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martes, 15 de junio de 2010

Entrevista a Mónica Baltodano, de Nicaragua, comandante guerrillera


histórica

Entrevista a Mónica Baltodano, de Nicaragua, comandante guerrillera histórica

por Marcelo Colussi / Rodrigo Vélez-Guevariando

Continuando con la investigación “Historia de la Revolución Inconclusa”, en esta


séptima entrega el Equipo de Investigación y Entrevistas –conformado por Marcelo
Colussi / Rodrigo Vélez-Guevariando, más otros investigadores en diferentes puntos
de Latinoamérica– presenta hoy una entrevista a Mónica Baltodano, “comandante
guerrillera histórica”. Ella fue parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional –
FSLN–, el movimiento político-militar que con amplio apoyo popular desplazó del
poder al dictador Anastasio Somoza en 1979 y construyó la más rica experiencia de
socialismo en territorio continental de Latinoamérica: la Revolución Popular Sandinista.
Construcción que fue sistemáticamente atacada por el imperio del norte a través de
guerra sucia (“guerra de baja intensidad” con los “contras” minando día a día el
proceso de edificación socialista), bloqueo económico, presiones de orden político,
todo lo cual logró la derrota de la experiencia con las elecciones de 1990, donde el
sandinismo no pudo retener la presidencia. Luego del triunfo de la contrarrevolución, el
movimiento sandinista fue alejándose de sus raíces revolucionarios, y muchos de sus
mejores y más comprometidos militantes tomaron distancia, constituyendo fuerzas
críticas a esa estructura política. Mónica Baltodano es una de esas voces críticas, de
las más agudas por cierto, y con posiciones políticas coherentes: no renunció a los
principios revolucionarios, los mismos que la llevaron a empuñar las armas años atrás,
sino que sigue defendiéndolos con absoluta convicción, por lo que hoy no participa en
la actual administración sandinista, pero sigue participando en la política del día a día
desde cada una de las trincheras donde actúa.

El tema de la presente entrevista, como en toda la investigación donde también fueron


contactados otros ex miembros de grupos guerrilleros de varios países de la región
(Guatemala1, Argentina, Uruguay, Chile1, Chile2, Guatemala2), gira en torno a un
balance crítico de esos movimientos revolucionarios de acción armada de algunas
décadas atrás, y a ver cuáles son los caminos posibles que en la actualidad se le
presentan al campo popular en su búsqueda de otro mundo más justo, menos salvaje
y sanguinario que el contemporáneo. Para sintetizar en pocas palabras lo hablado con
Mónica, la “comandante guerrillera histórica” nos permitimos citar sus palabras:
“Ningún grupo dominante, cualquiera que sea su signo, renuncia pacíficamente a sus
privilegios y al poder”, por lo que “las fuerzas populares deben estar listas a responder,
resistir y contraatacar según lo determinen las condiciones de la lucha, que de
ordinario las impone el adversario”.

Pregunta: Desde la derecha, y también desde algunos sectores de izquierda, se


considera que los movimientos armados de América Latina de algunas décadas
atrás, fracasaron. ¿Cómo entender eso? ¿Qué balance podemos hacer de ellos?

Mónica Baltodano: Muchas veces, en la intimidad, me he preguntado si se puede


hacer la historia de la lucha armada en América Latina a la manera como hacemos la
historia económica de la región, la historia de la democracia, de las crisis económicas,
de los procesos electorales, etcétera. ¿Cómo analizar y valorar esta forma extrema de
la lucha de clases? ¿Cómo enjuiciar sus resultados? ¿Fracasaron realmente los
obreros de la Comuna de París cuando luego de dos meses de rebeldía armada
fueron abatidos y masacrados por el gobierno de Versalles? ¿Fue realmente un
fracaso ese primer intento de tomar el cielo por asalto? ¿Fracasó el sacerdote Camilo
Torres cuando cae en su primer combate como soldado del ELN? ¿Fracasó el
Presidente Allende empuñando ya casi solo su carabina en la Moneda o Santucho
abatido por los fascistas argentinos?

