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Howard Robinson
Central European University
Versión española de Dualism, de la Stanford Encyclopedia of Philosophy.
Traducción: Agustina Lombardi
Este artículo se ocupa del dualismo en la filosofía de la mente. El término ‘dualismo’ posee
una variedad de usos en la historia del pensamiento. En general, la idea es que en un
dominio dado existen dos tipos o categorías de cosas o principios fundamentales. En
teología, por ejemplo, un ‘dualista’ es alguien que cree que el Bien y el Mal – o Dios y el
Diablo – son fuerzas independientes y más o menos equivalentes en el mundo. El dualismo
se opone al monismo, la teoría de que hay un solo tipo fundamental, categoría de cosas o
principio; y, aunque con menos frecuencia, al pluralismo, que es la postura que sostiene que
existen muchos tipos o categorías (de cosas y principios). En la filosofía de la mente, el
dualismo es la teoría de que lo mental y lo físico – o la mente y el cuerpo o la mente y el
cerebro – son, en cierto sentido, tipos de cosas radicalmente diferentes. Dado que el sentido
común nos dice que existen cuerpos físicos, y dado que hay una presión intelectual para
producir una mirada unificadora del mundo, uno podría decir que el monismo materialista es
la ‘opción por default’. La discusión sobre el dualismo, por lo tanto, suele partir del supuesto
de la realidad del mundo físico, para luego considerar los argumentos de por qué la mente
no puede ser tratada simplemente como parte de ese mundo.
Contenido
1. La pregunta ontológica: ¿qué son los estados mentales y qué son los estados
físicos? ¿Es una clase una subclase de la otra, de modo que todos los estados
mentales son físicos, o viceversa? ¿O son los estados mentales y los estados físicos
completamente distintos?
2. La pregunta causal: ¿influencian los estados físicos a los estados mentales?
¿Influencian los estados mentales a los estados físicos? Si es así, ¿de qué manera?
Diferentes aspectos del problema mente-cuerpo surgen a partir de diferentes
aspectos de lo mental, como la consciencia, la intencionalidad, el yo.
3. El problema de la consciencia: ¿qué es la consciencia? ¿Cómo se relaciona con el
cerebro y el cuerpo?
4. El problema de la intencionalidad: ¿qué es la intencionalidad? ¿Cómo se relaciona
con el cerebro y el cuerpo?
5. El problema del yo: ¿qué es el yo? ¿Cómo se relaciona con el cerebro y el cuerpo?
Otros aspectos del problema mente-cuerpo surgen a partir de aspectos de lo físico.
Por ejemplo:
6. El problema de la corporalidad: ¿qué significa para la mente estar alojada en un
cuerpo? ¿Qué significa para un cuerpo pertenecer a un sujeto particular?
3.1 El interaccionismo ↑
El interaccionismo es la postura que sostiene que la mente y el cuerpo – o los eventos
mentales y los eventos físicos – se influencian causalmente los unos a los otros. Que esto
sea así constituye una de nuestras creencias basadas en el sentido común, dado que parece
ser una característica de la experiencia cotidiana. El mundo físico influencia mi experiencia
a través de mis sentidos, y a menudo reacciono conductualmente a dichas experiencias. Mi
pensamiento, también, influencia mi habla y mis acciones. Existe, por lo tanto, un gran
prejuicio natural a favor del interaccionismo. Se ha afirmado, sin embargo, que el mismo se
enfrenta a graves problemas (algunos de los cuales fueron anticipados en la sección 1).
La objeción más simple al interaccionismo es que, en la medida en que las propiedades
mentales, los estados o sustancias son de especies radicalmente diferentes unos de los
otros, carecen del carácter común necesario para la interacción. Comúnmente se acepta
que, en su forma más ingenua, esta objeción al interaccionismo se basa en una imagen de
‘bola de billar’ de la causalidad: si toda causalidad es por impacto, ¿cómo pueden impactar
lo material y lo inmaterial uno sobre el otro? Pero si la causalidad se da ya sea por una
fuerza más etérea o por energía, o sólo por una cuestión de conjunción constante, en
principio parecería que no habría ningún problema con la idea de interacción entre la mente
y el cuerpo.
