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Luigi Onnis, en el ámbito sistémico internacional, es uno de los investigadores más prolíficos en el
tema de los trastornos psicosomáticos. En su última publicación "La Palabra del Cuerpo –
Psicosomática y Perspectiva Sistémica" (3) resume los últimos avances en sus investigaciones,
proponiendo más que un modelo, una "epistemología de la complejidad". Marcelo R. Ceberio -que
conjuntamente con Paul Watzlawick prologa la obra-, articula las distintas concepciones teóricas
que expone el autor en el diseño de los pasos de una metodología de trabajo terapéutico
específico en este tipo de trastornos.
De esta manera, surge la crisis en la medicina psicosomática: por una parte, de la contradicción
entre una exigencia de "unidad" y las interpretaciones dicotómicas que traicionan dicha exigencia
y escinden la unidad propuesta y, por otra parte, del contraste entre entender que el trastorno
psicosomático es un fenómeno complejo y las metodologías reduccionistas que disuelven dicha
complejidad.
Estas contradicciones pueden ser superadas en tanto y en cuanto, se gire la mirada hacia otras
perspectivas que describan la multiplicidad de componentes que posee el fenómeno,
estableciendo correlaciones circulares y simultaneidades temporales que construyan sobre estas
correlaciones (y no sobre homologaciones reductivas de uno a otro componente) el sentido de la
totalidad del fenómeno. Y que además, puedan individuar pluralidades articuladas de niveles en
cada aspecto de la realidad, buscando las conexiones generadoras de significado que Bateson
llamó "patterns which connect"(4).
DE LOS MODELOS REDUCCIONISTAS A LOS SISTÉMICOS: DEL CUERPO COMO SEÑAL AL CUERPO
COMO SENTIDO
La visión del cuerpo, y en consecuencia de la enfermedad que se expresa a través de éste, varía de
acuerdo a los modelos conceptuales. La concepción biomédica reduccionista implica al método
analítico de Descartes, que consiste en la descomposición de pensamientos y problemas en sus
elementos constitutivos y su consiguiente clasificación siguiendo un orden lógico. El cuerpo queda
reducido a una máquina, como así quedan reducidas a operaciones mecánicas las funciones
biológicas de los organismos vivientes. Descartes afirma: "Yo considero que el cuerpo humano es
una máquina. Mi pensamiento confronta la idea de un hombre enfermo y un reloj mal construido,
con mi idea de un hombre sano y un reloj bien construido".
Tres siglos después, el modelo biomédico continúa basándose, como señala G. Engel, en la noción
del cuerpo como máquina, de la enfermedad como una avería de la misma y la figura del médico
como el mecánico que debe repararla. Entonces, si el cuerpo enfermo queda reducido a una
"señal natural" y queda expropiado de sentido, si el cuerpo enfermo puede ser sólo "descripto"
pero no "interpretado", esto no puede ofrecer ninguna lectura, ni ninguna significación que
permitan al médico invocar dichos recorridos.
Una consecuencia directa de este dualismo cartesiano, es que la profesión médica ha estado
dicotomizada, o sea, existen médicos que curan el cuerpo y psiquiatras que atienden la mente. De
aquí que el paciente psicosomático sea un paciente escindido: es tomado como un "cuerpo",
cuando su cuerpo presenta lesiones, o si no muestra alteraciones reconocibles, es destinado al
psiquiatra, de lo que resulta un cuerpo del que, desde ese momento, nadie se ocupará más. En
esta dicotomía de la que se parte, el paciente psicosomático queda completamente desconocido
en su globalidad.
De acuerdo a esta concepción, el cuerpo en tanto cuerpo "viviente" y "vivido", resume en sí mismo
un sentido que espera sólo ser decodificado, y el síntoma corpóreo puede ser sustraído de la
oscuridad sin significado de los accidentes biológicos, para recuperar el sentido de una
comunicación, de algo que se quiere decir, de una denuncia. Revela por lo tanto, un nudo de
sufrimiento en el que se intersectan biología y emotividad, relaciones interpersonales y reglas de
un contexto en el que se desarrolla. Más que una avería que hay que reparar, el trastorno
psicosomático se convierte en un indicador de un malestar que antes que nada hay que entender,
y que hace referencia no sólo al individuo portador sino al contexto al que pertenece.
