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unko Tabei se encargó de demostrar al mundo, y no una ni dos veces

sino a lo largo de toda su vida, que mucho más importante que la condición
física para conseguir un sueño es la decisión de lograrlo y la fortaleza
mental. Es la única forma de explicar que una persona de apariencia “frágil
y débil”, como la definían quienes la conocieron por su escaso metro y
medio de estatura, se convirtiera, con tesón e ilusión a partes iguales, en
historia imprescindible del alpinismo mundial.

A pesar de su condición humilde, de las necesidades que había en su casa


y de la sociedad clasista japonesa que determinaba que una mujer solo
podía aspirar a permanecer en casa para cuidar a los hijos o ser secretaria
o auxiliar administrativa, Junko intentó siempre valerse por sí misma y
ayudar a su familia continuando sus estudios hasta acabar la Universidad.
Estudiar siempre fue para ella la mejor manera de compaginar labrarse un
futuro con la posibilidad de escalar en grupos académicos de montaña.

Después de descubrir un estilo de vida con su primera ascensión a un


monte cuando tenía 10 años, Junko Tabei ya no pudo parar de mirar a las
montañas. En ellas se sentía libre y en paz, por lo que comenzó con ellas
una historia de amor que le permitió alcanzar, primero, las cimas más altas
de Japón, después siendo la segunda persona en lograr, con una nueva
ruta, la ascensión al Annapurna III, más tarde convirtiéndose en la primera
mujer en alcanzar la cima del Everest, siendo también la primera mujer en
escalar las siete montañas más altas del mundo, y así hasta lograr las
cimas de más de 70 países por todos los continentes.

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Junko Istibashi, que así se llamaba, nació el 22 de septiembre de 1939. Fue


la quinta hermana en una humilde familia agrícola con siete hijos en el
pueblo de Miharu, en la prefectura de Fukushima. Los prolegómenos de la
Segunda Guerra Mundial y la pobreza eran el denominador común en
aquellos años, y tal vez por ello la pequeña Junko encontró la fuerza y el
sentido de su vida en la naturaleza.

Cuando a los 10 años un profesor de su escuela la llevó a caminar al Monte


Nasu, un volcán en el Parque Nacional Nikko, su vida cambió para siempre.
Sin embargo, nunca dejó de ser consciente de que tenía que seguir
estudiando hasta llegar a la Universidad y encontrar un trabajo respetable
en aquel Japón conservador y empobrecido, y lo logró. Sin dejar de mirar a
la montaña de reojo, y apuntándose a cuantos clubes y expediciones como
estaban a su alcance, estudió Literatura Inglesa y Americana en la
Universidad de mujeres de Showa y se graduó en 1962.

A medida que se iba convirtiendo en adulta más dificultades comenzó a


tener para escalar en los grupos de montaña, siempre estaban dominados
por hombres, que no dudaban en pensar que estaba buscando esposo y en
decirle que su lugar era la casa y no la montaña.

Sin inmutarse ante la discriminación y los prejuicios, Junko siguió


explorando los picos de Japón a la vez que trabajaba como editora de una
revista científica y ocasionalmente enseñaba piano e inglés para poder
financiar su gran afición. Casi en silencio, y compaginando trabajo y ocio, a
mediados de los años sesenta había escalado todas las montañas más
altas de Japón, incluido el Monte Fuji.

Junko Tabei, en una exhibición de


material de montaña en la estación de Frankfurt, en 1975. Keystone/Hulton Archive/Getty
Images

Fue en ese momento cuando conoció a su esposo, Masanobu Tabei, un


famoso alpinista, durante un peligroso ascenso al Monte Tanigawa. Aunque
su familia siempre desaprobó el matrimonio con un hombre que no había
ido a la universidad, Junko había encontrado un compañero que compartía
su pasión y la apoyaba, hasta el punto de acompañarla cuando, años más
tarde, decidió dejar el trabajo para concentrarse en la escalada.

A los 30 años, en 1969, Junko fundó el Club de Montaña para Mujeres


Joshi-Tohan. El hecho fue significativo porque a las mujeres en Japón, en
ese momento, se las veía destinadas a la esfera doméstica y a los roles
más secundarios de la escala laboral. Esta situación convirtió al club de
montaña que dirigía Tabei en un grupo poco convencional demasiado
criticado y con dificultades para encontrar apoyos y patrocinadores para sus
expediciones.