Pero aunque no hubiera ninguna objeción de principio, parece que hay un conflicto entre el
interaccionismo y algunos principios básicos de la ciencia física. Por ejemplo, si el poder
causal entrara y saliera del sistema físico, la energía no se conservaría, y la conservación
de la energía es una ley científica fundamental. Se han dado varias respuestas a esto. Una
propuesta es que sería posible para la mente influenciar la distribución de la energía, sin
alterar su cantidad. (Ver Averill y Keating 1981). Otra respuesta es desafiar la relevancia del
principio de conservación en este contexto. El principio de conservación afirma que ‘en un
sistema causalmente aislado la cantidad total de energía permanecerá constante’. Mientras
que ‘el interaccionista niega… que el cuerpo humano sea un sistema aislado’, por lo que el
principio es irrelevante (Larmer (1986), 282: este artículo presenta un buen resumen breve
de las opciones).
Robert Collins (2011) ha afirmado que la apelación a la conservación por parte de los
opositores del interaccionismo es una especie de cortina de humo, ya que los principios de
conservación no son ubicuos en la física. Argumenta que la energía no se conserva en la
relatividad general, en la teoría cuántica, ni en el universo tomado como un todo. Entonces,
¿por qué deberíamos insistir en que se conserve en la interacción mente-cuerpo?
La mayor parte de la discusión acerca del interaccionismo ocurre en el contexto de la
suposición de que éste es incompatible con que el mundo esté ‘cerrado bajo [las leyes de]
la física’. Esta es una suposición muy natural, pero no se justifica si una sobredeterminación
causal del comportamiento es posible. Podría haber entonces una causa física completa del
comportamiento, y una mental. La objeción intuitiva más sólida en contra de la
sobredeterminación es enunciada claramente por Mills (1996: 112), quien es un defensor de
la sobredeterminación.
Para que X sea una causa de Y, X debe contribuir en algo a Y. La única forma en la que un
evento puramente mental podría contribuir a uno puramente físico, sería aportando algún
elemento todavía no determinado por un evento puramente físico. Pero si la clausura física
es cierta, no hay ningún elemento del efecto puramente físico que no provenga de una causa
puramente física. Por lo tanto el interaccionismo viola la clausura física después de todo.
Mills sostiene que este argumento es inválido, ya que un evento físico puede tener
elementos no explicados por el evento que es su causa suficiente. Por ejemplo, “el hecho
de la roca golpeando la ventana es causalmente suficiente para que la ventana se rompa, y
la rotura de la ventana tiene la característica de ser la tercera ventana rota en la casa este
año; pero los hechos de las anteriores ventanas rompiéndose, en lugar de la roca golpeando
la ventana, son lo que causa que esta ventana rota posea esta característica”.
El oponente de la sobredeterminación podría quizá responder que su principio se aplica, no
a toda característica de los eventos, sino a un subgrupo –digamos, características
intrínsecas, no meramente relacionales o comparativas. Sería este tipo de característica la
que debería causar el evento mental, pero la clausura física no deja lugar para esto. Estos
temas aún aun poseen una carácter controversial.
El problema de la clausura de la física pueden alterarse radicalmente si las leyes de la física
son indeterministas, como parece afirmar la teoría cuántica. Si las leyes de la física son
deterministas, luego, cualquier interferencia externa daría lugar a una violación de esas
leyes. Pero si son indeterministas, ¿no produciría la interferencia un resultado con una
probabilidad mayor a cero, y por lo tanto consistente con las leyes? De esta forma, uno
podría tener una interacción y a la vez preservar una cierta clausura nomológica, en el
sentido de que no se infringe ninguna ley. Dado que implica evaluar el significado y las
consecuencias de la teoría cuántica, esto resulta un tema difícil de evaluar para los no
físicos. Algunos argumentan que la indeterminación se manifiesta sólo en el nivel
subatómico, y que se cancela en el momento en el que uno alcanza aunque sea pequeños
objetos macroscópicos, y la conducta humana es un fenómeno macroscópico. Otros
argumentan que la estructura del cerebro está tan finamente sintonizada que diminutas
variaciones podrían tener efectos macroscópicos, en el sentido de que, de acuerdo con la
‘teoría del caos’, el aleteo de las alas de una mariposa en China podría afectar el clima en
Nueva York. (Para una discusión acerca de este tema, ver Eccles ,1980, 1987, y Popper y
Eccles, 1977). Sin embargo, otros argumentan que la indeterminación cuántica se manifiesta
directamente en un nivel superior, cuando actos de observación colapsan la función de onda,
sugiriendo que la mente podría jugar un rol directo afectando el estado del mundo (Hodgson
1988, Stapp 1993).
