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UNIDAD 1: ASPECTOS METODOLÓGICOS DE LA HISTORIA ECONÓMICA

North, Douglass: Desempeño económico en el transcurso de los años:

El objetivo de las investigaciones en el campo de la historia económica no sólo es hacer que el pasado
económico sea más claro, sino también contribuir a la teoría económica al proporcionar un marco analítico
que nos permita entender el cambio económico. Una teoría de la dinámica económica comparable en su
precisión a la teoría general del equilibrio sería la herramienta de análisis ideal. Al no existir dicha teoría,
podemos describir las características de economías pasadas, examinar el desempeño de la economía en
diferentes momentos y llevar a cabo un análisis de estática comparada, pero faltaría un entendimiento
analitico de la manera en que evolucionan las economías.
Una teoría de la dinámica económica es fundamental para el campo del desarrollo económico. No es un
secreto el porqué este campo no ha logrado desarrollarse: la teoría neoclásica es sencillamente una
herramienta inadecuada para analizar y prescribir políticas que induzcan el desarrollo. Se preocupa por la
operación de los mercados mas no de cómo estos se desarrollan. ¿Cómo puede prescribir políticas sin
entender la manera en que se desarrollan las economías? Son precisamente los métodos utilizados por los
economistas neoclásicos los que han impuesto el tema y los que han militado en contra del desarrollo. Esa
teoría, en la forma prístina que le otorgó precisión matemática y elegancia, modeló un mundo sin fricciones
y estático. Al aplicarla a la historia y el desarrollo económicos, se centró en el desarrollo tecnológico y más
recientemente en inversiones de capital humano, pero hizo de lado la estructura de incentivos presente en
instituciones que determinan el grado de inversión social en dichos factores (tecnología y capital humano).
En el análisis del desempeño económico a lo largo de los años, esa teoría incluyó dos supuestos erróneos:
1) que las instituciones no tienen importancia, 2) que el tiempo no importa.
Este ensayo es sobre instituciones y tiempo. No ofrece una teoría de la dinámica económica que se pueda
comparar con la teoría del equilibrio general. No contamos con semejante teoría. Más bien, proporcionamos
el andamiaje inicial de un marco analítico capaz de aumentar nuestra comprensión de la evolución histórica
de las economías y una guía para las políticas en su tarea constante de mejorar el desempeño económico
de las economías. El marco analítico es una modificación de la teoría neoclásica. Conserva el supuesto
básico de escasez y por ende competencia, y las herramientas analíticas de la teoría microeconómica. Pero
modifica el supuesto de racionalidad y añade la dimensión del tiempo.
Las instituciones forman la estructura de incentivos de una sociedad y, por tanto, las instituciones políticas y
económicas son las determinantes fundamentales del desempeño económico. El tiempo es la dimensión en
la cual el proceso de aprendizaje de los humanos conforma la manera en que se desarrollan las
instituciones. Esto es, las creencias que mantienen los individuos y que determinan sus preferencias son
consecuencia de su aprendizaje a lo largo del tiempo, y no sólo del lapso de vida de un individuo o de una
generación; son el aprendizaje incorporado, acumulativo en el tiempo y transmitido de una generación a
otra por la cultura de cada sociedad.
Las instituciones son imposiciones creadas por los humanos y estructuran y limitan sus interacciones. Se
componen de imposiciones formales (por ejemplo, reglas, leyes, constituciones), informales (por ejemplo,
normas de comportamiento, convenciones, códigos de conducta autoimpuestos) y sus respectivas
características impositivas. En conjunto, definen a la estructura de incentivos de las sociedades, y
específicamente de las economías.
Las instituciones y la tecnología utilizada determinan los costos de las transacciones y las transacciones
que se suman a los costos de producción. El resultado neoclásico de mercados eficientes sólo se obtiene
cuando las transacciones no tienen costo. Sólo según condiciones de negociación sin costo los actores
llegarán a la solución que maximiza el ingreso agregado, independientemente de los arreglos
institucionales. Cuando negociar sí tiene un costo, las instituciones cobran importancia. En un estudio
empírico se demostró, que en 1970, el 45% del PIB estadounidense se dedicaba al sector de
transacciones.
Los requisitos informativos e institucionales para alcanzar mercados eficientes son estrictos. Los jugadores
no sólo deben tener objetivos; deberán asimismo conocer la manera correcta de lograrlos. ¿Pero cómo
saben los jugadores la manera correcta de lograr sus objetivos? La respuesta desde la perspectiva de la
racionalidad es que, a pesar de que los actores pueden tener modelos inicialmente distintos y erróneos, el
proceso informativo de retroalimentación y los árbitros corregirán el comportamiento descarriado y llevarán
a los jugadores sobrevivientes a corregir modelos.
Un requisito incluso más riguroso del modelo de la disciplina del mercado competitivo es que, cuando
existen costos de transacción significativos, las consiguientes instituciones del mercado se diseñarán para
inducir a los actores a adquirir información esencial que les llevará a corregir sus modelos. La implicación
es no sólo que las instituciones se planean con el fin de obtener resultados eficientes, sino que pueden
ignorarse en un análisis económico puesto que no tienen una función independiente en el desempeño
económico.
Estos son requisitos estrictos que sólo se complen excepcionalmente. Los individuos por lo general actúan
con base en información incompleta y con modelos que con frecuencia son erróneos; la realimentación de
la información es por lo general insuficiente. Las instituciones no son creadas con el fin de ser socialmente
eficientes; más bien, éstas son creadas para servir a los intereses de quienes tienen el poder de
negociación para crear nuevas reglas. En un mundo de transacciones de costo cero, el poder de
negociación no afecta a la eficiencia de los resultados, pero un mundo de costos positivos, sí afecta.
Es excepcional encontrar mercados económicos que se aproximen a las condiciones necesarias para lograr
la eficiencia. Es imposible encontrar mercados políticos que lo hagan. En el pasado y hoy, los mercados
económicos son característicamente imperfectos y están agobiados por altos costos de transacción.
El medir y hacer valer los acuerdos en mercados políticos es mucho más complejo. Lo que se intercambia
(entre electores y legisladores en una democracia) son promesas por votos. El votante difícilmente busca
informarse porque la probabilidad de que su voto personal sea decisivo es muy escasa; además, la
complejidad de los problemas produce una incertidumbre genuina. La ejecución de acuerdos políticos está
plagada de dificultades. La competencia es mucho menos efectiva que en los mercados económicos. El
elector puede estar informado, pero más allá de temas claros de política, sobreviene el estereotipo
ideológico. Es la organización política la que define y hace valer los derechos de propiedad y, por
consiguiente, no es de sorprender que los mercados económicos eficientes sean excepcionales.
Es la interacción entre las instituciones y organizaciones la que da forma a la evolución institucional de una
economía. Si las instituciones son las reglas del juego, las organizaciones y sus empresarios son los
jugadores. Las organizaciones se conforman de grupos de individuos unidos por un propósito común con el
fin de lograr ciertos objetivos.
Se crean organizaciones que reflejan las oportunidades ofrecidas por la matriz institucional. Esto es, si el
marco institucional premia la piratería, surgirán entonces organizaciones pirata; y si el marco institucional
premia las actividades productivas, surgirán organizaciones -empresas- que se dediquen a actividades
productivas.
El cambio económico es un proceso ubicuo, progresivo e incremental que es, a su vez, consecuencia de las
decisiones que, de manera individual, toman día a día los actores y empresarios de las organizaciones.
Mientras que la gran mayoría de estas decisiones son de rutina, algunas traen consigo la alteración de
“contratos” existentes entre individuos y organizaciones. Las modificaciones surgen porque los individuos
perciben que les podría ir mejor si reestructuran los intercambios (políticos o económicos). La fuente de
estos cambios de percepción puede ser exógena a la economía. Pero la fuente de cambio más fundamental
en el largo plazo es el aprendizaje de los individuos y los empresarios de organizaciones.
La velocidad del cambio económico es una función del ritmo de aprendizaje, pero la dirección de dicho
cambio es función de las retribuciones esperadas al adquirir diferentes tipos de conocimientos. Los
esquemas mentales que desarrollan los jugadores conforman sus percepciones sobre las retribuciones.
Es preciso desmantelar el supuesto de racionalidad subyacente en la teoría económica para poder
acercarnos de manera constructiva a la naturaleza del aprendizaje humano. La historia nos muestra que las
ideas, ideologías, mitos, dogmas y prejuicios son importantes; y es preciso comprender la manera en que
evolucionan para lograr mayores avances en el desarrollo de un marco de referencia para entender el
cambio social. El marco de decisión racional supone que los individuos saben qué los beneficia y actúan
con base en ese conocimiento. Esto puede ser cierto en el caso de individuos que toman decisiones en los
mercados muy desarrollados de las economías modernas, pero es falso cuando toman decisiones en
condiciones de incertidumbre -que son las condiciones que han caracterizado las decisiones que modelaron
el cambio histórico-.
El marco analítico que debemos construir deberá basarse en la comprensión de cómo se da el aprendizaje
humano. El aprendizaje implica desarrollar una estructura por medio de la cual se interpretan las diferentes
señales que reciben los sentidos. La arquitectura inicial de dicha estructura es genética, pero los andamios
subsiguientes son el resultado de las experiencias de cada individuos. Estas experiencias se pueden
clasificar en dos tipos: las provenientes del medio físico y las que provienen del sociocultural y lingüístico.
Las estructuras consisten en categorías -clasificaciones- que gradualmente evolucionan desde la más
temprana niñez para organizar nuestras percepciones y nos mantienen informados sobre nuestra memoria
de resultados analíticos y experiencias. Al construir sobre estas clasificaciones, formamos modelos
mentales que explican e interpretan el medio. Tanto las categorías como los modelos mentales
evolucionan, reflejando la retroalimentación que se deriva de nuestras experiencias: retroalimentación que
en ocasiones refuerza nuestras categorías y modelos iniciales o que puede llevar a modificaciones -en
breve, a aprender-. Así, los modelos mentales pueden redefinirse continuamente con nuevas experiencias,
incluyendo el contacto con las ideas de otros.
Una herencia común facilita la reducción de las divergencias entre modelos mentales que tienen los
miembros de una sociedad, y es asimismo el medio para la transferencia de percepciones unificadoras de
generación en generación.
Las estructuras de creencias son transformadas por las instituciones en estructuras sociales y económicas.
La relación entre los modelos mentales y las instituciones es íntima. Los modelos mentales son las
representaciones internas que los sistemas cognoscitivos individuales crean para interpretar el medio; las
instituciones son los mecanismos externos (a la mente) que crean los individuos para estructurar y ordenar
el medio.
No hay garantía de que las creencias y las instituciones que evolucionan a lo largo del tiempo produzcan
crecimiento económico.
La clave es el tipo de aprendizaje que los individuos en una sociedad adquirieron con el tempo. El tiempo
implica no sólo experiencias y aprendizaje actual, sino también la experiencia acumulada de generaciones
pasadas que está plasmada en la cultura. El aprendizaje colectivo consta de las experiencias que han
pasado la lenta prueba del tiempo y están incorporadas en nuestro lenguaje, instituciones, tecnología y
forma de hacer las cosas. El conocimiento actual de cualquier generación se da dentro del contexto de las
percepciones derivadas del aprendizaje colectivo. El aprendizaje es, entonces, un proceso que va en
aumento, filtrado por la cultura de una sociedad que determina las ganancias percibidas, pero no hay
garantía de que esa experiencia acumulada en el pasado por una sociedad necesariamente la preparará
para resolver nuevos problemas. Las sociedades que se “atascan” incluyen sistemas de creencias e
instituciones que no logran enfrentar y resolver nuevos problemas socialmente complejos.
El proceso de aprendizaje parece ser una función de: 1) la forma en la que una estructura dada de
creencias filtra la información que se deriva de las experiencias, y 2) las diferentes experiencias que los
individuos y sociedades deben enfrentar en diferentes momentos.
Los incentivos para adquirir conocimiento puro, base imprescindible del crecimiento económico moderno,
son afectados por recompensas y castigos monetarios; también son influidos fundamentalmente por la
tolerancia, por parte de la sociedad, de avances creativos. Un factor primordial en el desarrollo de Europa
Occidental fue la percepción gradual de la utilidad de la investigación en ciencia pura.
Los incentivos que forman parte de los sistemas de creencias, expresados en instituciones, determinan el
desempeño económico a lo largo del tiempo.
¿Qué es lo que puede contribuir a un enfoque institucional-cognoscitivo para mejorar nuestra comprensión
del pasado económico? En primer lugar, no hay nada automático respecto a la evolución de las condiciones
que permiten transacciones de bajo costo en los mercados impersonales que son fundamentales a las
economías productivas. La teoría de los juegos caracteriza este problema: los individuos por lo general
descubren que vale la pena cooperar con otros en intercambios cuando el juego se repite, cuando tienen
información completa sobre el desempeño anterior de los otros jugadores y cuando son pocos jugadores.
La cooperación es difícil de mantener cuando el juego no se repite (o hay un juego final), cuando la
información acerca de los otros jugadores es deficiente y cuando hay muchos de ellos. Crear instituciones
que alteren las relaciones de costo-beneficio en favor de la cooperación en intercambios interpersonales es
un proceso complejo porque no sólo implica la creación de instituciones económicas, sino que precisa que
éstas sean sostenidas por instituciones políticas adecuadas.
El notable desarrollo de Europa Occidental a partir de un retraso relativo del siglo X a la hegemonía
económica mundial del siglo XVIII es la historia de un sistema de creencias que evoluciona gradualmente
en el contexto de la competencia entre unidades políticas y económicas fragmentadas que produjeron
instituciones económicas y estructuras políticas, que a su vez produjeron el crecimiento económico
moderno. E incluso dentro de Europa Occidental hubo éxitos (los Países Bajos e Inglaterra) y fracasos
(España y Portugal).
En segundo lugar, el análisis institucional-cognoscitivo debe de explicar la dependencia de la trayectoria de
una de las notables constantes de la historia: ¿Por qué, una vez que se está en una trayectoria de
crecimiento o de estancamiento, las economías tienden a persistir en ella? El supuesto de racionalidad de
la teoría neoclásica parecería sugerir que los empresarios políticos en las economías estancadas podrían
sencillamente alterar las reglas y cambiar la dirección de las economías fracasadas. No es que los
gobernantes no hayan estado conscientes de desempeños pobres. Más bien, la dificultad de cambiar la
dirección de las economías es una función de la naturaleza de los mercados políticos y, comos sustento de
lo anterior, de los sistemas de creencias de los actores.
En tercer lugar, este enfoque contribuirá a nuestra comprensión de la compleja interacción entre
instituciones, tecnología y demografía en el proceso global de cambio económico. Una teoría completa de
desempeño económico incluiría un enfoque integrado sobre la historia económica.
No podemos dar cuenta del auge y ocaso de la Unión Soviética y del comunismo mundial con la
herramientas del análisis neoclásico, pero deberíamos poderlo hacer utilizando un enfoque
institucional-cognoscitivo a los problemas actuales del desarrollo. Para hacerlo -y para ofrecer un marco
analítico que nos permita comprender el cambio económico- debemos considerar las siguientes
implicaciones de este enfoque:
1. Es la mixtura de reglas formales, normas informales y características de implantación, lo que modela
el desempeño económico. Si bien las reglas pueden cambiarse de la noche a la mañana, las
normas informales por lo general sólo cambian de modo gradual. Puesto que son las normas las
que dan “legitimidad” a un conjunto de reglas, el cambio revolucionario nunca lo es tanto como
desearían sus proponentes, y el desempeño será diferente de lo esperado. Y las economías que
adopten las reglas formales de otra economía tendrán características de desempeño muy diferentes
a las de la primera debido a las diferencias en sus normas informales y en la implantación. La
implicación es que transferir las reglas políticas y económicas formales de las exitosas economías
de mercado de Occidente a economías del Tercer Mundo y Europa del Este no es condición
suficiente para un buen desempeño económico. La privatización no es una panacea para corregir un
desempeño económico pobre.
2. Las organizaciones políticas modelan el desempeño económico porque definen e implantan las
reglas económicas. Por lo tanto, parte fundamental de una política de desarrollo es la creación de
organizaciones políticas que a su vez crean y hacen cumplir los derechos de propiedad eficientes.
Sin embargo, sabemos muy poco sobre cómo crear esas organizaciones porque la nueva economía
institucional aplicada a la política ha estado mayormente enfocada en los Estados Unidos y
organizaciones políticas desarrolladas.
3. La clave para el crecimiento de largo plazo es la eficiencia de adaptación más que la distribución.
Los sistemas políticos y económicos de éxito han desarrollado estructuras institucionales flexibles
que pueden sobrevivir a las sacudidas y cambios que son parte del desarrollo próspero. Pero estos
sistemas han sido producto de una larga gestación. No sabemos cómo crear eficiencia de
adaptación en el corto plazo.
UNIDAD 2: LOS PROCESOS DE CAMBIO