La violencia del capital, de las oligarquías, de los poderosos, de sus guerras locales y
mundiales, en apariencia nos es más conocida, más familiar diría. Mientras que la
violencia revolucionaria, por su parte, siempre me ha parecido más sutil, más
compleja, más formando parte de esa “astucia de la historia” que no se deja aprisionar
fácilmente con las categorías y valores del sentido común. ¿Fracasó el héroe
sandinista Julio Buitrago cuando cayó abatido en 1969 después de varias horas de
enfrentarse absolutamente solo a centenares de guardias de Somoza? ¿Realmente
fracasaron los miles de combatientes y patriotas que cayeron con las armas en la
mano, combatiendo a las dictaduras militares de América Latina?

Si pudiera hacerse abstracción de un universo de experiencias tan diferenciado y


complejo, mi respuesta sería categórica: No, no fracasaron.

Creo que los múltiples movimientos armados revolucionarios de América Latina –en
medio de un combate absolutamente desigual– tuvieron incluso momentos
sorprendentes de grandes éxitos que fueron de impacto internacional; pensemos por
ejemplo en los momentos más culminantes de los Tupamaros. Hoy no debería
sorprendernos ver a uno de sus líderes convertido en el Presidente de Uruguay. Lo
que quiero sugerir es que en el transcurso de esa lucha, los resultados finales, el
impacto y la influencia de ésta, se proyectan como desiguales en la historia según los
países.
Para mí no hay duda posible. No habría democracia en El Salvador. Funes
probablemente no sería nadie, sin la heroica lucha del FMLN. No es posible explicar la
Nicaragua de hoy sin pasar por los caminos de la lucha armada sandinista.
Seguramente los Acuerdos de Esquipulas tuvieron el alcance regional y se firmaron en
Guatemala, porque había lucha de la URNG, aunque la eficacia de ésta no tuviera –en
ese momento– los niveles que había alcanzado en el pasado y que llegaron a ser
entonces superiores a los del FSLN y el FMLN.

Los movimientos armados, la lucha armada, aparecen y desaparecen según los


ritmos, las exigencias y los tiempos de la lucha de clases. En general creo que éstos,
los grupos armados revolucionarios, fueron expresión de la organización de los
sectores más avanzados del pueblo, de quienes estuvieron dispuestos a una lucha
frontal por los cambios sociales y políticos que necesitaba nuestra América para
avanzar en términos de justicia social, desarrollo, democracia política y económica. En
el despliegue y desarrollo de ese proceso singular de lucha, algunos avanzaron sus
trincheras más que otros. Conocieron más victorias. Otros, más reveses. Algunos
incluso desaparecieron tan rápido como aparecieron, como ocurrió en Honduras o
Panamá. Otros tienen más de medio siglo luchando como en Colombia. Otros, llegado
el momento, transformaron el fusil en lucha política, legal.

Los movimientos armados no pueden explicarse fuera de los imperativos de la lucha


de clases. En nuestra América su existencia es incomprensible sin los regímenes
dictatoriales, opresivos y represivos que respaldados por Estados Unidos proliferaron
en la segunda mitad del siglo pasado. Por una parte, el sistema de dominación
neocolonial del imperialismo norteamericano así garantizaba los negocios de sus
banqueros, industriales y explotadores de nuestros recursos naturales. Y por otro lado,
mediante estos regímenes, el imperialismo garantizaba una correlación favorable en el
conjunto del conflicto Este-Oeste.

Por su parte, lo mejor de nuestra gente simbolizaba la resistencia con unos cuantos
fusiles y con fortalezas de pura conciencia. Podían perder, como en efecto ocurrió,
muchas batallas. Miles de vidas y organizaciones se perdieron, pero no fracasaron.
Prepararon la antesala de las nuevas luchas.

En efecto, en aquellos países en los que se hizo el balance adecuado de la lucha


armada, se armaron de nuevas maneras y triunfaron. Es sin duda una manera positiva
de hacer la lectura de una parte de la historia política reciente de Brasil. Y si nos
dejamos engañar por las apariencias tendríamos que decir que Evo Morales triunfó allí
donde el Che “fracasó”.

