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Introducción
Un hombre llamado Juan Paton fue llamado por Dios para servir como
misionero a las islas del Pacífico que hoy forman el país de Vanuatu. En
el siglo XIX, los habitantes de algunas de estas islas eran caníbales. De
hecho, pocos años antes de que Paton fuera a estas islas, los primeros
misioneros a esta zona fueron capturados y comidos por caníbales pocos
minutos después de llegar.
Cuando Paton anunció que iría como misionero a estos lugares, un anciano
objetó: ¡Te comerán los caníbales! Paton respondió de una forma directa.
Dijo lo siguiente: Señor, usted es de edad avanzada, y pronto le espera
la tumba, donde le comerán los gusanos. Yo le confieso que, si puedo
simplemente vivir y morir sirviendo y honrando al Señor Jesús, no me
importa si me comen los caníbales o si me comen los gusanos. En el gran
día de la resurrección mi cuerpo resucitará tan bello como el suyo en la
semejanza de nuestro Redentor resucitado.
3:1 El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro cuya altura era
de sesenta codos, y su anchura de seis codos; la levantó en
el campo de Dura, en la provincia de Babilonia.
3:2 Y envió el rey Nabucodonosor a que se reuniesen los
sátrapas, los magistrados y capitanes, oidores, tesoreros,
consejeros, jueces, y todos los gobernadores de las
provincias, para que viniesen a la dedicación de la estatua
que el rey Nabucodonosor había levantado.
3:3 Fueron, pues, reunidos los sátrapas, magistrados, capitanes,
oidores, tesoreros, consejeros, jueces, y todos los
gobernadores de las provincias, a la dedicación de la
estatua que el rey Nabucodonosor había levantado; y estaban
en pie delante de la estatua que había levantado el rey
Nabucodonosor.
3:4 Y el pregonero anunciaba en alta voz: Mándase a vosotros, oh
pueblos, naciones y lenguas,
3:5 que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril,
del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento
de música, os postréis y adoréis la estatua de oro que el
rey Nabucodonosor ha levantado;
3:6 y cualquiera que no se postre y adore, inmediatamente será
echado dentro de un horno de fuego ardiendo.
3:7 Por lo cual, al oír todos los pueblos el son de la bocina,
de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la
zampoña y de todo instrumento de música, todos los pueblos,
naciones y lenguas se postraron y adoraron la estatua de oro
que el rey Nabucodonosor había levantado.
No nos damos cuenta del poder que la música puede tener sobre nosotros.
Como veneno escondido en un dulce, la música nos seduce sin que nos demos
cuenta. Nos convence que la infidelidad es el camino a la felicidad. Nos
aleja de Dios con sus promesas de placer.
Al parecer, había celos hacia los tres amigos de Daniel, que habían sido
elevados a cierta posición dentro del gobierno gracias a él. Algunos
babilonios le llevaron el chisme al rey de que estos tres hombres no se
habían unido a la adoración idolátrica de Nabucodonosor.
Nos podemos preguntar por qué no estaba presente Daniel en esta ocasión.
La respuesta es sencilla. Esta prueba era para los funcionares
gubernamentales. Estas son las personas que se mencionan en los versos 2
y 3. Daniel pertenecía a otra clase, la de los consejeros y sabios. Ellos
no fueron incluidos en la prueba, pero los amigos de Daniel, que eran
funcionarios, sí lo fueron.
¿Quién ganaría? Parece obvio; ellos habían sido capturados, eran súbditos
de Nabucodonosor. Obviamente, el dios pagano de Babilonia era más
poderoso, según la lógica humana. No había sido capaz de defender a su
pueblo; pero no entendía Nabucodonosor que él había sido instrumento de
Dios para castigar a Israel, y que estaba en sus manos.
¿Puedes serle fiel a Dios, aún en medio de la prueba? ¿Puedes decir, aun
si no? ¿Estás dispuesto a confiar en Dios y serle fiel, venga lo que
venga? Si lo puedes, tendrás una gran seguridad. Veámosla.
¡Dios libera a los que en El confían! Pero, ¿qué diremos de los que no
experimentan una liberación tan obvia? ¿Qué diremos, por ejemplo, de los
dos misioneros que fueron consumidos por los antropófagos antes de la
llegada de Paton? ¿Qué diremos de los que mueren sin ver la liberación?
Nuestro Señor Jesús nos da la respuesta. Nos dice que no temamos a los
que pueden matar el cuerpo; temamos más bien al que puede destruir cuerpo
y alma en el infierno. Cuando Dios elige, por razones que sólo El conoce,
no intervenir milagrosamente, podemos tener la seguridad de que El nos
liberará de todas formas. La muerte del creyente no es ninguna derrota.
Gracias a Cristo, es victoria.