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Cap. 3. La formación y el entrenamiento.

(Fernández-Álvarez)

Desde 1960, el entrenamiento en habilidades de ayuda ha sido la forma dominante de formación


para los psicoterapeutas. Les provee un marco de trabajo para entender el proceso terapéutico y les
brinda mayor confianza para afirmarse durante un tratamiento. Es conveniente enmarcar el
entrenamiento como un proceso a través del cual los terapeutas afinan sus habilidades de
comunicación.
Es importante en los estadios iniciales del entrenamiento enfocarse primeramente en sí
mismos y su desarrollo personal como agentes de ayuda en lugar de centrarse en las cuestiones
de los pacientes.

Consideraremos tres áreas centrales para un entrenamiento eficiente en psicoterapia:

1. Aprender la teoría de la psicoterapia.

Ningún estudiante puede especializarse en todos los tratamientos. Sin embargo, una sólida
formación teórica es indispensable y debe abarcar los tres componentes de cualquier modelo:

Una teoría de la mente: que dé cuenta del funcionamiento de la actividad psíquica. Por ejemplo, para
el psicoanálisis la actividad psíquica reside en la relación dinámica entre procesos primarios y
secundarios, y la interconexión entre la conciencia y el inconsciente; para el cognitivismo, es la
actividad de conocer tanto a través del intelecto como de las sensaciones y emociones.
Un modelo psicopatológico: que explique las razones por las que las personas padecen un trastorno,
dando cuenta del curso de la perturbación y del pronóstico que puede esperarse para cada situación
clínica.
Un programa de cambios: Permite identificar las condiciones que facilitan los cambios, así como las
fuerzas de resistencia que se contraponen a ello, orienta acerca de los cambios que habrá que operar
para volver más funcional una situación de padecimiento.

La teoría de la psicoterapia es, entonces, un conjunto de enunciados que están contenidos en


el esquema mental con que trabaja el terapeuta para identificar cómo se conforma la demanda,
cómo se configuran las situaciones clínicas en los contextos involucrados en dicha demanda y
cómo se articulan con la oferta asistencial disponible. Se observa a través de preguntas que sirven
de guía en el accionar del terapeuta (¿Qué viene a buscar la persona? ¿Cómo habrá llegado a esa
situación? ¿Qué circunstancias del entorno pueden ayudar a hacernos entender lo que le ocurre? ¿De
qué procedimientos dispongo para ofrecerle ayuda?).
Algunas terapias son mejores que otras para determinadas situaciones clínicas y por ello vale
la pena seguir investigando para encontrar programas de tratamiento aún más eficientes en el
futuro. En este sentido, pensamos que mejorar la formación y el entrenamiento de los terapeutas está
fuertemente asociado con la integración. Cuando hablamos de ésta, no nos referimos a disolver las
diferencias sino a una actitud para crear un campo en el cual haya ciertos patrones básicos, comunes,
que sirvan para definir los alcances de la práctica, la cientificidad de los procedimientos y los criterios
de evaluación que usamos.
Por otra parte, en la línea de las fuertes innovaciones para las que deberían prepararse los terapeutas
se inscriben los cambios revolucionarios en el campo de la psicopatología. La psicopatología
tradicional que hemos venido aplicando emplea, entre otras herramientas, un sistema de diagnóstico
basado en la identificación de signos y síntomas que permiten, mediante un chequeo de puntuaciones
positivas y negativas, determinar si una persona presenta señas de padecer algún tipo de trastorno
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mental. En ese caso, se la incluye dentro de una categoría diagnóstica definida. Este tipo de diagnóstico
habilita la elección de una intervención terapéutica específica, y ha sido compatible con la del modelo
médico clásico. Para los psicoterapeutas, esos sistemas de diagnóstico suelen ser inconsistentes. Esto
ha llevado a la necesidad de repensar los sistemas de clasificación en el marco de una profunda
renovación de la psicopatología, asociada a los efectos que está produciendo la investigación en el
terreno de las neurociencias y la psicología básica.

2. Entrenamiento en la práctica clínica

A medida que fue progresando, la práctica de la psicoterapia dio lugar a una gran diversificación de
los procedimientos utilizados y fomentó la preparación de programas de tratamiento específicos.
Los terapeutas estamos abocados a la tarea de mejorar nuestro instrumento. Queremos saber qué
procedimientos funcionan efectivamente, para qué tipo de pacientes, bajo qué condiciones de
aplicación, operados por qué terapeutas.
Dos líneas de desarrollo resultaron en la búsqueda de la eficiencia terapéutica:
a) atender a las necesidades de diferentes contextos y aplicaciones;
b) identificar principios generales que fundamentan determinados resultados de un tratamiento, más
allá de las condiciones específicas en que se lo aplique.
La psicoterapia es una actividad práctica, del hacer, de allí la importancia para el entrenamiento de
tener una buena experiencia clínica.
Es fundamental tener la oportunidad de ver muchos pacientes, dado que la investigación
indica que los psicoterapeutas atribuyen la mayor parte de su aprendizaje a los pacientes
mismos. Con la práctica se aprende además a nivel experiencial, cómo trabajar en forma congruente
con el propio estilo personal y qué dificultades pueden deberse a las características particulares que se
ponen en juego al interactuar con el paciente.
El terapeuta en formación aprenderá hacer la indicación de psicoterapia, a involucrar al
paciente en el proceso de tratamiento, a definir el contexto significativo en el que se desenvolverá
el tratamiento y a utilizar las técnicas más adecuadas para cada caso. Para llevar a cabo estos
procedimientos, el aprendizaje se ampliará con el entrenamiento en:

