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Culturas politicas: teoria e historia ite apes Vicor 4, Tabueta ISBN: 97864 991.0559, Die 2.195/2010 © eta prose eds ttcin oeranda el Cates, ge, 210 indice 7 Introduccién Manus, Péwer Lepesna y MARIA St ESTUDIOS GENERALES 19 La investigacién histérica y el concepto de cultura politica Mi me ANGEL CABRERA 87 Cultura y poli Manta Luz MoRaN uevas tendencias en los andlisis sociopoliticos 153 El tiempo de fa cultura politica en América Latina: tuna revision historiogratica Manos ELENA CASAOS ARZO Y PATRICIA Antovo CALDER? 203 IL. USOS HISTORIOGRAFICOS DEL CONCEPTO 205 Afrancesados: sobre la nacionalidad de las cultura politicas san Pao Roz La cultura politica en el estudio del liberalismo y sus conceptos de representacién Mania 263 El republicanismo como cultura politica. La bisqueda de una identidad Manust SuARE2 ConriNa 343 Las culturas politicas del nacionalismo espafio! ISATL saa, 331 Cultura nacional y patriotismo espafiol: historiografia en la Espafia contemporénea Tonacto Pend Marais Introduccién MANusL PEREZ LEDESMA y Maria Steers {Qué es la cultura politica? O mejor, teniendo en cuenta la insistencia de muchos historiadores en su consustancial pluralidad, ,qué son las culturas politicas? La pregunta puede resultar a primera vista innece- saria. uu sGlu se ba extendide nutabl sate el usy de esta nocién, sino que parece evidente que quienes la emplean entienden a qué se estan refiriendo, al menos de forma intuitiva. A pesar de lo cual, la cuestién resulta relevante, por lo menos a nuestro juicio. Precisar qué significan tales términos puede ayudarnos a salir de una situacién que en los til- timos afios ha sido descrita como falta de la debida clarificacién; inclu 50 como contradictoria, en la medida en que la carencia de reflexiones tedricas y andl de dicha categoria. detallados ha ido acompaiiada por un uso creciente Hay abundantes testimonios de este doble juicio. En un andlisis de la historiografia aparecido hace una media docena de afios, Francisco Javier Capistegut sefiald que cada vez se hablaba mas de cultura politi- ca «sin wna precision teérica ni conceptual adecuada». No era, en todo caso, un rasgo exchusivo de la historiografia espafiola; también habia ocurrido en los afios ochenta en el mundo anglosajén, como se recorda- ba en dicho texto, Pero el reconocimiento no servia de consuelo, ni evi taba el malestar ante el hecha de que veinte afios después en Fspaiia atin se viva «una situacién de orfandad teérica bastante acusadap', 1 ranelsco Javier CAPISTRGUI, «La legada del concepto de cultura polttica aa his- torlogra los Forcadelly otros eds}, Usos de fa historia y pot ticas de la memoria, Zaragoza, PUZ, 2004, pp. 181 y 184. Quizé la critica era excesiva. En tado caso, desde entonces no han parado las quejas ante el uso indiscriminado e impreciso del concepto. Fs verdad que la cultura politica ha llegado a ocupar «un espacio cen- tral en la investigacién histérica reciemten, sefialé hace muy poco tiem- po Javier de Diego; pero la reflexién tedrica y metodolégica que acom- pafia a esa difusion «resulta a nuestro parecer insuficienter, En el mismo libro colectivo del que procede la cita anterior, dedicado preci- samente a la Historia cultural de la politica contempordnea y que por ello no puede ser visto como contrario al enfogue en que se inserta dicha noci6n, Javier Fernindez Sebastién la ha considerado, de nuevo con un evidente tono critico, un «concepto ‘atrapalotada’? De todas formas, la critica mis dura y el diagnéstico més incisivo que conocemos procede de uno de los autores que participan en el pre~ sente volumen, Ismael Saz. ‘Tras seftalar, en un nuevo balance de la his- toria de las culturas politicas en Espa, que el concepto de cultura po- litica plantea por si mismo problemas de dificil solucién y debe ser analizado con sumo cuidado, Saz. se queja de la «alta de comunicacién y debate» entre los defensores de sus distintas caracterizaciones. Su malestar tiene que ver, sobre todo, con «el hecho de que muchos histo- Fiadores, socidlogos y politélogos no sienten la necesidad siquiera, a la hora de acometer el estudio de una determinada cultura politica, de precisar el marco conceptual en que se mueven». No es, por ello, infre- cuente que algunos andlisis de las ideologias o los partidos politicos que siguen las pautas més tradicionales se disfracen con esa denominacién, or considerarla mas moderna. De ahi la prevision pesimista con la que concluye este diagnéstico: de seguir asi las cosas, se corre el riesgo de que la historia de las culturas politicas termine convertida en «una mis entre tantas modas historiogréficas», tan efimera y con tan escasos re- sullados como otras que la han precedido’. 2 Javier de Diego ROMERO, «Lenguaje y culeara politica: algunas consideractones sobre teoria y métodow; y Javier FERNANDEZ SEBASTIAN, «Conceptos y meta {oras en la politica moderna. Algunas propuestas para una iucva 1 politica contempordinea, Madzid, CEPC, 2010, pp. 31 y 29 [nota 28). Ismael SAZ, «La historia de la culturas politicas ea Espata(y el extrafo caso de! “nacionalismo espaiil», en Benoit Pelistrandi y JeatFrangois § This. tore culeuelle en France et en Espagne, Madrid, Casa de Velézquez, 2008, pp. 220. 2a y 230, En este clima, parece justificada la publicacion del libro que el lee- tor tiene ahora en sus manos. Fruto de un encuentro entre historiado- res de diversas Universidades espaiiolas que comparten, a pesar de sus diferencias, cl affin de clarificacién y el interés por el debate, desde el primer momento se plantes como un esfuerzo por cubrir el vacio que reflejan las citas recogidas hasta ahora. Asi se hizo visible en el propio programa de la reunidn. Conscientes, se decfa en él, de que «los térmi- nos cultura y politica aparecen aparejados cada vez con mayor frecuen- cia y no menos confusién en la prictica historiografica espafiola», y de que «una vertiente especialmente incémoda de tan prolifica relacién [es] la que plantean los estudios sobre cultura politica, el prineipal ob |jetivo de las sesiones de trabajo seria, por lo tanto, «realizar un analisis critico de un concepto y un instrumental metodol6gico al que se recu- rre abundante e, incluso, abusivamente en los iltimos aiios por parte de lus contemporanetstas espaftoles, y en torno a los cuales parece urgen- te proponer un esfuerzo de precisién y clarificacion». Para lograrlo, se abordaron dos temas principales. Por un lado, la dimensién historiogréfica de la noclén de cultura politica; por otto, y como complemento, la reflexién sobre las implicaciones teéricas y me~ todologicas de su concreta aplicacién a distintas familias y corrientes politicas de los siglos XIX y XX. El punto de partida para el primero de estos asuntos fue una amplia ponencia de Miguel Angel Cabrera sobre los significados atribuidas al concepto, desde los anilisis iniciales de politélogos como Gabriel Almond y Sidney Verba hasta las caracteriza~ ciones mis recientes de los historiadores americanos (en especial, Keith Michael Baker) o franceses, entre ellos Serge Berstein o Jean-Francois Sirinelli, Como el lector podré descubrir por si mismo, el trabajo de Ca- brera no se limita al establecimiento de una cartografia, algo que por si solo ya habtia cepultadly muy positivo con vistas a la pretendida clarifi~ cacién conceptual. Ademds, el autor ha puesto de relieve las concep- ciones sobre el hombre y la sociedad que subyacen a unas y otras in- terpretaciones: desde el «individualismo condicionado» sobre el que se sustenta la primera explicacién de los politélogos, pasando por la im- portancia decisiva de las creencias y actitudes culturales que esta en la base de los andlisis de los historiadores politicos franceses, o por la in= satisfaccidn ante las interpretaciones marxistas y la defensa de la inter- accién entre los ingredientes culturales y la estructura social a que se refieren los nuevos historiadores culturales, hasta legar a una explica~ cién en la que la cultura politica entendida como discurso compartido, 30 y las subculturas vistas como varlantes de ese discurso, se vinculan a una visin de los seres humanos como sujetos cuyos intereses e identi- dades se constituyen dentro del discurso, y no antes o al margen de él Gracias a la colaboracién de Maria Luz Morin, cuyos trabajos an- teriores sobre la cultura politica desde el punto de vista tedrico, o en su aplicacién al caso espaiiol, han iluminado a muchos historiadores, y cuya participacién en el encuentro sirvié para reforzar el planteamien- to interdisciplinar det mismo, fue posible completar esa primera pano- rramica historiogratica con un detallado anilisis de los estudio r tes en sociologia y ciencia politica, Dificilmente se puede pensar en un punto de partida mas sorprendente que el ofrecido por la autora al co- menzar su intervencién, y que ha quedado recogido en su texto: el con- cepto de cultura politica, tan utilizado durante los iltimos aiios por los historiadores, casi ha desaparecido en las otras disciplinas, al menos desde finales de los ochenta. Bien es verdad que esa desaparicién no es, como Morin explicé de inmediato, fruto del desinterés por el estudio de los modos en que la cultura o las culturas intervienen en el mundo de la politica. Antes al contrario, tras el declive de los paradigmas he geménicos en el anilisis sociopolitico, seguido por la influencia del ‘giro cultural» en las ciencias sociales desde los mismos afios ochenta, el interés se ha mantenido, ¢ incluso ha aumentado. Lo que ha cambia- do ha sido la denominacién del objeto de estudio, como consecuencia de la sustitucién de la cultura politica por otras categorias «menos pre: fiadas tedrica € ideolégicamenten. De ahi que la busqueda de las nove~ dades tenga que diigirse hacia otros términos: entre ellos, los de re- presentaciones colectivas, universes simbélicos 0 vocabularios de la politica, El panorama de esas novedades abarca desile los mas tradicio- nales estudios sobre la resistencia a la dominacién, pasando por los and- Iisis de las culturas como representaciones compartidas, 0 como perfor- mances es decir, como practicas y no sélo como lenguajes-, hasta los trabajos sobre los espacios de interaccién cotidiana de la ciudadania Un conjunto, en suma, muy variado de temas que producen una sensa- cagridulee», en opinion de la auwora, en la medida en que vombi- nan la fertilidad de Ios planteamientos con la incertidumbre propia de los territorios fronterizos entre las distintas ciencias sociales Para completar esta primera parte del libto, el texto de Marta Ca- satis y Patricia Arroyo ofrece un amplio panorama de la evolucién de la historiografia en América Latina durante las uiltimas décadas, tomando Intraduceiba n como ee central In renovaeion de la diseiplina que impulsé Trangois-Xa- vier Guerra a partir de los aflos noventa. Hasta entonces, la historia po- tradicional habia girado en torno a dos lineas contrapuestas: las na- rrativas liberales dedicadas a la exaltacién triunfalista de los grandes préceres en los momentos fundacionales de las repiiblicas, por un lado; y, en contraste con ellas, las interpretaciones centradas en el fracaso del Liberalismo, bien por la exclusién de amplias capas de la poblacién, 0 bien por la perversién de los principios basicos de esa doctrina. Al mis- ‘mo tiempo, la tradicién del «ensayo latinoamericano» se habia interesa- do por Ja cultura y sus relaciones con la politica, pero no por la culéura politica, y habia sentado las bases para una historia de las ideas que, al menos a'los ojos de sus criticos, pecaba de individualismo y elitismo. Frente a ese panorama, la renovacién historiogréfica de los afios noven- ta, a partir de los estudios sobre las independencias y la consolidacién de las nuevas repiblicas, se aparté tanto del triunfalismo como de las va~ loraciones. peyorativas para defender una interpretacién libre de las cexaltaciones o los ataques de sus predecesores. En esa nueva éptica se inserta la atencién a temas como la soberania, los procesos de extension de la ciudadania y sus diferencias sustanciales con el recorride europeo, © el desarrollo de los espacios de sociabilidad y el surgimiento de una opinién publica de caracteristicas modernas. Dos cuestiones de especial relevancia a la hora de definir las culturas politicas, y que han sido ob- Jeto de importantes revisiones en las wltimas décadas, se refieren al des- artollo de las concepciones sobre la raza y los estereotipos sobre secto- res marginados de la poblacién (mujeres, indigenas 0 afrodescendientes), por un lado, y al papel de la violencia politica como ingrediente funda- ‘mental en los procesos de construccién de la ciudadania, por otro. No es de extraiiar, teniendo en cuenta el gran niimero de referencias biblio- grificas que sustentan este revorride, que las autoras concluyan su es- tudio con una tajante, incluso polémica, afirmacién: en el terreno de la cultura politica, la renovada historiografia latinoamericanista «ha toca~ do practicamente todos los palos». Una segunda parte del encuentro, y un segundo bloque de los tra bajos recogidos en el libro, estuvo dedicada, como antes sefialamos, a los usos historiograficos de la cultura politica para el examen de varias co- rrientes politicas de la Espafia contemporénea. Los ejemplos fueron se~ Ieccionados con el fin de cubrir el mas amplio espectro dentro de las po- sibilidades de los grupos de investigacién participantes en la reunion, buscando confrontar los diversos conceptos tedricos de cultura politica con su eficacia en investigaciones empiricas, smmico campo de pruebas en el que se puede afinar el utillaje metodolégico de forma realmente pro- ductiva, A un primer andlisis de los afrancesados, presentado por Juan Pro, le siguieron los estudios de Maria Sierra sobre el concepto de re- presentacién en el liberalismo decimonénico, de Manuel Suatez Cortina sobre las culturas politicas del republicanismo del siglo XIX, de Ismael Saz en torno ala pluralidad de culturas del nacionalismo espaol del si- glo XX, y de Ignacio Peiré sobre el papel de Ia historiografia en el im pulso a la formacién de una cultura nacional espafiola En todos estos casos, la clarificacién conceptual no impidié que los participantes hicieran suya, a veces de forma declarada, una actitud ecléctica. Tanto los autores de los textos como muchos de los partici- antes en los debates, en ocasiones muy vivos, que siguieron a sus ex- posiciones coincidieron en apostar por el mestizaje entre distintos en- foques, procurando en todo caso formular una definicion de la cultura politica que huyera tanto de la inocencia tedrica como de las impreci- siones y confusiones de las que parece rodeada. No es demasiado exa- gerado, por eso, atribuir al conjunto de los asistentes la conviceién de que un buen estudio de las culturas politicas resulta precisamente de conocer las distintas cotrientes y atender selectivamente a las formula- ciones procedentes de ellas, sin rehuir el debate ni la compaginacién en los enfoques. A esa actitud responde la critica inicial de Juan Pro a la trayecto- ria circular, al menos en su opinién, de las sucesivas interpretaciones del concepto, Una trayectoria que ha conducido desde la visién de una cultura nacional unitaria, como la que defendieron los primeros polit6- logos, a las més recientes caracterizaciones de la cultura politica como un discurso compartido. Bl andlisis de la cultura de los afrancesados fue el ejemplo empirico sobre el que el autor sustent6 una visién alternati- va, cuyos ees centrales incluyen la defensa de la pluralidad de las cul- turas politicas y la constatacién de lo difiell que resulta encontrar un denominador comiin entre ellas (2 pesar de algunas semejanzas inicia- les, entre otras la influencia de la cultura francesa tanto en los afrance- sados como en los patriotas). Un tono igualmente polémico se encuentra en la explicacién de ‘Maria Sierra. El uso historiografico de la cultura politica que propone en su texto pasa por considerarla como una cartografia mental, hecha de mapas que incluyen muy diversos ingredientes: valores, prejuicios, ‘emociones, ideas o simbolos; aunque también lenguajes y discursos. cro se trata, como resalta la autora, de discursos y lenguajes en cuyo seno anidan conflictos y tensiones. De ahi que las distintas lecturas det voto y la representacién traduzcan esa diversidad de visiones entre las diferentes corrientes del liberalismo: por ejemplo, entre los moderados yy los progresistas, que pese a compartir la misma visién del voto como una funcién politica, lo interpretaban de acuerdo con dos imaginarios soviales notablemente distintos La diversidad de las culturas politicas aparece incluso dentro de tuna misma familia, Asi al menos To plantean tanto Manuel Suarez Cor- tina como Ismael Saz. Fl estudio del republicanismo del siglo XIX, nos recuerda el primero, se ha visto renovado gracias a los trabajos sobre la cultura republicana; es decir, sobre las actitudes, ereencias y valores de los distintos sectores que defendieron a la Republica frente a la Monar- quia, De esta renovacion ha surgido un intenso debate entre quicnes in- sisten en los componentes comuines a esos grupos y aquellos que consi- deran que en el seno del republicanismo historico existié pluralidad de culturas. Enfrentado a la discusion a partir del analisis de las formulaciones doctrinales de las diversas corrientes, Sudrez Cortina ye que las marcadas diferencias en temas fundamentales (desde la organizacién del Pstado a la cuestién social) obligan a hablar al me- nos de una dualidad de culturas, 0 quiza de subculturas, dentro de la propia familia republicana. Lo mismo se puede decir del nacionalismo, y mas en concreto del nacionalismo antiliberal del siglo XX. De nuevo desde una éptica de- claradamente ecléctica, en la que se combina el andlisis de los discursos compartidos (en la linea de Keith Michael Baker) con el de las visiones del mundo de la historiografia francesa, Ismael Saz describe las dos cul- turas del nacionalismo reaccionario: Ia catélica, procedente de Menén- dez Pelayo y que tuvo su culminacién en Accién Espafola, y la laica, que partiendo de los regeneracionistas y noventayochistas, alcanzé su pleno desarrollo con la Falange. En esté caso, es posible, sefiala el au- tor, reconstruir toda la trayectoria de una y otra corriente, desde el mo- mento en que se convirtieron en culturas politicas en sentido pleno has ta la préctica desaparicién de ambas tras la muerte del dictador. Si los temas abordados hasta aqui tenian como protagonistas a gru- 5 politicas, el capitulo de Ignacio Peiré seiala una linea de mn alternativa, en la que se destaca el papel de los individuos 1a Mant en la creacién y difusion de las culturas politicas. Lo mas Ilamativo en este caso es que no se trata de un idedlogo 0 de un destacado protago- nista de la esfera piiblica sino de un historiador, Rafael Altamira, cuya importancia no procede de los cargos politicos y juridicos que desem- peit6 en su larga vida. Bl examen de sus contacios con la historiografia francesa de finales del siglo XIX no s6lo ha servido al autor para des- cubrir las fuentes de la renovacidn de la disciplina en nuestro pais, sino también para encontrar las raices de un patriotismo cuya més precisa manifestacién, aunque no por supuesto la tinica, fue la obra de Alta ra Psicologia del pueblo espafil Deciamos al comienzo de esta introduccién que el presente libro tuvo su origen en una reunién de varios grupos de investigacién intere- sados en clarificar el concepto de cultura politica con el fin de aplicarlo a los estudios histéricos. En concreto, los siete grupos que participaron en el encuentro proceden de las Universidades de Zaragoza, Cantabria, Valencia, La Laguna, Sevilla y Auténoma de Madrid, pertenecientes en este tiltimo caso a las areas de Historia de América ¢ Historia Contem- pordinea, Todos ellos forman parte de la Red ‘Tematica de Historia Cultu- ral de la Politica (HAR2008-01453-F/HIST), financiada por el Ministerio de Ciencia y Tecnologia, de la que provienen la mayoria de los ponentes ¥ asistentes al workshop «Culturas politicas: de teorla y método», que se celebré en la sede de la Institucién «Fernando el Catdlico» de Zaragoza, los dias 4 y 5 de junio del afio 2009, bajo la direccién de Carlos Forca~ dell y Manuel Pérez Ledesma, y con la participacion como secretaria de Maria Sierral Nuestro agradecimiento debe ir dirigido, en primer lugar, a la Institucién «Fernando el Catélico»: no solo por la hospitalidad con ‘que acogis a los participantes en el encuentro y la generosidad con la que financié los desplazamientos y estancias de los ponentes, sino también por la inmediata aceptacién de la propuesta de publicar los textos que se presentaron a las sesiones, y que el lector tiene ahora en sus manos, La gratitud debe extenderse ademas a los autores de esos trabajos, que en un plazo inusualmente corto revisaron su primera versidn, ¥ no sélo a ellos: queremos igualmente dar las gracias a los co- legas de la Universidad de Zaragoza 0 de ottas Universidades integra- das en la Red que se desplazaron hasta alli para asistir a las sesiones y 15 participar en los debates. Por supuesto, una mencién especial merecen quienes no forman parte de ninguno de esos grupos. y. sin embargo. aceptaron nuestra invitacion y colaboraron al buen resultado del en- cuentro, Tanto Javier de Diego, doctor por la Universidad Auténoma de Madrid, que abrié las sesiones con una intervencién sobre «La cul- tura politica de los republicanos finiseculares» (publicada ahora en el niimero 37, de 2008, de la revista Historia Contempordnea de la Uni- versidad del Pais Vasco), como Jorge Benedicto, de la Universidad Na- cional de Educacién a Distancia, que las cerré con una conferencia ti- tulada «/Sintomas de cambio en la matriz. cultural de la democracia ‘espafiola? Una interpretacién provisional, son acreedores a ese espe- cial reconocimiento, Aunque la maxima gratitud por su generosa co- laboracién al esfuerzo colectivo de esclarecimiento debe ir dirigida a la profesora Maria Luz Moran, de la Universidad Complutense, cuyo texto se recoge en este volumes El lector, en cuyas manos se encuentra ahora cl resultado final det trabajo, seré quien decida por si mismo si los textos que ahora se pu- blican cubren 0 no los objetivos que en su dia nos marcamos. | Estudios generales ne La investigacion historica y el concepto de cultura politica Micurt, ANGEL CABRERA Introduccién Durante los iiltimos afios, el concepto de cultura politica ha adquirido una presencia cada vez mayor en el campo de los estudios histéricos. En ese tiempo, su uso se ha extendido rapidamente entre los historiadores, especialmente entre los especialistas en historia politica, y no ha cesa- do de crecer el mimero de obras en las que aparece el término, bien sea utilizado como concepto analitico o simplemente para designar un tema de estudio, Lo que ha impulsado a los historiadores a recurrir al con: cepto de cultura politica ha sido su insatisfaccién con tespecto a los conceptos y modelos tedricos que se venian utilizando con anterioridad y el cons vestigacién en historia politica. Ya fuera frente a la historia politica tra~ dicional, frente a la historia social o frente a ambas, con el uso del nue~ vo concepto los historiadores han pretendido obtener explicaciones mas satisfactorias de las ideas y la conducta de los actores politicos. jente propésito de renovar tedrica y tematicamente la in- Ahora bien, mas alld de ese impulso comiin de renovacién de la investigacion historica, este concepto tiene sigaificadus diversos, sig- nifica cosas distintas para diferentes grupos de historiadores. En lugar de un tinico concepto de cultura politica, nos encontramos con varios. Ello se debe a que el concepto ha sido definido y utilizado en contex- tos tedricos ¢ historiogeaficos diversos. Para empezar, los problemas de explicagién que los historiadores han pretendido resolver mediante el concepto no son siempre los mismos, sino que dependen de esos con~ textos, Por ejemplo, el problema que se plantea un historiador que pre~ tende renovar la historia politica tradicional no es el mismo que se plantea un historiador cultural que pretende renovar la historia social. Para el primero, la cuestién a resolver es por qué la conducta politica individual presenta pautas colectivas; para el segundo, por qué situa- ciones sociales similares dan lugar a conductas politicas diferentes. Ambos encuentran la respuesta en la existencia de la cultura politica, pero lo que cada uno entiende por este término y el uso analitico que hace del concepto son muy distintos, El primero se refiere a los valo- res y visiones del mundo en que las personas han sido socializadas; el segundo se reficre a los prineipios politicos y representaciones simbé~ licas del mundo que median entre las personas y sus condiciones ma- teriales de existencia. De esos diferentes conceptos de cultura politica se derivan, pues, diferentes objetos de estudio y temas de investiga- ci6n. Segiin se haya adoptado un concepto u otro, se investigara uno u otro aspecto 0 fenémeno de la realidad y de la vida politica. En estas circunstancias, la observacién general, recuentemente escuchada, de que el auge del concepto de cultura politica entre los historiadores se debe a la importancia creciente concedida por éstos a la cultura en el estudio de la politica carece de valor explicativo alguno. Pues la no- cign de cultura no silo tiene significados diferentes, sino que el papel que se atribuye a la cultura en la configuracién de la aceién politica di- fiere de un caso a otro, Este articulo trata de los diversos usos que los historiadores han hecho del concepto de cultura politica. Su propdsito es contribuir a la larificacion conceptual de una parcela relevante del desarrollo teérico reciente de los estudios histéricos y, en particular, de la historia politi- ca. Para ello, no sélo se realiza un primer esbozo cartografico de los di- ferentes significados y usos del concepto, Ademas, se trata de identifi- car los problemas de explicacién histérica y los contextos tedricos € historiograficos que estén en la raiz de las distintas nociones de cultu- xa politica, y de describir y caracterizar las soluciones a esos problemas Propuestas en cada caso, Quizés este mapa pueda ayudar a entender mejor y a orientarse mas ficilmente en este campo de estudio. El concepto de cultura politica El concepto de cultura politica fue formulado originalmente en el dmbi- to de la clencia politica. Aunque el término habia aparecido con ante- rioridad, su definicién, su elaboracion tedrica y su utilizacion como concepto analitico fueron obra de los politélogos Gabriel Almond y Sydney Verba, Fueron ellos, asimismo, quienes delimitaron el objeto de estudio que se derivaba del nuevo concepto y los que emprendieron la primera investigacién de envergadura sobre el tema, Otros politélogos, iret sate yo concept de outa como Lucian Pye, contribuyeron también posteriormente a la elabora- ci6n del concepto y a su difusidn entre los estudiosos de la politica, En su formulacién original, el concepto de cultura politica se re- fiere al conjunto de valores, creencias y actitudes con respecto al siste- ma politico prevalecientes entre los miembtos de una determinada so- ciedad'. En palabras de Verba, la cultura politica de una sociedad consiste en el sistema de creencias empiricas, simbolos expresivos y va- lores que definen la situacién dentro de la cual se da la accién politica’, Segtin la definicidn ofrecida en The Civic Culture, el término cultura po- -a se refiere a worientaciones especificamente politicas, posturas re- lativas al sistema politico y sus diferentes elementos, asi como actitudes relacionadas con la funcién de uno mismo dentro de dicho sistemas, Esta definicién, basada en una nocién de cultura entendida como «orientaciin psicolégica hacia objetos sociales», implica que «la cultu- ra politica de una nacidn consiste en la particular distribucién entre sus miembros de las pautas de orientacién hacia los objetos politicos»’, Bl concepto no hace referencia, por lo tanto, a las ideas y motivaciones de la accién politica, ni tampoco a las instituciones politicas y a los agen- tes politicos y sus interacciones. Hace referencia, como puntualiza Ver- 'ba, al «sistema de creencias relativo a los distintos tipos de interaccién. ¢ instituciones politicas», es decir, a lo que la gente cree que ocurre en el mundo de la politica. Bsas creencias pueden ser empiricas (acerca del estado real de la vida politica) o ser relativas a los fines y los valores que deben perseguirse en la vida politica, y pueden tener un cardcter ex- presivo o emocional* 1 Bl concepto fue utilizado por primers vez por Gabriel ALMOND en su articulo ics, 18, 3 (1956) pp. 391-409, y ln obea de ambor sutoree Tao Ci- ton University Press, 1963 estudio dels clencla polis desde a cultura po ‘Potics, 198 (1064p. 2 Chto porn traducin expadoli: cL cultura pllca, en Alberto RATLLE (ed) 2 feta is i 2 pp. 179-180. or su parte, a culture pllca ea el conjuto de at ilentos que ordcnan y dan signicado an proceso plitco y los supuestosy norzasFumdamentales que gobiernan el ont en ssa polio Lacultra pelea bar, ala ve ls Mees po 22 A El concepto original de cultura politica implica que cada sociedad ose su propia cultura politica, que proporciona a sus miembros un sentido de identidad y un sentimiento de pertenencia a un sistema po- ico concreto. Almond y Verba identificaron tres tipos de cultura po- ica, atendiendo a los valores, creencias y actitudes que regulan la re- Jacién de las personas con el sistema politico: parroquial, de stibdito y de participacion. Aunque los tres tipos de cultura politica nunca apa- recen en estado puro, sino entremezclados en diverso grado. Asimismo, dicho concepto pone en relacién la cultura politica con el sistema poli- tico, al presuponer que el segundo es un producto de la primera y que, por lo tanto, cada sistema politico se basa en una cultura politica que le es propia. La base del sistema politico democritico es la denominada cultura civica, que es la modalidad caracteristica de la cultura politica de participacién’, Las culturas politieas son el producto de las experlencias pasadas de la sociedad y de la sedimentacién histérica de valores, creencias y actitudes politicos que se transmiten de generacién a generacién a tra- vés de la socializaci6n politica de las personas. Estas adquieren e inte- riorizan la cultura politica en el transcurso de su incorporacién a la so- ciedad, mediante un proceso de aprendizaje y de transmisién que Hevan a cabo los diversos agentes 0 medios de socializacién, entre los que destacan la familia, la escuela, el servicio militar, los medios de co- municacién y los propios partidos politicos. Son esos medios de socia- lizacién los que inculcan a las personas los valores y creencias compar- tidos de una cierta cultura politica y los que las convierten en miembros de una comunidad politica y en agentes idéneos de un siste- ma politico. Este proceso de socializacién politica confiere su estabili- dad temporal y stu homogeneidad social a las culturas politicas y con- tribuye a conformar la identidad politica de las personas y las bases subjetivas de su accién po El concepto de cultura politica implica, asimismo, una nueva teo- tia de la accion humana y, en particular, de la accién politica, cuya pre- Iticosy as noma de acticin de una comm eT tant, aoietacion, x forma conju Ysubjeuvas cela polos (even W. PY, Cal femaconl de las Consas Sale, Wl. 3, Ms epoca, p. 182185 Lacultura politica es, imensiones psicoligicas Enciclopedia In 4, p. 323). a imestiacion histriay concept de curturapottica 2s misa central es que aunque las personas son sujetos politicos indivi- duales, actian siempre dentro de y condicionadas por una determsina- da cultura politica. Dado que ésta proporciona los valores, creencias y pautas normativas que guian la accién politica y establece los fines ha- cia los que ésta se dirige, la cultura politica constituye una auténtica variable causal de la accién politica, un vinculo causal entre la realidad politica y la conducta politica, ¥ como tal ha de ser considerada en cualquier explicacién de esta tiltima, Ello es asi porque los sistemas b sicos de creencias, valores y normas que componen la cultura politica no s6lo hacen que los acontecimientos politicos sean interpretados de un cierta manera, sino que guian, orientan y dan sentido a la condue- ta politica de las personas y definen los medios y los fines de la accién politica, Esto no significa, como aclara Verba, que las posturas politicas especificas carercan de importancia, pero las creencias de tipo mas ge- neral, que conforman la cultura politica, son las que marcan las ten= dencias politicas generales y justifican las actitudes ante cuestiones po- liticas coneretas*, Almond y Verba rechazan la nocién de que la conducta politica se explica por las elecciones racionales de los individuos y sostienen que o que la explica son los cédigos de valores compartidos, Por eso criti can expresamente las explicaciones psicol6gicas de la accién politica, es decir, aquellas explicaciones basadas en las motivaciones de los agen- tes, y se proponen evitar lo que denominan como «exageradas simpli- ficaciones» de la visién psicocultural. Y de alii su definicién de la cul- tura politica «omo la incidencia particular de pautas de orientacion politica sobre la poblacién de un sistema politico». Lo que significa es {que las actitudes, inclinaciones y conductas politicas deben ser consi- deradas como roles propios de un cierto sistema de valores culturales. Y, por lo tanto, que la investigacién debe superar los enfoques psicolé- gious y ucuparse de los «sentimientos politicos, expectativas y evalua ciones» que son el producto de la socializacién politica’. Por lo tanto, estamos ante un modelo tedrico que contintia par- tiendo del supuesto de que los actores politicos son sujetos auténomos y agentes individuales, pero que, al mismo tiempo sostiene que sus ac. 6 ‘Sidney VERBA, «El estudio de la ciencia politica desde la yo, 7 Gabriel ALMOND y Sydney VERBA, «La cultura politica»... p. 2a Maver Asort iones y los fines que persiguen dependen del sistema de valores y creencias en que han sido socializados. En otras palabras, las personas son individuos auténomos y preconstituidos que toman decisiones y actiian libremente, pera a la ver desempeiian funciones o roles sociales que les vienen impuestos por los valores, normas y significados que componen la cultura politica en que han sido socializados. Los indivi- duos son los sujetos politicos, pero actitan en el seno de sistemas de va- lores adquiridos en la socializacién. Es una teoria de la accién humana basada en la nocién de individualismo condicionado. En ella, el indivi- duo sigue siendo el punto de partida tebrico, pero a la vez se afirma la condicion culturalmente socializada de todo individuo. El individuo es tun sujeto auténomo, pero acttia en el marco de su cultura. Aungue, sin ‘embargo, como explica Stephen Chilton, si bien la cultura trasciende al individuo, nunca llega a negar la acoién individual. Y ello porque, aun- que los individuns estén socializados en su cultura, a la vex son ellos Jos que producen y reproducen ésta’ Por todo ello, como argumenta Pye, al componente sicol6gico de la accién politica hay que aiiadir un componente sociolégico, que atienda ala dimension socialmente regular de las acciones’. Esto es lo que hace el concepio de cultura politica, pues al afirmar la existencia de patro- nes generales de orientacién politica, pone en conexién la accién poli- tica individual con el sistema social y cultural, asi como con e! sistema politico, Como escribe Maria Luz Morén, la relevancia del concepto de cultura politica radica en que permite establecer una conexién entre las. tendencias psicolégicas de los sujetos y grupos y la estructura y el pro- ceso politicos, entre la micro y la macropolitica, En palabras de Pye, el concepto de cultura politica pretende tender un puente entre el nivel del microanalisis, basado en las interpretaciones psicolégicas del com: portamiento politico, y el nivel del macroanilisis, basado en las varia- bles propias de la sociologia politica. Bl concepto constituye un inten- to de integrar la psicologia y la sociologia, con el fin de poder aplicar al andlisis politico tanto los hallazgos de la moderna psicologia profunda 8 Stephen CHILTON, «Defining Political Culturen, Western Political Quarter, 41, 3 (1988), p. 19, 9 Lucian W.PYE, «Cultura polities... 324 10 Maria Luz MORAN, «Los estudios de cultura politica en Espafian, REIS, 88 (1999), pp. 101-102, palin 2 (a ivestgacon nstrea yo concept ec como las técnicas sociolégicas de medicién de actitudes en las socieda- des de masas" Fara entender el surgimiento del concepto de cultura politica y de su teorfa de la accién humana, es necesario tener en cuenta el contexto tedrico en que tuvo lugar. Dicho concepto es el resultado de una reac- cidn critica frente a las explicaciones puramente psicolégicas, propias del modelo tedrico individualista clisico, que atribufan el origen de la accién humana a las motivaciones e intenciones racionales de los indi- viduos. El concepto de cultura politica fue formulado con el propésito de superar las limitaciones y subsanar las deficiencias que se conside- raba que aquejaban a dicho modelo tedrico. La forma de realizar ese piuptsite cia introduciendo el concepto de individua culturalmente s0- cializado. El concepto de cultura politica surgié, pues, como resultado de la necesidad tedrica de resolver un problema de explicacién de la conducta humana que se consideraba inadecuadamente resuelto por los conceptos empleados con anterioridad y por el paradigma tedrico al que esos conceptos pertenecian. Mediante el concepto de cultura poli- tica se pretendia captar y explicar mejor la conducta politica de las per- sonas, asi como la relacidn de éstas con el sistema politico y el papel que desempefiaban dentro de éste EI problema teérico que se habia definido y que se pretendia re- solver con el nuevo concepto era el de la existencia de regularidades y ppautas colectivas en el comportamiento politico de los seres humans, El paradigma individualista, cuyas bases habfan sido establecidas por la economia politica clisica y la filosofia utilitarista y con el cual habia operado hasta entonces la ciencia politica, se basaba en la premisa de snos eran sujetos naturales y auténomos y que sus ac- {que los seres h ciones obedecian a intenciones racionales y perseguian la satisfaccién del interés propio. Fl hecho observable de que existia un orden social y de que la conducta humana presentaba pautas regulares y colectivas se explicaba como simplemente el resultado de un orden espontaneo ge: nerado por la libre interaccién entre los individuos. Una expresi6n pa- radigmatica de ese orden humano espontineo era la economia de mer- cado y, en general, las relaciones e instituciones humanas. De esta ‘manera conciliaba tedricamente el paradigma individualista la nocion de accién individual con la existencia de un orden s 11 Lucian W, PYE, «Cultura polities... p. 323. 26 cus. Anco Cantera A partir de cierto momento, sin embargo, esta explicacién de la accion humana y del orden social comenz6 no slo a considerarse insa- tisfactoria, sino a aparecer como un problema tedrico que requeria una solucién diferente. Las manifestaciones de insatisfaccién, dentro de la iencia social, con respecto al paradigma individualista clasico y a su concepcidn utilitarista de la accién humana venian creciendo desde ha- cfa décadas. Seguramente espoleadas por la frustracién prictica de las ‘expectativas de armonia social proclamadas por la propia teoria indivi dualista y por su expresidn politica, el liberalismo clasico. La frustra- cién de esas expectativas acabé por arrojar dudas sobre los supuestos teéricos que les servian de soporte y a alentar las correspondientes re- acciones criticas. El resultado de esa creciente insatisfaccién y de esa reaccion critica fue la reformulacién tedrica del paradigma heredado mediante la introduccién de una concepcién funcionalista de la accion humana, Esa reformulacién aleanzé su elahorarién més acabada en la obra de Talcott Parsons. En la teoria funcionalista, los seres humanos son considerados como individuos 0 sujetos naturales, pero no como ‘tomos aislados y movidos por su propia racionalidad, sino como agen- tes social y culturalmente situados, Los individuos estan insertos en un determinado sistema de relaciones sociales que pone limites materiales a su préctica y al socializarse en un determinado sistema cultural asi- milan ¢ interiorizan una serie de valores, creencias y significados que condicionan sus acciones y las orientan hacia ciertos fines. Los indivi- duos son la unidad primaria de accién, peroa la vez desempefian fun- clones o roles sociales. Los individuos deciden, pero siempre dentro de tunas clertas condiciones sociales y en funcién de una cierta perspecti- va cultural. En contra de la visin utilitarista, ni los individuos son ato- mos aislados y agentes incondicionados, ni los fines que persiguen son individualmente contingentes, sino que son establecidos por el sistema de valores prevaleciente en cada situacion. Por supuesto, la existencia de roles sociales y de valores internalizados no anula la capacidad de eleccién individual de los actores, pero ésta se ejerce siempre dentro de clertas variables. Los seres humanos son sujetos naturales y preconsti- tuidos, pero a la ver estan histéricamente situados. En suma, que la teoria funcionalista de la accién humana se basa en una combinacién entre individualidad y condicionamiento”” 12 La bibliografa sobre Parsons y el funcionalismo es lia que carece de sen ‘ido que oftezca aqui ninguna reference, Una presentach stay precisa dela {s ivestigacin Witten y ol eoncepo o cutura patties 27 En la teoria funcionalista, la sociedad humana aparece como un sistema institucionalizado de relaciones y de roles, mientras que la cul: tura es concebida como un sistema de valores, creencias y significados histéricamente sedimentados y compartidos por todos os miembros de la sociedad. La existencia de ambos sistemas es lo que explica que cl comportamiento humano obedezca a pautas regulares y tenga un ca- racter colectivo. Una circunstancia que no puede ser adecuadamente explicada, segun el funcionalismo, mediante la teoria utilitarista y su vision de los individuos como agentes racionales y calculadores movi- dos exclusivamente por sus intereses particulates. Desde este punto de vista, ademés, los sistemas sociales y culturales son entidades estruc- turadas y cualitativamente distintas de los individuos que las encar- nan y, por lo tanto, deben ser objetos de estudio especializados de las ciencias sociales. De esta matriz tedrica funcionalista nacié el concepto de cultura politica formulado por Almond y Verba. De hecho, la cultura politica no constituye, para ellos, mas que una subesfera diferenciada dentro del sistema cultural de la sociedad. Lo que ambos autores hicieron, en lo esencial, fue aplicar el marco tedrico funcionalista parsoniano al estu- dio de la politica, Bl concepto de cultura politica es el resultado de apli- car el concepto funcionalista de cultura como sistema de valores al and- lisis de la conducta politica. Por eso el concepto de cultura politica fue crigido en oposicién a la visién utilitarista de la accién politica y a su explicacién de ésta en términos de eleccién racional. Asimismo, al adoptar la nocién de sistema cultural (diferente de las meras ideas pro- fesadas por los individuos), la cultura politica devino automaticamente una variable explicativa primordial de la accién politica y un objeto de estudio claramente delimitado, a cuyo andlisis debia consagrarse la ciencia politica. Fue la reorientacién te6rica descrita la que hizo que se delimitara y fuera couvertida en objeto de conocimicnto la correspon diente parcela de la realidad y que ésta deviniera un tema relevante de investigacion, Antes de que se suscitara el problema de explicacién que esta en el origen de esa reorientacién y de que apareciera el paradigma funcionalista, la cultura politica no existia ni como concepto anal Inumana se puede encontrar en José-Juan TOHA- eta: la obra de'Taleatt Parsons», en José Jiménez “Teoria socoldgica contempordnea, Madrid {coria parsoniana de la acc RIA, «Bl funcionalismo norma Blanco y Carlos Moya Valgafion ‘Teenos, 1978, pp. 120-127, ni como objeto de anélisis. Como sefiala Joan Botella”, la nocién de cul- tura politica supuso la aparicién, en la ciencia politica de los afios sesen- ta, de un concepto que permitia convertir en objeto de analisis empiri co el mundo de los valores y de las percepciones politicas mis simples y basicas. A partir de entonces, aparecieron nuevos temas de investigacién en ciencia politica. Aparte de los andlisis de las propias culturas poltti- cas, se acometié el estudio de temas como los procesas y los medios de socializacién politica, la conexién entre culturas politicas y sistemas po- liticos y la relacién entre sistemas de valores y accién politica Hay un punto sobre el concepto original de cultura politica que conviene subrayat, por su relevancia para el tema de este articulo. Al- mond y Verbq oflauian la existencia de culturas politicas generales, ya ellas dedican casi toda su atencién, Pero también se refieren a la exis- tencia de subculturas politicas, entendidas como «actitudes ¢ inclina- ciones especiales hacia una conducta politica en determinados sectores de la poblaciém» o entre «agrupaciones de orientacién especialy. Es decir, como corrientes o tendencias existentes en el seno de un sistema politico. Esas subculturas pueden ser de dos tipos, segtin que acepten © no el sistema politico, En el primer caso, se trata de «estratos de po- blacién que estan constantemente orientados en una sola direccién res- pecto de los aspectos politicos y administrativos de gobierno, pero que se hallan “Iealimente” orientados con relacién a la estructura politica», es decir, que difieren sobre cuestiones politicas concretas, pero aceptan el sistema politico. Ponen como ejemplos el ala izquierda del Partido Demécrata y el ala derecha del Partido Republicano norteamericanos, los radicales y socialistas de izquierda en Gran Bretafia o, simplemente, la divisién entre izquierda y derech: En segundo lugar, pueden existir subculturas de tipo revoluciona- rio, que no aceptan el sistema politico, como es el caso de la wizquierda estructuralmente adversa, revolucionariamente socialista, sindicalista y anarquista» de la segunda mitad del siglo XIX. Estas subculturas sur- gicron, seguin ellos, como consecuencia del fracaso de las elites domi- 13 Joan BOTELLA, «En tomno al concepto de cultura politica: dificultades y recur~ lar del Castillo w Ismael Crespo (eds.), Cultura plitiea, Emfogues is empiricos, Valencia, Tirant lo Blane, 1997, p. 1. |] ALMOND y Sydney VERBA, «La cultura politcay... p. 195. 