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Violencia a la mujer

La violencia contra las mujeres es definida por las Naciones Unidas como “todo acto de
violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como
resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las
amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se
producen en la vida pública como en la vida privada” (ONU, 1993: p. 3).

El fenómeno de la violencia contra las mujeres ha sido fuertemente mediatizado a


nivel mundial desde octubre de 2017, principalmente a través de la aparición del
movimiento Me Too. Basado en las representaciones individuales y colectivas que
definen y orientan las relaciones entre los sexos en una sociedad dada y en particular
con relación a la dominación tanto física como simbólica ejercida por los hombres
sobre las mujeres (incluso lo inverso es igualmente posible), al interior o al exterior de
la familia, y entre todas las edades de la vida. Esto implica además retos individuales,
familiares y políticos en términos de salud pública y de protección social.

En el Perú, según la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar-ENDES de 2016 (INEI,


2016) el 32,2% de las mujeres ha sido, al menos una vez, víctima de una forma de
violencia física y/o sexual por parte de su cónyuge o pareja, el 64,2% de una forma de
violencia psicológica y/o verbal y el 60,5% de ellas manifiesta haber sido o ser el objeto
de alguna forma de control o dominación. Estas cifras están por debajo de los
resultados registrados en las últimas encuestas, en particular la de 2012 en la que las
proporciones fueron las siguientes: 37,2%, 70,6% y 66,3% respectivamente. Sin
embargo, la tendencia se mantiene: la violencia de género contra las mujeres se ha
instalado como un fenómeno estructural de la sociedad peruana mientras que su
magnitud hace extremadamente difícil, por el momento, una mayor democratización e
igualdad en la relación entre los sexos, por ejemplo en la toma de decisiones
concernientes a la sexualidad, las elecciones profesionales o la vida familiar cotidiana.

Además, la violencia de género contra las mujeres también puede reproducirse


según la lógica intergeneracional. Las mujeres que crecieron en una familia en la
cual sus madres fueron maltratadas por sus padres muestran una probabilidad
mayor de exposición a las formas de agresión por parte de sus cónyuges. A este
respecto, existe una suerte de asimilación y legitimación del maltrato en el seno del
hogar y una instalación de la figura masculina dominante que tiene la capacidad de
usar la violencia para imponer su autoridad en el conjunto familiar. En esas
circunstancias, es frecuente que el consumo de alcohol sea uno de los factores
desencadenantes de las agresiones. Según los resultados de ENDES de 2016, un
49,1% de las mujeres víctimas de violencia declaran que sus cónyuges estuvieron
al menos una vez bajo la influencia del alcohol y/o las drogas en el momento de
cometer el acto violento (56,7% en 2012). En este caso, las mujeres—e igualmente
sus hijos— fueron víctimas de la violencia ejercida por los hombres adultos de la
familia, principalmente por el padre, pero también por parte de otros miembros
masculinos como el suegro o un tío. Además de violencia doméstica no es raro
finalmente que las niñas y adolescentes sean el blanco de diferentes agresiones en
el colegio o en la proximidad de su domicilio, en el barrio de residencia. En
numerosos ejemplos tomados de la actualidad, estas formas de abuso físico pueden
transformarse en agresiones de carácter sexual.

Respuesta pública y escaso acceso a los servicios de protección


Frente a las situaciones de violencia, las mujeres pueden acceder a las instituciones
especializadas en este dominio para presentar una queja o recibir apoyo psicológico
y social. En el Perú, según la Ley de Protección frente a la Violencia Familiar (Ley
N° 26260), que establece un protocolo de denuncia, investigación y sanción en el
caso de violencia familiar, la Policía Nacional, el fiscal y el juez son los principales
actores institucionales a cargo de intervenir y de abrir un proceso que conduzca a
una posible pena. Paralelamente, se han abierto centros especializados para
asegurar una mejor atención: las Comisarías de la Mujer y los “Centros de
Emergencia Mujer” (CEM).

