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La violencia del capital, de las oligarquías, de los poderosos, de sus guerras locales y
mundiales, en apariencia nos es más conocida, más familiar diría. Mientras que la
violencia revolucionaria, por su parte, siempre me ha parecido más sutil, más
compleja, más formando parte de esa “astucia de la historia” que no se deja aprisionar
fácilmente con las categorías y valores del sentido común. ¿Fracasó el héroe
sandinista Julio Buitrago cuando cayó abatido en 1969 después de varias horas de
enfrentarse absolutamente solo a centenares de guardias de Somoza? ¿Realmente
fracasaron los miles de combatientes y patriotas que cayeron con las armas en la
mano, combatiendo a las dictaduras militares de América Latina?
Creo que los múltiples movimientos armados revolucionarios de América Latina –en
medio de un combate absolutamente desigual– tuvieron incluso momentos
sorprendentes de grandes éxitos que fueron de impacto internacional; pensemos por
ejemplo en los momentos más culminantes de los Tupamaros. Hoy no debería
sorprendernos ver a uno de sus líderes convertido en el Presidente de Uruguay. Lo
que quiero sugerir es que en el transcurso de esa lucha, los resultados finales, el
impacto y la influencia de ésta, se proyectan como desiguales en la historia según los
países.
Para mí no hay duda posible. No habría democracia en El Salvador. Funes
probablemente no sería nadie, sin la heroica lucha del FMLN. No es posible explicar la
Nicaragua de hoy sin pasar por los caminos de la lucha armada sandinista.
Seguramente los Acuerdos de Esquipulas tuvieron el alcance regional y se firmaron en
Guatemala, porque había lucha de la URNG, aunque la eficacia de ésta no tuviera –en
ese momento– los niveles que había alcanzado en el pasado y que llegaron a ser
entonces superiores a los del FSLN y el FMLN.
Por su parte, lo mejor de nuestra gente simbolizaba la resistencia con unos cuantos
fusiles y con fortalezas de pura conciencia. Podían perder, como en efecto ocurrió,
muchas batallas. Miles de vidas y organizaciones se perdieron, pero no fracasaron.
Prepararon la antesala de las nuevas luchas.
El caso de Nicaragua
A finales de ese siglo (1893) conocimos también una revolución liberal frustrada por la
injerencia yanqui. A partir de la contrarrevolución de 1910, Nicaragua fue reducida, por
más de 20 años, a la condición de protectorado de los Estados Unidos, pues hasta el
último centavo del erario público estaba manejado por funcionarios norteamericanos.
Las oligarquías, representadas en los partidos tradicionales llamados liberales y
conservadores, sólo hacían el papel de administradores de los intereses yanquis.
En nuestro país, la convicción de que la vía armada era la única para acabar con la
dictadura llevó, incluso, a sectores tradicionales a emprender intentonas armadas a
finales de los años 50; en Nicaragua se dieron varios movimientos armados de signo
conservador.
Lo que distingue al FSLN de esos esfuerzos, es que sus principales fundadores
cultivaron el marxismo como ideología y tenían en la Revolución Cubana su norte. El
uso de esas herramientas y referencias les permitió diseccionar los intereses de clase
presentes en las fuerzas políticas de entonces, y determinar la necesidad de organizar
una fuerza que representara, genuinamente, los intereses de los explotados y
oprimidos de Nicaragua.
La organización del FSLN significó una ruptura con las fuerzas políticas y movimientos
armados precedentes, porque diseñó una guerra revolucionaria contra el régimen,
rompiendo la lógica del golpe, de la invasión organizada desde países vecinos, y de la
acción cortoplacista para derrocar al somocismo. El FSLN diseñó una estrategia de
lucha por el poder que incluía la construcción de una correlación social favorable a
nuestros objetivos, porque se propuso representar a los sectores populares, en
especial a los obreros y campesinos, llamados a asumir el protagonismo de su propia
historia, frente a la lógica de las paralelas o partidos políticos tradicionales que,
representando los intereses oligárquicos, sustituyeron siempre la participación directa
del pueblo, usándolo para sus propios intereses.
En Nicaragua, el movimiento armado que inicia a principios de los años 60, consiguió
un triunfo rotundo el 19 de julio del 79, después de 23 años de lucha. Los primeros 20
años fueron de lento avance, de grandes reveses, de muerte, cárcel, asesinatos
masivos en las zonas de operaciones, muchas adversidades y algunos éxitos
espectaculares, pero sobre todo de consistente labor de concientización y
organización, hasta que se logra involucrar masivamente a la población y convertir el
combate de pequeños grupos y unidades guerrilleras en el campo y la montaña, en
insurrecciones masivas en las ciudades. Ello permitió aniquilar a la dictadura
somocista y terminar con una relación de subordinación del país a los Estados Unidos.
La victoria del FSLN sobre la dictadura el 19 de julio de 1979 tuvo como factor
principal la participación masiva del pueblo en la lucha, tanto como colaboradores,
combatientes y milicianos, pero también se explica por el impulso de una audaz
política de alianzas, la apertura a la incorporación de sectores opositores de la
burguesía y de los partidos tradicionales, un amplio y eficaz trabajo exterior que
permitió conseguir armas y municiones para la fase insurreccional y, finalmente, el
desgaste de la dictadura que llegó hasta perder, en los últimos días, el respaldo oficial
de los Estados Unidos.
