como un recinto redne ido a muros humeantes, techos
desplomados y guayacanes calcinados. Allá, seis años antes, Adriana
Maya y Natalia Otero habían rescatado de las inclemencias que se me-
tían por una ventana sin vidrios aquellos expedientes ejne aún no ha-
bían sido devorados por hongos, encarachas y gorgojos. Dejaron una
guía para estudiar los folios cpie clasificaron. Como otras tareas que fi-
guraban en nuestros planes, la de sistematizar el análisis de esos suma-
rios aborte') por la perturbación del orden público.
Con todo, las dos investigadoras alcanzaron a dibujar una visión
general de los casos que revisaron (Maya 1993), señalando tendencias
que constataríamos en 1995 mediante documentos comparables de la
Inspección de Policía de Boca ele Pepe y del Juzgado de Pizarro, cabe-
cera municipal del bajo Baudó: durante los últimos 28 años, los con-
flictos interétnicos han dado lugar a 3,28% ele homicidios (véase labia
9). Si se tiene en cuenta que Boca de Pepe tiene cerca de 8.0(10 habi-
tantes, la mitad ele la población del municipio del Bajo Bando (Jimeno
el al. 1995: 45), la lasa anual promedio de homicidios heleioélnieos
por 100.000 habitantes, para el período, sería de 1,92**, en tanto que
la homicidios entre afrobaudoseños (84% de la población) llegaría a
0,57, )' la de indígenas alcanzaría a 49, estimando que ellos equivalen a
9% ele la población del municipio.

GUERRAS DE DIOSES

Estas cifras son de carácter tentativo. De toda la documentación que


había en la Inspección Departamental de Policía de Boca de Pepe, con
Javier Moreno y José Fernando Serrano descartamos cerca de 25% que

Como uo se presentan homicidios que involucren paisas, para este cálculo lie
usado la cifra ele 7.440 habitantes, equivale-ules a sumar 849E ele la población ele li-
bres, más 99f ele la población ele cholos.

136
Ananse en el Bando

era ilegible debido a daños por humedad, insectos u bongos. El resto


lo dividimos en tres grupos que cada uno de nosotros examinó de
acuerdo con las siguientes categorías de conflictos: penales, tierras, ex-
plotación de maderas, relaciones comerciales, legislación indígena y fianzas
por delitos cometidos. Serrano y yo terminamos la sistematización de los
datos; de ellos, incluyo en la tabla 9 los relacionados con lo penal,
añadiéndolos a los cpic Serrano recogió en el archivo del juzgado
promiscuo de Pizarra. Como es lógico, la información que ofrezco
presenta un subregislro cuya dimensión traté de averiguar consultan-
do con el Dañe (Olaya 1998). Parecería, sin embargo, que —con todo y
lo imperfectas— las cifras que recogimos en el Bajo Baudó son más
completas que las oficiales, si se tiene en cuenta que para el período
anotado yo obtuve un total de 15 homicidios para el corregimiento de
Boca de Pepe. Entre tanto, el Dañe tiene la cifra de 13 defunciones por
causa 35 para todo el municipio del bajo Baudó.
La documentación consultada muestra que en el Baudó no hay
asaltos y que, exceptuando el envenenamiento de un indígena por
otro, los homicidios son inseparables de raptos, actos de estupro y ri-
ñas. En consecuencia, surge el interrogante sobre los mecanismos que
disuaden el homicidio. Para el caso del alto Baudó, los documentos
del archivo judicial de Pie de Pato mostraban que entre los móviles de
los conflictos heteroétnicos sobresalía el incumplimiento de los pactos
sobre los cultivos que se podían sembrar en aquellas tierras que los li-
bres les entregaban en usufructo a los cholos (Maya 1993). Las deposi-
ciones de los negros tendían a alejarse del alegato sobre tierras para
concentrarse en las denuncias sobre las madres de agua, seres sobrena-
turales que les habían enviado los jaibanás indígenas (ibid.) A su vez,
los testimonios de estos últimos también dejaban de hacer énfasis en
el problema ele los sembrados, y se centraban en los maleficios que los
zánganos (afrobaudoseños practicantes de magia negra) les habían co-
menzado a hacer (ibid.)
Pese a su fragmentación, dispersión y mal estado, esas fuentes su-
gerían que parte de los desacuerdos sobre el dominio de los territorios
de los vivos terminaban dirimiéndose en los ámbitos de la magia y la
religión. En consecuencia, esa historiadora formule') la hipótesis refe-
rente a que la metamorfosis de fricciones territoriales en guerras de
dioses representaba una forma de disuasión de los homicidios hete-
roétnicos. No obstante lo atractivo de ese supuesto, su prueba requeri-
ría demostrar que —frente a la coyuntura interétnica— los embera mo-
difican la conducta que el antropólogo Camilo Hernández (1993: 328)

137
Ombligados de Ananse

describe en referencia a la forma como los indígenas resuelven las es-


caseces de tierra cpie enfrentan a medida que sus unidades familiares
crecen:

[...] A pesar ele que cu los últimos tiempos el espacio entre las resi-
dencias familiares se ha estrechado, las paulas tradicionales ele pohla-
micuio establecen tramos hasta de varios kilómetros cutre una familia
extensa y la otra. Cada unidad residencial puede combinar sin restric-
ciones la pali ¡localidad y la iiiairilocalidad, y eslar compuesta hasta por
tres o cuatro generaciones. Así, cuando la familia extensa integrada por
padres, hijos, nietos y probablemente bisnietos ha aumentado notable-
mente su población tiende a romperse. El nuevo núcleo familiar busca-
rá otro lugar a lo largo del río principal o en alguno de sus afluentes y
dará comienzo a otro cié lo.
Si tenemos en cuenta el sistema tradicional, cada unidad familiar
tiene su propio jaibaná. Ahora bien, el jaihauá es quien posee el domi-
nio ele los espíritus de los animales y demás entidades que pueblan el
cosmos. Esos espíritus o jais, enviados por él, son los cine raptan el al-
ma del indígena, causándole la muerte como ser humano. Este es uno
ele los motivos por el cual cada unidad residencial procura interponer
cutre sus vecinos largos espacios ele río y monte.

Por otro lado, la intervención de los abogados asesores de la orga-


nizaciones étnicas también ha contribuido a eliminar los medios tradi-
cionales de dirimir los conflictos heteioélnitos. Con base en un mar-
cado fundamentalismo cultural 1 ', en primer lugar, ellos han introduci-
do una nocicni de lindero fijo que corresponde a la espacialidail andi-
na, modelada más por los mapas que por la realidad llexible vivida por
los humanos en regiones de selvas y ríos (Villa 1998). En segundo lu-
gar, no le han dado prioridad a los nexos de fraternidad que han sur-
gido entre los dos pueblos, después de más de dos siglos de interac-
ción territorial. Así, ante el proceso constitucional de transformar los
resguardos en entidades territoriales indígenas, no plantean alternati-
vas para evitar la demolición ele territorios biélnicos como los de San

• El fuiulainenialismo cultural contemporáneo [...] resalía las diferencias culturales v


su inconmensurabilidad [...además exliaha] identidades y lealtades nacionales primige-
nias [...propone] la resurecedón [...] de un resaltado señuelo (le identidad primordial, di-
ferenciación cultura] y exclusividad. [Presupone] que las 'relaciones' entre diferentes
culturas son [atávicamente] hostiles v mutuamente destructivas, porque hace pane ele la
naturaleza humana el ser emocéntríco; entonces, por el propio bien ele ellas, diferentes
culturas deben mantenerse aparte» (Siolcke 1995: I, ">).

138
Ananse en el Bando

José de Pato o San Francisco de Cugucho o la desposesión de adalides


de comunidades negras, como don Juan Arce, quienes han sido inicia-
dos en prácticas religiosas embera y, por lo tanto, en Boca de Pepe re-
presentan hitos vivientes de la convivenc ia pacífica entre las dos etnias.

DORMIR Y BAILAR LA IRA

En contraste con aquellas disuasiones del homicidio que provenían de


la estructura religiosa, nuestra etnografía del Baílele') contiene un regis-
tro excepcional de cómo agencian los afrobaudoseños las fricciones
helcroélnicas. El 27 de noviembre de 1992 estábamos en casa de Oc-
tavino Palacios en Chigorodó. Allí se le ofrecía un baile de despedida
al equipo de la Universidad Nacional. Hacia la medianoche, pese a que
el ánimo de los asistentes era inmejorable, sin preámbulos, y con una
botella despicada en la mano, un joven indígena bastante embriagado
se abalanzó sobre un negro de su misma edad. El video que grabé so-
bre la fiesta muestra cómo este último esgrimió un cuchillo rudimen-
tario.
Los asistentes se dividieron en dos grupos, cada uno de los cuales
rodeó a los adversarios. Mientras le acariciaban la cabeza, al embera le
explicaban que los chigorodoseños eran gente de paz. Lo fueron sa-
cando del recinto, le dieron más licor y a la media hora lo trajeron al-
zado y dormido, y lo depositaron en el suelo cerca del tocadiscos. La
pacificación del joven negro fue más expedita: un hombre mayor lo
amonestó, mientras que otro muchacho comenzó a bailarle al frente.
Otros siguieron al bailarín, hasta que se armó una competencia de las
habilidades de cada quien. Comparada con otras peleas de borrachos,
en ésta hubo el tipo de mediación observado en otras instancias.
Seis meses antes de este choque, Octavino Palacios y su sobrino
Aquilino también habían tenido una pelea de borrachos en la placita
que forman la casa de ambos y la de don Justo Daniel llinestrosa, por
detrás del principal embarcadero de Chigorodó. Durante la elabora-
ción de su tesis Serrano comparó mis notas sobre ese evento con las
que él había tomado después de ver una pelea en Nanea. Fuera de que
en esta última los contrincantes estaban en su sano juicio, las dos pre-
sentaban desarrollos comparables.
Tío y sobrino no pararon en mientes para hacer explícitas sus desa-
venencias. A medida que sus vociferaciones y muecas caldeaban el
ambiente, surgió un mediador que trataba de calmar los ánimos. Su
gestión parecía pasar inadvertida ante la intensidad de la reyerta. En-

139
Ombligados de Ananse

tonces, la gente del pueblo fue lomando bandos y haciéndole eco a las
respectivas quejas o formando corrillos independientes que aumenta-
ban la resonancia de los argumentos de cada quien. Ninguna de las
dos facciones permanecía quieta, sino que se movía como oleaje que
va y viene, en lauto que familiares cercanos se unían al arbitro en una
tarea disuasiva que parecía poco exitosa.
En ese momento los enfrentados corrieron a sus casas para armar-
se. Al regresar, el uno y el otro dirigían sus manos a los punios del
pantalón o la camisa que cubrían sus cuchillos, sin llegar a sacarlos. A
medida que cada uno gesticulaba dando señas indiscutibles del poder
ejne le confería su arma, el enfrenlamienlo se asimilaba a una danza
rodeada por dos coros de suplicantes y plañideras, cuyos geste)s e in-
sultos amplificaban las muecas y gritos de los enfrentados. Cuando pa-
ree ía que cualquiera de los dos adversarios atravesaría el umbral que
lo podía convertir en homicida, Aquilino le voltee') la espalda a su tío y
abandone') la escena. Bajaron las voces de los aliados y éstos también se
dispersaron, mientras el arbitro disculpaba la supuesta cobardía del
desertor y racionalizaba lo sucedido a los pocos que quedaban.
El dar la espalda en el punto climático de la pelea puede haber te-
nido el sentido de mostrarse indefenso. Exponerle su laclo más vulne-
rable equivalía a que Aquilino retara a Octavino para que aprovechara
su indefensión y terminara con él. Sin embargo, desde la oposición de
significados que genera el discurso de la comunicación no verbal,
conductas como la de Aquilino tienden a ser de carácter disuasivo. A
propósito de esta manera de comunicarnos, Bateson anota que
[...] el lema sobre el cual versa el discurso [de la comunicación no
verbal] es diferente del lema del lenguaje y la conciencia. [Esta] habla
de cosas o personas específicas y une predicados a las cosas o personas
específicas que ha mencionado. Llsualinente, el [discurso de la comuni-
cación no verbal | ni identifica cosas ni personas, sino que se focaliza
sobre las relaciones que se afirman entre ellas. [Es...| metafórico [y ca-
rece ele| tiempo gramatical, [y ele] adverbÍo[s] siinple|s| ele negación,
[lo cual| tiene especial inicies porque obliga a los organismos a que eli-
gan lo contrario de aquello que pretenden significar, en aras de lograr
|e]iie el contrario] acepte [...] cine quieren significar lo opuesto ele lo
que dicen.
[Cuando los] perros [...] necesitan intercambiar el mensaje «No va-
mos a agredirnos», la única manera [ele] mencionar una pelea en la
comunicación ¡cónica es mostrando los colmillos. Entonces, [precisan]
descubrir que esa mención de la pelea fue solamente exploratoria
(Baleson 1991: 167, 168).

140
Ananse en el Bando

La disuasión rilualizada de los afrobaudoseños tiene una posible ra-


íz histórica. El cimarronaje de los siglos XVII y XVIII requería entre-
namiento, el cual se alcanzaba dividiendo a los palenques en mitades
antagónicas que adiestraban a sus miembros mediante juegos de com-
bate verbal y físico (Friedemann 1987). Los rastros de esa estrategia
quedaron estampados en los magros de la organización social del pa-
lenque de San Basilio, en las vociferaciones y en las actuales destrezas
pugilísticas de los nacidos allá (ibid.)
No obstante, los ritos de disuasión también podrían depender de
expresiones Indicas y artísticas que replican la división de los partici-
pantes por grupos que forman oposiciones beligerantes en palabras o
en señas, alrededor de sucesos comunitarios ficticios, como el robo de
frutas o animales. A estos espacios de histrionismo y ostentación del
sentimiento habría que agregar los de catarsis colectiva y confluencia
interétnica —velorios, chigualos y novenas—, y los de negociación de de-
savenencias cotidianas, como los necesarios para la cría de cerdos ra-
moneros, todos en calidad ele componentes del panorama más amplio
que (róemela hábitos para arbitrar el conllicto mediante el diálogo.

ANTAGONISMO Y C;ONCILIACIÓN FICTICIOS

La formación de grupos antagónicos que después de desavenirse se


reconcilian mediante la mueca y la palabra aparece tanto en rondas y
juegos infantiles como en las pantomimas que ejecutan los adultos du-
rante ocasiones festivas. Por ejemplo, para el juego de la ladrona de
papayas, cerca de veinte niños se alinean contra una pared. Dos niñas
se separan del grupo. Una se aleja y comienza a imitar a una mujer
que roza su colino (lote de cultivo). La otra la mira, y si la anterior hace
mal la imitación del trabajo, la reprende. Al ver que la primera ya re-
gresa, uno de los niños corre a esconderse. Ella cuenta, y como le ha-
cía falta una, pregunta qué se le habrá hecho su papayita. Entonces,
separa a quien sospecha como ladrón. Éste se marcha al lugar d o n d e
había ido la papaya, a sabiendas de que forma otro grupo y que tiene
que permanecer en silencio. Luego de rozar más tierra, la protagonista
retorna y encuentra que falta otra papaya. Por ello señala a otro culpa-
ble, hasta que el grupo original se desintegra y se forman dos nuevas
agrupaciones, papayas y ladrones, las cuales forman dos filas, una por
detrás de la cultivadora y la otra a espaldas de la interrogadora. Así las
cosas, dos masas chocan entre risas y empujones, y al final se reconci-
lian.

141
Ombligados de Ananse

Al ver este Juego, recordé epie seis meses atrás, luego de mostrar-
nos su virtuosismo, dos cantadoras famosas hicieron la representación
ele dos comadres que discutían porque a una de ellas se le había per-
dido una gallina. La damnificada le cantaba sus quejas a su amiga,
quien decía ignorar de qué se trataba aunque sus gestos la revelaban
culpable. Los lamentos se iban repitiendo de manera que la audiencia
se iba dividiendo en apoyo de cada una de las dos mujeres. En este ca-
so, el canto servía de vehículo para desenredar el antagonismo inicia-
d o por la pantomima.

Entone es, parecería que a lo largo de la vida de los afrobaudoseños


hay múltiples oportunidades de reiterar ejercicios, tanto en la forma-
ción de segmentos de contrarios como en la oferta de oportunidades
para que estas agrupaciones zanjen sus diferencias de manera amable.
Junio con la figuración de danzas y de representaciones costumbristas
y otras expresiones artísticas como medios para lograr que el ejercicio
de la no violencia se convierta en hábito, las ceremonias fúnebres de-
sempañan papeles preponderantes.

