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CARTA ABIERTA Y EL AGOTAMIENTO DEL

PROGRESISMO (II): SERVILISMO INDIGNO Y


VENTAJAS ECONÓMICAS
“Servilismo indigno que ninguna ventaja económica justifica.”
Carta Abierta

En el artículo anterior comenté la caracterización de la etapa actual del capitalismo,


tal como la formulan en su último documento (la Carta n° 17) los intelectuales
kirchneristas agrupados en torno a la agrupación Carta Abierta (CA). El capitalismo
de la globalización, tal es el nombre de la criatura, no levanta vuelo, a pesar de la
increíble cantidad de adjetivos empleados por CA para garantizar su construcción.
Pero el esfuerzo de los intelectuales de CA no termina ahí. Como era de esperarse,
la caracterización del capitalismo internacional no es otra cosa que el preludio para
el análisis de la situación política nacional.

Resulta imposible esperar linealidad argumentativa en un documento de CA. Los


intelectuales que conforman este agrupamiento se han vuelto especialistas en crear
un lenguaje enredado, barroco y confuso, insoportable a la lectura y que oculta,
detrás de la “complejidad formal”, la adscripción de los autores a formas más o
menos vergonzantes del posmodernismo. Es por ello que opté por darle un mínimo
de orden al argumento de CA, con el objeto de describir su diagnóstico de la
situación argentina, así como también sus propuestas.

CA afirma que el capitalismo de la globalización, expresado entre otras cosas en el


fallo del juez Griesa, tiene por objetivo una reformulación de la dependencia:
“La dependencia, como la articulación en una estructura única de países desarrollados y
subdesarrollados, en virtud de la capacidad endógena o inducida de crecimiento, cuya ruptura sería
posible a través de la participación política de grupos sociales antes marginados, ahora incluye
mayores sumisiones superestructurales como la subsunción jurídica en una legalidad global
manejada por los centros imperiales y la “integración financiera”.

La dependencia es despojada de toda connotación de clase, es decir, de toda


referencia a la explotación de los trabajadores, y pasa a ser concebida como la
subordinación de unos países a otros (los subdesarrollados se someten a los
desarrollados). Al hacer esta operación, la burguesía de los países
subdesarrollados queda incluida entre los grupos sociales que padecen la
dependencia. CA parece considerar a la dependencia como algo que fluye desde el
centro a la periferia, no como una relación propiamente dicha (en la que se
entrecruzan los intereses de las burguesías del centro y las de la periferia, todo bajo
el dominio de la lógica del capital). La referencia a la “subsunción jurídica” es
curiosa. CA presenta la sumisión a los tribunales estadounidenses como un nuevo
rasgo de la dependencia. Ahora bien, fueron justamente los gobiernos de Néstor
Kirchner y de Cristina Fernández, en los canjes de deuda de 2005 y 2010, quienes
ratificaron la jurisdicción de los tribunales norteamericanos en las cuestiones
relativas a la deuda externa argentina. Es decir, los líderes del “Proyecto Nacional
y popular” defendido por uñas y dientes por CA.

La reformulación de la dependencia se expresa, en la coyuntura política de 2014,


en el desarrollo de “nuevas y viejas derechas”, que pretenden “la sustitución abrupta
de una épica por la desmovilización de los cuerpos y las ideas”. El lenguaje
empalagoso de CA oculta que los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina
Fernández han sido “pagadores seriales” de deuda externa, fortaleciendo así el
poder del “capitalismo de la globalización”, fuente de todos los males para CA. La
referencia a los “cuerpos” y a las “ideas” (¡como si cuerpo e idea pudieran estar
separados!) oculta que toda coyuntura política expresa una lucha entre clases y
grupos sociales, no una disputa de palabras entre intelectuales que viven de los
fondos públicos.

CA describe así la situación actual:


“Hoy, luego de once años vivimos un momento de extremo riesgo. Por primera vez el bloque de los
poderosos, de los que portan el poder económico y el proyecto de articularse con el capitalismo de
la globalización, aunados con una oposición política, en la que la mayoría de sus referentes abrevan
en ese viejo posibilismo acomodaticio desplazado –basta ver cómo sin ideas ni identidades mudaron
del oficialismo a la oposición y navegaron sin destino fijo entre las distintas variantes de la misma–
ha generado una colusión de intereses para derrotar al Proyecto nacional y popular, para ahogar la
hora de las transformaciones y reinsertar al país en la “normalidad” del apoliticismo, la desabrida
gestión de lo público como si se tratara de lo privado, y la resignación a la lógica de un país obediente
del poder de las potencias. Servilismo indigno que ninguna ventaja económica justifica. Sentido
“práctico” del consumidor pasivo, del hombre sumiso y la Nación humillada. Esta es la amenaza.” (El
resaltado es mío.)

Empiezo por el final. Los muchachos de CA, ahogados en palabras, terminan por
ser descuidados en sus documentos. Del texto de la Carta se desprende que el
“servilismo indigno” puede ser aprobado en virtud de la obtención de ventajas
económicas. Está todo dicho. A confesión de parte relevo de pruebas. Horacio
González, Ricardo Forster y otros deberían renunciar a sus cargos y a las ventajas
económicas, para terminar con su “servilismo indigno”. Esto no ocurrirá, por
supuesto.