North, Douglass: Estructura y cambio en la Historia Económica:

La primera revolución económica:

Durante más de un millón de años, desde que los hombres y mujeres se distinguieron de otros animales,
recorrieron la tierra cazando y recolectando plantas. La evidencia disponible, aunque escasa, deja en claro
que el hombre paleolítico tenía un estilo de vida que le diferenciaba de los animales inferiores, aunque
como ellos, su capacidad para sobrevivir estaba influida por los caprichos de la naturaleza. Los hombre
vivían en grupos pequeños o tribus; las cuevas, algunas veces simplemente el aire libre, fueron sus lugares
de vivienda. Los grupos humanos tenían que estar preparados para trasladarse cuando hubieran agotado el
suministro animal o vegetal en una zona determinada.
Durante esta larga era de caza y recolección se desarrollaron muchas variedades de cultura y estilos de
vida humana. Las pinturas de animales y escenas de cazas todavía perduran en las paredes de las cuevas.
Los arqueólogos han encontrado herramientas y armas grabadas o esculpidas con diseños animales o
florales; y los lugares de enterramiento sugieren que el hombre prehistórico estuvo preocupado por la
existencia de otra vida después de la muerte. A pesar de estas realizaciones artísticas, el hombre vivió
mucho tiempo como los otros animales, tomando de la naturaleza lo que podía matar o recolectar. Los
límites de su sustento estaban fijados por una base de recursos que todavía no podía mejorar; podía existir
solamente gracias a las reservas biológicas de la tierra.
Hace aproximadamente diez mil años los seres humanos empezaron a desarrollar una agricultura
sedentaria; para obtener alimentos criaron y guardaron en rebaños a los animales y cultivaron las plantas.
El resultado de desarrollar la capacidad y habilidad para incrementar la base de recursos constituyó una
revolución económica fundamental. La transición que tuvo lugar desde la caza y la recolección hasta la
agricultura sedentaria, que el arqueólogo V. Gordon Childe denominó la Revolución Neolítica, modificó
fundamentalmente la tasa de progreso de los seres humanos. Ello condujo a una enorme aceleración en el
proceso de aprendizaje, que explica el extraordinario desarrollo que ha tenido lugar en los últimos, digamos,
diez minutos de la historia cronológica del hombre en contraste con las veintitrés horas y cincuenta minutos
anteriores.
Antes de examinar esta primera revolución económica, es preferible esquematizar la evidencia significativa,
y generalmente aceptada, sobre el pasado prehistórico del hombre.
1. El desarrollo de la agricultura sedentaria tuvo lugar hace aproximadamente diez mil años, pero el
hombre se diferenció de los animales hace más de un millón de años. La tasa de progreso material
del hombre se ha acelerado espectacularmente desde el desarrollo de la agricultura.
2. Este desarrollo parece haber ocurrido de forma independiente y en diferentes momentos, en áreas
como el “Creciente Fértil”, Meso-América, Perú, el norte de China y otras.
3. La generalización de la agricultura llevó miles de años. La tasa de difusión a lo largo de Europa
parece tener como media sólo, aproximadamente, un kilómetro por año.
4. Antes del desarrollo de la agricultura. el hombre había empezado a explotar una fuente alimentaria
más amplia. Los animales más grandes jugaban un papel cada vez menor en la dieta humana, y en
cambio, los animales pequeños, las aves, los mariscos, los caracoles, las nueces y las semillas,
iban creciendo en importancia como bases de la dieta alimentaria. Esta explotación se denominaba
la Revolución del Amplio Espectro.
5. La población humana aumentó y el hombre emigró hacia nuevas regiones; lo más espectacular fue
su movimiento migratorio hacia el Nuevo Mundo y Australia.

Las condiciones que explican la Primera Revolución Económica. El propósito de este modelo es obtener las
condiciones bajo las cuales el recurso escaso de la banda, trabajo, transforma su ocupación tradicional de
caza y recolección y se dedica a la agricultura. El modelo asume que el principal recurso de la banda es el
trabajo de sus miembros. La banda puede elegir cómo emplear su trabajo para producir los bienes y
servicios deseados. Intentará asignar los recursos de manera que se maximice el valor del recurso escaso,
el trabajo, y de ese modo, el bienestar económico del grupo. En ausencia de un mercado que determine los
precios relativos de las dos clases de productos (caza/recolección o agricultura), las preferencias de la
banda establecerán estas valoraciones relativas. Supongo que dichas preferencias permanecieron
inalteradas. Así, el producto marginal del trabajo o la curva de oportunidades en cada actividad se convierte
en la variable crucial para la determinación de las cantidades de trabajo asignadas por la banda a los dos
sectores considerados.

El modelo asume que la fuerza de


trabajo es fija. El valor del trabajo en el
sector caza es la curva de producto
marginal del trabajo en la caza.
Supongamos también que el stock de
recursos naturales está determinado
biológicamente y, por lo tanto, sujeto a
rendimientos decrecientes a medida que
el esfuerzo de casa aumenta. Así, el
valor del producto marginal en la caza
se presentará gráficamente como
decreciente tras un período de
rendimientos constantes. El sector
agrícola, que refleja la abundancia de
tierras disponible para este propósito en
ese momento, exhibe rendimientos constantes a escala para unidades adicionales de trabajo. La demanda
total efectiva que realiza la banda puede representarse como la línea continua del gráfico.
El hombre dedicaría sus esfuerzos de forma exclusiva a la caza, si el valor del producto marginal del trabajo
en el sector caza, después de emplear plenamente todo el trabajo disponible, todavía estuviera por encima
del valor del producto marginal de la primera unidad de trabajo en la agricultura. Esto ocurriría si el tamaño
de la fuerza laboral fuese igual o menor que Qc.
Suponiendo que, durante un período de tiempo, el tamaño de la fuerza de trabajo permanece por debajo de
Qc, sólo hay entonces dos cambios paramétricos que podrían ocasionar la resignación de la casa a la
agricultura. El primero sería el desplazamiento hacia la izquierda y hacia abajo de la curva del valor del
producto marginal del trabajo en la caza, que reflejaría una caída general de la productividad en ese sector.
Si se produjera dicho cambio, la banda reasignaría hacia el trabajo agrícola aquella porción de la fuerza
laboral previamente ocupada en la caza, cuyo ​output q ​ uedaría ahora por debajo de lo que producirían si se
les emplease en agricultura. Este resultado implica también una caída del nivel general de vida de la banda.
Un segundo cambio paramétrico que reasignaría trabajo de la caza a la agricultura consiste en un
desplazamiento hacia arriba de la curva del valor de la productividad marginal en el sector agricultura, lo
que refleja un incremento en la productividad del trabajo en este sector. Un desplazamiento de esta
naturaleza tendría alguno de los mismos efectos descritos más arriba: la productividad de una parte de la
fuerza laboral previamente empleada en la caza sería ahora mayor si se reasignase a la agricultura y, por lo
tanto, se produciría una transferencia de trabajo. Sin embargo, el nivel general de vida de la banda, en este
caso, aumenta. Si los cambias paramétricos señalados se produjeran con la suficiente intensidad, el
resultado sería una transferencia total del trabajo desde la caza a la agricultura. Si permitimos ahora que la
fuerza laboral crezca, mientras que mantenemos las curvas de oportunidades de producción constantes en
los dos sectores, el resultado final sería necesariamente, más pronto o más tarde, un desplazamiento del
trabajo hacia la agricultura. Necesariamente en un determinado momento, si la población continuara
creciendo y dado que todos los incrementos de trabajo se asignan a la agricultura, este sector llegaría a
dominar la vida económica.
En definitiva, hay tres cambios que pueden explicar la transición de una economía de caza a una agrícola:
la caída en la productividad del trabajo en el sector caza, el aumento de la productividad del trabajo en la
agricultura o la expansión sostenida del tamaño de la fuerza laboral.

Los arqueólogos han adelantado un número de explicaciones para dar cuenta del paso de la caza a la
agricultura. Cada una de ellas ofrece una interpretación de esta transición que puede explicarse en
términos del modelo anterior; pero ninguna de ellas es completamente satisfactoria.
1. V. Gordon Childe mantiene que con la recesión de la última era glacial el clima cambió radicalmente.
La teoría de Childe descansa un un cambio del medio ambiente que produjo un declive en la base
de recursos naturales incluyendo la extinción de los animales. Un decremento de la base de
recursos naturales sugiere un declive en la productividad del trabajo empleado en la caza y, a su
vez, implica que el hombre ha de adquirir para sobrevivir un mayor control sobre los recursos
residuales. En el proceso, el hombre aprendió como incrementar la productividad de su trabajo en la
agricultura, forzando a ello por la reducción de sus oportunidades de caza. La explicación dada por
Childe consiste en un desplazamiento hacia la izquierda del VPMgC (valor del producto marginal en
la caza) para que cierta parte de la población ganara con el cambio de actividad y se conviertiese en
agricultora.
2. Una segunda teoría, denominada teoría de la zona-nuclear, ha sido defendida por Robert J.
Braidwood. La teoría de la zona nuclear descansa en el punto de vista del desarrollo cultural en el
que los hombres llegaron gradualmente a conocer mejor a los animales y a las plantas de su
entorno. La explicación de Braidwood consiste en un desplazamiento hacia arriba de VPMgA (la
curva del valor del producto marginal en la agricultura). Braidwood insiste en que el hombre no
adquirió repentinamente un conocimiento profundo de las plantas y los animales, sino que el
aprendizaje fue gradual e inevitable. Braidwood omite, sin embargo, la explicación del nexo causal
que origina el camino.
3. Estas dos teorías no consideran el crecimiento demográfico como una parte integral de la
explicación de la transición humana hacia la agricultura. Sí lo tiene en cuenta una tercer teoría de
Lewis R. Binford y elaborada posteriormente por Kent Flannery. En esta teoría, la expansión
demográfica, vía inmigración, presiona sobre la base de recursos y crea la competencia por la
supervivencia entre grupos rivales. Binford sugiere que, en determinadas áreas, la presencia de
grupos socioculturales diferentes produce un cierto desequilibrio:
“Desde el punto de vista de la población que se encuentra ya en la zona, la intrusión de grupos
inmigrantes alteraría el sistema de equilibrio de densidad existente y podría elevar la densidad de la
población hasta el nivel en el que deberíamos esperar la presencia de rendimientos decrecientes en
los recursos alimentarios. Esta situación serviría para que los grupos ya establecidos sintieran
notablemente la presión de grupos inmigrantes, presión favorable, ya que se traduciría en un
aumento de la productividad. Existirían fuertes presiones selectivas que favorecerían el desarrollo
de técnicas de subsistencia más eficientes por parte de ambos grupos.”
Flannery elabora la explicación de Binford, y atribuye los cambios en los patrones de caza y
recolección a la presión demográfica: el hombre pasó de cazar grandes mamíferos a domesticar
animales más pequeños y, con el tiempo, de la recolección al desarrollo de la agricultura. La
explicación de Binford y Flannery consiste en una expansión demográfica más allá de Qc y, como
resultado, se produce el desplazamiento hacia la agricultura de una parte de la población. Sin
embargo, adolece de una teoría demográfica en la que basar su explicación y tampoco proporciona
ninguna justificación de por qué la expansión demográfica condujo al desarrollo de la agricultura.

