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ENCICLICA “LAUDATO SI” (Alabado seas) Sobre el Cuidado de la Creación

El Papa Francisco ha publicado la encíclica “Laudato Si” (Alabado Seas, 2015) con la que
pretende aclarar el mandato católico “divino” del Génesis (1, 28) de dominar y someter la
Tierra, incluyendo aves y peces

La Encíclica toma su nombre de la invocación de san Francisco de Asís, «Laudato si’, mi’
Signore», que en el Cántico de las creaturas recuerda que la tierra, nuestra casa común, «es
también como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella
que nos acoge entre sus brazos » (1). Nosotros mismos «somos tierra (cfr Gn 2,7). Nuestro
propio cuerpo está formado por elementos del planeta, su aire nos da el aliento y su agua
nos vivifica y restaura» (2).

Las palabras escogidas por el Papa Francisco para comenzar su encíclica, tomadas del canto
a las criaturas de san Francisco de Asís, ponen de evidencia la actitud del hombre, y en
concreto del cristiano, de admiración ante la creación, como un niño pequeño que
contempla lleno de orgullo las obras de su Padre. Una admiración que lleva a alabar, dar
gracias a Dios, quien nos ha hecho el regalo de la creación. Para un cristiano, el cuidado del
ambiente no es una acción opcional o extra, sino una cuestión de suma importancia, porque
se refiere al cuidado del lugar que su Padre Dios le ha dado como hogar, su casa.
Precisamente la palabra ecología deriva del griego οικία, que significa casa, hogar. El
subtítulo de la encíclica subraya este hecho: «El cuidado de la casa común», y ofrece una
idea que permea toda la encíclica: el cristiano no está solo, su filiación le hace sentirse
hermano de todos los hombres, el cuidado de la casa es una tarea que compartimos con
todos los hombres, también con las generaciones futuras, que como en una familia son las
que impulsan a mejorar el ambiente del hogar para acogerlas del mejor modo posible.

La convicción de haber recibido este regalo de Dios hace que «nada de este mundo nos
resulte indiferente» (LS 3), porque todas las «criaturas, queridas en su ser propio, reflejan,
cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por esto, el
hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de
las cosas» (Catecismo de la Iglesia Católica 339). Los cristianos ante el gran regalo de la
creación se sienten «llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro
planeta sea lo que El soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud»
(LS 53). Esta convicción lleva al cristiano a ser protagonista en primera línea en el cuidado
del ambiente.

Esta hermana tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y
del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos
sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el
corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de
enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por
eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada
tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos
somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del
planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.

Cuando tomamos conciencia del reflejo de Dios que hay en todo lo que existe, el corazón
experimenta el deseo de adorar al Señor por todas sus criaturas y junto con ellas, como se
expresa en el precioso himno de san Francisco de Asís:

«Alabado seas, mi Señor,


con todas tus criaturas,
especialmente el hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas, y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire, y la nube y el cielo sereno,
y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy humilde, y preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello, y alegre y vigoroso, y fuerte»[64].

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