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FACULTAD DE INGENIERÍA

ESCUELA DE INGENIERÍA INDUSTRIAL

DOCENTE:
ESTELA SALAZAR, NANCY EMILIA
CURSO:
ÉTICA
ALUMNA:
CALVAY CABANILLAS YURI
CICLO ACADEMICO:
V-CICLO
TEMA:
UTILITARISMO: HEDONISMO Y PRAGMATISMO
FECHA:

26/04/2019
INTRODUCCIÓN

La moral se ocupa de las acciones humanas. Las verdaderas acciones humanas son
aquellas que dimanan de la libre voluntad del hombre.

¿Pero el hombre es verdaderamente libre? Ciertamente sí, inequívocamente: puedo querer


una manzana o una pera, o también no querer nada. Los distintos condicionamientos
(familia, escuela, costumbres) en la mayoría de los casos no quitan la libertad, pero la
pueden limitar. Por lo tanto, es necesario afirmar que la libertad de base permanece, y
todos tenemos la experiencia, no obstante, los condicionamientos, de que podemos obrar
según nuestro arbitrio.

Admitiendo, pues, que la verdadera acción humana es aquella que es libre, la moral no
mira si nuestra acción es importante o no, si es eficaz o no, si es aplaudida o no. Lo que
cuenta para la moral es si la acción que estamos realizando es buena o mala. Decir por
tanto que las acciones son morales o inmorales equivale a decir que las acciones son
buenas o malas.

La mayoría de las personas tienen la libertad de vivir como ellos desean. Muchas posturas
se han presentado a lo largo de la historia de la filosofía acerca de la concepción de lo
bueno, los filósofos han definido dos formas de vivir que se podrían llamar extremas.
Estas dos corrientes de vida se llaman hedonismo y pragmatismo y ambos conceptos son
aplicables a las sociedades y culturas. Cada corriente presenta su punto de vista y teoría
a este cuestionamiento.

Pero ¿Qué es el hedonismo y el pragmatismo?

El hedonismo es la doctrina filosófica basada en la búsqueda del placer y la supresión del


dolor como objetivo o razón de ser de la vida. Las dos escuelas clásicas del hedonismo,
formuladas en la Grecia antigua, son la escuela cirenaica y los epicúreos. Por lo tanto, las
escuelas creadas por Epicuro y Aristipo podrían ser los precursores del utilitarismo. El
utilitarismo es en sí mismo una filosofía pragmática donde lo útil es lo más importante y
cuya moral puede sintetizarse en la siguiente frase: “la felicidad para el mayor número de
personas”. De todo esto puede entreverse cómo ésta es una doctrina que ha hecho grandes
aportes tanto al liberalismo económico, base filosófica del capitalismo, como a la propia
democracia.
El pragmatismo reduce lo verdadero a lo útil y considera que la verdad del conocimiento
se encuentra precisamente en aquello que tiene un valor práctico para la vida. Como tal,
el pragmatismo es también aplicable a la economía, la política, la educación y el derecho.

Los hedonistas se pierden en las mareas del placer, que disfrutan cada momento, que
creen que la vida es sólo una fiesta eterna. Los pragmáticos tienen sentido del deber, la
moralidad, el hacer lo correcto, lo esperado, los que viven de acuerdo a los altos
estándares de lo racional ¿Como deberíamos ser para realmente ser felices? ¿Es acaso el
deber más importante que el placer y el ser? ¿Ser hedonista no genera una ausencia de
productividad? ¿Cuánto placer es suficiente? ¿Siempre es lo mejor hacer lo que debemos,
lo que se espera de nosotros?

Es importante saber este tema ya que nos permite analizar cómo estamos actuando y como
deberíamos mejorar nuestro actuar, es posible que estemos actuando de acuerdo a estas
dos corrientes filosóficas y poder reflexionar de los aspectos equivocados que estas
presentan y que en su tiempo influyeron mucho. En el siguiente ensayo daré a conocer mi
postura ante estas dos corrientes filosóficas.

Pero ¿Qué es bueno y malo para el hedonismo?