15 Ibidem, p. 191 yea nantes para satisfacer las demandas moderadas de cambios estructura- les y politicos de la izquierda en la primera mitad del siglo, Este tipo de subculturas de orientacién estructural (es decir, opuestas a la estructu- ra 0 sistema politico) esté ausente de aquellos paises que poseen una cultura politica homogénea, como Gran Bretatia, Estados Unidos y los paises escandinavos, en los que sélo existen subculturas del primer tipo, Almond y Verba apenas se detienen a explicar el origen de las subculturas politicas, alegando que su tema de estudio es otro (la ori tacion hacia el sistema politico). No obstante, consideran que dicho ori- gen deberia buscarse en la estructura social, los valores culturales y los procesos de socializacion", TI concepto de cultura politica fue objeto, desde muy pronto, de numerosas criticas tedricas (amén de otras ideolégicas y politicas, de las que no me ocuparé aqui). Los criticos materialistas le reprochan su in- dividualismo teérico, pues aunque el concepto supone un rechazo del individuatismo de eleccién racional, contintia considerando a los suje- tos como abstraidos de las estructuras econémicas y sociales que deter- minan su conducta politica y concibiendo las desigualdades como me- ros atributos psicolégicos y personales. Ademés de que no tiene en cuenta divisiones sociales como las de clase, género y raza. En particu lat, los criticos materialistas consideran que la cultura no es un sistema de valores compartido que trasciende las divisiones sociales, sino la ideologia de la clase dominante", Para los partidarios de la teoria de la eleccion racional, por su parte, no es la cultura la que explica el com- portamiento politico, sino el célculo de costes y beneficios de los indi- viduos. Son los intereses, y no los valores, los que guian la accién poli- tica y establecen sus fines®. El concepto original de cultura politica, sin 16 Ibidem, p. 192. Pye habla también de a existencia de: sas, cada una de ellas con patrones diferentes de 500 de orientaciin hacia el sistema politica (Lucian W. PYE, p. 323) iel ALMOND y Sydney VERBA, «La cultura 18 Véase, por ejemplo, Carole PATEMAN, «The Civie Culture: A gue y Jerzy J. WIATR, «The Civic-Culture fom a Marxist-Sociological Perspec- tlven, en Gabriel A. Almond y Sydney Verba (eds.), The Civie Culeure Revisited Londres. Sage, 1989, pp. 57-102 y 103-123, respectivamente 29 Un resumen de ls criticas puede verse en Joan Botella, «Bn torno al concepto de cultura politica: dificultades y recursos... pp. 27-28 30 embargo, no ha dejado nunca de utilizarse en ciencia politica, aunque su uso haya sufrido algunos altibajos. E incluso experimenté una suer te de «renacimienton a partir de la década de los ochenta, de la mano de autores como Ronald Inglehart En los mos aiios, ademds, la nocién de cultura que informa el concepto original de cultura politica ha sido objeto de una amplia revi- siGn critica, Inspirados en los nuevos conceptos de cultura desatrollados por la Antropologia, algunos autores han recusado dicha nocion de tura y han propugnado su sustitucién. Ello ha propiciado una reorien- tacion te6rica dela ciencia politica, la aparicién de nuevos enfoques ana~ iticos y la redefinicién del objeto de estudio. Fsta nueva corriente cxitica rechaza la visidn de la cultura como un sistema de valores omni- comprensivo que encauza la accién humana y fija de antemano sus fi- nes, y defiende, por el contrario, una nocién de cultura como sistema de significados. La fuente primordial de inspiracién de esta corriente, ha- bitualmente calificada de interpretativista, es la obra del antropélogo Clifford Geertz, aunque tambien suele apelar a antropologos como Mary Douglas y Victor Turmer. Esta corriente entrafa una nueva teoria de la accién humana, aunque en muchos aspectos supone un mero retorno a las explicaciones subjetivistas del paradigma individualista clasico. Desde esta perspectiva, la cultura no es, a la manera parsoniana, un conjunto de valores, cteencias, actitudes y pautas de conducta adquiri- dos a través de la socializacién, sino un sistema de significados, enten- dido como un conjunto de formas simbélicas a través de las cuales las personas se relacionan con el mundo, expresan los significados y dan sentido a sus acciones. Esas formas simbélicas estén encarnadas cn vi- siones del mundo, lenguajes, rituales, ceremonias y mitos y son el me- Science Review, 82 ‘opto aparece reai Cultures, Confit or Convergence?, Londres, Routled 21 Una caracterizicon més completa y docus iencia politica puede enconttarse en M 3p. G14, y javiee de Diego ROMERO, Imaginar la Republica, La cultura po- lien det republicanism espaol, 1876-1908, Madrid, Centro de Estudios ¥y Constitucionales, 2008, pp. 48-56. De este desarnolle terion reciente del con- expto de cultura politica se trata ampliamente en Stephen WELCH, The Concept of Political Culture, Basingscoke, Macmillan, 1993, especialmente en el cap. 6 La lavestgacénnstrca yo concepta de extra paltca 31 dio a través del cual se realizan los procesos sociales. La cultura, por lo tanto, no prescribe los cauces y los fines de la accién humana, sino que proporciona un conjunto de recursos mediante los cuales las personas organizan su prictica y trazan sus objetivos. Bsos recursos incluyen re- presentaciones del mundo y pautas de razonamiento y de argumenta- cién. Segin la conocida expresin de Ann Swidler, la cultura es una suerte de «juego de herramientas» mediante la cual las personas clabo- van sus estrategias de accién. Un juego de simbolos, visiones del mun- do y rituales que las personas pueden «utilizar con diversas configura” clones para resolver distintos tipos de problemas»". Esta visién, como he dicho, entrafta un cierto retorno a la nocién de sujeto auténomo del individualismo clasico, aunque se diferencia de éste en que sc trata de un sujeto culturalmente mediado. Su accién no es un mero acto de elec- cién racional, sino una estrategia concebida y disefiada mediante los re- cursos culturales disponibles en cada situacién. Bsta perspectiva entra- fia una redefinicién del objeto de estudio. Hl objetivo de la investigacién no es ya conacer los sistemas de valores de Ia comunidad politica, sin reconsiruir los marcos culturales de que se sirven los actores politicos y recuperar los significados que estos tiltimos otorgan a la realidad politi- ca, al lugar que ocupan en ella y a sus propias acciones y objetivos”. La historia de la cultura politica El concepto de cultura politica comenzé a ser utilizado por los historia dores a mediados de la década de los sesenta, y desde entonces han con- Unuado empleéndole, con una profusion cada vex mayor desde los afios “78 (1996-1997), a ‘cultura inflaye en los que éta se ores sus “estrategias de accién 25 Una reciente defensa de esta corriente interpretativista, hecha desde el campo de los estuclios politcos comparados, es el libro de Patrick CHABAL. y Jean-Pascal DALOZ, Culture Troubles, Polites and the Incerprea versity of Chicago Press, 2006, Los autores rechazan la nocién de cultura como sis- tema de valores, propanen una noclén de cueura como sistema de significados ba~ sada directamente en Geertz y consideran que el objetivo de la investigacion es recuperar lo significados que los actores politicos otorgan a sus acciones ochenta, En ese tiempo, el concepto ha atraido la atencién y la reflexién tedrica de los historiadotes, ha sido usado por éstos como herramienta de anilisis y, sobre todo, ha propiciado el interés por la cultura politi- ca como objeto de estudio. En la mayoria de los casos. el concepta ha sido tomado directamente de la ciencia politica 0 se ha inspirado ex presamente en ella, aunque en algunas ocasiones el concepio tiene una procedencia distinta 0 ha sido formulado a partir de otras tradiciones teéricas. En cualquiera de los casos, sin embargo, los historiadores han recurrido al concepto de cultura politica empujados por una insatis- faccién te6rica muy similar a la que habia movido a los cientificos poli- ticos y el problema teérico que unos y otros han pretendido resolver ha sido sustancialmente el mismo. El propésito de los historiadores que re- currieron inicialmente al nuevo concepto era el de superar las limita- ciones e insuficiencias explicativas de la historia politica tradicional, basada en Ins presipuestas del individualismo clisico. kl concepto de cultura politica ha operado, pues, en los iiltimos afios, como un autén- tico motor de renovacidn de la historia politica. Ha contribuido a reno- var su perspectiva tedrica, a redefinir su objeto de estudio y a propor- Cionarle un nuevo programa de investigacién. Hasta el momento, la historia politica habia considerado a los indi- viduos como sujetos auténomos y, por lo tanto, se habia interesado casi exclusivamente por las ideas, la personalidad, las intenciones y los sen- timientos de los actores politicos. Desde su punto de vista, éstos eran los factores que explicaban su conducta. Los historiadores que comen- zaron a recurrir al concepto de cultura politica consideraban, sin em- bargo, que se debia ampliar la gama de factores que influian en el com- portamiento politico y, en particular, que era necesario tener en cuenta el contexto cultural ¢ intelectual. Conel concepto de cultura politica se pretendia subsanar esta deficiencia, ir mas alla de la vieja historia de las Ideas politicas y de una historia politica centrada en la subjetividad de los actores y dar cabida en el andlisis a ese contexto. En otras palabras, el nuevo concepto venia a teemplazar viejas nociones como las de ideo- logia politica. En el caso particular de la historia, ademas, el concepto de cultura politica entrafié una reaceién contra cl modelo teérico mate- tialista, que concebia la cultura en términos de ideologia dominante y de reflejo de las condiciones socioeconémicas. no de los historiadores pioneros en el uso del concepto de cult xa politica fue Bernard Bailyn, en su obra The Origins of American Po westgacinhistrca ye eencepto de cutura poltica 33 Jities™. En este caso, el concepto no parece haber sido tomado de la clencia politica y no queda claro cual es su procedencia o fuente de ins- piracién faunque es evidente su afinidad con el denominado contex- lualisme de autores como J. G. A. Pocock y Quentin Skinner). Bailyn introdujo el concepto con el propésito expreso de elaborar una exp! cacién de los origenes de la Revolucién americana que fuera més satis- factoria que las ofrecidas con anterioridad. Entre ellas, segdn su enu- meracién, la denominada interpretacién heroica (que explica la Revolucién por la personalidad, el caracter y las cualidades de sus di- rigentes), la interpretacién whig (que la presenta como un proceso in- evitable) y las que la explican como resultado de las luchas sociales dein conflicte inst inal. Railyn reprocha a todas ellas que no ha- yan tenido en cuenta lo que los propios lideres revolucionarios decla- raban como causas de los acontecimientos, ya que ello les hubiera con- ducido al verdadero orien de sus ideas y acciones. Ese origen se encuentra, segiin él, en el «entorno intelectual» de la politica briténica y norteamericana del siglo XVIII y, en general, en la «cultura politica» del que éste forma parte. La estructura de esa cultura politica ha de ser el punto de partida del analisis, pues fue ella la que forjé las ideas, los temores, las respuestas y las esperanzas de los lideres revolucionarios”. A continuacién, Bailyn enumera y explica los componentes de e: cultura politica. Entre ellos se encuentran un sentimiento de orgull por los logeos de Inglaterra en la guerra, el comercio y la politica y, en particular, por un grado de libertad politica tinico en el mundo, la creencia en las virtudes del sistema politico briténico y de su constitu- cién y la visién de la politica como el ejercicio de un elaborado sistema de equilibrios. Estos sentimientos, convicciones y supuestos se con- virtieron en «el lenguaje de la revolucién» americana y generaron los temores de corrupciéa del sistema politico que se habian difundido en €l ternitorto americano a través de los escritos de la oposicion radical britanica®. 24 ‘Bernard BAILYN, The Origins of ss, Nueva York, Vintage Books, 1970 [1067]. Hl libro, cuyo primer capitulo se titula «Sources of political culture», ccontiene las Conferencias Charles K. Colver pronuiciadss por el autor en 1965, 25 Yhidem, pp. 47, 10-11 yl4 y 13. 26 Tbidem, pp. 15-23 27 biden, pp. 19, 40-48 y 33-95. 34 y entances, es.n conjunto de ercencias, convicciones y supuestos sobre la naturaleza y el funcionamiento del sistema politico ampliamente arraigados en la so- ciedad. Segiin él, ademés, la realidad es percibida a través de una cier~ ta cultura politica y, por lo tanto, ésta contribuye a forjar las ideas y a condicionar la conducta de los actores politicos. Pues la cultura politi- canno simplemente proporciona un vocabulario, sino que es una autén- tica «gramatica del pensamiento» 0 «marco mental» a través del cual los, actores politicos ven y comprenden el mundo y en cuyos términos ac- tian politicamente™, Este habria sido el caso de los revolucionarios americanos. Ta que Bailyn parere entender por ¢ Aparte de Bailyn, otros historiadores norteamericanos de la misma época se vieron impulsados por la misma insatisfaccién con respecto a la historia politica precedente y recurrieron a un concepto similar de cultura politica. Es el caso de Jack P Greene, que critica la historia po- litica basada en nociones convencionales como las de «pensamiento po- litico y desarrollo institucional» y propone la adopcién de un concep- to de cultura politica entendida como el conjunto de «supuestos, tradiciones, convenciones, modos de expresion y habitos de pensa- miento» que subyacen a Jos elementos més visibles de la vida politica ¥y que condiciona la conducta politica”. Otros historiadores, como Ri- ‘chard Hofstadter, que también hace uso del concepto, mostraron igual- mente su insatisfaccién con respecto a las explicaciones basadas en los supuestos racionalistas, racion del interés propio como el mévil de la accién polit Hofstadter propugnaba que se prestara atencién a las identidades, valores, simbolos y prejuicios que subyacian a la vida politica y que en lugar de la pregunta «quién hizo qué, cudndo y cémo» se preguntara «quién percibe qué, de qué mane- ray por qué”, 26 sbidem, pp. 53 y 37. 29 Jack B GREENE, «Changing Interpretations of Early American Politics, en idem (ed), interpreting Early America: His 8, Chariotesvlle, Uni- versity of Virginia Pres, 1996, p. 205. Pul mente en 1966. Citado en tures, Journal of Interdit: 30 Véase Ronald F. FORMISANO, «The Concept of Political Cultuzes..., pp. 412. 413. La cita procede de Richard HOESTADTER, The Paranoid Style in American Politics, Nueva York, Knopf, 1965, pp. Vii-xIx. Desde este punto de vista, la cultura politica aparece como un fac- tor condicionante y una variable explicativa primordial de la accién po- litica, La afinidad te6rica, por lo tanto, con el concepto de cultura po- litica de Ia ciencia politica es obvia. Aunque la filiacién del concepto sea diferente, el problema que aftontan los historiadores y la solucion {que proponen se asemejan a los de los cientificos politicos: Historia po- litica y ciencia politica estan inmersas en el mismo proceso de transi- cidn te6rica. Como observa Formisano, la nocién de cultura politica de estos historiadores era més amplia que la de los cientificos politicos, pero ambos compartian el supuesto de que existian elementos subya- centes que condicionaban la vida politica’. También en el caso de estos historiadores el concepto de cultura politica entraftaba, en particular, una recusacién de la concepcién utilitarista de individuo y de accién humana. Como explica Robert Kelley, diseipulo de Hofstadter, con an- terioridad los estudiosos asumian que el voto y la ideologia politica se basaban casi por completo en el célculo logico de ventajas econdmicas. Las guetras ¢ histerias de masas de los diltimos cuarenta afios, sin em- bargo, han propiciado «una vision mucho mis compleja de la naturale za humana», Areas enteras pobladas de sentimientos y pasiones que habian pasado desapercibidas quedaban ahora a la vista. Actualmente sabemos, concluye Kelley, que las energfas que impulsan a las personas enla ica «son tanto emocionales como racionales, culturales ideol6gicas como econémicas y pragmaticasy™, El resultado de esta mutacién de la historia politica fue, pues, como ca, la formulacién de una teoria de la accién humana en la que los actores politicos dejan de ser s6lo individuos racionalmente auténomos y devienen individuos culturalmente condicionados, El in dividuo sigue siendo considerado como un sujeto natural, pero se tra~ ta de un sujeto que reproduce pautas colectivas de conducta. La accién politica es un acto de voluntad individual que esta, a la vez, sometido a reglas. El marco cultural no es la causa de la accién, pero la condicio- na. Kelley ilustra esta reformulacién del paradigma individualista me- diante una analogfa: la relacién entre los jugadores y las reglas del jue- go. Las reglas no explican las acciones, peto si se tienen en cuenta se 31 bidem, p. 41. 52. Robert KELLEY, «ldeology and Political Culture from Jefferson to Nixon», Ame: rican Historical Review, 82, 3 (1972), p. 33) 36 logra una mejor compresion de lo ocurrido, Una cosa, dice, es el desarrollo concreto del juego y otra el marco mas amplio en que éste se inscribe y que incluye las reglas del juego, las ideas que se tienen sobre elas, el tipo de jugadores, sus valores y el estilo de juego y el sentido de identidad y de cohesién de los equipos. Estos «factores subyacen- tes» no son la causa del desarrollo del juego, pero cuando se tienen en cuenta en el andlisis se esta en condiciones de entender el juego de una manera més profunda®. La similitud con la teoria funcionalista de la accion humana y st nocién de rol social es evidente EI mismo sentimiento de insatisfaccién con respecto a la historia politica tradicional ha impulsado a muchos de los historiadores que han recurrido al concepto de cultura politica de la viencia politica. Bs el caso, por ejemplo, de Serge Berstein y de Jean Francois Sirinelli, dos destacadas figuras en este émbito, Como ambos explican, lo que les lle- v6 a apelar a dicho concepto fue la necesidad de explicar de una ma- nera més satisfactoria el comportamiento politico de las personas. Este es un fenémeno tan complejo, dice Berstein, que no se podia ex; mediante el concepto de decisidn individual o eleccién racional, ni me- diante factores de tipo psicolégico, como Ja adhesién racional a un ideario politico, el odio, la busqueda de seguridad, la fidelidad o el sen- tido del deber. Ademés, contimiia arguyendo, existe un segundo fend- meno que requiere también una explicacién mas satisfactoria, la exis- tencia de conductas colectivas 0 propias de ciertos «grupos humanos», que son persistentes en el tiempo, El concepto de cultura politica pa- recia oftecer una solucién a ambos problemas de explicacién historica, mediante la introduccién en el andlisis de los factores culturales gene- rales que condicionaban e influian en la conducta pol viduos. ica de los indi- La adopcién del concepto de cultura politica forma parte, pues, para Berstein y Sirinelli, del movimiento de renovacién de la historia politica, auspiciado por autores como René Rémond, e implica, por lo tanto, el rechazo de la historia politica tradicional (a la vez que de la 33 Citado en Ronald P FORMISANO, wThe Concept of Political Culture». pp A15-116, 34 Serge BERSTELN, «Nature et fonction des cultures politiques», en Serge Rerstein (dir, Les cultures politiques en France, Pais, Seuil, 2003, p. 11, y «lchistorien et Ia culture p “ingtéme Siécle, 35,1 (1992), p67. {a ivestiacion Wistriay el concept de cltra po 37 historia marxista)”. En el momento en que la historia politica comenz6 a renovar su objeto y sus métodos, dice Berstein, la nocién de cultura politica parecfa ofrecer una aproximacién fecunda. Y ello porque per- iitia comprender mejor las razones por las que ciertos grupos de per- sonas se sienten més préximos a una fuerza politica que a otra, votan como lo hacen y tienen una visién similar de los acontecimientos. Fste es un fenémeno del que «las explicaciones tradicionales» apenas daban cuenta, Ni la explicacién marxista de la determinacién social ni «la te- sis idealista de la adhesién razonada a una doctrina» 0 a un programa politico (ni tampoco explicaciones como la psicoanalitica) parecian con- vincentes*. El sentido y la manera en que el concepto de cultura politica re- nueva y mejora, segiin Berstein y Sirinelli, la explicacién de la accion politica estén en sintonia con lo argitida por los historiadores nortea~ mericanos y los cientificos politicos mencionados. Y lo mismo cabe de- cir de su teoria de la accién humana. Dicho concepto supone la toma en consideracién de un ingrediente de la accién politica que habia sido pa- sado por alto: el sistema de representaciones culturales compartidas de los grupos humanos. Este «sistema de representaciones, que los histo- riadores denominan cultura politica», permite hacer inteligibles com- portamientos que de otra manera no lo serfan. ¥ Berstein pone como ejemplos la relativa permanencia de los comportamientos electorales en la Francia de los siglos XIX y XX y el apoyo social al fascismo en Ale- mania e Talia. Bl interés del estudio historico de la cultura politica radica, pues, ‘en que proporciona una respuesta al «problema fundamental» de las mo- tivaciones politicas, en que permite «comprender las motivaciones que evan a los hombres a adoptar tal o cual conducta politica»”. Y ello por- que Ie cultura politica contribuye a conformar esas motivaciones y, en 35. Serge BERSTEIN, «La culture politiquey, en Jean-Pierte Rioux y Jean-Francois rinelh culturelfe, Pais, Seuil, 1997, p. 371, y «Les cultu- rus politiques, en Benoit Pelistrandi y Jean Frangois Sirinell (eds. L’nistoire cultuyelleen France et en Espagne, Madeid, Cast de Vel&zquez, 2008, p. 209, y Jean- Frangois SIRINELLI, «histoire politique et culturelley, en Jean-Claude Ruano- Borbslan (coord), L'kistoire ayjourd’hut, Auxerre, Ed, Seiences Hiumaines, 1999, pp. 157-158. 36. Serge BERSTEIN, «Nature et fonction des cultuses pol 37 Thidem, pp. 12-13 y 31, y Serge BERSTEIN, uebray PID culture politiqy 38 consecuencia, condiciona el comportamiento de los actores politicos. Y de ahi que el «medio cultural en que el individuo est inmerso» consti- ‘uya el «mticleo duro» de la explicacién de su comportamiento po ‘Asi pues, como argumenta Sirinelli, Ia historla politica no puede ocu- parse sélo de las acciones intencionales de los individuos, sino que ha de explicar también los comportamientos colectivos y, para hacerlo, debe prestar atencién a las creencias, normas, valores y representactones, del mundo que subyacen a esas acciones. La historia politica, en suma, no debe ocuparse sélo de los agentes, sino también de «las operaciones de comprensién-aprehensién de lo real por parte de los actores implica- dos» e integrar, por lo tanto, los «fenémenos de representacton»”. De ahi que la irrupcién del concepto de cultura politica haya teni- do como efecto el desarrollo de una nueva perspectiva de anélisis y de un nuevo campo de estudio que Sirinelli ha denominado como historia cultural de to politico® y que ha supuesto una apertura de la historia po- Iitica hacia Ia esfera de lo cultural, Esa apertura, como explica Sudhir Hazareesingh, ha conducido a la historia politica mis alla de los estu- dios «institucionales, ideol6gicos o conceptuales» convencionales y la ha llevado a tomar en consideracién y analizar nuevos temas, como las representaciones, los simbolos, la memoria colectiva, los rituales, las sensibilidades ¢ incluso lo emocional y lo irracional* ‘La adopcién del concepto de cultura politica entrafa una vision de la accién politica distinta de la de la historia politica tradicional. El acto politico ¢s un acto individual, pero a la vez esta inserto en una cierta cul tura politica y, por lo tanto, aunque el individuo es la unidad basica de accién, sus motivaciones y fines estén culturalmente forjados, De lo que se sigue que las acciones individuales no son meras decisiones raciona- Ies, sino también la ejecucién de ciertas disposiciones culturalmente in- teriorizadas. Dada que la cultura pal del individuo®, as ideas que lo mueven no son meras motivaciones per- sonales, sino ideas culturalmente establecidas y grupalmente comparti- fica «estructura la D8 Serge BERSTEIN, «Nature et fonction des cultures politiques. p. 32 39. Jean-Francois SIRINELLI, «histoire politique et culturelle... p. 157 40 Ibidem, p. 161 41 Sudhir HAZAREESINGH, «t/biscoke politique face 3 Vhstoire culturelle: état des liews et perspectives», Revue Historique, 309, 2 (2007), pp. 359-36 42 Serge BERSTBIN, «Nature et fonction des cultures politiques. p. 32. a ivestigacio hitria y concept do cutura politica 39 das que el individuo ha interiorizado al socializarse. Y de ahi que las acciones politicas individuales reproduzcan pautas colectivas. La adop- jon del nuevo concepto entrafia, asimismo, un rechazo de la visién uti- Iitavista y ractonalista de la aceién politica. Esta no es el resultado, segian Berstein, ni del mero interés ni del calculo racional, pues la accién politica suele consistir muchas veces en una «reaccién instintivan, anterior a cual- quier razonamiento®. Lo que explica este cardcter instintivo de la accién politica es la existencia previa y la influencia de la cultura politica Lo dicho no significa que se prescinda de la nocién de individuo como sujeto natural y que se trascienda el paradigma tedrico individua- lista, La existencia de la cultura politica convierte a la accién individual en accion colectiva, pero no hay sujeto volectiva. El sujet, aunque sovia- lizado, sigue siendo individual. La cultura politica condiciona la accién, pero no la determina. Fl actor politico sigue siendo el responsable cau- sal dltimo de su conducta. Se podria decir, por Io tanto, que lo que la adopcidn del concepto de cultura politica ha supuesto, en esencia, ha sido una renovacién funcionalista de la historia politica tradicional ‘La mayoria de los historiadores politicos que ha hecho uso, en las liltimas décadas, del concepto de cultura politica ha tomado éste de la ciencia politica, y asi suele hacerlo constar. La obra de Almond y Ver- ba constituye habitualmente su referencia tedrica inicial y el punto de partida de sus reflexiones, discusiones y propuestas. En st trasvase al campo de los estudios histéricos, sin embargo, el concepto ha sufrido numerosas modificaciones, como consecuencia de su adaptacion al con- texto, los debates y las tradiciones tedricos de la historia politica. Los historiadores no se han limitado a tomar el concepto original de cultu- ra politica, sino que lo han reelaborado de manera sustancial. Han ain pliado su contenido, han revisado algunos de sus supuestos tedricos y han hecho una adaptacién particular de su objeto de estudio. De hecho, Berstein considera que los historiadores deben utilizar el concepto de la ciencia politica, pero que no estan obligados a darle el mismo senti- do que los politélogos. Aparte de tener en cuenta las criticas que el con- cepto ha recibido, los historiadores, segiin él, deberian renovarlo con sus propias aportaciones* 43. Serge BERSTEIN, «La cultura politique... p. 385 y «Les cultures p p 210, 4A. Serge BERSTEIN, eL/istorien et lz culture politique... p. 68. 40 Mov Ave Ha habido, por supuesto, historiadores que se han limitado a tomar literalmente y a aplicar tal cual el concepto, y algiin caso citaré mas adelante. Pero lo habitual es que los historiadores hagan uso de un con- cepto modificado de cultura politics. Ademés, cada grupo de historia~ dores y hasta cada historiador suelen dar una modulacién particular al concepto, aungue es imposible dar cuenta aqui en detalle de cada uno de los casos. Me limitaré a exponer el sentido general en que los histo- riadores politicos han reelaborado el concepto de cultura politica y cual esl significado mas comtin que suelen atribuir al concepto. Ello con el fin de esclarecer qué entienden cominmente los historiadores por cul- tura politica y cuales son los componentes de ésta, qué funcién le otor- gan en la explicacién de la accién politica y cual es el objeto de estudio que dimana de dicho concepto, Pl concepto de cultura politica de los historiadores p. serva el supuesto original de que existe una esfera cultural, compuesta de valores, creencias y actitudes, que son compartidos por los'miem- bros de un grupo humano. Dichos historiadores, sin embargo, han ten- dido a ampliar el contenido de la cultura politica y a incluir como com- ponentes de ésta una serie de elementos que no figuraban en la nocién original. Este nuevo concepto, ampliado y redefinido, de cultura poli- tica es el que los historiadores suelen utilizar comtinmente como herra- mienta de andlisis y tomar como su objeto de estudio. La definicién del concepto realizada por Berstein puede ser tomada como ejemplo para- digmatico de esa versién reelaborada y ampliada de cultura politica Para él, la cultura politica incluye los valores histéricamente sedimen- tados y transmitidos a través de la socializacién, pero también muchos otros ingredientes, el mis importante de ellos una representacién de la realidad o vision general del mundo. Como él dice, la cultura politica es un conjunto complejo que incluye «ma concepcién general del mundo y de su evolucién, del hombre y de la soctedad, Los elementos que, segiin Berstein, componen la cultura politica son de diversa naturaleza. HI primero de ellos es una serie de prineipios filoséficos 0, como é1 dice, «una concepcién filoséfica subyacente». Esta puede consistir en una doctrina completa y coherente (como en el caso del marxismo} 0 en un conjunto de reglas susceptibles de miilti- ples lecturas basadas en ciertos principios, como en el caso del libera- 45: Tbider, p. 69 La invesgacin histcca ye concepte do cutura politica a lismo. © puede tratarse simplemente de «una serie de reflexiones ins- piradas por la voluntad de comprender (y de predecir) la evolucisn de las sociedades», como en el caso de la cultura politica republicana, fru- to de la triple herencia ractonalista de los enciclopedistas, el positivis- mo y el cientifismo, Esta filosofia subyacente no es patrimonio exclusi- yo de las lites politicas, sino que suele presentarse en forma de vulgatas 0 versiones vulgarizadas que son utilizadas por la poblacién*, La cultura politica incluye también un conjunto de principios y mitos fundacionales y de referencias histéricas, como acontecimientos, textos fundacionales y grandes personajes, que son movilizados en defensa de la propia cultura politica. La democracia ateniense, la Revolucién fran- ceea, la Declaracién de Dercchos del Hombre y el caso Dreyfuss son, por ejemplo, algunos de los mitos fundacionales de la cultura politica republicana francesa, Ademas, de la cultura politica forman parte tambien elementos como las creencias religiosas, la creacién artistica 0 las reglas morales. Bs decir, los elementos de la cultura de una sociedad, de la que la cultura politica no es mas que una esfera particular", Pero el aspecto fundamental, segtin Berstein, es que toda cultura politica entraiia, «explicita o implicitamente, una vision global del mundo y de su evolucién, del lugar que el hombre ocupa en él y, a la vez, de la naturaleza de los problemas del poder». Y asi, por ejemplo, la cultura politica liberal concibe a la sociedad como una coleccién de individuos, enfrentados en una concurrencia salvaje, opuestos los unos a los otros, sometidos a las reglas del mercado, La cultura politica mar- xista ve la sociedad como una lucha de clases y sittia sus esperanzas en el advenimiento de una sociedad sin clases”, Esta vision global del mundo entrafia, a su vez, unas ciertas expectativas para el futuro y un modelo de sociedad ideal. Toda cultura politica supone siempre a la vez «una lectura comtn del pasado» y «una proyeccién del futuro comtin y, por lo tanto, comprende una «representacién de la sociedad ideal y de los medios para alcanzatla». De ahi que para la cultura politica, el régimen politico no sea un mero edificio juridico, sino la encarnacion 446. Serge BERSTTEIN, «Naturp et fonction des cultures pol 47 Thidem, p. 17, y Ltbistorien et la culture politique... 48. Seige BERSTEIN, «thistorien et la culture politique» 49. Serge BERSTHIN, «Nature et fonction des cultures po 50 Serge BERSTEIN, historien et la culture politi ar Moss, Anes Canaria de una cierta «visién global del mundo y de la sociedad», Bs el caso, por ejemplo, de la cultura politica republicana, que opera con un mo- delo de sociedad ideal que aparece regida por un progreso gradual cuyo motor seria la educacién y en la que la accién del Estado, combinada con el mérito individual y la solidaridad, deberfan conducir a la crea- cién de un mundo de pequefios propietarios duefios de sus medios de trabajo” Cada cultura politica posee, segin Berstein, sus propios medios de expresion y «vectores de difusién»”, constituidos por simbolos, ritua- les, un discurso codificado, un vocabulario y unas palabras clave, To- dos ellos remiten al universo implicito de la cultura politica y evocan su contenido, y en ellos se reconocen todos los que forman parte de ella, Los simbolos son la expresién sintética de la cultura politica, como cocurre, por ejemplo, con el gorto frigio, la bandera tricolor, la repre- sentacién de Mariana, la cruz de Lorena y la hoz y el martillo, mientras los rituales mavilizan y expresan su contenido 1a cultura politica se expresa también a través de discursos codificados, portadores de signi- ficados implicitos, y de vocabularios y palabras clave que remiten in- mediatamente a la audiencia a su visidn de la sociedad. Fl que un ora- dor se dirija a su audiencia como sefioras y sefiores, queridos amigos, ciudadanos o camaradas, por ejemplo, permite identificar de inmediato la cultura politica de la que ese orador se considera seguidor”. Esta concepcién es sintetizada por Berstein en su definicién de la cultura politica como un sistema de representaciones basado en una cierta visién del mundo, en una lectura significante, si no exacta, del pasado historico, en la prefe- rencla por un sistema institucional y por una soctedad ideal, conforme a clertos modelos, y que se expresa por medio de un discurso codificado, cure pol art cit, pp. ID y 1D. 52 Serge BERSTEIN, aLa culture politiques... p. 373, y «tchistorien et la culture po- p70. 53. Serge BERSTEIN, ees cultures politiques». p. 210. 54 Serge BERSTEIN, cl/historien tla culture politique... p.71, «Nature et fonetion des cultures politiques»... p. 22y «La culture politique... p. 372 55 Serge BERSTEIN, «L’histerien en la culture politiques... p. 71 p72 y «Nature et fonction des cul- ainvestigacin istrica ye co 43 de simbolos, de rtos que la evocan sin que sea necesaria ninguna otra me- dliacidn. Ese sistema es portador de normas y de valoves positivas que lo vineulan a esa cultura y eonstituye de ese modo la vara con la eval se ride toda aceién y toda postura palit Mientras que Sirinelli la define como un conjunto de representaciones que configura un grupo humano et plano politico, es decir, una visién det mundo compartida, una co lectura del pasado, una proyeccidn en el futuro vivida conjuntamente. Y aque toma cuerpo, en el combate politic cotidiano, en la aspiracién a una uu otra forma de régimen politico y de organizacién socio-econémica, al mismo tiempo que sobre normas, creencias y valores compartidos”. Aparte de dar cuenta de las motivaciones de la aceién politica, la cultura politica es también un factor de identificacién, tanto exterior como interior, de los grupos politicos. Como escribe Berstein, la cultu- ra politica se podria definir como «un conjunto de representaciones, portadoras de normas y de valores. que definen la identidad de las ‘grandes familias politicas»™. Interiormente, la tune a los miembros de una cultura politica, pues la adhesién a sus prin~ cipios constituye la base de su pertenencia politica. Ademés, al pro- porcionar a sus miembros una visién del mundo compartida y estable- Fa 10 ig, BERSTEIN def uno, en 1, menido expresado en fron de una vulataaccesbe la mayor, lectus corny orate amentc toe grandes period Hptno dels pentane patcn ‘edentes, un conceplén Ideal del -mpleado, las palabras clave, las formulas repettivas son portadores de ¥y simbolos desempetian, en el nivel det gesto y 1 P-373) «loge de la complexit jer Rioux y Jean- dies), Pour une store ¢ 1997, p38. En conjunto de representaciones que vinevlan un gr [abe la demeure 4 Vagora, Pour une historie culturelle du politique», en Serge Besstcin y Paul Milza(eds.), Ases et méthades de Uhistosre politique, Paris, PUE, 1998, p. 391) 58 Serge BERSTEIN, «Les cultures politiques»... p. 210. aa cer «redes de sociabilidad», dicha cultura confiere su cohesién a los grupos politicos”. Como dice Berstein, la cultura politica es un «factor de comunién» entre sus miembros, pues les hace «participar colectiva- mente de una visién comtin del mundo, de una lectura compartida del pasado [y] de una perspectiva idéntica del futuro», asi como de las nor- ‘mas, creencias y valores que forman parte de cla". Desde el exterior, la cultura politica permite caracterizar, conocer mejor y prever las reac- ciones de los miembros de un grupo politico"! Esto ultimo es posible porque la segunda funcién de la cultura poli- tica es la de contribuir a la conformaciin de la conducta politica de los individuos, Una vez que ha sido interiorizada, esa cultura se convierte en uno de los motores fundamentales del comportamiento politico, pues éste constituye una traduccién prictica de la visién del mundo proporciona- da por aquélla, Fl interés del estudio de la cultura politica radica, pues, como dice Berstein, en que permite dar una respuesta «al problema esen- cial de las motivaciones de la accién y de los comportamientos politicos», permite comprender «las motivaciones que llevan al hombre a adoptar tal ‘© cual comportamiento politico». ¥ ello porque en la cultura politica se ‘encuentran las raices de las motivaciones de los individuos®, La cultura politica no es el tinico factor que interviene en la conformacién de éstas, pero constituye, como he dicho, segiin él, su «mticleo duro»®. Al ser el resultado de una larga elaboracién y haber sido interiorizada por los in- dividuos durante la época de su formacién intelectual, la cultura politi- ‘ca no es un mero factor contingente, sino un fenémeno que estructura el comportamiento politico por largos periodos, incluso por toda la existen- cia, Eso no significa, segtin Berstein, que lo emocional y lo instintivo no desempefien ningtin papel, sino simplemente los actos politicos se ins- criben siempre dentro de la légica de una cierta cultura politica, El interés del estudio de la cultura politica radica, asimismo, en que permite pasar de la explicacién de la accién politica individual a la 59 Seoge BERSTEIN, «Nature et fonction des cultures politiques»... p. 21 60 Serge BERSTEIN, «La culture politique... p. 385. 61 Serge BERSTEIN, «l/historien en la culture poliig 62. thidem, p. 75, Serge BERSTEIN, ca culvure poli 63. Serge BERSTEIN, «La culture politique»... p. 382. 64 Serge BERSTEIN, jen en la culture politiques... pp. 75-76, y uta culture p77, 1 pp. 382 y 388. Lo invertigaci' cay ol concept de our pinion 43 de los comportamientos politicos colectivos, pues la existencia de la cultura politica hace que la accién individual sea a la vez un fenémeno colectivo. Grupos enteros de personas que han interiorizado una misma cultura politica tienden a comportarse de manera similar®. La clave de interpretacién del mundo que guia la accién individual es a la vez la que explica «las reacciones idénticas de numerosos individuos», asi como su instantaneidad y su permanencia en el tiempo™, De ahi que la cultura politica permita explicar incluso la conducta de generaciones enteras, como es el caso, segtin Berstein, de la generacién de individuos de izquierda nacidos entre 1870-1880. Para ellos, el caso Dreyffus fue una experiencia determinante, que los impregné de «una cultura poli- ‘ica compuesta de la defensa de los derechos y libertades del individuo, de la fidelidad absoluta a la Repiiblica parlamentaria y la desconfianza hacia todo poder autoritario, el apego a la laicidad del estado y de la so- ciedad, la creencia absoluta en el magisterio de la raz6n, la prioridad otorgada a los problemas de la educacién...». Esta cultura politica, «profundamente interiorizaday, fue la «guia de la accién politicay de toda esa generacién «hasta el fin de sus dias”. El nuevo concepto de cultura politica implica, pues, como dije, una teoria de la accién humana que difiere de la de la historia politica tra- dicional. El postulado basico de esa teoria es que las motivaciones de los actores politicos no son meras ideas personales, sino que se confor- man a partir de las ideas culturalmente establecidas que los individuos han interiorizado al socializarse. Sus acciones, por consiguiente, no consisten en meros actos de decisién racional, sino que son la fraduc- cién practica de las creencias y actitudes culturales adquiridas. Lo cual explica, a su vez, que las acciones individuales sean simultineamente acciones colectivas 0 grupales. Ello no significa, como también he su- brayado, que el individuo deje de ser considerado como el sujeto de la accion politica, Los individuos estén siempre adheridos culturalmente a un grupo y, en consecuencia, sus pautas de conducta son comunes a las de los demas miembros del grupo, pero éste no constituye un suje- to colectivo ni sus miembros son sujetos sociales. Los comportamientos colectivos siguen siendo concebidos como el resultado de la suma de las 65 Serge BERSTEIN, «La culture politique 666 Serge BERSTEIN, «Les cultures 67. Sexge BERSTEIN, «lLhistorien en. 1p 384 culture politique»... pp. 76-77. 46 tice, Aw, Cama acciones individuales, aunque éstas sean acciones culturalmente forja- das y no frutos de la eleccién racional. Ademas de reclaborar, redefinir y ampliar el concepto original de cultura politica en el sentido indicado, los historiadores han reconside- rado la nocién de cultura politica general de los politélogos y otorgado una mayor relevancia a las subculturas politicas. Lo cual ha influido en lacleccion del objeto de estudio, pues mientras los cientiicos politicos se han ocupado preferentemente de las primeras, los historiadores se han interesado sobre todo por el estudio de las segundas. Este cambio de orientacién tiene mucho que ver con las especificidades de los pro- gramas de investigacién de una y otra disciplina. En ciencia politica, el concepto de cultura politica, estrechamente asuciady a la leuria de la modernizacién, fue aplicado, sobre todo, al estudio comparado de dife- rentes culturas politicas nacionales 0 regionales, En historia politica, Por el contrario, en Ia que ese tipo de estudios es infrecuente, el con- cepto es aplicado a su objeto de estudio convencional, las diferentes agrupaciones y tendencias politicas dentro de un sistema politico par- ticular, Para Berstein, ésta ¢s una de las principales discrepancias entre ciencia politica ¢ historia, Seguin él, la primera ha hecho un uso dife- rente del concepto, pues lo que busca es una regla de comparacién (y de ahi que haya sido criticada por tomar a Occidente como modelo evo- lutivo universal). Los historiadores, sin embargo, practicantes de una disciplina mas empirica, han constatado la existencia, en un momento dado de la historia, «de mittiples sistemas de representaciones cohe- rentes, rivales entre si, que impregnan la visién que los hombres tienen de Ia sociedad, del lugar que ocupan en ella, de los problemas de la transmisién del poder, ete.», «sistemas que motivan y explican sus comportamientos politicos». Fl acardcter plural de las culturas politi- (68 Serge BERSTEIN, «Nature et fonction des cultures politiques». pp. 14-15 y . 23. Bu todo caso, Hersteln parece pasar por alto, sino ighorat, que Almond ‘Verba, cotso hemos visto afirman la existencia de subculturas y oftecen una mi ‘hima caracterizacion de elas. Ademis, en este punto se observa ua cierto equivo- «0, Almond y Verba definian la ultra poiitica general on de las actituc des hacia e sistema politico, mientras que Bersiein la define en funcién de sus «elementos constitutivos, es decir, de la concepcin del mundo y de la sociedad que a tratar de la existencia o no de culfuras poiticas gene cl primer sentido. El que se confronten dos nociones dife rentes de cultura politica general impide apreclar en su totalidad el grado de dis- ‘repancia con la clencta politica er investigacion nistricay et eoncapt de cura poltica 47 cas en un momento dado de la historia y en un pafs concreto»® es lo que justifica que los historiadores se hayan concentrado preferente- mente en su estudio, Ello no significa negar que existan culturas politicas generales 0 nacionales, pero éstas deben ser entendidas, segiin Berstein, como un denominador comin a las diferentes culturas politicas. Lo que se deno- mina cultura politica nacional, dice, no es mas que la cultura predomi- nante en un momento dado, es decir, el conjunto de representaciones compartidas por la mayor parte de los ciudadanos de un pais, incluso aunque éstos se declaren de culturas politicas diferentes. La «cultura politica dominante» consiste en lo que la mayoria de los ciudadanos tie- ne en comtin y suele ser consensual y tener el valor de la tradicion, dado que ha sido elaborada alo largo del tiempo. Tat es el caso de la cul- tura republicana francesa de comienzos del siglo XX, que contiene una serie de elementos en que la mayoria se reconoce, como la referencia al cartesianismo o la defensa del Estado unitario y centralizado. A esos elementos comunes, afiade la cultura republicana sus elementos especi- ficos, como la vocacién de realizar la promesa de la Revolucién france- sa, la sintesis entre democracia y liberalismo, la promocién social de to dos gracias a la educacién o el acceso generalizado a la propiedad. Pero la «cultura politica dominante» no tiene el monopolio, pues al mismo tiempo existen otras culturas, como la contrarrevolucionaria y la mar- xista, que rechazan los fundamentos de la cultura politica republicana, Aunque a la vez, sus divergencias con esta tiltima no son absolutas, pues una y otra «se inscriben dentro de la misma cultura general» y «se influyen reciprocamentes”. Desde este punto de vista, exisien a la ver diferentes culturas po- liticas y una cultura politica dominante, cuyos valores son comparti- dos, aunque en diverso grado, por aquéllas. Berstein explica su vision de la relacién entre la cultura politica dominante y las diferentes cultu- ras del siguiente modo: Para los historiadores ~dice-, esta claro que dentro de una misma nacién existe una pluralidad de culturas politicas, pero con zanas de so- lapamiento que corresponden al area de los valores compartidos, Si en 69. Serge BERSTEIN, ula culture politiques... p- 373, 70 Serge BERSTEIN, «l’bistorien et la culture politiques... p. 72. as Masui Ax tun momento dado de la historia esta zea de valores compartidos es bas- tante amplia, se tiene entonces una cultura politica dominante que en- globa en diverso grado a la mayor parte de las otras culturas politicas La cultura politica republicana desempeiié «un papel dominante» en este sentido durante el primer tereio del siglo XX. Junto con ella, existen otras culturas politicas cuyas referencias y vision del futuro no tienen nada en comin con ella, como es el caso de las culturas politicas socialista, nacionalista-autoritaria y democristiana, «Pero ninguna de esas culturas antagonistas del modelo republicano esté al margen de la influencia de éste y todas deben, en mayor 0 menor medida, transigir con sus principios» BI socialismo debe conjugar socialismo y repabli- ca, los democristianos conservan ciertos principios republicanos y el nacionalismo autoritario acepta una parte de la herencia republicana. Ademés de afirmar la existencia de culturas politicas, es necesario definirlas y establecer los criterios para delimitarlas. No todas las for- maciones, agrupamientos o movimientos politicos constituyen 0 alean- zan la categoria de cultura politica. Segin Berstein, para que una cul- tura politica exista es necesario que estén presentes Ios principales componentes de ésta. Es decir, un conjunto de valores, unos principios filoséficos, unos referentes histéricos y, sobre todo, una vision general del mundo y un modelo global de sociedad, todo ello formando un todo coherente y con una larga permanencia en el tiempo. Si esta condicién no se da, no se puede caracterizar 2 un movimiento politico como cul- ‘tura politica, como es el caso, segiin Berstein, del centrismo. Este no pasa de ser una estrategia politica y una forma de gestién de la socie dad, que no alcanza el rango de cultura politica”. ¥ lo mismo cabria de- cir de movimientos como el feminismo y el ecologismo. Segiin este cri- terio, tampoco podria conceptuarse como una cultura politica el nacionalismo, pues éste no entrafia un modelo global de sociedad, sino que sélo esta orientado hacia un aspecto especifico de ésta. El concepto de cultura politica de Berstein y los historiadores po- Iiticos afines presenta algunas lagunas, imprecisiones y debilidades 71 Serge BERSTEIN, «la culture politique»... pp. 376-377 72 Serge BERSTEIN, «Le centre ala recherche de sa culture politique», Vingeidme Sit cle, 44,1 (1994), pp. 21-24 a investigaci istic y el eoncopte de cultura politica 49 tebricas que no se pueden dejar de sefialar aqui, aunque sea sucinta- ‘mente. Las primeras de ellas se observan en el apartado relativo al ori- ‘gen, formacion ¢ implantacién de las culturas politicas. Seguin Berstein, éstas nacen como respuesta a los grandes «retos» 0 «problemas funda- mentales» que se plantean a la sociedad. No nacen de problemas meno- res 0 efimeros, sino de grandes crisis. Y asi, la gran crisis de legitimidad que fue la Revolucion francesa hizo nacer las culturas politicas y tradicionalista 0 contrarrevolucionaria; Ja cuestion de hasta eral nde llega la soberania del pueblo dio lugar al republicanismo; la Revolucién industrial hizo nacer al socialismo y a la cultura libertaria, asi como a la conservadora liberal; los desafios de los afios setenta del siglo XIX dieron lugar al nacionalismo y, finalmente, la crisis de los afios cuaren- ta del siglo XX generé la cultura politica gaullista”. Sin embargo, Bers- tein se limita a establecer una correlacién empirica entre ambos fend- menos, sin explicar de qué naturaleza es la relacién entre ambos. Fs decir, por qué y cémo uno dio lugar al otro, por qué las culturas poli- ticas resultantes fueron ésas y no otras y de qué manera el contenido de éstas depende o esta influido por los acontecimientos histéricos que las generaron. E incluso algunas de las correlaciones que establece son dudosas, como en el caso del socialismo, pues éste surgié en Francia an- tes de la industrializacién del pais. La cultura politica no deviene verdaderamente tal, segtin Berstein, hasta que «suscita la adhesién de grupos significativos de la sociedadn, algo que ocurre cuando los «espiritus» se «habitiian poco a poco a las soluciones que propone», familiarizandose con ellas e interiorizndolas. Sélo entonces se convierte en un motor de los comportamientos politi- cos, Sin embargo, tampoco explica por qué y de qué manera se pro- duce esa penetracién social y cudles son las pautas de ésta. Bs decir, a qué se debe que las personas se adhieran a ella y que, ademés, lo hagan de manera desigual, pues su influencia alcanza a unas personas mds que a otras. A qué se debe que unos grupos sean mas 0 menos permeables que otros y por qué, por ejemplo, los capitalistas se stenten menos atrai- dos por la cultura politica socialista o libertaria. Para él, parece tratar- se de una mera cuestidn de eficacia de los medios de d 73 Serge DERSTEIN, «Les cultures politiques»... pp. 210-211 y «Natuee et fonction es cultures 1 p25, ‘74. Serge BERSTEIN, «Nature et fonction des cultures politiques»... p. 26. 