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Universidad Nacional Autónoma de México

Dr. Enrique Luis Graue Wiechers


Rector
Dr. Leonardo Lomelí Vanegas
Secretario General
Dr. Alberto Ken Oyama Nakagawa
Secretario de Desarrollo Institucional
Dr. Javier Nieto Gutiérrez
Coordinador General de Estudios de Posgrado
Dr. Hernán Javier Salas Quintanal
Coordinador del Programa de Posgrado en Antropología
Dra. Cecilia Silva Gutiérrez
Subdirectora Académica
de la Coordinación General de Estudios de Posgrado
Lic. Lorena Vázquez Rojas
Coordinación Editorial
Ver, oír y callar.
Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Fotografía: Adrián Yllescas.


Universidad Nacional Autónoma de México

Coordinación General de
Estudios de Posgrado

Programa de Posgrado en Antropología

le cción Posgrad
C o o
La Colección Posgrado publica, desde 1987, las tesis de maestría y docto­
rado que presentan, para obtener el grado, los egresados de los programas
del Sistema Universitario de Posgrado de la unam.
El conjunto de obras seleccionadas, además de su originalidad, ofrecen
al lector el tratamiento de temas y problemas de gran relevancia que con-
tribuyen a la comprensión de los mismos y a la difusión del pensamiento
universitario.
Jorge Adrián Yllescas Illescas

Ver, oír y callar.


Creer en la Santa Muerte
durante el encierro

Universidad Nacional Autónoma de México


México, 2018
Yllescas Illescas, Jorge Adrián, autor.
Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro / Jorge Adrián
Yllescas Illescas. –– Primera edición. –– Ciudad de México: Universidad
Nacional Autónoma de México, Coordinación General de Estudios de
Posgrado, 2018.

240 páginas: ilustraciones ; 21 cm. –– (Colección Posgrado; 78)


Bibliografía: páginas 181-184
ISBN 978-607-30-0746-7

1. Muerte –– Aspectos religiosos. 2. Muerte –– Aspectos sociales –– México.


3. Santería –– México. 4. Centro Varonil de Reinserción Social Santa Martha
Acatitla. 5. Presos –– Ciudad de México –– Condiciones sociales.
I. Universidad Nacional Autónoma de México. Coordinación General de
Estudios de Posgrado. II. Título. III. Serie.

299.674097252-scdd22 Biblioteca Nacional de México

Formación de planas y diseño de portada: Columba Citlali Bazán Lechuga


Corrección de estilo: Lorena Vázquez Rojas
Lectura de pruebas: Julio Gustavo Jasso Loperena

Primera edición: 3 de agosto de 2018

D.R. © Universidad Nacional Autónoma de México


Coordinación General de Estudios de Posgrado
Ciudad Universitaria, 04510, Coyoacán, Cd. Mx., México.
D.R. © Jorge Adrián Yllescas Illescas

ISBN 978-607-30-0746-7

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización


escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma


de México.

Impreso y hecho en México


Este libro está dedicado a todos aquellos
que a veces olvidan que en la ciudad
también hay extraños.

A mi familia

En memoria de:

María de Jesús
Víctor Olvera
Justin Yllescas
Deyanira Valencia
Agradecimientos

E
l hecho de que este libro sea una realidad se lo debo al apoyo de
mi alma mater, la Universidad Nacional Autónoma de México, mi
segunda casa, gracias a ella he salido adelante académicamente y
he podido desarrollar un proyecto de vida.
A la Subsecretaría del Sistema Penitenciario del Distrito Federal,
por autorizar el proyecto y por darme la oportunidad de entrar al
Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) de Santa Martha.
Agradezco también al personal de este centro que me acompañó du­
rante mi trabajo de campo.
A los internos y a los exinternos que me brindaron su confianza
y por quienes fue posible realizar la presente investigación.
Índice

Prólogo

1. El culto a la Santa Muerte y el interés por la investigación . 25


La calavera hecha virgen ......................................................... 25
El tema de la Santa Muerte en la mesa de discusión
de las ciencias sociales ............................................................. 31
La Santa de los prisioneros ...................................................... 32

2. Ir a la cárcel: entre la burocracia y el contexto carcelario


de la Ciudad de México .......................................................... 35
Persistencia ante la burocracia carcelaria ................................ 35
El contexto de las cárceles en México ..................................... 37
Contexto de las prisiones en la Ciudad de México ................. 39

3. Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil


de Reinserción Social (Cevareso) .......................................... 43
La prisión, una institución total .............................................. 46
Control en el acceso ........................................................... 48
Los de negro y los de beige ................................................. 50
Espacios para los de negro ........................................................ 53
“La aduana” y el edificio de “Gobierno” ............................. 53
Centro de Diagnóstico, Ubicación y Determinación de
Tratamiento (CDUDT) ..................................................... 55
El centro escolar ................................................................. 58
Espacios para los de beige ........................................................ 59
Habitar al ser clasificados ................................................... 59
Pasillos y estancias .............................................................. 65
12 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Centro cultural y lugares de esparcimiento ........................ 67


Tienditas y teléfonos .......................................................... 67
El Cevareso, un centro con características específicas ............ 68

4. Los creyentes cautivos ............................................................ 71


Sobre los internos creyentes .................................................... 72
Creyentes del Centro Varonil de Reinserción Social
(Cevareso) .......................................................................... 72
Expresidiarios creyentes ...................................................... 76
Deriva, carcelazo y adaptación ................................................ 78
La deriva ............................................................................. 78
Conocí a La Madrina desde que estaba
en la calle ....................................................................... 82
El carcelazo ......................................................................... 91
Despojados y protegidos ................................................. 93
La adaptación ................................................................... 102
Habitar la cárcel .......................................................... 103
La hora del “rancho” .................................................... 105
El genere ...................................................................... 108
El lenguaje canero ............................................................ 117

5. Culto canero a la Santa Muerte ........................................... 127


La importancia de lo material ................................................ 127
Registro de objetos religiosos ............................................ 129
Objetos de fe: los altares y las figuras de la Santa Muerte ..... 133
Altares en las celdas ......................................................... 133
Altares en los pasillos ....................................................... 137
Efigies de la Niña Blanca .................................................. 138
El culto y sus formas rutinarias .............................................. 140
Hablar con la Santa Muerte por medio
de la cartomancia .............................................................. 144
Sincronía entre los tiempos de la cárcel y los tiempos
para el culto a La Flaquita ................................................ 149
Oraciones anuales a la Señora de la Guadaña ................. 153
La Santa Muerte y otras prácticas religiosas .......................... 156
La Santa, el diablo y la zarabanda .................................... 157
La Santa y el diablo son como uno mismo ....................... 161
13
Índice

El cuerpo como altar .............................................................. 165


Pactos encarnados ............................................................. 167
Los tatuajes de La Santa son mí protección ..................... 169

Reflexión final ............................................................................... 175

Fuentes consultadas ...................................................................... 181

Anexos
1. Tabla de internos en el Centro Varonil de Reinserción
Social (Cevareso) .................................................................. 187
2. Esquema utilizado para el registro de los
materiales religiosos ............................................................... 191
3. Reglamento sobre Objetos, artículos, electrodomésticos
y alimen­tos prohibidos de ingresar a los centros penitenciarios
del D.F. .................................................................................. 192
4. Oraciones del novenario para rezar a la Santa Muerte
durante el encierro ................................................................. 194
5. Registro fotográfico ................................................................ 195
Prólogo

La cárcel, la celda, el pasillo y la piel: realidades significadas


por la fe en la Santa Muerte

V
er, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro no es un
libro más acerca de la Santa Muerte. Es una obra que aborda la
manera en que la Santa Muerte se simboliza y se encarna en el
lapso de vida que los recluidos viven en un sistema carcelario. Sor­
prende la manera en que Jorge Adrián Yllescas logró atravesar los
muros de una institución total ­—esquivando la vigilancia para poder
re­gistrar marcas e indicios en muros y celdas—, conquistar la con­
fianza de sus interlocutores, observar agudamente las marcas de fe
como símbolos que no sólo habitan la cárcel sino que son practicados
y, finalmente, analizar e interpretar la simbología religiosa que en tor­
no a la figura de la Santa Muerte habita, significa, narra y encarna la
vida dia­ria de los prisioneros. Sus logros no encuentran recetas en un
manual de etnografía, ni siquiera en los libros más clásicos de antro­
pología, sino en una combinación de sensibilidad, capacidad comuni­
cativa y competencias de lectura multicódigos que es extraordinaria.
Como el mismo autor describe invocando a Malinowski:

...ahí podía observar los “imponderables de la vida social”. Mediante la in­te­


rac­ción con los internos dentro de sus espacios cotidianos entendí parte de su
lenguaje: percibí gritos, silbidos; observé la manera en que practican sus creen­
cias, sus rutinas de vida; las formas en la que se organizan para comer; la manera
en que llevan a cabo sus conversaciones; las miradas entre ellos y de ellos hacia
los extraños o hacia el personal del Cevareso. De igual modo, me percaté de los
distintos olores; de la forma en la que muchos de ellos caminan de un lado a
16 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

otro sin tener un sentido claro; de la manera de organizarse para la limpieza


per­sonal y la de sus espacios; así como de la venta de productos, entre muchas
otras cosas.1

Este libro trata sobre la fe en la Santa Muerte. Alguien podría pensar


que ya casi es una moda escribir sobre el culto hacia esta imagen enig­
­mática, pues en años recientes no sólo se ha convertido en ob­je­to de
altares y rituales, sino que también se ha coronado como una preocu­
pación de un nutrido número de investigadores de las ciencias socia­
les. Esa imagen esquelética, que los obispos católicos han intentado
prohibir y la prensa descalificar como un narco-culto o un culto sa­
tánico, es protagonista de una devoción que va ga­nan­do adep­tos en
distintos sectores marginales de la sociedad. Su crecimiento y su ca­
rácter disruptivo hacia lo institucional y lo legal despierta muchas in­
quietudes e interrogantes. Hay algo intrigante en ella que alimenta y
motiva a periodistas, escritores, cineastas, e incluso a los investigado­
res de ciencias sociales, para ir a su encuentro y resolver el enigma de
su éxito.
Entre los académicos, Elsa Malvido2 y Katia Perdigón3 realizaron
los estudios pioneros de esta efigie buscando respuesta al origen his­
tórico de este culto. Después, una joven antropóloga realizó su tesis
de maestría centrándose en los rituales y sistemas de organización
re­ligiosa que tenían lugar en el barrio de Tepito en la Ciudad de
México.4 Posteriormente, un antropólogo de origen estadouniden­­
se, pero latinoamericanista de corazón, Andrew Chesnut,5 se lanzó a
difundir qué tiene de especial ese cúmulo de huesos que atrae tanto
a sus fieles.
Como muestra del interés que tomó la religiosidad en torno a la
Santa Muerte se conformó un grupo de trabajo que participa en la Red
de Investigadores del Fenómeno Religioso en México (Rifrem) y que
se reúne anualmente para compartir y discutir hallazgos en torno a
este tema. De estas reuniones se derivó el libro colectivo La Santa
Muerte. Espacios, cultos y devociones.6 En él se encuentran diferentes
colaboraciones que muestran la complejidad del caso. Si bien al inicio
tenía un tinte local “defeño”, e incluso un sabor “tepiteño” —como
lo describe Alfonso Hernández, cronista de Tepito— Alberto Her­
nández muestra que en el presente es un culto que ha migrado hacia
17
Prólogo

la frontera con Estados Unidos, y Antonio Higuera contribuye a


pen­sarlo como un culto transnacional que ya ha llegado a ese país.
Guadalupe Vargas buscó entender cómo pasó de ser un culto po­pular
a constituirse en un culto posmoderno. En el camino de la investiga­
ción, sus estudiosos se han topado con los rostros multifacéticos de la
enigmática figura. Kali Argyriadis descubrió en Veracruz su víncu­
lo con la santería: una mimetización de la flaquita y deshuesada ima­
gen con la voluptuosa y sensual Yemayá. Piotr Grzegorz Michalik, al
analizar las mercancías que circulaban sobre esta imagen, se topó con
que también se transforma de huesuda figura en un ángel encarnado.
Antonio Higuera decidió viajar más lejos y, en el barrio de Queens,
Nueva York, encontró que la Santa Muerte es reconocida co­mo la rei­
na de las reinas travestis y transexuales. Caroline Perrée, es­pecialista en
estudios estéticos y artísticos, pudo confirmar su vocación transfor­mer
a partir de su infinita clonación estética que la modifica de huesuda a
embarazada, de catrina a virgen, de calaca a ángel.
Por tanto, definirla en términos estéticos y culturales como un
hibrido cultural puede ser atinado, pero no es suficiente. Creo que
será mejor pensar a la Santa Muerte como una auténtica representa­
ción “entre medio”:

Obra fronteriza de la cultura [que] exige un encuentro con “lo nuevo” que no es
parte del continuum de pasado y presente. Crea un sentimiento de lo nuevo
co­mo un acto insurgente de traducción cultural. Este arte no se limita a re­cor­
dar el pasado como causa social precedente estético; renueva el pasado, refi­gu­
rán­dolo como un espacio “entre medio” contingente, que innova e interrumpe
la perfomance del presente. El “pasado-presente” se vuelve parte de la nece­si­
dad, no la nostalgia para vivir.7

Su enigma recae en que es una figura compleja e intersticial, ambiva­


lente que no ambigua, que detona constantemente las clasificaciones.
Produce diferencia en la identidad. Articula tiempos del pasado con
el presente. Puentea el adentro con el afuera. Genera la inclusión de
los excluidos.
Su iconografía puede asimilarse como heredera de la cultura de
la muerte practicada por los antiguos aztecas, o con el culto católico
medieval a los muertos —de ello hay muestras abundantes en templos
en Europa—. La podemos ver, por tanto, vestida de penacho como em­
18 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

blema de danzantes aztecas, o como parte del panteón de los orishas


de los santeros mexicanos, interpretando a la virgen madre de Jesucris­
to en su estelar de La Piedad, capaz de incorporar diferentes influen­
cias estéticas y devocionales, pero también con capacidad continua
de transfiguración.
Por ello, el autor de este texto define de manera magistral a este
culto como “homogéneamente diverso”,8 pues si bien puede variar
de tamaños y colores, también puede estar presente en diferentes
lugares, puede ser practicada mediante múltiples rituales, y puede ser
nombrada de variadas maneras: Niña Blanca, Flaquita, Madre Nues­
tra, Madrina, Huesuda, hasta ser bautizada con los nombres de gente
querida. A la vez, su culto tiene elementos propios que homogeneizan
y codifican su trato: en México siempre tiene un carácter femenino;
se deja personalizar de acuerdo a sus devotos, está mediada por la ico­
nografía y la materialidad de los objetos, el ritual implica un intercam­
bio basado en favores y promesas. Por lo demás, cómo me explicaron
en Hanoi, Vietnam, sobre el funcionamiento del tránsito: la única
norma es que no hay norma.
La Santa Muerte es como una esponja, capaz de absorber todo
cuanto sus fieles deseen. Las fronteras no están en ella, aunque puede
haber tradiciones religiosas que la prohíban —como los evangélicos
y pentecostales—. No obstante, la norma, o al menos la constante,
es que hay que cumplirle y ante eso no hay concesiones ni posterga­
ciones, porque es justiciera, y así como cumple espera que le cumplan
las promesas.
Desde su inicio Jorge Adrián Yllescas nos hace notar dos cues­tio­
nes. La primera es que el sentido de la devoción a la Santa Muerte no
está ni en los archivos, ni en la arqueología, ni en la historia, ni en
los templos, ni con sus “guardianes”, sino en las vivencias diarias de
sus practicantes. La segunda es que la Santa Muerte, al igual que otros
cultos, como la santería —estudiada en México por Juárez Huet—9
o la danza azteca o prehispánica —estudiada por Gonzá­lez Torres,
De la Peña, De la Torre y Gutiérrez Zúñiga—, ha pasado por un pro­
ceso de clandestinidad originaria, popularización media­da por las in­
dustrias culturales y las mercancías, y consolidación de su culto. Estas
etapas no son exclusivas de este caso, sino de la mayoría de los cul­
tos populares que no son promovidos ni aceptados por las instituciones
19
Prólogo

que resguardan los secretos de salvación dentro de los tem­plos, como


sugiere Pierre Bourdieu. Ello hace de esta fe un culto de resistencia.
Se resiste al encierro, a la violencia, al maltrato, al abandono, al cas­
tigo, a la muerte, a la vida tediosa, al tiempo sin tiempo, al espacio sin
territorio. Pero además es un culto de creatividad simbólica para so­
brevivir al fatalismo. Después de leer los testimonios que le fueron
confiados al autor, me atrevo a decir que la Santa Muerte es una me­
dicina, no sólo para resistir sino también para conquistar simbólica­
mente la identidad, la diferencia, la memoria y la esperanza en es­
pacios que, como las cárceles, tienden a reducir a las personas a entes
despersonificados.
El culto o la devoción a la Santa Muerte es un culto transversal.
No es un culto de exclusividad dogmática. Su creencia no implica
dejar de ser católico, aunque se es un católico a su manera. La San­
ta Muerte no busca suplir a otras deidades. Es un elemento más de una
cosmogonía en continua producción que permite creer tanto en dios,
en San Judas Tadeo, en la Virgen de Guadalupe, como en el mismísi­
mo diablo. No obstante, se puede ser también ateo, es decir desafiliado,
y practicar la devoción a la Santa Muerte. Más que una religión es
una fe que se hace cuerpo en imágenes hechas de jabón o papel ma­
ché, pero que a su vez se hace cuerpo al “rayarse” en la epidermis de sus
devotos. La fe no está en los libros sagrados, ni tampoco en los tem­
plos, ni es propiedad de agentes especializados. La fe es la que se prac­
tica en altares, la que se lleva tatuada en la piel, la que se hace con
papel, con restos de comida —como son los huesos— o con jabón Zote
remojado. La fe es accesible a cualquiera que desee creer y toma for­
ma con cualquier material que esté disponible. Está abierta a la crea­
tividad y al deseo. Es la que se vive en el día a día, en la proximidad y
en lo rutinario. Por eso para la fe no hay límites.
Para muchos de los reos, la Santa Muerte representa una pro­
tección. A veces mágica o imaginada, pero no por ello menos real.
Frecuentemente también se manifiesta en actos. A través de ella se
construye una diferencia de aquellos que se identifican con ella por­
que no son bien aceptados por el resto de la sociedad. En esa diferen­
cia se construyen códigos de no agresión: “desde que empiezo a creer
en ella, pues me aleja la banda castrosa, me quita los castrosos de lado,
y como que toda mi persona, ella hace que cambie”.10
20 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Uno de los pasajes narrados en el libro de Yllescas describe cómo


uno de los entrevistados robó una cadena de oro sin darse cuenta de
que de ella colgaba La Madrina. Él tenía conciencia de haber trans­
gredido el código, pues para él no se roba a quien la porta y ello ame­
rita un castigo. Este pasaje me recordó una plática con un taxista
que traía un collar de santería y una Santa Muerte en su auto. Yo iba
rumbo al aeropuerto de la Ciudad de México, pasando por el mer­
cado de La Merced. Le pregunté si era santero y me contestó que no,
pero que la traía porque un cliente se la había regalado y la había col­
gado en el retrovisor. Cotidianamente recorre esa zona y ya conocía
a los asaltantes de carro. Un día, se acercó un joven que andaba dro­
ga­do para asaltarlo y cuando vio el collar exclamó: “Tú eres de los mis­
mos y estás protegido”. Entonces se retiró sin intentar robar­lo. Desde
ese día, él se sabe protegido y no quita las imágenes de su carro. Al
igual que esta anécdota, varios de los internos cuentan que la imagen
hace que los respeten. Construye un reconocimiento que a la vez
pro­tege de la agresión de sus compañeros.
Esto quizá sería el sentido funcional más evidente y superficial,
pero el trabajo etnográfico denso del autor devela que bajo la imagen
hay una concentración de sentidos culturales que están mediados por
la fe. La Santa Muerte bien puede ser un amuleto cuando da suerte o
brinda protección. Yllescas no se conforma con revelar el conteni­
do del sím­bolo en su función social, sino que avanza para develar la
estructura de su simbolización. Para ello, analiza el espacio que es­
tructura la vida internalizada en el penal. La primera disposición
divi­de dos estructuras de poder: los territorios de los vigilantes y los
espacios confinados a los internos. En estos últimos hay categorías que
instalan a los reos de acuerdo con los grados de disciplinamiento o de
ajuste a las normas de la prisión.
Resulta muy revelador para el estudio de la religiosidad en esta
ins­titución reformadora que el territorio agrupa, tipifica y distribuye
a los reos de acuerdo con sus grados de disciplina. Es así que las sec­
ciones de quienes llevan un buen comportamiento coinciden con una
presencia de iglesias institucionalizadas —como es un templo cató­
lico y otro evangélico—; en aquellas con mayor gado de insubordi­
nación, la religiosidad se práctica en torno a santos populares, entre
21
Prólogo

los cuales la Santa Muerte es la principal; pero, en los lugares de


castigo, el que habita los muros es el diablo.
La organización social de la cárcel está pautada por estrictas re­
glas y los roles institucionales dispuestos a vigilar y castigar, pero
tam­­bién funciona mediante un tupido tejido de complicidades, re­sis­
tencias, solidaridades y trasgresiones que ocurren tanto en los pa­
sillos como en las celdas. La resistencia se ve inscrita en diferentes
elementos: en los muros, en los lenguajes restringidos con que se co­
muni­can los internos, en la reconversión de los espacios, en el reúso
de mobiliario, en la manera de obtener dinero para sobrevivir, en las
extorsiones, en el reciclaje de materiales para darles otro fin muy di­
ferente a aquél para el cual fueron hechos. Todas estas son narrativas
y prácticas de resistencia y creatividad, y es en ellas donde se puede
comprender el sistema simbólico de esta fe.
Los reclusos no hablan de religión, mucho menos de espiritua­li­
dad. Hablan de su fe. La fe es la que hace que se experimente de for­mas
más profundas actuando en sueños, comunicándose en las car­tas, in­
terviniendo milagrosamente, encontrando en una figura a una ami­
ga, a una madre, manifestándose de múltiples maneras para brindar
protección o para castigar a quienes hostigan a sus ahijados. Co­mo
ex­presó uno de sus fieles: “Para mí es como mi ángel de la guarda, mi
protectora, es la que me cuida de todo mal, de cosas que me vayan
a pasar, ella me protege hasta de mis enemigos”.11
La fe es el ingrediente más importante del acto religioso. Pero para
comprenderlo no basta con reducir la fe a una manera de creer sin
tener que comprobar aquello en lo que se cree. Hay que entender
que para tener fe hay que sentir de una manera ambivalente, hay que
amar y temer a la vez. Es como lo definió Rudolph Otto, una mezcla
del sentimiento de lo santo —que combina gratitud, confianza, amor,
se­guridad, rendida sumisión y resignación— pero mezclado del mys­
terium tremendo:

El tremendo misterio puede ser sentido de varias maneras. Puede penetrar


con suave flujo el ánimo, en la forma del sentimiento sosegado de la devoción
absorta. Puede pasar como una corriente fluida que dura algún tiempo y des­
pués se ahila y tiembla, y al fin se apaga, y deja desembocar de nuevo el espíritu
en lo profano. Puede estallar de súbito en el espíritu, entre embates y con­vul­
22 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

sio­nes. Puede llevar a la embriaguez, al arrobo, al éxtasis. Se presenta en formas


feroces y demoníacas. Puede hundir al alma en horrores y espantos casi bru­jes­
cos. Tiene manifestaciones y grados elementales, toscos y bárbaros, y evoluciona
hacia estadios más refinados, más puros y transfigurados. En fin, puede con­ver­
tirse en el suspenso y humilde temblor, en la mudez de la criatura ante... —sí,
¿ante quién?—, ante aquello que en el indecible misterio se cierne sobre todas
las criaturas.12

Los testimonios lo corroboran. A la Santa Muerte se le agradece con


ofrendas —agua, frutas, veladora, flores, tequila o mariguana— para
mantenerla contenta. Se le tiene confianza ciega de que los protege en
todo momento. Se le ama, por eso la limpian, se comunican con ella,
le rezan, la evocan, la sueñan y le llaman con respeto La Flaquita. Te­
­nerla cerca brinda seguridad, e incluso cuando saben que no le cum­
plieron asumen que merecen el castigo como una señal de resignación
y sumisión. No obstante, también se le respeta y hasta se le teme, sa­
ben que puede transfigurarse en luz brillante y protectora, actuar como
la misma madre, pero a la vez es capaz de castigar como el mejor de los
verdugos. Con ella no se juega porque “como la trates, ella te va a
tratar”.13
El culto a la Santa Muerte más que ser ambiguo es ambivalente.
Es altamente transgresivo. Pero a su vez funciona como un interme­
diario entre opuestos: entre el bien y el mal, dios y el diablo, el adentro
y el afuera, la soledad y el amor, la protección y el miedo. Su fuerza de
identificación es que traspasa fronteras de identidad y que al traspa­
sarlas crea puentes entre las realidades que parecen desconectadas.
Para terminar con la reflexión que me ha provocado la lectura
de esta obra, diré que sin haber estado nunca dentro de la cárcel pude
conocer las hermosas figuras de la Santa Muerte que hacen los reos.
Laura Lee Rousch, una de las antropólogas más cercanas y constantes
al culto de la Santa Muerte en el barrio de Tepito, ha registrado fo­
tografías de las ofrendas que los fieles dejan en su altar custodiado por
doña Queta. Las más impresionantes han sido aquellas confeccio­
nadas en las cárceles. A diferencia del resto de imágenes que deposi­
tan en su altar, éstas no son los clones que se producen por millares y
se adquieren como mercancías en los mercados. Son piezas que ex­
presan dedicación, minuciosidad y paciencia en su trabajo escultóri­
co. Están hechas con materiales reciclables: jabón Zote o pan, madera
23
Prólogo

fresca de tallo de árbol o huesos de espinazo o de la pata del pollo. Sin


duda cada una de estas piezas puede ser admirada como una auténti­
ca obra de arte por ser auténtica y expresar tanto sentimiento. Pero no
fueron hechas y llevadas a su altar para ser apreciadas esté­ticamente,
sino para establecer contacto con el mundo exterior del cual fueron
privados. La mayoría de las ocasiones fueron los familiares y amigos
quienes les ayudaron a cumplir su manda. A través de estos objetos vo­
tivos, los reclusos se asoman al exterior de sus celdas abarrotadas y
mediante los objetos conectan con sus barrios, con su ciudad, con sus
seres queridos, con su libertad. Pero sobre todo reconectan con su fe en
la imagen que los resguarda y ama allá y acá, adentro y afuera, en las
buenas y en las malas. De manera inversa, pero similar, quienes tene­
mos la suerte de leer este libro, podremos ingresar al penal sin estar
dentro, y gracias a la prodigiosa etnografía de Jorge Adrián Ylles­cas
recorreremos los corredores simbólicos y las celdas emocionales don­
de la Santa Muerte nutre de sentido y protección a sus ahijados.

Renée de la Torre14

Notas
1
Véase el capítulo 5 de este libro.
2
Elsa Malvido (2005), “Crónicas de la Buena Muerte a la Santa Muerte en Méxi­
co”, Arqueología Mexicana, núm. 76, México, Instituto Nacional de Antropología
e Historia, pp. 20-27.
3
Katia Perdigón (2002), “La Santísima Muerte”, Antropología, núm. 68, México,
Instituto Nacional de Antropología e Historia, pp. 36-43.
4
Perla Orquidia Fragoso Lugo (2007), La muerte santificada. La fe desde la vulne­
rabilidad: devoción y culto a la Santa Muerte en la Ciudad de México, tesis de
Maestra en Antropología Social, México, Centro de Investigaciones y Estudios
Superiores en Antropología Social.
5
Andrew Chesnut (2013), Santa Muerte. La segadora segura, México, Ariel.
6
Las colaboraciones de los autores a los que hago referencia en este apartado se
pueden consultar en: Alberto Hernández (coord.) (2016), La Santa Muerte.
Espacios, cultos y devociones, México, El Colegio de la Frontera Norte/El Colegio
de San Luis. La mayoría de los trabajos mencionados están publicados en dicha
compilación.
24 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

7
Homi Bhabha (2002), El Lugar de la cultura, Buenos Aires, Manantial, p. 24.
8
Véase el capítulo 1 de este libro.
9
Nahayeilli Beatriz Juárez-Huet (2014), Un pedacito de dios en casa. Circulación
trasnacional, relocalización y praxis de la santería en la Ciudad de México, México,
La Casa Chata.
10
Véase el capítulo de Reflexión final de este libro.
11
Véase el capítulo 5 de este libro.
12
Rudolf Otto (2001), Lo santo, lo racional y lo irracional en la idea de dios, Madrid,
Alianza Editorial, p. 22.
13
Véase el capítulo 4 de este libro.
14
Licenciada y maestra en Ciencias de la Comunicación y doctorada en An­tro­
po­logía Social. Desde 1993 se desempeña como Profesora Investigadora del
CIESAS Occidente, en Guadalajara, México. Es investigadora nivel III del Sis­
tema Nacional de Investigadores (SNI) y miembro de la Academia Mexicana
de las Ciencias. Es cofundadora de la Red de Investigadores del Fenómeno Re­
ligioso en México (Rifrem) que, desde 1998, ha celebrado encuentros nacionales
anuales, en la cual colabora como miembro de su comité académico. Durante
su carrera de investigación se ha dedicado al estudio de la diversidad religiosa en
México; de la influencia del catolicismo en la sociedad civil; de los nuevos mo­
vimientos religiosos; de la emergencia de las espiritualidades al­ternativas co­mo
son el New Age, la neomexicanidad y, más recientemente, ha investigado sobre
las dinámicas de transnacionalización de las danzas rituales aztecas y de la reli­
giosidad popular. Actualmente dirige el proyecto nacional: “Recomposi­ciones de
las identidades religiosas en México”. Sus libros más recientes son: Religiosida­
des nómadas. Creencias y prácticas heterodoxas en Guada­lajara (en colaboración
con Cristina Gutiérrez Zúñiga), y Mismos pasos, nuevos caminos. Transnacionali­
zación de la danza conchero azteca.
Capítulo 1

El culto a la Santa Muerte


y el interés por la investigación

La calavera hecha virgen

E
l tema del culto a la Santa Muerte despertó mi interés académico
desde 2009, en aquel entonces estaba decidiendo cuál sería el
tema de investigación para mi tesis de licenciatura; estaba inde­
ciso entre abordar el tema de la violencia familiar o el de la mar­gi­
nalidad. En esos días anduve por el centro histórico de la Ciudad de
México y dentro del primer cuadro, que rodea al zócalo capitalino,
caminé por la calle de Moneda donde hay una de las tantas aceras
en la ciudad con mucha actividad económica informal; podía escuchar
los gritos de los comerciantes ofreciendo diversos productos: ropa,
accesorios, juguetes, comida. Más adelante, sobre las calles de Correo
Mayor, esquina con Jesús María, recuerdo que había un altar, desde
lejos parecía una virgen, pero al acercarme me percaté de que era una
calavera hecha virgen, fue en ese momento en el que la Santa Muer­
te interpeló mi atención y surgió así mi interés por conocer sobre
aquella figura de calavera feminizada.
Al platicar con mi tutor de tesis, el profesor Alejandro Payá, acer­
ca de la posibilidad de hacer mi investigación sobre este fenómeno
religioso, me sugirió hacer el trabajo de campo en Tepito; en ese mo­
mento, el altar más importante y famoso se encontraba en la calle de
Alfarería y era liderado por Enriqueta Romero, quien en 2001 decidió
poner un altar a la Santa Muerte sobre la acera afuera de su casa; des­
de ese momento el altar concentró a miles de fieles que le llevaban
regalos y le hacían peticiones. Así, cada día primero de mes se organi­
zaba una oración en la que se reunían muchos creyentes, los cuales
26 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

colocaban altares transitorios en la calle en los que se exhibían efigies


de todos tamaños, vestidas de acuerdo con las posibilidades creativas de
cada creyente.
El 31 de octubre era el aniversario de este primer altar público a
la Santa Muerte; al festejo llegaban creyentes, medios de comunica­
ción, así como investigadores nacionales y extranjeros. La dueña del
altar ofrecía comida y pasteles adornados con la imagen de la Santa
Muerte; los mariachis cantaban Las Mañanitas a la también conoci­
da como Niña Blanca. Se rezaban oraciones especiales para ese día.
Este fue uno de los primeros lugares en los que realicé trabajo de
campo; mes con mes iba al rezo del rosario, a conocer a los creyen­
tes, e hice algunos registros de los altares, de las dinámicas de los ri­
tuales, de los intercambios de objetos que circulaban, de las oraciones,
y de los creyentes. En ese entonces, la producción académica sobre
este fenómeno religioso era escasa.
En 2007 se construyó una efigie de la Santa Muerte de 22 metros
de altura, en un lugar conocido como el santuario de la Santa Muerte
Internacional, ubicado en el municipio de Tultitlan, Estado de Mé­
xico; lo fundó el fallecido comandante Pantera quien fue acribillado
cerca del lugar en 2008. Desde entonces, su madre, Enriqueta Vargas,
quedó al frente del santuario y organiza oraciones semanales los domin­
gos, y cada día primero del mes; también visita la cárcel de su es­tado
natal, Hidalgo, y realiza oraciones dentro de las instalaciones carce­
larias. Cada 28 de diciembre se celebra el aniversario del santua­rio.
La lideresa de la Santa Muerte Internacional ha generado una red de
altares nombrada “La gran alianza”, compuesta actualmente por 28 al­
tares ubicados tanto en el territorio nacional —León, Guanajuato,
San Luis Potosí, Chiapas, Mérida, Veracruz, Morelos, Aguascalien­
tes, entre otros—, como en el extranjero —Nueva York, Colombia e
Inglaterra—. Desde estos dos espacios de devoción a la Santa Muer­
te es que pude desarrollar mis primeras pesquisas,1 así como generar
vínculos con las respectivas lideresas y algunos creyentes.
Durante mi primer acercamiento me surgieron varias interrogan­
tes, una de ellas acerca del origen del culto. Para algunos creyentes,
el culto tiene sus orígenes en la época prehispánica, lo consideran
como una especie de cambio evolutivo lineal que ha pasado por las
ritualidades relacionadas con las deidades prehispánicas de la muerte,
El culto a la Santa Muerte y el interés por la investigación 27

hasta el culto actual a la Santa Muerte; estos son sus argumentos al


momento de ser confrontados por su creencia hacia este numen.
Ante esta respuesta, la conclusión a la que llegué es que no pue­
de existir una conexión lineal y evolutiva sobre el posible origen del
culto, ya que esto se enfoca más sobre el símbolo de la muerte que so­
bre la práctica misma de la devoción a la Santa Muerte. Además, hay
que tener en cuenta que la cosmovisión prehispánica y, por lo tanto, la
idea de la muerte dentro de esa red de significaciones, eran distintas
al concepto de muerte poshispánica. Es decir, el concepto de la muer­te
prehispánica es diferente al de la muerte poshispánica. Una de las ca­­
racterísticas más claras se puede observar en la forma de representar a
la muerte: mientras que en el mundo prehispánico se presentan imá­ge­
nes semiencarnadas, el símbolo de la muerte poshispánica es más
parecida al símbolo actual, es decir, una calavera que viste un sayal, con
una báscula y la oz sobre la manos y a la cual, incluso, se le han dado
otras características como la asignación de un género —femeni­no—
y una categoría de sacralidad, para el caso de la Santa Muerte.
Para comprender más sobre el origen del culto, en esta investiga­
ción se explican algunas etapas por las que ha pasado este nuevo fenó­
meno religioso, desde su práctica, más que de las transformaciones y
resignificaciones del símbolo, y cómo se ha modificado y adoptado en
distintos periodos históricos en el caso de México. Se plantea que no
hay una fecha exacta del origen del culto a la Santa Muerte, más bien
se pueden señalar tres etapas en su desarrollo: la oculta o clandestina,
la de auge o pública,2 y la de consolidación.
La primera etapa, la oculta o clandestina, se caracteriza por la
escasa manifestación pública del culto. Las imágenes de La Santa tie­
nen alguna presencia en el mercado de artículos religiosos pero no de
manera masiva, pues se les asocia con el oscurantismo y la brujería.
No hay un registro claro en el que se pueda ubicar a los devotos, ya
que su práctica se daba principalmente en espacios privados, como se
puede ver, por ejemplo, en la alusión que hay sobre el culto en los años
sesenta, en la etnografía de Los hijos de Sánchez, en la que se menciona
lo siguiente:

Cuando mi hermana Antonia me contó en un principio lo de Crispín, me dijo


que cuando los maridos andan de enamorados, se le reza a la Santa Muerte. Es
28 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

una novena que se reza a las 12 de la noche, con una vela de sebo y el retrato
de él. Y me dijo que antes de la novena noche, viene la persona que uno ha
llamado.3

Esto confirma la existencia de un culto clandestino para ese entonces,


lo cual mediante conversaciones con los devotos de mayor edad pude
confirmar y profundizar; a muchos de ellos les fue transmitido el culto
por sus padres, abuelos o tíos mucho antes de 2001, año en el que se
hizo público.
En el artículo La Santa Muerte in México City: The Cult and Its
Ambiguities, se menciona que al menos en la Ciudad de México “the
veneration of la Santa Muerte can be traced back to Mexico City in
the 1940s and 1950s, according to the older devotees”,4 lo que confir­
ma dos cosas: primero, que para conocer mejor sobre el origen de es­ta
devoción se debe ir con los creyentes más viejos; y la segunda cues­
tión, que hay, en efecto, registros del culto desde mediados del siglo
pasado. Incluso se sabe que en las cárceles el culto existe desde los años
noventa.
No obstante, la segunda etapa de auge o pública empieza en 2001,
a diferencia de la primera se comienzan a ver altares en distintas par­
tes de la Ciudad de México u otros estados del país. Se incrementa el
mercado del culto con la venta masiva de imágenes, veladoras, aromas
de la Santa Muerte, collares, escapularios, en fin, una serie de produc­
tos que se comercializan en distintas partes como en los altares pú­
blicos o en mercados como el de Sonora, ubicado muy cerca del centro
de la Ciudad de México. Durante esta etapa se intentó instituciona­
lizar a la Santa Muerte, e incluso monopolizarla, como fue el caso del
padre Romo —reconocido como líder del culto por los medios de
co­municación—; así como atacarla durante el gobierno calderonista
—en el marco de la guerra contra el narcotráfico—, pues se le asoció
como símbolo religioso de los narcos.5
Ya para 2008, según los registros de Regnar Kristensen, había
al menos “152 street altars, 132 of them in the Federal District and
20 in the State of Mexico”.6 Según estimaciones de este an­tropólogo,
para esta fecha se registraron cerca de 30 000 devotos en la Ciudad
de México y Zona Metropolitana; el conteo lo hizo durante su par­
ticipación en al menos 50 rosarios callejeros en los que la asistencia
variaba de 10 a 4 000 asistentes. En esta segunda etapa, al me­nos en
El culto a la Santa Muerte y el interés por la investigación 29

la Ciudad de México, la devoción a la Santa Muerte tuvo una expan­


sión y un auge importante.
Actualmente, este culto se encuentra en la tercera etapa, de con­
solidación, con una expansión aritmética y geográfica no sólo en
la Ciudad de México sino en otras partes del país, e incluso en Esta­
dos Unidos de América. También se puede observar mayor tolerancia
ha­cia sus devotos y manifestaciones públicas. Algunos líderes han co­
menzado a establecer redes y a crear organizaciones de altares. Otra
característica es que la devoción se encuentra inmersa en las redes so­­
ciales como Facebook y sus transmisiones en vivo, como los que prota­
goniza la lideresa del santuario de la Santa Muerte Internacional.
Los estudios sobre el culto han dejado de tener como referente
el altar de Tepito, hoy se investiga este fenómeno en otras latitudes
como en El Caribe mexicano7 o en la frontera norte, donde “la de­
voción a la Santa Muerte ha crecido mucho […], pero es algo que ha
quedado en un ambiente privado […] Altares y figuras de la Santa
Muerte pueden estar en una de las muchas narcotienditas que exis­
ten en la ciudad, o bien dentro de una vivienda sencilla y modesta”.8
Ahora puedo confirmar que la devoción a la Santa Muerte no se prac­
­tica de una sola manera, sino que hay diversas formas de llevarla a
cabo, es un culto homogéneamente diverso.9
A lo largo del proceso de investigación me surgieron nuevas pre­
guntas, entre ellas las referentes a los devotos: ¿quiénes eran?, ¿qué los
caracterizaba?, ¿qué tenían en común? Fue entonces que decidí ini­
ciar un nuevo análisis enfocándome en los creyentes.
Una de las percepciones más comunes sobre los devotos de la
Santa Muerte es que la mayoría de ellos son delincuentes, sin em­
bargo, tal afirmación sólo es válida para un sector. Durante el trabajo
de campo me di cuenta que había una gama más amplia de devotos,
algunos se dedicaban al comercio formal e informal, otros eran poli­
cías, algunos fieles estaban desempleados; conocí hombres y mujeres
dedicados a la prostitución, amas de casa, oficinistas. Sus edades varia­
ban, había muchos niños, jóvenes y personas de la tercera edad. Por
lo que no puede clasificar a los devotos de la Santa Muerte a partir de
una sola característica.
Dentro de esta gama de creyentes, conocí a algunos que estuvie­
ron en la cárcel, a mujeres cuyos hijos o hermanos estaban cumplien­
30 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

do una sentencia; en un principio este dato no tuvo relevancia para


mi investigación, pero posteriormente llegué a la conclusión de que
para conocer más acerca de las diversas formas que tiene el culto, era
necesario aproximarme e investigar detalladamente el mundo de los
devotos, por lo que decidí escoger a los devotos con experiencias car­
celarias.
Las investigaciones sobre la Santa Muerte han tratado de enten­
der este fenómeno de manera general o bien de explicar sus diná­
micas particulares, una gran parte de estas pesquisas se han realizado
en el pri­mer altar público dedicado a la Santa Muerte en Te­pito.
Pero ninguna investigación sobre dicho tema se había enfocado en
entender de manera específica la práctica del culto dentro de una pri­
sión, de modo que el presente texto pretende abrir una nueva veta.
Así, mi interés principal es mostrar parte de las diversas formas
que adquiere el culto a la Santa Muerte mediante un solo tipo de de­vo­
­tos: aquellos que están o estuvieron en un contexto de prisión. Lle­
var a cabo esta labor no fue una tarea sencilla; tuve que enfrentar al
aparato del sistema penitenciario de la Ciudad de México. Al prin­
cipio las autoridades no fueron muy claras en cuanto a los trámites
que tenía que realizar para llevar a cabo mi proyecto de investigación
dentro de los Centros de Reinserción Social. Cuando fui canalizado
con la persona encargada de gestionar los permisos, me comentó que
evaluarían mi proyecto para revisar su viabilidad. Con el fin de que tu­
viera más probabilidad de ejecutarlo, me sugirieron que lo hiciera en el
Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso), cuya población está
conformada por varones primodelincuentes procedentes de otros cen­
tros carcelarios: Norte, Sur, Oriente.
Mientras la burocracia carcelaria aprobaba mi proyecto, tuve que
pensar en una alternativa para realizar el trabajo de campo en caso de
que no se me permitiera el acceso a las cárceles de la ciudad. Entonces
decidí que debía entrevistar a devotos que hubieran estado presos en
algún momento de su vida. En los espacios de devoción públicos, co­
mo en el altar de Alfarería, tuve la posibilidad de conocer a algunos
de ellos; la forma de acercarme fue mediante la historia de sus tatuajes,
ya que al explicarme el significado y el momento en que se los hi­cie­
ron, me hablaban de sus experiencias de vida dentro de la cárcel.
El culto a la Santa Muerte y el interés por la investigación 31

El tema de la Santa Muerte en la mesa de discusión


de las ciencias sociales

Desde que la Santa Muerte salió a las calles, las explicaciones y espe­
culaciones sobre el fenómeno religioso comenzaron a emerger. Los
distintos medios de comunicación, así como las diferentes posturas que
tomaron algunos sectores de la sociedad como la Iglesia católica, o el
propio gobierno mexicano durante el sexenio del presidente Felipe
Cal­derón, consideraron a este culto como una aberración y un peligro
para la sociedad, ya que solía ser asociado con el narcotráfico.
No obstante, estas percepciones no han quedado en el pasado, a
inicios de 2015 se publicó un artículo en el Sistema Informativo de la
Arquidiócesis de México (SIAME) en el cual se menciona que “quien
le da culto a la Santa Muerte, le da culto a las obras del diablo; es de­
cir, que no se debe relacionar la fe católica con ese culto”,10 ya que,
des­de su punto de vista, no tienen nada en común.
Pero en la práctica del culto a la Santa Muerte podemos encon­
trar altares en los que se observa una clara influencia del catolicismo
popular, ya sea por el tipo de oraciones que los devotos usan para los
rosarios a la Niña Blanca, o por el hecho de ofrecerle mandas, como
suele hacerse con santos católicos —por ejemplo, los días 12 de di­
ciembre en la Basílica de Guadalupe algunas personas pagan su man­
da al llegar de rodillas al altar principal; o los días 28 de cada mes, en
la iglesia de San Hipólito, llevan regalos a San Judas Tadeo—.
Así, desde que tuvo un lugar de devoción público, este culto a la
Santa Muerte se ha establecido como uno de los cultos populares emer­
gentes de mayor relevancia durante la primera década del siglo XXI
en México. Diversos investigadores se han preguntado cómo es que
la Santa Muerte tiene actualmente tantos seguidores, a qué tipo de
sectores lle­ga este culto, qué tipo de certezas les da, y en qué circuns­
tancias so­ciales se presenta.
Los argumentos que dan respuesta a tales interrogantes coinci­
den en algunos temas que han impactado a la sociedad mexicana en
general; algunos investigadores coinciden en que el auge de esta devo­
ción a la Señora de la Guadaña se debe en parte a que la Santa Muer­
te funciona como una suerte de certidumbre simbólica que cubre las
necesidades que el Estado no brinda.11 Otros autores relacionan el
32 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

culto con la situación de violencia y vulnerabilidad social en la que


viven muchos de sus devotos. Para otros, la Santa Muerte es adorada
con el fin de cubrir sus necesidades tanto de tipo económico como las
que se van originando por la falta de seguridad social, y no precisamen­
te para la protección de actos considerados anómicos, co­mo el robo
o la venta de drogas.12
Desde las ciencias sociales, el último aporte que se ha propuesto
para esta discusión es el abordaje del culto a la Santa Muerte en distin­
tos contextos, lo cual permite observar la pluralidad y heteroge­nei­
dad que singulariza a esta práctica religiosa en su etapa actual de
consolidación.13

La Santa de los prisioneros

Algo que no puede pasar desapercibido en el estudio del culto a la


Santa Muerte son sus creyentes, así como el sector social al que perte­
necen. Existe una estrecha relación entre la Santa Muerte y la pobla­
ción que está dentro de la prisión,14 así como entre la Santa Muerte y
los familiares que han estado dentro de alguna cárcel.15
El antropólogo Kristensen, entre 1992 y 2005, registró un incre­
mento considerable de la población carcelaria en la Ciudad de Mé­
xico, al igual que un aumento en los altares callejeros dedicados a la
Santa Muerte, sobre todo en lugares como Nezahualcóyotl, Ecate­
pec, Atizapán de Zaragoza y Chimalhuacán: “These altars were also
in areas with high levels of violence and large prison populations”.16
Sumado a este contexto, el sistema penitenciario muestra una serie
de ambigüedades como la corrupción dentro del aparato de justicia;
muchos de los presos han sido encarcelados antes de ser investigados
o durante las averiguaciones del caso, es decir, durante el “proceso”
vi­ven al menos seis meses dentro de la cárcel. Algunos de los acusa­
dos son encarcelados sin ser culpables, o bien cumplen largas conde­
nas por delitos menores. Frente a este tipo de situaciones aparece la
Santa Muerte que premia y castiga; esta figura sagrada es tan ambigua
como muchas veces lo es el aparato de justicia. Varios de los internos,
según Regnar, se acercan a la Santa Muerte para pedirle que agilice sus
trámites de sentencia y así acabar con su incertidumbre.
El culto a la Santa Muerte y el interés por la investigación 33

La relación entre el aumento de la población carcelaria originada


por las nuevas políticas criminales, que suelen castigar a la pobreza, y
el tipo de certidumbre que da la Santa Muerte, permite entender có­
mo se suman a esta creencia tanto internos como externos de las ins­
­ti­tu­ciones carcelarias.
Hasta ahora, sólo algunas investigaciones han tratado de manera
indirecta el tema de la presencia de la Santa Muerte dentro de la pri­
sión. El sociólogo Víctor Alejandro Payá encuentra que, dentro de
las cárceles, se da una adoración a la muerte y al diablo.

La muerte en el penal tiene su imagen y se le denomina con un adjetivo en


su­perlativo “santísima” lo que deja ver la importancia que ha ganado. La tras­
cendencia de la Santísima Muerte estriba en que comparte créditos con santos
y vírgenes incluyendo a la Guadalupana. La veneración a esta peculiar deidad
es muy extensa y no es exclusiva de un establecimiento carcelario. La Santísima
Muerte aparece en el ámbito nacional en todas las prisiones. Esta creencia en
la muerte es compartida por la gran mayoría de hombres y mujeres prisioneros
quienes levantan altares en sus dormitorios, la llevan tatuada y hacen figuras o
dibujos de ella.17

Por otra parte, en una investigación que se llevó a cabo en una cárcel
de mujeres se explica cómo en la vida diaria del encierro algunas
prisioneras tienen creencias mágicas, entre éstas la Santa Muerte:

Las presas creen en ella como un refugio, sobre todo porque aseguran es la úni­ca
que “cumple caprichos”, y es que estar en un lugar lleno de incertidumbre don­
de la liminaridad absorbe, vivir es como estar muerto; creer en la Santa Muerte
es aferrarse a quien sí las comprende.18

En los espacios de devoción a la Santa Muerte en Tultitlán y Tepito


conocí devotos que tenían algún familiar en prisión; y otros que aca­
baban de purgar su sentencia y estaban haciendo su manda para dar­
le gracias a su “Madrina por haberles hecho el paro de salir de la
cana”; incluso, una de las peticiones especiales durante los rosarios y
las oraciones las estaban haciendo para algún familiar preso o que
es­tuviera en proceso. Esto fue una constante, además la gran mayoría
de los devotos que suelen asistir a los espacios de devoción son va­
rones jó­venes, seguido de mujeres jóvenes, niños y personas de la
tercera edad.
34 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Por último, decidí llevar a cabo esta investigación dentro de una


prisión de la Ciudad de México, tanto por la fuerza que tiene el culto
en esta urbe, como porque me pareció importante la frecuente pre­
sencia de devotos con experiencias carcelarias directas e indirectas.

