El pensamiento posmoderno, por un lado, se niega a la fundamentación última de
las cosas y saberes definitivos; por otro, ofrece un nuevo clima y disponibilidad para la actitud religiosa. José María Mardones, dice que la posmodernidad es «respetuosa con el absoluto de la trascendencia iconoclasta con la idolatría de las fórmulas y ritos, así como con la identificación de lo divino con las instituciones concretas. Inclinada hacia el momento místico y apofático, atisba en la mirada inaugural a las cosas el manantial del ser desde el que la presencia misteriosa comunica gratuitamente el sentido. Religiosidad de la experiencia, cree porque ha degustado de alguna manera la gran presencia ausente». Sin duda, este clima posmoderno, cuya religiosidad se sostiene en la experiencia de la presencia ausente, favorece en gran medida el florecimiento de las religiosidades populares. La posmodernidad ofrece un campo favorable al ejercicio de las religiones cósmicas o también llamadas del pueblo.
Jean-Francois Lyotard, sentenciaba en 1986, en La posmodernidad (explicada a
los niños), acerca de la religión: «Muchos piensan que este es el momento de la religión, el momento de reconstruir una narración creíble en la cual se contará la herida de este fin de siglo y en la que esta herida llegará a cicatrizar». El filósofo de la posmodernidad, no está de acuerdo con esa idea, pero, al mismo tiempo, no toma en cuenta el hecho de que la religión, a pesar de ser una invención humana, está indisociablemente unida a la cultura. Los relatos sean estos meta o pequeños, son también productos culturales; pero, además, toda narrativa en el fondo requiere de la legitimación de un sistema valoral o simbólico. Las religiones poseen y son transmisoras de estos sistemas. Para algunos pensadores de la religión, hasta la idea de Dios llegó tarde a las religiones. Por tanto, las religiones no necesitan construir un Gran relato creíble, porque a partir de su función mediadora con la presencia ausente (divino), a través de los ritos y símbolos, evocan situaciones límite del ser humano. De ahí que las religiones, no pueden ni deben mitologizar la realidad, sino poner al servicio de la comunidad el talante profético de su discurso, frente a las narrativas ideológicas, que, normalmente, tienden a mixtificar la realidad para poder ejercer el poder y control de las comunidades humanas.
Esta nueva disponibilidad religiosa posmoderna, se caracteriza por poner de
relieve la insuficiencia de los postulados racionales frente a los problemas últimos y que el saber sobre el absoluto o el Misterio es débil; así como ese absoluto solo puede ser conocido parcialmente por medio de la experiencia; la inconmensurabilidad del sentido solo es posible desde la gratuidad. Pues, la religiones no son ajenas a esta sensibilidad, más bien encuentran un espacio propicio para desarrollar espiritualidades en busca de sentido del misterio de la Realidad. Como decía Ernst Cassirer: «La naturaleza era los desconocido, en el sentido de algo opuesto a lo conocido, lo infinito, en el sentido de lo que se distingue de los finito. Fue este sentimiento lo que, desde los primeros tiempos, promovió el impulso hacia el pensamiento religioso y el lenguaje. La inmediata percepción del Infinito ha formado, desde el principio mismo, el ingrediente y el necesario complemento de todo conocimiento finito». Por esa razón, el ser humano cree no solo a partir de su finitud sino desde y a pesar de su ser finito.
La religiones y la posmodernidad, no solo hacen buenas migas de cara a la
dimensión religiosa en la condición humana, sino que pueden ofrecer al hombre mejores posibilidades de encontrar sentido, de cara a la inmensidad del Misterio o como, decía, Karl Rahner, Absoluto Misterio.