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El objetivo de las investigaciones en el campo de la historia económica no sólo es hacer que el pasado
económico sea más claro, sino también contribuir a la teoría económica al proporcionar un marco analítico
que nos permita entender el cambio económico. Una teoría de la dinámica económica comparable en su
precisión a la teoría general del equilibrio sería la herramienta de análisis ideal. Al no existir dicha teoría,
podemos describir las características de economías pasadas, examinar el desempeño de la economía en
diferentes momentos y llevar a cabo un análisis de estática comparada, pero faltaría un entendimiento
analitico de la manera en que evolucionan las economías.
Una teoría de la dinámica económica es fundamental para el campo del desarrollo económico. No es un
secreto el porqué este campo no ha logrado desarrollarse: la teoría neoclásica es sencillamente una
herramienta inadecuada para analizar y prescribir políticas que induzcan el desarrollo. Se preocupa por la
operación de los mercados mas no de cómo estos se desarrollan. ¿Cómo puede prescribir políticas sin
entender la manera en que se desarrollan las economías? Son precisamente los métodos utilizados por los
economistas neoclásicos los que han impuesto el tema y los que han militado en contra del desarrollo. Esa
teoría, en la forma prístina que le otorgó precisión matemática y elegancia, modeló un mundo sin fricciones
y estático. Al aplicarla a la historia y el desarrollo económicos, se centró en el desarrollo tecnológico y más
recientemente en inversiones de capital humano, pero hizo de lado la estructura de incentivos presente en
instituciones que determinan el grado de inversión social en dichos factores (tecnología y capital humano).
En el análisis del desempeño económico a lo largo de los años, esa teoría incluyó dos supuestos erróneos:
1) que las instituciones no tienen importancia, 2) que el tiempo no importa.
Este ensayo es sobre instituciones y tiempo. No ofrece una teoría de la dinámica económica que se pueda
comparar con la teoría del equilibrio general. No contamos con semejante teoría. Más bien, proporcionamos
el andamiaje inicial de un marco analítico capaz de aumentar nuestra comprensión de la evolución histórica
de las economías y una guía para las políticas en su tarea constante de mejorar el desempeño económico
de las economías. El marco analítico es una modificación de la teoría neoclásica. Conserva el supuesto
básico de escasez y por ende competencia, y las herramientas analíticas de la teoría microeconómica. Pero
modifica el supuesto de racionalidad y añade la dimensión del tiempo.
Las instituciones forman la estructura de incentivos de una sociedad y, por tanto, las instituciones políticas y
económicas son las determinantes fundamentales del desempeño económico. El tiempo es la dimensión en
la cual el proceso de aprendizaje de los humanos conforma la manera en que se desarrollan las
instituciones. Esto es, las creencias que mantienen los individuos y que determinan sus preferencias son
consecuencia de su aprendizaje a lo largo del tiempo, y no sólo del lapso de vida de un individuo o de una
generación; son el aprendizaje incorporado, acumulativo en el tiempo y transmitido de una generación a
otra por la cultura de cada sociedad.
Las instituciones son imposiciones creadas por los humanos y estructuran y limitan sus interacciones. Se
componen de imposiciones formales (por ejemplo, reglas, leyes, constituciones), informales (por ejemplo,
normas de comportamiento, convenciones, códigos de conducta autoimpuestos) y sus respectivas
características impositivas. En conjunto, definen a la estructura de incentivos de las sociedades, y
específicamente de las economías.
Las instituciones y la tecnología utilizada determinan los costos de las transacciones y las transacciones
que se suman a los costos de producción. El resultado neoclásico de mercados eficientes sólo se obtiene
cuando las transacciones no tienen costo. Sólo según condiciones de negociación sin costo los actores
llegarán a la solución que maximiza el ingreso agregado, independientemente de los arreglos
institucionales. Cuando negociar sí tiene un costo, las instituciones cobran importancia. En un estudio
empírico se demostró, que en 1970, el 45% del PIB estadounidense se dedicaba al sector de
transacciones.
Los requisitos informativos e institucionales para alcanzar mercados eficientes son estrictos. Los jugadores
no sólo deben tener objetivos; deberán asimismo conocer la manera correcta de lograrlos. ¿Pero cómo
saben los jugadores la manera correcta de lograr sus objetivos? La respuesta desde la perspectiva de la
racionalidad es que, a pesar de que los actores pueden tener modelos inicialmente distintos y erróneos, el
proceso informativo de retroalimentación y los árbitros corregirán el comportamiento descarriado y llevarán
a los jugadores sobrevivientes a corregir modelos.
Un requisito incluso más riguroso del modelo de la disciplina del mercado competitivo es que, cuando
existen costos de transacción significativos, las consiguientes instituciones del mercado se diseñarán para
inducir a los actores a adquirir información esencial que les llevará a corregir sus modelos. La implicación
es no sólo que las instituciones se planean con el fin de obtener resultados eficientes, sino que pueden
ignorarse en un análisis económico puesto que no tienen una función independiente en el desempeño
económico.
Estos son requisitos estrictos que sólo se complen excepcionalmente. Los individuos por lo general actúan
con base en información incompleta y con modelos que con frecuencia son erróneos; la realimentación de
la información es por lo general insuficiente. Las instituciones no son creadas con el fin de ser socialmente
eficientes; más bien, éstas son creadas para servir a los intereses de quienes tienen el poder de
negociación para crear nuevas reglas. En un mundo de transacciones de costo cero, el poder de
negociación no afecta a la eficiencia de los resultados, pero un mundo de costos positivos, sí afecta.
Es excepcional encontrar mercados económicos que se aproximen a las condiciones necesarias para lograr
la eficiencia. Es imposible encontrar mercados políticos que lo hagan. En el pasado y hoy, los mercados
económicos son característicamente imperfectos y están agobiados por altos costos de transacción.
El medir y hacer valer los acuerdos en mercados políticos es mucho más complejo. Lo que se intercambia
(entre electores y legisladores en una democracia) son promesas por votos. El votante difícilmente busca
informarse porque la probabilidad de que su voto personal sea decisivo es muy escasa; además, la
complejidad de los problemas produce una incertidumbre genuina. La ejecución de acuerdos políticos está
plagada de dificultades. La competencia es mucho menos efectiva que en los mercados económicos. El
elector puede estar informado, pero más allá de temas claros de política, sobreviene el estereotipo
ideológico. Es la organización política la que define y hace valer los derechos de propiedad y, por
consiguiente, no es de sorprender que los mercados económicos eficientes sean excepcionales.
Es la interacción entre las instituciones y organizaciones la que da forma a la evolución institucional de una
economía. Si las instituciones son las reglas del juego, las organizaciones y sus empresarios son los
jugadores. Las organizaciones se conforman de grupos de individuos unidos por un propósito común con el
fin de lograr ciertos objetivos.
Se crean organizaciones que reflejan las oportunidades ofrecidas por la matriz institucional. Esto es, si el
marco institucional premia la piratería, surgirán entonces organizaciones pirata; y si el marco institucional
premia las actividades productivas, surgirán organizaciones -empresas- que se dediquen a actividades
productivas.
El cambio económico es un proceso ubicuo, progresivo e incremental que es, a su vez, consecuencia de las
decisiones que, de manera individual, toman día a día los actores y empresarios de las organizaciones.
Mientras que la gran mayoría de estas decisiones son de rutina, algunas traen consigo la alteración de
“contratos” existentes entre individuos y organizaciones. Las modificaciones surgen porque los individuos
perciben que les podría ir mejor si reestructuran los intercambios (políticos o económicos). La fuente de
estos cambios de percepción puede ser exógena a la economía. Pero la fuente de cambio más fundamental
en el largo plazo es el aprendizaje de los individuos y los empresarios de organizaciones.
La velocidad del cambio económico es una función del ritmo de aprendizaje, pero la dirección de dicho
cambio es función de las retribuciones esperadas al adquirir diferentes tipos de conocimientos. Los
esquemas mentales que desarrollan los jugadores conforman sus percepciones sobre las retribuciones.
Es preciso desmantelar el supuesto de racionalidad subyacente en la teoría económica para poder
acercarnos de manera constructiva a la naturaleza del aprendizaje humano. La historia nos muestra que las
ideas, ideologías, mitos, dogmas y prejuicios son importantes; y es preciso comprender la manera en que
evolucionan para lograr mayores avances en el desarrollo de un marco de referencia para entender el
cambio social. El marco de decisión racional supone que los individuos saben qué los beneficia y actúan
con base en ese conocimiento. Esto puede ser cierto en el caso de individuos que toman decisiones en los
mercados muy desarrollados de las economías modernas, pero es falso cuando toman decisiones en
condiciones de incertidumbre -que son las condiciones que han caracterizado las decisiones que modelaron
el cambio histórico-.
