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La violencia contra las mujeres es definida por las Naciones Unidas como “todo acto de
violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como
resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las
amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se
producen en la vida pública como en la vida privada” (ONU, 1993: p. 3).
Además, la severidad del acto violento por parte del cónyuge aparece como un
motivo determinante en el proceso de denuncia. La referencia a actos de violencia
física, incluida la sexual (más que psicológica), en repetidas ocasiones se refleja en
el testimonio de las mujeres que terminan yendo a una comisaría. Este caso es
todavía más frecuente cuando los niños son los principales testigos de estas
escenas que resultan imposibles de soportar física y psicológicamente para unos y
otros:
“El padre de mis hijos me pegaba… a mis hijos también, con kerosene nos quemaba, era de
esteras mi casa … y yo estaba bien escondida y mi hijita estaba bien escondida y corría,
corría, porque la quería agarrar pe’ a ella, mi hijito al mayor le había agarrado y le ha dicho
no hay tu madre y les había bañado con querosene y el agarraba fosforo dice y mi hijito
mientras eso fuufff… lo soplaba … y traje al policía y lo agarraron le quitamos la ropa y le
había hecho llagas el querosene …” (Testimonio de A. M. O., 59 años).
Cuanto más agudo y perjudicial sea un acto de agresión física, más inclinadas están
las mujeres a denunciar a su cónyuge para proteger a sus hijos y no exponerlos a
consecuencias más graves. A pesar de esta voluntad de acudir a las autoridades,
sucede sin embargo que un obstáculo administrativo como la ausencia de un
documento de identidad válido o un acto de corrupción del cónyuge impide la puesta
en marcha del protocolo de denuncia. El “terrorismo íntimo” expresado a través de
escenas extremadamente violentas y regulares, así como de relaciones sexuales
forzadas, motiva más intensamente a las mujeres a vencer su temor y denunciar
estas violencias, a diferencia de la “violencia situacional” donde las mujeres dudan,
a menudo, en acudir a un puesto policial.
Para comprender la elección de las mujeres para llevar a cabo el proceso de
denuncia de su cónyuge, según este estudio, se debe tomar en cuenta la
combinación de tres factores: 1) la situación profesional de las mujeres y la
autonomía financiera que ellas pueden obtener gracias a su trabajo, 2) el número
de hijos menores de edad que tienen bajo su responsabilidad, 3) la existencia de
una red de apoyo fuera de su casa. Tener un empleo estable y en cierta medida
correctamente remunerado permite cubrir los gastos básicos de sus hijos y, por lo
tanto, aparece como requisito previo para señalar un acto de violencia física. La
denuncia supone a corto plazo la detención provisoria de su cónyuge y, en
consecuencia, un riesgo de pérdida financiera para los hijos. En este sentido, la
situación de las mujeres en el mercado laboral puede condicionar en gran parte su
motivación a acudir a un servicio de ayuda como la comisaría o el Centro de
Emergencia Mujer.
Más allá de la dimensión económica, las mujeres deben igualmente disponer de una
solución alternativa/de respaldo para cambiar de domicilio y/o seguir al cuidado de
sus hijos luego de una denuncia que resulta en la mayoría de los casos una
separación o un divorcio. Esta alternativa puede ser vista al interior de una red de
parentesco femenina constituida por la madre, las hermanas o las amigas más
cercanas. La constitución previa de este recurso social es primordial para encontrar
un apoyo alternativo a la familia de origen representada por la pareja marido/mujer
y los niños con el fin de denunciar al cónyuge y encontrar un espacio de protección
para los hijos. La existencia de este apoyo es bastante extraña en los testimonios
recogidos en este estudio y se manifiesta, en su mayoría, de manera inversa por la
manifestación de su ausencia:
“Yo quería ir denunciarlo y separarme de él (su cónyuge) pero yo no sabía para nada
adónde ir y me sentía impotente. Tenía cuatro hijos pequeños y no sabía a dónde ir y si
encontraría un trabajo, no sabía a quién podría encargarlos. Por eso finalmente decidí
soportar la situación” (Testimonio J. I. S., 59 años).