RITOS FÚNEBRES: SÍNTESIS DEL SENTIPENSAMIENTO AFROAMERICANO

Los velorios para despedir a los adultos que mueren, los chigualos que
se celebran cuando un niño deja ele existir y las novenas que se rezan y
cantan después de los entierros de ambos forman uno de los sellos
más visibles de la identidad de los ombligados de Ananse. Se trata de
ámbitos interétnicos de catarsis colectiva. Dentro ele ellos, al alma no
se la trata como esencia cpie trasciende a su envoltorio material, sino
como fuerza que permanece. Sirven también para redistribuir algo de
la no muy abundante riqueza económica de la regie'm: por una parte,
los ricos deben aportar más a la hora de inscribirse en la lista de quie-
nes harán ofrendas para el difunto durante las ceremonias. Por otra
parte, aumenta el consumo de carne; hasta una decena de cerdos
pueden llegar a sacrificarse en la noche del velorio o en la de la última
novena. El haber acompañado, junto con José Fernando Serrano, a
mis anfitriones de Chigorodó en el velorio y la novena de Wilfrido Pa-
lacios lia sido una de las experiencias más conmovedoras de mi carre-
ra. Extractaré segmentos de mis notas de terreno para señalar cómo se
manifesté') el sent¡pensamiento en esos momentos solemnes.

142
Ananse en el Bando

Llanto, trance y catarsis

El 17 de mayo de 1992, casi agonizante y en una camilla improvisada,


llegó Wilfrido Palacios a Chigorodó. Lo traían de Quibdó, d o n d e los
médicos trataron en vano de salvarle sus ríñones. Quienes lo habían
bajado desde El Afirmado, sobre el filo de la serranía del Baucló, ayu-
daron a bañarlo y lo pusieron sobre un lecho de heliolropos, «[...]
unas plantas que crecen a la sombra y son catalogadas como frescas»
(Serrano 1994: 64). Teresa, su mujer, las había preparado con antici-
pación.
Esta asociación entre cama perfumada mediante un colchón de
plantas y superación de la enfermedad evoca las ceremonias del orn-
bwerí entre los fang de Gabón (África ecuatorial). Omhwerí significa
hospital, y las mujeres que se inician en el rito aspiran a mejorarse
mediante el mayor saber que puedan adquirir de la oficiante que las
guía. La interacción entre maestra y aprendiz ocurre sobre colchones
de hojas olororas y frescas (Maya 1992c).
A los pocos minutos de estar sobre los heliolropos, comenzó el
acompañamiento por parte de familiares y amigos. Ellos acariciaban a
Wilfrido y sostenían conversaciones con él, disimulando el sufrimiento
y asegurándole que su mal era reversible. Hacia las ocho de la noche,
su hija mayor le trajo plátano y pescado para que comiera, y le dio
agua. Dos horas más tarde, Serrano y yo decidimos retirarnos. En el
recinto estrecho, el calor había llegado a ser insoportable. A la salida
comentamos que Wilfrido ya no parecía tan enfermo, abrigando la es-
peranza de que el afecto de quienes lo acompañaban obrara en favor
de una recuperación a lo mejor imposible. Quizás por eso fue que nos
sorprendimos con los gritos y llantos desgarradores que rompieron la
calma del mediodía siguiente.
Valiéndose de una sábana blanca, quienes lo habían cargado el día
anterior pasaron el cadáver a la casa de su hermano Octavino, Teresa
lo seguía con sus sollozos profundos, haciéndole reclamos airados pol-
la forma como la había abandonado a ella y a sus hijos y pidiéndole
consejos para superar las crisis que se avecinaban. Sucedía algo com-
parable con lo que observaría en octubre de 1995, con ocasión de la
muerte de la señora Cenara Bonilla en Boca de Pepe (Arocha 1998d:
364-368), y con ritos de documentado ancestro africano que tienen lu-
gar en el palenque de San Basilio, como la corrida de los muertos en una
hamaca por las calles del pueblo, y con las vociferaciones que también
permiten airear reclamos por la partida del ser querido (Serrano 1994:
72, 73).

143
Ombligados de Ananse

Con antelación, varias mujeres habían arreglado una plataforma


donde Wilfrido permaneció cubierto con otra sábana blanca. Mientras
su hermana Rocío le inyectaba formol, Octavino, cuaderno en mano,
comenzó a recorrer el pueblo anotando los nombres de quienes parti-
ciparían mediante ofrendas en el velorio y la novena del muerto, las
cuales cubrirían los gastos médicos y fúnebres, así como los costos de
la remesa de comida, café, aguardiente, velas, tabaco y cigarrillos que
se consumirían cada noche de la novena. De nuevo surge la evocacic'm
de lo africano. En las ceremonias del Invite y el ombwerí de los fang, el
convocante —sosteniendo un sonajero y una especie de plumero de
palma de iraca— también recorre las calles anotando a los participantes
con sus respectivas ofrendas (Maya 1992c).
Calando Rocío terminó de embalsamar el cadáver, otras mujeres
comenzaron a arreglar el altar con velos blancos que pendían de un
moño hecho de tela negra en forma de mariposa. En Boca de Pepe es-
te icono también es preponderante, pero está encarnado por una ma-
riposa de madera, cuyo rostro es una calavera (Arocha I998d: 365-
368); aparece también en casi todo el litoral, y en Cuba y Brasil, d o n d e
simboliza el hacha de Changó, por efecto de la influencia yoruba
(Thomson 1993).
Al otro lado de la calle, en la carpintería de Aquilino, se oía el rui-
do de serruchos, garlopas y machetes que tallaban la caja mortuoria.
Los allí reunidos no dejaban de hablar del difunto y se iban turnando
las labores necesarias para terminar la caja, hasta pintarla con azafrán.
Bien amarilla y aromatizada, hacia las 10 de la noche recibió a su
huésped.
Desde ese m o m e n t o aumentó el tono de los alabaos que cantaban
personas venidas de Chachajo, Santa Rita, Pureza, Nanea, Puerto Mar-
tínez y hasta de Pie de Pato. José Fernando y yo no nos sorprendimos
al ver cómo varios emberacs tomaban parte en el rito. Ya los habíamos
visto en Quibdó y Chachajo solidarizándose con el dolor de sus com-
padres negros. En 1995 los vimos en Boca de Pepe con actitudes com-
parables (ibid.: 366), y de Cugucho había llegado la noticia del indíge-
na que se apropie) de las ceremonias fúnebres afrobaudoseñas y dispu-
so la venta de una parle de la tierra que usufructuaba para que le pa-
garan un funeral como el de los negros, con alabaos y ofrendas coniu-

1
El e s t u d i o q u e A d r i a n a Maya lleve') a cabe) cu el archivo elel juzgado d e Pie d e Pa-
tó mostré) q u e e n t r e negie>s e indios, los individuéis p u e d e n pagar d e r e c h o s d e usu-
(conlinúa en la página siguiente)

144
Ananse en el Baudó

Como lo evidenciaría también tres años más tarde en el funeral de


doña Cenara Bonilla (ibid.), quienes se hicieron presentes esa noche
pertenecían a familias indígenas encargadas de manejarle cultivos y
animales a un compadre o comadre negros. En el caso de Chigorodó,
se trataba de hermanos espirituales de Octavino Palacios, quienes se
ocupaban de su finca a orillas de la quebrada Chigorodó. Desde nues-
tro arribo habíamos oído de esa familia debido a los relatos por las de-
savenencias de ella con otros emberaes, llegados del medio Baudó.
Los nuevos pobladores le habían sacrificado un marrano a los indios
de Chigorodó. Como las autoridades indígenas no habían fallado en el
litigio, los emberaes recurrieron a su compadre Octavino, quien dis-
puso una sanción consecuente con las normas de esa área para la cría
y cuidado de marranos ramoncros.
Los chillidos de los cerdos que los deudos sacrificaban para atender
a los huéspedes contrastaban con la solemnidad de los cantos y del pa-
se de las botellas de biche y aguardiente 1 '. Afuera, sobre la calle princi-
pal, se instalaron mesas de domine) y se organizaron corrillos cuya jo-
vialidad era contrapunto de la solemnidad del interior de la casa ele
Octavino y Rosmira. (Véase Serrano 1994). En lodo el litoral, los om-
bligados de Ananse mantienen ese contraste de ámbitos, con efectos
positivos, tanto para la renovación de vínculos familiares c interétnicos
como para la de los espacios de la palabra moral y mítica (Arocha
1998d: 368-370).
Transcurridas diez horas de rodear el altar blanco con alabaos, llan-
to y súplicas, bajo una lluvia tenue se inició un cortejo de lágrimas
abundantes y alaridos de angustia que recorrió las calles principales.
Con cada paso, la gente parecía abrirle los diques a su dolor, de modo
que no guardara resentimiento alguno. Teresa y una de sus hijas entra-
ron en trance dos veces y hubo un momento en el cpie la niña se re-
volcó en el barro.
A mediodía, el ataúd de cedro, aromatizado con pintura de azafrán,
tocó el fondo de la fosa. Teresa, dos de sus niñas y tres de los tíos del

fructo sobre lotes pertenecientes a territorios comunitarios, siempre y cuando se


comprometan a no sembrar perennes.
El 11 de noviembre de 1992, Adriana Maya participó en el velorio ele una seño-
ra que falleció en Pie de Pato (cabecera municipal del Alto Baudó). Observó cómo
una de las oficiantes más próximas al féretro se abstuvo ele beberse todo el aguar-
diente que le pasaron. Tomó una parte y le ofrendó la otra a la difunta, metiéndo-
la en una botella llena de yerbas. Conocidas ce)n el nombre de balsámicas, estas be-
bidas han sido secreteadas y, por lo tanto, tienen un gran perder curativo.

145
Ombligados de Ananse

muerto fueron detenidos en su intento de arrojarse al hueco para


acompañar el féretro. Otros deudos colapsaron, y cuando empezaron
a echar terrones para tapar la caja, los niños comenzaron a hacerse en
la frente cruces con el barro que los excavadores habían sacado. To-
dos, incluidos los emberaes, los imitaron, hasta quedar rucios.
En su análisis de la brujería como una forma ele cimarronaje que
los esclavos mineros emplearon contra sus amos durante el siglo XVII,
Maya (1992a) señala cómo, ante la presencia de un adalid religioso, las
oficiantes de menor rango se untaban tierra en la cara. También, que
el jesuíta Alonso de Sandoval describió que durante el siglo XVI, entre
los bran del África occidental ocurría esta forma de etiqueta político-
religiosa (ibid.)
Ya cerrada la tumba, los deudos la marcaron sembrando a su alre-
dedor palmas de Cristo, el arbusto ele hojas rojas que también se emplea
para demarcar los límites de una finca. A partir de ese momento, y de
manera abrupta, cesaron las lágrimas, los gritos y los cantos.

La novena
Dos horas después, en el lugar d o n d e Wilfrido había sido velado, las
mujeres construyeron un altar, con manteles de lino y encajes de seda,
también presidido por el moño negro. Prendieron una lamparila de
kerosene) ele la cual las mujeres tomaban por las noches una llamila
que se llevaban a sus casas, y pusieron una laza a la cual nunca le faltó
agua de albahaca blanca.
Alrededor de este altar se llevó a cabo la novena. Después de los
rezos de cada noche, Teresa, sus hijos y sus hermanos dormían envuel-
tos en h u m o de cigarrillos Pielroja, y con sus bocas mojadas de café y
aguardiente.
Un poco después de la hora del almuerzo del segundo día del no-
venario, proveniente de Vigía del Puerto, en el bajo Atrato, llegó a
Chigorodó la madre de Wilfrido. Ingresó a esa sala, se acerec') a la nue-
va tumba y comenzó a reprocharle a Wilfrido el que no la hubiera es-
perado. Le hizo olios loriamos y luego habló con él en voz baja. Tan
sc')lo esa larde me enteré de que ella era la madre de crianza, y cpie Oc-
tavino, Rocío y Eligió en realidad no eran sus hermanos de sangre. No
obstante, lo sufrían y lloraban como si hubiera sido su propio hijo y
hermano.
La última noche del novenario estuvo aún más concurrida que la
del velorio. Había más mujeres emberaes. No se sentaban en las ban-
cas que se habían dispuesto, sino en el piso, con las piernas rectas al

146
Ananse en el Baudó

frente o dobladas en ángulo de treinta grados. Al igual cpic las mujeres


negras, sostenían nenes que comenzaron a dormirse antes de la me-
dianoche. Desgonzados sobre el canto de ellas, al poco tiempo unos y
otros fueron a parar al suelo, sobre cunitas improvisadas. De manera
espontánea, una adolescente indígena comenzó a acariciarle la cabe-
llera a Mónica Espinosa. La antropóloga había ido en apoyo de una ac-
tividad de Acaba y se sorprendió con este gesto y con el que siguió: la
niña se quitó uno de sus anillos y se lo dio. Mónica sacó de su morral
alguna prenda que la pequeña embera agradeció con una mirada cáli-
da.
Mónica y yo decidimos pedir permiso para sentarnos j u n t o a la
tumba de Wilfrido. A partir de las 4 de la mañana aumentó la intensi-
dad de los cantos, cuyos estribillos tratábamos de repetir, algunas ve-
ces en vano. Cuando entonaron «Adiós mis padres, adiós mis hijos, me
voy a tierras desconocidas» experimentamos un profundo desgarra-
miento. Mónica abandonó el recinto y yo me armé de valor para se-
guir la ceremonia. Un poco antes del amanecer cesaron los alabaos.
Alguien propuso rezar lo que llamó un trisagio, pero que no corres-
ponde a su equivalente en la liturgia católica tradicional. Terminado
éste, a manera de una eucaristía, el cantador que había venido de Cha-
chajo se tomó el agua de albahaca blanca, y los demás comenzaron a
retirar adornos y encajes. Desesperadas y moviéndose de un lado para
el otro o pateando el piso, la madre, la esposa y las hijas gritaban
«Wilfrido quédate un rato más; no te vayas todavía». Y le siguieron
hablando a medida que, horas más tarde, adornaban la cripta del
camposanto con las ofrendas que habían permanecido en el altar de
las novenas.
Tres años más tarde, terminadas las ceremonias fúnebres por doña
Cenara Bonilla, experimenté emociones similares a las que me legaron
el velorio y la novena por Wilfrido Palacios: haber sido llevado por
alabaos, licor y tabaco a espacios espirituales marcaelos por una unidad
comunitaria cpie le había abierto a los indígenas opciones comparables
a las de los negros para expresar sus más profundas emociones y re-
novar los afectos que los unían con sus compadres. También, la per-
cepción de que las almas de los muertos no abandonaban a los suyos,
sino que se diluían por los caminos de la familia y la comunidad, en-
trando a una cotidianidad nueva1".

'' Es posible q u e , c o m o s u c e d e en o t r o s lugares del C h o c ó , en el Baucló t a m b i é n


(continúa en la página siguiente)

147
Ombligados de Ananse

MENTE E INMANENCIA

Entre los senl¡pensantes ombligados de Ananse, la inmanencia del al-


ma o la integración entre conciencia e inconsciencia se manifiestan en
la vida diaria. I le creído que es materia prima de la convivencia pacífi-
ca con vecinos y medio ambiente. De ahí que me hubiera interesado
por su funcionamiento, como puede apreciarse es esta nota de mi dia-
rio de campo:
Chigorodó, alto Baudó, mayo 24 de 1992. Yarlecy se ha pasado toda la
mañana y lo que va de la tarde sentada frente a la puerta de su casa,
sosteniendo una vara larga, y debajo de su extremo contrario puso un
costalito. Sobre el saco viejo cxlcndié) al sol unas libras de arroz. El
trabajo de la niña consiste en espantar patos, gallinas y palomas. Ella
no p o n e a volar a los plumíferos moviendo el palo en todo momento,
sino que espera a que por lo menos una pareja picotee más de tíos ve-
ces. Los granitos ingeridos son un bit de información, es decir, «la di-
ferencia que hace la diferencia» (Bateson 1990: 81-116) entre mante-
ner el palo cpiieto o agitarlo. Pero Yarlecy no es la única en practicar la
técnica. Unos metros más adelante, la mujer de Crangclio hace lo
mismo que la de Aquilino, localizada un poco más allá, también a la
entrada de su casa.
Si las hubiera visto, Batcson habría dicho que formaban paite de
un sistema al cual también pertenecen las aves, el arroz, los costales,
los palos largos para espantar, el sol, la calle y la casa en cuyo frente
sombreado se sientan las espantapájaros, a su vez. compuestas por sus
sistemas sensoriales y de transmisión de impulsos al cerebro, cerebelo,
sistema muscular y una «epistemología local» 1 ' que permite tanto la

exista la creencia ele que cada persona tiene de>s almas, sombra la una, fuerza vital
la otra (Losonczy 1992). Y que el final ele la novena señale una separación muy di-
ferente ele la que marea el entierro (Serrano 1994).
' Defino «epistemología» ele acuerdo con Grcgory Baleson como «[...] agregado
ele presupuestos que subyacen a todas las interacciones y comunicaciones entre
personas» (Bateson y Baleson 1988: 97), y concuerdo con él en que «Es una torpe-
za referirse constantemente a la epistemología y a la ontología, y es corréelo con-
siderar ejne sean separables en la historia natural humana. No parece existir una
palabra adecuada para cubrir la combinación de estos ele)s conceptos. Las aproxi-
maciones más cercanas son 'estructura cognitíva' o 'estructura del carácter', pero
estos términos no logran sugerir que lo importante es un cuerpo de suposiciones
habituales o premisas implícitas en la relación entre el hombre y el ambiente, y
cine esas premisas pueden ser verdaderas o falsas. Usaré, por ello, en el presente
(continúa en la página siguiente)

148
Ananse en el Baudó

formación de la imagen percibida como los límites tolerables en cuan-


to a número de animales que pueden acercarse a la pila y, como ya he
dicho, número ele picotazos permisible. El proceso mental que pone
en marcha un día soleado circula por circuitos inmanentes (véase nota
7 de este capítulo), los cuales yacen por fuera de las espantadoras y de
los espantados, pero que los conectan de manera intensa aunque no
siempre consciente. Veamos:
Hay dos procesos inconscientes de formación de imágenes: el de
las aves que ven el arroz al rayo del sol y el de las mujeres que perci-
ben a las aves en movimiento y a los picos de ellas golpeando el arroz.
Puede darse el caso de espantadoras que cuenten el número de pico-
tazos. Sin embargo, lo más probable es que vean a los animales «por el
rabilo del ojo» para que éstos no se alejen antes de recibir el susto, pe-
ro que dentro de este procedimiento también haya operaciones en las
cuales no interviene la conciencia. Hay dos formas de discurso de la
comunicación no verbal cuyo aprendizaje y ejecución también son in-
conscientes: el de las mujeres al mover el palo y el de las aves para rea-
lizar una buena demostración de haber sido asustadas. Tanto las muje-
res como las aves están expresando emociones, sin el concurso de la
conciencia.
Ni Yarlecy ni las otras mujeres mostraban preocupación por el
tiempo que pasaban ante aves y granos. La tranquilidad hace parte de
la forma como los ombligados de Ananse se relacionan con su medio
y, por lo tanto, de la creatividad con la cual le salen al paso a las difi-
cultades que éste les plantea.