El marco analítico que debemos construir deberá basarse en la comprensión de cómo se da el aprendizaje
humano. El aprendizaje implica desarrollar una estructura por medio de la cual se interpretan las diferentes
señales que reciben los sentidos. La arquitectura inicial de dicha estructura es genética, pero los andamios
subsiguientes son el resultado de las experiencias de cada individuos. Estas experiencias se pueden
clasificar en dos tipos: las provenientes del medio físico y las que provienen del sociocultural y lingüístico.
Las estructuras consisten en categorías -clasificaciones- que gradualmente evolucionan desde la más
temprana niñez para organizar nuestras percepciones y nos mantienen informados sobre nuestra memoria
de resultados analíticos y experiencias. Al construir sobre estas clasificaciones, formamos modelos
mentales que explican e interpretan el medio. Tanto las categorías como los modelos mentales
evolucionan, reflejando la retroalimentación que se deriva de nuestras experiencias: retroalimentación que
en ocasiones refuerza nuestras categorías y modelos iniciales o que puede llevar a modificaciones -en
breve, a aprender-. Así, los modelos mentales pueden redefinirse continuamente con nuevas experiencias,
incluyendo el contacto con las ideas de otros.
Una herencia común facilita la reducción de las divergencias entre modelos mentales que tienen los
miembros de una sociedad, y es asimismo el medio para la transferencia de percepciones unificadoras de
generación en generación.
Las estructuras de creencias son transformadas por las instituciones en estructuras sociales y económicas.
La relación entre los modelos mentales y las instituciones es íntima. Los modelos mentales son las
representaciones internas que los sistemas cognoscitivos individuales crean para interpretar el medio; las
instituciones son los mecanismos externos (a la mente) que crean los individuos para estructurar y ordenar
el medio.
No hay garantía de que las creencias y las instituciones que evolucionan a lo largo del tiempo produzcan
crecimiento económico.
La clave es el tipo de aprendizaje que los individuos en una sociedad adquirieron con el tempo. El tiempo
implica no sólo experiencias y aprendizaje actual, sino también la experiencia acumulada de generaciones
pasadas que está plasmada en la cultura. El aprendizaje colectivo consta de las experiencias que han
pasado la lenta prueba del tiempo y están incorporadas en nuestro lenguaje, instituciones, tecnología y
forma de hacer las cosas. El conocimiento actual de cualquier generación se da dentro del contexto de las
percepciones derivadas del aprendizaje colectivo. El aprendizaje es, entonces, un proceso que va en
aumento, filtrado por la cultura de una sociedad que determina las ganancias percibidas, pero no hay
garantía de que esa experiencia acumulada en el pasado por una sociedad necesariamente la preparará
para resolver nuevos problemas. Las sociedades que se “atascan” incluyen sistemas de creencias e
instituciones que no logran enfrentar y resolver nuevos problemas socialmente complejos.
El proceso de aprendizaje parece ser una función de: 1) la forma en la que una estructura dada de
creencias filtra la información que se deriva de las experiencias, y 2) las diferentes experiencias que los
individuos y sociedades deben enfrentar en diferentes momentos.
Los incentivos para adquirir conocimiento puro, base imprescindible del crecimiento económico moderno,
son afectados por recompensas y castigos monetarios; también son influidos fundamentalmente por la
tolerancia, por parte de la sociedad, de avances creativos. Un factor primordial en el desarrollo de Europa
Occidental fue la percepción gradual de la utilidad de la investigación en ciencia pura.
Los incentivos que forman parte de los sistemas de creencias, expresados en instituciones, determinan el
desempeño económico a lo largo del tiempo.
¿Qué es lo que puede contribuir a un enfoque institucional-cognoscitivo para mejorar nuestra comprensión
del pasado económico? En primer lugar, no hay nada automático respecto a la evolución de las condiciones
que permiten transacciones de bajo costo en los mercados impersonales que son fundamentales a las
economías productivas. La teoría de los juegos caracteriza este problema: los individuos por lo general
descubren que vale la pena cooperar con otros en intercambios cuando el juego se repite, cuando tienen
información completa sobre el desempeño anterior de los otros jugadores y cuando son pocos jugadores.
La cooperación es difícil de mantener cuando el juego no se repite (o hay un juego final), cuando la
información acerca de los otros jugadores es deficiente y cuando hay muchos de ellos. Crear instituciones
que alteren las relaciones de costo-beneficio en favor de la cooperación en intercambios interpersonales es
un proceso complejo porque no sólo implica la creación de instituciones económicas, sino que precisa que
éstas sean sostenidas por instituciones políticas adecuadas.
El notable desarrollo de Europa Occidental a partir de un retraso relativo del siglo X a la hegemonía
económica mundial del siglo XVIII es la historia de un sistema de creencias que evoluciona gradualmente
en el contexto de la competencia entre unidades políticas y económicas fragmentadas que produjeron
instituciones económicas y estructuras políticas, que a su vez produjeron el crecimiento económico
moderno. E incluso dentro de Europa Occidental hubo éxitos (los Países Bajos e Inglaterra) y fracasos
(España y Portugal).
En segundo lugar, el análisis institucional-cognoscitivo debe de explicar la dependencia de la trayectoria de
una de las notables constantes de la historia: ¿Por qué, una vez que se está en una trayectoria de
crecimiento o de estancamiento, las economías tienden a persistir en ella? El supuesto de racionalidad de
la teoría neoclásica parecería sugerir que los empresarios políticos en las economías estancadas podrían
sencillamente alterar las reglas y cambiar la dirección de las economías fracasadas. No es que los
gobernantes no hayan estado conscientes de desempeños pobres. Más bien, la dificultad de cambiar la
dirección de las economías es una función de la naturaleza de los mercados políticos y, comos sustento de
lo anterior, de los sistemas de creencias de los actores.
En tercer lugar, este enfoque contribuirá a nuestra comprensión de la compleja interacción entre
instituciones, tecnología y demografía en el proceso global de cambio económico. Una teoría completa de
desempeño económico incluiría un enfoque integrado sobre la historia económica.
No podemos dar cuenta del auge y ocaso de la Unión Soviética y del comunismo mundial con la
herramientas del análisis neoclásico, pero deberíamos poderlo hacer utilizando un enfoque
institucional-cognoscitivo a los problemas actuales del desarrollo. Para hacerlo -y para ofrecer un marco
analítico que nos permita comprender el cambio económico- debemos considerar las siguientes
implicaciones de este enfoque:
1. Es la mixtura de reglas formales, normas informales y características de implantación, lo que modela
el desempeño económico. Si bien las reglas pueden cambiarse de la noche a la mañana, las
normas informales por lo general sólo cambian de modo gradual. Puesto que son las normas las
que dan “legitimidad” a un conjunto de reglas, el cambio revolucionario nunca lo es tanto como
desearían sus proponentes, y el desempeño será diferente de lo esperado. Y las economías que
adopten las reglas formales de otra economía tendrán características de desempeño muy diferentes
a las de la primera debido a las diferencias en sus normas informales y en la implantación. La
implicación es que transferir las reglas políticas y económicas formales de las exitosas economías
de mercado de Occidente a economías del Tercer Mundo y Europa del Este no es condición
suficiente para un buen desempeño económico. La privatización no es una panacea para corregir un
desempeño económico pobre.
2. Las organizaciones políticas modelan el desempeño económico porque definen e implantan las
reglas económicas. Por lo tanto, parte fundamental de una política de desarrollo es la creación de
organizaciones políticas que a su vez crean y hacen cumplir los derechos de propiedad eficientes.
Sin embargo, sabemos muy poco sobre cómo crear esas organizaciones porque la nueva economía
institucional aplicada a la política ha estado mayormente enfocada en los Estados Unidos y
organizaciones políticas desarrolladas.
3. La clave para el crecimiento de largo plazo es la eficiencia de adaptación más que la distribución.
Los sistemas políticos y económicos de éxito han desarrollado estructuras institucionales flexibles
que pueden sobrevivir a las sacudidas y cambios que son parte del desarrollo próspero. Pero estos
sistemas han sido producto de una larga gestación. No sabemos cómo crear eficiencia de
adaptación en el corto plazo.
UNIDAD 2: LOS PROCESOS DE CAMBIO
Durante más de un millón de años, desde que los hombres y mujeres se distinguieron de otros animales,
recorrieron la tierra cazando y recolectando plantas. La evidencia disponible, aunque escasa, deja en claro
que el hombre paleolítico tenía un estilo de vida que le diferenciaba de los animales inferiores, aunque
como ellos, su capacidad para sobrevivir estaba influida por los caprichos de la naturaleza. Los hombre
vivían en grupos pequeños o tribus; las cuevas, algunas veces simplemente el aire libre, fueron sus lugares
de vivienda. Los grupos humanos tenían que estar preparados para trasladarse cuando hubieran agotado el
suministro animal o vegetal en una zona determinada.
