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¿Quién perdió a la juventud perdida?

por Beatriz Sarlo


bsarlo@viva.clarin.com.ar

Desde San Andrés de Giles, una maestra envió el siguiente mensaje: "Quería contarle
que me encantaría que escriba algo para aquellos que piensan que la juventud está
perdida. Mis alumnos de noveno año están realizando un trabajo espectacular debido a
que nuestro pueblo festeja su bicentenario. Eligieron personajes destacados por algún
motivo en Giles, y les están haciendo entrevistas para luego publicarlas en el periódico
local. Desde el plomero más conocido, la maestra jardinera más recordada, el cura
párroco, el pediatra, el peluquero de sus abuelos, etc. Además, les comenté que, con
mucho esfuerzo, estas vacaciones de invierno lograré viajar para conocer Salta, la linda.

Desde ese día están juntando, tanto los chicos de la ESB número 1 y del Colegio
Nuestra Señora de Luján, lápices de colores, cartucheras, sacapuntas y hermosos
mensajes escritos, para que se los lleve a los chicos de Salta. Esto me emociona, me
conmueve, sobre todo porque después dicen que nuestra juventud está perdida."

La frase "la juventud está perdida " es reaccionaria y la pronuncian quienes se niegan a
aceptar cambios culturales, sienten miedo ante cualquier diferencia y consideran que su
propia juventud es un modelo universal y eterno que las sucesivas generaciones deben
aceptar como definitivo. El temor a la innovación acompaña, como una sombra, la
rigidez del envejecimiento.

Sin embargo, la frase "la juventud está perdida" puede tener otro significado bastante
más amenazador porque es más real que los temores de quienes no pueden concebir que
el presente sea diferente del pasado. Allí están decenas de miles de chicos para quienes
la preparación para la vida ha consistido en abandono, hambre, golpes, prostitución,
mendicidad, delito, droga, explotación, enfermedad, ignorancia, humillación y
sospecha.

Al lado del mensaje de la maestra pongo los recortes de los diarios, donde se dice que
hay 20.000 menores encerrados en institutos, una mezcla enloquecida, cruel e
irresponsable de chicos abandonados y chicos en situación judicial penal. Si alguien
piensa que la mayoría de esos 20.000 chicos corre el riesgo de convertirse en "jóvenes
perdidos " estará cerca de hacer un vaticinio seguro. Por supuesto, 20.000 chicos no
representan sino una parte menor de toda la juventud y la infancia argentina; en
consecuencia, los futuros "jóvenes perdidos" serán sólo un porcentaje del total de niños
y adolescentes, al que habría que agregar muchos miles que no están en cárceles o asilos
pero que correrán más o menos el mismo destino.

Han pasado años en esa situación y, salvo que posean excepcionales reservas de
tenacidad, astucia e inteligencia, están perdidos, como muchos de sus hermanos que ya
no son niños ni adolescentes sino jóvenes desocupados o delincuentes o presos, es decir
gente para la cual un tercio de su vida ya ha transcurrido de la peor manera y, por eso
mismo, lo más probable es que el resto siga más o menos igual. A esos miles se les
puede llamar sin exageración "una juventud perdida". Antes ya habían perdido la niñez
y la adolescencia, o sea que en lo que llevan vivido sólo perdieron.

Nadie puede pretender que, de la noche a la mañana, porque sí, se transformen en


ciudadanos y trabajadores modelo. Lo que tienen ante sus ojos es cualquiera de los
caminos contrarios a este ideal difícil incluso para quienes no perdieron. Y sólo un acto
de hipocresía puede convencernos de que ésos, que fueron chicos pobres en los años
noventa, una tarde mientras esperaban la hipotética cena se pusieron a discutir qué
querían ser cuando "fueran grandes". O algunos lo discutieron, como ese chico que,
cuando cumplió 18 años, salió a robar, con el proyecto de que lo encerraran en la misma
cárcel donde estaba preso su padre.

La maestra que escribió la carta citada al principio forma parte de los que creen que algo
puede hacerse todavía. Y tiene razón: hacia el futuro algo puede hacerse con los que
están en las escuelas y no han visto pasar años de su vida en internados o en el
abandono de las calles, los que todavía no se volaron la cabeza con paco y, por
supuesto, los que todavía no recibieron un tiro. Pero con los otros, con las decenas de
miles, probablemente todo llegue tarde.

Sería ingenuo preguntarse por qué para ellos es tarde: sólo el voluntarismo extremo
convierte a un chico que pasó a los diez años de la calle a un instituto de menores en un
futuro asalariado de un mercado de trabajo que, por lo demás, puede elegir entre
candidatos más aptos y seguros. Como los viejos que viven sus últimos diez años en la
miseria, están perdidos y no tienen recuperación salvo que crean en el paraíso. Por eso,
los escolares de San Andrés de Giles que están juntando cosas para los chicos salteños
relativamente han tenido suerte. Lo que su maestra nos cuenta es que pudieron navegar
la tempestad en la que otros, decenas de miles, quedaron como náufragos.

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