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Andrés Felipe Alzate Rodríguez

26 de abril de 2019

La Ciudad y los perros

Mario Vargas Llosa

Nuestro mestizaje no es o no ha sido únicamente biológico. El encuentro entre españoles y

amerindios generó, además, un proceso cultural creativo recíproco y extraordinariamente

enriquecedor. Ambas partes, tanto la precolombina como la peninsular, eran portadoras de

sendas herencias mestizas. El afán de conocimiento mutuo generó intercambio de

gastronomía, arquitectura, pintura, ciencias, religión, lingüística, flora, fauna y dio lugar a

nuevas perspectivas y otras formas de convivencia.

No obstante, es de nuestro conocimiento que dicho proceso no siempre fue apacible o

voluntario, pero el deseo de la Iglesia y de la Corona española de integrar cultural y

espiritualmente a la población del Nuevo Mundo, y la facilidad de asimilación de los

americanos propiciaron una integración étnica y un patrimonio cultural común que no tiene

parangón en la historia.

La belleza de la obra de Mario Vargas Llosa, nos empuja a trasladarnos a un contexto de

transformación política y social que, nos recuerdan casas de un solo piso, piezas esteradas,

taburetes de cuero con espaldar pintado de colores abigarrados y “cuadros” sobre los episodios

de Hernán Cortés. Sin mencionar la araña de cristal suspendida del cielo raso, lujo que pocos

gastaban en aquel entonces, procedente de Francia o Inglaterra.


Iglesias tapizadas y misioneros que abordaron el conocimiento científico y lingüístico como

estrategia para “convertir infieles", catecismos, sermonarios y diálogos para la confesión de

adultos y niños. Su obra nos traslada también, a una temible suerte de doctrina militar, que

emula la estética de hombre fuerte, valiente y digno de carácter. Valeroso, atroz e implacable,

pero escurridizo, mentiroso, infame y traidor.

Nos recuerda un dogma católico representante de la sanción moral y de un idealismo tosco, no

obstante, anhelo humano hacia lo inaprensible y sus rituales “solemnes” para infundir

veneración y santo temor; su música de órgano para elevar el espíritu y cultivar unión y

esperanza de ser digno y ferviente.

Ante el templo, al igual que ante las plazas y los colegios militares, se planta la “esperanza de

la Patria” y los tres lugares antes mencionados, sirven de gala para dar muestra de religiosidad,

valentía, o de belleza y atributo tanto físico como económico.

La Ciudad y los perros gira en torno a la estancia en una academia militar, y el deseo por

librarse de ella para emanciparse en la ciudad.

Este ensayo, no pretende pues, centrar su atención en el proceso político del siglo pasado, ni

en el papel desempeñado por la región, los altibajos de las guerras civiles o las luchas

emancipadoras y mucho menos en detalles de los personajes de la obra. Más importante para

el autor, es comprender porqué para la obra, la ciudad simboliza el espacio que permitirá la

emancipación y la libertad individual, y cómo los ligeros aspectos artísticos, urbanísticos y

culturales; cambiantes y florecientes para la época, crean una nueva dinámica libertaria y

hacen de la cosa misma, un espacio anhelado.


Nos referimos en este corto ensayo, sobre las generalidades de las casas, porque, en pluralidad

había excepciones. Téngase en cuenta que hasta el año 1862, la ciudad era un pueblo grande,

con vestigios en su gran mayoría, de construcciones anteriores por indígenas útiles, o sea, en

capacidad de tributar.

Ya hacía 1880, las ciudades latinoamericanas, empezaron a transformarse gradualmente hasta

lo que entendemos en nuestros días.

La ciudad, se convirtió en sinónimo de libertad en la medida en la cual se diversificaba tanto el

paisaje urbano como las costumbres, las tradiciones, y claro está; la forma de pensar.

No obstante, el afán por pensar la ciudad en términos de progreso, trajo consigo pérdidas

irreparables. Dicha magnificencia tenía también sus aspectos sombríos que enturbiaban las

costumbres de los pueblos. Con la aglomeración se produjeron desórdenes, que tuvieron por

consecuencia hombres y mujeres ostentando una identidad latinoamericana, con su universo

centrado en la cultura europea moderna, obsesionados por encontrar la belleza y nuevos

aspectos no debidamente considerados y evidentemente exógenos.