Notas
1
Yllescas, 2012.
2
Ibíd: 116.
3
Lewis, 1972: 293.
4
“la veneración de la Santa Muerte se remonta a la Ciudad de México en los años
1940 y 1950, de acuerdo con los devotos mayores” (Kristensen, 2015: 548). Tra­
ducción del autor.
5
Un ejemplo de ello fue lo ocurrido en Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde mili­
ta­res derrumbaron diversos altares de la Santa Muerte (Loya, 2009).
6
“152 altares callejeros, 132 de ellos en el Distrito Federal y 20 en el Es­ta­­do de
México” (Kristensen, 2015: 550). Traducción del autor.
7
Higuera, 2015.
8
Hernández, 2014: 176.
9
Para corroborar la presencia del culto a la Santa Muerte como una oferta re­
ligiosa en México durante estos últimos años, se puede consultar la Encuesta
Na­cional sobre Creencias y Prácticas Religiosas en México (Rifrem, 2016). En
la sección de prácticas religiosas, una de las preguntas es acerca de los altares de­
dicados a distintos santos, y dentro de la muestra nacional aparece que al menos
1% de la población mencionó tener un altar dedicado a la Santa Muerte. Si bien
no es un porcentaje alto en comparación con los altares dedicados a la Vir­­gen
de Guadalupe (59.4%), aparece la presencia de este culto como una práctica más
dentro de la gama de ofertas existentes.
10
Alcántara, 2015.
11
Malvido, 2005; Lomnitz, 2006; Castells, 2008; Olmos, 2010; Reyes, 2010.
12
Fragoso, 2007; Perdigón, 2008; Chesnut, 2010; Lara, 2010.
13
Hernández, 2017.
14
Lerma, 2004; Payá, 2006 y 2013.
15
Kristensen, 2011 y 2015; Fragoso, 2007.
16
“Estos altares también se encontraban en áreas con altos niveles de violencia y
grandes poblaciones carcelarias” (Kristensen, 2011: 551). Traducción del autor.
17
Payá, 2006: 243.
18
Lerma, 2004: 128.
Capítulo 2

Ir a la cárcel: entre la burocracia y el


contexto carcelario de la Ciudad de México

Persistencia ante la burocracia carcelaria

L
a singularidad y autenticidad de la etnografía radica en que no hay
manuales ni recetas que sirvan en el momento de emprender una
investigación, ya que el contexto de cada problemática es distin­
to, por lo tanto, el abordaje, la planeación y la ejecución del trabajo
de campo varía en relación directa con el contexto y la temporalidad
en la que se lleva a cabo el estudio; así, pueden surgir situaciones no
planeadas las cuales se deben resolver de tal manera que no pongan
en juego la pesquisa.
La decisión de entrar en la prisión para realizar esta investigación
no fue tarea sencilla, ya que enfrenté a un aparato burocrático que me
permitió confirmar que el método etnográfico implica, en el inves­ti­ga­
dor, mucha paciencia y habilidad para modificar y planear estrate­gias
acordes a las diversas situaciones que se presentan.
Entrar en la prisión no fue un trámite fácil, el enredo inició cuan­
do uno de mis profesores de licenciatura me invitó a dar una plática
sobre la Santa Muerte en una academia de policías; entonces, el di­
rector de esa instituc­ión me pidió que diera una charla en la Sub­
secretaría de Asuntos Penales —hoy conocida como Subsecretaría
de Sistema Penitenciario— de la Ciudad de México, lo cual me
“abrió” la posibilidad de conocer algunos “porteros”, es decir, poder
con­tactar con las personas que supuestamente me facilitarían la
entrada en las prisiones para realizar mi proyecto de investigación; en
rea­lidad ocurrió todo lo contrario, ya que esos porteros me hicieron
más complicada la entrada, me la pasaba visitándolos en la subse­
36 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

cretaría cada 15 días o cuando me lo indicaban, los meses corrían y me


traían de vuelta en vuelta.
Mientras eso sucedía, tuve que implementar una estrategia alter­
na, la cual surgió gracias a mi trabajo etnográfico previo y a que con­
tinué con las visitas a los santuarios de la Santa Muerte después de
concluir con mi primera investigación. Fue entonces cuando me per­
caté de que los creyentes portaban diferentes tipos de tatuajes, algunos
parecían diseñados en estudios y otros en la cárcel; empecé a acercar­
me a los devotos que portaban algún tatuaje de la Santa Muerte para
que me contaran la historia de sus marcas de tinta sobre la piel. Algu­
nos de esos diálogos me llevaron a historias de la prisión. Estas entre­
vistas surgieron como una alternativa en caso de no poder acceder a
las cárceles para realizar el trabajo de campo; así, podía basar mi in­
vestigación en las historias de vida de los creyentes expresidiarios,
aunque cambiara un poco el sentido de mi proyecto inicial.
Debido a mi insistencia ante el aparato burocrático de la subse­
cretaría, después de varios meses logré llegar con la persona encarga­
da de recibir los proyectos de investigación externos. En un principio
tenía planeado entrar al reclusorio Norte, pero la encargada me di­
jo que era muy complicado entrar a esa prisión y que el Consejo Téc­
nico de esa sede carcelaria tardaría mucho en darme una respuesta.
Realizar una investigación dentro de una prisión en la Ciudad de
México implica una serie de requisitos. Primero, se me solicitó que
llevara el proyecto avalado por la institución educativa en la cual es­
taba inscrito —en este caso, el Programa de Posgrado en Antropología
de la Universidad Nacional Autónoma de México—; después, el pro­
yecto pasaría a manos de los funcionarios correspondientes para la
eva­luación de su viabilidad; de igual manera, se revisarían mis ante­
cedentes penales. Segundo, si se aprobaban ambos requisitos, el pro­
yec­to se mandaría al Centro de Reinserción Social solicitado, cuyo
Con­sejo Técnico decidiría su pertinencia; nuevamente, el proyecto de
investigación se encontraba a la deriva.
Basándose en esa lógica burocrática y con el conocimiento prác­
tico de los trámites en la Subsecretaría de Sistema Penitenciario, la
encargada de los proyectos me sugirió que reali­zara la investigación en
el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) de Santa Martha
Ir a la cárcel: entre la burocracia y el contexto carcelario de la Ciudad de México 37

Acatitla, el cual se caracteriza por tener una población de jóvenes va­


rones, primodelincuentes que vienen de otros centros de reinserción
de la Ciudad de México —Norte, Sur, Oriente—; y así lo hice.
El Consejo Técnico de ese centro no tardó mucho en dar res­
puesta y me permitieron hacer el trabajo de campo, acatando algunas
normas: el ingreso sería sólo por un mes y únicamente dos días por se­
mana. En un principio acepté estas condiciones, pero ya que ingresé
a la cárcel expliqué al personal lo que quería hacer y cómo lo quería
llevar a cabo; finalmente, el trabajo de campo se prolongó un mes más.
Entonces, fueron dos meses —enero y febrero del 2015— en los que
asistí dos días a la semana, entre cuatro y cinco horas, cada día, al
Cevareso ubicado en Santa Martha Acatitla, en la delegación Izta­
palapa.

El contexto de las cárceles en México

La pesada burocracia en las prisiones es una de tantas características


que singularizan el sistema carcelario en México, pero es importante
explicar también otros componentes de este aparato de seguridad.
De acuerdo con información oficial obtenida de las estadísticas
de la Secretaría de Gobernación (Segob) y de la Comisión Nacional de
Seguridad (CNS), para julio de 20161 existían los siguientes centros
penitenciarios:

Centros penitenciarios según los niveles de gobierno

Centros penitenciarios Núm. Espacios

Gobierno federal 17 33 888


Gobierno de la Ciudad de México 13 23 947
Gobiernos estatales 278 148 902
Gobiernos municipales 71 2 511
Total 379 209 248

Fuente: Cuaderno Mensual de Información Estadística Penitenciaria Nacional, México,


Secretaría de Gobernación/Centro Nacional de Seguridad.2
38 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Para 2016,3 a nivel nacional, existían 379 centros penitenciarios dis­


tribuidos en las diferentes entidades federativas. En cuanto a la po­
blación carcelaria, las estadísticas previamente referidas mencionan
que hasta 2016 se registró, a nivel nacional, un total de 233 469 in­
ternos, de los cuales 221 337 eran hombres (95%) y 12 132 mujeres
(5%); de este total, 188 842 personas estaban detenidas por delitos
del fuero común y 44 627 por delitos del fuero federal. Es importante
mencionar que dentro del total nacional había una población proce­
sada de 70 011 y sentenciada de 118 831 del fuero común; y una pobla­
ción procesada de 22 358 y sentenciada de 22 269 del fuero federal.

Fuente: Cuaderno Mensual de Información Estadística Penitenciaria Nacional, México,


Secretaría de Gobernación/Centro Nacional de Seguridad, julio de 2016.

Los datos anteriores muestran una capacidad carcelaria para 209 248


internos; pero la realidad es que existe una población total, dentro de
Ir a la cárcel: entre la burocracia y el contexto carcelario de la Ciudad de México 39

los penales, de 233 469, lo que indica una sobrepoblación de presos


de 24 221 a nivel nacional para 2016. Esto representa una de las ma­
yores problemáticas del sistema penitenciario mexicano, ya que en
muchas cárceles se encuentran las personas hacinadas de tal forma que
en una celda diseñada para cinco internos, conviven 10 o más. Otra
particularidad de esta población es que la mayoría de los delitos en los
que incurrieron tienen que ver con robo, homicidio o delitos sexua­
les, es decir, del fuero común.

Contexto de las prisiones en la Ciudad de México

En la Ciudad de México las prisiones tiene las siguientes caracte­rís­


ticas, para julio de 2018 el total de la población interna era de 26 904
internos,4 de los cuales 25 505 eran hombres y 1 399 mujeres. Los tres
delitos de mayor incidencia y por los cuales se encuentran proce­
sados los internos son: robo agravado (12 191); homicidio (4 263); y
pri­vación de la libertad (2 962).
Hasta julio de 2018, en la Ciudad de México encontramos 15
centros de reclusión con características distintas para atender a un
ti­po de población específica, de acuerdo al delito y a la incidencia de­
lictiva.

Nombre del centro Número de internos

Reclusorio Preventivo Varonil Norte 7 304


Reclusorio Preventivo Varonil Oriente 8 967
Reclusorio Preventivo Varonil Sur 3 753
Penitenciaría de la Ciudad de México 2 019
Centro Varonil de Reinserción Social Santa Martha 1 210
Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial 221
Centro de Ejecución de Sanciones Penales Varonil Norte 184
Centro de Ejecución de Sanciones Penales Varonil Oriente 227
Centro Femenil de Reinserción Social Santa Martha 1 223
Centro Femenil de Reinserción Social (Tepepan) 176

continúa...
40 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

...continuación

“Casa de Medio Camino” 26


Módulo de Alta Seguridad 553
Cevasep I 496
Cevasep II 545
Total 26 904

Hombres Mujeres

25 505 1  399

Fuente: Subsecretaria del Sistema Penitenciario de la Ciudad de México.

Ésta es la panorámica general de cómo está conformada la población


y la infraestructura carcelaria del sistema penitenciario de los Estados
Unidos Mexicanos y, en particular, de la Ciudad de México.
En general, podemos decir que en la Ciudad de México se concen­
tra buena parte de la población penitenciaria, de la cual la mayoría son
varones. En esta dirección, si bien en el culto a la Santa Muerte par­
ticipan tanto hombres como mujeres, durante el trabajo de campo en
los altares callejeros encontré que la mayoría de los fieles que han te­
nido alguna experiencia de internamiento carcelario son varones, por
lo que decidí realizar esta investigación con hombres, además de que
en la misma Subsecretaría de Sistema Penitenciario de la Ciudad de
México me lo sugirieron y sólo me dieron acceso al Cevareso.

Notas
1
Estos datos se tomaron de las estadísticas disponibles en la página de la Secreta­
ría de Gobernación (Segob), actualizadas a julio de 2016. Existen otros estudios
como el de Pilar Calveiro en donde se menciona que para “julio de 2010, el
Sis­tema Penitenciario Mexicano contaba con 429 centros de reclusión” (2012:
233). De igual manera, se puede consultar el texto de Azaola y Bergman, en don­
de señalan: “Existen en la República Mexicana un total de 447 establecimientos
penitenciarios que, de acuerdo con el tipo de autoridad que los tiene a su cargo,
Ir a la cárcel: entre la burocracia y el contexto carcelario de la Ciudad de México 41

se distribuyen de la siguiente manera: 5 federales, 330 estatales, 103 municipales,


9 del Gobierno del Distrito Federal” (2008: 746). Estos indicadores son variables
y han ido cambiando con cada administración gubernamental.
2
Cuaderno Mensual de Información Estadística Penitenciaria Nacional, México, Se­
cretaría de Gobernación / Centro Nacional de Seguridad. [En línea],
<http://www.cns.gob.mx/portalWebApp/appmanager/portal/desk?_nfpb=
true&_pageLabel=portals_portal_page_m2p1p2&content_id=810211&folder
Node=810277&folderNode1=810281>. [Fecha de consulta: julio de 2016].
3
Se utilizan las cifras de 2016, ya que son los últimos datos que encontré en la
página de la Secretaría de Gobernación.
4
A diferencia de los datos presentados sobre la situación de las cárceles en todo
el país, para el caso de la Ciudad de México sí se pueden encontrar datos ac­
tualizados, véase <http://penitenciario.cdmx.gob.mx/poblacion-penitenciaria>.
[Fecha de consulta: 12 de agosto del 2018].
Capítulo 3

Temporalidad y espacialidad en el
Centro Varonil de Reinserción Social
(Cevareso)

E
l Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) fue inaugu­
rado por el licenciado Andrés Manuel López Obrador, entonces
Jefe de Gobierno del Distrito Federal, el 30 de marzo de 2003,
como continuidad del Programa de Rescate y Reinserción de Jóvenes
Primodelincuentes. El centro inició su operación el 26 de octubre de
2003 con una población total de 672 internos, que incluía a jóvenes
con sentencias menores de 10 años y delitos patrimoniales, provenien­
tes en su mayoría de los reclusorios preventivos varoniles Oriente,
Norte y Sur.
La arquitectura del Cevareso es de tipo panóptico y la población
se distribuye en cuatro de sus edificios que cuentan con cancha de bas­
quetbol, comedor, tienda, baños generales y un distribuidor de alimen­
tos. Hay también un edificio designado para las visitas conyugales, con
48 habitaciones; un área de servicios gene­rales con cuarto de máqui­
nas, cocina, panadería, tortillería, lavandería y almacenes; ocho naves
industriales donde se elaboran bolsas, cubiertos de plásticos, joyería de
fantasía, sacapuntas y arte­sanías; también cuanta con campos depor­
tivos, auditorio de usos múltiples, varias palapas para la visita familiar,
centro escolar con 10 aulas, biblioteca, sala de cómputo y salón de
usos múl­tiples.
Con el fin de coadyuvar para la solución del problema de la aglo­
meración en los reclusorios preventivos, los criterios de selección de
los presos se han ampliado de la siguiente forma: primodelincuentes y
reincidentes; índice criminal bajo y medio; cualquier delito de fuero
común; portación de arma de fuego; población sentenciada y ejecu­
toriada; y sentencias menores de 15 años.
44 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

La población del Cevareso, al ser en su mayoría joven y senten­


ciada, ha requerido, de manera inmediata, un tratamiento puntual,
por lo tanto, además de la asistencia que se otorga en los penales, en
este centro se refuerzan terapias, cursos, talleres técnicos, actividades
deportivas y religiosas.

Fuente: Google Maps.1

Fuente: Google Maps.2


Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 45

El Cevareso se encuentra en la zona oriente de la Ciudad de México,


en Iztapalapa, una de las 16 alcaldías que conforman esta ciudad. Li­
mita al norte con Iztacalco, al poniente con Benito Juárez y Coyoa­
cán; al sur con Xochimilco y Tláhuac; al oriente con los municipios
mexiquenses de La Paz y Valle de Chalco Solidaridad, y al noreste
con Nezahualcóyotl, también en el Estado de México.
Debido a que la mayor parte de su territorio está ocupado por co­
lonias populares donde no hubo ninguna planificación urbana, Izta­
palapa enfrenta graves problemas de vialidad, en especial en la zona
de la sierra de Santa Catarina y San Lorenzo. Sólo el poniente de la
delegación —cuya urbanización es más temprana que el centro y el
oriente—, tiene una red vial primaria importante como el Circuito
Interior y varios ejes viales que cuadriculan la zona. La presencia del
Cerro de la Estrella en la mitad de la delegación ocasiona que una am­
­plia zona entre Culhuacán, Iztapalapa y San Lorenzo Tezonco quede
incomunicada entre sí.
A pesar de vivir en la misma ciudad, mi desplazamiento hacia el
Cevareso era largo, ya que viajaba en transporte público. El tiempo
aproximado de mi recorrido era de entre 40 a 60 minutos. Para llegar
tenía que hacer el siguiente recorrido: salía del metro Copilco (lí­nea 3)
hasta la estación de Zapata donde transbordaba hacia la línea 12 o
dorada para bajar en la estación Atlalilco, donde nuevamente trans­
bordaba en dirección a la línea 8 que va de la estación Garibaldi/
La­gunilla a la estación Constitución de 1917; este último transbordo
es muy largo, incluso hay bandas eléctricas que desplazan a los usuarios
con el fin de agilizar la movilidad. Una vez en la estación de Atla­lilco,
tenía que seguir hasta la estación UAM-I, y en la salida abordaba
algún camión o microbús rumbo a la “cárcel”, recorriendo la calza­
da Ermita Iztapalapa. Pasando la plaza Ermita, como a 20 minutos del
metro UAM-I, se ubica primero el Cevareso y despúes la “peni”,3 al
otro lado se puede observar la cárcel de mujeres de Santa Martha.
Fi­nalmente, para llegar al Cevareso, pasa uno por la oficialía de la
policía y después por una pequeña planta de aguas residuales, y justo
al lado se pueden ver las torres de vigilancia, la entrada está frente a
una tienda de abarrotes y a una escuela primaria.
Generalmente, en el diseño de las ciudades modernas las cárceles
se ubican en las orillas. En el caso del Cevareso, si bien está en los lí­
46 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

mites de la Ciudad de México, la mancha urbana se ha extendido y


ha rebasado sus fronteras al unirse con el área conurbada del Estado
de México, y el Cevareso ha quedado en medio. En esta zona, las difi­­­
cultades del transporte, el tráfico y el riesgo constante de ser asaltado
o sorprendido por la delincuencia, o bien sufrir algún accidente, es­
tán presentes durante todo el traslado.
Por último, puedo decir que es una zona muy sobria, se puede apre­
­ciar a mujeres portando cosas para sus internos: ropa, papel de ba­ño,
comida, entre otras. En los camiones, se suben personas a pedir di­
nero con el pretexto de que acaban de salir de la cárcel. A lo lejos se
observan construcciones que se encuentran en obra negra y comercios
informales. En esta mancha urbana la incertidumbre y la inseguridad
es algo que se ha normalizado.

La prisión, una institución total

A principios de 2015 inicié mis labores de investigación dentro del


Cevareso; era la primera vez que entraba en una institución de to­
tal encierro y por ello me sentía nervioso. A pesar de que traté de
dejar a un lado los prejuicios hacia la institución penitenciaria —ya
que había escuchado diversos relatos acerca de que el ingreso a las
cár­celes suele ser incómodo e incluso peligroso—, he de confesar que
me sorprendió el trato que recibí. Mi experiencia fue distinta a la
de mu­chos otros, ya que me identifiqué como investigador, lo que hi­zo
la diferencia en el trato respecto a los que acceden como familiares o
amigos de algún interno.4
A mi llegada, la encargada de los proyectos de investigación en
la Subsecretaría de Sistema Penitenciario me dio dos oficios para po­
der acceder al centro, además de los permisos para ingresar la cámara
fotográfica y la grabadora de voz. Me sugirió sacar algunas copias de los
oficios ya que estos representaban mi entrada al penal, y los guardias
los revisaban y autorizaban varias veces. Existen varios filtros para lle­
gar al lugar donde se encuentran los internos.
Algo que me sorprendió al arribar al Cevareso fueron los grandes
muros y las torres de vigilancia que rodean el lugar. Uno tiene que pa­
­sar por varias puertas y rejas. En el acceso principal, la li­cenciada y yo
Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 47

tuvimos que mostrar el oficio y nuestras identificaciones, ahí nos pu­


sieron el primer sello invisible. Una vez que pasamos, co­lo­­ca­mos nues­
tras mochilas sobre una banda para su inspección por rayos X. Por
precaución sólo llevé un poco de dinero, identifica­cio­nes, una libre­
ta, una pluma y mi tarjeta del metro. Una vez que li­bramos esos dos
filtros pasamos con otro oficial quien, con trato ama­ble, nos atendió
y revisó nuevamente el oficio, que firmó de enterado. Ahí tuvimos que
registrarnos en una libreta: nombre, procedencia, a qué lugar íba­mos,
hora de entrada, firma, hora de salida y otra firma.
Así, nos dirigimos a la sección llamada “Gobierno”, donde se en­
cuentra el director del penal y los funcionarios que conforman su
equi­po de trabajo. Cuando llegamos a esta área, la licenciada me co­
mentó que seguramente no estarían ni el director ni la subdirectora
del centro, así que tendríamos que esperar a que nos asignaran a al­
guien para que nos acompañara durante nuestro recorrido. En efecto,
no se encontraban los altos mandos del Cevareso y nos llevaron con el
jefe del Área de Clasificación, el trabajador social Rodrigo —en esta
área trabajan psicólogos, criminólogos y trabajadores sociales—; en
este lugar es donde se clasifica a los internos con base en sus antece­
dentes y, mediante distintas pruebas, definen su perfil para asignarles
el espacio que van a ocupar. Antes de ingresar al área de los reclusos,
pasamos nuevamente por otro filtro donde tuvimos que registrarnos
una vez más y donde volvieron a sellar dos veces el oficio; dejé mi
identificación, me dieron un gafete de color blanco que decía “per­
sonal” —hay diferentes colores de gafetes de acuerdo con el tipo de
visitante—.
Mientras permanecíamos en el Área de Clasificación, el licen­
cia­do Rodrigo me preguntó acerca del objetivo de mi investigación,
pues según él en este Cevareso no habían muchas manifestaciones de
culto a la Santa Muerte, como en otros reclusorios que, mencionó,
“tienen altares grandes”. Esto me desconcertó, porque las autorida­
des me habían sugerido realizar el proyecto en este Cevareso dada la
notoria pre­sencia del culto. El jefe de esta área me preguntó también
si traía la cámara fotográfica ya que tenía entendido que se iban a
rea­­lizar algunas tomas fotográficas a los altares; la licenciada que me
acompañaba le comentó que la investigación no consistía sólo del
registro fotográfico, a lo cual el licenciado Rodrigo contestó que eso
48 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

era lo que estaba escrito en el oficio que le llegó al Consejo Técnico


y por lo tanto sólo habían aprobado un mes para poder ingresar al
Cevareso. Ante esto, le comenté que la finalidad de mi investigación
era comprender cómo se vive el culto a la Santa Muerte en el con­
texto de internamiento, y que mi interés, además de fotografiar, era
obtener testimonios de los devotos, conocerlos, observar sus altares
y rituales.
Esta explicación hizo que el trabajador social mostrara mayor in­
terés, ya que le había quedado más claro el objetivo y le parecía inte­
resante el tema. Esto me motivó para comentarle acerca de mi deseo
por realizar durante más tiempo el trabajo de campo, ya que un mes no
era suficiente. Él me sugirió que nos organizáramos e hiciéramos una
orden del día, y así podría informar al Consejo Técnico acerca del
pro­yecto y solicitar una prórroga para acceder al penal. Para eso,
le planteé hacer un primer recorrido para conocer el lugar y ubicar
a los devotos, pues esto era el primer paso para elaborar una etnogra­
fía. En ese momento llegó el custodio que nos acompañaría en el re­
corrido, pero nos llevó directamente al lugar donde sabía que había
un altar a la Santa Muerte.
Fue así que pude tener acceso al Cevareso y realizar la investi­
gación. Es importante señalar que la mayoría de la información cua­
litativa de este li­bro tiene su origen en el trabajo de campo; si bien
hubo algunas limitantes para continuar con el proyecto, pude llevar­
lo a cabo durante dos meses más de lo que inicialmente se me había
autorizado, es decir, tres meses en total.
A continuación, hablaré de cómo es el Cevareso con base en
las observaciones directas y los recorridos que me fueron permitidos
dentro del lugar, ya que no me fue posible andar libremente entre la
población; siempre estuve acompañado y vigilado por un custodio o
trabajador de la institución, con el argumento de cuidar mi seguridad
y la de la institución.

Control en el acceso

Entrar en una prisión es entrar en un camino de incertidumbre. Lite­


ralmente así te hace sentir su arquitectura. La prisión es muy confusa
Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 49

en su distribución, pues parece un gran laberinto conformado por es­­


caleras, rejas y bardas que te llevan a distintos lugares; siente uno estar
perdido, sensación que podría convertirse en un hecho si no fuera por
la presencia de letreros con indicaciones.
Las paredes de los largos pasillos están pintadas homogéneamen­
te de color rosa, mientras que los pilares lo están de blanco. Se siente
más frío que afuera. Al caminar por los pasillos se puede sentir una
deso­rien­tación espacial, ya que el centro es como un gran laberinto
con rejas. El personal que labora en el Cevareso me contó que su ar­
quitectura está diseñada con el fin de desorientar y confundir en cuan­
to a conocer alguna ubicación exacta. Sólo aquellos quienes ya tienen
tiempo trabajando o habitando este espacio, como los custodios y los
internos, se pueden orientar, pero las personas que entran por prime­
ra vez, suelen perderse.
Al menos hay dos tipos de pasillos: los externos, a través de los
cuales se recorre por fuera toda la zona de la prisión y donde la po­
blación está al exterior de sus estancias; y los pasillos internos que se
encuentran en los edificios donde están las estancias de los internos.
Los primeros llevan a distintos lugares que van desde la entrada
al edificio de “Gobierno”, hasta la orilla donde está el centro escolar;
en el camino es posible ver las diferentes zonas de edificios: las celdas,
los talleres, el auditorio y la clínica. Al pasillo por el cual se puede
atravesar toda la prisión se le conoce como “el kilómetro”, al cami­
nar por éste necesariamente se pasa por las zonas que están di­vididas
por “los diamantes” —estructuras circulares que dividen una zona de
la otra y donde se ubican los custodios que autorizan el acceso o no a
cualquiera de ellas—. Es importante señalar que los internos no cami­
nan libremente por los pasillos del exterior. Desde ahí también se
pueden observar los espacios de esparcimiento como las canchas de
basquetbol, las palapas o zonas con mesas para que puedan “comer
los internos”; las tienditas que algunos presos tie­nen y el área de te­
léfonos públicos. De igual modo, es posible mirar a los internos ha­
ciendo deporte, otros trabajando en los talleres, algunos más haciendo
labor de jardinería, panadería, o bien estudiando en la escuela, y mu­
chos más sentados en los pasillos, esperando “el rancho”.5
Los ojos de los internos transmiten miradas pesadas, su piel se ve
entre un tono verde y amarillo, se siente como te siguen con sus mi­
50 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

radas, a veces retadoras, a veces de desconfianza, otras son miradas de


un sujeto sumiso, o simplemente se siente la indiferencia dentro de esa
monotonía espacial. En estos pasillos, entre un área y otra, se pueden
escuchar todo ti­­po de gritos y silbidos.
Los pasillos internos se encuentran dentro de los edificios, en las
zonas de las estancias, son lugares fríos y oscuros; dividen una hile­
ra de estancias de la otra; hay una pared al final y una en la entrada,
uni­da por unas escaleras que llevan de un nivel a otro. Sobre estos
pasillos se pueden observar figuras pintadas, en su gran mayoría íco­
nos religiosos, también caricaturas o cómics, o bien, nombres de per­
sonas o de algún barrio de la ciudad; son pasillos marcados por cierto
tipo de identidad. En los pasillos se puede observar a los internos aso­­
mándose por la puerta de su estancia, a otros completamente solos.
Suele andar ahí uno que otro gato, son las mascotas de algunos de
ellos. Se puede escuchar el sonido de algún radio o televisión dentro
de las estancias. Si se acerca la hora de la comida, incluso se puede
percibir el olor de un guisado que los internos preparan dentro de su
estancia junto con compañeros de su zona. Mientras que una parte
de estos pasillos suele estar muy limpia y ordenada, otra está sucia y
con basura.

Los de negro y los de beige

Dentro del Cevareso destaca la manera en la que visten los internos


y los custodios; los mismos internos hacen una división muy clara
entre lo que ellos llaman “los de beige” y “los de negro”. La vestimen­
ta que la institución obliga a portar a los internos consiste en un
pan­talón de color beige, una playera blanca y una camisola beige, la
mayoría de ellos usa tenis. Los propios internos comentan que el uso
de tenis representa la jerarquía en el mundo de la prisión, esto es,
aquellos que usan tenis de buena calidad generalmente son quienes
gozan de algún privilegio o tienen algún tipo de estatus, generalmente
económico; el uso de tenis tiene una restricción institucional, no de­
ben tener válvulas de aire ni plataformas. Por otra parte, el uniforme
de los custodios, o personal de seguridad, es de color negro y se confor­
ma de pantalón, playera con insignias de seguridad y botas; es por esto
Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 51

que los internos se refieren a ellos como “los de negro”. Una frase que
escuché frecuentemente era: “tienes que cuidarte más de ‘los de ne­
gro’ que de ‘los de beige’”.
Una de las reglas para que alguien ajeno al centro pueda ingresar,
es que no porten ropa de color negro, beige o azul, pues éstos son los
colores de la vestimenta de quienes trabajan o están internos en esta
institución; van de negro los custodios, de beige los internos y de azul
los presos que se ubican en la zona denominada “El diamante” —ésta
es otra cárcel dentro del mismo Cevareso en la que se encuentran
presos de alta peligrosidad—.
Una de las primeras veces que asistí a la prisión no tomé en cuen­
ta estas reglas, los custodios me permitieron entrar con la condición
de que portara una casaca de color rojo —que ellos me proporciona­
rían— durante toda mi estancia en la zona de “La población”, con el
fin de distinguirme de los internos. Hay que tener en cuenta que exis­
ten otros filtros que complementan esta medida de seguridad, como
son los sellos que se colocan al ingresar al Cevareso.
Es evidente que este tipo de controles son la materialización de
lo que planteaba Foucault cuando escribía acerca de las prisiones co­mo
instituciones omnidisciplinarias: “un aparato disciplinario exhaus­
tivo. En varios sentidos: debe ocuparse de todos los aspectos del in­
dividuo, de su educación física, de su aptitud para el trabajo, de su
conducta cotidiana, de su actitud moral”.6 En el espacio de encierro
se dan interacciones específicas de carácter disciplinario.
Por otra parte, Goffman explica que las instituciones totales son
“un lugar de residencia y trabajo donde un gran número de indi­vi­duos,
en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable
de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, ad­ministrada
formalmente”.7 Al establecer una tipología de estas instituciones, men­
ciona aquellas: “organizadas para proteger a la comunidad contra quie­
nes constituyen intencionalmente un peligro para ella, no se pro­po­ne
como finalidad inmediata el bienestar de los reclusos: pertenecen a
este tipo las cárceles, los presidios, los campos de concentración”.8
El sociólogo establece algunas características específicas de estas
instituciones. La primera, que en ellas hay una ruptura en cuanto a
las actividades ordinarias —dormir, jugar, trabajar, comer— que nor­
malmente los sujetos realizan afuera sin alguna autoridad que las me­
52 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

die; en las instituciones totales estas actividades están sujetas a auto­


ridades, programadas de manera racional para ser ejecutadas y acorde
con el plan de la institución; además, se realizan en el mismo lugar y
bajo la misma autoridad. La actividad diaria de los miembros de la ins­
titución se lleva a cabo en compañía inmediata de un gran número
de “otros”, a quienes se les da el mismo trato y se les demanda que
hagan juntos las mismas cosas.
La segunda característica clave de estas instituciones totales son
los aparatos burocráticos que se encargan de manejar muchas de las
necesidades que tienen los internos de la institución. Entre la buro­
cracia se encuentran las personas encargadas de la vigilancia que no
orientan ni hacen inspecciones periódicas al personal a su cargo, más
bien se encargan de “ver que todos hagan lo que se les ha dicho clara­
mente que se exige de ellos, en condiciones en que la infracción de
un individuo probablemente se destacaría en singular relieve contra
el fondo de sometimiento general, visible y comprobado”.9 Es decir,
hay un grupo sometido, el de los internos, y un pequeño grupo del
per­sonal que los maneja, los supervisores — ­ entre ellos estan los cus­
todios—.
Los internos viven dentro del penal y tienen un contacto limita­
do con el mundo que está más allá de las paredes de la institución
total; mientras, el resto del personal —burocrático— cumple jorna­
das cortas y sale constantemente al exterior. Tanto los internos como
el personal suelen representarse mutuamente con rígidos estereoti­
pos: “el personal suele juzgar a los internos como crueles, traumados
e indignos de confianza; los internos suelen considerar al personal pe­
tulante, despótico y mezquino. El personal tiende a sentirse superior
y justo; los internos a sentirse inferiores, débiles, censurables y culpa­
bles”.10 La comunicación entre ambos estratos está regularmente res­
tringida y se lleva a cabo con tonos especiales de voz; la información
suele limitarse entre ambos, especialmente los planes del personal
con respecto a los internos. Las restricciones de contacto ayudan a
mantener los estereotipos.
La actividad laboral la programan los burócratas de la institu­
ción. En este sentido, el incentivo al trabajo carece del significado
que tiene fuera de la prisión. Se generan distintas actitudes y motiva­
ciones por parte de los internos. Esta situación puede propiciar que el
Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 53

poco trabajo que se exige lleve a los internos al aburrimiento, pues


puede ser lento y con pagos mínimos. Pero, a su vez, también hay ins­
tituciones totales en las que “se exige más de una jornada ordinaria
de trabajo pesado y para estimular a cumplirlo no se ofrecen recom­
pensas sino amenazas de castigo físico”.11
Otra forma de control de las instituciones totales sobre los inter­
nos radica en sus relaciones familiares. El contacto con la fa­milia
está controlado e incluso programado; es importante que los internos
tengan contacto con sus familiares y se sustraigan así de la ins­titución
total; es una garantía de resistencia permanente contra estas institu­
ciones.
A lo largo del texto, Goffman pone énfasis en dos factores impor­
tantes para entender las instituciones totales: el mundo del interno y
el mundo del personal que labora en el penal, y el contacto entre am­
bos. Para este proyecto de investigación, resultó muy importante to­
mar en cuenta esta perspectiva, ya que se puede abordar el papel de
la religiosidad en torno a la Santa Muerte en una institución total
de tipo carcelario desde la perspectiva de los espacios del personal y
los de los internos. Como podremos ver más adelante, los internos se
apropian de sus espacios, a diferencia del personal de la cárcel. Por
ejemplo, los internos controlan los espacios que son comunes, como
celdas y pasillos en los que suelen poner altares o pintar figuras en las
paredes; mientras que el personal no permite la expresión pública del
culto de la Santa Muerte en sus espacios.

Espacios para los de negro

“La aduana” y el edificio de “Gobierno”

Antes de entrar a “La población”, hay que pasar primero por dos zonas
muy importantes: la primera se conoce como “La aduana” y está loca­
lizada en la entrada principal; la segunda, la de “Gobierno”, ubicada
después de “La aduana”, se conecta con la zona de “La población”.
Empezaré por describir la zona de “La aduana”. Al llegar al Ceva­
reso se aprecia a lo lejos las torres de vigilancia que lo resguardan.
Existe un área de estacionamiento y algunos zaguanes grandes. Para
54 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

entrar a “La aduana” se tiene que atravesar el estacionamiento vigilado


por un guardia que preregistra la entrada de los visitantes; su primera
advertencia es que está estrictamente prohibido introducir al penal
algún dispositivo electrónico, como celular, USB, computadora, ta­
bleta electrónica, cámara de video fotográfica, si descubren que lle­
vas alguno de estos aparatos lo decomisan las autoridades corres­pon­
dientes. Pasando el estacionamiento, subes una rampa que te lleva a
la puerta en la que se localiza “La aduana”; ahí se puede ver una fila de
personas, regularmente son familiares de los internos —de lu­nes a
viernes son las visitas para los que ocupan la zona “Diamante”; los
sábados y los domingos son para el resto de los internos—.
Para entrar tienes que pasar por varios filtros: el primero, cuando
te encuentras con el personal de custodia y los técnicos penitencia­
rios, quienes verifican la entrada de las personas, inquieren de dónde
provienes, a qué vas y con quién vas —en mi caso tuve que presentar
varias veces los oficios que me proporcionó el personal de la Subse­
cretaría de Asuntos Penales donde se autorizaba mi entrada al centro
de reclusión, así como mostrar mi identificación oficial—. En el se­
gundo filtro me pusieron el primer sello invisible. En el tercero revi­
saron mis pertenencias las cuales pasaron por rayos X —cuando llevé
mi computadora y mi grabadora fue necesario dejar copia del ofi­
cio—. Un cuarto filtro es un módulo de registro en donde se anota la
entrada en una libreta y personal de seguridad revisa nuevamente tus
pertenencias —tuve que dejar de nue­­vo copia del oficio de autoriza­
ción de mi entrada—, ahí te propor­cionan la casaca color rojo. El
quinto filtro es cuando el personal de seguridad realiza una revisión
general de las personas, te pasan a una especie de cabina en la que los
técnicos penitenciarios hacen la re­visión física; una vez dentro, se
cierran las cabinas y los custodios te solicitan que te quites ciertas
prendas de ropa, o bien, te hacen una revisión corporal. Por último,
pasas otro módulo en el que de nue­vo te registras en una libreta y
te proporcionan un gafete que dice “per­sonal” o “visita”; ahí te co­
locan otros sellos. Así es como se transita por esta zona conocida como
“La aduana”. Los familiares de los internos pasan por un procedimien­
to similar pero, además, a ellos les revi­san minuciosamente los ob­
jetos que llevan a sus internos.
Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 55

Para salir del Cevareso los sellos colocados al ingreso sirven como
identificación, ya que tienes que mostrarlos constantemente, firmas
la salida en las libretas donde se registró tu entrada, regresas el gafete
y recuperas tu identificación oficial; pasas por el área de cabinas, aho­
ra sin revisión, y registras de nuevo tu salida. Ya no pasas por la
banda de rayos X. Al llegar al área de estacionamiento, ya para salir
a la calle, el personal de seguridad revisa nuevamen­te los sellos y te
solicita la identificación para corroborar tu identidad.
Una vez que pasas “La aduana”, puedes tomar el camino que lle­
va a la zona de “Gobierno”, donde se encuentran los funcionarios de
alto ran­go del Cevareso; ahí se ubican las oficinas del director y del
subdirector, así como las del personal administrativo: asistentes, se­
cre­­ta­rias y otras subdirecciones. También hay un área donde los abo­
gados pueden platicar con los internos para dar seguimiento a sus ca­
sos. Pa­­­ra pasar a la zona de “La población” es necesario bajar un piso
y atravesar otras oficinas casi idénticas a las de la zona de “Gobier­
no”, donde hay otras personas que cumplen una función específica.

Centro de Diagnóstico, Ubicación y Determinación de Tratamiento


(CDUDT)

Una de las áreas que tuvo una gran importancia para mi investigación
fue el Centro de Diagnóstico, Ubicación y Determinación de Trata­
miento (CDUDT), anteriormente llamado Centro de Observación
y Clasificación (COC); con este último nombre lo siguen ubicando
algunos internos, tanto en este centro de reclusión como en los centros
preventivos.
En el CDUDT me recibió el trabajador social Rodrigo, quien es­­
tuvo al tanto de mi trabajo y me facilitó los trámites para realizar mi
pesquisa. Según me explicó el personal de esta área, el CDUDT tiene
como objetivo el mejoramiento del interno y su readaptación para la
vida en libertad. Es importante tener en cuenta que al Cevareso en­
tran jóvenes que legalmente son primodelincuentes y que provienen
de otro centro preventivo —Norte, Sur y Oriente—, de modo que el
dis­curso del personal es que muchos de estos jóvenes tienen grandes
56 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

posibilidades para reinsertarse con éxito a la vida en libertad, por lo


que ahí se diseña un tratamiento para la “reinserción social”.
En el CDUDT laboran psicólogos, criminólogos, trabajadores
so­ciales, sociólogos y psiquiatras. Dentro del área se pueden ver los
cu­­bículos de trabajo, una cámara de Gesell, un salón para terapia de
gru­po, una zona de archivo, un cuarto de observación, una sala de e­s­
pera y varias oficinas —criminología, trabajo social, secretaría, orga­
nización del trabajo—.
Durante mi labor de campo, me asignaron una de las oficinas para
entrevistar a los internos. Es interesante mencionar que cuando se les
solicitaba acudir a esa área, iban aseados y arreglados. Esto se explica
ya que tienen que dar una buena imagen y un buen aspecto desde el
punto de vista institucional, lo que significa para las autoridades que
ellos están bien, pues constantemente son evaluados. Me tocó ver in­
ternos que acudían al CDUDT con temor, porque pensaban que quizá
los iban a mover de estancia; otros iban a pedir algún permiso para que
dejaran entrar a un familiar o para que les permitieran el acceso a la
madre de sus hijos o a sus propios descendientes —algunos no cono­
cen a su vástagos debido a que nacen mientras el recluso cumple su
sentencia—. A los internos también se les solicita asistir al CDUDT
cuando uno de sus familiares fallece.
En una ocasión, al final de mi jornada de visita, me encontraba
en la oficina del encargado cuando entró una de las pasantes, que ha­­
cía su servicio social, para entregar unos oficios; estos eran de un ser­­
vicio funeral que acababa de llegar. Al escuchar esto me que­dé intri­
gado y pregunté si había muerto algún interno, me dijeron que no, que
el muerto era un familiar y que traían el cuerpo para que el interno
se despidiera de él. Quedé impactado con la imagen de esa escena y
por el sentimiento que eso puede ocasionar a los internos: saber que
tú familiar está muerto y tú te encuentras encerra­do, sin poder asistir
al funeral. Pienso que esta política del Cevareso es muy valiosa pero,
a la vez, dolorosa pues estar tan sólo cinco minutos con el cuerpo de
tu familiar en su féretro para despedirte es quizás un hecho angus­
tiante; sólo puedes acercarte al cuerpo hasta donde te lo permite el
cristal de la caja y, si va otro familiar, no te le pue­des acer­car. Esas
medidas se han adoptado ya que, según cuentan los de personal, no
ha faltado la persona que en el cuerpo del muerto ha tra­tado de meter
Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 57

drogas y armas al centro; así como pasarle drogas al interno mientras


su familiar lo abraza.
El CDUDT es una de las áreas más importantes, pues se toman
decisiones que involucran a los internos: ubicación, movilidad, asig­
nación de comisiones de trabajo, disciplina, evaluación para tratamien­
to psicológico o psiquiátrico; determinan cuáles son los internos que
tienen “una mejora” y cuáles no. Además, otorga los permisos para las
visitas familiares y conyugales, elabora expedientes de los in­ternos
desde su ingreso al centro, y registra y actualiza la cantidad total de
población existente en el Cevareso.
Una de las funciones que me pareció muy importante es la de
movi­lidad. Desde que los internos son trasladados al CDUDT se les
realizan estudios y entrevistas para obtener un diagnóstico; con base
en su perfil se propone el tipo de dormitorio en el cual se les puede
ubicar.
De acuerdo con el personal, las funciones del CDUDT van acor­
de con sus siglas: primero se diagnostica —cuando se encuentran en
esta área—; después se ubican, en sesión del preconsejo se dan a cono­
cer las características del interno y de acuerdo con ellas lo ubican:

…en los diferentes cajoncitos, que son los dormitorios. Supongamos que dicen
en el preconsejo: “fulanito de tal, de acuerdo a su expediente y su diagnóstico, se
le va a ubicar en el ala B por sus características”; pero ahora, por su edad, ya es
el cajoncito donde lo vas a meter. Hay características en general y especificida­
des como marca cada ala, y cada nivel te da la edad, porque la edad es muy im­
portante; porque los chavos de 18 a 24 son más impulsivos, les gusta la música,
son activos, y de 25 en adelante tiene cierta estabilidad, te vas volviendo más
de costumbres y determinación […] Se determina, una vez que se tiene la ubi­
ca­ción, el tratamiento que se les va a dar.12

Ésta es una de las áreas más relevantes dentro de esta institución total
de encierro, ya que es la que ubica a los internos dentro de la prisión.
Es uno de los lugares en los que se da la mortificación yoica propia de
las funciones que tienen este tipo de instituciones; donde se da el
do­­minio directo de los internos al clasificarlos por tipo de perfil y de
comportamiento con base en estándares creados por los especialis­tas
que forman parte del personal de la institución total. El CDUDT es
parte del engranaje “que hace rodar a otros en un perfecto acoplamien­
58 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

to al servicio del sometimiento y la extorsión de los cuerpos en cauti­


verio y aun de aquellos que no lo están, pero mantienen un vínculo
desde el exterior”.13

El centro escolar

Dentro del Cevareso hay un centro escolar que se encuentra al fondo


del edificio, a un costado del auditorio, cerca de las capillas religiosas.
Para llegar a él, se tiene que recorrer todo “el kilómetro”, pasando por
la zona de los dormitorios y los talleres. Físicamente, el centro escolar
es un edificio de dos pisos que, en lugar de vidrios en las ventanas,
tie­ne rejas. En la planta baja se encuentran las oficinas de los profeso­
res, del encargado de los servicios auxiliares y los grupos religiosos, y
los talleres; los pisos de arriba están designados para las aulas.
Los reclusos pueden asistir a clases de instrucción primaria, se­
cundaria, preparatoria, e incluso cuentan con el nivel superior en for­
mato de universidad abierta gracias a convenios establecidos con la
Secretaría de Educación Pública y otras instancias educati­vas cuyo
objetivo es el de brindar a los internos la posibilidad de ter­minar su
formación académica. No todos los presos asisten, de los que entre­
visté, la mayoría sólo tiene concluida la primaria, unos el primer año
de secundaria y sólo dos habían inicia­do la preparatoria; únicamente
tres de ellos asistían a clases dentro del penal, el resto no tenía interés
en acudir ya que las clases eran impartidas por otros internos o por­
que no les importaba seguir estudiando. Quienes asistían a clases lo
hacían porque pensaban que les sería útil al sa­lir de prisión o querían
reducir su sentencia por buena conducta. Desde el punto de vista del
personal, el hecho de que un interno ter­mine su educación es parte
de la “mejora” que pueden tener y muestra la adaptación po­si­tiva al
cen­tro; el estudiar los vuelve candidatos para que se les ubique en una
zona más tranquila ya que adquieren otro tipo de perfil; también
hacen méritos para disminuir su sentencia.
El 24 de febrero me tocó presenciar la ceremonia cívica en honor
a la Bandera Nacional. En el centro escolar estaba izada la bandera
de México sobre un pequeño mástil. La ceremonia la presidían el di­
rector y el subdirector del penal, quienes estaban sentados juntos, al
Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 59

lado se encontraban los técnicos penitenciarios —a muchos de ellos


los había visto en el CDUDT, algunos otros se dedicaban a dar clases
en el centro escolar—. En el penal todos van vestidos de color beige,
por lo que se puede distinguir fácilmente al hombre trajeado que es el
di­rector del centro. Cuando llegué ya había pasado la mayor parte de
la ceremonia, sólo me tocó ver a algunos internos cantando con pis­
tas de karaoke y otros tocando algún instrumento; mientras tanto, el
personal ofrecía galletas. Para estos últimos, estas ceremonias son ne­­
cesarias y comunes. Ese mismo día, durante una charla, les pregunté si
siempre hacían esta celebración, a lo que contestaron: “¡Claro! como
todo el mundo lo hace. ¿O qué, tu no?”. Esto me sorprendió ya que es
una festividad que realmente les interesa, no sólo por ser un motivo
festivo, sino porque también es un pretexto para salir de la monoto­
nía institucional.
Este escenario me recordó las ceremonias escolares: el director al
centro, los funcionarios y maestros a su lado; la bandera izada sobre
el mástil y los uniformados —en este caso los alumnos—. Tanto en la
escuela como en la cárcel, la manera de introyectar los valores cívi­
cos son muy similares. Claramente se encuentra un paralelismo entre
las disciplinas de la escuela y la prisión, ambas son, en términos de
Goffman, “instituciones totales”.

