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María Zambrano

y los números del alma

CARLOS EYMAR
(Madrid)

RESUMEN: María Zambrano, siguiendo una tradición órfico-pitagórica exige


a la filosofía que asuma la realidad del alma y la conduzca desde los infiernos
de la dispersión, desde el desgarramiento de las entrañas, hacia el paraíso de
la unidad por la vía del logos del número, es decir, por los ritmos secretos de
la poesía y de la música, de la memoria y la confesión, de la piedad y de la li-
turgia.
PALABRAS CLAVE: Ortega, pitagóricos, alma, música, razón poética, litur-
gia.

Maria Zambrano and the numbers of a soul

SUMMARY: In line with the orphic-pythagorean tradition, Maria Zambrano


demands that philosophy assume the reality of the soul, leading it from the
netherworld of dispersion and interior upheaval toward the paradise of unity by
means of the logos of numbers, that is through the secret rhythms of poetry
and music, of memory and confession, of piety and liturgy.
KEY WORDS: Ortega, pythagoreans, soul, music, poetic reason, liturgy.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 71 (2012), 263-278


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Declara María Zambrano que uno de los lugares, decisivos y pe-


rennes, que descubre gracias a Ortega, es ese universal, a la vez que
castizo, “logos del Manzanares”1. Es en 1914, en sus célebres Medi-
taciones del Quijote, cuando Ortega saca a la luz ese feliz adjetivo del
logos, revelador del destino de toda filosofía. Ésta ha de centrarse en
la vida individual, en lo inmediato, en lo circundante, por muy trivial
que esta tarea pudiera parecer. La actitud fundamental de la filosofía,
ese apasionado afán de comprender, no puede desligarse, tal y como
Platón afirmó, de la locura de amor2. Un amor que intenta vincular y
poner en conexión a todas las cosas del universo que nos rodea para
que ni una sola se pierda. Ortega pretende que el logos, cargado de
razones de amor, acabe por salvar todas las cosas que llegan a nues-
tros pies, escupidas por el mar de la irracionalidad, como los restos de
un naufragio3.
Se trata de que la razón, como la luz del sol, haga que las cosas
encalladas en las riberas de lo ilógico lleguen a emitir insospechados
destellos. También, por supuesto, el Manzanares “esta líquida ironía
que lame los cimientos de nuestra urbe” y que, según él, lleva entre
sus aguas mermadas algunas gotas de espiritualidad4.
El filósofo, como un nuevo Moisés, puede así transformarse en un
héroe que haga brotar en el desierto hontanares de agua para su pue-
blo.Llegada a ese paisaje del logos del Manzanares, entusiasmada con
el proyecto de la razón vital, María Zambrano se separa, no obstante,
de su maestro para seguir su propio camino hacia las entrañas y los
infiernos, es decir, hacia el alma.
Por su parte Ortega no comprende las querencias de su discípula
por las regiones escatológicas e infernales. Rechazará la publicación
en la Revista de Occidente del primer libro escrito por ella: Hacia un
saber sobre el alma. María, desolada por aquella negativa, descende-
rá llorando la Gran Vía, fiel a su maestro, pero decidida a recorrer la
senda trazada que, en sus propias palabras y no sin verdad, puede

 
1
ZAMBRANO, M., Escritos sobre Ortega, Trotta, Madrid, 2011, p.207.
2
PLATÓN, Fedro 265 b, cit. Por ORTEGA, Meditaciones del Quijote, en
Obras Completas I, Revista de Occidente, Madrid, 1966, p. 314.
3
ORTEGA, Op. cit., p. 311 y sgs.
4
ORTEGA, Op. cit., p. 322.

 
MARÍA ZAMBRANO Y LOS NÚMEROS DEL ALMA 265

llamarse órfico-pitagórica5. Desde su experiencia, formulada en un


muy personal lenguaje poético-filosófico, la búsqueda del alma y de
sus secretas armonías llevará, asimismo, la impronta cristiana de su fe
en la Trinidad, en la Encarnación del Hijo y en la tradición eclesiásti-
ca6.