Para el Hedonismo es bueno aquello que produce placer y es malo aquello que produce
dolor. En consecuencia, sitúa en el placer la felicidad humana. El hedonismo no consiste
en afirmar que el placer es un bien, ya que dicha afirmación ha sido admitida por otras
muchas doctrinas éticas muy alejadas del hedonismo, sino en considerar que el placer es
el único y supremo bien.

El hedonismo surge con la escuela cirenaica, de ella nació el Hedonismo. Escuela de


filosofía fundada en el siglo V a. C. por Aristipo de Cirene, discípulo de Sócrates. Según
ésta, el único criterio de la verdad se halla en las emociones internas. Para ellos no existía
ningún Dios, e incluso terminaron por negarle. Se ocupaban fundamentalmente de las
cuestiones de la ética. Esta escuela se descompuso en varias ramas: Cireneos (seguidores
de Arístipo) Hegesíacos (seguidores de Hegesías) Anicerios (seguidores de Aníceris)
Teodorios(seguidores de Teodoro, el Ateo).Los cirenaicos posteriores hicieron causa
común con los epicúreos. De hecho, la diferencia entre estas dos escuelas era cuestión de
detalles, no de principios fundamentales. Es muy difícil seguir la evolución de la escuela
devido al escaso material con que se cuenta. El epicureísmo, movimiento fundado hacia
el 300 a. C., plantea que la felicidad consiste en vivir continuamente bajo la satisfacción
del placer que no excita los sentidos, sino al que se refiere a la ausencia del dolor o de
cualquier tipo de aflicción; más que buscar un placer inmediato busca aquel que requiere
del uso de la razón, es decir, el que valora las consecuencias sobre las acciones y otorga
placer a largo plazo.

El resurgimiento de los principios hedonísticos en nuestros propios tiempos puede tener


su origen en una línea de filósofos ingleses, Hobbes, Hartley, Bentham, James Mill, John
Stuart Mill, los dos Austin, y más recientemente, Alexander Bain, que popularmente son
conocidos como Utilitaristas. Herbert Spencer adoptó en su teoría de ética evolutiva, el
principio de que la norma discriminante entre el bien y el mal es placer y dolor, si bien él
sustituyó el final hedonista por el progreso de la vida.

No existen ni verdaderos ni falsos placeres.

El placer con la ausencia del dolor se trata de una falsedad en la que incurren los ascetas
que se contentan con vivir en un estado carente de dolor, e identifican este estado con el
bien y la felicidad.

Platón no admite de ninguna manera que el placer consista en la ausencia o remisión de


dolor; no sufrir dolor y tener placer tienen distinta naturaleza, y habría que preguntarse si
la ausencia de dolor realmente ya es placer. Si bien algunas personas lo creen así, como
se verá más adelante, esta concepción del placer como ausencia de dolor, que refleja un
estado “neutro” sin dolor y sin placer, es una concepción pobre del placer.

En los párrafos 44d-50e se da la discusión más profunda con respecto al punto de verdad
y falsedad de los placeres. Estos últimos son los placeres al estilo de Calicles en
el Gorgias, aquél es partidario de grandes placeres y deseos, aunque impliquen dolores y
frustraciones. Se trata de desear, disfrutar, obtener placer, volver a desear, volver a
alegrarse y hacer de ello un estilo de vida. La concepción que Calicles tiene de la felicidad
y de la vida buena reside en que ésta sea desenfrenada y que persiga el placer y el poder.
Se exhibe así: “La abundancia, el desenfreno y la libertad {en sentido de libertinaje} […]
esto es la virtud y la felicidad; todo lo demás […] son convenios de los hombres contrarios
a la naturaleza, son tonterías que no valen nada” (Greg., 292c).
En el Filebo se busca la magnitud y la fuerza del placer, pero sobre todo “debemos
entender qué naturaleza tiene el placer y cuál dicen quienes afirman que no existe en
absoluto” (45c). Para investigar la naturaleza del placer, se tienen que examinar los
placeres más grandes e intensos para comprenderlos perfectamente bien. Con respecto al
cuerpo, los más grandes son aquellos precedidos por los deseos más apremiantes, por
ejemplo, en el caso de los enfermos su máximo deseo es estar sanos; pero ello no significa,
en general, que los enfermos tienen placeres más grandes que los sanos.