Espacios para los de beige

Habitar al ser clasificados

Los reclusos habitan distintos espacios desde que ingresan —es­tan­


cias o “cantones”, pasillos internos, dormitorios y áreas comunes de
esparcimiento—. Como ya se dijo, el Cevareso recibe a presos de otros
centros penitenciarios de la ciudad y su característica es que son jó­
venes varones de 18 a 30 años, primode­lin­cuen­tes; estos jóvenes ya
cuentan con un expediente que se complementa con distintas evalua­
ciones realizadas en el Cevareso, con el fin de clasificarlos y ubicarlos
dentro de la cárcel de acuerdo con su perfil.
La siguiente información la obtuve del personal encargado de
cla­sificar y ubicar a los reclusos. Es importante mencionar que, para
60 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

entender de manera más precisa el acomodo clasificatorio de los pre­


sos, se debe tener en cuenta que la población se ubica en cuatro áreas
generales o dormitorios, cada una de ellas tiene asignada una letra:
A, B, C y D. Cada dormitorio tiene cuatro divisiones o alas que se
identifican también con letras: AA, AB, AC y AD; BA, BB, BC y
BD; CA, CB, CC y CD; DA, DB, DC y DD. Cada zona de dormi­
torios, junto con sus respectivas cuatro alas, se les conoce también
como “Diamante”.
A su vez, cada ala tiene tres niveles y cada nivel cuenta con en­tre
12 y 16 estancias. También hay zonas, como la D, donde hay es­tan­cias
individuales.
En total, hay cuatro áreas iguales a las mencionadas anterior­
mente; de extremo a extremo se puede ver el área del CDUDT co­
mo continuación del área de “Gobierno”; al final se encuentran el
centro escolar y el auditorio. Es importante abordar este tema porque
se plantea una lógica de acomodo espacial en la que la letra A, que se
encuentra más alejada del área de “Gobierno”, se ubican los dormi­
torios de los internos que requieren mayor tratamiento, o bien, que no
aceptan la ayuda; mientras que en el área D están aquellos que han
“mejorado” de alguna manera su comportamiento.

Zona de dormitorios con sus correspondientes alas


AB

AC

Zona de
AA dormitorio AD
A

Fuente: Elaboración del autor.


Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 61

Niveles por ala en cada área

AA [12 estancias] Nivel 3


AA Nivel 2
AA Nivel 1

Fuente: Elaboración del autor.

Para ilustrar esto, veamos cómo se acomoda a los internos de acuerdo


con su perfil, así como las características de los reclusos dentro de cada
uno de los dormitorios.

Distribución espacial de las áreas en la que se encuentran ubicados los


internos de acuerdo con su diagnóstico clasificatorio

Centro
escolar
A D
CDUDT

KILÓMETRO
AUDITORIO

B E C
DIAMANTE

Fuente: Elaboración del autor.

Dormitorio A
Las personas a las que se suelen ubicar en esta área son “reincidentes
habituales, de riesgo social medio, rasgos de carácter bajo,14 rasgos
antisociales, […] y los que criminológicamente son contaminantes,
o sea, individuos que al convivir con otro tipo de personas que no
sean de su mismo perfil, pueden contaminar, pueden de alguna ma­
62 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

nera jalarlos.”15 De los tres niveles con los que cuentan las cuatro alas
del dormitorio A, el primero se ocupa con personas de 18 a 24 años,
el segundo con internos de 25 a 29 años, y el tercero por presos de 30
años o más.
De acuerdo con la clasificación que se utiliza dentro del penal:
“rein­cidente habitual” significa que son personas que no es la primera
vez que están en prisión, muchos de ellos con antecedentes penales
desde su adolescencia; no necesariamente tienen características que
implican algún tratamiento; “habituales” denota que ya es un modo
de vida. “Riesgo social medio” implica la relación que tienen con cier­
tos gru­­pos sociales con características similares a las de ellos. “Riesgo
social alto” es cuando la representación de un grupo o zona pueden
delinquir o vulnerar al grupo. “Rasgos de carácter bajo” tiene que ver
con la tole­rancia a la frustración, con el control de sus impulsos; si la
tolerancia a la frustración es alta, puedes controlarte y mantener una
convivencia sana, si la tolerancia es baja, eres impulsivo, reaccionas de
manera violenta y no sabes resolver conflictos de manera ade­cuada.
“Crimino­lógicamente contaminante” es una persona que al es­tar con
alguien vulnerable, o que no tiene el suficiente criterio, puede in­
fluenciarlo.
El resto de las alas tienen prácticamente el mismo perfil (AA);
la AB sigue teniendo un riesgo social medio; la AC un riesgo social
alto; y en la AD se encuentra el área de tratamiento especial, también
llamada “zona de castigo”, y se utiliza para las medidas disciplinarias
de los internos de todos los dormitorios.16

Dormitorio B
En este dormitorio se ubica a los reincidentes con características es­
pecíficas. La reincidencia específica define a aquellos internos que
siempre han entrado por la misma falta, por ejemplo, delitos patrimo­
niales, robo entre otros. También alberga a los reincidentes con una
estancia corta o con antecedentes penales, como es el caso de los ado­
lescentes en conflicto con la ley.
Los rasgos de quienes se ubican en las alas BA y BD son de ries­go
social medio y bajo, lo que significa que aumenta la posibilidad de
te­ner una convivencia adecuada. Los internos del ala BD se caracteri­
zan por tener un consumo disfuncional de drogas, es decir, en algunos
Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 63

casos incontrolado. El personal del Cevareso me señaló que hay in­


ternos que no consumen drogas como estimulante, en el momento de
su detención; a diferencia de los que delinquen para consumir y los
que consumen para delinquir. En el ala BC se encuentran reinciden­
tes que permanecerán durante una estancia corta o con an­tecedentes
de menores infractores, el riesgo social va de bajo a medio, con un
grado menor de rasgos antisociales; y se les considera criminológica­
mente contaminables, es decir, que pueden ser inducidos al ámbito
delictivo por otros internos con rasgos altos de peligrosidad. En el ala
BB se localizan los reincidentes específicos con rasgos antisociales y
criminológicamente contaminables.
Así, en el ala BA y BB los varones tienen características simi­
lares, la diferencia radica en que en el ala BA son reincidentes, mien­
tras que en la BB son reincidentes específicos; en la BC reincidentes
con estancia corta y antecedente de menor infractor; y en el ala BD
reincidentes con un consumo disfuncional de drogas. Como en los
otros dormitorios, la edad determina el piso en el que se coloca a los in­
ternos.

Dormitorio C
En sus alas CB y CC este dormitorio aloja a los primodelincuentes,
el riesgo social va de medio a bajo, es decir, tienen un pronóstico fa­vo­
rable de reinserción —el pronóstico representa lo que se espera del
interno en cuanto al cumplimiento de su tratamiento—.
El ala CA está destinada a la población vulnerable. En el primer
nivel se encuentran los presos con enfermedades crónico-degenera­
tivas y psiquiátricos-funcionales; en el segundo están los indí­genas,
exservidores públicos, extranjeros y los acusados por delitos de alto
impacto mediático; por último, en el tercer nivel se ubica a la po­
blación de la comunidad lésbico-gay, bisexual, travesti, transgénero,
transexual e intersexual, en estos casos no se considera la edad.
En el ala CD se alojan a los reclusos que muestran una trayectoria
institucional favorable y una adaptación al medio penitenciario con
apego a los lineamientos; es población que ha respondido al tratamien­
to y que demuestra haber “superado” características presentes en los
otros dormitorios. Se considera que estos internos están encamina­
dos a la reinserción social, o bien con los objetivos de la institución.
64 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Dormitorio D
El ala DA es un dormitorio considerado como un estímulo, incluso
es conocido entre los internos como el “I”, porque las estancias son
individuales. La habitan los internos que de manera constante han
cumplido con el tratamiento técnico-progresivo y han participado
en el tratamiento técnico-interdisciplinario. Pueden ser reincidentes
o primodelincuentes; una persona a la que en un principio se le ubicó
en el dormitorio A, se puede cambiar al dormitorio D si muestra una
evolución favorable en su tratamiento.
Los internos que habitan el ala DA no presentan conductas vio­
latorias de la normatividad institucional y tampoco consumen sus­
tancias tóxicas. En este espacio hay una pequeña variación en cuanto
a la ubicación según la edad: en el primer nivel están los internos de
18 a 23 años, en el segundo los de 24 a 28 años y en el tercero los que
tienen 29 años en adelante —en los otros dormitorios esta categoría
es a partir de los 30 años—. Las alas DB y DC también son dormi­
torios que sirven como estímulo para quienes tienen una trayectoria
favorable. En el espacio DC, en la planta baja, encontramos el Pro­
grama de Atención Integral a las Adicciones en la modalidad am­
bulatoria. En el ala DD se ubica el Programa Residencial de Atención
a las Adicciones, en esta última los internos en tratamiento duermen
y hacen su vida cotidiana durante algún tiempo.
Solamente hay una diferencia entre las alas del dormitorio D;
mien­tras que las DA, DB y DC albergan a primodelincuentes sin con­
ductas violatorias a la normatividad, en el ala DA se pueden alojar
también a reincidentes.
Es así que se clasifica y ubica a los internos de acuerdo con su eva­
­luación. Los perfiles que se establecen tienen una lógica de acomo­
do lineal y progresiva, ya que un interno puede pasar del área A a la D.
A quienes se considera más agresivos e incorregibles se les coloca en
la zona A —nótese que ahí está también la “zona de cas­tigo”—; los
de la B tienen posibilidades de corrección; los de la C son parte de
algún grupo vulnerable cuyo comportamiento va mejorando; por
último, a los de la zona D se les considera en una fase avanzada de
rehabilitación, trabajan, realizan diversas actividades, e in­cluso tienen
una celda individual. Se puede apreciar también có­mo la institución
coloca a aquellos internos a quienes considera como incorregibles, lo
Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 65

más alejados posible de la salida y de la zona de “Gobierno”; mientras


que los dormitorios C y D están al lado del CDUDT y del edificio de
“Gobierno”.
En el esquema anterior aparece una zona con la letra E que repre­
senta la parte restringida del penal que se conoce como “Diamante”.
Incluso la dinámica para el ingreso de los familiares y del per­sonal es
distinta y la maneja otra administración. Es una pequeña cárcel den­
tro del Cevareso. A esta zona no me fue posible acceder por cuestiones
de seguridad, además de que tienen otra dinámica de trabajo.
En esta jerarquía espacial existe la posibilidad de que los internos
transiten de un área a otra según sea su comportamiento y la trayec­
toria que trazan con sus actividades. La organización material y sim­
bólica del espacio ubica lo que institucionalmente está considerado
como “lo peor”, alejado de la autoridad, que podría caracterizarse co­­
mo incorrupta. Lo anterior es una clara muestra del espacio como
creador de jerarquías dentro de la institución carcelaria que incluso se
puede ver en otras instituciones como en las escuelas donde se suele
mandar a los alumnos problemáticos a la última fila de bancas, al final
del salón, y a los más listos adelante, junto a la autoridad.

Pasillos y estancias

Otros lugares en los que los internos conviven constantemente son


los pasillos y las estancias. Previamente se mencionó que cada dormi­
to­rio o área tiene a su vez cuatro alas y que dentro de esas alas hay
tres niveles en los que se ubican un promedio de 12 a 16 es­tancias.
Cada nivel cuenta con un pasillo que divide una hilera de estancias
de la otra.
En estos pasillos se puede apreciar una serie de apropiaciones sim­
bólicas del espacio por parte de los internos, ya que en las paredes pin­
tan imágenes religiosas, nombres de personas, figuras realizadas con
sangre o imágenes de caricaturas. En los pasillos se observa el transi­
tar de los internos, se escuchan los radios encendidos, el sonido de las
televisiones, e incluso se perciben los olores de los alimentos que
co­cinan a la hora de la comida; también se pueden ver gatos pasean­
do. Algunos pasillos suelen estar limpios, pero otros, en cambio, muy
66 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

sucios. El personal me aseguró que el aseo de cada nivel varía según


la zona, ya que en la zona A suelen estar más sucios que en la zona D
(véase anexo 5 imagen 1).
Otro de los espacios de habitación e interacción cotidiana son
las estancias o celdas a las que los presos llaman “casas” o “cantones”.
En éstas los internos viven y duermen, es su espacio íntimo, el más
privado. Las celdas son pequeños cuartos que tienen cuatro camas,
dos en cada lado, en medio, a lo alto, se puede ver un tragaluz y, deba­
jo de éste, cuatro repisas que pertenece una a cada uno de los reclusos
que moran en esa celda; cuentan con una tasa de baño y un espacio que
utilizan como cocina.

Esquema básico de una celda para cuatro internos

Traga luz

Baño Repisas
y cocina Camas

Fuente: Elaboración del autor.

Las estancias son el lugar más íntimo de los internos, ahí realizan las
actividades básicas de su vida cotidiana como dormir, comer, bañar­
se, defecar, orinar. Los presos se apropian de los camarotes de metal, de
las paredes, así como de cada rincón de su celda. Ellos mismos hacen
referencia a la estancia como su casa, ya que ahí se genera una convi­
vencia de familiaridad temporal con los internos que ya la habitaban
y con los que recién llegan; tienen que adaptarse a la dinámica esta­
blecida por los que llevan más tiempo. Muchas de las actividades de
ocio se desarrollan en la celda; algunas de ellas las utilizan como coci­
nas, otras como talleres para fabricar figuras de papel o de jabón en las
celdas, se montan altares según las distintas creencias de los internos, y
por momentos las celdas se convierten en tendederos o centros de
reunión (véase anexo 5 imagen 2).
Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 67

Centro cultural y lugares de esparcimiento

En el Cevareso también hay espacios al aire libre en los que los inter­
nos pueden interactuar y hacer distintas actividades: asistir a un ta­
ller cultural, labor religiosa o simplemente ejercitarse. Hay palapas
con sillas y un auditorio al aire libre donde se puede convivir con los
familiares en los días de visita. Además, cuentan con aparatos para
hacer ejercicio como pesas y barras. En el auditorio se imparten talle­
res clown en los que se aprenden técnicas para formarse como payaso
y malabarista; cuando hay eventos con los familiares, payasos o ma­
labaristas montan un espectáculo.
Junto al auditorio hay dos capillas: una católica y una cristiana.
Para la construcción de éstas fue necesario obtener un permiso, así
co­mo registrarlas como asociaciones religiosas ante la Secretaría de
Gobernación. La construcción de las capillas se realizó con los recur­
sos de cada una de las asociaciones religiosas. Según me comentó el
personal del Cevareso, el centro debe de ser laico, pero se consideró
que estos espacios eran importantes para que los internos pudieran
con­vivir con su familia, ya que en estas capillas se llevan a cabo bodas
que permiten reunir y fortalecer los lazos familiares, por lo que se con­
sidera que la presencia de estos espacios de culto ayuda a la readapta­
ción social de los internos (véase anexo 5 imágenes 3 y 4).

Tienditas y teléfonos

Otros espacios comunes en los que los internos interactúan constante­


mente son las tienditas y el área de teléfonos públicos. Podemos en­­
con­­trar algunas cuyos propietarios son internos que emplean a otros
internos para que ambos generen recursos propios para su supervi­
vencia; venden algunos productos básicos, dulces y cigarros. Existen
también las tiendas oficiales cuyos encargados son reclusos que se
encuentran comisionados.
Otra área importante de encuentro es la de los teléfonos públicos,
se encuentra entre los pasillos, cerca de la enfermería, es aquí don­de
los internos establecen contacto con el mundo exterior y el uso tele­
68 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

fónico está controlado por ellos mismos; es el lugar desde donde se


extorsiona a las personas fuera del centro.
En una ocasión, durante un recorrido por “La población”, iba de
regreso al CDUDT con un trabajador del Cevareso y en uno de los
pasillos que da al exterior del laberinto de rejas, mi acompañante se
quedó a quitar unas cartulinas que tenían una serie de números. Al
llegar a su oficina le pregunté sobre el contenido de esas cartulinas y
por qué las había retirado. Me comentó que eran números de cuentas
bancarias que los internos suelen usar, los ponen cerca de los telé­
fonos públicos para tenerlas a la mano y poder extorsionar a la gente
y pedirle que les depositen el dinero. Estos números se pueden encon­
trar en varias partes de los pasillos externos, cerca de los teléfonos
públicos; parecen claves numéricas.
Estos hechos se suelen denunciar, se realiza una investigación
especialmente entre las redes externas del interno, regularmente los
círculos familiares más cercanos —esposa y madre—, que por lo que
se ha visto son quienes retiran el dinero de estas cuentas; cuando se
les ubica se les sigue y, al momento de salir del banco con el dinero,
se les detienen acusándolos de flagrancia. Ésta es una muestra del tipo
de corrupción que suele darse en los ambientes carcelarios.

El Cevareso, un centro con características específicas

Finalmente, como se ha podido observar, el Centro Varonil de Rein­


serción Social (Cevareso) tiene características específicas en relación
con el resto de las instituciones carcelarias del Sistema Penitenciario
de la Ciudad de México.
Destaca su arquitectura, de tipo panóptico; su programa centrado
en la atención a jóvenes primodelincuentes que provienen de distin­
tos centros penitenciarios de la Ciudad de México —Norte, Sur y
Oriente—; su manera de clasificar y ubicar a los internos de acuerdo
con estándares criminológicos que tienen que ver con las formas en
las que los reclusos se van adaptando al sistema carcelario; por último,
por su registro del comportamiento de los internos para poder de­
mostrar un cambio en la conducta que, de acuerdo con la vi­sión del
Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 69

personal que labora en el Cevareso, llevaría a la posibilidad de una


reinserción social.
Este programa está pensado para rescatar a los jóvenes que delin­
quen por primera vez. Aunque en el siguiente capítulo mostraré, por
medio de las historias de los internos, cómo algunos tienen una carre­
­ra delincuencial de años antes de ser detenidos por primera vez, otros
ya habían estado en alguna prisión fuera del país o en alguna correc­
cional para menores infractores.
Otra de las características relevantes del modelo carcelario del
Cevareso es que existen dos cárceles en un mismo espacio, una deno­
minada “Oro” y otra “Diamante”. La “Diamante” es una cárcel peque­
ña de máxima seguridad, con una organización y dinámica diferentes;
los internos visten de azul y pueden recibir visitas durante toda la
semana, no sólo los fines de semana como en la zona “Oro”. No es fá­cil
el acceso a la zona “Diamante”, pues ahí se encuentran los presos
clasificados como de alta peligrosidad. Algunas personas me comenta­
ron que en esta zona se adora al diablo y a la Santa Muerte y, al igual
que en la zona “Oro”, se pueden encontrar imágenes dibujadas sobre
los pasillos y pequeños altares.
Por último, no hay que perder de vista la organización de los espa­
cios en los que viven cotidianamente los miembros del personal del
Cevareso y los internos, debido a las dinámicas de interacción que
se dan en estos espacios y la práctica del culto a la Santa Muerte. Es
aquí donde se configuran —limitan y propician— la movilidad de
los internos y el ingreso de distintos objetos útiles para la práctica
religiosa.
En los siguientes capítulos se dará cuenta de cómo, bajo este tipo
de circunstancias —de control—, propias de una institución total de
encierro, los internos se adaptan al sistema y es en éste que ellos re­
crean el culto de la Santa Muerte, a pesar de las limitaciones que la
misma institución total les impone.
70 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Notas
1
Véase Google Maps: <https://www.google.com/maps/place/Centro+Varonil+de
+Reinserci%C3%B3n+Social+Santa+Martha+Acatitla/@19.3566346,
-99.014266,17z/data=!4m5!3m4!1s0x85d1e2eae340a307:0x88246641d1124fc
6!8m2!3d19.3585123!4d-99.0135096>. [Fecha de consulta: 29 de mayo de 2018].
2
Véase Google Maps: <https://www.google.com/maps/place/Centro+Varonil+de
+Reinserci%C3%B3n+Social+Santa+Martha+Acatitla/@19.3566346,
-99.014266,1408m/data=!3m1!1e3!4m5!3m4!1s0x85d1e2eae340a307:0x882
46641d1124fc6!8m2!3d19.3585123!4d-99.0135096>. [Fecha de consulta: 29
de mayo de 2018].
3
La penitenciaria forma parte del Sistema Penitenciario del Distrito Federal. Esta
fue la cárcel que sustituyó a Lecumberri a finales de los años cincuenta. Actual­
mente funciona como un centro en el cual los internos cumplen con una larga
condena, a diferencia del Cevareso donde las sentencias de los internos sue­len
ser más cortas y se encuentran los jóvenes primodelincuentes.
4
Algunos familiares de los internos cuentan que las revisiones para entrar al pe­
nal son muy agresivas. En la zona de acceso conocida como “La aduana” se
revisa que las personas sólo ingresen objetos permitidos por la institución. En
el Cevareso, las mujeres son revisadas por policías y técnicos penitenciarios del
sexo femenino, y los hombres por policías y técnicos penitenciarios del sexo
masculino. Algunas personas llegan a contar que las mujeres suelen ser ultraja­
das y manoseadas por el personal de guardia y custodia, principalmente porque
en algunas ocasiones suelen servir como “mulas”, es decir, que dentro de su
cuerpo introducen drogas para su venta dentro de los penales.
5
Así le nombran los internos a la comida dentro de la prisión.
6
Foucault, 2005: 235.
7
Goffman, 2007: 13.
8
Ibíd: 19.
9
Ibíd: 20.
10
Ibíd: 21.
11
Ibíd: 23.
12
Entrevista con el personal del CDUDT.
13
Payá, 2006: 28.
14
Con el término de “rasgos de carácter” no me refiero a la personalidad del in­
terno, sino a aquellos rasgos que revelan su ética y moral.
15
Entrevista con el personal del Cevareso. Febrero de 2015.
16
Ibíd.
Capítulo 4

Los creyentes cautivos

L
os testimonios de los prisioneros y exprisioneros fue lo que me
permitió entender cómo se lleva a cabo la práctica del culto a la
Santa Muerte en el encierro. Por medio de entrevistas, los reclu­
sos me narraron sus diversas experiencias antes de ingresar a prisión,
al momento de entrar y la forma en la que se adaptaron a este con­
texto. Fue así que, mediante las historias del culto a la Santa Muerte,
pude conocer las experiencias de encierro de los devotos.
Este capítulo muestra cómo se vive y se convive dentro de la
prisión. Para ello, presento los testimonios de los entrevistados du­
rante mi trabajo de campo; la manera en la que algunos de los inter­
nos han permanecido en una subcultura de la delincuencia; cómo pa­
saron los reclusos el proceso de entrar a prisión por vez primera —en
el argot de los prisioneros a este proceso se le conoce como “el carce­
lazo” —; la forma en la que ellos habitan la prisión y cómo, al ingresar
a ésta, se genera una convivencia forzada entre los propios internos;
y por último, cómo esta convivencia se convierte en adaptación a las
nuevas circunstancias del encierro donde actividades tales como la
ali­mentación, el trabajo y la vida diaria, están enmarcadas en una di­
námica propia de las instituciones totales.
La dinámica carcelaria y la forma de adaptarse a ella se pueden
observar por medio de los distintos códigos que los internos van ad­
quiriendo en su vida dentro de la prisión. Tomando en cuenta lo an­
terior, se puede ver cómo aparece manifiesta la creencia de la Santa
Muerte imbricada a estas vivencias de adaptación al sistema carcelario.
72 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Sobre los internos creyentes

Los creyentes dentro de la prisión tienen una historia de vida que los
singulariza. En este sentido es que a continuación se muestra el per­
fil de cada uno de los entrevistados; se presentan uno a uno con el fin
de comprender las dinámicas en las que viven dentro y fuera del
Cevareso. Para asegurar el anonimato de los dialogantes se utilizaron
nombres distintos a los reales.
De igual manera, se presenta el perfil de los devotos expresidiarios
entrevistados durante el trabajo de campo en los altares de la Santa
Muerte en Tepito. Ellos vivieron una experiencia de encierro en al­
gún momento de su vida y relatan parte de esta vivencia, así como su
devoción a la Santa Muerte dentro y fuera del penal.

Creyentes del Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso)

Noé: 22 años de edad. Se asume como transexual. Antes de entrar a


prisión vivía en la delegación Tlalpan, al sur de la Ciudad de México.
Cursó hasta el segundo semestre de la vocacional, es decir, su nivel
de escolaridad es secundaria. Soltero, sin hijos. Está acusado de vio­
lación, secuestro y portación de armas. Es primodelincuente. Estuvo
interno en el Centro Preventivo Varonil Oriente en donde perma­
ne­ció dos años y medio, después se le trasladó al Cevareso donde
purgará ocho años más de encierro. Se dice ateo y sus creencias están
con la Santa Muerte, el diablo y la santería. Además, a su corta edad,
se considera un líder espiritual al autonombrarse co­mo brujo-sacer­
do­te; tiene protegidos y ahijados.

Paredes: 22 años de edad. Antes de entrar a prisión radicaba en la


delegación Venustiano Carranza. Cursó hasta sexto año de primaria.
Soltero, con un hijo. Está acusado de robo a transeúnte. Estuvo inter­
no en el Centro Preventivo Varonil Norte donde permaneció tres
años y un mes, posteriormente se le envió al Cevareso donde purgará
seis años más. Cuenta con antecedentes penales por el delito de robo,
aunque no se le demostró nada. Se asume como católico no prac­ti­
cante y su fe está con la Santa Muerte, el diablo y la santería.
Los creyentes cautivos 73

Arcé: 25 años de edad. Antes de entrar a prisión residía en la de­le­


gación Iztapalapa. Cursó hasta el primer semestre de bachillerato, su
nivel de escolaridad es secundaria. Soltero, sin hijos. Está acusa­do de
robo calificado. Proviene del Centro Preventivo Varonil Norte don­
de estuvo un año, posteriormente fue removido al Cevareso donde
cum­plirá el resto de su sentencia de cuatro años. Tiene antecedentes
penales por el mismo delito y fue liberado al pagar una fianza. Se asu­
me como católico no practicante y su religiosidad se concentra en la
Santa Muerte, el diablo y la santería.

Leo: 25 años de edad. Antes de entrar a prisión habitaba en el muni­


ci­pio de Nezahualcóyotl, en el Estado de México, en la Zona Metro­
politana de la Ciudad de México. Cursó hasta la secundaria y está
estudiando la preparatoria en el Cevareso. Soltero, tiene dos hijos.
Está acusado de robo agravado. Proviene del Centro Preventivo Varo­
nil Norte donde estuvo un año y luego se le envió al Cevareso donde
permanecerá un año y seis meses más. Es primodelincuente. Se asu­
me como católico y su creencia está con la Santa Muerte y con dios.

Darío: 27 años de edad. Antes de entrar a prisión vivía en la delega­


ción Iztapalapa en la Ciudad de México. Cursó hasta cuarto año de
primaria y en el Cevareso está por concluir la preparatoria. Soltero, sin
hijos. Está acusado de robo a transeúnte. Fue internado en el Centro
Preventivo Varonil Oriente por cuatro años y siete meses, y luego se
le trasladó al Cevareso para concluir su condena de otros cuatro años
y siete me­ses. Tiene antecedentes penales por el delito de lesiones y
an­teriormente estuvo internado seis meses en el Centro Preventivo
Va­ronil Norte. Se asume como ateo y su fe está con el diablo, la zara­
banda —santería— y la Santa Muerte.

Fedro: 27 años de edad. Antes de entrar a prisión radicaba en la dele­


gación Venustiano Carranza, en la Ciudad de México. No concluyó
la primaria. Soltero, con una hija. Está acusado de robo de auto. Fue
internado en el Centro Preventivo Varonil Oriente, su sentencia
fue de ocho años de los cuales lleva seis y está finalizando su pena en
el Cevareso. Es primodelincuente. Se asume como católico no practi­
cante y su religiosidad está con la Santa Muerte y dios.
74 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Minos: 27 años de edad. Antes de entrar a prisión radicaba en la


delegación Cuajimalpa. Sólo concluyó la secundaria. Soltero, tiene
una hija.1 Está acusado de robo agravado. Fue internado en el Centro
Pre­ventivo Varonil Oriente donde estuvo dos años y ocho meses, des­
pués fue enviado al Cevareso en donde compurgará cuatro años más.
Es primodelincuente. Se asume como ateo y su creencia se centra en
la Santa Muerte.

Ismael: 28 años de edad. Antes de entrar a prisión residía en la dele­


gación Iztacalco. Sólo concluyó la primaria. Soltero, sin hijos. Está
acusado de robo a transporte público. Fue internado en el Centro Pre­
ventivo Varonil Oriente donde permaneció seis años y dos meses,
posteriormente se le llevó al Cevareso donde terminará su condena
de cuatro años más. Es primodelincuente. Se asume como católico no
practicante y su credo es hacia la Santa Muerte.

Servio: 28 años de edad. Antes de entrar a prisión habitaba en la de­


legación Iztapalapa. Concluyó la secundaria. Soltero, con dos hijos.
Está acusado de robo agravado. Fue internado en el Centro Preven­
tivo Varonil Oriente durante dos años y seis meses, en el Cevareso le
falta compurgar cinco años y un mes. Estuvo en proceso por un delito
no demostrado. Se asume como católico no practicante y su dogma
es hacia la Santa Muerte, San Judas y la Virgen de Guadalupe.

Toño: 30 años de edad. Antes de entrar a prisión radicaba en el muni­


cipio de Naucalpan, en el Estado de México. Terminó la secundaria
en el Cevareso. Casado, tiene una hija. Está acusado de robo. Fue
interno del Centro Preventivo Varonil Norte por cinco años, pos­
teriormente se le trasladó al Cevareso donde ha estado durante un
año y seis meses, al momento de la entrevista sólo le faltaba un mes
para salir. Es primodelincuente. Se asume como católico y sus creen­
cias están con la Santa Muerte y con dios.

Damián: 30 años de edad. Antes de entrar a prisión radicaba en


Ecatepec, en el Estado de México. Sólo concluyó la primaria. Sol­
tero, con dos hijos. Está acusado de robo calificado. Estuvo interno en
el Centro Preventivo Varonil Oriente por tres años y fue removido
Los creyentes cautivos 75

al Cevareso donde compurgará dos años más. Es primodelincuente.


Se asume católico practicante y su religiosidad está con la Santa
Muerte y dios.

Fran: 31 años de edad. Antes de entrar a prisión radicaba en la dele­


gación Miguel Hidalgo, en la Ciudad de México. Concluyó la secun­
daria. Soltero, sin hijos. Está acusado de robo agravado. Fue interno
del Centro Preventivo Varonil Oriente y después enviado al Ceva­
re­so, en to­tal purgará seis años. Tuvo previamente dos reincidencias
por el de­lito de robo, por lo que estuvo en el Centro Preventivo Va­ro­
nil Norte y luego en el Oriente. Se asume como católico no practi­
cante y cree en la Santa Muerte y en dios.

Genaro: 32 años de edad. Antes de entrar a prisión radicaba en la


delegación Miguel Hidalgo. Terminó de estudiar la secundaria y en
el Cevareso está concluyendo la preparatoria. Soltero, sin hijos. Está
acusado de robo de auto. Fue internado en el Centro Preventivo Va­
ro­nil Oriente en donde estuvo cinco años y posteriormente se le tras­
ladó al Cevareso en donde cumple una condena de cuatro años, de
los cuales sólo le resta uno. Es primodelincuente. Se asume como ca­
tólico no practicante y su devoción está con la Santa Muerte y con
dios.

El Gato: 33 años de edad. Antes de entrar en prisión vivía con su


es­posa y su hija en la delegación Iztapalapa. Terminó de estudiar la
secundaria. Está acusado de robo a una tienda departamental. Fue
internado en el Centro Preventivo Varonil Oriente en donde estuvo
un año y seis meses; en el Cevareso compurgará tres años y ocho me­
ses más. Estuvo en prisión en Estados Unidos de América, cubriendo
una sentencia de ocho años. Se asume como católico no practicante
y su religiosidad es hacia la Santa Muerte, el diablo, la Virgen de Gua­
dalupe y el Señor de Chalma.

Esta información acerca de los internos2 permite tener un panorama


general de los mismos. Recordemos que al Cevareso ingresan jóvenes
de entre 18 y 30 años provenientes de otros centros preventivos de la
Ciudad de México —Norte, Sur y Oriente—; institucional y legal­
76 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

mente ingresan solamente primodelincuentes. Sin embargo, al re­


visar las ca­racterísticas de los entrevistados, se puede observar que si
bien están en el rango de edad establecido y que proceden de los dis­
tintos centros de readaptación social de la Ciudad de México, no to­dos
son primodelincuentes, muchos de ellos ya cuentan con algún an­
tecedente delictivo. Esto se debe a que muchos internos no reciben
sentencia condenatoria a pesar de ser aprehendidos una, dos o hasta
tres veces; de modo que se les consideran como primodelincuentes ya
que serán sentenciados por primera vez.
La mayoría de los internos únicamente concluyó el nivel básico
de educación y pocos la secundaria. Es importante resaltar que sólo
algunos han decidido seguir estudiando durante su estancia en el
Cevareso.
Podemos observar también que, de los 13 entrevistados (véase
anexo 1), Noé es el único acusado de violación, secuestro y portación
de armas; el resto se le inculpa de robo calificado, robo agravado,
robo de auto, robo a transeúnte y robo a transporte público.3
En relación con las prácticas religiosas, la mayoría de los reclusos
se considera católico no practicante, es decir, están bautizados, con­
firmados y la familia es la que les ha legado esa religión; sin embargo,
no suelen asistir a la iglesia que se encuentra dentro del Cevareso, y
cuando estaban en libertad acostumbraban ir a misa sólo cuando ha­
bía algún evento familiar o de amigos. Muchos de ellos muestran
re­chazo hacia las autoridades eclesiásticas y prefieren “creer a su ma­
nera”; dicen no necesitar de la confesión “para estar bien con dios”,
ellos se acercan a él “a su manera” por medio de intermediarios como
la Santa Muerte, San Judas, la Virgen de Guadalupe, la santería o el
diablo.

Expresidiarios creyentes

Se obtuvieron también algunos testimonios de devotos a la Santa


Muerte que permanecieron en prisión por algún tiempo purgando
alguna sentencia o por algún proceso. A continuación se presenta
información relevante de cada uno de los creyentes entrevistados en
contextos fuera de la cárcel.
Los creyentes cautivos 77

Jesús: 45 años de edad. Radica en la delegación Venustiano Carranza.


Ingresó a la edad de 36 años al Centro Preventivo Varonil Norte por
seis meses, acu­sa­do de robo. Durante su estancia estuvo en la zona de
ingreso, ya que no contaba con una sentencia y se mantuvo ahí du­
rante todo su proceso. Comenta que se le calificó como inocente del
cargo que se le imputó —un día que iba a “dar unos rosarios” de la
Santa Muerte, el taxista que lo transportó lo acusó de haberlo asalta­
do—. Antes de entrar a prisión Jesús “daba los rosarios” en el altar de
la Santa Muerte ubicado en la calle de Alfarería, en Tepito; varias
personas le pe­dían que lo hiciera en sus casas o en sus altares, desde
entonces, empezó a tener un acercamiento a la santería y se adentró
más en esa religión. Ac­tual­mente es comerciante ambulante, se de­
dica a la santería y guarda respeto por la Santa Muerte.

Japo: 40 años de edad. Radica en la delegación Coyoacán. A los 21


años de­­ci­dió irse a Illinois, Estados Unidos de América, donde per­
maneció cerca de 10 años, de los cuales ocho estuvo en prisión acu­
sado de robo y portación de ar­ma. Co­men­ta que fue detenido por su
calidad de migrante. En la cárcel de EUA, por medio de un paisano
mexicano, conoció la devoción a la Santa Muerte. Ac­tualmente vive
en la misma delegación. Desde que regresó a México co­men­zó a ir
cada día primero de mes a los rosarios de la Santa Muerte en Tepito.
Actualmente se dedica a trabajar como chef.

César: 29 años de edad. Radica en la delegación Iztapalapa. Vive en


unión libre, tiene cinco hijos con la que fue su esposa. No concluyó la
secundaría. Estuvo sólo unas semanas en el Centro Preventivo Varo­
nil Norte ya que fue acusa­do de robo, pero no se le pudo demostrar
nada. Conoció a la Santa Muerte en las calles. Actualmente se dedica
al comercio en el metro —vagonero—. Asis­te con regularidad al altar
de Alfarería, en Tepito, los días primero de cada mes. Se considera
católico no practicante.
78 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Deriva, carcelazo y adaptación

Por medio de las entrevistas me fue posible reconfigurar momentos


clave en la trayectoria biográfica de los internos antes, durante y des­
pués de estar en la cárcel. Esas vivencias van acompañadas por la
religiosidad hacia la Santa Muerte, por lo que a continuación pre­
sento la forma en la que los internos viven la dinámica del Cevareso
teniendo siempre presente su fe.
Para esto, decidí dividir los relatos en al menos tres momentos es­
pecíficos: 1) “La deriva”, en la cual se abordan las narraciones de los
internos que cuentan sus vivencias en la calle antes de ser detenidos,
así como la forma en la que la Santa Muerte se les manifestó. 2) “El
carcelazo”, el momento en el que los reclusos viven su detención y
encierro. 3) “La adaptación”, el modo en el que los presos conocen la
forma de vida en la prisión, adoptan códigos, adquieren poder, buscan
respeto, generan dinero y mantienen relaciones amorosas con perso­
nas externas.

La deriva

Al entrar en la prisión, los reclusos comienzan un proceso de clasifica­


ción. En el caso de los internos del Cevareso, cuando son nuevos, se
les conoce como “las remesas”, es decir, jóvenes que provienen de los
distintos centros preventivos de la Ciudad de México, se les clasifi­
ca de acuerdo con su perfil y con base en éste se les ubica en el área de
los dormitorios. Para la elaboración de estos perfiles se considera si
son primodelincuentes o si tienen antecedentes penales.
La mayoría de los entrevistados no eran primodelincuentes, al­
gunos ya tenían algún antecedente delictivo, y aunque no hubieran
recibido sentencia condenatoria, al menos ya habían vivido un pro­
ceso penal. Uno de los funcionarios administrativos del Cevareso me
explicó:

Aquí, acuérdate, jurídicamente es primodelincuente porque es la primera vez


que tiene un expediente, hay una detención, pero esto no quiere decir que era la
primera vez que delinquía. Un primodelincuente, así, tal cual, lo distingues de
Los creyentes cautivos 79

inmediato porque es aquél que llega así […] que todo esto le impresiona, y no
sabe cómo manejarlo y los demás abusan de eso. Esto es jurídicamente. Hay otra
cuestión, que criminológicamente no es primodelincuente porque no es la pri­
mera vez que comete el acto delictivo.4

Lo anterior me hizo reflexionar acerca del contexto social en el que


vivían los internos antes de entrar a prisión. Muchos de ellos no con­
taban con un empleo formal, otros ingerían drogas y otros tenían al­
gún familiar en prisión. La mayoría con una formación educativa
mínima. En algunos casos la actividad principal era el robo, la extor­
sión o el comercio. Algunos manifestaron que toda su vida “se la han
pasado encerrados”, ya sea en una correccional o en algún progra­
ma para internos que quieren dejar las adicciones, incluso afirman
ha­­ber pasado de cárcel en cárcel. Varios mencionaron que era la pri­
mera vez que delinquían, otros que fueron detenidos no precisamente
por su primer delito.
Muchos de los presos han experimentado momentos de riesgo en
los que su fe por la Santa Muerte ha estado presente, lo que quiere
decir que ya eran devotos desde que estaban en la calle; en otros ca­
sos conocieron a la Santa Muerte durante su proceso penal y al salir
ya la tenían como un referente religioso; hay quienes comentan que
fue la Santa Muerte quien los regresó a la prisión. Es importante men­
cionar también que los internos no se asumen a sí mismos como cri­
minales, para ellos, el delinquir es una forma de subsistencia. Desde
jóvenes han vivido en contextos donde prevalece la delincuencia;
han aprendido códigos, actividades de riesgo, es decir, han sociali­
zado en una subcultura de la delincuencia y, en algunos casos, a su
ingreso al Cevareso ya cuentan con una carrera social delictiva.
Para algunos autores, como David Matza5 hay jóvenes que se en­
cuentran inmersos en la subcultura de la delincuencia, ya que existen
códigos delictivos que son aprendidos entre su grupo de pares o en el
lugar que viven. Pero así como existen estos códigos delictivos, tam­
bién hay un marco legal que establece lo que está permitido frente a
lo que está prohibido. Desde la perspectiva de Matza, la delincuencia
es “después de todo, un estatus legal, no una persona que siempre vio­
­la las leyes. Un delincuente es un joven que, en términos relativos,
justifica más esa apelación legal, que otro que es menos delincuente
80 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

que él o que no [lo] es en absoluto”.6 Es decir, al ser la delincuencia


un estatus, los delincuentes son actores que juegan ese rol, lo que
im­plica que el delincuente tenga claras las actividades convencio­
nales a su estatus y se mueva dentro de éstas.
Matza propone un concepto que denomina “la deriva”. Para este
autor, el delincuente es un actor que no está obligado ni comprome­
tido a cometer sus actos, pero tampoco es libre de elegirlos, por eso es
que la deriva define un estado que:

se encuentra a la mitad del ca­mi­no, entre la libertad y el control. Su base es un


área de la estructura social donde el control es más laxo y se acopla con la frus­
tración del emprendimiento adolescente de organizar una subcultura autónoma
—y por ende, una fuente de control independiente—, en torno al ac­cionar
ile­­gal. El delincuente existe de manera transitoria en un limbo situado entre la
convención y el crimen.7

Los delincuentes se encuentran muchas veces en la deriva, es decir,


entre la acción criminal o delictiva y la acción convencional. La de­
riva es un proceso gradual que muchas veces suele ser imperceptible
para el actor, e in­­cluso en las primeras etapas puede manifestarse en
situaciones accidentales o impredecibles, lo que permite entender
que muchos de los delincuentes juveniles derivantes pueden o no con­
­vertirse en cri­minales adultos.
Es importante subrayar que, para que un actor forme parte de la
deriva, tiene que estar inmerso en la subcultura de la delincuencia,
a la que Matza caracteriza de la manera siguiente: 1) La subcultura de
la delincuencia es un marco o ámbito dentro del cual la perpetración
de un delito es un conocimiento común en un grupo. 2) En la subcul­
tura de la delincuencia los actos delictivos requieren participación
colectiva. 3) Hay un nivel estándar de aprendizaje, por lo regular se
buscan referencias de estatus y reputación dentro del grupo delictivo.
4) Los miembros de la subcultura de la delincuencia deben quebran­
tar las leyes, no por definición, sino como respuesta a la hipótesis de
que la suya es una subcultura delictiva. 5) Los valores y normas implí­
citos en la subcultura de la delincuencia se apartan de alguna mane­
ra de las tradiciones convencionales. En general, el autor sostiene que
“la subcultura tiene dos mentalidades respecto de la delincuencia:
Los creyentes cautivos 81

una permite a sus integrantes comportarse y así obtener prestigio; la


otra revela el impacto de los preceptos convencionales”.8
Basándose en los supuestos anteriores se mostrará cómo la mayo­
ría de los creyentes entrevistados se iniciaron en una subcultura de la
delincuencia siendo muy jóvenes, ya que antes de ingresar a prisión
se dedicaban a robar, extorsionar y vender droga. Si bien no es el mis­
mo tipo de delincuencia la que vio Matza en los años sesenta —cuan­
do estableció los parámetros de la subcultura de la delincuencia—,
algunos de sus preceptos siguen vigentes, por ejemplo: la manera en
la que muchos integrantes de la subcultura delictiva buscan el pres­
tigio o el respeto9 mediante actividades delictivas y riesgosas; la
parti­cipación colectiva en actividades delictivas es muy frecuente; y
la manera en la que muchos jóvenes se ven inmersos en esta subcul­
tura sin darse cuenta y la viven como algo normal. Incluso, a muchos
de ellos no les cuesta trabajo adaptarse al encierro, pues las situacio­
nes de violencia que pueden vivir ahí adentro ya las han vivido fuera;
muchos de ellos ya conocen los códigos delictivos desde la calle.
Finalmente, con base en esta visión teórica, se puede entender
me­jor cómo es que las historias de los internos entrevistados para
esta investigación dan cuenta de su inmersión en la subcultura de la
delincuencia debido a las actividades a las que se dedicaban. Es decir,
no se volvieron delincuentes de un momento a otro, sino que tuvieron
que pasar por procesos sociales que los condujeron, desde un punto
de vista normativo, a una “carrera del desviado”.10 Los delincuentes
no se forman solos, sino que pasan por varios procesos que los llevan
a cometer actos delictivos. Es importante resaltar que no sólo se de­
ben tomar en cuenta las circunstancias sociales, sino también la in­
tención individual; es ahí cuando ya se puede notar qué tan in­vo­
lucrado está un joven en la subcultura delincuencial, ya que “cometer
un acto prohibido por la ley no es en sí, todavía, un crimen. El cri­men
está compuesto de dos elementos: uno material y el otro men­tal […]
Para que el acto prohibido sea criminal, debe agregarse un elemento
faltante. Para la ley, ese elemento faltante se llama ‘intención’ ”.11
Así, hay una carrera delictiva de la cual los jóvenes van formando
parte, pero también un grado de intencionalidad con el que ellos sue­
len cometer sus actos, es decir, se encuentran en la deriva y es aquí
cuando la religiosidad se hace presente. Esto muestra la situación so­
82 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

cial por la que pasan los jóvenes delincuentes, así como la manera en la
que buscan una protección simbólica ante el riesgo que corren —cir­
cunstancial o intencionalmente—. Ellos aprenden códigos de religio­
sidad y la forma en la que pueden utilizar dicha religiosidad para sus
actividades ilícitas.
En la subcultura de la delincuencia hay códigos que se aprenden,
acciones que sirven para mostrar orgullo o ganarse el respeto de otros;
es por medio de esta subcultura que se pueden crear, conocer y trans­
mitir códigos de religiosidad y, por lo tanto, la manera en la que se
deben utilizar las figuras religiosas en el momento de realizar un acto
ilícito. Es decir, de la subcultura de la delincuencia se pueden derivar
formas de llevar a cabo una religiosidad; por ejemplo, algunos in­
ternos mencionaron que ya conocían a la Santa Muerte y que se les
manifestó en sueños o durante el acto delictivo.

Conocí a La Madrina desde que estaba en la calle

Muchos de los internos entrevistados, creyentes de la Santa Muerte,


conocieron el culto desde que eran niños o jóvenes y solían asistir a
los altares cercanos a su casa o iban a Tepito a visitar el altar que se en­
cuentra en la calle de Alfarería. Antes de ser detenidos y permanecer
en el encierro, ya vivían la subcultura de la delincuencia; se dedicaban
a robar, a la venta y consumo de droga, a la extorsión y solían estar la
mayor parte de su tiempo en la calle con su grupo de amigos. En este
contexto, regularmente recurrían a la Santa Muerte para buscar pro­
tección debido a los riesgos que corrían, incluso, ellos relatan que
tu­vieron manifestaciones de la Niña Blanca durante sus sueños, o
bien, se les hacía presente en distintas formas durante algún even­
to peligroso con el fin de protegerlos.
En el relato de Paredes se puede observar la manera en la que él
conoció a la Santa Muerte, fue en su casa durante la adolescencia; su
papá tenía un altar. Cuenta que desde esa etapa de su vida comenzó
a estar en las calles y a consumir drogas.

Me inicie en la devoción por mi papá, él era devoto. En nuestra casa haz de


cuen­ta que también tenía su altar; era un cuadro de hilado, se llama así el tra­
bajo, con clavitos, y la hacen así, hilados con los hilos, estaba bonita ¿no? Yo
Los creyentes cautivos 83

veía que le ponía su manzana, su veladora blanca, su vaso de agua, pancito y le


pedía, pero yo lo veía y no sabía que era realmente y siempre me le quedaba yo
viendo y como que atraía algo, yo la veía y como que me atraía algo, nunca le
tomé importancia, ya hasta que cumplí como los 13, y que ya empecé a andar
en la calle, andaba de pata de perro, empecé a conocer las drogas y recuerdo que
cuando yo empecé a pedir, yo llegué, me acerqué, hablé supuestamente con
ella y fue cuando… estaba enfrente de mi... Haz de cuenta que de donde yo
vi­vo, como a cuatro cuadras, hay un altarcito en una casa, y esa vez yo andaba
dro­gán­dome y me le quedaba viendo mucho a la imagen y pues supuestamente
yo le pedí, yo no sabía muy bien de ella, me puse a platicar: “No sé muy bien de
ti, pero quiero que me cuides, cuides a mi mamá y cuides a mis hermanos”. Y
pues ya empezaron las promesas.

Paredes se dedicaba al robo de cadenas. Un día decidió ir a Tepito a


com­prar algunas cosas y le robó una cadena a un joven, se la arrancó
del cuello. Cuando se dio cuenta que la cadena traía un dije de la San­
ta Muerte, se asustó, ya que no robaba cadenas con la figura de La
Flaquita. Esto le creó angustia porque pensó que ella lo castigaría. Ése
fue justo el día que lo detuvieron y entró a la prisión.