Destrezas en la comunicación
La herramienta de todos los psicoterapeutas es la comunicación simbólica traducida
fundamentalmente en palabras aunque también es fundamental el contacto no verbal. Esta última
abarca la expresión facial, la postura y la gesticulación, la posición que ocupa en el espacio, volumen
y tono de voz, fluidez de expresión, forma de saludo. La comunicación también implica actividades o
ejercicios.
Un hecho básico para el éxito de cualquier terapia es la habilidad del terapeuta para transmitir su
comprensión de los problemas y sentimientos del paciente y el compromiso en favor de su bienestar.
El terapeuta debe poseer las competencias lingüísticas necesarias para desentramar las frases de los
pacientes y escuchar todos los significados posibles de su relato. Se han identificado una serie de
competencias verbales que constituyen ingredientes activos en las sesiones exitosas de psicoterapia.
Tras la práctica de estudiarlas, ejercitarlas mentalmente y en entrevistas simuladas, los terapeutas en
formación pueden adquirir un dominio tal que llegan a volverlas automáticas. Algunas competencias
conversacionales son el ensayo, la clarificación, la reflexión, ofrecer información, la confrontación, la
interpretación, las preguntas.
El propósito es la cocreación, entre el terapeuta y el paciente, a través de la conversación
terapéutica, de narrativas alternativas a la que trae el paciente.

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Entendemos la psicoterapia como un proceso de desarrollo narrativo, como un relato
compartido que será más eficiente cuanto más amplio y más rico.
La capacidad empática del terapeuta puede contribuir a ayudar a este propósito haciendo que el
paciente sienta contención, ayudándolo a entregarse y a pensar que está en un ámbito seguro. Hay otras
cualidades intrínsecas y relacionales que un terapeuta en formación tiene y que vuelca intuitivamente
en la tarea con su paciente, como la capacidad para generar motivación, que se desprende de la energía
con que el terapeuta incide sobre el paciente para elevar su expectativa de curación.
Las competencias naturales constituyen habilidades de las que dispone un terapeuta para su trabajo
sin que medie ningún entrenamiento particular. Aunque no son el resultado del aprendizaje, un sistema
de entrenamiento eficiente puede ayudar a incrementar el registro consciente de dichas habilidades y
asesorar sobre las mejores condiciones en que pueden operarse.

Procedimientos de intervención
Hay disponibles diversas técnicas que sirven para promover los procesos de cambio:
procedimientos verbales, dramáticos, comportamentales, gráficos, expresivos, lúdicos, corporales,
meditativas, de la imaginación, etc. De modo que ningún programa de entrenamiento lo podrá
cubrir en su totalidad y tampoco se espera de un terapeuta que esté calificado para la
implementación de todas las técnicas disponibles. Lo que sí resulta muy útil es que la formación
provea el conocimiento general sobre las diferentes modalidades y capacite al terapeuta en el manejo
de algunas técnicas en particular.
La formación contempla acceder al conocimiento de un repertorio básico de procedimientos que
incluya: técnicas orientadas al insight; experienciales y vivenciales; orientadas al cambio de conducta;
dirigidas al cambio interaccional.
La elección del diseño terapéutico será más eficiente cuanto mayor sea la cantidad de alternativas
instrumentales con que el terapeuta pueda contar. La manera en que se expresa la necesidad de ayuda
en cada paciente es absolutamente singular. Esto requiere, por lo tanto, diseños personalizados.

Sistemas de evaluación
Los terapeutas recurren a la evaluación para cubrir diversas necesidades. Los fines para los que
se la utiliza se agrupan en tres grandes categorías:
❖ Vinculadas al diseño terapéutico. Son evaluaciones que sirven para la toma de decisiones.
Se desdoblan en tres tipos:
1. Evaluación en el nivel inicial. Incluye administración de entrevistas y pruebas psicológicas
para determinar el diagnóstico del paciente; y el registro de ciertas dimensiones relevantes para los
principios de la psicoterapia como por ejemplo el nivel de resistencia, la red social de apoyo, la
vivencia subjetiva del malestar.
2. Durante la terapia. Pueden emplearse pruebas que sirvan para chequear los progresos del
paciente.
3. Final del tratamiento. Se realizan pruebas que permiten constatar la situación del paciente
y comparar a su vez con el momento inicial.
❖ Diseñadas para conocer los cambios que produce la psicoterapia. Se dividen en
evaluaciones de proceso y evaluaciones de resultados.
❖ Dirigidas a estimar la eficiencia de la terapia y los beneficios potenciales que produce. Se
las agrupa en dos tipos: de eficacia y de efectividad.

