Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Una de las cuestiones más vivazmente debatidas por los arqueólogos hoy en día es como la variación
estilística en la cultura material nos informa sobre – y puede de hecho mediar activamente – en la forma,
límites e interrelaciones de los grupos étnicos. Unos pocos años atrás introduje en la literatura sobre el
estilo y etnicidad el neologismo isocrestismo (Sackett 1982), que para mejor o peor parece estar ganando
cierta aceptación. Y, juzgando por la frecuencia con la que lo he escuchado ser usado en los últimos meses
por participantes en cuatro simposios diferentes sobre el estilo1, es justo asumir que puede incluso
empezar a disfrutar de cierto uso en la literatura en el futuro cercano. Desafortunadamente, sin embargo,
la creciente popularidad del término parece estar acompañada de una creciente ambigüedad respecto a
su significado, que aparenta estar apartándose considerablemente de lo que originalmente pretendía que
fuera.
Lo que ha pasado es esto. Al momento en que la palabra “isocrestismo” fue introducida el modelo
de estilo al que se aplicaba ya había estado existiendo por alrededor de casi una década (Sackett 1973,
1977). Su foco original era el problema de la variabilidad del conjunto, esto es, la interrogante sobre como
la etnicidad y la actividad estaban formalmente expresadas en el registro arqueológico. En consecuencia
el modelo estaba involucrado en una manera bastante directa con la interrogante empírica de dsitinguir
entre variación formal y estilística en la cultura material. Esto para mi permanece como su principal
preocupación. Sin embargo, para el momento de su relativamente tardío bautismo, el modelo se había
enredado en el debate surgido entre los arqueólogos respecto a la teoría estilística en general (p.e. Sackett
1982, 1985a, 1985b, 1985c). Este cambio de curso comprendió la ampliación de la arena de preocupación
más allá de la cuestión de lo que constituye la variación estilística a aquel bastante diferente del trasfondo
del conductual del estilo. Ahora, sucede que he expresado fuertes opiniones sobre el último de estos
temas que podrían o no ser correctas pero que en cualquier caso son tan sólo tangenciales al significado
nuclear del isocrestismo mismo.
Aún así, en la mente de muchos investigadores, estas visiones – junto con ciertas malas
concepciones respecto a ellas – se han asociado con el término en una manera que oscurece su
1
Este simposios comprendieron “The Uses of Style in Archaeology”, 25-27 Enero 1985, Univresidad de
Minnesotta, Minneapolis; dos sesiones respectivamente denominadas: “Cross-media: Technological and Social
Approaches Toward a General Theory of Artifact Style” y “Stylistic Patterning in Regional Systems of Interaction” 3
Mayo 1985, Society for American Archaeology, Denver; y “Ethnicity and Culture” 8-10 Noviembre 1985, Universidad
de Calgary.
2
significado. Lo que sigue por lo tanto está diseñado para aclarar la ambigüedad rodeando la relación entre
isocrestismo y mi propia posición junto a lo que para mi es una cierta confusión que esta ambigüedad
refleja respecto a ciertas cuestiones fundamentales respecto al estilo y la etnicidad.
simbolismo étnico porque es producida en contextos étnicamente vinculados. Simplemente por hacer las
cosas “como deben ser hechas” de acuerdo a los patrones y estándares aceptados por el grupo de
artesanos automáticamente deja un sello étnico sobre sus productos, justo tan distintivo como aquellos
vistos en todos los otros dominios de su vida socvial y cultural (cuyos contenidos son igualmente el
producto de lo que podría ser considerado elecciones isocrésticas). En resumen, en la perspectiva del
estilo pasivo, la cultura material pued emuy bien estra llena de mensajes étnicos esperando ser leídos –
pero estas no necesitan ser enviadas intencionalmente por aquellos que la manufacturaron.
respuestas a las interrogantes arqueológicas y etnográficas. Me apuro en agregar que, con uan excepción
importante (ver abajo), la respuesta de Wiessner (1985) a mi critica sugiere que nuestras diferencias
pueden de hecho yacer tanto en el idioma como en la maquinaria básica de nuestros respectivos
enfoques. Por otra partes, la divergencia entre Binford y yo mismo es ciertamente grande, y considero su
tesis de uan relación causal entre el estilo activo y el surgimiento de grupos sociales autoconscientes en
tiempos del Paleolítico Superior como violentando en igual medida el razonamento científico y la
verdadera evidencia arqueológica. Como está reflejado en un intercambio actual, nuestras diferencias de
opinión sobre tales cuestiones no se han reducido (Binford 1986; Sackett 1986).