Ira, te voy a platicar, es algo igual, relacionado con la Santa Muerte. Haz de
cuenta que yo sí me dedico a robar ¿no?, yo la hacía ahí en Tepito, pues ahí en
Tepito se puso mucho de moda el robo de cadenas. Ahora sí que “requintazo”,
de que llegan varias gentes de dos tres colonias, ahí al Centro, y llegan a com­
prar, y esa ocasión fue un… 16 de septiembre, todavía el 15 de septiembre nos
fui­mos a robar y nos trajimos como cuatro cadenas, esa vez coronamos como con
40 000 pesos, como cuatro cadenas fuimos a vender; ya traíamos co­mo 40 000
pesos, ya nos dividimos entre dos: veinte y veinte. Y este… esa misma noche,
pues nos vamos a cotorrear mi “causa” y yo, mi pareja de robo ¿no? Nos lle­
vamos a nuestras novias, nos compramos ese día una motoneta, de hecho,
traíamos una motoneta y ya ¿no?, pasan, nos cotorreamos y al día siguiente que
va mi “causa” en la motoneta y me va a buscar: “¿Qué pasó carnal?, ¿qué hay
que hacer?” “No, pues tú dime”. “Vamos a comprar unas playeras, vamos a Te­
pito”. “Sí”.
Íbamos por..., otra vez, ahora sí que a la boca del lobo, voy, me meto y ¿qué?,
iba un chavo caminando, lo veo que va caminando, y va ahora sí que pura ten­
tación, porque era una cadenota, ¿no?, traíamos dinero, pero ahora sí que yo
lo vi, ¿no? Y qué, pero nunca vi que él estaba haciendo esto [moviendo la ca­
de­na], así ¿no? Entonces me pongo al lado de un puestecito, ponle que a esta
orilla, y va pasando, y ¡fum!, se la arrebato, y al momento de arrebatársela no
veo, me sigo corriendo, ya hasta que la abro y cuando la abro venía la imagen
de La Madrina. Quién sabe dónde quedó esa Madrina. Venía la imagen de una
84 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Santa Muerte, la agarro y así como la veo le digo: “Ay mamita linda, per­dó­na­
me”. Yo de hecho, tú podrás tener una cadenota, puede ser la más cara, pero si
trae la imagen, yo no te la quito ¿eh? No te la quito, así te vea bien dado, traigo
el tubo [una pistola], no te la quito, no soy capaz de quitártela.
Y te platico que esa vez que agarré, se la había quitado y no, pues cuando
me doy cuenta busqué, pero de este lado traía otra cadena, sigo corriendo y mi
“causa” se pierde, pero ya sabíamos dónde quedarnos de ver. Entonces cuando
yo llego ya estaba ahí, iba caminando y dije: “Chale, perdóname, acá, disculpa,
no creas que... ay no, a ver que pedo”. Y ya me la guardo y me la quedo, la llevo
con mi “causa” y… “¿Qué pasó carnal?” “No, pues nada”. Ya le saco y traía una
chapa, saco la chapa, chapa de oro. “No, pues vamos a probarla”. Ya vamos
lle­gamos, le avientan los ácidos y no era. “Chale carnal”. “No, no hay pedo”.
Nos vamos, y mi “causa” vio otra sobre el camino y que me dice: “No,
pues ésa”. “Va, vamos” Y que haz de cuenta que agarro y se la cruza, llego y se la
jalo, y nos metemos ahí donde nos lo compraban. Nos dan 15 000 pesos y nos
salimos, fuimos a comprar unas playeras, unos tenis, ya veníamos con las bol­sas,
pasamos a comprar droga, unas bolsas de mariguana, pipas para estar dro­gán­
donos, y qué, ya íbamos... Yo vivo en la colonia Moctezuma, segunda sección. Ya
veníamos en la motoneta y de repente se nos aparece la patrulla: “A ver moto­
neta negra, oríllate a la orilla”. Traíamos la droga, los papeles no los traíamos, y
me dice mi “causa”: “Vámonos”. No, pues se sigue, fue suerte, bueno, un poco
de suerte porque no nos agarraron luego luego. Haz de cuenta que nos metemos
a una de sentido contrario y nos sale un camionsote, no, pues se para la patrulla
y el otro: “pa… pa… muévete, muévete”. No, pues le ganamos una cuadra, pero
en la siguiente cuadra que ya estaba la otra patrulla, ya venía la otra: “Motoneta
negra, oríllate”. Y haz de cuenta que se nos ocurre meternos en una vecindad
que de esas que siempre está abierto, de esas vecindades que todos los días está
abierto, y ese día nos tocó cerrado. Llegamos y empujamos y estaba cerrado.
Pues ya, así como nos bajamos, ya estaba la patrulla: “A ver, una revisión
de rutina”. Llega la otra patrulla: “No, que sí, la revisión de rutina, muéstrame
tus papeles”. “No, pues no los tengo”. Te digo que llega la patrulla y ya se baja
una chava y un chavo: “No, sí son los que nos robaron”. Y luego luego por mi
mente pasó: “Esto es castigo, me está castigando”. Y luego luego, me puse a pen­
sar: “No, ahora sí que ya me aventaron —como aquí lo decimos— la “cha­
natera”, ya me aventó todo el vaho malo. Yo siento que a la chava con la que
venía…, eran una chava y un chavo, pero los dos traían las cadenas, la chava
traía su cadena igual con una Madrina, pero el chavo yo no le vi su cadena
que traía él. Dije, no, pues te digo que los guardo y ya cuando nos están re­vi­
sando saco la cadena, los como 8 000 o 9 000 pesos que traíamos, saco el di­ne­
ro, los muestro… a la chava esa que supuestamente robamos traía 300 pesos,
un celular, y yo le muestro la cantidad que traíamos, no, pues ellos dijeron que
no, que en qué trabajábamos y nosotros les dijimos que trabajamos de comer­
ciantes en Tepito, no, pues no nos creyó. Y no te creas, hasta ahora yo digo que
me castigó La Madrina.
Los creyentes cautivos 85

El amigo de Paredes ya no quería regresar al encierro, pues tenía po­


cas semanas de haber salido de la correccional. Cuando los estaban
subiendo a la patrulla llegó el hermano del amigo y lo subieron tam­
bién. Después, el amigo logró escaparse y ni a él ni a su hermano los
encarcelaron por ser menores de edad. El amigo de Paredes continúo
robando y actualmente se encuentra internado en la penitenciaria.
Este relato muestra cómo se aprenden distintos códigos dentro de
la subcultura de la delincuencia; por ejemplo: el hecho de robar las
cadenas y después “coronar” su robo vendiéndolas para obtener di­ne­
ro; así como la manera en que se aprende y afirma que la Santa Muerte
tiene muchos devotos delincuentes, ya que los protege y los ayuda en
sus actividades.

Yo le pido: “Voy a robar una joyería. Madrinita ayúdame. Que todo salga bien.
Que no la caguemos. Y te prometo que te voy a ofrendar. Pero que todo salga
bien y que no me agarren”. Y ya vas, te persignas y todo.

Paredes está convencido de que La Madrina, como la llama, lo cas­­


ti­gó por robarse una cadena con su imagen. Paredes es un claro ejem­
plo del ambiente de la deriva por el que muchos de los devotos en
prisión han pasado.
Otro ejemplo es el de Ismael que por medio de sus tíos conoció a
la Santa Muerte durante la adolescencia, ellos pusieron un altar en su
casa después de salir de la cárcel.

Yo creo en la Santa Muerte desde que salió mi tío del [reclusorio] Sur. No re­
cuerdo, todavía estaba morro, tenía unos catorce, quince. Ya la había visto, pero
no, no le había tomado mucha atención hasta que él salió. Me empezó a inte­
re­sar porque él empezaba a tener su Madrina en mi casa, y pues le puso su
nicho, su nicho es su altar. Pues luego yo lo… yo le ayudaba a acomodarlo, a
limpiarlo. Y pues yo le empezaba a hacer preguntas porque creía en ella. Y él
me explicaba que pues lo cuidaba y más en el lugar donde estaba, pues lo
cuidaba, estaba en el Sur.

Varios de los familiares de Ismael se encontraban en situación de en­


cierro, su devoción hacia la Santa Muerte aumentó cuando le pidió
a La Flaquita que sacara a uno de sus hermanos de la correccional. Se
sintió identificado con esta fe por considerarla poco aceptada por la
sociedad, como es su caso, ya que él se siente también poco aceptado.
86 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Yo, de más morro, pues siempre me late ir en contra de todo, ¿no?, y pues yo, veía
que la Santa no era muy aceptada ante la sociedad. Me decía yo entonces, pues
de cierto modo así me sentía, ¿no?, no era muy bien visto en la sociedad. Y pues yo
lo tomaba como algo en común conmigo, o sea, como comprensión, se podría
decir, ¿no? Y sí, porque pues había momentos en los que yo me ponía a hablar
con ella. Y yo la veía tanto, así como si me estuviera escuchando. Empecé a pe­
dirle favores como que sacara a mi carnal del Consejo.

Ismael dice que siempre le gustó andar en la calle con los amigos y que
varias veces la Santa Muerte le ayudó para que no se lo llevaran a los
separos.

La Santa Muerte me ha hecho paros, me bajó dos tres veces de la patrulla. Ya


tiene años, varea, yo creo dos o tres ocasiones. En una ocasión nos agarra­ron
con mercancía, bueno, nos agarraron con droga, con piedra, perico, mota, acei­
te, íbamos a un rave, pues íbamos cargaditos. Ese día le pedí, y pues sí, mi “vale”
también le pidió, y qué, nada más fue cuestión de 10 minutos que lle­garon por
él: “A ver quién está... tú ya te vas”. Y teniendo la bronca ahí, ahora sí que
teniendo la bronca nos dieron la viada.

Ismael asegura que después de salvarse de varios arrestos lo detuvie­


ron un día y le encontraron una mochila con carteras que, según él, no
había robado. Ismael creció en una familia donde sus parientes más
cercanos —tío y hermano— estaban en la cárcel, por lo que desde
muy joven se desenvolvió en un ambiente familiar en donde al me­
nos tuvo conocimiento de la vida carcelaria. Desde entonces conoció
la devoción a la Santa Muerte que, según dice, lo protegió en diver­
sas actividades ilícitas; muestra de las situaciones de la deriva.
Arce también conoció a la Santa Muerte desde muy joven, co­
menta que tenía muchos familiares cercanos que creían en ella.

Empecé a creer en ella desde los 11 años, ahora sí que el culto viene desde la
calle. ¿Por qué? Porque mi mamá, toda mi familia, cree en la Santa Muerte.
To­dos me lo fundamentaron, ahora sí que todos creen en ella, ¿no?, pues es
mi­lagrosa, te cumple tus milagros. Como la trates, ella te va a tratar. ¿Por qué?
Porque también en el altar pones veladoras, necesitas ponerle de comer, viene
de muchas cosas, también ellos necesitan comer, como los muertos, como el dia­
blo, necesitan comer, se les ponen sus ofrendas... Me empecé en la devoción a los
11 años, ahora sí que fue todo por un sueño, yo la empezaba a soñar y le pre­
gunté a mi papá, y él me dijo: “No, pues es que ella te quiere proteger de dos
Los creyentes cautivos 87

tres cosas malas”. Así, a esa edad, empecé a creer en ella, por eso mismo, por
el sueño. Y ya de ahí, dos tres milagros que han pasado en mi vida, ¿no?, en el
tiem­po que llevo viviendo han pasado muchas cosas, ¿no?

Arcé afirmó su fe hacia la Santa Muerte cuando regresó a prisión; le


había prometido cosas cuando salió de la cárcel por primera vez y,
dice, que como no se las cumplió, regresó a prisión.

La primera vez que salí de la cárcel —del Oriente—, yo le dije que si me sacaba
yo iba a ir a darle gracias a su iglesia, ahí en la Morelos. Y que le iba a llevar
unas veladoras. Y me la iba a tatuar, traerla en mí. Y pues de ahí, ahora sí que…
ahora sí que siento que fue por eso que otra vez regresé a la cárcel. ¿Cómo te
diré? Hubo cosas que sí hice, cosas de lo que yo le prometí, si lo hice, y cosas
que no. O sea, que ahora sí que se me regresó, porque entré un primero de junio
—es el día que se festeja a la Santa Muerte, cada primero de mes—. No le fui
a dar gracias hasta allá, hasta la iglesia, le puse en mi altar de la casa sus ve­
ladoras, lo que lleva, ahora sí que le di las gracias pero en mi casa, no en su
iglesia, como le había prometido. Me regresó a la cárcel para cumplir.

Arcé cuenta que la Santa Muerte lo protegía cuando él salía a robar,


por lo que considera que ella es una figura muy milagrosa. Estas afir­
maciones permiten observar cómo muchos de los internos antes de
ser aprehendidos se encontraban en la deriva.

Te digo que se me ha aparecido en sueños, o sea, como la primera vez. Unos años
atrás, antes de que yo llegara a la cárcel, pues íbamos a ir a robar, se me apreció
y me puso todo lo que iba a pasar y al otro día se los dije a mis amigos: “No hay
que ir y acá” “¿Por qué?” “¿Qué?” “La soñé así de blanco, ella iba flotando, yo
iba atrás de ella, me iba enseñando por dónde íbamos a ir, qué íbamos a robar
y todo, pero nos van a agarrar”. “No, tú estás loco”… y que quien sabe qué. Así
como nos fuimos, ¡pum!, que nos atoran, pero en esos instantes, pero como yo
ya iba con otra noción de que ella me había dado el camino, y yo gané, ¡pum!,
me desaparecí y a ellos los agarraron.

Una constante en las historias de los devotos internos es la narra­


ción de protección de la Santa Muerte en situación de ries­go. Otro
ejemplo es el de Fedro quien conoció a La Flaquita desde la calle,
pero afirmó su fe cuando entró a la cárcel. Él cuenta que, en la calle, la
Santa Muerte lo salvó varias veces de distintos peligros.
88 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

En la calle era un poquito “cábula”. Una vez me querían matar y se me apareció


ella. Desde ahí empecé a creer más en ella. Haz de cuenta que yo voy caminan­
do sobre la calle y, precisamente, donde paso, en un lugar donde había funerales,
exactamente ahí, se va la luz. Se va la luz, sigo caminando, y pasa una sombra
grande con una túnica y veo que es ella y, exactamente, cuando pasa, regresa la
luz. Y haga de cuenta que así en cuanto se prende la luz, llega una camioneta y
me querían subir, ¿ves? Me querían subir, me querían hacer la maldad, o sea,
que me estaba avisando. Yo lo veo así, que me estaba avisando.

Darío es otro de los internos que conoció a la Santa Muerte desde


que era niño. Recuerda el momento en el que la Niña Blanca se le
presentó, fue después de sentir una gran impotencia al ver a su pa­
drastro borracho golpear a su madre.

Empecé a creer en la Santa Muerte a los ocho años. No viví una vida muy
buena, mi padrastro tomaba mucho, le pegaba a mi mamá, entonces era un
coraje, un resentimiento al no poder hacer nada de ver cómo la maltrataba.
Entonces me acuerdo que iba a la escuela y vi… me encontré un dije de la San­
ta Muerte, lo recogí y me le quedé viendo. Y pues haz de cuenta como si hu­
biese sido mi amiga. Mucha gente me decía: “Estás loco”. No, no estoy loco, sé
que me escucha, que existe y en sueños la vi. Entonces muchas se comunican
así en sueños, o no sé, a base de movimientos, son muchas cosas, es algo in­creí­
ble. Entonces más que nada aquí todo es de fe.

Darío comenta que él vivió la mayor parte de su juventud en la calle,


con un grupo de amigos con los que hacía cualquier cosa para vivir.
Algunas veces lo detuvieron los policías en la calle y también vi­
vió situaciones de riesgo donde la Santa Muerte lo protegió.

Una vez me iban a matar. Mira, yo era un chavo que andaba de revoltoso en la
ca­lle, como todos, llegamos a la edad de que... Haz de cuenta que una vez íba­
mos, estábamos tomando, íbamos caminando y entonces empezamos a agredir
a otro chavo —siempre conflictivos—. Entonces, haz de cuenta que se echan a
correr, pero yo me quedo, me alcanzan, y me empiezan a parar una mega arras­
triza y entonces escucho cómo dice un “cábula”: “Jálalo, tráetelo al callejón, va­
mos a matarlo”. Saca la pistola y entonces cuando hace esto [ruido y mo­vi­mien­
to de cortar cartucho], cuando corta cartucho, se me queda viendo y empieza a
hacerse para atrás y se hecha a correr. Entonces nos quedamos de ¿qué onda?
Se echa a correr y entonces, cuando todos se van, como por arte de magia,
me dejan. Al lado mío estaba mi dije de la Muerte… estaba mi dije. Había una
persona que creía más, y le dije: “Así, asado”. Y me dijo: “La Muerte te protege,
Los creyentes cautivos 89

la Muerte está contigo… Mucha gente puede ver tu ser, realmente podemos
decir que es un vehículo nuestro cuerpo, un templo para que se puedan mani­
festar muchas cosas”.
De ahí creció más mi devoción. Y créeme que ya mucha gente me se­
guía. Me seguía, llegamos a ser un grupo de 15 personas que adorábamos a la
Muer­te, después de ahí me empezaron a seguir, y me decían: “Mira, tengo este
proble­ma”. Teníamos una Muerte grandototota, medía 1.98 y con los brazos
abiertos, en una casa. En un cuarto así como éste teníamos esa figura, y más fi­
guras re­pre­sentativas.

Otro caso de los jóvenes internos que da cuenta de esta situación de


la deriva en la que muchos de ellos han adquirido o han acrecenta­
do su fe en la Santa Muerte, es el caso de Minos, cuenta que cuando
tenía 10 años de edad lo protegió la Niña Blanca en una ocasión que
hubo una balacera en la que murieron algunos de sus familiares.

Creo en la Santa Muerte desde chico, tenía como 10 años, a mí se me aparecía


en mis sueños. Yo la vi en mis sueños y le comenté a mi mamá, y comenzamos
a investigar y todo eso. Varios le decían: “Cómprale un atrapa sueños, le están
haciendo algo malo”. Mamá lo compró y seguía pasando lo mismo, y una vez, así,
estoy durmiendo, y sueño que entra alguien en mi recámara, una mujer muy
hermosa, vestida de negro, y entra, y me dice: “Yo a ti te tengo otros planes”.
Y yo de niño no sabía qué hacer, me despertaba y me puse a llorar y le dije a mi
mamá que vino alguien y dijo esto y esto. Dice mi mamá: “A lo mejor es tu abue­
lita”. No creo que fuera mi abuela. Pasó el tiempo, dejé de soñar eso y un día
quién sabe cómo, estábamos en una fiesta, todavía tenía 10 años, y hubo una
balacera. Y pues mi familia empezó a correr, seguí a mis tíos. Pero antes de lle­
gar a la esquina, una mujer se me para enfrente y me dice: “No, tú sigue tu
cami­no por otro lado”. Pero me quería ir por donde se habían ido mis tíos, y
no, agarré la otra dirección. Llego a mi casa y al día siguiente nos enteramos
que habían fallecido dos familiares y un amigo.

Encontré un caso más entre las narraciones de los internos con ex­
periencias de estar entre la deriva y el riesgo; es el de César, que
también conoció desde niño la devoción a la Santa Muerte por me­
dio de su familia, y de la misma manera cuenta que lo protegió en
momentos complicados durante su actividad delictiva.

Pues yo empiezo a saber de la Santa Muerte por mi familia, por mi mamá, mis
tíos, todos creían, más bien, eran devotos. Bueno, son. Bueno, mi tío no, en paz
descanse, pero mi mamá sí, sí sigue. Casi todos mis tíos, casi toda mi familia.
90 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Llegué a pedirle favores, y sí. Pues es que yo andaba en problemas grandes ¿no?,
vendía droga y fue una vez de… de que todos los negocios me salieran bien.
Nunca me pasó nada. Las veces que me llegó a agarrar la policía, pues sí, le pe­­día
a ella y me soltaban, me dejaban ir… el secuestro de un hermano, tam­bién le
pedí mucho a ella y sí me lo regresaron con vida, golpeado, pero con vida.
Le rezaba y le pedía, bueno, primero, antes que nada, primeramente dios, y ya
luego le pedía a ella: “En el nombre de dios, Flaquita, ayúdame a salir de esto”.

Por medio de los testimonios es posible observar cómo algunos de los


entrevistados, antes de entrar a la prisión, se encontraban en situacio­
nes familiares y sociales vulnerables o de riesgo, por las que se vieron
orillados a vivir en la calle, o bien, previamente comenzaron sus ac­
tividades ilícitas como robo o venta de droga. Se puede ver también
que la socialización primaria se desarrolló en el ámbito de una subcul­
tura delincuencial a la que se fueron integrando. Por último, podemos
advertir cómo su fe en la Santa Muerte está presente en el desarrollo
de sus actividades —muchos de ellos narraron que la Niña Blanca los
previno de algún riesgo próximo o les ayudó para que no los detuvie­
ran; otros reafirmaron su fe hacia ella a partir de lo que consideran un
castigo que ella les dio por no cumplir sus promesas—.
Es interesante analizar que dentro de los códigos que aprende es­te
grupo de devotos que crecieron en una subcultura delincuencial, se
encuentra la religiosidad, la cual es utilizada para protegerse de los
riesgos constantes a los que se enfrentan. En estos casos se remarcó el
uso de la creencia en la Santa Muerte durante las experiencias delic­
tivas, pero no se debe dejar de mencionar que quizás ellos pudieron
recurrir a otras figuras sagradas, lo cual no mencionaron a pesar de que
muchos de ellos afirman ser católicos o creer en otros santos.
Pareciera que la ambigüedad de la Santa Muerte —buena y mala
a la vez—, por su cualidad de ser una santa trasgresora, se refleja en
gran parte de estos relatos, por lo que se puede observar cómo, para
al­gunos sectores de la sociedad, son útiles figuras sagradas como la
de La Flaquita.
Los creyentes cautivos 91

El carcelazo

Mientras esperaba en el CDUDT a uno de los internos para entrevis­


tarlo, entró un joven de aproximadamente 22 años para hablar con
el encargado de la oficina a quien le pidió que lo cambiara de estan­
cia, ya que su compañero de celda lo trataba mal; el joven, quien
recién había llegado al Cevareso, comentó que, entre otras cosas, lo
levanta­ba a las 5 de la mañana. Mientras el interno hablaba se le iba
quebran­do la voz; decía las cosas con cierto nerviosismo y con lágri­
mas en los ojos. El encargado le preguntó: “¿Qué más pasó?”. El mu­
chacho no dijo nada y soltó en llanto. “¿Ya te pego?”, le preguntó el
encargado. Y con voz nerviosa le dijo que no, que solamente no lo
de­jaba salir porque se tenía que quedar a cuidar la estancia; le ad­
virtió que si se le perdía algo “se lo iba a madrear”. El encargado le
solicitó más información acerca del otro interno: nombre y número
de celda. La respuesta del encargado fue la siguiente: “Mire joven, de
entrada, las celdas no son propiedad de nadie, y bueno… vamos a ver
qué hacemos, pida el cambio por escrito y ya lo vemos”.
El chico fue a escribir su petición de cambio y entonces el en­
cargado se dirigió hacia mí y me dijo que seguramente ya lo habían
golpeado, ya que era de la remesa,12 estaba recién llegado, y que los
internos con más antigüedad suelen ser abusivos con los nuevos. El
encargado decidió que no iba a hacer nada en ese momento porque en­
tonces sí le iba a ir “como en feria” a ese muchacho.
Detecté cierta impotencia y desesperación en el joven, lo cual me
hizo reflexionar acerca de cómo viven los internos el momento de
entrar a prisión y de qué forma la religiosidad a la Santa Muerte está
presente.
Al momento que representa el paso de vivir en la calle a vivir en
una prisión se le conoce como “el carcelazo”, término manejado en el
argot de los internos que significa: “Meter en prisión; depresión mo­
ral por estar encarcelado. Esto lo origina, entre otras causas, la soledad,
misma que provoca desesperación que puede generar el deseo de sui­
cidarse”.13 Es la entrada a la institución total y sus dinámicas, “es la
forma en la que un ciudadano pasa a ser un interno, porque comien­
za un aprendizaje de la supervivencia, es cuando el interno va ad­qui­
92 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

rien­do la habilidad para descifrar intenciones o reconocer las emo­


ciones”14 que se dan dentro de la prisión.
En términos de Goffman, el carcelazo es la mortificación y mu­
tilación del yo, ya que al entrar a una institución total el interno se
incapacita temporalmente para encarar ciertos aspectos de la vida
diaria en el exterior, lo que crea una tensión muy particular entre el
mundo habitual y el institucional; el sociólogo agrega que en este mo­
­mento el interno atraviesa “una serie de depresiones, degradaciones,
humillaciones y profanaciones del yo. La mortificación del yo es sis­
temática, aunque a menudo no intencionada”.15 Esta mortificación
del yo suele darse entre los propios internos y de los custodios hacia
los internos.
La mutilación del yo, según Goffman, se puede identificar en las
siguientes circunstancias: 1) Al romper el rol que tienen los internos
en su vida civil, controlándoles el privilegio de tener visitas o hacer­
las fuera del establecimiento. 2) Hay un proceso de programación que
regularmente el personal de la institución total nombra como admi­
sión, la cual implica procedimientos tales como la toma de huellas di­
gitales de los internos, la asignación de un número a estos, enviar a un
depósito sus pertenencias personales, desvestirlos, bañarlos, desinfec­
tarlos, instruirlos en las normas, asignarles un lugar, etcétera. 3) Suele
darse la “bienvenida” al interno, ya sea por parte del personal o de los
otros internos, quienes le enseñan al recién ingresado su nueva con­
dición de recluso, esto se da mediante la asignación de un apodo o la
asignación de un estatus bajo dentro de la prisión.
Este proceso del carcelazo, en general, “implica el desposei­mien­to
de toda propiedad, esto es importante porque las personas ex­tienden
su sentimiento del yo a las cosas que le pertenecen. Quizá la más sig­
nifi­cativa de estas pertenencias —el propio nombre— no es del todo
física. Como quiera que uno fuese llamado en adelante, la pérdida
del propio nombre puede representar una gran mutilación del yo”.16
En el proceso de despojo, la institución da al interno algunos reem­
plazos que son muy comunes y uniformes, cosas que llevan marcas
indicadoras de que pertenecen a la realidad de esa institución, estos
pueden ser la ropa, la asignación de tiempos, lugares para dormir, lo
que pueden o no consumir, formas para distribuirse y movilizarse,
la asig­nación de tareas, entre otros.
Los creyentes cautivos 93

A continuación, se mostrará mediante los relatos de los internos


la manera en la que algunos de ellos vivieron el carcelazo, y cómo su
religiosidad estuvo presente durante esta situación. Es importante de­
cir que los internos del Cevareso han experimentado dos carce­la­
zos: el primero, cuando entraron al centro preventivo de origen; el
segundo, cuando se les trasladó al Cevareso formando parte de las re­­
mesas. Las historias que se podrán leer a continuación incluyen a los
exinternos a quienes se les entrevistó en la calle.

Despojados y protegidos

Uno de los relatos que muestra la manera en la que se vive la muti­


lación del yo es el de César quien, acusado de robo, entró una semana
al Centro Preventivo ­Varonil Oriente; en la zona de ingreso fue re­
cibido primero por los custodios y luego por los internos, él relata lo
siguiente:

Estuve en el reclusorio Oriente. Me acusaron de robo. Primero me mandan aquí,


a San Ciprián, a la delegación. Duré como menos de 20 horas ahí y luego me
trasladaron al reclusorio Oriente. Y pues cuando vas entrando, pues te desnu­
dan, entras, ves a los custodios, te dicen: “Desnúdate todo”. Completamente
todo... zapatos, calcetas, calzones, todo. Nos voltean así, viendo hacia la pared.
Te ponen a hacer sentadillas. Te revisan todo el cuerpo, las manos, la boca, los
oídos, el cabello, para que vean que no traigas nada, que no lleves nada, un ar­ma,
una navaja, un fierro, no sé. Entonces nos desnudan y pasan y te dicen: “A ver
la boca, las manos, los pies”. Y te rompen la ropa.
A nosotros no nos dieron —ya ves que te dan ropa de color beige—, a
nosotros no nos dieron nada de eso, a nosotros nos rompieron la ropa; a mí me
quitaron mis tenis, mi short, mi sudadera, desde que entras. Llevaba unos tenis,
estaban más o menos, unos Nike. El custodio se voltea y me dice: “¿De quién es
el bulbo [el pantalón]?” Y me volteo y le digo: “Es mío”. Se me queda viendo y le
rompe lo que es una pierna, se la rompe, y me dice: “Toma, ponte tu pan­talón”.
Se va a un bote, saca unos tenis apestosísimos y me los avienta, y me dice: “To­
ma, te vas a poner estos tenis, porque estos no pasan.” Y me quita mi sudadera,
traía una sudadera que también estaba chida, se la quedó.
Entonces, ya cuando vas entrando —porque son un montón de pasillos—
ya mandan a otros, y luego luego, ya sabes, la de terror, con los fierros en las
ma­nos, y a ver con quién va a convivir y de dónde son. Es que están los túne­
les para llevarte hasta adentro, se acercan dos a ver, a ver tus nombres, te
checan, a ver con qué van a convivir. A mí ya me había quitado todo el cus­
94 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

todio. Me preguntan de dónde soy y yo les dije que era ahí de la Morelos, ahí
fue donde me agarraron y me las cotorrearon, y me apartan a mí y a otro chavo
que dijo que era de Peñón. “Ustedes dos, pásense para acá”. A todos los demás
los empezaron a revisar y a quitarles lo que traían y el güey éste me dice: “A mí
me dicen ‘El Perrote’ —pero con el fierro en la mano—, a mí me dicen ‘El
Perrote’ y chinguen a su madre, me vale madre, ustedes dos, háganse para allá,
y ustedes, a ver, ustedes dos no van a hacer fajina”. ¿Por qué? Quién sabe...
Ya nos llevan a los túneles y todo, y hasta que llegamos a ingreso, ya
llegando a ingreso ya nos recibieron otros. “A ver, pasen”. Y la mis­ma. “¿De
dónde son ustedes?”. Y a los que iban diciendo, yo era uno de los ú­ltimos. “A
ver tú, espérate”. Y me hacen a una orilla y se me quedaba viendo mucho el
güey, éste que estaba ahí recibiendo, “¿Tú, de dónde eres?”. Dije: “De la
Morelos”, “¿Qué calle?”. “Nacional”. “¿Conoces al tal Dorian?”. Y digo: “¿Do­
rian?, No… sí, sí conozco”. “Tú te vas a quedar aquí con nosotros, ese güey
es de mi barrio, aquí se va a quedar”. Y el otro volteó y dijo: “No güey, ya
mándalo a su celda”.
Me mandaron a una celda hasta arriba, sí me dejaron ahí un rato, como
unos 10 minutos con ellos platicando, ya luego me mandaron para arriba. Nos
encerraron, yo creo que eran los que ya estaban castigados o no sé qué eran,
pero con todas las luces apagadas, y en la mañanita a ver “fajina”. La “fajina” es
ahora sí que hacer todo, lavar el patio, secarlo, si no lo haces son unos chin­ga­
dazos; pero te digo que ya desde la entrada ya nos había dicho, ustedes no, no
hacen “fajina”, yo y el otro chavo.
Nos sacaron a todos a la “fajina”, al patio, como a las cinco y media, seis
de la mañana, ya con la playera rota, el pantalón, tenis todos madreados y nos
paran a todos así en fila y no sé si ellos lleven un control o no sé, pero en la lista
agarraron a todos los que iban a acarrear botes, a los que iban a tallar, a barrer,
a secar, y a nosotros nos dejan parados nada más viendo, ya no nos dijeron nada.
Entonces ya cuando nos sacan de esa celda nos toca estar con unos, este, bue­
no, ahí en esa celda la neta eran encajosos, manchados.

En el carcelazo los internos tienen que ir ganándose su lugar, en un


centro preventivo como el Oriente las celdas que están diseñadas
para cuatro o cinco personas suelen estar habitadas por 20, lo que
im­plica que, cuando llega alguien nuevo, tiene que ganarse su lugar.
César de alguna forma se sintió protegido por ser del barrio de la co­
lonia Morelos, sin embargo, el ganarse su lugar en la celda fue otro
de los momentos complicados que vivió al entrar en prisión.

No, pues cuando yo llegué, voy entrando y me dicen: “¿Qué celda te tocó?” Y
ya le digo: “No, pues el 1-6”. ¿1-6?, se me queda viendo y me dicen: “Es aquí”.
Yo dije: “No, aquí no es, es hasta el fondo” —porque las celdas iban 7, 6, 5, 4,
Los creyentes cautivos 95

3, 2, 1, entonces yo pensé que venían al revés—. Yo dije: “No, pues debe ser de
las últimas”. Y esos chavos, “no, pues ya llegó la chacha que va hacer la comida
y el quehacer”. Y yo me quedé así de ¿cuál chacha?, están pendejos, están güeyes,
no. Me paso hasta la celda de atrás y me mandaron al 1-6, y ya salieron los de
ahí y me dicen: “No es aquí, es hasta la entrada”. Y me vuelvo a regresar, y sí,
era ahí donde los chavos me estaban diciendo, sí era ahí, pues ahí me metí.
La primera vez cuando me metí a la celda, lo chavos que estaban ahí me
invitaron a comer y así sí comí bien, me invitaban papas con rajas y tostadas
de tinga; o sea, su visita les llevó comida y de ahí ya me invitaron de comer.
Entonces tuve que ir a los juzgados y de regreso me dice la mamá del cantón
—se baja con una hoja— y me dice: “¿Ya comiste?” “No, pues que sí, vine hace
rato y me invitaron un taco”. “Pues aquí también te damos”. “Pues órale, qué
chi­do”. Pues yo mi ignorancia, no. “No, pues es que tenemos menú especial, en­
tonces tú vas a escoger el menú especial”. “¿Menú?”. “Sí, pues tenemos niño
envuelto, pechugas a la cordón blue, bombones cubiertos con chocolate…”
Niño envuelto era de que te iban a envolver en una cobija y todos te iban
a agarrar a madrazos; las pechugas era de que todos te iban a dar una palmada,
¡con todo!, en el pecho; bombones era de que inflaras el cachete y te pegaban.
A fuerzas tenía que escoger algo del menú, eran varias, pero la verdad ya ni me
acuerdo. A mí me tocaron las pechugas, dije: “No, pues niño envuelto está muy
cabrón, no, voy a ver, ni que pedo, no, pues pechugas...” Yo al principio le qui­
se jugar al “qué pasó, no me voy a dejar” pero pues se empezaron a parar los más
enteros. “Que no se sienta muy chingón, muy verga, aquí se va a hacer, o lo es­
c­oges o te lo escogemos”. Pues vale madre.
Así le hacen a todos los que entran. Nada más me dijeron eso: “Te tienes
que formar y cuando entramos te formamos, no eres el único y así cuando en­
tren más nuevos tú también les vas a dar, no pienses que nada más es contigo”.
Bueno, pues, me tocan las pechugas. Ellos eran 17, conmigo eran 18, pues tuve
que aguantarles 17 madrazos de esos güeyes, pero todo el pecho me quedó rojo
rojo, así, gacho, así como toda la sangre molida ahí, ni pedo, pues tuve que
aguantarme.
Después de eso, un chavo agarró y me dio una playera, te digo que te rom­
pen la ropa y me dijo: “Toma, ponte esa playera”. “No, pues chido no”. En­
tonces ya me tocaron los chingadazos y al día siguiente llegan a los que les
dicen custodios —pero custodios de beige— o sea, mismos internos que tra­ba­
jan para los custodios, van y te dicen: “¿Vas a pagar la renta?” “¿Cuál renta, no?”.
Estábamos encerrados los 18 en ese espacio cuando llegan y dicen: “¿Van a pa­gar
renta?” “No, pues de a cómo va a ser” “De a 70 pesos”. O sea, 70 pesos para que
tú salieras de tu celda, ya pagábamos los 70 y te dejaban más en el pasillo —un
pasillo así, yo creo—, y eran 10 pesos más si querías pagar bala, ¿qué era bala?,
que anduvieras en toda el área de ingreso caminando, pero también corrías el
riesgo de que bajaran unos que les decían Alfa, que eran los que ya estaban en
castigo, pero estaban con los fierros y te robaban, te picaban y, o sea, ya hasta
se metían a ver y te robaban cobijas, ropa y a ver, dame dinero, y a ver, toma,
96 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

vas a vender esto, y quiero mi dinero a tales horas, y te digo que ahí en donde me
tocó a mí yo no sabía que los chavos ya se habían hecho valer ya, ya se habían
defendido y ya también los habían querido robar pero todos se…, sí le echaron
para adelante, ya no se dejaron...
Si tú no quieres pagar te dejaban todo el tiempo encerrado, todo el día,
todo el día encerrado en tu celda con las personas que estuvieran, así fueran
cinco o 25, todos los chavos con los que estaba se veía que tenían una lana, no,
y ellos sí pagaban, o sea, cooperábamos todos. “No, pues aquí se cooperan de a
cinco, 10 pesitos todos para que nos abran la reja”. Y pues sí, mi familia sí me
metió un billetito y unas tarjetas.

Durante el ingreso a la prisión los internos son “recibidos”, tanto por


los custodios como por los mismos internos. Desde su llegada hay
per­­sonas que, al tener más tiempo dentro, cuentan con una jerar­
quía ma­yor que les permite organizar la entrada de los que van lle­
gando. Por lo que me contaron, los internos hacen la limpieza, es una
de las pri­­meras actividades con las que se van ganando su lugar, se­
gún la pro­pia dinámica establecida en la prisión, donde la lucha por
el “monopoly of legitimate coercion”17 establece un régimen de ran­
gos y je­rarquías.
En ese régimen, el poder no sólo se ejerce desde los custodios
ha­cia los internos, sino de los internos hacia los otros internos. Hay
entonces un control, el cual “is expressed as mass of comands and
regulations passing down a hierachy of power”,18 esta jerarquía de po­­
der se ve claramente en la forma en la que se asignan tareas, en que
se pide dinero a los recién llegados, y en la que se van agrupando los
propios internos a su llegada.
Jesús relata que al momento de su carcelazo observa una figura
dentro de la prisión conocida como “la mamá”, es decir, el custodio
que controla el ingreso y las actividades que van a realizar los que ape­
nas llegan, y establece los comandos determinados por su jerarquía.

En ingreso llegaba alguien con dinero y, pues, llegaba “la mamá” de ingreso, se
los llevaba a su estancia y les decía: “Aquí te la vas a vivir como tú quieras
pagar”. Se las cantaba directo y, pues, ya le dabas dinero a él. Es quien controla
ingreso, todo ingreso. Persona nueva que llega, pasa por él a decirle. Primero, se
le dice que si no quiere hacer “fajina” tiene que pagar dinero. Controla inclu­
so a los que se les tiene que dar.
Uno por uno, lo analiza y ve qué poder adquisitivo tiene. Cuando tú eres
“la mamá” de ingreso, a ti te hacen llegar unas papeletas y saben por qué delito
Los creyentes cautivos 97

llegó la persona. Si llegas diciendo que no tienes dinero, ellos mismos te ma­
drean, te pegan si no traes dinero, y para que les des en la visita. Para que veas
que es en serio la amenaza, los custodios también te dicen, en los tres turnos te
dicen: “A ver, tú, ¿quieres ser mi amigo?” “No, pues sí jefe”. “Mira, los que son
mis amigos, nadie les pega, no se caen de las escaleras, no los pican”. Entonces
te están extorsionando, te meten terror para que cumplas. “No pues yo para la
siguiente semana necesito dinero, pero tú dime ¿cuánto valoras tu salud?” “No
pues, que 1 500 pesos”. “Ya hablaste”. Y es lo que tienes que darles. Luego, si
quie­res una estancia que sea mejor y con menos cabrones, te la venden.

El proceso del carcelazo es tan sólo una muestra de la dinámica a la


que entran los internos y durante este proceso la religiosidad tam­
bién se hace presente. Algunos de los internos cuentan que al momen­
to de la primera revisión sintieron miedo y decidieron rezar y pedir
que no les fuera tan mal. A otros no se les amedrentó gracias a sus
tatuajes, sólo pasaron por el terror que causan las palabras de los cus­
todios y de los propios internos.
Un ejemplo es el caso de Paredes, él traía un tatuaje de la Santa
Muerte, al momento de su llegada lo amedrentaron unos internos y
le pidieron sus pertenencias, al ver que traía en su antebrazo el tatuaje
de la Santa Muerte roja, no lo golpearon y sólo lo corrieron. Paredes
piensa que fue protegido por su tatuaje.

Haz de cuenta que mucha banda aquí sí anda sobres, pero, o sea, ando normal
con mi playera. Cuando yo llegué al principio: “Llégale puto, qué onda, a ver
¿qué traes?” Y pues, nada más hacer esto —mueve el brazo y enseña el tatuaje—,
ven la imagen, la ven y dicen: “Chale carnal, ábrete, ve a tirar un rol”. Ya pasa
otro que no tiene imagen y no trae una protección. “Tú llégale, tú que va, no
traes, como de que no”. Los encueran, los empiezan a formar: “A ver, regálame
unos bombones”. Al inflar el cachete, unos bombonazos, pero machines, ya
te están partiendo los labios.

Noé cuenta cómo al llegar al Centro Preventivo Varonil Oriente


tuvo su primer carcelazo, pero no le hicieron nada porque recurrió a
su religiosidad.

Cuando llego veo que a todos les están dando golpes, una madriza marca llo­ra­
rás, que yo nomás lo único que hice, que siempre he hecho, la manía, “uno, dos,
tres, échame la mano, que no me vaya tan peor”, a mí no me pegaron.
Le pegas a cualquier superficie que tengas cerca, llamas “el toque”; el to­
que depende de a quién llames, es como si marcaras por teléfono, una superficie.
98 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Llamé a mi Señor, a mi protector, todos tenemos un protector desde que nace­


mos, ya no me pegaron ni nada, me dio gusto.
Los custodios, cuando llegas siempre te dan una bienvenida. Ahora sí que
“¡bienvenido!, ¡pum, pum, pum!”, y yo dije: “Me va a doler”. Luego están correo­
sos, “échame la mano que no me peguen”, no me pegaron, nada más me re­
visaron, no les había dicho que era puto, homosexual.
Llegamos al Oriente, por decir, al Oriente llegas a la esclusa de lo que es
“La aduana” y te dan una madriza, y yo le pedí a mis dioses que no me pegaran
y no me pegaron. Cuando llegamos nos meten a ingreso y dices: “Órale, ¿a dón­de
vine a caer?” Siempre, antes de cualquier cosa, le tocaba y le pedía: “Écha­me la
mano, que no caiga en mal lugar”. Caí en una estancia, bueno, ni fajina hice,
en COC lo mismo, no hice la fajina, me tocó en un cantón bien relax. Lle­gan­
do a población era el cantón más horrible, ahora sí que me tocó el cantón más
feo de lo que es la zona homosexual, porque ahora sí que “la mamá” del cantón,
la jota más vieja, era la más ojete de todas las zonas, pero llegué y le caí bien, me
sacó de la fajina sin darle dinero, me sacó de la fajina de estancia, me hacía de
comer, me trataba como a su hijo.

Después de su primer carcelazo, Noé fue trasladado al Cevareso donde


nuevamente tuvo una “bienvenida”; para él, su religiosidad le fun­
cionó nuevamente ya que no le fue tan mal a su arribo.

Cuando llego aquí pensé que iba a ser peor, porque me dijeron que iba para la
Peni, ese día traía un collar y le dije: “Hazme valer, que no caiga”. Y que me
mandan al ladito, llego y todo bien, ni golpes, ni quien se me pusiera al brinco,
al contrario, hasta me invitaron de comer, desayunar, cenar, mota.

En el carcelazo no solamente se puede ver el despojo y la violencia


que pasan los internos, también algunos expresan tristeza y depresión
porque no pueden realizar muchas actividades que regularmente ha­
cían en libertad, como la posibilidad de desplazarse, de consumir, de
tener intimidad para ir al baño. Algunos de ellos tampoco tienen apo­
­yo externo de sus familiares o amigos, lo que ocasiona que se sientan
abandonados y frustrados. Muchos internos, al estar abandonados, no
tienen ingreso de cosas del exterior y hacen distintos tipos de acti­
vidades para poder sobrevivir bajo la nueva dinámica en que viven.
Algunos presos, al ser su primera vez en reclusión, intentan suicidarse
o aumenta su consumo de drogas.19
Jesús cuenta que cuando él fue “la mamá” de ingreso, en una oca­
sión, un joven que tenía pocos días de llegar a la prisión se suicidó
porque no aguantó la presión de estar encerrado.
Los creyentes cautivos 99

Yo vi a una persona que se mató, a un chavo. Lo conocía de vista nada más,


pero él me comentó que era su primer delito, la primera vez que estaba ahí. Lo
vi que se metió al “juzgado” y, de repente, como a las dos horas, que veo pasar
el rondín —son unos custodios que están preparados para… son los anti­mo­
tines—, pasan y ¿pues a qué van? No, pues es que un chavo se mató, nunca me
imaginé. Ya que me dicen, pues vamos a ver, pues vamos. El chavo traía un
cinturón y se ahorco.
Él sí podía salir, dicen, que estaba su audiencia, que alcanzaba fianza, pero
que se acercó su esposa y le dijo que estaba embarazada, esto es lo último que
hago por ti y ya no me vas a volver a ver allá afuera, él le gritaba que no, que lo
perdonara. Que agarra su cinto y que se ahorca enfrente de todos.
Desde donde estás sólo hay una ventana de cristal y los barrotes, ahí está
difícil ayudar, y cómo le haces, más que hablar por teléfono; pero pues ya se
ha­bía muerto el chavo, lo ves cómo se está muriendo… ese chavo.

Por último, Damián narra que al entrar a prisión tuvo una decaída
per­sonal, porque afuera, mientras estaba en libertad, le gustaba vestir
bien, tener sus propias cosas y dirigir sus negocios. Di­ce que después
de haber hecho un robo grande y del cual tuvo buenas ganancias, al
entrar a prisión perdió todo. Legalmente entró como pri­­mode­lin­cuen­
te y como tal tuvo su primer carcelazo. Fue en este pro­ceso donde él
sintió que se quedaba sin nada, por lo que su acercamiento a la Santa
Muerte, que conoció al interior del Cevareso, le ayudó para salir de
ese estado.

En una desesperación que tuve, yo aquí en la cárcel. Como te digo, voy a con­
tar mi vida porque por eso creí en ella. Pues yo en la cárcel he tenido muchas
cosas con altas y bajas, yo de aquí trabajo, mantengo a mi familia, yo me tengo
que “tender”, o sea, “tender” es moverme para yo generar unas monedas, di­ne­
ro, para yo poder mandar un gasto, o sea, vivir yo, todo, todo todo, porque pues
todo, los zapatos, todo lo que yo visto y mi familia viste, es de que yo trabajo aquí.
Obviamente antes en el Oriente, y entonces en un caso severo, muy de­
ses­perante que tuve, me fue una mala racha mucho muy severa, pues te lo juro
que yo, no sé, me acerqué, llegué a un altar que estaba del mismo tamaño que
yo tengo a mi Flaca, del mismo tamaño, pero de papel maché, allá en el Orien­
te, en el dormitorio cuatro. Allá en el dormitorio cuatro era —ese dormitorio
es de multireincidentes, yo soy primodelincuente—, pero ese dormitorio es de
multireincidentes que llevan seis, siete, ocho, diez cárceles. Entonces, la mayo­
ría de esas personas creen en la Santa Muerte, y tenían una Santa Muerte enor­
me, grandísima, y en un intento de desesperación me acerqué.
Entonces, llego al Oriente y empiezo a vender, mi papá vende paquetes
de galletas Emperador, Chokis, Florentinas, Tartinas, todo eso, caducadas, ba­
100 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

ratas. Me empiezan a llegar galletas a mí y a mis amigos, así a todos, me llegaban


100, 50 galletas, pues les invitaba a todos: “Va, agarren”. Y pues te soy sincero,
yo en la calle nunca me drogaba, nunca me he drogado, pero en la cárcel me
vine a drogar, la verdad, a mí me daba pena, que el activo, no, pues cómo, yo
el ac­ti­vo no, pues no, y en la cárcel era muy común que todos anden drogados.
Antes era permitido andar drogado en la cárcel, te veían drogado y no te
decían nada, hace unos años, pero ahorita ya no.
Entonces, empecé a vender esas galletas para “vete a comprar más activo”,
trabajamos el teléfono, eh, y así mil cosas. Entonces yo empiezo a pasar ca­mio­
netas de 7 000 galletas a la semana, empiezo yo a vender esas bolsas de galletas,
empiezo a comprar más galletas, y luego voy y me conecto con el externo, y una
camioneta de galletas, y empiezo a pasar esas galletas, 7 000 galletas a la se­ma­
na. Entonces te estoy hablando que vendía ahí en la cárcel del Oriente pues
20 000, 30 000 pesos semanales de puras galletas.
Pero con los mismos que yo andaba me hacen unas jaladas, y me tiran, me
quitan la pasada de la galleta, me sacan una nota de las galletas que com­pra­ba
y me quedo sin nada, sin nada. Entonces, después de tener un chingo de di­ne­
ro, un chingo de todo, me quedo pero por los pisos, porque obviamente antes de
eso los abogados ven mi robo que es un millón de euros, lo de los relojes, todos
llegan y me empiezan a robar, me empiezan a pedir un chingo de dinero, mis
carros, alhajas, relojes, armas, todo se llevan los abogados, me que­do en ceros y
entonces empiezo las galletas. Empiezo a robar por teléfono para seguir ge­ne­
rando, para ir sobreviviendo porque, obviamente, me gustan tenis originales, me
gusta ropa bien, me gusta apestar a perfume, me gustan muchas cosas y, pues
no, acostumbrado como los demás no voy a estar, entonces...
Me quedo en ceros, sin nada, bien erizo, y me acerco al altar y le digo:
“Ma­dre, yo nunca te he pedido un favor y yo no es que yo no crea en ti, respeto
y nunca me he involucrado contigo, pero en este momento de mi vida estoy
mu­cho, muy, pues torcido, no tengo nada, no soy nada, y yo siempre he sido
al­guien, te pido que me ayudes y créeme que voy a ser un devoto muy fuerte
contigo, no voy a ser como los demás, te voy a tatuar en mi brazo para empezar
y, en segunda, te voy a tener un altar muy bonito aquí, y en la calle te voy a lle­
­­nar de flores, y va a ser uno de los altares más bonitos de mi colonia, del estado,
de donde yo viva”.
Pasó, a la semana llega un conocido, eso si no te puede decir, llega un
co­nocido mío que trabajaba en el sistema y me dice: “¿Qué onda? ¿Qué hay
qué hacer?” Porque no sabía que yo estaba en la cárcel. Pero yo siempre que
he pedido las cosas, pero con devoción, cuando en verdad tú lo dices —discúl­
pa­me las palabras que te voy a decir—: “¿Sabes qué? Estoy valiendo verga,
ayú­dame, no sé, estoy desesperado, no tengo otra opción, otra salida, de
corazón, ayúdame”. Y créeme que como por arte de magia, a la semana llega un
amigo, conocido mío, de mi colonia, a unas cuadras de tu pobre casa, que tra­
baja en el sistema y... pero no es cualquier pendejo, es alguien grande, y me
Los creyentes cautivos 101

llega y se encuentra a mi mamá en la fila de la comida y le dice: “Mary, ¿por


qué estás aquí?” Y le dice: “Aquí está Damián”. “¿Aquí está Damián?” Y pasa, y
le dicen dónde estoy, y pasa a verme hasta allá, y me dice: “Oye ¿cómo estás?”
Obviamente es mi amigo, es como aquí tú, todos te van a decir licenciado, pero
un amigo tuyo en la calle que te dice: “Qué onda güey, que pedo”. O sea, todos
se quedan así. Va a verme hasta mi dormitorio y le digo: “Qué onda güey,
que pedo”.
Así —truena los dedos—, en días, me levantó en días, porque llega y di­
ce: “¿Qué hay que hacer?”. Le digo: “Pues estoy torcido, la neta estoy muy
torcido, así y así”. Y me dice: “¿En qué te puedo ayudar?” Pues yo siempre he
sido, no lacrototota, pero siempre viendo que hago. Le digo: “Pues pásame
activo”. En la cárcel es muy caro el activo, en la calle no, en la calle cuesta 20
pesos el litro, en la cárcel cuesta 1 000, 2 000 pesos un litro de activo. Entonces,
le digo: “Pásame activo”. No qué, qué… Total que para no hacértela larga, me lo
pasa y me empieza a pasar no uno, 10 litros, 20 litros cada tercer día, me levan­
to como la espuma otra vez; traigo mis cachorros, mis cachorros son amigos, los
visto, los calzo...