Los movimientos armados por lo general eran expresión de la necesidad imperiosa de


cambios radicales. Cambios que –estaba demostrado– no podían transitar por las vías
pacíficas, porque los caminos democráticos estaban totalmente cerrados. En ese
contexto los movimientos armados fueron las formas políticas de expresión de la lucha
de clases en nuestros países. No sólo querían democracia, querían cambio de
sistema. Fueron la negación del liderazgo político tradicional y la afirmación de un
nuevo liderazgo. Rompieron la ética convencional de la política y propusieron una
nueva construida con desprendimiento y heroísmo. Se armaron de nuevos valores que
no podían derrotar las balas del enemigo. Eran, éstas últimas, armas que no podían
fracasar, que el enemigo no podía derrotar y que sólo los revolucionarios mismos
podrían desvirtuar, como en no pocos casos ocurrió.
La estrategia de lucha armada en la mayoría de las experiencias conocidas –siempre
debemos enfatizar– no excluían otras formas de lucha, antes bien, estas
organizaciones tuvieron mucho cuidado en impulsarlas y potenciarlas. Lo fue en la
experiencia de Cuba, en nuestra experiencia en Centroamérica en especial Nicaragua
y El Salvador. No éramos militaristas, nosotros teníamos convicción de que solo
podríamos triunfar con un amplio movimiento de masas activado a partir de sus
reivindicaciones específicas, articuladas con la lucha general, armada, por el
derrocamiento de las dictaduras y la lucha por el poder. En nuestro caso, Nicaragua,
promovimos –hasta donde la realidad lo hizo posible– la organización popular:
movimientos barriales, movimientos sindicales, estudiantiles, organizaciones de
mujeres, cristianos, y hasta tuvimos formas de articulación política entre todos ellos a
través del Movimiento Pueblo Unido (MPU).

La mayor parte de estos movimientos armados –salvo el caso de Cuba y Nicaragua–


no alcanzaron su objetivo último de llegar al poder derrotando militarmente a las
fuerzas represivas. Sin duda se cometieron errores tácticos y estratégicos. No pocas
veces el pobre armamento bélico, estuvo acompañado de un pobre armamento
ideológico. Sin duda hubo muchas equivocaciones, distorsiones lamentables y heridas
incurables como el asesinato de Roque Dalton. Pero por encima de las sombras,
siempre me parece honroso y victorioso el fusil libertario.

El caso de Nicaragua

El movimiento armado en Nicaragua respondió a la propia historia nacional y tuvo


como antecedentes incontables confrontaciones como expresión de la lucha de clases,
como la resistencia indígena, silenciada en la historia oficial, que tuvo importantes
hitos como los levantamientos de las comunidades de Matagalpa en el siglo XIX.

A finales de ese siglo (1893) conocimos también una revolución liberal frustrada por la
injerencia yanqui. A partir de la contrarrevolución de 1910, Nicaragua fue reducida, por
más de 20 años, a la condición de protectorado de los Estados Unidos, pues hasta el
último centavo del erario público estaba manejado por funcionarios norteamericanos.
Las oligarquías, representadas en los partidos tradicionales llamados liberales y
conservadores, sólo hacían el papel de administradores de los intereses yanquis.

Antecedente vital en nuestra historia, fue la lucha de Augusto C. Sandino (1927).


Iniciada con un puñado de campesinos descalzos, se enfrenta a la oligarquía y a los
yanquis, construye el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua
(EDSNN), y lleva adelante una lucha de carácter patriótico, nacionalista,
latinoamericanista, anti-imperialista, y anti-oligárquica. Sandino expulsa a los invasores
y les infringe la primera gran derrota en suelo latinoamericano, pero los políticos le
traicionan y es asesinado en 1934.

A partir de su asesinato, se abre un período de represión y muerte contra los


dirigentes y campesinos sandinistas, y con ello, se instala una dictadura militar que
combinó acciones populistas con represión y muerte. Este fue un largo período de
descenso de las luchas populares, hasta que se fundó, en 1963, el Frente Sandinista
de Liberación Nacional.