Sigamos. Los intelectuales de CA reconocen que la clase dominante busca


articularse con el “capitalismo de la globalización”. Pero en vez de dar nombres, de
caracterizar a dicha clase, prefieren hablar del “bloque de los poderosos”. De ese
modo evitan confrontar con la burguesía vernácula, que queda disponible para el
Proyecto Nacional que incluya burguesía y trabajadores (bajo el comando, por
supuesto, de la burguesía).

CA reconoce que la burguesía argentina obtuvo ganancias fabulosas durante los


gobiernos de Néstor y Cristina:
“La élite del gran empresariado que ha recolectado grandes ganancias durante una década de
recuperación económica, crecimiento industrial, aumento de la productividad de los trabajadores,
excelentes precios para la exportación de granos y una política que consiguió el predominio de la
actividad productiva por sobre la lógica de la valorización financiera, resiste ahora una necesaria
regulación que procura un reparto más justo de la riqueza y los ingresos.”

CA omite que el supuesto predominio de la “actividad productiva” fue de la mano


con las enormes ganancias de los bancos, a punto tal que el sector financiero fue
uno de los ganadores de la década kirchnerista. También deja de lado que la
recuperación económica fue de la mano con el mantenimiento de bajos salarios,
precarización laboral y vigencia de las leyes laborales heredadas de la época
menemista. Todo ello aderezado con campo libre para los manejos de la burocracia
sindical, dedicada a hacer negocios y a expulsar cualquier atisbo de militancia
clasista.

Dado el contexto mencionado en el párrafo anterior, el llamado a la “necesaria


regulación” gira en el vacío más absoluto. Es difícil de entender porqué aquello que
no se hizo cuando Cristina tenía el 54 % de los votos puede llevarse adelante en las
condiciones actuales.
CA es consciente de que no puede avanzar mucho más allá de las palabras en el
terreno económico. Por eso prefiere refugiarse en el terreno que constituye, según
ellos, el logro más importante de la década kirchnerista:
“Pero la política que las abrazó a todas e impregnó y organizó el sentido de la época fue la de
Derechos Humanos, que constituyó un hecho literalmente revolucionario, no solamente en el país,
sino a nivel continental y mundial con iniciativas, procedimientos y resultados que avanzaron en el
objetivo del “nunca más” a través de un trípode que más que una consigna fue el eje de esa política:
“Memoria, Verdad y Justicia”. De ella fluye el espíritu que impregnó el sentido enérgico e irreductible
del kirchnerismo. Porque es la fuente del fuego que envolvió una experiencia política.”

Aclaremos los tantos. Al hablar de política de Derechos Humanos, CA se refiere al


impulso dado a los juzgamientos de los militares responsables de secuestros,
torturas y asesinatos durante de la dictadura de 1976-1983. En este punto, el
kirchnerismo se arroga un mérito que lo excede largamente. Ni Néstor ni Cristina
estuvieron a la cabeza de las luchas contra el indulto y por juzgamiento de los
militares durante la década menemista. Tampoco lo hicieron bajo el alfonsinismo.
Sólo en 2003, y como consecuencia de la debilidad política derivada de haber
obtenido poco más del 20 % de los votos, el kirchnerismo abrazó la causa de los
derechos humanos, como un instrumento de seducción hacia las capas medias
progresistas. Pero esa política tuvo límites bien precisos. Ante todo, no afectó la
acumulación capitalista, pues dejó de lado la legislación laboral, manteniendo las
condiciones de explotación promovidas durante la década menemista. Tampoco
incluyó a los otros derechos sociales, como, por ejemplo, la vivienda. Y, por último,
dicha política no impidió que en las cárceles y comisarías la tortura sea una una
práctica cotidiana, así como también el “gatillo fácil” de la policía contra los jóvenes
pobres.

CA plantea la necesidad de la movilización popular para salvaguardar las


“conquistas” logradas por el kirchnerismo. Sin embargo, esto se da de bruces con
una concepción verticalista de la política, en la que el militante tiene que seguir a
rajatabla los mandatos del líder (léase tragar todos los sapos que sea necesario):
“se reinstalaba la premisa de la creencia en el gobernante como sujeto de cambios, como portador
de un programa, como militante de convicciones, como encarnador de la voluntad popular de
cambio”. (El resaltado es mío).

Mucha cháchara sobre democratización. Pero, en definitiva, es el gobernante el


sujeto de los cambios. Dicho en criollo, la concepción verticalista de la política. La
inflación de palabras de CA es una consecuencia de su falta de autonomía respecto
a quien le da de comer. Las palabras ocultan la sumisión completa de CA a las
necesidades políticas de Cristina Fernández.

CA expresa la bancarrota de los intelectuales que niegan la lucha de clases y que


piensan que es posible un mejor capitalismo, diferente al “capitalismo salvaje”.
También expresa la ausencia de perspectivas del nacionalismo progresista (o de
izquierda) en la Argentina actual. Esto no significa que la influencia de las ideas
nacionalistas de izquierda esté en decadencia. Todo lo contrario. Es por ello que
resulta de importancia emprender una crítica constante de todas las
manifestaciones de esta corriente, cuyas ramificaciones van mucho más allá de CA.

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