50 Axa Cn dos, La razén de que Berstein no se plantee cuestiones como éstas se en- cuentra en que opera con un modelo teorico idealista, segiin el cual las ideas se imponen por s{ mismas, por su capacidad causal intrinscca, a Ios seres humanos. Segiin Berstein —que, en este punto, sigue casi al pie de la letra a Almond y Verba-, las culturas politicas se transmiten a través de la so- cializacién, en cuyo transcurso son interiorizadas por los individuos. 0 principales medios de socializacién son la familia, la escuela, el ejér- cito, el trabajo, los grupos politicos, las asociaciones y los medios de co- municacién”. Sin embargo, la socializacion puede explicar la transmi- sidn de las culturas politicas generales, de los valores comunes de una sociedad, pero no la transmisién de las subculturas. Para explicar ésta, habria que tener en cuenta los procesos y los medios de socializacién especificos a través de los cuales una cultura politica particular se transmite de generacién en generacién. Sin duda, las redes de sociabi- lidad pueden ser uno de esos medios y Berstein sugiere que determina- dos medios generales pueden contribuir también a la socializacion en una cultura particular, como la familia o ciertas instituciones educati vas. Pero parece necesario contar con una nocién, mAs precisa y refina~ da, de socializacién capaz de dar cuenta de los mecanismos especificos de reproduccién social de las subculturas politicas, Finalmente, Berstein no llega a explicar cudles son los mecanismos concretos mediante los cuales la cultura politica condiciona o influye sobre la accién politica. Simplemente afirma la existencia de una cone- xién entre ambas. Esta ausencia se debe a que, al operar con una teoria idealista de la accién humana, da por supuesto que las ideas constitu yen una esfera auténoma, fruto de la creatividad humana, que induce las conductas de las personas situadas bajo su influencia. De hecho, para los historiadores politicos la cultura politica es considerada como un conjunto de ideas, aunque sean colectivamente encarnadas (y no el patrimonio de cada individuo particular). Los historiadores politicos han hecho uso de la nocién de cultura politica de maneras muy distintas y en sentidos bastante diversos, aun- que siempre dentro de un contexto tedrico, en respuesta a unos pro- blemas de explicacién y con unos propésitos que son esencialmente los 75 Serge BERSTEIN, «La culture poitiquen, art cit, p. 379 La invesligacin istricay el eoncept de cuturapolica 51 mismos. Historiadores como Berstein y Sirinelli han utilizado el con- ‘cepto modificado del que ellos mismos han sido artifices. H primero de ellos lo ha aplicado, por ejemplo, al estudio de la subcultura politica re- publicana francesa, dando como resultado un anilisis de los principa- les componentes de ésta (su anclaje filoséfico en la Tustracién y el po- sitivismo, su origen en la Revolucién francesa, sus mitos histéricos y su ‘modelo de sociedad)". Fl concepto de cultura politica de Berstein ha sido adoptado expresamente por otros historiadores, como es el caso de Juan Pan-Montojo en su estudio sobre el progresismo espaiol de la épo~ a isabelina. Este, segiin el autor, es algo mis que una mera orgeniza~ cin politica, pues remite a unas «determinadas representaciones de la sociedad, de su pasado y de su futuro» que configuran una autentica cultura politica”. Asimismo, como he dicho, la mayoria de los historiadores politi- cos se ha ocupado del estudio de las subculturas, pero no faltan inves- tigaciones sobre la cultura politica general y su relacién con el sistema politico. Un ejemplo es el trabajo de M.* Jesus Gonzalez sobre la cultu- 1a politica del periodo de la Restauracién espafiola®, en el que su auto~ 116 Serge BERSTEIN, «Le modéle républicaln: une culture politique synerétiquen, en Serge Berstein (dir), Les cultures pe 151 EL wes en Prance, Paris, Seu, 2003, pp. 119: la misma factura sobre diferentes culturas so comtiene atros trabajos junto heterogéneo de Ingares comunes det ciscurso, ta Tos, imagenes, memorias compartidas de personajes, autores y sucesos,e incluso, de acitudes y talantes, que permitian reconocerse y ser teconocidos, © lo que es To mismo, que sustentaban la identidad partidistas (p. 183), 78M Jess GONZALET, «guns refleslones sobre ls elra politica cn a Espa in cultura politica inchuye sconoctmientoe,eeeneas, ste, mor tambresyvteascapaldades hibitoradquizidos por el hombre cero dela sociedad que se reflejn ens eteracién con lt pote» (pp. 434-435) Dela cultura palitca general se coup taritn el tabap de José ALVAREZ. JUN- €O, wn torn al coneepio de “pueb ersisencarnaciones dela co- Teeivdad como sujeto politieo en Ie cults poitin espaola contemporéea, Historia Cnterpornea, 28 (2008), pp. 8394 52 Mi Anant Case, ra trata de los valores, principios y actitudes generales que constituian 1 base del sistema politico restauracionista. La ausencia de una «cultu- ra civica de cardcter liberal arraigada en la sociedad espaiiola» fue, se- gin ella, el factor primordial en la conformacién de la fisonomia de ese sistema politico y en su funcionamiento. Hay casos en los que los historiadores adoptan tal cual el concep- to original de cultura politica y lo aplican, por consiguiente, a un obje- to de estudio igualmente definido en raz6n de ese concepto. Fs lo que hace, por ejemplo, Jean Baker en su estudio sobre el Partido Demécra- ta del Norte a mediados del siglo XIX. Basindose en Almond, Verba y Pye, Baker estudia a dicho partido no como una manifestacion de una cultura politica particular, sino como un medio de socializacién en la cultura politica general norteamericana, que ella define como el con- junto de cactitudes, creencias y sentimientos que forman la base del or- den y el significado del proceso politico». Su objeto de estudio no es, por lo tanto, el contenido de la cultura politica demécrata, sino la con tribucién de los demécratas a la configuracion de esa cultura politica general y de la actitud de los norteamericanos frente a los asuntos pli- blicos, al igual que Jo hicieron otros medios de socializacién politica como la familia y la escuela”, O, como ella dice, de lo que trata es del partido como medio de americanizacién de la poblacién. Pues «fue a través del instrumento del partido ~escribe~ que millones de america- nos del norte recibieron informacién no sélo sobre los asuntos piiblicos, sino ademis sobre las actitudes y conductas apropiadas que se espera~ ba de ellos como ciudadanos americanos»" Fl concepto de cultura politica puede ser, on ocasiones, el resulta do de la amalgama de diversas influencias te6ricas. Aunque también en este caso la utilizacién del concepto obedece al mismo impulso de re- nnovar la historia politica y a la necesidad de introducir una nocién mis amplia y satisfactoria que la convencional de ideologia politica. A estos parametros responde, por ejemplo, la obra de Daniel Howe'?. Este co- mienza haciendo una distincién entre «pensamiento politico» y «cultu- 79 Jean BAKER, Affairs of Party: the Political Culture of Northern Democrats in ‘Mid-Nineteensh Century, Nueva York, Fordlam University Press, 1998 [198: 80 Jean BAKER, Affairs of Party... p.9 81 Thidem, p. 352, Ww. HOWE, Th sity of Chicago Press, 1980. ial Culture of he American Whigs, Chicago, La ivestigacion stiri y el concept do cura oles 3B 12 politican. Bl primero, dice, se refiere a los «andlisis y propuestas ex- plicitos de los Whigs», mientras que la segunda, que es un termino «ans inclusivon, designa el «sistema de creencias, actitudes, y técnicas de resolucién de problemas, transmitidas de generacién a generacién y que encuentran su expresion en las innumerables actividades que ia gente aprende: la religién, los usos de la educacién de los hijos, las ar- tes y profesiones y, por supuesto, la politican®. Esta definicion contie- ne elementos reconocibles del concepto original de cultura politica, pero Howe se basa también, segiin confiesa, en la Antropologia cultu- ral, en la teoria literaria y en autores como J. G. A. Pocock. En particu lar, se basa en la nocién de ideologia de Geertz, que Howe entiende como «un sistema de creencias conscientemente formulado e integrado» que constituye la base de «los programas de accién», de las creencias y del sentido de identidad™. Fueron estos diversos referentes teéricos los que levaron a Howe a la conviecién de que para comprender y explicar la practica de los whigs, era necesario dejar de considerartos simplemente como un par- tido y estudiarlos como una cultura, No s6lo porque ésta era algo mis poderoso, amplio y duradero que el partido, sino porque condicionaba el pensamiento y la practica de aquél. Para comprender a los whigs, es- cribe, «se debe comprender cémo usaban el lenguaje para persuad exhortar y conciliar» y, ademds, «cémo sus respuestas a los problemas ‘que afrontaban estaban influidas por su cultura particular». De abi que el objetivo de su investigacién no sea simplemente reconstruir el pen- samiento de los whigs, a la manera de la historia politica tradicional, sino «desentraiiar el citmulo de significados de que es portador su len- guaje» y poner en relacién este lenguaje «con una cultura politica iden tificable>". En suma, Howe propugna y pone en préctica una redefini- cin del objeto de estudio de la historia politica cuyos términos estin en sintonia con los de historiadores como Berstein. Dicho objeto ya no debe limitarse a la ideologia y Ia accién politicas, sino que debe incluir aa cultura politica en que éstas se inscriben y de la que son expresién, ‘Una nociin de cultura politica igualmente compleja y deudora de fuentes tedricas diversas es la que usa Romén Miguel Gonzélez, Este pea 85 Ibidem, pp. 23. parte del concepto funcionalista original, pero a la vez toma en cuenta plenamente la reelaboracidu Hevadla a cabo en los dltimos anos en el am- bito de la historia politica, al tiempo que rechaaa la visién consensual xy homogénea sostenida por el primero y afirma, en sintonfa con la se- gunda, que existe una pluralidad de culturas politicas, muchas veces en conflicto entre ellas. Peto, ademés, Miguel toma en consideracién a la hora de definir el concepto las contribuciones tesricas de la historia y la sociologia culturales y del denominado giro lingUistico®, El resulta- do es una nocién de cultura politica en la que ésta hace referencia a las representaciones simbélicas de la sociedad, las identidades colectivas y los discursos que las forjan y los horizontes de expectativa, De la cul- tura politica derivan, a su vez, las aspiraciones compartidas, las estra- tegias de accion y las formas de sociabilidad, que incluyen los meca- nismos ¢ instituciones que recrean y ritualizan cl marco cultural, cohesionan al grupo y encuadran a sus miembros”. En esta ocasién, el objeto de estudio elegido son las tres culturas republicanas que Miguel Gonzilez identifica en la Espatia del siglo XIX: el socialisma jacabino, el demosocialismo y el demoliberalisimo". También Javier de Diego toma como punto de partida de su investigacién la evolucién experi mentada por el concepto de cultura politica durante las iltimas déca- das, tanto en ciencia politica como en historia politica y cultural. Aun- ‘86 Romin Miguel GONZALEZ, La pasiin rvolucionaria. Culturas politicas republica- ‘nas y movilizaciin popular en la: Espaia del siglo XIX, Madsid, Centro de Estudios iicos y Constitucionales, 2007, pp. 43-44 87 Ibidem, pp. 42 y 45, y «Culturas polticas republicanas y revoluciin democritica fen Is Fepaiia del XIE, om Angeles Lario (ed.), Monaryuay replica ev lu Papua Contemporanea, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, p. 243, /y easels p “oer 3 (00 pp. 20-238 Tada as aid fea ambitn porn ‘axons sempre coinien, Vee or jem fereoa tune poly, ocala, aarqisne ltrs fl 860114). Falgun 1A Diduera Sens), cree Seco nl mun dl rage ences de ppt hp Bunny roe Cam sna choca en Eppa ye 39 (200) pI 3 En el pele dos teabajon se define a ultra poten cmo un eubseato esgic san ete ir go qc organ 3 da foma na seri de hetranieta de invrretacin sobre santo fae Soh anos aetermiades sicuros oe tray soled Sv a iy sanen enn ee po rg, dant del tempo” de las estategis yas uchaspulsas ae ae datas y de coyunturay (p. 214). a ——— a imestigacié istirica yo concepto de cuter poiica 35 que en este caso, el autor se declara partidario de la perspectiva teébri- ca interpretativista ya descrita, que aplica al estudio de la cultura po! tica del republicanismo espaitol decimonénico”. Hasta ahora me he referido al uso teérico que los historiadores po- liticos han hecho del concepto de cultura politica. En el doble sentido de que dicho concepto es puesto en relacién, més o menos explicita- mente, con un cierto marco tedrico y de que ¢s aplicado como herra~ mienta de anilisis en la investigacién. Bs frecuente, sin embargo, entre esos mismos historiadores, que se haga un uso puramente descriptivo del concepto. Es decir, que el concepto no sea utilizado para elaborar explicaciones histéricas (sobre, por ejemplo, la conexidn entre cultura politica y accién politica), sino con una finalidad puramente taxonémi- ca: como una mera etiqueta con que designar el fendmeno que es tema de estudio, En tales casos, e] objeto de estudio etiquetado como cultu- ra politica aparece como una entidad natural, que no se problematiza ni se somete a escrutinio critico. Se da por supuesto que la cultura politi- ca existe como fenémeno real y que, por lo tanto, se trata de un objeto de estudio empiricamente dado. Por lo que se presta escasa atencién al proceso de constitucidn teérica de ese objeto de conocimiento, es decir, al proceso mediante el cual una porcién de la realidad ha sido acotada, definida y caracterizada como cultura politica en funcién de una cierta concepcion teérica de la sociedad y de le accién humanas Sin embargo, la cultura politica no es una mera entidad empirica, disponible para su estudio histérico, sino el resultado de una determi- nada conceptualizacién de los hechos de la vida politica. La prueba es que, como hemos visto, ese objeto de estudio varia dependiendy del concepto de cultura politica que se maneje Par ejemplo, mientras el concepto original entratia como objeto de estudio los valores comparti dos, el concepto modificado de la historia politica entrafta el estudio de las representaciones de la sociedad. ¥ lo mismo ocurre con los concep- tos de cultura politica que atin no he mencionado. No se trata, por lo tanto, simplemente de discutir si la cultura politica esta constituida por valores 0 por representaciones de la sociedad, sino de ser conscientes de que ambas definiciones implican ciertos supuestos teéricos, ¥, por lo tanto, cuando se hace uso del concepto de cultura politica, no se trata simplemente de elegir una u otra definicién 0 combinarlas, sino que es 9 Javier de Diego ROMERO, Imaginar la Republica 36 Macs Av: necesario explicar las razones por las que se la ha elegido, es decir, por- que se adopta un cierto objeto de conocimiento y se lo toma como tema de investigacién. Fiste es el tipo de uso de la nocién de cultura politica que Stephen Welch denomina como puramente informal [casual]. Y es también, sin duda, dicho uso el que autores como Formisano y Glen Gendzel tienen en mente cuando afirman que los historiadores han hecho un escaso es- fuerzo por definir el concepto con precision y que muchas veces no son conscientes de su trasfondo tedrico y de los debates que Jo han rodea- do, Muchos historiadores, segin Formisano, lo utilizan como tna espe- cie de concepto «paraguas», es decir, como un concepto vago ¢ inde- terminado cuyo significado parece adivinarse de manera intuitiva, sin necesidad de una definicién explicita”. Y en términos similares se ha expresado Ismael Saz, quien considera que con frecuencia se da una fal- ta de clarificacién y de especificacién teéricas. Esta «indeterminacidus conceptual», unida al fenémeno de las «modas» historiogréficas, termi- na por propiciar, segtin él, «una suerte de nominalismo por el cual es historia de las culturas politicas aquello que se autodefine como tal» 0, incluso, que no se sepa ade qué se habla cuando se habla de culturas politicas». Ademés, no es infrecuente encontrar obras en las que la no- ién de cultura politica es un mero sustituto de lo que anteriormente se denominaba como ideologias, partidos, grupos o tradiciones politicos”. ‘Una muestra de imprecision teérica y de nominalismo se encuentra, por ejemplo, en el trabajo de Alan S. Kahan. Este comienza definiendo la cultura politica como «los medios que las personas usan para justificar las demandas que se hacen unos a ottos y las formas en que esas perso- nas identifican los limites de la comunidad a la que pertenecen (y de la que otros estan exclutdos)», pero no especifica a qué «medios» se refie- re, De su exposicién subsiguiente se desprende, no obstante, que esos ‘medios son las «ideas» de las que esas personas hacen uso en la lucha 90 Stephen WELCH, Te concept of Pol cal Cultore.. Culture»... pp. 393-394, y Glen logy of a Concepts, Journal of Interdiscpli- 50, nary History, 282 (1987 92: Ismael 8Az, eka sora de ls cults poltiasen Espey lextrao caso del “neal cpt en Beno esta y Jem gts ial es) stoi cutrle en Prat e en Espagne, Madi Casa de Vly Pp. 221-222. 7 ——— Lainvestigacin histrcayolconcpto de culture pla 57 politica para justificar y legitimar sus acciones (como la idea, «creada por los liberales», de capacidad). Cultura politica, en suma, se equipa- ra a ideologia politica”. En los casos en que es utilizado como mero sustituto o sinénimo de alguna nocién previa de la historia politica tradicional (como ideo- logia, pensamiento, ideario o programa politicos), el concepto de cultu- ra politica carece casi por completo de contenido tedrico y apenas im- plica 0 suscita innovacién historiografica alguna, ni siquiera en el objeto de estudio, Hay ocasiones en las que este uso reduccionista y pu- ramente terminologico de la nocion de cultura politica es el resultado de una decisién consciente de los historiadores. Estos estan al tanto de la existencia, contenido y evolucién del concepto, ast como de los de- bates que lo han rodeado. Pero aun asi, deciden prescindir de él y de los marcos teéricos que entrafia, usarlo para designar alguna de esas nociones previas y continuar investigando los viejos temas de estudio, como el pensamiento politico o la ideologia de tal 0 cual partido, Esto es lo que hacen, por ejemplo, los historiadores Fidel Gomez. Ochoa y Demetrio Castro Alfin. EI primero de ellos discute ampliamen- te el contenido, la definicién y la aplicabilidad analitica del concepto, pero llega a la conclusién de que se trata de un concepto ambiguo, Ra- zn por la cual decide reducir la cultura politica como objeto de estu- dio a la teoria o el pensamiento politico (en este caso, del conservadu- rismo restauracionista espafiol), y al estudio de éste esta consagrado su articulo™, Fn cuanto a Castro Aifin, también es consciente del signifi- cado del concepto, tal como fue formulado en ciencia politica, pero de- cide hacer un uso del mismo en «sentido limitado», como sinénimo de ideologia politica (en este caso del republicanismo espafiol decimondni- co}. Hay casos, finalmente, en los que el término cultura politica es adoptado simplemente como un modismo para designar la ideologia de 93 AlanS. KAHAN, Liberaliom nite sufroge, Basingstoke, Mac 94 Fidel GOMEZ OCHOA, «El pensamiento politico de Antonio Cinovas del C3 tuna sproximaciin a Ja cultira poltia del conservadurismo dela Restauraié fen Mania! Sure? Cortina (ed), La cultura espartola ela Restaxracién, Santander Sociedad Menéadce Pelayo, 1999, pp. 475-476 y 471 9 Demetrio CASTRO ALFIN, aa cultura politica y la subcultra palitia del repu- blicanisto espatol», I Congreso Fi Rep Priego de Cordoba, 2001, pp. 3-34 al culture of enth-contury Buvope. The polit 58 Comana, un partido o de una tendencia politica, como en el trabajo de José Luis Ollero vallés sobre el progresismo espaitol del siglo XIX. Y aunque el au- tor se refiere a los efectos renovadores del concepto sobre la historia po- litica, su tema de estudio se reduce al ideario, el programa y la activi- dad de dicho partido, sin que se diga una palabra sobre la cultura politica del progresismo a la que se hace alusién al comienzo del traba- Jo. Ante decisiones como éstas, cabe preguntarse qué necesidad habia de evocar el concepto de cultura politica, si luego no se hace ningun uso teérico y analitico del mismo. La historia cultural de la politica El concepto de cultura politica ha sido utilizado también en un contex- 10 tebrico ¢ historiogrsfico distinto de los considerados hasta ahora, el de la historia cultural. En este caso, el concepto tiene una génesis dife- rente, pues no suele tener relacién con la ma de explicacion que se pretende resolver con él es otro. El impulso que ha movido a algunos historiadores culturales a hacer uso del con- cepto ha sido la insatisfaccién con respecto al modelo explicativo de la historia social clisica y su teoria materialista de la accién humana, En dicho modelo, las ideas, motivaciones y acciones politicas son conside- radas como expresiones y efectos de ia situacién social de los actores politicos, Dado que se parte del supuesto de que la esfera socioeconé- mica constituye una estructura objetiva, se supone que ésta determina causalmente la aceién humana y, por lo tanto, que las personas piensan, se identifican y actan politicamente segiin el lugar que vcupan en di cha esfera. Con el tiempo, sin embargo, algunos historiadores comenza- ron a poner en duda que entre posicién social y conducta politica exis- tiera ese tipo de conexién causal tan directa. De modo que lo que antes habia sido dado por supuesto se convirtié en un problema de explica- ci6n historica que requeria ser resuelto, Si la conexién entre lo social y 1o politico no era la supuesta, entonces habia que esclarecer de qué tipo cera, Bsa insatisfaccién con respecto a la explicacién social y la consi- 96 José Luls OLLERO VALLES, «das culturas politicas del progresismo espaltol; $a- {gata y los puros», en Manuel Susrez Corti (ed, La redencié del pueblo, La eu ura progresista en ta Bspafta liberal, Santander, Universidad de Cantabria, 2006, pp. 239-269, a ivestigacin istica y el concent de cuts poitica 59 guiente busqueda de una solucién al problema suscitado condujeron a luna revisién y reformulacién del paradigma de la historia social. El resultado fue la formulacién de un modelo explicativo en el que a conexi6n causal entre situacién social y accién politica no es directa ¢ inmediata, sino que esta culturalmente mediada, Lo que ello quiere decir es que la situacién social no genera por si misma, de manera es pontinea e inexorable, las formas de conciencia y de conducta que le son propias, sino que éstas se forjan en el proceso de aprehensién cul- tural de la realidad levada a cabo por las personas. ¥, por lo tanto, que los efectos de la determinacin social dependen de los dispositivos cul- turales (tradiciones, vocabulario, experiencias vitales, etc.) mediante los cuales esas personas se relacionan significativamente con el mundo, Las personas no son meros espectadores pasivos del mundo, sino intér~ pretes culturales activos del mismo y, por lo tanto, no se limitan a re- flejar los significados de la realidad, sino que toman parte activa en su desvelamiento. De lo que se sigue, a su vez, que aungue las personas sean sujetos sociales, no se convierten en sujetos politicos de manera automatica, sino que han de tomar conciencia del significado de su si- tuacién social. Para que el ser social devenga agente es necesario que se convierta en ser consciente. Desde este punto de vista, los sujetos poli ticos estan ya dados en la estructura social ~como acurre, por ejemplo, con las clases, pero se constituyen como tales en la esfera cultural. De modo que la forma que adoptan los sujetos politicos y sus acciones no esta socialmente prefijada, sino que depende de la matriz cultural en que éstos se han forjado. En este paradigma materialista renovado, la cultura no es un mero veh{culo pasivo de expresiou de lus significados de la realidad social, sino que interviene activamente en el desvelamiento de esos significa~ dos. Por lo tanto, la relacién entre estructura social y cultura no es de mera determinacién unidireccional, sino de interaccién dialéctica. Los sujetos politicos no son individuos auténomos, sino sujetos sociales, y sus acciones y objetivos no son el resultado de sus elecciones raciona- Ies, sino un efecto de su posicién social. Pero, a la ve7, la perspectiva cultural mediante la cual las personas perciben y aprehenden el mundo social y el lugar que ocupan en él es la que configura sus estrategias de accién, De modo que aunque la acelén politica sea un efecto causal de la estructura social, a la vez posee una autonomia relativa con respecto a ella que le viene dada por el hecho de que se forja como tal en la es~ 60 Move, Angi, Camas fera de la cultura. De ahi que, para la historia cultural, la cultura deba de ser considerada como una variable histérica especifica en la explica- cién de la identidad y la préctica politicas y, por lo tanto, constituya un objeto de estudio primordial de la investigacién historica, En este contexto tedrico e historiogrifico, el uso del concepto de cultura politica por parte de algunos historiadores culturales obedece al propésito de dar cuenta de y captar analiticamente la existencia de esa esfera cultural auténoma y de su papel en la conformacién de la ac- cién politica, El término cultura politica designa el conjunto de ele- mentos culturales que establecen la légica inmediata de la accién pol tica y que intervienen en la gestacién de las motivaciones, intenciones ¥y objetivos que mueven a los actores politicos. Lo que el concepto de cultura politica pretende expresar, en suma, es la tesis de la autonomia cultural de ta accién politica con respecto a la estructura social y, por lo tanto, el supuesto tedrico de que la accién politica remite, en prime- ra instancia, a la esfera cultural (y s6lo en iiltima instancia a la estruc- tura social). Asi como que la cultura no es una mera correa de transmi- sién causal de la estructura social, sino un conjunto de recursos de los que los actores politicos se sirven de manera consciente y creativa. El problema que se plantean los historiadores culturales y para el que ar- bitran como solucién el concepto de cultura politica es, pues, diferente del gue preocupaba a los historiadores politicos. Para éstos, que opera- ban con un modelo tedrico individualista, el problema que habia que resolver era en qué condiciones los individuos toman sus decisiones de accién politica. En el modelo teérico dicotémico y materialista de los historiadores culturales el problema es cudl es la relacién exacta entre las decisiones de accién politica de las personas y la estructura social. Este es el significado y el propésito teéricos que el término cultu- ra politica tiene en la obra de los historiadores culturales que han he- cho uso de él, como Roger Chartier y Lynn Hunt. Lo que el primero de ellos designa con el término es el conjunto de ideas, principios y visio- nes de la sociedad que orientan la conducta politica de las personas y los grupos”. En cuanto a la segunda, ha utilizado y aplicado analitica~ mente el concepto de cultura politica de una manera extensa y siste- 97. Véase, por ejemplo, Roger CHARTIER, Espacio publica, critica y desacralizacién en el siglo XVII Los origenesculturales de la Revolucin francesa, Barcelona, Gedisa, 1995, esp. el cap. 7 a investigacion Nstiice el concent do poica 6 mética. En su obra sobre la Revolucin francesa, Hunt comienza preci- samente expresando su insatisfaccién con las interpretaciones anterio- res de ésta y, en particular, con la interpretacién marxista. Frente a la explicacién social de la Revolucion, que establece una conexién causal directa entre grupos sociales y accién politica, ella considera que esta liltima tiene st origen en lo que denomina como cultura politica revo- Jucionaria, Fue ésta la que conformé las motivaciones de los actores po- Iiticos y la que dio unidad y coherencia a sus acciones. Segiin sus pro- pias palabras, «los valores, expectativas y reglas implicitas que expresan y dan forma a las intenciones y acciones colectivas son lo que yo llamo ia cultura politica de la Revolucién. Esa cultura politica pro porcioné la légica de la accién politica revolucionarian™, La cultura politica, tal como la entiende Hunt, incluye una serie de elementos diversos. Ademés de los tres ya citados y de los «valores co- munes y expectativas compartidas» a los que se habia referide poco an- tes, la cultura politica esta compuesta también de «practicas simbélicas, tales como lenguaje, imagineria y gestos» (p. 13}. Finalmente, de la cul- tura politica forman parte los principios idealégicos y patrones subya- centes en que se basan los actores politicos y que, en el caso de la Re- volucién, constituyeron el fundamento de la nueva sociedad que se pretendia implantar. Hunt se refiere a la existencia de «patrones sub- yacentes en la cultura politica» que hicieron posible «el surgimiento de politicas distintivas y la aparicién de nuevos tipos de politicos, conflic- tos y otganizaciones» (p. 14). Entre esos principios subyacentes se en- cuentran una concepcidn de la politica como «un instrumento para la reorganizacién de la sociedad mediante la accién humana y las nocio- nes de razén y naturaleza, consideradas como los fundamentos de] nue- ‘vos orden social y politico. Estos principios, tomados de la Hustracion, constituyen los «supuestos retoricos implicitos» de los revolucionarios y de su proyecto de sociedad y, con el triunfo de la Revolucién, se con- vertirian en el fundamento de la vida politica (pp. 213-215). En cuanto a la naturaleza de la cultura politica, Hunt sostiene que ésta no constituye un reflejo o expresién de la estructura social, sino que se trata de una esfera especifica. La cultura politica revolucionaria 98 Lynn HUNT, Politics, Culture, and Class in the French Revolution, Berkeley, Uni ‘versity of California Press, 1984, pp, 10-11. Ba lo que sigue, Indico las paginas en- tre parentesis 62 a. Ast Ca ~escribe~ «no se puede deducir de las estructuras sociales, los contlie- tos sociales 0 la identidad social de los revolucionarios. Las précticas politicas no fueron simplemente la expresién de los intereses econémi- 0s y sociales “subyacentes”». Y de ahi que se proponga evitar en su vestigacién, como ella dice, «Ja metafora de los niveles» (p. 12). Ello no quiere decir, sin embargo, que la cultura politica sea completamente au- ténoma con respecto a la estructura social, sino que la relacién entre ambas no es de determinacién unidireccional, sino de interaccién ¢ in- fluencia mutua. No quiere decir, puntualiza Hunt, que la Revolucion fuera s6lo un hecho intelectual y que la politica tuviera primacia sobre lo social, sino que la Revolucién fue «una explosiva interaccién entre ideas y realidad, entre intencién y circunstancia, entre practicas colec- tivas y contexto social. De modo que aunque las ideas no pueden ser deducidas directamente del contexto social, hay una consonancia entre ambos y una relacién de afinidad entre ideas y grupos sociales. La po- litica révolucionaria, escribe Hunt, «no puede ser deducida de la iden- tidad social de los revolucionarios», pero tampoco puede «ser divorcia- da de ella», ya que la «Revolucién fue hecha por personas, y algunas personas fueron més atraidas que otras a la politica de la revoluciom» y las précticas simbélicas derivadas de la cultura revolucionaria «fueron abrazadas con mas entusiasmo en unos lugares més que en otros y por unos grupos mds que otros». Segiin Hunt, este tipo de relacién entre ideas y sociedad se puede expresar mediante la metéfora de la cinta de Moebio, ya que «las dos caras estaban inextricablemente entrelazadas, sin un “abajo” y un “arriba” permanentes» (13). En este modelo teérico, la cultura politica desempena un papel ac- tivo en la configuracidn de la identidad y la practica de los actores po- liticos, pues aunque ambas estin enraizadas en la estructura social, se conforman como tales en la esfera cultural. En cuando a la identidad politica, ésta preexiste potencialmente en Ia esfera social y, por tanto, hay una predisposicién de los grupos sociales hacia ella, pero es la cul- tura politica la que confiere unidad y coherencia a esos grupos y, por lo tanto, la que los convierte en sujetos conscientes y en agentes politi- cos. Como ‘e Hunt, fue la cultura politica revolucionaria la que en- gendrd ala nueva clase politica y le dio «un sentido de unidad y de propésitos». Pero la identidad politica es también el resultado de un proceso de interaccién entre realidad social y cultura politica, pues esa nueva clase politica «fue formada por su relacién con la politica revo- lucionaria tanto como ella formé a ésta» (p. 13). ‘a investiga istrica y # concept de cultura potica 63 Y lo mismo cabe decir de la accién politica. De manera general, la politica se inscribe siempre dentro de un cierto marco cultural que es cl que le da forma. Como dice Hunt, siguiendo a Geertz, toda autori- dad politica requiere de un marco cultural que la defina y su legitimi- dad depende de ciertos presupuestos culturales sobre la realidad. Es el ‘caso de la autoridad politica bajo el Antiguo Régimen, en que la auto- ridad del monarca se encontraba firmemente anclada en un orden je- rarquico catélico, La Revolucién supuso, precisamente, un cuestiona- miento de ese marco cultural y su sustitucién por otro, Estamos, pues, ante ejemplos de «cémo la politica es conformada por la cultura» (pp. 87-88). Desde este punto de vista, la politica no es un mero epifend- meno de la estructura social, ni las Iutchas politicas son meros conflic- tos de intereses sociales, sino resultado de la confrontacién entre cul- turas politicas. En esto consiste, segiim Hunt, la Revolucién francesa, Y¥ de ahi la importancia de los simbolos, las imagenes y los rituales, que son la expresion condensada de la cultura politica. Para dar cuenta de esta cizcunstancia ya no sirve el viejo concepto de ideologia politica, que presupone que las ideas son meros reflejos de los intereses socia- les, sino que es preciso recurrir a un concepto como el de cultura poli- tica, que implica la existencia de un proceso de configuracién cultural de la politica. En lo que ataiie a la accién politica, este modelo tedrico implica que aunque la posicién social predispone a las personas a comportarse politicamente de una cierta manera, es la cultura politica la que confi- ‘gura y orienta sus acciones. Pues la cultura politica es la que establece los «patrones de pensamiento» que subyacen a las decisiones politicas yy, por lo tanto, la que genera las motivaciones y fines que impulsan la accion politica. Aunque los actores politicos estan socialmente determi- nados, a la vez la cultura politica les proporciona un espacio en el que pueden desplegar su creatividad y su libertad de accion, Ademés, el que la cultura politica no sea un simple medio de transmisién de los dictados practicos de la estructura social implica que es un instrumen- to que los actores politicos pueden utilizar de manera consciente, Como escribe Hunt, el «enguaje revolucionario» no fue una mera expresion ideolégica de élos intereses sociales o politicos subyacentes», sino tam- bien un «instrumento de cambio social y politico», de reorganizacién de la sociedad (p. 24). Mediante ese lenguaje, sus imagenes y sus acti- vidades politicas cotidianas, los revolucionarios reconstituyeron la so ciedad y las relaciones sociales, rompieron conscientemente con el pa- 6a aves dine sado y sentaron las bases de una nueva comunidad nacional y crearon nuevas relaciones politicas y sociales (p. 218 y p. 12) En este modelo tedrico, la cultura politica es también el espacio en que emergen las diferentes subculturas politicas. Aunque éstas tienen. un anclaje social, se constituyen como tales como resultado de las ten siones internas de la cultura politica. Bs lo que ocurre, segiin Hunt, en cl caso de las tres tendencias que surgieron dentro de la cultura politica revolucionaria francesa, el republicanismo democritico, el socialismo y el autoritarismo, resultado de los desacuerdos sobre la manera de reor- ganizar la sociedad, Bsas tres tendencias se derivan «de alguna manera de los principios de la retérica revolucionaria y de Ia tensién implicita de la préctica politica revolucionarian. En particular, tienen su origen en Ja ampliacién del espacio de la politica y la participacin organizada de las clases populares, pues constituyen diferentes respuestas y reacciones frente a éstas. El socialismo surgié del fracaso de la movilizactén popu- lar y el autoritarismo del temor a la misma, mientras el republicanismo democratico se sitia entre ambos. A este respecto, Hunt se opone tanto a la explicacién social como a la idealista. Seguin ella, el origen del repu- blicanismo democrético, por ejemplo, no se encuentra ni en el «choque entre modos de produccién» ni en la difusién de los «ideales de la Tlus- tracién», sino en la propia cultura politica y en la tensién, dentro de ésta, con las otras tendencias (pp. 12-13, 224-225 y 234-235), El concepto de cultura politica de Ia historia cultural entrafia un inulevo objeto de estudio y un nuevo programa de investigacién histéri- ca, diferente del de la historia social (y, por supuesto, del de la historia politica). Para explicar la accién politica ya no hay que centrar la aten- cién en la estructura social, en las circunstancias socioeconémicas y en el origen social de Ios actores politicos. Estos son factores que hay que seguir teniendo en cuenta, pero la investigacién historica ha de dar prioridad al estudio de los componentes de la cultura politica, pues es en ésta donde se encuentra anclada causalmente en primera instancia la accién politica. Los principios culturales generales, la retérica, los sim- bolos, los rituales o los gestos devienen el objeto de atencién de los his- toriadores, como ocurre en la investigacion de la propia Hunt sobre la Revolucién francesa, \s ivestigaiin nstdrica yo eoncapo de cultura potion 6 La cultura politica como discurso En el campo de los estudios histéricos ha surgido también de otro con- cepto de cultura politica, distinto de los presentados hasta aqui. Se tra- ta de un concepto que tiene algunos elementos en comin con el de la historia cultural y la linea que lo separa de los postulados de esta ulti- ‘ma no es siempre nitida, Y de ahi que tos historiadores que hacen uso de ese muevo concepto sean frecuentemente clasificados como historia- dores culturales ¢ incluidos en el mismo grupo que éstos. Ademas de cllo, las definiciones que dichos historiadores ofrecen del concepto de cultura politica suelen presentar numerosas ambigiiedades, imprecisio- nes y lagunas teéricas. A pesar, sin embargo, de estas debilidades y del cevidente solapamiento de ese concepto con el de la historia cultural, las diferencias entre ambos tienen la entidad suficiente como para que pueda afirmarse que se trata de conceptos diferentes ¢ incompatibles. Este nuevo concepto de cultura politica es el que se encuentra en la obra de historiadores como Keith Baker y James Vernon y el que resuc~ na en Jos trabajos de autores como Patrick Joyce y Margaret Somers. También en este caso, el concepto de cultura politica nacié de la in- satisfaccién con respecto al modelo explicativo de la historia social y entraia, por lo tanto, una reaccidn tedrica ¢ historiografica en contra de éste. Los historiadores que hacen uso de él ponen expresamente en duda el postulado de que la identidad y la practica de los actores poli ticos estan causalmente determinadas por sus condiciones sociales de existencia. Fs decir, que el alineamiento politico de las personas, los in- tereses que las mueven y los objetivos que persiguen se derivan de al- gin modo de su situacién socioeconémica. Sin embargo, la solucién a las Ilmtaciones ¢ insuficiencias del modelo explicativo materialista que esos historiadores proponen diflere en puntos sustanciales de la solu- cién arbitrada por la historia cultural, El nuevo concepto de cultura po- litica apunta en una direccién tedrica distinta. La principal diferencia con respecto a la historia cultural radica en que algunas de las premi- sas todricas encarnadas en ese nuevo concepto implican un rechazo de toda noci6n de sujeto social y de causalidad social. ¥, por lo tanto, la re- cusaci6n del modelo explicativo materialista u objetivista, y no su mera reformulacién culturalista, como proponen los historiadores culturales. Ya no se trata de afirmar que los sujetos, aunque estan implicitos e1 csfera material, no se hacen explicitos y devienen agentes politicos has- ta que son capaces de expresarse culturalmente y de hacer uso de los 66. recursos culturales disponibles, Lo que ahora se afirma es que los suje- tos tienen otvo origen y se constiluyen mediante un proceso diferente, distinto de la construccién cultural y de la toma de conciencia BI nuevo concepto de cultura politica implica, asimismo, un re- chazo no sélo de la nocién de suje¢o social, sino también de la de sujeto natural, propia de la historia politica individualista. Es decir, un recha zo del postulado de que los actores politicos son individuos que poscen una racionalidad intrinseca, de que sus ideas y motivaciones son el fru- to de la reflexién y el céleulo racionales y de que su accién politica es un acto de elecci6m racional. Pese a ello, ¢s frecuente, como observa Ba- ker, que el nuevo concepto de cultura politica sea asimilado a la pers~ pectiva te6rica de los denominados historiadores revisionistas, que atri- buyen una autonomia absoluta a la esfera politica con respecto a la base social”, Sin embargo, como veremos, aunque pueda existir alguna am- bigdedad al respecto, la solucién que entrafia el nuevo concepto de cul- tura politica no consiste en una rehabilitacién del individualismo y de la creatividad individual, sino que supone un rechazo de toda nocién de aceién individual. Ta solucién que dicho concepto entrafia es més bien otra y se basa en el supuesto de que los sujetos no son entidades preexistentes ~en ninguna de sus formas-, sino que se constituyen como tales dentro de Ja propia cultura politica, En el sentido de que es la existencia de ésta Ja que hace posible que las personas se conciban ¢ identifiquen a sf rois- ‘mas de una cierta manera y la que, en consecuencia, les induce a adop- tar una cierta conducta politica. Ello es asi porque la manera en que las personas perciben y experimentan significativamente la realidad y el lugar que ocupan én ella depende del conjunto de supuestos subya- centes sobre la naturaleza y el funcionamiento de esa realidad vigentes 99 Keith M. BAKER, «Apres la “culture politique”? De nouveaux courants dans Fap- proche linguistiquen, Dis-huitidme sicle, 37 (2005), p. 243. Este es el caso, por «jemplo, de Michael KWASS, «A Kingdom of Taxpayers: State Formation, Privile- {and Political Culture in Fighteenth-Contary Frances, Te Journal of Modem itaen la p. 295), y de D.L. L. PARRY, «Po- ‘The Historical Journal, rencias entre Baker y los historiadores revisionstas. Esta asimilacion de perspec: tivastedricasdispares se debe, sin duda, al profundo arraiga del habito de pensa- ‘miento dicotémico, que lleva a interpretar toda reacciSn contra el causalismo social como un retorno al modelo explicativo idealist o individualsta, ‘a investigacin istricay ol concept de cultura plticn 67 en cada situacién historica, La mediacién de esos supuestos lleva a atri- bulr ciertos significados a los fenomenos reales y a la posiciGn social y los atributos materiales de las personas y hace concebibles y ciertos cursos de accién y objetivos politicos. Ese conjunto de supues- tos subyacentes es lo que se designa con el término culture politica, Este término no alude, pues, ni a valores compartidos ni a repre- sentaciones simbélicas del mundo, sino a los supuestos implicitos que hacen posible el surgimiento de ciertas formas de identidad y de ac- cién politicas. Se trata de supuestos sobre los mecanismos que gobier- nan el mundo humano, sobre el sentido de la historia y sobre la natu- raleza de los seres humanos y sobre la relacién existente entre ellos y las instituciones politica. Desde este punto de vista, la cultura politi- ca no es un mero recurso del que se sirven los sujetos para afirmar su identidad, expresar sus intereses y disefar y justificar sus estrategias de accién politica. Por el contrario, la cultura politica es una suerte de logica 0 de sentido comin implicitos al que los sujetos se ven incons- jentemente supeditados. Ambas nociones de cultura politica se basan, pues, en concepciones diferentes del lenguaje. En el primer caso, el lenguaje es concebido como un medio o instrumento que las personas ‘ilizan para expresar sus ideas politicas (sean éstas creaciones inte- lectuales o reflejos ideologicos o culturales de la realidad social]; en el segundo caso, el lenguaje es concebido mas bien como el espacio con- ceptual que hace posible que esas ideas sean pensables. En el primer caso, el lenguaje es entendido como vocabulario; en el segundo, como un patron de significados, A esta distincién alude Baker cuando afir ma que su definicién de cultura politica es «més lingiistican que la de Almond y Verba (a la que califica de «socio-psicolégican) y esta basa- da en autores como J. G. A. Pocock, Marshall Sablius, Michel Fou- cault, Emesto Laclau y Chantal Mouffe'™, Fsta nocién de cultura politica tiene una clara afinidad con el con- cepto de diseurso, empleado entre otros por los tres iiltimos autores ci- tados. De manera general, el concepto de discurso hace referencia al conjunto de supuestos y categorias mediante los cuales las personas aptehenden y experimentan significativamente el mundo real y el lugar 100 Keith M, BAKER, Inventing che Preach Revolution. Essays on French Political Cul- ture in the Eighteenth-Century, Nueva York, Cambridge University Press, 1990, p. 4 y 307-308, nota 8, 68. que ocupan en él, Hl discurso es el espacio de enunciacién de las iden- tidades y lus inteseses y el que establece las condictones de posibilidad de la accién. La manera en que las personas se identifican a como sujetos y agentes, conciben sus intereses, definen sus expectati- vas y objetivos vitales y dan sentido a sus acciones depende del dis- curso dentro del cual se encuentran histdricamente inmersas. Las iden- tidades y Ios intereses se constituyen dentro del discurso, en el sentido de que son efecto de la articulacién discursiva o lingiistica de la reali- dad. Asi pues, lo que los historiadores que emplean este concepto de cultura politica proponen como solucién a las insuficiencias y limi ciones del modelo explicativo de la historia social no es la mediacién cultural, sino la mediacién discursiva. Un ejemplo de cultura politica, entendida en este sentido, podria ser la denominada cultura politica modema, compuesta por un conjun- to de supuestos y categorias que han operado como matriz conceptual de buena parte de la vida politica de los dos tltimos siglos, Entre esos supuestos se encuentran, por ejemplo, los siguientes. Que los seres bu- anos son sujetos naturales y auténomos o individuos, dotados de una racionalidad innata y poseedores de una serie de derechos y aspiracio- nes intrinsecos, Entre ellos el derecho y la aspiracién a la propiedad, la libertad y la igualdad. Que los individuos, dada su naturaleza, consti- tuyen la fuente de la soberanfa politica. Que el mundo humano es sus- ceptible de ser mantpulado y transformado racionalmente a voluntad y que la accién politica es el medio para realizar esa manipulacién y transformacién, Que Ja historia humana constituye un proceso de emancipacién progresiva destinado a culminar en un tipo ideal de or- ganizacién social, Posterlormente se atadieron otros supuestos, como el de que las relaciones humanas constituyen una estructura ebjetiva, bernada por un mecanismo auténomo € impersonal de funcionamiento y de cambio, que es susceptible de planificacién cientifica Este concepto de cultura politica como entidad discursiva obliga a hacer una distincién entre discurso politico e ideas politicas. Es decir, entre los supuestos implicitos sobre la naturaleza de la realidad social y las ideas politicas resultantes de la aplicacién de esos supuestos a ia comprensién de esa realidad, Esa distincién implica que las ideas poli- ticas no son ni creaciones intelectuales ni representaciones simbélicas de la realidad social, sino el resultado de la mediacién de una cierta cul- tura politica o discurso. ¥, en consecuencia, que la accién