Durante esta larga era de caza y recolección se desarrollaron muchas variedades de cultura y estilos de
vida humana. Las pinturas de animales y escenas de cazas todavía perduran en las paredes de las cuevas.
Los arqueólogos han encontrado herramientas y armas grabadas o esculpidas con diseños animales o
florales; y los lugares de enterramiento sugieren que el hombre prehistórico estuvo preocupado por la
existencia de otra vida después de la muerte. A pesar de estas realizaciones artísticas, el hombre vivió
mucho tiempo como los otros animales, tomando de la naturaleza lo que podía matar o recolectar. Los
límites de su sustento estaban fijados por una base de recursos que todavía no podía mejorar; podía existir
solamente gracias a las reservas biológicas de la tierra.
Hace aproximadamente diez mil años los seres humanos empezaron a desarrollar una agricultura
sedentaria; para obtener alimentos criaron y guardaron en rebaños a los animales y cultivaron las plantas.
El resultado de desarrollar la capacidad y habilidad para incrementar la base de recursos constituyó una
revolución económica fundamental. La transición que tuvo lugar desde la caza y la recolección hasta la
agricultura sedentaria, que el arqueólogo V. Gordon Childe denominó la Revolución Neolítica, modificó
fundamentalmente la tasa de progreso de los seres humanos. Ello condujo a una enorme aceleración en el
proceso de aprendizaje, que explica el extraordinario desarrollo que ha tenido lugar en los últimos, digamos,
diez minutos de la historia cronológica del hombre en contraste con las veintitrés horas y cincuenta minutos
anteriores.
Antes de examinar esta primera revolución económica, es preferible esquematizar la evidencia significativa,
y generalmente aceptada, sobre el pasado prehistórico del hombre.
1. El desarrollo de la agricultura sedentaria tuvo lugar hace aproximadamente diez mil años, pero el
hombre se diferenció de los animales hace más de un millón de años. La tasa de progreso material
del hombre se ha acelerado espectacularmente desde el desarrollo de la agricultura.
2. Este desarrollo parece haber ocurrido de forma independiente y en diferentes momentos, en áreas
como el “Creciente Fértil”, Meso-América, Perú, el norte de China y otras.
3. La generalización de la agricultura llevó miles de años. La tasa de difusión a lo largo de Europa
parece tener como media sólo, aproximadamente, un kilómetro por año.
4. Antes del desarrollo de la agricultura. el hombre había empezado a explotar una fuente alimentaria
más amplia. Los animales más grandes jugaban un papel cada vez menor en la dieta humana, y en
cambio, los animales pequeños, las aves, los mariscos, los caracoles, las nueces y las semillas,
iban creciendo en importancia como bases de la dieta alimentaria. Esta explotación se denominaba
la Revolución del Amplio Espectro.
5. La población humana aumentó y el hombre emigró hacia nuevas regiones; lo más espectacular fue
su movimiento migratorio hacia el Nuevo Mundo y Australia.
Las condiciones que explican la Primera Revolución Económica. El propósito de este modelo es obtener las
condiciones bajo las cuales el recurso escaso de la banda, trabajo, transforma su ocupación tradicional de
caza y recolección y se dedica a la agricultura. El modelo asume que el principal recurso de la banda es el
trabajo de sus miembros. La banda puede elegir cómo emplear su trabajo para producir los bienes y
servicios deseados. Intentará asignar los recursos de manera que se maximice el valor del recurso escaso,
el trabajo, y de ese modo, el bienestar económico del grupo. En ausencia de un mercado que determine los
precios relativos de las dos clases de productos (caza/recolección o agricultura), las preferencias de la
banda establecerán estas valoraciones relativas. Supongo que dichas preferencias permanecieron
inalteradas. Así, el producto marginal del trabajo o la curva de oportunidades en cada actividad se convierte
en la variable crucial para la determinación de las cantidades de trabajo asignadas por la banda a los dos
sectores considerados.
Los arqueólogos han adelantado un número de explicaciones para dar cuenta del paso de la caza a la
agricultura. Cada una de ellas ofrece una interpretación de esta transición que puede explicarse en
términos del modelo anterior; pero ninguna de ellas es completamente satisfactoria.
1. V. Gordon Childe mantiene que con la recesión de la última era glacial el clima cambió radicalmente.
La teoría de Childe descansa un un cambio del medio ambiente que produjo un declive en la base
de recursos naturales incluyendo la extinción de los animales. Un decremento de la base de
recursos naturales sugiere un declive en la productividad del trabajo empleado en la caza y, a su
vez, implica que el hombre ha de adquirir para sobrevivir un mayor control sobre los recursos
residuales. En el proceso, el hombre aprendió como incrementar la productividad de su trabajo en la
agricultura, forzando a ello por la reducción de sus oportunidades de caza. La explicación dada por
Childe consiste en un desplazamiento hacia la izquierda del VPMgC (valor del producto marginal en
la caza) para que cierta parte de la población ganara con el cambio de actividad y se conviertiese en
agricultora.
2. Una segunda teoría, denominada teoría de la zona-nuclear, ha sido defendida por Robert J.
Braidwood. La teoría de la zona nuclear descansa en el punto de vista del desarrollo cultural en el
que los hombres llegaron gradualmente a conocer mejor a los animales y a las plantas de su
entorno. La explicación de Braidwood consiste en un desplazamiento hacia arriba de VPMgA (la
curva del valor del producto marginal en la agricultura). Braidwood insiste en que el hombre no
adquirió repentinamente un conocimiento profundo de las plantas y los animales, sino que el
aprendizaje fue gradual e inevitable. Braidwood omite, sin embargo, la explicación del nexo causal
que origina el camino.
3. Estas dos teorías no consideran el crecimiento demográfico como una parte integral de la
explicación de la transición humana hacia la agricultura. Sí lo tiene en cuenta una tercer teoría de
Lewis R. Binford y elaborada posteriormente por Kent Flannery. En esta teoría, la expansión
demográfica, vía inmigración, presiona sobre la base de recursos y crea la competencia por la
supervivencia entre grupos rivales. Binford sugiere que, en determinadas áreas, la presencia de
grupos socioculturales diferentes produce un cierto desequilibrio:
“Desde el punto de vista de la población que se encuentra ya en la zona, la intrusión de grupos
inmigrantes alteraría el sistema de equilibrio de densidad existente y podría elevar la densidad de la
población hasta el nivel en el que deberíamos esperar la presencia de rendimientos decrecientes en
los recursos alimentarios. Esta situación serviría para que los grupos ya establecidos sintieran
notablemente la presión de grupos inmigrantes, presión favorable, ya que se traduciría en un
aumento de la productividad. Existirían fuertes presiones selectivas que favorecerían el desarrollo
de técnicas de subsistencia más eficientes por parte de ambos grupos.”
Flannery elabora la explicación de Binford, y atribuye los cambios en los patrones de caza y
recolección a la presión demográfica: el hombre pasó de cazar grandes mamíferos a domesticar
animales más pequeños y, con el tiempo, de la recolección al desarrollo de la agricultura. La
explicación de Binford y Flannery consiste en una expansión demográfica más allá de Qc y, como
resultado, se produce el desplazamiento hacia la agricultura de una parte de la población. Sin
embargo, adolece de una teoría demográfica en la que basar su explicación y tampoco proporciona
ninguna justificación de por qué la expansión demográfica condujo al desarrollo de la agricultura.
El modelo aquí presentado supone que cuando al hombre prehistórico se le presentó la elección entre dos
alternativas, intentó elegir aquella que le produjese un mayor nivel de satisfacción y bienestar. Estas
decisiones elevaron el nivel material de vida de la banda y consecuentemente incrementaron sus
oportunidades de supervivencia respecto a las demás. Las bandas que seleccionaron la alternativa
“correcta”, bien de forma consciente o fortuita, se vieron favorecidas por un proceso de selección natural.
Otros grupos, que inicialmente adoptaron acciones diferentes y, por lo tanto, obtuvieron peores resultados,
se vieron forzados con el paso del tiempo a copiar técnicas productivas de sus rivales mejor dotados, o
desaparecieron en el proceso histórico. La escasez de los recursos garantiza la competencia, la que a su
vez garantiza que el proceso de selección hará aparecer un comportamiento observable conforme a la
hipótesis de maximización de la riqueza; incluso si éste no es un resultado de acciones deliberadas.
Como ha postulado el modelo de equilibrio simple de estática comparativa presentado más arriba, el
hombre prehistórico tenía dos maneras básicas alternativas de emplear su trabajo. Aquellas bandas que
eligieron la alternativa que maximizaba el valor de la producción, se vieron a la larga más favorecidas que
las que erraron en la elección productiva. El modelo de equilibrio-comparativo es, por lo tanto, aceptable
hasta ahora. Este modelo es, sin embargo, incompleto para nuestros propósitos, ya que no considera
explícitamente la naturaleza de los derechos de propiedad con los que convivió el hombre prehistórico; ni
tampoco incluye ninguna hipótesis demográfica. Dado que la estructura existente de derechos de propiedad
encauza la conducta económica del hombre, al individuo le puede interesar comportarse de manera
diferente bajo dos conjuntos de derechos de propiedad distintos.