LA PUGNA ENTRE ARISTÓTELES Y LOS PITAGÓRICOS

En uno de los principales capítulos de El Hombre y lo divino plan-


tea María Zambrano la contraposición de dos modos de entender el
mundo, el logos y las relaciones entre vida y verdad. De una parte te-
nemos a Aristóteles fundado en una sensibilidad parmenidiana del
ser, que se goza en la estabilidad de las cosas. Aristóteles -dice María
Zambrano- piensa desde el ser, piensa las cosas que son o en tanto
que son7. A esta concepción corresponde una visión del logos pala-
bra, orientado hacia la definición y el juicio. Ese definir y juzgar rea-
lidades, fijándolas para siempre, supone, al tiempo, inevitables con-
denas. La filosofía, en su aspiración a hacer entrar a la realidad en el
sistema, ejerce sobre las cosas una indisimulada violencia, arrojando
a muchas de ellas a las tinieblas exteriores. Aquella realidad que no
pueda entrar a formar parte del territorio de lo definible, queda va-
gando como alma en pena a las puertas de la filosofía8. Desde ese su
triunfador pensamiento sistemático, que marca el destino de la filoso-
fía en Occidente, exhibe Aristóteles su desdén contra el disperso sa-
ber de la multitud de los secuaces de la secta de Pitágoras.
Por su parte, los pitagóricos parten de un logos número según el
cual la estructura de la realidad queda configurada como un tejido de
 
5
Vid. Cartas de la Pièce (correspondencia con Agustín Andreu), Pre-
Textos, Valencia, 2002, p. 56 y Escritos sobre Ortega, p. 207.
6
Vid el capítulo “Poslogion sobre el cristianismo de María Zambrano”,
del libro de ANDREU, A. María Zambrano, el Dios de su alma, Comares,
Granada, 2007, p. 79.
7
ZAMBRANO, M., El hombre y lo divino, FCE, México, 1986, (en adelan-
te HD), p. 74,
8
HD, p.78,

 
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ritmos. Bajo el logos del número las cosas pierden sustancia y quedan
constituidas bajo la categoría de relación, en pura referencia de unas a
otras9. El universo así constituido por relaciones y números está en
movimiento incesante y armónico, pues armonía es el nombre que los
pitagóricos dan a la suprema expresión de la belleza. Matemática y
música, en cuanto artes hijas del logos del número, no del logos de la
palabra, constituyen la raíz de la sabiduría vital pitagórica que se ex-
presa en aforismos, en consejos y en frases musicales, fáciles de re-
cordar y que ayudan a vivir. Lo que ofrecen es sabiduría no ciencia ni
método. La vida se siente más a gusto en ese universo dinámico, so-
metida al ritmo de la respiración y del latido. Por ello no es extraño
que fueran los pitagóricos y su gran héroe Orfeo, los descubridores
del principio vital que es el alma cuya necesidad ya fue sentida por
los egipcios. La realidad del alma se plantea inicialmente como exi-
gencia de saber acerca del origen y el destino, como el soporte de un
apasionante viaje, una historia, desde el infierno terrestre hacia su
origen en los espacios celestes10.
El desdén de Aristóteles con respecto a los pitagóricos se corres-
ponde con la condenación que estos hacen de Aristóteles y que María
Zambrano imagina en un bello capítulo de su libro Delirio y desti-
no11. Se nos presenta allí a Aristóteles tras su muerte, recién llegado a
las altas esferas celestes, sin saber muy bien qué hacer con la lira y
los papeles de música rudimentarios que le son entregados. La clave
para su salvación se la ofrece la máxima de un pitagórico: “La Músi-
ca es la aritmética inconsciente de los números del alma”. Aristóteles
solo podría salir de su condena cuando llegase a encontrar los núme-
ros de su alma no de una forma teórica, sino haciéndolos sonar en las
cuerdas de la lira. Y al final Aristóteles lo consigue tras un largo pur-
gatorio en el que habrá de padecer la vida no vivida, apurar el amor,
la angustia, la locura, el delirio de su infierno. El camino viene mar-
cado por la escala musical: dia pas on: hay que pasar por todo, “hay
que pasar por los infiernos de la vida para llegar a escuchar los núme-
ros del alma”12.
 
9
Ibid, p. 89,
10
Ibid, p. 104 y sgs,
11
ZAMBRANO, M., Delirio y destino, Mondadori, Madrid, 1989, p. 285,
12
Ibid, p. 286,