politica di- aca istriay el concapto de cultura pelea 69 manada de esas ideas no consiste ni en un acto de eleccién racional ni en un efecto causal de la estructura social, sino que tiene su origen en la propia mediacién discursiva. Es la influencia de una cierta cultura politica la que genera las motivaciones y expectativas de los actores po- Mticos, hace concebibles y légicas ciertas acciones y estrategias de accién, dota a éstas de sentido y define sus objetivos. Es la cultura po- fica la que define las pautas de racionalidad politica que gobiernan y ‘entan la accién de los actores politicos y la que establece las condi- ciones de postbilidad de los contlictos politicos. Desde esta perspectiva tedrica, por lo tanto, el concepto de cultura politica no se refiere a un entorno cultural que condiciona la accién in- dividual (historia politica), a la expresién ideolégica de los intereses so- ciales (historia social) o a los principios politicos que guian la accién de los sujetos sociales y que constituyen una representacidn simbélica del mundo (historia cultural), Por el contrario, la cultura politica se refiere a una esfera especifica que opera como un auténtico factor causal de la accion politica y ha de ser considerada, en consecuencia, por la investi- gacién historica, como una variable explicativa primordial de dicha accién, De lo que se sigue la necesidad de redefinir de nuevo el objeto de estudio de la historia politica. El nuevo modelo explicativo requiere que el objeto primordial de investigacién sean los supuestos implicitos que componen esa esfera especifica y que subyacen a la accién politica, asi como los procesos histéricos de formacién de dichos supuestos. Pues en la influencia de éstos radica la explicacién de la conducta de los ac ‘ores politicos y el surgimiento y funcionamiento de las relaciones, con- flictos e instituciones politicas que emanan de esa conducta. Este concepto de cultura politica se encuentra, coma he dicho, en la obra de historiadores como Baker y Vernon. La definicién de cultura politica de Baker es bien conocida, pues la ha dado a la imprenta en va- rias ocasiones: Yo concibo la politica ~escribe~ como algo que tlene que ver con la for- rmulacién de demandas; como la actividad a través de la cual los indivi- duos y los grupos de cualquier sociedad articulan, negocian, implemen- tan y hacen valer las demandas respectivas que se hacen entre ellos y al conjunto, La cultura politica es, en este sentido, el conjunto de discursos, © practicas simbélicas, mediante las cuales se realizan esas demandas. Comprende las definiciones de las posiciones rplativas de sujeto desde las. que individuos y grupos pueden (0 no) realizar legitimamente sus de- mandas a los demés y, por consiguiente, de la identidad y de los limites 70 de la comunidad a la que pertenecen, Constituye los significados de los térmittos er que se eumarcan esas deaandas, la naturaleza de los contex- tos a las que pertenecen y 1a autoridad de los principios en razén de los ccuales las demandas se hacen vinculantes. Configura las constituciones y poderes de las acciones y procedimientos mediante los que se resuelven las disputas, se reconocen Ie ente las demandas en pugna y se ha- cen valer las det a Esta definicidn presenta algunas ambiguedades ¢ imprecisiones terminolégicas, pero parece claro que la nocién de cultura politica se refiere a un fenémeno distinto y se basa en unas premisas tedricas dife- rentes de las anteriores. Asi parece confirmarlo, ademas, la exposiciin subsiguiente de Baker y su aplicacién del concepto al estudio de la Re- volucién francesa. Aqui el término no se refiere a valores compartidos, a ideologia politica, a visiones del mundo o a representaciones simbéli- cas de la realidad social, aunque sin duda alude a muchos de estos ele- mentos, En este caso, el término se refiere a una entidad que define las posiciones subjetivas de los actores politicos, que establece las condi- ciones de posibilidad de la accion politica, que legitima las demandas y las acciones de dichos actores y que fija los términos de los conflictos politicos y de su resolucién. En particular, la cultura politica no desig- 101 Keith M. BAKER, Inventing the French Re eas iteralmente, en «E concepto de il ‘rafla sobre la Revolucidn Francesa, hes, babia aparecido antes en «lnirod French Revolution and the Creation of Mod cal Caltare ofthe Old Regine, Oxford, Fe ampliamente construida, e 2 (2006), p. 94. Con ligeras variacio- yn, en Keith Michael BAKER (ed), The 3 Cultore, vol. 1, The Pol ‘ll, Aqui se dela eval los ine las demandas respectivas que se hacen ent tica puede ser entendida como 23n esa actividad en una com emis y, por consiguiente, de la jue pertenecen (0 de Ia que son ie los significados de lostérminos en que se enmarcan esas de- 1a naturaleza de los contextos a las que pertenecen wzin de los cuales las demandas se hacer las dispu- tas.a las que dan lugar. Configura las constituciones y los poderes de Tas acciowes ¥y prozedimientos mediante los que se resuelven esas disputas, se econocea leg ‘Umamente las demandas en pugna y se hacen valer las decisiones vinculantes imestigacion way ol concepte de cultura ee n un conjunto de ideas, principios y recursos culturales que los acto- res histéricos wulizan para expresar sus identidades c intcreses y dise- har sus estrategias, sino a una entidad que hace posible que ideas, iden- lades, intereses y estrategias de accién existan, adopten una determinada forma y tengan eficacia préctica Aqui radica la discrepancia fundamental con la historia cultural, pues desde esta nueva perspectiva te6rica se pone en duda que las iden- lades y los intereses politicos preexistan en la esfera social 0 material y que la cultura politica sea una expresidn simbélica de los mismos. Por cl contrario, es la cultura politica la que hace posible, con su mediacion significativa entre las personas y la realidad, que esas identidades ¢ in- tereses se constituyan como tales y que las correspondientes acciones sean concebibles y realizables. La principal critica de la historia cultu- ral se ditige, precisamente, por boca de Chartier, contra el postulado de que «los intereses sociales no tienen exterioridad alguna con respecto a los discursos», que constituyen, en expresion de Baker, «una construc ibs liva y politica» y no una «realidad preexistente». Y, en ge~ neral, se dirige contra el postulado de que no es posible establecer una distincién entre précticas discursivas y no discursivas y entre «fend- menos discursivos y no discursivos». Por el contrario, argumenta Char- tier basdndose en Pierre Bourdieu, los procesos de construccién de los intereses estén «socialmente arraigados y determinados y limitados di- ferencialmente por los recursos (lingitisticos, conceptuales, materiales) de que disponen sus creadores. Remiten, pues, a las propiedades socia~ les objetivas, exteriores al discurso, que caracterizan a cada grupo, co- munidad 0 clase que constituye el mundo social»! Frente a esta concepcién, Baker critica el modelo explicativo ma- terlalista y el concepto de ideologia como reflejo de «intereses objetivos o reales de los grupos sociales»"®. Segiin Baker, «los intereses de grupo no son fenémenos brutos, objetivos, sino que se basan en principios cognitivos de diferenciacién social», es decir, dependen de los princi- pios de diferenciacién que definen y crean las divisiones sociales. En 102 Roger CHARTIER, Espacio piblic, critica y desacralizacién en el siglo XVET. ou. . 229, Cita a Keith M. BAKER, Inventing de Frenck Revolution, pp. 9 5. 103 Keith M. BAKER, Inventing the French Revolution, et, p17 104 tbidem, p. 17 72 cualquier sociedad medianamente complej, dice Baker, las personas ocupan siempre una posicién relativa frente « ulsas personas y, por lo tanto, poseen un cierto mimero de «intereses» potencialmente diferen- iadores. Por lo tanto, la naturaleza del «interés» (0 diferencia) que cuen- ta en una situacion concreta ~y, en consecuencia, las identidades de los grupos sociales relevantes y la naturaleza de sus demandas~ esté siendo constantemente definida (y redefinida). Baker pone el ejemplo de los in- tereses de los érdenes privilegiados y del Tercer Estado, que en 1788 se distincion mn social y de in- no deberfa darse por supuesta, como algo natural que es preciso explicar cémo surgié y se convirtié en la dis cial. Pues, afirma, vel “interés” es una construccién simbélica y pol 1, no simplemente una realidad soc «a, aclara Baker, negar «la relevancia de los intereses sociales para la sino sugerir que, puesto que los i las identidades de los grupos sociales relevantes y 1 antes que existir con anterloridad a ést Y lo mismo cabria decir con respecto a la accién humana, Otra ob- Jecién que ase suele hacer al enfoque lingitistico de la cultura politica es que niega la posibilidad de la accién dividuos [y grupos) en meras func: cuando se afirma que la idemtidad y laa lngaisticamente se esta haciendo referencia a las condi humana, no negando ésta, : ido con y sobre el lenguaje, jugando en ‘sus margenes, explotando sus posibilidades y ampliand« significados potenciales a medida que persiguen sus propos sus proyectos. Aunque este juego de postbilidades discursivas puede no Sin embargo, continiia Baker, «por cl mismo motivo es un juego que dichos autores no pueden controlar»! concepto de culture Revolucion francesa... pp. 95-9. ica en la reciente historiogratia so tizaci istria y concept de cultura poltica B Este concepto de cultura politica implica, finalmente, una nueva ico y una nueva ex ico. En cuanto al primero, la dominacién pol a, sino que es el resultado de la proyeccién de la cultura €s, desde este punto de vi e cuestion de autoridad linguifstica, Primero, en el sentido de que las fun- ciones politicas son definidas y asignadas dentro del marco de un cier- ‘0 discurso politico; y segundo, en el sentido de que el ejercicio de esas junciones toma la forma de una reafirmacién legitimadora de las defi- niciones de los términos del propio discurso»"*, Desde esta perspecti- va, asimismo, los cambios politicos no son efectos de los cambios socia- les, sino el resultado de la mutacién de la cultura politica, El cambio politico, escribe Baker, es «esencialmente una cuestin de cambi guistico: una transformacién del discurso mediante el que las deman- das pueden ser legitimamente hechas; una transferencia de la autoridad linguistica mediante la que se reafirman o se desautorizan esas deman- das». Una revolucién, por Jo tanto, es una transformacién de la cul- tura politica 0, como él dice, una «transformacién de la préctica dis- ccursiva de la comunidad>", lin- En este punto, Baker se opone expresamente a los modelos ex; tivos precedentes, tanto el materialista como el idealista. En cuanto al ‘paradigma marxistan, como lo denomina, lo critica por concebir la Re- volucién francesa como el resultado del «ascenso de la burguesia al po- como la expresién de «una necesidad histérica objetivan, oscure: invencién de una nueva Lo critica, asimismo, por concebir a la teoria politica ilustrada como conciencia burguesa» y a las diferentes tendencias politicas como «umn 109 Thidem, 110 Keith M. BAKER, Inventing the Pronch Revolution... p18 "a MM Asie Camera volucidn francesa como resultado de la influencia de las ideas, pero lo ‘que la explica son las categorias que subyacen a esas ideas. kin palabras de Baker, Momet nos oftece «un relato del crecimiento de una forma de pensamiento, sin un detenido andlisis de sus categorias de pensamien- to»! Bstas Ultimas constituyen la cultura politica y son la matriz.en que se forjan las ideas. Con esta distincidn entre cultura politica ¢ ideas, Ba- ker se distancia abiertamente de la vieja historia de las ideas politicas. Y lo mismo cabe decir de Vernon, quien rechaza el «revisionismo» de historia- dores como Jonathan Clark, al mismo tiempo que critica la concepeién «reflejista del lenguajen, sostenida por historiadores como Edward B ‘Thompson, segiin la cual «el lenguaje de la politica es visto como refle- jando, més que constituyendo activamente, la experiencia sociabs" Baker explica los términos y las implicaciones de esta distincién en su critica subsiguiente a Mornet. ste distingue entre wausas intelec- tuales» y «causas politicas» de la Revolucién. Estas dltimas atafien a aquellas situaciones y acontecimientos que se consideraron lo st temente intolerables como para inspirar el deseo de cambio o de resis- tencia, sin ninguna otra reflexion que el sentimiento de cambio y la busqueda inmediata de las causas y los remedios. Esta biisqueda es pu- ramente politica, pues se limita a exponer esas situaciones y aconteci- mientos y esas causas y remedios sin intentar generalizar 0 basarse en principios 0 doctrinas. Por contraste, las causas intelectuales se expre- san en el estudio de esos principios y doctrinas, sin preocupacién apa- rente por las realidades politicas. «Aunque, sefiala Mornet, la separacién entre ambas causas no es absoluta, sino que aparecen entremezcladas en del siglo XVIII», Sin embargo, objeta Baker, «lo que falta en ~v, dichy indy propiamente, lo que esta formulacién ex- cluye~ es exactamente el sentido en que la politica es constituida dentro de un campo de discurso». Mornet sostiene que fue la intelectualidad quien exigi6 la convocatoria de los Estados Generales que pusieron en marcha la Revolucién, pero st. historia de esa intelectuatidad no dice nada sobre «el lenguaje en que ésta fue articuladan"* 112 Tbidern, p. 23. 119 James VERNON, Politics and the People. A Study in English Political Culture, 6 1815-1867, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, pp. 2 4. 114 Keith M. BAKER, Inventing the French Revolution... p. 24, ‘aimestiacion istria concept de cuts tea 1 Esta distincién entre cultura politica ¢ ideas politicas implica, se~ ‘giin Daker, que es la primera, y no las segundas, la que debe atraet la atencién de la investigacién histérica. Nuestro objetivo, dice, no debe ser «escribir la historia de las unidades de ideas particulares, sino iden- tificar un campo de discurso politico, un conjunto de patrones y rela~ ciones lingilisticos que definieron las acciones y expresiones posibles y les dieron significado. Necesitamos, en suima, reconstruir la cultura po- litica dentro de Ia que la creacién del lenguaje revolucionario de 1789 se hizo posible». En este caso, la cultura politica que comenzé a emer ger en las décadas de 1750 y 1760 y cuyos componentes esenciales es- taban ya claros a comienzos del reinado de Luis XVI", Bsta nueva cul- tura politica proporcioné, segin Baker, el marco conceptual de la Revolucién y de la reconstitucidn subsiguiente de la sociedad. Fue ese marco, constituido por categorfas como las de opinién pitblica, propie- dad, utilidad piiblica, derechos det hombre, voluntad general y soberania, el que establecié las pautas del desarrollo histérico de Francia durante ese periodo™ En cuanto al origen y formacién de esa cultura politica y de sus ca- tegorias, Baker rechaza por igual que sean una creacién intelectual 0 un reflejo idealégico de los cambios sociales. Por el contrario, sostiene que son el resultado de la transformacién de la cultura politica precedente. Las nuevas categorias nacieron, segiin él, de la transformacién y frag- mentacién de las categorias precedentes de voluntad, justicia y razén, que constituian la base discursiva del Antiguo Régimen y de la monar- quia absoluta, Aunque Baker no llega a especificar cudles fueron las causas y los mecanismos de esa mutacién conceptual” Este concepto de cultura politica entraiia un objeto de estudio y un nuevo programa de investigacin historica jgualmente nuevo. Lo que los historiadores han de investigar y analizar, en este caso, es el conjunto de supuestos y de categorias discursivos que subyacen a la accién politica. Lo que se ha de estudiar, afirma Baker, refiriéndose al caso de la Revo- lucion francesa, es el «campo del discurso politico y social -el patron de significados e implicaciones- que constituyé la significacion de los 115 Thidem, pp. 2425. 116 Thidem, p. 27 117 Ibidem, pp. 25-26. 76 acontec’ wa explicar la Ke~ fn lo que hemos de estudiar es el «campo del discurso politico en que se produjo»!". Pues es en la mediacién de dicho campo discursivo donde radica la explicacién de las identidades, los intereses y las pric~ ticas politicas de los actores hist6ricos y del origen de las relaciones e instituciones politicas, EI objeto de estudio de la historia de la politica no ha de ser ya ni los valores, ni las ideas, ni las representaciones cultu- rales del mundo, sino los patrones conceptuales de significado dentro de los que se han forjado esos valores, ideas y representaciones. Lo cual re- quiere, asimismo, como una tatea prioriiaria, que se investigue la for- ‘macién histérica de los conceptes, por utilizar la expresion de Margaret Somers'. Es decir, la génesis y proceso de constitucién de los supues- tos y categorias que componen la cultura politica o discurso. Es evidente, por lo que Ilevo dicho, que Baker parte de la premisa de que existe una cultura politica general de la sociedad. Es deci conjunto de supuestos y categorias que vincula a todos los miembros de la comunidad politica y que establece la ldgica a la que éstos se atie- nen en sus relaciones y conflictos politicos. En toda sociedad, diriamos, existe un discurso compartido, Bn sus proplas palabras, «ana comuni- dad existe s6lo si existe algun discurso comin mediante el cual sus miembros pueden constituitse a si mismos como grupos diferentes den- tro del orden social y dirigirse unos a otros demandas que son conside- radas como inteligibles y vinculantes». La interaccién entre esas dife- rentes demandas «esta constrefiida dentro del discurso»™, La existencia de ese discurso compartido implica que las subculturas poli- ticas tienen una génesis y una naturaleza que son diferentes a las que se les atribuian con anterioridad, Las diferentes culturas politicas no son una expresién ideel6gica 0 cultural de los grupos ¢ intereses sociales previos, como sostiene el para- digma materialista. No son tampoco una expresion de las diferentes pre- ferencias ideol6gicas de las personas, como sostiene la historia idealista. as subculturas politicas son variantes del discurso compartido y se 118 Thider, pp. 18 y 20 119 Margaret R. SOMERS, «the privatization of wwledge Culture», en Victoria E, Bor ‘Tum. New Directions in the Study of Socie California Press, 1999, p. 132, 120 ‘Keith M, BAKER, Inventing the French Revolaton. p17 venship: How to Unthiak a Kno- (eds, eyond the Cultural re, Berkeley, University of 7 strc ye concepta de cultura esta onstituyen como resuliado del despliegue hist6rico y practico de las ci~ leyucias que componen ese diseurso y de las difcrentes articulaciones de a realidad mediante esas categorias, Desde este punto de vista, por lo into, no se trata de que exista un sistema de valores compartido 0, como sostiene Berstein, una cultura politica dominante que influye sobre las dems (como la republicana francesa). Lo que existe es una matriz con- ceptual comtin de la que emergen las diferentes subculturas y que hace posible la interaccién entre ellas, Es decir, la que hace posible que sean ‘mutuamente inteligibles y puedan entrar en relacién y en conflicto. Desde este punto de vista, lo que se debe investigar en cada caso es cl proceso mediante el cual la interaccién entre la matriz discursiva sub- yyacente y la situacién social y material concreta de las personas dio lu- {gar a la correspondiente subcultura o variante especifica de la cultura politica general. Por ejemplo, qué hizo que surgieran variantes como la democritico republicana y la socialista a partir de la cultura politica mo- derna y de sus categorias, Fsta ¢s una cuestién que Baker no aborda de manera directa, pero otras investigaciones histéricas realizadas desde tuna perspectiva teérica similar han arrojado bastante luz sobre ese pro- ‘ceso. Lo que esas Investigaciones han puesto de manifiesto es que la di- versidad politica contemporénca fue él resultado de los diferentes gru- pos sociales que fueron interpelados de manera distinta, en razén de sus respectivas situaciones sociales y materiales, por las categorias del dis- curso moderno. Categorias como propiedad, igualdad, libertad, autono- ria, utilidad social, soberania, ciudadanta o emancipacién, por ejemplo, adquirieron significados distintos dependiendo de las condiciones vita- les de las personas que entraron en contacto con ellas y comenzaron a articular significativamente su mundo mediante las mismas. Todos com- partian los supuestos que entrafiaban esas categorias, pero su aplicacién concreta a las condiciones materlales de exisieucia produjo ideas, con- vicciones y expectativas diferentes. Nociones como las de propiedad y utilidad social, por ejemplo, dieron lugar a formas de conciencia y de identidad distintas segdin que se aplicaran a la situacién de los propie- tarios o de los no propietarios. Para los primeros, la propiedad como de~ recho natural implicaba la posesién de ciertos bienes, para los segundos Ja mera generacién de riqueza. Articulaciones diferenciales como ésta fueron las que dieron lugar a variantes subculturales como el republica- nismo y el socialismo. Las subculturas ¢ identidades politicas resultan- tes no 50n, por lo tanto, meras expresiones ideolégicas de grupos ¢ inte~ reses sociales, sino de la articulacién de los atributos sociales mediante la matriz conceptual proporcionada por la cultura politica. 78 1 Camere, Un ejemplo de discurso compartido es el discusso constitucional inglés, que Vernon considera coma la metanarrativa de la politica ingle sa del siglo XIX, que proporciona el «lenguaje compartido» dentro del cual se constituyen las diferentes identidades y opciones politicas!. El «discurso de la constituciénn, segiin él, «puede interpretarse como un “c6digo compartido”, como la expresién imaginativa de un “incons- ciente politico” colective a través del cual los individuos y los grupos se definian a si mismos y se diferenciaban utilizandolo de maneras contra- uestas». Esa metanarrativa constituclonal permitié a las personas cons- tituirse en sujetos y agentes politicos, pues fue el que les proporcioné un sssentido de accién y propésito» y las capacité para imaginarse a st mis- mas como actores politicos™. Pero, ademas, fue la que hizo posible que surgieran las diferentes tendencias politicas (tories, radicales y whigs) y Ja que establecié los términos de las disputas entre cllas, pues las tres operan dentro de un mismo cédigo compartido!. Aunque cada una de ellas sostiene una visidn distinta de la consti las tres consideran a ésta como el fundamento del orden politico. Los ¢ories ponen el acen- to en la obligacion de los ciudadanos de defender la constitucién, los ra dicales dan prioridad a la proteccién constitucional de los derechos y los whigs defienden la vigencia de la vieja constitucién inglesa. Lo real- mente relevante, segiin Vernon, es que las diferencias y disputas entre los tres consisten basicamente en una reorganizacién significativa de los mismos conceptos dentro de un marco discursive comtin cuyos limites nunca trascienden. Ninguno de ellos llega a poner en duuda que la cons- titucién constituye el fundamento ontoldgico de la vida politica. ¥ asi, por ejemplo, explica Vernon, el movimiento obrero radical nunca pone en duda el supuesto de que la propiedad constituye la hase de los dere- chos politicos; lo que hace es «expandir la categoria discursiva de pro- piedad para mcluir la destreza del obrero manual honeston'™. 122 James VERNON, Politics and th people. pp. 295.296 122 James VERNON, eNotes toward an introduction en James Vernon (ed), Rerea- ding the Constitcan. New narratives nthe patil hstary of Bands ong ne feorth entry, Camry, Cambridge University Press 1996, pp 13 y 134 123 James VERNON, Plies andthe pple. p 297 124 idem, pp. 298-301 y 32. La argumentcin se replte en las p. 328-330. Par JOVCE defende uea‘ocin similar de dlscusacompartiao\en Demeraie sib Jet. De self and the scan ninerecntbecentaryBagland, Cambridge, Combe University ress, 194, pp. 148 y 199. |sinvostigasin histrice y el eoscepto de ctu pltiea 9 Conclusion: qué concepto de cultura politica? stos son los prinetpales conceptos de cultura politica utilizados por los historiadores durante los iiltimos aftos. Cada uno de ellos obedece al propésito de resolver un cierto problema de explicacion histérica, se inscribe en un determinado contexto tedrico y forma parte de un de- bate historiogréfico particular. Los historiadores han recurrido al con- cepto con la intencién de subsanar las insuficiencias de la historia po- litica tradicional, de refinar el paradigma de la historia social o de erigit tun modelo explicativo de la accidn politica diferente de ambas. En cada ‘caso, el concepto de cultura politica significa cosas distintas, que van desde los valores y visiones del mundo hasta los patrones conceptuales de significado que subyacen a la practica politica, pasando por los prin- cipios y representaciones simbélicas de la realidad social. Cada uno de esos conceptos implica una cierta teorfa de la accién humana y, por lo tanto, un cierto objeto de estudio y un programa de investigacién his- ica especificos. Cada uno de ellos dirige la atencién de los historia- dores hacia aquellos fendmenus o parcelas de la realidad en los gue se considera que se encuentra la respuesta al problema planteado y, en ge- neral, la explicacién de la conducta politica de los seres humanos. Los valores y visiones del mundo en que los actores politicos han sido so- cializados, la posicién que éstos ocupan en la estructura social y la per~ cepcién cultural que tienen de ella y los supuestos sobre la naturaleza y el funcionamiento del mundo humano son otros tantos de esos obje- tos de estudio. Bsos conceptos de cultura politica y sus objetos de estudio no sélo son diferentes, sino que ademés pueden ser incompatibles. No se trata silo de que el término hace referencia a fenomenos reales distintos, sino de que la adopcién de uno u otro concepto de cultura politica implica reconocer 0 no la existencia de tales fenémenos. Lo que para unos his- torladores tiene una existencia real, para otros puede no tenerla, de- pendiendo del concepto de cultura politica adoptado. Para unos auto- res es evidente, por ejemplo, que en la sociedad existe un sistema de valores general, mientras que para otros lo que existe es una pluralidad de culturas politicas. Algunos autores dan por sentado que estas cultu- ras tienen un origen y contenido especificos, mientras que las conside- ran como variantes de una cultura politica compartida. De modo que segiin se adopte un concepto de cultura politica u otro, el objeto de es- tudio y el tema de investigacién no sélo varian, sino que pueden in- 80 Mucus, Anos Caunrna cluso desaparecer. Fl objeto de estudio dimanado de la visién funcio nalista de la accién humana o de la historia deja de existir si se adopta el concepto de cultura politica como discurso. Desde esta pers- pectiva, ni los valores socializados ni las representaciones simbélicas de la estructura social son fendmenos realmente existentes y, por lo tanto, carece de sentido tomarlos como objeto de estudio y tema de investiga- clon. ¥ lo mismo se podria decir de las subculturas politicas. Si éstas son expresiones particulares de la cultura politica compartida, enton- ces carece de sentido estudiarlas de manera especifica. Lo que habria que estudiar, por el contrario, es la cultura polftica de que forman par- te, los vinculos que la unen a ésta y el proceso mediante el cual se han constituido a partir de esa matriz discursiva comin, Lo cual supone no s6lo adoptar una nueva perspectiva de anilisis, sino definir un nuevo tema de estudio: por qué y cémo la cultura politica compartida se di- versificé de esa manera y dio lugar a esas subculturas politicas. La existencia de diferentes conceptos de cultura politica y la co- rrespondiente diversidad de objetos de estudio que se deriva de ello hace aconsejable que los historiadores hagan un uso lo mas consciente y transparente posible del concepto y hagan explicitas las razones que los han levado a utilizarlo y a definir su objeto de estudio de esa ma- nera. Opten por uno u otro de esos conceptos, los historiadores deberian ser conscientes de lo que cada uno de ellos implica, de las premisas teéricas que el concepto encierra, de por qué hace referencia a ciertos fendmenos de la realidad politica, y no a otros, y de por qué considera a estos fendmenos como un tema relevante de investigacidn histérica De igual modo, dada esa diversidad de significados, deberian hacer ex- plicitas las razones que les han levado a adoptar y aplicar usa clerta nocién de cultura politica y, en razon de ella, investigar un cicrta as- pecto de la realidad politica desde un determinado punto de vista. En suma, que actualmente no se puede hacer historia de la cultura politica sin antes decidir qué concepto de cultura politica, de los varios exis- tentes, se adopta y se va a aplicar como herramienta analitica. Fsta no puede ser una elecci6n apresurada e inconsciente, pues cada uno de esos conceptos implica la adopeién de una cierta perspectiva teérica, de un modelo explicativo de la accién politica y de un objeto de estudio. La limostigacio histricay el concept de cura pots 81 Bibliografia ‘Acuabo, Ana, «Du sens des cultures politiques. Cultures politiques et identi- tés de genre», en Femmes et Cultures Politiques, Espagne XLXe-XXTe sit- cles, Paris, Université Pavis X-Université Paris VII, 2009 fen prensa AzMono, Gabriel, «Comparative Political Systems, Journal of Politics, 18, 3 (1956). pp. 391-409. Tradueci6n espaftola de la Introduecién: «La cultura politican, en Alberto Batllé (ed.), Diez textos bdsicas de ciencia politica, Barcelona, Ariel, 1992, pp, 171-201 —,y Sidney Venna, The Civie Culture. Political Attitudes and Democracy in Five ‘Nations, Princeton, Princeton University Press, 1963, Acvanex Jonco, José, «En torno al concepto de “pueblo”. 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Ciertamente, el concepto de cultura politica casi desaparece de la li- teratura académica, ya que no es empleado en los estudios sociopolit cos al menos desde mediados-finales de los afios ochenta. Son muy ¢s: casos os libros y articulos publicados en los tiltimos veinte afios en los que aparezca la expresiOn em el titulo, y sus autores también tienden a evitar trabajar con este concepto. ‘Una mayor reilexién sobre las causas de este fenémeno se hace ne- cesaria. EI desvanecimiento del concepto esta, sin duda, vinculado ala ruptura con la larga tradicion de estudios de la cultura politica inaugu- rada por la obra de Almond y Verba (1963); es decit, com la version fun- cionalista de los fundamentos culturales de la politica, No obstante, ello 1 La expresién la misteringa desoparicién recuerda a ciertos relatos de Arthur CO- WN DOYLE y también al relato de.José DONOSO, ca misteriosa desaparicién de arquesita de Lor 7 Masia Luy Moxdn 8 compatible con ef mantenimiento, ¢ incluso von un clerto auge, del interés por profundizar en Ios torno del actor» en el analisis so En definitiva, y a pesar de su heterogencidad, el «nuevo» campo de los estudios de cultura y politica ~siguiendo con algunos de los planteamientos que expuse en un anterior articulo (Moran, 1996- 1997} posce unos rasgos comunes que pasaré a enumerar de forma muy resumida: 1. Ante todo, se trata de investigaciones directamente afectadas por el impacto del denominado giro cultural, que se hizo evidente en las Ciencias Sociales a partir de los afios ochenta. Pero, ademés, estos tra- bajos también han estado influidos por una cierta crisis de la sociologia politica como dis No es éste el momento de profundizar sobre este tema, pero si de sefialar que algunos de Ios dilemas con los que se enfrentan tienen su origen en las profundas transformaciones que han sufrido las Ciencias Sociales en las dos iiltimas décadas. En concreto, se podria destacar: ¥, en consecuencia, is tradicional de las Ciencias Sociales. 8) Las polémicas en torno a la transformacién de la naturaleza y los limites de la politica en las sociedades contempordneas. Como se comprobaré en posteriores apartados de este texto, las nuevas propues- {as de los estudios culturales asumen los riesgos inherentes de trabajar # un concepto muy laxo de polftica, la cual se torna casi omnipre- sente al identificarse con el ambito pi comprensible fee manejaban los an: mn de lo politico que stas ¢ institucionalistas clasicos, ¢) Finalmente, los dos fenémenos que acabo de mencionar estan estrechamente relacionados con la quicbra de los paradigmas hegemé- nicos del anilisis socio-politico ~fundamentalmente el marxismo-cs- tructural y la teorfa fu 'a-, patente desde los afios ochenta y en Ja cual seguimos en buena medida insertos en la actualidad. 2. Bn segundo lugar, socidlogos y politélogos parecen encontrarse mucho mas cémodos empleando en sus trabajos categorias de anilisis ‘menos prefiadas tedrica e ideolégicamente que la tradicional de cultura tray pot enc en os ands soc 89 politica. Como tendremos ocasién de constatar, existen distintos térmi- forma flexible por los investigadores; y es frecuente que un mismo au- tor no tenga reparos en emplearlos indistintamente. Otra forma muy habitual de evitar estos escollos ter cos es hablar simplemente negar que, a lo largo de las dos Blemente cl interes por el estudio del modo en que la cultura (o las cul- turas) intervienen en el mundo de lo politico (o de la politica). 0, por recurrir a otros dos términos empleados con mayor frecuencia, aumen- ta la atenci6n por la influen; dela 4, Otro de los rasgos caracteristicos de esta nueva orientacién es el abandono del Estado como unidad de anilisis por excelencia. Se deja de eran los studios de caso y las perspectivas micro-sociolégicas. ello esté también relacionado con el cuestionamiento de los métodos cuantitativos ~y en particular las encuestas de opinién— como metodolo- los estudios culturales de Ia politica, Asi, mi exposicion se organiza en tormo a los siguientes temas. Para empezar, haré un breve recordatorio de lo que algunos autores -entre ellos Bonnell y Hunt (1999}- denomi nan, culturaby que afecté a buena parte de las Ciencias Sociales a partir de los afios ochenta del pasado siglo. En un segundo momento, abordaré la persistencia de algunas lineas de trabajo herederas directas de la vieja tradicion de los estudios de cultura politica. Aunque los nue- vos enfoques suelen pasar por alto este tipo de investigaciones, su desarrollo e influencia han sido muy notables, en el seno de la ciencia politica. 90 Lez Moxa La titima parte del texto estard dedicada a presenitar algunos de los dehates y temas de estudio que considero mais cobresalientes en los nuc- vos estudios culturales de lo politico. Como se tendr ocasi probar, la hetcrogeneidad de las perspectivas, la falta de acuerdo sobre el propio concepto de cultura, y el manejo de una concepcién muy laxa de politica no facilitan la tarea de orientarse en un terreno extraordina- riamente complejo y en buena medida desordenado. Sin embargo, espe- ro que este esfuerzo haga patente la u bajando en el terreno, viejo y renovado, de la cultura En defi encion es proponer una cartografia —a vuelo de péjaro, inevitablemente fragmentaria ¢ inconclusa~ de las polémicas y campos de trabajo que estimo més relevantes en el anilisis socio-po- litico-cultural de los tiltimos veinte 0 veinticinco altos. Pero, antes de avanzar en mis argumentos, me permitiré sobre una imitacién de mi trabajo: el sesgo claramente de la litera- tura que manejo, sélo muy parcialmente corregido por algunas referen- cias a las aportaciones de la sociologia francesa’ El «giro cultural» en las Ciencias Sociales A pesar de la abundancia e intensidad de los debates y de que 992, 1999) comparten una definic la como conjunto de oédigos o de repertorios intervienen ¢ influyen en la capacidad de las per 2 Aunque mis afirmaciones deberian ser matizadas estudio mis sistematico de investigaciones recientes, los trabajos de autores debate tedrico, Ciertos autores (MONTERO, 1992, 1990) han seguido trabajando acci6n colectivas (CASQUETE, 2006). resante comparar Ia escasez de | la sociologiay la ciencia politica con el mayor della historia soci 1a. Por timo, también debo admitir que no he consi- derado en este contribuciones de autores latinoamericanos, ay poli: 1 sonas de pensar y comunicar ideas. Las culturas, por lo tanto, son siste- ‘mas stmbélicos compartidas por clertos grupos o incluso por sovieda- des, Pero, ademés, existe otra caracteristica importante, sobre la que volveré mds adelante: las culturas son también practicas semidticas. Para comprender como se llega a este relativo consenso, es necesario cechar la vista atrés y recordar, aunque sea muy brevemente, algunos ras- gos de la evolucién de los estudios culturales en las ciencias sociales. Has- ta los aiios setenta, la cultura era un monopolio de facto de los antropélo- 205, existiendo un consenso bastant que se reflere a los estudios sociopoliticos, desde el fin de la Segunda Gue- se desarroll6 una vigorosa linea de trabajo basada en la a cacién al campo de la politica de la sintesis parsoniana de la cultura. Di cha propuesta concebia la cultura como aquel conjunto de conocimientos, diante los procesos de socializacién, que éstos pueden no expresar, pero levan en su cabeza y afectan a los comportamientos sociales, en ge- en particular. Como es bien sabido, fueron G. Almond ‘eras criticas que resaltaron, entre otras cuestiones, el salto conceptual que se realizaba entre la psique individual, Ios sistemas sociales y el comportamiento soi ‘0 de las personas. Al mismo tiempo, se en la practica lidad de esta propuesta para dar cuenta , en la medida en que la homogeneidad y el consenso cultural aparecian como rasgos incuestionables de las sociedades avan- zadas. En este punto, merece la pena recordar que se establecié una es- trecha relaci6n entre esta versién de cultura politica y la entonces tritun- fante teoria de la modernizacién. Se entendia, asi, que ciertos valores, actitudes y creencias culturales favorecen u obstaculizan el progreso so- cial. Fn 1a medida en que no todas las sociedades poseen una cultura 3 Noobstante, et debate sobre la concepeién de la cultura ha ‘que ha Jo uno de Jos rasgos udquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad» io de Socto- oo civica, es posible explicar los obstaculos para la consolidacién, estabili- dad y rendimientos de los sistemas democraticos. Por iltimo, cabe sam bién mencionar que, desde muy pronto, se alzaron voces que cuestio- naban la metodologia empleada por Almond y Verba ~basicamente la encuesta de opinidn- como via adecuada para aprehender las orienta. ciones individuales y colectivas con respecto al sistema politico’ Paralelamente, a comienzos de los ais setenta los estudios cultu- rales estaban confinados, en el terreno del andlisis social, a los trabajos de la escuela de Birmingham (Hall, 1997, 2003; Williams, 1977, 1981a, 19815), En este mismo momento, en conereto en el afio 1973, se publi- 6 la obra del antropdlogo estadounidense Clifford Geertz, La interpre- tacién de las culturas, que ~a pesar de las numerosas criticas recibidas~ ¢s ampliamente reconocida como un hito fundamental para una nueva éptica de estudio de la cultura, Se trata de un texto clave, al que retor- nan los estudiosos una y otra vez para explicar el giro cultural. Un li- bro que ha tenido um enorme impacto en todas las Ciencias Sociales, aunque en distinta medida; mientras que su influencia es clave en An- tropologia, Sociologia e Historia, ha sido bastante menor en Economia, Psicologia Social y Ciencia Politica, ‘Aun reconociendo su riqueza y complejidad, y, por lo tanto, la di- ficultad de resumir su aportacién, para seguir desarrollando mi arpu- mento trataré de presentar de modo sucinto las principales ideas que ha recogido la tradicién interpretativa del estudio del binomio cultura-po- Iitica, Para empezar, Geertz defiende que la cultura de las personas es un conjunto de textos, De esta afirmacién se deriva que es inevitable adoptar un enfoque semistico para estudiarla; se trata de la tinica es- trategia que permite tener acceso al mundo conceptual en el que viven las personas. Una tarea que tiene estrechos paralelismos con la labor de desentraiar un texto literario. Asi pues, en la medida en que los seres humanos se encuentran suspendidos en redes de significados, las Cien- cias Sociales se tornan necesariamente interpretativas. Ya no parece po- sible mantener la vieja aspiracién positivista de alcanzar explicaciones de la vida social, sino que su tarea ~rmucho mas modesta e incierta~ es ca de las principales critics la concepcion dela arse entre otros, MORAN y BENEDICTO (1995) Pot tro ldo, tno de los cuestonamsientos clésices8 su fundamento fils6tico ese de CPATEMAN (1980), Cutua y pottiva: aves tandonias ones ands soeopolicas 93 buscar los significados de la misma. La interpretacién densa (thick des- cription) es la herramienta por excelencia con la cual se puede llegar a interpreta los principales significados de la vida social: El hombre es um animal inserto entre tramas de significados que él mismo ha tejido: considero que la cultura es esa urdimbre y que el andlisis de la cultura ha de ser, por lo tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significados (GEERTZ, 1990, p. 20). En este mismo periodo -mediados de los affos setenta, mediados de los ochenta-, se publicaron y difundieron todo un conjunto de obras de la generacién del post-estructuralismo (denominada también por al- gunos estudiosos la generacién del post-modernismo) relevantes para mi exposicién, En concreto, algunas de las aportaciones de la «trini- dad» del post-estructuralismo —J. Lacan (1999), J. Derrida (1984, 2006) xy M, Foucault (1966, 1969, 1987)- afectaron a la direccién que tomé el giro cultural. A ellos hay que aftadir también los trabajos de otros au- tores que, desde planteamientos te6ricos dispares, contribuyeron tam- bien de forma significativa a este «retorno de la cultura a un primer pla- no». Me refiero, en concreto, a algunos de los trabajos de R. Barthes (1990, 1993, 2007, 2009), P. Bourdieu (1985, 2000a, 20005), M. Sahlins (1988), R. Williams (1977, 19814, 19816) y M. de Certeau (1984, 1990, 1999}, Las relecturas y reinterpretaciones de todos estos pensadores son fundamentales para comprender tanto el modo en que se sobrepasé la propuesta de Geertz, como también algunas de las vias por las que se hha desarrollado el nuevo andlisis cultural Todo lo anterior debe ser entendido dentro del contexto histérico en el que se prodnjernn todas estas camhins. Para empezar, Ins afins no: venta se inauguraron con el impacto de la caida del Muro de Berlin y el consiguiente derrumbamiento del Imperio soviético. En estas cir- cunstancias, las Ciencias Sociales tuvieron que hacer un notable es- fuer20 por comprender los motivos del fracaso del modelo del «socia- lismo realy ~cuya solidez era asumida por buena parte de los académicos pocos afios antes de su hundimiento-, asi como para en- tender el surgimiento y difusion de conflictos politicos y sociales de nueva naturaleza. Ademas de dar cuenta de la aparicién, y virulencia, de toda una serie de conflictos aparentemente relacionados con reivin- dicaciones de carécter étnico 0 religioso, hubieron de reconocer la rele- vancia de movimientos y contiendas vinculados con las demandas del oa Masia Tee Mona reconocimiento de las diferencias (de género, orientacin sexual, estilos de vida, etc). ¥ todo ello en medio de un innegable ascenso del penea miento neoliberal que proclamaba la crisis del modelo clisico del esta- do de bienestar ~sobre cuyas bases se habia llevado a cabo la recons~ truccién de las democracias occidentales a partir del periodo de osguerra~ y con una creciente preocupacién por lo que algunos auto- res entienden como el debilitamiento de los fundamentos de la legiti- midad de los sistemas democraticos. Todo este conjunto de transformaciones, expuestas aqui de mane- a apresurada, constituyen el marco en el que acontecié la profunda cri sis de los viejos paradigmas de anélisis que habian sido hegeménicos en los ultimos cuarenta afios en la sociologia y la ciencia politicas: el mar- xismo estructural y el funcionalismo, En cierto modo, la difusién del andlisis cultural puede entenderse, al tiempo, como causa y consecuen- cia de la quiebra de estos paradigmas. W. Sewell Jr. (1999) propone un buen resumen de los principales cambios que introdujo el andlisis cul- tural en diversas diseiplinas: 4) Los estudios literarios ampliaron la esfera de influencia sobre las ciencias sociales que ya habian adquirido con el estructuralismo, y que recogi6 Geertz en su planteamiento de la descripeién densa. 4) La historia se aproximé de forma consciente a la antropologia Asi, desde la historia cultural y la historia social se produjo un despla- zamiento hacia el estudio de la cultura ¢) Por su parte, en sociologia existen al menos dos campos en los que se hizo patente este retorno de la cultura. En primer lugar, cobra- ron gran importancia lus andlisis soctoldgicos de la produccion y mar- keting de los artefactos culturales (imisica, teatro, cine...). En buena medida, ello explica el notable desarrollo de los «estudios culturales (cultural studies) en los afios noventa. Pero tampoco deben olvidarse las investigaciones sobre las subculturas de determinados grupos sociales 0 émicos. En esta misma linea, destacan también los trabajos sobre con- sumo y practicas culturales de grupos particulares. Bn segundo lugar, desde fines de los afios ochenta, algunos socié- Jogos se preocuparon por analizar el papel de los significados de la vida acto de la cbra de autores may dispates como F Saussure (1943), M. BAJ- TIN 1990, 1994) 0 DERRIDA (1984, 2006)e5lneable Oo ‘uray polities; aueas tendencas on os als sooiapolicas 95 social. Se trata de una perspectiva aplicada a un buen ntimero de di- nensiones de la vida social, entre ellas a la politica, Es en esta linea de trabajo en donde se enmarca la recuperacién del interés por el andlisis de la cultura politica: es decir, por comprender los procesos de cons- rucci6n de significados de la vida publica (representaciones colectivas, discursos sobre lo piblico, vocabularios politicos...}, y el papel que juegan éstos en los comportamientos y acciones individuales y colecti- vos. Profundizaré en esta linea de trabajo en posteriores apartados, por lo que por ahora basta con esta brevisima caracterizacién. 4) Sewell incluye también al feminismo dentro de los campos 0 disciplinas en donde la perspectiva cultural ha sido muy significativa. De acuerdo con su opinién, a partir de este momento se difundieron in- vestigaciones que trataban de comprender el papel de la produccién discursiva y de las representaciones colectivas en la creacién y repro- duccién de las diferencias de género. Finalmente, considero que no se debe olvidar que su impacto tam- bien se ha hecho notar en la ciencia politica, aunque de manera quiz menos patente y, sobre todo, desde propuestas tedricas no siempre coincidentes con los postulados centrales del giro cultural. En este caso, distintas dimensiones culturales son consideradas como factores im- prescindibles para comprender viejos y nuevos conflictos politicos. En particular, el argumento cultural es recurrente al hablar de las recons- trucciones de los viejos movimientos nacionalistas pero, sobre todo, cuando los politélogos tratan de caracterizar nuevas formas de conflic- toy de violencia que no dudan en etiquetar como étnicos 0 religiosos. De aqui que se pueda afirmar que, entre los estudtosos, existe un amplio consenso sobre el auge de los estudios culturales en buena par- te de las Ciencias Sociales. Sin embargo, es interesante advertir que, a Jo largo de estos mismos aftos, la antropologia parece haber ido a con- tracorriente. Asi, la practic unanimidad que suscitaba la identificacion dela disciplina con el concepto de cultura ha sido sustituida por un mo- vimiento en sentido contrario. Paralelamente a la difusién de las criti- cas a la obra de Geertz, la cultura se convierte en un término sospe- choso e incluso rechazable*. 6 Aunque no es éste el momento para profundizar en el rechazo de una parte de los ‘antropologes al concepto de cultura, podemos citar dos obras representativas de festa postura; la de J, CLIFFORD y G. E, MARCUS (1986) y la de I. ABU-LUGHOD (1991). 96 Manta Lz Monae Pero, al margen de considerar el modo en que el giro cultural ha afectado a las distintas disciplinas y a los temas de investigacién que se han ido desarrollando, parece conveniente detenerse en cuéles han sido los principales efectos de dicho fendmeno. No se trata de una tarea sim- ple porque st algo es caracteristico de este movimiento es haber combi- nado un amplio impacto en disciplinas muy diversas con una conside- rable heterogencidad en su recepcién, una notable ambigiedad en muchos de los conceptos empleados. y unos importantes desacuerdos sobre cuestiones teéricas y metodoldgicas claves. No obstante, V. Bon- nell y 1. Hunt (1999) seftalan cinco puntos de convergencia que pueden servir para evaluar este impacto. 