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Hace mucho, mucho tiempo, cuando el cielo aún era limpio y los
rebaños cruzaban los campos en busca de hierba verde, había un
pastor que tenía cien ovejas. Por la mañana las llevaba cruzando
montes y colinas a pastar a los mejores prados. Por la tarde cuando las
ovejas habían comido bastante las llevaba de regreso al redil para que
durmieran tranquilas y sin peligro.
Era un pastor muy bueno y quería mucho a sus ovejas. Y ellas también
lo amaban mucho, pero había una oveja un poco desobediente.
Siempre estaba esperando la ocasión para escaparse. Ella pensaba que
había pastos mejores de los que su pastor le ofrecía, porque al pasar
por el camino había visto a lo lejos unos estupendos.
– ¿Por qué será que el pastor nunca nos lleva a comer aquellos pastos
tan deliciosos?, decía Blanquita en cuanto se imaginaba comiendo los
pastitos distantes.
Y así fue que blanquita. Obediente, pero de mala gana, regresó con el
pastor que la retó cariñosamente.
– Pero blanquita no podés ir sola por ahí, es muy peligroso. ¿Qué haría
yo si te pasara algo? ¿Cuándo lo entenderás?
– Ja, ja, ja, estas plantas de plástico tienen que quedar como si fueran
de verdad.
¿Qué tal estoy? ¿Guapo, no?, se decía el malvado lobo.
– ¿Dijiste que las quiere? ¡Si las quisiera tanto les daría libertad para
comer lo que quisieran! Pero no, siempre las está llamando, las quiere
presas en el redil. No les da libertad, dijo el lobo astutamente.
Entretanto el lobo alejaba cada vez más a Blanquita del pastor. Pero de
pronto Blanquita tuvo una duda.
– ¡Ah! ¡Sí! ¡Me había olvidado! Tengo hambre, ¿puedo comer ya?, dijo
Blanquita.
Blanquita pensó que todo estaba terminado hasta que escuchó la voz
de su amado pastor.
Y el lobo… ¿quieren saber que pasó con el lobo? ¡El lobo todavía está
corriendo por la paliza que le dio el pastor!
El pastor llevó a la ovejita en sus hombros hasta el redil. Iba feliz por no
haberla perdido, por haberla rescatado justo a tiempo. Aunque ello le
hubiera costado unos cuantos mordiscos del lobo malo. La ovejita
estaba muy arrepentida y agradecida a su pastor, y nunca más dudó de
su bondad.
Esa noche, en el redil hubo una fiesta como nunca la hubo antes, ni la
habrá. Porque las ovejas y el pastor estuvieron bailando toda la noche.
Y vinieron los vecinos y los amigos y hasta los grillos, los sapos y todos
los animales del bosque cantaron con ellos.
Esa noche la luna salió más resplandeciente que nunca.
“Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor su vida da por las ovejas”
Juan 10:11