En general, en esta etapa de ingreso a la cárcel vemos que los inter­


nos pasan por el despojo de su yo, debido a que no pueden realizar sus
actividades cotidianas y deben adaptarse a las actividades controla­
das por la institución total del encierro.
Al entrar a la cárcel, los internos pueden reaccionar de distintas
formas de acuerdo con los apoyos externos, las posibilidades econó­
micas o el poder que tengan. Muchos de ellos ganando un lugar ya
sea mediante golpes o por realizar trabajos para los internos más an­
tiguos; otros prefieren vivir en el goce de las drogas, o incluso hay
quienes optan por el suicidio.
Los casos que se muestran se refieren al primer encierro de los
in­ternos en cualquiera de los centros preventivos a los que fueron
remitidos, aunque como ya mencioné antes, los internos del Cevare­
so viven dos carcelazos, ya que pasan de un centro preventivo al Ce­
vareso donde nuevamente son evaluados y ubicados.
Es importante mencionar que las características de ubicación y
la forma de vivir en el Cevareso son muy diferentes a las de un centro
preventivo, ya que mientras que en los re­clusorios Norte, Sur u Orien­
te hay en una celda hasta 25 personas, en el caso del Cevareso hay
sólo cuatro, dos, e incluso una sola, dependiendo de la zona y el perfil
en el que son ubicados los internos. Cuestiones como ésta hacen que
102 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

los reclusos conozcan y adquieran nuevas formas de relacionarse y


adaptarse a un ambiente carcelario diferente.

La adaptación

Una vez que los internos pasan por el carcelazo tienen que adaptarse a
las nuevas circunstancias de vida en la institución total a la que lle­
gan. Los internos del Cevareso tienen que pasar por dos tipos de
adaptación ya que primero se encuentran en un centro preventivo y
de ahí se les traslada al Cevareso. Para entender este proceso de adap­
tación es necesario considerar que las actividades comunes, que cual­
quier persona libre hace gracias a su libre criterio, como ha­bi­tar, co­
mer, dormir y trabajar, en la institución total están ad­mi­nistra­das por
una dinámica institucional que pasa por un aparato burocrático que
tiene el control y el poder total sobre los cuerpos de los internos.
Entender este proceso de adaptación servirá más adelante para
comprender la dinámica institucional en la que está enmarcada la
re­ligiosidad en esta institución de encierro. Sykes señala: “The pri­
son as a society within a society”;20 y como en toda sociedad hay reglas
o interdicciones que pueden o no cumplirse, existe una organización
es­pecífica, formas de socializar, costumbres, lenguajes, entre otros. Y,
por tanto, los internos recién llegados tienen que comprender la di­
námica propia de la cárcel a la que son ingresados, además de idear
di­s­tintas formas de supervivencia. Los internos se enfrentan a un apa­­­
rato burocrático formal diagnosticador, como psicólogos, crimi­nó­lo­
gos, trabajadores sociales, abogados y a una “bureaucrat with a gun”,21
es decir, los custodios establecen un régimen al igual que los inter­nos
establecen el suyo. Los reclusos, por lo tanto, tienen que adap­tarse
al mundo de los suyos y al mundo del personal, como lo mencio­na
Goffman.22
La adaptación es el proceso por el cual los internos conocen las
distintas formas de moverse dentro del sistema penitenciario. Esta
adaptación es calificada como positiva o negativa por el personal del
sistema carcelario, para quien es positiva cuando los internos dejan
las drogas, trabajan en las comisiones, e incluso se adhieren a acti­
Los creyentes cautivos 103

vidades de los grupos religiosos y de autoayuda. La adaptación se


considera negativa cuando el interno “se sabe mover, sabe esta­blecer
redes —no para lo positivo, [sino] para lo negativo—, hacen banditas
de golpeadores, asaltan a sus compañeros o planean robos, es adapta­
ción, pero en negativo”,23 señala uno de los integrantes del personal
del Cevareso.

Habitar la cárcel

Al llegar a prisión los internos son enviados a una celda en la que


vivirán durante el tiempo de su sentencia. En la celda se enfrentan a
distintas situaciones ya que hay internos que tienen más tiempo vi­
viendo ahí; estos ya están organizados, tienen sus propias reglas, e
in­cluso tiene un líder. La apropiación de la celda es tan clara que
cuando los internos se refieren a ella la nombran “mi casa” o “el can­
tón”, puesto que ahí llevan a cabo sus actividades cotidianas co­mo
dormir, comer, bañarse y convivir, entre otras.
A pesar de que con el paso del tiempo los internos asumen su es­
pacio cotidiano en la prisión como “su casa” dentro de la cárcel, Payá
señala:

Por muy funcional que sea una prisión, es un espacio que impone la convivencia
forzada entre personas; el carácter obligatorio se observa en la falta de priva­
cidad y el constante entrelazamiento de los prisioneros. El encuentro reiterado
con los mismos compañeros hace del espacio un lugar de roce constante e im­
posible de evitar, de forma que el enfrentamiento deja de ser algo azaroso para
explicarse por la invasión del espacio vital.24

El habitar una prisión es entrar a una territorialidad específica, don­


de la privacidad es casi nula; habitar en una prisión puede llevar a
la di­ficultad de establecer relaciones respetuosas y caer pronto en
cualquier tipo de agresión.
Al acceder en el espacio carcelario es posible observar qué inter­
no es el más adaptado, quién tiene mayor solvencia económica, o
bien, quién ha sido abandonado. En la forma de habitarla se puede
ver el tipo de convivencia que se tiene, los conflictos, las jerarquías,
las costumbres, los vicios, el trabajo y la religiosidad, entre otros.
104 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Llegar a vivir a una celda no es nada fácil, más aún cuando las
cár­celes están sobrepobladas, pues ahí donde deberían de vivir cua­
tro o cinco internos, duermen 15 o hasta 20. Es decir, el espacio vital
se borra y, por lo tanto, las relaciones que se dan dentro de una estan­
cia se vuelven conflictivas. Algunos de los internos que estuvieron en
los centros preventivos cuentan lo siguiente:

En una celda hay como 20 personas… más de 20. Prácticamente hay cuatro ca­­
marotes que se dividen en dos, en medio y a los lados. Tendría que ser como
pa­ra cuatro un espacio, como de… que te gusta… unos cuatro por seis metros.
Ahí mismo tiene baño, haz de cuenta que están los camarotes aquí en medio,
y aquí está el baño, y aquí donde te bañas, la taza del baño y donde te bañas.
Cuando yo entré éramos 16, pues teníamos que... ahora sí que era muy difícil
¿no? Quedaban dos por camarote y los camarotes son dos, cuatro, seis, ocho;
y “las tumbas” —que es la parte de hasta abajo, ahora sí que es el piso abajo de
los camarotes, así le dicen ahí, “las tumbas”—, a la taza de baño le dicen “la mo­
to”, porque ahí se quedan durmiendo sentados—. Ya si había más gente pues los
amarraban a la reja. A mí de entrada pues me tocó “la moto”, luego pa­san, se
ponen a orinar, te salpican todo. Luego, ya de ahí, ya me tocó ir al “jacuzzi”,
le dicen, es la parte donde te bañas. No, ahí acostado, tus pies salen direc­ta­
men­te hacia donde está la taza, entonces ahí ya cabían tres perso­nas, duermes
con los tres juntos.

Es interesante observar cómo, ante este tipo de condiciones de vida,


los internos se las ingenian para habitar su lugar, incluso, para dor­
mir. Tienen su propio lenguaje y nombran las formas en la que les
toca dormir, lo que depende del tiempo que tienen en prisión, pues el
“más viejo de la casa”, en términos del que lleva mayor tiempo vivien­
do en la prisión, cuenta con más privilegios.
Por otro lado, algunos de los internos que ahora viven en el Ceva­
reso cuentan que ahí el acomodo es distinto debido a que no es una
cárcel sobrepoblada y que, como ya se mencionó, hay máximo seis
in­ternos por celda.

En ese tiempo, en el 2 000, cuando yo llegué éramos como 17. La estancia está
diseñada para cinco personas, máximo seis y estábamos 17. Muchos dormíamos
en el piso, otros de a dos personas por camarote, porque los camarotes de allá es­
tán más amplios, son de cemento, y están un poco más amplios y caben exac­ta­
mente dos personas; aquí, para una sola persona, como es de lámina el camarote
pues está reducido.
Los creyentes cautivos 105

Otro de los internos cuenta que sí hay un cambio en la forma de ha­


bitar y dormir en una celda dentro de un preventivo y la forma en la
que se acomodan en el Cevareso.

Conforme vas llegando, llegas y pues… sí, está llena la estancia y no hay lugar,
inicias desde abajo, desde el piso, pero como yo llegué aquí, nada más eran tres,
eran dos, cuando yo llegué, tenía lugar donde poder dormir y me ofrecieron un
lugar y ahí es, donde lo viste, estaba desocupado y ahí...

La hora del “rancho”25

Aun entre las personas que nunca han tenido contacto con alguna
prisión se intuye que la comida ahí es muy mala. Incluso cuando al­
guien come un platillo que no está bien cocinado, la expresión puede
ser “esta comida parece de la cárcel, mira nada más que mal hecha
está”. Cuando se tiene contacto con los internos o exinternos de una
prisión, la suposición de que la comida es muy mala se corrobora,
específicamente cuando se habla del alimento que la misma institu­
ción proporciona, ya que también existe la posibilidad de que los in­ter­
nos cocinen sus propios alimentos o que su familia —regularmente
las mamás— les lleven comida al reclusorio.
Dentro de la prisión hay quienes sí consumen y viven de los ali­
mentos que les da la institución, a esta comida generalmente se le co­
noce como “rancho”. Hay internos que forman parte de la comisión
de la cocina y ayudan a repartirla; otros mejoran la comida que les da
la institución agregándole ingredientes; por último, hay quienes pre­
fieren comprar su comida, o venderla, a los internos. Al respecto,
Jesús narra:

El “rancho” es como le llaman a la comida. Pero ahí lo peor es la comida, pues


la comida que era para 50 gentes, la hacían para 80 o 100 y le rebajaban todo.
Te daban dos pedacitos de calabaza, de zanahoria, eso sí, mucho caldo; el pollo
roto, morado, son de los que se mueren solos, de los que se mueren aplastados.
Pero lo que tú quisieras comprar o comer con tu dinero. Había quien tenía has­
ta su cocinero. Llegabas a las 8 de la mañana… —yo llegué a una celda y luego
me movieron a otra, en esa, había gente que tenía dinero, estaba ahí porque
como vieron que yo conocía mucha gente y ellos tenían dinero, era como un pro­
tector, y como vivía con ellos, pues, ya les hacía el paro de esa forma. ¿A cam­
bio que me daban?, “una casa”, comida—.
106 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Llegaba el de la mañana, el cocinero: “¿Qué van a querer? Hay licuados de


mamey, de piña, de plátano; jugos de zanahoria, jugo de naranja, jugo de to­ron­
ja”. Y pues pedías, esto y eso, y me decían los de la celda: “Escoge, o tráele uno
de cada uno”. Y yo les decía que no. Entonces pues ya pedía un jugo o un li­
cuado. De comer te ofrecían hasta cuatro guisados, pero nada más para ellos
bis­teces, pechugas empanizadas, pechugas rellenas. No sé, pero tenían dinero,
uno de ellos iba por fraude, lo acusaban por un fraude por millones de dólares, y
yo estaba en la celda de esa persona.

Respecto al mismo asunto de la alimentación César señala:

En cada pase de lista te pedían de a cinco pesos, te digo que le variaba, era de­
pen­diendo el custodio, había unos que no te decían nada, que sacaban a todos
al patio y esos no pedían nada de dinero, pasaban su lista y otra vez de regreso y
ya luego te sacaban al “rancho”, a la comida; lo más gacho que puede haber, yo
creo, en el mundo. De todo ¿no?, huevo, mortadela, pollo, carne... no, la ver­
dad el agua de allí adentro tú abres la llave y sale como si fuera de tamarindo,
así de gacha, ni modo que trajeran garrafones para hacernos la comida... Hasta
la hora de que sacaban la comida tenía así un color...
La primera vez, cuando me metí a la celda —cuando salí de juzgados—,
me metí y los chavos que estaban ahí me invitaron a comer y así sí comí bien, me
invitaban papas con rajas y tostadas de tinga; su visita les llevó comida y de ahí
ya me invitaron de comer. Había comida que vendían ahí. Unos huevos que
20 pesos, unos hot cakes de a cinco pesos cada uno...
Los primeros días, pues si, no, me tocó comer de ahí... me decían: “No te
tomes el caldo”. Porque el caldo yo digo que era toda el agua ¿no? Había veces
que luego había mortadela, pero mortadela con verdura, y te comías la pura
mor­tadela, y ya hasta que conocí a otro chavo me dijo: “Ya no te formes a la ho­
ra del ‘rancho’, agarra una moneda de cinco, tres pesos y llega directo y dale las
monedas”. Y entonces sí ya llegábamos, y entonces te servían de lo chido, un
tupper grande con pura carne, pollo, entonces ya con lo que metía la visita le
tirabas todo, así lo que sabía gacho, por decir, al pollo le tirabas todo el caldo, las
verduras, eso, y tú ya lo arreglabas que con cebollita, chilito, o sea, tratabas de
componerlo para que supiera mejor; entonces, ya no te formabas, llegabas con
cinco pesos y tu tupper y te lo agarraban y te lo llenaban, te vendían bolillos de
a 50 centavos, el tupper, de té...

Ambos relatos coinciden en que la comida es muy mala, pero tam­


bién en que existe la posibilidad de modificar esa situación por medio
del dinero.26 Por la forma en la que los internos se alimentan, mues­
tran el tiempo que tienen en la prisión y el tipo de liderazgo que
manejan, además del poder adquisitivo con el que cuentan. A conti­
Los creyentes cautivos 107

nuación muestro el relato de Damián, el cual dirige parte de la distri­


bución de la comida en su estancia, por medio de esto se muestra
tanto su liderazgo como su capacidad económica:

La comida es un desmadre, tú sabes que este pinche penal... bajan, en esos tres
niveles que tú subiste, un nivel es el que los que se sienten más chingados, ba­
jan y agarran la comida y se reparten, y como reparten, como dice el dicho, les
toca la mayor parte. Te soy sincero, aquí casi no como “rancho” yo, mando aquí
los custodios son pachicheros: “Tráeme un kilo de longaniza, tráeme un bistec,
pechugas, cualquier chingadera”. No chingaderas porque la comida es bendita
¿verdad? Y hay custodios que ya sé, en su turno, me traen dos tacos de carne.
Para esto sí parezco, no, hasta me da risa, parezco mamá, voy y compro papas,
cebolla, jitomate, aceite, unas balas de jamón, o sea, el domingo, y para comer
en la semana.
Aquí en la cocina de los tirolines que hacen de comer sacó mamada y me­
dia, les digo: “Véndeme papas, 50 papas” y como somos ocho personas —qué
le hacemos—, 10 personas en nuestro grupo que nosotros nos juntamos, puros
del centro… puros del centro y obviamente todos los vas a ver con Madrinas.

También están los internos que forman parte de la comisión de la co­


cina y que a su vez reparten la comida. Su percepción acerca de la
alimentación dentro del centro es muy diferente a la del resto de los
internos, ya que están al tanto de lo que pasa durante la preparación
de alimentos. Ellos tratan de ajustar sus propias necesidades alimen­
tarias con las posibilidades que tienen a su alcance, ya sea organizando
la compra de productos entre los mismos internos de una celda, o bien
pidiendo a los familiares que les lleven comida los días de visita y así
la juntan para poder cocinar mejor. Servio cuenta lo siguiente:

No sé por qué le dicen “rancho”, y yo que lo reparto, imagínate. Yo me pongo en


el lugar de las cocineras, no es uno, ni dos, ni 100, somos como 2 000. Yo nada
más les reparto a 214, los que tengo en talleres, les reparto la comida. La comi­
da no va fea, pero también hay que... como son muchas porciones, no se dan
el abasto para dejarla bien, ¿cómo es entonces?, en mi parecer y mi ejem­plo, yo
saco mi comida y la vuelvo a guisar. Las porciones lo dan por cucharón, te dan
tu pieza de pollo, arroz, frijoles y agua, y tu fruta y dulce.
Por decir, cuando dan huevo, no dan huevo que es de cascarón, que es
nor­mal, sino que te dan de soya, y pues se infla y se hace más y rinde más. En
las porciones del pollo no pueden hacer que rinda más y en las porciones de la
carne, pues no; lo que es en el huevo y la soya. La carne luego está dura, sa­
­le bien feo el pollo, la otra vez venía como verde, yo no me como eso. Casi la
108 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

mayoría de aquí se ponen malos del estómago, mucho ¿eh? Yo te digo una cosa,
casi no como de aquí. Yo pido mis guisados, no sé si viste ese día que entraste
qué teníamos, se lo pido a mi mamá que me traiga. Le pido para toda la semana,
prefiero que me traiga un pan de dulce o un yogurt o fruta, a que me traiga co­
mida. Yo le digo: “Tráeme un yogurt, fruta”.
Todo lo mandamos a traer, en mi estancia somos cinco los que vivimos,
pero somos 10 los que comemos. Tenemos unos valecitos y entre todos nos jun­
tamos, compramos aceite, cebolla, jitomate, chile. Con la familia lo juntamos
el domingo, y toda la semana comemos bien, por decir la carne, yo no pongo
na­da porque yo soy el que lleva la comida, sabes que el que reparte, se queda con
la mayor parte —risas—.

Como se puede observar, parte de la adaptación en la cárcel tiene


que ver con la forma en la que los internos van conociendo la ma­
nera en que se organizan las actividades cotidianas, como habitar y
dormir en una celda o la manera en la que se obtienen los alimentos.
Por me­dio de estas actividades es que se puede percibir el tipo de ma­
nejos que hay dentro de la prisión, desde la formación de grupos entre
los in­ternos, las corruptelas entre los custodios y los internos, hasta la
manera en cómo se organizan y adquieren códigos específicos.

El genere

Mientras esperaba a los internos para entrevistarlos, aprovechaba pa­ra


platicar con algunos de los funcionarios. En una ocasión, vi muchas
tarjetas de teléfono tiradas en el pasto de uno de los patios cercanos al
CDUDT y de la zona de la enfermería; le pregunté a uno de ellos acer­
ca de esas tarjetas tiradas y me respondió que la venta de ellas era uno
de los tantos negocios que había en la cárcel, que los internos las
ven­dían más caras a los reclusos que llegaban a tener alguna urgencia,
me comentó que a veces las cambiaban por drogas.
También le pregunté si les pagaban a los internos que trabajaban
en los talleres, y me dijo que sí, pero que muy poco porque era traba­
jo a destajo, pero que aun así representaba una actividad importante
ya que los reclusos empleaban su tiempo libre, además de que “se ayu­
daban en su situación”. El funcionario agregó que no todos podían
trabajar ahí, sino que se hacía previamente una selección que incluía
los horarios y se tomaba en cuenta la disciplina personal que “muchos
no la tienen”. Desde mi perspectiva, más allá de la disciplina de cada
Los creyentes cautivos 109

interno, existen circunstancias —como el hecho de que entre los mis­


mos internos se da un círculo de vicios y agravios— que muchas ve­
ces no permiten a los reclusos acercarse a los programas. Además, en
varios de los programas y comisiones de actividades hay largas filas de
espera que impiden que muchos de ellos tengan oportunidad de ha­
cer actividades que les pueden cambiar su perspectiva tanto personal
como de desempeño, que se registra en su expediente.
Previamente, los funcionarios me habían explicado que si los in­
ternos formaban parte de una comisión durante dos años —es decir,
de alguna actividad asignada, como la limpieza—, les condonaban un
año de su sentencia. Esto me pareció interesante porque uno de los
discursos que se manejan dentro del centro con los internos es que
pue­den “superarse” si hacen cosas. Lo que observé es que a muchos
re­clusos no les llama la atención hacer este tipo de trabajos: unos es­
tán contentos sin hacer nada y sólo fumar mariguana; otros, los recién
llegados, no pueden hacer nada por ser “los nuevos” y están obligados
a hacer el trabajo pesado que les corresponde a “los viejos” para no
ser amedrentados; esto también depende del poder adquisitivo que
tengan, o bien, de su capacidad y habilidad para defenderse o, como
dirían ellos, de que tan “cábula” seas. Si son personas sumisas se la
viven sirviéndoles a otros internos hasta que llegue uno nuevo y pue­
da cambiar su estatus y formar parte de una comisión. Recuerdo que
en una charla con un interno me dijo que sí había oportunidad de
formar parte de las comisiones, pero que a veces los custodios y algu­
nos internos les pedían una lana para poder formar parte de ellas.
En otra charla, los internos me comentaron que cada recluso­
rio preventivo tiene características muy singulares, que en el Norte
los internos se ayudan para solventar sus gastos, en el Oriente sólo se
juntan los que tienen dinero y a los otros no los ayudan, y en el Sur
llegan con dinero y hay gente que tiene más posibilidades. En el caso
del Cevareso “hay puro escuincle” y pues está más difícil, porque tie­
nen que andar “a las vivas”, porque si no “te la juegan chueco, como
hacerte perdedizas tus cosas o se forman grupitos”; como la visita es
cada fin de semana “cuesta más trabajo generar”.
La forma de generar un ingreso en la prisión es muy variada, hay
quienes llegan ya con cierto poder adquisitivo y no les cuesta trabajo
mantenerse dentro de la cárcel, hay quienes no tienen nada y les sir­
110 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

ven a otros. Algunos de los trabajos que se generan entre los internos
son: lavar ropa por unos cuantos pesos; “hacer un 18”, es decir, vi­
gilar y cuidar las cosas de otros internos; limpiar las estancias; atender
en los puestos de dulces de otros reclusos; vender productos de jabón;
pintar imágenes sobre los murales, ya sea de alguna figura religiosa o
figuras de cómics; vender comida a otros internos; rentar una televi­
sión o una consola de videojuegos; vender artesanías y vender drogas.
Existen trabajos más formales como “los estafetas”, que son los que
limpian alguna zona; los que trabajan en la cocina y en los talleres;
algunos otros son, incluso, ayudantes de los custodios —a estos inter­
nos regularmente se les conoce como “borregos”, “chivos” o espías—.
En el caso del Cevareso los internos me comentaron que es más
difícil generar un ingreso, que les cuesta más trabajo tener cosas de
afuera porque la visita de los familiares es cada fin de semana, mien­
tras que en un centro preventivo son más frecuentes. En esas visitas
les llevan los materiales que necesitan para trabajar como los jabo­
nes para las figuras que venden, o incluso, las famosas “mulas” —per­
sonas que introducen droga en su cuerpo—.
A continuación, muestro algunos relatos de los internos que dan
cuenta de la manera en la que generan sus ingresos, algunos de ma­
nera ilícita y otros por la vía formal, tal y como sucede en el mundo de
afuera. Fran cuenta cómo, para comprar sus cigarros y algo de droga,
se dedica a lavar prendas:

Aquí trabajo, pero pues te digo siempre me ha tocado donde está bien feo y yo
vivo en un lugar donde, pues, hay que estar a la defensiva para todo, sacar
pa­ra mis cigarros. Para eso lavo, ahorita estaba lavando, lavé ropa, cobertores.
Aho­rita por cuatro cobertores me dieron 10 pesos. Lo que hago es que tiendo
las co­bijas, primero una, luego la otra, una cama, les echo agua y ya las tallo, las
vol­teo y las tallo con la escoba.
Yo te digo que aquí hay que sobrevivir de alguna manera y yo, este, pues
sí veo al chavo que se la está fumando y lo vienen a ver, pues voy y le compro
algo barato, yo no me drogo mucho, sí me drogo, con mariguana, pero es para
no volverme loco, pero piedra no fumo, ni activo...

Más allá del discurso institucional penitenciario que concibe al tra­


bajo como una actividad que aleja del ocio a los internos y que los
beneficia para su reintegración social, el principal objetivo del tra­
Los creyentes cautivos 111

bajo dentro del penal es la supervivencia. Ismael cuenta que cuando


llegó al Cevareso le costó trabajo generar dinero, la forma en la que
obtiene sus ingresos es dibujando imágenes religiosas o de cualquier
otra cosa sobre las paredes tanto de las estancias como de los pasillos.

Comencé a creer en La Flaquita porque, pues, como es la vida aquí en la cárcel


¿no? Son gastos y luego uno no tiene dinero… estar mucho en una desesperación
de querer conseguir dinero. ¿Dónde? El modo de vivir en esta cárcel está muy
a raya. No es como en un preventivo, ahorita hay visita en un preventivo, o sea,
te bajas, vendes algo, te mueves, tienes dinero, aquí no, aquí es cada ocho días.
Esta cabrón ¿no? Y pues, yo estaba, incluso fue así porque empecé a dibujarla, me
dicen: “No, pues hazme una Madrina”, y empecé a dibujar. Pero he estado en
ocasiones en las que no tengo acá… y le pido que me haga un paro, la dibujo,
y así como la dibujo todos me la compran, así la Madrina que yo pinte o que
dibuje, me la compran. Y salgo de mis problemas.

Dentro del Cevareso hay tiendas oficiales en donde se comisiona a


ciertos internos para atenderlas, en éstas se venden productos oficial­
mente permitidos; también las hay de internos que tienen su propio
negocio, donde generalmente venden dulces o cigarros. Arcé cuenta
como él atendía una de las tienditas de los internos.

La Santa Muerte, la verdad ella me da la capacidad de resistir cosas, de no


aburrirme, de no desesperarme. Me dedico en un puestecito de dulces, ahí es
donde genero, y ella me ayuda para que venda, que el negocio esté bien. El ne­
gocio no es mío, es de otros chavos, pero ahora sí que ellos no tienen tiempo y
yo soy el que lo atiende.

Otra actividad de los internos para ganar unos pesos es la atención o


servicio a los familiares que llegan de visita —incluso esto les permite
establecer relaciones afectivas con otras personas—. Algunos cuen­
tan que han conocido mujeres con quienes llegan a tener una re­
lación afectiva y de pareja, ya que cuando es día de vi­sita se ofrecen
a cargar las cosas que suelen traer los familiares o amigos de los reclu­
sos; así ganan dinero y se relacionan con personas del mundo ex­
terior. Fedro es uno de los que solía hacer este tipo de actividades en
el centro preventivo en el que se encontraba; pero actualmente, en el
Cevareso, afirma que es más complicado generar dinero de esta forma.
112 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Aquí hago mis cosas, cursos, condición, todo eso ¿no? Yo me bajo a las visitas
con un compañero que a él sí lo vienen a ver, y él es el que ofrece empleo. Sá­ba­
do y domingo, a él lo vienen a ver los dos días, yo me bajo, le ayudo a cargar sus
bolsas, le subo su comida, le subo todo. Él paga lo que necesito ¿no? En realidad,
aquí no pagas nada, aquí no pagas listas, aquí no pagas nada, una tarjeta a la
semana que ocupo, él me la regala. Una comida, pues a él le traen de comer y
comemos los tres que vivimos en la estancia ¿ves?

Toño cuenta también su experiencia, menciona que se puede hacer


varias cosas como lavar ropa o hacer mandados para generar dinero:

Ahora sí que aquí se lava ropa, muchas veces se hace como decimos aquí el
ge­nere, para sobrevivir, para llevar a cabo, pues… te dan tu comida, pero a ve­­
ces no alcanza. Aquí se hace de todo, puedes lavar, puedes hacerle mandados a
las personas, puedes así… “Lávame mis tenis”. “Hazme un mandado”, Y así ya
te dan de comer, ya te ganaste un taco, o en el aspecto económico, pues las ad­
quirí lavando y junté, y así, porque yo así también no tengo como que mucha
visita que digas siempre ¿no? Yo tengo visita que varía, me pueden venir a ver un
mes, al otro no, o luego si me pueden venir a ver dos veces seguidas o luego ya
no, y menos a estas alturas que ya voy a poner un pie afuera.

Otra de las maneras en la que los internos pueden sobrevivir dentro


del encierro es utilizando sus propias habilidades y conocimientos de
distintos oficios como es el de elaborar artesanías hechas con jabón o
con madera. Por medio de estos trabajos los internos se llegan a ga­
nar, incluso, el aprecio de los custodios y de los funcionarios, quienes
suelen solicitarles algún servicio, ya sea que les vendan figuras de jabón
o que les cosan alguna prenda —ya que es mano de obra muy barata y
a veces gratuita—.
En el caso de Servio, quien tenía la comisión de repartidor de
co­mida dentro del Cevareso, en sus ratos libres también se dedicaba
a fabricar figuras religiosas de jabón, adornos o recuerdos para alguna
festividad; muchas veces hacía las figuras por encargo del personal
de custodia o alguno que otro técnico penitenciario. Servio genera­
ba di­nero con la venta y arreglo de figuras de jabón como las de la
Santa Muerte. Los jabones que él utilizaba se los traían sus familiares
los días de visita, ya que en el exterior eran más baratos y así ganaba
más dinero. Cuenta la manera en la que obtenía los jabones y para que
los utilizaba:
Los creyentes cautivos 113

Los jabones pido de afuera, viene mi chava, mi mamá y mi hermana, cada quien
mete dos, seis jabones por semana, aquí me sale caro el jabón, vale 18 y allá
afuera 10 pesos. Por ejemplo, le hice el arreglo de la figura de la Santa Muerte,
la roja que está afuera de la estancia y, pues, él compró los jabones, nada más le
cobré la mano de obra. Aquí la misma bandita de los que venden, se drogan,
te andan vendiendo sus cosas, hasta la comida venden, imagínate, lo que más te
hace la reacción para lo que hace es la piedra. Porque por la mariguana no
ven­des tu comida, al contrario, si como acá pues con la mariguana hasta te da
hambre y con la piedra lo único que buscas es drogarte más, ves tus cosas y pues
las vendes.
Con seis jabones saco 72 figuras chiquitas, pero van con unos alhajeri­
tos chiquitos, los abres y traen la figurita arriba y el alhajerito pequeñito. Yo los
vendo, de ahí solventamos, cada una de a 10 pesos, sí sale, 12 figuritas salen de
un jabón. Hay veces que sí me va bien, hay veces que no, al día, que me avien­
to unos toques y todo, pues, como con unos 100 pesos. Pues aquí sabes cómo es
el “bisne”, también para tener tranquila a la banda...

Como se puede leer en el relato anterior, generar dinero no sólo res­


ponde a la necesidad de alimentarse, sino a otra necesidad que es igual
de imperiosa: el consumo de drogas. Para obtenerlas los internos se
ofrecen para dar servicios o malbaratan sus pertenencias.
Otra forma de generar dinero es haciendo sus propios productos,
como Leo, quien al entrar a la cárcel no tenía apoyo de afuera ni de
adentro. Entonces, decidió hacer favores a otros internos con el fin
de obtener dinero, con el que empezó a vender cosas para sobrevivir.

De mi celda, soy el más nuevo, no me ponen a trabajar, porque pues no le voy a


hacer caso a otro, que no, yo trabajo porque lo necesito, necesito dinero para…
hay un chavo en la estancia que tiene visitas, tiene un apoyo, el empezó a traer
cacahuates, chocolates de ese pa’derretir y cerecitas, chocolate, entonces el
agarraba las galletas Marías y las aventaba al chocolate, las sacaba y con mer­
melada, le ponía tantita mermelada y ya me dice: “¿Quieres vender estas ga­lle­
tas? De lo que te den yo te doy la mitad”. Y dije: “Pues va”. Y empecé a ven­der y
empecé a ver como estaba la onda y ya ahora sí que solito, empecé a hacer
solito, él ya no quiso hacer nada, pero yo si quise, seguí y empecé.

Otra de las formas de generar dinero la cuenta Noé en el siguiente


relato. Durante su experiencia como interno del Cevareso ha pa­
decido muchas carencias, incluso se ha quedado sin ingreso alguno
hasta que un amigo le ayudó metiendo algunas cosas para que vendie­
114 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

ra en la cárcel. Al momento de entrevistarlo él manejaba una red de


extorsión telefónica —esta actividad es muy conocida en el medio
carcelario y el Cevareso no es la excepción, ya que ahí también hay
internos que generan sus ingresos mediante la extorsión a personas
que se encuentran afuera del centro, lo hacen con ayuda de sus ami­
gos o familiares que están libres—. Los presos justifican esta actividad
porque dicen que tienen que mantener económicamente a su familia
desde ahí adentro y que con lo que pagan en las comisiones no les
alcanza.

Yo tenía un negocio, pues se oye tonto, antes me daba pena decir a mis amigos
en la calle, me daba pena decir que yo vendía galletas en la cárcel. Porque,
ob­­viamente, como yo te comento, vengo por ese robo, y he hecho muchas co­
sas anteriormente iguales o parecidas ¿no? Pues cosas como un robo de joyería
de Carolina Herrera, robo de… pues, perfumes, puros perfumes padres, tenis
Puma, o sea, muchas cosas, muchas cosas, de transporte y cuentahabientes, y
joyerías, o sea, muchas cosas. Entonces, llego al Oriente y empiezo a vender, mi
papá vende paquetes de galletas Emperador, Chokis, Florentinas, Tartinas, todo
eso, caducadas, baratas. Me empiezan a llegar galletas a mí y a mis amigos, así
a todos, me llegaban 100, 50 galletas, pues les invitaba a todos: “Va agarren”.
Y pues te soy sincero, yo en la calle nunca me drogaba, nunca me he drogado,
pero en la cárcel me vine a drogar, la verdad, a mí me daba pena, que el activo
no, pues cómo, yo el activo no, pues no, y en la cárcel era muy común que to­
dos anden drogados. Antes era permitido andar drogado en la cárcel, te veían
drogado y no te decían nada hace unos años, pero ahorita ya no. Entonces em­
pecé a vender esas galletas para “vete a comprar más activo”, trabajamos el te­
léfono, eh, y así mil cosas.

Recordemos que en su relato Damián hizo referencia a “trabajar el


teléfono”, lo que muestra otra forma más para generar ingresos den­
tro del penal; en el capítulo anterior mencioné que uno de los espa­
cios en el que los internos tienen cierto control es el de los teléfonos
donde suelen llevar a cabo extorsiones a personas del exterior.
Al respecto, durante uno de mis recorridos por el Cevareso, mi
acompañante —personal de la institución— y yo, íbamos de regreso
al CDUDT, y en uno de los pasillos que da al exterior del laberinto de
rejas tuvimos que esperar a otro de los funcionarios que también me
acompañaba; logré observar cómo esta persona arrancó eufóricamen­
te un letrero lleno de números que estaba sobre uno de los pasillos. Al
Los creyentes cautivos 115

llegar con nosotros le pregunté a qué hacían referencia dichos núme­


ros, y me comentó que eran de cuentas bancarias; los internos los
anotan cerca de los teléfonos públicos cuando extorsionan y piden
que les depositen el dinero en ellas.
Según el personal del Cevareso, estos números de cuentas ban­
carias se encuentran escritos en todos lados —parecen claves numé­
ricas—, y me comentaron que ya habían hecho las denuncias corres­
pondientes; llega a proceder la denuncia cuando, por lo general, la
esposa o la mamá del interno sacan el dinero del banco, en ese mo­
mento son detenidas en flagrancia. Al funcionario le sorprendió ver
esos números ya que esto sólo es posible con la complicidad de los
custodios.
Este hecho coincidió con el relato de Damián quien, desde su
estancia, maneja a otros internos tanto para su negocio de dulces, co­
mo para la extorsión telefónica; comenta que afuera tiene personas
trabajando para él y desde los teléfonos de la prisión se comunica con
ellos y los dirige. En su relato comenta que al menos lleva a cabo dos
tipos de extorsión, una mediante la renta de una casa en la cual pide
que sus trabajadores simulen habitarla, una vez habitada solicita un
servicio de banquetes y juegos para fiestas, cuando llega el servicio
—si­llas, mesas, manteles, juegos inflables, entre otros—, pide a sus tra­
bajadores que se lleven todo y que lo desaparezcan. Es así como Da­
mián se ha hecho de varios enseres para fiestas y ha formado su propio
negocio. He aquí su testimonio:

Yo no he estudiado, pero soy muy inteligente, siempre he hecho muchas co­


sas. Yo voy. Esta persona que está trabajando conmigo se acaba de ir de aquí, y
yo, los cinco años que llevo en la cárcel los he trabajado, esto que no me quita
otra cosa porque es lo más fácil y sencillo que puedo hacer. ¿Cómo es? Yo agarro
10 000, 15 000 pesos: “A ver, toma; son 15 000 pesos, cuéntale. Te vas a ir a Tul­
titlán, Izcalli, me vas a buscar una casa, me la vas a rentar. Después de eso, me
la rentas la casa ya, me pagas el depósito, después de eso llevas cortinas, unas
bolsas de ropa” —pero son pura basura— “y las dejas ahí en la casa”.
Debes de ser sociable con la gente. Traigo pura gente latosa, pero yo siem­
pre les he dicho que deben de poner la cara de pendejos, deben de ser la gen­
te más… más pendeja del mundo, que… “ay, hola nena, gracias”, “sí vecina, le
agra­dezco mucho”, “ay, gracias”; o que les pregunten algo a las chavas, les digo
que pregunten algo, “sipi”, “nopi”, “háganle a la pendeja”, “tú haz el más pen­
dejo del mundo”, porque eso transmite seguridad y confianza con la gente, por­
116 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

que si tú llegas: “Qué onda, qué onda”, padre… pues no, dicen: “Chingue su
madre este güey, no”. Debes de llegar, por ejemplo, ¡yo tatuado!
Yo hago fraudes, entonces, fraudes sencillos como… te voy a decir éste:
“Réntame la casa”. Después ya que me rentes la casa, vas y me vas a rentar in­
fla­bles, sillas, toros mecánicos, rockola, barriles de cerveza, carpas, lonas y cuan­
ta mamada de una fiesta, porque vamos a tener una fiesta el día viernes o el día
sábado ¿va?”. Tú vas a ir a una alquiladora y decir: “Este, tengo un convivio y
quisiera ver que tiene disponible”. “¿Para cuántas personas?” Si yo como lo veo
de pendejo, está pendejo, yo digo que para 200 personas para que me dé un chin­
go de sillas, lonas, todo.
Eso, yo agarro el teléfono, me enlazan, haz de cuenta, yo les hablo: “Qué
onda, ya estoy aquí con la alquiladora”. Va, a ver el número, márcalo, enlázame.
Me enlazan. Yo tengo la dirección aquí en la hoja de Tultitlán: “Si, buenas
tar­des, hablo para pedir informes sobre los inflables que están rentando”. “No,
pues tengo uno de Bob Esponja, uno de Monster High, son en 600 pesos”.
“Está bien”. La cuestión es la siguiente: “Tengo mi convivio, mi evento es el
día viernes, no sé si tengas equipo disponible, más o menos voy a ocupar como
para 100 personas”. “Ah, sí, sí, sí”. “Quiero que me hagas un presupuesto, en
cuánto me vas a dejar las cosas, te voy a indicar lo que ocupo, necesito… si lo
tienes: ocupo 100 sillas de adulto con sus tablones y sus manteles y sus fundas;
ocupo 50 sillas de niño para que, obviamente, los niños estén aparte; ocupo
una carpa de seis metros por tres metros, ocupo dos inflables —uno de niña y uno
de niño—, para que los niños y las niñas no se peleen y no se caigan y no se
estén alborotando, porque tú sabes que los niños son más bruscos que las niñas
¿verdad?”. “No, si…” que su pinche madre… La gente por querer vender te
di­ce que sí a todo. Me las llevan a la casa… me las llevan a la casa, mando la
camioneta, cargamos y me voy. Y con eso he vivido, lo vendo, tengo com­
pradores, ahí nomás, así como me agarran ¡pum!

Lo anterior muestra que desde la cárcel no sólo se realizan extorsio­


nes violentas tales como las historias de secuestro de algún familiar,
por el cual se pide una cantidad de dinero; sino que también existen
otras maneras para conseguir ingresos desde afuera.
El otro tipo de extorsión que Damián lleva a cabo desde la cárcel
—fraudes— es por medio de la compra falsa de automóviles; elabora
una serie de pasos a seguir, e incluso, planea y da instrucciones acer­
ca de lo que tienen que hacer y decir sus trabajadores para robarse un
auto. Damián pasó de no tener nada durante su primer encierro, a te­
ner empleados dentro del Cevareso, los llama “sus cachorros”:
Los creyentes cautivos 117

Me levanto como la espuma otra vez; traigo “mis cachorros”, “mis cachorros”
son amigos, los visto, los calzo..., ajá, como los que andan conmigo ayudándome.
Haz de cuenta que aquí se maneja que yo… como yo aquí, en este penal, yo me
dedico a robar por teléfono. Rento aparatos, tengo teatros en casa, playstation,
PSP, y tengo a “mis cachorros” que son mis amigos que ellos se encargan de
lle­var los aparatos, recogerlos, uno hace de comer, y así… ¿sí me entiendes?
Todos se reparten sus funciones y el fin de semana se pasa el cobro y ya le doy
a todos, haz de cuenta a ti, tú haces más: “Toma, 500 pesos”. El que hace de co­
mer: “Toma, 200”. El que lava la ropa... ¿Sí me entiendes? Se reparte a todos...

Damián le atribuye a la Santa Muerte sus ingresos y su situación ac­


tual; a cambio de su ayuda, él le puso un altar fuera de su estancia, es
incluso uno de los más grandes que hay en la zona “Oro” del Cevareso.
La forma de su altar y el tamaño que tiene la imagen muestran el po­
der que tiene Damián dentro de su área de dormitorios.
Como ya se mencionó, los internos generan ingresos mediante
comisiones institucionales —lavar oficinas, repartir alimentos, tra­
bajar en los talleres—, trabajando para otros internos —lavar ropa,
limpiar estancias, cortar cabello—, o bien manejando recursos cuyo
origen son la extorsión y el fraude —tanto hacia los internos como a
personas fuera del penal—. Estas son tan sólo algunas dinámicas que
se dan durante el encierro y que muestran cómo es la adaptación de
los internos a la vida dentro de estas instituciones totales.27

El leguaje canero

Malinowski plantea que para hacer trabajo etnográfico es importante


tener en cuenta los imponderables de la vida real, es decir, “cosas
co­mo la rutina de trabajo diario de los individuos, los detalles del cui­
dado corporal, la forma de tomar los alimentos y de prepararlos, el
to­no de la conversación y la vida social que se desarrolla alrededor”.28
Es en ese sentido que por medio de las formas de hablar de los internos
es posible percatarse qué tan adaptados están al sistema carcelario, ya
que dentro de la dinámica del encierro pueden notarse distintas for­
mas de hablar que se identifican con las maneras de actuar de los re­
clusos. En gran medida, el medio hace que los presos actúen y piensen
de una forma determinada, es decir, con la experiencia del cautiverio
118 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

adquieren un nuevo lenguaje que les permite moverse y actuar den­tro


de la prisión, en otras palabras, “las formas típicas de pensar y de sen­
tir que corresponden a las instituciones y la cultura de una comunidad
determinada”.29
Estos códigos suelen ser palabras que se refieren a acciones, algu­
nos son una especie de advertencia, otros son maneras para justificar
ciertos actos, y otros más se refieren a las normas implícitas en el sis­
tema de poder total que hay en el encierro. Estudios como el de Sykes
muestran cómo, dentro del cautiverio, se desarrolla un argot específi­
co, el cual “provides a map of the inmate social system”,30 ya que por
medio del argot del cautiverio se refleja la personalidad de los inter­
nos, así como los conflictos y las tensiones inherentes a la institución
total. Por lo tanto, “different experiences mean a different language
and the result —in the prison, at least— is argot”31.
Ahora mostraré algunos ejemplos del argot que los internos ma­
nejan dentro del encierro y que permiten ver las distintas maneras de
convivir y de actuar en su experiencia carcelaria. El argot que se mues­
tra a continuación tiene las siguientes características: a) su uso se
establece como una norma implícita que tienen que acatar los inter­
nos, ya que desde el carcelazo se les muestra cuál es la dinámica dentro
del lugar; b) algunas palabras tienen un significado distinto al común
o convencional, por ejemplo, la hora del “rancho” significa la hora de
la comida; y c) las acciones que se expresan por medio del argot, ac­
ciones que reflejan parte del ethos carcelario, en el sentido de que se
vuel­ven comportamientos habituales expresados en frases que se vuel­
ven acciones; estas frases, utilizadas durante la interacción diaria y
común de los internos, permiten ver qué tanto se han habituado a la
institución y qué les falta por conocer.
Por ejemplo, en el momento de la entrevista, algunos internos
vol­teaban a ver constantemente hacia sus lados o hacia su espalda.
Al momento de preguntarles por qué hacían eso, su respuesta era que
se tenían que cuidar de todos “porque nunca se sabe quién te pueda
trai­cionar”.
Desde que los internos llegan al Cevareso aprenden que en la cár­
cel o en el encierro en general, cada quién es responsable de cómo va
a vivir ahí. Se aprende y se trasmite entre los internos que la convi­
Los creyentes cautivos 119

vencia dentro del penal será de acuerdo con sus posibilidades econó­
micas y personales.
Véase a continuación lo que comenta Arcé sobre la manera en
la que se da la convivencia dentro de la prisión.

La convivencia es buena con las autoridades, pero pues como dicen en la cár­
cel, y es la palabra de aquí: “Como te la quieres llevar, te la vas a llevar”. “Si te
la quieres llevar tranquilo, pues vas a estar tranquilo”. Pero si eres desma­dro­
so, te late andar de carroñero, estás en el castigo, y pues, entonces, no has en­
ten­dido el sistema. No ha captado lo que es la vida, aquí he visto el hambre, la
sed… muchas cosas. Ahora sí que como yo le digo a mi madre, son mundos di­­
fe­rentes aquí, en el Norte y en la calle; aquí puedes estar bien y allá puedes
estar mal.

Leonel también expresó la misma convicción sobre la experiencia de


vivir y convivir dentro de la prisión, tiene que ver con la forma en la
que los internos realizan distintas actividades y con las relaciones que
establecen con los demás, tanto con los internos como con los fun­
cionarios.

¿Lo más malo? Ahora sí que aquí es como te la quieras llevar ¿no? Si quieres
estar mal, mal vas a estar, si quieres estar bien, pues vas a estar bien, porque
aquí hay de todo, hay trabajo, hay escuela, hay cursos, hay de todo ¿no? Mucha
gente se aplica, mucha gente no, pero mucho es por la drogadicción también
¿no? Haz de cuenta que ya viene uno de la calle, pues con las experiencias de la
droga ¿no? Y aquí, pues, también quieras o no, pues, es una cárcel.

Por otro lado, Jesús cuenta algo que coincide con los dos relatos an­
teriores y que se relaciona con la convivencia forzada: los hostiga­
mientos por parte de los internos y de los custodios. Narra también
distintas normas de convivencia al momento de llegar a la prisión;
quie­nes las aprenden, las trasmiten a los otros internos.

Al principio, cuando llegas, y si es la primera vez que estás, pues andas con la
incertidumbre de qué va a pasar, igual me van a madrear, me van a sacar ahí
afuera. Yo llegué en la noche. Lo que sí me acuerdo es que un chavo llegó y nos
dice: “Pues ahí les va, no te metas en problemas, no le pegues a nadie, no ha­
gas lo que no quieres que te hagan, si alguien te provoca, pues échale huevos
y recuerda, es tú cárcel, cuídala”. Así les decía a todos. Y sí, es cierto, es tú cár­
cel, es tú casa, cuídala ¿no? No hagas lo que no quieres que te hagan, y si alguien
120 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

te echaba pedo, pues sí tenías que tener huevos. Te veían tus zapatos a ver qué
tal estaban, tenis son los más cotizados, entonces, si traías unos, te daban unas
chanclas y te los quitaban, con unos dos o tres güeyes te metían terror, te de­
cían: “Dámelos”. Y se los tenías que dar, si no, pues te tenías que rifar un tiro.
Sí, todo es a madrazos.

Algo que es característico en este ambiente carcelario es la búsqueda


del respeto. Existen distintas formas en las que un interno suele ga­
narse una jerarquía alta entre sus mismos compañeros, una es por vía
del dinero, otra por la antigüedad en la prisión, pero también se puede
ganar el respeto mediante los golpes, como se menciona en el relato
anterior. El dinero y la corrupción de los custodios permite que entre
los internos haya movilidad, a continuación se muestra lo que co­men­
tan César y Jesús al respecto:

Gacho ¿no?, hay muchos custodios que se prestan para infinidad de mamadas...
Por decir, tú tienes un problema conmigo ¿no? Yo tengo dinero. Yo le puedo
pa­gar al custodio para que te dejen solo en una celda y yo llegue y me pase de
lis­to. Te quitaron o te robaron… “a ver custodio, ahí le va un billetito, desa­
pa­rézcase”, y te dejan solo… ya es la hora de que a ver la extorsión, y vas a
ha­­blarle a tu familia, y quiero que me depositen tanto, entonces ya te tienen
p­ega­do ahí al teléfono con los fierros y pegándote. A mí no me pasó eso porque
tenía dos primos allí y ellos desde “La población” fueron a ingreso; ya me lle­
varon papel, jabón, pasta, cepillo, y se fueron y hablaron con el güey que traía
la “fa­ji­na”, que es mi primo, y sí, vale madre, va a ser con todos, esos güeyes ya
sabían cómo estaba la movida.