1. Ante todo, el giro cultural se tradujo en notables debates acerca del estatus de lo social. Es decir, contribuyé de forma muy significativa a cuestionar la utilidad de seguir operando con las principales categorias sociales propuestas por los clisicos de la teorfa sociolégica. En palabras de Sewell: «There was more to life than the relentless pursuit of wealth, status, and power» (Sewell, citado en Bonnell y Hunt, 1999, p. 7). 2. Como consecuencia de lo anterior, las ciencias sociales se dedi- caron a analizar los contextos en los que actian los grupos ¢ indivi- duos. En sus investigaciones, hicieron hincapié en cuestiones que re- miten a los simbolos, rituales, discursos y practicas culturales, en lugar de a la estructura y a las clases sociales. Bl vuelco lingtifstico que pro- vocaron, primero, el estructuralismo y, después, el posestructuralismo facilit6 esta nueva orientacién. Fn definitiva, tuvo lugar un desplaza miento de lo social a favor de lo cultural, considerando la cultura como lingufstica y representacional, Asi pues, las categorias sociales deben pensarse no como previas a la conciencia, la cultura o el lenguaje, sino como dependientes de estos tltimos. Tal y como afirman Bonnell y Hunt: «Social categories only came into being through their expres- sions or representations» (Bonnell y Hunt, 1999, p. 9) 3. El giro cultural puede considerarse como causa y consecuencia del colapso de los paradigmas explicativos hegeménicos en las ciencias sociales al menos desde finales del siglo XIX, un tema ya apuntado en Péginas anteriores. Por lo que se teliere al andlisis soctopolitico, 1a m- satisfaccion y la conciencia de las limitaciones de los anilisis marxistas- estructuralistas y funcionalistas (0 pluralistas) ya eran perceptibles al- gunos afios antes, a finales de la década de los sesenta. Autores pertenecientes a diferentes tradiciones de andlisis admiticron paulati- ‘lta y pla: nuevas terdencas en os anlsissocopaicas 97 hamente que estas escuelas, y las herramientas tebricas y metodologi- cas a ellas asociadas, tenfan serias dificultades para dar cuenta de las, vealidades y transformaciones de las sociedades contemporineas’. No obstante, no hay que olvidar que una buena parte de la investigacion sociopolitica a comienzos del siglo XXI sigue operando en el seno de es- tos viejos paradigmas. 4, La sensacién de quiebra de los antiguos paradigmas originé la biisqueda de nuevos marcos de anélisis. Pero también se tradujo en un cierto abandono, al menos en el seno de la sociologia, de las pretensio- nes de construit teorias generales de la sociedad que caracterizan las posturas mas positivistas, por lo que se produjo un movimiento hacia las teorias de rango medio 0, directamente, a analisis de tipo «micro». Uno de los resultados de esta biisqueda ~el que me interesa en este momento~ es la apuesta por unas ciencias sociales interpretativas que abandonaran la confianza explicativa de la tradicién positivista, incor- porando la categoria de cultura en el centro de sus planteamientos. En definitiva, se opts por unas Ciencias Sociales mis «blandas». Ello no std exento de problemas, puesto que suscita importantes dilemas me- todolgicos y epistemologicos. Por citar s6lo algunos de los mas evi- dentes, una ciencia social interpretativa lleva inevitablemente a recon- siderar una cuestin central: las relaciones entre cultura y estructura (Sewell, 1992; Archer, 1988). Por otro lado, obliga a reflexionar acerca de cuales son los esténdares que permiten juzgar la interpretacién de si se admite que la cultura o el lenguaje per- mean por entero la expresin de los significados, ello remite a reconsi- derar el papel de la agencia, de los actores individuales 0 sociales; es decit, da origen a considerar la cuestién de la praxis cultural. ¥, final- mente, sitda en el centro del debate el problema de la causalidad de la cultura; de su autonomia o interdependencia de otro tipo de factores: econémicos, politicos, sociales o institucionales. 5. Por dltimo, como consecuencia de todo lo anterior, el giro cul- tural dio lugar a un realineamiento de las disciplinas que se encuadran dentro de las ciencias sociales, al tiempo que una difuminacién de sus tronteras. 7 El saetorno del actor» en los aftos setenta,o los planteamientos sobre los nuevos 'movimientos sociales en esta misma época son buenos ejemplos de esta creciente incomodidad, 98 a Lee Moran No obstante, a partir de los afios noventa se asiste a una cierta re- aceién contra los que son cousideradus wexcesos» de las versiones mis radicales del a cultural post-estructural 0 post-moderno®. La constatacién de los riesgos de aplicar unos postulados excesivamente «post-medernos» al estudio de la cultura politica ha suscitado un cier- to retorno a la prudencia, y ha vuelto a poner sobre el tapete algunos de los temas clisicos de debate sobre la relacién de la cultura con lo po- litico. Asi, como se tendra ocasion de comprobar en el apartado cuarto de este texto, la reflexién sobre el propio concepto de cultura, el pro- blema de la coherencia cultural, la légica de la cultura, 0 toda una se- rie de cuestiones relacionadas con la «cultura en accion» seguiran en el centro de las preocupaciones de todos aquellos autores que se empeftan cen seguir ahondando en la relacién entre cultura y politica En los dos siguientes apartados, abordaré el impacto del retorno de Ja cultura a un primer plano en los estudios de la cultura politica. Para ello, consideraré, en primer lugar, ef modo en el que la perspectiva clé- sica de estos trabajos se ha resistido a cstos cambios o los ha incurpora- do de forma muy limitada, A continuacién, pasaré a tener en cuenta el desarrollo del «nuevo» campo de la investigacién sobre cultura y pol tica que comenz6 a asentarse -en este caso, sobre todo en la sociologia y la antropologia~ desde mediados de los afios ochenta. Cambios y resistencias en los estudios clasicos de cultura politica En mi opimion, no se puede negar el impacto de la quiebra de los para~ digmas clisicos del andlisis social en Ia Optica convencional de estudios dela cultura politica: aquélla inaugurada por la obra de Almond y Ver- ba a la que me he referido al inicio de este texto, Incluso entre los se- guidores mas ficles de esta tradicién, hay dos cambios perceptibles en la direccién que toman sus trabajos. En primer lugar, aun cuando no se aborde de forma directa el problema de la definicién de cultura, o in- cluso cuando se rechacen las aportaciones de los estudios culturales de cardcter interpretativo, se percibe la incomedidad, o incluso la imposi- 8 En las obras de BONNELL y HUNT (1999), SEWELL (1999) y SWIDLER (2001) se mncontrar referencias es ‘ultra y poltea: novos teens ens andisssocinpaticas 99 dad, de mantener la versién parsoniana de cultura como concepto clave para el analisis. Yor otro lado, se advierte la crisis del paradigma ico de la modernizacién, en el que la cultura politica jugaba un pa- pel muy relevante, Se rompe asi la asuncidn de que existe una relacién -cta ~y también comprobable— entre la naturaleza de la cultura po- itica de una sociedad determinada, su grado de desarrollo politico y la cestabilidad e incluso el rendimiento de su sistema politico. En definiti- va, en estas circunstancias parece imposible mantener la versin orto- doxa de la cultura politica No obstante, el impacto del giro cultural en una parte muy signi- ficativa de estos estudios se ha limitado a ciertos desplazamientos ter- minolégicos y del foco de interés. Bajo estos cambios, los criticos mas severos sefialan la permanencia de buena parte de la herencia tedrica y metodolégica de La cultura civica. Quizé los dos ejemplos més claros de esta renuencia al cambio se encuentren en la larga obra de dos de los politélogos mas influyentes en anilisis sociopolitico de los iltimos tiempos. Me refiero a los trabajos de R. Inglehart y de R. Putnam, cuyas investigaciones han tenido una enorme difusién e impacto en la sociologia y la ciencia politicas. En los proximos parrafos, trataré de recordar de forma breve las que conside- ro sus principales aportaciones al andlisis de la cultura politica. Fl caso de Inglehart (1977, 1991, 1999, 2005) es un ejemplo nota- ble de coherencia y tenacidad intelectual puesto que, a lo largo de los treinta afios transcurridos desde la publicacién de su libro The Silent re- volution (1977), ha proseguido el mismo empefio: demostrar la existen- cia de un cambio cultural en las sociedades avanzadas a partir de los afios setenta, que se habria extendido paulatinamente a escala plancta- ria, Para el autor, el factor fundamental de este cambio es la difusién de «valores posmaterialistas», que estarian interviniendo de forma per- ceptible en las afinidades ideolégicas de los individuos, en sus com- portamientos politicos, asi como en la naturaleza de las principales or ganizaciones politicas de las sociedades democriticas, Quiz la mayor aportacién de Inglehart haya sido impulsar la realizacién de la Encues- ta Mundial de Valores (World Value Survey") que se ha aplicado perié- 9 Los resultados de estas encuestas se pueden consultar en worveworldvaluessur- veyorg 100 Masia Lee dicamente en un mimero creciente de paises. En la actualidad, consti- tuye uno de los mayores bancos de datos internacionales para el estu= dio de los valores y actitudes sociales y politicos. Desde un punto de vista tevricy, el cuncepto de cultura poltrica que maneja Inglehart supone un cierto enriquecimiento de la formu- lacién clisica, Asi, introduce una mayor complejidad de las dimensio- nes que la componen, afladiendo algunos factores ~como la confianza interpersonal o el sentimiento de felicidad ante la vida~ que hasta en- tonces habian sido consideradas mas propios de la psicologia social. En cierto modo, este mismo movimiento podria entenderse también como una despolitizacién del concepto de cultura politica. Ea cual- quier caso, por lo que se refiere a la metodologta, el trabajo de Ingle hart sigue empleando la encuesta de opinién como técnica de estudio, por lo que contintia en la linea clisica de la tradicién pluralista. Sus lsabajus mis recientes, realizados en su mayoria junto con otra polito- Joga estadounidense, Pippa Norris, amplian sus intereses a dos temas: en primer lugar, el cambio cultural de las mujeres, y las consiguientes ‘transformaciones en las formas e intensidad de su implicacién socio- a (Inglehart y Norris, 2003); y, en segundo lugar, la relacién en- tre el cambio cultural y las creencias religiosas, que revela su preocu- pacién por la resistencia de las sociedades islémicas al cambio cultural (Inglehart y Norris, 2004) Bl trabajo de R. Putnam (1993, 1995, 2000) sigue una linea parale- Ja de anilisis, aunque ¢l vocabulario y 1a metodologia empleados son bien distintos. Su principal aportacién desde comienzos de los ailos no- venta ha sido recuperar el concepto de capital social’ para introducir- Jo en el centro del anilisis sociopolitico contemporsneo, en una version que encaja bien con algunos de los principales desarrollos de la ciencia politica en los noventa, en particular con la hegemonfa de las teorias de la eleccién racional: Pl capital social se refiere a las caracteristicas de organizacién social, tales como la confianza, las normas y redes, que pueden mejorar la eficiencia de la sociedad mediante la faciitacién de las acciones coordinadas (PUT- NAM, 1993, ed. en espafiol, p. 212) 10 El amcecedente mis directo de la concepcidn de capital social de Putnatn se en= cuentra en a obra de J, COLEMAN (199%), ray pola: nuevas tendenclas en os ands socopotncas 101 La versién de Putnam de la cultura politica -o de compromiso ci co como él prefiere llamarlo- es menos psicologica y més histérica y so- cial que la de Tos clésicos ~incluida también la propuesta de Inglehart~ y tiene la intencién declarada de recuperar la tradicién de Tocqueville del andlisis de las democracias, en concreto su énfasis en el papel de las sociaciones de la «sociedad civiby"', Por otro lado, es innegable que rea iza un esfuerzo importante por hacer dil su concepto de cultura civica, ampliando el ntimero de dimensiones que intervienen en la elaboracién de sus indicadores y levando a cabo un andlisis cuantitativo mucho mas sofisticado que el habitual en los estudios clésicos. Putnam ha aplicado su tesis de la cultura politica a dos campos bien diferenciados, En el primero de ellos, que plasiua cut su ubra Mu king democracy work (1993), trata de establecer una estrecha relacién ‘entre la existencia de capital social y los rendimientos (performances} de los sistemas politicos, Fl segundo tema, que desarrollé unos afios des- pués, es el estudio de las consecuencias del declive del capital social en la sociedad norteamericana, y su impacto en la calidad y legitimidad de su sistema democratico”. En estos trabajos, se pereibe, por un lado, el peso de todo el debate sobre las transformaciones de la sociedad civil en las democracias contemporaneas y, por otro, la preocupacién por el deterioro de la vida democratica, que se considera causada, entre otros factores, por el debilitamiento de las virtudes civicas y de algunas prac ticas ciudadanas, En todo caso, el impacto del concepto de capital social ha sido ‘enorme en los tiltimos quince afios, siendo considerado como uno de los conceptos «ands afortunados» del reciente andlisis sociopolitico. Asi, ha sido aplicado mucho més allé del mbito estrictamente politico a mume- rosas esferas de la vida social (la familia, la educacion, la integracion de los inmigrantes...) en tanto se entiende como un instrumento muy itil para explicar los resultados de ciertas politicas puiblicas, pero sobre todo como indicador de los obstaculos u oportunidades de procesos de 11 Los tres principales elementos del capital social de Putnam son la confianza, las normas y las redes de interacciOn social. Para un anéliss ritco de este concepto, pueden consultarse, entre muchos otros, TARKOW (1996), BENNET (1998) y LEVI (2996) 12 Esta segunda cuestin fue planteada por el autor primero en un articulo titulado owing Alone: America’s declining social capital» (1995) y después en un libro con un titulo muy parecido {2000}. 102 a Luz Moan integracién social y politica de individuos y grupos sociales, Las inves- tigaciones que emplean el concepto de capiial soctat han sido, pues, muy numerosas en este periodo, pero también es abundante la literatu- Ta que somete a una profunda critica los fundamentos sobre los que se construye dicho concepto, la adecuacién de los indicadores con los que se pretende «medir» el capital social y, finalmente, su utilidad como elemento explicativo de algunas transformaciones sociales y politicas. En cualquier caso, me interesa tesaltar que las obras de estos dos autores, asi como las de sus numerosos seguidores, permiten reafir- ‘mar, por un lado, el mencionado abandono del término clisico de cul- ‘ura politica. Como ya he sugerido antes, incluso dentro de una linea ortodoxa, es un concepto incémodo por su exceso de carga ideoligica y te6rica. En segundo lugar, son buenos ejemplos de las nuevas pteo- ‘cupaciones que estén detris de esta vision cultural de la vida politica. Por plantearlo de una forma muy resumida, a mi juicio se ha pasado de los viejos temas de la teoria de la modernizacién ala inquictud que provocan las transformaciones de las identidades y formas de impli- cacién efvica en las sociedades democraticas actuales. Ps en este con- texto, en donde se entiende la importaneia que han ido adquiriendo Jos estudios sobre las nuevas virtudes civicas, las reflexiones sobre el surgimiento de una «nueva» esfera de la politica o incluso los postu- lados acerca de la «ciudadania discontinua» (Norris, 1999, 2002; Skoc- pol y Fiorina, 1999; Putnam y Pharr, 2000). Pero, junto con la contribucién de Inglehart y de Putnam, en el seno de la ciencia politica existen otros tres campos de trabajo en los que la cultura aparece también como herramienta de trabajo destacada, yen donde se percibe también la influencia del giro cultural, A pesar de la relevancia de cada uno de ellos, de la complejidad de sus plan- teamientos y del notable volumen de investigaciones que han genera- do, sélo esbozaré muy répidamente ef modo en que incorporan la di- ‘mensi6n cultural a sus andlisis. Para empezar, hay que recordar que, a partir de los afios ochenta, la Hamada escuela neo-institucionalista introdujo el estudio del papel de la cultura en las instituciones y organizaciones (Powell y Di Maggio, 1991)". 13 La obra de M. DOUGLAS How in de esta escuela tutions think (1986) es un antecedente directo ray poiea: nuevas tndencias an os als sociopticns 103 tos trabajos han tenido una interesante influencia en otros campos de wvestigacion sociopolitica; en concreto en intentos mis recientes de siderar el papel de los contextos en los que se mueven las asociacio- \es y organizaciones en la construccién y puesta en préctica de sus pro- ios marcos culturales, vocabularios y discursos politicos etc."*, Aproximadamente en la misma época, la teoria de la eleccién racio- 1, que ha ocupado desde entonces un puesto casi hegeménico en el lisis politico, incorporé también algunos temas de la polémica cultu- ral, En concreto, se abrié el debate sobre los lugares y momentos en los «que se forman las preferencias, un término que algunos autores prefieren de intereses para analizar los procesos de toma de decisiones publicas \dividuales y colectivas. Algunos autores" insistieron en que la elabo- dn de las preferencias es endégena al propio proceso de toma de de- isiones y, por lo tanto, esta «culturalmente construida». A su vez, la te- ‘otia de juegos ha incorporado desde hace tiempo la cultura como factor Uecisivo en la formacidn de las preferencias. No obstante, el sesgo indi- vidualista que mantienen los trabajos basados en alguna de las numero- sas versiones de la elecctén racional explica que la cultura se conceptua- lice sélo como limitacion de las acciones estratégicas individuales, 0 como informacion para la seleccién del equilibro, Por consiguiente, se si- gue manteniendo la distancia ¢ incomunicacién con el enfoque de la cul- ‘ura como interpretacién, Tanto las teorias de la eleccién racional como la teoria de juegos persisten en naturalizar el concepto de cultura que se convierte, asi, en una categoria fije, congelada, no dindmica"* Por tiltimo, una parte significativa del reciente analisis sociopoliti- 0 no tiene més remedio que acudir al concepto de cultura para tratar de explicar nuevos tipos de conflictos politicos. En cierto modo, se tra~ ta de una corriente iniciada en los afios setenta por ciertos estudiosos de la movilizacién colectiva, que encuentran elementos inéditos en los 14. El trabajo de ELIASOPH y LICHTERMAN «Culture in interaction» (2003), sobre el que volveré més adelante, es un buen elemplo det esfuerzo por incorporar al- ‘guuas de las aportaciones de los neo-insticucionalistas a les estudlos de eardcter zis interpretativo de las culturas pi 15 Véase, a este respecto, la polémica entre A. WILDAVSKY y D. LATIN (WIL- DAVSKY, 1987, 1989; LAITIN y WILDAVSKY, 1988). 16 Para un sndlisis. incorporacién de la dimensién cultural en las teorias de la elecciéa racional y a la teoria de juegos, véase el articulo de L. WEDDEEN {2002} 104 Main Ta Me «nuevos» movimientos en la medida en que plantean agravios, deman- das y reivindicaciones de cardcter identitario o simplemente «cultural A partir de este momento, se forjé la conocida contraposicién entre de~ mandas de redistribucién y demandas de reconocimiento (Fraser, 2000; Fraser y Honneth, 2006) como modo de dar cuenta de la complejidad de ciertos procesos de movilizacién, Algunos enfoques recientes del es- tudio de los conflictos politicos introducen categorias de anilisis de la perspectiva cultural (simbolos, memorias, marcos culturales...) para tratar de dar cuenta de unos fenémenos que parecen desbordar las perspectivas mas estrictamente sociopoliticas 0 socioeconémicas del conflicto, Bn todo caso, en casi todos estos trabajos la cultura sigue empledn- dose como una «categoria residual» (Alexander, 2000; Alexander y Seidman, 1992); es decir, s6lo se recurre a ella cuando las herramientas habituales del andlisis social fracasan a la hora de captar toda la com- Plejidad de los fendmenos estudiados. Este es el caso, en los tiltimos anos, de los bien mal llamados conflictos étnicos, 0 de aquéllos en los que la dimensién religiosa parece jugar un papel destacado; en concre to, los vinculados al auge de los fundamentalismos religiosos y, mas concretamente, del islamico. Este tipo de interpretacién «culturalista» de los conflictos no esta, sin embargo, exenta de criticas fundamenta- das, que eatienden que el tipo de concepeidn de la cultura que mane- Jan simplifica la complejidad de estos fendmenos, al tiempo que ayuda ‘a difundir una visi6n fatalista y mesidnica de los mismos”” El maximo ejemplo de este tipo de andlisis, radicalizandolo hasta convertirlo casi cn una caricatura, es, sin duds, la conocida obra de S. P Huntington EI choque de civilizaciones (2002). En ella, el politélogo es- tadounidense entiende la cultura como aquel conjunto de valores du- raderos que poseen las «civilizaciones altamente integradas». Con ello, 17 Dos ejemplos de trabajos que proponen visiones alternativas a este cultural» som, primero, el de 0. ROY, Bl Islam mundilizado (2003), qu de una perspectiva social del isla en un determ des europess puede traera colacién la o (1996), que consituye un alegato en faria, aparentemente ingenua, de los aiios noventa la tegidn de los grandes lagos en Aftica central. 105 pretende demostrar la existencia de ciertas civilizaciones, que dominan en nuestros dias amplias drcas geogréficas y un porcentaje elevado de la poblacién mundial, radicalmente incompatibles con los fundamentos icos y normativos de la democracia. Como es bien sabido, para el au- or la civilizacién islamica es la que entraiia un mayor peligro para la tabilidad y la perpetuacidn de las bases de los sistemas democriticos, estrechamente vinculados con la civilizacién occidental Por tiltimo, antes de pasar a considerar las aportaciones al estudio de la cultura politica de la sociologia de la cultura de caracter interpre- lativo, creo necesario recordar que, aunque su peso académico es esca- soy no participan de la reflexién general sobre las relaciones entre cul- lura y politica, la vieja tradicién de estudios de la cultura politica con \gunos afiadidos tomados de las obras de Inglehart y de Putnam- sigue viva al menos en el seno de la «industria» de los estudios de opinion pu- blica. En ella, muchas de las dimensiones que identificaron Almond y Verba, y que incorporaron a sus estudios, se emplean sisteméticamente cen las encuestas electorales, en los barémetros sobre coyuntura politica, yy también en algunos estudios sobre politicas publicas" La tradicién interpretativa en los estudios sobre cultura y politica Sin duda, el conjunto de trabajos en el que me detendré a lo largo de este apartado es donde se hace més patente no sélo el impacto del cultural, sino, sobre todo, las posibilidades que se han abierto en los il- timos tiempos para el anélisis de lo politico y de la politica. Como se ver més adelante, uuu de los rasgus uudy subtesalientes de este campo, frente a la tradicién clésica de la cultura politica, es la ampliacién del abanico de objetos de estudio asf como la diversidad de los métodos em- pleados y de las fuentes para el andlisis. No obstante, como ya he mencionado en repetidas ocasiones, estos studios no constituyen un campo unificado. Persisten importantes de- bates tedricos y metodologicos sobre el propio concepto de cultura, y 18 Numerosos ejemplos de este tipo de e Datos del C18, en el del Fuskobarbm bardmerros. 106 sobre las técnicas y métodos més adecuados para aprehender su papel en la vida politica. En consccucneia, ¢s muy arriesgado hablar de ui mirada unificada de anilisis de la cultura y la politica, lo que aumenta la complejidad de presentar un mapa ordenado, al tiempo que comple- to, de un volumen de obras considerable, con perspectivas y objeto de estudios también dispares. Unas investigaciones que, ademis, se carac- terizan por su cardcter interdisciplinar, moviéndose en muchas ocasio- nes en las fronteras porosas de la ciencia politica, la sociologia, la an- tropologia y la historia Pero, a pesar de su heterogencidad, en mi opinién todos estos tra bajos comparten una serie de puntos en comtin que trataré de presen- tar de forma resumida 4) En todos la concepcién lingtiistica de la cultura tiene un peso importante, a pesar de que recientemente se ha hecho patente un es- fuerzo por hacer hincapié en la idea de cultura como praxis, Asi, se van difundiendo las expresiones de | ra en accién» (Swidler, 1986, 2001) y de la «cultura en interaccién» (Eliasoph y Lichterman, 2003). b) Es aqui donde son mas visibles las mencionadas resistencias y precauciones frentea la vieja terminologia asociada a los estudios de cul tura politica, que en algunos casos llegan incluso al rechazo directo del concepto. De este modo, se produce no slo una diversidad terminolé- gica notable (discursos, cédigos, representaciones, vocabularies...) sino también una dilatacién del propio significado del concepto de cultura politica, que pasa a ser entendido y empleado de un modo muy laxo. 4) Buena parte de las investigaciones comparten una pretensién, muchas veces explicita, de contribuir a algunos debates centrales en el anélisis social de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Por lo tanto, elesfuerzo de clarificacién tedrica es muy notable. Y son algunos de es- tos temas recurrentes los que ayudan a conferir una cierta coherencia a sus esfuuerzos, Por citar muy répidamente algunos de ellos, la investiga- cién sobre cultura y politica remite al debate sobre el papel del actor en la vida social, considera las transformaciones que se estdn produciendo cen tos ambitos de la vida publica y privada en las sociedades contem- Pordneas y, Sinalmente, tampoco puede pasar por alto los cambios de lo politico y de la politica en dichas sociedades. 4) A pesar de las polémicas y de los desacuerdos conceptuales y metodolégicos, el didlogo entre los distintos autores implicados en este ray polite: nuevas tedencias en os ands soap 107 campo es muy notable, Asi, en cada uno de los trabajos que se van pu- 6 ‘encuentran constantes referenciae a lae contribuciones, € incluso a los retrocesos 0 «callejones sin salida», de las investigaciones de autores afines. Este hecho contrasta con la casi absoluta incomuni- tacién con el campo de los estudios mas tradicionales de la cultura po- itica, al que he dedicado el apartado anterior", and Habida cuenta de la complejidad de establecer una clasificacién simple de estos trabajos ~algumos temas se solapan, ciertos autores tran- sitan entre distintas perspectivas... he optado por adoptar la division ‘en campos tematicos que proponen Lichteman y Cefai (2006) con algu- nas matizaciones importantes, puesto que quiz sea excesivamente in- cluyente. Comparto, ademas, el punto de partida de su trabajo que rei- vindica la necesidad de seguir profundizando en el estudio de la cultura politica: las culturas politicas existen y son significativas por- que la accién politica requiere la construccién, y también la puesta en practica, de significados, tanto en los escenarios institucionales como en los cotidianos: Political cultures are the sets of symbols and meanings or styles of action that organize political claims-making and opinion-forming by individuals cor collectivities. By culture, we mean patterns of publicly shared symbols, meanings or styles of action which enable and constrain what people can say and do {LICHTERMAN y CEFAT, 2006, p. 392), Cultura politica y poder: la dominacién y la resistencia Se trata de una linea de investigacion desarrollada desde los aiios se- senta-setenta a partir de las propuestas del marxismo cultural y de ‘otros enfogues posmarxistas. En ella, la intluencia del concepto grams- ciano de hegemonia es central. En definitiva, se propone trabajar sobre cl supuesto de que la cultura es, ante todo, poder. Asi, la cultura poli- tica existe fandamentalmente en relacién con el poder ~de clase 0 de ‘grupo como vector discursivo, o como técnica de poder. Los procesos hegeménicos deben entenderse como procesos de construccién y de difusién de una definicién del mundo. Ello suscita, 19 Son muy escasos Jos teabajos que tratan de establecer puentes entre ambos cam pos de investigacion, Ente ellos, destaca el articulo de I. WEDEEN (2002) 108 Masia a por un lado, el problema de la transmisién de dichas wosmogonias», asi como cuestiones relacionadas con la dominacién, entendida como ejer- cicio destinado a lograr la conformidad, la sumisién ideolégica. Por lo que se refiere a la primera de estas cuestiones, cabe recordar el viejo tema de los «aparatos ideolégicos del Fstado» (Althusser, 1992), asi ‘como investigaciones recientes acerca del papel de los medios de infor- macién y comunicacién en la difusién de la «ideologia dominantey. En. cuanto al tema de la dominacién, no puede pasarse por alto la decisiva influencia de los trabajos de M, Foucault (1981, 1985, 1992, 1994) so- bre el poder y la dominacién, en especial el papel que atribuye al co- nocimiento técnico y cientifico y al bio-poder en la construccién y modo de operar de la dominacién. A lo largo de las iltimas dos décadas, una de las lineas mis pode- rosas de trabajo ha sido aquella que analiza el poder hegeménico del discurso y de la imagineria transmitidos por los medios de comunica- cién (Morley, 1980). Pero también cabe citar el interés por el estudio de las culturas politicas dominantes, asi como el esfuerzn por entender las formas en las que las personas «negociam» los significados que les trans- miten los medios de comunicacién, adapténdolos y complementando sus mundos sociales preexistentes (Gamson, 1992; Gamson et dlii, 190; Press y Cole, 1999), Bn esta misma linea, la reproduccion y la transini- sidn del poder y la hegemonia a través de las nuevas tecnologias de la informacién y la comunicacién (NTIC) se ha convertido en los tltimos aftos en tun campo de trabajo muy atractivo. Finalmente, también se po- drian incluir algunas contribuciones del andlisis poscolonial en esta primera categoria de estudios (Mezzadra et alii, 2008)", zun estrecha relacién con las cuestiones apuntadas por una concep- cin de cultura como poder, ¢s uecesario advertir cémo, a partir de los ailes noventa, se publica toda una serie de trabajos que se interesan por las formas de resistencia a la dominacion. Sus autores prestan atencién no tanto a los discursos de oposicién a la dominacién, sino sobre todo a los ambitos, espacios y practicas sociales en las que se desarrollan cul: 20 Lichterman y Cefat ambien deat de ete primer grupo clas pro ida de proyectos contashegeminicon Fo concer, linen de reflexion inpuisia por Ch MOUFFEY B UACLAG 8, LACLAU y MOUFEE, 198) sobre la alterna de oa taticaln 109) as politicas altermativas; es decit; representaciones acerca de la «po ilidad de otro mundo». Una parte de ellos vincula su exfuerz0 con tuna eritica al peso de la herencia de la tradicién marxista en el andlisis| «le Ia accion colectiva. Las criticas a autores como Ch. Tilly insisten, no suilo en el sesgo excesivamente «estatalistay de sus propuestas, sino so- bre todo Haman la atencién sobre las consecuencias de limitar el estu- ulio a la insurgencia y la protesta visibles —una vez que éstas han esta~ ado- minusvalorando el andlisis de la «infra-politica» en situaciones en las que la dominacién se muestra absoluta, triunfante, efectiva y en las que no parece haber més que aquiescencia y sometimiento. Esta critica es la que guia, por ejemplo, el conocido trabajo de J. Scott, Domination and the arts of resistance (1990) en el que, emplean- do una gran variedad de fuentes «no ortodoxas» (literarias, musicales, leonograficas, etc.), estudia la construccién ~y funcionamiento~ de los discursos, narraciones y espacios de la resistencia en situaciones de dominacién extrema de muy diversa naturaleza (desde el régimen de esclavitud en las plantactones del sur de los Estados Unidos en los si- los XVII y XIX, hasta el apartheid sudafricano a lo largo de buena parte de la segunda mitad del siglo XX). El concepto de transcripcién ‘ovulta (hidden transcript), que acufé Scott en esta obra para dar cuen- ta de las prdcticas de resistencia, silenciosas y clandestinas a los ojos de los dominadores, ha sido ampliamente difundido y empleado des- de entonces. Su influencia también es perceptible en otra nocién uti- lizada por estudiosos de la accidn colectiva, la de Jos espacios libres (free spaces) mediante la cual se designa una variedad de espacios en los que transcurre la vida cotidiana de los individuos que, por distin- tas razones, también estan protegidos de la dominacién y, por consi- guiente, son especialmente aptos tanto para el surgimiento de culturas politicas de oposicién como para el desarrollo de practicas de resis- tencia (Polletta, 1999; Gamson, 1996; Tilly, 2000: Couto, 1993; Evans ct Alii, 1986). Asimismo, deberia mencionarse el esfuerzo de toda otra serie de autores (Melucci, 1989, 1996; Kertzer, 1990) por analizar el modo en que las audiencias filtran los mensajes de los grupos domi- nantes a través de lentes interpretativas diferentemente moldeadas. No obstante, estos estudios sobre dominacién y resistencia han sido objeto de criticas desde el propio seno de la tradicién interpretati- va de la cultura politica. En concreto, Eliasoph y Lichterman (2003) ad- vierten de su excesivo énfasis en lo que ellos denominan comunidades 10 Mania Luz Mona duraderas que resisten a un tipo de dominacién clisica. En su opinién, no todos los modos de recibir ¢ interpretar la cultura dominante se re. ducen a la resistencia, o al sometimiento y la aquiescencia, Es necesario considerar la posibilidad de que los grupos dominados articulen nue- vos significados. Al mismuo tiempo, también es conveniente ampliar este tipo de investigaciones a situaciones en las que la fuente de la opresién no esta muy clara para los miembros de dichos grupos. Las culturas politicas como representaciones compartidas El concepto de represencacién social tiene ya una larga historia en las ciencias sociales cuya consideracién excede el aleance de estas paginas. Sin embargo, no esta de mis recordar que se trata de un término pro- puesto desde la psicologia social. En concreto, fue S, Moscovici (Mos covici, 1986; Jodelet, 1994) quien lo adopt6, a partir de una reformul: cién en términos psicosocidlogos del concepto durkheimiano de Tepresentacién social que, en la obra del clisico, se referia a las formas de conocimiento 0 ideacién construidas socialmente. Moscovici se pro- puso elaborar una nocién mas dindmica, que englobara las construc- ciones simbélicas que se crean y recrean en el curso de la interaccién social; es decir, las representaciones colectivas son maneras especificas de entender y comunicar la realidad social, por lo que poseen capaci- dad de dotar de sentido a la misma A partir de la década de los ochenta, el andlisis sociopolitico reto- ‘ma esta idea posdurkheimiana y la aplica a la cultura politica, Asi, esta liltima se concibe como un conjunto de representaciones publicamente compartidas de lo que constituye un buen ciudadano o una buena so ciedad, Se trata de formas culturales que existen de algtin modo de for- ma independiente de los intereses colectivos, que estructuran la comu- cacién entre individuos y grupos, y que, por lo tanto, influyen en el modo en que ambos entienden lo politico y lo publico, y se relacionan ‘con estos tiltimos. . Esta concepcién de cultura politica como conjunto de representa- clones compartidas se configuré como interpretaciGn alternativa a la definicién de la cultura como poder; se presents, asi, como respuesta a 1os planteamientos de cardcter posmarxista y foucaultianos menciona dos con anterioridad. Como se verd a continuacién, en estos trabajos es quizé en donde es mas perceptibl ja influencia del giro lingtistico en ‘tore y paltica- suevastendentas en fas ands soioolitens rT cl andlisis sociocultural. Pero, a pesar de su evidente contribucién al anilisis del binomio cultura-politica, existe un problema subyacente a todos estos trabajos: la infravaloracién del papel de las instituciones en la persistencia y difusion de estas representaciones colectivas. Por otro lado, hay también una contraposicién en el seno de esta corriente entre quienes prefieren emplear el término vocabularios para estudiar estas culturas politicas, quienes optan por la palabra cédigo y, finalmente, quienes acufan el concepto de marcos. Aprovecharé esta diferencia para seguir tratando de ordenar las contribuciones. 4) Los vocabularios de la politica: el trabajo de referencia en la so- ciologia norteamericana que marca un hito en el desarrollo de esta pers- pectiva de estudio es, sin duda, la obra colectiva dirigida por R. Bellah, Habits of the Heart (1985), Su objetivo central es estudiar los razona- mientos politicos y morales de la clase media norteamericana, y su prin- cipal conclusién es el predominio del lenguaje del individualismo. Be- llah defiende que, por medio de diferentes lenguajes del razonamiento moral, de las creencias y los valores, las personas expresan con palabras ¥y frases facilmente accesibles sentimientos de otra forma vagos y con- tradictorios. Sin estos lenguajes compartidos, la comunicacién de moti- vvos seria casi imposible; de ahf la extremada relevancia de estudiarlos. En la misma linea, el trabajo de W. Gamson, Talking Politics (1992) también supone un paso adelante en la reivindicacién del estudio de los, vocabularios de la politica, como via para adentrarse tanto en los conte- nidos como en los usos de las culturas politicas. En este caso, Gamson “un autor que habfa dedicado hasta entonces buena parte de su vida in- vestigadora al andlisis de la accién colectiva~ se interesa por el modo en que los «ciudadanos comunes» —en sti caso norteamericanos de clase me~ dia-baja~ construyen sus opiniones acerca de temas relevantes de la vida politica nacional ¢ internacional, a partir de las informaciones que reci- ben a través de los medios de comunicacién, El autor pretende, asi, con- tradecir -o al menos matizar~ los postulados de buena parte de los es- tudios clisicos sobre cultura politica, que afirmaron desde inicios de los afios sesenta que el limitado interés por las cuestiones politicas y la es- casa competencia politica de los weiuddedanos medios» eran dos compo nentes de la «normalidady de los sistemas democréticos avanzados. Gamson se esfuerza por mostrar como, al prestar atencién al modo en que las personas hablan en grupo de cuestiones politicas de muy distin- ta naturaleza, el resultado que se obtiene es bien diferente. Ante todo, 42 de su trabajo se desprende que la inmensa mayoria de los sujetos son ca- paces de reelaborar las informaciones y opiniones que les transmiten los medios de comuntcacion, en unos procesos complejos en los que inter- vienen tanto sus concepciones del mundo (o ideologias) como también ‘sus propias experiencias personales, De este modo, los ciudadanos no son simples espectadores pasivos del espectaculo de la politica. Al mismo tiempo, existen otras dos conclusiones de la investigacion quiza més relevantes para el tema que estamos abordando en este mo- mento, Por un lado, los ciudadanos poseen una notable competencia s0- bre los asuntos pibblicos, por lo que manejan una cantidad notable de in- formacién y, ademas, un vocabulario bastante rico y especializado. Y, por otro, a través de sus conversaciones, las personas son capaces de «negociar» significados, de modificar sus concepciones iniciales sobre un tema determinado y, en definitiva, de legar a acuerdos o consensos con los demés conversadoies. Eu definitiva, el tipo de vocabularios po- liticos que manejan los individuos, Ios significados que atribuyen a de- terminados acontecimientos, y los consensos y desacuerdos sobre los mismos han de ser considerados como procesos enormemaente complejos en Jos que los «ciudadanos medios» demuestran una gran competencia, asi como un grado notable de flexibilidad y predisposicién al cambio. Pero, ademés de las aportaciones de esta linea de estudios a los con tenidos y procesos por los que se constituyen los vocabularios de la po- Iitica, debe recordarse también que su contribucion metodolégica al es- tudio cultural de la politica ha sido notable. Principalmente, han profundizado y sofisticado algunas técnicas de analisis cualitativo, en especial el anélisis de discurso. Buena parte de estas obras se basan en {a utilizacién de entrevistas en profundidad, grupos de discusi6n (focus groups), en el andlisis de textos de may diversa naturaleza (prensa, dis- teratura gris» de las organizaciones politicas...) ys ‘en menor medida, también en la realizacién de trabajo etnogratico. Pero tampoco hay que pasar por alto que muchas investigaciones necesitan introducir una cierta perspectiva historica, en la medida en que la in- terpretacién de los vocabularios politicos de un grupo determinado en tun momento concreto exige tomar en consideracién la influencia de la historia cultural o intelectual en la que se inscribe dicho grupo. En la tradicién francesa de andlisis sociopolitico se pueden encon- trar también algunos trabajos que aportan visiones interesantes sobre Jas representaciones colectivas de la politica. En los iltimos atios, D. Ce- ra polities, nooaetandarise on loe andi eacapoiticne U3 fai (2001) ha afirmado que los estudios de la cultura politica deben en- tenderse como anilisis de las «graméticas» de la «ciudadanfa comin» (citoyenneté ordinaire). Esta definicién remite a dos temas relevantes de esta concepcién de la cultura y la politica. En primer lugar, al hablar de gramiticas de la vide ciudadana, el autor nos esta advirtiendo de la do- ble dimension sobre la que se debe trabajar. Para empezar, hay que identificar los principales elementos de dicha gramatica para compren- der los marcos culturales que dotan de significado a las acciones de las personas, Eso supone tener en consideracién las bases comunes a dicha lengua y el modo en que se combinan; es decir, exige conocer el con- junto de reglas y principios que gobiernan su uso. Pero, en segundo gar, Cefai prosigue con su simil lingiistico y nos advierte que el an: sis no puede detenerse en este nivel, sino que debe incorporar el modo cen que los hablantes hacen uso de las reglas gramaticales para comuni- carse, para canstruir significadas compartidas de: la realidad social. ¥ s, en ese momento, cuando dichas reglas son interpretadas de forma distinta, contravenidas o incluso modificadas en la préctica. Ciertamen- te, las graméticas constrifien la posibilidad de la comunicacién, pero, al tiempo, ningun linguista negaré la importancia de la flexibilidad de las normas gramaticales, su transformacién a lo largo del tiempo, o incluso el significado de ciertos «errores recurrentes». En este punto, la apor- tacion de Cefai no s6lo nos remite a uno de los problemas centrales de este tipo de anilisis —la praxis cultural-, sino que se inscribe dentro de una linea de trabajo significativa en la sociologia francesa, sobre la que tendré ocasién de volver mas adelante: las formas de representacién de lo politico y las distintas vias para la implicacién ciudadana en los es- pacios ptiblicos de la vida cotidiana b) Los cédigos de la politica, Si en el apartado anterior el concep- to fundamental era el vocabulario, ahora se presentard otro conjunto de trabajos que prefieren emplear la nocién de eédigo. Asi, las culturas po- liticas se entienden como cédigos" que organizan el discurso publico. Y, una vez més, voy a recurrir a algunos autores para mostrar la direc~ cién que toman los argumentos y el tipo de estudios que realizan, 21 La palabra eédigo ene distintes significados en la lengua castellana, Ene sue 7 1ado en que es entendido en esta perspectiva de estudios svema de signos y ce reglas que permite formular y comprender un (DRAB, 22° ed}. 