Navegación en tierra

Fui testigo de esa inventiva cuando acepté acompañar a don Justo Da-
niel Hinestrosa a cosechar un arrocito que estaba listo en su finca, lo-
calizada rio arriba, sobre la ladera derecha del Bando, a unas cinco ca-
lles, desde Chigordó. La noción de calle merece un paréntesis explicativo.
En lodo el litoral Pacífico hay pocos caminos. Algunos dicen que la
desidia oficial tuvo que ver con esta carencia, y hoy es el celo de los

ensayo el término cínico ele cpistemolergía para abarcar ambos aspectos ele la red
de premisas que gobiernan la adaptación (o mala adaptación) al ambiente humano
y físico. Para emplear el vocabulario de Georgc Kelly, son éstas las reglas mediante
las cuales un individuo 'construye' su experiencia» (Bateson 1991: 344).

149
Ombligados de Ananse

funcionarios del Ministerio del Medio Ambiente, quienes tratan de


otorgar pocas licencias ambientales a quienes proponen nuevas vías.
Con ello buscan no sólo defender las selvas de la erosión, sino de la
penetración de los colonos. Además de estos aspectos políticos, es im-
portante lomar condene ia de que un ámbito tan húmedo, cálido, fan-
goso y pedregoso no es buen escenario para la presencia masiva de las
ruedas o de los animales de tiro. Durante siglos, en esa región la fuer-
za de los humanos ha sustituido la de las máquinas o las bestias. En-
tonces, en un paisaje desprovisto de rutas, uno se pregunta ¿cómo es
que los afrobaudoseños hablan de calles? Podría decirse que lo que
hacen es urbanizar sus ríos y aplicar una lógica parecida a la que nos
permite hablar de calles, cuando se refieren a aquello comprendido
por los dos puntos que el e)jo puede abarcar al mirar hacia adelante en
línea recta. Después de cruzar una curva del río, nuestra mirada se po-
sa sobre el extremo del nuevo horizonte. Así, el sector comprendido
entre el final de la curva y la línea abarcada por la mirada es una calle.
Y la distancia que media entre u n o y otro destino se mide en calles.
Volviendo a la narrativa acerca de la visita al arrozal, a clon Justo lo
acompañaban en su canoa su esposa Fidelia y dos de sus nietas, hijas
de Fidelio, hijo de ambos. Remolcaba otra canoa más pequeña, un po-
tro; saludaba a las mujeres que se bañaban en el río o lavaban ropas, e
iba n o m b r a n d o los árboles que veíamos. «Arocha, mire lo bobo» o
«ése cj l'amarrasuegra».
A la hora atracó, después de haber calado con su palanca qué tan
fangosa habían dejado la orilla las lluvias torrenciales de la noche an-
terior. Las niñas bajaron calabazos con agua y la señora Fidelia unos
costales, y él fue cobrando las manilas que sujetaban el potro; se lo
eche') al h o m b r o y siguió adelante, .subiendo colinas empinadas y atra-
vesando tremedales y quebradas. Hasta entonces comprendí epie no se
trataba de algo así como un bote salvavidas. Aquel hombre corpulento,
de más de ochenta años, no sedo trepaba y descendía por el barro con
su carga, sino que paraba y hablaba de cada planta, hoja, raíz, bejuco o
flor que él o su esposa consideraban importantes.
Una vez en el arrozal, ambos le dieron al pollito un uso inespera-
do: trillar las espigas. Después de corlar con sus machetes manojos de
tallos de arroz, clon Justo y doña Fidelia los azotaban, golpeándolos
contra los flancos de la pequeña canoa, en cuyo interior quedaba el
grano listo para empacarse, bajarse al pueblo, secarse y pilarse. Cuan-
do terminaban en un área, jalaban la canoa para que ésta navegara has-
ta la siguiente scccic'm de corte. Detrás de ellos quedaba un reguero de

150
Ananse en el Baudó

cañitas que el Sol y la humedad descomponían, devolviéndole a la tie-


rra parte de los nutrientes que ella le dio al arroz.
Si esa finca de don Justo hubiera sido ribereña, otro habría sido el
destino de los residuos que dejaban la recolección y la trilla de arroz.
1 labí ían servido para alimentar marranos que él habría mudado desde
la ribera opuesta, una vez terminada la cosecha. Esta combinación de
actividades productivas dentro de espacios que se van alternando a lo
largo del año constituye la característica fundamental de la polifonía
del sistema económico de muchos lugares del litoral Pacífico.
El arrozal de clon Justo no tenía forma regular y en su interior ha-
bía árboles, arbustos y troncos caídos que comenzaban a retoñar o que
les servían de lecho a hongos y parásitas. Con frecuencia, el médico
raicero suspendía su trabajo para nombrar las plantas y usos médicos
de algo que se asemejaba a obstáculos para siembra y cosecha o a ma-
leza perjudicial.
Doña Fidelia también tomaba parte activa en esa pedagogía botáni-
ca porque, como él, sabe curar y, por lo tanto, escoger todo aquello
que permita preparar compresas contra el reumatismo, contra los ma-
les de los ríñones o que se pueda mezclar con otros vegetales y aguar-
diente y, de ese modo, elaborar las famosas balsámicas, tomas que cu-
ran desde picaduras de culebra hasta depresiones e infidelidades,
siempre y cuando se les apoye su fuerza mediante secretos, es decir,
fórmulas de rezos mágicos que tan sólo le revelan y enseñan al usuario
sus maestros.
Con respeto, los dos ancianos se aproximaban a su arrozal y a las
plantas que habían crecido con él. Unos días antes, José Fernando Se-
rrano vio cómo, al pasar j u n i o al árbol que había estado en lo que
años atrás fuera el solar de la casa de sus padres, d o n Justo se había
quitado el sombrero y ofrecido una plegaria. Logramos explicar esta
actitud reverente al oír a otro miembro del equipo de invcstigacic'm.
En Puerto Echeverry, sobre el río Dubasa, afluente del Baudó, Héctor
Muñoz halló que el crecimiento de un niño era inimaginable sin un
árbol que lo acompañara. Como lo describí a propósito del parentesco
entre Ananse y los afrochocoanos, por eso es que la madre siembra la
placenta y el cordón umbilical del recién nacido con alguna semilla
importante que ella comenzó a cultivar en su zotea, tan pronto estuvo
segura de la preñez. Lo más común es que le ponga encima un coco
que esté en retoño, y que a la nueva personita le enseñe que la palme-
ra que crece con ella es su ombligo.

151
Ombligados de Ananse

Esta hermandad también involucra a los animales, no sólo en una


segunda ombligada, como la epie se puede hacer con Ananse, sino en
el cuidado de los cerdos o cu la utilización de los perros.

Animales antropomorfizados

Así como Yarlecy formaba un circuito comunicativo con las gallinas


cuya alimentación debía dosificar mediante los granos de arroz epic
secaba al sol, a agricultores y cerdos los unía un proceso mental. .Ade-
más, éste reforzaba hábitos para negociar conflictos cotidianos.
Los afrobaudoseños no mantienen a sus marranos en cautiverio,
sino que les permiten moverse por distintas áreas ele sus territorios y
del monte. Han consensualizado reglas complejas con la meta ele lo-
grar un buen desarrollo de los animales, reduciendo al máximo las
probabilidades de cpie en sus movimientos dañen las cosechas propias
o las de sus vecinos.
En este caso, entre los componentes del sistema mental se incluyen
los ciclos vitales de los animales y de las plantas ejne cultivan o se dan
en la selva, los de las orillas del río o la quebrada, o los del propio
dueño de los animales y las deidades, como la virgen de la Pobreza,
santa pal tona de Boca de Pepe.
No lodos los cerdos son aptos para ingresar a este sistema. En el ba-
j o Baudó, técnicos agropecuarios convencieron a varios campesinos
para que mejoraran sus razas porcinas. Compraron marranos rosadnos,
de barrigas voluminosas y patas cortas. Vi a sus dueños gastando tiem-
po y dinero en curaciones interminables de las heridas que les hacían
en sus extremidades y estómagos las ramas y palos del monte cuando
tenían que salir de carrera, huyéndole a un perro de cacería o a una
llera.
Un reto para la antropología consiste en documentar el proceso
mediante el cual los afrobaudoseños desarrollaron la raza de animales
que pueden navegar con autonomía por e n d e la maraña de raíces,
troncos y bejucos, sin enterrarse en los tremedales y, además, disponer
de los hocicos poderosos que les permitan escarbar la tierra en busca
de tubérculos. Esos animales tienen miembros largos y cuerpos pun-
tiagudos ejne recuerdan la forma de una canoa.
La norma ele oro para manejar los cerdos consiste en mantenerlos
en la orilla del río o quebrada d o n d e el agricultor ya ha cosechado su
maíz y su arroz. Entonces, los límites de cada lote individual se elimi-
nan para construir corredores largos por donde los cerdos pueden

152
Ananse en el Baudó

andar con libertad y hacer el carleo, alimentándose con los tallos caídos
o las cañas esparcidas por el piso. En San Francisco de Cugucho, la al-
dea afrochocoana más septentrional del alto Baudó, Javier Moreno
(1994) halló que ese desvanecimiento de linderos presentaba una dife-
rencia diametral con la delimitación precisa que tiene lugar cuando
mazorcas y espigas de arroz están listas para la cosecha; en ese mo-
mento, la entrada elel puerco vecino lleva a conversaciones agitadas
para que el criador controle los movimientos de sus marranos. La rein-
cidencia puede desembocar en un sacrificio no pocas veces disculpado
por la equivocación de un disparo que, según alega el agricultor, iba
dirigido a un venado, a un tatabro o a un cerdo salvaje. Es frecuente
que el responsable del tiro tenga que comparecer ante el inspector de
policía y pagar el valor del animal, o multas, en caso de reincidencias.
Al contrario de lo cpic sucede con los cerdos, en esas épocas de co-
secha la fauna silvestre si es invasora esperada y descada porque, como
sucede entre los indígenas de ésa y otras regiones, los ombligados de
Ananse cultivan maíz y arroz también a manera de señuelos para
atraer las presas que les apetecen.
El caneo es una operación de reciclaje que podrá combinarse con
otras fases de la alimentación del marrano. Así, si en la orilla en cues-
tión maduran los mangos y otras frutas sembradas en el monte alzao, el
campesino lleva sus marranos al lugar para que se alimenten de las
frutas caídas y, de esc modo, se ceben. Algo parecido puede hacer con
los chontaduros y la purga de los animales más pequeños, a los cuales
desteta terminada esa fase, si y sólo si ya le ha obsequiado cada cerdito
a un niño para cpic ambos crezcan hermanados. Y cuando el criador
lleva sus marranos a una platanera, aspira a que se coman los retoños
infértiles y contribuyan así a mejorar la producción.
El éxito en esta alternación de espacios implica reteñir o atenuar la
línea que separa los territorios e involucra a un albacea familiar. Como
sucede con los bamilekcs de Camerún, entre los afrobaudoseños,
cuando muere una cabeza de familia, el primogénito no hereda dere-
chos sobre territorios familiares, sino deberes administrativos con res-
pecto a sus hermanos y parientes. Este mecanismo permite que los te-
rritorios colectivos retengan su integridad y que los miembros del lina-
j e cuenten con un arbitro para dirimir sus desavenencias (ibid.)
Al terminar las dos primeras expediciones al Baudó, el equipo de la
Universidad Nacional pensaba que cuantos más habitantes tuviera un
pueblo, más disminuirían los tiempos para dejar descansar la tierra y
habría más cultivos y, por lo tanto, más posibilidades de intromisic'm

15?,
Ombligados de Ananse

de los porrinos en las siembras y mayores conflictos entre el dueño de


los animales y el d u e ñ o de las cosechas. Este raciocinio explicaba la
desaparición ele la cría de cerdos en lugares como Pie ele Pato v la
complicación de su tenencia en Chigorodó. Empero, en 1995 fue evi-
dente que, pese a ser numerosos, los afrobaudoseños de Boca de Pepe
aún mantenían sus cerdos ramoneros. La explicade'm ele esta paradoja
consistió en la existencia de los llamados patínales, zonas que los ríos
Báñele), Pepe, Quera y Sibirú inundan, ya sea por las crecientes cjiíe
ocasionan las lluvias o la subida ele las aguas que conlleva el cambio de
mareas en el Pacífico (Arocha 1998d: 361). Aunque esas áreas anega-
dizas no son aptas para la agricultura, sí albergan palmas ele naielí, cu-
yo fruto nutre a los porcinos cpie los agricultores llevan allá en dife-
rentes épocas del año.
A pesar ele que estos animales pueden ser tratados como simples
mercancías, y ser sacrificados para vender la carne, lo ideal es que los
afrobaudoseños reserven sus porcinos para ocasiones especiales. Tal
es el caso de velorios y novenas, El Resucito de finales de Semana San-
ta, la Navidad y fiestas patronales como la de san Martín de P o n e s en
Pie de Pato y la ele la virgen de la Pobreza en Boca de Pepe.
En este último pueblo hay cerdos que no pertenecen a los huma-
nos, sino a la virgen. Se trata ele (echones cpie pueden haber quedado
huérfanos y se le ofrecen a la santa patraña en calidad ele las llamadas
mandas. Estos animales reciben mejor trato, no tienen que someterse a
(oclas las restricciones que rigen para los demás cerdos y no pueden
matarse sin autorización expresa de la virgen.
Como ella es una santa vixia (Serrano 1996), pues tiene formas de
comunicarle a los mortales sus deseos. La imagen de su vitela puede
aparecer sonriente, sonrojada o triste, según el mensaje que aspire a
transmitir. O en el momento de la salida en su procesic'm anual del
ocho de septiembre, su anda puede estar muy liviana o muy pesada.
El perro es otro animal antropomorfizado (Arocha 1998d; 370).
Objeto de odio y temor por haber sido utilizado por los amos para
perseguir esclavos fugitivos, también lo es ele aprecio por el papel que
desempeña en la cacería. Este vínculo doble explica el que una perso-
na pague mucho dinero al comprar un gozque o cachorro ordinario,
pero que una vez en su casa lo someta a tratos bruscos. La flacura ex-
trema ejne por lo general acusan estos animales se racionaliza en fun-
ción de su efectividad en la persecución de las presas: las perseguirá
mejor, si se siente acosado por el hambre.