3.2 El epifenomenismo ↑
Si no se desea negar la realidad del dualismo de propiedades, pero sí se desea evitar el
problema de cómo lo inmaterial afecta lo material, entonces el epifenomenismo parece ser
la respuesta. De acuerdo con esta teoría, los eventos mentales son causados por eventos
físicos, pero no tienen influencia causal sobre lo físico. He presentado esta teoría como si
su propósito fuera evitar el problema de cómo dos categorías de cosas diferentes pueden
interactuar. De hecho esto es, en el mejor de los casos, una solución incompleta a este
problema. Si resulta misterioso cómo lo no-físico posee en su naturaleza la capacidad de
influenciar lo físico, debe resultar igualmente misterioso cómo lo físico posee en su
naturaleza la capacidad de producir algo no-físico. Pero una afirmación esencial del
epifenomenismo es que esto último es lo que ocurre. (Para el desarrollo de este punto, ver
Green 2003, 149-51). En efecto, el epifenomenismo es más efectivo como forma de salvar
la autonomía de lo físico (el mundo en cuanto ‘cerrado bajo la física’) que como una
contribución para evitar la necesidad de que lo físico y lo no-físico tengan un intercambio
causal.
Existen por lo menos tres problemas serios con el epifenomenismo. Primero, como indiqué
en la sección 1, el epifenomenismo es profundamente anti-intuitivo. ¿Qué podría ser más
evidente que el dolor que siento es lo que me hace llorar, o que la experiencia visual de la
roca rodando hacia mí es lo que me hace correr lejos? Por lo menos uno podría decir que el
epifenomenismo es un plan alternativo: tiende a ser adoptado porque las otras opciones se
consideran inaceptables.
El segundo problema es que, si los estados mentales no hacen nada, no hay ninguna razón
por la cual hayan evolucionado. Esta objeción está ligada a la primera: la intuición es que
los estados conscientes claramente modifican nuestro comportamiento de determinadas
formas, por ejemplo, para evitar el peligro, y es evidente que son muy útiles desde una
perspectiva evolucionista.
Frank Jackson (1982) responde a esta objeción diciendo que es el estado del cerebro
asociado con el dolor el que evoluciona por esta razón: la sensación es un sub-producto. La
evolución está llena de sub-productos inútiles o incluso nocivos. Por ejemplo, los osos
polares han desarrollado un pelaje grueso para mantenerse calientes, aunque esto tenga el
efecto secundario perjudicial de que es pesado de llevar. El punto de Jackson en general es
verdadero, pero no parece aplicarse muy felizmente al caso de la mente. La pesadez del
pelaje de los osos polares es consecuencia directa de las propiedades y leyes que lo hacen
caliente: uno no podría, simplemente, tener lo uno sin lo otro. Pero con los estados mentales,
concebidos dualísticamente, la situación es todo lo contrario. Las leyes de naturaleza física,
las cuales, segun los mecanicistas, hacen que los estados cerebrales causen el
comportamiento, de ninguna forma explican por qué los estados cerebrales deberían dar
lugar a los estados conscientes. Las leyes que vinculan la mente y el cerebro son lo que
Feigl (1958) llama colgantes nomológicos, es decir, hechos brutos agregados a leyes físicas
integradas. Por qué debería haber habido sub-productos de ese tipo, parece no tener
explicación evolutiva alguna.
