Вы находитесь на странице: 1из 3

Viaje al fin de la tierra

George Komadina

Cuando viajes por las montañas piensa en aquellos que te amaron. Piensa en
aquellos nombres que se desvanecen lentamente. Antes de partir, al pié de la
montaña, sentirás que el aire tiembla sutilmente. Una ondulación abre el
camino. Alguien nos precede. Seguimos sus huellas. Todos somos
peregrinos. Y somos peregrinos cuando ardemos.

En una pequeña librería de Lavapiés, encontrada por azar con mi hijo


Santiago, compré Tipos del Agua. El camino de Santiago, de Anne Carson
(Vaso Roto, 2018), un diario-ensayo-poema de su peregrinación a Santiago
de Compostela, desde Saint-Jean-Pied-de-Port hasta el cabo de Finisterre –la
ruta francesa- realizada en la década de los noventa del siglo pasado. En la
solapa del libro, el editor insertó una hermosa y mínima biografía de la
autora, escrita por ella misma: “Nació en Canadá. La enseñanza del griego
antiguo es su sustento de vida”. No hacen falta otros datos.

El libro está compuesto por cuarenta pequeños capítulos, de una o dos


páginas, que marcan el lento paso por las montañas escarpadas y las
calurosas llanuras de Galicia, en cada uno de ellos se señalan los lugares
míticos (y las fechas) donde arriba o pernocta la peregrina: Trabadelo,
Nájera, Roncesvalles, Puente La Reina, Burgos, Pamplona, Compostela;
estos datos crean un “efecto de lo real”, una referencia tangible, cuyo
contrapunto es la descripción meditada y minimalista del paisaje, influida
por la estética del haiku y el teatro Nô, y la indagación metafísica sobre la
vida, el conocimiento de las cosas, la naturaleza, la amistad y el amor.
Cuando se acerca a Compostela, la voz de Carson se vuelve más enigmática
y metafísica, lo “real” ocupa los márgenes del texto o simplemente
desaparece.

Cada capítulo lleva un epígrafe de los grandes maestros del haiku: Tanizaki,
Basho y otros poetas-peregrinos; un par de capítulos se abren con líneas de
Antonio Machado. Y cada uno de ellos termina con una pregunta o un
aforismo sobre la impenetrable e intensa figura de los peregrinos; puestos en
conjunto, los aforismos e interrogantes forman de hecho un poema
filosófico:

“¿Cuándo es un peregrino como una letra de alfabeto? Cuando grita.


¿Cuándo es un peregrino un tamiz? Cuando adivina.
Los peregrinos eran personas que amaban un buen enigma.
Los peregrinos eran personas que resolvían las cosas mientras caminaban.
Los peregrinos eran personas en el exilio científico.
Los peregrinos eran personas que encontraban el verbo correcto.
Los peregrinos eran personas a quienes les sucedían cosas que solo suceden
una vez
¿En qué se parece un peregrino a un herrero? Él dobla el hierro. El amor lo
doblega a él.
¿Cuándo es un peregrino como el medio de la noche? Cuando arde.
¿En que se parece un peregrino a aun epígrama? Pregúntamelo mañana”.

A Carson le fascinan los enigmas: “¿Cuándo es un peregrino como una


fotografía? Cuando las mezcla de ácidos y sentimientos es perfecta”. El libro
tiene varias alusiones a la fotografía de paisajes y caminantes, pero me queda
una duda: ¿Carson tomó fotografías de los paisajes que estaban en los
bordes del camino y en las cimas de las montañas o, para descifrarlos con
mayor precisión, compuso fotografías imaginarias, en blanco y negro,
empleando como materiales sus propios textos? Lo que sí sabemos con
precisión es que hay cosas que siempre quedan fuera de las fotografías,
imágenes que no pueden ser capturadas, recuerdos de eventos pasados,
cosas misteriosas y perturbadoras: “El amor es el misterio dentro de este
caminar. Corre delante de nosotros en el camino, como un perro fuera de la
fotografía”.

No es fácil leer a Anne Carson, entrar y salir de su libro me ha llevado varios


meses. Su reflexión plantea complicados puzzles filosóficos. O cómo escribe
Carson: “Un peregrino es como un drama lírico del Nô. Cada uno tiene la
misma estructura, un signo de interrogación”. El paisaje es un sentimiento
complejo, una emoción escondida y un enigma que condensa la
interrogación filosófica y estética sobre el pasado y las irreparables heridas
del amor. El peregrino avanza como el ángel de Walter Benjamín, camina
mirando hacia atrás, pero también atisba sin piedad dentro de sí como quien
intuye que ninguna afirmación sobre el mundo será convalidada mientras no
se conozca el sentido de la experiencia interior y esa experiencia tiene la
forma del agua, la tierra, el aire y el fuego. Los elementos son emociones y
solo es posible descifrar el paisaje si comprendemos las formas del alma. Y
viceversa.

Carson nos lleva hasta al fin de la tierra, pasando por Santiago de


Compostela, porque el peregrinaje siempre debe terminar, es una marcha
apremiante y su forma suprema no es la lluvia, el arroyo o el rio, tipos de
agua celebradas como bálsamos, sino la vastedad del mar; su contemplación
y su contacto son sagrados porque nos liberan del imperativo de
comprender. Cuando empiezas el viaje sientes apremio por comprenderlo
todo. Cuando termina el camino renuncias a comprender. El mundo carece
de sentido: si aceptas el caos que te habita habrás llegado al final del viaje.

George Komadina Rimassa

Вам также может понравиться