En nuestro país, la convicción de que la vía armada era la única para acabar con la
dictadura llevó, incluso, a sectores tradicionales a emprender intentonas armadas a
finales de los años 50; en Nicaragua se dieron varios movimientos armados de signo
conservador.
Lo que distingue al FSLN de esos esfuerzos, es que sus principales fundadores
cultivaron el marxismo como ideología y tenían en la Revolución Cubana su norte. El
uso de esas herramientas y referencias les permitió diseccionar los intereses de clase
presentes en las fuerzas políticas de entonces, y determinar la necesidad de organizar
una fuerza que representara, genuinamente, los intereses de los explotados y
oprimidos de Nicaragua.

La escogencia del camino de la lucha armada distinguió al Frente Sandinista de la


mayoría de los Partidos Comunistas tradicionales que por entonces empujaban la
línea de la coexistencia pacífica y rechazaban el uso de la lucha armada
revolucionaria. En nuestro país, el Partido de los comunistas (Partido Socialista
Nicaragüense), durante varios años fue un férreo crítico de la lucha sandinista, a quien
acusaba de aventureristas.

La organización del FSLN significó una ruptura con las fuerzas políticas y movimientos
armados precedentes, porque diseñó una guerra revolucionaria contra el régimen,
rompiendo la lógica del golpe, de la invasión organizada desde países vecinos, y de la
acción cortoplacista para derrocar al somocismo. El FSLN diseñó una estrategia de
lucha por el poder que incluía la construcción de una correlación social favorable a
nuestros objetivos, porque se propuso representar a los sectores populares, en
especial a los obreros y campesinos, llamados a asumir el protagonismo de su propia
historia, frente a la lógica de las paralelas o partidos políticos tradicionales que,
representando los intereses oligárquicos, sustituyeron siempre la participación directa
del pueblo, usándolo para sus propios intereses.

El FSLN de Carlos Fonseca, planteó la necesidad de hacer transformaciones más


profundas al orden económico de la sociedad nicaragüense, superando el esquema
político tradicional que se circunscribía a poner fin a la dictadura, o la sustitución del
dictador Somoza y su familia, y propuso tempranamente una estrategia que combinara
la acción guerrillera en la montaña y en el campo, con la organización política de los
distintos sectores tanto urbanos como rurales. Dentro de la estrategia de toma del
poder se incluyó la insurrección popular, concebida muy tempranamente por Carlos
Fonseca como el momento culminante del proceso.

En Nicaragua, el movimiento armado que inicia a principios de los años 60, consiguió
un triunfo rotundo el 19 de julio del 79, después de 23 años de lucha. Los primeros 20
años fueron de lento avance, de grandes reveses, de muerte, cárcel, asesinatos
masivos en las zonas de operaciones, muchas adversidades y algunos éxitos
espectaculares, pero sobre todo de consistente labor de concientización y
organización, hasta que se logra involucrar masivamente a la población y convertir el
combate de pequeños grupos y unidades guerrilleras en el campo y la montaña, en
insurrecciones masivas en las ciudades. Ello permitió aniquilar a la dictadura
somocista y terminar con una relación de subordinación del país a los Estados Unidos.

La victoria del FSLN sobre la dictadura el 19 de julio de 1979 tuvo como factor
principal la participación masiva del pueblo en la lucha, tanto como colaboradores,
combatientes y milicianos, pero también se explica por el impulso de una audaz
política de alianzas, la apertura a la incorporación de sectores opositores de la
burguesía y de los partidos tradicionales, un amplio y eficaz trabajo exterior que
permitió conseguir armas y municiones para la fase insurreccional y, finalmente, el
desgaste de la dictadura que llegó hasta perder, en los últimos días, el respaldo oficial
de los Estados Unidos.
La naturaleza de los cambios no puede dejar dudas. La Revolución Popular Sandinista
construyó una nueva institucionalidad, ejército, policía, parlamento, ministerios,
creando un andamiaje institucional completamente nuevo. Se redactó una nueva
Constitución Política en 1987, y se empujaron importantes cambios sociales: Reforma
Agraria, alfabetización, Reforma Urbana, nacionalización de los recursos naturales –
minas, agua, bosques–, nacionalización de las explotaciones de enclave como las
bananeras, y de sectores estratégicos como la Banca y el comercio exterior, entre
otras.

