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Parábola del Pastor y la oveja desobediente

Hace mucho, mucho tiempo, cuando el cielo aún era limpio y los
rebaños cruzaban los campos en busca de hierba verde, había un
pastor que tenía cien ovejas. Por la mañana las llevaba cruzando
montes y colinas a pastar a los mejores prados. Por la tarde cuando las
ovejas habían comido bastante las llevaba de regreso al redil para que
durmieran tranquilas y sin peligro.

Era un pastor muy bueno y quería mucho a sus ovejas. Y ellas también
lo amaban mucho, pero había una oveja un poco desobediente.
Siempre estaba esperando la ocasión para escaparse. Ella pensaba que
había pastos mejores de los que su pastor le ofrecía, porque al pasar
por el camino había visto a lo lejos unos estupendos.

– ¿Por qué será que el pastor nunca nos lleva a comer aquellos pastos
tan deliciosos?, decía Blanquita en cuanto se imaginaba comiendo los
pastitos distantes.

– ¡Blanquita! ¡Blanquita! Vení aquí. Llamó el pastor preocupado.

– ¡Sí, ya voy!, respondió Blanquita un poco enojada.

Y así fue que blanquita. Obediente, pero de mala gana, regresó con el
pastor que la retó cariñosamente.

– Pero blanquita no podés ir sola por ahí, es muy peligroso. ¿Qué haría
yo si te pasara algo? ¿Cuándo lo entenderás?

Blanquita siguió al pastor pensando en las deliciosas plantas que


estuvo a punto de comer.

Mientras tanto, un astuto lobo que había estado siguiendo a Blanquita


hace un tiempo -y que sabía que era una presa fácil- comenzó a
preparar una trampa.

– Ja, ja, ja, estas plantas de plástico tienen que quedar como si fueran
de verdad.
¿Qué tal estoy? ¿Guapo, no?, se decía el malvado lobo.

Disfrazado de planta, fue atrás de la oveja dispuesto a separarla de su


pastor. Y cuando le dio alcance.

– ¡Ovejita! ¡Ovejita!, decía el lobo disimulando la voz.

– ¿Quién me llama?, pregunto Blanquita dándose vuelta.

– Somos nosotras, las plantitas sabrosas, respondió el lobo

– ¡Mmmm! ¡Siempre he querido comer unas plantitas sabrosas!, dijo


alegre Blanquita

– Puedes comernos cuando quieras, síguenos, te llevaremos donde hay


muchas de nosotras, le dijo el mentiroso.

– Yo las seguiría, pero es que tengo que ir con el pastor. respondió


Blanquita indecisa.

– Preciosa ovejita, no tienes por qué ir con ese aburrido pastor, le


susurró el lobo.

– ¿Aburrido? ¡El pastor no es aburrido! Él nos lleva a comer hierbas y


nos quiere mucho, dijo Blanquita.

– ¿Dijiste que las quiere? ¡Si las quisiera tanto les daría libertad para
comer lo que quisieran! Pero no, siempre las está llamando, las quiere
presas en el redil. No les da libertad, dijo el lobo astutamente.

– ¡Eso es verdad! Pero decime, ¿que es libertad?, preguntó curiosa


Blanquita.

– ¿No sabés qué es la libertad? Libertad es hacer lo que quieras, como


quieras donde quieras y cuando quieras. Libertad es hacer lo que te dé
la gana.
– ¡Guaaauuuuu! ¡Qué bien! ¡Quiero ser libre! ¡Quiero comer plantitas
mejores! ¡Quiero hacer lo que se me dé la gana! ¿Puedo? ¿Puedo?,
preguntó Blanquita saltando de alegría.

– Vení, vení conmigo y verás que lindas plantas vas comer.

Y así el astuto lobo se llevó a blanquita muy lejos del pastor.

Cerca de ahí, el rebaño había llegado al redil y el pastor, como todos


los días, contaba las ovejas:

– Copito de nieve… Colita blanca… Dulce… Gotita…Algodoncito…


Orejitas… ¿y Blanquita? ¿Dónde está blanquita? ¡No ha llegado al redil!
¿Alguien ha visto a Blanquita? ¡Oh no, Blanquita! ¡Blanquita! ¡Seguro
que el lobo malvado ha engañado a la desobediente Blanquita! Los
otros pastores dijeron que en estos días han visto rastros del lobo
cerca de nuestro rebaño. Ahora entren ustedes, ¡voy a buscar a
Blanquita!

Diciendo esto, el pastor cerró la puerta del redil y con el cayado en


mano salió determinado a encontrar a Blanquita.

Entretanto el lobo alejaba cada vez más a Blanquita del pastor. Pero de
pronto Blanquita tuvo una duda.

– ¡Hey, plantita! ¿Por qué ustedes caminan si las plantitas no caminan?

– ¡Porque somos unas plantitas libres!, respondió el mentiroso.

– ¡Ah! ¡Sí! ¡Me había olvidado! Tengo hambre, ¿puedo comer ya?, dijo
Blanquita.

– ¿Estás lejos del pastor?, preguntó el lobo.

– Sí, ¡ya estamos muy lejos!

– Pues entonces podés comer, vení, comé, comé…, dijo el lobo


mientras se preparaba para devorar a Blanquita.
Blanquita dio una gran mordida en las plantitas y…

– ¡Puaj! ¡Tienen sabor a plástico!

– ¡Porque son de plástico!, dijo el lobo arrancando su disfraz y


persiguiendo a Blanquita con sus afiladas garras y temibles dientes.

– ¡Ah el lobo! ¡Socorro! ¡No quiero que me coma el lobo! ¡Pastor,


socorro!, gritaba Blanquita mientras corría desesperada, con el lobo
pisándole los talones.

El lobo consiguió capturar blanquita y darle una mordida en el rabo.

Blanquita pensó que todo estaba terminado hasta que escuchó la voz
de su amado pastor.

– ¡Suéltala, suéltala!, gritaba el buen pastor mientras le pegaba al lobo


fuertemente con su cayado.

Blanquita lloraba desconsoladamente con miedo de que el malvado


lobo lastimase a su amado pastor. Después de mucha lucha, ella
escuchó la voz del pastor que le extendía sus cariñosos brazos:

– Tranquila Blanquita. Tranquila, ya pasó todo. Vení a mi falda. Ahora


estás segura.

¡Qué feliz estaba blanquita en los brazos del pastor!

Y el lobo… ¿quieren saber que pasó con el lobo? ¡El lobo todavía está
corriendo por la paliza que le dio el pastor!

El pastor llevó a la ovejita en sus hombros hasta el redil. Iba feliz por no
haberla perdido, por haberla rescatado justo a tiempo. Aunque ello le
hubiera costado unos cuantos mordiscos del lobo malo. La ovejita
estaba muy arrepentida y agradecida a su pastor, y nunca más dudó de
su bondad.
Esa noche, en el redil hubo una fiesta como nunca la hubo antes, ni la
habrá. Porque las ovejas y el pastor estuvieron bailando toda la noche.
Y vinieron los vecinos y los amigos y hasta los grillos, los sapos y todos
los animales del bosque cantaron con ellos.
Esa noche la luna salió más resplandeciente que nunca.

“Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor su vida da por las ovejas”
Juan 10:11

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