El tercer problema concierne a la racionalidad de creer en el epifenomenismo, dado su
efecto en el problema de las otras mentes. Es natural decir que yo sé que tengo estados
mentales porque los experimento directamente. ¿Pero cómo puedo justificar mi creencia de
que otros los tienen? La versión simple del ‘argumento por analogía’ dice que puedo
extrapolar a partir de mi propio caso. Sé que algunos de mis estados mentales están
correlacionados con ciertos comportamientos, y por lo tanto infiero que un comportamiento
similar en otros también está acompañado por estados mentales similares. Muchos
sostienen que este argumento es débil ya que es una inducción desde un solo caso, a saber,
el mío propio. El argumento es más fuerte si no es una simple inducción sino más bien un
‘argumento a la mejor explicación’. A partir de mi propio caso, parece que sé que los eventos
mentales pueden ser la explicación del comportamiento, y no conozco ninguna otra
explicación posible para el típico comportamiento humano, por lo que postulo la misma
explicación para el comportamiento de los otros. Pero si el epifenomenismo es verdadero,
mis estados mentales no explican mi comportamiento y hay una explicación física para el
comportamiento de los otros. Es explicativamente redundante postular dichos estados en
otros. Sé, por introspección, que los tengo, ¿pero no es tan probable que yo solo sea sujeto
de esta peculiaridad de la naturaleza como que todos lo sean?
Para un tratamiento más detallado de este tema y para lecturas adicionales sobre el mismo,
ver la entrada “Epiphenomenalism” [en la SEP].
3.3 El paralelismo ↑
El epifenomenista desea preservar la integridad de la ciencia física y del mundo físico, y
anexa aquellas características mentales que no puede reducir. El paralelista preserva ambas
realidades intactas, pero niega toda interacción causal entre ellas. Se desarrollan en
armonía una con la otra, pero no porque su influencia mutua las mantenga alineadas. Que
se comporten como si estuvieran interactuando debería parecer una coincidencia extraña.
Por eso es que el paralelismo generalmente ha sido adoptado sólo por aquellos –como
Leibniz– que creen en una armonía pre-establecida, establecida por Dios. El camino a este
pensamiento ha sido el siguiente. Descartes creía en una forma de interacción más o menos
natural entre la mente inmaterial y el cuerpo material. Malebranche pensaba que esto era
naturalmente imposible, y por lo tanto necesitaba que Dios interviniera específicamente en
cada ocasión en la que se requería una interacción. Leibniz sostuvo que Dios también debía
haber diseñado las cosas para que siempre se comportaran como si estuvieran
interactuando, sin la necesidad de una intervención particular. Fuera de este marco teísta,
la teoría no es creíble. Inclusive dentro de dicho marco, uno podría simpatizar con el instinto
de Berkeley de que, una vez que se descarta la interacción genuina, uno está mejor
preparado para aceptar que Dios crea el mundo físico directamente, dentro de la propia
esfera de la mente, como una construcción surgida de la experiencia.
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7 Cómo Citar ↑
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Claudia E. Vanney, Ignacio Silva y Juan F. Franck. URL=http://dia.austral.edu.ar/Dualismo
8 Derechos de autor ↑
Voz "Dualismo", traducción autorizada de la entrada "Dualism" de la Stanford Encyclopedia
of Philosophy (SEP) © 2015. La traducción corresponde a la entrada de los archivos de la
SEP, la que puede diferir de la versión actual por haber sido actualizada desde el momento
de la traducción. La versión actual está disponible
en http://plato.stanford.edu/entries/dualism/
El DIA agradece a SEP la autorización para efectuar y publicar la presente traducción.
Traducción a cargo de Agustina Lombardi. DERECHOS RESERVADOS Diccionario
Interdisciplinar Austral © Instituto de Filosofía - Universidad Austral - Claudia E.Vanney -
2015.
ISSN: 2524-941X
9 Herramientas académicas ↑
- Online Papers on Materialism and Dualism Lista mantenida por David Chalmers
- Mind and body, René Descartes to William James por Robert H. Wozniak, Bryn Mawr
10 Agradecimientos ↑
La traductora agradece especialmente a la profesora Diana Inés Pérez por sus
contribuciones durante el proceso de traducción.