Jesús cuenta cómo las cosas son mejores para quienes tienen dinero,
bajo esta dinámica nuevamente aparece la lógica del pesi­to mencio­
nada anteriormente:

Tenía yo facilidad de palabra con la gente, llegaban y me decían: “Y éste ¿qué


onda?” Sin malas palabras, ni nada. Incluso cuando ellos iban a las audiencias,
en el pasillo, en el túnel, me iba yo con ellos cuidándolos. Ahí los acompaña­
ba, pero pues tenía yo comida, teníamos regadera con agua caliente, cocas, lo
que querías. Algún guisado especial te lo hacían. Es que todo iba por pasillos y
zonas, y cada pasillo son siete celdas y de esas siete celdas, una la agarraban para
la pura cocina y como bodega de la comida de ellos. Cada quien pagaba. Había
un cabrón que tenía su estancia, pero le mandó rotular las teclas de un piano.
Otro que estaba ahí por fraude, pero extrañaban las comodidades de su casa ¿Qué
era lo que hacían? Pues eso.
Los creyentes cautivos 121

Tú les pagas a ellos y lo que quieras puedes tener. En los camarotes, en los
pies, tienes una pantalla de esas de plasma, no sé si eran de 14 o 21 pulgadas, con
DVD cada una, tenías su frigo bar, sus estufas eléctricas, tenías tus gra­badoras,
todas las comodidades que tú quieras tener. Si querías una mujer, hablabas por
teléfono y le decías al custodio: “Van a venir dos viejas conmigo a tales horas,
así se llaman”. Ya les daban ellos su lana, le pagaban, llegaban las chavas y
mira, como si nada. Querías vino, del que tú quisieras. Todo, es la llave. El
dinero es la llave ahí adentro.

El respeto ganado a golpes es otra de las maneras de adaptación dentro


de la prisión, así es como lo cuenta Genaro:

Aquí te ganas el respeto, pues, a madrazos, acá eres “cábula” ¿qué no? Pues
pa´empezar, no dejarte ¿no?, ahora sí que no. Debes empezar no dejándote de
la demás banda, porque aquí la banda te quiere agarrar de coto y si te dejas la
primera vez, ya eres el coto de la banda, le tienes que aventar machín, hue­
vos, porque si no... Es como te vuelvo a repetir, antes de que yo creyera en ella,
toda la banda me agarraba de coto, para aventarme un tiro era un pedo, lo que
es. No, ahora, bueno, que antes iba a agarrar las navajas, antes decía: “A la
verga…” una pistola y acá, y ahora no, te digo, a lo mejor me aceleré más y
aho­ra no, haz de cuenta que primero pego y ya después investigo, pa’que me
entiendas.
Simplemente que soy el más viejo de la estancia, si alguien se pone con­
migo, pues aplico la de “primero pego, luego investigo”. Más que nada te digo
que es por las cosas que uno hace, por las cosas que uno hace de que no se deja,
no me meto con nadie porque también respeto a la demás banda, ni me gusta ser
cargado, ni nada, pero claro, te metes conmigo, ya bailaste porque soy un dolor
de cabeza. Pues si te metes conmigo pues yo soy recio y, pues, a como sea, ma­
drazos, metidas, a como la quieras ver, pero es recio, conmigo no hay nada, ya
estuvo, y nada, primero pego y después investigo y mucha banda, hasta mi
misma “causa”, me dice: “Chale güey, es que estás bien acelerado.” Y eso que
mi “causa” está más chamaco que yo, tiene 23 años.

Finalmente, hay códigos o palabras que los internos van conociendo


y que se vuelven parte de su lenguaje común, a continuación mues­
tro algunas palabras que encontré con más frecuencia durante mis
entrevistas y que los mismos reclusos explican.
La primera de ellas es “mi causa”,32 que hace referencia a un ami­
go que es cómplice en muchas cosas; algunos afirman que ya tenían
su “causa” desde la prisión, otros que la encontraron dentro; “causa”
122 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

es aquel que no te va a traicionar o que cuida las espaldas. Veamos lo


que los internos como Darío entienden por “causa”:

“Causa” es con la persona que vengo, se puede decir somos dos, somos pareja,
aquí te las toman como “causas”, vienes con “causa”. La “causa” viene contigo
y es tu “causa”.

Genaro también utiliza mucho la palabra “causa” y le da un significado


similar al que le da Darío:

Porque te digo que es de las personas que se va conmigo al “castigo”. Es mi


com­pañero en desmadres, me cuida la espalda igual que yo a él, cuando tiene
un pedo, yo le cuido la espalda y nos hacemos un paro mutuamente.

Otra palabra es “cábula”33 que se refiere a alguien que es malo o que


comete malas acciones, alguien que ya está amañado. Los internos la
utilizan de la siguiente manera:

Allá afuera me dedicaba a tomar, nada más trabajaba para tomar, y sí, andaba
robando, andaba de “cábula”, mira, quiere decir… es… que cómo te explico…
aquí en la cárcel somos como abreviatorios, a todo le buscamos... Aquí “cábula”
es como si… no te las cures… no te las cures es como no te burles, no sientas
que eres más que uno o no sientas que eres otra cosa, o sea, no seas “cábula”,
ahora qué, me entiendes, es no seas gandaya.
En vez de “cábula” dices “no seas pendejo”. Aquí la cár­cel te enseña a
estar atento a todos lados, tienes que despertar, porque si dejas que la cárcel te
coma, te come, créemelo. Debes demostrar que eres “cábula”, porque si no la
misma banda te come. Aquí se usa mucho lo de la psicología, aquí la misma
banda te trabaja psicológicamente, te mete terror psicológico, eso se requiere
“no seas ‘cábula’”.

Ser “cábula” es tener carácter para aguantar las cosas que pasan den­
tro de la prisión, e incluso es también, de alguna manera, la forma en
la que los internos pueden llegar a tener un prestigio entre ellos mismos.

Pues así, como que eres un desmadre, para que me entiendas eso de que eres
bien “cábula”, ahora sí que cómo… pues ahora sí, como que eres rebelde, para
que me entiendas ¿no? Si eres “cábula”, acá, te las cotorreas con la banda,
quiere decir algo así como cabrón, pero es gente que es culera, que se agarra a
mentiras, gente que le avienta huevos.
Los creyentes cautivos 123

Otra de las palabras que sirven para calificar la manera de ser de al­
gún interno es “borrego” o “borrega”;34 y son aquellos reclusos que
suelen ser cómplices y delatores con los custodios o las autoridades.
En una ocasión, mientras recorría el Cevareso, en uno de los muros
vi una estampa que tenía la imagen de un llavero y una llave; me ex­
plicaron que “el borrego” es igual que el “llavero”, es decir, que tam­
bién se les conoce como “llavero” a los presos que fungen como ayu­
dantes de los custodios y, por lo tanto, pueden identificárseles como
posibles delatores.

La legal es con los licenciados, la ilegal con los polis. Con los polis [susurra], to­do
es dar para recibir, o sea, como ahorita, el chaleco que traía mi “causa” yo lo re­
cuperé, puse a “la borrega” —uno que se presta con la policía— lo manipulé y
le dije: “Dame mis cosas”.

Otra forma de ser en prisión tiene que ver con las actividades que se
realizan, así tenemos aquellos que se dicen ser “dieciocho”35 o aque­
llos internos que se encargan de vigilar a otros mientras se cometen
ciertos actos.

¡Ah! haz de cuenta que en el Norte trabajaba de “dieciocho”, de “dieciocho”


es que... en los reclusorios es cuidar a alguien, por ejemplo, tú que eres el in­
terno, que traes un poquito de dinero, tienes posibilidad de traer dinero para
pagar la policía, para meter tu celular, pues tienes tu celular y dices: “¿Puedes
echarle un ojo? Ponte trucha, cuídame de tal, y cuídame de tal, si ves la bronca,
vienes, me avisas y te llevas el teléfono, te lo llevas tú”. “Va”, Y aunque sea así,
te digo, no tengo visita y tenía de otra forma que sacarla y me pagaban bien y
esos a los que yo les chambeaba eran extorsionadores, tenía que sacar tres, cua­
tro teléfonos, correr y… “viene tal”. Me pagaban bien, o sea, cuatro extor­sio­
na­dores, de los cuatro me pagaban 100 al día y aparte desayuno.
Yo estaba mejor allá. Aquí no hay donde, no hay mucha gente con telé­fo­
nos, aquí yo no veo nada de eso, aquí todos andan tras de un peso, imagínate, aquí
perrean mucho el peso: “Regálame un peso, regálame un peso”, y todos. No hay
puestos para llegar y pedir chamba, no hay nada de eso.
Terminé chambeando de “dieciocho” y ya. Coronaban una extorsión de
25 000 o 30 000, y que decía: “Ya coronamos cachorro, vente —‘coronar’ es pues
que ya lo lograste—, lo logramos, tenemos 25 000 pesos de una llamada, lo
hicimos, está depositado, ahorita nada más es de que vayan y lo saquen”. Y ya a
la siguiente visita ya está el dinero aquí adentro y pues 25 000 aquí, por ejem­
plo, yo, que soy el extorsionador, traigo 25 000 pesos, me vuelvo loco, con 500
124 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

pesos puedo comprar dos, tres “cábulas”. Que jálate, cuídame, toma, haz… en
mi misma celda puedo traer o comprar una grabadora, ahí está una pantalla, o
sea, comodidades que te puedes dar.

Las palabras que los internos suelen utilizar no son únicamente para
referirse a la manera de ser de alguien, sino también a ciertos espacios
que tienen funciones muy concretas dentro de la prisión, como la
zona de “castigo”, ya que institucionalmente se sanciona a los inter­
nos que tienen “mala conducta” o que comenten faltas administrati­
vas. Estos son enviados a esta área en la que los tienen apartados, es
decir, una prisión dentro de la prisión. Ellos cuentan lo siguiente:

De hecho, te digo una de las cosas, es pa’que ya no estuviera aquí, ya dos veces
hice un desmadre y he picado a dos personas. Porque se han metido conmigo,
fue una de ellas con unos mafiosos que según eran “las madres” del penal y los
reté. Los piqué con navaja, sí, aquí adquieres todo eso. Pues ya sabes, la banda
luego las andas vendiendo ¿no? Para defenderme, o son ellos o soy yo, prefiero
que sean ellos.
Esa vez me picudié con un chavo, porque me quiso hablar de más, andaba
mal el morro este y… pues… que quiso hablarme de más y también no me dejé
y... me mandan a “castigo”. Es una zona igual como las que ves, así, a las zonas
que has entrado; hay primero, segundo y tercer nivel. Pues llegas adonde hay
una zona pues… ése, el “castigo”, es no salir, es estarte todo el día encerrado,
que no te llegue nada. No salir, no tener visita, pero pues te llegan otras cosas:
mariguana, mota, chochos, piedra.
En el castigo hay diablos, están pintados con pluma, unos con sangre y pues
ahora sí que yo respeto. Pues si llegas con la banda “cábula”, pues sí, o con güey
que viva en el “castigo” y que adora al diablo y acá, pues si llegas de nuevo, pues
sí ¿no? Pero hay veces que no sé, parte personal, yo siempre he llegado con la
banda “cábula” que adoran el diablo y nel, nunca me han hecho nada.

Como se puede apreciar en el relato anterior, pasar por un castigo im­


plica la privación de “ciertos privilegios” que los internos tienen
dentro, como las visitas o andar libres en sus estancias, también esto
es una mala nota en su expediente.
Finalmente, todo lo narrado anteriormente nos da una idea de
la dinámica cotidiana en el encierro: desde el momento en que los
individuos se encuentran libres en la calle, hasta la transfor­mación de
su vida cuando son encarcelados, así como el proceso de adap­tación
al medio penitenciario. Esta adaptación se muestra por medio de las
Los creyentes cautivos 125

formas de habitar, de convivir y de hablar dentro de la prisión. En


esta dinámica se pueden observar también las relaciones que se dan
entre el personal de la cárcel y los internos, así como de los internos
con otros internos.

Notas
1
Durante la investigación él era pareja de Noé, ambos vivían juntos en una cel­da
dentro del Cevareso, en la zona de las personas vulnerables.
2
Véase la tabla de los internos en el Cevareso.
3
Estos indicadores permiten corroborar las estadísticas del capítulo anterior don­de
se observa que la mayor parte de delitos denunciados son del fuero común. Tam­
bién es importante mencionar que cada tipo de robo tiene diferentes sanciones,
se considera al robo dentro de la clasificación de delitos del fuero común. En la
clasificación que hace el INEGI, los robos se consideran delitos contra las per­
sonas y después contra el patrimonio. Para profundizar sobre esta clasificación
véase: <http://www3.inegi.org.mx/sistemas/clasificaciones/exportahtml.aspx?Clasif
_Sel=01011701,&EFSel=15|9|&hid_Proyecto=01&cla=2&MuestraMD=1>.
4
Entrevista realizada al personal del Cevareso, 24 de febrero de 2015.
5
Matza, 2014.
6
Ibíd: 2014: 70.
7
Ibíd: 73.
8
Ibíd: 86.
9
Para ahondar más sobre la búsqueda de respeto mediante actividades ilícitas, véa­
­se el texto de Philippe Burgois En busca del respeto, vendiendo crack en el Harlem,
donde muestra cómo cierto grupo de jóvenes, insertos en dinámicas generadas
por la violencia estructural, encuentran en la economía ilegal del crack la bús­
queda del sueño americano; se puede ver por medio de sus vivencias la lucha
diaria para sobrevivir en un ambiente de sufrimiento social.
10
Becker, 2009: 44.
11
Matza, 2014: 120.
12
Así les dicen a los internos que llegan procedentes de otros centros penitenciarios.
13
Colín, 1987: 28.
14
Payá, 2006: 145.
15
Goffman, 2007: 27.
16
Ibíd: 31.
17
“monopolio de la coerción legítima” (Sykes, 1958: 41). Traducción del autor.
18
“se expresa como una masa de comandos y regulaciones que transmiten una
jerarquía de poder” (Sykes, 1958: 47). Traducción del autor.
19
Los internos se refieren a la droga como “vicio”.
126 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

20
“La prisión como una sociedad dentro de una sociedad” (Sykes, 1958: xii). Tra­
ducción del autor.
21
“burócrata con una pistola” (Sykes, 1958: xv). Traducción del autor.
22
Goffman, 2007.
23
Entrevista realizada al personal del Cevareso, 24 de febrero de 2015.
24
Payá, 2006: 139.
25
Camino a “La población”, el clima estaba algo caluroso y en los pasillos había
mucho movimiento. Algunos internos llevaban grandes ollas sobre unos carros
y muchos de ellos tenían listos sus botes de plástico para ir por su comida o,
como ellos le dicen, “el rancho”. Al igual, parecía que era la hora de la alimen­
tación de los custodios, porque no había mucha presencia de ellos (nota del
diario de campo del autor).
26
A este ir y venir de dinero a cambio de favores, Alejandro Payá lo nombra co­
mo la “lógica del pesito”, que está sostenida bajo un marco de desinformación
y malentendidos por medio de los que opera el sistema penitenciario, en ella
“participa activamente el personal de seguridad y custodia, que bajo cualquier
pretexto solicitan al interno o a su familia dinero” (Payá, 2006: 152). Como
observamos en los relatos, también los internos aplican a su convivencia coti­
diana esta lógica.
27
Además, se puede observar cómo los devotos al mismo tiempo que me contaron
acerca de su devoción a la Santa Muerte, también me platicaron parte de su
vida cotidiana dentro del penal.
28
Malinowski, 1986: 36.
29
Ibíd: 40.
30
“proporciona un mapa del sistema social interno” (Sykes, 1958: 84). Traducción
del autor.
31
“diferentes experiencias significan un lenguaje diferente y el resultado —­ en la
prisión, al menos— es argot” (Sykes, 1958: 86). Traducción del autor.
32
“Causa, f. Compañero de causa penal; compañero de delito por el cual se está en
prisión” (Franco, 2014: 36).
33
“Cábula o cabuloso, adj. Persona de malas costumbres; delincuente habitual”
(Franco, 2014: 22).
34
“Borrega, M. Delator; prisionero que trabaja para los guardias reportando ano­
malías o actos ilícitos de los otros prisioneros” (Franco, 2014: 27).
35
“Dieciocho, adj. Vigía; quién echa aguas. Yo te lo dieciocho” (Franco, 2014: 36).
Capítulo 5

Culto canero a la Santa Muerte

L
a primera vez que entré al Cevareso, el técnico penitenciario que
me recibió me aseguró que en las instalaciones de esta cárcel casi
no había devotos a la Santa Muerte, lo que de alguna manera me
decepcionó ya que quizás no podría llevar a cabo mi proyecto de in­
vestigación. Ese mismo día hice mi primer recorrido por los lugares
don­de habitan los internos, uno de los custodios me llevó directamen­
te a una de las celdas en la que estaba una efigie de la Santa Muerte,
asegurando que era la única. La realidad era otra, en todos los pasillos
y en las estancias había expresiones materiales de distintas creencias,
no sólo de la Santa Muerte; pude registrar objetos relacionados con la
santería, la creencia en el diablo y en San Judas Tadeo.
Este capítulo tiene la finalidad de mostrar la forma en la que se
vive el culto a la Santa Muerte dentro de las instalaciones de este re­
cinto carcelario, en medio del universo de creencias que lo acompa­
ñan; también se presentan las formas específicas de esta creencia en
el encierro. Para ello, se muestran las relaciones que los internos esta­
blecen con los objetos que tienen a su alcance, con los cua­les llevan
a cabo sus prácticas religiosas; además de los diversos significados que
los internos dan a estos objetos religiosos relacionados con la Niña
Blanca.

La importancia de lo material

Gran parte de la riqueza de esta investigación se debe al trabajo de


cam­po realizado, ya que gracias a él pude observar y conocer algunas
128 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

de las formas específicas que tienen las prácticas religiosas de los in­
ternos. Sin embargo, el proceso de observación y obtención de la infor­
mación no fue sencillo, ya que estuvo mediado en gran parte por los
trámites de autorización administrativa y el ingenio propio basado en
algunas enseñanzas durante mi formación.
Mi intención de acceder al Cevareso era para conocer de manera
directa la forma en que los internos llevan a cabo sus prácticas de
fe. Al momento de entrar a la cárcel tuve que resolver cuestiones fun­
damentales: ¿de qué manera podía registrar las distintas manifestacio­
nes religiosas y sus prácticas? y ¿qué elementos debía considerar? El
periodo de tiempo que me autorizaron para realizar el trabajo de cam­­po
dentro del Cevareso fue corto, por lo que tuve que adaptar la mane­
ra de obtener el mayor número de información en el menor tiempo
posible.
Desde mi primer recorrido por los pasillos y las áreas donde viven
los internos, comencé a observar que dentro de las celdas había unas
repisas colocadas sobre la pared, cuya función era para que los inter­
nos pusieran sus objetos personales, como ropa o zapatos, pero esas
repisas, en su mayoría, estaban llenas de objetos religiosos acomo­
dados de tal forma que parecían altares; algo relevante que también
ob­servé fueron las pinturas sobre las paredes de los pasillos en cada
una de las zonas, algunas veces se encontraban en la entrada, otras al
final de las áreas, y algunas más plasmadas en las paredes de las cel­
das; también me percaté de que los cuerpos de los internos estaban
adornados con tatuajes de distintas formas y símbolos, entre los cua­
les destacaban los de la Santa Muerte.
Al tener presente estas constantes: los altares sobre las repisas,
las pinturas en las paredes de los pasillos y dentro de las celdas, y los
cuerpos adornados con tatuajes, comprendí que de ahí podía obtener
los registros que necesitaba para poder entender la especificidad del
culto a la Santa Muerte dentro de la prisión. Una vez que decidí que
éstos eran los elementos que iba a considerar para llevar a cabo mi
pes­quisa, fui diseñando, durante la marcha, la manera en que los re­
gistraría. Consideré las entrevistas a los internos que abiertamente
admitían ser devotos de la Santa Muerte, con la finalidad de que,
des­de su experiencia, me ayudaran a comprender la dinámica de es­
tos ele­mentos. Otra cosa que apunté fueron los componentes ma­te­
Culto canero a la Santa Muerte 129

ria­les de las prácticas religiosas, ya que, desde mi punto de vista, estas


constantes tienen en común el incluir objetos materiales con un sim­
bolismo propio.

Registro de objetos religiosos

En su Manual de etnografía, Marcel Mauss1 menciona que “la idea


religiosa se expresa siempre, para empezar, de modo lingüístico, lue­
go lo hace por medio de ritos, muy a menudo de orden material”.2 En
el Cevareso encontré los tres elementos que menciona este antro­
pólogo: las manifestaciones religiosas se pueden percibir por medio del
lenguaje oral y escrito, alguno que otro rito y distintos objetos que
pude observar.
En primer lugar, decidí registrar las manifestaciones materiales.
Mientras hacía mis recorridos tuve la oportunidad de observar cómo
estaban colocados los distintos objetos religiosos, por ejemplo, las ve­
ladoras, las imágenes de la Santa Muerte, del diablo, los cristos, las
vírgenes, San Judas. Estos objetos no sólo se encontraban como bul­
to, también había cuadros con imágenes o pinturas alusivas a estas
creencias y deidades.
Debido al tiempo limitado para hacer la investigación de cam­
po, tuve que idear una forma para sistematizar la información de los
objetos religiosos, para lo que realicé un esquema,3 el cual me permitió
tener la ubicación y el registro de los lugares en los que había objetos
de la Santa Muerte y de otras creencias al interior del Cevareso.
A continuación se muestra el número de altares contados al mo­
mento de hacer mis recorridos dentro del Cevareso; es importante
aclarar que los altares registrados no son fijos, ya que en cada estancia
hay movilidad constante de la ubicación de los internos. Además, en el
momento de los recorridos algunos dormitorios no estaban abiertos,
por lo que el registro por nivel puede variar de acuerdo con el mo­men­
­to en el que se realizaron los recorridos. Para comprender el siguiente
cuadro hay que recordar que la organización espacial de las áreas de
los internos se organiza de la siguiente manera: en cada ala: AA, AB,
AC… hay tres niveles, y cada nivel tiene entre 12 y 16 estancias o
celdas.
130 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Tabla I. Registro aleatorio de los altares

Número total de objetos registrados en las celdas,


en los tres niveles de cada ala visitada dentro del Cevareso

Altares con figuras de: A,A A,B A,C B,B C,B C,C Total

Santa Muerte 5 3 6 11 2 10 37
Diablo 1 3 1 3 2 3 13
San Judas 1 1 3 1 5 11
Virgen de Guadalupe 1 3 2 6
Santería 1 1 1 1 1 5
Cristo 1 1 2
Otros* 1 1 2

*Me refiero a imágenes que aparecieron muy poco como figuras prehispánicas, persona-
jes de comics y de fútbol, duendes y niños dios.
Fuente: Elaboración del autor.

En la tabla se puede observar que la mayoría de los altares están dedi­


cados a la Santa Muerte. Cabe mencionar que además de los altares
por celda, también hay imágenes dibujadas sobre las paredes de los
pasillos que, en su mayoría, eran de la Santa Muerte. Había una can­
tidad considerable de altares con imágenes del diablo, tanto en las
estancias como dibujados sobre las paredes de los pasillos; lo mismo
su­cede con las representaciones de San Judas.
El registro de los objetos religiosos me permitió ubicar a los in­
ternos devotos, muchos de los cuales fueron mis dialogantes. Al mo­
mento de entrar a las celdas y preguntar por el dueño de los altares,
algunos internos aceptaban ser los dueños, otros, con cierto temor, me
contestaban que en ese momento no se encontraba el propietario, e
incluso, hubo quienes me dijeron que ahí nadie era creyente y que el
altar pertenecía a alguien que ya estaba en libertad y que se los había
dejado encargado, por lo que habían decidido conservarlo.4
La información de esta tabla muestra las zonas que recorrí —A,
B y C—. Es importante recordar que en estas áreas los perfiles son
muy variables, están aquellos reclusos clasificados como reincidentes
Culto canero a la Santa Muerte 131

—que no se apegan a las normas, consumen drogas o están bajo algún


tratamiento, entre otros—. Mientras que en la zona D las circunstan­
cias son distintas, son espacios muy limpios y ordenados, situación
que coincide con el discurso institucional de ubicación de los inter­
nos de acuerdo con su perfil, ya que aquí se localizan los presos con
buena trayectoria y que han cambiado su conducta.
Las autoridades del Cevareso asocian el tipo de perfil de los inter­
nos con su religiosidad, por ejemplo, señalan que de la zona A a la zona
C, se encuentran los reclusos que reciben poco tratamiento y tienen
mala conducta —por mencionar tan sólo algunas características—
y que, por lo tanto, tienen creencias más transgresoras o que no se
encuentran dentro de la norma, como es la adoración al diablo o a la
Santa Muerte; mientras que entre quienes van cambiando su conduc­
ta y aceptan algún tratamiento, las tendencias de sus creencias son
otras, como el convertirse al cristianismo o reafirmar su fe en el cato­
licismo —el formar parte de estos grupos religiosos se considera tener
una buena conducta y favorece a los reclusos para tener un mejor ex­
pediente—.
Durante la charla que tuve con el encargado del CDUDT para
po­nernos de acuerdo con los recorridos, me comentó que me iban a
lle­var al área A, que aunque era un lugar peligroso porque los inter­
nos tenían un perfil más difícil: “son los que no quieren corregirse, los
más violentos, los que no quieren ayuda… ahí también hay altares
y devotos, yo pienso que devotos fuera del closet, porque debe de
haber más, sólo que algunos utilizan el beneficio de los otros grupos
religiosos para tener antecedente de buena conducta”.5
A partir de las pláticas con los funcionarios y debido a mis reco­
rridos por el Cevareso, puedo concluir que el discurso institucional
respecto al tipo de perfil de los internos se vincula de manera mecáni­
ca con el tipo de creencia que ellos practican, lo que resulta un tanto
simplista, ya que en cada una de las áreas se aloja una gran diversidad
de internos y, por lo tanto, de creencias. Por ejemplo, en el área D, si
bien no hay tantos altares como en las otras áreas, se puede apreciar
uno de la Santa Muerte; lo que sí varía es la forma en la que están aco­
modados los altares.6 De igual manera, no se puede asociar la triada
creencia-perfil-área, ya que algunos internos asisten a las actividades
que organizan los representantes de las religiones institucionalmente
132 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

aceptadas solamente por los beneficios que obtienen en su expedien­


te, o bien porque a veces regalan comida o dan algún paquete con
pro­ductos de limpieza. También puede suceder que aquellos internos
a los que se les identifica como creyentes de la Santa Muerte o de San
Judas por los tatuajes que portan, ya no son devotos.
En una ocasión, el encargado del área de clasificación me comen­
tó que tenía identificados a algunos internos con tatuajes de la Santa
Muerte, y que quizás alguno de ellos podría ayudarme con mi investi­
gación. Mandó llamar a un interno que tenía muchos tatuajes, entre
ellos uno de La Flaquita. Al entrar el recluso en la oficina, el encarga­
do le preguntó si quería colaborar conmigo narrándome la historia de
sus tatuajes y su creencia en la Santa Muerte. El interno afirmó que
ya no creía en ella, que la traía tatuada porque alguna vez fue devoto,
pe­ro que ya practicaba el cristianismo donde no se les rendía culto a
ninguna imagen, mientras hablaba, el recluso se puso muy nervioso,
e incluso, hasta sudó un poco; parecía que estaba justificando una ma­
la acción.
Por medio del registro de los distintos objetos religiosos pude ob­
ser­var la especificidad del culto a la Santa Muerte dentro de la prisión;
lo analicé como parte de un campo más amplio dentro de las prácticas
religiosas que se presentan simultáneamente en este espacio, ya sean
las enmarcadas en religiones oficiales —católicos, cristianos y otros
gru­pos autodenominados de autoayuda con tintes religiosos—, aque­
llas más heterodoxas, o bien las que forman parte de la religiosidad
po­pular como la creencia en el diablo, en San Judas y la santería.
También por medio de los objetos pude observar las distintas re­
la­ciones de poder que se manejan dentro de la vida común en el en­
cierro. No decidí registrar solamente los objetos, también me interesó
dar cuenta de la simbología que los creyentes le dan a esos objetos de
fe, es decir, la manera en la que se establece una relación entre lo ma­
terial y lo simbólico, relación que representa las dinámicas sociales que
se dan en ese contexto.
Culto canero a la Santa Muerte 133

Objetos de fe: los altares y las figuras de la Santa Muerte

Después de las primeras semanas de trabajo de campo comencé a sen­


tirme más cómodo al realizar las entrevistas. Para entonces, ya algu­
nos internos me habían invitado a sus estancias para que conociera
sus altares, pero como no me era sencillo desplazarme libremente por
las instalaciones, solicité al personal del Cevareso que me permitiera
permanecer más tiempo en los espacios habitados por los internos, con
el fin de apreciar mejor los altares, las efigies y poder ver con más de­
talle las imágenes religiosas que adornan los pasillos y paredes de algu­
nas celdas. La petición fue aceptada, pero con reservas, sólo pude ir a
algunas estancias y no a otras. Ese mismo día me dieron la oportuni­
dad de fotografiar, sin embargo, sólo podía hacer tomas de los altares.
Si quería retratar los tatuajes de alguno de los internos, el proceso era
distinto, tenía que pedir la autorización por escrito y me la tenía que
firmar el recluso. A pesar de estas limitantes obtuve bastante informa­
ción tanto descriptiva como visual.
Mi insistencia en hacer más recorridos y estar más tiempo en los
lugares que habitan los internos fue porque sabía que ahí podría ob­
servar los “imponderables de la vida social”. Mediante la interacción
con los internos dentro de sus espacios cotidianos entendí parte de
su lenguaje: percibí gritos, silbidos; observé la manera en que practi­
can sus creencias, sus rutinas de vida; las formas en las que se orga­
ni­zan pa­ra comer; la manera en que llevan a cabo sus conversacio­
nes; las miradas entre ellos y de ellos hacia los extraños o hacia el
personal del Cevareso. De igual modo, me percaté de los distintos olo­
res; de la forma en la que muchos de ellos caminan de un lado a otro
sin tener un sentido claro; de la manera de organizarse para la limpie­
za personal y la de sus espacios; así como de la venta de productos,
entre muchas otras cosas.

Altares en las celdas

Comenzaré por describir los distintos altares que observé durante los
recorridos en las áreas de los dormitorios. Anteriormente mencioné
que uno de los lugares donde los internos tienen mayor libertad per­
134 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

sonal es en las estancias o celdas, ahí los reclusos modifican el espa­


cio según sus posibilidades económicas, familiares y materiales; estas
tres posibilidades se encuentran vinculadas.
En algunas entrevistas, los internos me comentaron que princi­
palmente reciben apoyo de sus mamás o de sus esposas, quienes les
llevan dinero o algunas cosas para su supervivencia dentro de la insti­
tución7 —ropa, comida y artículos de limpieza personal, entre otros—;8
también están aquellos reclusos abandonados totalmente por sus fa­
milias; otros cuentan que cuando entraron a prisión sus esposas los
apoyaban, pero con el paso del tiempo los abandonaron, quizá porque
ya tienen una nueva pareja; también sucede que algunos de ellos no
ven a sus hijos o ni siquiera los conocen, ya que nacieron durante su
estancia en la prisión.
También recordemos el tema de el genere, la forma en la que los
internos generan dinero, o “la lógica del pesito”,9 aspectos importan­
tes para la obtención de todo tipo de objetos de uso personal y grupal,
así como religioso dentro de la prisión. El genere muestra cómo al­
gunos internos tienen que trabajar primero para sobrevivir. También
es posible encontrar presos que tienen poder adquisitivo —objetos y
dinero—, pueden emplear a otros presos, o bien mantener a su fami­
lia desde su estancia en el encierro. El poder adquisitivo depende de las
relaciones que el interno establece con los custodios, los compañeros
de cárcel, además de lo que les aportan sus familiares. Con base en lo
anterior, se puede observar cómo los altares y los objetos religiosos
expresan parte de las relaciones de poder que se dan en el Cevareso.
Iniciaré con la descripción de los altares que los internos tienen en
sus estancias, para esto me plantee las siguientes preguntas: ¿qué es
un altar?, ¿cómo son los altares en el Cevareso?, ¿cómo los montan?
y ¿cuáles son sus funciones?
Un altar es un espacio físico designado a rendir culto a una figura
sagrada, en él se colocan objetos relacionados con esta figura; algu­
nos de ellos representan ofrendas, o bien sacrificios dedicados a ella.
Los altares también pueden considerarse como depósitos rituales, es
decir, “un ritual figurativo basado en representaciones materiales y
mi­niaturizadas”.10 Siguiendo este concepto, toda ofrenda es un acto
ritual que materialmente es figurativo y muchas veces va acompañado
de actos rituales verbales —oraciones, rezos—. Estos depósitos rituales
Culto canero a la Santa Muerte 135

son una representación figurativa elaborada con materiales que crean


una eficacia en el sentido religioso. Los depósitos rituales también ex­
presan “súplicas materializadas”,11 pues los materiales que hay en un
depósito ritual tienen una lógica en su forma de posicionarlos. Este
acomodo de objetos permite saber qué tipo de petición se está ha­
ciendo.
Para esta descripción decidí dividir los altares en dos tipos: 1) en las
celdas; 2) en pasillos. En las celdas pude observar los altares sobre
las re­pisas y camarotes; algunos dedicados a la Santa Muerte están
colocados sobre la repisa superior, otros en medio, y otros hasta abajo,
incluso, en aquellas celdas donde había espacio se encontraban sobre
un camarote. También pude ver pinturas en las paredes de las estan­
cias, así como posters con imágenes de la Santa Muerte —uno de ellos
parecía un vitral, ya que estaba colocado en el tragaluz que da al in­
terior de la estancia—.
No sólo se ven altares con imágenes de la Santa Muerte, también
se pueden encontrar figuras de San Judas, el diablo, la Virgen de Gua­
dalupe, Cristo. En algunos altares-repisas están juntos la Santa Muerte
y el diablo; y los dedicados a la santería se encuentran colocados cer­
ca de la puerta de la celda o en el piso, debajo de las camas, algunos
otros próximos a la imagen del diablo.
Ahora, me enfocaré en describir los altares dedicados a la Santa
Muerte, aunque el análisis de las prácticas que los internos hacen en
estos altares puede ser aplicable también a los de las otras creencias,
co­mo el caso del diablo o de la santería. Los altares que tienen los in­­
ternos en sus estancias están conformados principalmente por las
imágenes de la Santa Muerte —en bulto, pintada o en una estampa—
y por lo que se les ofrenda —dulces, comida, veladoras, flores natura­
les y artificiales, cigarros, mariguana, agua, collares, escapularios, fo­
tografías de algún familiar, dinero, cosas de metal, restos de plumas de
animales, entre otros— (véase anexo 5 imagen 5).
Los internos obtienen las efigies de la Santa Muerte de distintas
maneras: las heredan del altar de aquellos reclusos que ya están en li­
bertad;12 se las regala algún interno que va a salir de la prisión y no
puede llevársela a la calle, o como muestra de amistad, o porque con­
sideran que están “muy cargadas de mala energía”, o bien porque ya
están desgastadas; hay quienes las elaboran, o las compran con los
136 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

com­pañeros que generan haciéndolas —principalmente de jabón y


de papel—; las mandan a hacer; se las roban a algún compañero; o
bien la traen desde el reclusorio anterior en el que estuvieron. En
oca­siones forman sus altares con las figuras que cada recluso aporta.
Hay quienes sólo cuelgan de su cuello un dije con la figura de la Niña
Blanca (véase anexo 5 imagen 6).
Los internos obtienen los objetos que le ofrendan a la Santa Muer­
­te de sus familiares, amigos o conocidos que se los llevan los días de
visita; también, gracias al genere, pueden adquirirlos en las tien­das que
hay dentro del Cevareso. Las flores naturales no están permiti­das den­
tro de las estancias, sin embargo, hay quienes las consiguen de los
pocos jardines que hay adentro, como los del centro escolar —es­tas flo­
res tienen un valor especial ya que están prohibidas y los in­te­rnos asu­
men el riesgo de ser castigados, por lo que adquieren un valor distinto
en las ofrendas y “ponen más contenta” a La Flaquita—. Así lo cuen­
ta uno de los internos:

Te soy honesto, aquí mando a robar flores naturales allá atrás, mando a los cha­
vi­­tos, se roban flores naturales y yo le pongo flores naturales, pero nos la ro­­­­­
ba­mos… que si nos agarra la policía arrancando las flores te mandan al “castigo”
un mes, entonces nos arriesgamos en ir a robar las flores, pa’ponérselas a La
Flaca.

Hay otros internos que comparten con la Santa Muerte dulces, ci­
garros, veladoras y comida, productos que se pueden conseguir aden­
tro, pero a altos costos.
La posición del altar en las repisas —ya sea arriba, en medio o aba­
jo— depende de cómo estén organizados los mismos internos o del
espacio que les asigne el recluso con mayor antigüedad en la estancia
—es él quien organiza y designa el lugar para los recién llegados—. Las
formas de acomodo varían a partir de la cantidad de imágenes de la
Santa Muerte que cada uno tiene, de su tamaño, de su creatividad pa­
ra acomodarlas, así como de sus posibilidades económicas.
Culto canero a la Santa Muerte 137

Altares en los pasillos

El primer día de mi recorrido por el Cevareso me llevaron a un altar


muy grande y visible ubicado en el pasillo del área B, afuera de la es­
tancia de su dueño. La imagen de la Santa Muerte que lo adorna mide
1.50 m y está elaborada con jabón, dentro de su cráneo tiene un
foco que su propietario prende en las noches para que su Flaquita ten­
ga su propia iluminación. Éste es el único altar con una efigie en bulto
que encontré en el pasillo. La característica de esta figura es que está
personalizada. En la mano izquierda sostiene un mundo y sobre el
mundo lleva escrito el nombre del interno que la mandó a hacer; en
la mano derecha sostiene la figura de un corazón. La imagen se sos­
tiene sobre una base negra que lleva escrito los nombres de algunos
conocidos —hombres y mujeres— del interno. Sus manos cadavé­
ricas están adornadas con monedas y algunas semillas incrustadas.
Los presos le ponen veladoras en sus pies, sobre la base (véase anexo 5
imagen 7).
Los altares ubicados en los pasillos tienen sus propias característi­
cas; generalmente se montan sobre imágenes ya pintadas en la pared
que se encuentran al final, a la entrada o en medio de los pasillos.
So­bre las imágenes pintadas suelen verse nombres de personas y ora­
ciones, en algunas de ellas aparecen la Santa Muerte junto con el
dia­blo. Cerca de la imagen pude observar marcas de quemadura de
cigarro, de humo y algunas otras de sangre.
Estos altares están ubicados en los espacios comunes y, en gene­
ral, los devotos que habitan la zona suelen ofrendarles comida, dulces,
veladoras, flores, pan, agua, incluso se reúnen para rezar. Los reclusos
se organizan para darles mantenimiento y tenerlas bien pintadas, o
en algunos casos modificarlas. Hay quienes patrocinan estas pinturas,
ya sea en los pasillos o en sus propias estancias, para pagar alguna man­
da (véase anexo 5 imagen 8).
Tanto los altares de las repisas como los de los pasillos son parte
de los “ajustes secundarios” que hacen los internos dentro de la ins­
titución. Goffman define a estos ajustes secundarios como:

…cualquier arreglo habitual que permite a cualquier miembro de una or­ga­ni­


zación emplear medios para alcanzar fines no autorizados, o bien, hacer ambas
cosas, esquivando los supuestos implícitos acerca de lo que debería hacer y
138 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

alcanzar, y, en última instancia, sobre lo que debería ser. Los ajustes secundarios
representan vías por las que el individuo se aparta del rol y del ser que la ins­
titución daba por sentados a su respecto.13

En este mismo sentido, los internos se apropian de las repisas que hay
en sus estancias colocando altares, así como de algunos espacios co­
munes como los pasillos donde transforman las paredes grises en mura­
les y altares que expresan cierto tipo de identidad personal y grupal.
En la dimensión personal, los altares muestran la forma de llevar a
ca­bo las prácticas religiosas de los internos y cómo las adecuan al me­
dio coercitivo institucional, valiéndose de los medios materiales que
tienen a la mano. En cuanto a su identidad grupal, los altares muestran
los lazos de convivencia que se generan dentro del sistema de encierro,
ya sea porque permite que ellos se organicen para pintar un mural, o
bien para celebrar y ofrendar al santo que decidieron pintar.
En el caso de la Santa Muerte, hay internos que el día de muertos
se juntan para rezarle a la Niña Blanca y, ahí mismo, al final de la ora­
ción, comparten comida —un pan para cada uno o algunos dulces—.
Pintar murales en la cárcel es un medio para alcanzar un fin, esto
es, generar dinero para comprar comida o “vicio”; para comprar más
material y seguir trabajando para otros, o bien para darle dinero a su
familia.

Efigies de la Niña Blanca

En el punto anterior mencioné que los altares de los internos del


Cevareso tienen como uno de sus elementos centrales las efigies de
los santos en los que ellos creen. En el caso de la Santa Muerte expli­
caré las particularidades que tienen estas figuras, ya que por medio de
ellas se podrá apreciar parte de las singularidades de esta creencia
en el encierro.
Las figuras de la Santa Muerte que observé dentro del Cevareso
tienen las siguientes características: están elaboradas principalmente
de papel maché, periódico, jabón o madera y son de tamaños variados.
Había figuras de varios colores, principalmente rojas, verdes, amarillas,
blancas, negras y azules. Las formas eran diversas: de pie, sentadas y
Culto canero a la Santa Muerte 139

con alas. Estas características de las efigies son muy similares a las que
se pueden observar en los espacios de devoción públicos en diferentes
partes del país.
Sin embargo, en el Cevareso me percaté de algo muy peculiar. En
ciertos altares de las estancias pude apreciar efigies con alas. Estas alas
eran de una paloma real y las manos de la figura eran las patas de esa
misma ave. Uno de los internos que se dedica a crear este tipo de figu­
ras me contó acerca de la forma en que las hace:

Mira, para hacer esas Santas Muertes, pues no es tan fácil ¿no? Primero tienes
que cazar al pájaro, por aquí hay muchas palomas, les avientas unas boronas de
pan en el suelo y pues las palomas caen redonditas en la trampa, ya que están ahí,
agarras unas piedras y se las avientas para matarlas. Después le quitas las alas y
las guardas así extendidas, las puedes poner en algo que las presione, como un
libro o debajo de una tabla, para que se queden abiertas. Las patitas se las cortas
y las guardas para ponérselas sobre el jabón o el papel, depende de qué te la pi­
dan. Esas Santas no son tan fáciles de hacer y, pues, las hago sólo por encargo,
una más o menos te cuesta unos cuatrocientos varos.14

Estas figuras captaron mi atención ya que durante mi trabajo de cam­


po en los altares públicos no vi esfinges hechas con partes de animales
reales; en el Cevareso no todos tienen una así, pero quienes la tienen
las cuidan mucho. El tamaño de estas figuras es proporcional a la aper­
tura de las alas, las manos suelen ser las patas de la paloma y, por lo
ge­neral, sostienen un mundo o una guadaña, las patas dan el efecto de
unas manos cadavéricas; es necesario verlas con mucho detalle para
darse cuenta de estas características (véase anexo 5 imágenes 9 y 10).
Las figuras hechas con jabón se elaboran de todos los tamaños
posibles y se pueden apreciar frecuentemente dentro de la prisión; hay
internos que se dedican a fabricarlas por encargo de los propios reclu­
sos o del personal, según las posibilidades económicas. Estos internos
con habilidades artesanales también hacen alhajeros y objetos que se
usan como recuerdo en los eventos sociales, entre otras cosas.
Tuve la oportunidad de entrevistar a uno de los internos que ge­
neraba dinero haciendo estas figuras durante sus tiempo libre. En su
celda tenía un altar con muchas efigies de la Santa Muerte. Este devo­
to mantenía buena relación con gente del personal y me tocó ver que
algunas de ellas le encargaban trabajos. Me comentó que se llevaba
140 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

bien con uno de los custodios más odiados en el Cevareso debido a


su carácter y temperamento agresivo hacia los internos. Me decía que
este custodio le encargó unos recuerdos de jabón y desde ahí mantie­
ne una buena relación con él. La explicación sobre el procedimiento
para hacer las figuras de jabón fue la siguiente:

Yo aquí me entretengo haciendo mis figuras de jabón, aprendí a hacerlas en el


reclusorio Norte, nomás viendo a un chavo que conocí. Se hacen generalmente
con jabón Zote blanco. Yo todo lo rebano, lo pongo a remojar con agua, lo dejo
unas tres horas, lo saco y con el agua se ablanda más. Lo voy amoldando. Si el
jabón está así… la figura te va a salir así… depende el tamaño. Yo las hago, todo,
pero... sí llegan y me las encargan, me dicen: “Hazme una figura de jabón, haz­
me un San Juditas, hazme una Santa Muerte, hazme un Mickey Mouse, hazme
un diablo”. Y yo se los hago.
Los custodios a veces revisan las piezas grandes, te las abren o las parten
a la mitad para ver si no tienen nada oculto adentro de ellas, te las rompen, es
que muchos esconden ahí la navaja, los celulares, por eso es que rompen […]
Pues hasta uno mismo lo ha hecho. A mi llegan, me dicen: “Hazme una figura,
escóndeme una navaja”. Va, ya les hago la figura, sobre la navaja o sobre un ce­
lular. “Sí, hazme una figura”. Las cosas las sacan, pues haz de cuenta que tiene la
tablita, esta de abajo, yo le pongo la figura arriba, pero aquí en esta división, si tú
partes la figura, no se va a desarmar la figura, tú la vuelves a pegar. Es que quie­
ras o no, de repente, también aquí, pues muchas veces se necesita eso, pero solo
cuando se necesita, para qué andar de panchero: “Ah, tengo una navaja”. Nada
más para lo que se necesita. Ira, hay veces que de preferencia hago los tamaños
reducidos para ser más discreto.

De los registros que obtuve respecto a los objetos empleados en el


cul­to a la Santa Muerte en la prisión, ya he descrito los altares y las
figuras. Lo anterior no quiere decir que sean las únicas expresiones
materiales del culto, pero sí las más notorias y relevantes. Otras ma­
nifestaciones de la religiosidad son los tatuajes que se pueden ver en
el cuerpo de los devotos.

El culto y sus formas rutinarias

Hay días en los que luego se me olvida que estoy en la cárcel, luego me subo a
mi altar y empiezo a limpiar y se me va el tiempo ahí, estar limpiando. Luego
se me olvidan las cosas, luego hay días que yo me despierto de malas. Me subo,
Culto canero a la Santa Muerte 141

empiezo a arreglar mi altar y ahí me tardo como tres o cuatro horas y ya cuando
reacciono, ya estoy bien, ya recogí la estancia y todo, y estoy más contento, o sea,
que también me quita lo malo que tengo.15

Una de las principales características de las instituciones totales es que


administran e imponen los tiempos y las actividades de los internos,
las cuales suelen ser muy rutinarias. En el Cevareso la vida diaria de
muchos de ellos transcurre de la siguiente manera: en el día hay tres
pases de lista, uno en la mañana, a las 7:00 hrs, otro a las 15:00 hrs y
el último a las 19:00 hrs.16 Durante esos lapsos de tiempo las activida­
des de los internos varían mucho, las más comunes son las relacio­
nadas con las comisiones —limpiar las oficinas del CDUDT, atender
las tiendas institucionales, trabajar en los talleres—. Otras ocupacio­
nes son las clases que algunos internos reciben en el centro escolar, los
grupos de autoayuda o las tareas en las capillas —cristiana y católi­
ca—. Durante los fines de semana las labores están muy relacionadas
con las visitas de los familiares; cabe mencionar que los días jueves son
las visitas conyugales.
Hay internos que se levantan desde que pasan lista y se preparan
para el desayuno. Si están comisionados cumplen con la actividad
du­rante los horarios establecidos; si estudian, asisten a clases17 para
terminar el grado correspondiente. Algunos se dedican a realizar la
“fajina” o limpieza de su área o celda —regularmente los internos de
recién ingreso se encargan también de la limpieza de otras celdas,
di­rigidos y controlados por los reclusos con más antigüedad o por los
que tienen más poder—.
También, dentro del Cevareso se da seguimiento a los internos
con problemas de adicciones y, de acuerdo con su evaluación, se les
asigna un tratamiento que se vuelve parte de su dinámica cotidiana;
puede ser un tratamiento ambulatorio, o bien, existe la posibilidad de
que permanezcan aislados dentro de la zona asignada para su atención.
Hay otros internos que sólo pasan lista y se vuelven a dormir,
únicamente deambulan por los lugares que se les permite, no hacen
otra cosa, muchas veces ni si quiera se ocupan de su aseo personal.
Algunos jóvenes trabajan para otros reclusos en sus tienditas o
preparando alimentos con ingredientes que consiguen con sus fami­
liares o con los custodios. Hay quienes lavan ropa; otros están en los
142 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

teléfonos públicos que hay dentro del Cevareso donde se llevan a ca­bo
extorsiones; y hay quienes participan en actividades lúdicas como ju­
gar fútbol o la halterofilia.
En general, la vida en un centro de reclusión suele ser muy mo­
nótona, aburrida y rutinaria. En los espacios donde viven los reclusos
se siente mucha tensión y algunos de ellos suelen ser paranoicos. En
la cárcel se vive una constante rutinización, es decir, un “control
social y personal de los afectos […] en los que los individuos han de
subordinar sus sentimientos e impulsos momentáneos a las deman­
das que, directa o indirectamente, les impone su posición social”.18
Los internos suelen estar en una posición social en la que son clasi­
ficados, controlados y vigilados, cuestiones que se vuelven parte de la
rutina, junto con muchas de las actividades que realizan de manera
voluntaria, como el caso del culto a la Santa Muerte.
En un contexto como el del encierro, se puede ver claramente la
manera en la que los internos integran sus prácticas religiosas a las prác­
ticas de la vida común y cotidiana. Así lo pude observar en el caso de
la fe que se tiene a la Santa Muerte, incluso esta fuerte integración la
considero una de las especificidades que tiene esta creencia dentro del
encierro.
Algunos de mis dialogantes, tanto los que estaban en libertad al
momento de entrevistarlos como los que se encontraban en el Ceva­
reso, me comentaron que en el encierro llevaban a cabo el culto a la
Santa Muerte de manera rutinaria y muy individualizada. El culto
a la Santa Muerte rutinizado tiene las siguientes características:
Primero. Los internos establecen un día a la semana para limpiar
y acomodar sus altares. Muchas veces la limpieza la ejecuta una sola
persona quien, generalmente, es el dueño del altar o tiene un rango
alto dentro de su celda; él es el único que puede limpiar y tocar las fi­
guras o los objetos que tenga su depósito ritual.
Segundo. Los presos consideran necesario limpiar constantemen­
te sus altares ya que algunos piensan que se “cargan” de mala energía.
Otros lo hacen porque es una forma de cumplir con una manda para
agradecer alguna protección brindada. Hay quienes limpian constan­
temente sus efigies ya que lo consideran una actividad productiva y
les alivia la vida tan monótona que llevan, o bien les permite reforzar
su vínculo con su ente sagrado.
Culto canero a la Santa Muerte 143

Tercero. Los internos crean sus propias ideas y formas de estable­


cer una conexión con la Santa Muerte, suelen hacerla manifiesta me­
diante el azar —con la lectura de cartas—, por medio de collares y
con oraciones que muchas veces ellos crean. En el plano del incons­
ciente es frecuente que La Flaquita se les aparezca en los sueños. Al­
gunos internos creen que su efigie tiene vida y que su desgaste físico se
debe a que los ha protegido, de modo que el material con el que están
hechas se tiene que desgastar, por lo que elaboran otras figuras para que
ella siga viva y manteniendo latente su protección.
Cuarto. La manera en la que se da la trasmisión del culto puede
ser directa, por medio de otros internos que ya eran devotos desde su
entrada al reclusorio, o bien de los que se iniciaron dentro. En esta
trasmisión los reclusos establecen las formas de dar significado a los ele­
mentos que componen sus altares y a las efigies.
Quinto. Mediante la personalización de las efigies y de los al­
tares, los internos expresan sus recuerdos del exterior —cuando esta­
ban en libertad—; sus vivencias en las distintas etapas del encierro;
las co­nexiones con el exterior; sus anhelos —al terminar de purgar
su sentencia—; o bien, el deseo que tienen por estar en libertad. Por
lo general, a las figuras les dan el nombre de alguien que recuerdan
con aprecio —como sus hijos o su madre—. En los altares se observan
objetos que llegan con los familiares que los visitan —como foto­
grafías—.
Sexto. El culto suele llevarse a cabo de forma muy personal, pues­
to que los espacios para su devoción son muy limitados. Las prácticas
de ciertas creencias como es a la Santa Muerte, al diablo o la sante­
ría, se ven únicamente en los lugares donde los internos tienen cierta
privacidad, como en las celdas o en los pasillos. Los reclusos tienen que
adecuar esos pocos espacios de individualidad para expresar sus creen­
cias religiosas que, finalmente, también son parte de esa misma indi­
vidualidad.
Séptimo. El culto rutinizado se puede observar en los tatuajes que
los internos tienen en su cuerpo; algunas de las imágenes de la Santa
Muerte que se tatúan están basadas en las figuras que se encuentran
sobre los pasillos. Hay reclusos que, sobre sus tatuajes de la Santa
Muer­te, se graban los nombres de las personas con las que tienen un
vínculo fa­miliar fuerte y que se encuentran en el exterior o que ya
144 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

están muertos. También suelen tatuarse, junto con las figuras de la


Niña Blanca, a aquellos internos con los que generaron un vínculo
afectivo como sus “causas”, o un vínculo amoroso en el caso de quie­
nes tuvieron una pareja dentro de la prisión.
A continuación, se muestra con mayor detalle cómo se desarro­
llan algunas de las actividades que caracterizan este culto en el con­
texto carcelario, mediante las narraciones de las experiencias de los
internos del Cevareso, así como de algunos otros creyentes entre­
vistados que estuvieron en otras cárceles.