154
Ananse en el Baudó

Los afrobaudoseños educan a sus perros hasta convertirlos en es-


pecialistas en el rastreo de determinados animales. Por ejemplo, para
mejorar las destrezas de un perro guagüero, lo someten a ayuno y abs-
tinencia la noche antes de la jornada. Contratan profesionales para
que le hagan rezos específicos o le den baños en noches de luna llena,
con aguas hechas con los siete tipos de albahacas que distinguen.
Quienes los arreglan también tienen que intervenir cuando los anima-
les pierden sus habilidades. Así sucede si el can entra a la cocina y, por
accidente, se está derramando sobre el fogón el agua hirviendo me-
diante la cual el ama de casa preparaba la presa que atrapó su marido.
Entonces, la única manera de evitar que el animal pierda sus destrezas
de cazador consiste en llamar a un experto para que lo bañe con una
mezcla de aceite de cocina y las cenizas cpie recibieron esc líquido de-
rramado (ibid.)
Los bañadores de perros figuran entre las personas más apreciadas de
las comunidades. No forman parte del común de la gente, sino de los
círculos de quienes cantan alabaos en los velorios y novenas, de quie-
nes diagnostican y curan dolencias graves o de quienes saben cómo se-
llar una vivienda para que no le entren los espíritus malos. Saben de
plantas y sus combinaciones y están dotados de un armamento de se-
cretos comparable al de los médicos raiceros para curar a quienes son
ofendidos por las culebras. A su vez, lo secreto de los secretos no radica
en el encadenamiento simple de palabras desconocidas. No es difícil
poder comprar hojas en las cuales aparecen escritos o impresos, y mu-
chos de ellos, incluso, consisten en oraciones frecuentes de la liturgia
católica. Éxito y efectividad radican, más bien, en el número de veces
con el cual recitan las frases, así como en el ritmo que le imparten a la
recitación.
Así pues, en el Baucló, y quizás en todo el Chocó, entre los afroco-
lombianos ni las plantas ni los animales existen per se, sino adiciona-
dos, complementados y cualificados mediante la palabra, por la mente
de las personas. Empero, por sí misma, la voz humana carece de po-
der. Tiene que ser amplificada mediante combinaciones de ritmo y
número que se aprenden con otras habilidades mediante largos años
de iniciación. El que bañadores de perros, médicos raiceros, componedores de
casas o parleras pertenezcan a la categoría de los iniciados podría ser
indicio de una permanencia de africanía, acerca de cuyas dimensiones
habla el filósofo Hampeté Bá:

Gracias a la vivificación de la palabra [hay] fuerzas [que] se ponen a


vibrar. En un primer estadio se convierten en pensamiento; en un se-
gundo, en sonido, y en un tercero en palabra. La palabra está, pues,

155
Ombligados de Ananse

considerada como la materialización y exterioi i/ación de las fuerzas


(1985: 189).
Fundada sobre la iniciación, la tradición [oral] abarca al hombre en
su totalidad, y por eso se puede decir ejne contribuye a crear un tipo ele
hombre particular y a esculpir el alma africana (ibid.: 187).

Ecosofía contradictoria

La relación que los afrobaudoseños crearon con su río, sus quebradas


y selvas no sólo era de respeto, sino de hermandad. Sin embargo, el
mercado es perturbación. En Boca de Pepe son inocultables los impac-
tos de la propagación de los cañaduzales para la producción y venta de
biche en el alto Baudó, y del corte y comercialización de maderas"*. La
participación ele los pepeseños en el negocio de la extracción es tan
decidida que el propio consejo comunitario del pueblo tome) parte en
una protesta pública por las restricciones cpie el Ministerio del Medio
Ambiente impuso en 1995 a la tala de bosques (Arocha 1998d: 359).
Esta acción contradecía el mandato de la Ley 70 en cuanto a las res-
ponsabidades de esos consejos en la salvaguardia de los recursos natu-
rales (Vásquez 1993). Por contraste, en el alio Baudó la modernización
econcSmica parecería implicar costos emocionales con respecto a los
cambios del vínculo entre personas, animales y plantas.
Manuel Palacios, un campesino ele Chigorodó, le estaba metiendo
ganado a su finca. El calor y la humedad hacían que los pastos crecie-
ran a unas velocidades casi inverosímiles. Así, los vacunos nunca su-
frían de hambre, pero al pisar lodo durante Iodo el día, sus cascos se
llenaban de hongos. Manuel no sabía qué hacer ante las dolencias de
unas vacas y unos toros que fueron domesticados para pastar en saba-
nas amplias y firmes, mas no en el barrizal cine queda después de talar
los bosques tropicales. Los acariciaba, como pidiéndoles excusas.
Al rostro de Manuel yo ya le había visto esa expresieni dolida. El
primer día que visité su linea seguimos el ruido de una motosierra y
llegamos a una manchita de cedros en una de las esquinas de los potre-
ros cpie él y sus hermanos estaban abriendo. Cuando cayó el primer
árbol, mi anfitrión elijo: «Están mocitos», y en seguida —a manera de

K
Se nos asegure') e]uc leis compradores que subían por el Baudó para recoger las
trozas tenían vínculos con el narcotráfico, pero minea pudimos verificar esa aseve-
ración

156
Ananse en el Baudó

disculpa— me explicó que necesitaba el billete para seguir mejorando la


finca.
La fraternidad que aún existía entre afrobaudoseños y naturaleza
contribuía en la preservación de la serranía como enclave de diversi-
dad de plantas y animales. Este logro podrá tener consecuencias prác-
ticas en relación con los asuntos de dominio territorial reconocido por
la Ley 70 de 1993. Al demostrar la existencia de una ecosofía afroco-
lombiana, sus portadores podrán alcanzar lo que los indígenas ya han
logrado: intercambiar sabiduría ambiental por autonomía territorial
(Arocha 1992c).
Sin embargo, las implicaciones de esa ecosofía van más allá ele los
asuntos territoriales. Ilustro mi pensamiento a partir de una anécdota
de terreno.
En medio del sopor aplastante que ocasionan la humedad y el calor
de un mediodía de la selva baudoseña, videocámara en mano corrí a
captar el vuelo lento c impredecible de una libélula gigante
(matapiojos) que se había posado frente al tronco que me había servi-
do de escritorio. Mi apuro se debió al recuerdo de que sus enormes
alas encerraban una historia sobre el cambio cpie parecería ocurrir en
las creencias de los colombianos: nuestra fortuna, además del oro, el
petróleo, el platino o las maderas que podamos extraer, acabando con
tierras, árboles y animales, incluye la diversidad de las formas de vida
que albergan nuestros bosques, ríos y mares.
La historia a la que me refiero se desarrolló en una ciudad universi-
taria norteamericana. Allí vive el entomcSlogo que se ha interesado por
la libélula desmesurada. Un día, uno de los ejemplares que él observa-
ba perdió un fragmento de una de sus alas. Por accielente, ésta fue a
dar a la pipa que el profesor tenía encendida, d o n d e ni ardie'), ni cam-
bie') de forma. Perplejo, el científico hable) con un colega del departa-
mento de genética. Por medios muy revolucionarios de duplicación ar-
tificial de genes, este último comenzó a hacer en su laboratorio copias
del material vivo y, cuando tuvo éxito, se puso en contacto con la ofi-
cina de investigaciones de una fábrica de aviones. Maravillados, los in-
genieros de ésta ampliaron los experimentos con el insecto colom-
biano. Aspiran a que pronto su compañía manufacture esas mismas
membranas y las incorpore en la hechura ele jets.
Sin duda, se aproxima a la ciencia ficción la imagen que uno se
forma de unos pasajeros suspendidos en el aire, rodeados por las fi-
bras transparentes y delgadísimas que aparecen en el video que mues-
tra al matapiojos gigante del Baudó. Carlos Fonscca, funcionario del

157
Ombligados de Ananse

Inderena en esc momento, fue quien hizo este relato dentro de una
conferencia que les ofreció a mis hijas y sus compañeras, cuando toda-
vía estaban en el colegio. Explic ó que el gobierno colombiano tendría
cpie adelantar gestiones para que tanto la universidad como la fábrica
de aviones le reconocieran a nuestro país el pago de regalías corres-
pondientes a la preservación del animal que teje el material que quizás
revolucionará la idea de volar. Se trataría de una diligencia similar a las
que se adelantan frente a las multinacionales que hoy llevan a cabo
experimentos genéticos con la infinidad de plantas que originan tan
sc')lo las conche iones de nuestro trópico y las de olios países del hemis-
ferio sur.
Aun si fuera tabulada, esta narrativa es importante. Muestra cómo
en la imaginación de algunos dirigentes del país comienzan a figurar
nociones sobre las verdaderas riquezas del litoral Pacífico. Ya no des-
cuellan la explotación y embarque de niélales preciosos, sino la pre-
s e n acie3n de los seres vivos y sus particularidades.
Hoy por hoy, las organizaciones de la base cuestionan que el pago
de regalías sea para el gobierno. Al fin y al cabo, la conservación de
esas libélulas, entre muchos otros seres vivientes del litoral Pacífico, no
ha dependido mucho de la geslic'm ele los funcionarios, sino de la for-
ma como los campesinos negros se relacionan con el medio que los
rodea.
Pese a la razón que asiste a las organizaciones de las comunidades
negras, hay una radicalizacieSn de ellas en cnanto a la defensa de los
recursos de sus selvas. Existe tal recelo cpic, de antemano, a los cientí-
ficos se les ve como posibles saquedores. Ni nuestro trabajo ni el que
adelantaba el herbario de la Universidad Tecnológica Diego Luis Cór-
doba de Quibdó fueron excepciones. Desde 1994 les habíamos man-
dado copias de nuestro proyecto a los directivos de la asociación cam-
pesina que en 1992 nos había invitado a la región. Con ellos habíamos
discutido cernió contratar coinvestigadores de las comunidades para
involucrarlos en la recolección y devolución de los distintos tipos de
información previstos por la propuesta original. Sin embargo, en oc-
tubre de 1995 esos adalides vetaron la realización de las labores en et-
nobolánica en el alio Bando.
Dos eran nuestras intenciones con respecto a esa parte de la inves-
tigación. Primero, acopiar datos sobre taxonomías y usos de plantas,
para contrastarlas con las de los emberaes. De esc modo, trataríamos
de comprender cómo se llevaban a cabo esos intercambios de saberes
médicos y botánicos que figuraban en la agenda de la convivencia dia-

158
Ananse en el Baudó

logal interétnica. Segundo, habíamos vinculado una prioridad identifi-


cada por una de las adalides de la asociación, la hija de don Justo Da-
niel Hinestrosa: documentar y rescatar los saberes de éste y otros sa-
bios de la región. Como muy pocos jóvenes habían mostrado interés
por aprender de estos sabedores tradicionales, existía la posibilidad de
que sus conocimientos desaparecieran sin haber sido debidamente re-
cogidos y sistematizados.

Pese a que —como ya expliqué— nos fue posible abrir otro terreno
en el bajo Baudó y avanzar en el trabajo etnobotánico, aún hoy es im-
posible dejar de pensar en que el saber de personas como don Justo se
está perdiendo de manera irremediable. Frente a la discusión de este
último punto, miembros de la asociación insinuaron que ellos mismos
harían el trabajo etnohistórico, etnográfico y etnobotánico. Sin duda,
éste sería el ideal. Sin embargo, en su contra están cuatro siglos de
discriminación sociorracial cpie han restringido el acceso de la gente
negra a la educación (Friedemann 1984b). Claro está que se ha dado
un proceso de calificación de las organizaciones gracias a la experien-
cia que sus miembros han logrado en el diseño y ejecución de los pro-
yectos que hoy requiere la democracia participa!iva. Se argumenta,
además, que ellos mismos han tenido contacto directo con las proble-
máticas de las comunidades y son portadores de las culturas de ellas.
No obstante, las competencias adquiridas en los procesos de gestic'm
estatal y en el funcionamiento de sus culturas no los hacen necesaria-
mente competentes en las destrezas de la observadc'm de la realidad
histórica, sociocultural y ambiental, ni en la descripción y análisis de la
misma. Esas destrezas implican aprendizajes especializados y particu-
larmente complejos en lo atinente a la formación y funcionamiento de
los equipos interdisciplinarios requeridos para el esclarecimiento del
tipo de problemas que enfrentan. Entonces, mientras se alcanzan esos
aprendizajes, el vínculo entre saberes expertos locales y profesionales
parecería ineludible. Lo ideal sería que esa relación fuera con aquellos
grupos de trabajo afiliados a las universidades que han sido pensadas
en función de los intereses de la nación, como es el caso de las estata-
les, y no tanto con ocnegés y grupos privados de lealtades imprecisas.
Empero, parecería cpic las negociaciones con los primeros son más in-
trincadas que las que se han llevado a cabo con los segundos, dado el
menor control que ellos tienen en asuntos como la catalogación de un
miembro de las comunidades en calidad de coinvestigador o en la
propia ejecución de los proyectos.

159
Ombligados de Ananse

Por ahora quizás sea válido recalcar que la disuasión del trabajo in-
vesligativo limita las posibilidades de cpie el conocimiento académico
sea reintei prelado y aprehendido por las comunidades y sus organiza-
ciones, para luego ser traducido al lenguaje de las «necesidades politi-
zadas» (Escobar 1992) y emplearlo así como circulante en las relacio-
nes con el Estado. Este proceso de apropiación y uso del saber acadé-
mico es relevante con respecto a la Ley 70 de 1993. El estudio y futura
legitimacic'ni de los títulos colectivos que ella contempla requieren la
elaboración de documentos sobre la historia de la comunidad y de sus
prácticas de manejo ambiental, además de la cartografía que permita
dimensional" las áreas bajo redamación. Los indígenas se han favore-
cido del acervo de conocimientos etnográficos, etnohislenicos y ctno-
botánicos recolectados desde la profesionalizado!) de esas disciplinas
desde hace por lo menos 50 años. Sin embargo, antes de la reforma
constitucional los ombligados de Ananse no figuraban como sujetos
apropiados dentro de los campos de estudio de esas ciencias (Arocha
1996). De ahí que sean protuberantes los vacíos de saber sobre sus
comunidades, su transcurso y sus paisajes.
Lo grave de este impasse es que mientras se buscan mecanismos de
negociación y garantía, la modernización y la violencia que en Colom-
bia parecen acompañarla siempre continúan su avance ineluctable. La
correlación entre éste y el aumento en el número de desplazados es
obvia. Las posibilidades ele frenar el aniquilamiento cultural, la erosión
de los mecanismos tradicionales de diálogo para superar los conllictos
interétnicos y la expropiación violenta podrían aumentar con el in-
cremento en la cantidad de títulos colectivos que las comunidades pu-
dieran llegar a asegurar y, en consecuencia, con los saberes cpie pudie-
ran cimentarlos. Entonces, las opciones que la paz tiene cu esa regie'm
podrán depender en algo de la mayor tolerancia que las comunidades
y sus organizaciones puedan desarrollar en cuanto al ingreso a la re-
gión elel saber académico y científico.

160
w%
i

Las niñas Rivas en Pie de Pato (Alto Baudó). Foto: Jaime Arocha. febrero de 1995.
C A P Í T U L O IV

A manera de recapitulación: Ananse


en la estación imaginaria

LO ÉTNICO NACIONAL A LAS PUERTAS DEL CIELO

Mientras escribo estas palabras finales, periódicos y noticieros de radio


y televisión difunden el «Acuerdo de la Puerta del Cielo», que el 15 de
julio de 1998 firmaron comandantes del Ejército de Liberación Nacio-
nal (ELN) y representantes de la llamada «sociedad civil» colombiana.
El evento se llevó a cabo cerca de la ciudad alemana de Maguncia, en
un monasterio cuyo nombre inspiró el del convenio.
El pacto suscrito realza el problema étnico nacional con un énfasis
que contradice no sólo la posición tímida que a ese respecto la misma
organización guerrillera había hecho explícita hace poco, sino la de las
pasadas campañas presidenciales, las de otros protagonistas ele la lucha
armada, gremios, sindicatos y gobierno nacional (Cruz Roja Inter-
nacional, Comisión de Reconciliación Nacional y Cambio 16 1998: 12,
19, 31, 33, 42; Pastrana 1998). El punto 16 del acuerdo de Maguncia es
inequívoco en cuanto al compromiso excepcional de reconocer que a
los pueblos étnicos se les han irrespetado su autonomía y terri-
torialidad ancestral (Arocha 1998b) y que, por lo tanto, el reconoci-
miento de ambas —indeclinablemente— tendrá que hacer parte de la
búsqueda de la paz:

Impulsar con todos los actores armados y partes concernientes el


respeto a la autonomía, creencias, cultura y derecho a la neutralidad de las
comunidades indígenas y demás ctnias y sus territorios. (El Tiempo
1998c: 3A; las cursivas son mías).

163
Ombligados de Ananse

No he podido evitar que este giro desate fantasías sobre el final ele
la pesadilla que agobia a los colombianos, y en particular a quienes
con base en sus legados ancestrales han transformado los paisajes de
costas, ríos y selvas tropicales húmedas colombianas. Entre esas repre-
sentaciones hay dos dominantes: la primera, la de los gee)fagos', má-
quinas de muerte y desplazamiento ejne desaparecen de la historia. La
segunda se refiere a una universidad cpie puede construir cstae iones
científicas en el litoral Pacífico, incluida una a orillas del río Baudó.

LA CASA DEL TINAO» GREGORIO RÍOS


Maguncia revive un sueño cpie lome') cuerpo arquitectónico imaginario
el 25 ele noviembre de 1992, cuando navegaba por ese río en una ca-
noa que d o n Justo Daniel Hinestrosa impulsaba a remo. El sabio de la
botánica y la medicina de los libres le imprimía a la embarcación un
movimiento firme y pausado, el cual, por fortuna, permitía deleitarse
ron los pichindés verdeoscuios de las orillas, cuyas ramas acariciaban
la superficie tranquila. La mañana no parecía ele invierno por su brillo
nítido y azul cpic se reflejaba en el agua. Sobre la margen derecha, va-
rias mujeres desnudas reían, jugaban y retozaban, antes de ponerse en
el oficio de lavar la ropa que habían llevado desde sus casas. Apenas se
percataron ele que en la canoa viajaban forasteros, se sumergieron has-
ta cubrir sus senos.
En la ribera izquierda al final ele la primera calle que uno toma ha-
cia Chachajo había una colina redonda con una casa de tablones verti-
cales que remataban en calados tallados con preciosismo, cerca del te-
cho de cuatro aguas en tejas de zinc. Cuando la vi, accioné emociona-
do la videocámara c hice la anotación verbal correspondiente a la mi-
rada cpie grababa: «Éste sería el sitio ideal para la estación científica de
la Universidad Nacional». Al oírme, clon Justo replicó: «Esa era la casa
elel tinao Gregorio Ríos».
Sin despegar la mirada ele la colina, mi imaginación comenzó a re-
correr los espacios cpie intuía y los fue transformando ele acuerdo con

El etnohistoriador Augusto Gómez introdujo este sinónimo ele especulador ele


finca raíz cu la conferencia que dicte') dentro del simposio titulado Las ciencias so-
ciales v la construcción del Estado-nación, celebrado en Popayán con c4 auspicio
del Departamento de Antropología de la Universidad del Canea y el Banco ele la
República (abril 23 y 21 ele 1998).

