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COMPENDIO

DE FILOSOFIA DEL DERECHO


*
DEFINICIONES Y FINES DEL DERECHO

EDICIONES UNIVERSIDAD DE NAVARRA, S. A.


PAMPLONA, 1979
PRIMERA PARTE

TRATADO DE LOS FINES DEI. ARTE


DEL DERECHO

Suutn cuique tribuere


Titulo original: Philosophie du droit. Définitions et fins du droit
© 1975, Jurisprudence générale Dalloz.
© 1979 para la versión española:
Ediciones Universidad de Navarra, S. A. (BUNSA).
Plaza de los Sauces, 1 y 2, Barafiain-Pamplona (Espafia)
Traductor: Diorki.
Revisión de la traducción: Jesús Valdês y Menéndez Valdds.
ISBN 84-313-0577-0.

Printed in Soain - Impreso en Espafia.


Impreso en E. Gómez, s. h. Larrabide, 21. pamplona, 1979.
SECCION PRIMERA
DE LA JUSTICIA COMO FINALIDAD
DEL DERECHO
¿Quién se ocupa todavía de los fines? Sacaremos este
tema del olvido. Aunque no fuera más que para conce­
bir un plan de estudio coherente y porque la idea
del Derecho manda en la organización de la ciencia y del
lenguaje jurídicos (supra, n. 4), deseamos distinguir el De­
recho de otras disciplinas con las cuales corre el riesgo
de ser confundido, con la moral, la política, la economía
o la investigación sociológica. El único camino que tene­
mos abierto es la distinción de los'fin és qué..cada una
tiene. La filosofía; "al disponer de uña' visión pánorárñica
sobre la multitud ^é"láT'acciónes' liümáñ¥s," se halla ca­
pacitada para trazar sus límites, definir a cada uña. El
modelo en esto es Platón, que intentó definir en la Polí­
tica lo que es el arte de gobernar, comparándolo con
otras artes, como el pastoreo, el cai'dado de la lana e, in­
cluso, la pesca con caña.
No decimos que el problema de la definición del Dere­
cho haya'slHo siemprepresentado en estos,términos, tra-
tadó como tal de un modo metódico. Estamos habitua­
dos más bien a que se le elüdáT Sin embargo, todas las
filosofías del Derecho intentan aportar una respuesta a
esta cuestión; y no debemos extrañarnos de encontrar
estas respuestas muy contradictorias. Enumeremos las
.principales: la justa repartición; la buena conducta de
los individuos; su utilidad, su placer, su seguridad, su
bienestar; el poder de la nación; el progreso de la hu­
manidad; el funcionamiento regular del organismo so­
cial...
Adoptaremos un plan más sencillo.
INTRODUCCION
REVITALIZACION DE UNA DOCTRINA

25. J u s t ic ia y D erecho . A primera vista, nada parece


más trivial que esta elemental definición: el arte del Dere­
cho se ordena _aJaJusticia. Es la definición más tradicio­
nal en nuestro mundo occidental. Asociamos las dos pa­
labras de justicia y Derecho. Decimos que el juez «hace
justicia» y que la actuación del Derecho compete a la
«administración de la justicia», al «Ministerio de Justi­
cia». Indudablemente, según la teoría de la separación de
poderes enseñada en otro tiempo por nuestros publicis­
tas, nuestras leyes son obra de los diputados; esto es
muy teórico: la mayor parte de nuestros textos destina­
dos a regular la vida judicial son preparados en los des­
pachos del Ministerio de Justicia, según parece exigir la
naturaleza de las cosas.
Pero este lenguaje procede de la antigüedad, del De­
recho romano y, todavía antes, de los griegos. Desde la
primeras líneas del Digesto podemos ver la conexión de
las palabras jus y justitia (est autem a justitia appella­
tum jus - D I.I.I. pr.); en efecto, ambas tienen la misma
raíz. En griego la relación es más clara: encontramos la
palabra to dikaion. traducida en francés, ya como «droit»
(Derecho), ya como le juste (lo justo), porque ambas
nociones se reducen a una sola en el pensamiento griego.
Crisis de la justicia. Pero hoy carecen de sentido fór­
mulas como las citadas: el Derecho se ordena a la justi-
MICHEL V1LLEY