¿Dónde se dan los placeres más fuertes y más intensos, en la insolencia, al estilo de
Calicles, o en la vida sensata? Los individuos sensatos buscarán sus placeres bajo la óptica
del “nada en demasía”, esto impone un freno al placer ilimitado, mientras que el placer
de los insolentes, que buscan placeres sin límites, tiende hacia la locura. De ahí se
desprende que los máximos placeres y los máximos dolores no provienen de la virtud
(45e).

Cuando una persona se rasca al tener sarna, ¿siente dolor o placer? Se dice que es un “mal
mixto”, pues se trata de un estado mezclado de placer y dolor. Hay tres tipos de mezclas:
estados mixtos de placer y dolor en el cuerpo; mezclas que se dan en el alma a la vez que
en el cuerpo (llamadas a veces “placer”, a veces “dolor”) y otras que se presentan como
mezclas de dolor y placer en el alma y que se pueden considerar como disarmonías de
ésta.

Algunas mezclas de placer y de dolor se dan en partes iguales. La mayoría de las personas
busca definitivamente aquellos placeres donde la parte del dolor es mínima, y la del
placer, máxima. Hay quienes aprecian que un individuo que dispone de este tipo de placer
y vive permanentemente en este estado es el más feliz de todos (47b). Con respecto a los
placeres del cuerpo, llama la atención leer cómo describe Platón el estado de la persona
“posesionada” por el placer: salta de gusto, hace gestos, cambia de color y de respiración,
grita y hasta “muere” de placer. El maestro de la Academia opina que son las personas
desenfrenadas e insensatas los que creen que estos placeres físicos son los más grandes.

Se mencionan expresamente como dolores del alma, sin base física, la ira, el temor, la
añoranza, el duelo, la pena de amor, los celos y la mala fe. Estos fenómenos pueden
presentarse junto con “indescriptibles placeres” (47e).
Unas palabras todavía sobre el tema de la mezcla de placer y dolor: Sócrates quiere
explicar este aspecto mediante la naturaleza de la mala fe, o alegría del mal ajeno. Existe
un dolor y un placer de índole injusta (49c-d); por ejemplo -como se maneja en la
moralidad popular- es justo alegrarse del mal del enemigo, pero no es justo alegrarse del
mal que le sucede al amigo. Ambos fenómenos suceden en la vida real. Cuando nos
reímos de las desgracias de los enemigos, mezclamos placer y dolor, ya que la risa es un
placer, pero la mala fe, un dolor. A modo de conclusión se señala que hay que aceptar
que tanto el cuerpo sin el alma, como el alma sin el cuerpo, como también ambos juntos,
están repletos de la experiencia de tener placeres y dolores juntos (50d-d). Es importante
hacer hincapié en que el peligro del placer es no tener medida; los placeres violentos,
físicos, carecen de medida y siempre están mezclados con dolor.

Nada más resta reafirmar lo ya dicho: la distinción entre placeres verdaderos y falsos
quiere combatir un hedonismo exacerbado y prevenir contra una ética subjetivista al estilo
de Calicles. Placeres y dolores son aceptables para Platón en la medida en la que se
insertan en la vida buena, y es la razón, la que al fin y al cabo determina qué placer se
debe adoptar para tal vida.

Hasta ahora se ha hablado de los placeres “falsos”. ¿Cuáles son los “verdaderos”? Ellos
son los llamados “puros”, esto es, aquellos que no tienen ninguna mezcla con dolor y que
son, por decirlo así, completamente inofensivos.