164
A manera de recapitulación

el patrón de fantasías que habitaba en mi memoria desde cpie comen-


cé a hacer investigación en el litoral Pacífico. El viaje que hice en 1982
con Nina de Friedemann desde Tuinaco hasta la aldea ribereña de Los
Brazos, sobre el río Cüelmambí, me causó una perplejidad particular.
Casi no vi ruedas y, además de los cuerpos de las personas, había po-
cos «transformadores mecánicos» de energía. Por el rio no pasaban
muchas canoas propulsadas por motores fuera de borda, y las únicas
máquinas de minería consistían en las motobombas que los paisas ha-
bían introducido, asociados con los tradicionales capitanes de minas.
¿Cómo desarrollar rodillos y palancas que relevaran a las personas de
tanlo esfuerzo, pero cuya introducción no se tradujera en destrucción
irreparable de bosques y orillas?
A lo largo de los recorridos de esos meses, siempre llegaba a la
misma respuesta: montar una estación científica que le permitiera a
ingenieros, antropólogos y ecólogos interactuar entre sí, con las co-
munidades de la base y con el medio, hasta comprender la clase de in-
geniería que debe aplicarse en esos bosques húmedos, en esos ríos
abundantes o en esos manglares amenazados. La ¡dea de llegar a cons-
truir un sitio que permitiera observaciones a largo plazo también se
me vino a la cabeza al percatarme de que a partir de largas entrevistas
y observaciones puntuales era muy difícil dar cuenta de la complejidad
de las percepciones que comparten pescadores y cónchelas de la en-
senada de Tuinaco en cuanto a las relaciones entre cambios climáticos,
régimen de mareas y disponibilidad de animales.
Con el paso del tiempo mi imaginacicni no sólo resaltaba el espacio
físico para el aprendizaje mutuo con las comunidades, las observacio-
nes prolongadas y la innovación científica, sino también el lugar que
permitiera perfeccionar el trabajo interdisciplinario. Este tendrá que
basarse en algo diferente de la repartición milimétrica de funciones
conforme a parcelas estrechas que cada quien defiende a partir de su
entrenamiento especializado, y deberá aproximarse a una perspectiva
histórica e integral de la relación entre la gente y la naturaleza y brin-
darle a los grupos de la base máximas oportunidades para conocer y
aprehender los hallazgos que se vayan logrando.
Quizás por esto, al ver la casa del finado Ríos reflexioné acerca de
aquellos símbolos que pudieran guiar el sentido de la búsqueda. Uno
de ellos, sin duda, sería el de Ananse. El cetro fanti-ashanti que apare-
ce en la carátula de este libro se reproduciría en papeles o en pinturas
sobre las paredes para que de continuo le dijera a los investigadores y
a las comunidades de la región que la historia de los pueblos del Afro-

165
Ombligados de Ananse

pacífico es larga, que se remonta a una memoria anterior a la traía y


que pervive no sólo en las historias que se repiten en Nigeria, Benín, y
el Caribe insular y continental sobre la araña astuta y ubicua, sino
también en el espíritu de insumisión cimarrona que les transmiten los
padres a sus hijos al ombligarlos con la diosa-dios.

PLEROMA Y CREATLIRA

Otro símbolo con el cual he soñado es el ele la integración entre las


personas y su medio. En la base de los escalones empinados y tallados
en barro que forman el embarcadero de la casa del finado imagino
una canoa azul celeste y roja. En su proa, con letras blancas de esmalte
brillante, se lee el nombre de Creatura. El motor fuera de borda atorni-
llado a su espejo está marcado con la palabra Plerorna. A quienes les he
descrito esta ensoñación, me han preguntado por el sentido ele esos
dos nombres exl ranos.
Significarán la búsqueda inspirada por el antropólogo británico Crc-
gory Baleson. Próximo a su muerte, ocurrida en 1980, él y su hija escri-
bieron Angels Fear (El temor de los ángeles). En esa obra, tomaron del psi-
cólogo Cari Cuslav Jung las palabras plerorna y creatura. La primera de-
signa a «[...] ese mímelo no viviente descrito por la física, que en sí mis-
ino ni contiene ni hace distinciones, pese a que nosotros debemos hacer
distinciones en [las] descripciones que hacemos de él». I^a segunda pala-
bra habla de «[..,] ese mundo de explicación en el cual los fenómenos a
describir están gobernados y determinados por diferencias, distinciones
e información» (Bateson y Bateson 1988: 18). Para Batcson, el gran
error epistemológico de la ciencia occidental consistió en haber separa-
do esos dos mundos y en estudiarlos mediante ciencias diferentes, a ve-
ces antagónicas. En su reemplazo propuso desarrollar una nueva Epis-
temología —que escribía con mayúsculas— y fijarse en la interdependen-
cia de plerorna y creatura.
Se trataría de ejne quien navegara en esa canoa tomara conciencia ele
que el pilotaje que hace el motorista tan sólo es posible por la interac-
ción entre plerorna y creatura. A lo largo de cualquier trayecto fluvial,
plerorna, entendida no sólo como motor, sino como río, le sirve de ma-
triz a todos los procesos mentales que el piloto tiene que ejecutar para
navegar con éxito. Las orillas, los colores del cielo, los movimientos y
ondulaciones del agua, o los troncos y embarcaciones que se desplazan
por la corriente, se convierten en fuente de mensajes que hacen posible
manejar información. Con Bateson, entiendo ese concepto como «la di-

166
A manera de recapitulación

ferencia que hace la diferencia», por ejemplo, entre dar el giro correcto
moviendo el timón de plerorna, para esquivar un palo y no chocar o
disminuir la velocidad ante un potro pequeño impulsado por un indíge-
na, quien lo lleva cargado de plátano. En este último caso, la diferencia
que hace la diferencia consiste en desacelerar a tiempo para disminuir el
oleaje, y que las turbulencias que el motor agita no lleguen a hundir al
remero con su cargamento.
Ese 25 de noviembre, mientras don Justo remaba río arriba, yo se-
guía soñando con la estación. Se bautizaría con el nombre de Rogerio
Velásquez, en reconocimiento al aporte que ese antropólogo ombligado
de Ananse le hizo a la identidad afrochocoana y al desarrollo de las
ciencias sociales colombianas. No me cabía duda de que algún día esa
casa anciana y señorial albergaría al equipo de investigación, y que alre-
dedor de ella habría que ir construyendo ámbitos para cada uno de los
saberes que se integrarían dentro del esfuerzo total: ecología mental y
etnografía de la cinética corporal; historia documental y oral; botánica, y
educación. La unión de las exploraciones a realizarse en cada uno de
esos ámbitos trataría de responder a la pregunta referente a la materia
prima con la cual están hechos los procesos mentales de los baudoseños
interactuantes en la región —libres y cholos. Sigo pensando que tan sólo si
uno llega a conocer tal materia prima puede responder a la pregunta de
cómo ambos pueblos, a lo largo de tres siglos, fueron desarrollando há-
bitos para la convivencia pacífica con el entorno y con el vecino. Sin du-
da, su existencia está amenazada por la modernización de la economía y
la infraestructura. Empero, la sostenibilidad ambiental a la cual hoy
obliga la Constitución de 1991 y que, por lo tanto, se plantea como me-
dio de impulsar formas de desarrollo alterno y la búsqueda de la paz es
inseparable del conocimiento de esa materia prima.

OBSERVACIONES ETNOGRÁFICAS

La estación Rogerio Velásquez incluiría espacios para la ecología men-


tal, con estantes para diarios de campo y fichas de observación, y para
la etnografía de la cinética corporal, con anaqueles para cintas de vi-
deo y un computador para examinarlas y reproducirlas o editarlas, se-
gún las necesidades de las comunidades 2 . En el primer ámbito, imagi-

La energía eléctrica provendría de paneles solares y de la reutilización de las vie-


jas plantas Lister que el Plan Nacional de Rehabilitación repartió a lo largo de los
(continúa en la página siguiente)

167
Ombligados de Ananse

no a un etnógrafo repasando diarios y haciendo las fichas correspon-


dientes a sus viajes a Boca de Pepe, con el propósito de hallar si la fili-
grana ecológica identificada en los sectores más tradicionales del alto
Baudó sobreviviría a los embales de la modernización económica.
Ese interrogante mantendría su validez porque el pequeño puerto
del bajo Baudó participaría aún más en la economía de mercado, debido
a las ventas de madera a comerciantes ele Buenaventura, y de biche a los
libres y cholos del alto Baudó, en cuyas tierras no se cultiva la caña de
azúcar. Empero, hasta finales ele 1995 los aíiopepeseños continuaban
haciendo cosas muy parecidas a las epte hacen personas que viven muy
arriba, en lugares como San Francisco de digne lio, donde el río, por lo
estrecho y panchlo, no permite la navegación de botes plataneros. Ima-
gino al investigador escribiendo que en ambos lugares las familias ex-
tendidas de los libres, al mismo tiempo que mantienen colinos o lotes ele
cultivo en las orillas del río, se ocupan de varios tipos de monte: del bi-
che, donde comienza a recuperarse la vegetación selvática, después de
cultivar un colino, y donde siembran frutales; del alzao, cuya selva ya es
prominente y cuyos frutales están en plena producción, y del bravo a cu-
yo interior tan sólo se aventuran de día, para cazar, después de haber
hecho las preparaciones rituales que los defiendan de los espíritus que
habitan esa franja incierta.
Los ombligados de Ananse han intercalado con el clima esos movi-
mientos desde la orillas hacia la selva, de manera cpie la tala necesaria
para las siembras no ocurra cuando hay más lluvias o que el plantío de
semillas y esquejes no tenga lugar cuando llueve menos. La concatena-
ción de tareas agrícolas con aguaceros y soles no sc')lo ha dado lugar a
una mayor producción agrícola, sino que ha impedido que se erosionen
los suelos de la serranía. Si bien ésta no es muy alta, tiene montañas
pendientes que aún le sirven de refugios a la enorme variedad de plan-
tas, árboles, palmeras, bejucos, insectos, ranas, lagartijas, reptiles, pájaros
y mamíferos que ponen a nuestro país en la cartografía ele la megabiodi-
versidad.
La improvisación ha dominado la forma r o m o los ombligados de
Ananse solucionan los problemas que les plantea su medio. La capaci-
dad e|tie tienen, por ejemplo, de reciclar viejos recipientes plásticos y ha-
cer embudos, materas para sembrar o boyas para la pesca se conoce
como bricolage. Yo he propuesto reemplazar ese galicismo por una VOZ

líos y q u e hoy están a b a n d o n a d a s cerca ele ese uelas y puestos d e salud.

168
A manera de recapitulación

nuestra, cacharreo, cuya exponcnciación —sostengo— en gran parte ha


tenido que ver con las escasez, de herramientas propia del Chocó bio-
gcográfico, desde la época de la minería colonial. Antes de que se popu-
larizaran las motosierras, el machete era prácticamente el único artefac-
to del cual disponían y, en consecuencia, lograron que hoy se le den
usos que sus inventores quizás jamás imaginaron posibles. Rcutilizan to-
dos los objetos manufacturados que llegan a sus manos y les tienen
nombres y usos a todos los seres verdes que hay a su alrededor.
Los ombligados de Ananse también se han caracterizado por su ma-
nera libre de expresar sentimientos y emociones. Los velorios son quizás
los eventos que más los caracterizan como sentipensantes (Eals Borda
1978)1. Las amarras que los libres mantienen entre pensamiento y senti-
miento se acoplan bien con la agricultura de tumba y descomposición,
eje de todo el sistema productivo de esa región.
Sin deslindar la alegría de la comida y el licor compartidos, han for-
mado equipos comunales de trabajo que en algunos lugares aún se lla-
man mingas. Así, en una de las orillas del río o la quebrada afluente del
Baucló, siembran su arroz y su maíz. Entre tanto, en la ribera contraria
mantienen cerdos ramoneros que se mueven por las tres clases de mon-
te que distinguen. Dependiendo del desarrollo del animal, lo llevarán al
monte alzao, para que recorra el cultivo de frutales que se encuentra allí y
aproveche las frutas caídas, como las de las palmas de chontaduro o co-
mo los aguacates. Ellas, además, le sirven en una etapa fundamental de
su crecimiento, a la cual sus dueños bautizan con el nombre de purga.
Después de cosechar maíz y arroz, y cuando ya a los lotes de cultivo tan
sólo les quedan pajas dobladas, cañas secas o tallos caídos, mudan de la-
do a los cerdos para cpic hagan el carleo, alimentándose de esos residuos.
En la sala de ecología mental podría examinarse la información rela-
tiva a la forma como en el bajo Baudó los ombligados de Ananse tam-
bién celebran acuerdos con los emberaes para criar y cuidar marranos;
sembrar, atender y cosechar maíz y arroz, o talar y vender trozas de ma-
dera. Unidos con los del alto Baudó, esos materiales atestiguarían qué

Al respeclo, Eduardo Gaicano escribió en El libro de los abrazos (p. 107): «¿Para
qué escribe uno si no es para juntar sus pedazos? Desde que entramos en la escue-
la o la iglesia, la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del
cuerpo y la razón del corazón.
«Sabios dentóles de Etica y Moral han de ser los pescadores de la costa colombia-
na, que inventaron la palabra senlipensnnte para definir el lenguaje que dice la ver-
dad».

169
Ombligados de Ananse

tan difundida continuaría siendo la hermandad espiritual entre libres y


cholos. Acerca de ella escribió en detalle Natalia Otero, después ele ha-
ber pasado más ele un año en la quebrada ele Amporá, cerca de Pie de
Pato. Allá, el respeto entre compadres y ahijados coadyuva en la forma-
ción de un territorio biétnico donde nadie se atreve a valerse de las ba-
las para zanjar desámenlos territoriales, sociales y políticos. Así, con
olios sectores del Aíralo y del San Juan, hasta finales de 1994, el Baudó
constituyó un refugio de paz libre de guerrilleros, grupos paramililares,
soldados o policías. Si uno espera que surta efecto el respeto hacia la au-
tonomía étnico-ten itoi ial que hace explícito el Acuerdo de la Puerta del
Ciclo, no sólo es para dejar de ver cómo personas queridas y conocidas
caen asesinadas o son desplazadas, sino para poder reanudar el estudio
abortado por la violencia, sobre el arraigo de patrones de convivencia
pacífica que ligan a los pueblos ancestrales del Baucló.
Predecir si la conducta de agentes externos logrará reemplazar esos
patrones por los opuestos podrá quizás aproximarse completando el es-
ludio de qué tan inconscientes son las reacciones no violentas. El carác-
ter mecánico de los comportamientos profundamente aprendidos se lo-
calizan en el ámbito de lo que don Agustín Nieto Caballero llamaba los
«segundos instintos» (Sáenz, Saldarriaga y Ospina 1997 (II): 120). De ahí
la dificultad de acceder a ellos, pero sobre todo de destruirlos, y la im-
portancia de analizar el refuerzo que las palabras conscientes siempre
lian recibido de los gestos inconscientes (Batcson 1991: 71). Baleson
también inspiró este punto de vista al insistir en que el discurso de la
comunicación no verbal evolucionó en calidad de instrumento especiali-
zado en la expresión de las emociones de las personas y de la rcladcm de
ellas con otras y con su entorno (Bateson 1991: 472).
Esclarecer el nexo entre muecas, violencia y paz requiere fotografías,
películas o videos impensables por fuera del proyecto de la estación, in-
cluido un ámbito para la etnografía de la cinética corporal, el cual per-
mitiría entrenar a miembros de las comunidades de libres y cholos en el
manejo de cámaras, y la consecuente obtención de imágenes para su
posterior análisis.
Esos estudiosos partirían de muestras sobre las etapas ele un conflic-
to, como el que describí en el capítulo anterior entre un tío y su sobrino,
ambos de la comunidad altobaudoseña de Chigorodó. Interesaría de-
terminar el papel ele los coros comunitarios que loman bandos a favor de
cada uno de los contrincantes, el carácter ritual de la posesión y exhibi-
ción ele aunas, y los medios disuasivos que tienen lugar en el umbral.
Aquí, el analista tendría que estar alerta a cpie cuando un acto coinimi-

170
A manera de recapitulación

cativo privilegia gestos y muecas, el mover la cabeza de lado a laclo no


basta para decir no. Al carecer de partículas que expresen la negación, el
discurso de la comunicación no verbal tiene que recurrir a medios más
intrincados, como el de expresar lo contrario de lo que uno aspira a de-
cir, conforme lo hizo aquel sobrino que, cuando su tío pudo haberlo
acribillado, no enfrentó a su agresor, sino ejuc —por el contrario— le dio
la espalda y le mostró toda su vulnerabilidad. Si uno lograra compren-
der cómo es que personas sometidas a una situación emocional que
inhibe la plena conciencia consiguen combinar palabras y gestos de un
modo tal que alcanzan a desactivar la máxima tcnsic'm que experimentan
en el choque agresivo, uno comenzaría a dar respuestas a por qué mien-
tras unos pueblos aprenden a evitar el desbordamiento de la violencia,
otros asimilan la conducta opuesta.