El Perú es uno de los países pioneros en la región con la creación de estas


instituciones especializadas y la inauguración en 1992 de la primera Comisaría de
la Mujer como respuesta a las demandas de la sociedad civil frente al trato
frecuentemente humillante y discriminatorio en las instancias policiales manejadas
por hombres (Estremadoyro, 1992), provocando un fenómeno de “re-victimización”
hacia las mujeres. Existen actualmente 32 Comisarías de Familia a nivel nacional
de las cuales 9 pertenecen a la metrópoli de Lima y Callao.

Además, los Centros de Emergencia Mujer constituyen los principales órganos


operacionales en el marco del Programa Nacional contra la Violencia Familiar y
Sexual del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP). El primer
Centro de Emergencia Mujer fue creado el 8 de marzo de 1999 y al término del
mismo año un total de 13 centros habían sido puestos en marcha. Estos últimos son
espacios independientes para el depósito de denuncias en casos de violencia
familiar y/o sexual y deben normalmente permitir simplificar el protocolo de denuncia
y hacer un seguimiento más preciso de ello. A la fecha existen casi 270 Centros de
Emergencia Mujer instalados en todos los departamentos del país, de los cuales 30
funcionan las 24 horas del día. Se trata de un servicio público y gratuito que ofrece
una orientación a la vez legal, de defensa judicial y de ayuda psicológica.

Sin embargo, el acceso a estos servicios de denuncia y de ayuda continúa siendo


muy limitado en razón a una serie de factores individuales y contextuales. Según los
resultados de la ENDES de 2016, solo el 27,2% de las mujeres víctimas de violencia
física se acercaron a una institución para presentar una denuncia o buscar una forma
de apoyo. Este resultado se mantiene estable con relación a la encuesta de 2012
(27,3%) pero es significativamente mayor con relación a la de 2009 (16,1%). Pero
no indica ningún elemento sobre la calidad de la atención recibida y menos aún
sobre el resultado de la denuncia y de la condena eventual del conyugue. Entre las
mujeres que han recurrido a una institución para encontrar ayuda 75.9% acudieron
a la comisaría, 10.9% un Centro de Emergencia Mujer (DEMUNA), 9.8% a un fiscal,
9.3% a un juez, 4.8% a un centro de salud, 4.2% al MIMP y 5.7% se dirigieron hacia
otro tipo de institución.
Finalmente la edad de las mujeres tiene una influencia significativa en este proceso
y muestra diferencias muy claras entre las generaciones. Según la misma ENDES,
sólo el 9.1% de mujeres de 15 a 19 años víctimas de la violencia siguen un proceso
institucional, contra el 16,2% de las mujeres de 20 a 24 años, el 24,6% de las
mujeres de 25 a 29, el 28,8% de las mujeres de 30 a 34 años, el 29,7% de las
mujeres de 35 a 39 años, el 32,5% de las mujeres de 40 a 44 años y el 35,9% de
las mujeres de 45 a 49 años. Sin embargo, pocos elementos empíricos explican esta
tendencia.

¿Cómo explicar la baja proporción de mujeres que denuncian?


Un estudio reciente realizado a partir de entrevistas a profundidad a mujeres
víctimas de violencia en el distrito de San Juan de Miraflores de la periferia noreste
de Lima (Benavides, et al., 2017) identifica numerosas razones de orden individual
que conducen a ciertas mujeres a denunciar estos actos a los servicios de ayuda y
de protección social, a diferencia de aquellas, en su mayoría, que optan por no
tomar acciones legales.
Primero, el nivel escolar de las mujeres parece tener una influencia en la
probabilidad de denuncia. Las mujeres que recurrieron al servicio de ayuda han
estudiado al menos hasta el nivel secundario, mientras que otras han sido menos
escolarizadas o no han estudiado más que algunos años del nivel primario. Esta
observación va en el sentido de los resultados de la ENDES de 2016 según la cual
la denuncia de un acto de violencia en una comisaría aumenta sensiblemente con
el nivel educativo de las mujeres: de 57,3% para aquellas que no han alcanzado un
nivel de educación “primaria” a 81,6% para aquellas que tienen un nivel de
educación universitaria.