Dichos placeres puros -una clara minoría en comparación con los anteriores “impuros”,
mezclados con dolor- son aquellos que nos procuran los colores bellos, las figuras
geométricas y los que vienen de sonidos agradables. Estos placeres estéticos son los
únicos que, según Platón, producen una satisfacción placentera que no implica dolor. Es
bello algo recto o redondo, son las matemáticas las que procuran un placer que
(obviamente) no es comparable con el de rascarse cuando se siente comezón. Todavía
entran en este género los placeres relacionados con los conocimientos, y literalmente
leemos en 52b: “Se debe decir que estos placeres de los conocimientos no están
mezclados con los dolores, y de ninguna manera pertenecen a la mayoría de los hombres,
sino a muy pocos”; se puede conjeturar, entonces, que estos pocos son los filósofos y los
matemáticos.
A modo de conclusión es preciso decir que no existen ni falsos ni verdaderos placeres,
pues los criterios platónicos para calificar un placer de verdadero o falso no se pueden
aplicar en el terreno de las emociones o sentimientos. Todos conocemos la situación del
placer anticipado, por ejemplo, el de un viaje. Nos alegramos semanas antes y, si por
algún motivo el viaje no se realiza, sentimos una decepción, pero el placer ya se dio, como
reza un refrán mexicano “lo bailado, ni Dios lo quita”; o como se aprecia en una sentencia
en alemán: “Vorfreude ist die schönste Freude” (la alegría anticipada es la más bella); sí,
es la más bella, pero no la más “verdadera”

EL PLACER PERSONAL NO ES EL FIN ÚLTIMO Y ÚNICO DE UNA


PERSONA PARA HALLAR LA FELICIDAD

Aristipo de Cirone, primer hedonista, habla de los placeres en movimiento, la ausencia


de dolor solamente no podía producir placer. Valoraba más los placeres de la carne que
los del alma. Era un hedonismo censista de presente lo que defendía. Por lo tanto, como
dirían algunos en nuestros días, para cuatro días que vamos a vivir, cuanta más cantidad
de placeres más felices seremos. Esto es apoyado Epicuro de Samos hace más de dos mil
años cuando planteaba, con el hedonismo, que “la verdadera felicidad se encuentra
detrás del placer continuo como algo que excita los sentidos. Basar la felicidad en la
constante búsqueda del placer, sería como afirmar que la verdadera experiencia de
vivir o la plenitud, se encuentran a través del sueño”. Es una teoría que reduce al
hombre a puro animal. El hombre es un ser racional, que se proyecta sobre el futuro, al
contrario de los animales, que solo viven el presente. Identifica satisfacción o estar
contento con felicidad. Es evidente, que la felicidad humana, es algo más que un cumulo
de experiencias sensitivas. Fundamentar nuestra felicidad a través de la búsqueda del
placer constante no solo constituye un error, sino que resulta tremendamente peligroso
puesto que, como ocurre con los sueños cuando dormimos, todo se acabará en el momento
de despertar, convirtiendo la vida en el tormento que transcurre desde que nos
despertamos hasta que nos volvemos a acostar para seguir soñando. Para afirmar esto, no
hace falta más que observar el comportamiento de las personas (en general); la necesidad
de acumular riquezas, honores o fama, así como la constante búsqueda de pequeñas dosis
de placer para mantener un relativo estado de bienestar. Es el caso de Aristóteles, quien
completa esta consecución entre placer y felicidad añadiendo una parte esencial para que
este sentimiento de bienestar se mantenga. El bien supremo o fin final que perseguimos
es aquel que no se busca para alcanzar otra cosa, sino que es apetecible siempre por
sí mismo y jamás por otra cosa. Parece que éste es la felicidad; ya que la escogemos
siempre por encima de todo; es decir, por sí misma y jamás por otra cosa (a
diferencia del honor, la riqueza y el placer, que se escogen deseando encontrar en
ellas la felicidad). El bien autosuficiente es aquel que por sí solo torna amable la
vida, y tal bien es la felicidad (Cfr. Ar. Eth. Nic. 1097a 15-20). Aristóteles nos dice que
la verdadera felicidad se encuentra en las acciones que nos permiten sentirnos bien y hacer
sentir bien a los demás, un concepto que, aún utilizándolo en muchas ocasiones
cotidianas, parece olvidado. Para explicar esto pondremos un ejemplo. Si la felicidad o el
bienestar se encontrara detrás del placer de disfrutar de un buen vino, el día que nos
reunimos con nuestros amigos para tomar unas copas lo importante sería la copa, o lo que
bebemos, y la parte más prescindible sería la compañía y el bienestar que nos aporta estar
con ellos. En cambio, el verdadero bienestar reside en el buen rato que hemos pasado
junto a los demás y el agradable recuerdo que compartimos incluso muchos días después,
olvidándonos pronto del placer efímero de tomarnos la copa de vino. De esta manera,
conseguimos perpetuar en el tiempo una sensación de bienestar que nos ayuda a
encontrarnos mejor, acercándonos de una manera más certera a un concepto mucho más
real de felicidad.