Importantes consideraciones metodológicas también apoyan el caso del vínculo entre variación
funcional y el artesano pasivo. Estas surgen del hecho que, cuando se trata de operacionalizar su visión,
los iconólogos disfrutan de invertir la lógica de su posición como se presentó anteriormente y argumentar
que porque el estilo es activo por lo tanto debe ser adjunto. Esto tiene dos profundas consecuencias
metodológicas. Primero, al postular que la variación estilística y funcional son mutuamente excluyentes,
adopta la suposición altamente equivocada que el estilo puede de alguna forma ser aislado como un
residuo, o precipitado, una vez que la función ha sido explicada (p.e. Binford y Binfird 1966: 240; Wilmsen
1974; Stiles 1979: 3-4). Esto por supuesto es uan noción altamente atractiva porque, si fuera cierta,
simplificaría vastamente la labor del investigador. Pero es cierto sólo si uno está dispuesto a restringir el
estilo solamente a la forma adjunta. Segundo, el argumento invertido adopta la suposición igualmente
errada en en clases de cultura material (como las herramientas de piedra) que acrecen de decoración, la
búsqueda del estilo debe estar restringida a áreas de variación formal que por lo menos comprenden
considerables cambios transformacionales durante la manufactura, ya que la elaboración involucrada
supuestamente ofrece al artesano una oportunidad de investir intencionalmente señales étnicas no
diferentes a las ofrecidas por la forma adjunta, esto es, la decoración (p.e. Wilmsen 1974; Rick 1980: 102).
En mi visión la analogía entre elaboración funcional y decoración es una falsa; y, en cualquier caso, la
elaboración por naturaleza no está más inherentemente investida de estilo en la cultura material de lo
que está, por así decirlo, la música. Los detalles de mis argumentos sobre estos dos puntos están
disponibles en otro lugar y no necesitan ser repetidos aquí (ver especiamente sackett 1982: 99-104,
1985ª). Es suficiente decir que no estoy consciente de ningún intento de operacionalizar una o ambas de
estas suposiciones que no nos haya llevado ni a excluir las fuentes importantes de variación estilística en
los datos concernientes o seriamente malinterpretando la naturaleza dele stilo supuestamente revelado.
III:Discusión
Es de esperar que la reseña anterior haya ayudado a aclarar algunas de las cuestiones clave en
debate por los estudiantes del estilo en arqueología y mi propia posición respecto a ellos. Sin embargo,
aunque he tenido cuidado de trazar el esbozo de mi argumento, sus verdaderos méritos no son la cuestión
aquí. En cambio, es propósito de este ensayo señalar que, ya que el debate entre las dos escuelas se ha
desarrollado, la distinción entre isocrestismo tal como lo definí originalmente y mi propia posición general
se ha difuminado a tal extensión que el término ha venido a ser percibido como abrazando mi
argumentación en su totalidad. El isocrestismo, en resumen, se ha confundido con (esperando un mejor
término) sackettismo, real y percibido.
Así ha venido a referirse no simplemente a un modelo de donde reside el estilo, pero al menos
igualmente si no es más a la visión que el estilo con más frecuencia comprende la variación étnicamente
significativa investida inconscientemente en objetos funcionales banales por artesanos pasivos.