Los recursos naturales, tanto los animales que había para cazar como la vegetación que existía para su
recolección, fueron inicialmente de propiedad común. Esta forma de derechos de propiedad implicaba el
libre acceso a los recursos por parte de todos. Los economistas están familiarizados con la proposición de
que el libre accesoa una base de recursos conduce a su utilización ineficiente. Cuando la demanda de este
recurso aumenta, esta ineficacia lleva a la larga al agotamiento del recurso. Este agotamiento puede
adoptar la forma, en el caso de un recurso renovable, de una reducción del stock biológico por debajo del
nivel requerido para garantizar un rendimiento sostenido.
Este caso es un ejemplo del fallo de un sistema de incentivos, fallo generado por una inadecuación cultural
o institucional (derechos de propiedad). El individuo o banda se halla en presencia de un incentivo para
ignorar ciertos costes, lo que conduce a la sobreutilización del recurso y quizá incluso a poner en peligro la
propia existencia futura de dicho recurso.
Permítanme examinar la situación en la que varias bandas compiten por los mismos animales migratorios
aceptando como propiedad común. Los animales tienen un valor para las bandas solamente después de
ser capturados. La banda tiene entonces el incentivo para explotar el recurso hasta el punto en que el valor
del último animal cazado sea igual a los costes privados de matarlo. La caza continuará hasta que todas las
rentas que el recurso escaso hubiera generado bajo derechos de propiedad privados se disipen. Es decir,
en una situación competitiva ninguna banda tiene incentivos para conservar dicho recurso. Así, el stock de
animales se sitúa en peligro de extinción. El elemento crucial, causa de esta ineficiencia, es la ausencia de
barreras a la explotación de los recursos de propiedad común. El resultado es la aparición de demasiados
cazadores. Por encima de cierto nivel de explotación, el tamaño del stock empieza a declinar y, de este
modo, se elevan los costes (reduciendo la productividad) para todos los cazadores. La curva de
oportunidad del trabajo en el sector caza, VPMgC, se desplaza hacia atrás; este hecho, sin embargo, no
disuade a los nuevos cazadores de unirse a la casa mientras que la productividad que obtengan siga
siendo mayor que la que obtendrían en su segunda mejor alternativa, la agricultura.
Se ha demostrado que si se excluye a algunos de los cazadores de utilizar los recursos, no se disiparían
todos los ingresos. Por consiguiente, la agricultura primitiva, que se debió organizar como propiedad
exclusiva comunal, tenía ventajas sobre la caza, en términos de la eficiencia de los derechos de propiedad.
Además, la banda fue probablemente un grupo suficientemente pequeño como para controlar fácilmente las
actividades de sus miembros y de esta manera asegurar que el comportamiento colectivo no sobreutilizaría
el recurso escaso, tierra protegida, poseída en común. Por consiguiente, la banda, podría haber explotado
sus oportunidades en la agricultura restringiendo el comportamiento de sus miembros con reglas, tabúes y
prohibiciones, casi como si se hubieran establecido derechos de propiedad privada.
Esta diferencia entre derechos de propiedad común en la caza y derechos comunales exclusivos en la
agricultura es crucial para explicar la Primera Revolución Económica. El sector caza debe considerarse
dentro del marco de un recurso de propiedad-común y el sector agrícola como regulado por propiedad
comunal-exclusiva, de forma que se aproxima al sistema de propiedad privada en lo que se refiere a su
influencia sobre el comportamiento humano.
La curva de oportunidades del trabajo en el sector caza se desplazaría inicialmente hacia arriba, atrayendo
más recursos hacia el sector y acelerando el agotamiento del stock de animales de propiedad común, de
forma que, finalmente, esta curva de desplazaría hacia la izquierda de su posición original. Los diferentes
tipos de derechos de propiedad que regulan la actividad económica en el sector caza y agricultura aseguran
que el cambio tecnológico se manifestará finalmente en un desplazamiento de la fuerza de trabajo hacia la
agricultura.
Otro elemento crucial del análisis es una hipótesis sobre la actuación demográfica del hombre prehistórico.
Está claro que el número de personas sobre esta tierra ha aumentado a través del tiempo, pero no a una
tasa constante ni continua. La simple aritmética del cambio demográfico en el primer millón de años sugiere
una tasa muy lenta de crecimiento. Pero de hecho parece que la población creció.
Esta línea argumental va directamente en contra de las observaciones de los antropólogos que han
descubierto que las tribus contemporáneas que viven como en la Edad de Piedra, tienden a tener una
población estable. Además, el nivel de población que mantienen dichas tribus parece muy por debajo de
aquel que podría dañar la base de recursos. Esta observación ha sugerido que el punto de vista sobre la
dinámica de la población desarrollado más arriba es inadecuado y debería ser rechazado en favor del
supuesto de que el hombre prehistórico tendía hacia una población homeostática.
Esta extensión del comportamiento de las tribus que hoy en día viven en la Edad de Piedra a sus
antecedentes históricos reviste de varias dificultades. Examinemos las condiciones bajo las cuales se
puede establecer y mantener una población homeostática. Primera, los recursos naturales deben ser fijos
para crear rendimientos decrecientes a los aumentos de población. Segunda, deben existir derechos
exclusivos de propiedad comunal de los recursos para eliminar la competencia entre grupos rivales. Y
tercera, debe existir alguna forma de regulación comunal del acceso a los recursos para controlar el
comportamiento económico de los miembros del grupo; de aquí que la banda no tuviera ninguna razón para
intentar limitar la población.
Supongamos que una banda estuviese dedicada a explotar un recurso y hubiese tenido éxito en limitar a su
población el nivel en que el recurso no se viera amenazado. Supongamos entonces que apareciese otra
banda que deseara compartir este recurso. La capacidad de la primera banda para excluir a la segunda es
seguramente una función del tamaño de su población. Cuanto mayor sea ésta, mayores posibilidades de
éxito tendrán en la exclusión de otras bandas. De esta manera, las bandas que no intenten limitar su
población tenderán a dominar a aquellas que lo intenten, cuando ambas entren en contacto. Sólo puede
existir una población homeostática entre bandas aisladas. Además, así es como se han encontrado
actualmente, en áreas lejanas de las rivalidades de otros grupos.
La población humana de la era prehistórica elaboró en su comportamiento, cuando lo permitía su nivel de
vida, una tendencia colectiva a aumentar su población.
Hace aproximadamente treinta mil años, la expansión demográfica empujó a los humanos a lo largo del
estrecho de Bering (une Asia con América). Desde entonces, se trasladaron a través de esa masa de tierra.
La desaparición de varias especies de grandes animales coincide con la aparición de los humanos.
Inicialmente, este era un mundo en el que el suministro de animales y plantas con los que el hombre podía
alimentarse parecía inagotable. En la medida en que la población humana se expandió y llegó a amenazar
el suministro de comestibles en un área dada, las bandas se subdividieron y se trasladaron a nuevas áreas
y de este modo se generaban constantemente grupos sociales nuevos. Este proceso es descrito por los
antropólogos como un “sistema de puertas abiertas”. En los términos del modelo, éste era un mundo de
rendimientos constantes para una fuerza de trabajo creciente, de manera que el crecimiento demográfico
produjo un aumento proporcional del producto. Este mundo de rendimientos constantes persistió mientras
existieron tierras vacías de igual productividad que podrían ser explotadas por una población creciente.
Mientras se daba esta condición, no había ningún incentivo para intentar delinear relaciones de propiedad
exclusiva sobre las plantas o los animales. Sin embargo, deberíamos esperar que los grupos que se
encontraban en el interior de la frontera hubieran intentado inicialmente desarrollar relaciones estables
entre la población del grupo y la base de recursos, ya que estaban limitados por otras bandas y no había
manera de ampliar por el momento la base material de recursos. Dichos grupos de población intentarían
alcanzar precisamente el tipo de relación homeostática de población que los antropólogos han descrito
como existente entre las sociedades primitivas contemporáneas. Esos grupos limitarían la fecundidad
mediante tabúes, el infanticidio y otros medios, en un intento de mantener constante la relación entre la
población y la base de recursos. Además, deberíamos esperar que estas bandas intentaran desarrollar un
conjunto de costumbres y reglas para regular la casa de manera que se mantuviera la estabilidad. Este
intento estaba abocado al fracaso por las razones discutidas más arriba: una población homeostática sólo
puede existir entre bandas o grupos aislados.