Los sistemas familiares con problemas psicosomáticos son complicados, con una delimitación
inestable en las fronteras entre generaciones, con una tendencia constante a la intrusión en los
espacios no sólo físicos, sino también emocionales de cada uno de los integrantes. Presentan
además, un bajo grado de tolerancia hacia las tensiones conflictivas, que impide explicitar los
desacuerdos y la posibilidad de definir claramente las relaciones; todo transita en un consenso
unánime de pseudoarmonía, negando la presencia de cualquier otro problema que no sea el
síntoma del paciente.
Cada tensión y preocupación gira en torno al síntoma, mostrando la función protectora que ejerce
circularmente sobre la homeóstasis familiar. Estos procesos dificultan los procesos de
individuación y diferenciación, favoreciendo aún más la aglutinación. En este sentido, el mito de la
"unidad familiar" que hay que sostener a cualquier precio, esconde el fantasma de la ruptura, con
la amenaza de que la aparición de un conflicto disgregue a la familia en lugar de generar un salto
evolutivo.
Podríamos definir dos conceptos que fundamentan y organizan este modelo de trabajo: por un
lado, la relevancia del lenguaje analógico, más rico en significados posibles que el lenguaje digital,
y que además permite estimular la creatividad entre sistema y terapeuta, y explorar niveles
emocionales más profundos y menos evidentes. Por otro, se observó que las familias que
manifiestan problemas psicosomáticos se caracterizan por la detención del proceso evolutivo y
por presentar el malestar a través del cuerpo -es decir analógicamente-, por lo tanto, el introducir
el diseño de esculturas permite hablar su mismo lenguaje, aquel con el cual expresan su conflicto.
Ahora bien, una de las hipótesis clásicas acerca del síntoma psicosomático atribuye la dificultad o
imposibilidad de expresar las emociones en forma explícita eligiendo, por así decirlo, la vía del
lenguaje del cuerpo. Pero estas investigaciones centraron dicha dificultad en el individuo, mientras
que si observamos un contexto más amplio como el sistema familiar, se puede postular que la
construcción de la funcionalidad atribuida al paciente, más que una característica individual, es
una cualidad del sistema.
Penetrando a través del mismo canal que utiliza el sistema –el analógico-, el objetivo del trabajo
con esculturas consiste en explorar "lo no dicho", aquello que la familia no revela de sí misma, o
sea, la imagen mítica compartida que el sistema posee de sí mismo.
Las esculturas en el campo de la terapia familiar fueron introducidas por V. Satir (l 972), Duhl y
Kantor (1973) y P. Papp (1976), y consisten en proponerle a la familia que represente
espacialmente la imagen que posee de sí misma, a través de la disposición espacial de los cuerpos,
las fisionomías y posturas, dirección de miradas, cercanías o alejamientos de los miembros, etc.
Eventualmente puede completarse con algún comentario de los miembros acerca de lo
experimentado.
A cada integrante de la familia se le solicita realizar dos esculturas: en "la escultura del presente",
el "escultor" debe representar como ve a la familia en la actualidad. En "la escultura del futuro"
deberá representar cómo la imagina después de haber pasado cierto tiempo, por ejemplo, 10
años; en éstas se han introducido una variante con respecto al modelo de Papp, quien solicita la
representación en términos de "deseo" de cambio, o sea, cómo cada miembro "quisiera" que la
familia fuera en el futuro. En este diseño no se le solicita la proyección de un deseo de cambio,
puesto que en las familias con problemas psicosomáticos la proyección al futuro, más que una
representación de cambio implica una representación de la resistencia al mismo.
En algunas situaciones psicosomáticas, por ejemplo en el asma infantil, los roles, interacciones y
vínculos, aparecen inalterados, como si su potencial evolutivo o su capacidad de "verse" en
evolución, estuviese bloqueado. En otros casos, aparecen intensos temores, como si el cambio o la
evolución se viviese como una amenaza más que como un crecimiento colectivo. Aquí, en la
representación metafórica surgen las emociones, que expresan el miedo a cualquier
transformación que perturbe la estabilidad del status quo, en particular la amenaza que implica la
individuación y con ello la disgregación familiar, elementos que claramente se observan en los
mitos y los fantasmas de la unidad familiar.
Estos mitos nacen y se organizan en el curso de la historia de la familia. Historias que surgen de la
familia de origen de cada cónyuge y crean en la familia nuclear una red compleja de significados
trigeneracionales. Frecuentemente, en el pasado de estas familias se encuentran eventos
traumáticos de duelos precoces o no elaborados, abandonos y separaciones prematuras; por lo
tanto, el tema de la "pérdida" es central y se asocia a vivencias emocionales de intensa angustia.