El modelo aquí presentado supone que cuando al hombre prehistórico se le presentó la elección entre dos
alternativas, intentó elegir aquella que le produjese un mayor nivel de satisfacción y bienestar. Estas
decisiones elevaron el nivel material de vida de la banda y consecuentemente incrementaron sus
oportunidades de supervivencia respecto a las demás. Las bandas que seleccionaron la alternativa
“correcta”, bien de forma consciente o fortuita, se vieron favorecidas por un proceso de selección natural.
Otros grupos, que inicialmente adoptaron acciones diferentes y, por lo tanto, obtuvieron peores resultados,
se vieron forzados con el paso del tiempo a copiar técnicas productivas de sus rivales mejor dotados, o
desaparecieron en el proceso histórico. La escasez de los recursos garantiza la competencia, la que a su
vez garantiza que el proceso de selección hará aparecer un comportamiento observable conforme a la
hipótesis de maximización de la riqueza; incluso si éste no es un resultado de acciones deliberadas.
Como ha postulado el modelo de equilibrio simple de estática comparativa presentado más arriba, el
hombre prehistórico tenía dos maneras básicas alternativas de emplear su trabajo. Aquellas bandas que
eligieron la alternativa que maximizaba el valor de la producción, se vieron a la larga más favorecidas que
las que erraron en la elección productiva. El modelo de equilibrio-comparativo es, por lo tanto, aceptable
hasta ahora. Este modelo es, sin embargo, incompleto para nuestros propósitos, ya que no considera
explícitamente la naturaleza de los derechos de propiedad con los que convivió el hombre prehistórico; ni
tampoco incluye ninguna hipótesis demográfica. Dado que la estructura existente de derechos de propiedad
encauza la conducta económica del hombre, al individuo le puede interesar comportarse de manera
diferente bajo dos conjuntos de derechos de propiedad distintos.
Los recursos naturales, tanto los animales que había para cazar como la vegetación que existía para su
recolección, fueron inicialmente de propiedad común. Esta forma de derechos de propiedad implicaba el
libre acceso a los recursos por parte de todos. Los economistas están familiarizados con la proposición de
que el libre accesoa una base de recursos conduce a su utilización ineficiente. Cuando la demanda de este
recurso aumenta, esta ineficacia lleva a la larga al agotamiento del recurso. Este agotamiento puede
adoptar la forma, en el caso de un recurso renovable, de una reducción del stock biológico por debajo del
nivel requerido para garantizar un rendimiento sostenido.
Este caso es un ejemplo del fallo de un sistema de incentivos, fallo generado por una inadecuación cultural
o institucional (derechos de propiedad). El individuo o banda se halla en presencia de un incentivo para
ignorar ciertos costes, lo que conduce a la sobreutilización del recurso y quizá incluso a poner en peligro la
propia existencia futura de dicho recurso.
Permítanme examinar la situación en la que varias bandas compiten por los mismos animales migratorios
aceptando como propiedad común. Los animales tienen un valor para las bandas solamente después de
ser capturados. La banda tiene entonces el incentivo para explotar el recurso hasta el punto en que el valor
del último animal cazado sea igual a los costes privados de matarlo. La caza continuará hasta que todas las
rentas que el recurso escaso hubiera generado bajo derechos de propiedad privados se disipen. Es decir,
en una situación competitiva ninguna banda tiene incentivos para conservar dicho recurso. Así, el stock de
animales se sitúa en peligro de extinción. El elemento crucial, causa de esta ineficiencia, es la ausencia de
barreras a la explotación de los recursos de propiedad común. El resultado es la aparición de demasiados
cazadores. Por encima de cierto nivel de explotación, el tamaño del stock empieza a declinar y, de este
modo, se elevan los costes (reduciendo la productividad) para todos los cazadores. La curva de
oportunidad del trabajo en el sector caza, VPMgC, se desplaza hacia atrás; este hecho, sin embargo, no
disuade a los nuevos cazadores de unirse a la casa mientras que la productividad que obtengan siga
siendo mayor que la que obtendrían en su segunda mejor alternativa, la agricultura.
Se ha demostrado que si se excluye a algunos de los cazadores de utilizar los recursos, no se disiparían
todos los ingresos. Por consiguiente, la agricultura primitiva, que se debió organizar como propiedad
exclusiva comunal, tenía ventajas sobre la caza, en términos de la eficiencia de los derechos de propiedad.
Además, la banda fue probablemente un grupo suficientemente pequeño como para controlar fácilmente las
actividades de sus miembros y de esta manera asegurar que el comportamiento colectivo no sobreutilizaría
el recurso escaso, tierra protegida, poseída en común. Por consiguiente, la banda, podría haber explotado
sus oportunidades en la agricultura restringiendo el comportamiento de sus miembros con reglas, tabúes y
prohibiciones, casi como si se hubieran establecido derechos de propiedad privada.
Esta diferencia entre derechos de propiedad común en la caza y derechos comunales exclusivos en la
agricultura es crucial para explicar la Primera Revolución Económica. El sector caza debe considerarse
dentro del marco de un recurso de propiedad-común y el sector agrícola como regulado por propiedad
comunal-exclusiva, de forma que se aproxima al sistema de propiedad privada en lo que se refiere a su
influencia sobre el comportamiento humano.
La curva de oportunidades del trabajo en el sector caza se desplazaría inicialmente hacia arriba, atrayendo
más recursos hacia el sector y acelerando el agotamiento del stock de animales de propiedad común, de
forma que, finalmente, esta curva de desplazaría hacia la izquierda de su posición original. Los diferentes
tipos de derechos de propiedad que regulan la actividad económica en el sector caza y agricultura aseguran
que el cambio tecnológico se manifestará finalmente en un desplazamiento de la fuerza de trabajo hacia la
agricultura.

Otro elemento crucial del análisis es una hipótesis sobre la actuación demográfica del hombre prehistórico.
Está claro que el número de personas sobre esta tierra ha aumentado a través del tiempo, pero no a una
tasa constante ni continua. La simple aritmética del cambio demográfico en el primer millón de años sugiere
una tasa muy lenta de crecimiento. Pero de hecho parece que la población creció.
Esta línea argumental va directamente en contra de las observaciones de los antropólogos que han
descubierto que las tribus contemporáneas que viven como en la Edad de Piedra, tienden a tener una
población estable. Además, el nivel de población que mantienen dichas tribus parece muy por debajo de
aquel que podría dañar la base de recursos. Esta observación ha sugerido que el punto de vista sobre la
dinámica de la población desarrollado más arriba es inadecuado y debería ser rechazado en favor del
supuesto de que el hombre prehistórico tendía hacia una población homeostática.
Esta extensión del comportamiento de las tribus que hoy en día viven en la Edad de Piedra a sus
antecedentes históricos reviste de varias dificultades. Examinemos las condiciones bajo las cuales se
puede establecer y mantener una población homeostática. Primera, los recursos naturales deben ser fijos
para crear rendimientos decrecientes a los aumentos de población. Segunda, deben existir derechos
exclusivos de propiedad comunal de los recursos para eliminar la competencia entre grupos rivales. Y
tercera, debe existir alguna forma de regulación comunal del acceso a los recursos para controlar el
comportamiento económico de los miembros del grupo; de aquí que la banda no tuviera ninguna razón para
intentar limitar la población.
Supongamos que una banda estuviese dedicada a explotar un recurso y hubiese tenido éxito en limitar a su
población el nivel en que el recurso no se viera amenazado. Supongamos entonces que apareciese otra
banda que deseara compartir este recurso. La capacidad de la primera banda para excluir a la segunda es
seguramente una función del tamaño de su población. Cuanto mayor sea ésta, mayores posibilidades de
éxito tendrán en la exclusión de otras bandas. De esta manera, las bandas que no intenten limitar su
población tenderán a dominar a aquellas que lo intenten, cuando ambas entren en contacto. Sólo puede
existir una población homeostática entre bandas aisladas. Además, así es como se han encontrado
actualmente, en áreas lejanas de las rivalidades de otros grupos.
La población humana de la era prehistórica elaboró en su comportamiento, cuando lo permitía su nivel de
vida, una tendencia colectiva a aumentar su población.

Hace aproximadamente treinta mil años, la expansión demográfica empujó a los humanos a lo largo del
estrecho de Bering (une Asia con América). Desde entonces, se trasladaron a través de esa masa de tierra.
La desaparición de varias especies de grandes animales coincide con la aparición de los humanos.
Inicialmente, este era un mundo en el que el suministro de animales y plantas con los que el hombre podía
alimentarse parecía inagotable. En la medida en que la población humana se expandió y llegó a amenazar
el suministro de comestibles en un área dada, las bandas se subdividieron y se trasladaron a nuevas áreas
y de este modo se generaban constantemente grupos sociales nuevos. Este proceso es descrito por los
antropólogos como un “sistema de puertas abiertas”. En los términos del modelo, éste era un mundo de
rendimientos constantes para una fuerza de trabajo creciente, de manera que el crecimiento demográfico
produjo un aumento proporcional del producto. Este mundo de rendimientos constantes persistió mientras
existieron tierras vacías de igual productividad que podrían ser explotadas por una población creciente.
Mientras se daba esta condición, no había ningún incentivo para intentar delinear relaciones de propiedad
exclusiva sobre las plantas o los animales. Sin embargo, deberíamos esperar que los grupos que se
encontraban en el interior de la frontera hubieran intentado inicialmente desarrollar relaciones estables
entre la población del grupo y la base de recursos, ya que estaban limitados por otras bandas y no había
manera de ampliar por el momento la base material de recursos. Dichos grupos de población intentarían
alcanzar precisamente el tipo de relación homeostática de población que los antropólogos han descrito
como existente entre las sociedades primitivas contemporáneas. Esos grupos limitarían la fecundidad
mediante tabúes, el infanticidio y otros medios, en un intento de mantener constante la relación entre la
población y la base de recursos. Además, deberíamos esperar que estas bandas intentaran desarrollar un
conjunto de costumbres y reglas para regular la casa de manera que se mantuviera la estabilidad. Este
intento estaba abocado al fracaso por las razones discutidas más arriba: una población homeostática sólo
puede existir entre bandas o grupos aislados.
Una vez que la población hubo crecido hasta el punto en que la base de recursos fue plenamente utilizada,
cualquier incremento adicional en la población llevó a una caída en la producción marginal del trabajo en la
caza y recolección. Sin embargo, dadas las características de tribus rivales y recursos de propiedad común,
la población continuaría creciendo. La solución del dilema de la propiedad-común en el que se encontró a sí
mismo el hombre prehistórico fue el desarrollo de los derechos exclusivos de propiedad comunal. Mientras
los animales y las plantas seguían siendo abundantes en relación con las demandas de la población
humana, no existía ningún incentivo para incurrir en los costes de establecer derechos de propiedad sobre
ellos. Es solamente durante esta fase transicional de escasez creciente cuando llega a ser rentable incurrir
en los costos necesarios para desarrollar y hacer respetar los derechos de propiedad que podían limitar la
tasa a la que serían explotados los recursos.
La evolución de los derechos de propiedad ha consistido históricamente en la exclusión inicial de los
extraños de la recolección del producto y, más tarde, en el diseño de reglas que limitan la intensidad de la
explotación de los recursos por los propietarios comunales. En términos del gráfico, cuando la población
alcanzó un nivel de trabajo adicional de Qc, su utilización más productiva consistía en el cultivo y el
pastoreo. En un momento determinado se convierte en un paso lógico para la banda el intentar encontrar
un área natural fértil, establecerse allí y expulsar a los intrusos. Las bandas que vivían en el interior de la
frontera de recursos se hacían cada vez más sedentarias. En la medida en que la población de éstas
crecía, se explotaban más intensamente los recursos naturales de ese área.
Algunos arqueólogos y antropólogos sospechan que el origen del cultivo de plantas y de la domesticación
de animales no tuvo lugar en los lugares donde éstos se daban en la naturaleza con abundancia. Sino que
la domesticación habría ocurrido, en primer lugar, en aquellos sitios donde las cosechas eran más pobres,
porque si el hombre hubiese podido obtener suficiente trigo silvestre con simplemente recogerlo, no se
hubiera molestado en cultivarlo. Este argumento ignora el dilema fundamental entre una creciente presión
demográfica y los recursos de propiedad común. Es más probable que el hombre encontrara zonas ricas
donde había una abundancia de grano silvestre que podía ser cultivado con una simple hoz y luego
empezara a defender estas áreas de los intrusos.

La Primera Revolución Económica no fue una revolución porque alterase la actividad económica principal
del hombre desde la caza y la recolección hacia la agricultura sedentaria. Fue una revolución porque esa
transición creó un incentivo fundamental de cambio, de proporciones desconocidas para la humanidad. El
cambio de incentivos nace de diferentes esquemas de derechos de propiedad en los dos sistemas. Cuando
existen derechos de propiedad comunal sobre los recursos, el incentivo para la adquisición de mejor
tecnología y para el aprendizaje es mínimo. Al contrario, los derechos de propiedad exclusivos que
benefician a los propietarios suministran un incentivo directo para la mejora de la eficiencia y de la
productividad o, en términos más fundamentales, para adquirir nuevos conocimientos u mejores técnicas de
producción. Este cambio de incentivos es el que explica el rápido progreso realizado por la humanidad en
los últimos diez mil años, a diferencia del lento desarrollo de la larga era primitiva de la caza y recolección.
Nacimiento y declive del feudalismo:

El Imperio Romano desapareció en el siglo V d.C, el feudalismo unos mil años después, en el 1500
aproximadamente. Entre esas dos fechas, Europa occidental se recuperó gradualmente de la anarquía que
generó el colapso del orden romano y desarrolló una estructura político-económica que garantizaba un
orden y una estabilidad suficiente y que, a su vez, permitió los cambios que llevaron a su desaparición,
presagiando el desarrollo de los Estados nacionales y, por tanto, del desarrollo económico que ha
caracterizado los últimos cuatro siglos.
El nacimiento de la Europa occidental está básicamente condicionado por la herencia de la civilización
greco-romana; civilizacion que, en última instancia, condicionó y dio forma a muchos de los arreglos
institucionales que surgieron en los siglos VI a X. El señorío feudal se nos presenta como un descendiente
lineal de la villa romana y el ​coloni dependiente, un predecesor de los siervos de la gleba. También la
esclavitud sobrevivió a la Edad Media. La herencia del Derecho Romano fue importante y reapareció
plenamente en los comienzos de la Europa moderna para dar forma a la estructura de los derechos de
propiedad.
Fue la Iglesia quien transmitió la herencia cultural del mundo clásico a la Edad Media; la Iglesia era la
depositaria del saber, un centro solitario de alfabetización. A menudo los monasterios eran los centros
agrícolas más eficientes de la Edad Media. La Iglesia, por un lado, fue la cúpula de la estructura burocrática
de finales del Imperio Romano y el centro principal de riqueza material, vendiendo la salvación a cambio de
tierra y tesoros. Por otro lado, era la Iglesia del ascetismo, de la austeridad extrema, de la vida monacal y
de los devotos misioneros. En su primera función tenía las características de un Estado: el Papa como
gobernante y una amplia burocracia a través de la cual acumulaba poder y riqueza, y una serie de agentes
(obispos y arzobispos) que, a su vez, se enriquecían y se hacían poderosos. Como cualquier Estado,
vendía protección y justicia, pero además vendía también la salvación eterna y tenía, por tanto, un control
único sobre la población en un mundo donde el infierno y la condena se consideraban el destino de gran
parte del populacho. Esta conversión ideológica, impuso activamente un sello distintivo a la vida medieval.
En un intento por caracterizar la estructura de este milenio, podemos decir que fue una época en la que la
fusión de las instituciones germánicas y romanas se hallaba en estado dinámico como resultado de las
continuas guerras, invasiones y del caos generalizado. Surgió el Imperio Carolingio (del siglo VIII al siglo IX)
y con él una aparente resurrección del Imperio Romano en Occidente; su desintegración fue rápida,
ayudada por las invasiones de los vikingos, magiares y musulmanes. El resultado fue un surgimiento
gradual de la estructura feudal de organizaciones políticas descentralizadas, obligaciones fiscales
jerárquicas y una estructura económica señorial caracterizada por una relativa autosuficiencia. Se reanimó
la actividad económica, creció el comercio y a larga distancia, se desarrollaron la ciudades, aumentó la
producción de los artesanos urbanos y se expandió la economía monetizada. Finalmente, la estructura
feudal-señorial se desintegró en un siglo caracterizado por el hambre, las epidemias y la guerra, y fue
progresivamente reemplazado por unidades políticas mayores y por un conjunto de derechos de propiedad
sobre la tierra, el trabajo y el capital que varió de acuerdo con el poder de negociación de los monarcas y
los grupos sociales constituyentes.