La naturaleza de los cambios no puede dejar dudas. La Revolución Popular Sandinista
construyó una nueva institucionalidad, ejército, policía, parlamento, ministerios,
creando un andamiaje institucional completamente nuevo. Se redactó una nueva
Constitución Política en 1987, y se empujaron importantes cambios sociales: Reforma
Agraria, alfabetización, Reforma Urbana, nacionalización de los recursos naturales –
minas, agua, bosques–, nacionalización de las explotaciones de enclave como las
bananeras, y de sectores estratégicos como la Banca y el comercio exterior, entre
otras.
Sin negar los errores que se cometieron, fue la guerra impuesta por el Imperio el factor
determinante en la derrota electoral que sufrió el FSLN, en febrero de 1990, frente a
una gran coalición de derecha. Esa derrota no significaba el fin de la Revolución, sino
un revés. Pero la implosión del socialismo real impactó también negativamente en la
conciencia de la dirigencia revolucionaria y del pueblo, y comenzó a avanzar la
contrarreforma hasta que finalmente se instaló hegemónicamente en nuestro país. Fue
una derrota política que luego se convirtió en un triunfo de la contrarreforma y luego en
una derrota de la Revolución. Digo que fue una derrota de la Revolución, cuando
desde la otrora conducción de la vanguardia, se renunció al desarrollo de un proyecto
realmente revolucionario y se hicieron ajustes a la propuesta, para adecuarla,
pragmáticamente, a una lucha por el control del poder, pero ya no para cambiar el
sistema imperante, sino para adecuarse de manera “realista”.
Mónica Baltodano: Como señalé, la lucha armada aparece y desaparece según los
tiempos de la lucha de clases. Las transformaciones económico-sociales, la demanda
de justicia y libertad requieren como siempre de lucha y ningún camino debe estar
cerrado para ella. Creo que todas las vías están abiertas para insubordinarse, para
intentar transformar las cosas y con ello buscar cómo transformamos nosotros mismos
en permanentes sujetos de cambio. Evidentemente hoy como ayer, los privilegios, las
ventajas que desde el mercado operan a favor de los grandes consorcios, ahora de las
grandes transnacionales, de los capitales interconectados, siempre serán defendidos
con todo el poder y las armas de que se disponga. Ningún grupo dominante,
cualquiera que sea su signo, renuncia pacíficamente a sus privilegios y al poder.
Los nuevos Códigos Penales de nuestros países criminalizan la lucha bajo cualquiera
de sus formas, los sistemas de justicia siguen operando a favor de los dominadores.
Así que, ningún camino para luchar por transformar esta realidad debe ser negado a
priori. Hoy como ayer, se necesitan del mitin del barrio o la acción sindical; de la
acción deliberativa de la Universidad, o la defensa de la tierra en el campo; la lucha
por salvar a las especies, como de beligerancia para eliminar la violencia contra las
mujeres y niños; de la lucha parlamentaria, como de la lucha callejera. Seguramente
también serán necesarios otros levantamientos sociales o asonadas, o la lucha de
barricadas como las que vimos en Oaxaca, pero seguro también va a urgirse
nuevamente, en otros contextos, de nuevas formas de lucha armada.
Pregunta: Ante ese aparente cierre de caminos de transformación social hoy día,
sin una coyuntura que favorezca la aparición de movimientos armados como un
instrumento más para la búsqueda de esos cambios, ¿cuáles son las
perspectivas reales de modificación de su estado de injusticia para las fuerzas
populares?
Mónica Baltodano: Es una pregunta para la que no tengo una respuesta categórica.
Es evidente que la multiplicación de las luchas sociales de finales de los años 90
favoreció un incremento en las posibilidades de los partidos y fuerzas progresistas
emergentes. Los movimientos indígenas, ecologistas, de campesinos sin tierra, de las
mujeres, los Foro Social Mundial, las movilizaciones contra la globalización capitalista;
crearon un clima que permitió que llegaran a las casas presidenciales, personeros con
proclamados programas de izquierda. Pero, hasta hoy, los resultados reales de su
gestión son bastante modestos. Si bien se han impulsado programas sociales que han
mejorado la condición de vida de amplios sectores, no se ha alterado sustantivamente
el régimen económico social, la estructura de clases.
La crisis global del sistema del capital es un desafío para todos en todas partes. Su
empeño depredador significará desempleo, pobreza, menos salud y educación. Más
dependencia y menos soberanía.
El capital nos ha demostrado que la ruta privilegiada para superar sus crisis cíclicas
transitan por incrementar la sumisión de las mayorías a los intereses de los ricos y
poderosos. No tiene escrúpulos de recurrir nuevamente al fascismo si es necesario.
Las fuerzas populares deben estar listas a responder, resistir y contraatacar según lo
determinen las condiciones de la lucha, que de ordinario las impone el adversario.