Para el ser humano, sin embargo, no es suficiente la satisfacción de las


necesidades biológicas más básicas. Busca algo más. A esto le podemos llamar
una búsqueda de felicidad, de significado o de una evolución no meramente
biológica sino espiritual. La felicidad, descubrimos pronto, no es lo mismo
que el placer. Si perseguimos el placer sin mesura, rápidamente nos damos
cuenta de que lo que nos da placer al principio luego es la semilla del dolor.
Esto ocurre debido a que las cosas que nos dan placer son permanentes y
el mismo cuerpo que siente el placer es impermanente. Nos cansamos de lo
mismo o extrañamos la sensación de placer que ya no podemos sentir igual
porque hemos cambiado, hemos envejecid o, hemos perdido sensibilidad, etc.,
o esto mismo ha ocurrido con el objeto de nuestro placer. Esto
genera frustración. Como se dieron cuenta tempranamente los filósofos en
Grecia o en la India, perseguir el placer sin mayor discernimiento es una forma
de asegurar la continuidad del sufrimiento.
Pero ¿Qué es bueno y malo para el pragmatismo?

El pragmatismo consiste en reducir “lo verdadero a lo útil” negando el conocimiento


teórico en diversos grados; para los más radicales sólo es verdadero aquello que conduce
al éxito individual, mientras que, para otros, sólo es verdadero cuando se haya verificado
con los hechos.

El pragmatismo como movimiento filosófico comenzó en los Estados Unidos en la década


de 1870. Charles Sanders Peirce (y su Máxima Pragmática) se le atribuye el mérito de su
desarrollo, junto con los contribuyentes de finales del siglo XX, William James y John
Dewey. Su dirección fue determinada por los miembros del Club Metafísico, Charles
Sanders Peirce, William James y Chauncey Wright, así como por John Dewey y George
Herbert Mead.

Charles Sanders Pierce

Nació en Cambridge en 1839. Su escasa actividad literaria fue publicada en revistas, sin
embargo, tuvo influencias gracias a su actividad docente, atacando grandemente los
problemas lógicos y filosóficos. "El pragmatismo de Pierce, es, sobre todo, lógico, a
diferencia de la imagen habitual, deriva de una interpretación parcial e inexacta de la
forma que adquirió en la obra de James. Pero hay que advertir que el aspecto lógico no
es ajeno a James, ni el práctico a Pierce. La función del pensamiento es para éste producir
hábitos de acción."

John Dewey

Nació en Burlington (Vermont) en 1859 y murió en Nueva York en 1952. Estudió en la


Universidad de Vermont y fue profesor de escuela secundaria. Ha sido uno de los hombres
que han influido más en la vida intelectual de los Estados Unidos, sobre todo en la
educación. Conoció la lógica de Pierce y estableció con él una amistad en 1894. Trabajó
en problemas lógicos, psicológicos y éticos, además fue idealista pero pronto dejó
desertó. Su pensamiento fue "Las ideas sólo tienen un valor instrumental para la acción
en la medida en que ellas estén al servicio de la experiencia activa; de donde el valor de
una idea radica en su éxito." De este modo, el pragmatismo se convierte para él en un
general "instrumento"

William James
Es un sistema egoísta

En primer lugar, está centrado en mis necesidades. El «yo» es el eje alrededor del cual
giran mis decisiones. Es, por tanto, una filosofía profundamente egoísta. «Sólo quiero lo
que necesito» sería su resumen.