Este factor, nos lleva pues, a pensar en los habitantes de nuestro continente y de nuestros

pueblos, desde un corpus significativo que sintetice lo antropológico, lo histórico, social,

axiológico y cultural en términos de latinoamericaneidad. En este orden de ideas, surge

entonces la pregunta. ¿Qué es modernidad? Modernidad, entendido en términos europeos, es

el estado eficaz, capaz de garantizar a los conciudadanos igualdad.


La ausencia de igualdad, en contraposición a lo anterior, deriva en problemas de identidad que

difícilmente pueden ser superados con la suplantación de estados modernos ideales y

regímenes políticos o militares.

Los estudios “modernos” de la época, al parecer no centraron su atención en los aspectos

diatópicos en cuanto a la congregación de las personas de diferentes nacionalidades y regiones

y sus relaciones reciprocas (migraciones internas) en esas grandes ciudades, puesto que, “en el

imaginario colectivo lo que cuentan, no son exclusivamente los microespacios: (los espacios

referenciales tienen dimensiones más amplias y, en general, coinciden con los estados

nacionales y constituyen una variedad territorial).

¿Acaso la obra de Vargas Llosa, no tiene por tarea evidenciar la gran ausencia latinoamericana

de identidad, en tanto prejuicios raciales y diferencias irreconciliables entre las clases sociales

y dirigentes políticos? Sobre la forma adecuada de acercarse a la ciudad y convivir en ella.

¿Acaso el autor dibuja el colegio militar, como una suerte de preparación para comprender

primero lo comunitario y luego lo societario?

La forma de ultimar, atentar, matar, dar de baja, dar muerte, causar la muerte, ser muerto, o ser

ultimado de Ricardo Arana (el esclavo); da muestra de los valores que pierde o no ha tenido

nunca la sociedad latinoamericana, a saber; el respeto por la vida y la verdad.

En la semántica de “matar”, cabe la elección, deliberada o no, de ciertos términos para hacer

referencia a la muerte violenta de personas que indica una valoración indiscriminada de las

víctimas. Según la categoría que se les asigna en el entramado sociopolítico de la nación, los

“muertos” de un lado parecen asimilarse a cosas que se abaten, mientras que los muertos del
otro lado, los agentes del Estado, son asesinados, aplicando el termino especifico a la ley de lo

justo y la ética moral.

Así pues, el verbo matar al igual que asesinar, parecieran llevar una impronta clasista

latinoamericana, que convierte al sujeto político o no, en una cosa o un individuo,

dependiendo de su condición social.

En este contexto, estimamos que es posible contribuir a la búsqueda de la identidad

latinomericana, a partir de esfuerzos centralizados que eviten la segregación y que estén

orientados exclusivamente hacía la apropiación de la cultura en todo lo referente a la

comprensión y desenvolvimiento de la realidad social, de América Latina y demos el salto

hacia la modernidad. En este orden, tal vez podamos comprender mejor la intención de la

obra, al plantear la Ciudad en términos de mundo/hombre, como un espacio humanizado para

el ejercicio del arte y la cultura, frente a la inculta barbarie del encierro en los Colegios

militares.

En síntesis, la Ciudad, será pues, sinónimo de ocio y de negocio, de goce y de movilidad

social, de esplendor y miseria. Sin el entramado de las calles y edificios, sin sus organismos

públicos, plazas, monumentos y mobiliario urbano, el ser ahí, en términos Heideggerianos, no

podría hacer parte del ecosistema cultural donde ha vivido y sin el espectro de la Ciudad que

le permite emanciparse de todo aquello que le subyuga.

Tal vez Vargas Llosa, obtiene su propia lógica emancipadora, en la medida en la cual piensa a

Francia como el entramado sociopolítico y cultural ideal, y lleva inconscientemente a todos

sus personajes, a perseguir su propio anhelo, su propio modus vivendi, a saber; emanciparse

en la Ciudad.

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