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Identidad fragmentada

La historia marca que esta tierra mesoamericana se concibió como una gama geografía
amplia, por contar con una gran diversidad de territorios dentro de su superficie personificada
en los Olmecas, Mixtecas, Zapotecas, Mayas, Teotihuacanos, Toltecas y Aztecas, “en el
ombligo de la Luna”, término proveniente del idioma Náhuat, donde Metztli significa luna y
xictli que significa ombligo, fue el primer contacto con una posible identidad nacional en su
estado más cristalino, en la cual los dioses eran venerados sirviendo con abundancia. Ante la
llegada de los españoles, proceso de colonización y desprendimiento de las prácticas y
costumbres de esta tierra, “meshico” (vocablo dicho por los aztecas) fue modificado como
“México”, dado que los españoles no contaban la pronunciación de la letra “J”, segundo
contacto de una dable identidad, concedido a través de un sometiendo en la palabra y el
pensamiento. Con el pasar de los años, la Independencia, la Revolución, la Postrevolución y
pequeñas guerras e invasiones generaron grandes cambios en la vida cotidiana, México se
convirtió en un ambiguo pasaje de recuerdos que pelea contra una modernidad severa del
nuevo mundo, la cual “en el ombligo de la luna” se ha eclipsado por su propia gente, que no
ha podido reconocer el nopal que lleva en la frente, resultado de un tercer contacto de
identidad, donde el espejo ya no refleja sino expone lo vacío que estamos como nación.
El espejo está tan roto que son pocos los que están dispuestos a culturalizarse. Es desleal
pensar que las escuelas no cumplen su función de aproximar a un niño a la historia, de
compaginarlo ante los héroes que le dieron patria y libertad, pero lo único palpable en las
aulas es una rutina memorativa de fechas y de nombres a destaje, donde es más importante
el semblante de una bibliografía que los actos del mártir ostentado. Sin mencionar que en un
pueblo como este, un chisme vuela más que la verdad, proporcionando así a varios héroes
falsos estereotipados no por su relevancia, sino por su propia existencia y la huella que han
dejado.
Por momentos el espejo está sucio debido a la desproporción de las clases sociales, es
apenado e inexplicable como tenemos el derecho de señalar y tachar al que viene de afuera,
al hombre y mujer de pueblo que se le trata con inferioridad por las pieles que porta, por la
lengua que no relega y por el trabajo que hace para conseguir el pan de cada día. Bien decía
Zapata que la tierra es de quien la trabaja, ¿nosotros que hemos hecho para merecerla?
pensamos que, por nuestra condición urbanizada, tenemos el mundo a nuestros pies, y lo
único que poseemos es infelicidad y mezquindad. Estamos tan ciegos que no entrevemos
como nuestras ceremonias, rituales y personas (que viven en situación de calle) estén
resguardados en las plazas y esquinas de esta ciudad, como un circo exigiendo ser vistos para
no ser olvidados, y la gente en lugar de admirar o ayudar, ignoran con desprecio e
incertidumbre, como si fueran sacados de un libro de mitos y leyendas negando su existencia.
El mexicano es tan complejo por la realidad en la que vive, camina dentro de un laberinto
con inseguridad; el trabajo inestable con un salario mínimo, vivir a costa de la impuntualidad
y los problemas familiares/personales son los callejones sin salida que millones viven cada
día, aguantando el embate como los rayos del sol atravesando las pupilas.
El único contexto en el que existimos esta fuera del espejo; el futbol, la política, la religión y
las fiestas son las distracciones para una buena mano de poker. Estamos tan subyugados a la
infelicidad que no saboreamos lo que poseemos, seguimos eclipsados por nuestros
inconvenientes y buscamos cualquier medio para seguir extraviados en el laberinto, no por
decisión propia, sino por nuestro sentimiento de inferioridad. Es irónico como en este
sentimiento, el extranjero, dotado de superioridad por su condición de venir de “afuera”,
ajeno a nuestra historia, se pone los colores de nuestro bagaje multicultural, que es rico en
sus; tradiciones, costumbres y lenguaje. Y el mexicano, dueño de todo lo que le rodea, a pesar
de su cercanía no percibe la espiritualidad del ambiente, y la desecha como basura, llenando
un vacío de algún lugar llamado “México” que se debilita ante los demás.
Al final de estas líneas, deseo que este país sea fuerte, que siga luchando por nuestra
procedencia, por lo que nos hace diferentes; la mezcla, la lengua y la gente. Dejemos de
descender para ascender, desistamos de ser los agachones para ser los chingones, de darle un
valor al mexicano, de crearle una estructura filosófica a través de la experiencia, que no está
sujeta al poder ni a los de cuello blanco, sino por el hombre corriente, orgulloso de esta tierra.
Debemos buscar un equilibrio entre lo que somos y lo que nunca podremos ser, sin sacrificar
lo hecho en México y renunciar a quedarnos ciegos por las piedras que nosotros mismos
aventamos, de rebuscar lo malo a todo lo bueno y optar por tener los ojos bien abiertos, de
no condescender que el espejo siga enmugreciendo y darle un brillo como el sol de cada
mañana acariciando las ventanas, porque México es raíz de creer, con furia y pasión de la
verdad que nos alimenta y penetra en nuestro espíritu que a pesar de la derrota, siempre
mantiene el buen semblante.

Inspirado en el cuento de Macario y No oyes ladrar los perros de Juan Rulfo.

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