A primera vista esta actitud puede parecer inofensiva, sobre todo en el campo material.
Incluso podría favorecer un estilo de vida más sencillo, menos consumista. Pero sus
implicaciones son muy negativas cuando se aplican al campo de las relaciones personales.
Veamos dos ejemplos muy frecuentes en nuestros días. El primero en el ámbito de la
familia. Muchos jóvenes razonan así: «¿para qué necesito casarme cuando es mucho
más práctico, rápido y cómodo juntarse?» Ello explica el aumento espectacular de la
cohabitación en los países «pragmáticos», por ejemplo, en Europa. «Si nos juntamos y
funciona, ¿qué más necesitamos?», «¿para qué nos sirven las iglesias, los juzgados, los
testigos o las firmas?» ¡Esta forma de pensar es ideología pragmática pura, aun cuando la
mayoría de estos jóvenes ni siquiera han oído esta palabra en su vida! Puesto que los
principios quedan supeditados a mi necesidad y mi comodidad, prescindo de todo lo
que a mí no me es útil.

Otro ejemplo en una línea parecida. Crece el número de mujeres que tienen un hijo sin
vivir -ni pretender vivir jamás- con el padre de este hijo. «¿Para qué aguantar a un hombre
toda la vida, si no lo necesito más que para darme el hijo?» Conmociona saber que en
Inglaterra el mayor crecimiento en el porcentaje de nacimientos se da en este tipo de
situación familiar, madres solteras que deciden tener un hijo prescindiendo por completo
de su futuro padre.

¿Y qué diremos del varón que después de unos pocos años de matrimonio decide
abandonar a su esposa porque «ahora ya no la necesito, la vida tiene etapas; mi mujer me
fue útil en una etapa de mi vida, ¿pero ahora ya no»? Me confesaba una joven esposa, en
medio de una situación así: «Me siento como una lata de Coca Cola: Deséchese después
de usada». Las consecuencias del pragmatismo en las relaciones personales pueden ser
devastadoras.

Descubrimos el mismo enfoque en el ámbito de las creencias en muchos de nuestros


contemporáneos. Les hablas del Evangelio y su respuesta es: «Esto está muy bien para ti,
pero yo no necesito a Dios. Yo estoy bien sin Dios, vivo cómodo, no necesito una religión.
Simplemente no lo necesito».

Recuerdo el caso de un joven que, en apariencia, se convirtió y poco después se bautizó


en una iglesia evangélica. De forma un tanto inesperada, al cabo de unos tres años
abandonó la iglesia y lo que es peor, su fe en Dios. Al preguntarle por su decisión,
respondió fríamente: «Dios no me solucionó los problemas, no me ha servido de nada.
Aun peor, desde que voy a la iglesia tengo más problemas que antes. Un Dios que no me
soluciona mis problemas es un Dios que no me sirve y, por tanto, no lo necesito».

Estos diversos ejemplos nos muestran el fondo descarnado del pragmatismo: un egoísmo
a ultranza donde la satisfacción y la realización del ego priman por encima de todo. La
persona se mueve por la vida según sus necesidades propias: «Si no te necesito -sea Dios,
la esposa u otros- entonces no me interesas».
Es un sistema materialista

Al diseccionar el pragmatismo de nuestra sociedad, encontramos una tercera


característica: valora el éxito según resultados tangibles, en especial los que se pueden
medir con números. Las cifras son el «tótem» que, finalmente, determina el fracaso o el
éxito de un proyecto. Todo se valora según los números. En este sentido podemos decir
que es un sistema materialista.

Los resultados valorados en cifras constituyen el criterio supremo para decidir si algo va
bien o mal, si funciona o no funciona. Vaya por delante que este criterio es lógico y
aceptable en el mundo empresarial. Pero si se aplica de forma ilimitada y deshumanizada,
el lugar de trabajo deviene una forma moderna y legalizada de esclavitud. Los aspectos
positivos del capitalismo pueden trocarse en un infierno si lo único que cuenta es los
números de la empresa.