14 ‘Mania Lez Monat Alexander y Smith (1993) han afirmado la existencia de cédigos bi- narios en la vida y el debate piblico de los Estados Unidos a lo largo de los titimos doscientos aftos, Su tesis es que, més que compartir un con- senso sobre determinadas ideas, los oradores norteamericanos poseen un cédigo comiin. Este debe ser invocado incluso cuando se realizan at~ gumentos desde lugares diferentes del debate politico. De este modo, tanto el contexto de los discursos como su estilo permanecen esencial- mente constantes, aun cuando se defiendan ideas disparec y, sobre todo, aunque las personas puedan interpretar de forma innovadora y sorprendente dichas alocuciones, Una vez descubiertos los principales elementos del cédigo, la tarea del investigador es considerar, primero, e1 modo en que los politicos y oradores recurren a él y, en segundo lu gar, cudles son las condiciones bajo las que se producen cambios inno- vadores en la interpretacién de dichos cédigos. Eliasoph y Lichterman (2003) utilizan este concepto en su estudio de Ja «cultura en la interacciéim, pero introduciendo un elemento de cxitica importante en su planteamiento. En concreto, consideran que la propuesta de Alexander y Smith es excesivamente estitica, en la medi- da en que no enfatiza suficientemente el papel de fos contextos en los que los oradores ponen en funcionamiento sus cédigos. En su opinién, los distintos contextos de la vida social y politica ~formales e informa Jes— dan lugar a grupos con diferentes estilos que, muy probablemente, proporcionaran distintos significados a unos mismos cédigos. En su propio trabajo, se esfuerzan por tomar en cuenta como dichos estilos filtran tanto los lenguajes (las representaciones colectivas) como los cé- Aigos en contextos especificos. Por su parte, los trabajos de G. Lakoff —lingiista y psicélogo cogni- tivo- y de M. Johnson (1980) suponen un paso adelante en el estudio de los cédigos que estructuran el lenguaje politico y el modo en que las per- sonas establecen significados acerca de la vida politica de acuerdo con ellos, De hecho, su influencia ha sido notable tanto en el campo del es- tudio de la retérica politica como en el del marketing politico vinculado 4 Jas campatias electorales. Su objeto es el andlisis de las metaforas sobre hs les se constrayen los discursos politicos. En concrcto, para expli- car el triunfo del discurso conservador en Ja politica americana de co- mienzos del siglo XX1, Lakoff emplea la fuerza de la metéfora de los dis- tintos modelos de vida familiar, que vincula con las concepciones de la autoridad implicitas cn la cultura politica norteamericana (Lakoff, 2007} cy poltica nuerastendencias en fs ands sneiopofticas 15 6) Bl anilisis de marcos (framing analysis). Los trabajos de Lakoff enen una cierta relacién con una propuesta que ha tenido un gran esarrollo en los tiltimos afios, el andlisis de marcos, que ha sido apli- cado, sobre todo, al campo de estudio de los movimientos sociales. Es conveniente recordar, aunque sea muy brevemente, que el ori- gen del concepto de marco se halla en la obra del psicélogo social E. Goffman, y mas en concreto en su libro Frame Analysis, publicado en elafio 1974", en la que desarrollé algunas de las tesis que ya habia plan- teado en La presentacién del yo en la vida cotidiana de 1959 (Goffman, 1987). Goffman emplea el término marcos para referirse a aquellos «es~ quemas de interpretaciém> que permiten a los individuos 0 grupos ubi- car, percibir, identificar o designar (label) acontecimientos 0 sucesos. Por lo tanto, son los marcos los que hacen posible atribuir significados, onganizar experiencias y guiar las acciones de individuos 0 grupos. ‘A comienzos de los aftos ochenta W. Gamson y sus colaboradores publicaron una investigacién sobre las respuestas ante la injusticia” en {a que emplearon el concepto goffmaniano de marcos para el andlisis so- ciopolitico. ¥ fue a lo largo de esa misma década cuando se difundié la aplicacién de este tipo de andlisis al estudio de los movimientos socia- les. En este campo, han sido los trabajos de Snow y Benford (Snow et alii, 1986, 1988; Benford y Snow, 2000) los que se han convertido en re~ ferencia ineludible. Ambos autores analizan los procesos de construc- cién y aplicacion de marcos para explicar cémo operan los movimien- tos sociales. En su opini6n, los marcos actiian como paquetes (packages) discursivos o formas de comunicarse sobre los hechos y acontecimien- tos. Intervienen de forma decisiva en el proceso de construccién de sig- nificados tanto para los participantes en un movimiento como para sus oponentes. Los grupos y movimientos organizan los marcos estratégi- camente para formar coaliciones y alcanzar a determinadas audiencias. De este modo, las técticas de los movimientos no son sélo una funcién de las limitaciones y adaptaciones al entorno ~como defiende, en bue- na medida, el planteamiento de la estructura de la oportunidad politi- ca, sino que estan constreiidos por «marcos maestros de anclaje> (an- ‘choring master frames). En esta propuesta, el concepto de alineamiento de marcos (frame alignment) es clave porque el éxito de un movimiento 22 Bate libra a sido publicado en el aio 2006 en castellano por el OS, 23. La obra, en concreto, es W. GAMSON et alii, Brcounters swith unjust authority (2982) U6 Maas 612 Mi social de masas se produce cuando los marcos que proyecta se «aline- am» con los de los participantes, dando asi lugar a le muovilizacidn, Bste fenémeno tiene lugar cuando los marcos individuales se vinculan por medio de la cohesién y la complementariedad. Asi, el alineamiento de Jos marcos produce sui «resonanci Es conveniente tener en cuenta que, en algunas de sus aplicaciones ala teorfa de la movilizaci6n colectiva, los marcos no se entienden tan- to como estructuras culturales, sino como medios culturales destinados a perseguir intereses que estén mas allé de la cultura, Es este tipo de vi- sidn la que critica G. Polletta (1997) quien afirma que la teoria de mar- cos considera los «marcos maestros» (master frames) como visiones del mundo elegidas deliberadamente por los actores, que pueden ser adop- tadas 0 suspendidas dependiendo de la percepcidn de los Iideres de los movimientos de cudles son los imperativos estratégicos. Por lo tanto, se omite que las definiciones de lo estratégico, lo racional y Jo instrumen- tal estan ellas mismas moldeadas por los marcos ideoldgicos prevale- cientes. En definitiva, para esta autora se trata de una formulacién que reproduce la division parsoniana entre las esferas de la accién social cultural ¢ instrumental, Las culturas politicas como «performancesy™ Considerar las culturas politicas como representaciones dramatuirgicas, como «performances», remite a un tema que ha surgido en diversas oca- siones a lo largo de estas paginas: el debate de ia cultura como praxis frente al excesivo énfasis semiotico del giro lingilistico. A su vez, un analisis detenido de esta cuestion obligaria a considerar la centralidad Ucl conveplo de prictica en la teorfa social de los wiltimos veinte-treinta aiios, al tiempo que a resaltar, una vez més, la ambigitedad, y heteroge- neidad de significados que se atribuye a dicha nocién en el analisis s0- clol6gico reciente. Puesto que ello va mas allé del alcance de mi traba- que se ha utilizado en apartados anteriores ides que sustituye a a realidad’ (DRAE, tno performance se emplea en Espafa en. manticne ol original en ingles. uray polos uoeastedencias en os an is socaglticos a7 ‘me limitaré s6lo a dos formulaciones utiles para mi empefio: la de la tura como «juego de herramientas» de A. Swidler (1986, 2001) y el esfuerzo de W. Sewell Jr. (1999) por conciliar la definicién de cultura como sistema de significados y como conjunto de précticas humanas”. La idea de que las culturas politicas poseen una innegable dimen- sién de representacién, de actuacién frente al puiblico demuestra la in- fluencia de la ya larga perspectiva dramatirrgica sobre el andlisis de la vida politica. El trabajo clasico de referencia es el de K. Burke (1945), al que se afiade el impacto del gito de los estudios literarios que, como he- mos visto, influyen directamente en la concepcién de la descripcién den- sa de Geertz, Fl elemento que se ailade a esta tiltima propuesta es la «puesta en escena». Lo que interesa a esta linea de trabajo, en suma, es el modo en que distintos actores escenifican estas narrativas, ponen en practica guiones previamente escritos. Pero, no lo olvidemos, hablar de ‘ma actuacién en piiblico supone tomar en consideracién toda una se- rie de factores que intervienen en su realizacién; entre ellos, podemos mencionar la distinta capacidad o habilidad de los actores, sus olvidos, jorcillas» o improvisaciones, las adaptaciones o actualizaciones de viejas obras, asf como el papel de la escenogratla, el atrezzo 0 incluso el tipo de puilico al que se dirige la obra. Una vez més, los estudios de ‘Goffman (1974) acerca de la presentacién del yo en la vida cotidiana tie- n del nen una influencia considerable en el andlisis de la «construc: espectaculo politico». Asi pues, en los trabajos de autores como Gusfield (1981), Edelman (1991, 1995) o Turner (1975), los dramas, argumentos y narrativas son entendidos en su dimensién de escenificacién. de representaciones tea- trales dirigidas a audiencias especificas. Se analizan, entonces, la pues- ‘ta en prictica de representaciones compartidas, considerando que las narrativas y los discursos politicos estan concebidos, al igual que las obras teatrales, para ser interpretadas, para ser actuadas. A partir de estos presupuestos, se pueden distinguir algunos temas de estudio que demuestran el notable desarrollo de esta linea de traba~ |joen los tltimos afios. Para empezar, estan aquellas investigaciones que se centran en el modo en que las convenciones draméticas dan forma a 25 Una reflexidn interesante sobre la incorporacion de las précticas 2 la historia cule tural puede encontrarse en BIERNACKT (2000). ne la comunicacion politica, Por ello, se preocupan por el «tempo» —los ac- tos- de la obra, las tramas, los personajes y los estereotipus. Las nacra- tivas se conciben, asi, como ejes de una estructura cultural por exce- lencia que posee tipos caracteristicos, géneros bien definidos (tragedia, ‘tragicomedia, comedia, romance...), y argumentos gobernados por con- venciones muy similares a las que definieron al teatro clasico. Los ejem- los de este tipo de investigaciones son mumerosos y abarcan un mtime- ro considerable de temas 0 acontecimientos: desde el estudio del caso Moro empleando las categorias de la tragedia clisica, hasta aquellas que analizan la influencia de algunos géneros contempordneos muy popu- lares (como la soap opera, las telenovelas o los reality shows) en el es- pectaculo de la vida politica actual (Wagner-Pacifici, 1986; De Lima, 1996). Por tiltimo, algunas autoras (Bonnell y Hunt, 1999) se plantean la influencia de la ruptura de las convenciones de las narraciones lite- rarias y teatrales que se ha producido a lo largo del siglo XX en las re- presentaciones de la politica. Ciertos autores evan més allé del campo de la literatura 0 de la dramaturgia la logica de las investigaciones del «especticulo politico» (Edelman, 1991). En concreto, toman en consideracién el modo en el que intervienen las convenciones estéticas en los espacios ~escenarios © bambalinas— en los que se desarrolla la representacién politica. Se es- tudia, pues, el posible impacto de ciertas convenciones artisticas ~esen- ialmente de la arquitectura y de las artes plisticas~ en el modo en que se representa la politica, El trabajo de Edelman From art to polities (1995) es un ejemplo significativo de este tipo de estudios que tienen una evidente relacién con ciertos anélisis recientes sobre la relacién en- tre la transformacién de los espacios (piblicos y privados) de la vida de los eiudadanos én las suciedades contempordneas y los cambios en las identidades y practicas civicas (Innerarity, 2006, 2008; Borja, 2003). Los autores mis interesados en el estudio de la movilizacién colec- tiva insisten en cémo, a través de todas estas convenciones, las narra~ clones se convierten en espectaculos «actuados», y Ilegan a estructurar la forma en que un piidlico concreto percibe los agravios, imputa moti- vos, y define qué problemas o situaciones son centeales 0 periféricos Se constituye, asf, un campo de trabajo que se interesa por las conse cuencias de la puesta en practica de las «culturas publicas», en el que 1a perspectiva diacrénica -el andlisis de los cambios y permanencias de dichas culturas a lo largo del tiempo~ es muy relevante. Cultura y patie: nuova tndoncas en los anlsssaciopltiens 119 Dentro de esta concepcién de las culturas politicas como perfor- mances, es anteresante también la propuesta de considerarlas como «re- pertorios». Y, de nuevo, nos encontramos con un término tomado del mundo de la dramaturgia o de la misica”* que, ademés, posee ya una considerable tradicién en los estudios de la accién colectiva. Fin con- creto, se suele admitir que fue Charles Tilly (1978, 1986, 1993) quien lo utilizé primero al analizar la politica contenciosa (0 de la protesta) para dar cuenta de «The whole set of means (a group) has for making claims of different kinds on different individuals or groups». 0 como «the al- termative means of acting together on shared interests» (1986, p. 390). A partir de esta definicién inicial, aparece en su extensa obra, tan- to para caracterizar algunos movimientos insurgentes como para estu- iar la evolucion de las formas de la protesta. No obstante, por mucho que se maneje una concepcién laxa de los estudios de cultura y polfti- a, dificilmente podria justificarse incorporar la obra de Tilly en su seno. En realidad, fue A. Swidler quien, a partir de su propuesta de considerar la cultura come un «juego de herramivastas» (ool kit) (1986), introdujo en sus trabajos posteriores el concepto de repertorio para pro- fundizar adn més en esta dimensién instrumental de la cultura. La au- tora mantiene que es necesario buscar nuevas metéforas para describir cémo opera la cultura, por lo que propone seguit empleando el con- cepto de juego de herramientas junto con el de «saco de trucos» (bag of tricks), incorporandolos dentro del concepto de reperiorio: Indeed, one advantage of thi phasizes the ways culture is like a set of skills, which one can le or less thoroughly, enact with more or less grace and conviction (Sudnow, inking of culture as repertoire makes us aware that cultural BR fox people (Swidler, ng of culture as a repertoite is that it em- 2001, p. 25}, La autora defiende los beneficios de trabajar con este concepto mediante los siguientes argumentos: — Hablar de la cultura como un repertorio hace posible explicar las considerables variaciones de los resultados de su puesta en practica. 26 La primera acepoién de la palabra repertorio que proporciona e] DRAE (22. ed.) cs; aconjunto de obras teatrales o musicales que una compatia, orquesta o inter~ prete tienen preparaéas para su posible epresentacion o ejecuclono, 120 Masia Loz Mi Esta nocién permite dar cuenta de un hecho evidente: por rae zones muy diversas, Ins diferentes actores poseen un grado distinto de habilidad y competencia para actuar con ciertas piezas del repertorio, Las personas, los actores, poseen un cierto grado de libertad y autonomia a la hora de seleccionar partes, trozos del reperto- rio. Volviendo ala metéfora del juego de herramientas, debe- ‘mos considerar c6mo ante situaciones concretas, las personas cligen o descartan algunos de los instrumentos que componen est juego. Hlloconfiere una fuidez considerable a uso de es- '08 repertorios, al tiempo que obliga a con: gui eas cecclones ne * Considerar a Iptea que Las investigaciones sobre los innegables cambios de reperto- los que se producen entre diferentes grupos, situaciones y momentos en el tiempo, deben vincularse con los cambios de Jos escenarios en los que las personas actian, de modo real 0 ‘maginario. Para Swidler, 10s repertorios culturales estén orga- nizados en torno a escenas o historias, recuperando asi uno de Jos postulados clasicos de la perspectiva de la dramaturgia El tepertorio es, asi, un concepto que permite integrat la di mensién discursiva de la cultura con la préctica (performance) @ la hora de analizar la accién social y politica Finalmente, todo Jo anterior hace posible introducir la idea de [Beoherencia y contradicci6n, tanto en los discursos como en ‘as practicas sociales. Las herramientas a disposicién. = cores son vaciadas yes posible mostrar qu en ier grade de incoherencia y contradiccién es habitual en el modo en el que los individuos ponen en practica sus culturas. No obstante, ello no significa que los repertorios a disposicion de los indi. viduos sean ni desorganizados ni tampoco ilimitados”, 7 ucuTeRMAN ¥ CETAI (2006) inconporan esta perspectiva squelassnvestgn- Glte que se ucupan de ls derided oles en os movimiento sneaky ‘No cmparto su dein puesto que cl tema da constucln de denies 2 lesen eesudiode os movimentos aly cnn reconocen ln propos suters cue n paleo alas efexenes sobre a ultra pltcaen ino gor ve ls comunicacin ene ambos campos de ex ny ext, Cabee sordaequelacaestcn de as denidades soi emia lanes queen uray paltia: nuevas tedencas en las anlsissaiopiticos 121 las culturas politicas y la vida cotidiana ixiste un conjunto de trabajos recientes que, de forma colateral, incor- ora parte de los temas que definen estas nuevas orientaciones de los studios de cultura y politica. En este caso, se desplaza el centro de ané- lisis a lo que, de forma sin duda ambigua, podriamos denominar los es- actos de la vida e interaccién cotidianas. Se trata de investigaciones «jue comparten el interés de la sociologia francesa por el estudio de la ciudadania comin u ordinaria (Cefai, 2001; Cefai y Pasquiet, 2003), Una vex. mas, a pesar de su diversidad, de su relativa novedad y de su limi- {ada difusion més allé del mundo académico francés, se pueden marcar algunos puntos en comin de estos trabajos. = inellos se percibe la influencia del desplazamiento de los ém- bitos clisicos de la vida politica {institucional} a espacios y pricticas que hasta hace poco se consideraban privativos de la vida social ~e incluso del ambito privado- 0, en el mejor de los casos, prepoliticos. A todos ellos se les atribuye un papel relevante en la formacién de la ciudadania comin — Al margen del impacto de buena parte de la literatura que comparte el giro cultural, en especial de los trabajos de los his- toriadores, en estas propuestas se hace patente la influencia del pensamiento de Habermas. Y ello en dos cuestiones dife- rentes: a) en primer lugar, se recogen sus planteamientos so- bre la esfera puiblica y su papel en el desarrollo histérico de las los movimientos de construir un «nosotros comin». Este proceso se entiende ‘como un momento imprescindible tanto en su propia consttuclén como en las po- sibilidades y aleance de la movilizacién. Sus identidades, ademés, son excluyen- tes, puesto que suponen la creacién de la representacién del enemigo, del opo- nrente. ¥ son, en Ia lines de las «comunidades imaginadas» de B. ANDERSON '987), construcciones sociales; es ect, ne sungen de forma natural de les agra- is, los cuales, a su vez, poseen también una dimensin cultural puesto que tn, al menos en p: idos. La forma, estabilidad y transformacién de identidades dependen de miilvipls facies: del marco poltico-institucional, de ta posicidn subordinads o de poder del grupo, de la naturaleza de las demandas que tstin en la base de su formacién... Pero también suponen un proceso de coas- ‘ruccidn de significados compartidos en los que los simbolos as memorias com nes los edigos y las metifores de la politica... juegan un papel relevante, El peso {que se atribuye a estos factores culturales en la consiruccion de dichas identi des varia sen los autores, al tiempo que también hay una diferencia notable en fl peso que se atribuye ala identidad colectiva en la movilizacién 122 Mania Liz Moan democracias occidentales; y 6) en segundo lugar, se conside ran sus postulados sobre el papel de la comunicacién civica comin en el mantenimiento de la democracia ~ _ Fstos estudios de la ciudadania comtin recogen también el cre- ciente peso de la sociologia de la vida cotidiana (a partir de la obra de A. Heller, 1977, 1984, 1994), asi como de las contii- buciones de B, Goffman a este campo de andlisis. Se percibe un cierto énfasis en lo que algunos autores deno- minan una «ecologian de los espacios puiblicos (Joseph, 1984, 1995), que combina la sélida tradicién de los estudios urbanos francesa con la recuperacién de la herencia del pragmatismo norteamericano (Cefat y Joseph, 2002). A todo ello, como ya ‘he mencionado con anterioridad, hay que aiadir la indudable influencia del giro cultural. Dos son los terrenos de trabajo mas interesantes dentro de esta perspectiva. En primer lugar, estan las investigaciones subre los modos en los que las personas plantean demandas piiblicas; es decir, eémo po- litizan determinados aspectos de sus vidas cotidianas. En segundo lu- ‘gar, encontramos estudios sobre cémo intervienen los contextos socia- les en la construccién de los discursos, vocabularios, dramaturgias y representaciones de la politica. En definitiva, se trata de prestar atencién a las formas en las que cireulan y se desarrollan las demandas (rituales ptiblicos, rumotes loca- les, debates legislativos..), asi como también a los escenario en los que tienen lugar estos procesos. Un primer ejemplo de este tipo de trabajo es el de Eliacoph y Lich- terman, «Culture in interaction» (2003), ya mencionado en paginas an- terlores. A partir de las tesis de la obra de Eliasoph, Avoiding Politics (1998), se trata de hacer avanzar el analisis cultural de la politica subra- yando la relevancia de los contextos sociales (social settings). Ambos au- tores proponen el empleo del concepto de estilos de grupo para conside- rar el modo en que éstos dan forma a los significados y usos de los vocabularios y cédigos culturales. En segundo lugar, podemos mencio- nar el estudio de Boltanski y Thévenot (1991) en el que llevan a cabo el analisis de los regimenes de la justificacién puiblica mediante una tipo- logia de las logicas de la racionalidad y la legitimidad. A partir de estas logicas y practicas, los actores ponen en practica diferentes tipos de ray palica: eves tendencias en os ands sacopotices 123 mundos, establecen diversos tipos de relaciones y promueven diversos tipos de bienes morales. Por witimo, Cetai y Joseph (2002) se han esfor- zado por dar cuenta del modo en el que se crean nuevos espacios para dramatizar los problemas y cambiar los centros de interés de los legisla- dores, Conclusion: A favor de la utilidad del estudio de la cultura politica? No creo equivocarme si afirmo que todos aquellos que nos hemos en contrado con la necesidad de adoptar una perspectiva cultural en el analisis de los fendmenos politicos -sea cual fuere nuestro objeto de es- tudio o el marco adoptado- compartimos una misma sensactén agridul- ce. Por un lado, tal y como he tratado de mostrar a Io largo de mi ex- posicién, se trata de un campo enormemente fértil que se enfrenta, una y otra vez, con los temas ¢ interrogantes clave de las ciencias sociales en la actualidad. Bl esfuerzo de clarificacién tedrica es, en este sentido, realmente notable en una buena parte de las contribuciones, En conse- cuencia, creo que se puede afirmar que, al menos la corriente que he denominado «tradicién interpretativa de la cultura politican se en~ cuentra en primera linea en el debate sociopolitico contemporaneo. Pero, ademas, es evidente que estos esfuerzos parten de una constata- cién, compartida por la mayor parte de los autores, de que ¢l esfiuerzo por comprender algunos de los profundos e incesantes cambios a los ‘que estin sometidas las sociedades de nuestros dias a escala planetaria ‘nucvos conflictos, nuevas formas de construceién y ejercicio de la ciu~ dadania, nuevas formas de politizacién y de despolitizactén de deman- das... exige incorporar algtin tipo de «mirada cultural». No obstante, los riesgos de adoptar esta posicién son también evi- dentes. Porque algunas de las ventajas y de la riqueza de esta apuesta pueden volverse en contra nuestra. Trabajar hoy en dia en estos terre nos implica aceptar moverse en émbitos enormemente inciertos, en donde las polémicas e incertidumbres ocultan en muchas ocasiones los resultados y los avances de la investigacién. Supone, ademés, ubicarse en territorios fronterizos entre las distintas disciplinas que componen las Ciencias Sociales, en areas consideradas con frecuencia como perifé- ricas 0 sencillamente secundarias para las perspectivas y temas de es- tudio hegeménicas en cada una de ellas, Los avances de la investigacién 12a 2 Moan pareven escasos, la necesidad de Justiticar, una y otra vez, la perspecti- va de estudio adoptada se have inevitable y los wcallejones sin saliday acechan con frecuencia a los investigadores. Pero, a pesar de todo, a pesar de las ambigitedades ¢ incertidum- bres de este tipo de trabajo, a pesar de la falta de comunicacién entre distintas tradiciones de estudio, e incluso a pesar de la incomodidad que suscita el propio concepto de cultura politica, dificilmente las cien- cias sociales podran dejar de lado, en un futuro, damentos culturales de lo politico y de la p a Porque, queramoslo mpo que da forma a los mo- dos en los que los individuos y los grupos sociales establecen su rela- ci6n con el ambito piblico en sus sociedades de pertenencia. Asi, con- siderar el modo en que éstos definen, se enfrentan, se resisten y redefinen lo politico sigue siendo un elemento central para interpretar algunos de los principales elementos de la vida politica de las socieda- des pasadas, actuales y futuras. Bibliografia Anu-Locton, L. (1991], «Writing against culture», en R. G, Fox (& turing Anthropology. Working American Research Press, ALEANDER, J. 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El tiempo de la cultura politica en América Latina: una revision historiografica’ Magia Eunna Casas Anz PyrRtcia ARROYO CALDERON 1a nocién de cultura politica, como generalmente suele selalarse, surge en el campo de la ciencia politica en los afios sesenta de la mano de Ga- briel Almond y Sydney Verba y, progresivamente, se convierte en una nocién que va calando los modelos interpretativos de otras ciencias so- , como la sociologia, la psicologia social o cl estudio de los com- portamientos electorales® ‘Varios de los participantes en el workshop «Culturas politicas: de wworfa y método», celebrado en Zaragoza en junio de 2009, cuyos traba- jos se recogen en este volumen han oftecido, asimismo, definiciones precisas del significado’ que tiene dicha nocién y cémo ha sido empleada por los historiadores para tratar de solventar las deficiencias metodol gicas ¢ interpretativas de la historia politica tradicional, en primer lugar y. en segundo, de las interpretaciones ofrecidas por la historia social para tratar de explicar los comportamientos politicos colectivos. 1 Las autoras agradecen 1 Perea Ledesma y Matia Sierra para patticipar en el presente volumen, asi como la posibildad de parcilpar en la Red ‘Temética de Historia Cultoral de la Politica (HAR2008-01453-E/HIST), Asimismo, agradecen la at ry los comentarios de Elias Pati, Jesus de Felipe y Je~ sis Iagulerdo. augur los estudios sobre cultura pol MOND y VERBA rorica y el ,-en este mismo volumen, asi camo de Ja- vier de Diego ROMERO, «El concepto de ‘ultura politica’ en ciencia politica y «us Implicaciones para la historia», Ayer, 61 (2006), pp. 233-266; y Joan BOTELLA, > torno al concepto de culeura politica: éificutades y recursos», en Pilar «Ismael Crespo (eds. Cultura politica, Valencia, Tirant lo Blanch, 1997. 4 Mares Lua Casts 1s Anwovo Cat Bl concepto de cultura o culturas politicas hace tiempo que desem- barcé también en el campo de los historiadores latinoamericanistas de uno y otro lado del Atlntico, especialmente a raiz de la renovacién de 1a historiografia politica que inicié Frangais-Xavier Guerra en los afios noventa (la figura de FX. Guerra, como renovador ¢ impulsor de este tipo de estudios, es incontestada por todos los autores consultados: Al- fredo Avila, Virginia Guedea, Mirian Galante, Nuria Tabanera, Manuel Chust 0 Pedro Pérez Herrero, entre otros"). No obstante, ese renovado interés historiografico por el campo de la politica en sentido amplio (discursos, practicas, espacios de sociabilidad, etc., de los que hablare- mos mis adelante) no siempre haa venido acompafiado de una mencién explicita a la cultura 0 las culturas politicas como categoria e instru- mento de andlisis relevante, a pesar de que muchos de los trabajos que se enmarcan en la linea abierta por Guerra inciden y ahondan, precisa- mente, en el tipo de preactiparinnes propias de los estudios sobre cul tura politica. De esta manera, en este texto no pretendemos ofrecer una defini- cién normativa de qué significa 0 cémo deberia ser utilizado el con- cepto de cultura politica en la historiografia latinoamericanista, sino, por el contrario, tratar de trazar las lineas principales por las que han discurrido los trabajos y los debates de la nueva historia politica de la region en el tiltimo cuarto de siglo’ mo Palacios (coor ‘de América Latina: siglo XIX, Més 17 y 95-111; Miclan GALANTE, historiografla mexicanista ea los pp. 26! nay culturas politicas en ie! CHUST y José Antonio SERRANO, De carinos por los que (os representatives deberda servir para categorizar ciertas comiunes a diferentes profesionales euyos tr bajos presentan patrones de anlisisu objetos de estudio anslogos. Asimismo, po diverse que a lo largo del relato apatecerdn areas geogrficas sobrerrepresenta ia en America Lata: wna rewson Nsterogratiea 15 En concreto, vamos a centramos en como los supuestos que entra- la nocién de cultura politica han resultado muy adecuados para la nueva historiografia latinoamericanista a la hora de revisar los postula- dos de lo que denominaremos historia pol aventurado afirmar que el «clasicismo» u ortodoxia® de dicha historio- ‘xtafia est representado por dos lineas de pensamiento que son, en ttl lima instancla, dicotémicas. La primera de ellas seria la historiografia basada en las narraciones liberales de indole triunfalista de finales del siglo XIX y principios del siglo XX; en conereto, nos referimos a aque- lias celebraciones retrospectivas de los grandes préceres del liberalismo decimonénico y de los momentos fundacionales de las naciones-Rept- blicas, identificados, de forma general, con la extension de las institu- ciones y/o los discursos liberales’. Por otro lado, nos encontramos con las revisiones contrarias del perfodo de auge del liberalismo: aquellas que afirman el fracaso de los proyectos liberales (bien 2 escala cor rental, bien a escala nacional), ya fuera por su imperfecta extensién e implementacién-exclusién de amplias capas sociales como las mujeres, los indigenas, los campesinos, los afrodescendientes, las masas popula- .2 clisica. No sabemos si es res rurales 0 urbanas, etc, ya fuera por la perversién de sus principios en relacién con una suerte de modelo de «liberalismo normativon* das en términes del mimero de trabajos citados -México, Centroamécica 0 Argen- tina, principalmente-, mientras que otsos espacios regionales como el Caribe, Co- lombia 0 Venezuela apenas tendrin cablda en esta exposicion. La razon tiene que ver, por un lado, con la abundancia de propuestas novedosas en comtextos acadé- 1micos muy poderosos, come el caso de Argentina, México, Brasil o, en menor me ida, Chile, y, por otto, con los interesesespecificas de las autoras de este trabajo, 6 En cualquier caso, si podriamos hablar de hegemonia de ambas lineas interpreta tivas hasta la revolucion historiografica protagonizada por la eseucla de Guctra en Ja década de los noventa 7 No pretendemos entrar en la discusion de fuentes primarias; una exeelente cev de este tipo de historiografia y de sus modos lives (heredera, hasta cierto punto, de los postuladee sobre ia historiogratia, como wnarrativay y de la teoria de los tropos de Haya 8 En esta linea de sbordaje, que subraya sericanos, podrian ‘Ge los textos que normalmente se encuadran trabajos de la enueva historla p Citsremos como ejemplo para- ipo de trabajos el de Fernando ESCALANTE, Ciudadanae ims- ginarios, México, El Colegio de México, 1992, sfracasos» de los liberalismos latinos 136 ws Cases ARZE y Ff ~caudillismo, reelecciones, dictaduras, fraude electoral o insuficiente grado de democratizacién, entre los més habitualmente mencionados En cualquier caso, no podemos dejar de mencionar que, més alla de las estrechas fronteras de la historiogratia, la nocion de cultura politica comenz6 a ser utilizada ~y lo sigue siendo— en distintos trabajos socio- logicos y politolégicos que, precisamente, tratan de explicar con dicha herramienta el supuesto «fracaso» o las presuntas anomalias en el fun- cionamiento de los sistemas politicos latinoamericanos. Asi, desde los afios ochenta y principios de los noventa —coincidiendo, por cierto, con el fin o las postrimerias de las dictaduras militares en el Cono Sur, con la oleada de violencia insurgente y contrainsurgente en Amética Cen- ‘ral, con el reerudecimiento de conflictas internos de largo alicnto como el de Colombia, con la descomposicién y creciente contestacion de es- tructuras estatales aparentemente monoliticas, como la mexicana y, en fin, con las novedosas reivindicaciones y practicas organizativas de los ‘nuevos movimientos sociales~ los trabajos de distintos politélogos y so- cidlogos vinculados a la escuela norteamericana comenzaron a poner el acento en la «cultura politica» como la variable que explicaba, en ulti- ma instancia, la deficiente implantacién de la democracia liberal en los diferentes paises tratados. En dicha linea se encuentran los trabajos de John A. Booth para Centroamérica y Colombia, 6 las teorias del path de pendence aplicadas a la evolucién politica liberal en América Central’ En cualquier caso, el siglo XIX latinoamericano va a ser el petiodo mis afectado por la renovacion de la historiografia y la creciente preo- cupacién por el fedmeno y las manifestaciones de la «cultura politica»; y desde luego este giro historiogrético no va a ser ajeno al del «giro ha- cia la cultura» que se ha producido en las ciencias sociales en general a partir de los afios ochenta’, Como han sefialado muchos autores, a par- imore, Johns Hopkins University Press, 2001 hacia bac ido Ia historiogratia en los efectos a la hora de suscitar nuevas disc worporacién de noclones y conceptos expl te procedentes de otras disciplinas, véase Manuel PEREZ LEDESMA, acuta poles en Ambrca Latha: ura roi istoriorética 7 de dicho perfodo, ala hora de an: fenémenos y acontecimientos sociales, «la cu las causas y el desarrollo de ra ha pasado al pri- + plano»: para el caso de la historia de Europa, los trabajos de au- res como Robert Darnton o Roger Chartier fueron fundamentales en momento de abordar cémo se desplegaban los elementos culturales a hora de la forja de las identidades gremiales o locales en el Antiguo Kegimen; asimismo, los trabajos sobre la Revohucién francesa de Keith ker 0 Frangois Furet fueron fundamentales a la hora de poner el acen- en la «cultura revolucionaria» o las «culturas politicas revoluciona- como elementos de primer orden a la hora de comprender los iontecimientos revolucionarios y las decisiones de sus actores”. 1a tradicién del «ensayo latinoamericano» in cualquier caso y paralelamente, el interés por los estudios sobre la itura en América Latina era amplio y tenia una solida tradicién filo- vifico-literaria a sus espaldas, pero podriamos decir que se encontraba ry alejado de las preocupaciones relacionadas con la cultura politica jue seran propias de un periodo mas reciente. En este sentido, los estudios sobre «cultura» y «politica» (que no sobre «cultura politica») habian tenido una gran presencia en la acade~ a y los espacios artisticos y literarios latinoamericanos desde inicios «dtiscoria soclale historia cultural (Sobre algunas publicaciones recientes)», Cua ddernos ée historia contempordinea, vol. 30 (2008), pp. 227-248. Para un repaso mis {general sobre el impacto de la incorporacia de la wcultara» como nocidn funda ticas y las ciencias sociales alo largo de la déca rections in the study of society and fornia Press, 1959, 11 Parafraseamos el titulo del capitulo de Rafael CRUZ, « plano», en Marvel Pérez Ledesma y Kafuel Cruz (coords), Cultura y movilizacin on la Espana contempordnea, Madrid, Alianza Eaitorial, 1997, pp. 13-34 12. Véanse, entre otros, Robert DARNTON, La gran matanza de gatos y otras episodtos cen la historia de la cultura francesa, Méscieo, FCE, 1987; Roget CHARTIBR, Espa cio piblico critica y desaeralizacism en el sigio XVII ox orfgenes culturales de a Re- volucién francesa, Barcelona, Gedisa, 2003, y El mundo como representacié dos sobre historia cultural, Barcelona, Gedlsa, 1982 ih BAKER (ed), The Frenck Revolution and che creation of madern politica cu ture, vol. 1, The Political Culeure of the Old Regime, Oxford, Pergamon, 1989 y concepto de cultura politica en la reciente historlografla sobre la Revolu cesay, Ayer 62 (2006), pp. 89-110. 138 Masta KLexa Casals And y 1 Aner € del siglo XX, en concreto desde las décadas de los veinte y los treinta, ‘momento en el que s¢ inicia una fructifera linea de estudios de largo al- cance a lo largo de todo el siglo XX y a la que se sigue definiendo atin como la tradicién de estudio del «ensayo latinoamericanon'*. Dicha tra- dicion, iniciada por José Enrique Rod6, Pedro Henriquez Urena, Alfon- so Reyes, José Marti, etc., fue continuada por autores tan prolificos e in- Aluyentes como Leopoldo Zea, José Gaos, Edmundo O/Gorman, Octavio Paz, etc., quienes marcaron la ténica de los estudios sobre la cultura y la literatura latinoamericana, ejerciendo una inequivoca hegemonia hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. Es necesario sefalar también que dicha tradicién goza hasta el momento de una excelente salud, pues- to que el «ensayo latinoamericano» sigue siendo practicado por toda una generacién de discipulos que desde la filosofia y la historia de las ideas hhan aportado y siguen aportando importantes trabajos en esa direc Dichos estudios trazaron las lineas maestras por las que discurriria cen gran medida la «historia de las ideas» del periodo: una nocién de cul- ‘ura eminentemente letrada'* y un estudio de las «ideas politicas latino- 14 Véase Eduardo DEVES VALDES, B1 pensamieno latinoamericano en el siglo XX: Det Ariel de Rodi a la CEPAL, vol. 1, Buenos Aires, Biblos, 2000, pp. 253-278, quien realiza un recorrido por Ia historia de las manifestaciones ensayisticas acerca del taricter de los y clo» latinoamericano, tanto desde la propia Amer desde Espafa —donde se raliza a través de otro tipo de encuentros y desencuentres de algo indefinible llamado también Teodosio FERNANDEZ, Selena MILLARES y Edi ria dela literatura hispanoamericana, Madrid, Universitat, 1995; y Teodosio FER- NANDEZ, Los géneros ensayistcas hispanoamericanes, Madrid, Taurus, 1990, 15 Los precursores de ese campo fueron, entre ottos, Joe GAOS, con losofia mexicana: México y lo mexicano, México, Par poldo ZEA, 4e Historia de OIG, Teoria 2 Vols, Buenos Aires, Cen- , ET ponsamientola- el siglo XX, 3 vols, Buenos Aires, Biblos, 2000; Horacio CERUTTI, tra Américas ensayo problematizador desu modus aperndi, M& xlco, UNAM, 2000, 0 Horacio CERUTT y Mario MAGALLON, Historia de iatinoamericanas’edsciplina fone 11 mo de cara putea en Amerie Latina: na rai ogres 139 ricanas» a través de sus expresiones literarias y a partir de sus auto- es mds distinguidos. Bl sentido wiltimo de la labor de la escuela de la toria de las ideas latinoamericanas» era tratar de encontrar una se. de herramientas intelectuales y politicas propias que permitieran al jente latinoamericano pensarse a si mismo (descubriendo su «ver- adera esenciay) desde las mis altas y elaboradas expresiones cultural- ierarias. Asimismo, un elemento importante y comtin a dichos autores, iis tarde tendria gran trascendencia a la hora de permitir nuevos bordajes historfogratficos, es que abandonaron el nacionalismo intrinse- a la historiografia politica liberal ~celebradora de las especificidades fiundacionales de cada una de las repliblicas~ y consideraron a América atina como un «todo», como un «espacio cultural» unificado suscepti- bhle de ser analizado de una forma holistica e interdisciplinar. No obstante, este abordaje también fue criticado por generaciones posteriores de tedricos de la cultura, por diferentes racuutes que aqul sélo vamos a esbozar. Desde el punto de vista de los critics vinculados {tla historia social y el marxismo, la escuela de la «historia de las ideas» era, por naturaleza,elitista en su concepcidn de la cultura y no tenia en. cuenta las condiciones especificas de «dependencian del continente”. Bn ese sentido, los criticos marxistas no podian considerar la variable cultural como una variable «independiente»; en su opinién, el estudio de la wultura politicay ~entendida como un bagaje de ideas y concep. tos importados del pensamiento liberal europeo o estadounidense y, en jeitamente, en cuanto al tipo de sujeto que es capuz de emit ese dis- de letras, urbano, preferiblemente varin, ete). Véase Angel latinoamericano gener una impor loge at Hello JAGUAKIBE, 'WIOONCEK y Theotonio DOS SANTOS, Za dependenc iglo XX, 1969; Fernando HENRI- os América Latina. En- No podemes dejar de ora concedieron wn mmencionar 2 aquel ‘alo de tanciro, Civ a0 Brasileira gran medida, mal deglutidos— de las élites latinoamericanas, sin tener en cuenta los condicionantes sociales e histérico-estructurales de de- pendencia del exterior no podia sino resultar en un despropésito meto- dolégico y en el anélisis de «ideas fuera de lugar", Por otro lado, desde la perspectiva de quienes, mas recientemente, abogan a favor del estudio de los «lenguajes politicos» mas adelante, cen la tercera seccidn de este texto, entraremos en detalle en esta rama de los estudios sobre cultura politica~ como unidades de sentido en las que se integran, contextualmente, los vocabularios politicos especifi- os, la historiografia tradicional de las ideas en realidad no servia pata mucho més que para hacer un anélisis de «ideas desencarnadas» y com- prender sus modos y In largo y ancho del conti- nente en perfodos determinados. No obstante, en opinién de estos cri- ticos, ese abordaje idealista no permitia comprender nada, cn dltima jnstancia, acerca de la interaccién enire el lenguaje y las précticas pol ticas, pues prescindia completamente de la dimensién cultural ~en el sentido de una serie de valores, supuestos y convicciones compartidas del espacio de la politica, Fn opinién de estos criticos, para resumir, la tradicidn filoséfica del ensayo latinoamericano pecaba de individualis- mo y elitismo, por una parte, y de descontextualizacin y exceso de idealismo, por otr: 8 de circ Una vez puestos en antecedentes acerca de las dos tradiciones de estudio dominantes en América Latina, en las que convergian preocu- paciones por el campo de lo politico y la relevancia de la cultura —his- toriografia politica clisica, por un lado, y escuela del «ensayo latinoa- mericano», por otro-, pasaremos a mirar con mas detall la «revolucién historiograficay de los afios noventa. que supuso 1s Quien acuno esta sugerente expresidn fue el SCHWARTZ, en un eelebre ensayo qui le en 1975 141 La «revolucién historiografica» de los noventa Como ya hemos mencionado anteriormente, la gran mayoria de autores coinciden en seftalar que la obra de Francois-Xavier Guerra (tanto Mo- demidad independencias, de 1992; combiel libro colective De los inipe- ris @ las naciones, publicado en 1994") fue la que dio el pistoletazo de salida a las nuevas interpretaciones historiograticas sobre el periodo de la Independencia de las repiiblicas latinoamericanas, asi como sobre los ‘momentos inmediatamente previos e inmediatamente posteriores aellas. El propésito confeso de esa nueva escuela fue el de enfocar la in- vestigacién histérica del periodo de la crisis imperial de finales del Jo XVII, la fase independentista y de configuracién de las nuevas re- as, asi como los momentos posteriores de su consolidacién (en una cronologia muy variable que en términos generales abarcaba el siglo XIX al completo), con el propésito de comprender las raices espe- cificas de ciertos comportamientos politicos latinoamericanos a la luz de una nueva mirada exenta de juicios de valor peyorativos acerca del «fracaso» y las «anomalias» de funcionamiento del campo histérico-po- litico del continente. En este sentido, si bien muchos de los autores a os que a continuacién dedicaremos nuestra atencién no emplearon de 20 En dicha obra colectiva, coeditada por F-X. GUERRA, Antonio ANNINO y Luis CASTRO LEIVA pueden encontrarse cnsayos de la mayoria de lox maximos expo- tes de Ia renovacion historiogritica de la que estams hablando. En conereto, endi 1 algo mis adelante a Quijada, ete HUST, 1808: México, 2007, y Lo rani, Lima, UNSMS, 2005. Ademis de los au- snes mencionar, en cualquier caso, la obra de Tulio HALPERIN toriogrifica heredera de Gu 1a? Movwia Biowa Cass Ani y forma explicita en sus textos la nocién de cultura politica, no obstante, i que partieron de la premisa de que los actores que operaban en la vida publica a uno y otro lado del Atlantico en la era de las indepen. dencias compartian una serie de tradiciones politicas comunes gestadas en el seno de la monarquia catdlica a partir del siglo XVI. Segiin ese su- puesto, la «cultura politica», como sustrato comiin de valores, creencias y teorias politicas en las que se apoyaron las acciones de las élites cri llas y los combatientes americanos de las guerras de principios del siglo XIX tuvieron menos que ver con los modos en los que se recibié el liberalismo en América Latina ~aspecto casi tinico en el que se habian centrado los estudios de historia politica tradicional como con las for~ ‘mas peculiares en las que las teorias de los tratadistas de la segunda es- colistica fueron tensionadas hasta su extremo en América a partir de los acontecimientos fortuitos desatados tras la invasion francesa de la Peninsula Ibérica, En otras palabras: Io que la escucla heredera de la obra de Francois-Xavier Guerra ha sefalado de forma sistemitica es que la «modernidad» politica latinoamericana surgié imprevisiblemente del seno de la propia «premodernidad», y no por oposicién radical a ésta, tal y como la historiografia liberal can6nica venia afirmando desde fi- nes del siglo XIX", 21 No debemos olvidar que tambié yaa maria apunts istrcobasado ex los misiospresapuestos de a opostid add genes ene tadicions pol Burda os lneamientes ge Irs hae inca Ta incompat tes burguesias eriolls de Sales del siglo VII y principio del XIX y os de agences de la monarghla borbinis, que taté dz smeter bajo feral les ese de dha clase qu recut oedscurse polos basados en un uso ins trumental de nactn ys nasionaidog paras ésencnlmentcinpahada por razoneseconomicoest Sjomplen Albena Phas ctl co aia ane Bi Geto Eto de Anrieaatna 1975; Daa NAGA, Ea burgusa elit. bana, 1a Habana, Eaitoril de Cleclos Soles, 1987; Relctas LOPEZ PORTILLO Yaris TER DONAT [eoos). Burges ev America Lana, México, UNAM, 83 Francisco LOPEZ CASERO, Desarol dea urges Coloma aa eo su portion a sistema nacional, Agaburpo, Universidad de A 1988; Hera BONTLLA, Guano y burgess en Per, Lina, tnstiuto de Be 3 Feranes, 198; 0 san BOSCH, La pequcabugursiaen la stort de a Replica Dominicana, Santo Domingo, Alle & Omega, 1985, e- Una interesante les. Veanse, a modo de nal basada en el einterés» de las burgues renovacin lela escuela de Guerra (por la que se decantara en trabajos poste ikura politica» comun transatlantica de los diputados, wa pia ea Gompo dee Wa Latina na avid Nstvagrticn 3 A continuacién trataremos de presentar un breve esquema de quignes fueron Jos autores principales que se adscribieron (y en gran medida siguen adscritos) a dicha corriente, asf como los rasgos princi- pales de la misma, con la siguiente estructura: una primera parte dedi- cada a la historiografia cemtrada en la recuperacion de la nocién de so- berania como pieza fundamental sin la que no es posible comprender la conformacién de las «naciones» en la primera mitad del siglo XIX; una segunda parte dedicada a los autores que més hincapié han hecho en la revisin de los procesos de extensién de la ciudadania, asi como en los mecanismos de ereacién o invencién de «ciudadanos» y sus dinmicas de inclusion y exclusion; por ultimo, exploraremos la rama abierta por aquellos autores que han iratado de reconstruir los espacios de sociabi- lad y la opinién publica en el siglo XIX". Podriamos decir que, en primer lugar, autores como Antonio An- nino 0 José Carlos Chiaramonte se han dedicado basicamente a des- montar el mito del caudillismo, potentemente acuftado por la historio- grafia liberal decimondnica®, como una manifestacion especifica de las falencias del liberalismo latinoamericano. Estas «fallas» del liberalismo tantoespadoles como americanos, ue acudieron las Cortes de Chis en 1812; vé ional americana en las Cortes de Cid (1810-1814), Madrid, omtraro, la des de que el motor de lis independenctas fac la enxistencia de nacones ya preconstituidasy maduras a sido el etemti del toriografia liberal; vene Beatris GONZALEZ STEPHAN, Fundacion... a5 como los secorridos que realiza Elias PALTI por la historia dela génesi Tos uss del concepto de acion en America Latina, en general, y Argestina, en particular, éu- ante el siglo XIK: La racion come problema: fs historaderes la weueston nacio- tab», Buenos Alees, ECE, 2003, y El momento romantico:nacin, histone y lengua Jos politico ene siglo XIX, Buenos Aires, Eudeba, 2009 22 Se tata de una divisign ino arbitearia, si guiada nicamente por eiterios rd clonados con cucstiones de orden expanitive, pues como en seguida se verd ‘hos de estos autora hun trabajo en varias @ todas esas nes. 23 Y de gran fuerss ain en la historigrafia sob el siglo XIX latinoamericano: véan se obras coma la de John LYNCH, Caudilos en Hispanoanérica, 1800-1850, Ma- dng, Fundacion Mapfre, 1993, y Fangois-Aavier GUERRA, «El eacquismov Jos y sevos problemas», arguios do Cena Culteral Calsusce Gulbelbion, vol 34 {1995.pp. 933-952; ast como las interpreacionesglobales del siglo XTX en as que la figura del eavdill~casi como figura miticaen Ia que seencarna el modo de i-carimitica weberiana~ tle Una presencia sobresalent, so de Hugh M. HAMILL (ed), Cauils:disators in Spanish Amer Universidad de Oklahoma, 1992; Cristibal ALJOVEN DE LOSA\ tuciones: Per, 1821-1645, Lisa, Pontificia Universidad Cat del Per, 2000; 0 Pnrique KRAUZE, Siglo de cauilios:bigrafia politica de México, 1810-1940, Barcelona, Tusquets, 199% 44a mars habian sido interpretadas tradicionalmente de dos maneras: bien como una incapacidad del pensamiento politico liberal y de sus defensores a la hora de permear las estructuras profundas (de «larga duraciém», en términos braudelianos) de la cultura politica paternalista y autoritaria del Antiguo Régimen; o bien como una manifestacién perversa de un liberalism elitista y poco preocupado por modificar las estructuras so- ciales profundas antiguorregimentales, basadas en la dependencia y la sumisiOn, Ese Iiberalismo débil y superficial habria sido incapaz de lo- grar grados aceptables de gobernabilidad en contextos marcados por la fragilidad de las estructuras estatales centralizadas, la dificultad de las comunicaciones 0 las sélidas clientelas econémicas, politicas y sociales, bases sociolégicas del poder omnimodo de los caudillos, Ante dicho «estado de la cuestiémy, los nuevos abordajes de los au- tores citados™ trataron, en primer lugar, de explicar de nuevas maneras el lamado «caudillismoy pontendo el énfasis en la fragmentacion de las soberanias tras la independencia de los territorios americanos, as{ como en el fenémeno de la ruralizacién de la politica”. Precisamente, el estu- dio de la nocién de «soberania» va a ser fundamental para todos los au- tores que vamos a tratar en este apartado; segiin ellos, serian precisa- mente las maltiples lecturas de una nocién como ésa, central en el pensamiento politico del Antiguo Régimen, las que dispararian la frag- mentacién de los espacios «naturales» en los que debia desarrollarse le- gitimamente el ejercicio de la politica. Asi, tanto Frangois-Xavier Guerra como Ménica Quijada® sefala- ron muy pronto que las Iuchas intestinas, fas guerras civiles y el desor- 1y Marca TRUROZQUI, Por la concord ‘ma en Bolivia, 1825-1880, Madrid, CSIC, 2000, 0 Natal 7 sma in the age of guano: a study of the plticl culcare of mid-nineteenth century Peru (1840-1860), PRD dissereation, Universidad de Londres, 2005 (inédia). 