 
MARÍA ZAMBRANO Y LOS NÚMEROS DEL ALMA 267

Constata María Zambrano que en esa pugna, habida entre los pi-
tagóricos y Aristóteles, fue este último el indiscutible vencedor,
haciendo prevalecer su concepción de la naturaleza que ignora la his-
toria y, sobre todo, imponiendo su Dios como Motor inmóvil. Los pi-
tagóricos se dieron cuenta de que ese Dios desapasionado, eternamen-
te activo, Dios del pensamiento, del entendimiento agente, del con-
cepto y del juicio, exigía el sacrificio de su alma y de sus inevitables
padecimientos a través de su doble viaje infernal y sideral13. A partir
de su negativa a efectuar tal sacrificio, los pitagóricos, conscientes de
su derrota, vinieron a situarse al margen de la historia oficial para se-
guir conservando la memoria de sus dioses, de su alma y de su sabi-
duría secreta.
La derrota del alma, por mucho que Aristóteles tratara de recupe-
rarla en su De Anima como mera forma de la substancia, vino a con-
firmarse con el surgimiento de la filosofía moderna. Pues ésta solo ha
centrado su atención en el pensamiento, en la conciencia. Descartes
concibe al hombre como “res cogitans”, mera cosa pensante, Locke,
Hume y Leibniz redactan sus correspondientes ensayos sobre el en-
tendimiento humano, y Kant habla de razón o persona ética14. En el
idealismo hegeliano, por su parte, el hombre ya se ha emancipado de
lo divino heredándolo en su forma de saber absoluto. Y tal entusias-
mo emancipador del hegelianismo no dejó de ser adoptado por sus
críticos marxistas o positivistas15. En definitiva, el alma pareció ser
expulsada del terreno de la filosofía, quedando confinada a su mera
condición de psique, objeto de la nueva ciencia de la Psicología16.
Pero, según María Zambrano, aquello que, en la derrota de los pi-
tagóricos, no llegó a ser razón, se pudo manifestar más tarde como
simiente de razón futura. El logos del número vuelve a reivindicar sus
derechos en la física de Galileo, en el cálculo infinitesimal de Leibniz
o incluso en la teoría de la relatividad de Einstein17. También lo hará
a través de voces, más o menos marginales, en las lindes del sistema:

 
13
HD, p. 121-122.
14
Vid. Hacia un saber sobre el alma, págs. 24 y sgs.
15
Vid HD, p. 15 – 19.
16
Hacia un saber sobre el alma, p. 25.
17
HD, p. 124.

 
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Las razones del corazón de Pascal, la interioridad apasionada de


Kierkegaard, el Ordo amoris de Scheler, la síntesis poético filosófica
de Bergson, e incluso algunos aforismos de Nietzsche de raíz pitagó-
rica y musical que exigen un más allá del hombre18. Por supuesto,
también está la voz de los poetas románticos alemanes con sus geo-
grafías de abismos, noches y tinieblas. Paisajes que lo son del alma
como esos que describe Unamuno, el sentidor y fustigador de una ra-
zón moderna que ignora la función salvadora de la religión19. Y como
eje central de todas aquellas protestas se encuentra, según María
Zambrano, “la idea cristiana del hombre como ser que muere y ama,
que muere con la muerte y se salva con el amor”20.
El programa de la filosofía futura ha de ser, por tanto, la búsqueda
de un saber, no una ciencia, sobre el alma que es inseparable de sus
números, expresados secretamente en los ritmos que ofrecen música y
poesía. Solo a la razón poética o musical le son accesibles los paisajes
que el alma recorre en su incesante anhelo de absoluto21.

GEMIDO Y CONFESIÓN

Orfeo es el punto de referencia para el ejercicio de la razón poéti-


ca propugnada por María Zambrano. Él es el símbolo de la búsqueda
del alma, representada en la figura de Eurídice, su mujer muerta y
arrojada a los infiernos. Ella representaría, con mayor precisión, al
alma única que gime junto a otras almas múltiples y posibles. Pues en
 
18
Sin perjuicio de su crítica al nihilismo, la influencia de Nietzsche en
María Zambrano ha sido destacada por un especialista como JESÚS MORENO
SANZ, El Logos oscuro: tragedia, mística y filosofía en María Zambrano,
Verbum, Madrid, 2008, Vol 2, págs. 126 y sgs.
19
Vid UNAMUNO, Paisajes del alma, Revista de Occidente, Madrid,
1965. También el ensayo de MARÍA ZAMBRANO, Unamuno, Debate, Barcelo-
na, 2003.
20
Hacia un saber…, p.24.
21
Dirá CHANTAL MAILLARD en La Creación por la metáfora. Introduc-
ción a la razón poética, Anthropos, Barcelona, 1992, p. 69: “El cometido úl-
timo de la razón poética no será otro, en definitiva, que la reintegración del
hombre a un absoluto que ya lleva en sí desde siempre”.