La economía de la Europa occidental en el siglo X presentaba las siguientes condiciones de partida. Sólo
existía la ley y el orden dentro de los límites de las áreas pobladas, lo que condicionaba y limitaba
seriamente el comercio y el intercambio; los bienes gozaban generalmente de mucha menos movilidad que
el trabajo, pues tenían mayores costes de transacción. La tierra era abundante, pero sólo tenía valor en
combinación con el trabajo y la protección. El trabajo presentaba costes constantes, al estar asociado a la
tierra para producir bienes debido a la abundancia relativa de la tierra. Dada la indivisibilidad de los
castillos, existían hasta cierto punto economías de escala en la defensa. En la medida en que crecía el
número de habitantes protegidos por el mismo señor aumentaba, sin embargo, la distancia entre el castillo
y las tierras cultivadas, lo que llevaba aparejado en última instancia unos costes crecientes de protección.
En resumen, la curva de costes de protección tenía la forma de U, tan común en la economía. El tamaño
“eficiente” del señorío venía determinado por el punto en que los costes marginales de ofrecer protección
igualaban el valor de la participación del señor en el producto marginal del trabajo (esto es, los impuestos).
Las claves del sistema de protección eran un castillo local y sus caballeros. El señor local estaba
subordinado a señores de mayor categoría, y así hasta el señor principal -el rey-, en un sistema jerárquico
de obligaciones feudales. Entre el señor feudal y el rey podían existir varios intermedios; pero en cada nivel,
el señor ofrecía a sus caballeros a su inmediato superior. Los derechos de propiedad en el feudalismo eran,
en efecto, una cesión condicional de la posesión a cambio de servicios militares. En el caso de la aparición
del feudalismo, a lo largo de los siglos caóticos que siguieron a la caída de Roma, el señor y sus caballeros
se convirtieron tanto en una clase de guerreros como en una clase gobernante altamente especializada,
cuya supervivencia y razón de ser dependía de su destreza militar.
Eran los esclavos, siervos y trabajadores libres que ofrecían el output productivo de bienes y servicios a
cambio de la escasa cantidad de justicia y protección que recibían. Si bien sobrevivió en parte la esclavitud
durante la Edad Media, la organización del señorío se construyó sobre la base de villanos, habitantes de las
villas, y hombres libres.

El señorío inglés constituye la versión más característica de la villa señorial. Se convirtió en su forma más
duradera y mejor organizada. Se componía de dos elementos originalmente diferentes, el económico y el
administrativo, y perseguía por tanto dos objetivos estrechamente relacionados, la subsistencia de los
villanos y el mantenimiento de la autoridad y del beneficio del señor. La comunidad de la villa señorial
estaba en la raíz del sistema. El villano medio poseía un manso de treinta acres (o la mitad
aproximadamente) distribuido en parcelas alargadas de un acre cada una entre los campos abiertos del
señorío. En el cultivo, arado, sembrado y recogida de sus tierras, el villano seguía la costumbre o “tradición”
señorial. El laboreo independiente era prácticamente imposible en estas tierras. Cada año, y por rotación,
uno de los campos era dejado en barbecho y sin cercar para que los animales pudieran pastar en él; por
supuesto, las tierras cultivadas eran cercadas o valladas. El ganado del villano, hasta un cierto número de
cabezas, podía pastar libremente en el baldío; cada villano tenía derecho a una parte de prado. Mezcladas
con las parcelas de los villanos estaban las que el señor feudal tenía en los campos abiertos, las que
poseía directamente, su ​reserva señorial​. Con respecto a ella nacieron la mayoría de las obligaciones en
especie, los servicios en trabajo, que el villano debía a cambio de sus tenencias de tierra -la serna-. Cada
unidad familiar debía semanalmente el trabajo de un hombre tres días a la semana en la reserva del señor,
lo que incluía la utilización de sus arados, bueyes y cualquier otro instrumento necesario de trabajo y
acarreo. Aquellos campesinos que tenían menos tierras debían menos trabajo. El villano, además de estar
atado a la tierra, estaba sujeto a la tasa servil de un pago monetario por el casamiento de una hija y a la
exacción de la mejor de sus bestias a su muerte; pagaba tasas monetarias siempre que así lo deseaba el
señor; molía su grano en el molino de aquél; en Francia el horno para el pan y la prensa de vino eran
monopolios señoriales. Su situación real iba, sin embargo, mejorando progresivamente gracias a la
costumbre señorial que fijaba las exacciones por las que trabajaba y le aseguraba la heredabilidad de sus
tenencias de tierra. Como los hombres libres, estaba sujeto a la justicia del señor, que aplicaba la
costumbre señorial y su interpretación práctica. El señor de múltiples feudos enviaba a sus agentes a recibir
los beneficios y recoger la producción necesaria para su mantenimiento en aquellos feudos en que
establecía temporalmente su residencia. El trabajo de los villanos debía, pues, no sólo garantizar su
supervivencia, sino también la de la clase superior de guerreros y sus aliados los dignatarios eclesiásticos.
A ambos les debía la poca paz, justicia e ilustración que disfrutaba.

Tres aspectos concretos de la estructura señorial han sido objeto de profunda controversia:
1. La persistencia de los servicios laborales como la parte principal de las obligaciones de los siervos y
campesinos libres.
2. Las características básicas de la servidumbre como institución.
3. La distribución de las parcelas del trabajador individual en la forma descrita anteriormente.
En un estudio anterior, Robert Thomas y yo argumentamos que los servicios laborales eran el resultado de
costes de transacción extremadamente elevados para la formación de mercados organizados, lo que
impedía la especialización y el intercambio. En esta situación, los objetos de consumo deseados podían
obtenerse a un menor coste asignando los servicios laborales a la producción de la mezcla deseada de
bienes y servicios. En resumen, era más barato para el señor utilizar las obligaciones laborales a él debidas
para producir los bienes deseados, que negociar con sus siervos cada vez que deseaba consumir bienes
diferentes la temporada siguiente. La ausencia del mercado hizo que las obligaciones laborales fuesen la
forma más eficiente de organización económica, a pesar de los incentivos para el engaño implícitos en este
tipo de arreglo. El coste del fraude se redujo a través de las costumbres señoriales (leyes de señorío) que
especificaban la cantidad de tiempo de trabajo para cada tarea, el establecimiento de una persona para
supervisar el esfuerzo de los siervos y las multas a los estafadores que eran detectados.
Por lo que se refiere a la cuestión de la institución servil, argumentábamos que era una institución
esencialmente contractual, y el aspecto más sobresaliente del feudalismo era la naturaleza de las formas
de hacer cumplir y respetar los contratos entre el señor y el siervo. No existía una tercera parte imparcial
que se ocupara de esta tarea. Los tribunales señoriales, en los que el señor feudal o su representante
presidían la audiencia actuando como jueces, aplicaban las costumbres del señor, la ley no escrita. Dicho
sistema parece suministrar grandes oportunidades para la explotación de los siervos. Sin embargo, el señor
se enfrentaba a una restricción que limitaba de forma efectiva su poder. El trabajo era escaso y los señores
competían a menudo entre sí en la búsqueda de siervos y, por lo tanto, estaban poco dispuestos a devolver
un siervo huido. Por consiguiente, el señor tenía incentivo para obedecer y actuar según los acuerdos
contractuales incorporados a la costumbre señorial y a interpretar con “limitaciones”. Si no lo hacía, sus
siervos podían romper el contrato y abandonar el señorío.

La crítica principal a nuestra interpretación de los servicios laborales era que el desarrollo de los mercados
durante los siglos X a XII fue muy superior al que nosotros implícitamente asumíamos y, por tanto, los
costes de transacción de adquirir el paquete de bienes de consumo a través de los mercados no era un
coste alternativo más alto que el subyacente a la asignación de los servicios laborales. Duby argumentaba
que el crecimiento del comercio y el intercambio monetario, tanto en el mercado de factores como en el de
productos, se produjo antes de lo que nosotros sugeríamos, aunque su argumentación no es incoherente
con nuestro punto de vista de que la previa existencia los servicios laborales podían haberse originado en
los altos costes de transacción anteriores al crecimiento de la economía monetizada.
La argumentación que Thomas y yo hicimos sobre la naturaleza esencial de la servidumbre ha recibido
muchas críticas mayores, tanto porque consideramos la relación bajo un esquema contractual como porque
no enfatizamos suficiente la naturaleza unilateral de dicha institución. Tal como describimos, la estructura
se parecía demasiado a un intercambio igualitario de protección y justicia a cambio de servicios en especie.
Pero la protección y la justicia no eran en realidad bienes públicos, dado de que era posible excluir a los
campesinos a un coste bajo. Una perspectiva más adecuada era que la clase de guerreros ejercía una
función análoga a la Mafia en la extracción de rentas a los campesinos. Una crítica a nuestro trabajo señala
que la noción moderna del contrato en la relación siervo-señor no es más que la imposición de un concepto
actual a un hecho histórico, lo que sólo conduce a errores. El siervo estaba atado a su señor y sus acciones
y movimientos estaban severamente limitados por su ​estatus​; no había ningún tipo de acuerdo voluntario.
Es, sin embargo, crucial volver a subrayar el punto clave de nuestro análisis: la evolución de los costes de
oportunidad marginales de los señores y los siervos impulsó el cambio en el feudalismo y le llevó en última
instancia a su desaparición.

Dos fuerzas principales de cambio: 1) la población, 2) la tecnología y la organización militar.


Los historiadores tradicionales creen generalmente que la población estaba disminuyendo en las
postrimerías del Imperio Romano. Esta caída se aceleró posiblemente en el siglo VI con la aparición de la
peste bubónica, que parece haber persistido de forma endémica hasta bien entrado el siglo VIII. Si la
población empezó a crecer a partir de entonces, debe haber sido un crecimiento muy lento dada la
persistencia de las condiciones caóticas.
Pero el feudalismo ofrecía cierto grado de seguridad y orden en este mundo caótico y condujo a la
subsiguiente expansión, tanto de la población como de la actividad económica. En la medida en que la
creciente población conducía a cierta saturación y a la aparición de rendimientos decrecientes en
determinadas zonas, el resultado lógico fue la colonización: la creación de nuevos señoríos ganados a la
naturaleza salvaje. Se generó un movimiento de frontera. Los nuevos señoríos se distribuyeron por toda la
Europa noroccidental y aumentaron las ganancias potenciales del comercio al reducir las áreas
despobladas entre señoríos que habían servido de refugio a los ladrones, fomentando el crecimiento de las
ciudades donde surgió la especialización y la cualificación laboral en la producción de bienes
manufacturados y poblando áreas geográficas con una dotación de factores sustancialmente diferente. El
asentamiento en las fronteras y la expansión de las mismas produjo una reducción de los costes de
transacción en el comercio y aumentó las ganancias del mismo.
Las ciudades establecieron su propio cuerpo legal y de forma gradual sus propios tribunales comerciales.
Mientras que el respeto y cumplimiento de las leyes de la ciudad se obtenía inicialmente a través del
ostracismo, las ciudades fueron desarrollando progresivamente el poder policial característico de una
unidad política. Los códigos mercantiles hicieron su aparición y se reconocieron progresivamente en áreas
cada vez mayores.
Los gremios se desarrollaron dentro de las ciudades para hacer frente a las necesidades de los
manufactureros locales y los comerciantes. Los derechos de propiedad referidos a la producción de bienes
no agrícolas estaban ligados inextricablemente a los gremios, que en su forma primitiva eran asociaciones
voluntarias pero que pronto se convirtieron en partes del Estado legalmente reconocidas. Los gremios
ofrecieron un conjunto de reglas primarias que incluían la policía privada para proteger las propiedades de
sus miembros, pero al final del siglo XII ya se habían convertido en una parte de la administración política
de las ciudades italianas.
Los rendimientos decrecientes frente a una población creciente en Europa occidental, parecen haberse
generalizado en el siglo XII. A su vez, cambió la escasez relativa de los factores; el trabajo se hizo menos
valioso y la tierra más. El valor creciente de la tierra condujo a una serie de esfuerzos que permitiesen la
propiedad exclusiva y el derecho de transferencia. Dentro del señorío, los campos comunales tendían a ser
explotados en exceso si se mantenía el acceso libre e igual de todos los residentes. La respuesta a esta
sobreexplotación fue la incorporación a las costumbres señoriales de nuevas regulaciones que limitaban el
acceso.
Los siglos XII y XIII fueron un período de florecimiento del comercio internacional. Las ferias de Champaña,
el esplendoroso comercio mediterráneo de Venecia, Génova y otras ciudades italianas, la localización
urbana de los trabajadores textiles y del metal en Flandes, no son sino unos pocos ejemplos de la
expansión comercial de la época. El aspecto más interesante es el desplazamiento de la protección de los
derechos de propiedad desde las manos de grupos voluntarios privados al Estado. En todas partes, los
reyes y príncipes garantizaban salvoconductos a los comerciantes y viajeros, protegían a los mercaderes
extranjeros y les ofrecían privilegios exclusivos de comercio, respetaban y cumplían los acuerdos de los
tribunales comerciales, y garantizaban o delegaba derechos de propiedad a las nacientes ciudades.
No cabe ninguna duda de que se produjo un aumento sustancial en el sector no agrícola como resultado de
la reducción de los costes de transacción; sin embargo, este sector significaba todavía sólo una exigua
fracción de la actividad económica total. El crecimiento de la población hacía que los precios relativos de los
productos agrícolas se elevaran con respecto a otros bienes, y que los salarios reales cayeran. El
crecimiento demográfico emparejado con los rendimientos decrecientes reducía el nivel de vida de la
mayoría de la población. La producción agrícola sufrió los efectos pertinentes: se producían relativamente
menos animales y relativamente más grano. Este cambio tuvo su reflejo en la dieta de los campesinos en la
que los hidratos de carbono sustituyeron a las proteínas. La población de Europa se aproximaba al nivel de
mera subsistencia y el margen de existencia se hizo precario. El hambre que asoló a gran parte de Europa
occidental en los comienzos del siglo XIV es una demostración de lo dicho, y no fue sino una señal de
peores acontecimientos futuros. Las pestes se hicieron endémicas en 1347 y asolaron repetidamente a
Europa, de forma que la población disminuyó durante un siglo. Como consecuencia, cayó el volumen del
intercambio y el comercio. Europa occidental estaba experimentando una crisis malthusiana.
- En el sector no-agrícola, el resultado de esta crisis fue el creciente poder de los gremios,
organizados para proteger a los artesanos locales, en respuesta a mercados rápidamente
restringidos. La fuerza de los gremios para preservar su monopolio local contra la intrusión de la
competencia exterior obtuvo frecuentemente el importante refuerzo del poder coercitivo de los reyes
y señores principales.
- En el sector agrícola se generó una vuelta a la época de tierra abundante y trabajo escaso. Las
tierras más pobres y de peor calidad dejaron de cultivarse en todas partes; hubo un desplazamiento
de la agricultura a la ganadería; los salarios reales crecieron y las rentas cayeron. La fuerza relativa
en la negociación pasó de los señores a los campesinos. El coste de oportunidad de los campesinos
aumentó en la medida en que la huida a las ciudades ofrecía una alternativa a la opresión señorial.
A pesar de los continuos esfuerzos para regular un sistema de salarios máximos, la competencia
entre los señores feudales llevó progresivamente a condiciones más liberales para los campesinos,
así como a salarios más altos; como consecuencia de ésto, la relación dueño-siervo dio lugar al
reconocimiento de derechos de posesión de la tierra y puso término a las obligaciones serviles
(aunque no fue hasta 1666, año en que Inglaterra eliminó legalmente dichas relaciones).