Admisiblemente, tengo parte de la responsabilidad por este malentendido, porque algunos pasajes que
he escrito parecen exhibir un esfuerzo de hacer un argumento coherente yuxtaponiendo las dos
cuestiones tan estrechamente como para dar la impresión que necesariamente están vinculados de forma
casi orgánica. Y ciertamente no ha ayudado a la claridad por mi parte asociar el estilo con frases como “la
7
igualmente viables que conllevan la misma noción, incluyendo, entre otras, “isotélico” (literalmente
“teniendo el mismo propósito u objetivo”) o “isoergativo” (“trabajando de la misma manera o forma”)
(ver Sackett 1982: 73). En cualquier caso, se necesita un término, y uno que no sea confundido con mis
propios argumentos respecto al estilo. Porque creo que la noción que yace detrás del isocrestismo tiene
un interés y valor que existe bastante independientemente de cualquier avenida particular de
argumentación que pueda haber impulsado a mi propio pensamiento a tomar en el pasado o que pueda
estimular a explorar en el futuro.
Referencias Citadas
BINFORD, Lewis W.
1965 “Archaeological Systematics and the Study of Cultural Process”. American Antiquity 31:
203-210.
1972 “Contemporary Model Building: Paradigms and the Current State of Paleolithic Research”.
En: Models in archaeology, editado por D. L. Clarke, pág. 109-166. Metheun, London.
1986 “An Alyawara Day: Making Men’s Knives and Beyond”. American Antiquity 51, en prensa.
BINFORD, Lewis R. y Sally BINFORD
1966 “A Preliminary Analysis of Functional Variability in the Mousterian of Levallois Facies”.
American Anthropologist 68: 239-259.
CONKEY, Margaret W.
1978 “Style and Information in Cultural Evolution: Toward a Predictive Model for the
Paleolithic”. En: Social Archaeology, editado por Charles L. Redman, mary Jane Berman,
Edward V. Curtin, William T. langhorne Jr, Nina Versaggi y Jeffrey C. Wanser, pág. 61-85.
Academic Press, London.
LARICK, Roy
1985 “Spears, style and tiem among Maa-speaking pastoralists”. Journal of Antropological
Archaeology 4: 206-220.
RICK, John
1980 Prehistoric Hunters of the High Andes. Academic Press, New York.
SACKETT, James R.
1973 “Style, function and Artifact Variability in Paleolithic Assemblages”. En: the Explanation
of Culture Change, editado por Renfrew, pág. 317-325. Duckworth, London.
1977 “The Meaning of Style in Archaeology: A General Model”. American Antiquity 42: 369-
380.
1982 “Approaches to Style in Lithic Archaeology”. Journal of Anthropological Archaeology 1:
59-112.
1985a Style and the Tyranny of Decoration. Artículo presentado a la conferencia “The Use of
Style in Archaeology”, Universidad de Minnesota, Minneapolis.
1985b “Style and Ethnicity in the Kalahari: A Rreply to Wiessner”. American Antiquity 50: 154-
159.
1985c “Style, Etnicity and Stone Tools”. En: Status, Structure, and Stratification: Current
Archaeological Reconstructions. Proceedings of the Sixteenth Annual Chacmool
Conference, The University of Calgary, editado por Marc Thmpson, maría teresa García y
Francois J. Kense, pág. 277-282.
1986 “Style, Function, and Assemblage Variability: A Reply to Binford”. American Antiquity 51,
en prensa.
STILES, Daniel
9
1979 “Paleolithic Culture and Culture Change: Experiment in Theory and Method”. Current
Antrohpology 20:1-21.
WIESSNER, Polly
1983 “Style and Social Information in Kalahari San projectile Points”. Amercian Antoquity 48:
253-276.
1984 “Reconsidering the Behavioral Basis for Style: A Case Study Among the Kalahari San”.
Journal of Antropological Archaeology 3: 190-234.
1985 “Style or Isochrestic Variation? A Reply to Sackett”. American Antoquity 50: 160-166.
WILMSEN, Edwin N.
1974 Lindenmeier: A Pleistocene Hunting Society. Harper & Row, New York.
WILMSEN, Edwin N. y Frank H. H. ROBERTS Jr.
1974 “Lindenmeier, 1934-1974. Concluding Report on Investigations”. En: Smithsonian
Contributios to Anthropology 24. Smithsonian Institution Press, Washington D- C.
WOBST, H. Martin
1977 “Stylistic Behavior and Information Exchange”. En Papers for the Director: Research
Essays in Honor of james B. Griffin, editado por Charles Cleland (Anthropology papers 61:
317-342). Museum of Antropology, University of michigan, Ann Arbor.