Además, la severidad del acto violento por parte del cónyuge aparece como un
motivo determinante en el proceso de denuncia. La referencia a actos de violencia
física, incluida la sexual (más que psicológica), en repetidas ocasiones se refleja en
el testimonio de las mujeres que terminan yendo a una comisaría. Este caso es
todavía más frecuente cuando los niños son los principales testigos de estas
escenas que resultan imposibles de soportar física y psicológicamente para unos y
otros:

“El padre de mis hijos me pegaba… a mis hijos también, con kerosene nos quemaba, era de
esteras mi casa … y yo estaba bien escondida y mi hijita estaba bien escondida y corría,
corría, porque la quería agarrar pe’ a ella, mi hijito al mayor le había agarrado y le ha dicho
no hay tu madre y les había bañado con querosene y el agarraba fosforo dice y mi hijito
mientras eso fuufff… lo soplaba … y traje al policía y lo agarraron le quitamos la ropa y le
había hecho llagas el querosene …” (Testimonio de A. M. O., 59 años).
Cuanto más agudo y perjudicial sea un acto de agresión física, más inclinadas están
las mujeres a denunciar a su cónyuge para proteger a sus hijos y no exponerlos a
consecuencias más graves. A pesar de esta voluntad de acudir a las autoridades,
sucede sin embargo que un obstáculo administrativo como la ausencia de un
documento de identidad válido o un acto de corrupción del cónyuge impide la puesta
en marcha del protocolo de denuncia. El “terrorismo íntimo” expresado a través de
escenas extremadamente violentas y regulares, así como de relaciones sexuales
forzadas, motiva más intensamente a las mujeres a vencer su temor y denunciar
estas violencias, a diferencia de la “violencia situacional” donde las mujeres dudan,
a menudo, en acudir a un puesto policial.
Para comprender la elección de las mujeres para llevar a cabo el proceso de
denuncia de su cónyuge, según este estudio, se debe tomar en cuenta la
combinación de tres factores: 1) la situación profesional de las mujeres y la
autonomía financiera que ellas pueden obtener gracias a su trabajo, 2) el número
de hijos menores de edad que tienen bajo su responsabilidad, 3) la existencia de
una red de apoyo fuera de su casa. Tener un empleo estable y en cierta medida
correctamente remunerado permite cubrir los gastos básicos de sus hijos y, por lo
tanto, aparece como requisito previo para señalar un acto de violencia física. La
denuncia supone a corto plazo la detención provisoria de su cónyuge y, en
consecuencia, un riesgo de pérdida financiera para los hijos. En este sentido, la
situación de las mujeres en el mercado laboral puede condicionar en gran parte su
motivación a acudir a un servicio de ayuda como la comisaría o el Centro de
Emergencia Mujer.

Más allá de la dimensión económica, las mujeres deben igualmente disponer de una
solución alternativa/de respaldo para cambiar de domicilio y/o seguir al cuidado de
sus hijos luego de una denuncia que resulta en la mayoría de los casos una
separación o un divorcio. Esta alternativa puede ser vista al interior de una red de
parentesco femenina constituida por la madre, las hermanas o las amigas más
cercanas. La constitución previa de este recurso social es primordial para encontrar
un apoyo alternativo a la familia de origen representada por la pareja marido/mujer
y los niños con el fin de denunciar al cónyuge y encontrar un espacio de protección
para los hijos. La existencia de este apoyo es bastante extraña en los testimonios
recogidos en este estudio y se manifiesta, en su mayoría, de manera inversa por la
manifestación de su ausencia:

“Yo quería ir denunciarlo y separarme de él (su cónyuge) pero yo no sabía para nada
adónde ir y me sentía impotente. Tenía cuatro hijos pequeños y no sabía a dónde ir y si
encontraría un trabajo, no sabía a quién podría encargarlos. Por eso finalmente decidí
soportar la situación” (Testimonio J. I. S., 59 años).
Para las mujeres, el desarrollo de su autonomía personal con la obtención de un
empleo estable y/o la gestión individual de su vida íntima puede incrementar la
probabilidad de violencia doméstica en el caso del Perú (Benavides, Bellatín &
Cavagnoud, 2017) pero en contraparte este factor puede también ayudar a las
mujeres a tomar la decisión de poner una denuncia para responder a esta violencia
doméstica. Las mujeres socialmente aisladas de su familia o de su red de vecinos
muestran así una probabilidad muy ínfima de acudir al servicio social. Esta falta de
socialización las aleja de todo recurso que les permita encontrar un apoyo fuera de
su domicilio.