Una vez que la población hubo crecido hasta el punto en que la base de recursos fue plenamente utilizada,
cualquier incremento adicional en la población llevó a una caída en la producción marginal del trabajo en la
caza y recolección. Sin embargo, dadas las características de tribus rivales y recursos de propiedad común,
la población continuaría creciendo. La solución del dilema de la propiedad-común en el que se encontró a sí
mismo el hombre prehistórico fue el desarrollo de los derechos exclusivos de propiedad comunal. Mientras
los animales y las plantas seguían siendo abundantes en relación con las demandas de la población
humana, no existía ningún incentivo para incurrir en los costes de establecer derechos de propiedad sobre
ellos. Es solamente durante esta fase transicional de escasez creciente cuando llega a ser rentable incurrir
en los costos necesarios para desarrollar y hacer respetar los derechos de propiedad que podían limitar la
tasa a la que serían explotados los recursos.
La evolución de los derechos de propiedad ha consistido históricamente en la exclusión inicial de los
extraños de la recolección del producto y, más tarde, en el diseño de reglas que limitan la intensidad de la
explotación de los recursos por los propietarios comunales. En términos del gráfico, cuando la población
alcanzó un nivel de trabajo adicional de Qc, su utilización más productiva consistía en el cultivo y el
pastoreo. En un momento determinado se convierte en un paso lógico para la banda el intentar encontrar
un área natural fértil, establecerse allí y expulsar a los intrusos. Las bandas que vivían en el interior de la
frontera de recursos se hacían cada vez más sedentarias. En la medida en que la población de éstas
crecía, se explotaban más intensamente los recursos naturales de ese área.
Algunos arqueólogos y antropólogos sospechan que el origen del cultivo de plantas y de la domesticación
de animales no tuvo lugar en los lugares donde éstos se daban en la naturaleza con abundancia. Sino que
la domesticación habría ocurrido, en primer lugar, en aquellos sitios donde las cosechas eran más pobres,
porque si el hombre hubiese podido obtener suficiente trigo silvestre con simplemente recogerlo, no se
hubiera molestado en cultivarlo. Este argumento ignora el dilema fundamental entre una creciente presión
demográfica y los recursos de propiedad común. Es más probable que el hombre encontrara zonas ricas
donde había una abundancia de grano silvestre que podía ser cultivado con una simple hoz y luego
empezara a defender estas áreas de los intrusos.
La Primera Revolución Económica no fue una revolución porque alterase la actividad económica principal
del hombre desde la caza y la recolección hacia la agricultura sedentaria. Fue una revolución porque esa
transición creó un incentivo fundamental de cambio, de proporciones desconocidas para la humanidad. El
cambio de incentivos nace de diferentes esquemas de derechos de propiedad en los dos sistemas. Cuando
existen derechos de propiedad comunal sobre los recursos, el incentivo para la adquisición de mejor
tecnología y para el aprendizaje es mínimo. Al contrario, los derechos de propiedad exclusivos que
benefician a los propietarios suministran un incentivo directo para la mejora de la eficiencia y de la
productividad o, en términos más fundamentales, para adquirir nuevos conocimientos u mejores técnicas de
producción. Este cambio de incentivos es el que explica el rápido progreso realizado por la humanidad en
los últimos diez mil años, a diferencia del lento desarrollo de la larga era primitiva de la caza y recolección.
Nacimiento y declive del feudalismo:
El Imperio Romano desapareció en el siglo V d.C, el feudalismo unos mil años después, en el 1500
aproximadamente. Entre esas dos fechas, Europa occidental se recuperó gradualmente de la anarquía que
generó el colapso del orden romano y desarrolló una estructura político-económica que garantizaba un
orden y una estabilidad suficiente y que, a su vez, permitió los cambios que llevaron a su desaparición,
presagiando el desarrollo de los Estados nacionales y, por tanto, del desarrollo económico que ha
caracterizado los últimos cuatro siglos.
El nacimiento de la Europa occidental está básicamente condicionado por la herencia de la civilización
greco-romana; civilizacion que, en última instancia, condicionó y dio forma a muchos de los arreglos
institucionales que surgieron en los siglos VI a X. El señorío feudal se nos presenta como un descendiente
lineal de la villa romana y el coloni dependiente, un predecesor de los siervos de la gleba. También la
esclavitud sobrevivió a la Edad Media. La herencia del Derecho Romano fue importante y reapareció
plenamente en los comienzos de la Europa moderna para dar forma a la estructura de los derechos de
propiedad.
Fue la Iglesia quien transmitió la herencia cultural del mundo clásico a la Edad Media; la Iglesia era la
depositaria del saber, un centro solitario de alfabetización. A menudo los monasterios eran los centros
agrícolas más eficientes de la Edad Media. La Iglesia, por un lado, fue la cúpula de la estructura burocrática
de finales del Imperio Romano y el centro principal de riqueza material, vendiendo la salvación a cambio de
tierra y tesoros. Por otro lado, era la Iglesia del ascetismo, de la austeridad extrema, de la vida monacal y
de los devotos misioneros. En su primera función tenía las características de un Estado: el Papa como
gobernante y una amplia burocracia a través de la cual acumulaba poder y riqueza, y una serie de agentes
(obispos y arzobispos) que, a su vez, se enriquecían y se hacían poderosos. Como cualquier Estado,
vendía protección y justicia, pero además vendía también la salvación eterna y tenía, por tanto, un control
único sobre la población en un mundo donde el infierno y la condena se consideraban el destino de gran
parte del populacho. Esta conversión ideológica, impuso activamente un sello distintivo a la vida medieval.
En un intento por caracterizar la estructura de este milenio, podemos decir que fue una época en la que la
fusión de las instituciones germánicas y romanas se hallaba en estado dinámico como resultado de las
continuas guerras, invasiones y del caos generalizado. Surgió el Imperio Carolingio (del siglo VIII al siglo IX)
y con él una aparente resurrección del Imperio Romano en Occidente; su desintegración fue rápida,
ayudada por las invasiones de los vikingos, magiares y musulmanes. El resultado fue un surgimiento
gradual de la estructura feudal de organizaciones políticas descentralizadas, obligaciones fiscales
jerárquicas y una estructura económica señorial caracterizada por una relativa autosuficiencia. Se reanimó
la actividad económica, creció el comercio y a larga distancia, se desarrollaron la ciudades, aumentó la
producción de los artesanos urbanos y se expandió la economía monetizada. Finalmente, la estructura
feudal-señorial se desintegró en un siglo caracterizado por el hambre, las epidemias y la guerra, y fue
progresivamente reemplazado por unidades políticas mayores y por un conjunto de derechos de propiedad
sobre la tierra, el trabajo y el capital que varió de acuerdo con el poder de negociación de los monarcas y
los grupos sociales constituyentes.
La economía de la Europa occidental en el siglo X presentaba las siguientes condiciones de partida. Sólo
existía la ley y el orden dentro de los límites de las áreas pobladas, lo que condicionaba y limitaba
seriamente el comercio y el intercambio; los bienes gozaban generalmente de mucha menos movilidad que
el trabajo, pues tenían mayores costes de transacción. La tierra era abundante, pero sólo tenía valor en
combinación con el trabajo y la protección. El trabajo presentaba costes constantes, al estar asociado a la
tierra para producir bienes debido a la abundancia relativa de la tierra. Dada la indivisibilidad de los
castillos, existían hasta cierto punto economías de escala en la defensa. En la medida en que crecía el
número de habitantes protegidos por el mismo señor aumentaba, sin embargo, la distancia entre el castillo
y las tierras cultivadas, lo que llevaba aparejado en última instancia unos costes crecientes de protección.
En resumen, la curva de costes de protección tenía la forma de U, tan común en la economía. El tamaño
“eficiente” del señorío venía determinado por el punto en que los costes marginales de ofrecer protección
igualaban el valor de la participación del señor en el producto marginal del trabajo (esto es, los impuestos).
Las claves del sistema de protección eran un castillo local y sus caballeros. El señor local estaba
subordinado a señores de mayor categoría, y así hasta el señor principal -el rey-, en un sistema jerárquico
de obligaciones feudales. Entre el señor feudal y el rey podían existir varios intermedios; pero en cada nivel,
el señor ofrecía a sus caballeros a su inmediato superior. Los derechos de propiedad en el feudalismo eran,
en efecto, una cesión condicional de la posesión a cambio de servicios militares. En el caso de la aparición
del feudalismo, a lo largo de los siglos caóticos que siguieron a la caída de Roma, el señor y sus caballeros
se convirtieron tanto en una clase de guerreros como en una clase gobernante altamente especializada,
cuya supervivencia y razón de ser dependía de su destreza militar.
Eran los esclavos, siervos y trabajadores libres que ofrecían el output productivo de bienes y servicios a
cambio de la escasa cantidad de justicia y protección que recibían. Si bien sobrevivió en parte la esclavitud
durante la Edad Media, la organización del señorío se construyó sobre la base de villanos, habitantes de las
villas, y hombres libres.
