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El concubinato no es más que una unión de hecho entre un hombre y una mujer,
mediante la cual estos conviven sin estar casados legalmente, lo que implica
que no existe un vínculo matrimonial formalmente establecido.
“La barraganía fue tolerada por la Iglesia y reconocida como lícita por el Estado
español, que la acogió en el Código de las Siete Partidas. En ese sentido,
coexistió legalmente en la España castellana de los siglos XIII y XVI, junto al
“matrimonio de bendición”, hasta principios del silo XVI, en que fue oficialmente
prohibida por el Quito Concilio de Letrán. Debemos destacar, por tales motivos,
que el concubinato constituía un hábito profundamente arraigado en el espíritu
del conquistador, por lo que no tardó en convertirse en “la forma usual de unión
entre el peninsular y la indígena, dada la promiscuidad inherente al régimen
poligámico que prevalecía en la vida familiar de los tainos”.
“En la segunda década del siglo XV, al encontrarse los taínos en vías de
extinción, fueron remplazados con esclavos africanos, iniciándose la segunda y
más importante fase en la implantación del concubinato en la isla, pues “la
misma avidez sexual que condujo al español a unirse con las indias hizo que
éste no tuviese reparo alguno en mezclar su sangre con la de la mujer negra”.
Idéntica situación se produjo, “todavía en mayor medida, entre los propios
negros y mulatos, ya fueran esclavos o libre”.