Finalmente, es frecuente observar en el testimonio de numerosas mujeres víctimas


de violencia doméstica una forma de resignación y fatalismo que las aleja de toda
idea de denuncia contra su cónyuge, acompañada de cierta culpabilidad por los
hechos de las que son víctimas. Esta inclinación a no intentar ninguna acción legal
y a la autocondenación de las mujeres es recurrente en el caso de la “violencia
situacional”, mezclando a la vez las agresiones verbales y los insultos repetidos. En
todos los casos, este fenómeno conduce directamente a una interiorización de las
estructuras de género asimétricas que obedecen a la dominación de los hombres,
particularmente frecuente en la sociedad peruana.

***
Ante esta situación, podemos preguntarnos en qué medida el surgimiento de
movimientos de la sociedad civil puede contribuir a mejorar el acceso de las mujeres
víctimas de violencia a tipos de servicios y dispositivos de ayuda institucional como
los descritos líneas atrás. Si bien “Me Too” y otras iniciativas similares destinadas
a denunciar la dominación de los hombres en el ámbito de la intimidad y la
sexualidad han permitido destacar, principalmente gracias al uso de las redes
sociales, las múltiples escenas y contextos de violencia de las cuales las mujeres
son el blanco, queda por ver si estas manifestaciones de buena voluntad pueden
proporcionar recursos reales para mejorar la situación de vida de las mujeres en
contextos sociales que van más allá de la clases medias. La denuncia de la violencia
permite, sin ninguna duda, liberar la palabra silenciada durante mucho tiempo por
temor a represalias o amenazas. Produce un discurso que permite poco a poco
comunicar y alcanzar ambientes sociales donde las mujeres experimentan otras
formas de vulnerabilidades (empleo, salud, educación, protección social, cuidado de
niños, segregación urbana), además de la violencia de género. Si un mayor acceso
a los servicios de ayuda institucional debe y puede ser visto en entornos sociales
marcados por una gran inseguridad, es conveniente para los actores locales
(Comisarías de la Mujer, Centros de Emergencia Mujer, municipios) tomar el
discurso y hacerlo “operativo” bajo la forma de acción política, no partidista, de
prevención y de intervención, con el propósito de proporcionar un apoyo sostenible
a las mujeres, de todas las edades y de todas las condiciones sociales, víctimas de
este flagelo.

Bibliografía:
BENAVIDES, M., BELLATÍN, P. & CAVAGNOUD, R., 2017 – Social protection systems
and domestic violence in poor urban context: the case of San Juan de Lurigancho. Nopoor.
Enhacing Knowledge for Renewed Policies Against Poverty. Working Paper n° 56, 33 pp.;
Bruselas: EU-funded research Project.
ESTREMADOYRO, F., 1992 – Violencia en la pareja. Comisarías de Mujeres en el Perú,
78 pp.; Ediciones Flora Tristán.
INEI, 2016 – PERÚ. Encuesta Demográfica y de Salud Familiar-ENDES, 539 pp.; Lima.
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MEIL LANDWERLIN, G., 2004 – Cambio familiar y maltrato conyugal a la
mujer. Revista Internacional de Sociología, 37: 7-27.
ONU, 1993 – Déclaration sur l’élimination de la violence à l’égard des femmes. Résolution
48/104 de l’Assemblée Générale de l’ONU, 6 pp.; New York.
[1] Socio-demógrafo, profesor asociado al Departamento de Ciencias sociales de la
Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y coordinador del grupo de
investigación Edades de la Vida y Educación (EVE-CISEPA/IFEA).
rcavagnoud@pucp.pe

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