Con el triunfo sandinista en Nicaragua se fortalecieron las luchas armadas en


Guatemala y El Salvador. Desde Nicaragua se respaldaron estos esfuerzos de
combate, al punto que este tema se convirtió en un elemento de presión sobre el
gobierno revolucionario, por parte de los Estados Unidos. En El Salvador, la unidad de
todas las fuerzas guerrilleras en el FMLN y el apoyo de las fuerzas revolucionarias
nicaragüenses, llevó la lucha armada a un punto de equilibrio, un virtual empate entre
el FMLN y el Ejército, a pesar del desmesurado respaldo que Estados Unidos dio a los
gobiernos salvadoreños. Este virtual empate llevó a un proceso de negociación que
favoreció la conversión del FMLN en un partido político que comenzó de inmediato a
disputar el gobierno por la vía electoral.

Durante los diez años de gobierno sandinista, el proyecto de transformación en


Nicaragua tuvo grandes dificultades para desplegarse, porque la guerra
contrarrevolucionaria significó un brutal desgaste material y político para la Revolución.
La necesidad de sostener un enorme tren de defensa, el servicio militar obligatorio y el
bloqueo de recursos del exterior deterioró las condiciones de vida y minaron la
capacidad de resistencia de la gente.

Sin negar los errores que se cometieron, fue la guerra impuesta por el Imperio el factor
determinante en la derrota electoral que sufrió el FSLN, en febrero de 1990, frente a
una gran coalición de derecha. Esa derrota no significaba el fin de la Revolución, sino
un revés. Pero la implosión del socialismo real impactó también negativamente en la
conciencia de la dirigencia revolucionaria y del pueblo, y comenzó a avanzar la
contrarreforma hasta que finalmente se instaló hegemónicamente en nuestro país. Fue
una derrota política que luego se convirtió en un triunfo de la contrarreforma y luego en
una derrota de la Revolución. Digo que fue una derrota de la Revolución, cuando
desde la otrora conducción de la vanguardia, se renunció al desarrollo de un proyecto
realmente revolucionario y se hicieron ajustes a la propuesta, para adecuarla,
pragmáticamente, a una lucha por el control del poder, pero ya no para cambiar el
sistema imperante, sino para adecuarse de manera “realista”.

Pregunta: ¿Pueden volver propuestas de movimientos armados en esta región?


¿Por qué sí o por qué no?

Mónica Baltodano: Como señalé, la lucha armada aparece y desaparece según los
tiempos de la lucha de clases. Las transformaciones económico-sociales, la demanda
de justicia y libertad requieren como siempre de lucha y ningún camino debe estar
cerrado para ella. Creo que todas las vías están abiertas para insubordinarse, para
intentar transformar las cosas y con ello buscar cómo transformamos nosotros mismos
en permanentes sujetos de cambio. Evidentemente hoy como ayer, los privilegios, las
ventajas que desde el mercado operan a favor de los grandes consorcios, ahora de las
grandes transnacionales, de los capitales interconectados, siempre serán defendidos
con todo el poder y las armas de que se disponga. Ningún grupo dominante,
cualquiera que sea su signo, renuncia pacíficamente a sus privilegios y al poder.
Los nuevos Códigos Penales de nuestros países criminalizan la lucha bajo cualquiera
de sus formas, los sistemas de justicia siguen operando a favor de los dominadores.
Así que, ningún camino para luchar por transformar esta realidad debe ser negado a
priori. Hoy como ayer, se necesitan del mitin del barrio o la acción sindical; de la
acción deliberativa de la Universidad, o la defensa de la tierra en el campo; la lucha
por salvar a las especies, como de beligerancia para eliminar la violencia contra las
mujeres y niños; de la lucha parlamentaria, como de la lucha callejera. Seguramente
también serán necesarios otros levantamientos sociales o asonadas, o la lucha de
barricadas como las que vimos en Oaxaca, pero seguro también va a urgirse
nuevamente, en otros contextos, de nuevas formas de lucha armada.

