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Ahora bien, en la novela de García Márquez, para decirlo en términos de ciencia, hay un
giro copernicano en el orden del mundo, en la medida en que lo increíble resulta siendo lo
más evidente; lo sofisticado irrumpe en lo cotidiano y los inútiles esfuerzos del hombre
terminan en las más grandes empresas. La precisión excesiva de toda medida es aplicada
al orden más trivial o al más inabarcable, con el firme propósito de establecer los límites
del mundo, lo que ha llevado al hombre a buscar las dimensiones de su habitar a la luz de
la ciencia y no a la luz de la vida misma.
Estos hechos muestran, de manera significativa, el dominio extremo del curso natural de
los fenómenos. El sol sale siempre por el oriente, la brújula marca siempre el norte
siguiendo el magnetismo de la tierra, y “siempre” es siempre, con o sin nosotros. Quizás, lo
único que la precisión humana no puede determinar es la imaginación que tiende a
superarlo todo; va más allá del mundo y de nosotros mismos. Quién pudiera demostrar que
Macondo y los Buendía no existen, o los amaurotas de Utopía, o Liliput y los liliputienses o
La Mancha de Don Quijote. En fin, el espacio literario hace existir lo que es improbable
pero no imposible. De hecho, hace posible el encuentro de dos mundos: el de las ideas y el
de la imaginación. De acuerdo con Roland Barthes, en su ensayo "Literatura versus
Ciencia", la diferencia radica en el lenguaje: mientras para la literatura el lenguaje es su
mundo mismo, la ciencia ve en él un simple instrumento para describir la realidad (3).
¿Cuáles son las cosas que se descubren en Macondo? Según los tramos recorridos a
través de una lectura de Cien años de soledad, encontramos las cosas en cuanto a su
noción y dimensión, a su carácter científico estrafalario, así como a su inventiva inverosímil
y por ultimo en cuanto a la tradición que acompaña a las cosas de la vida, entendidas
como las cosas fundacionales de una cultura.
arrastrado por la fiebre de los imanes, los cálculos astronómicos, los sueños de
transmutación y las ansias de conocer las maravillas del mundo” (p.14).
Un gramo de esto con una pizca de aquello... y tenemos que “la ciencia misma funciona
socialmente como una religión, como un verdadero opio del pueblo” (7). No en vano, en la
entrada del camino de la ciénaga se había puesto un anuncio que decía Macondo y otro
más grande que decía Dios existe (p.45). No obstante, José Arcadio Buendía, cual
Descartes, buscó hasta el cansancio la demostración científica de Dios, por medio de la
impresión de su imagen en un daguerrotipo, pero sólo pudo comprobar su inexistencia
(p.50). Dice la obra que “era como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda capacidad
Es indudable el papel que tiene la alquimia en la génesis de la ciencia moderna y más aún,
el modo como ha echado raíces en la cultura. El mismo Melquíades, como una prueba de
admiración hacia José Arcadio Buendía le hizo “un regalo que había de ejercer una
La alquimia de Macondo.
Encuentro de dos mundos: ciencia y literatura
Mientras que las mujeres iban tejiendo, con punto y cruz, los destinos de los Buendía, los
hombres de la familia descifraban y escribían su trama, como lo hacía Aureliano,
escribiendo sus versos poéticos en los ásperos pergaminos que Melquiades le regalaba,
La alquimia de Macondo.
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en las paredes del baño, en la piel de sus brazos, y en todas partes donde aparecía
Remedios transfigurada (p.61). De otro lado, la trascripción de los manuscritos iniciados por
José Arcadio Buendía interrumpió su relevo generacional cuando Aureliano Segundo se
negó a traducirlos como si fuera un designio no hacerlo.