Sin embargo, Tabei continuó con humildad y sin hacer ruido con su sueño
de escalar importantes cimas de la mano de su club, incluido el primer
ascenso solo para mujeres al Annapurna III, en Nepal, en la segunda
ocasión que se lograba y por una ruta nueva. Junko y su equipo hicieron
historia a pesar de unas temperaturas tan bajas que provocaron la rotura de
las película de las cámaras.

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Desde entonces, la historia del alpinismo le tenía reservado un lugar


especial, porque empezó a pulverizar registros escalando cimas por el
simple placer de libertad y de paz que le reportaban las montañas y nunca
buscando protagonismo ni fama.

En 1975, cuando tenía 35 años y una hija de dos años en casa, se convirtió
en la primera mujer en escalar el Everest, aunque quizá la proeza mayor no
fue llegar a la cima, sino que lo hiciera en una expedición solo de mujeres.
Después del éxito en el Annapurna III, Junko y su club habían solicitado en
repetidas ocasiones al gobierno de Nepal un permiso para escalar la cima
más alta del mundo, pero la burocracia, de nuevo la discriminación y, unido
a ella, las dificultades para asegurar la financiación, obligaron al club de
mujeres a esperar unos años para lograrlo.

La ONU declaró 1975 como Año Internacional de la Mujer, así que la lucha
callada de Tabei por la igualdad, también en la montaña, dio sus frutos al
obtener ese año el único permiso de Nepal a una expedición para
enfrentarse al Everest: Junko Tabei y su club con otras 14 alpinistas
japonesas. Un periódico y una cadena de televisión, además, decidieron
apoyar en ese momento la expedición, pero aun así el coste total era mucho
mayor que las subvenciones, así que cada expedicionaria se fabricó sus
mochilas con fundas de asientos de coche y sus sacos con plumón
importado de China. Iniciada la expedición y ya en Nepal, el último escollo
fue que la sociedad nepalí era incluso más tradicional que la japonesa y
tuvieron que contratar guías masculinos para una aventura que pretendía
estar compuesta solo por mujeres.

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A principios de mayo, las 15 alpinistas japonesas y sus seis guías nepalíes


estuvieron a punto de morir. Mientras dormían a 6.300 metros, una
avalancha sepultó sus tiendas por completo. Tabei permaneció enterrada e
inconsciente durante casi seis minutos antes de que uno de los guías, Ang
Tshering, lograra rescatarla. La escaladora japonesa vio la muerte muy de
cerca pero su objetivo estaba arriba y no miró hacia atrás. Sólo doce días
después de haber sido sepultada por la avalancha, Junko Tabei y su sherpa
alcanzaron la cima sur del Everest, a 8.763 metros. “Creo que no he pasado
más miedo en mi vida”, diría después.

Aquel nuevo hito en la historia del alpinismo no la sacó de su modestia: “No


tenía la intención de ser la primera mujer en subir al Everest y prefiero ser
recordada como la persona número 36 que lo consiguió”. Ella, en silencio,
siguió escalando y alimentando su pasión por las montañas lejos de los
focos de las cámaras.

De esta forma, logró el Leopardo de las Nieves (las cimas más elevadas de
la extinta Unión Soviética), en 1992 se convirtió en la primera mujer en
lograr las 7 cimas más elevadas, es decir, la cumbre más alta de cada
continente, y en total escaló en más de 70 países a lo largo de su vida.

En el año 2000, a los 61 años, Junko Tabei volvió a la universidad para


obtener un posgrado en Ciencias Ambientales porque le preocupaba el tipo
de turismo que se había desarrollado alrededor del Everest, así como los
desechos en la montaña. Después de su graduación se convirtió en
directora del Himalayan Head Trust de Japón.

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Junko fue diagnosticada de cáncer en 2012, pero esto no le impidió seguir


cumpliendo su sueño de escalar montañas. “Nunca tuve ganas de dejar de
escalar”, dijo en una entrevista “y nunca lo haré”. En el verano de 2016,
cuando su salud ya se resentía, dirigió a un grupo de jóvenes afectados por
el desastre de Fukushima en una expedición al Monte Fuji. Pocas semanas
después, el 20 de octubre, murió a los 77 años, convirtiéndose en referencia
del alpinismo, no solo por las cimas que alcanzó, que fueron todas, sino
también por las barreras que rompió en favor de las mujeres y la igualdad.

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