CONVERSACIONES ENTRE VIVOS Y MUERTOS

Otro de los salones de la casa del finado Ríos se acondicionaría para el


trabajo sobre la historia documental y oral por categorías de poblamien-
to, patrones de convivencia inlerélnica y patrones de convivencia ambiental.
Ese ámbito brindaría la oportunidad de enseñarles a los miembros de
las comunidades a cómo leer documentos de la Colonia, mediante co-
pias obtenidas en el Archivo General ele la Nación, en el Archivo Cen-
tral del Cauca y en los de la propia región. Los ombligados de Ananse
aprenderían que sus abuelos tienen razón cuando cuentan que los an-
tepasados de los abobándosenos llegaron desde el Aíralo por el río
Quito, y que los de los bajobaudoseños arribaron desde el San Juan
por los ríos Pepe y Cúremelo. Empero, el estudio de los documentos
mostraría que el arribo de los pioneros se remonta a 1690, cuando
comenzaron a comprarles la libertad a los esclavistas y adquirieron de
ellos la respectiva carta que hacía pública su condición ele libres (Maya
1996), Pese a que esta forma de luchar contra la esclavitud haya sido
documentada y resaltada por historiadores como William Sharp (1976)
y Germán Colmenares (1980), los afrodescendicntcs del Choce') saben
poco de ella. Comprometido con la legitimación del Estado republica-
no, el sistema educativo enseña que la libertad fue una dádiva otorga-
da en 1851 mediante la abolición oficial de la esclavitud.
Las diferencias entre la enseñanza tradicional y la que se impartiría
en la estación son radicales. La primera hace énfasis en que la gente ne-
gra comenzó a crear cultura cuando fue libre, a partir del siglo XIX, y
que lo ha hecho en calidad de receptora de los legados hispánicos e in-

171
Ombligados de Ananse

dígenas. Así, los años comprendidos entre la llegada desde África y la


mitad elel siglo XIX quedan vacíos de creatividad e innovación cultura-
les. 1.a segunda, por el contrario, destaca el papel ele las memorias que la
esclavización no le pudo borrar a los capturados en África. Ellas acica-
tearon el cimarronaje y demás búsquedas tempranas de la libertad, las
cuales, a su vez, cimentaron los procesos de adaptación a los paisajes y
sociedades que los cautivos jamás habían imaginado.
Sobre las paredes habría carteles grandes con árboles genealógicos
que Incluirían los nombres de las principales familias de la región; el co-
lor rojo de una parle de las líneas de parentesco indicaría que la infor-
mación provendría de enlrevislas con personas de las distintas comuni-
dades; las azules, que los historiadores les habrían seguido la pista a los
apellidos en las fuentes de archivo. De este modo, se entendería que las
conversaciones entre etné)grafos e historiadores sobre el poblamicnlo
del Baucló también implican un diálogo entre vivos y muertos.
La estación tendría estantes con pedazos de trúntago o guayacán pro-
venientes de los horcones y vigas con las cuales se hacen las viviendas.
Estarían marcados con códigos referentes a la casa ele donde éstos pro-
vendrían y al laboratorio que habría identificado la antigüedad de cada
uno. El que los trúntagos se leguen de generación en gencradem habla
de una impronta de los años de la esclavitud minera, cuando herramien-
tas y materiales de construcción eran escasos. Esa herencia es de tal im-
portancia que uno de los principales alabaos epie se cantan en las cere-
monias fúnebres habla de los guayacanes de la casa del muerto.
Esta búsqueda habría sido impensable sin la información que Nina
de Friedemann tenía sobre la inclusión de las llamadas vigas mamas en
los testamentos de los mineros del río Cúehnambí en las selvas de Nari-
ño. Dicha informaden! permitió responderles a las comunidades parte
de sus preguntas sobre la antigüedad de sus asentamientos, cuya rele-
vancia se hizo crucial a medida que los conflictos por la (ierra se acre-
centaron y las comunidades negras recibieron la amenaza de ser expulsa-
das de sus territorios dizque por haber invadido la reseña estatal creada
por la Ley 2 ele 1959.
Una estación llena de genealogías de guayacanes aumentaría las guías
para explorar los documentos de archivo en lo referente a la ancestrali-
elad del poblamiento afrobaudoseño. De esc modo, representaría un
aporte significativo en la sustentación de- redamos territoriales formula-
dos en el marco de la Ley 70 de 1993.
En el espacio para la historia oral, la memoria de Rogerio Velásquez
sería especialmente preponderante por haber sido el pionero en la reco-

172
A manera de recapitulación

lección de cuentos y leyendas sobre la fauna mítica del Afrochocó.


Ananse, tío Tigre, lío Conejo y los héroes del pasado que encarnaron las
virtudes resaltadas por las respectivas moralejas llenarían muchas horas
de grabación, transcripción y análisis. Analistas de la tradición oral como
el nigeriano Yai Olabiyi, hoy en día profesor titular elel Instituto de Es-
tudios Africanos de la Universidad de la Florida, y otros africanistas y
afroamericanistas, tendrían allí un lugar para hacer comparaciones, y los
ombligados de Ananse, un sitio digno para aprender acerca de África y
de sus antepasados.

MÉDICOS RAICEROS Y JAIHANÁS

Dentro de la estación, un ámbito para la biología permitiría demos-


trarles a los adalides de la base que la inlendc'm de un proyecto como
el que impulsábamos en el Baudó no consiste en el saqueo de la biodi-
versidad chocoana. Allí se lograría parte del entrenamiento de los pro-
fesionales que quizás más necesita la región. Sería el sitio para que
aprendieran cómo preparar materiales vegetales recogidos en la selva
para su adecuado alamaccntamiento, clasificación, registro y divulga-
ción nacional e internacional mediante su posterior envío al Herbario
Nacional y al I leí bario de la Universidad Tccnotógica Diego Luis Cór-
doba del Chocó; para adiestrarse en el dibujo de hojas y tallos; para
adcpiirir métodos y técnicas que permitan acopiar la sabiduría de médi-
cos raiceros en cuanto a la forma como ellos clasifican los seres de la na-
turaleza, curan enfermedades c itercambian conocimientos con los jai-
banás de los emberaes; para conocer qué vínculos han ligack) a esas
personas: si su parentesco consanguíneo, espiritual o, simplemente, su
amistad. Particular énfasis se le concedería a que los estudiantes loma-
ran conciencia de la forma como esos médicos han sido invitados por
sus contrapartes indígenas a concelebrar ceremonias emberaes tan so-
lemnes como el canto de jai; así mismo, para aprender cómo los jaiba-
nás también han recibido enseñanzas comparables de los médicos rai-
ceros.
Uno de los problemas a resolver sería el de las diferencias en los
nombres de las enfermedades y en los criterios de diagnóstico, en espe-
cial porque la mayoría de los jaibanás indígenas no son totalmente bilin-
gües y, aun en el caso de serlo, se valen de criterios muy diferentes de
los de los libres para formar taxones o para definir las terapias apropia-
das. El registro de los intercambios en el ámbito de lo sagrado constilui-

173
Ombligados de Ananse

ría una de las evidencias más importantes del grado de unión entre am-
bos pueblos.

LA FORMACIÓN DE LOS NIÑOS

La estación sería impensable sin un lugar para el encuentro de unive-


rilarios y personas mayores, hombres y mujeres, pero en especial
maestros y también niños que recogieran canciones, rimas, rondas y
juegos infantiles que sirvieran de marco para transformar los textos de
documentos históricos originales o de la tradición oral en cuentos pa-
ra niños y adultos, que una diseñadora gráfica ilustraría con escenas
de la rcgie'm. Crearían héroes locales como Yeni y Caché, dos niños del
Baucló que pasarían grandes peripecias viajando con los adultos, sal-
vando animales o tomando parte cu las festividades de los distintos
pueblos: los entierros, las fiestas de la virgen de la Pobreza de Boca de
Pepe o las de san Martín de P o n e s en Pie de Pato.
De nuevo, éste sería lugar de encuentro con pasantes africanos y afri-
canoamericanos que coadyuvarían en la producción de materiales para
las escuelas y para estudiantes del resto de la nación, cuyos nuevos co-
nocimientos derivarían en mayor tolerancia hacia las conductas particu-
lares que Ananse y sus ombligados desarrollaron durante los años ele- in-
subordinación contra la esclavitud, y sobre las cuales construyeron sus
paisajes de estero, río y selva húmeda.

SINTONÍA CON LA REALIDAD

El Acuerdo de la Puerta del Cáelo podrá haber revilalizado la utopía


de montar una eslaciem para la investigación científica a orillas del
curso alto del río Baudó. Sin embargo, la realizacicm de algo que se le
parezca parte de una realidad ambigua. Pocos minutos después de
anunciar el acuerdo, el comandante Pablo Beltrán del ELN también le
comunicaba a la prensa epie su organización insurgente no renunciará
al control político-militar que ejerce en varias regiones del país, y que
dentro de ellas aspira a tener un crecimiento significativo. (Noticiero de
las 7 1998).
Al día siguiente del anuncio, julio 16 ele 1998, periodistas de la emi-
sora Ea EM entrevistaron al gobernador del departamento de Bolívar
sobre los desplazados que hay en el municipio de San Pablo, al sur de la
región. El mandatario se refirió a la nueva encrucijada que enfrentan los
civiles que habitan allá: hoy por hoy, ellos no sólo están en medio del

174
A manera de recapitulación

fuego cruzado entre guerrillas y paramilitares, sino entre el que disiden-


tes del ELN comenzaron a dispararles a los miembros de su antigua or-
ganización, a los de las FARC y a los paramilitares.
El contraste entre lo que sucedía en Alemania y en Colombia era
abismal. Empero, así se caracterizará el período que se inicia: conversa-
ciones sobre cómo lograr la paz, sin que los agresores armados suspen-
dan sus hostilidades. Lógicas encontradas y contradictorias podrán darle
la razón a expertos como Camilo Echandía (1998) y Daniel Pécaut
(1997) en el sentido de que en Colombia la confrontación bélica podrá
alcanzar extremos que no se conocían dentro de su historial de violencia
política. El vaticinio se fundamenta en la manera como —desde el dece-
nio de 1980— el monopolio de los recursos naturales articula la planea-
ción a largo plazo que —exceptuando las fuerzas del Estado— han formu-
lado todas las organizaciones armadas como fundamento de sus estrate-
gias de afianzamiento territorial (ibid.)
En esta coyuntura es imposible excluir al litoral Pacífico del teatro de
territorializaciones armadas y violentas, pues alberga las riquezas que,
como la biodiversidad, se codiciarán durante el siglo XXI, y seguirá
siendo escenario de aquellos megaproyectos de desarrollo infraestructu-
ra! que más incentivan el apetito de los geófagos. Empero, no tiene mu-
nicipios como San Vicente del Caguán o Puerto Triunfo, cuyos nombres
son indisociables de la historia de las FARC y de los paramilitares, res-
pectivamente. En el Chocó biogeográfico la competencia territorial ape-
nas comienza, y dentro de procesos de paz que no tienen que partir del
desarme (El Tiempo 1998c, 1998d) es difícil pensar que el desplazamien-
to masivo y forzado de civiles no se extenderá desde el bajo Atrato hacia
el resto del curso de ese río, al San Juan, al Baudó, al Patía o al Telembí.
El convenio suscrito en Maguncia también compromete a las partes
en la humanización de la guerra (Mercado y González 1998: 8A) y el
ELN ofrece suspender
[...] la retención o privación de la libertad de personas con propósi-
tos financieros en la medida en que se resuelva por otros medios la su-
ficiente disponibilidad de recursos para el ELN, siempre que —mientras
culmina el proceso de paz— no se incurra en el debilitamiento estraté-
gico. También, a partir de hoy [julio 15 de 1998] cesa la retención de
menores de edad y de mayores de 65 años y en ningún caso se privará
de la libertad a mujeres embarazadas. (El Tiempo 1998c).

Sin embargo, es de suponer que le tomará un tiempo a la base gue-


rrillera del ELN el socializar y poner en práctica lo que sus jefes acorda-

175
Ombligados de Ananse

ron en Alemania; otro tiempo muy distinto será el que el resto de las
organizaciones guerrilleras invertirán en estudiar lo pactado entre el
ELN y la sociedad civil, en manifestar su desacuerdo, en formular sus di-
sensos y modificar sus conductas de guerra. Entre tanto, ¿qué será ele los
paramilitares? Su más reciente enfienlamicnlo con las FARC en Mnrin-
dó tuvo profundos efectos sobre civiles indefensos, cu su mayoría afro-
colombianos e indígenas. Abaclio Creen, presidente de la Organización
Nacional Indígena de Colombia, hizo parle de la comisión epic fue
nombrada para verificar las secuelas del choque. Sin embargo, ese grupo
humanitario tan sólo pudo llegar al lugar de los hechos una semana
después de que éstos hubieran ocurrido (El Tiempo 1998b).
A los grupos paramilitares se les menciona como responsables del
asesínalo del presidente del consejo comunitario que tramitó el primer
título colectivo otorgado por el Incora a los afrodcscendientes del Cho-
có (Arocha 1998d). Por este tipo de acciones se colige que esos grujios
pueden estar lejos de asumir una posición tan proétnica como la del
Acuerdo de la Puerta elel Cielo, y epte pueden pasar por encima de ca-
bildos indígenas y consejos comunitarios afrodcscendientes en su inten-
to de consolidación territorial. De ahí que las FARC hayan expresado:
Requerimos el despeje total del área ele un municipio cu el norte del
país y el otorgamiento de plenas garantías para nuestras negociaciones
(El Tiempo 1998cl: 8A).
Siendo la realidad bastante menos amable y simple que las veladas de
guitarra y tango que compartieron en Alemania los signatarios elel Pacto
de Maguncia (Lata 1998: 20, 21), es muy probable que una estación co-
mo la imaginada, al menos en sus inicios, no se desarrolle conforme al
sueño que he descrito. Más bien tendrá que identificar los lugares a los
cuales han ido a parar los afrobaudoseños que han sido víctimas del
desplazamiento forzado; de enlrevistarlos y averiguarles por su bienes-
lar, por las tierras que dejaron atrás, por los desaparecidos; de fijarse
cómo se adaptan a las nuevas condiciones que les impone el destino ur-
bano, partiendo de que, por lo general, los afrodcscendientes son du-
chos en circular entre ribera, puerto y ciudad.
Ya en junio de 1995 vi cómo las ombligadas ele Ananse que habían
llegado desde el alto Baucló hasta el Barrio Obrero ele Quibdó, al mismo
üempo que levantaban sus viviendas improvisadas, habían construido
zoteas. Como lo había visto hacer en el Baudó, con sus padres, maridos,
compañeros, hijos y sobrinos recorrían la selva que rodeaba ese barrio
que nacía, en busca tanto ele la tierra ejuc dejan las hormigas arrieras a la

176
A manera de recapitulación

entrada de sus hormigueros, sin la cual —debido a su valor agrícola y es-


piritual— resulta impensable hacer una zotea, como de las plantas que
deben cultivar allí para condimentar los alimentos o curar las dolencias
de los viejos y los niños. Entre los jóvenes, me sorprendió un pelao largo,
flaco y pensativo a quien le decían Caché. Era víctima de dos desplaza-
mientos: uno desde el Urabá chocoano hasta el alto Baudó y otro desde
allá hasta Quibdó, donde vivía con una hermana de su madre, de quien
hacía varios días no sabían nada.
Caché camine) conmigo poniendo atención a mis preguntas sobre las
plantas que las mujeres tenían en sus zotcas; sus ojos brillaban cuando
yo alistaba la cámara para tomar fotografías de las especies nombradas y
se interesaba por lo que escribía en mi libreta ele campo. No parpadeé)
cuando me decidí a hacer el árbol geneale')gico de un señor desplazado
desde Bojayá. Se fijaba en las líneas rectas que dibujaba, en los círculos
que simbolizan a las mujeres, en los triángulos que representaban a los
varones, y en los nombres de abuelos y abuelas y tíos y lías que iba ano-
tando. El entrevistado era de apellido Palacios, como don Octavino, mi
antiguo anfitrión en Chigorodó. El presentimiento de que existiera mi
parentesco entre los dos Palacios acicatee') mi curiosidad. Tomados los
datos, los repasé con doña Rosmira, la esposa de don Octavino, en esc
entonces también refugiada en Quibdó debido a las amenazas de una
guerrilla, quizás del EPL.
Don Octavino y el entrevistado compartían varios familiares, j)ero de
ellos el más importante era un bisabuelo. Ese hallazgo no sólo le daba
fuerza a la hipótesis sobre la ruta que siguieron los pioneros desde las
minas del Citará hacia el alio Baudó, lomando el río Quilo, sino que era
indicio de que quizás otros desplazados harían parte ele las mismas recles
de parientes. No pude esconder la alegría que me embargó. Caché la
compartía conmigo. Quizás, como yo, él intuía que, como siempre ha
sucedido con los descendientes de los esclavizados, Ananse comenzaba a
retejer la red que los ha integrado y que les ha permitido rehacer su
existencia a partir de la astucia y la autosuficiencia. De pronto, éramos
testigos de que la fortaleza ele la telaraña liaría posible nuevas existencias
en la ciudad o —lo más importante— el retorno a los territorios ancestra-
les.