Un ejemplo nos lo ilustra. Los agentes comerciales de una empresa se ven sometidos a
una presión extraordinaria por parte de sus superiores. ¡Por supuesto que vender es su
trabajo! Su obligación es vender. Pero ya no parece tan lógico que, con demasiada
frecuencia, se les obligue a hacer «la cuadratura del círculo», exigiéndoles resultados casi
imposibles bajo amenaza de perder incentivos o incluso su lugar de trabajo. Lo único que
cuenta es que, a final de mes o a final de campaña, los números salgan. Hay que vender
y vender. No importa que el precio sea engañar al cliente o hipotecar la salud del
comercial, o su vida personal y familiar. Así muchos acaban en la consulta del médico
con un infarto de miocardio, con estrés severo, con depresión o con la familia rota. La
reciente epidemia de suicidios en una gran empresa estatal francesa es un buen ejemplo
de las trágicas consecuencias de esta filosofía. Cuando una empresa antepone la salud
física y emocional de sus obreros a los resultados económicos, se está dejando llevar por
un pragmatismo deshumanizante que, a la larga, será un boomerang negativo para la
propia empresa.

Las consecuencias del pragmatismo

Toda filosofía tiene unas consecuencias prácticas. Como hemos visto a través de los
ejemplos anteriores, el pragmatismo afecta nuestra vida diaria. Un sistema que fomenta
el egoísmo, que obedece a patrones hedonistas y que es profundamente materialista tendrá
una influencia nefasta sobre la convivencia. No estamos ante una teoría inocua, sino ante
una peligrosa amenaza para el sensible tejido social que son nuestras relaciones diarias.

Los resultados del pragmatismo los podremos valorar mejor en aquellos países donde esta
ideología ha calado más hondo y España está entre ellos. Me gustaría mencionar
sucintamente algunas de estas consecuencias:

La crisis de la familia
La menciono en primer lugar por su elevada incidencia y sus consecuencias dramáticas
para los más inocentes, los niños. Dos datos nos ilustran la gravedad de la situación: casi
el 50% de los matrimonios en Estados Unidos termina en divorcio. En España las cifras
no son tan altas, pero el aumento es uno de los mayores de la Comunidad Europea. Quizás
ésta sea la razón por la que en 1997 varios diputados laboristas en Inglaterra intentaron
presentar un proyecto de ley muy singular y revolucionario: querían incluir una fecha de
caducidad en el contrato del matrimonio. El plazo de validez era de 10 años, de tal manera
que, pasado este tiempo, el contrato expiraba automáticamente y había que renovarlo...
¡como si fuera el carnet de conducir! Parece casi de ciencia ficción. El proyecto no
prosperó pero queda como ejemplo del descalabro que una filosofía egoísta y hedonista
puede provocar en una de las relaciones personales más básicas, el matrimonio.

La violencia

Un segundo resultado del pragmatismo es la violencia. Los países de Occidente son cada
vez más violentos. Ello no es patrimonio de una minoría de delincuentes o marginados;
abarca a los sectores más normales de la sociedad. El vandalismo en los institutos de
enseñanza secundaria se ha convertido en un problema endémico en la vecina Francia.
Tan frecuentes eran las agresiones graves a maestros y entre alumnos que se ha ordenado
la presencia policial permanente dentro de los centros escolares. Así algunas escuelas se
han convertido poco menos que en fortalezas para evitar la violencia de los adolescentes.

En EE.UU., país pragmático por excelencia, algo más de un millón de personas viven en
la cárcel. La población reclusa en este país es la más alta del mundo. ¿Será casualidad?

La lista de consecuencias negativas de un mundo donde prima el pragmatismo podría ser


muy larga. Mencionaré unos pocos ejemplos más: el sentimiento de frustración, de vacío,
reflejado en los rostros de la gente por la calle y sobre todo en la alta tasa de trastornos
de ansiedad y depresión. El suicidio se ha convertido en la causa número uno de muerte
en Cataluña entre las personas de 18 a 45 años (estadística de septiembre de 2010). Y qué
diremos del drama de la soledad, en especial de las personas mayores, tal como se
evidencia de forma descarnada en Francia en el verano de 2003 cuando numerosos
ancianos fueron hallados muertos en sus domicilios, totalmente solos, a causa de una
fuerte ola de calor. Nadie había reclamado su cadáver. ¡Impresionante! Uno puede morir
y pasan meses sin que ningún familiar lo haya notado.