Con relación a la alquimia de los textos y con el fin de esclarecer la magia formulada en la
novela de García Márquez, viene a propósito Mallarmé, referenciado por Blanchot, cuando
dice que “no cabe la posibilidad de otra magia fuera de la literatura, la cual sólo se cumple
enfrentándose a sí misma de una manera que excluya a la magia” (9). Esto viene al caso,
en palabras de Mallarmé: la alquimia fue el glorioso, apresurado y turbio precursor de este
fin ultimo (el de la literatura) (10). Blanchot anotará, con respecto a esta cita, que la palabra
“apresurado” es muy relevante, ya que la impaciencia caracteriza a la magia, ambiciosa de
dominar inmediatamente a la naturaleza. Lo que preocupa a Mallarmé, quien, según
Blanchot, ha sufrido la tentación del ocultismo, es no separar la magia del arte, no
traicionar la totalidad de las cosas extractando su significado mágico.
De otro lado, para Foucault, “la relación con los textos tiene la misma naturaleza que la
relación con las cosas, aquí como allí, lo que importan son los signos” (11); es por eso que
se habla del lenguaje como un ente; al lado del mundo, entre las plantas, las hierbas, las
piedras y los animales, como una cosa con propiedades naturales. No obstante, las cosas
no están en sus nombres, puesto que el nombre no-es la cosa que nombra. Así decía
Platón, que “lo importante es reconocer que no es en los nombres, sino en las cosas
mismas, donde es preciso buscar y estudiar las cosas” (12).
manivela, de modo que en pocas horas pasaran frente a sus ojos las nociones más
necesarias para vivir (p.46). Se trataba, entonces, de un aparato mnemotécnico, que
conviene verlo con relación a una antigua reflexión de Platón sobre la escritura.
Es así, como surgió la idea de inventar la máquina de la memoria, que de haber logrado
construirla, quién sabe qué habría ocurrido en Macondo. Por un lado, la máquina habría
servido para combatir la enfermedad amnésica del insomnio, pero, sin la enfermedad
presente, esta máquina que ayudaba a recordarlo todo hubiera sido terrible, pues en
Macondo habían muchas cosas que olvidar en lugar de recordar; además, no hay cerebro
que resista este mundo infinito en información, infinito en pasado. Concretamente, en el
mundo no pasaría nada, todo haría parte del mismo tiempo; sería insoportable tener que
vivir semejante intensidad tan cerca del colapso. En suma, la máquina de la memoria sólo
ocasionaría —aunque tuvieran noción de las cosas— que cada amanecer despertara no
en el mañana sino en un ayer progresivo, casi al modo como los niños dicen: “mañana
estuve donde el abuelo y ayer tengo que ir a la escuela” un tanto ingenuo se podría
pensar, pero qué ocurriría si así fuera, si “ayer” fuera siempre y no existiera “hoy”, si no
hubiera un día nuevo que empezar sino continuar, incluso dormidos, una línea recta en el
tiempo. Definitivamente, que siga siendo imposible.
A modo de apéndice, por la extensión del texto, hay un mito platónico que acaso pueda
hacernos volver sobre el origen de la escritura con relación a la memoria, aspecto de gran
importancia en la obra de García Márquez.
Oí que por Naucratis, en Egipto, uno de los antiguos dioses del lugar al que, por cierto está
consagrado el pájaro que llaman Ibis. El nombre de aquella divinidad era el de Theuth. Fue
el que primero, descubrió el número y el cálculo y, también, la geometría y la astronomía, y,
además, el juego de damas y el de dados, y, sobre todo las letras. Por aquel entonces,
reinaba en todo Egipto Thamus, que vivía en la gran ciudad de la parte alta del país, a la
La alquimia de Macondo.