El señorío inglés constituye la versión más característica de la villa señorial. Se convirtió en su forma más
duradera y mejor organizada. Se componía de dos elementos originalmente diferentes, el económico y el
administrativo, y perseguía por tanto dos objetivos estrechamente relacionados, la subsistencia de los
villanos y el mantenimiento de la autoridad y del beneficio del señor. La comunidad de la villa señorial
estaba en la raíz del sistema. El villano medio poseía un manso de treinta acres (o la mitad
aproximadamente) distribuido en parcelas alargadas de un acre cada una entre los campos abiertos del
señorío. En el cultivo, arado, sembrado y recogida de sus tierras, el villano seguía la costumbre o “tradición”
señorial. El laboreo independiente era prácticamente imposible en estas tierras. Cada año, y por rotación,
uno de los campos era dejado en barbecho y sin cercar para que los animales pudieran pastar en él; por
supuesto, las tierras cultivadas eran cercadas o valladas. El ganado del villano, hasta un cierto número de
cabezas, podía pastar libremente en el baldío; cada villano tenía derecho a una parte de prado. Mezcladas
con las parcelas de los villanos estaban las que el señor feudal tenía en los campos abiertos, las que
poseía directamente, su reserva señorial. Con respecto a ella nacieron la mayoría de las obligaciones en
especie, los servicios en trabajo, que el villano debía a cambio de sus tenencias de tierra -la serna-. Cada
unidad familiar debía semanalmente el trabajo de un hombre tres días a la semana en la reserva del señor,
lo que incluía la utilización de sus arados, bueyes y cualquier otro instrumento necesario de trabajo y
acarreo. Aquellos campesinos que tenían menos tierras debían menos trabajo. El villano, además de estar
atado a la tierra, estaba sujeto a la tasa servil de un pago monetario por el casamiento de una hija y a la
exacción de la mejor de sus bestias a su muerte; pagaba tasas monetarias siempre que así lo deseaba el
señor; molía su grano en el molino de aquél; en Francia el horno para el pan y la prensa de vino eran
monopolios señoriales. Su situación real iba, sin embargo, mejorando progresivamente gracias a la
costumbre señorial que fijaba las exacciones por las que trabajaba y le aseguraba la heredabilidad de sus
tenencias de tierra. Como los hombres libres, estaba sujeto a la justicia del señor, que aplicaba la
costumbre señorial y su interpretación práctica. El señor de múltiples feudos enviaba a sus agentes a recibir
los beneficios y recoger la producción necesaria para su mantenimiento en aquellos feudos en que
establecía temporalmente su residencia. El trabajo de los villanos debía, pues, no sólo garantizar su
supervivencia, sino también la de la clase superior de guerreros y sus aliados los dignatarios eclesiásticos.
A ambos les debía la poca paz, justicia e ilustración que disfrutaba.
Tres aspectos concretos de la estructura señorial han sido objeto de profunda controversia:
1. La persistencia de los servicios laborales como la parte principal de las obligaciones de los siervos y
campesinos libres.
2. Las características básicas de la servidumbre como institución.
3. La distribución de las parcelas del trabajador individual en la forma descrita anteriormente.
En un estudio anterior, Robert Thomas y yo argumentamos que los servicios laborales eran el resultado de
costes de transacción extremadamente elevados para la formación de mercados organizados, lo que
impedía la especialización y el intercambio. En esta situación, los objetos de consumo deseados podían
obtenerse a un menor coste asignando los servicios laborales a la producción de la mezcla deseada de
bienes y servicios. En resumen, era más barato para el señor utilizar las obligaciones laborales a él debidas
para producir los bienes deseados, que negociar con sus siervos cada vez que deseaba consumir bienes
diferentes la temporada siguiente. La ausencia del mercado hizo que las obligaciones laborales fuesen la
forma más eficiente de organización económica, a pesar de los incentivos para el engaño implícitos en este
tipo de arreglo. El coste del fraude se redujo a través de las costumbres señoriales (leyes de señorío) que
especificaban la cantidad de tiempo de trabajo para cada tarea, el establecimiento de una persona para
supervisar el esfuerzo de los siervos y las multas a los estafadores que eran detectados.
Por lo que se refiere a la cuestión de la institución servil, argumentábamos que era una institución
esencialmente contractual, y el aspecto más sobresaliente del feudalismo era la naturaleza de las formas
de hacer cumplir y respetar los contratos entre el señor y el siervo. No existía una tercera parte imparcial
que se ocupara de esta tarea. Los tribunales señoriales, en los que el señor feudal o su representante
presidían la audiencia actuando como jueces, aplicaban las costumbres del señor, la ley no escrita. Dicho
sistema parece suministrar grandes oportunidades para la explotación de los siervos. Sin embargo, el señor
se enfrentaba a una restricción que limitaba de forma efectiva su poder. El trabajo era escaso y los señores
competían a menudo entre sí en la búsqueda de siervos y, por lo tanto, estaban poco dispuestos a devolver
un siervo huido. Por consiguiente, el señor tenía incentivo para obedecer y actuar según los acuerdos
contractuales incorporados a la costumbre señorial y a interpretar con “limitaciones”. Si no lo hacía, sus
siervos podían romper el contrato y abandonar el señorío.
La crítica principal a nuestra interpretación de los servicios laborales era que el desarrollo de los mercados
durante los siglos X a XII fue muy superior al que nosotros implícitamente asumíamos y, por tanto, los
costes de transacción de adquirir el paquete de bienes de consumo a través de los mercados no era un
coste alternativo más alto que el subyacente a la asignación de los servicios laborales. Duby argumentaba
que el crecimiento del comercio y el intercambio monetario, tanto en el mercado de factores como en el de
productos, se produjo antes de lo que nosotros sugeríamos, aunque su argumentación no es incoherente
con nuestro punto de vista de que la previa existencia los servicios laborales podían haberse originado en
los altos costes de transacción anteriores al crecimiento de la economía monetizada.
La argumentación que Thomas y yo hicimos sobre la naturaleza esencial de la servidumbre ha recibido
muchas críticas mayores, tanto porque consideramos la relación bajo un esquema contractual como porque
no enfatizamos suficiente la naturaleza unilateral de dicha institución. Tal como describimos, la estructura
se parecía demasiado a un intercambio igualitario de protección y justicia a cambio de servicios en especie.
Pero la protección y la justicia no eran en realidad bienes públicos, dado de que era posible excluir a los
campesinos a un coste bajo. Una perspectiva más adecuada era que la clase de guerreros ejercía una
función análoga a la Mafia en la extracción de rentas a los campesinos. Una crítica a nuestro trabajo señala
que la noción moderna del contrato en la relación siervo-señor no es más que la imposición de un concepto
actual a un hecho histórico, lo que sólo conduce a errores. El siervo estaba atado a su señor y sus acciones
y movimientos estaban severamente limitados por su estatus; no había ningún tipo de acuerdo voluntario.
Es, sin embargo, crucial volver a subrayar el punto clave de nuestro análisis: la evolución de los costes de
oportunidad marginales de los señores y los siervos impulsó el cambio en el feudalismo y le llevó en última
instancia a su desaparición.
En el siglo XIII, los hombres libres ya habían conseguido escapar de la jurisdicción de los tribunales
feudales en Inglaterra y estaban bajo la jurisdicción del rey. Los habitantes de las ciudades fueron también
progresivamente incorporándose a la jurisdicción real y los tribunales feudales perdieron continuamente
competencias. La gran contracción que tuvo lugar durante los siglos XIV y XV originó de hecho cierta vuelta
a los “años de oscuridad” anteriores, en lo que refiere a la omnipresencia de las guerras y a las caóticas
condiciones que elevaron progresivamente la inseguridad de los derechos de propiedad. Pero el
intercambio si bien disminuyó, sobrevivieron los mercados y con ellos la economía monetizada.
La respuesta, sin embargo, en términos de la evolución de los acuerdos institucionales y de los derechos de
propiedad, fue muy diferente en las distintas zonas de Europa occidental. Para poder comprender los
patrones divergentes de ajuste a estos cambios debemos volver nuestra atención al segundo factor
cooperante en el cambio del mundo medieval: la tecnología y la organización militar.
El siguiente milenio a la caída del Imperio Romano se caracterizó por la existencia de una clase guerrera
que vivía del pillaje, la invasión y el secuestro. El Imperio Carolingio sólo pudo limitar brevemente el dominio
de esta clase e, incluso, el aumento relativo de la seguridad y el orden que surgió con el advenimiento del
feudalismo no cambió sustancialmente su forma de vida. Guerrear se convirtió en una actividad constante,
aunque siempre a pequeña escala. Al final de esta época, sin embargo, las características de la guerra se
alteraron básicamente, lo que produjo la obsolescencia de esta clase bélica.
