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CARLOS EYMAR
(Madrid)
1
ZAMBRANO, M., Escritos sobre Ortega, Trotta, Madrid, 2011, p.207.
2
PLATÓN, Fedro 265 b, cit. Por ORTEGA, Meditaciones del Quijote, en
Obras Completas I, Revista de Occidente, Madrid, 1966, p. 314.
3
ORTEGA, Op. cit., p. 311 y sgs.
4
ORTEGA, Op. cit., p. 322.
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ritmos. Bajo el logos del número las cosas pierden sustancia y quedan
constituidas bajo la categoría de relación, en pura referencia de unas a
otras9. El universo así constituido por relaciones y números está en
movimiento incesante y armónico, pues armonía es el nombre que los
pitagóricos dan a la suprema expresión de la belleza. Matemática y
música, en cuanto artes hijas del logos del número, no del logos de la
palabra, constituyen la raíz de la sabiduría vital pitagórica que se ex-
presa en aforismos, en consejos y en frases musicales, fáciles de re-
cordar y que ayudan a vivir. Lo que ofrecen es sabiduría no ciencia ni
método. La vida se siente más a gusto en ese universo dinámico, so-
metida al ritmo de la respiración y del latido. Por ello no es extraño
que fueran los pitagóricos y su gran héroe Orfeo, los descubridores
del principio vital que es el alma cuya necesidad ya fue sentida por
los egipcios. La realidad del alma se plantea inicialmente como exi-
gencia de saber acerca del origen y el destino, como el soporte de un
apasionante viaje, una historia, desde el infierno terrestre hacia su
origen en los espacios celestes10.
El desdén de Aristóteles con respecto a los pitagóricos se corres-
ponde con la condenación que estos hacen de Aristóteles y que María
Zambrano imagina en un bello capítulo de su libro Delirio y desti-
no11. Se nos presenta allí a Aristóteles tras su muerte, recién llegado a
las altas esferas celestes, sin saber muy bien qué hacer con la lira y
los papeles de música rudimentarios que le son entregados. La clave
para su salvación se la ofrece la máxima de un pitagórico: “La Músi-
ca es la aritmética inconsciente de los números del alma”. Aristóteles
solo podría salir de su condena cuando llegase a encontrar los núme-
ros de su alma no de una forma teórica, sino haciéndolos sonar en las
cuerdas de la lira. Y al final Aristóteles lo consigue tras un largo pur-
gatorio en el que habrá de padecer la vida no vivida, apurar el amor,
la angustia, la locura, el delirio de su infierno. El camino viene mar-
cado por la escala musical: dia pas on: hay que pasar por todo, “hay
que pasar por los infiernos de la vida para llegar a escuchar los núme-
ros del alma”12.
9
Ibid, p. 89,
10
Ibid, p. 104 y sgs,
11
ZAMBRANO, M., Delirio y destino, Mondadori, Madrid, 1989, p. 285,
12
Ibid, p. 286,
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Constata María Zambrano que en esa pugna, habida entre los pi-
tagóricos y Aristóteles, fue este último el indiscutible vencedor,
haciendo prevalecer su concepción de la naturaleza que ignora la his-
toria y, sobre todo, imponiendo su Dios como Motor inmóvil. Los pi-
tagóricos se dieron cuenta de que ese Dios desapasionado, eternamen-
te activo, Dios del pensamiento, del entendimiento agente, del con-
cepto y del juicio, exigía el sacrificio de su alma y de sus inevitables
padecimientos a través de su doble viaje infernal y sideral13. A partir
de su negativa a efectuar tal sacrificio, los pitagóricos, conscientes de
su derrota, vinieron a situarse al margen de la historia oficial para se-
guir conservando la memoria de sus dioses, de su alma y de su sabi-
duría secreta.
La derrota del alma, por mucho que Aristóteles tratara de recupe-
rarla en su De Anima como mera forma de la substancia, vino a con-
firmarse con el surgimiento de la filosofía moderna. Pues ésta solo ha
centrado su atención en el pensamiento, en la conciencia. Descartes
concibe al hombre como “res cogitans”, mera cosa pensante, Locke,
Hume y Leibniz redactan sus correspondientes ensayos sobre el en-
tendimiento humano, y Kant habla de razón o persona ética14. En el
idealismo hegeliano, por su parte, el hombre ya se ha emancipado de
lo divino heredándolo en su forma de saber absoluto. Y tal entusias-
mo emancipador del hegelianismo no dejó de ser adoptado por sus
críticos marxistas o positivistas15. En definitiva, el alma pareció ser
expulsada del terreno de la filosofía, quedando confinada a su mera
condición de psique, objeto de la nueva ciencia de la Psicología16.