 
MARÍA ZAMBRANO Y LOS NÚMEROS DEL ALMA 269

las entrañas, en los infiernos de cada individuo, bullen la dispersión y


la angustia de la posibilidad y el tiempo limitado y apremiante. Las
posibilidades son como pequeños fuegos fatuos, destellos recónditos
y fugaces de la vida. María Zambrano las llama “almas en conato” a
las cuales, pese a no haber llegado a ser, les ha sido otorgado el don
de expresarse bajo la forma de una máscara y una danza orgiástica22.
El amor que mueve a Orfeo a buscar la unidad y el paraíso es también
el que le impulsa a descender a los infiernos23. Con todo, si seguimos
las versiones más frecuentes del mito, Orfeo no puede rescatar a Eu-
rídice por mirar hacia atrás, hacia los infiernos desde los que ella está
siendo rescatada. Orfeo siente la contradicción entre su monogamia y
la seducción de sus múltiples almas que le llaman desde aquel mismo
infierno24. María Zambrano es más optimista y nos presenta a un Or-
feo que, una y otra vez, desciende a las regiones inferiores hasta sal-
var a Eurídice. Su esfuerzo salvador se expresa en quejas y gemidos
que vienen a constituir la primera expresión del alma. Ésta no es de-
finible sino por el grito y el gemido: “El grito sale del alma, es al-
ma”25.
Ahora bien, los lamentos de Orfeo y Eurídice descubren ya en su
mera expresión, un orden, unos intervalos, una matemática. Eurídice
es salvada por la escala que le tiende Orfeo, tejida de música y de la
forma más musical de la palabra que es la poesía26. Tal es la semilla
de la música que surge del infierno en forma de gemido o grito que,
poco a poco, se va allanando y sometiendo a tiempo y número. La
voz, antes incluso de transformarse en canto, deja traslucir un orden,
un ritmo, primer paso para descubrir la ley universal del logos del
número. Los lamentos de Orfeo y Eurídice van ascendiendo desde los
infiernos, por la escala del número, hasta alcanzar la armonía de las
esferas celestes.
“La música órfica -dice María Zambrano- es el gemido que se re-
suelve en armonía; el camino de la pasión indecible para integrarse en
 
22
HD, p. 57-58.
23
Ibid, p. 31.
24
PAUL DIEL, El Simbolismo en la mitología griega, Labor, Barcelona,
1976, p. 134.
25
HD, p. 110.
26
Ibid, p. 109.

 
270 CARLOS EYMAR

el orden del universo”27. La salvación del alma de los infiernos en que


se encuentra, gracias a la poesía y a la música, nos señala la dirección
que va a adoptar la propia filosofía de María Zambrano. Sus “Notas”
de un método, son notas musicales e indican ya, en su mismo enun-
ciado, la peculiaridad del camino que propone28. Es más, lo que ella
pretende es construir un pensamiento melodioso, encontrar una melo-
día creadora que vaya más allá del ritmo discontinuo y previsible, a
veces machacón, que nace en los infiernos del alma29. Las razones,
como Orfeo, han de penetrar en los infiernos de la vida, del sufri-
miento indecible, y transfigurar en melodía los gritos y gemidos. La
filosofía tiene, por tanto, que escuchar la voz de las entrañas.
La música es el don de las musas cuya principal representante es
memoria, Mnemosine. El recuerdo, o, mejor aún, la reminiscencia,
por emplear un término pitagórico, es la primera condición para que
el alma, al reconocer su origen, sea rescatada de la angustia del tiem-
po30. Frente al carácter “futurista” de la mayor parte de la filosofía
moderna e ilustrada, María Zambrano propugna un logos cargado de
memoria o aquello que, más tarde, se llamará razón anamnética31.
Asimismo, frente al activismo violento de toda filosofía de cuño aris-
totélico, basada en la definición y el juicio, ella exalta las funciones
cognoscitivas de todo padecer. La violencia del concepto tiene que
ser atenuada por la música y la poesía que dulcifican la razón. Como
Heráclito y Séneca, ella se aproxima a una razón entendida como me-
dida y armonía entre contrarios. Y la verdadera medida no puede en-
contrarse nunca en un concepto o en un dogma, “sino en un hombre
concreto que percibe con su armonía interior la armonía del mun-
do”32. Próxima a Simone Weil, podría decirse que María Zambrano
busca también la razón de los vencidos, de aquellos cuyas voces y
gritos fueron silenciados y olvidados por las razones de los vencedo-

 
27
Ibid.
28
ZAMBRANO M., Notas de un método, Mondadori, Madrid, 1989, p.12.
29
Ibid.
30
HD, p. 94.
31
Término acuñado por Metz y desarrollado por REYES MATE, por ejem-
plo en Memoria de Occidente, Anthropos, Barcelona, 1997.
32
ZAMBRANO, M., El pensamiento vivo de Séneca, Cátedra, Madrid,
1987, p. 45.