El caos de Europa occidental se interrumpió brevemente cuando Carlos Martel derrotó a los árabes en
Poitiers, en el año 753. Ya en el 800, Carlomagno había conquistado o se había anexionado una zona muy
amplia que iba desde las fronteras de la España islámica a Sajonia, Bavaria y la Italia lombarda; el día de
Navidad de ese año fue coronado emperador por el Papa en la catedral de San Pedro. El Renacimiento
carolingio subsiguiente presentaba contrastes evidentes con los “años de oscuridad” previos, pero su
desmembramiento y ruptura en el siglo IX ofrece una evidencia convincente de que el tamaño viable de las
unidades político-económicas era pequeña. No generó una administración ni una estructura fiscal
centralizada y fue de hecho el genio de Carlomagno el que mantuvo su imperio brevemente unido. La
posible partición de su herencia instigó toda clase de conflictos internos; el asalto permanente de los
vikingos, musulmanes y magiares aceleró su disolución.
Un rey distante ofrecía escasa protección contra estas bandas merodeantes. La respuesta viable consistía
en las fortificaciones fijas y una caballería con fuertes armaduras. La ventaja comparativa de esta última
sobre la infantería aumentó inmensamente con la difusión del estribo que permitía la nivelación y el
equilibrio del caballero armado sobre el caballo, permitiendo la combinación de la fuerza humana y animal
para destrozar al enemigo. El resultado fue la estructura jerárquica descentralizada del feudalismo. Se
produjo la recuperación del orden local y de la expansión económica.
Pero si la tecnología bélica solidificaba la estructura feudal, la recuperación resultante de la actividad
económica la minaba progresivamente. El crecimiento de la economía monetizada condujo al pago
monetario en sustitución del servicio militar. El tamaño del ejército real dependía ahora del bolsillo del
monarca. A largo plazo, el poder de algunos vasallos que siempre habían significado una amenaza de
convertirse más poderosos militarmente que el rey disminuyó. Pero a corto plazo -a lo largo del siglo XVI- el
creciente mercado de mercenarios aumentó el caos y la situaciones de guerra.
Los mercenarios especializados, desde los lanceros suizos hasta los arqueros ingleses, eran una institución
efectiva y rentable al final de la Edad Media. Eran peligrosos no sólo para sus enemigos, sino también para
quien los utilizaba, pues en los períodos en que no eran necesarios y, por tanto, no recibían paga alguna,
asolaban el país en el que se encontraban. Una respuesta directa a dichos excesos de los mercenarios fue
la creación por Carlos VII de Francia del primer ejército permanente de Europa en 1445.
Todavía está en discusión si el desarrollo de una economía de intercambio fue una condición suficiente
para el aumento de la escala óptima de guerra o si las innovaciones tecnológicas aumentaron el tamaño de
las unidades políticas. Lo que no cabe duda es que ambos aumentaron. Como consecuencia de ello, las
condiciones de supervivencia política se modificaron drásticamente. La supervivencia ya no exigía sólo un
ejército mayor, sino una fuerza de combate entrenada, disciplinada y completada con un equipo costoso,
principalmente en forma de cañones y mosquetones. La era de la caballería andante, la era de los
caballeros con armadura y lanza se acabó. La guerra por tierra y por mar había modificado definitivamente
la cantidad de recursos financieros necesarios para la supervivencia.
Entre 1200 y 1500, las numerosas unidades políticas de Europa occidental atravesaron interminables
períodos de conflictos, alianzas y combinaciones de éstos, en la medida en que el señor local estaba
provocando la aparición del Estado nacional. Estos siglos fueron testigos de guerras e intrigas diplomáticas
a una escala creciente y sin precedentes. Si bien el tamaño de los Estados a veces aumentaba, el factor
crítico era la habilidad para incrementar los ingresos fiscales y no solamente el tamaño de la unidad política.
Los Estados nacionales contendientes hicieron frente a gastos enormes y en constante crecimiento. Los
reyes que en el pasado habían vivido por sí mismos ya no pudieron permitírselo. Los monarcas se
enfrentaban continuamente a crisis fiscales y a endeudamientos crecientes. El espectro de la bancarrota
estatal era una amenaza recurrente, y la bancarrota fue a menudo una realidad.
Hasta incluso 1157, el Conde de Flandes recibía una parte importante de sus ingresos en especie. Los
ingresos en especie aparecen en las cuentas de la Corona francesa hasta bien entrado el siglo XIII.
Durante el período feudal era costumbre de las cortes reales desplazarse de una parte a otra del país para
consumir los bienes y servicios en especie. Con el crecimiento de una economía monetizada, las rentas se
percibían cada vez más en dinero. Estas estaban, sin embargo, disminuyendo durante los siglos XIV y XV
como resultado de la caída en la renta de la tierra por la disminución de la población, y precisamente en el
momento en que la supervivencia exigía mayores ingresos.
Muchos de los vasallos reales eran casi tan poderosos como el propio monarca (de hecho, los Duques de
Borgoña eran en estos años mucho más poderosos que los reyes de Francia) y, sin duda alguna, si
llegaban a ponerse de acuerdo tenían mucha más fuerza. Había frecuentemente más de un contendiente
por el trono. Incluso en ausencia de un pretendiente activo, los vasallos más poderosos planteaban una
amenaza inminente bien de destronar al rey o de colaborar con una invasión exterior, como los de Borgoña
hicieron con la Corona francesa. Los incrementos impositivos podían hacer peligrar cualquier corona
europea.
Existía la posibilidad de pedir créditos, y desde luego ésta fue la fuente principal de recursos para hacer
frente a las crisis fiscales de liquidez ocasionadas por la guerra. Dado que un príncipe no podía ser juzgado
por deudas, el prestamista establecía un alto interés, normalmente disimulado para evitar las leyes de
usura. El impago era corriente. El rey podía confiar en los préstamos para mantener el gobierno durante
una guerra; pero, para hacer frente a la desagradable tarea de devolverlo, necesitaba ingresos fiscales. La
necesidad de establecer una fuente regular de ingresos para pagar los créditos de guerra influyó y acabó
determinando la relación entre el Estado y el sector privado.
A medida que el comercio y el intercambio crecían más allá de los límites del feudo y las ciudades, los
agricultores, mercaderes y navegantes descubrieron que los costes privados de la protección podían
reducirse con una autoridad coercitiva más extensa. Existían las bases para un entendimiento e intercambio
mutuamente ventajoso entre el sector privado y el Estado. Dado que los individuos del sector privado
poseían siempre el incentivo para evadir impuestos, el Estado tenía la necesidad de descubrir una fuente
de rentas que fuese fácilmente medible y recolectable. Los nacientes Estados nacionales se vieron
obligados a buscar ingresos en actividades económicas relativamente fáciles de fiscalizar.
Allí donde el comercio internacional era una parte importante de la economía, los costes de medición de la
extensión del comercio y la recolección del impuesto eran típicamente bajos, particularmente en el caso del
comercio marítimo o fluvial, pues el número de puertos era limitado. Pero allí donde el comercio era
fundamentalmente local, dentro de una ciudad o de un área geográfica pequeña, e incluso principalmente
interno a una unidad económica, los costes de medición y recolección eran mucho más altos. Así es obvio
que el comercio internacional era una fuente potencial de ingresos mucho más atractiva que el comercio
interno.
Otra alternativa frecuentemente utilizada en esta época era la concesión de ciertos derechos de propiedad
a aquellos grupos que podían pagarlos o la aprobación de leyes que prohibían las prácticas que
amenazaban las rentas gubernamentales. Entre ellas podemos mencionar el derecho de enajenar tierras,
que fue concedido a los campesinos libres en Inglaterra en 1920 porque si no el rey hubiera perdido rentas
por la práctica de la sobrefeudalización. Más tarde, se aprobó un estatuto para permitir la herencia, porque
la Corona estaba perdiendo rentas a través del instrumento extensivo del usufructo. Dichas leyes no sólo
evitaron pérdidas de ingresos, sino que permitieron al Estado gravar las transferencias de tierras. Se
concedió a las ciudades privilegios comerciales y de monopolios a cambio de pagos anuales y los
mercaderes extranjeros recibían derechos legales y exenciones de las limitaciones gremiales también a
cambio de rentas. Se concedieron privilegios de monopolio exclusivo a los gremios a cambio de pagos a la
Corona y se establecieron derechos de aduanas sobre las exportaciones e importaciones a cambio de
privilegios monopolísticos.
En la mayoría de los casos la Corona se vio inicialmente forzada a ceder a los órganos “representativos”
(Parlamento, Estados Generales) el control sobre las cuentas fiscales a cambio de las rentas que se
aprobaban.