LA ESTRUCTURA DE LA TERAPIA
Es posible individualizar tres fases: una inicial donde se obtiene información acerca del caso y se
genera una alianza terapéutica; una central, donde se realizan las esculturas y se construye una
redefinición metafórica del síntoma; y una fase conclusiva, donde el trabajo terapéutico se
centraliza en el subsistema parental con sus implicancias en la pareja conyugal.
a) Cuándo proponer esculturas familiares: algunos autores (Caillé 1985; Chasin 1989) utilizan las
esculturas desde la primera sesión; esto no resulta posible en familias con trastornos
psicosomáticos.
La preocupación exclusiva por los problemas somáticos, la desconfianza y las actitudes defensivas
de fondo, se esconden detrás de una aparente disponibilidad; por ello, la fase inicial de la terapia
está destinada a la construcción de la alianza terapéutica y la creación de un clima de
colaboración.
El terapeuta, respetando los tiempos, obtendrá información acerca del problema y la historia
familiar, evitando intervenciones incisivas y limitándose a movimientos estructurales mínimos
centrados en el problema somático o a correlaciones de aspectos emocionales. Recién en la cuarta
o quinta sesión, cuando se ha alcanzado un nivel de confianza, se realizan las esculturas, que en
familias numerosas llevarán dos sesiones (esculturas del presente y futuro respectivamente). Se
cierra sin realizar comentarios: "Creemos que se han dicho muchas cosas, no tenemos más que
agregar"; en la sesión siguiente, se retoma el material, construyendo una redefinición del
problema somático.
Todas estas consideraciones nos llevan a evaluar el trastorno psicosomático como un fenómeno
complejo, que no se deja constreñir por las dicotomías reduccionistas de los modelos científicos
clásicos, sino que requiere un enfoque nuevo, capaz de dar razón de todos los componentes en
juego y la circularidad sistémica que los correlaciona. Desde esta perspectiva el término
"psicosomático" resulta obsoleto, si se reduce sólo a una clase específica de fenómenos; dicho
término propone más bien un paradigma general de toda manifestación humana, tanto en la
enfermedad como en la salud.
Pero esta acepción más amplia se basa en una óptica de la complejidad, reconociendo una
multiplicidad de niveles que son, al mismo tiempo, autónomos e interrelacionados. En esta
dimensión las contraposiciones dicotómicas cartesianas de mente- cuerpo, biológico-psicológico,
natural-cultural, individual-familiar, pierden su significado. Desde este posible paradigma
entonces, la mente puede enviarnos al cuerpo para reencontrarlo, la psique al soma, la naturaleza
a la cultura, y el individuo a su grupo de pertenencia.
Pero aceptar la óptica de la complejidad significa una pluralidad de puntos de vista, o sea, una
multiplicación de modelos interpretativos. A esta crítica no se sustrae el modelo sistémico,
especialmente cuando se lo identifica con un modelo holístico, peligrosamente omnicomprensivo,
de la realidad. Por este camino se puede volver a caer, paradójicamente, en "la jaula del
reduccionismo".
El enfoque sistémico debe ser concebido y utilizado como capaz de establecer correlaciones
recursivas entre diferentes niveles de realidad, -del biológico al psicológico, del relacional al social-
cada uno de los cuales mantiene su autonomía y especificidad, y puede requerir instrumentos de
indagación específicos. Aceptar la complejidad sugiere renunciar al "modelo" al "lugar
fundamental" de la observación.
Hablar de orientación sistémica, no quiere decir sustituir un modelo por otro, sino más bien
indicar un método que pueda abrir camino a una nueva epistemología: "la epistemología de la
complejidad". Afrontar este pasaje que comporta el abandono del modelo, y en consecuencia la
renuncia a muchas certezas adquiridas, es sin ninguna duda un proceso fatigoso y a menudo
doloroso, pero también puede ser extremadamente fecundo y producir así, el nacimiento de una
"nueva racionalidad".
Notas
(3) La palabra del cuerpo, Psicosomática y Perspectiva Sistémica. Editorial Herder. Este libro
incluye, entre otros, el aporte de ilustres personalidades de la terapia familiar al tema del cuerpo:
Mara S. Palazzoli (La anorexia mental desde una perspectiva sistémica); H. Stierlin y otros
(Medicina de la familia y humor) y F. Varela ("El cuerpo piensa").