25, Término que Nuria TARANERA retoma en su atticulo «Sobre historia, cultura e HALPERIN DONGHT en Re cola Argentina ero, B obras poten on mdr Latina: una revi 145 en politico derivado de los procesos de independencia estaban intrin- secamente relacionados con las discusiones que se desataron en torno al ceverdadero significado» de la nocién de soberania una vex. producido el yacio de poder en la Peninsula que fue el detonante de los movimien tos juntistas. La radical novedad de los planteamientos de estos autores “en franca discrepancia con la historiografia politica latinoamericana heredera de los grandes relatos fundacionales de las repuiblicas les se situaba en la afirmacién de que las independencias habian sido, cn iiltima instancia, fruto de un acontecimiento fortuito a invasion francesa y la crisis mondrquica en Espafia-. Las interpretaciones clasi- cas del proceso independentista habjan puesto el acento en la inevita~ bilidad y en la necesidad de dicho proceso: las protorrepuiblicas, opti- midas y ahogadas bajo el yugo espafiul, pero destinadas en cualquier caso ala independencia ~ya fuera considerada en el marco de un es- quema patriético-teleolégico justificador de la existencia natural de los Estados-nacién; ya fuera expuesto con un prisma de raiz marxista en et que el enfrentamiento entre una «burguesiam criolla comercial y unas lites monarquicas retardatarias, monopolistas e insensibles a las nece~ sidades econdmicas de los elementos més dinamicos de sus territorios ultramarinos era inevitable porque sus intereses econdmicos antag6ni- cos estaban condenados a colisionar-, no habrian hecho mas que apro vechar la ocasién propicia, el vacio de poder y el descontrol efectivo de las autoridades borbénicas para declarar la, de todo punto inevitable, independencia. Por el contrario, Guerra y Quijada afirmaron que, efectivamente, el vacio de poder habia precipitado los acontecimientos, pero que éstos de ningtin modo podian ser interpretados en clave de «inevitabilidady. Se- ‘gin ambos autores, las élites politicas del nuevo mundo hispanico, ante la incertidumbre de los acontecimientos politicos que se estaban desa~ rrollando en la Peninsula, echaron mano de la doctrina politica clasica gentina, siglo XIX», Historia y politica, 13 (2005), pp. 143-174; «Qué nacion?: die otomias dela nacion en el imaginario hispanoamericano», en Anto- Jo y FX, Guerra, Inventendo la nacién..., pp. 287-313; was “dos traic Soberenia popular e imaginarios compartidos en el mundo hispnico en cs atlanticam», en Jaime F. Rodriguez O,, Rei jevas naciones de América, Madrid, Fundacion Nap- “gacién’,” pueblo", “soberania” y oes ejes de mo- iguez Ou Las nuevas maciones: Espana y México, dernidad>, 1800-1850, 146 Maxon tsa Cosas que podria ayudarles en dicha situacién; una doctrina, por cierto, muy alcjada del liberalismo que habia pretendido presentarse como el sus- trato doctrinario fundacional de las repuiblicas independientes: la doc- trina de la retroversién de la soberania, acufiada por los tratadistas es- paiioles de la segunda escoléstica de Salamanca. De modo que ya nos encontramos con un segundo rasgo definito- io de la historiografia politica renovada: la aseveracién de que, en gran medida, el advenimiento de la «modernidad» politica a América Latina se sustentaba en buena parte en doctrinas, creencias y supuestos con- ceptuales propios del Antiguo Régimen. Asi, todos los seguidores de esta linea de investigacién han tendido a resaltar las continuidades en mayor medida que los quiebros radicales entre «imperio espafiobs y «”, A escala regional, han sido varios los autores que han aplicado este modelo al analisis de los conflictos politicos y bélicos de la primera mi- tad del siglo XIX. de este modo, José Carlos Chiaramonte remterpretd las luchas entre federales y unitarios en la regién del Rio de la Plata y la Banda Oriental en clave de una pugna desatada entre partidarios del fe- deralismo y pattidarios de la confederacién derivada, precisamente, de Ja apropiacién miltiple de la «soberaniay; Antonio Annino, por su par- te, reinterpreté el conflicto entre liberales y conservadores mexicanos como un conflicto, en ultima instancia, entre opciones antagénicas de modelos centralistas y federales”; Federica Morelli rastred en la historia ecuatoriana la fortaleza de los «cuerpos intermedios», herederos de !as tradiciones municipalistas de la monarquia hispana, y su resistencia a nen A. Annino y BX. Guerra (comps), Inentando lana 1 pp 152-84, Veate también Tull HALPERIN DONGHL, Projets 9 co trun de una nai (argnting 18461880). Caress, B 1980 92. ca misma lines habia tabajado yo previame tos, Charles A, HALE en su clisca obra so Teams mesa ov ae remos la figura de Fenovaci dela historia inte abundado en esta Yy TCE, 1993; Josefina ZORATDA VAZQUEZ en México, 1821-1827, México, El Coleg) ‘mis juridia, Francisco FERNANDEZ SEGADO, México, UNAM-Iastituto de Investigaciones Jun Guaterala, 2003, 1 uempo ogi as Jos embates de la centralizacién politica estatal hasta bien entrada la dé- cada de los treinta del siglo XIX"; por titimo, para no abundar en ejem- plos, Teresa Garcia Giraldez ha revisado el pensamiento de liberales y conservadores decimondnicos centroamericanos, y reinterpretado sus posturas en funcién de la tension unionismo/federalismo frente a una fragmentacién territorial de tipo «nacionaby™ y Xiomara Avendafio ha dedicado su atencién a las transformaciones institucionales que se em- prendieron en el istmo centroamericano al desgajarse éste de la autori- dad novohispana y se ha centrado en el anilisis de cémo las tensiones en torno a la definicién politica del territorio resultan cruciales para la comprensién de la historia del primer siglo XIX en la region”. Para concluir, s6lo queremos mencionar de pasada que la revision ~y, desde luego, revalorizacién en términos de enjundia historiogrsfi- ca~ de este periodo del primer siglo XIX ha sido fundamental para permitir el surgimlento de una nueva historia politic-intelectual del periodo que, no obstante, serd tratada més adelante, en el apartado dedicado a la renovacién de la historiografia intelectual. En conereto, una de las lineas de trabajo més fructiferas de los tltimos afios ha te~ nido que ver con la recuperacién de la huella que dejé la doctrina del republicanismo clisico 0 «civico» en los comportamientos y la cultu- ra politica de estos «caudillos» civiles y militares del primer XIX. Con- sideramos que sin cl excepcional aporte revisionista de la escuela de Ja que ahora nos estamos ocupando, dicha recuperacién habria sido ciertamente complicada. 38 Federica MOREL, Tervitoria 0 nacin:reformay disotuci Feuador, 17651530, Madrid, Centro de Estudios Politicos y Com 34 Teresa GARCIA GIRALDEZ, wil debate sobre rmiento politico centroamericano del siglo X00» y La patria grande eentroamer:- tana: la elaboracin de) proyecto nacional por las tedes unionistas», en Marta Elena Cassis Arzd y Teresa Garcia Girdldec, Las redes intelectual ‘americanas: tet siglo de imaginarios nactonales (1820-1920), Guatemala, F&G e% tores, 2005, pp. 13-65 y 123:197, 35. Véanse Xiomara AVENDANO ROJAS, «El gobierno provincial en el reino de Gus- temala, 1821-1823», en yy Manuel Chust (coords, ym sus formas en el penso- 150 Maw Bana Casacs cha Aton La «cultura politica» y los estudios sobre ciudadania Ahora vamos a pasar a tratar el segundo de los puntos mencionados, la nea historlografica centrada en la reconstruccion de los procesos de ciudadanizacién de distintos grupos de poblacién en los Estados-nacio- nales latinoamericanos del siglo XIX. Si en el punto anterior vimos cémo el concepta de soberania se convirtié en el «eje de la disputa»” en la configuracién territorial y en la eleccién del modelo de Estado que se impondria en las nacientes re- publicas, ahora nos vamos a ocupar de cémo otra rama de esta escuela hhistoriogréfica ha tratado primordialmente de investigar acerca de ‘cémo se conformaton tos «sujetos soberanos» —desde el punto de vista de la teoria de la representacién de las repuiblicas liberales clasicas— de las nuevas naciones. Para ello repasaremos la obra de: algunas autoras que han investigado acerca de esta cuestiOn desde dpticas distintas y han abordado perfodos y espacios geograficos diferentes: Ménica Qui- Jada ¢ Hilda Sabato para Argentina; Marta Irurozqui y Rossana Barra- ‘gan para el caso de Bolivia; y Marta Casatts y Teresa Garcia Giréldez en Sus trabajos conjuntos, para el area centroamericana”. 36 De acuerdo con los términos del libro del mist lo de Romat FALCON tonio ESCOBAR OHMSTEDE coords} Ls ees de a slsputr mavimienassctaes ators lever on Andee Let aige We has 37 ease, como mutts deat tipo de enfoqus Mica QUEADA, Cnnen NAND Armd SCHNEIDER, Homeport eon itt Mads a eS ty mac des mons pees clade nexioy FOE 30k trac enc lea Ghd o bat oe Sn aa dase {io eros hares oe le rots te Eo elt anor on) age into presy etude tctacon 21%, La Psa, Centro de Informacion pate eI Rov nth, but UNS) ay rea Lai, Ls Psi de Ess Ane 19975 Sage a CASAUS ARZU y Teesa GARCIA GIRALDEZ, Las ees inclectales” ma ns nes de ra laconaa cons conpepsinesecoer ne een {lsat y elt seencuenetn mation co Foceee noe LGn ey nd atin’ naif psn Meso nd Por, Berkeley Unseanaseney Morn, 195 Les RHA, tau ro cna on os Seas none lo temp dof xtra poltca en América Latina: una revisinWstrigr tien Ish Desde que se popularizé la obra de T. H. Marshall, Ciudadanta y Jase social, escrita en 1949, mucho se ha escrito acerca de Ja ciudada- nia. Bs ya un lugar comin que en muchos espacios académicos se ha r saltado cl valor analitico que presenta dicha obra para comprender los procesos histéricos de consecucién de derechos civiles, politicos y so- ciales en Europa y en algunos otros espacios; tampoco es ningtin des- miento novedoso constatar que el modelo de Marshall presenta muchas carencias cuando trata de exportarse fuera de las estrechas fronteras de Inglaterra, Francia o Alemania™. Desde luego, el caso lati- noamericano no ha sido menos, de modo que varios autores de esta co- rriente se han ocupado en seftalar los diversos desajustes que presenta dicho modelo con los acontecimientos en el otro continente; de este modo, entre otras cuestiones se han sefialado las siguientes: desajustes en la cronologia; desajustes a la hora de aplicar un modelo demasiado lineal a un espacio geogrifico que precenta una sustancial heterogenei- dad poblacional; o las dificultades, en caso de emplear dicho modelo analitico, a la hora de interpretar la historia de la ciudadania en Amé- rica Latina como algo mas que un desafortunado episodio de fracasos y mal entendimiento del corpus del pensamiento politico liberal (que, como ya hemos mencionado anteriormente como primera de las carac- teristicas de la escuela historiografica que tratamos en este apartado, es justamente el tipo de interpretaciones que los autores de los que ahora nos ocupamos han evitado en sus trabajos). aestos autores ha sido revertir, en. Asi, una tercera novedad com gran medida, el esquema marshalliano, sefialando que en América Lati- ‘ba, al contrario que en Europa, la extensién de los derechos politicos li- berales fue excepcionalmente temprana y que en cualquier caso se ade- lanté o fue en paralelo a la extensién de los derechos civiles a lo largo de los tres primeros cuartos del siglo XIX; ademés, a partir de finales de Aicho siglo lo que se produjo fue el proceso contrario, es decir, la res- twiccién de derechos politicos a amplios grupos de poblacién que ya go- zaban de ellos previamente. En lo que a nosotros respecta con relacion CIESAS-INI-Porria, 2000, y Leticia REINA y ‘in de América, siglo XIX, México, Sigho XXI-CIES! 138 Para una revisin recente de la aplicabilidad del esquema mars |, véase el volumnen colectivo editado por Manuel PEREZ LEDFSMA, De si. ladanos: una Instoria dela esudadania en Espaa, Mautrid, Centro de Es- tuidios Politicos y Constitucionales, 2007, IRUROZQUE, te 7. 152 Manca Buna Cassts Anal y 2s al presente trabajo, eso significa que los autores especializados en los estudios de ciudadania han sacado a la luz las profundas diferencias ‘que existieron entre la cultura politica de los liberales en Europa y ¢l ejercicio de aplicacién radical de los derechos politicos (muy heredero ain del pensamiento iluminista y utilitarista, como bien han resaltado ‘Teresa Garcia 0 Adolfo Bonilla para ¢l caso centroamericano™) que lle- varon a cabo las élites criollas del nuevo mundo durante la primera fase de la formacién de las nuevas repiblicas, Para abrir este apartado, debemos mencionar que uno de los puntos cen los que se fij6 mis tempranamente Ia historiografia latinoamericanis- ta preocupada por la reconstruccién de los procesos y émbitos en los que se produjo la ciudadanizacién de amplias capas de poblacién fue en la conformacién de «nuevos espacios puiblicos» como caracteristicas sine qua non de la modernidad politica en la regién. Fl punto de arranque de la mayor parte de estos trabajos se sitiia en la obra clasica de Jurgen Ha- bermas, Historia y critica de la opinién publica: la transformacién estruc- tural de la vida piiblica, publicada originalmente en aleman en 1962. 39 Teresa GARCIA GIRALDEZ, «El debate sobre la nacién y sus formas en el pens miento politico centroamericano del siglo XIX», en Marta Casas Ara y Teresa yroamericanas: un siglo de imag Ro en su con} de la colonia hasta tuales en cangulsta 40 Aunque wa en ese alo, para el dmbito que nos ocupa el de la historiografialatinosmericanista~ nos interesa mis el hecho de que fue wraduclda castellano en 1982 [Bercelona, Gustavo Gili, pero su infTuencia a gran eseala en la historiografia no se hace notar hasta principios de la década de los noventa ccuaneo el texto es plasma en publica versos aspectns de la obra desde diversis perspectivas; can réplicas del propio Ha- bermas en préloges a sucesivas ediciones, Este fenémeno ya lo menciona Hilda SA- [BATO en su resefa a uno de los bos fundamentales que abre este nuevo campo ‘minuclosa de di- terpe def ultara poles en América Latin: va revisinhstoragrtis 133 Asi, entre los autores que primero se ocuparon de la génesis de es- tos nuevos espacios piiblicos en América Latina podemos mencionar a Jean-Pierre Bastian, que abri6 la veda a este tipo de trabajos centran- dose en el papel de las sociedades protestantes y las logias masénicas en la circulacién de las nuevas ideas politicas desde la década de los aiios treinta hasta finales del siglo XIX" y, sobre todo, a Francois-Xavier Gue~ tray Annick Lempériére, quienes consiguieron apuntar y aglutinar en una temprana obra colectiva gran parte de los temas, los enfoques y las preocupaciones que informaran la mayor parte de los trabajos posterio- res sobre esfera piiblica, espacios publicos y opinidn piblica*: Psta segunda obra presenta ya una de las caracteristicas funda~ mentales de la renovacidn de la escuela historiografica de Guerra que hemos mencionado anteriormente: la preocupacién por marcar conti- nuidades entre el Antiguo Régimen y el advenimiento de la moderni- dad politica en América Latina. ¥ si antes relaciondbamos esta preocu pacién con su interés en rastrear en las tradiciones filos6fico-politicas de la monarquia hispana los gérmenes de las respuestas, iniciativas y soluciones contextuales que se dieron al repentino vacio de poder y Ie- gitimidad de 1808, en dicha obra las continuidades se manifiestan en la atencién otorgada a la temprana génesis de «nuevos espacios publicos». Dicha obra fija su atencién, concretamente, en la temprana aparicién en América Latina de lugares fisicos ~cafés, sociedades, casinos, tertulias literarias, etc.~e inmateriales ~como la prensa~ atravesados por carac- teristicas de cufio «modernon, en términos habermasianos: pluralidad, desjerarquizacién e imperio del modo de racionalidad de lo que el au- tor alemén denomina el «piblico deliberante»®. La aparicién de ese de estudio en América Latina, el de Francols-Xavler GUERRA y Annie LEMPE- RIERE (eds). Los espaias pices en Iberoamirtea. Amibiguedadesy problemas. Sic los VETERE, Me cde consular beroideascervantes Para una aprox sen ol mundo anglosa- we Craig CALHOUN (ed), Habermas and the publi sphere, Cambridge, MIT Press, 192 41 Jeap-Piertc RASTIAN, Las dstents: socedades protestants y revlac en Méx- bevaes» francmasones: soe Mexico, CE, 1990, 42. Vease Frangois-Kavier GUERRA y Annick LEMPERIERE (eds), Los espacio ps 43. Véase Jurgen HABERMAS, Histo Alegjrarquizaclon se da entre pares 134 Movers Beta Casas ve tipo de espacios queda fijada en las postrimerias del siglo XVI, mar cando de nuevo de ese modo las continuidades entre el antiguo régimen colonial y cl nuevo mapa republicano decimonénico a través del estu- dio de los lugares de formacién de una «opinién publica», compuesta por un piblico espeeffico, nutrida de nuevas ideas y, sobre todo, arma- da con la experiencia de nuevas practicas asentadas en normas y formas de racionalidad especificamente modernas™ Podemos aseverar que la apertura en los afios noventa del estudio de los procesos de génesis de una esfera piiblica burguesa como base para la conformacién de una «cultura politica» especificamente moder- ha, asentada sobre la entronizacién del concepto de opinidn piiblica de- liberante en tanto que mecanismo extrainstitucional imprescindible Angel Rama. La mayor parte de las crtiess que Habermas recibié tuvieron que ver con la estricta earacterizaciin del perinda histrien y el tipo de pablico al que {queda asociada en su obra la génesis de la opini6n pilblica. Ese estado, en certo Imago «pristinay, de wna opinim publica informada, racional y deliberance seria radicaimente histérico en el sentido de que sdlo podria verificase en el marco de una esfera publica estringlda, conformada por los piblios letradosaristocréticos {y burgueses ce finales del siglo XVII y principios del XIX, Para una caracerlza- ‘ion de las diferentes «dase» dela opinion publica en Latinoamérica alo largo del fo XIX yease Elias PALTI, «da taisformacion estructural de la esfera piblieaa- tineamericana en el siglo XIX y el surgimiento del medelo proselitsta de opiniéa publican, en Marta Elena Casals Arzi y Manuel Pérez Ledesma (eds.), Redes inte Tectuales 9 formaciin de naciones en Espasa y América Latina (1880-1940), Madrid, diciones de la UAM, 2005, pp. 23-9; y Annick Lempéciére, «Wersiones encon- tadas del concepto de opinién piblica. México, primera mitad del siglo XIX», Historia Contemporsnea, 27 (2003), pp. 565-581 46. Sobre el temprano surgimiento de una esfera y una opinién p can dichas ea- CHASSIN, «la invencién dela opinin publica en Pera comienzos del siglo XD0», Historia Con- temporinea, 27 (2003), pp. 631-646; Scott EASTMAN, Ls identidades naciona- lesen el marco de una esfera publica eatSlica; Espafta y Nueva Espafta durante las guerras de la independencia», y Mariana TERAN FUENTES, «De la nacién espa- fola ala federacién mexicana. La opinion publica y ly fo lambos en Jaime E. Rodrigues ©. (coord), Las nuevas naciones. Espana y México, 1800-1850, Madrid, Mapfre, 2008, pp. 75-99 y 125-145; Paulette SILVA BEAURE- dactore, lectores y opinion publica en Venezuela a fines del periodo ‘cinicos de la independencia (1808-1812); Hilda SABATO, «Nuevos es- 8 de formacién y sctuacién intelectual: prensa, asociaciones,esfera publica 1850-1900)»: y Ana Maria STUVEN, «El exlio de ia intelectualidad argentina: po- ‘ay construecién de la esfera publica chilena (1840-1850), os tes en Carlos ‘ano (din), Historia de los intelectuales.... voll, pp. 149-168, pp. 387-411 ; Diego CASTILLO HERNANDEZ, «dtinerario historiogritico de ia esfe- icos en el México decimonénico», en Ricardo Forte uleura politica en América tiempo as eltrspotica en Ami Lat isi histeriograioa 155 para el buen funcionamiento de la esfera politica decimonénica, ha te- nnido como efecto una multiplicacién de la bibliografia y los trabajos en- focados en dos direcciones: la primera de elas, centrada en el anilisis del funcionamiento y la trascendencia de variopintos escenatios de cir- culacién de ideas y de materiales impresos, de deliberacién y toma de decisiones politicas y de discusién pitblica de los asuntos colectivos; la segunda, enfocada al estudio de los contenidos de los materiales im- presos que circulaban por dichos espacios, a los modos de formulacién ¥ discusion de ideas en esos nuevos foros y, en iiltima instancia, a los nodos discursivos en los que se articuls el concepto de opinidn publica con el ambito de lo politico en diversos espacios regionales y en dife- rentes periodos y fases*. En cuanto al anilisis de los procesos de extensién y restriccion de la ciudadania, posiblemente han sido Ménica Quijada, en sus estudios sobre el caso argentino, y Marta Casatis, haciendo Jo propio para temala, quienes han marcado la pauta a la hora de estudiar esta ver~ tiente de los procesos de conformacién de los Estados y de los imagina~ rios nacionales decimonénicos. En el caso de Quijada, sus magistrales trabajos han sacado a la luz que en el caso argentino se dio una exten- sidn del suftagio excepcionalmente temprana, produciéndose en para~ Jelo una dinmica de ciudadanizacién identitaria que intenté subsumir otras identidades especialmente las étnicas de indigenas, afrodescen- dientes y mestizos, asi como las regionales, extremadamente potentes hasta la década de los sesenta del siglo XIX— en el marco vacio del «ciu- dadano elector» de la Repiiblica Argentina, No obstante, esta misma autora sefiala cémo, hacia finales del siglo XIX, la cultura politica teBi- da de optimismo y vocacidn igualadora de los primeres liberales se va poco a poco poniendo en cuestién a rafz de la extension de los territo- ros de la replica hacia la Pampa sur y el Chaco, asi como ante la Ile- gada masiva de inmigrantes procedentes del sur de Europa en contra de los deseos explicitos de pensadores argentinos como Sarmiento 0 Al- 45. Véanse, entre otras publicaclones, Cristina SACRISTAN y Pablo PICCATO (coords), Actores, expacios y debates en la historia de la esfera publica en ta ci dad de México, México, Instituto Mora, 2005; Paula ALONSO (comp.), Construc- tones impresas. Panfletos, diaros y vevstas en la formactin de os estados nacto tales en América Latina, 1820-1920, Buenos Aires, FCS, 2008; 0 Alberto LETTIERI, La Reptblica de la Opinion: politica y epinton pica en Buenos Aires ‘entre 1852 y 1862, Buenos Aires, Biblos, 1998, 156 MANTA BiNKA C y Pamiets Avy berdi*-, comenzando ast la fase «restrictivay de la ciudadania en torno a la década de los ochenta del siglo XIX. A partir de entonces, el énfa- sis de la politica argentina no va a situarse en tratar de incorporar a los nuevos espacios politicos y a los eupuestos en los que estos sc basaban a la mayor cantidad posible de ciudadanos, subsumiendo otras «cultu- ras» previas a la civico-politica liberal, sino en tratar de preservar unas instituciones republicanas que se sienten amenazadas ante la avalancha de sujetos cultural y racialmente diferentes”, Por su parte, Marta Casatis y Teresa Garcia Girdldez han realizado a través de diversas obras en colaboracién 0 por separado® un estudio basado en presupuestos similares para el caso de Centroamérica. Dichas autoras han tratado de reconstruir la oscilaciéu de la viudadanta en la Guatemala de 1820 a 1920, afirmando que el proceso de configuracién y delimitacién de un cuerpo de sujetos soberanos estuvo marcado por una dindmica alterna de inclusién y posterior exclusién de grandes grupos poblacionales. Casaiis y Garcia Girdldez llegan a conclustones parecidas a las presentadas por Quijada en sus trabajos sobre Argenti- na. Si bien en las primeras décadas del siglo XIX, tras la independencia de la regién, se puso en practica un intento de construccién de un tipo de nacién que ellas denominan «civica» es decir, marcada por una vo- cacién igualitarista y, por lo tanto, por la voluntad de inclusién y equi paracién de derechos de amplios grupos de poblacién, sin atender a su adscripcién étnica 0 proveniencia geogréfica-, en el tiltimo cuarto de dicho siglo la ciudadania sufrié un proceso de clausura progresiva ~o, en palabras de las autoras que nos ocupan, de triunfo del modelo de ludadania civilizada»-, por medio del cual cada vez mayores contin- 46 Véanse algunos de los textos finda ron de forma mis e nmigrantes procede cidn en su cultura prag inteligente y mo- » en palabras de Alber, y en su propio cuerpo, depésito de genes de raza blanca. Véanse, como ejemplas, Domingo Faustino SARMIENTO, Facun, saetén y barbarie en las papas argentinas [1843], Madrid, Cited Bautista ALBERDI, Bases y puns de portida para la organizacibn, publica Arge |} Buenos Alves, Desalma, 1964 En este sentido, no podemos dejar de sefalar que uno de los principales aportes de este ipo de estudios ha sido extender los estudios sobre eludadania a una oe le de fenémenos y procesos que vam mis allé JADA, Homogencizar la nacién, 2000; y «Qué 48_¥, sobre todo, en su obra conjunta Las redesintelectuales centraamericanas en los que dichos pensadozes plasma a sus deseos de albergar lz mayoy cabtidad pos 8 del norte de Fusuys, portadores de progreso cay hablios de abajo productive yon Amira Latina gentes poblacionales fueron quedando excluidos de sus derechos de legir representantes 0 ser elegidos como tales. Como las autoras seita~ lin, dadas las condiciones socioeconémicas de la region en dicho perfo- do, en la préctica dicho «momento» de exclusion se tradujo en el des- pojo de los derechos de ciudadanfa a los habitantes de origen indigena, de hecho la amplia mayoria de la poblaci6n del pais en términos cuan- titativos. Asimismo, para el émbito boliviano, Rosana Barragén ha realiza~ 40 un trabajo similar centrindose cémo se produjeron los procesos de exclusién de los indigenas, pero también de las mujeres, de los espacios de participacién ciudadana”. En el campo de los estudios sobre culttira politica, los aportes fun- damentales de autoras como Casaus, Garcla, Barragin 0 Sonia Alda, Ar~ turn Taracena, Artemis Torres, Patricia Arroyo o Regina Fuentes han sido de una doble indole. Por un lado, han sefialado las fallas de la his- toria politica tradicional, basada en la reconstruccidn de una suerte de dicotomia fundacional entre «iberales» y «conservadores» en el conti nente, sefialando ciertas continuidades en el sustrato conceptual sobre el que se articularon sus entramados discursivos: la fundamental de ellas, los imaginarios compartidos en lo que atafiia a las diferencias ra- ciales, a su jerarquizacién y a la necesidad de proyectar dichas repre- sentaciones en los érdenes social, pi stitucional. En segundo lugar, la de sefalar la coexistencia sincrénica de cuituras politicas en cl sentido de interpretaciones radicalmente enfrentadas de algunos de los conceptos vertebradores de la modernidad en la region, como el de «raza», en este caso- diversas en el seno de lo que tradicionalmente se ha etiquetado de forma indiscriminada como «liberalismo», generando durante varias décadas un efecto de opacamiento del, hoy por hoy, muy fructifero campo de estudio de los lenguajes politicos del periodo deci monénico, asi como de las primeras décadas del siglo XX", En este tl- 49. Rossana BARRAGAN, 50. Eneste sentido, pod eres cusdadanos ae gue muchos de los disoursos tradi {dos por los historiaderes del periodo. Solamente en el area centroamerica: ta Cassis y Teresa Gi 158 Man esa Casat timo sentido, el rastreo efectuado por Alda y Arroyo de las «culturas» y €l lenguaje politico empleado por los diferentes actores sociales, en este caso sectores dirigentes y comunidades in la hora de interpretar con marcos propios y tores las doctrinas y los nuevos modelos pol comprender el perfodo". {do DEVES VALDES, ppodemos dejar de términos de lo qu ri pelea ena egion Noobstant, de dich te noe eupareno as adn con mayor prouncidad a principios del siglo XX, trazando una buena cartogeafia de pe a de la epoca y sus Fuerte intersecclones con la praxis pol reformistas de Justo Rufino Barrios, véase Artemis TORRES VALENZUELA, EI nto positivista on la historia de Guatemala (1871-1900). Gua va estética vomintica en la canformacién de una identidad femenina hegeménica po dela eultar pltca ea Antica Lzbia: na re ustorogatcs| 159 En términos mis amplios y en lo que compete a la estructura ge- al de este texto, que trata de dar cuenta del impacto que la nocién 1a tenido en el ambito de la historia ~primordial- sncias sociales latinoamericanas y latinoamericanistas, el ite a uno de los de que no es po- sible comprender las dinamicas de inclusién-exclusién de amplios sec- 1 lo largo de los siglos XIX y XX sin atender a de- rnadas estrategias de fijacion de Is naturaleza de los diferentes por formar parte ccuestion se han multiplicado han aumentado sus focos de ate que los estudios sobre sobre todo, ha jon. En este sentido, podriamos decir ‘en América Latina se han comple- jizado, puesto que ha levas perspectives de ani rnovedosos enfoques tedricos y metodoldgicos procedent pologia, la sociologia de la cultura y los estudios culturales y niales que han contribuido a incorporar nuevos temas y a amy ‘campo de los estudios histéricos sobre la cludadania. En nuestra opinion, hoy por hoy pueden distinguirse cuatro gran- des tendencias en este tipo de trabajos: a) Bn primer lugat, nos encontramos con las inv minadas a establecer los marcos institucionales, ideolégicos en el seno de los cuales se han producido los grandes pro- ccesos de exclusion ¢ incorporacién de determinados contingentes de poblacién a los derechos civiles, politicos y sociales en América Latina, que entiende generalmente la nocién de ciudadanfa como un movi- rmiento en ondas progresivas y regresivas que, en dltima instancia, con- ‘igaciones enca- su papel activoen la comunidad politi desde la esfer “a del moralismo espaol en la prensa fer ‘Casatis Arzi (eds), Rees int discursiva de lena Casas Arsi (ed) El lenguaje de ls a-ismios» too 8A Canans Aa Anaowe © duce a la incorporacién de casi toda la poblacién de un Estado a la ciu- dadania en los regimenes democréticos”. 5) En segundo lugar, se encuentran las investigaciones acerca del accionar de los grupos que hau luchado © pugnan por incorporarse a Ja ciudadania, en una doble vertiente: la de la agencia de dichos gru- pos como fuente de los procesos de construccién identitaria de los mismos” o la de la agencia politica como vebiculo de aprendizaje ¢ in- corporaciOn disciplinaria de la ortodoxia de las pricticas civicas ins- tituidas 6) En tercer lugar, se observa un desplazamiento del foco de aten- ci6n en los estudios sobre ciudadania en una serie de trabajos que in- @agan en los procesos discursivos ¢ institucionales a través de los cua- les se han configurado historicamente en la regién las representaciones ‘compartidas acerca de la «naturalezan de los sujetos sociales y sobre st papel en el espacto piiblico y la comunidad politica, incidiendo esp cialmente en la importancia que la construccion de los imaginarios do- 52 En esta linea existen trabajos muy Interesantes que rastrea i formas especificas de configuracién de los expacios politicos en areas geogrificas determinadas. in pretender ser exhaustivas, veanse ding democracy: reform and reaction in Costa Rica and Guatela (1870s-19%0s Stanford, Stanford University Press, 1997; Jose Murilo DE CARVALHO, Ciudad nia en Brasil: e largo camino, La Habana, Casa de las Américas, 2004; Can GUERRERO, Sibilts cxndadanes: antinon na, Caracas, a democracia: Yueatdn, 1812-2004, Mérida 2005; 0 Sarah C. CHAMBERS, Fram subjects to citizens: honor, gender and Arequipa, Peri, 1780-1854, University Patk The Pennsylvania State 998, 53 Véanse, sobre todo, los trabajos de Flizabeth JELIN para el conjunto de América Latina y el Cono Sur en particular: iad _y sociedad en mica La papel de la memoria c de la memoria, Made BRETT, Mor 1996, Boston, rill, vease Roderick avemala, 1985 leardo CICERCHIA, Angela T. ladania: proceso: historcas y Latina, Quito, Abya Yala 2005; 0 Simén PACHANO {comp.), Antaligéa: chudadaniae 0, 2003; para un estudio comparativo sobre et ase Claudia DART (comp), La con nna en México, Per, Ecuador. Bi ra cute pollen eo América Latina ona roi Nisirigritica 1es acerca de la wrazan, la etnia, y el género™ tuvo en la extension iidacién de practicas politicas e institucionales excluyentes, dis- nadoras e incluso genocidas, ) Por tltimo, en cuarto lugar, existe una serie de estudios sobre dania que tratan, ya no desde el plano historiogréfico, de explo- ss desafios que las nuevas identidades emergentes articuladas en a elementos definitorios especificamente culturales estén plan- ndo a las viejas lecturas acerca de la ciudadanta, la parti rel del Estado frente a grupos étnicos y culturales diferenciados y re~ ntemente empoderados™, ladadania més recientes han privilegiado los En este sentido, los estul 55 De agi la proliferagn de publiscons en 2 > clara dade a perpectiva de cudagana ote A Schresbundance de productnon torn lu efector yd Mano en Arie Corral ( Guten y Mex sit pa modo de empl, os aajr de Ray WAREIN, nd ite Bor an aco Guatemala Princeton: Prince: gent asin Uniersty Spin Late meta ‘movements and. ton University Press, self representation of Tenas Press, 2002; Debora : the rise of indigenous movements and the post bridge Uatersty Pes 2005" Alvaro BELLO, ina la acts cleciva de fos pueblasindigonas, | FLACSO, 2087, y Laven VALLADAR) STUDEBAKER y Héctor TEJERA GAONA (coords digital en fos albores de! miles, SON, fen América Lating, Bogota ALFARO, Juan ANSION y Tel TURHINO (ds ‘onceptos, ias desde América Latin, Lima, Pont e 2s a0 flexiones generales acerca dela problems ia y cultura, como Jorge Enrique GONZALEZ (ed. Ciuda- ‘Universidad Nacional de Colombla, 2007; 0 d Bartolomé CLAVERO y Laura GIRAUDO (eds. ablaciones,estados y orden 162 Mata Rissa Cavatss Anz y Paneicin Axton C No obstante esta clasificacién, no debemos dejar de mencionar que la cartografia del campo de los estudios sobre ciudadania que aca- ‘bamos de presentar no deja de ser artificial, puesto que las propuestas nds novedosas en esta rea ye caracterizan por su interdiseiplinariedad, asi como por el entrecruzamiento y las intersecciones entre estos as- pectos basicos de las preocupaciones en torno a los procesos histéricos de configuracién de la ciudadania, a la configuracién de las identida- des colectivas, la sedimentacién social de los estereotipos y los imagi- narios colectivos sobre los grupos subaltemos y la relacién entre ciu- dadania, cultura, Estado y nuevas identidades”. A continuacién, dados los Limites que impone la extensién de un texto de estas caracteristicas, vamos a ocuparnos solamente de dos de las ramas mencionadas hasta el momento en los estudios sobre cultura politica y ciudadania, pues consideramos que son aquellas que han su- frido una renovacién més profunda en el marco de una nueva historio~ ‘grafia de cardcter mucho mas interdisciplinar: en primer lugar, vamos a abordar algunos de los estudios més representatives sobre el papel de Ja cultura en la conformacién de los estereotipos y las representaciones sobre la «naturaleza» de indigenas, afrodescendientes y mujeres; y, en segundo, nos centraremos en la radical renovacién de las interpretacio- nes sobre las complejas relaciones entre cultura politica, ciudadanta y violencia. 1230 bibliogréfico acerca de los trabijos que relacionan clu ay cultura, no queremos dejar de mencionar que. si bien ia de los trabajos se han centrado en explorar la relacin entre iudadania jain mis vinculada al campo de jevos modos de accionar cgueremos destacar el de Doris SOMMER ( ral agency in the Americas, Daria 3 ¥ los trabajos en torno a a experiencia de la alcaldia ‘como plataforma de impulso de una nueva ipativo en la estela de las teoe jana LOPEZ BOREON, Co ss comunicativas al programa de Cultura Ciudadana (Bogos, 1995-1997), Bogots, Alcaldia Mayor, 2003, 2 tiompo de a catrapotica on América Latina uracil itriograica 163 La «cultura politica» y la conformacién de las identidades colectivas En las iitimas décadas y a raiz de los trabajos de Charles Hale y Tzve- tan Todorov” sobre la vertiente del pensamiento racial y su influencia en América Latina, pero también en la estela de la atencién renovada ‘que ha concedide la teoria poscolonial"* a los complejos entramados dis- cursivos, institucionales y, en iiltima instancia, cuiturales, que confi- guraron la idea de «raza como una categoria fundamental para el or- denamiento y jerarquizacién del mundo politico y social, han surgido nuevas lecturas del liberalismo y del positivismo a partir de la centra- lidad de dicho concepto, asi como de la importancia de la codificacién de la diferencia étnica para poder explicar las dlnamtcas politicas, so- ciales e intelectuales de la América Latina de los siglos XIX y XX. Asi, podemos destacar los trabajos de Waldo Ansaldi y Patricia Fu nes sobre la importancia de la raza como concepto clave sobre el que se aso la legitimidad del orden oligarquico latinoamericano o el trabajo de Beatriz Urias sobre México, en el que desvela la importancia de la idea de «raza» para la conformacién de la nacién homogénea. En una li- nea similar se encuentran los trabajos de Marisol de la Cadena para Perti, en los que la autora analiza el peso de la raza como elemento de construccién de la «ciudadania decente» entre la oligarquia cuzquena, © los trabajos de una gran cantidad de autores, entre los cuales pode- mos destacar los de Eni de Mesquita y Lilia Moritz Schwarez, para quienes la cuestion racial fue el eje central de la interpretacién del Bra- 57 Véanse Tevetan TODOROV, Nosotras y los Otros, México, Siglo XXE, 1991; Charles HALE, «El pensamiento racial en América Latina», en Leslie BETHELL, Historia ritica, 1982. cretamente en el drea del Caribe. Véanse Ai Lusmo, Madrid, Akal, 2006, y Erantz FANON, Las condenados de. CE, 1983. 164 Maa Bunn Casas Anat © sil moderno, Para el caso de Guatemala, destacan los trabajos de Marta Casatis, para quien el racismo constituye el elemento histérico-estruc- tural sobre el que se construyé la nacién eugenésica y en base al cual se excluy6 a los indigenas de la ciudadanfa a lo largo de la segunda mi- tad del siglo XIX y a principios del XX. Estos autores desvelan la enor me Importancia que tuvo la nocién de raza en las teorias regeneracio- nistas y eugenésicas que participaron en la formacién de las naciones latinoamericanas” 59 Waldo ANSALDI y Patricia FUNES, «Cuestién de politica en el orden oligarguica latinoamen lidoscopto latmoamericano: I Aviel, 2006, pp. 451-495; Bea cismo ev Miérico, México, Tasquet Mestizes. The polities of race and culture m Cusco, Peru, 1919-1991, Dusk University Press, 2000; vease también el trabajo comparativo de Claudia 0, Eeniidad y ciudadania en Mévio y Peri (1770-1850), Mexico, E] Colegio Me- xiquense, 2004 Marta CASAUS ARZL, Guatemala: L FFAG editores, 2007; Eni de MESQUITA SAMARA, Re do pensamento racista no Brasil, Sao Paulo, Human bign Jonathan WARREN, Racial revolt Brazil, Durham, Duke dejar de mencionar el auge om de las identidades sociales y politicas de los arodescendientes, asi como ‘MOLYNEU ‘tre indigenas y afrodescendient 2 cludadunos, Beuadot, FLACSO, 2008; jeans: dos lecturas para una dprosimacion 4 su identdad, historia’ fcha por los derechos , Fendacion M ss en el Uruguay, Montevideo, Linardi y Risso, 2006; Jorge sso. derechos co Intern sa VELAZQUEZ tos de afrodescendinces en lo silos XIX y XX, Guanajuato, Ei BOBE, Un siglo después de fa abolici de la es de Jos Estados nacionales latinoamericanos, como Diego L. CHOU, Los chinas en 0 ea cultura pti en aneica Lata usa ceviton igraca 165 En cualquier caso, si adoptamos una perspectiva diacrénica sobre cl surgimiento de este tipo de trabajos, debemos mencionar que fue @ partir de la década de los sesenta cuando comenz6 a producirse una proliferacién de ensayos vinculados a la teorfa de la dependencia, en los que las clases sociales comenzaron a emerger como los protagonistas principales de la estructura social y de la reformulacién de los Estados nacionales. Fue entonces cuando los estudios de las clases subalternas, obreros y campesinos, asi como de las clases dominantes en tanto que demiurgos de la nacién empezaron a cobrar una especial relevancia, siendo atin escasa la presencia de trabajos sobre mujeres ¢ indigenas®, Los andlisis basados en la categoria de clase dominante y clase subaltcrna van a cstar muy vinculedos a las teorias del conflicto y del cambio social, asi como a las teorias de la revolucién y, a pesar de que en dicha década son escasos los estudios elaborados desde la perspecti- va del lenguaje y la cultura politica de dichas clases, si podemos men- cionar algunos estudios pioneros como los de Octavio Tanni, Warman, Limoneio Cardoso, Cardoso y Martinez! “Hispanoamérica, San Jose, FLACSO, 2002; Jorge Alberto AMAVA BANEGAS, Los do wltramcr en Honduras, Tegucigalpa, Guayraurss, 2002; Ruth CAMPOS CABELLO y Antonlo GARCIA ROMERO, Piel de earpa: ins gitancs de Mévico, Al- 1987, donde ya se introduce Ia cuestin de la ideologa de las razzsy su vincula- cin Con las clases y Ia cultura y lenguajes polices de dichos grupos; véaise tam ben Arturo WARMAN, Ensayo sobre ef campesinad en México, México, Nueva Imagen, 1980; Henrique CARDOSO y Enza FALETTO, Dspendencia y desarrollo en América Latina: un ensayo soioligice, México, Siglo XX1, 1969, y Severo MARTI NE, La Patria de! Criolo, Guatemala, EDUCA, 1974, donde €l autor dosaroll Jas visiones del criolloy de la clase te de Guatemala des dela bpoea colonial. Véanse, asimismo, Frangois BORKICAUD, La oligarquta en e Peni: ures ensayos y una polémica, Lima, Monelos-Campodénico, 1969, acerca del {gamonalismo en dicho pais o Misiam LIMONEIRO CARDOSO, La idologia de I 166 ANA Casa meno No obstante, casi todas las interpretaciones del perfodo estuvieron nds centradas en elaborar andlisis de los patrones estructurales de las. clases subaltctnas y del rol hegeménico que debian jugar en los cam- bios y revoluciones latinoamericanas, sin tener en cuenta los lenguajes y comportamientos politicos concretos de los actores sociales. Son es- ‘easos los autores de esa década que escapan a ese modelo histérico-es- tructural, aunque podemos mencionar a Enrique Florescano, Héctor Diaz Polanco, Darcy Ribeito, R. Pozas, Carlos Guzman Béckler y Rodol- fo Stavenhagen, quicnes, sin abandonar la perspectiva de las clases so- ciales, incorporan la etnicidad y la ideologia politica como dos catego rias analiticas sin las cuales resulta dificil comprender la estructura social latinoamericana®. Por otto lado, la crisis del paradigma marxista ‘en la década de los ochenta y la emergencia de nuevos actores sociales que comenzaron a reconfigurar sus identidades étnicas y de género, unido a la irrupelén del neoliberalismo y la globalizacién ~sumado a las, nuevas teorias constructivistas sobre la identidad y al auge del multi- culturalismo en América Latina— han generado nuevos espacios discur- sivos mas vinculados a la construccién de identidades sociales, politi- cas y culturales, En este contexto, las identidades étnicas y de género han emergido a la vez como nuevos agentes politicos y nuevos objetos de estudio, en forma de constructos socio-culturales con finalidades po- iticas de negociacién y busqueda de mayores cuotas de poder y visibi lidad de ciertos grupos sociales. Asi, los movimientos indigenas han dejado de reconocerse como campesinos» para pasar a visibilizarse como «indios», «indigenas» o «pueblos indigenas» y demandan una mayor participacion politica y un nuevo modelo de ciudadania que contemple sus especificidades ét- nicas y culturales. Como opinan Guillermo de la Pea y Roderick 62 Héctor DIAZ POLANCO, «Cuestién étmieo-nacional y autonomian, Bstudios lath rnoamericanes, 8 enere-junio de 1990}; Darcy RIBEIRO, Indianiero y wopia, Mé ico, FCF, 1988; R. e 1. POZAS, Los indios ev las clases snciales de Ménico, Mexico, CE, 1971; Magnus MORNER, Estado, razae y cambio social en la Hispanoamertca Colonial, México, Seprenias, 1974; Rosllfo STAVENHAGEN, Las clases sociales en las sociedades agrarias, México, Siglo XX, 1976; Catloe GU@MAN BOCKLER y Jean-Loup HERBERT, Guatemala: Una inserpretaciin hstorico social, México, Si {lo XXL 1974; Enrique FLORESCANO, Identad, etnia y nacion: ensayo sobre las dena coecttoas en Méico, MExico, Nuevo Sigh 63 Jose BENGOA, La emorgenciaindigena en América L ticia REINA (coord. Las reros de la etnicidad en los Es CE, 2000; Le del sito XX, ‘tempo de a cltra politica en Amévica Latina: una revs Nstaiogréion 167 Brett, los discursos indigenas o indianistas van a generar diferentes mo- delos identitarios que confirman el hecho de que la «etnicidad» no pue- de ser abordada al margen de los discursos y de los lenguajes politicos, cultarales y de los derechos humanos, en cuyo marco los actores socia~ les van renegociando sus identidades étnicas y de género y van am- pliando sus espacios sociales, en busca de nuevas formas de represen- tacién ciudadana® En esta direccién de reconstruccién del pasado histérico y de rein- vencién de Ja comunidad imaginada, asi como de los nuevos imagina- rios de nacién étnico-cultural articulados por las élites indigenas, ha surgido una amplia bibliografia sobre el tema, en la que los lenguajes y los discursos indianistas resultan ser cl clemento fundamental para ne gociar nuevas naciones fundadas en criterios étnico-culturales. Pero no sélo la produccién de las élites indigenas es muy rica en este campo; también se ha avivado el debate entre los cientificos sociales europeos y latinoamericanos en torno a si se estén reinventando nuevos simbolos y representaciones de las nuevas naciones indianistas 0 st, por ¢] con- trario, se estén buscando nuevas vias de interlocucién y negociacion para buscar un nuevo modelo de nacién y de ciudadania compartida y/o consensuada. En este contexto los estudios sobre la cultura politi- ‘ca de los nuevos agentes sociales y politicos constituidos en la arena pit- blica en tomo a un discurso que incide principalmente en sts identi- dades étnicas y su relacién con los procesos de construccién de la ciudadania son abundantes, novedosos y presentan valiosos aportes. A. nuestro juicio, éste es uno de los terrenos de la historiografia latinoa- an los que se estén logrando contribuciones mds significativas en los tiltimos afios”. ‘México, CIESAS-INI, 2000; construccién de a identicad politica colectia del movi to, Abya Yala, 2005; Edward F, FISCHER (ed), Indigenous peoples, civil state, and the neo-liberal State in Latin America, Nueva York, Berphahn Boos, 2008. 64 Sobre este tema tan novedoso véanse Leticia REINA et li, Iden [Mlentidedes en Guerra, Mexico, CIESAS-CONACULTA-INAH, 2005 (comp, La construccion de la nacton la repre iudatana.... Roddy BRETT, Moviosentos sociales, enicdail.., y B. CLAVERO y Laure GIRAUDO (eds), Ciudadania y derechos indigenas en Armérica latina. 65. Demetrio CONTI CUXIL, Politieas para la reivindicacién de fos mayas de hoy, Gua: temala, Cholsama}, 1994; Edward FISCHER, Culearal logics and global economies 168 A BLING Casas Aunty Otro de los grandes campos de debate, que se encuentra a caballo entre la sociologia, la ciencia politica y la antropologia, tiene que ver con {as posibles estrategias de futuro para el trénsito de naciones homogé- neas a estados plurales que respeten la diversidad étnica y de género. Este debate ha sido especialmente rico en paises multiculturales, multi, Iingties y pluriétnicos y entre las obras mas notables cabria destacar los aportes de Héctor Diaz Polanco, Luis Villoro, José Del Val y, desde la 6p- tica juridico-politica, los sugerentes trabajos de Bartolomé Clavero™ Otro terreno novedoso en el Ambito de las identidades es Ia bus queda de lo que Néstor Garcfa Canclini ha denominado «culturas hi- bridas» y Verena Stolcke y Alexander Coello, «identidades ambiva- Tentes»“; es decir, aquellas que se encuentran a caballo entre lac . University of Tras Pres, 200; Indien pepis Lats Ame sity Press 200% Las VIELORO, Esto »UNAN-Pidés, 1998; Ramon PATUELO sinadas: mosimientoeindgenas, nach 3 los pases cero nnn, Cusco, I 2007, avs lea genous Giizens! Lente, ction, and moter dee Fer California, Stanford University Press, 2008 66 Hor DIAZ POLANCO, High @ la dlersda. global, malltraone 9 exoufgi, Meco, Siglo XXL 2006; Luis VILLORO, Estado lun CLAVERO, Arma nts aya yale? eo rca Mai Ceo de stor Contac 000 La Cams de Spare cy em enn Sal oy rtm ean (cords, Estados plates: Isrts de laters ya ipo Intpatap, 2003 67 Néstor GARCIA CANCLINY, Calturas Nid: exratgias por en ‘nadendad, Mexico, Grito, 1989; Veena STOLEKE pater entidadesombicaones en nic Latina igs AVE, 2008 Estos tes autores, partiendo de diferentes pers Sd mete esta awa ce cede a be y6 notablemente a borrar las frontecas fn H ltgarconflcton Ste LORENA PEREZ y Margarita ZARATE 1, México, UAM- ib 3 en Hlspanoaércay en i Sylvia Galindo (eds), Ligne esting en merce emacs te Ueigense, 200 Mess, cmlntes J adn tn Hpac Leora (cord) Moros dela emopeiga anerecrven , 2001: outa emergencia de os puch tsa Sgnfcads dl mentzjen, en Vietr Zuniga ont Monterey, Firm Univers 169 \dades més dicotémicas y otras que, por su naturaleza ¢ hibrida- han jugado un papel relevante en la construceién de los estados nales, como es el caso de los mestizos en México o de los mula- 1» Brasil. Uno de les aportes més novedosos desde la perspectiva , de la construccién de las Identidades y la for ibro de Hale, Gould y Buraqu ‘omo el de Casatis y Garcia Giréldez, quienes desde un abordaje i isciplinario en el que se combinan la antropologia, la historia y iencla politica~ han intentado encontrar una explicacion a las di- Hades que hicieron que en Centroamérica no se pudiese consoli- un proyecto de nacion mestiza, como si ocurrié en México, consi- rando que la escasa presencia de lenguajes culturales compartidos ausencia de politicas de identidad incluyentes diseftadas desde los, ido en buena parte los responsables de la situacion de ica en la que se halla la vegi6n en le «clualidad, espe- almente en el caso de Guatemala, cultura politica idos han En este contexto en el que se comienzan a estudiar los proyectos dé aciones inacabadas, asi como las causas de la falta de cierre de este pro- :80, otro autores latinoamericanos han puesto el énfasis en el papel que han jugado los imaginarios de la raza y el racismo en la construe- vidn de modelos de nacién eugenésicas y excluyentes de amplias ma- vyorias étnico-culturales, que se fundamentaron en la negativa a aceptar la diversidad cultural como fundamento para la construccién de la identidad nacional. ‘Véansé también los trabajos de Solange ALBERRO, Del gachupir a crit, 0 como io de México, 1897 yen las estate- jasy deles iden. ide en los lenguajes ambival glas complejas, muestra el variado pancrama de las culturas pol 1idades plarales latinoamericanas, 68 Dario A. EURAQUE, Jeffrey L, GOULD y Charles R. HALE (eds.), Memorias del ‘estizaje: cultura politica en Controamérica de 1920 al presenie, Guatemala, CIR- MA, 2004, Desde una 6ptica mas cereana a a historia cultural y conceptual, y fur damentada en otras premisas, véase el libro de Marta CASAUS ARZU y Teresa GARCIA GIRALDEZ, Redes intelectuales ei 69 Alicia CASTELLANOS y Juan Manuel SANDOVAL (coords), Nac lontidad, México, Nuestro Tiempo, 1998; Marta Elena CASAL J: Linaje y Racismo..., Teun VAN DIDK (eomp,), Racismoy discurso en Arérisa lat tuna, Barcelona, Gedisa, 2007. En este wltime Libro se analiza ia importancia de lon lenguajes politico-culturales en la construccién de los Estados nacionales. 