Pero, según María Zambrano, aquello que, en la derrota de los pi-
tagóricos, no llegó a ser razón, se pudo manifestar más tarde como
simiente de razón futura. El logos del número vuelve a reivindicar sus
derechos en la física de Galileo, en el cálculo infinitesimal de Leibniz
o incluso en la teoría de la relatividad de Einstein17. También lo hará
a través de voces, más o menos marginales, en las lindes del sistema:
13
HD, p. 121-122.
14
Vid. Hacia un saber sobre el alma, págs. 24 y sgs.
15
Vid HD, p. 15 – 19.
16
Hacia un saber sobre el alma, p. 25.
17
HD, p. 124.
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GEMIDO Y CONFESIÓN
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27
Ibid.
28
ZAMBRANO M., Notas de un método, Mondadori, Madrid, 1989, p.12.
29
Ibid.
30
HD, p. 94.
31
Término acuñado por Metz y desarrollado por REYES MATE, por ejem-
plo en Memoria de Occidente, Anthropos, Barcelona, 1997.
32
ZAMBRANO, M., El pensamiento vivo de Séneca, Cátedra, Madrid,
1987, p. 45.
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33
Sobre las relaciones entre ambas vid. JOAN NOGUÉS, “María Zambrano
y Simone Weil: un modo diferente de pensar la tradición filosófica” en Cla-
ves de la razón poética, Trotta, Madrid, 1998, p.91
34
Vid HD p. 405 y, en general, todo el capítulo “El libro de Job y el pája-
ro”.
35
Ibid, p. 396.
36
Vid el capítulo “La metáfora del corazón” en Claros del bosque, Cáte-
dra, Madrid, 2011.
37
HD, p. 391.
38
ZAMBRANO, M., La confesión como género literario, Siruela, Madrid,
1995, p. 26
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ÉTICA Y LITURGIA
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ción sagrada, por lo tanto, entraña un saber que lleva a la virtud y que
tiene consecuencias filosóficas y éticas.
Desde su arraigado catolicismo, que guarda como un tesoro al que
no quiere renunciar, María Zambrano cultiva una honda sensibilidad
litúrgica70. Ella redobla la liturgia católica con un sentido mistérico
que podría vincularla a Odo Casel. Compara, por ejemplo, las cere-
monias y la actividad del templo délfico a una romería en una de tan-
tas ermitas, dedicadas a la Virgen, rodeada de un prado con árboles71.
El templo y las ceremonias litúrgicas irradian sabiduría, son portado-
res de un saber que se traduce en acción. Las fórmulas del lenguaje
sagrado, sus gestos, acciones y palabras, nos remiten a esas razones
del corazón que la razón no comprende72. Al entrar en el templo cató-
lico ya la luz blanca queda coloreada por las vidrieras en las que se
representan historias sacras, nos introducimos en un ritmo común y
descubrimos el significado profundo de palabras como comunión o
procesión. Procesión en la que desfila toda la vida humana con todas
sus ofrendas y frutos de la tierra: palmas, olivos, laureles y naranjas.
“La acción de todo templo -dice María Zambrano- es repartir el bien
que encierra en su interior”73. Ella que conoce bien la liturgia católi-
ca, que ha cantado con frecuencia la misa De Angelis, que ha leído el
ensayo de Von Balthassar sobre la liturgia cósmica de Máximo el
Confesor74, siembra sus escritos de metáforas y experiencias litúrgi-
cas. Citemos, por ejemplo, esa Vigilia Pascual en Saint Etienne en
Paris, a la que asiste acompañada por Bergamín75, o esa otra descrip-
ción de la Cofradía de San Juan Degollado en Roma76. Especial men-
ción merece su “Corpus en Florencia” donde prorrumpe en exclama-
ciones casi místicas ante la custodia en procesión que porta “la blan-
ca, pura, forma, la incorruptible forma del Amor. Amor: nacimiento
eterno”77.
70
Vid. Cartas de la Pièce, p. 360.
71
HD, p. 341.
72
HD, p. 221.
73
HD, p. 329.
74
Cartas de la Pièce, p. 371.
75
ZAMBRANO, M, Las palabras del regreso, Cátedra, Madrid, 2009, p.
231.
76
Ibid, p. 163-165.
77
Delirio y destino, p. 290.
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78
HD, p. 342.
79
HD, p. 221.
80
Delirio y destino, p. 290.