 
MARÍA ZAMBRANO Y LOS NÚMEROS DEL ALMA 271

res33. Tal es el caso de Job, continuamente presente en la tradición


zambraniana. “Job -dice María Zambrano- privado de todo es solo
una entraña que gime”34. El hombre de dolores, que no tiene más que
su puro padecer, ha de hacer resonar sus razones entrañables. La filo-
sofía no puede ya permanece sorda a las entrañas. El sentir originario
de las entrañas exige ser acogido y llevado a la luz por el pensamien-
to35.
Job combate la razón al uso de sus amigos críticos. Su clamor, su
queja y su invocación a Dios, constituyen las tres formas básicas en
que la vida expresa su conocer sin método. La filosofía también debe
hacerse cargo de ellas por mediación del corazón. La música, que se
expresa como simiente en el gemido de la entraña, adquiere una ex-
presión más alta en el latir del corazón, entraña también y sede pasiva
del sentir, al tiempo que sujeto de una cierta actividad. Todo latir es
un llamar, una invocación silenciosa que busca un oído: oír y que le
oigan36. “El corazón con su música -dice María Zambrano- rescata el
crujir de las entrañas que se resecan”37. El corazón, y la lágrima que
de él brotan, humedecen las entrañas para que de ellas brote la música
que pueda crecer hasta el logos. El corazón es, pues, el vínculo de
unión entre vida y verdad, entre poesía y filosofía. Job, sin ser filóso-
fo, anticipa con sus gemidos entrañables, las Confesiones de San
Agustín que, desde los anhelos de su corazón inquieto, da origen a un
nuevo modo de filosofar38.
En la confesión tiene lugar una primera expresión de la vida que
revela sus entrañas. Ella surge en situaciones de extrema confusión y
dispersión y se despliega en un doble movimiento: una huída de sí y

 
33
Sobre las relaciones entre ambas vid. JOAN NOGUÉS, “María Zambrano
y Simone Weil: un modo diferente de pensar la tradición filosófica” en Cla-
ves de la razón poética, Trotta, Madrid, 1998, p.91
34
Vid HD p. 405 y, en general, todo el capítulo “El libro de Job y el pája-
ro”.
35
Ibid, p. 396.
36
Vid el capítulo “La metáfora del corazón” en Claros del bosque, Cáte-
dra, Madrid, 2011.
37
HD, p. 391.
38
ZAMBRANO, M., La confesión como género literario, Siruela, Madrid,
1995, p. 26

 
272 CARLOS EYMAR

una búsqueda de algo. Desesperación de sí y esperanza de una revela-


ción de la vida se entremezclan en la confesión. Ella aspira a realizar
una síntesis entre verdad y vida, es decir, a reconducir la pluralidad y
dispersión de la vida a la unidad de la verdad. La confesión presupo-
ne la creencia en una realidad completa capaz de recomponer la vida
fragmentaria, hecha pedazos. La búsqueda agustiniana de la verdad es
análoga a los intentos de Orfeo por rescatar a Eurídice, su alma única.
Como Orfeo, Agustín ha de descender a los infiernos, mirar hacia
atrás, siguiendo las sendas de la memoria. Gracias a la confesión,
Agustín encuentra a Dios en su memoria, en el fondo de su alma, de-
masiado estrecha como para contenerse a sí misma39. La vida recobra
su unidad allá donde las escuelas filosóficas no la encontraron. No en
la objetividad neoplatónica de un mundo inteligible y eterno. Tampo-
co en la medida armónica a que los estoicos sometieron el fluir del
tiempo. La unidad de la verdad la halla Agustín en un lugar inaccesi-
ble de la propia interioridad, en el centro del alma. Allí, en el alma
única y unificada, transparente para sí misma, se encuentra, en cada
individuo, la imagen de Dios. María Zambrano resume así la concep-
ción agustiniana: “El espejo de la vida refleja en sus aguas quietas la
imagen misma del misterio más alto, el de la Trinidad”40. La Trinidad
es la evidencia, la revelación en la que concluye el proceso de la con-
fesión agustiniana, la imagen del hombre nuevo en la que va a dar el
hombre errante y confuso41.
San Agustín ofrece a María Zambrano el verdadero modelo de un
método filosófico que entrega como fruto una evidencia, punto en el
que convergen la unidad de la mente y la unidad de la vida. A la luz
de la confesión agustiniana resultan insuficientes las confesiones
truncadas de nuestro tiempo42. Con ella la filosofía, lejos de buscar la
pura objetividad, se hace entrañable, cordial, amorosa, y, así, sin
humillar a la vida, muestra el camino para que la vida entre en ra-
zón. Ahora bien, esa unidad a la que, por la confesión, llega el hom-
bre disperso es, en cierta forma, una unidad musical. San Agustín lo
asegura en su tratado sobre la música en cuya escuela aprendemos a
 