177
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Niños bañándose en el río Misará, después de bailar en un recorrido para festejar a la virgen
de ¡a Pobreza. Foto: Jaime Arocha. Sivira, Bajo Baudó, agosto de 1995.
Glosario1

bina la de una cuchara con la de un gar-


fio. Va montado en un mango de made-
abundancia: (véase) arrechera, en el lito- ra.
ral Pacífico, sardina de escaso valor co- anguilla: en el litoral Pacífico y en otros
mercial, a la cual se le atribuyen virtudes lugares de América, anguila.
afrodisíacas. apegar: en el litoral Pacífico, aferrarse a
achicador: en el litoral Pacífico, miembro algo. También acercarse. Así, apegar a la
de la tripulación de u n chicharro (véase) orilla es acercarse a la orilla.
encargado de achicar (véase) la canoa. armazón: cargamento de cautivos africa-
achicar: extraer el agua de una embarca- nos.
ción. arrechera: en el litoral Pacífico, sardina
afrodescendiente: Sueli Carneiro intro- con supuestos poderes afrodisíacos.
dujo este término (ineoetnónimo?) en arreglador de perros: en el Bando, per-
el Taller sobre Etnicidad e identidad sona iniciada en los procedimientos má-
en el m u n d o de habla portuguesa den- gicos, rituales, pedagógicos, veterinarios
tro del 4 9 Congreso Luso-Afro-Bra- y botánicos mediante los cuales se logra
sileño de Ciencias Sociales, celebrado que un p e n o adquiera habilidades para
en el Instituto de Filosofía y Ciencias cazar determinadas presas.
Sociales de la Universidad Federal de arrope: entre los afiotumaqueños de la
Rio de Janeiro, entre el l 9 el 5 de sep- ensenada, cobertura de palos pequeños
tiembre de 1996. que se usa en la producción del carbón
aguajes: (véase) pujas. de mangle.
ajiradado: animado. asiento: en el litoral Pacífico, lugar donde
alabao: canto ritual polifónico que se in- comienza a crecer algo.
terpreta en registros muy altos durante asiento de negros: desde 1580, hasta
toda la noche de un velorio y, luego, 1810, la Corona española suscribió con-
durante las nueve noches de la novena. tratos concediéndole al contratista dere-
almocafre: en el litoral Pacífico, instru- chos monopólicos para proveer de es-
mento usado en la minería artesanal pa- clavos a sus posesiones de las Indias.
ra rasgar una superficie pedregosa y for- atajar: en el litoral Pacífico, técnica de
zar a que el barro rico en materiales au- pesca empleada en los esteros utilizando
ríferos se vaya al fondo del canalón una red pequeña similar al chinchorro.
donde se hace el lavado. Su forma com- Ésta se fija al piso con grapas de palma,

E n p a r t e b a s a d o e n F r i e d e m a n n y A t o c h a 1986: 445-160.

195
Ombligados de Ananse

cuando las aguas están bajas. Los lados v de caña preparado en los alambiques lo-
el buche (véase) van sujetos ron palos. Se rales del litoral Parifico (véase), chancu-
deja hasta que las aguas suban; ruando co.
vuelven a bajar, los pescadores hacen boldo: remedio contra el paludismo.
toda ríase de ruidos para obligar a los bozal: esclavo recién llegado del África.
peces a que se metan al buche. Una o dos
boya: flotador pata izar una red o marcar
personas pueden llevar a rabo toda la
su posición.
operación, la cual sirve de entrenamien-
boya a plomo: en el litoral Pacífico, lleno
to pata otras clases de pesca.
o cargado desde las boyas (véase) hasta
azulejo: jaiba o cangrejo de mar.
los filamos (véase) o ron la máxima rapa-
rielad de una embarcación,
B
brasero: en el litoral Pacífico, pequeña
balsámica o balsánica: en el departamen-
olla vieja pata quemar estopa de coro y
to del Choró, infusión de yerbas, taires
corteza de mangle, cuyo humo ahuyenta
v pal tes de distintos animales a la cual se a los jejenes del manglar.
le añade biche (véase) y se guarda en bo-
braza: en el litoral Pacífico, medida de
tellas benditas o rezadas para curar dis-
longitud utilizada por los pescadores,
tintos tipos de dolencias, incluidas las
equivalente a cincuenta menos.
picaduras de culebra.
bricolage: improvisación creativa que por
bañar: entre los arrobándosenos, sobar.
lo genera) se ronltapone a la racionali-
bañador: en el litoral Parifico, entre los
dad de la ingeniería en la produrrión de
tripulantes de un chinchorro (véase),
instrumentos o en la reparación de obje-
quien se encarga de bucear para desen-
tos. Fabricar un artefacto utilizando ro-
redar la red cuando ésta se pega al fon-
mo materias primas otros arlefartos u
do del mar.
objetos desechados, cuyo uso puede no
bañar chinchorro: bucear para desenre-
estar relacionado con el que se fabrica
dar un chinchorro que se ha quedado
(Jacob 1981).
pegado Atiplan (véase).
bricoleur: improvisador cretalivo, cacha-
barbascos: diferentes variedades de plan-
rrero (véase)
tas, cuyas raíces contienen veneno. Los
buche: en el litoral Pacífico, bolsa cenital
pescadores las machacan dentro de pe-
del chinchona (véase), de donde los pe-
queñas represas para adormecer a los
ces ya no pueden salir. También, paite
peres. En el Baudó hay agricultores que
ancha de una canoa o un polio.
siembran barbascos ron diferentes culti-
vos pata controlar la acción dañina de bufeo: delfín.
covaticnu (véase).
barreño: en el litoral Parííiro, cangrejo
amarillo y azul que se encuentra en los cabo: lazo utilizado para jalar las mangas
manglares a partir de julio. de un chinchona (véase),
batea (para minería): recipiente circular cacharrear: improvisar con creatividad la
plano, excavado en madera, cuyo diá- fabricación de un objeto o artefacto, a
metro puede variar entre los cincuenta y partir de artículos desechados c ilum-
noventa centlmeros, y se usa pata lavar ínenlos diseñados para un uso diferente,
arenas aurífeas o separar el oto de laja- hricokigc (véase).
gua. cacharrera/cacharrero: vendedora o
biche: lo que está verde o sin madurar, vendedor ambulante que recorre las ra-
como el monte que renace ruando se lles de los pueblos o navega por ríos v
deja un lote de cultivo, r o m o el platino, quebradas ofreciendo rortes de tela, ja-
que es oro biche. También, aguardiente bón de olor, desodorantes, talcos, zapa-

196
Glosario

tos de tenis, y otras mercancías. Impro- para aumentar su calado y capacidad de


visador creativo, bricoUur (véase). carga. Para mejorar su estabilidad se le
cacharro: mercancía que venden cachañe- a m a n a n dos o cuatro flotadores de bal-
ras y cachañeros. so. Las rendijas que quedan entre las ta-
calados: tallas en madera que adornan blas y la realza, se calafatean con brea y
ventanas, techos y balcones de las casas fibras vegetales.
del Afi oparífico. cantar jai: entre los indígenas embera, jai
calar: en el litoral Pacífico, momento de quiere decir espíritu y el canto de jai es
un lance ruando se ve la línea de boyas la ceremonia mediante la cual"se les lla-
y ya no se jalan los rabos de rada manga ma con diferentes propósitos, siendo la
(véase), sino los sardenales (véase) del curación de enfermedades el más cono-
chinchona (véase). Los miembros de ra- cido (Friedemann/Aroclia 1985: 218-
da manga se dividen en dos subgmpos: 251; 371).
uno tira de la relinga de boyas, y el otro, capón: en el litoral Pacífico, red análoga a
de la de lastres. la changa pero que se utiliza en el río; es
calle: distancia en línea recta que abarca de menor tamaño y se mete a mano al
la mirada de una persona, al final de la agua; su calado no requiere de tracción
cuiva de un río. En el Baudó, cuando mecánica.
navega por un río, la gente mide en ca- carabalí; etnónimo ideado por los esclavi-
lles la distancia que media entre uno y zadores para designar a los cautivos del
otro destino. río Calabar, incluidos los ibos e ibido-
canchimalas: pescado con púas veneno- efik (Maya 1998a: 42). En el litoral Pací-
sas. fico, camarón tigre.
caneo: entre los arrobándosenos, después carduma: en el litoral Pacífico, sardina.
de haber cosechado arroz y maíz, los champa: canoa.
cultivadores eliminan los límites de la chancuco: bebida fermentada y destilada
propiedad familiar que delimitaban, y de miel de caña de azúcar en alambi-
de ese modo crean especies de callejo- ques locales. También (véase) biche, cha-
nes en las orillas de ríos y quebradas pil, charuco y tapetusa.
donde se les permite a los cerdos ramo- changa: en el litoral Pacífico, pequeña red
tieros andar a sus anchas y alimentarse de ojo muy fino que los pescadores
de los tallos y cañas que quedan dobla- arrastran mediante una canoa de 3.5 m-
das sobre la tierra. 5 m de eslora, cine la propulsa un motor
canoa auxiliar: embarcación de un equi- de cuarenta caballos. En El Chajal, a fi-
po de chinchona (véase), donde va la tri- nales del decenio de 1970, después de
pulación que jala la manga de estacas trabajar como ranfañán (véase) y haber
(véase). Dentro de ella, además, se lleva o b s e n a d o de cerca las recles de prueba
el pescado al mercado. que emplean los camaroneros, un teje-
canoa principal: en el litoral Pacífico, dor de recles llamado Héctor Mariano
embarcación en eme viajan los pescado- Cabezas modificó las nasas de prueba
res que jalan la manga de apegue (véase), que lanzan los camaroneros comercia-
además del chinchona (véase) con sus les. Con ello logró esta red artesanal de
cabos. arrastre.
canoa realzada: en el litoral Pacífico, em- Changó: en el panteón yoruba, dios de la
barcación basada en una canoa de ori- fertilidad, del fuego, del rayo y de los
gen indígena (entre los emberaes, según tambores. Se manifiesta mediante la
Stipeck, 191: 37, champa para el río; par- imagen de Santa Bárbara. Sus números
ga e ibagua pata el océano), a la cual se son el 4 y el 6: sus colores el rojo y el
le añade un costillar de madera y tablas blanco (Murphy 1992: 42, 43). Su sím-

197
Ombligados de Ananse

bolo consiste en un hacha amplificada los calderos hinientes donde aquellos se


como dos triángulos equiláteros unidos cocinan.
por uno de sus vértices. En el Baudó, así chocar: golpear los guijarros para que
aparece en los altares fúnebres, en la suelten la arcilla rica en materiales aurí-
cestería y en los raladas (véase) de las ca- feros.
sas. chocolate: en la ensenada de tumaco,
chapa: en el litoral Pacífico, dentadura árbol de cacao, mazorca de carao.
postiza completa.
cholo: indígena embera, uaunan o cuna.
chapil: (véase) chancuco.
chonta (Pyrenoplyphis major): palma, lla-
charuco: (véase) chancuco.
mada también lata de gallinaza, cocorote,
chautiza: en el litoral Pacífico, especie de
lata macho, chontaduro. En el litoral Pací-
sardina que aparece a mediados del año.
fico se conoce con ese nombre la made-
chayo: nasa utilizada en la pesca de jaibas. ra que proviene de dicha [¡alma y que se
Parecida a una raqueta de racliet hall, su usa para fabricar las unidades de percu-
red es más bien tensa, hecha de bejucos sión de la marimba. Igualmente se de-
gruesos. Su parte ancha se mete al agua nomina así al galpón con piso de esa
para sacar el cangrejo que está mor- misma madera, situado Sobre el puerto
diendo en el anzuelo la dura carne de donde los pescadores de camarones y
anguila que se usa como carnada. jaibas descargan su producción y la pro-
chequeo: en el litoral Pacífico, competen- cesan, hasta enyetarla (véase) para la ven-
cia para reportar primero los animales ta. También es posible guardar allí apa-
de valor que se enredan en el buche rejos, pagando un arriendo. Los dueños
(véase) de un chinchorro. Quien canta de las chontas son además prestamistas,
primero, gana el derecho al usufructo así que con ellos se dan relaciones de
de ese animal. endeudamiento.
chigualo: velorio por el alma de un niño.
chores (del inglés shorts)', panialoneta.
chilapo: en el Afropacífico, etnónimo pa-
ra nombrar a los inmigrantes de los va- chorgao: en el litoral Pacífico, clase de
lles de los ríos Siiui y San Jorge. piangua.
chilma: bejuco que produce un narcótico; churo: en el litoral Pacífico, caracol. En la
se saca entre noviembre y diciembre. orfebrería artesanal, una de las partes de
chimilitas: en el carnaval de Mompox y las obras en filigrana.
otros puertos del bajo Magdalena, dimi- cimarrón: durante la Colonia, esclavo que
nutivo con el cual aparecen los indios escapaba de sus amos y que general-
chimilas en versos y cantos. mente se refugiaba en la cima del monte
chinchorro: red de ojo pequeño, hasta 3 (de ahí el calificativo). También, ganado
cm, cuya longitud puede llegar a los que se separaba de las varadas que lle-
1600 m, 800 brazas. De acuerdo ron su vaban los conquistadores para fundar
tamaño, se lanza desde la playa o me- las primeras riudades del valle del Cauca
diante la tracción de una canoa con mo- o los comerciantes para aprovisionar las
tor fuera de borda. minas de Antioquia, En el valle del Cau-
chiripiangua: variedad depiangua (véase). ca y en el Baudó, nombre de una planta
chivata: en el litoral Pacífico, mochila he- que se usa como condimento y medici-
cha con las mismas fibras de las recles; na
los pescadores de chinchorro las usan cobero: en el litoral Pacífico, entre los tri-
pata llevar a las faenas de pesca de agua pulantes de un equipo de pesca con
dulce, además de un plato y un tenedor. chinchona, el eme se encarga de enrollar
En la pesca de camarones y cangrejos, los cabos a medida que se van jalando y
las chivatas se emplean para meterlas en sacando del agua.

198
Glosario

códigos negros: conjunto de normas so- cununao: en el litoral Pacífico, ritual de


bre el manejo de los esclavizados en Eu- carácter profano en la danza del cwrulao
ropa y América. Expedidos dentro de (véase).
las Siete Partidas, desde el siglo XIII en cununo: en el litoral Pacífico, tambor ta-
España, fueron reformados a finales del llado en un tronco.
siglo XVIII y también se emplearon has- currulao: del idioma kikongo, «kulala»,
ta el siglo XIX en Frauda, Inglaterra, danza muy rápida y emocionada que
Holanda y Portugal. hoy sólo se baila en la costa Pacífica, pe-
colino: en el litoral Pacífico, lote de culti- ro que anlcs también se bailó en Carta-
vo, por lo general sembrado con pláta- gena. El vocablo original perdura en la
no. lengua del palenque de San Basilio.
comedera: «cuando uno l tá jondiao con cusumbí: mofeta.
lajcanoa, con lojchinchoi i o y el pcjcado
sale a comer. La mancha de pejcado sale D
encima del mar a coiné» (Ángel Perlaza, damajagua: en el litoral Pacífico, tela ob-
ensenada de Tumaco). tenida de la corteza de un árbol.
componedores de casas: entre los afro- dar máquina: imprimirle potencia a un
baudoseños, personas iniciadas en las motor fuera de borda.
técnicas mágico-religiosas y botánicas dueños: en el litoral Pacífico, patronos o
mediante las cuales es posible sellar los jefes de un equipo para la pesca con
lados, puertas y ventanas de una vivien- chinchona (véase); personas a quienes
da para hacerla inaccesible a los malos pertenecen los aparejos y las embaía-
espíritus. dones.
conchajena: en el litoral Pacífico, cangre-
j o ermitaño muy abundante en la ense-
nada de Ulna. En El Chajal, los afrodes-
Eleguá: en el panteón yoruba, orirha que
cendientes lo clasifican como un cara-
abre los caminos y que es dueño de las
col.
encrucijadas. Embaucador y mensajero
condicional: en el litoral Pacífico, pesca- que tomó los caminos del Niño de Ato-
dor que no es socio permanente de un cha y San Antonio de Padua, cuyo nú-
guipo de pesca con chinchona (véase). mero es el 3, y sus colores el rojo y el
covar: cavar negro (Murpby 1992: 42, 13).
covatierra: entre los abobándosenos, to- enclave: santuario de tecnología y como-
po. didades propias de zonas urbanas de
países desarrollados. Desde allí se ex-
criollo: esclavo nacido en América,
traen o exportan minerales, peces y ma-
cuagro: en el palenque de San Basilio,
riscos, pieles y animales vivos, o made-
grupo de edad. ras, minerales preciosos, petróleo y car-
cuarterón: término utilizado durante la bón, todos esenciales para la economía
Colonia para designar a quien se consi- del país. Por lo general, está rodeado de
deraba que no había heredado sino una selvas y desiertos, y dentro de las eco-
cuarta paite de «sangre negra». Fue ca- nomías dependientes no beneficia a los
yendo en desuso con las reformas bor- habitantes de las regiones donde se loca-
bónicas de finales del siglo XVIII, hasta liza, sino más bien a los accionistas de
ser abolido durante el período republi- las glandes corporaciones multinaciona-
cano. les.
cumbe: comunidad palenqueía en Vene- encoñador: en el litoral Pacífico, se dice
zuela. de un trabajo que da gusto realizar.