Hablar con la Santa Muerte por medio de la cartomancia

Durante mi trabajo de campo en el altar de Tepito conocí a Japo, un


hombre que tenía la espalda llena de tatuajes, cada uno de ellos con su
propio simbolismo. Mientras realizaba algunas tomas fotogáficas a los
devotos tatuados, su esposa se acercó a mí para que le tomara una fo­
tografía a Japo, mientras disparaba el obturador, él comenzó a plati­
carme que la mayoría de sus tatuajes se los había hecho en una cárcel
de Estados Unidos, país a donde fue a trabajar por un tiempo y por su
situación migratoria lo detuvieron y permaneció alrededor de ocho
años dentro de la prisión. Me comentó que en Estados Unidos cam­
bian a los presos de cárcel cada seis meses, el último penal en donde
estuvo fue el de Villa Texas.
Japo se acercó a la Santa Muerte en un momento de desespe­
ración durante su estancia en la cárcel de Texas, no lo habían senten­
ciado todavía y no tenía comunicación alguna con el exterior. Co­
menta que era cristiano y que diariamente leía La Biblia y le pedía a
dios que lo ayudara, pero no recibía respuesta, fue entonces que uno de
sus compañeros de cárcel, que estaba por salir, le regaló una estampa
con la imagen de la Santa Muerte y le habló acerca de la ayuda que
le podía brindar. Japo, en un principio, se mostró incrédulo y pen­
saba que esa creencia era mal vista. Posteriormente lo enviaron a una
celda de castigo; cuando se lo llevaron se le perdió la estampa de la
Santa Muerte que su compañero le había regalado, a partir de ese
momento comenzó a pensar en la Niña Blanca y a rezarle.
Culto canero a la Santa Muerte 145

De los primeros milagros que la Santa Muerte le cumplió a Japo


fue que lo regresaran a su misma celda después del castigo de ocho días.
Al revisar sus pertenencias, que estaban sobre la cama, se dio cuenta
que ahí se encontraba la imagen de la Santa Muerte. Ante este suce­
so, en él surgieron dudas e indagó más sobre este culto. Le comenzó a
preguntar a los reclusos mexicanos acerca de sus tatuajes de La Fla­
quita, ellos le contaron muchas historias de los favores que les ha­cía
este numen. Como Japo continuaba en la cárcel sin tener una senten­
cia, decidió hacer un pacto con la Santa Muerte, él cuenta:

Flaquita, si me dejas saber algo, yo voy a estar firme contigo todo el tiempo. En
eso llega el correo, ahí, cuando llegaba, te nombraban y te gritaban si te llagaba
alguna carta, tenías que llevar un brazalete y se lo mostrabas para corroborar que
eras tú. Escuché mi nombre y fui por mi brazalete y llegué a la puerta, regreso,
y me acuesto. Le dije: “No, pues gracias Flaquita”. Comencé a darle gracias a
ella. Ya me habían dado el día para ir a la corte, y pues le dije que le iba a hacer
un altarcito ahí conmigo. “Yo no sé cómo venerarte, no se mucho de ti, pero
siento que me estas ayudando”. Y pues le hice un altarcito como el que tengo aquí
[me señala una Santa Muerte que tenía en el altar de su casa]. Ésa es la primera
que tuve, ésa fue mi primer dibujo y pues le hice unas florecillas y con unos cu­
bitos, donde nos daban las pastillas, le ponía su agua, me decían que le pusiera
agua y manzana, o le ponía unos dulces para que estuviera conmigo, ya de ahí
empezó mi fe en ella, y pues dije: “Me está ayudando”.
Ya al último, cuando me iban a sentenciar, le dije: “Si de tu destino está
que me den el tiempo, a tus ordenes Flaquita, y si no, quítame un poco de tiem­
po, yo sé que tú puedes hacerlo, dame poco tiempo”. Y fue cuando le prometí
mi primer tatuaje, el que tengo en medio de la espalda, el grandote. “Si tú me
quitas tiempo me voy a poner tu imagen, no sé de qué manera, pero yo me la
voy a poner para que me quites tiempo”. Y sí, me quitó dieciocho meses de mi
sentencia.
De ahí empecé a creer más en ella y pues pasaban cosas, y bueno, de ahí
para el real. Y todas las noches como aquí en tu casa, me persigno: “Sabes qué
jefita, gracias por darme otro día, el día de mañana no sé qué me tengas para
mí, y lo que venga de ti lo agarro, si tienes algo bueno lo acepto, si tienes algo
malo, ni modo. Tú apriétame y haz lo que quieras hacer”. Ya me persignaba. Y
siempre, ni en la prisión ni aquí, nunca le faltó ni su manzana y agua, todo el
tiempo.19

Japo comenzó a practicar su devoción de acuerdo con sus posibili­


dades; en las cárceles en las que estuvo en Estados Unidos no tenía
acceso a muchas cosas —allá los internos no manejan dinero en efec­
146 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

tivo, todo es por medio de una tarjeta que sirve para que se identifi­
quen en cada pase de lista y también para que tengan sus fondos mo­ne­
tarios y puedan comprar cosas dentro de la cárcel—. También me
comentó que allá no había forma de tener altares en la prisión; había
presos de varias partes del mundo, e incluso se juntaban por naciona­
lidad o por tipo de adscripción identitaria, como por ejemplo, el grupo
de los negros o el de los latinos.
La manera en la que podían tener a la Santa Muerte era en dibu­
jos o tatuajes. Para agradecerle a La Flaquita por la protección que le
brindaba dentro de la cárcel solía robarse algunas cosas de la cocina,
como manzanas o algún otro alimento; el robar podía implicar algún
castigo, pero él piensa que gracias a la Niña Blanca nunca lo cacha­
ron, todo lo que tomaba lo compartía con ella.
El principal elemento que tenía Japo para rendirle culto a la San­
ta Muerte en la cárcel de Estados Unidos era la oración diaria que leía
en un novenario20 que le regaló uno de los internos. Al levantarse se
persignaba y rezaba la pequeña oración correspondiente al día; en las
tardes y en las noches también se persignaba ante ella —en los tiem­
pos del pase de lista— y le pedía para que todo estuviera tranquilo y
que lo cuidara mientras robaba las manzanas, además de que lo dejara
tener comunicación con su familia que radicaba en México.
Mientras Japo me mostraba su expediente carcelario, pude obser­
var en su casa las figuras de la Santa Muerte sobre una mesa que adap­
tó como altar; me contó que en 2012 regresó a la Ciudad de México,
después de que salió de la cárcel. La manera en la que pudo juntar
dinero durante su encierro fue gracias a que obtuvo un celular y lo
rentaba para que otros internos hicieran llamadas. Con lo que ga­na­
ba de las llamadas logró reunir unos dólares para regresar a su hogar
en el barrio de Santo Domingo, en la delegación de Coyoacán. A su
regreso conoció a su actual pareja quien también es una devota de la
Santa Muerte y ella fue quien lo llevó al altar de Tepito.
Desde entonces, las formas en las que Japo practica su culto hacia
la Santa Muerte han cambiado considerablemente, ya que mientras
cumplía su sentencia sólo podía rezarle de manera personal, sin tener
la oportunidad de hacer oraciones grupales; no podía montar un al­
tar, ya que las dinámicas del sistema carcelario en Estados Unidos
Culto canero a la Santa Muerte 147

no se lo permitían; y sólo podía tener imágenes dibujadas y tatuadas


en su cuerpo.
Para rendir culto a la Santa Muerte, Japo integró sus prácticas de
fe a su rutina de vida dentro del encierro. Como lo abordé anterior­
mente, él solía hablar diario con ella y se persignaba tres veces al día;
además de hacer una oración que formaba parte de un novenario.
Tam­bién establecía con ella otro tipo de conexión, por medio de las
cartas, que de acuerdo con su creencia era la manera de tener un con­
tacto más directo con La Flaquita, ya que tenía la certeza de que así
lo escuchaba y le indicaba, por medio de ellas, qué hacer.21

Con las cartas, las americanas, yo hablaba con ella. Las barajeo y yo sé cómo
hablar con ella y preguntarle. Mira, le preguntaba y le decía: “Quiero saber si
me va a llegar carta esta semana”. Le decía: “Mándame un as”. Si salía el as, es
por­que sí me llegaría la carta.
Luego le decía: “Si quieres hablar conmigo, que salga un as”. Y había ve­
ces que salían cuatro ases, eso era que sí. La barajeo en frente de ella y le pre­
gun­to: “¿Señora Santa Muerte, quieres platicar conmigo?” Y me sale un as, sí.
“¿Se­ñora, quieres platicar conmigo? [En ese momento tiró las cartas sobre sus
piernas]. No, mira, no salió un as, no quiere platicar ahorita… sí, sí, le hubiera
preguntado cosas por ti.
Luego le dices que si quieres que hable contigo te mande dos cartas jun­
tas, no sé, un 8 y un 4, y sí, a veces sí salían juntas. En un principio yo me decía
que estaba loco, pero el señor que me enseñó hablar con ella y en el tiempo
libre, decía: “Qué coincidencia de que si le pides un as, me salgan 4; de que si
le pides un 2 y 3, en toda la baraja salían dos veces un 2 y 3 juntos”. A lo mejor
crees la primera vez que es una coincidencia, pero no, ella sí habla contigo.
Yo aquí en casa igual le preguntaba sobre mi mamá, le decía: “Quiero sa­­­ber
si mamá va a estar bien, mándame un as”. Y a veces me mandaba cuatro ases.
En la cárcel le preguntaba si me dejaba comer su manzana, le decía: “Mándame
un as si quieres que la tire, mándame dos ases si quieres que la eche al escusa­
do” Y pues, ya me mandaba dos o tres ases. Luego sus manzanas del altar saben
diferentes, como que saben insípidas. Últimamente ya no tengo los mismos de­
talles porque, no sé… aunque sí voy a su culto todos los primeros. Un amigo me
decía que echara sal en un vaso con agua y lo sacara al sereno toda la noche y en
la mañana la tiro por el escusado, le limpio el vaso y le pongo su agua nueva, y
además eso te quita la salación.
Y pues son cosas que te van uniendo y uniendo con ella, yo no tengo la
ne­cesidad de ir, mira, no hemos tenido trabajo y, sin embargo, por ella, no nos
ha faltado nada, ella no se queda sin veladoras, ya sea por mi esposa o por mí
que se la compramos, y pues es mi fe.
148 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

La comunicación que Japo establece con la Santa Muerte es por me­


dio de un tipo de cartomancia “o adivinación a través de los naipes”.22
Este método consiste en una predicción por medio de la interpretación
de los símbolos que forman cada naipe y que se toman como señales
“de las respuestas a cualquier pregunta. Las cartas ‘hablan’ en virtud
de un valor intrínseco, y de su lectura van surgiendo las soluciones
a las preguntas planteadas”.23 De esta manera, Japo asume que la San­
ta Muerte se comunica con él; el resultar un acierto respecto a la carta
que él menciona, lo considera como una respuesta positiva a su pre­
gunta, o por el contrario, el resultar una equivocación respecto a la
carta que él menciona, lo considera como una respuesta negativa.
Así, Japo establece su conexión con el numen no sólo por me­dio
de los ritos comunes como las oraciones, sino que en el contexto del
encierro aprendió otra forma de establecer comunicación con la San­
­ta Muerte, por medio de la cartomancia, lo que muestra parte de esa
religiosidad individualizada que se vive en prisión. También me ex­
plicó que cuando estaba en la cárcel tenía mayor facilidad para esta­
blecer conexión con La Flaquita, que hablaba con ella más seguido,
pero que desde que salió del encierro ya no lo hace frecuentemente,
sólo va a los rosarios cada mes y le pone cosas en el altar. Piensa que
ahora está más ocupado y que su forma de rendirle culto cambió con­
side­ra­blemente.
Este ejemplo permite mostrar que cuando se lleva a cabo el culto
a la Santa Muerte dentro de la prisión, los devotos suelen estar más
apegados a sus prácticas religiosas que cuando están en libertad, lo que
se debe, en parte, a que su devoción representa una forma de ocupar su
tiempo. En este mismo sentido, su culto es más individualizado y ab­sor­
bente, además, como explicaré a continuación, pareciera que los tiem­
pos de la cárcel se sincronizan con los tiempos de la práctica religiosa
del culto.
Culto canero a la Santa Muerte 149

Sincronía entre los tiempos de la cárcel y los tiempos


para el culto a La Flaquita

Otra forma peculiar que tiene la adoración a la Santa Muerte dentro


de la prisión es cuando los internos establecen sus propios tiempos
para llevar a cabo prácticas relacionadas con el culto, las cuales están
totalmente subordinadas a los tiempos propios inmersos en la dinámi­
ca de la institución total. El culto se vuelve implícitamente rutina­
rio, ya que hay internos que establecen los tiempos para cambiar y
limpiar sus altares en un día específico a la semana; otros rezan siem­
pre en momentos determinados —es el caso de Japo que se persignaba
tres veces al día, simultáneamente a los tiempos en los que pasaban
lista—. En la prisión hay escasas posibilidades de hacer oraciones gru­
pales a la Santa Muerte —a pesar de que en los pasillos se encuentran
muchas imágenes pintadas de ella—, puesto que no está totalmente
permitido y tiene que ser dentro de los tiempos de convivencia en las
áreas comunes de los internos. Aquí mostraré, por medio de los rela­
tos de los reclusos, cómo es que se rutiniza el culto de la Santa Muerte
en el Cevareso.
Minos estableció que para mantener las “buenas energías” en sus
imágenes de la Niña Blanca las tenía que limpiar cada tercer día; ru­
tina que establece para tener una mejor relación con la Santa Muerte.
Ésta es una muestra de la forma en la que los internos suelen estar más
enfocados y absortos en la práctica de su creencia.

Mi altar lo limpio cada tercer día, nunca le limpio de las rodillas para abajo
por­que te quitas la buena suerte. Nunca le limpias los pies porque te quitas to­da
la energía que tiene cargada la figura. Yo se lo cambio cada tercer día, hay va­
rios que se lo cambian del diario o cada semana, yo cada tercer día. Como tengo
varias cosas de las fotos de mis hermanas, de mi hija… las limpio para que no se
ensucie y todo eso… tengo dulces, vaso de agua, le doy agua, si hubiera tequila,
se lo doy, pero aquí no se puede.

Otro caso relevante fue el de Arcé, este interno tenía en su estancia


tres altares distintos, uno dedicado a la Santa Muerte, otro al diablo
y uno más a la zarabanda o “Palo Mayombe”.24 Además, sobre las pa­
redes de su estancia estaba pintada una Santa Muerte con una oración
y una mujer herida sobre sus brazos; esa imagen la pintó uno de los
150 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

internos que estuvo ahí. Según Arcé, esa historia representaba parte
de la vida de aquel interno, una experiencia que tuvo con una de sus
parejas.

Son míos los tres altares, el del diablo, el de zarabanda, y el de la Santa Muerte
ya estaban, ahora sí que cuando llegué a esa estancia ya estaban pintadas esas
Santas Muertes, hasta con decirte que desde que llegué al separo de la 44, yo la
vi allá y le dije: “Me estás castigando por no verte.” Y pues fue tanta mi devo­
ción que, en cada estancia que he llegado, del Norte pa’acá ha estado ella, me
protege, me cuida.
Los altares ahora sí que se acomodan de diferentes maneras, por ejemplo,
podemos ahora sí que, como te digo, toman agua, les puedes poner sus trastes de
agua, flores no. Porque sabía que la Santa Muerte no ocupa flores porque… pues
no, eso me han inculcado, la Santa Muerte no debe llevar flores.
Yo los limpio, ahora sí que le limpio y platico con ellos. Los limpio de­
pen­­diendo, este… en la rama de los santos y muertos me han dicho que cada
cinco días los limpie. En general, limpio todos, todos, el de la Santa Muerte, el
diablo, zarabanda.
En mi celda somos seis, casi todos creen en la Santa Muerte y otros en
San Judas Tadeo, y otro chavo y yo —de ahí de la estancia—, creemos en el
diablo. No hay ningún conflicto, cada quien, cada quien pide por cada quien
¿no? Pero eso sí, el único que se encarga de los tres altares soy yo, soy el único
que puede meter mano, porque la Santa Muerte es muy celosa, no puede estar
muy cerca ni de cualquier santo o muerto, ella debe estar en su propio lugar.
Si te diste cuenta, mis tres altares tienen su diferente lugar, entonces, pues
cómo te diré, si yo dejo que otra persona agarre mis cosas, es como si yo dejara
de que energías malas entraran, por eso agarro y lo limpio.
Para rendirle culto a mi Flaquita, pues ahora sí que le damos oraciones.
Sus padres nuestros, bendiciones para mí, que me proteja. Tengo mi novenario
en la casa [su celda]. A la Santa Muerte le pongo de comer, ahora sí que de lo que
yo como, como tú los trates, te van a tratar a ti, o sea, que si los tienes bien lim­
pios, comidos, es lo mismo ¿no? Ahora sí que eres lo mismo, el mismo interior.

Arcé llegó a una estancia en la que ya existían imágenes pintadas de


la Santa Muerte y se apropió de los altares que se encontraban en las
repisas. Él solamente se encarga de limpiarlos, de ponerles cosas y no
deja que otros internos se metan y los mezclen con sus altares. Esta
acción muestra que él tiene cierta antigüedad en esa celda. El dispo­
ner de los altares implica que los nuevos internos que lleguen a su
celda, no ocupen de manera inmediata las repisas. Si tienen alguna
creencia distinta, Arcé decide cómo adecuar otros espacios para po­
Culto canero a la Santa Muerte 151

ner cualquier nuevo altar. Para él es importante que cada santo tenga
su espacio y no mezclarlos. Esta dinámica es la misma respecto a la
convivencia de los internos en el penal, no mezclan sus pertenencias
y evitan meterse con las pertenencias de los otros porque, de lo con­
trario, esto les genera muchos problemas. En el Cevareso no hay una
sobrepoblación en las celdas; las dinámicas de acomodo son de algu­
na forma más consensuadas y se suele respetar los pocos espacios de
privacidad que tienen los internos, como es el caso de los altares.
Otro de los reclusos que sincroniza los tiempos de su culto con los
tiempos de la prisión es Genaro. Para él su práctica del culto es por
medio de oraciones. La temporalidad para rezarle a la Santa Muerte
depende de su estado de ánimo, ya que lo suele hacer al menos una
vez por semana; siempre le reza los días primero de cada mes o en las
ocasiones en que se siente desesperado. Para él es importante tener or­
denado su altar y respetar los altares de sus compañeros de estancia.
Piensa que limpiar su altar es importante porque así se van las “malas
energías” y mantiene tranquila a su Santa Muerte; esta limpieza la
hace semanalmente y cada primero de mes.

¿Te digo una cosa? Pues me ha ayudado a dejar la droga, he pedido mucho que
me dé fuerzas para dejar la droga, y te digo, he recaído, porque sí, he recaído, hay
lapsos que me desespero y digo: “Va, un churro, un toque, un chocho, una pie­
dra.” Porque, pues desgraciadamente, somos enfermos, pero qué te crees que me
ha dado mucha fuerza de voluntad, ella, yo le pido que me dé fuerzas para no
re­­caer: “Y las veces que recaiga ayúdame a levantarme”. Y gracias a dios, me ha
ayudado.
Yo le rezo tres Ave Marías y tres Padre Nuestros, y le rezo su oración que
es la de “Inmaculado ser de luz”. Esa oración es la de: “Inmaculado ser de luz,
te imploro me concedas todos los favores que te pida, hasta el último día, hora y
momento que su divina majestad te ordene llevarme ante su presencia. Amén”.
Generalmente le rezo los lunes, cada primero o cuando me siento muy de­
sesperado, se lo rezo en las noches. Haz de cuenta que yo empiezo a rezar, le rezo
y le pongo su veladora, le pongo su cigarro, y como que me da una tranquilidad
¿no? Me relaja, para que me entiendas.
En mi altar tengo cuatro Santas Muertes, unas son de paloma. Aquí, toda
esa Santa Muerte está hecha de jabón; sus alas son alas de pájaro, son alas de
pa­loma, porque así que se ve bonita; además sus manos las trae de la paloma.
No les pongo nombre ni nada, ahora sí que ésa de las alas nunca le he
puesto nombre, tengo la de las “siete potencias” y le llamo de las “siete poten­
cias” porque trae todos los colores, esa es de papel maché. Las otras, es la Im­
152 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

per­ial, una que según está sentada, yo la conozco como la Imperial y la otra trae
el manto de la virgencita de Guadalupe.
Para mí todas son igual. Algunas son compradas, otras regaladas, y pues
ahí las ando limpiando los lunes para que se le vayan las malas energías o si no es
que cada primero ¿no?, depende de cómo ande esos días o qué tanto tiempo
ten­ga por lo de mi comisión.

En los testimonios de Minos, Genaro y Arcé es posible observar có­mo


las actividades relacionadas con el culto a la Santa Muerte se en­
cuentran subordinadas a los tiempos y a las dinámicas de la prisión;
también se subordinan a las voluntades personales de los internos y a
sus formas de establecer la creencia. Esta es una característica más
que tiene el culto a la Santa Muerte en los lugares públicos, ya que
los devotos establecen sus tiempos y formas de practicarlo.
La diferencia específica del culto en la dinámica del encierro es
que los internos tienen que adaptarse a la poca privacidad que disfru­
tan en sus celdas para llevar a cabo sus oraciones. Además, hay una
escasa posibilidad de realizar oraciones grupales, porque dentro del en­
cierro cada celda tiene su propia dinámica de vida. También depende
qué tipo de interno sea, puesto que los nuevos o los que no son tan
aptos para vivir en el encierro se encuentran subordinados a las de­
cisiones de los reclusos con mayor rango.
Podemos observar que tanto adentro como afuera de la cárcel, el
culto a la Santa Muerte genera vínculos. En el exterior los vínculos
muestran las diversas problemáticas a las que se enfrentan los devo­
tos como el hecho de estar desempleados o tener problemas familia­
res. En la prisión no es la excepción, ya que los devotos muestran por
medio de las prácticas de la creencia en la Santa Muerte las diversas
atrocidades a las que se enfrentan durante el encierro, como el hecho
de estar abandonados, de que quizás puedan terminar muertos si al­
guien los traiciona, y por el poco ingreso de dinero que tienen.
Alguno de los internos con los que tuve oportunidad de dialogar
eran líderes en su estancia o en su zona, lo que confirmé al visitar sus
es­tancias y ver las comodidades que tenían, por ejemplo, tenían col­
chón en su cama o montaban repisas sobre las paredes. Los altares de
los internos con mayor rango tenían figuras muy bien elaboradas y
cui­dadas, las ofrendas eran más vastas, mientras que para quienes ape­
nas empezaban o no tenían mucho poder, sus espacios privados eran
Culto canero a la Santa Muerte 153

austeros y sus altares pequeños, las efigies estaban muy gastadas y mu­
chas de ellas se las habían regalado.
Es muy claro en los ejemplos cómo cada interno define qué se pue­
de hacer y qué no se puede hacer con sus altares. Es una de las formas
en las que se puede apreciar su autonomía en medio de un ambiente
tan heterónomo como lo es el de una prisión; esta autonomía también
puede verse como parte de las resistencias ante el poder carcelario.
Muchas veces el personal de la prisión menciona que los internos
tienen libertad de creencia, lo cual es cierto, pero esa libertad se en­
cuentra supeditada a unos límites a veces violentos, ya que siempre
dependerá de distintos tipos de coerción, tanto de los propios internos
como de las autoridades. Los reclusos expresan que los custodios no
se meten con sus altares, ya que ellos son libres de ponerlos, ya que re­
presenta su fe, y también porque en ocasiones los custodios son creyen­
tes. Pero este respeto es relativo y depende mucho del tipo de persona
que lo considere, si llega a darse un operativo de revisión, los custodios
tienen la autoridad —un poder legitimado por la institución— para
romper las figuras o tumbar los altares de los internos, con el pretexto
de ver si esconden algo dentro de las figuras.
Por lo tanto, los devotos de la Santa Muerte dentro de la prisión
se encuentran estructuralmente sometidos a las voluntades de las au­
toridades, que son quienes establecen los tiempos de las dinámicas
de vida. Son las autoridades quienes pueden romper los límites de la
pri­vacidad que tienen los internos por medio de la vigilancia, los cas­
tigos, el cambio de estancia, o simplemente mediante el despojo. Es
por eso que los internos expresan sus creencias no sólo en sus altares,
sino también sobre las paredes, e incluso, sobre su propia piel donde
pintan o tatúan los símbolos religiosos de los que son devotos.

Oraciones anuales a la Señora de la Guadaña

En una de mis visitas, los trabajadores del Cevareso me llevaron a las


capillas —católica y cristiana— que se encuentran ubicadas dentro
del patio del Cevareso, la construcción de dichas capillas estuvo fi­
nanciada por las mismas asociaciones religiosas y autorizadas por la
Secretaría de Gobernación, por lo que cuentan con un registro. Me
154 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

comentaron que en alguna ocasión los internos colocaron una figura


de la Santa Muerte cerca del auditorio, pero el personal la retiró inme­
diatamente, ya que estas figuras no están permitidas en los espacios
comunes y, mucho menos, en los lugares que visitan los familiares en
ocasiones especiales como son las misas, ceremonias o festejos.
La opinión del personal es que no se debe tener una figura de la
Santa Muerte en el patio, además de que está prohibido, consideran
que ni siquiera representa una religión reconocida, y no se sabe que
pue­den hacer los internos en el lugar. Me comentaron que cuando es­
taba esta imagen en el patio, los reclusos dejaban muy sucio el lugar
con cigarros y comida; al ser un área común, no podía estar sucia.
Si bien las expresiones del culto a la Santa Muerte han sido reti­
radas de las áreas públicas del Cevareso, se toleran en las áreas donde
viven los internos, aunque también se les considera como áreas comu­
nes —pasillos y estancias—. Como mencioné anteriormente, entre
los pasillos que conforman las áreas de las estancias, y que van por
n­iveles, podemos encontrar imágenes de la Santa Muerte pintadas
sobre las paredes, ubicadas regularmente en la entrada o al final del
pa­sillo. A estas imágenes los internos suelen ponerles comida, dulces
y cigarros.
Los reclusos organizan una fiesta cada 1° de noviembre, en el Día
de Muertos. Algunos explican que es el día en el que pueden realizar
una oración grupal, ya que al montar las ofrendas para sus muertos se
le pone también una ofrenda a la Santa Muerte; se organizan para re­
partir algún bolillo o un dulce. Ellos saben que ese día se le celebra a la
Santa Muerte en algunos altares callejeros, por lo que tratan de rezar­
le un Padre Nuestro o un Ave María, o bien alguna oración hecha por
ellos mismos.

¿Las oraciones? Sólo los 1° de noviembre. Salimos todos y ya. En mi zona le


cantamos las mañanitas y aplaudimos y una porra; una porra a La Madrina y
ya convivimos entre nosotros. Los primeros… le rezo yo, que den su oración
toda completa, luego, sí… pero nada más con que… “ponle las mañanitas”,
“una porra”, y cada quien que pida lo que tenga que pedir y así nada más. Pues
nada más creo que cada año, lo que es el Día de Muertos, es cuando hacen la
misa, en cualquier zona.
Culto canero a la Santa Muerte 155

Otro de los internos, quien se dedica a pintar esos murales, explica


para qué sirven y cómo celebran a la Santa Muerte.

Pues fíjate que creer en la Santa Muerte y aprender a hacerlas me ha ayudado


económicamente ¿no? Y me ha ayudado a no meterme en problemas. Tengo una
forma de ser que me ha ido sosteniendo en la cárcel. Sí, porque de repente me
pi­den dibujos de la Santa Muerte. Por decir, en la zona 2, AB, pinté una que está
en la entrada, una que está sentada, una que está sentada en un mundo y trae un
muerto así… y alrededor trae todos los nombres de todos los chavos de la zona
—los que viven en la zona 2 o de los que han vivido ahí, hay muchos que se fue­
ron libres— se juntaron todos y me dijeron: “¿No puedes pintar una madrina así
y así?” También pinté la que está en mi zona y pues casi la mayoría las hago en
tablas porque luego las mandan para afuera. Las tenemos así, por agradecimiento,
porque yo veo que cada año, el Día de Muertos, les prenden sus veladoras, las
re­tocan, les ponen flores, dulces, entre todos los devotos.
Yo sé varios oficios, pero me he juntado con gente que es cábula ¿no? Una
vez estábamos robando a unas personas, robamos una casa, tiene años, y este...
había un altar adentro y el cabulita se llevó a La Flaca, dijo: “Es que está bien
bo­­nita, yo me la llevo”. Por esa Flaca se dieron cuenta quien se había metido a
robar esa casa y el dueño fue, no sé qué tenía esa Flaca, no sé, pero dijo que
no iba a haber bronca, que lo único que quería era que le regresaran a su Fla­
quita que se ha­bían llevado de la casa y no les iba a levantar ninguna demanda,
e incluso hasta les ofreció dinero, y sí, se la regresaron, te digo que hay gente
que es bien devota.
Las imágenes en los pasillos a veces son promesas que a veces hacen, por­
que, por decir, luego, la de la zona 2, el que me pagó fue un chavo de ahí, me
di­jo: “Es que necesito que me la pintes, es una promesa”. Que si me hacía un
fa­vor la iba pintar aquí en la zona, en nombre de toda la banda: “Hazme un paro,
porque la neta ya se manifestó y estoy calmadito”. Entonces yo digo que es por
algo, no las ponen nada más por pintarlas así, por lo regular es porque alguien
promete algo y pues aquí ya viendo que alguien pintó una Flaquita, afuera en la
zona varios devotos llegan: “Qué te hace falta, quieres pintura, esto...”
Aquí compro la pintura. Si me dan una imagen: “Más o menos pinta esta.
Ya la voy viendo, e igual pinto. Y pues para hacerla me drogo, yo siempre he
fu­mado hierba y le doy a la Santa. Pues yo se la he fumado desde que estaba yo
chico ¿no? Pero siempre es como hasta los mejores pintores para hacer sus pin­
turas, la mayoría se estimula su cerebro con otra droga y pues quieras o no eso
te da paciencia, porque para hacer las cosas luego me dicen un chingo: “Co­
mo estás sentado todo el día, estás aquí y acá”. Les digo: “¿Qué hago? Me faltan
unos años, tiempo… es el que me sobra”.
156 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

La Santa Muerte y otras prácticas religiosas

Al principio de este capítulo mostré el registro material que realicé en


los lugares a los que tuve acceso dentro del Cevareso donde pude ob­
servar que, además de la Santa Muerte, los internos tienen otras figuras
para su devoción, como la del diablo, San Judas Tadeo y otros objetos
relacionados con la práctica de la santería. Cuando vi esta variedad
de creencias me surgieron las siguientes preguntas: ¿Hay alguna re­
lación entre la Santa Muerte y las otras creencias que los internos
tienen en una misma celda?, ¿cómo se da esta relación?
Desde mis primeros recorridos por los pasillos, y después gracias
a las entrevistas, confirmé que algunos internos devotos de la Santa
Muerte creían también en otros santos y los utilizaban para su protec­
ción; así, encontré una gran diversidad de sistemas de creencias. En
cuan­to a las figuras en los altares, no sólo las utilizan como vehículos
materiales para guardar navajas, celulares, entre otros, sino que tam­
bién representan “módulos de sentido”25 que permiten a los internos
su­perar la vida diaria del encierro.
Las formas de creer dentro del Cevareso son muy variadas, no hay
una modalidad única por medio de la cual un interno se relacione con
lo sagrado, en general, establecen y desarrollan formas distintas de cre­­
do y manejo de la relación con los objetos que veneran. Hay quienes
siguen algunos parámetros aprendidos en el exterior, ya sea que algu­
na vez hayan visitado algún altar de la Santa Muerte, o bien que en
su casa les hayan enseñado algunas prácticas religiosas; otros se han
instruido dentro de la cárcel en la práctica de los distintos sistemas de
creencias, gracias a un operador de lo sagrado que es quien establece
un sistema de formas para relacionarse con lo sagrado. Esto funciona
de manera similar a lo que dice Lévi Strauss en su ensayo El hechicero y
su magia, en el cual plantea que para que exista la eficacia de la magia:

…implica la creencia en la magia, y que ésta se presenta en tres aspectos com­


plementarios: en primer lugar, la creencia del hechicero en la eficacia de sus
técnicas; luego, la del enfermo que aquel cuida o de la víctima que persigue, en
el poder del hechicero mismo; finalmente, la confianza y las exigencias de la opi­
nión colectiva que forman a cada instante una especie de campo de gravitación
en cuyo seno se definen y se sitúan las relaciones entre El Brujo y aquellos en los
que él hechiza.26
Culto canero a la Santa Muerte 157

En una de mis visitas me entrevisté con un recluso que tenía un co­


nocimiento más profundo acerca de la creencia en la Santa Muerte y
la forma en que se debía llevar a cabo; los demás se referían a él como
padrino o El Brujo. Él sabía trabajar con la Santa Muerte, el diablo, la
santería y la magia ancestral. Según algunos internos, él ya había he­
cho varios trabajos muy efectivos, como una vez que ayudó a uno
de ellos a superar su desesperación debido a la muerte de su madre;
le en­señó varias cosas, entre ellas a hacer pactos con el diablo. Desde
entonces, esta persona se compuso y ahora entre El Brujo, su pareja
de estancia y otros dos internos más, han establecido vínculos gracias
a estas creencias; ellos mismos se autonombraban “El aquelarre”.
Fue por El Brujo que comprendí más acerca de las formas en las
que se lleva a cabo el culto a la Santa Muerte en prisión, así como la
relación que los internos pueden establecer entre las distintas creen­
cias. Me di cuenta que, al igual que en el exterior, el devoto a la Santa
Muerte puede, sin ningún problema, practicar otros cultos, incluso
los combina y utiliza de acuerdo con las distintas necesidades o pro­
tecciones que necesite.
Por lo tanto, la devoción a la Santa Muerte tanto en el exterior
como dentro de la cárcel tienen como característica representar una
opción de fe ante otro tipo de creencias similares que pueden combi­
narse. Este culto, y los otros con los que se mezcla, forman parte de un
amplio espectro —al igual que los colores en el espectro del color—;
las diversas creencias que un solo devoto puede tener se matizan unas
a otras, algunas veces se traslapan, o bien se pueden combinar y equi­
librar.

La Santa, el diablo y la zarabanda

Dentro de los casos que me parecieron ejemplares para mostrar este


espectro de creencias en el cual la Santa Muerte se relaciona con el
diablo y la santería, está el de Arcé, uno de los internos que ha sido
adoptado por los integrantes de “El aquelarre”.
Cuando Arcé llegó al encierro ya conocía a la Santa Muerte, ya
que su familia le transmitió el culto, y él asegura que está encerrado
por no cumplirle una promesa. Durante mi trabajo de campo, Arcé
158 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

laboraba en uno de los puestos de dulces que tenía Damián —otro de


mis entrevistados y dueño de la Santa Muerte más grande del Ceva­
reso—; y fue por medio de él que conocí a los otros integrantes de “El
aquelarre”, incluyendo al Brujo.
Arcé tiene tres altares en su celda, uno dedicado a la Santa
Muer­te, otro para el diablo y uno más para la zarabanda, con estos
dos últimos aprendió a relacionarse por medio de las enseñanzas de
El Brujo y sus discípulos —Darío y Minos—. Arcé comenta que la
Santa Muerte, el diablo y la zarabanda le han permitido vivir tran­
quilo durante su estancia en el Cevareso, pero para que le cumplan
los tiene que tener contentos por medio de sus ofrendas.

Mi Santa, ahora sí que me ha hecho estar estable, no me mete en problemas,


ahora sí que me tiene en paz y tranquilidad, eso es lo que más le pido. Estamos en
un centro donde —la verdad se escucha feo y todo—, pero no tenemos la vida
comprada, la vida puede pasar en unos minutos a la muerte. Yo le pido a ella que
me tenga en paz y tranquilidad y más que nada que nadie se meta conmigo ¿no?
Y pues hasta ahí todo marcha bien, yo me doy cuenta —en el tiempo que te
digo que llevo aquí en cana—, pues me doy cuenta de que todo está en paz, na­die
se mete conmigo, nadie me dice nada, me llega de comer, como bien... porque es
como te digo, hay veces que en mis tres altares —mi muerto [zarabanda], mi
San­ta Muerte y mi diablo—, ahora sí que a los tres yo les tengo que poner su
plato de comida, o inciensos.
Mis muertos y mi zarabanda, eso viene de la santería, entonces es como
te digo, todo viene de una rama, todo diferencia en ramas como puede ser los
muertos, los santos o el diablo.
Zarabanda pues, es el “muerto de los metales”. Éste me lo asignó mi pa­
drino, vive en el BD y él me ha inculcado en los muertos y en el diablo, vengo de
la calle, pero de la Santa Muerte. A los tres les pido en general, es como si fuera
una parte de mí, las tres cosas son una parte de mí, como te lo voy a decir, aho­
rita es el bien y el mal ahí, es una balanza.
Hay veces que se utilizan para todo, como el mal, porque el mal... todos lo
representamos como mal, pero también es bueno, ahora sí que el diablo, todos
lo creemos malo, pero ahora sí como tú lo tengas acostumbrado, así se dice la
palabra, acostumbrado, es como él es ¿no?
En mis altares, el único que se encarga de los tres soy yo. Soy el único que
puede meter mano porque la Santa Muerte es muy celosa, no puede estar muy
cerca ni de cualquier santo o muerto, ella debe estar en su propio lugar. Si te
dis­te cuenta, mis tres altares tienen su diferente lugar, entonces pues, como
te di­ré, si yo dejo que otra persona agarre mis cosas, es como si yo dejara de que
energías malas entraran, por eso agarro y lo limpio. A la Santa, yo le pongo de
Culto canero a la Santa Muerte 159

comer, ahora sí que de lo que yo como. Como tú los trates, te van a tratar a ti,
o sea, que si los tienes bien limpios, comidos, es lo mismo ¿no? Ahora sí que eres
lo mismo, el mismo interior.

Para Arcé las tres creencias tienen funciones generales, como la de


mantenerlo tranquilo y protegido. Otro de los temas que surge es la
concepción que tiene de la maldad, pues asegura que hay un “mal
bue­no”, lo cual a la vista del sentido común no es posible. Desde la
per­cepción de Arcé se entiende que el “mal bueno” es cuando por
medio de su diablo —que representa la maldad— él puede causar mal
a otro interno para que lo ataquen o le ocasionen algún daño perso­
nal. Desde su perspectiva, el “mal bueno” es cuando éste se ejerce en
contra de alguien que le ha hecho algún daño y, contrariamente, el
“mal malo” es aquel que lo afecta directamente a él y que proviene
desde el exterior, de alguien que quiere hacerle daño.
En una segunda entrevista con Arcé me comentó que alguien le
estaba haciendo mal, pues lo habían corrido del puesto de dulces en
el que trabajaba. En estas situaciones es cuando él percibe que hay
un “mal malo” —cuando es en su contra—; en cambio, en la vengan­
za que ejerce por medio de su diablo para aquella persona que hizo que
lo corrieran actúa el “mal bueno” —cuando es a su favor—, es decir,
el diablo puede ser bueno y malo a la vez. Ejercer la venganza o no, es
como estar o no en la deriva. Esto resulta interesante porque la San­
ta Muerte es también una representación que puede ser buena y mala
al mismo tiempo, que ejerce su justicia contra el devoto mismo o so­
bre otras personas, ella castiga y premia. Ambas son representaciones
de una moral ambigua y quizás, por su similitud, es que ambas creen­
cias pueden ser traspuestas y utilizadas por un mismo devoto.
En el caso del uso de la zarabanda, ésta funciona como una espe­
cie de vínculo de protección, es decir, alude a la protección simbó­
lica del “muerto de los metales” que se genera por medio del vínculo
con los integrantes de “El aquelarre”. La zarabanda representa la tras­
misión de un sistema de creencias que aprendió El Brujo, quien a su
vez enseñó y apadrinó a Damián, y éste, a su vez, apadrinó a Arcé.
Así, la zarabanda representa una protección por medio de los víncu­
los que se generan en su trasmisión, de modo que, si a uno de los in­
tegrantes vinculados por medio de esta creencia le pasa algo, los
160 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

otros tienen que intervenir, no sólo de manera simbólica, sino incluso


mediante acciones concretas.
Un interno puede tener tres creencias y las utiliza para protegerse
principalmente de tres cosas: el mal, la muerte y la soledad. Éstas son a
la vez condiciones y riesgos frecuentes en la dinámica del encierro.
El siguiente esquema muestra la manera en la que estas creencias
se complementan y sirven como formas simbólicas de protección para
enfrentar las condiciones de riesgo y vulnerabilidad más comunes que
viven los reclusos durante el encierro. Cabe aclarar que esto aplica
sólo para algunos internos, ya que hay quienes buscan otros recursos
para enfrentar estas condiciones.

Diablo. Santa Muerte.


Interno
Protección Protección
devoto
de la maldad de la muerte

Zarabanda.
Protección-vínculo
de la soledad

Esquema de las creencias que se complementan.


Fuente: Elaboración del autor.
Culto canero a la Santa Muerte 161

La Santa y el diablo son como uno mismo

Si algo se puede corroborar tanto en el culto a la Santa Muerte como


en algunas otras creencias, es que:

son creaciones a imagen y semejanza de las comunidades que le dan vida. En la


imagen se proyecta el sentir, los deseos y las fantasías de sus fieles. Es un doble
que adquiere vida propia y “empuja” a quienes la adoran, a la realización de una
serie de prácticas y actos de fe transgresivos.27

En el Cevareso se vive con miedo a morir de manera repentina de­


bido al tipo de maldad que algunos internos suelen percibir que hay
tanto en ellos mismos como en los otros. Muchas veces se sienten
aban­donados y desprotegidos; ante esto, los internos se apropian de
estas imágenes —como la Santa Muerte o el diablo— y expresan
ante ellos sus temores y anhelos, volviéndose una dupla exacta de sus
númenes. Al igual que los reclusos, sus imágenes sagradas necesitan
comer, requieren asearse, se pican o golpean como lo hacen con ellos;
algunas figuras como la del diablo requieren de sangre, por lo que los
reos durante sus pugnas golpean al otro hasta sangrar.
Estas relaciones tan estrechas entre los hombres y sus dioses se
ge­neran porque “tienen necesidad unos de los otros: los hombres
tienen necesidad del favor y de la indulgencia de los dioses, los dio­
ses tienen la necesidad de las ofrendas y los sacrificios del hombre”.28
De manera simbólica, los internos hacen de estos númenes una espe­
cie de fisiología metafórica, pues se conciben como un cuerpo vivo que
siente, que se expresa y que tiene necesidades. A continuación mos­
traré un ejemplo del vínculo y desdoblamiento hacia una figura del
diablo, así como la proyección y resolución de la necesidad de uno de
los internos de tener una relación con una mujer.
En sus altares, Arcé tenía una figura del diablo sentado sobre un
trono; el diablo entre sus piernas tenía un falo, de su cuello le colgaba
una especie de cadena dorada y en su mano izquierda tenía un reloj
do­rado. Al lado de este diablo estaba otra figura, la de una diabla a la
que nombraba Brittany. Al preguntarle sobre estas imágenes me co­
mentó que ese diablo tenía vida y que lo había “curado” su padrino
Damián, uno de los aprendices de El Brujo.
162 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

El diablo masculino tenía sobre su falo un candado y, según Arcé,


su padrino le dijo que se lo quitara porque el diablo también tenía
ne­cesidades. Le sugirió que le mandara a hacer una figura de una dia­
bla para que su diablo estuviera tranquilo. La figura que le hicieron
era una mujer sentada sobre el piso con las piernas abiertas y la vagi­
na expuesta, sus manos estaban esposadas, representaba a una mujer
sometida.