39
Ibid, p. 44.
40
Ibid, p. 66.
41
Ibid, p. 67.
42
Ibid., p.39.

 
MARÍA ZAMBRANO Y LOS NÚMEROS DEL ALMA 273

introducir orden, medida y ritmo en elementos dispersos43. Y María


Zambrano dirá que la música es la unidad donde subsiste la plurali-
dad44. La filosofía solo puede unificar e integrar a la vida enamorán-
dola, encantándola, es decir, seduciéndola con su canto45.

ÉTICA Y LITURGIA

No hay ética sin transparencia, sin ese saberse y conocerse a sí


mismo, a la luz de la verdad, que brota como fruto de la confesión. La
acción verdadera solo puede surgir de un yo originario, un yo unifi-
cado que se ofrece a la mirada de Dios y de los demás46. Es el yo que,
como Orfeo, ha conseguido rescatar de los infiernos a su alma única,
arrojando lejos de sí la dispersión, las máscaras que le ofrecían sus
almas posibles. El hombre que enmascara su alma o que adopta un
alma enmascarada es un personaje, mientras que aquel que la hace
trasparecer es una persona. Tal oposición entre personaje y persona
nos revela el núcleo de la concepción ética de María Zambrano. Ser
persona es la finalidad de toda tarea ética. Ahora bien ¿qué significa
ser persona? María Zambrano reconoce que persona es un concepto
cristiano que hace referencia a ese agustiniano hombre interior en el
que habita la verdad. La persona es una perspectiva infinita, un fondo
inagotable, interioridad atormentada e inquieta de donde brota el cla-
mor del hombre interior por realizarse aquí abajo47. De forma descrip-
tiva, pasamos a enumerar algunas de sus notas, dispersas por toda la
obra zambraniana:
La persona tiene una vocación, un padecer trascendente, funda-
mento de la acción verdadera48. La vocación, a modo de una salida
 
43
La Música VI, 8, 20 en Obras Completas XXXIX, BAC, Madrid, 1988.
44
“La Música-1955” en María Zambrano: la razón sumergida, Archipié-
lago 59, diciembre 2003
45
La confesión…, p.17.
46
La confesión…, p.53.
47
Vid. ZAMBRANO, M., La agonía de Europa, Trotta, Madrid, 2000, p.
77.
48
La confesión…, p. 53.

 
274 CARLOS EYMAR

por donde asomarse al mundo, cumple la necesidad del hombre de


identificarse y conquistar un nombre propio. Supone también la per-
vivencia de un destino, es decir, una imagen pura de sí mismo que
proviene de Dios como una sombra apenas visible, pauta y modelo
que se va realizando en nosotros49.
La persona es responsable en tanto que libre. Va sembrando su
vida de elecciones que, a veces, quedan incorporadas a su destino. Pe-
ro ese acto de elegir el propio ser se va haciendo desde una radical so-
ledad que se arriesga, se expone y aún reclama el juicio. Si bien, en la
persona, si es cristiana, se da también una inquebrantable confianza
en el último rescate de sus pasados yerros50.
La persona ama hasta llegar al sacrificio de sí misma. Aunque vi-
va en soledad, la persona está regida por el anhelo de abrirse y vaciar-
se en algo o en alguien, es decir, de amar. Desde el fondo último de
su radical soledad es consciente de la existencia de otros “alguien”,
semejantes a ella51. El amor encuentra su sede en el alma y opera co-
mo agente de unidad, desplazando su centro de gravedad hacia el al-
ma única o hacia la persona amada52.
La persona unifica el tiempo. El tiempo que es desgarramiento del
ser, heterogeneidad, diversidad que fluye, dispersión, es unificado por
la persona. Ésta no se disuelve en los acontecimientos o momentos
del presente, no pierde ni mata el tiempo, sino que lo toma, sustra-
yéndolo a la vida, para rememorar, pensar y proyectar53. La unifica-
ción del tiempo se expresa también en una flexibilidad de la persona
que, consciente del fluir del tiempo, es capaz de seguir sus ritmos.
Por eso nunca queda fijada en la añoranza de un pasado absolutizado
y quieto. Tampoco cede al impulso espontáneo de la destrucción, im-
plícito en todo utópico anhelar. La moral de la persona exige superar
esa tendencia a destruir pasado y presente y mantener ambos en la
respiración y ritmo del esperar54.
 