Este concepto utilitarista de la vida -servirse de los demás en vez de servir a los demás-
se palpa muy bien en el eco favorable que la eutanasia encuentra en buena parte de la
opinión pública. En Holanda, país donde la eutanasia está legalizada, muchos pacientes
mayores de 65 años, al ingresar en un hospital, se cuelgan un letrerito en el pecho con una
frase muy significativa: «por favor, no me maten». Para el hombre pragmático de hoy los
ancianos son un estorbo, sobran y además resultan caros para el sistema sanitario y para
la sociedad. Sólo esta mentalidad egoísta y materialista explica que un político -el ex
gobernador de Colorado Bernard Lamm- dijera en un acto público hace unos pocos años:
«lo que tienen que hacer los viejos es quitarse de en medio».

En la medida en la que el hombre se aleja de Dios, se acerca al infierno y la vida hoy es


un infierno para mucha gente en los países más avanzados. Ello nos lleva de forma natural
a considerar el último punto del tema.
CONCLUSIONES

 Aquel que se ubique dentro de la perspectiva del presente hedonista, será una
persona que jamás piense en las consecuencias de sus actos, nunca se detendrá a
pensar en los pros y contras de su actuar. Es impulsivo, constantemente está
buscando nuevas sensaciones y emociones ya sea mediante experiencias o
actividades físicas, los placeres triviales están al orden del día. Son muy sociales
y no temen aventurarse en el terreno sexual. Lo que importa es evitar el dolor a
cualquier precio, ocultándolo con el placer a todo nivel. El problema con este tipo
de actitudes es que puede conducir al fracaso a nivel académico y laboral; por
tener baja tolerancia al dolor son más propensos a las adicciones y al involucrarse
en deportes que los empujen a ir más allá de sus límites también pueden sufrir
accidentes.

 Aquellos que se encuentran en el bando de los pragmáticos pueden ser asociados


con las personas cuya única meta es orientarse hacia el futuro. Al contrario de los
hedonistas, siempre están meditando con cautela las consecuencias de sus actos,
están totalmente concentrados a alcanzar esos planes que ya se trazaron y no
caerán en las redes bajas de la diversión que los distrae. Caminan por el presente
como si tuvieran una venda en los ojos, nada a su alrededor importa, ellos solo
quieren vivir su anhelado e idealizado futuro. Gracias a su extrema racionalidad
son personas que escogen cuidar su salud, la mayoría son exitosos en lo que se
proponen porque viven para trabajar a favor de su objetivo sin importar nada más.
El lado negativo de esta perspectiva que puede llegar a ser tan fría y calculadora
es que se van dejando de lado las relaciones interpersonales, no se dan el permiso
para disfrutar, convirtiéndose cada actividad de recreación y ocio en algo
prácticamente tortuoso.

 Como podrán ver, todos los extremos son malos. Si bien es hermoso vivir
disfrutando y es beneficioso ser disciplinado ante nuestras metas, caer en la
exageración de estos comportamientos se convierte en un grave error que al fin y
al cabo nos costará nuestra propia felicidad.
BIBLIOGRAFÍA

 Sissa, G., & del Mar Duró, M. (1997). El placer y el mal: filosofía de la droga.
Manantial.
 Alcalá, R. R., & Ariza, M. D. M. M. (2013). Repensar el hedonismo: de la
felicidad en Epicuro a la sociedad hiperconsumista de Lipovetsky. Éndoxa, 1(31),
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efímeras. Sociológica (México), 28(79), 79-109.
 Bernstein, R. J. (1993). El resurgir del pragmatismo. Contrastes. Revista
Internacional de Filosofía.
 Barrena, S. (2014). El pragmatismo. Factótum, 12, 1-18.

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