En el siglo XIII, los hombres libres ya habían conseguido escapar de la jurisdicción de los tribunales
feudales en Inglaterra y estaban bajo la jurisdicción del rey. Los habitantes de las ciudades fueron también
progresivamente incorporándose a la jurisdicción real y los tribunales feudales perdieron continuamente
competencias. La gran contracción que tuvo lugar durante los siglos XIV y XV originó de hecho cierta vuelta
a los “años de oscuridad” anteriores, en lo que refiere a la omnipresencia de las guerras y a las caóticas
condiciones que elevaron progresivamente la inseguridad de los derechos de propiedad. Pero el
intercambio si bien disminuyó, sobrevivieron los mercados y con ellos la economía monetizada.
La respuesta, sin embargo, en términos de la evolución de los acuerdos institucionales y de los derechos de
propiedad, fue muy diferente en las distintas zonas de Europa occidental. Para poder comprender los
patrones divergentes de ajuste a estos cambios debemos volver nuestra atención al segundo factor
cooperante en el cambio del mundo medieval: la tecnología y la organización militar.

El siguiente milenio a la caída del Imperio Romano se caracterizó por la existencia de una clase guerrera
que vivía del pillaje, la invasión y el secuestro. El Imperio Carolingio sólo pudo limitar brevemente el dominio
de esta clase e, incluso, el aumento relativo de la seguridad y el orden que surgió con el advenimiento del
feudalismo no cambió sustancialmente su forma de vida. Guerrear se convirtió en una actividad constante,
aunque siempre a pequeña escala. Al final de esta época, sin embargo, las características de la guerra se
alteraron básicamente, lo que produjo la obsolescencia de esta clase bélica.
El caos de Europa occidental se interrumpió brevemente cuando Carlos Martel derrotó a los árabes en
Poitiers, en el año 753. Ya en el 800, Carlomagno había conquistado o se había anexionado una zona muy
amplia que iba desde las fronteras de la España islámica a Sajonia, Bavaria y la Italia lombarda; el día de
Navidad de ese año fue coronado emperador por el Papa en la catedral de San Pedro. El Renacimiento
carolingio subsiguiente presentaba contrastes evidentes con los “años de oscuridad” previos, pero su
desmembramiento y ruptura en el siglo IX ofrece una evidencia convincente de que el tamaño viable de las
unidades político-económicas era pequeña. No generó una administración ni una estructura fiscal
centralizada y fue de hecho el genio de Carlomagno el que mantuvo su imperio brevemente unido. La
posible partición de su herencia instigó toda clase de conflictos internos; el asalto permanente de los
vikingos, musulmanes y magiares aceleró su disolución.
Un rey distante ofrecía escasa protección contra estas bandas merodeantes. La respuesta viable consistía
en las fortificaciones fijas y una caballería con fuertes armaduras. La ventaja comparativa de esta última
sobre la infantería aumentó inmensamente con la difusión del estribo que permitía la nivelación y el
equilibrio del caballero armado sobre el caballo, permitiendo la combinación de la fuerza humana y animal
para destrozar al enemigo. El resultado fue la estructura jerárquica descentralizada del feudalismo. Se
produjo la recuperación del orden local y de la expansión económica.
Pero si la tecnología bélica solidificaba la estructura feudal, la recuperación resultante de la actividad
económica la minaba progresivamente. El crecimiento de la economía monetizada condujo al pago
monetario en sustitución del servicio militar. El tamaño del ejército real dependía ahora del bolsillo del
monarca. A largo plazo, el poder de algunos vasallos que siempre habían significado una amenaza de
convertirse más poderosos militarmente que el rey disminuyó. Pero a corto plazo -a lo largo del siglo XVI- el
creciente mercado de mercenarios aumentó el caos y la situaciones de guerra.
Los mercenarios especializados, desde los lanceros suizos hasta los arqueros ingleses, eran una institución
efectiva y rentable al final de la Edad Media. Eran peligrosos no sólo para sus enemigos, sino también para
quien los utilizaba, pues en los períodos en que no eran necesarios y, por tanto, no recibían paga alguna,
asolaban el país en el que se encontraban. Una respuesta directa a dichos excesos de los mercenarios fue
la creación por Carlos VII de Francia del primer ejército permanente de Europa en 1445.

Todavía está en discusión si el desarrollo de una economía de intercambio fue una condición suficiente
para el aumento de la escala óptima de guerra o si las innovaciones tecnológicas aumentaron el tamaño de
las unidades políticas. Lo que no cabe duda es que ambos aumentaron. Como consecuencia de ello, las
condiciones de supervivencia política se modificaron drásticamente. La supervivencia ya no exigía sólo un
ejército mayor, sino una fuerza de combate entrenada, disciplinada y completada con un equipo costoso,
principalmente en forma de cañones y mosquetones. La era de la caballería andante, la era de los
caballeros con armadura y lanza se acabó. La guerra por tierra y por mar había modificado definitivamente
la cantidad de recursos financieros necesarios para la supervivencia.
Entre 1200 y 1500, las numerosas unidades políticas de Europa occidental atravesaron interminables
períodos de conflictos, alianzas y combinaciones de éstos, en la medida en que el señor local estaba
provocando la aparición del Estado nacional. Estos siglos fueron testigos de guerras e intrigas diplomáticas
a una escala creciente y sin precedentes. Si bien el tamaño de los Estados a veces aumentaba, el factor
crítico era la habilidad para incrementar los ingresos fiscales y no solamente el tamaño de la unidad política.
Los Estados nacionales contendientes hicieron frente a gastos enormes y en constante crecimiento. Los
reyes que en el pasado habían vivido por sí mismos ya no pudieron permitírselo. Los monarcas se
enfrentaban continuamente a crisis fiscales y a endeudamientos crecientes. El espectro de la bancarrota
estatal era una amenaza recurrente, y la bancarrota fue a menudo una realidad.
Hasta incluso 1157, el Conde de Flandes recibía una parte importante de sus ingresos en especie. Los
ingresos en especie aparecen en las cuentas de la Corona francesa hasta bien entrado el siglo XIII.
Durante el período feudal era costumbre de las cortes reales desplazarse de una parte a otra del país para
consumir los bienes y servicios en especie. Con el crecimiento de una economía monetizada, las rentas se
percibían cada vez más en dinero. Estas estaban, sin embargo, disminuyendo durante los siglos XIV y XV
como resultado de la caída en la renta de la tierra por la disminución de la población, y precisamente en el
momento en que la supervivencia exigía mayores ingresos.
Muchos de los vasallos reales eran casi tan poderosos como el propio monarca (de hecho, los Duques de
Borgoña eran en estos años mucho más poderosos que los reyes de Francia) y, sin duda alguna, si
llegaban a ponerse de acuerdo tenían mucha más fuerza. Había frecuentemente más de un contendiente
por el trono. Incluso en ausencia de un pretendiente activo, los vasallos más poderosos planteaban una
amenaza inminente bien de destronar al rey o de colaborar con una invasión exterior, como los de Borgoña
hicieron con la Corona francesa. Los incrementos impositivos podían hacer peligrar cualquier corona
europea.
Existía la posibilidad de pedir créditos, y desde luego ésta fue la fuente principal de recursos para hacer
frente a las crisis fiscales de liquidez ocasionadas por la guerra. Dado que un príncipe no podía ser juzgado
por deudas, el prestamista establecía un alto interés, normalmente disimulado para evitar las leyes de
usura. El impago era corriente. El rey podía confiar en los préstamos para mantener el gobierno durante
una guerra; pero, para hacer frente a la desagradable tarea de devolverlo, necesitaba ingresos fiscales. La
necesidad de establecer una fuente regular de ingresos para pagar los créditos de guerra influyó y acabó
determinando la relación entre el Estado y el sector privado.
A medida que el comercio y el intercambio crecían más allá de los límites del feudo y las ciudades, los
agricultores, mercaderes y navegantes descubrieron que los costes privados de la protección podían
reducirse con una autoridad coercitiva más extensa. Existían las bases para un entendimiento e intercambio
mutuamente ventajoso entre el sector privado y el Estado. Dado que los individuos del sector privado
poseían siempre el incentivo para evadir impuestos, el Estado tenía la necesidad de descubrir una fuente
de rentas que fuese fácilmente medible y recolectable. Los nacientes Estados nacionales se vieron
obligados a buscar ingresos en actividades económicas relativamente fáciles de fiscalizar.
Allí donde el comercio internacional era una parte importante de la economía, los costes de medición de la
extensión del comercio y la recolección del impuesto eran típicamente bajos, particularmente en el caso del
comercio marítimo o fluvial, pues el número de puertos era limitado. Pero allí donde el comercio era
fundamentalmente local, dentro de una ciudad o de un área geográfica pequeña, e incluso principalmente
interno a una unidad económica, los costes de medición y recolección eran mucho más altos. Así es obvio
que el comercio internacional era una fuente potencial de ingresos mucho más atractiva que el comercio
interno.
Otra alternativa frecuentemente utilizada en esta época era la concesión de ciertos derechos de propiedad
a aquellos grupos que podían pagarlos o la aprobación de leyes que prohibían las prácticas que
amenazaban las rentas gubernamentales. Entre ellas podemos mencionar el derecho de enajenar tierras,
que fue concedido a los campesinos libres en Inglaterra en 1920 porque si no el rey hubiera perdido rentas
por la práctica de la sobrefeudalización. Más tarde, se aprobó un estatuto para permitir la herencia, porque
la Corona estaba perdiendo rentas a través del instrumento extensivo del usufructo. Dichas leyes no sólo
evitaron pérdidas de ingresos, sino que permitieron al Estado gravar las transferencias de tierras. Se
concedió a las ciudades privilegios comerciales y de monopolios a cambio de pagos anuales y los
mercaderes extranjeros recibían derechos legales y exenciones de las limitaciones gremiales también a
cambio de rentas. Se concedieron privilegios de monopolio exclusivo a los gremios a cambio de pagos a la
Corona y se establecieron derechos de aduanas sobre las exportaciones e importaciones a cambio de
privilegios monopolísticos.
En la mayoría de los casos la Corona se vio inicialmente forzada a ceder a los órganos “representativos”
(Parlamento, Estados Generales) el control sobre las cuentas fiscales a cambio de las rentas que se
aprobaban.
UNIDAD 3: EL COMIENZO DE LA ECONOMÍA-MUNDO EUROPEA

Cortés Conde, Roberto: Historia Económica mundial desde el medioevo hasta los tiempos
contemporáneos:

La revolución de los precios en el siglo XVI:


Durante el siglo XVI se advirtió en Europa un fenómeno que, si bien se había conocido antes, nunca había
alcanzado la magnitud y difusión que tuvo entonces en las economías europeas. Se trató de un alza
sostenida y generalizada de los precios que durante el siglo se duplicaron o triplicaron. Los Ayuntamientos
trataron de frenar los aumentos que castigaban a la población urbana imponiendo topes a los precios.
El alza de los precios fue discutida en las Cortes de España, lo que llevó a Tomás de Mercado y a otros
autores de la escuela de Salamanca a vincular ese fenómeno a otro que también parecía notorio: la llegada
-al principio en cantidades limitadas pero desde la mitad de siglo en magnitudes importantes- de metales
preciosos de América. Los arribos de las flotas de los navíos españoles a Sevilla, que transportaban
grandes cantidades de plata, producían trastornos notables en los precios. Al aumentar la oferta de plata,
bajaba su precio, lo que equivalía a decir que subían los precios de las otras mercaderías medidas en plata
(que se utilizaba como dinero y servía como numerario). Hacia mediados del siglo la carestía también
afectaba a la población francesa, lo que llevó al Parlamento de París a realizar una encuesta para
determinar sus causas. Malestroit, encargado del estudio, atribuyó el aumento de los precios a la falta de
mercaderías y alimentos debido a los fracasos de las cosechas; a las guerras; a los disturbios políticos, y a
la siempre mala acción de los agiotistas (especuladores), quienes escondían las mercaderías para hacer
subir los precios y hacerse de abundantes ganancias. Jean Bodin contestó el informe de Malestroit, descató
que las causas iniciales fueran las carestías y dijo que “las minas de América fueron la principal causa de la
Revolución de Precios” por el efecto de la entrada del metal de plata a España y luego al continente.
Bodin enunciaba así la teoría cuantitativa del dinero, que postulaba la existencia de una relación funcional
entre el aumento en la cantidad de dinero y el aumento de los precios, y que muchos siglos después se
expresó en la difundida ecuación cuantitativa de Fisher (1911). Adam Smith también había sostenido que el
descubrimiento de abundantes minas en América parece haber sido la causa única de la disminución en el
valor de la plata en relación a los granos.
Las críticas advirtieron las importantes asincronías entre ambos fenómenos: la inflación en España había
comenzado antes de la llegada de los metales americanos en grandes cantidades. Según Cipolla, otros
factores tuvieron influencia en el aumento de precios: la depreciación durante el siglo XVI de la moneda de
cuenta, la inversión necesaria para la reconstrucción de Italia luego de un extenso período de guerras y los
factores demográficos. Tampoco existió correspondencia entre el aumento de precios en Inglaterra y la
entrada de metal.
Se dijo, además, que lo relevante para una explicación monetaria de la inflación no era la entrada de
metales desde América, sino la cantidad de dinero que finalmente quedaba en el mercado. Braudel y
Spooner sostuvieron que históricamente se ha subestimado el valor y la cantidad inicial de metales
preciosos producidos y previamente acumulados en Europa, y por lo tanto se ha sobreestimado el efecto
del flujo entrante de América a Europa. Además, dado que los metales tenían valor no sólo como dinero
sino como mercancía, es importante tener en cuenta, en la determinación de la cantidad total de metálico
circulando, las actitudes de la gente, su atesoramiento o desatesoramiento. Por último, se destacó que gran
proporción de la plata americana no había quedado en Europa sino que había sido desviada hacia el
Extremo Oriente, donde habría habido un gran atesoramiento.
Los argumentos más importantes asociados a explicaciones reales o demográficas sostienen que 1) el
aumento de los precios se debió al gran aumento de la población en el siglo XVI y a una oferta agrícola
inelástica, o que 2) existió un aumento de la velocidad de circulación del dinero causado por el aumento de
la población urbana. En los sectores rurales se atesora más dinero frente a alternativas inesperadas y a la
incapacidad de realizar pagos con otros instrumentos que no sean dinero; por lo tanto, el aumento de la
población urbana implica que, para el nuevo y más alto nivel de transacciones de la economía, el dinero
debe circular más rápidamente.
El primer argumento fue sostenido por Fernand Braudel y rebatido por Donald McCloskey, quien le imputó
no distinguir entre el aumento generalizado de precios (inflación) y el cambio en los precios relativos; una
cosa era que algunos precios subieran y otros bajaran, o que se consumiera menos de algunos, con lo que
los precios ponderados por su participación en el consumo no variarían (en todo caso variaría la canasta de
bienes), lo que dependería de la elasticidad precio de la demanda del bien y de la elasticidad de sus
sustitutos. Pero si no existía una convalidación monetaria, no era posible un aumento general de los
precios.
Quienes afirmarmaron que el aumento de la población debía tener un efecto inflacionario, dijeron además
que esto debía incidir en una creciente urbanización y en un mayor uso del dinero; un aumento de la
demanda de dinero debía influir en su velocidad y por ende en los precios. Flynn rebate este argumento
sosteniendo que si se trata de la demanda de dinero como la demanda de un stock, esto debiera producir el
efecto contrario, ya que si la gente tiene más balances en dinero para transacciones -es decir, aumenta su
demanda- la velocidad baja.
Por otro lado, en términos keynesianos un aumento de la población incide en el aumento de la oferta de
trabajo y un desplazamiento en la curva de oferta agregada, por lo que debe producir una baja de precios y
no una alza.
El aumento en la velocidad podría en cambio haber tenido su origen en una caída de la demanda de dinero
debida a la depreciación de la plata en relación con el oro de casi un 40 por ciento en el siglo XVI. Sin
embargo, la velocidad no pareciera haber aumentado, ya que el stock de metálico en Europa subió diez
veces en el siglo XVI mientras que los precios lo hicieron entre tres y cuatro veces. El menor impacto sobre
los precios habría sido, por un lado, debido a un aumento muy importante en las transacciones y, por otro,
debido a un desvío del metálico a otros mercados (Asia), siendo ambiguo el rol de la velocidad.