49
Delirio y destino, p. 31 o Persona y Democracia, Anthropos, Barcelo-
na, 1988, p. 118.
50
HD, p. 312 y Persona y Democracia, p. 124.
51
Vid. Persona y Democracia, p. 17.
52
HD, p. 272 y 276.
53
Persona y Democracia, p. 130 a 132.
54
Persona y Democracia, p. 161, y 64 a 67.

 
MARÍA ZAMBRANO Y LOS NÚMEROS DEL ALMA 275

La persona se revela por el rostro. “El rostro humano -dice María


Zambrano- es el lugar donde la naturaleza, el cosmos entero, sale de
su hermetismo”55. El rostro revela mientras que la máscara encubre.
Definir y configurar un rostro es una tarea moral que expresa la vic-
toria sobre la multiplicidad y la dispersión56.
Esta concepción ética de María Zambrano queda iluminada por
muchos de los héroes o heroínas que ella propone como paradigmas.
Pues, en definitiva, la moral de la persona es una moral heroica, en
cuanto que el héroe es aquel que logra la plena transparencia y la total
coincidencia consigo mismo57. En la acción heroica se sintetiza lo ín-
timo y lo universal, el amor y el deber. Antígona, al sacrificarse por
su hermano, revela el papel redentor de la fraternidad universal58.
Don Quijote, para merecer el amor de Dulcinea, se ve abocado a rea-
lizar el bien para todos, la justicia para todos59. La agónica ética de
Don Miguel de Unamuno participa de esa lucha quijotesca por ser
persona, por ser una unidad viva y realizar su unidad en la vida, aún
entre sus múltiples y contradictorios personajes60. Lo esencial para
ello son las obras, la obsesión por alcanzar la sustancia ética de Alon-
so Quijano el bueno, pues sabe que las obras buenas son garantía de
inmortalidad. Por eso exclama con Segismundo: “Que estoy soñando
y que quiero/obrar bien pues no se pierde/el hacer bien aún en sue-
ños”61. Y esta pasión por el bien que unifica la vida del héroe parte de
un sencillo postulado poético cual es el de saber “quién es esta mi
Dulcinea”62. Poesía que se desprende también de las acciones de Ni-
na, la heroína quijotesca de Misericordia de Galdós63. Ética, impreg-
 
55
La agonía de Europa, p. 87.
56
Aquí María Zambrano conecta con la concepción de Levinas que desa-
rrolla las implicaciones éticas del rostro en Totalidad e Infinito, Sígueme, Sa-
lamanca, 1987, p. 201 a 215.
57
Persona y Democracia, p. 80.
58
Vid “La tumba de Antígona”, en Senderos, Anthropos, Barcelona,
1986, p. 211.
59
Persona y Democracia, p. 80.
60
ZAMBRANO, M., Unamuno, p. 126.
61
Ibid, p. 119.
62
Ibid, p. 125.
63
ZAMBRANO, M, La España de Galdós, Endymion, Madrid, 1989, p. 93
y sgs.

 
276 CARLOS EYMAR

nada de poesía y locura quijotescas, que desemboca en la mística y


roza la santidad.
El santo es, junto al héroe, el otro modelo de sabiduría ética. San
Juan de la Cruz sería su más alto representante, pues solo a él le ha
sido dado el llevar el poder unificante de la poesía hasta sus más altas
cimas. “¿Qué religión es esta la del Carmen que permite la poesía que
la engendra?” se pregunta María Zambrano. En Juan de la Cruz el
alma, tras recorrer su camino de purificación, se hace puro cristal in-
vulnerable y transparente a la acción de Dios. Tras la unión amorosa
es solo Dios el que obra y lleva a la perfección todo lo que el alma
hace. Ésta “deja su cuidado” y con ello la moral queda consumida y
superada por el amor pues “todo lo que se hace por amor se hace más
allá del bien y del mal”64.
Poesía y piedad dejan su impronta en la tarea ética de convertirse
en persona. María Zambrano, en la más pura herencia socrática, quie-
re que la piedad, desechada por la filosofía de la conciencia, vuelva
desde sus sombras a integrarse en el ejercicio de la razón. Ella que
define la piedad como “un saber tratar adecuadamente con lo otro”65.
Lo otro, es decir, algo o alguien que no está en nuestro mismo plano
vital: Dios, animal, planta, ser humano enfermo o monstruoso…
hacia el que la piedad dirige su acción según orden o norma66. Tal or-
den se manifiesta en lenguaje sagrado, ritmo, rito, sacrificio que
orienta al hombre y lo saca de su angustia ante la inmensidad de un
cosmos enigmático67. El horror del tiempo se aplaca por la monotonía
al que corresponde la monodia del canto primitivo griego y de la li-
turgia68. Buena conocedora de la religión griega, María Zambrano re-
cuerda que la filosofía socrática era hija de las máximas inscritas en
el templo de Apolo, del mismo modo que la tragedia es oficio de pie-
dad, que repite conjuros, invocaciones y decires que se remontan a
tiempo inmemorial y que constituyen una especie de liturgia69. La ac-
 