Para las mujeres, el desarrollo de su autonomía personal con la obtención de un
empleo estable y/o la gestión individual de su vida íntima puede incrementar la
probabilidad de violencia doméstica en el caso del Perú (Benavides, Bellatín &
Cavagnoud, 2017) pero en contraparte este factor puede también ayudar a las
mujeres a tomar la decisión de poner una denuncia para responder a esta violencia
doméstica. Las mujeres socialmente aisladas de su familia o de su red de vecinos
muestran así una probabilidad muy ínfima de acudir al servicio social. Esta falta de
socialización las aleja de todo recurso que les permita encontrar un apoyo fuera de
su domicilio.
***
Ante esta situación, podemos preguntarnos en qué medida el surgimiento de
movimientos de la sociedad civil puede contribuir a mejorar el acceso de las mujeres
víctimas de violencia a tipos de servicios y dispositivos de ayuda institucional como
los descritos líneas atrás. Si bien “Me Too” y otras iniciativas similares destinadas
a denunciar la dominación de los hombres en el ámbito de la intimidad y la
sexualidad han permitido destacar, principalmente gracias al uso de las redes
sociales, las múltiples escenas y contextos de violencia de las cuales las mujeres
son el blanco, queda por ver si estas manifestaciones de buena voluntad pueden
proporcionar recursos reales para mejorar la situación de vida de las mujeres en
contextos sociales que van más allá de la clases medias. La denuncia de la violencia
permite, sin ninguna duda, liberar la palabra silenciada durante mucho tiempo por
temor a represalias o amenazas. Produce un discurso que permite poco a poco
comunicar y alcanzar ambientes sociales donde las mujeres experimentan otras
formas de vulnerabilidades (empleo, salud, educación, protección social, cuidado de
niños, segregación urbana), además de la violencia de género. Si un mayor acceso
a los servicios de ayuda institucional debe y puede ser visto en entornos sociales
marcados por una gran inseguridad, es conveniente para los actores locales
(Comisarías de la Mujer, Centros de Emergencia Mujer, municipios) tomar el
discurso y hacerlo “operativo” bajo la forma de acción política, no partidista, de
prevención y de intervención, con el propósito de proporcionar un apoyo sostenible
a las mujeres, de todas las edades y de todas las condiciones sociales, víctimas de
este flagelo.
Bibliografía:
BENAVIDES, M., BELLATÍN, P. & CAVAGNOUD, R., 2017 – Social protection systems
and domestic violence in poor urban context: the case of San Juan de Lurigancho. Nopoor.
Enhacing Knowledge for Renewed Policies Against Poverty. Working Paper n° 56, 33 pp.;
Bruselas: EU-funded research Project.
ESTREMADOYRO, F., 1992 – Violencia en la pareja. Comisarías de Mujeres en el Perú,
78 pp.; Ediciones Flora Tristán.
INEI, 2016 – PERÚ. Encuesta Demográfica y de Salud Familiar-ENDES, 539 pp.; Lima.
JOHNSON, M. P. & LEONE, J. M., 2005 – The Differential Effects of Intimate
Terrorism and Situational Couple Violence. Findings from the National Violence
Against Women Survey. Journal of Family Issues, 26 (3): 322-349.
LEONE, J. M., JOHNSON, M. P. & COHAN, C. L., 2007 – Victim Help Seeking:
Differences Between Intimate Terrorism and Situational Couple Violence. Family
Relations. Interdisciplinary Journal of Applied Family Science, 56 (5): 427-439.
MEIL LANDWERLIN, G., 2004 – Cambio familiar y maltrato conyugal a la
mujer. Revista Internacional de Sociología, 37: 7-27.
ONU, 1993 – Déclaration sur l’élimination de la violence à l’égard des femmes. Résolution
48/104 de l’Assemblée Générale de l’ONU, 6 pp.; New York.
[1] Socio-demógrafo, profesor asociado al Departamento de Ciencias sociales de la
Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y coordinador del grupo de
investigación Edades de la Vida y Educación (EVE-CISEPA/IFEA).
rcavagnoud@pucp.pe