Pregunta: Los movimientos armados actualmente existentes (Colombia, Chiapas


en México), ¿qué futuro se les ve?

Mónica Baltodano: Los movimientos armados en Colombia responden a la realidad


particular de ese país, desde hace mucho tiempo combaten en un contexto singular.
Es evidente que los guerrilleros siguen en pie porque no existen en Colombia
posibilidades de transitar por otros caminos. Al movimiento guerrillero de Colombia le
ha tocado enfrentarse a un gobierno que ha sido priorizado por los Estados Unidos,
que ha recibido miles de millones de dólares en armamento, pertrechos y tecnología
con el fin de aplastar a la guerrilla. El gobierno de Colombia ha montando campañas
internacionales de enorme magnitud para vender la imagen de una guerrilla vinculada
a la narcoactividad, y de presentarla como derrotada. Ciertamente se percibe que el
movimiento ha recibido golpes muy fuertes. Les corresponde a ellos determinar qué
camino seguirán en el futuro cercano y desde nuestra propia historia no nos queda
más que expresar nuestro respeto por la lucha que mantienen y que se corresponde
con su propio proceso. Marulanda está muerto pero no derrotado.

En el caso de Chiapas, el movimiento zapatista ha escogido el camino de la


organización de un poder popular paralelo al oficial, manteniendo sus fuerzas militares
como grupos de defensa de su organización. Ellos no hacen ataques ni emboscadas
al Ejército mexicano, sino más bien se mantienen como fuerzas de autodefensa de los
Caracoles zapatistas, y el EZLN mantiene una posición crítica del sistema de partidos
políticos y de los procesos electorales. Yo creo que el EZLN es una fuerza que
mantiene viva la llama de la resistencia frontal contra el sistema, de denuncia y
cuestionamiento a los limitados alcances que ofrece para la izquierda el camino
electoral, y en ese movimiento se incuban esperanzas de encontrar nuevos caminos
de construcción del poder desde abajo.

Pregunta: Ante ese aparente cierre de caminos de transformación social hoy día,
sin una coyuntura que favorezca la aparición de movimientos armados como un
instrumento más para la búsqueda de esos cambios, ¿cuáles son las
perspectivas reales de modificación de su estado de injusticia para las fuerzas
populares?

Mónica Baltodano: Es una pregunta para la que no tengo una respuesta categórica.
Es evidente que la multiplicación de las luchas sociales de finales de los años 90
favoreció un incremento en las posibilidades de los partidos y fuerzas progresistas
emergentes. Los movimientos indígenas, ecologistas, de campesinos sin tierra, de las
mujeres, los Foro Social Mundial, las movilizaciones contra la globalización capitalista;
crearon un clima que permitió que llegaran a las casas presidenciales, personeros con
proclamados programas de izquierda. Pero, hasta hoy, los resultados reales de su
gestión son bastante modestos. Si bien se han impulsado programas sociales que han
mejorado la condición de vida de amplios sectores, no se ha alterado sustantivamente
el régimen económico social, la estructura de clases.

En algunos países como Nicaragua se habla de la continuidad de la revolución, pero lo


que se reproduce es un régimen que favorece a las grandes transnacionales y al
capital financiero regional, mientras se restringen libertades esenciales de importantes
capas de la población.

La crisis global del sistema del capital es un desafío para todos en todas partes. Su
empeño depredador significará desempleo, pobreza, menos salud y educación. Más
dependencia y menos soberanía.

El capital nos ha demostrado que la ruta privilegiada para superar sus crisis cíclicas
transitan por incrementar la sumisión de las mayorías a los intereses de los ricos y
poderosos. No tiene escrúpulos de recurrir nuevamente al fascismo si es necesario.
Las fuerzas populares deben estar listas a responder, resistir y contraatacar según lo
determinen las condiciones de la lucha, que de ordinario las impone el adversario.

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