La explicación monetaria (el enfoque monetario del balance de pagos):


La versión monetaria tradicional entendía que los metales que habían llegado a España habría producido
un fuerte impacto sobre los precios, actuando a partir de entonces el mecanismo de ajuste (​price-spice-flow
mechanism)​ anunciado por Hume: cuando los precios subían por el flujo entrante de metales, aumentaban
las importaciones y bajaban las exportaciones, lo cual producía una salida de metálico que volvía a
equilibrarlos.
Flynn trata de encontrar una respuesta a los problemas de la asincronía entre los dos fenómenos utilizando
el enfoque monetario del balance de pagos. Mientras que las versiones de elasticidad y absorción
buscaban resolver los déficits de balances de pagos de un país con una devaluación (haciendo más caros
los bienes importados o aumentando la tasa de interés y reduciendo el gasto público), el enfoque monetario
sostiene que los desequilibrios en el balance de pagos resultan del desequilibrio entre la demanda por
stocks de dinero que tiene un país y su oferta monetaria y que, por lo tanto, el equilibrio no se produce por
un ajuste de precios (como ocurre cuando hay un desequilibrio en el mercado de bienes) sino por un ajuste
en el mercado monetario. Suponiendo que el público mantiene un nivel de demanda estable por stocks de
dinero, cuando hay un aumento en la oferta monetaria se produce un exceso de oferta en el mercado
monetario y un exceso de demanda en el mercado de bienes; el público gasta para deshacerse del
excedente y mantener estable su stock de dinero, y por eso aumentan las importaciones y salen reservas,
lo cual hace caer nuevamente la oferta monetaria. Es decir, cualquier desequilibrio en el mercado de dinero
es reflejado en el balance de pagos.
Si todo el dinero consiste en oro y plata, luego la oferta monetaria es Ms = R (oro y plata), y si ésta aumenta
pero no lo hace la demanda, entonces la oferta de dinero es mayor a su demanda, Ms > Md. Cuando hay
un excedente de dinero aumenta la demanda de bienes y si se trata de una economía pequeña y abierta, la
importación de bienes aumenta más que la exportación, Mbs. > Mexp., entonces salen reservas, cae R y se
vuelve al equilibrio, Ms = Md, de la oferta y la demanda de dinero. El stock de dinero es finalmente decidido
por la demanda.
Flynn sostiene, sin embargo, que el efecto sobre el balance de pagos no se debió sólo a la entrada de
metálico -que en definitiva no quedó en España-, sino a que el gobierno español creó dinero doméstico por
necesidades fiscales. La oferta monetaria estuvo constituida por el dinero internacional y por el doméstico.
Para mantener el equilibrio entre oferta y demanda, cuando aumenta la cantidad de dinero -como sucedió
en españa por la creación de dinero por parte de la Corona-, debe producirse una salida de dinero
internacional. Esto implica que la autoridad monetaria no puede controlar el nivel, sino sólo afectar la
composición del dinero en la economía.
Es decir, si Ms = R + D, siendo D la oferta monetaria doméstica, y aumenta la creación de D, entonces hay
un exceso de oferta monetaria, Ms > Md, que debe ser eliminado mediante una caída (o salida) en el nivel
de reservas internacionales.
Flynn propone una economía pequeña y abierta, con pleno empleo, perfecta movilidad de bienes y
capitales, y tipo de cambio fijo (dado por el contenido metálico de la moneda). La salida de reservas de
España (es decir, la salida de plata) y la entrada de plata en el resto de Europa sí implica un aumento del
nivel de precios en el resto del continente, pues Europa es considerado una economía cerrada. Este
aumento general en el nivel de precios se reflejó luego en España, con una inflación, claramente desfasada
temporalmente de la entrada de metálico en España.

El problema fiscal en la formación de los Estados nacionales:


A medida que se ampliaba la escala del Estado -se ampliaba su jurisdicción- crecían los problemas de
financiamiento del gobierno. En la ciudad, al surgir mercados y economías monetizadas, se podía pagar
con dinero los bienes públicos que prestaba el gobierno urbano, lo que se vio que era mucho más eficiente.
Con el dinero, se podían contratar tropas cuando se quería y no se necesitaba esperar a los días de
servicios comprometidos. A medida que se quería establecer un poder central, por sobre las muchas y
diversas unidades feudales, no sólo se necesitaba sustituir a éstas en la percepción de los recursos, sino
establecer, para ese mismo ámbito, un poder efectivo.
No sólo había que reemplazar a los antiguos receptores de tributos; era necesario ordenar la recaudación
de una amplia variedad de lo que habían sido los antiguos derechos feudales y pagar costos mayores para
exigirlos eventualmente por la fuerza.
La formación de los Estados nacionales, es decir, de una autoridad central por sobre aquellas que estaban
fragmentadas y dispersas, necesitó de ingresos crecientes. Se requerían recursos para sostener un ejército
permanente y profesional que asegurara la lealtad de sus cuadros a la autoridad real y que impidiera que
fuera desafiada por quienes por entonces competían con ella. La nueva tecnología de la guerra por tierra y
por mar aumentó los costes en proporciones astronómicas.
Lo peculiar es que la tendencia a centralizar la autoridad, a la formación de los Estados nacionales, se dio
en el marco en el que las economías todavía eran demasiado rudimentarias para sufragar sus costos. Pero
no hay Estado viable si no cuenta con una fuente regular de recursos que le permita pagar los costos de la
provisión de bienes públicos, entre ellos el de su mismo sostenimiento y subsistencia. La historia
económica de los siglos XV a XVIII muestra las enormes dificultades para obtener fuentes regulares de
recursos.
¿Cuál es la base para poder asegurar los recursos al Estado?
1. Que en la sociedad exista un mínimo de riqueza, que se pueda contar con una producción suficiente
para generar un excedente que financie el gobierno. Es muy difícil extraer algo de quienes no
tienen. Los países con mayores niveles de producción cuentan con mejores posibilidades de crear
excedente y sostener sus gobiernos.
2. Pero no basta que se cuente con producción, que exista riqueza. Se trata de que se pueda
determinar qué magnitudes tiene y en qué consiste. La producción de autosuficiencia, consumida en
el mismo ámbito, no es conocida ni posible evaluarla. Hay bienes que son fácilmente contables,
mientras que otros no.
3. Es necesario que la riqueza se manifieste, que exista intercambio y que éste aparezca en el
mercado. Entonces no se gravará lo que se tiene, o lo que se ha producido, sino lo que se ha
transferido, lo que se transa en el mercado. Esto es mucho más fácil si existen economías de
mercado y cuantos más amplios sean los mercados más recursos se podrán obtener.
4. Que exista el dinero, ya que la percepción del impuesto es más fácil cuando los contribuyentes
transforman su producción en dinero.
En definitiva, la existencia de amplias fuentes de recursos tiene que ver, no sólo con una sociedad con un
cierto nivel de riqueza, sino también con la existencia de economías de intercambio. En realidad, todo el
problema de financiamiento de los gobiernos en la época de la formación de los Estados nacionales se
produjo porque ese proceso tuvo lugar con mercados todavía muy imperfectos.
Dos son los problemas que se deben afrontar para asegurar un regular flujo de ingresos fiscales y, aunque
distintos, están vinculados al mayor grado de desarrollo y modernidad del Estado:
1. El contar con una base imponible amplia.
2. Una razonable organización de la percepción del impuesto.
El primero tiene que ver con el grado de desarrollo de la economía; el segundo, dependerá de organización
política de cada país. Ambos están relacionados con los marcos institucionales específicos, que amplían (o
limitan) la base imponible, y que determinan la existencia de una organización eficaz (o no) para establecer
impuestos y sus maneras de recaudación.
Economías más orientadas al comercio exterior, como el Reino Unido, en una parte muy importante se
basaron en impuestos de aduana. Esto hizo más fácil su percepción, ya que se los cobraba en puertos
conocidos de salida o entrada. Francia aplicó diversos impuestos al consumo (indirectos) como a la
producción (directos). Entre los primeros, la gabelle (​ impuesto al consumo de sal); entre los segundos, la
talla real y la personal (la capitación). En Francia, los nobles no pagan impuestos, porque desde épocas
feudales tenían obligaciones de sangre (armarse). Tampoco el clero, al que sólo podía pedírsele que lo
hiciera voluntariamente.
Desde Luis XIV el mantenimiento de un ejército permanente y la necesidad de sufragar las continuas
guerras en que Francia estuvo involucrada, llevaron la presión impositiva a extremos intolerables. Eso fue
más grave porque la base imponible fue estrecha, ya que sólo incluia al Tercer Estado (los campesinos y la
burguesía en las ciudades). Cualquier reforma del sistema que alterara los antiguos privilegios necesitaba
del llamado a los Estados Generales. Los nobles se resistieron a cualquier reforma que implicara extender
la base imponible a los que no pertenecían al Tercer Estado, produciendo los problemas fiscales que
terminaron en la Revolución Francesa.

El problema de la organización:
Uno de los problemas más difíciles de la monarquía fue organizar la percepción de impuestos. En las
condiciones de entonces, sobre todo para países con una vasta extensión territorial e impuestos basados
en la economía doméstica como Francia, ello era muy complejo y costoso. Mantener una burocracia
permanente era muy caro y no había tampoco seguridad jurídica de que ésta fuera totalmente leal y que no
se quedara con parte de lo recaudado, o que se dejara corromper permitiendo la evasión de impuestos. Por
ello aparecieron otras alternativas como el arrendamiento de los impuestos que ahorraba los costos de su
administración y permitía adelantar su percepción. Los Estados que lograban organizar directamente la
cobranza de impuestos como Gran Bretaña fueron, sin embargo, bastante más eficientes.

Los procedimientos arcaicos de percepción de impuestos:


Como las monarquías gastaban más de lo que recaudaban, debieron recurrir a distintos artificios.
Probablemente, el más generalizado consistió en no pagar sus deudas. Otras veces, usando su poder de
coerción apelaron a préstamos forzosos de banqueros o comerciantes. Tampoco estuvo ausente la
confiscación de bienes con los que se sancionó a sus enemigos reales o inventados (entre ellos los
banqueros judíos). Finalmente, cuando los préstamos se habían obtenido a elevadas tasas de interés, se
terminaba no pagándolos.
Los monarcas apelaron frecuentemente al señoreaje como una fuente de recursos. Éste consistía en el
pequeño derecho que cobraban por la acuñación de la moneda. Pero cuando, urgidos por la necesidad de
fondos, lo aumentaban, también se agrandaba la diferencia entre el valor legal de la moneda y su valor
como mercancía; lo que perjudicaba a sus tenedores y hacía que los que la recibían en pago de bienes
aumentaran sus precios, produciendo fenómenos inflacionarios.
Se advirtió, además, que los bancos podían ser un útil mecanismo de financiamiento para los gobiernos ya
que estos podían colocar su deuda en ellos y que aquéllos a su vez colocarla entre el público en forma de
dinero. Este fue el caso del Banco de Inglaterra en 1697 y el de la Banque Royale en Francia en 1716.