170 Manca LIA CASAS AAD y Por Ultimo, resulta reconfortante el debate que est surgiendo en- tre las mujeres indigenas, que recientemente se estin erigiendo en su- Jjetos protagénicos en la construccién de identidades étnicas y de géne- To no esencializadas desde uma perspectiva ligada a la propia historia de vida, y sus contribuciones tedricas y experienciales estan siendo fun- damentales para la construccién de las nuevas naciones amerindias”, Siguiendo con esta iltima apreciacién sobre los nuevos modos de articulacién del género, la etnia y la ciudadania en América Latina, re- tomamos un aspecto que ya hemos mencionado al inicio de este apar- tado: en los uiltimos afios no se han revisado tnicamente las formas par- ticulares en las que la raza se articulé -y se sigue articulande— con la ciudadania y las representaciones de la nacién durante los siylus XIX y XX, sino que también se han revisado en profundidad las multiples in- tersecciones entre ciudadanfa, conformacién de los Estados nacionales y genero. Los estudios histéricos que han dlefdo» a las mujeres como ejes fundamentales en la construccién de una cultura politica moderna y democratica en la regin son innumerables, pero presentan distintas 1eas de interpretacién. En primer lugar, podemos destacar los trabajos cuyo enfoque bebe directamente de los presupuestos del feminismo «de la igualdad»”" y de los primeros estudios sobre historia y género", Este tipo de trabajos se 70 Véanse los Inteteants trabajos de Delna MUX CANA, « del estado guatemalteco en Perspectias y isons cudadanas, forme pare diagndstico del racismo WV, Guat tae ‘ca z gens coercl en Gust ra: devguldais de rasa clase Hivow-Avancro, 2002 bre las mujeres en Chas, véanse Shannon SPEED, A STEPHIEN (eds), Dissdem women: gener an citu poles Chapas, Aus, ‘Aus Uatvesty Pres, 200, a! como uno de los bos mis revelaones ee Je majeres maya, el Crapo de Buje tas mujeres ayes de esl, Gane a Inla MAQUTEIRA (eds), Feminismos 20 72, Una de las pioneras en articular la importancia fundamental de la noctém de géne ro para los estudios historicos fue ya eldsico «El ge ‘ror una categoria ail pera el anélisis histérico» [1986], reproducido en Marta LAMAS (comp), El_género: a conserucién cultural de la diferencia sexual, México, PUG, 1996, pp. 265-202, La primera obra de Scott contribuyé rmucho a im los estudios histéricos de género en ocasiones restringidas a chistorias de ls mu- ura revision stor epee la cultura pli en Americ wi han centrado generalmente en la reconstruccién ca de las gran- des lineas por las que discurrié tanto el pensamiento como la practica feminista en América Latina, privilegiando, por lo tanto, los abordajes que tienden a vincular la «cultura politica» femenina con un continua de posicionamientos activos y luchas por integrarse en los marcos for- males de la ciudadania en igualdad de condiciones con los hombres. Esta Linea de trabajo ha tenido efectos notables a la hora de abrir nue- vos espacios académicos para la visibilizacién de la experiencia politi- ca femenina en el continente americano, ha contribuido al abandono de las formas més tradicionales de acometer la historia de las mujeres—cen- trada en la reconstruccién de las experiencias excepcionales de grandes figuras y ha aportado una abundante bibliografia que ha servido para Henar, al menos parcialmente, un llamativo vacio historiografico. No obstante, no podemos dejar de mencionar que el estricto enfoque de muchos de estos abordajes y su énfasi en la reconstruccién de lar ex periencias de resistencia y lucha en contra de las estructuras sociales y politicas patriarcales ha provocado que las nociones de cultura politica y ferninismo hayan quedado habitualmente asociadas a relatos histéri: cos que centran su atencién en los grandes procesos de inclusién ciu- dadana, de ampliacién de la esfera publica y de democratizacién poli- tica en el continente en la época contempordnea, dejando de lado otro tipo de wexperiencias» de las que nos ocuparemos més adelante”. Sin énimo de ser exhaustivas, algunas de las autoras que han apor~ tado interesantisimos y novedosos trabajos en esa linea han sido Asun- cién Lavrin y Maxine Molyneux, quienes han realizado un esfuerzo por comparar diferentes experiencias y cronologias de incorporacién de las mujeres a la ciudadania en el Cono Sur y en el conjunto de Amé- rica Latina; Lola G. Luna o Elizabeth Jelin, que se han ocupado de re- saltar los vinculos entre el feminismo, los movimientos sociales y la ampliacion de la ciudadania, Dora Barrancus © Donna Guy pata el casio de Argentina; Silvia Rodriguez Villamil y Christine Ehrick para Uru- coma la ‘espatiola ola 73 Bltipo de enfoque ha afectado tax ronologi Asi, este tip de estudios se han centzado, sobre todo, en cOmo las mujeres fueron ganando Vi sibllidad progresivamente en los espacios piblicas especialmente a partir de las XX y han dejado un poco ms de lado el estudio de las a. guay; Ana Maria Stuven o Erika Maza Valenzuela para Chile; Eni de Mesquita o June Hahner para Brasil; Maritza Zegarra o Francesca Den sana Barragin, Seemin Qaayum 0 Ximena Medinaceli para Rolivia: Ma- ria Eugenia Rodriguez Senz para el area ventroamericana y Costa Rica; ‘Miriam Miranda y Yolanda Marco Serta para Panam; Rina Villars para Honduras; Julia Tuiién, Carmen Ramos Escandén 0 Anna Macias para México; o Verena Stolke para Cuba y el érea caribena”, 74 Wanse Asuncion LAVRIN ed), Latin American women: historia ‘Westport, Greenwood Press, 1978; Génera ¢ historia: una. fra so 1k Sara Rom, Universidad Nacional de Ls Popa {nd social charge Agent, Chleand Uru (1690191, ine Gf Nebraska Press 198; Babeth DOREY Maxine MOLISE tre of ender nd he Sua 2000; NKAF cRASKE y Max anu decry Ciudad, ra BARKRARCOS y aitr de Amerie Aes, Boll Sedamercnn, 20070 como eter, el DRIGUEZ VILLAMIL, La historia de las mujeres, ‘MU, 1991; Christine ERICK, The shield ofthe ws sm and the State in Uni $20, 1903-1933, Albuquerque, New Mexico University Press, 2005; Ana Maria STOVEN, «Modernidad y religiin en Chile. La 8 iv Universidad, 2001; Erika MAZA VALENZUELA, clericalismo y la extension del suftagio a la mujer en Chi 09 incia on Espasta y Amirica Lat 1xico, El Colegio de México y FCE, bate: tajetira ¢ perspect 1997, 0 As mulh Maritza Vie igloe Xi 173 No obstante esta perspectiva que, como ya hemos visto, tiende a rescatar la experiencia femenina relacionada con la conciencia y la pro juccién feminista, asi como con la praxis social y politica encaminada conquista de derechos civiles, politicos y sociales en la historia de las mujeres latinoamericanas, en los tiltimos aftos han proliferado una serie de estudios que ~desde un enfoque mucho més vinculado al and- lisis textual y la critica literaria~ han tratado de indagar en los proce- sos de conformacién de las subjetividades femeninas y las representa- ciones colectivas de «lo femenino» en diferentes contextos del pasado latinoamericano. En este sentido, la produccién literaria escrita por mu- jeres ~generalmente pertenecientes a las élites urbanas criollas— ha sido puesta en relacién con los procesos de construccién y consolidacién de QUI, La majo and BARRAGAN, Indios, mujer mas de cases mugeres de dst om La Paso fa primar ita Coordinacora de Historia, 1997; Ximena MEDINACELI, Alteran fa ra reer las cuades de Bolivia, 1920-193, La Pa, CEDEM, DRIGUEZ SAENZ (ed), sufragisea en Panama teuccion de la mujer modemar, y Yolanda MARCO SERRA, «Vida des- iciones femeninas en el period 1950-1970», ambos de mujeres en VILLARS, historia de y la con pugs del suftagio: las orga le PORTER y M. Teresa FERNANDEZ. ACEVES ‘dertidad de genera: Mi XIN y XX, Guadalajara, MACIAS, 1 México, CIESAS, 2002: Bs el pp.25- 1992, Madison, University of Madi sexo al género lo que 60, 0 Raciomo y suo 14 Murs urns Cass ay los Bstados-nacionales a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Los trabajos de Francine Masiello o Lea Fletcher para Argentina; Susana Montero para México 0 Licia Fiol-Matta para Chile son un buen ejem- plo de esta linea de investigacién”. Por tiltimo, slo mencionaremos que la historiografia de género mas reciente ha dedicado también su aten- ciénal papel de las mujeres latinoamericanas como facilitadoras del sur- gimiento de espacios publicos y de sociabilidad: en este sentido, los es- tudios sobre las veladas y las tertulias literarias, asi como sobre las revistas culturales fundadas escritas por mujeres a lo largo de los siglos XIX y XX han recaleado la importancia fundamental que revistieron di- chos espacios para el afianzamiento y Ia circulacién de algunos de los elementos culturales clave en la conformacién simbélica de nuevas re- pliblicas, para la educacién sentimental y el disciplinamiento afectivo de los sujetos modernos que debian conformar el sustrato de las socie- dad burguesa y, en iiltima instancia, para la conformacién de las cultu- as politicas liberales en América Latina”. UNAM, 2002; Le IOL-MATIA. A gucer mothe” forthe ceand Gabriela Mista, Minnea 16 Muchos de ests trabajos se entan asblén en el pape! protagénico de ls maj res eseritors, periallsaso macstras eh I conformation de redesintletules a egemenic con respect a las corrientes filoséficas, culturales, politicas y espirituales dominantes css caso dels rede de mujeres tluoaeyesprcaltasen América Cental do por Marta Hena CASAUS, what rede teovficas de mujeres ca Cuatmala Ie Revita Compute de striae ind 27 (2001 pp, 21.235. Ours trabajos que sigue at ieasepuntaas exe Son, paral dre enoamsricaa, Ruth CUUILLO PANIAGUA, Mae ladeslas escrtoras el Repetorio Ameena, 1919-199, San ose. al Universidad de Costa Rico, 200; pata Peri, Sarah ©. CHAMBERS, sLeters and ons: women reading and wcting the uation”, Charis Chasen fd). Beyond ation m ninth conan La ress, 2003; para Age reading and sorting the ins Hopklas University taller de fa eseritora: vela 1 pp. 495-323; para Chile, Adriana PALOMERA y Alejandra PINTO (comps.), Mujeres y prensa ica wn Anica Latina: una vessin Nstringrticn 175 Por iiltimo, y como cierre de este apartado, no podemos dejar de mencionar que los estudios acerca de las culturas politicas obreras, so- cialistas, anarquistas y de los sectores populares en América Latina —sal- vo en algunos paises, como en Argentina~ no han sufrido un impulso anélogo al descrito para los estudios sobre el papel de la articulacién de la etnicidad y el género para la construccién de los Estados-nacionales latinoamericanos contemporéneos, No obstante, pueden consultarse pu- blicaciones interesantes centradas en la reconstruccién de dichas cultu- ras politicas como précticas sociales sectoriales, formas de organizacion y rituales colectivos compartidos” y, en mucha menor medida, en la di- mensi6n relacionada con el discurso mencionada por Cabrera”. Cultura politica y estudios sobre violencia A continuacién pasaremos, siguiendo el esquema propuesto inicial- mente para este apartado, a abordar uno de los principales aportes de la anarguista en Chile (1497-1931), Santiago de Chile, Belciones Espiritu Libertario, 2006, y Ana Marla STUVEN, «Et Feo de ls sera de Santiago de 1865. Bl sur ‘mint de una opinion pbiie femenioay, en Lo plc yl privadoen la hist pra american, Santiago de Chile, Fundacion Mario Géogora, 2000, pp. 30 para Bolivia, Lait RAMIRO BELTRAN (comp). «Feminfior» {smo frenin de Bolrena, CIMA, 5 7 Agradecemos a Maria Miguelatez. becaria de investigacion del Deparamento de Historia Contemporinea de la UAM las indicaiones bibligzicas sobre el caso argentine que nos ha proporcionada pata la elaboracién de este apartado. Véanse Suan SURIANO, anarguistas: cultura y politica libertaria ew Buenos Aires, 1880- 1810, Buenos Altes, Manantial, 2001; Dora BARRANCOS, Educacin, cultura y trax bajadores (1890-1930), Buenos Aires, CEAL, 1991; Diego ARMUS, Murdo drt |p cultura popular. Rstudios de historia social argentina, Buenos Aires, Sudamer Ya, 1990, Hernin CAMARERO, Ala sinuses a clase obrea: fo comeeisas 3 fl mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935, Buewos Aires, Siglo XX, 2007: Sout ARICO, La hipstesis de Just. Beertos sobre soilismo en Buenos Aires, Sudamerleana, 1999, 0 Hernin CAMARERO y C. M. HERRERA (eds), Et Partido Socalita en Argentina: sociedad politica e dea através de un siz slo, Buenos Aires, Prometeo, 2005, 78 Una notable excepcisn a ese caso es el abajo de IRigo GARCLA-BRVCE WEINS- "TEIN, Replica con ciudadanos [os artesano de Lima, 1621-1879, Linz, Instiuto de Estudios Pervanes, 2008, onde se za coma el pensamiento politico liberal se Lima can tradiciones laborales y de jar dando lugar aun discurso sobre la y lanaci 176 historiografia y las ciencias sociales latinoamericanistas en el campo de los estudios de cultura politica: el estudio de la violencia politica, en toda su complejidad, como parte integrante y fundamental de los pro- cesos de construccién de una ciudadania plural y democratica y no slo como la meta manifestacién de! fracaso y lo inconcluso de los sistemas politicos de la América Latina contempordnea. Posiblemente este émbi- to ha sido uno de los campos de investigacién més fructiferos en los tl limos aos y seguramente uno de los que ha deparado rupturas mas drésticas con respecto a las interpretaciones historiograficas tradiciona- les, tanto en el ambito de los estudios histéricos sobre la conformacién de la ciudadanfa en el siglo XX como em el de los recientes trabajos 50- bre la cultura politica de los distintos movimientos revolucionarios sur- gidos en la region durante cl siglo XX Bn este apartado nos vamos a ocupar de algunos de los autores que se han centrado en renavar profundamente la mirada sobie las culturas politicas populares, el papel de las infracciones de las normas clectorales en la génesis de la cultura civica o el papel de las milicias armadas en el entrenamiento y disciplinamiento politico de los ciuda_ danos en la América Latina del siglo XIX. Para ello, retomaremos de forma exhaustiva la obra de dos de las autoras que més han contri- buido a Ia proliferacién de este tipo de estudios: Matta Irurozqui e Hilda Sabato. ‘Marta Irurozqui se ha dedicado a estudiar las diversas dimensiones de Jos procesos electorales en el mundo andino ~en particular en Boli- via~ y la violencia urbana ligada a ellos”, mientras que Hilda Sabato se ha centrado en el campo de la participacién de las clases populares en los comicios de la ciudad de Buenos Aires, ast como en los diferentes tbundantes trabajos de Marca IRUROZQUE VICTORTANO, en el presente nos a mencionar solo algunos de lo mas representatives a este respec. “El bautismo de ls violencia: inal en Carlos Dardé Morales y Carl Rikles (coords), Violencia legitimidad politica y revoluciones et Espa latina, 1840-1910, Santandet, Universidad de Cantabria, 2008" pp. 143176, puesta conceptual sobre su valor en la mate en Pilar Domingo (ed), olivia: fi de un sila y nuevas perspeetivas politcas (1993-2003), Barcelona, Beliaterea, 2006, pp 39-64: o «Muerte en Bl Loreto: ciudadan‘a armada y vielencia politica en Bola (1861-1862), Revista de Pedias, vol 69, 246 (2009) pp. 129-157, ‘mga entra poitica es anerca Latina oreraica 177 significados que pudo entrafiar su encuadramiento en las mi adas activas en las reas rurales hasta bien entrado el siglo XIX’ uizd sea Irurozqui ~junto con Ménica Quijada~ una de las inves- ugadorasmenconadss hana exte momento que mls se ha Prescupado por defnir con prcisién los conceptos en toruo alos que giran sus preocupaciones historiograficas, asi como por ligar estrechamente problema de la violencia politica a los procesos de construccién y mu- jacién de la ciudadania en la conformacién de las nuevas reptiblicas \inoamericanas, En este sentido, en la introduccién a un reciente dos- sier dedicado a esta cuestién, afirma que su preocupacién por la violencia ligada a los procesos politicos decimonénicos tiene que ver con la centralidad que ocupa dicho fenémeno en la nacionalizafcin] del territorio no slo en el relato sino en el mismo desarro lio de los hechos [.. Tal cuestionamiento exige afrontar desde el estudio de la violencia politica problemas relaivos a los procesos de lnstitucloealiza- cin el stad, de mateiizain deta soberania pops ciacterzatin del cuerpo politico, de democratizacion de las es y de la sociedat y de nacionalizacion del espacio american [..}. De abi queen est dossier se busque evitar la asimilaciin de la violencia politica con el cao, el desor- den, la imacionalidad y la ausencia de normas o de formas sociales, su vin- culacién a una sociedad corrupta o imperfecta osu reduecién a un mero Ins- ‘rumento de la construccién del monopolio estatal dela fuerza situ Elafin por la reconstruccién historiografica del papel que desem- pefio la violencia politica en los imaginatios sociales y la culture politi a del periodo, asi como en las complejas dinémicas de construccién fi- sica y simbélica de las nuevas naciones han levado a esta autora a centrarse en chistorizar los términos asociados a la ciudadanian" ale- G0 Mencinaremos,tumbldn en ete ct, slo una sll de os tebaos de et 2b Veo a0 Alber LPN mt es aes a Pole nt rgentna de ig IK arm, eos veces, Manion 1,203; 9 The may and ou pliealparcopation i Repiblcan Bue Avs, Santor, Sionord Univrsy Pes 2001 start WOROZOU, tha on América Let, sade Indias, Dossier Vi nado por Nata Iruroaqui Victoriano), 1. LXIX, 265 sia coae pp. TOY 82 Marta IROROZQUL, «8 espejsmo de la exclusion, Reflexiones conceptuales acer~ ca de la ciudadania ye] suftagio censitario a parti del caso boliviano», Ayer, 70, (Cultura y calturas poiticas en América Lavina (2008), pp. 57-92, cita en la p. 59, 178 1A Casas Anat jJindose cada vez més del modelo ai vado de la obra latinoamericano' 0 y normativo deri- cade'T. E. Marshall que tanto se ha aplicado al caso En este sentido, Irurozqui se ha esforzado por resaltar dos aspec- tos de la ciudadania que ella considera fundamentales para comprender ‘Chaco-Pampa-Patagonta, siglo XVIIL, B nos Altes, Antropofagia, 2008, y Lidia R, NACUZZI, Identidades impuesta ‘hes, aucas y pampas en el norte de la Patagonia, Buenos Aires, Sociedad Arg de Aniropologla, 2005; para el caso mexicano, véanse Romana FALCON, «Patrones 4e dominio, Estado contra itinerantes en la frontera norte de México, 1864-1876, en Romana Falcon y Antonio Escobar Ohmsted (eds), Los ees... pp. 201-233. So- bre las bases socioligicas de las identidades locales en las que se sustentaron los idos de vi las crisis de legitimidad y los procesos de negociacién por }-exclusién de grupos de la cludadanta decimonénica, veanse, para ol ‘rebellion: popular violence, ideology, and the Mexican strggle for Stanford, Stanford Univers inceton, Princeton University Press, 1983; para Colombia, POSADA CARBO, La naciin soda: violencia, liberalismo y democracia en Colom- bia, Bogoti, Norma, 2006, oa Latin ana rvsiin toringrtica 179 Jos procesos de construccién de la comunidad politica decimonénica: el primero tiene que ver con [que] puede sintetizarse en la com- de la cludadania como una prictica y como un estalus, Be de- ‘ir, por un lado, denota una forma de participacién activa en los asuntos cos; por otro, Implica una relacién de pertenencia individual con una determinada comunidad pol ndose asi en un prinefpio vo propio de cada comunidad politica que determina quién constituye ésta, quién pertenece ala misma y quién no [...] no es un principio universalista sino diferenciador. Funciona como un factor dis- criminatorio de inclusiénjexclusién y, a su vez, como un dispositivo cor porativista [. En opinién de esta autora, la mayor parte de la historiografia poli- tica decimonénica sigue siendo deudora de la obra de Marshall en su privilegio del estudio de los procesos de apertura y clausura de la cit dadania politica en las diferentes repiblicas latinoamericanas ~procesos que, para Irurozqui, forman parte de su propia esencia ambivalente-, y olvidando 0 relegando en sus aproximaciones la segunda de sus di- mensiones, la comanitaria, que resulta sin embargo fundamental para el estudio de las identidades de los sujetos colectivos decimonénicos y para la aproximacién al sentido de sus acciones en la arena publica, Asi, esta autora afirma que fue precisamente la naturaleza excht- yente de la ciudadania el elemento que le dio «valor social y la (...] eon Virti6 en un objeto de deseo social», generando un «triple movimiento: exclusién-accién-inclusion»". El segundo de los movimientos, el de la accién, es el que ha centrado Ja atencién tanto de Irurozqui como de Sé- ato, una accidn que con frecuencia era de indole violenta y se desata- ba durante los procesos electorales, «considerados pieza clave en la transformacién de los sistemas de representa En este contexto, segiin las autoras citadas, lo que resulta fundamental es comprender que «el ejercicio de la violencia era considerado legitimo, no solamente frente a un enemigo exterior, sino también en el plano interno, en oca- sion de los frecuentes enfrentamientos entre facciones y los levanta- 84 Marta IRUROZQUI, «il espefismo de la exclusion. 85 bidem, p68, ‘SAbato (coord), Ciuadania sgio de México/FCE, 2002, p. mientos 0 pronunciamientos en contra de los gobiernos de turno [...)>" ¥ que pata entender las bases de dicha legitimidad no queda otra op- cién que adentrarse y profundizar en la cultura politica de los actores del period. De esta manera, la cultura central para comprender las dinémicas, funcién y signific violencia politica en el periodo tratado. En opinion de esta autora, el lastre principal de! que han adolecido los trabajos histéricos que abor- dan la construccién de la ciudadania y Ia nacién en el continente ha sido el de violentar la comprensién de la cultura politica del periodo identificando al actor politico con el ciudadano con derecho a sulragio, y olvidando que «la poblacién identificé otro tipo de actividades co- lectivas capaces de convertitles piiblicamente en ciudadanos»". Entre estas actividades colectivas, Irurozqui y Sabato se han dedicado a est- diar la presencia de los sectores populares sin derecho a voto en los co- tmicios, ya fuera en calidad de simples espectadores o de infractores de las normas electorales, sefialando que la capacidad pedagdgica de los 87 Hilda SABATO (coord), Ciudadania potitieay fo 88 Definida de Forma clara te entender eéma los cl proceso de rel menue los actors ye aque tl expresin designe al conjunto de nocioncs interioneadss, eerne, Grienaciones de valoe gue le ators comparen con reapectoa cm operas tem politico cud ese papel que ellos y otros actors poltiosctmpleny eben beneficios que el sistema proves y debe proves y como excels espejsno..n p60. Sin abandons lites andi, em 210s tempos tambien se han pesontado trabajos cl dene en anede vintage el tuo ae os acontecnientos tori 3 ciitobal ALSO pola! eatures, spo {spol ele god to tt rest and values Poilical culture, ste en Nl Jacobsen y res nthe Andes. Desde ora perspeties. SILVA PRADA, eintroducclon cu ¥ algunas psiles aplicaciones a la histor fala iva Prada (cvrds), i Lempurales, Menico, UAMCteapalap, 2006 89 Mara RUROZQUL «El eapejome del exelsion.» p67 una evisu istvorition procesos que se desencadenaban con ocasién de unas elecciones no ra- dicaba en el hecho de que éstos se desarrollasen sin macula y en el mar- co de la mas estricta legalidad, sino que, precisamente, la doble dimen- sién de la ciudadanfa hacia posible que las infracciones, la violencia y €l fraude reforzasen los mismos presupuestos representativos liberales sobre la que ésta se asentaba en su dimensidn prictica, moldeando y forzando de forma permanente los mutables limites entre los incluidos y los excluidos, pero incluyendo, gracias a los efectos performativos de la accion politica significativa de los actores sociales movilizados ~aun- que excluidos del sufragio-, a dichos sectores subalternos dentro de una comunidad politica cuyos integrantes no sélo se definian por dis- frutar del derecho al voto”. Algo parecido sefiala Hilda Sabato en sus estudios acerca de Las mi- licias ciudadanas, sefialando que «eJn la Theroamérica del siglo XIX la ciudadania politica se asociaba estrechamente a la participacién en las mnilicias |...» y que la «participacién en ese tipo de acciones [violencia politica] involucraba a sectores amplios de la poblacién, a veces bas- tanfe mas amplios que los que tomaban parte en los comicios»"*. En los iiltimos afios, este tipo de aproximaciones al papel de los sectores po- pulares como espectadores activos y como «ciudadanos en armas» se ha vinculado a una novedosa rama de estudios que se han centrado en do- ‘cumentar y rescatar para la historiografia la existencia de potentes co- rrientes republicanas -es decir, herederas 0 derivadas directamente de las doctrinas conocidas de forma genérica como «tepublicanismo civi- co» durante la primera mitad del siglo XIX latinoamericano. Si bien no podemos limitar este avivamiento del interés por el republicanismo ef- vico al rastreo de las dimensiones pragmaticas del mismo”, si podemos decir que este tipo de trabajos se han dedicado a evar a cabo una pro- funda revision de algunos de los lugares comunes fundamentales en la historiografia més catastrofista sobre los fracasos de la institucionaliza- smo y la gobernabilidad en la América Latina de los si- palo... y Hilda SABATO, La politica on cién: Buenos Aires, 1862-1880, Buenos Aires, roduccibnhn, P25. 92, Al respecta de las dimensiones discursivas de los ‘en América Latina, véase el apartado r ual en este mismo texto. fos extudtos sobre rep tivo ala renovacin dela 182 Manca glos XIX y XX. De este modo, como hemos mencionado anteriormente de forma parcial, se han revertido algunas de las interpretaciones mas lasicas sobre el sentido de las practicas politicas y militares de los cau- dillos y las milicias civicas, incidiendo en las raices republicanas del pe- culiar comportamiento civico de unos y otros y desvinculindolos asi de las cargas peyorativas derivadas de la historiogralia que los relacionaba con el desgobierno, las relaciones clientelares premodernas, el compor- tamiento politico errético c itracional y, en tiltima instancia, el corazon de la barbarie. De este modo, se han reinterpretado las guerras civiles y los conflictos que desgarraron diversas regiones del continente a lo largo del siglo XIX, tratando de aprehender en cllos una coyuntura de Pugna entre legitimidades enfentadas, basadas en universos politicos Aisimiles —pero en nuevos términos de discusién, desplazdndose desde Ja oposicion premodernidad-modernidad a la pareja de opuestos libera- lismo-republicanismo civico-”; se han releida las experiencias de par- n en los ejéxcitos, las milicias armadas y los conflictos civicos como nuevas espacios de sociabilidad y aprendizaje de tradiciones po- liticas y de los principios de la ciudadania para amplias capas popula- res™; se han revisado algunas de las figuras paradigmaticas de la pol ca del siglo XIX, que hasta hace pocos lustros encarnaban las peores tradiciones de barbarie, despotismo y brutalidad en las que crefan ver se anunciadas de forma fantasmagérica las raices de todos los males po- liticos del siglo XX —incluyendo los regimenes militares-”; y se ha re- novado el interés por el estudio de las ceremonias y los rituales civicos, 93. Veanse, por ¢ Iudadania y revolucién: el oces0 de una tradicién politica, Argentina, 188 "70 (2008) (2), pp. 93-114; Car~ ‘men MCEVOY y Ana Marfa STOVEN (eds}, La repablice peragrina: hombres dear ‘mas y letras en América del Sur, 1800-1884, Lima, Instituto de Estudios Peruanos amo y Matisella SVAMPA, re los nuevo y tne los usos y nociones del caudilismo en la Argentina durante el [Noemi Goldman y Ricardo Salvatore (eds), Cauilismos rigplat radas para lemas, Buenos 94 Al respecto, véanse Manuel CHUST CALERO, «La nacion en armas: la vica en Mé iguee 0. (cooed.), Reveluc pendencia y UST y Ju CHENA. (@ actor: independencia y ciudac Hispanoamérice, Made, Iberoamericana, 2007, 95 1a del stirano» paradigmst ‘co de la Argentine, Juan Manuel de Rosas, entre ellos Jorge MYERS, Orn y tude eldiscursorepubicano en el régime rosista, Buenos Aites, Universidad Nacio= tenga eta cut pltica en Americ Latina: un exsin bistviogrfica 183 incidiendo en la importancia de la performatividad en la gestacién de las culturas politicas republicanas™ La profunda revision que desde diversas perspectivas historiogr4- ficas se ha hecho de las manifestaciones recurrentes de conflictividad politica, ya sea desde los enfoques mis preacupados por las dimensio- nes performativas de dicha conflictividad como por las miradas mas vinculadas a la contextualizacién del fenémeno en matrices conceptua- les y tradiciones politicas previas, han tenido su correlato en la revisién del sustrato cultural que sustenté los procesos revolucionarios latinoa- mericanos ya en el siglo XX. No queremos decir con ello que las preo- cupaciones que atraviesan esta revisi6n beban de las mismas fuentes disciplinates ni tematicas que los catudios sobre el siglo XIX que aca~ bamos de mencionar”; no obstante, lo que si nos atrevemos a asegurar ¢¢5 que ambas lineas de trabajo se encuentran atravesadas por preocu- paciones similares: la necesidad de «rescatar el caso latinoamericano del bail de las anomalias y de las interpretaciones catastrofistas basa- Tur del seinen ssn, y de Mela TER” ue reginen tox rent ld oem Noen Golden j Ricardo Salvatore (ds) Ob l recarenc dea ira del had det : urls iioaericana avin Yas vepresentacones cl re aguno HOA BASTOS, banda en a igre d get ants Bares vl altar Hispanic, Ma Sh Bloons de Cura Hip 188 : wesc regimen ost on Neem Cola (ie) Nua senso en el regimen 7 Mito marados po a initacones que orednda de losestadios de Almond y Verba y sus ciples {Spon sTosintets de aoa ycompresion mis compa de os sovtevouconaio dels seginenes alors reprsivos eT tc somio. lis estadios que vemos nara cominuact han eta de cuzat tlie Vrabes coma ade cuter, gesero, rede ovals oeinckad- y de Shine an mercpinote er ann de sg ede esata rotundo de ls posses de vislencn pote, os movimienosrevsluconsrioe Toe nuowor movinlentossociesintincamercanos isa mn Casati AAD y PX das en la supuesta imposibilidad del continente de alcanzar la normali- dad politica, entendida ésta de forma restrictiva y un{voca como la de- mocracia de sistema representativo™ as interpretaciones recientes que parten de la renovacién histo- riggréfica en este campo han sidos abundantes y muy enriquecedoras, sobre todo a raiz de dos trabajos tedricos sobre las revoluciones latino. americanas: los de Timothy Wickham-Crowley y John Foran, ambos muy influidos por los estudios de Hobsbawn, Tilly y Skocpol. El libro de Crowley analiz6 la composicién de los cuadros revolucionarios des- de una perspectiva estructuralista, resaltando los vinculos familiares entre los dirigentes de las guerrillas latinoamericanas y las oligarquias locales. mientras que el de John Foran esta mis centrado en la impor~ tancia de las culturas politicas locales como elementos clave que ayudan a interpretar el triunfo o fracaso de las revoluciones en la region”, En este sentide, ambos (rabajos han resultado muy novedosos, ya que han tendido a quebrar los enfoques hegeménicos que privilegiaban una in- terpretacién esencialmente ideolégica de los procesos revolucionatios y coutrarrevolucionarios. Adoptando una estructura narrativa cronolégica y temiética, povle- ‘mos decir que en el siglo XX, la revolucién més estudiada y que continia siendo debatida ha sido la mexicana. Los trabajos de Guerra, Alan Knight y Javier Garciadiego han pasado a formar parte de las interpretaciones clisicas de dos escuelas de pensamiento claramente diferenciadas", Por su parte, la revolucién cubana ha producido una enorme bibliografia al 98 Desearmos acacar que, por razones de espacio, abandonames la preteastén de abor~ dar en este apartado los debates que se han generado en torno ala cultura polti a de los trgimenes autoritarios ni trataremos en profundidad les procesos de re- construcclén de le memos 1, lampoeo nos ocuparemos de interesantes lcas que se han generado recientemente en 103 Ia opelon por la ia de las organizaciones politieas de izquierdas, como el debate argentina en torno al «No mataris 99 Timothy WICKHAM-CROWLEY, Guerrillas and revolution in Latin Am comparative study of insurgents ana regimes since 1956, Princeton, Prince versity Press, 1992; John FORAN (ed J, Theorizing revolutions, Nueva York, Ro tledge, 1997 100 Véanse Frangois Xavi entific: la Universidad Nacio El Colegio de Mésico- UNAM, 1996, {Lvompo dea cata pottica en amen Latina: una rewsion mstariograiea 185 respecto, aunque atin son escasos los trabajos elaboradios desde una épti- ca novedosa en el ambito de la historiografia. No obstante, a ese respec to cabe citar los trabajos de Juan Manuel Martin Medem'®: Sin duda, la revoluci6n nicaragiense y el movimiento zapatista han sido los dos movimientos revolucionarios que mas atencién han desper- tado en las décadas subsiguientes. En cuanto a las revoluciones centroa- meticanas, los andlisis comparativos en relacién con el papel que jugaron las mujeres y los indigenas en los movimientos guerrilleros constituyen tun nuevo aporte en el estudio de los procesos revolucionatios'™. En cuanto a las discusiones acerca de si el zapatismo debe caracte- rizarse como un movimiento revolucionario, una rebelién un movi- miento social étnico y de género, no debemos olvidar que la figura del subcomandante Marcos y el propio movimiento ha hecho correr rfos de "tz No ohstante, en iérminos generales, la discusién se ha centrada en debates de indole, podriamos decir, «tipologistay: se ha ahondado en torno a cual es el modelo de revolucién al que obedece; a si Marcos obedece a un tipo ideal de lider revolucionario; a siel zapatismo puede encuadrarse en alguna de las categorias o tipos ideales de guerrilla o de ‘movimiento social que maneja la literatura académica: y, por iltimo, en torno ala cuestion de la crisis del Estado nacional mexicano. sin intentar ser exhaustivas, nos parece que los aportes mas nove han sido los de Héctor Diaz Polanco, Rodolfo Stavenhagen, Aida Her- 101. José Manuel MARTIN MEDEM, ¢Por qué no me enseflaste cdo s Grid, El Viejo Topo, 2005; y Cuba La hora de los mameyes, Made, Libros de la Catarata, 2008, 102. Al especto véanse los trabajos de Carlos VILAS, «few crisis: Nicaragua en la década de 1980>, en Centroamérica. Balance de a Saleador, Nicaragua and Guatemala, Baltiwore, Jobns Hopkins University Press, 2001, y «Reassessing Central American Reve in Latin amertean Pespee 2 (1989) este respecte, wens tamicn Elisabeth MAIER, Las son kurs Popular, 1985, y Nicaragua a myer en la in, Mexico, Ediciones de Cultura Popular, 1980. Veanse ademés H. 1H, The Nicaraguan Revolution, sof determination and survival, Londees Westview Press, 1993, HIGGINS y 7. CON, jOigarc, Giga! Straggle ad so cial change in @ Nicaraguan urban commuity, Londies, Westview Pres, 1992; 0 desde ol punto de vista autobiogifien, Sergio RAMIREZ, Adiés muchackos: wna memoria dela revolucionrivaraguense, Mads, Agila, 1988 186 Mawr Bustin Casai Ava sunenens nandez Castillo, George Collier, Hernandez, Speed y Stephen y, sobre todo, el excelente trabajo de Maya Lorena Pérez Ruiz". En el caso de Centroamérica, cabe destacar el trabajo de Gilles Ba- m sobre las causas del fracaso del movi gucrrillero cemtiva~ ‘ano, buscéndolas en la escasa cultura politica de la regién™. So. bre los tres paises con fuerte presencia revolucionaria y altos niveles de violencia politica la bibliografia es amplisima, pero cabe destacar aque- lla que da prioridad a los factores culturales y politicos; entre la pro- auccién al respecto, cabe di los libros de Yvon Le Bot, Susan Jo- nas y Ricardo Sienz de Tejada. Casi todo el resto de Ja bibliografia est escorada hacia una historia ‘a de hechos muy recientes y en ocasiones esté profundamente sesgada, especialmente en los caso de los relatos autobiogréficos. Entre ellos, destacamos por st val tas, Pablo Monsanto o Marlo Payeras, Asimismo, en los produccién ha sido muy fruetifera en el ambito de la literatura, donde destacamos novelas como las de Mario Roberto Morales, Marco Anto- armados de verdad y fusgo: entrevistas,cartas y or DIAZ POLANCO, La rebe- spo de San Cristobal los mejores aporte mags y rupturas ‘Dissident women: gender and cultural, Press, 2006, 1983, México, FCE, 2008, 105 Susan JONAS, De Centauros a Palomas. El proceso de Paz guatemalteco, Guatema- 'LACSO, 2000; Ricardo SAENZ DE TEJADA, Re 5 recomposivién de las Haquserda de Gi FLACSO, 2007; Yvon LE BOT, La guerra en tieras mayas: comunidad, vio- lenciay modernidad en Guatemala (1970-1992), México, PCE, 1995 106 Julio CESAR MACiAS, La guerilla fue mi. tiempo de tar los innumerabl wr po tes 187 Como ttimo tema de este apartado resulta imprescindible comen- ensayos ¢ interpretaciones sobre las causas estruc~ surales de la violencia en América Lati- na, sobre todo en aquellos paises donde ésta se convierte en un mal 107 ‘0, como Colombia, Guatemala, Fl Salvador 0 México, y donde ia politica se entremezcla con el narcotrafico, las maras y el fe- *. Por otro lado, algunos antropélogos han comenzado a in- onda BELLI, Bl ) Janés Editores, 200 Guatemala, Alteguara, 2002. ‘Veanse también Santiago SANTA CRUZ, Insurgentes. La Paz arvancada, Guatema Ja, LOM, 2004; Dirk KRULIT y Rudie van MEURS, EI guernlero y el general: Ro ddrigo Asturias y Julto Baleoni. Sobre la guerra y la paz en Guatemala, Guatemala, Para la relacion. salario del miedo: arco ‘Martin HOPENHAYN {cot ‘as piblicas en América do de Colombia, 2007, y Pandillas, rumba y lencia juvenil, Bogots, Universidad Externado, 2007. En cuanto a los feminicidios aque se cemeten en la regién, sin duda el que mas atencién bibliogratica ha recibi- ‘does el de Ciudad Juirez. Véanse el trabajo pioneso de Diana WASHINGTON VAL- EZ, Costoha de mujeres: safari onal dasioro mosicano, Mico, Océano, 2005; el de Griselda EZ CASTANEDA, Violenca sovista: clgunas claves para la com- io en Ciudad Juarez, México, UNAM, 2004, 0 la novela de Ko- Amagrama, 2008. Para el caso de Perii véanse feminicidioen el Peri, ajo que desde tos estudios culuraies trata de analizar la eentralidad que ocupa 188 Bursa Casts Ae ua resin histoiortca 189 dagar en los ailtimos tiempos acerca de los lugares indigenas en los que Esta iltima autora ha dedicado su trabajo a estudiar el genocidio co- Ja violencia queda ligada a la cultura, a la violencia ritual y al racismo, metido contra las poblaciones indigenas en Guatemala y ha conti~ ‘como en el caso del estudio de Julian Lopez y Pedro Pitarch, quienes buido a abrir nuevos debates sobre violencia y genocidio en Améri- tratan de situar la violencia en aquellos espacios comunes donde se ca Latina”. produce y se padece por parte de los que la ejercen y Ja sufren, tratan- do de identificar los distintos tipos de violencia: la cotidiana, la ritual ¥ la simbélica™, Lo que tienen en comin este tipo de trabajos sobre violencia po- litica, violacién de los derechos humanos, violencia ritual, sobre la violencia como niicleo central de la configuracién de nuevas identi- No obstante, la bibliografia mas comtin sobre violencia se cir- dades juveniles, genocidio y feminicidio es el hecho de que resaltan cunscribe al ambito de la politica y de la violacién de los derechos la violencia como un factor histérico-estructural que obedece a dife- humanos en todo el continente a raiz de las dictaduras militares, los rentes causas y presenta modalidades muy distintas, pero que se ca- movimientos guerrilleros y de la respuesta de los movimientos socia~ racteriza por reaparecer constantemente en la historia politica y so- les, Pocos estudios hacen hincapié en los aspectos de la cultura poli- cial de los pueblos latinoamericanos, ocupando diferentes espacios tica local. Entre los trabajos que podemos citar se encuentran los de sociales hasta incrustarse en el Estado en forma de regimenes milita- Aldo Lauria y Leigh Binford y Jeffrey Gould sobre El Salvador, asi res como fueron los casos de Argentina y Chile en las décadas de los como las aportaciones de Paredes, Brett y Sanford para Guatemala’. setenta y ochenta~ 0 de estructuras institucionales vinculadas a ac- tos de genocidio, terrorismo y narcoirafico, como sucede actualmen- te de forma brutal en paises como México, Colombia, Bl Salvador © Guatemala, Rory O'BRIEN, Literature, testimony a re Spectators of La Violenci, Woodbridge, Témesis, 2008, 108 Jilin LOPEZ GARCIA y Pedro PITARCH (es) tugares indigenas de la volo Madd AECI, 2006. Sobre violencia ritual en sporary Colombian La renovacién de la historia iversidad Catlica del Peri, 2003, y Granizo de piedras y ios de sangre: tupay 0 intelectual latinoamericana uy en Chiarae,Toctoy Mik‘, Lima, Asamblea Nacional de Rectotes, 2007 . 109 Para el caso de HI Salvador, éanse Aldo LAURIA SANTIAGO, Tie social historical A continuacion vamos a presentar la que creemos que es la onstruction of repression in £1 Salvador, Nueva York, Universidad de Colombia, nds reciente tendencia historiogréfica que aborda cuestiones especifi- 1991; Aldo LAURIA y Leigh BINEORD (eds.). Lanscapes of stragle, poli camente relacionadas con la cultura politica decimonnica en América cand community in Hf Salvador, Pitsburg, Univers ‘Aido LAURIA y Je resin procesos de reconstruceién de la memoria de los acontecimientos raumsticos y de 8 politicas populares de resistencia que los originaron, véase Georgina 110 Al margen de los excelentes informes de la Comisiones de la Verdad como el In- HERNANDEZ RIVAS, oF] despertar de la memoria: experiencia comunicativa del forme sobre Esclarecimiento Histérien y de la Recuperacién de la Memoria Histo- ocumental ‘1932: cicatria de la memoria’, Boletin de la AFEHIC, 42 (septiembre rica de la REMI, parg Guatemala; el de la comision salvadoreiia de Nunca Més; {de 2008), Para Guatemala, Citlos FIGUEROA IRARRA, Bl recurso del miedo: ensayo el Informe Sibato para Axgentina; la Comisién Rettig para Chile; o e) Informe Fi sobre el Bstado y el error en (CSUCA, 1991; Carlos PAREDES, nal de la Comision de la Verdad y Reconciliacién de Per, han surgido nuevos li- Tellevaste mis palabras, Guatemala, UE-EC. bros que intentan explicar los casos relacionadas con el genocidio en paises como 1a violencia y el miedo en sil, 1972-1983, Guatema- Guatemala y Atgeotina, Véanse Victoria SANFORD: Vielencia y genocidio en Gua- PAC editores, 2007. Todos estos trabajos intentan buscar las raices de la vio- temala, Guatemala, F&G editores, 2004; Marta CASAUS ARZU, Genocidi, cla ma cia en el miedo y el terror desatados en la sociedad civil curante las décadas de trina expresion del raciomo on Guatemala?, Guatemala, F&G editores, 2007, 0 Dar Jos conflictos y en los efectos de paralizacin politica que se desencadenaron a par- hiel FEIERSTEIN, El genocidio como practea social: entreel nazismo y la experiencia tir del terrorismo de Estado en las décadas de los ochenta y los noventa, argentina, Buenos Aires, ECE, 2007. 190 Latina, concretamente, desde el campo de la hist nueva historia intelectual o de los lenguajes politicos En la parte introductoria de este trabajo ya hemos mencionado cuales habian sido los abordajes predilectos de la historia de las ideas latinoamericanas hasta bien entrados los afios ochenta, por [o que no abundaremos en dicha cuestién; esta nueva corriente revisionista de los supuestos en los que se fundaba la historia de las ideas clasicas bebe de fuentes teéricas y metodolégicas muy diferentes, y sus preocupaciones son también de una indole distinta. Fn nuestra opinion, la renovaci6n de la historia intelectual latino- americana se encuentra influida en sus preocupaciones y su metodolo- gia por cuatro lineas académicas principales, todas ellas afectadas en ul- tima instancia por la preocupacién en torno a la relacidn entre lenguaje yy conocimiento en el marco de las ciencias sociales que ha recorrido las academias norteamericana, latinoamericana y europea con gran impettt en la década de los noventa: en primer lugar, el impacto de la teoria del «giro lingtiisticon; en segundo, la escuela britanica de los «enguajes politicos» ~conocida como la escuela de Cambridge», a pesar de que sus principales representantes, John Pocock y Quentin Skinner protes~ tan de que se les «encasille» como tal-; en tercer lugar, la linea de la «historia de los conceptos» (Begriffageschichte) alemana, encabezada por Reinhart Kaselleck: y, en tiltimo lugar, la renovada escena de la ”. jas Pues bien, consideramos que las lineas tebricas planteadas por Ca- era se ajustan perfectamente a la evolucién de las preocupaciones del unpo historiografico (y de otros campos afines) latinoamericanista en 's Ultimos veinticinco afios. Con ello no pretendemos aseverar, en cualquier caso, que el conjunto de la historiogratia politica latinoame- ‘anista se haya «girado» hacia la cultura”, pero si nos parece signifi- vo que las grandes revoluciones en dicho campo hayan surgido, precisamente, de este acercamiento conceptual y metodolégico entre fo cultural» y «lo politico ' Asi, haciendo una breve recapitulacién temética, la renovada loa € historian, p. 67. histoviogréfica acerca de América Lati- 1a tanto en el cantinenté americano como en Espaila que no se ha hecho eco los problemas tedrlcos planteados por las propuestas de renovacién gue se hi dado en este campo y siguen operando en el marco de un diseurso de determi naciones estructurales, actores sociales y politicos preconstituidos y divercio conceptual entre as noclones de cultura, lade politica y la de economifa, ponga- ‘mos por caso. De cualguier modo, en este texto no hemos querido ocuparnos de ‘eve tipo de historiografia, puesto que quedaba completamente fuera del interés de este trabajo, 200 Casavs Aa Ja multiforme categoria de culcura politica: la investigacton acerca de los imaginarios y valores simbélicos compartides pot lus primeros lberales decimonénicos (asi como la pervivencia de ciertos rasgos de la cultura politica antiguorregimental, en térmninos de matrices conceptuales 0 tra- diciones intelectuales —republicanismo civico, teorias sobe la retrover- si6n de la soberania, etc.~); el estudio de las practicas politicas popula- res frentea la estructura y el funcionamiento de las nuevas instituciones liberales -los pioneros estudios sobre pricticas electorales y viol politica~; los procesos de constitucién identitaria de los actores politicos decimondnicos ~en tanto que «ciudadanos» y también en tanto que gru- pos excluidos de Ja participacién politica y la dimensién profunda- mente cultural de dicho proceso; el estudio de las estructuras profundas y la légica interna de los lenguajes politicos de la «modernidad» latino- americana; o los procesos de reconstitucién identitaria de los actores 50- ciales «amarginales» mujeres, indigenas, afrodescendientes...- y sus efectos en la agencia politica de los movimientos revolucionatios y los. nuevos movimientos sociales de la segunda mitad del siglo XX. Esta t ‘ma lined ha estado muy influida por los estudios de sociologia y an- tropologia cultural, asi como por el énfasis en el estudio de los procesos de construccién de las identidades de los grupos subalternos que ha ca- racterizado los estudios culturales y poscoloniales, muy potentes en el campo de los estudios latinoamericanos. Una vez dicho lo anterior, queremos poner este texto en didlogo con un relevante articulo de revisién historiogréfica del campo de ios estudios histéricos sobre cultura politica en América Latina publicado recientemente por Nuria Tabanera, en el que aporta nuevos arpumentos para la que esperamos, sea una fructifera discusién™. En dich texto, Ja profesora Tabanera afirma que a pesar de que existe un buen niime- ro de «historiadores latinoamericanos, muy cosmopolitas, bastante re- ceptivos a las nuevas propuestas y en gran numero formados en centros europeos, no tanto espafoles y norteamericanos»"™, se ha generado una situacién ambivalente en la que predominan atin las practicas académi- cas de corte positivista: ‘en el mantenimiento de esa situacién ambivalente puede influir, no sélo, que una «periférican historiografia espaiio- la ala que este tipo de renovaciones se le ha escapado en mucha mayor medida~. No s6lo nos encontramos con departamentos enteros dedica- dos a este tipo de abordajes, como el Centro de Estudios Asiiticos y Africanos de El Colegio de México rencabezado por una pareja de his- toriadores indios, Ishita y Saurabh Dube-, o redes de académicos dedi- cados a este tipo de estudios ~como el Grupo Latinoamericano de Fstu- dios Subalternos~, sino que en gran medida, son profesores latinoamericanos que ejercen su labor tanto en sus paises de origen como en la academia norteamericana quienes han dado un grau impul- so a este tipo de abordajes y son considerados grandes figuras a escala internacional en dichos campos. Sélo mencionaremos algunos, de sobra conocidos, como Néstor Garcia Canclini, Walter Mignolo, Mabel Mora- fia, George Yiidice, Santiago Castro-Gémez, Abril Trigo 0 Arturo Arias. 133 bidem, p. 15.

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