199
Ombligados de Ananse

endulzar: lavar con agua dulce; desalini- H


zar. hileros: nombre que se da en Tumaco a
enyelar: en el litoral Pacífico, cubrir con las corrientes de agua que cargan la ba-
trozos de hielo; a veces, congelar. sura que apega o llega a las playas (véase
esclaviteño: en el litoral Pacífico, esclavis- apegar).
ta.
espejo: soporte vertical localizado en la I
popa de una canoa para asegurar el mo- irse p o r dentro: en el litoral Pacífico, na-
tor fuera de borda. vegar por el manglar, durante la plea-
espinel: también llamado palangre, consis- mar, tomando los esteros.
te en un conjunto de hasta trescientos irse p o r fuera: en el litoral Pacífico, nave-
anzuelos que se guindan de cordeles gar por fuera o lejos del manglar.
empatados a una línea central o mama izadora: cuerda que iza la línea de un es-
(véase). Para mantenerlo tenso en el pinel (véase). Va sujetada al fondo por
agua, de los extremos de la mama se un sacho (véase) o lastre de piedra y a la
atan dos izadoras (véase) de cuyos ex- superficie por una boya.
tremos superiores se amarran boyas, y
de los inferiores, plomos. Para que las
comentes no se lleven el espinel, entre
jagua: mezcla de polvo de oro y partículas
los anzuelos se intercalan sachos (véase).
de óxido de hierro.
jaibaná: entre los embera y vvaunan, ofi-
ciante religioso.
familia elemental: la formada sólo por la
madre y los hijos.
fantasía: en el litoral Pacífico, adornos. ladino: esclavizado africano que, después
de varios años en Europa o América, ya
era competente en las culturas e idiomas
europeos.
glosador: solista y adalid ele un ritual de
currulaa (véase). lamparito: en el litoral Pacífico, hombre
con mucha chispa.
guana: sardina de río.
laucado (voz portuguesa, «el que puja en
guasa: tubo de astillas de chonta. Tam-
una subasta»): traficante portugués resi-
bién, una totuma o calabazo hemisférico
dente en África, a quien le correspondía
con semillas en el interior que, al sacu-
conseguir esclavos para los barcos euro-
dirlo, produce sonido musical.
peos.
guasca: cuerda para amarrar. En la mine- lance: acción de lanzar un chinchona
ría del litoral Pacífico, también designa a (véase). En un día pueden hacerse hasta
la fila de trabajadores, especialmente tres lances, siempre y cuando la abun-
mujeres, que se pasan de mano en ma- dancia de capturas lo justifique.
no piedras del canalón hacia el botade-
lanzador: en el litoral Pacífico, miembro
ro.
de un equipo de pesca con chinchona
guindola: en el litoral Pacífico, anillo que (véase), encargado de ir echando, ya sea
se amarla con cada cabo para que cada el bolso de la red a la mar (lanzador de
tripulante se meta dentro de él y pueda buche), las boyas (lanzador de boyas) o
así jalar el chinchona (véase). los lastres de la misma (lanzador de
guinulero: lugar donde se siembran gui- plomos).
nules (véase). libre: etnónimo que adoptaron los africa-
guinules; fruta similar al zapote. nos y sus descendientes tan pronto ob-

200
Glosario

tuvieron su libertad. En el Baudó, sinó- anteponiendo al radical el prefijo «ma»


nimo de persona negra. muy frecuente en las lenguas bantúes.
línea: en el Afropacífico, bus. Instrumento musical en el currulao
línea de boyas y de plomos: para que el (véase).
chinchona (véase) se abra, es necesario mediamarea: en el litoral Pacífico, mitad
templarlo dentro del mar. Esto se logra de la pleamar.
mediante las fuerzas opuestas de una lí- mediavaciante: en el litoral Pacífico, mi-
nea de flotadores o boyas y una línea de tad de la bajamar,
lastres o plomos. médico raicero: entre los abobándose-
lo: en el litoral Pacífico, nos, pronombre nos, persona iniciada en los métodos
personal, primera persona plural. para diagnosticar enfermedades y curar-
las valiéndose de sus conocimientos so-
M bre la botánica de la región.
maestro de espinel: término equivalente mina comedero: en el litoral Pacífico, ya-
a prono (véase) o probero (véase). cimiento aurífero respecto del cual tie-
mallarse (enmallarse): en el litoral Pacífi- nen derechos y debeles de explotación
co, se dice que el pescado se malla (o se los miembros de una familia elemental
enmalla) cuando no queda en el buche (véase).
(véase) del chinchona (véase), sino que se mina compañía: en el litoral Pacífico, ya-
enreda en los sardenales (véase) mallas y cimiento aurífero en el cual tienen de-
medias mallas. rechos y debeles de explotación miem-
mama: en el litoral Pacífico, cordel largo bros de un ¡ronco (véase).
que hace parte de un espinel (véase) o mitaca: cosecha a mediados del año.
palangre (véase) y se mantiene tenso y También, subienda de menor intensi-
paralelo a la superficie del agua median- dad durante los meses de junio y agosto.
te dos izadoras (véase) que se atan a cada Elecciones de mitaca: las legislaturas que
uno de sus extremos y desde el cual, ca- se celebran entre las presidenciales.
da 30 o 50 cm, se guindan cordeles ver- mocito: en el litoral Pacífico, se dice del
ticales de menor longitud, con sus res- manglar joven.
pectivos anzuelos. mochos: en el litoral Pacífico, pantalones
mambís: comunidad palenquera de Cu- recortados un poco más arriba de la ro-
ba. dilla, usados por quienes pescan con
manda: entre los arrobándosenos, ofren- chinchona (véase).
da que se le hace a alguna deidad. monte: selva. En el Baudó, monte biche es
manga: sardenal (véase). aquel donde comienza a recuperarse la
manga de estacas: en el litoral Pacífico, vegetación selvática, después de cultivar
cabos y mitad de un chinchona (véase), la un calina (véase), y donde siembran fru-
cual se lanza primero. tales. Monte alzao es aquel cuya cobertu-
manga de apegue: mitad de un chinchorro ra boscosa ya es prominente y los fruta-
(véase), con sus cabos, la cual se lanza de les están allí sembrados en plena pro-
última. ducción. Y monte brava, el que ya se ha
mares: en el litoral Pacífico, oleaje. recuperado y es similar a la selva virgen,
mares altas: en el litoral Pacífico, oleaje adonde los campesinos tan sólo se aven-
muy fuerte. turan a cazar de día, tomando las pre-
marijeo: en el litoral Pacífico, se refiere al cauciones necesarias para evitar los ata-
olor que desprenden los pescados, ca- ques de los espíritus habitantes de esa
marones y cangrejos. franja incierta.
marimba: voz procedente del quimlmndo mosqueo: en el Afropacífico, es la por-
que corresponde al plural que se forma ción de pescado que se le da a una per-

201
Ombligados de Ananse

sona que no pertenece a un chinchona ojón: en el litoral Pacífico, pez pequeño


(véase) y que, por lo tanto, no tiene de- de ojos muy grandes, de escaso valor
recho a compartir las panes en las que comercial.
se divide la producción. Es usual que se oricha: cualquiera de las deidades mascu-
le conceda a un niño de 10 a 12 años linas y femeninas de los yorubas.
por ayudar a desenmallar el pescado,
cuando comienza a calar (véase) el chin-
chona (véase), Cuando la persona mos- paisa: en el litoral Parifico, etnóniíno pa-
quea bien, puede recibir una parte co- ra denominar a quien no es cholo (véase)
mo los demás pescadores, porque mos- ni libre (véase), así sea anlioqueño o no.
queando es posible obtener una captura
palangre: hilera de anzuelos que penden
mayor que la obtenida mediante la divi-
de una linca principal o mama (véase), y
sión por partes. El mosqueo es impor-
se mantiene horizontal por medio de
tante en relación con el adiestramiento
izadoras (véase).
de los niños en las labores de pesca.
palenque: comunidad autónoma de los
muran: en el litoral Pacífico, termita.
poderes coloniales, formada por cauti-
vos cimarrones o rebeldes, quienes de-
N
marcaban su territorio mediante empa-
navegar por dentro: véase irse par dentro. lizadas de madera.
navegar por fuera: véase irse por fuera. pango: en el litoral Pacífico, toque mágico
negritud: una fase del movimiento afro- de marimba.
criollo que tuvo su punto de partida en parmal: bosque donde predomina la
el concepto de négiitude expresado en palmera cuyo cogollo se corta pata pro-
Europa en 1930 por poetas negros de la ducir los palmitos que se enlatan.
lengua francesa. De Senegal Aimé patiadura: cobertura de un morro de pa-
(¡esaire; de Martinica, Léopold Sedar los de mangle, cuya combustión ron po-
Scnghor, y León Damas, de Guayaría r o oxígeno produce el carbón de palo.
francesa, en torno al reencuentro v reva- patronos: véase dueños.
loración de las personas negras fíenle a
pegao: arroz semiquemado que se pega a
sí mismas. En Colombia, el término ne-
la olla,
gritudes se utiliza como eufemismo para
peje: pez.
señalar a las poblaciones negras.
piangua: en el litoral Parifico, roncha del
ngombe (voz bantú): ganado. manglai [Anandera similis).
pigmentocracia: ordenamiento social de-
Ñ
terminado por las características físicas
ñia (jugábamos): en el litoral Pacífico, del individuo, en particular poi el color
cuando dos jugadores tienen mucha ex- de la piel
periencia v [Hieden hacerse el uno al puntillo: en el litoral Pacífico, capitán de
otro tantos tilicos que ninguno de los la canoa auxiliar, subeapitán de la tripu-
dos gana. lación de un equipo de pesca con chin-
chorra (véase).
O piloto: en el litoral Pacífico, capitán de la
Oba: en el panteón voruba, oiirha esposa canoa principal: adalid de la tripulación
de Changó. Representa la fidelidad con- de un equipo de pesea ron chinchona
yugal. (véase).
Obatalá: en el panteón yoniba, oricha plan: en el Afropacífico, fondo del mar o
creador de la Tierra v de los seres hu- de un río.
manos, de la justicia y de la pureza. plomo: lastre.

202
Glosario

pluma: nombre derivado del de las grúas purga: entre los abobándosenos, fase en
que arrastran las redes de los buques el desarrollo de un cerdo, cuando su
usados en la pesca comercial de cama- dieta primordial consiste en las pepas de
rones, y el cual se refiere a la vara que chontadoro que se han caído de las
sirve para remolcar la changa (véase) con palmas. Si el animal es pequeño, se des-
una canoa de motor. Tiene 3 o 4 metros teta al terminal la purga.
y se fija al costillar hada la mitad de la
embarcación, mediante un cabo que
forma una espiral, cuyos anillos se van quela: tenaza de los cangrejos.
pisando a sí mismos. Para que no se pai- quiebra: en el litoral Pacífico, semanas
ta por la fuerza que ejercen los cabos durante las cuales la bajamar alcanza su
que salen de ella hacia la popa y se su- menor nivel.
mergen con la red, de los extremos de la quilombo: comunidad palenquera en
vara se atan otros dos cabos que se ase- Brasil.
guran de un orificio perforado en la
proa. R
plumuda: en el litoral Pacífico, variedad ramonero: entre los abobándosenos,
de sardina de escaso valor comercial. cerdo doméstico que no se mantiene en
pomada o pomadilla: en el litoral Pacífi- cautiverio, sino que se le permite hacer
co, camarón amarillo del mismo tamaño una vagancia controlada por bosques y
del tití, pero de escaso valor comercial riberas en busca de su alimento.
porque se descompone con rapidez. rampira: en el litoral Pacífico, es el alte
pombeiro (de Pombo, adaptación a la fo- de hacer canastos. Los palos de los cua-
nética portuguesa de Mpumbu, lugar les se obtiene la vena se consiguen en el
cerca del bajo río Congo, donde se rea- monte. Son las mujeres las (fue hacen
lizaba una feria de cautivos): traficante este trabajo poique aprenden desde ni-
en los pambas o ferias de esclavos. ñas.
ranfaña: en el litoral Pacífico, cantidad de
pondo: en el litoral Pacífico, batea que
pescado que en un barco camaronero le
termina en dos asas. Cargado por los
corresponde a un miembro no perma-
mineros, sirve para llevar piedras glan-
nente ele la tripulación, quien no tiene
des desde el canalón hasta el botadero
derechos sobre las partes en las cuales se
de la mina.
divida la producción de camarón.
potro: canoa pequeña. ranfañán: quien recibe la ranfaña (véase).
proero (o probero): en el litoral Pacífico, realza: véase canoa, realzada.
navegante que se encarga de señalarle al recocha: bullicio, algazara, retozo colecti-
piloto la vía que debe tomar, ya sea para vo.
no tropezar con un obstáculo o para recomendado: en el litoral Pacífico, agre-
lanzar el chinchona (véase) de la mejor gado de una finca.
manera posible. red agallera: trampa que permite atrapar
puertas: en el litoral Pacífico, planchas peces por las agallas.
cuadradas de madera que mielen entre relinga: extremo superior o inferior de
70 y 90 centímetros, que se atan a la un chinchona (véase). La relinga inferior
changa (véase) para que ésta se arrastre es de plomos, y la superior, de boyas.
por el fondo malino. resucito: entre los abobándosenos, resu-
pujas: en el litoral Pacífico, semanas du- rección.
rante las cuales la pleamar alcanza cada riviel: en el litoral Pacífico, un demonio
día mayor altura. También, aguajes encarnado por una ele las chontas (véase)
(véase). de la marimba (véase). En el Baudó,

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Ombligados de Ananse

también es ánima en pena que navega en tirar zorro: en el litoral Pacífico, buscar
su ataúd, remando con la lapa v llaman- trabajo.
do a los vivos mediante destellos lumi- tití (Palaeam hnnkopi): en el litoral Pacífi-
nosos. Quienes acuden a su súplica, son co, camarón pequeño de buen valor
atrapados por él. comercial.
tiza: carbón del palo de mangle.
trasquear: traquear.
sacho: en el litoral Pacífico, piedra que se trasmallo: red de ojos grandes y fibra
usa a manera de lastre en los espineles delgada ejue se extiende a manera ele
(véase). pared para atrapar a los peces por las
saltatrás: hijo de mestizos con rasgos ele agallas.
blanco, ejue nace con facciones de ne-
tronco: conjunto de parientes consanguí-
gro.
neos que [pueden establecer su ascen-
sardenales: alas o mangas laterales de un
dencia, tanto por línea paterna como
chinchona (véase).
materna, hasta llegar a un antepadado
secreto: entre los arrobándosenos, rom-
común, fundador ele la parentela.
binarión de palabras o de entonaciones
trúntago: en el Baudó, guayarán. Viga ele
vocales, cuya divulgación lleva a que un
una casa, la cual se lega de generación
ritual mágico o religioso pierda o au-
en generación.
mente su poder, según el caso.
tulapuejta: tablas para hacer casas.
subida: en el litoral Parifico, trayecto que
los pescadores le hacen recorrer a un tundiar o taconear: en el litoral Pacífico,
cabo (véase) de cualquier manga (véase) valiéndose de un capón (véase), acorralar
guanas (véase) o peces diminutos.
del chinchorro, desde la orilla hasta el
límite de la playa con el bosque o sobre
V
u n banco de arena.
verde: en el litoral Pacífico, plátano ver-
de.
tapa: en el litoral Pacífico, corteza del vianda: en el litoral Pacífico, segmento de
mangle. un portacomida; recipiente que el pes-
tapao: en el litoral Pacífico, especie de cador de un equipo de chinchorro usa
sancocho de [leseado, cuyo cocimiento para recibir la comida.
se hace tapando la olla con capas de plá- viga mama: equivale a trúntago (véase) en
tano y hojas ele bijao (véase), el Afropacífico nariñense.
tapetusa: (véase) biche. vulgado: en el litoral Pacífico, caracol de
tapiar: en el litoral Pacífico, tapar. los manglares.
tasquero: en el litoral Pacífico, cangrejo
rojo, negro v amarillo que se encuentra
en los manglares. yonson (del inglés Johnson): motor fuera
tibunco: recipiente viejo, hecho ele plásti- de borda.
co, que se usa como boya o para achicar
(véase).
tigre; en el litonil Pacífico, camarón de
zangara (Anandera grandie): variedad de
tamaño mediano, cuyo valor equivale al
piangua (véase) de mayor tamaño.
del langostino. También lo llaman cara-
batí (véase).

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