que repetimos maquinalmente, impulsados por la rutina


del lenguaje, que han perdido su jugo y su fuerza por el
excesivo uso.
¿Qué quiere decir para nosotros que el Derecho busca
la justicia? Para la mayoría, nada concreto, si alguien no
se lo aclara. Según la doctrina (muy representativa) del
neopositivismo, para un Wittgenstein, francamente na­
da; el término justicia no remite a ningún dato compro­
bable: es, pues, una palabra «vacía» que hay que pros­
cribir. En efecto, la justicia escapa a las conquistas de la
ciencia moderna y muchos autores (como Hume o Marx)
han considerado este concepto oscuro, idealista e iluso­
rio. Kelsen es muy consecuente al excluir, de modo radi­
cal, lo justo de la noción de Derecho.
La justicia del idealismo. Es verdad que los positivis­
tas no han conseguido todavía suprimir la palabra justi­
cia de nuestro vocabulario. De hecho, su uso es todavía
bastante frecuente, aunque mucho más en los discursos
de los políticos, en los grandes periódicos y en los sermo­
nes de los clérigos progresistas que en los tratados de De­
recho civil.
Nuestra actual idea de justicia se ha deformado bajo
la influencia del idealismo, que se ha propuesto, como re­
cordábamos antes (supra, n. 10), reducir la filosofía a la
razón pura subjetiva. De este modo, la Justicia se ha
convertido en un sueño del espíritu humano, en un sue­
ño de igualdad absoluta: en definitiva será «justicia so­
cial» el que Dassault deje de ser más rico que sus obre­
ros. El fisco persigue esta «justicia social». Pero al mis­
mo tiempo, la Justicia es también sueño de libertad; de
«respeto a cada persona humana», de exaltación de los
«derechos del hombre». Es Justicia la supresión de toda
prohibición, de las leyes represivas, de la opresión del
Estado. Con todo, por ahora, estos dos sueños son in­
compatibles.
Si, según esto, la Justicia así entendida alimenta las
nlataformas revolucionarias, el quehacer diario del juez
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FILOSOFIA DEL DERECHO

nada tiene que ver con la búsqueda de estos ideales, por


ahora, irrealizables. Entre la Justicia del idealismo y la
Administración de la justicia (con una «j» minúscula)
hay, desde ahora, una escisión; un abismo entre Justicia
y Derecho. Y si repetimos que el Derecho está al servicio
de la justicia, hay peligro de equivoco. Digamos que esta
fórmula carece de su contenido original para muchos ju­
ristas y para la mayor parte de nuestros contemporáneos.
26. N ec esid a d d e una vuelta a las fu e n t e s . Visto lo
anterior, será necesario remontarse a sus orígenes. De­
beremos llegar hasta los Griegos: sabemos que el te­
ma de la Justicia era primordial en el pensamiento
griego: llena la mitología, el teatro, la retórica y la mis­
ma filosofía. Podemos estudiarla en Píndaro, Heráclito y
Platón (en la República, que lleva por subtítulo: de lo
justo; Gorgias, Critón, Alcíbiades, etc.). Pero no escri­
bo un manual de historia de las doctrinas. Sin embargo,
ningún filósofo debe desconocer, en ningún caso, la doc­
trina del Derecho de Aristóteles.
¿Por qué Aristóteles? Así pues, henos aquí forzados
a romper con los prejuicios cronolátricos contemporá­
neos, a llamar la atención de los juristas sobre un autor
considerado por el público en general fuera de carrera,
borrado de los controles.
Es preciso un esfuerzo filosófico, al que el jurista no
está acostumbrado; pero es indispensable, dada la extra­
ordinaria influencia de Aristóteles sobre el pensamiento
europeo. Y ya antes, sobre el mismo pensamiento roma­
no, como tendremos ocasión de constatar, lo que signifi­
ca que lo tuvo sobre el Derecho. Más tarde, su filosofía
dominó los estudios medievales, sobre todo, a partir del
siglo x i i i ; especialmente en la doctrina de Santo Tomás
de Aquino.
En la Edad Media, Aristóteles fue «el Filósofo». Segu­
ramente merecía este título porque alcanzó la máxima
cota y supuso la coronación de los esfuerzos del pensa­
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MICHEL VILLEY

miento clásico griego; y también por el carácter eminen­


temente universal y enciclopédico de su obra (supra, n. 9),
y el carácter impersonal y anónimo de su doctrina. Mien­
tras en la Europa moderna los idealistas construyen cada
uno su personal sistema de filosofía, la de Aristóteles,
descripción, visión de lo real, se hace bien común, per­
diendo su sello de origen.
Digamos también (porque muchos lo ignoran) que la
educación europea ha sido sustancialmente aristotélica
hasta los siglos xvn y xvm. Molière, La Fontaine y Boi-
leau han tomado del aristotelismo su moral y su poética,
y La Bruyère el modelo de sus Caracteres4. Esta influen­
cia será más acentuada en la Alemania universitaria. Dos
admiradores de Aristóteles serán Hegel y Marx. Aristóte­
les no es solamente Aristóteles, sino una de las claves de
nuestra cultura, en metafísica, en moral, en política y en
lógica.
_ No debemos, pues, extrañarnos si hemos terminado
por cansarnos de oir su nombre, y si muchas de sus fór­
mulas sobre la familia, la templanza, el «justo medio», se
han vuelto insípidas: tanto se las ha machacado en las
escuelas europeas. Lo mismo ocurre con su doctrina del
Derecho. Se trata de recuperarla.

4. Teoírasto, imitado por La Bmyere es el género de ios Caracteres, era


alumno de Aristóteles <ú que sucedió en la dirección de la escuela del Liceo.

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