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que los griegos llamaban la Tebas egipcia, así como a Thamus llamaban Amón. A él vino
Theuth, y le mostraba sus artes, diciéndole que debían ser entregadas al resto de los
egipcios. Pero él le preguntó cuál era la utilidad que cada una tenía, y, conforme se las iba
minuciosamente exponiendo, lo aprobaba o desaprobaba, según le pareciese bien o mal lo
que decía. Muchas, según se cuenta, son las observaciones que, a favor o en contra de
cada arte, hizo Thamus a Theuth, y tendríamos que disponer de muchas palabras para
tratarlas todas. Pero, cuando llegaron a las letras, dijo Theuth: “Este conocimiento, oh rey,
hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco
de la memoria y de la sabiduría.” Pero él le dijo: “¡Oh gran artífice Theuth! A unos les es
dado crear arte, a otros juzgar qué daño o provecho aporta para los que pretenden hacer
uso de él. Y ahora, tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les
atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las
almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito,
llegarán al recuerdo desde afuera, a través de caracteres ajenos, no desde ellos mismos y
por sí mismos. No es pues un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple
recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que les proporcionarás a tus discípulos en lugar
de verdad” (13)
Como decía atrás, esta máquina mnemotécnica —que parece más un computador que
cualquier otra cosa— está concebida como una cura para el olvido, o lo que es igual,
según el mito, un fármaco (sustituto) para la memoria y la sabiduría.
originaria en la cultura humana y el punto crucial está en que las palabras se liberen de las
cosas, tanto como la memoria de las máquinas.
Notas: (El ensayo recibió el Premio Andrés en Literatura, Biblioteca Pública Marco Fidel
Suárez, Bello 2006)
(1) Cf. SUNYER, Pere. Literatura y Ciencia en el Siglo XIX. Los viajes extraordinarios de
Jules Verne. En: Cuadernos de Geografía Crítica, Universidad de Barcelona, Año XIII,
Número 76, julio de 1998.
(2) GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Cien años de Soledad. Barcelona: Círculo de Lectores
S.A., 1970, p. 10. En adelante, para hacer referencia a esta obra sólo se citarán las
páginas de esta misma edición.
(3) En: ROJO, Alberto. Literatura y Ciencia. Cuatro ejemplos de una curiosa intersección.
www.albertorojo.com
(4) ———, La soledad de América Latina. Cali: Universidad del Valle, Departamento de
publicaciones 1983. p. 6.
(5) Cf. Idem.
(6) WITTGENSTEIN, Ludwig. Tractatus logo-philosophicus. Madrid: Alianza Editorial, 1980,
5.62., p. 163.
(7) THUILLIER, Pierre. El saber ventrílocuo. Cómo habla la cultura a través de la ciencia.
México: Fondo de cultura económica. 1990. p. 8.
(8) A propósito, esta obra se conserva en su manuscrito original, subastado en la capital
del mundo, por una generosa cuantía en dólares.
(9) BLANCHOT, Maurice. El libro que vendrá. Venezuela: Monte Ávila. 1969. p. 255.
(10) Ídem.
(11) FOUCAULT, Michel. Las palabras y las cosas. México: Siglo Veintiuno. 1982. p. 41.
(12) PLATÓN. Cratilo o del lenguaje. México: Editorial Porrúa. 2001. p. 411.
(13) PLATÓN. Fedro o de la Belleza. Barcelona: Planeta –Agostini, 1993. p. 120.
La alquimia de Macondo.
Encuentro de dos mundos: ciencia y literatura
(14) La mano milenaria del hombre según Engels tiene suma relevancia en el papel
del trabajo en la evolución del mono al hombre, como se llama su ensayo. Allí dice que el
hombre, en su sentido más propio, tiene su origen por obra del trabajo, y por ende
producto de la técnica; así, “la mano no sólo es el órgano del trabajo: es producto de él.”
ENGELS, Friedrich, Dialéctica de la naturaleza. México: Editorial Grijalbo, S.A. 1961.
p.143. De otro lado, Jean Brun por su parte afirma que “el hombre tiene utensilios pero no
tiene manos. Si solemos afirmar que el hombre tiene una mano, es en virtud de un
prejuicio instrumentalista. El hombre no tiene manos porque su mano procede de él tanto
como él procede de ella”. ——— La mano y el espíritu. México: Fondo de Cultura
Económica. 1975. p.126.