La diabla es Brittany y el diablo… el diablo… sí tiene nombre y es Lucifer. Está


curado con Palo Mayombé, hueso de muerto y sangre de hu­ma­­no. La figura me
la dieron otros chavos que ya se fueron libres, antes de irse. Había un padrino
antes, ese sí que te leía los caracoles, te decía dos tres cosas, con sólo tocar la
mano te decía, entonces él fue el que le dio vida a ese diablo...
Ese diablo lo hicieron aquí, está hecho de papel maché y pintado; el reloj
que trae, así ya viene, ya desde que le dieron vida así estaba, ahora sí que se sim­
boliza, el reloj es un diablo de tiempo que te da el tiempo para poder recapacitar
todo, darle solución a todo.
La diabla es Brittany, mi padrino Damián fue el que me dijo: “Tu diablo
está solo, se siente solo”. Si te diste cuenta, mi diablo traía también pene, traía
un candado. “Quítale ese candado, cómo crees, a poco a ti te gustaría que te
tra­jeran así, que no pudieras, no, no, no”. Y entonces me dice: “Él necesita una
chava”. Y ya le mandé a hacer a ella, y cuando él fue y me la curó, me dice:
“Ella se va a llamar Brittany, y se va a llamar así porque es un nombre im­por­
tan­te en tu vida”.
Así le decía a mi chava. Entonces cuando él me lo dijo me quedé sacado
de onda, porque nadie me había dicho ese nombre y de ahí empecé a ver dos
tres cambios. En el tiempo que he estado en la cárcel he estado sin pareja ¿no?
Ahorita que he tenido, así las cosas, ha venido una chava a verme, ya se está ha­
ciendo una relación. Es una vecina de ahí de mi casa. Ahora sí que yo agarré y
le estuve hablando. Como te lo digo, me pongo a platicar con ellos y les digo:
“Háganme un paro, que venga una chava y acá”. Entonces esta chava es la que
más me ha seguido, desde el Norte hasta aquí, pienso que me ayuda. Yo pienso
que es la que ¿qué?... la que ellos me han mandado ¿no?
Mi diablo tenía un candado en el pene, es que estaba sentado mi diablo
y tiene el pene erecto, el candado estaba así… sobre su pene. Se lo retiré así…
porque pues ese día Damián me dijo que se sentía más conforme. Ahora sí que
como seres humanos, como ellos y como nosotros, también tienen vida sexual,
también se les da de comer, luego le doy calabaza de dulce... yo llego… a mi Da­
mián me dijo que como yo los tratara a ellos, ellos me iban a tratar a mí.
Culto canero a la Santa Muerte 163

Arcé comenta que desde que puso esa efigie de la diabla, a su vida tam­
bién llegó una mujer. Esto es interesante porque los internos suelen
relacionarse con mujeres que vienen a las visitas, ya sea como familia­
res o como amigas de sus compañeros internos, y es ahí cuando pue­den
establecer un vínculo afectivo. Desde que Arcé puso a Brittany con su
diablo, él conoció a una mujer, lo iba a visitar frecuentemente; así, la
ne­ce­sidad sexual del diablo era la necesidad sexual de Arcé; la sole­­
dad del diablo era también la soledad que vivía Arcé (véase anexo 5
imagen 11).
Pongo este ejemplo porque si bien el tema central de esta inves­
tigación es la creencia en la Santa Muerte, me pareció interesante la
existencia de ciertas equivalencias entre el diablo y la Niña Blanca,
así como las proyecciones de los devotos prisioneros. Dentro de este
espectro de creencias, las relaciones que se dan entre los creyentes con
sus imágenes suelen ser muy parecidas; y la manera en la que los inter­
nos se proyectan en la imagen del diablo, es la misma que en la de la
Santa Muerte, pues a ella también se le rinde culto como si estuviera
viva, ya que “exige sus ofrendas”, se les manifiesta de distintas formas,
e inclusive, les ayuda a estar tranquilos.
Así lo cuenta Minos, quien es la pareja de El Brujo, él solamen­
te cree en la Santa Muerte y es su único referente sagrado para salir
de las apuraciones provocadas por el encierro. Minos lo único que le
pide a La Flaquita de manera recurrente es que lo deje estar tranqui­
lo ahí aden­tro, que no lo meta en problemas. En una ocasión tuvo un
conflicto con otro interno que era santero y que no lo dejó pasar a su
estancia. Minos lo tomó como una humillación, por lo que recurrió a
sus figuras de la Santa Muerte —la roja y la negra—, poniendo debajo
de ellas una imagen del interno que lo humilló. Cuenta que después
que hizo eso, al interno le fue muy mal, y que desde entonces no se
me­te con él ni le dice nada.
Además de que ciertas prácticas religiosas son muy similares entre
el culto al diablo y el de la Santa Muerte, los internos hacen similitu­
des simbólicas entre ambos, como se muestra en la tabla siguiente:
164 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Tabla 2. Similitudes simbólicas entre la Santa Muerte y el diablo

Santa Muerte Diablo

Es un ángel que creó dios para hacer Es un ángel caído que busca la venganza,
justicia y que viene por todos, sin hacer está desterrado y representa la maldad de
distinciones; es cercano a dios. los hombres; es repudiado por dios.
Representa cierta ambigüedad, ya que Representa cierta ambigüedad entre
premia y también castiga. hacer el “mal bueno” y el “mal malo”.
Puede ser destructiva ya que en ocasiones Es destructivo. Cuando anda suelto, ese
se cobra sus favores con la vida. día habrá un conflicto que puede terminar
con un muerto.
La llevas dentro de tu cuerpo. Lo llevas dentro, más cuando piensas en
hacer mal a alguien.
Se puede personalizar en las efigies y Se representa en efigies, muchas veces
sobre éstas se postra su espíritu. llenas de sangre, y sobre éstas se postra.
La de color rojo representa la fuerza, la Su color rojo representa la maldad, es
sangre, la protección ante los hechos como el fuego que termina con lo que
violentos, la rebeldía de los presos. está a su alrededor; representa los pactos
de sangre que se hacen con él.

Fuente: Elaboración del autor.

Estas equivalencias entre la Santa Muerte y el diablo pueden enten­


derse ya que ambos son muy parecidos, incluso hay algunos estudios
psicoanalíticos que muestran cómo “el diablo es la muerte”.29 Desde
es­­ta perspectiva, se menciona que el diablo va a aparecer en contex­
tos donde hay odios reprimidos para eximir las culpas, y donde la
vida es una repetición constante, como sucede en la cárcel. “La repe­
tición es, para Freud, demoníaca. Actúa sobre el individuo de modo
potente e inevitable y se experimenta como procedente del exterior.
También es automática e incomprensible y no aporta sino males y su­­
fri­mientos”.30
Quizá por eso, en un contexto como el del encierro, en donde es
común la rutinización de prácticas, donde se convive siempre de la
misma manera, con los mismos tiempos, durante un proceso largo,
aparezca representado el diablo como esa fuerza que permite controlar­
se o vengarse del otro; del otro que es parte de estos tiempos y espacios
rutinarios. Además de que la muerte, tanto biológica como simbólica,
Culto canero a la Santa Muerte 165

aparece de manera constante y es igualmente una fuerza destructiva


y rutinaria dentro de la vida del encierro.
En este espectro de creencias vemos cómo la Santa Muerte puede
convivir y complementarse con otras prácticas religiosas muy simila­
res; aquí sólo mostré lo que pasa con el diablo, ya que fueron los dos
númenes que por lo general aparecían juntos. Debido al corto tiempo
que se me autorizó para realizar el trabajo de campo, no me fue posi­
ble profundizar más en la relación simbólica de la Santa Muerte con
otras prácticas, pero sí me es posible mencionar que los internos prac­
tican una multireligiosidad que les permite resistir y vivir de manera
más tranquila su vida en el encierro.

El cuerpo como altar

Los tatuajes en el cuerpo de los presos son algo común, sólo muy pocos
no llevan marcas de tinta sobre su piel. Entre los exreculsos y los in­
ternos, los tatuajes son algo notorio, varía la forma, el tamaño y la
par­te del cuerpo donde se lo colocan. Las formas más comunes son
nom­bres, caras —familiares, amigos o de alguien con quien tienen un
vínculo afectivo—, figuras religiosas —la Santa Muerte, San Judas,
el diablo, cristos, vírgenes de Guadalupe—, caricaturas, formas triba­
les, animales, números, firmas y banderas, principalmente. En cuanto
a los tamaños, estos varían entre unos muy pequeños —algunos dibu­
jados en los dedos— y otros muy grandes —les cubren toda la espalda
o todo el brazo—. Respecto a las partes del cuerpo, los portan en espal­
da, pectorales, brazos, piernas, pantorrillas, manos, cuello y cara. Como
señala Payá, en la institución del encierro y el castigo:

...el poder recae sobre el cuerpo del prisionero. Éste se convierte en territorio
privilegiado para la actuación institucional. El cuerpo cautivo es propiedad del
Estado y el reto de éste es atraparlo; cuerpo deseante, en movimiento continuo,
siempre a punto del alboroto y de la trasgresión, por lo que será siempre un blan­
co a doblegar”.31

Pero también “el cuerpo es una realidad significada”,32 por lo que el


tatuaje en el cuerpo de los internos expresa la forma de retar a ese po­
166 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

der, es una manera de resistirlo mediante la incrustación de símbolos


por medio de los tatuajes que se vuelven parte del cuerpo, personificán­
dolo, dándole un sentido de autonomía. Es una de las formas de seguir
manteniendo un yo en medio de las mortificaciones yoicas que son
ca­racterísticas centrales de las instituciones totales. Además, esos ta­
tuajes son parte de la historia personal y es por medio de ellos que los
internos rememoran su vida en libertad o con la familia, en ellos atra­
pan las vivencias dentro de la cárcel, y también por medio de los
tatuajes expresan su fe.
En el caso de las prácticas religiosas los tatuajes se vuelven un
me­dio que los vincula con su numen. Mediante estos, los internos pue­
den protegerse de un mal o invocarlo, encarnan los pactos con sus
creencias y les da identidad. Pero esa identidad no es precisamente
una que aluda a la pertenencia a un grupo, sino que es una que nace a
partir de una decisión personal, por lo que “la elección del dibujo
responde ante todo a una iniciativa personal y a una preferencia es­
tética, no es un gesto de adhesión. El vínculo con el cosmos puede
existir, metafóricamente, sólo si el relato del individuo lo articula a
través de un simbolismo que sólo a él pertenece”.33
En la cárcel los cuerpos de los internos adornados con tatuajes
religiosos son similares a los altares porque, como en los depósitos ri­
tuales, los tatuajes religiosos se colocan en el cuerpo con una función
y una racionalidad específica. Así como se depositan y resguardan con
una finalidad particular los objetos en un altar, la tinta se ponen en el
cuerpo para conmemorar la fe; ambos son medios para crear un víncu­
lo con lo sagrado.
A los altares se les da un espacio físico para poder llevar a cabo
todo tipo de prácticas rituales. En el cuerpo del devoto se destina una
de sus partes para colocar los tatuajes que, posteriormente, sirven
para la ritualidad. Los altares exhiben las preferencias religiosas de
cada de­voto y cada uno de los objetos que están colocados ahí tienen
una historia significativa para quien los monta y los resguarda. De ma­
nera similar pasa cuando el cuerpo se convierte en un altar, ya que los
creyentes ponen sus tatuajes muchas veces para exhibirlos y muestran
por medio de ellos sus adscripciones religiosas. Los tatuajes religiosos
tienen una historia significativa para el que lo porta; así, los inter­
Culto canero a la Santa Muerte 167

nos corporalizan sus creencias mediante sus tatuajes religiosos y es


por medio de ellos que buscan sentir lo sagrado en su cuerpo y éste se
convierte en un vehículo devocional.

Pactos encarnados

Cuando entrevisté a los internos acerca de sus tatuajes, recuerdo que


algunos, en el momento de contarme acerca del significado o de la
his­toria de sus imágenes, las tocaban o las acariciaban dirigiendo su
mi­rada hacia ellas. El gesto corporal era como cuando alguien acari­
cia algo de valor y lo resguarda, ya que los movimientos de sus manos
eran sutiles y la mirada era como si recordaran algo. Algunas de sus
historias remitían a algún pacto o promesa que le habían hecho a la
Santa Muerte, este fue el caso de El Gato, quien aparte de traba­jar en
una comisión dentro del Cevareso se dedicaba a la venta y arreglo de
figuras de la Santa Muerte hechas de papel maché. El Gato tenía
muchos tatuajes y desde su juventud en Oaxaca conoció a la Niña
Blanca gracias a una tía. Concibe a La Flaquita como una mujer her­
mosa, como una virgen, que “dio su carne para el bien de un niño y
fue así como quedó sólo en su esqueleto”.
Narra que la Santa Muerte le ayudó cuando acompañó a su her­
mano durante su agonía; El Gato le hizo la promesa que si lo dejaba
salir de la cárcel de Estados Unidos para poder ver morir a su herma­
no, se la iba a tatuar; en su petición le dijo que si quería lo regresara a
una prisión después de que muriera su hermano y por eso, asegura, es
que ahora está nuevamente preso.
Dentro de la cárcel hace figuras de la Santa Muerte que vende
en­tre los mismos internos, también las elabora por encargo para co­
mercializarlas afuera. Comenta que venderlas es una forma de ganar
dinero en el Cevareso, además de que de esa manera La Flaquita lo
ayu­da. El Gato también pinta, incluso elaboró uno de los murales que
está en los pasillos. Ya le ha tocado que lo piquen en el cuerpo en una
riña, pero dice que lo salvó la Santa Muerte; también le hizo el mila­
gro de ver nuevamente a su papá después de varios años.
168 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Tatuajes de La Madrina tengo. Todos están incompletos. Todos estos de aquí


me los hice yo, en la cárcel, la mayoría aquí. No hay máquinas de tatuar, pero
te ha­ces una con el motor de un radio o a mano, nada más le agarras las agujas...
la tinta es de las plumas... yo sé hacer pintura.
Estos tatuajes son las tumbas de mi hermano… de mi amigo… esto sig­ni­fi­
­ca la cárcel… el de las cadenas… y aquí tengo —si te das cuenta—, este… yo me
estaba tatuando cosas que me hice de chamaco cuando no sabía que era de los
tatuajes, porque también es cultura, como arte, y aquí tengo el significado…
las tumbas de mis hermanos, de mi amigo y calaveras de personas que he co­no­
ci­do, que me las pongo en formas de calavera, y aquí tengo a La Madrina ves­
tida como si fuera la Virgen de Guadalupe, ella significa la vida y la muerte.
Yo tengo de apellido Rosario, esta cruz es la cruz… ya ves que tiene una
calavera en medio, todas las demás… igual éstas son puros cráneos, pero me lo
quería tatuar, porque en esta parte de aquí está incompleta, te la voy a mostrar.
La persona que está atrás no es la Virgen de Guadalupe, es la Virgen de Fáti­
ma, la que supuestamente es la muerte antes de ser así.
Entre nosotros, cuando rayamos a veces: “Hazme esto y yo te hago esto”.
A cambio de cosas, como hacían antes, un trueque. En total tengo estos crá­
neos, tengo siete, y aquí me estoy haciendo en la costilla, hasta abajo de la
cintura, son como nueve.

Genaro fue otro de los internos que prometió que su espalda era para
la Santa Muerte ya que lo había cuidado y protegido mientras “esta­
ba afuera”, hasta que entró a prisión pudo concretar su promesa de
tatuarse. Él piensa que uno de los motivos por los cuales se encuentra
encerrado es por no haberse tatuado antes.

La Santa para mí es como si fuera mi madrina, como mi ángel de la guarda. Para


mí es como mi ángel de la guarda, mi protectora, es la que me cuida de todo mal,
de cosas que me vayan a pasar, ella me protege hasta de mis enemigos. Para que
me entiendas siempre le digo Madrina, mi Reina, mi Bonita, mi Madrinita,
aquí está tu cigarrito, siempre le hablo con amor, con respeto.
Te voy a contar una anécdota. En la calle una vez me iba correteando “la
tira” y haz de cuenta que, pues ahora sí que en la corretiza, ella, no sé… en ese
momento que me iba correteando algo hizo, como una luz blanca, hizo como
que me cubriera ¿me entiendes? Y así adelante de mí pasó toda “la tira”, al la­
dito de mí y ni me vieron.
En esta cárcel es eso, “ponte verga” ¿no?, aquí “rifa” mucho la traición,
como dice la canción, la traición y el contrabando, y aquí “rifa” la traición y
del que menos te esperas puede traicionar.
Yo este tatuaje me lo hice en el Oriente, no la primera vez, esta vez que
llegué ya le había prometido también, ya en la calle le prometí que la espalda
Culto canero a la Santa Muerte 169

era suya y ese día que fui a hacerme un tatuaje a la calle, no me agarró la tinta,
fui a un estudio y no me agarró la tinta. Pues dije: “Quién sabe por qué no”. Y
le dije: “Te prometo que me la voy a volver a hacer”. Y entonces, pasó el tiem­
po, y pues no me lo hice, y llegué al Oriente, entonces ya me sentenciaron y
todo, yo también dije: “Chale, a lo mejor fue porque no me aferré a hacerme el
tatuaje, ya no le cumplí”. Y le dije: “Te prometo que ahora sí”.
Primero me lo hice... me lo acabo de modificar porque estaba más clarito
y estaba un poquito mal hecho, y pues ahora sí que le prometí que toda la es­
pal­da era de ella, pues ya me lo hicieron y no me lo pusieron bien, bueno, si me
lo pusieron bien pero yo veía que le hacía falta algo. Aquí un cabulita que es­
taba ahí en el CB, que le decían El Niño, me lo terminó. Ya le había prometido
que la espalda era de ella. Me hice ésta, es una Imperial. Fue la primera Santa que
me regalaron, la Imperial, me la regalaron, un cuadrote así, grandote, me la man­
daron de Santa Martha. El tatuaje fue como una promesa, un tipo manda que yo
tenía para ella y se la tenía que cumplir ¿no?
Ya no tengo más tatuajes, casi no, sí me gustan, pero no soy afecto porque
en mi ideología por un tatuaje te llega a reconocer mucho “la tira”, o la misma
banda, hasta los mismos custodios aquí por el tatuaje te llegan a reconocer. ¿Ya
me entiendes?

Los tatuajes de La Santa son mí protección

Los tatuajes de la Santa Muerte, además de representar los pactos que


los internos tienen con ella, también son como amuletos, pues los re­
clusos se sienten protegidos; otra de sus funciones es recordar­­les al­
guna vivencia difícil. Este fue el caso de Fedro quien me platicó que
una de las cosas más tristes y complicadas durante su estancia en la
cár­cel fue la pérdida de su mamá, ya que no pudo estar en las exequias
por estar encerrado y para “sacar ese dolor” decidió hacerse un tatuaje
de la Santa Muerte.

Este tatuaje me lo hice por la pérdida de mi madre… mi madre ¿no? La verdad


no les hallaba un significado, estaba bien chamaco cuando me los hice, nada más
que yo quería estar tatuado ¿ves? Estos me los hice en la calle. Este de la Santa
me lo hice en el Oriente.
El día que me hice ésta, fue en la fecha de que falleció mi madre, me lo
ha­go, me pongo esta fecha. Yo estaba en la prisión, un conocido llegó como a las
siete de la noche, antes de que nos encerraran, de que nos pasaran la lista ¿no?,
como era mi vecino él, pues marca a su casa y le informan: “Oye, avísale a Paco
que su mamá acaba de fallecer”. “Órale, va”. Ya me avisa en la noche, vivíamos
170 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

en el mismo dormitorio, va, me avisa y este… pues ya tempranito al otro día


marco, yo sentía un dolor muy grande, muy grande y yo sabía que esto iba a pa­sar,
por eso agarré y dije: “Para recordar a mi madre siempre, me voy a hacer el ta­
tuaje”. Me avisan haga de cuenta el 27 y yo me lo hago el 28, en enero de 2011.
A La Santa le pedí mucho, muchas fuerzas, le pedí fuerzas porque en ese
momento me pasaron muchas cosas por la cabeza, muchísimas cosas, de he­
cho… cosas… hasta la muerte también, me sentía muy desesperado y yo le pedí
muchas fuerzas a ella: “Ayúdame, ayúdame a superar esto y voy a hacer una
imagen tuya, voy a hacer una imagen tuya… por mi madre”. Me lo hice en el
brazo, es que lo que pasa es que estos ya los traía, estos ya, de hecho éste es de
la mamá de mi mamá…
Ese era un Cristo, un divino rostro, una cara de lágrimas. Me la hice tam­
bién cuando falleció mi madre, llorando está, pues, ya le puse según... el Cristo
fue de los primeritos que me hice, nada más por sentir, por querer andar ta­tua­
do. O sea que no tienen un significado, no, no sabía exactamente qué era.
Pues este me lo hicieron con una máquina profesional, es el único que me
he hecho en la cárcel, no aquí, sino en el otro reclusorio, con una máquina
pro­fesional, meten agujas nuevas, como si fuera en la calle.
[Sobándose el tatuaje] Quién sabe, siempre, es como una costumbre. De
hecho yo siempre también hago eso con ésta [se toca su tatuaje], cuando no veo
ninguna imagen me sobo y le digo: “Ayúdame, Flaquita”. Y me sobo ¿no?

Los tatuajes de la Santa Muerte ayudaron a Paredes para no ser ame­


drentado al momento de su ingreso al Cevareso. Para su “bienve­ni­
da” los internos lo iban a golpear, pero cuando vieron que tenía un
tatuaje de la Santa Muerte no le hicieron nada.

Tengo un tatuaje de La Santa, mira, tiene rojo y morado, me lo hice en el re­clu­


sorio Norte. Haz de cuenta que yo quería tatuarme una Santa Muerte, ya tenía
unos años que ya quería mi imagen tatuada, pero yo veía que la mayoría traían
las mismas, así… La Madrina, la guadaña y el mundo, y todas las veía igual, o
con la rosa o con una paloma. Y que una vez me fui a correr, venía de regreso,
vi un señor que vende estampitas y tenía varias imágenes de la Santa Muerte y
pasaba todos los días y no veía una que me llamara, ésa… ésa la quiero… y esa
vez paso y veo una imagen y era ésta, pero haz de cuenta que era esto, pero
abajo venían unas almas como que subiendo, me atrajo mucho y así como la vi,
con la armadura y la espada, para mi representó la sobreprotectora, la que me
cuida a capa y espada, es la que me va a cuidar. Me lo hice como tres días antes
de mí cumpleaños, me la hice, fue mi regalo.
Me lo hice de este lado, sí, porque me la quería hacer aquí [señala una
parte de su cuerpo] pero iba a salir más caro, trescientos. Lo hicieron rápido,
fue un chavo con una pistola; también busqué eso porque la mayoría tienen de
Culto canero a la Santa Muerte 171

esas como plumas y con las agujas y te pican, veo que les duele, te dejan todo
sangrado, todo desgarrado y no quería algo así. En la visita vi que el chavo que
me tatuó las mismas estampitas que venden estaba tatuando un dragón, le po­
nía las escamas, pero haz de cuenta que tenía la imagen así… y él así… llevaba
la mitad, y sí se rifa y sí le dije: “Tú me vas a rayar carnal, en la semana te voy
a llevar, me vas a hacer una Madrina, ¿cuánto me vas a cobrar?”. “Pues ya cuan­
­do me la lleves vemos”. Y sí, te digo que no tengo visita y ese chavo sí cobraba
caro, los que rayaba si cobraba caro, era de los más caritos que cobraba, y esa vez
fue a mi dormitorio y estaba rayándole a un chavo un biomecanic, y se lo acabó
y le cobró como tres mil pesos al cábula ese, pero te digo que ese fue hasta la
pierna, estaba choncho el trabajo, lo acabó como en dos horas, se fue rápido y
se quedó ahí y aproveché carnal.
Mucha banda aquí sí anda sobres, pero, o sea, ando normal con mi pla­ye­
ra. Cuando yo llegué al principio: “Llégale puto, qué onda, a ver ¿qué traes?” Y
pues nada más al hacer esto [voltear el brazo] ven la imagen, la ven y: “Chale
carnal, ábrete, ve a tirar un rol”. Ya pasa otro que no tiene imagen y no trae una
protección: “Tú llégale, tú, qué va, no traes, cómo de que no”. Los encueran,
los empiezan a formar: “A ver, regálame unos bombones”.

Notas

1 Mauss, 2006.
2 Ibíd: 259.
3 Véase en el anexo 2 el esquema que realicé para hacer el registro de los objetos
materiales.
4 Esto me pareció importante porque algunos de los internos trataron de ocultar
que ellos eran devotos, ya que consideran que para las autoridades esta creencia
no es bien vista. En un principio, los internos pensaron que yo era parte del
per­sonal, y fue hasta que les expliqué acerca de la investigación que me dieron
más información.
5 Nota del diario de campo.
6 El altar era muy sencillo, solamente había una figura de madera de la Santa
Muerte con una veladora que ya se había consumido; estaba colocado sobre la
pa­red, protegido por una especie de vitrina.
7 Es importante recordar que la especificidad que tiene este centro en cuanto a
las visitas familiares —cada fin de semana—, implica cierta incertidumbre en
cuanto a lo económico, ya que entre más visitas reciban los internos, mayores
po­sibilidades tienen de obtener algún ingreso —­­­cargando cosas de los familia­
res de otros internos a cambio de una propina; como “estafetas” buscando a los
in­­ternos dentro de “La población”; o acercándose a las familias de los inter­­
nos que se han vuelto sus “causas”.
172 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

8 Es importante mencionar que en la Subsecretaría de Sistema Penitenciario del


Distrito Federal hay un reglamento sobre Objetos, artículos, electrodomésticos y
alimentos prohibidos de ingresar a los Centros Penitenciarios del D.F. (véase anexo 3).
9 Payá, 2006.
10 Dehouve, 2013: 607.
11 Ibíd: 623.
12 En algunas celdas los internos me comentaron que no eran dueños de ningún
altar, pero que lo cuidaban porque alguien más se los dejó.
13 Goffman, 2007: 190.
14 Entrevista con un interno del Cevareso.
15 Interno del Cevareso.
16 El pase de lista tiene la finalidad de llevar a cabo un control sobre los internos,
ya sea para evitar fugas, saber su ubicación, o bien para conocer las actividades
que están realizando, es decir, es un sistema de monitoreo constante que es
ejecutado por el personal de guardia y custodia. En este sistema de pase de lista
se dan también algunas corruptelas, ya que si algún interno no pasa lista, los
custodios suelen cobrarle una comisión, o se hacen acreedores a un castigo.
17 Una de las comisiones para los internos con un alto grado de estudios, como
la li­cenciatura, es que den clases a sus compañeros que tengan un grado escolar
menor.
18 Elías y Dunning, 2014: 123.
19 Entrevista a Japo, enero de 2015.
20 Véase anexo 4. Oraciones del novenario para rezar a la Santa Muerte durante
el encierro.
21 Las cartas es una de las formas coloquiales de nombrar al juego de naipes. Son
estampas hechas sobre cartón o material plástico que forman una baraja y que
deben mezclarse —barajarse— antes de jugar.
22 Álvarez, 1993: 101.
23 Ibíd: 114.
24 Aquí cabe aclarar que los internos nombran de esta manera a una de las ramas
de la santería cuya referencia era el “Palo Mayombe”, el cual es una rama del
“Palo Monte”. Se define a ésta como: “la vertiente religiosa cubana descri­ta co­­mo
de origen conga o bantú, en la cual los adeptos o paleros realizan pactos con
muertos o nfumbes que trabajan para ellos. Estos muertos residen en calderos o
ngangas que contienen elementos de la naturaleza. Son portadores para actuar
sobre la fuerza de otros. También se representan con figuras o muñecos cargados
ritualmente” (Juárez, 2014: 424).
25 Hervieue-Léger, 2005.
26 Lévi-Strauss, 2013: 196.
27 Payá, 2013: 146.
28 Augé, 1998: 24.
29 Uturbey, 1986: 109.
30 Ibíd: 107.
Culto canero a la Santa Muerte 173

31 Payá, 2006: 271.


32 Augé, 1998: 64.
33 Breton, 2013: 46.
Reflexión final

Ser creyente de la Santa Muerte durante el encierro

E
l libro que tiene en sus manos es producto de un proceso de in­
vestigación empírica en la que los planteamientos y las preguntas,
así como las descripciones, se fueron modificando. En un primer
momento, la incertidumbre de que no se me permitiera entrar al Cen­
tro Varonil de Readaptación Social (Cevareso) para llevar a cabo mi
investigación, me llevó a plantear otra estrategia para mis pesquisas
que me incitó a buscar narraciones de historias de vida con varones que
habían estado en prisión.
Este proceso no fue sencillo, pues para los devotos de la Santa
Muerte que se encuentran en libertad no es fácil dialogar acerca de
su experiencia de vida en la cárcel; pero fue gracias a que recurrí a las
historias sobre sus tatuajes que ellos mismos me contaron su vivencia
durante el encierro. Cabe mencionar que no estoy afirmando que
to­do aquel que porta un tatuaje ha estado preso, pero lo que sí puedo
argumentar es que existe una diferencia en el tipo de tatuaje o marca
corporal hecho dentro de un penal, esto debido a su estética, a la téc­
ni­ca de elaboración y por los símbolos utilizados —rostros, fechas,
números, lágrimas, figuras religiosas—. Esta habilidad para observar,
só­lo se desarrolla con la práctica de la investigación empírica, y fue así
como logré darme cuenta que mediante los tatuajes de los devotos po­
dría conocer su experiencia de vida en la cárcel.
Este primer registro me permitió desarrollar algunas ideas acer­ca
de lo que podría encontrar dentro del penal en caso de que se me
per­­mitiera el acceso. La aprobación por parte de las autoridades car­
176 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

celarias para realizar el trabajo de campo de mi proyecto de investi­


gación fue muy emocionante, ya que nunca había asistido a una ins­
titución total de encierro, sólo las conocía por medio de los libros y
por las narraciones de los devotos que había entrevistado antes.
Una vez que empecé el trabajo de investigación en el Cevareso
me encontré con algunas limitaciones en cuanto a la movilidad en el
penal y al tiempo que podía permanecer dentro para elaborar los re­
gistros. Una de mis primeras enseñanzas fue diseñar es­trategias y
medios para obtener información relevante en poco tiempo; así, tuve
que decidir sobre la marcha qué tenía que formar parte de mis anota­
ciones y qué no. De contar con más tiempo quizá hubiera podido pro­
fundizar en algunos otros temas.
Durante mi estancia de investigación en el Cevareso pude en­
trevistar a 14 internos; en términos cuantitativos tal vez no es una
muestra representativa dado el número total de reclusos, pero mi ob­
jetivo nunca fue hacer una investigación de este tipo; desde un ini­
cio me planteé un abordaje cualitativo. Entrevisté a presos que en su
“zona” tenían cierto liderazgo y poder, también a un interno que era
reconocido como El brujo —con conocimientos y habilidades sobre
las creencias—, además de internos que no tenían muchos recursos
den­tro de la cárcel. Los reclusos con quienes conversé pertenecían
a distintas áreas de clasificación del Cevareso, por lo que las experien­
cias que pude recopilar fueron diversas. Cabe mencionar que todos los
entrevistados provienen de otras prisiones, por lo que sus historias me
permitieron conocer parte de sus vivencias en otros reclusorios.
Así fue como pude lograr que las historias de fe también represen­
taran las historias de vida en el encierro; no es posible entender una
sin la otra. Por ello, en este libro incluí las narraciones que los inter­
nos me compartieron, las cuales hablan por sí mismas. De modo que
quien las lea, tendrá la libertad de interpretarlas de forma distinta a
la aquí planteada.
Ahora sí, vayamos a las reflexiones finales resultantes de esta
in­ves­tigación. El culto a la Santa Muerte ha ido en aumento desde
la pri­mera década del siglo XXI y se ha ido trasformando. El culto a la
lla­mada también Flaquita pasó de tener como sede principal la Ciu­
dad de México, a ser un culto que ya se practica en varios lugares del
país, como la zona del Caribe mexicano, la frontera norte, e incluso
Reflexión final 177

al­gunas comunidades latinas que radican en Estados Unidos de Amé­


rica. El culto a la Santa Muerte se caracteriza por ser homogénea­
mente diverso, es decir, va dirigido hacia el mismo numen, pero su
práctica se lleva a cabo de manera diferente dependiendo del lugar y
el tiempo que cada líder establece según sus posibilidades y conoci­
mientos, además de su manejo e influencia con los devotos.
Por ejemplo, en Tepito, el culto se hace de manera distinta respec­
to a cómo se lleva a cabo en el santuario de la Santa Muerte Interna­
cional. No hay un día en específico para rendirle pleitesía a la Niña
Blanca y los rituales que se realizan son diversos, no tienen una for­
ma única. Las dinámicas del culto en cada espacio de devoción va­
rían, en algunos se le reza a la Santa Muerte cada mes, en otros cada
semana, por lo que la periodicidad es distinta. Lo que homogeneiza el
culto es que para los devotos es una figura de género femenino, la per­
sonifican, suelen hacer peticiones similares, se la tatúan en el cuerpo,
y la consideran una figura ambivalente que castiga y premia a la vez,
que te protege o puede llevarte con ella.
El culto a la Santa Muerte es un ejemplo de ese universo fluido
del creer que caracteriza a la religiosidad en nuestra época; adquiere
formas según las voluntades individuales de sus creyentes; y se aco­
pla a los contextos y a los espacios donde se practica. La cárcel no es
la excepción, en ese entorno se expresa la maleabilidad que caracte­
riza a este sistema de creencias ya que los devotos, a pesar de tener
limitaciones materiales y pocos espacios de privacidad, buscan la ma­
nera de expresar sus creencias montando sus altares sobre las repisas
o pintando imágenes religiosas en las paredes.
Al inicio de esta investigación planteé que el culto a la Santa
Muer­te en prisión se configura y reconfigura material y simbólicamen­
te, en gran medida debido al contexto y al control que se vive en el
encierro; se puede expresar como una forma de resistencia ante el po­
der punitivo, o bien como una forma de identidad. Bajo este supuesto,
el culto a la Santa Muerte en la cárcel no sólo constituye un referen­
te de anclaje simbólico que da certezas a las incertidumbres que los
internos devotos viven dentro del reclusorio, sino que también, este
sistema de creencias, permite que algunos de ellos tengan trabajo
gracias a la venta y fabricación de efigies de jabón o figuras que elabo­
ran con partes de animales.
178 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Hay internos que por medio de la Santa Muerte expresan su po­


der y liderazgo dentro de la cárcel, esto se hace evidente por el ta­
maño de sus altares, la posición en la que los colocan y la manera en
la que personifican a sus efigies. El culto, además, genera solidaridad
y vínculos entre los devotos internos al establecer lazos de complici­
dad y protección entre ellos mismos. La solidaridad también se per­
cibe cuando los internos se reúnen para rezarle a la Niña Blanca el
Día de Muertos o cuando se organizan para mandar pintar alguna
imagen sobre el pasillo donde se localiza su estancia.
La práctica del culto a la Santa Muerte también se mezcla con las
rutinas carcelarias y los internos ven su devoción como una activi­
dad productiva de la vida cotidiana durante el encierro; constante­
mente le rezan un novenario a la Flaquita o se persignan tres veces al
día ante ella —cada pase de lista—, además le platican y la sueñan
con frecuencia.
Otra de las singularidades de la creencia en la Santa Muerte en la
cárcel es la relación que algunos internos tienen con otras creencias,
todas las utilizan al mismo tiempo y por medio de ellas reflejan parte
de lo que perciben dentro del ambiente carcelario, como la maldad,
la muerte y el abandono.
Por último, se encuentra la corporización de las creencias por
me­­dio de los tatuajes. Los internos hacen de su cuerpo un altar en el
que dibujan sobre su carne los recuerdos, las vivencias y los símbo­
­los que les dan identidad; así, los dibujos se vuelven un medio de co­­
nexión y vinculación con sus entes sagrados. Pintar un tatuaje sobre
el cuerpo es para ellos una forma de mostrar que no pueden ser des­
pojados de todo, que siguen vinculados con el exterior, aunque este
exterior sólo pueda ser constantemente recordado por medio de un
dibujo de tinta sobre su piel.
En las entrevistas que realicé dentro del Cevareso, le pregunté a
los reclusos por qué les era útil su devoción a la Santa Muerte durante
su encierro, las respuestas coincidieron en que gracias a su creencia
en la Niña Blanca han podido solucionar sus problemas económicos
dentro de la cárcel, ya que les ayuda al genere, además de que les pro­
tege en sus conflictos con otros internos. En cuanto a la vida fuera del
penal, convinieron en que por medio de La Flaquita pueden conocer
la situación de su familia, además de que les puede brindar auxilio
Reflexión final 179

para reducir su condena. Debido a su fe en la Santa Muerte, varios de


los reclusos han dejado a un lado el vicio, es decir, perciben que por
medio de esta creencia tienen cambios en su comportamiento, tanto
individual como grupal.

Pues a lo mejor me ayuda… Sien­to que ella a mí me protege en ese aspecto de


que… pues… porque hay más cá­bulas que yo, gente más cábula que uno y en
ese aspecto siento que me pro­tege de ellos porque pues no… en vez de que se
metan conmigo, no me pelan, ahora sí que al contrario: “Qué onda carnal,
vente pa’ca”. Y no… yo te voy a platicar, hace mucho, antes de que yo creyera
en ella, la banda me cargaba la mano, pa’pronto era como ser la mota de la ban­
da, el coto de la banda, y desde que empiezo a creer en ella, pues me aleja la
banda castrosa, me quita los cas­trosos de lado, y como que toda mi persona,
ella hace que cambie ¿no?

En su escrito Dispositivo religioso y encierro: sobre la gubernamentalidad


carcelaria en Argentina, Mauricio Manchado explica las formas en las
que el discurso carcelario se combina con el discurso religioso, con el
fin de llevar a cabo algunas formas de control en la población peni­
tenciaria en Argentina. El autor analiza la manera en la que, histó­
ricamente, ha existido una relación entre las cárceles y los asuntos
religiosos; la religión católica era la única que tenía permiso de en­
trar a las prisiones argentinas, posteriormente se le permitió la entrada
a los evangélicos pentecostales. Al respecto el autor señala:

El ingreso del dispositivo religioso evangélico pentecostal significó, sobre todo,


una reconfiguración de las relaciones de poder dentro de la prisión, recon­figu­
ra­ción cuya novedad no era la incorporación del campo religioso en contextos
de encierro, sino un “retorno” de la religión como táctica de gubernamenta­
lidad.1

Desde esta experiencia se puede apreciar cómo las religiones insti­


tucionales tienen la función de contener y controlar a los internos. El
control se hace mediante el uso de disciplinas estrictas con la finali­
dad de “corregir” a los presos que deciden aliarse a estas actividades
religiosas. Con base en lo anterior, es posible sostener que las religio­
nes dentro de la cárcel pueden ser también formas de dominio sobre
los internos. Debido a mi experiencia, considero que esto es así res­
pecto a las religiones oficiales —católica, cristiana, evangélica—,
180 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

me­diante las cuales se pretende “orientar” y “ayudar” a los presos


por medio de las enseñanzas de dios, de retiros espirituales dentro del
penal u obligándolos a asistir a las liturgias.
En cambio, otros sistemas de creencias, como el de la Santa Muer­
­te representan para los internos una forma de resistencia ante el poder
carcelario. Vuelven rutina sus prácticas rituales hacia la Niña Blanca
—establecen tiempos para rezar, limpian sus altares periódicamente,
organizan oraciones grupales—, se apropian de los espacios para ex­
presar sus creencias y las llevan a cabo de acuerdo con sus posibilida­
des. El cuerpo también sirve para expresar la resistencia ante el poder
carcelario al marcarlo con sus tatuajes.
La Santa Muerte en la cárcel es, desde mi perspectiva, una forma
de resiliencia ante el poder carcelario lleno de imposiciones y moni­
to­­reos, el cual clasifica a los internos con base en un discurso de salud,
ética y derechos humanos, pero que, a fin de cuentas, impone etique­
tas criminológicas y judiciales a los reclusos y les asigna un espacio
entre sus similares —en una especie de separación por razas, sólo
que en este caso se toma en cuenta el comportamiento—.
Entre los presos se da una dinámica de competencia para ganarse
un lugar u obtener el respeto de los otros; no es casual que lo que per­ci­
­­ben —el miedo a morir en cualquier momento, la maldad de los otros
o el abandono de sus familiares— lo simbolicen a cada momento;
es­tas simbolizaciones se expresan en imágenes como la de la Santa
Muerte, el diablo y el apadrinamiento de la santería. Estas creen­cias
simbolizan la resistencia a ese poder que los nulifica.
Finalmente, los hallazgos de esta investigación se encuentran
abier­tos a múltiples interpretaciones y pueden ser útiles para continuar
indagando sobre el tema. Las cárceles y las creencias son parte de las
estructuras que la sociedad misma va creando, pero que a la vez tam­
bién va trasformando. Las historias de vida que forman parte de este
libro dan cuenta de qué tan necesarias son las creencias en la vida de
algunas personas, además de qué tan efectivos son los sistemas de con­
trol en nuestra sociedad.

Notas
1
Manchado, 2015: 296.
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abandonar sin temor a recibir castigo”, en Sistema Informativo de la Arquidiócesis
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México, Facultad de Estudios Superiores Acatlán.
Anexos
Anexo 1. Tabla de internos en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso)

Nombre Edad Lugar de Escolaridad Estado Delito Centro Años de Antecedentes Creencia Religión
del residencia antes civil que purga preventivo de sentencia penales oficial
interno de entrar a prisión procedencia

Arcé 25 Ejército de 1er semestre Soltero, Robo Norte 1 año en Si, entra al Santa Católico,
Oriente, de bachillerato sin hijos calificado el Norte; Reclusorio Muerte, no
Iztapalapa 4 años en el Oriente por el diablo y practicante
Cevareso mismo delito; zarabanda
salió bajo fianza

Darío 27 Santa Cruz 4° de Soltero Robo a Oriente 4 años Si, en 2007 por Diablo, Ateo
Meyehualco, primaria; transeúnte 7 meses en lesiones; entra al zarabanda
Iztapalapa cursa el Oriente; le reclusorio Norte y Santa
bachillerato faltan 4 años por 6 meses Muerte
en el Cevareso 7 meses para
salir

Fedro 27 Colonia Morelos, Primaria Soltero, Robo de Oriente 8 años; 6 No Santa Católico,
Venustiano sin concluir una hija auto compurgados Muerte no
Carranza y dios practicante

Fran 31 Lago Tana,Tacuba, Secundaria Soltero, Robo Oriente 6 años Si, dos Santa Católico,
Miguel Hidalgo sin papeles sin hijos agravado reincidiencias Muerte y no
por robo: dios practicante
una en el Norte
y otra en el
Oriente
187

continúa...
Anexos
...continuación

Noé 22 San Miguel 2° semestre Soltero, Violación, Oriente 1 año 6 meses No Diablo y Ateo
Ajusco, Tlalpan de la transgé- secuestro y en el Oriente; Santa
vocacional nero portación 2 años 6 Muerte
de armas meses en el
Cevareso;
le faltan 8
años para
salir

Genaro 32 Miguel Hidalgo Secundaria; Soltero, Robo de Oriente 5 años en el No Santa Católico,
está sin hijos auto Oriente; Muerte y no
estudiando la 3 años en el dios practicante
preparatoria Cevareso;
le falta 1 año
para salir

Ismael 28 Iztacalco 1° de Soltero, Robo a Oriente 2 años en el No Santa Católico,


secundaria sin hijos transporte Oriente; Muerte no
público 4 años en el practicante
Cevareso
188 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Paredes 22 Venustiano 6° de primaria Soltero, Robo a Norte 3 años en el Sí, antecedente Santa Católico,
Carranza un hijo transeúnte Norte; 1 año por robo Muerte, no
6 meses en el dios, practicante
Cevareso; diablo y
le faltan 6 Santo Niño
años para salir de Atocha
Damián 30 Ecatepec (por 1° de Soltero, Robo Oriente 3 años en el No Santa Católico,
metro Múzquiz) secundaria dos hijos calificado Oriente; Muerte y no
2 años en el dios practicante
Cevareso

Leo 25 La Metropolitana, Secundaria; Casado, Robo Norte 1 año en el No Diablo Católico,


Nezahualcoyotl está un hijo agravado Norte; no
estudiando la 1 año en el practicante
preparatoria Cevareso;
le faltan 2
años 6 meses
para salir

Toño 30 Naucalpan Secundaria Casado, Robo Norte 5 años en el No Santa Católico


concluida en una hija Norte; Muerte y
el Cevareso 1 año en el dios
Cevareso;
le faltan 6
meses para
salir

Minos 27 Cuajimalpa Secundaria Soltero, Robo Oriente 2 años en el No Santa Ateo


una hija agravado Oriente; Muerte
8 años en el
Cevareso;
le faltan 4
años para salir
189

continúa...
Anexos
...continuación

Servio 28 Cerro de la Secundaria Soltero, Robo Oriente 2 años Estuvo en el Santa Católico,
Estrella, Iztapalapa dos hijos agravado 6 meses en el preventivo Muerte, no
Oriente; Norte por un San Judas practicante
5 años 1 mes delito no y Virgen
en el Cevareso demostrado de
Guadalupe

El Gato 33 Iztapalapa Secundaria Casado, Robo a Oriente 1 año Estuvo preso en Santa Católico,
una hija tienda 6 meses en el Oregon, Estados Muerte, no
comercial Oriente; Unidos, durante diablo, practicante
le faltan 3 años 8 años Virgen de
8 meses para Guadalu-
salir pe, Señor
de Chalma
190 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro
191
Anexos

Anexo 2. Esquema utilizado para el registro de los materiales religiosos.

Diseño de un modelo de patrón de asentamiento de los devotos en el Cevareso de


Santa Martha

Dormitorio _____ Ala _____

Nivel 1
Celdas o estancias

P.P E.P

Nivel 2
Celdas o estancias

P.P E.P

P.P (pared de pasillo) E.P (entrada de pasillo)


(SM) Santa Muerte (SJ) San Judas (D) Diablo (G) Virgen de Guadalupe (C) Cristos
(S) Santería (O) Otros
Anexo 3. Reglamento sobre Objetos, artículos, electrodomésticos y alimentos prohibidos de ingresar
a los centros penitenciarios del D.F.
192 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro
193
Anexos
194 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Anexo 4. Oraciones del novenario para rezar a la Santa Muerte


durante el encierro.

Lunes
Santa Muerte, te pido que al iniciar esta semana llenes de bendiciones a mi familia, a mi
hogar y mi trabajo. Protégeme de todo mal. Así sea.

Martes
Niña Blanca, a tus pies me postro y te pido encarecidamente me des salud. Aleja cualquier
enfermedad para que pueda yo salir adelante. Te lo pido con todo mi corazón.

Miércoles
Este día que hoy inicia no te pediré nada, pero si te agradezco la protección que me brin­
das tanto a mí, como a mis seres queridos. Sigue cubriéndonos bajo tu manto.

Jueves
Hoy antes de salir te pido que abras todos los caminos que me han de llevar a vivir tran-
quilamente, no te pido lujos, sólo que me des lo necesario para vivir sin preocupaciones.
Mi fe está depositada en ti.

Viernes
Hermana Blanca, te pido que a través del búho que siempre te acompaña, me des sabidu­
ría para guiar a mis hijos (familia) y que siempre sepan comportarse como seres buenos.
En ti confío.

Sábado
Muerte querida de mi corazón, no me desampares sin tu protección, y no dejes a (nombre
de la persona) un momento tranquilo, moléstalo y mortifícalo a cada instante para que
sólo piense en mí.

Domingo
Gracias Santísima Muerte por estar cerca de mí los siete días de esta semana. Gracias por
darme protección y alejar de mí y de mi hogar cualquier mal que nos rodea. Mi devoción
es tuya por siempre. Amén.
Anexo 5. Registro fotográfico

Imagen 1. Pasillo dentro del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas.


195
Anexos
196 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 2. Estancia vacía en el Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas.


Imagen 3. Capilla cristiana dentro del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas.
197
Anexos
198 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 4. Capilla católica dentro del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas.


Imagen 5. Altar de la Santa Muerte en el camarote de una de las estancias del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas.
199
Anexos
200 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 6. Altar en una de las celdas del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas.
201
Anexos

Imagen 7. Altar de la Santa Muerte en el pasillo del área B del Cevareso.


Fotografía: Adrián Yllescas.
202 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 8. Altar común en un pasillo del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas.


Imagen 9. Figura de la Santa Muerte hecha de jabón. Las alas y manos están elaboradas con partes del cuerpo de un pájaro.
203

Fotografía: Adrián Yllescas.


Anexos
204 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 10. Detalle de las manos de la figura de la Santa Muerte elaboradas con las patas de un pájaro. Fotografía: Adrián Yllescas.
Imagen 11. Figuras en un altar del Cevareso. Se puede observar al diablo del tiempo con su diabla Brittany. Fotografía: Adrián Yllescas.
205
Anexos
206 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 12. Diablo pintado dentro de una de las estancias del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas.
Imagen 13. Altar de la Santa Muerte y piernas de un diablo pintadas afuera de una de las estancias del Cevareso.
207

Fotografía: Adrián Yllescas.


Anexos
208 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 14. La Santa de la libertad. Mural sobre un pasillo del Cevareso.


Fotografía: Adrián Yllescas.
Imagen 15. El bien contra el mal. Mural dentro de una celda del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas.
209
Anexos
210 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 16. Altar de santería en una celda del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas.
211
Anexos

Imagen 17. Santas fumadoras. Mural en una celda dentro del Cevareso.
Fotografía: Adrián Yllescas.
212 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 18. La Santa, el diablo y un devoto. Mural que se encuentra en la entrada de un


pasillo de una de las zonas del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas.
213
Anexos

Imagen 19. Altar con sangre dedicado al diablo, colocado en una pared del Cevareso.
Fotografía: Adrián Yllescas.
214 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 20. La Santa Muerte y el diablo. Fotografía: Adrián Yllescas.


215
Anexos

Imagen 21. San Judas rojo y la Santa Muerte en una sola figura. Fotografía: Adrián
Yllescas.
216 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 22. Otra expresión de San Judas. Fotografía: Adrián Yllescas.


217
Anexos

Imagen 23. Altares en las repisas de una estancia dedicados a la Virgen de Guadalupe y
a la Santa Muerte. Fotografía: Adrián Yllescas.
218 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 24. Reglas implícitas: Ver, oír y callar. Fotografía: Adrián Yllescas.
219
Anexos

Imagen 25. Diablo con un falo. Fotografía Adrián Yllescas.


220 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 26. Diablos y otros santos. Fotografía: Adrián Yllescas.


221
Anexos

Imagen 27. Altar y oraciones a la Virgen de Guadalupe y San Judas en uno de los pasillos
del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas.
222 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 28. Portada de un libro de oraciones al diablo. Fotografía: Adrián Yllescas.


Imagen 29. Reminiscencias reflejadas, mural carcelario que muestra elementos de la identidad mexicana.
223

Fotografía: Adrián Yllescas.


Anexos
224 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 30. Paseo de la Santa Muerte en limusina por las calles de Nueva York.
Fotografía: Adrián Yllescas.
225
Anexos

Imagen 31. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas.


226 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 32. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas.


227
Anexos

Imagen 33. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas.


228 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 34. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas.


229
Anexos

Imagen 35. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas.


230 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 36. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas.


231
Anexos

Imagen 37. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas.


232 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 38. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas.


233
Anexos

Imagen 39. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas.


234 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 40. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas.


235
Anexos

Imagen 41. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas.


236 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 42. Tatuaje y altar callejero. Fotografía: Adrián Yllescas.


237
Anexos

Imagen 43. Altares del cuerpo en el culto callejero. Fotografía: Adrián Yllescas.
238 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro

Imagen 44. Tatuajes del “Japo”. Fotografía: Adrián Yllescas.


Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro
—editado por la Coordinación General de Estudios de Posgrado y el
Programa de Posgrado en Antropología
de la Universidad Nacional Autónoma de México—
se terminó de imprimir el 3 de septiembre de 2018
en Editores e Impresores FOC, S.A. de C.V., con domicilio en
Los Reyes núm. 26, Col. Jardines de Churubusco, México, Cd. Mx.

La edición consta de 250 ejemplares.


Impreso en offset sobre papel bond AB de 90 gr.
Forros impresos a 4 tintas sobre cartulina couché de 250 gr.

Edición compuesta en Goudy 11/13

El cuidado de la edición y la coordinación editorial estuvo a cargo de:


Lic. Lorena Vázquez Rojas

Diseño de portada y formación tipográfica:


D.G. Citlali Bazán Lechuga

Imagen de portada:
Anónimo.
Mural en uno de los pasillos del
Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso).

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