Los problemas fiscales de la monarquía inglesa:


Para consolidar el poder de la monarquía Tudor, Enrique VIII apeló a diversas medidas. Aprovechando su
conflicto con Roma, expropió bienes de la Iglesia, que le sirvieron para obtener ingresos y ganar el apoyo
de numerosos partidarios. También le quitó contenido metálico a las monedas, lo que produjo una fuerte
inflación. Isabel I, que siguió el corto período de su hermano, debió implementar duras medidas de ajuste
para equilibrar las finanzas y sanear la moneda. Para pagar sus deudas y gastos, Isabel I vendió más del
25 por ciento de sus tierras. Con los precios de éstas en baja y con los salarios en alza, tras la Peste Negra,
las rentas que obtenía la Corona de sus bienes estaban decreciendo, mientras que los precios de los
bienes más intensivos en trabajo aumentaban.
Como los recursos tradicionales eran insuficientes para solventar los gastos, se buscó ampliar los poderes
impositivos del Estado. Se trató de pasar de una monarquía patrimonialista que vivía de sus propios bienes,
a otra que viviera de los excedentes de los ingresos de sus súbditos. Esta transición requería instaurar un
nuevo régimen político en el que los contribuyentes aceptarán como legítimo el gravamen.
Además de los impuestos al comercio, la monarquía recurrió a otras fuentes: los préstamos forzosos, la
concesión de monopolios, la expropiación de la riqueza y la venta de títulos nobiliarios y hereditarios. La
Corona puso más énfasis en la lucha por el poder de gravar, porque los impuestos aseguraban la entrada
estable y regular de recursos.
En 1964 el Parlamento limitó la capacidad del Rey para conceder monopolios. El Parlamento había
establecido un valor de tarija fijo para los derechos aduaneros. Cuando en el siglo XVI se produjo un alza
importante de los precios, la Corona pretendió su actualización pero se encontró con una firme resistencia
del Parlamento. Los Estuardo, siguiendo el ejemplo francés, quisieron imponer la autoridad real en materia
de gravámenes, pero el parlamento en 1610 declaró que todo impuesto votado sin su autorización era
ilegítimo. Carlos I trató de establecer impuestos basados en el peso de los bienes, pero el Parlamento no se
los aceptó, a lo cual el Rey respondió disolviéndolo en 1625.
En 1628 el Parlamento elevó al Rey una petición de derechos que sería luego la pase del acuerdo político
de 1688 y de los principios constitucionales modernos. Allí se estableció que ningún súbdito podía ser
obligado a pagar dinero en préstamo si este no había sido autorizado por un cuerpo político en el que los
contribuyentes estuvieran representados (​no taxation without representation)​ . También estableció el
principio hábeas corpus, aquel por el cual nadie podía ser detenido sin orden de un juez competente.
En 1624 estalló la guerra civil. El rey Carlos I fue ejecutado y la guerra se prolongó hasta 1651 no sin antes
haberse producido cambios importantes: la Cámara Privada que asentía los derechos del Rey y la
destrucción de la administración central que permitía a la Cordona hacer efectivas las reglas que dictaba.
Pero las nuevas instituciones fueron limitadas y la administración central fue encargada de la recaudación
de impuestos. Al igual que la antigua monarquía, el nuevo gobierno (régimen de Cromwell) se encontró con
problemas fiscales y, por lo tanto, con problemas de supervivencia.
En 1660 el régimen revolucionario fue derrocado y volvió la monarquía de los Estuardo con Carlos II. En
1672 el rey Carlos II, sin fondos, dejó de pagar las deudas reales, lo que acentuó la crisis fiscal y política de
los Estuardo.
En 1688, con el triunfo del Parlamento en o que se llamó Revolución Gloriosa, éste llamó a María Tudor y
Guillermo de Orange para hacerse cargo de la Corona, en un régimen de soberanía compartida con la
Cámara de los Lores y con la Cámara de los Comunes. Se proclamó el ​Bill of Rights y se llegó a un
acuerdo en el cual el Parlamento ganó poderes decisivos respecto de la declaración de los impuestos y
para controlar los fines para los cuales eran sancionados, los niveles de gasto del gobierno y la emisión de
moneda.
El sistema instaurado por el acuerdo de 1688, que Montesquieu denominó ​La Constitución Inglesa,​
estableció el principio del gobierno limitado y de la soberanía compartida (división de poderes) entre el Rey,
los Lores y los Comunes. Otorgó más independencia al Poder Judicial y, sobre todo, dejó en el Parlamento
la mayor parte de las facultades que afectaban los derechos de propiedad. Como en los Comunes estaban
representados los sectores sociales propietarios, eran éstos los más afectados por el pago de impuestos o
por el peso de la deuda, los que a partir de entonces podrían tener no sólo la facultad de disponer de los
impuestos sino de controlar los gastos.
Al reducirse el poder absoluto de Rey y su capacidad para actuar arbitrariamente, el Parlamento fue mucho
más receptivo para concederle impuestos y autorizarle la emisión de deuda. En lo que más adelante se
llamó la “revolución fiscal”, se organizó el Crédito Público, estableciendo un Fondo de Amortización con
recursos específicos y la emisión de deuda a largo plazo. La organización del crédito y la confianza
generada por un gobierno limitado hicieron más atrayentes los papeles de deuda; bajó la prima de riesgo y
por consiguiente la tasa de interés que estaba por arriba del 10 por ciento en el curso del siglo bajó al 3 por
ciento. Esto paradójicamente permitió que el servicio de la deuda fuera menor con un gasto y una deuda en
aumento.
El arreglo institucional de 1688 permitió que existieran incentivos tanto para la Corona como para el
Parlamento para respetar y cumplir los acuerdos, lo que le dieron una perdurable estabilidad. Desde
compromiso surgió una conducta predecible de la Corona y la limitación para actuar discrecionalmente, que
fue la condición de seguridad de los derechos de propiedad.
North indica que las condiciones favorables que encontró el gobierno en los mercados de capitales y deuda,
y que le permitieron, junto a los impuestos, financiar sus gastos, fueron la evidencia de una mayor
confianza en el compromiso del gobierno de cumplir los acuerdos financieros y la seguridad de los
derechos de propiedad.
La otra innovación consistió en la creación del Banco de Inglaterra, un banco de emisión que fue agente
financiero del gobierno y que como compensación obtuvo el privilegio de ser la única entidad bancaria que
se constituyó como sociedad anónima pudiendo por ello obtener capitales por suscripción pública. La
emisión de billetes como promesas de pago ya era una práctica, por lo que la emisión no fue un derecho
monopólico para el Banco de Inglaterra.

La crisis fiscal francesa: de la monarquía absoluta a la revolución:


La experiencia de Francia en el siglo XVII fue diferente a la de Gran Bretaña. En primer lugar, Francia no
sólo era un país mucho más grande, sino más rico y poderoso. La diferencia más notable entre los dos
países fue que Gran Bretaña pudo extraer mayores impuestos a sus contribuyentes y que esto no acarreó
rebeliones fiscales ni atraso en la economía.
La falta de capacidad francesas para hacer frente a los gastos que exigieron las prolongadas guerras y la
habilidad de Gran Bretaña para hacerlo tuvo mucho que ver con las características geográficas, históricas e
institucionales de cada país.
Mientras Gran Bretaña era un país insular, Francia tenía un territorio muy extendido. Los regímenes fiscales
franceses divergían en regiones que tenían características particulares, y diferían más aún en las antiguas y
en las nuevas regiones. Pero sobre todo, se trató de un régimen que recargó el peso impositivo sobre los
campesinos y los sectores urbanos. Por tradiciones que venían desde tiempos medievales, aquellos que
tenían obligaciones de sangre (servicio militar) estaban excluidos de las otras (trabajar o pagar derechos en
dinero o especie). Cuando la guerra moderna se profesionalizó, esto dejó de tener sentido, pero de todos
modos perduró por mucho tiempo.
Aunque se trataba de una monarquía absoluta, los decretos de los reyes debían ser registrados por los
Parlamentos. Estas entidades estaban encargadas de los asuntos judiciales y no funcionaban como
instituciones representativas. Había varios Parlamentos en Francia y el Rey debía pedir el registro de sus
decretos. El Parlamento de París se negó varias veces al acto formal de registrar los decretos del rey,
oponiéndose hasta 1789 a aceptar que éste pudiera extender la obligación de pagar tributos a la nobleza si
no se contaba con aprobación de los Estados Generales (que no se habían reunido desde Luis XIV).
Las exenciones de que gozaba la nobleza se extendían a quienes compraban o nuevos títulos nobiliarios o
puestos públicos que creaban los monarcas para obtener recursos. El problema era que el ingreso obtenido
al conceder esas posiciones importaba una disminución futura en los ingresos que le correspondería al
monarca. La debilidad de las instituciones fiscales y monetarias del Antiguo Régimen contribuyeron no sólo
a las dificultades de Francia para proyectar su poder hacia ultramar sino también a la crisis y, en última
instancia, al colapso de la monarquía.
Si bien tanto Gran Bretaña como Francia se encontraron con costos militares crecientes, las innovaciones
fiscales de Gran Bretaña, a diferencia de lo que sucedió en Francia, estuvieron más cerca de una política
fiscal óptima: los impuestos fueron suavizados, aumentando no sólo durante la guerra sino también antes y
después. La Corona francesa tuvo grandes limitaciones para financiar las guerras. Intereses particulares
obstruyeron muchas reformas esenciales para mejorar la eficacia de la política fiscal. A pesar de los
esfuerzos por reformar la estructura de impuestos y producir un sistema nacional unificado, las tasas
impositivas variaron considerablemente según el estatus legal, regional y personal, produciendo grandes
distorsiones económicas.
El sistema de recaudación francés produjo bajos ingresos, reflejando las dificultades de la Corona para
monitorear a los colaboradores de impuestos. Lo central en las dificultades fiscales de Francia fue la
ausencia de instituciones nacionales que representaran a los contribuyentes y que pudieran legitimar los
aumentos y las reformas impositivas.

La administración de los impuestos:


Existieron dos mecanismos de cobranzas de impuestos. El de los directo estuvo, en general, a cargo de la
administración del gobierno, que pagó un salario a los cobradores que entregaban a la Corona lo que
recaudaban. La Corona también pagó a oficiales administrativos, los “regisseurs”,​ para monitorear y
mantener el funcionamiento del sistema. El de los indirectos generalmente se otorgó en arrendamiento por
una suma rminada que los arrendatarios (​fermier​) adelantaban al Rey. Uno de los impuestos al consumo
más difundidos fue el gravamen a la sal; la odiada ​gabelle. ​La sal era un artículo imprescindible para
conservar alimentos cuando no existían los sistemas de refrigeración. La Corona concedía el monopolio de
la venta de sal y cobraba por ello.
Los ​fermier r​ eprimían severamente el contrabando que se hacía para eludir su pago. Cuando necesitaban
fondos, los reyes acusaban a los fermier de haber cobrado más de lo que les había adelantado y se los
sometía a juicio. Los momentos de mayores dificultades financieras coincidieron con los de mayor cantidad
de ​fermier ​sometidos a juicio.

La crisis final de la monarquía francesa:


El apoyo francés a la guerra de la independencia de los Estados Unidos (1775-1783) generó enormes
gastos militares, lo que complicó más la ya difícil situación fiscal. Necker había sido llamado por Luis XVI
por sus buenas relaciones con la banca suiza, lo que le posibilitó obtener ayuda financiera que permitió
afrontar la guerra, aunque dejó para el futuro cargas pesadísimas. Necker intentó -sin éxito- reformar el
sistema impositivo extendiendo a los nobles el principal impuesto, la talla, pero éste fue rechazado por el
Parlamento de París con el conocido recurso de no registrar el decreto real. Tras Necker siguieron los
ministros Brienne y Calonne, cuyos intentos también se frustraron. Entre otros medios se recurrió a la
Caisse d’Escompte para que los bancos descontaran con billetes emitidos por la Caja deuda de los bancos
que tomaban deuda del gobierno. Esto terminó afectando sus reservas, por lo que debió declarar la
inconvertibilidad de sus billetes produciéndoles su fuerte depreciación y su rechazo en el mercado. Luis XVI
entretanto se negaba a una conversión forzosa de la deuda que implicara una reducción del principal o sus
intereses. Vuelto Necker al manejo de las finanzas, éste trató de obtener en una asamblea de notables una
resolución que autorizara extender los impuestos. Fracasado este intento, Necker convenció al Rey de que
la última alternativa que quedaba era la convocatoria a los Estatutos Generales.
La Revolución:
Reunido el Tercer Estado se constituyó en asamblea nacional y, entre las medidas que adoptó en los
meses siguientes, abolió los derechos feudales y muchos de los impuestos como la ​gabelle.​ Reconoció las
deudas del antiguo régimen y suprimió los cargos públicos venales (venable: que está puesto a la venta),
pero los indemnizó. buscando un sistema impositivo más equitativo, impuso un gravamen a la tierra, pero
chocó con dificultades técnicas y de cobranza que lo hicieron muy poco efectivo.
La difícil situación del nuevo régimen se agravó cuando Francia tuvo que enfrentar desde 1792 la guerra
contra una coalición europea. Con la necesidad urgente de financiar a la nación en armas, la Convención
decidió confiscar los bienes de la Iglesia con el pretexto de que ya no cumplían con los objetivos caritativos
para los que se los había otorgado. Aquellos bienes (en adelante bienes nacionales), no podían ser
realizados de inmediato, por lo que el gobierno decidió emitir deuda, utilizándolos como garantía para sus
propias emisiones. Los bancos ganaban al percibir intereses por los bonos, al tiempo que, como
contrapartida, emitían un pasivo -los billetes de banco-, por los que no pagaban interés. De este modo se
logró monetizar la deuda sin producir, en un comienzo, un shock inflacionario.
En plena guerra contra la coalición europea y fracasada la recaudación del impuesto a la tierra, la
Convención comenzó a emitir asignados de menores denominaciones y, en vez de colocarlos en los
bancos, empezó a hacerlos circular directamente como dinero. El aumento en la cantidad de títulos públicos
(asignados), frente a la cantidad fija de tierra que les daba valor, hizo que cayeran sus cotizaciones o que
subiera en asignados el valor de la tierra. Además, la gente quería deshacerse de los asignados y
cambiarlos por oro para evitar la pérdida de su valor, generándose un círculo vicioso.
Esto produjo una consiguiente depreciación, carestías y alzas generalizadas de los precios que se vieron
como conspiraciones de los enemigos de la Revolución. En un clima de crisis generalizada, los jacobinos
tomaron el gobierno en 1793 e impusieron precios máximos a los bienes, disponiendo que su violación,
entendida como la no aceptación de los asignados por su valor escrito, sería interpretada como un crimen
contra la patria y penado con la guillotina. Bajo el terror jacobino no cayó la demanda de dinero. El gobierno
pudo emitir asignados inconvertibles que circularon gracias a la imposición legal que forzó su aceptación
por su valor escrito bajo la pena de ser ejecutado en la guillotina. Ello evitó, por un tiempo, la huida del
dinero y la hiperinflación.
Cuando en Termidor el gobierno del terror concluyó, se reabrieron los mercados de capitales y de bienes y
la depreciación de los asignados alcanzó proporciones inéditas. Tras la inflación reprimida estalló la
hiperinflación. El asignado ya había perdido completamente su valor. Finalmente, en 1796, los asignados
fueron eliminados y se retornó a un sistema monetario metálico.

