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El entorno a los cuatro interrogantes que constituyen la brújula de la gestión financiera, a saber: ¿cuál es
el monto de recursos demandados por el funcionamiento normal de las organizaciones y por el
crecimiento exigido para atender el crecimiento de las operaciones?, ¿a cuáles fuentes de financiación
debe acudirse?, ¿cuáles campos de inversión deben respaldarse con base en la problemática del
racionamiento de capitales? y ¿qué hacer para lograr la movilización plena de los fondos invertidos?, su
respuesta coadyuvará a la solidificación financiera de las empresas, lo cual se refleja en los resultados
de liquidez y rentabilidad.
Las metas enunciadas son complementarias y por distintos caminos auspician la conquista de una
imagen empresarial positiva ante los diversos públicos con quienes se intercambian bienes y servicios.
En efecto, una sincronización adecuada de los flujos de efectivo evitará la tenencia de fondos excesivos,
los cuales pueden orientarse hacia alternativas de inversión temporal que reporten beneficios financieros
adicionales. Además, el apropiado planeamiento de las entradas y salidas de efectivo minimizará las
posibilidades de incurrir en saldos negativos o en disponibilidades monetarias inferiores al mínimo fijado,
ya que esto compromete la capacidad de pago, propicia la pérdida de descuentos ofrecidos por los
proveedores, estimula la cancelación de intereses de mora a las entidades prestamistas y afecta
negativamente la estructura de costos y, por ende, los márgenes de Utilidad. En consecuencia, la
posesión de fondos innecesarios afecta la rotación de la inversión, la escasez de fondos influencia los
márgenes de utilidad y, en ambos casos, el rendimiento experimenta deterioro.
Lo anterior explica por qué el planeamiento de la tesorería no sólo incorpora los recaudos y las
obligaciones comerciales, financieras, tributarias y salariales, sino que trasciende hacia metas de
rentabilidad que evalúan constantemente los inversionistas, que analizan con detenimiento las
instituciones creadas para el otorgamiento de créditos y empréstitos.
La administración del efectivo, también llamada gestión de tesorería, contempla la necesidad de fijar
unos saldos mínimos de fondos monetarios como mecanismo de control para tomar decisiones acerca
de la consecución de recursos adicionales, frente a los previstos o a la canalización externa en forma de
inversiones temporales.