UNIDAD 3: EL COMIENZO DE LA ECONOMÍA-MUNDO EUROPEA
Cortés Conde, Roberto: Historia Económica mundial desde el medioevo hasta los tiempos
contemporáneos:
El problema de la organización:
Uno de los problemas más difíciles de la monarquía fue organizar la percepción de impuestos. En las
condiciones de entonces, sobre todo para países con una vasta extensión territorial e impuestos basados
en la economía doméstica como Francia, ello era muy complejo y costoso. Mantener una burocracia
permanente era muy caro y no había tampoco seguridad jurídica de que ésta fuera totalmente leal y que no
se quedara con parte de lo recaudado, o que se dejara corromper permitiendo la evasión de impuestos. Por
ello aparecieron otras alternativas como el arrendamiento de los impuestos que ahorraba los costos de su
administración y permitía adelantar su percepción. Los Estados que lograban organizar directamente la
cobranza de impuestos como Gran Bretaña fueron, sin embargo, bastante más eficientes.
EL MERCANTILISMO:
Ya en la primera parte del siglo XVII comenzó a detenerse el empuje que la economía había tenido en el
siglo XVI. El fenómeno, sin embargo, no fue parejo. No afectó a todas las regiones por igual ni con la misma
intensidad. Según North, una organización económica más eficiente jugó un importante rol al evitar la
generalización de las trampas malthusianas. Ésta es la diferencia más significativa del siglo XVI, cuando la
organización económica en Europa occidental era relativamente uniforme, y en el siglo XVII, cuando las
instituciones y derechos de propiedad dentro de los Estados Nacionales emergentes ya habían tomado
caminos divergentes desde hacía cien o doscientos años.
Los países del sur de Europa, los atlánticos como España y Portugal, y los mediterráneos, como Italia,
sufrieron más la baja de la población y del comercio que los del norte. No pasó lo mismo en estos últimos,
donde aparecieron nuevas estrellas en el comercio internacional. La primera fue Holanda con la ciudad de
Ámsterdam, que se constituyó en centro del comercio de mercancías y capitales. Holanda disputó a España
y Portugal los mercados ultramarinos del océano Atlántico, en el Índico y también en el Pacífico. Luego, fue
el Reino Unido que estableció en Londres un centro comercial y financiero que disputaría luego a
Ámsterdam su posición privilegiada.
Pero el siglo XVII fue de recesión, aunque de naturaleza distinta a todos los otros períodos de reversión de
las tendencias expansivas. Las crisis antiguas eran de subsistencia, de falta de oferta. La ruina llegaba por
la ausencia de alimentos. En el siglo XVII apareció un fenómeno moderno: la miseria apareció no por falta
de productos sino por falta de quien los compara. Es decir, no por un problema de oferta, sino por uno de
demanda. La demanda caía.
Cuando los mercados no se expanden, cuando la demanda cae, los productores reclaman protección.
Buscan defenderse de la competencia. En el pasado, cuando no había exceso de oferta sino escasez, las
ciudades trataban de proteger su abasto. Tomaban medidas para asegurar una provisión suficiente y
discriminaban contra los productores para mejorar el bienestar de sus habitantes.
En el nuevo contexto de exceso de oferta de bienes, ¿cómo se protegerían los productores? El medio
elegido fue limitar la oferta en forma abierta o encubierta, con múltiples regulaciones (calidad, origen,
nacionalidad, etc.).
Pero, ¿quién decidiría las regulaciones? En el pasado, en un ámbito mucho más pequeño, eran las mismas
corporaciones o gobiernos de las ciudades los que lo hacían. Para mercados ampliados se necesitaba, en
cambio, de una autoridad central que las hiciera efectivas.
Quienes tuvieran el acceso exclusivo a un mercado gozaron de beneficios monopólicos, es decir, de
ganancias extraordinarias, que desaparecerían si otros, atraídos por esas ganancias, pudieran entrar en
ellos, porque las rentas finalmente se disiparían. La libre entrada es fundamental para que la asignación de
recursos en una economía sea eficiente. La regulación, al crear artificialmente escasez, posibilita una
ganancia extraordinaria, pero para que ésta perdure debe crearse barreras de entrada permanentes para
que no entren nuevos productores y se produzca una baja de los precios.
Las políticas regulatorias crean explícitamente protección cuando establecen prohibiciones o tarifas para
importar, o apoyos o subsidios directos o indirectos a las exportaciones. Pero la existencia de una demanda
de regulación supone también su oferta. La oferta de una regulación (que impone limitaciones) requiere
tener suficiente poder de coerción para hacerla efectiva. El establecer prohibiciones tiene, además, un
costo. Hay que incurrir en gastos para lograr el privilegio del acceso a un mercado limitado del que se
excluye a otros competidores.
¿Quiénes ofrecían regulación? Los gobiernos, porque tenían el poder de coerción. Lo hicieron en respuesta
a una demanda de los que obtenían un beneficio y que por ello le pagaban una parte de sus ganancias.
Para el gobierno, participar de las ganancias extraordinarias que concedía era una forma más fácil de
obtener recursos.
¿Por qué? Porque en el antiguo régimen las economías tuvieron un escaso intercambio y monetización, ya
que recién empezaban a sustituirse la cobranza en especie por una en dinero, y el monarca (el gobierno
central) todavía estaba luchando por imponer su autoridad sobre la de los señores feudales. En ese marco,
la percepción de impuestos en dinero fue particularmente difícil. Los costos de transacción en la cobranza
eran muy elevados, por lo que la alternativa de ofrecer derechos monopólicos participando en sus
beneficios pareció ser más eficiente. Pero al competir por la obtención de privilegios, los demandantes
incurrían en costos que no debían ser mayores que los beneficios para que la demanda continuara, por lo
que se requería seguridad sobre el carácter limitado o exclusivo del privilegio adquirido.
Las políticas mercantilistas coincidieron con una época en que se formaron los Estados Nacionales y en
que la autoridad tendió a centralizarse. En un mundo como el feudal, con una autoridad dispersa, los costos
de efectivización de las medidas para conceder privilegios hubieran sido enormes.
Poder y riqueza:
La riqueza para los mercantilistas es un medio para obtener poder. Ellos identificaron la riqueza con la
tenencia de dinero metálico (oro y plata).
La experiencia de España -el imperio más grande de la época- que había contado con los ilimitados
recursos metálicos de sus colonias americanas, llevó a considerar a los gobernantes de los países que no
los tenían, que la riqueza de un país dependía de sus tenencias de oro. Faltaría bastante tiempo para que,
en 1792, Hume impugnara esa creencia apuntando el negativo efecto que el exceso de oro tendría sobre
los precios domésticos (haciéndolos aumentar en relación con los precios de otros países) y sobre el
comercio.
Claro está que con países enfrentados, con guerras reiteradas y casi interminables, con mercados de
deuda ilimitados y un régimen fiscal todavía incipiente, el atesoramiento de metálico, de dinero, daba
seguridades para afrontar los gastos militares (“el dinero es el nervio de la guerra”).
La abundancia de dinero permitiría también bajar las tasas de interés. No se puede explicar, sin embargo,
cómo, si había excedente en el mercado de bienes y con altas tasas de interés, no bajaron los precios para
llegar a un equilibrio, salvo que la oferta no fuera competitiva, lo que en realidad es lo que buscaban las
políticas mercantilistas. Esto nos diría que el excedente de oferta ocurría en mercados pocos competitivos.
La protección:
Mientras las políticas de las ciudades tendían a asegurar el abastecimiento y proteger al consumidor, en el
siglo XVIII, en un mundo más moderno, existió el temor al exceso de bienes y se buscó proteger al
productor. Esto sucedió porque los monarcas obtenían un mayor ingreso ofreciendo beneficios a los
productores (que pagaban con una parte de la renta que percibían) que favoreciendo a los consumidores (a
quienes era más difícil cobrarle impuestos). Se trató de un problema de acción colectiva. El monarca podía
asociarse más fácilmente con pequeños grupos a los que les brindaba ventajas participando de ellas, que
con una multitud de consumidores cuyas respuestas individuales no mejorarían los resultados fiscales.
Los gobernantes concedieron a los productores el acceso restringido a un mercado local y también
subsidios y ayudas a la exportación.
Hume rectificó la idea de que las tenencias de oro hacían rico a un país, cuando explicó que los excedentes
monetarios no producirían un bienestar permanente, porque incidirían en la suba de los precios y por ende
en la baja de exportaciones y en la suba de importaciones. Eso produciría una disminución de las reservas
monetarias, la desaparición del excedente de oro y el regreso anterior al equilibrio. Por otro lado, aunque
para los individuos es siempre mejor ahorrar, produciendo más y consumiendo menos, era distinto para el
caso de los países porque el aumento de las tenencias de oro producía el alza de los precios. Adam Smith
calificó como mercantilistas a las políticas de los comerciantes que buscaron la protección del Estado en
detrimento de los consumidores. Según él, las políticas “eran perversas porque inferían con la ‘libertad
natural’ de los individuos y llevaban a una mala asignación de recursos, pero a pesar de esto eran llevadas
a cabo porque eran diseñadas por comerciantes e implementadas por los estados ignorantes respecto de
asuntos económicos”.