3.Trabajar sobre sí mismo

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El terapeuta deberá aprender sobre sí mismo y encontrar caminos apropiados para la autorreflexión,
no sólo para potenciar su trabajo sino para asegurar su cuidado personal. Se trata de un trabajo
emocionalmente tóxico, en que el profesional está expuesto a situaciones de sufrimiento, ira, crueldad,
etc. El terapeuta debe estar bien preparado. Para ello cuenta con tres pilares:

Cultivo de competencias y cualidades en la vida cotidiana


¿Qué cosas de la experiencia cotidiana son útiles para estar mejor preparado?
❖ Tolerancia frente a la diversidad. Supone que el terapeuta sea una persona libre de prejuicios
y logre la mayor plasticidad posible en relación con las creencias y sistema de valores. Significa
entender las diferencias entre cada persona y sus propias experiencias y estar lo más abierto posible a
aceptarlas.
❖ Máximo desarrollo del repertorio comunicacional. Comunicarse eficazmente con los
pacientes mediante el empleo de un lenguaje apropiado y de comportamientos no verbales. Cuanto
más amplio y rico el repertorio comunicacional, más eficiente. En este sentido, será útil todo lo que
contribuya a aumentar la fluidez comunicacional. Para ello, el profesional apela a un menú de
herramientas variadas como por ejemplo relatar situaciones, aumentar el vocabulario, lecturas
estimulantes.
❖ Capacidad para hacer un balance del momento en que se encuentra su labor. La situación
vital designa aspectos circunstanciales que afectan la participación del terapeuta. Son condiciones
particulares que impactan su vida y que, en muchos casos, son perturbadoras del desempeño
profesional. situaciones de duelo, cambios socioeconómicos, modificaciones de su sistema familiar,
enfermedades físicas, etc. Tales circunstancias suelen requerir una atención particular, para evitar una
actuación negativa sobre el paciente.

Terapia personal
La importancia se asocia a la necesidad de procesar los conflictos personales propensos a
ser una fuente de dificultad al afrontar el trabajo y a la necesidad de incrementar el nivel de
autoconciencia del terapeuta.
Deben distinguirse dos funciones de la terapia personal:
1) mejorar la condición clínica (se liga a las necesidades particulares de cada terapeuta y está
dirigida a su equilibrio emocional).
2) el aprendizaje del dispositivo (se relaciona con el entrenamiento y consiste en una transmisión
indirecta de conocimiento).

Los objetivos de la terapia personal son:


❖ Mejora el funcionamiento emocional y mental del terapeuta.
❖ Provee una mejor comprensión de la dinámica personal e interpretación de sí mismo.
❖ Alivia el estrés y la carga inherente a la profesión.
❖ Sirve como una experiencia profundamente socializadora.
❖ Pone al terapeuta en el lugar del paciente.
❖ Ofrece una oportunidad intensiva para la observación de métodos clínicos.
El cuidado de sí mismo se expande conformando parte de equipos de supervisión que permitan
ponderar y regular las condiciones contratransferenciales en juego.

Supervisión
Se trata de exponer lo que pasa en el trabajo cotidiano a la observación de otros. El objetivo
central es ampliar la capacidad de observación, generar otros puntos de vista. Esta necesidad se apoya

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en que la experiencia por sí sola no aumenta la eficiencia, ya que las personas tendemos a habituarnos
a los modos de comportamiento y nos volvemos rígidos en el desempeño.
Durante la supervisión, el supervisor y el terapeuta pueden examinar sistemáticamente casos
específicos de tratamiento y cuestiones del proceso como un método para incrementar tanto la
conciencia del terapeuta como las habilidades para manejar las complejidades del trabajo con el
paciente.
La supervisión reduce la ansiedad del supervisado y la ambigüedad del rol e incrementa la
confianza en la práctica guiada.
Se trata de un intercambio que ayude al supervisado a expandir sus propias capacidades y que
estimule la auto-reflexión sistemática. Los terapeutas se benefician al recibir supervisión de múltiples
fuentes o supervisores con diferentes tipos de énfasis profesionales. Cada supervisión puede proveer
una perspectiva ligeramente diferente aunque complementaria acerca de los fenómenos clínicos. En
este sentido, es recomendable que se lleve a cabo no solo con expertos sino también con grupos de
pares.
Por otra parte, la supervisión requiere un adecuado registro de lo que sucede en las sesiones.
Grabar y/o filmar las propias sesiones o llevar notas escritas constituye un recurso fundamental para
optimizar la tarea.

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