64
ZAMBRANO, M, Algunos lugares de la poesía, Trotta, Madrid, 2007, p.
128.
65
HD, p. 202.
66
HD, p. 216.
67
HD, p. 209.
68
HD, p. 85.
69
HD, p. 340 y 221.

 
MARÍA ZAMBRANO Y LOS NÚMEROS DEL ALMA 277

ción sagrada, por lo tanto, entraña un saber que lleva a la virtud y que
tiene consecuencias filosóficas y éticas.
Desde su arraigado catolicismo, que guarda como un tesoro al que
no quiere renunciar, María Zambrano cultiva una honda sensibilidad
litúrgica70. Ella redobla la liturgia católica con un sentido mistérico
que podría vincularla a Odo Casel. Compara, por ejemplo, las cere-
monias y la actividad del templo délfico a una romería en una de tan-
tas ermitas, dedicadas a la Virgen, rodeada de un prado con árboles71.
El templo y las ceremonias litúrgicas irradian sabiduría, son portado-
res de un saber que se traduce en acción. Las fórmulas del lenguaje
sagrado, sus gestos, acciones y palabras, nos remiten a esas razones
del corazón que la razón no comprende72. Al entrar en el templo cató-
lico ya la luz blanca queda coloreada por las vidrieras en las que se
representan historias sacras, nos introducimos en un ritmo común y
descubrimos el significado profundo de palabras como comunión o
procesión. Procesión en la que desfila toda la vida humana con todas
sus ofrendas y frutos de la tierra: palmas, olivos, laureles y naranjas.
“La acción de todo templo -dice María Zambrano- es repartir el bien
que encierra en su interior”73. Ella que conoce bien la liturgia católi-
ca, que ha cantado con frecuencia la misa De Angelis, que ha leído el
ensayo de Von Balthassar sobre la liturgia cósmica de Máximo el
Confesor74, siembra sus escritos de metáforas y experiencias litúrgi-
cas. Citemos, por ejemplo, esa Vigilia Pascual en Saint Etienne en
Paris, a la que asiste acompañada por Bergamín75, o esa otra descrip-
ción de la Cofradía de San Juan Degollado en Roma76. Especial men-
ción merece su “Corpus en Florencia” donde prorrumpe en exclama-
ciones casi místicas ante la custodia en procesión que porta “la blan-
ca, pura, forma, la incorruptible forma del Amor. Amor: nacimiento
eterno”77.
 
70
Vid. Cartas de la Pièce, p. 360.
71
HD, p. 341.
72
HD, p. 221.
73
HD, p. 329.
74
Cartas de la Pièce, p. 371.
75
ZAMBRANO, M, Las palabras del regreso, Cátedra, Madrid, 2009, p.
231.
76
Ibid, p. 163-165.
77
Delirio y destino, p. 290.

 
278 CARLOS EYMAR

De la liturgia emana no solo sabiduría vital, sino también amor e


impulso ético para la acción. Cuando los fieles retornan del oficio, lo
hacen cargados de votos y resoluciones de conversión78. El templo,
lugar de la contemplación, irradia su bien y deja traslucir en sus ce-
remonias litúrgicas “la expresión más pura y feliz de los sentires en la
música que es matemática”79. Los que siguen su ritmo o su melodía
parecen “a punto de entrar en otro espacio donde el cuerpo no sea es-
te peso o esta vestidura que nos oprime”80. Son cuerpos a punto de
dejar transparentar un alma que se eleva por los peldaños del número.

 
78
HD, p. 342.
79
HD, p. 221.
80
Delirio y destino, p. 290.

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