EL MERCANTILISMO:
Ya en la primera parte del siglo XVII comenzó a detenerse el empuje que la economía había tenido en el
siglo XVI. El fenómeno, sin embargo, no fue parejo. No afectó a todas las regiones por igual ni con la misma
intensidad. Según North, una organización económica más eficiente jugó un importante rol al evitar la
generalización de las trampas malthusianas. Ésta es la diferencia más significativa del siglo XVI, cuando la
organización económica en Europa occidental era relativamente uniforme, y en el siglo XVII, cuando las
instituciones y derechos de propiedad dentro de los Estados Nacionales emergentes ya habían tomado
caminos divergentes desde hacía cien o doscientos años.
Los países del sur de Europa, los atlánticos como España y Portugal, y los mediterráneos, como Italia,
sufrieron más la baja de la población y del comercio que los del norte. No pasó lo mismo en estos últimos,
donde aparecieron nuevas estrellas en el comercio internacional. La primera fue Holanda con la ciudad de
Ámsterdam, que se constituyó en centro del comercio de mercancías y capitales. Holanda disputó a España
y Portugal los mercados ultramarinos del océano Atlántico, en el Índico y también en el Pacífico. Luego, fue
el Reino Unido que estableció en Londres un centro comercial y financiero que disputaría luego a
Ámsterdam su posición privilegiada.
Pero el siglo XVII fue de recesión, aunque de naturaleza distinta a todos los otros períodos de reversión de
las tendencias expansivas. Las crisis antiguas eran de subsistencia, de falta de oferta. La ruina llegaba por
la ausencia de alimentos. En el siglo XVII apareció un fenómeno moderno: la miseria apareció no por falta
de productos sino por falta de quien los compara. Es decir, no por un problema de oferta, sino por uno de
demanda. La demanda caía.
Cuando los mercados no se expanden, cuando la demanda cae, los productores reclaman protección.
Buscan defenderse de la competencia. En el pasado, cuando no había exceso de oferta sino escasez, las
ciudades trataban de proteger su abasto. Tomaban medidas para asegurar una provisión suficiente y
discriminaban contra los productores para mejorar el bienestar de sus habitantes.
En el nuevo contexto de exceso de oferta de bienes, ¿cómo se protegerían los productores? El medio
elegido fue limitar la oferta en forma abierta o encubierta, con múltiples regulaciones (calidad, origen,
nacionalidad, etc.).
Pero, ¿quién decidiría las regulaciones? En el pasado, en un ámbito mucho más pequeño, eran las mismas
corporaciones o gobiernos de las ciudades los que lo hacían. Para mercados ampliados se necesitaba, en
cambio, de una autoridad central que las hiciera efectivas.
Quienes tuvieran el acceso exclusivo a un mercado gozaron de beneficios monopólicos, es decir, de
ganancias extraordinarias, que desaparecerían si otros, atraídos por esas ganancias, pudieran entrar en
ellos, porque las rentas finalmente se disiparían. La libre entrada es fundamental para que la asignación de
recursos en una economía sea eficiente. La regulación, al crear artificialmente escasez, posibilita una
ganancia extraordinaria, pero para que ésta perdure debe crearse barreras de entrada permanentes para
que no entren nuevos productores y se produzca una baja de los precios.
Las políticas regulatorias crean explícitamente protección cuando establecen prohibiciones o tarifas para
importar, o apoyos o subsidios directos o indirectos a las exportaciones. Pero la existencia de una demanda
de regulación supone también su oferta. La oferta de una regulación (que impone limitaciones) requiere
tener suficiente poder de coerción para hacerla efectiva. El establecer prohibiciones tiene, además, un
costo. Hay que incurrir en gastos para lograr el privilegio del acceso a un mercado limitado del que se
excluye a otros competidores.
¿Quiénes ofrecían regulación? Los gobiernos, porque tenían el poder de coerción. Lo hicieron en respuesta
a una demanda de los que obtenían un beneficio y que por ello le pagaban una parte de sus ganancias.
Para el gobierno, participar de las ganancias extraordinarias que concedía era una forma más fácil de
obtener recursos.
¿Por qué? Porque en el antiguo régimen las economías tuvieron un escaso intercambio y monetización, ya
que recién empezaban a sustituirse la cobranza en especie por una en dinero, y el monarca (el gobierno
central) todavía estaba luchando por imponer su autoridad sobre la de los señores feudales. En ese marco,
la percepción de impuestos en dinero fue particularmente difícil. Los costos de transacción en la cobranza
eran muy elevados, por lo que la alternativa de ofrecer derechos monopólicos participando en sus
beneficios pareció ser más eficiente. Pero al competir por la obtención de privilegios, los demandantes
incurrían en costos que no debían ser mayores que los beneficios para que la demanda continuara, por lo
que se requería seguridad sobre el carácter limitado o exclusivo del privilegio adquirido.
Las políticas mercantilistas coincidieron con una época en que se formaron los Estados Nacionales y en
que la autoridad tendió a centralizarse. En un mundo como el feudal, con una autoridad dispersa, los costos
de efectivización de las medidas para conceder privilegios hubieran sido enormes.

La unificación del Estado:


Las ideas o lo que se dio en llamar las “políticas mercantilistas” reflejaron un proceso de transformación de
la economía, de la sociedad y la política que tuvo lugar desde la guerra de los Cien Años y que en el siglo
XVII se caracterizó por la formación y la centralización de los Estados Nacionales.
Ya en el siglo XVI quedaba atrás el mundo medieval donde la autoridad política había estado centralizada,
y los mercados y el uso del dinero fueron limitados. La unificación de la nación y las tendencias centralistas
diferían del atomismo feudal y de la universalidad de la Iglesia y del Santo Imperio, que habían sido los
factores dominantes en el medioevo.
Cuando los derechos de propiedad se hicieron más efectivos, el intercambio y la división del trabajo
aumentaron y con ello la riqueza y la posibilidad de extraer un mayor excedente. Los señores, cada uno en
su dominio, y las ciudades en lo suyo, lo aprovecharon para fijar aranceles al comercio y patentes y
licencias al ejercicio de las profesiones en los municipios. Para ejercer el comercio o la industria en las
ciudades exigían que se perteneciera a gremios que regulaban las profesiones, su incorporación y ejercicio,
y establecieron los derechos que se debían pagar por las licencias habilitadoras.
A medida que los reyes trataron de extender su autoridad a todo el territorio del reino, no sólo reclamaron
para sí la percepción de esos derechos a la producción y al comercio, sino que buscaron reemplazar a los
gremios y a las ciudades en la concesión de licencias y patentes, las que en adelante se fueron otorgando
de una manera uniforme en toda la nación. Se eliminaron trabas al transporte y al comercio interno,
reemplazándolos con derechos al comercio exterior, uniformando los gravámenes y definiendo los atributos
de los bienes (pesas y medidas) que debían ser los mismos en todo el territorio del Estado.
Schmoller interpretó al mercantilismo como aquellas ideas y políticas que buscaron la construcción del
Estado Nación por medio de la centralización de la política y económica. Estas ideas reflejaron una nueva y
más moderna relación entre la economía y el Estado. La primera debía servir para consolidar el poder del
Estado y éste debía favorecer el crecimiento de la economía. La idea del tesoro y las políticas
mercantilistas están presentes en el título mismo de la obra de Thomas Mun, uno de los pocos autores
reconocidos como mercantilistas.

Poder y riqueza:
La riqueza para los mercantilistas es un medio para obtener poder. Ellos identificaron la riqueza con la
tenencia de dinero metálico (oro y plata).
La experiencia de España -el imperio más grande de la época- que había contado con los ilimitados
recursos metálicos de sus colonias americanas, llevó a considerar a los gobernantes de los países que no
los tenían, que la riqueza de un país dependía de sus tenencias de oro. Faltaría bastante tiempo para que,
en 1792, Hume impugnara esa creencia apuntando el negativo efecto que el exceso de oro tendría sobre
los precios domésticos (haciéndolos aumentar en relación con los precios de otros países) y sobre el
comercio.
Claro está que con países enfrentados, con guerras reiteradas y casi interminables, con mercados de
deuda ilimitados y un régimen fiscal todavía incipiente, el atesoramiento de metálico, de dinero, daba
seguridades para afrontar los gastos militares (“el dinero es el nervio de la guerra”).
La abundancia de dinero permitiría también bajar las tasas de interés. No se puede explicar, sin embargo,
cómo, si había excedente en el mercado de bienes y con altas tasas de interés, no bajaron los precios para
llegar a un equilibrio, salvo que la oferta no fuera competitiva, lo que en realidad es lo que buscaban las
políticas mercantilistas. Esto nos diría que el excedente de oferta ocurría en mercados pocos competitivos.

La necesidad de una balanza comercial favorable:


Los mercantilistas favorecían restringir las importaciones, promover las exportaciones y contar con saldos
comerciales favorables. Esto no sólo permitía colocar en el exterior los excedentes que el mercado
doméstico no absorbía, sino también (cuando se medía la riqueza en tenencias de oro) obtener saldos en
ese metal para los países que no lo producían. La idea de la balanza favorable está, por un lado, vinculada
a la de poseer tenencias de oro, pero también a la de encontrar mercados para el exceso de producción
local. Se trataba de mercados con una oferta excedente de bienes (esto porque no había suficiente
competencia para equilibrar cantidades y precios en el mercado de bienes) y una demanda excedente de
dinero. La salida de metálico de España permitió recobrar el equilibrio europeo, ya que el excedente de
oferta de dinero en España se transfirió a los otros países.

La protección:
Mientras las políticas de las ciudades tendían a asegurar el abastecimiento y proteger al consumidor, en el
siglo XVIII, en un mundo más moderno, existió el temor al exceso de bienes y se buscó proteger al
productor. Esto sucedió porque los monarcas obtenían un mayor ingreso ofreciendo beneficios a los
productores (que pagaban con una parte de la renta que percibían) que favoreciendo a los consumidores (a
quienes era más difícil cobrarle impuestos). Se trató de un problema de acción colectiva. El monarca podía
asociarse más fácilmente con pequeños grupos a los que les brindaba ventajas participando de ellas, que
con una multitud de consumidores cuyas respuestas individuales no mejorarían los resultados fiscales.
Los gobernantes concedieron a los productores el acceso restringido a un mercado local y también
subsidios y ayudas a la exportación.
Hume rectificó la idea de que las tenencias de oro hacían rico a un país, cuando explicó que los excedentes
monetarios no producirían un bienestar permanente, porque incidirían en la suba de los precios y por ende
en la baja de exportaciones y en la suba de importaciones. Eso produciría una disminución de las reservas
monetarias, la desaparición del excedente de oro y el regreso anterior al equilibrio. Por otro lado, aunque
para los individuos es siempre mejor ahorrar, produciendo más y consumiendo menos, era distinto para el
caso de los países porque el aumento de las tenencias de oro producía el alza de los precios. Adam Smith
calificó como mercantilistas a las políticas de los comerciantes que buscaron la protección del Estado en
detrimento de los consumidores. Según él, las políticas “eran perversas porque inferían con la ‘libertad
natural’ de los individuos y llevaban a una mala asignación de recursos, pero a pesar de esto eran llevadas
a cabo porque eran diseñadas por comerciantes e implementadas por los estados ignorantes respecto de
asuntos económicos”.

La versión de Heckscher sobre el mercantilismo. Ekelund y Tollison:


Heckscher escribió una obra clásica sobre el mercantilismo en la cual, motivado por su convicción sobre las
ventajas del libre comercio, comparó la evolución de las políticas mercantilistas en Inglaterra y Francia en
los siglos XVII y XVII. Allí llegó a la conclusión de que en el primer país las políticas mercantilistas
fracasaron, aportando consecuencias positivas para su comercio y su economía, mientras que en Francia
habrían tenido éxito pero con un efecto negativo sobre el progreso de sus industrias, lo que explicaría por
qué en el siglo XVIII ésta quedó retrasada con respecto a Inglaterra.
Según Heckscher, en Inglaterra el Parlamento durante el siglo XVIII luchó a favor del librecomercio y contra
las medidas mercantilistas de la Corona. Su triunfo en esa disputa terminó con el triunfo de la libertad de
comercio.
En cambio, en Francia la monarquía había sido más exitosa en imponer su autoridad absoluta. Sin
oposición parlamentaria y con una burocracia muy eficiente y bien paga (los intendentes) había podido
imponer un complejo sistema regulatorio y de tarifas que había sido negativo para el desarrollo de la
industria de productos masivos, limitándose a la producción artesanal y de lujo.
Ekelund y Tollison rebaten la interpretación de Heckscher y buscan una reinterpretación del fenómeno
mercantilista. Recuerdan que tenta económica es toda remuneración que se paga a un factor por encima de
su costo de oportunidad. Nada hay de malo -para los autores- con que se aproveche de la entrada
momentáneamente restringida a un mercado para obtener ganancias extraordinarias. Ello incentivaría la
búsqueda de nuevas tecnologías y mercados. Si no existen barreras de entrada permanentes, las mayores
ganancias atraerían a otros oferentes, al aumentar la oferta disminuirían los precios y finalmente la renta se
disipará. En ese sentido, la renta no se distingue del beneficio. En cambio, si existen barreras que impiden
a otros la entrada a mercados donde existe la potencial oportunidad de obtener ganancias extraordinarias,
la renta no se disipará y se volverá permanente.
Ekelund y Tollison dicen que la “renta” y la “búsqueda de renta” son conceptos diferentes. Búsqueda de
renta es toda actividad que se realiza en demanda de una regulación (protección) que brinde quien tiene el
poder para hacerlo. Explican la existencia de un mercado de regulaciones señalando que hay una oferta de
regulación (protección) que en principio es provista por el Estado, y una demanda, la de aquellos que
aceptan pagar un costo siempre que obtengan un beneficio mayor.
La perdurabilidad de la restricción en ese mercado dependerá de las condiciones técnicas e institucionales
que aseguren que los costos de obtener rentas sigan siendo menores que sus beneficios. Si los primeros
aumentan, la demanda desaparecerá (que es lo que habría sucedido en Inglaterra), mientras que si las
regulaciones se aplican eficazmente y los costos siguen siendo menores, perdurará (que es el caso de
Francia). La estructura de costos y beneficios dependerá de la naturaleza de la oferta.
Habitualmente, cuando el Estado concedía una protección cobraba a quienes se beneficiaban con ese
privilegio. Pero, ¿por qué el Estado buscaba hacerse de recursos de esa manera y no obtenerlos con
impuestos? Porque en economías incipientes y con un Estado no demasiado organizado el costo de la
cobranza de impuestos es muy alta. Es más fácil para el monarca obtener una parte de esa ganancia
extraordinaria que concede. Si los mismos demandantes compiten en la búsqueda de rentas, al concretarse
un precio a la concesión, el monarca conocerá cuál es para éstos el valor de la recaudación futura, lo que,
dadas las condiciones de la época, era difícil determinar.
El valor presente de la renta dependerá de la certidumbre sobre la ganancia esperada. Si existe
certidumbre de que la autoridad central es la única que puede ofrecer la renta, el costo de negociación será
menor. Por eso el mercado de regulaciones (el mercantilismo) se generalizó cuando existieron monarquías
centralizadas.
En las diferencias institucionales (Heckscher) y, luego, en la estructura de costos y beneficios de ofrecer y
demandar regulaciones (Ekelund y Tollison), se encuentra la diferencia entre Inglaterra y Francia.
Mientras en Inglaterra, durante la dinastía de los Estuardo, la autoridad del Rey para conceder derechos
monopólicos fue desafiada reiteradamente por el Parlamento, los reyes franceses mantuvieron un régimen
absoluto indisputado. En Inglaterra, la concesión de derechos monopólicos sin aprobación parlamentaria
fue cuestionada.
A diferencia de la tesis de Heckscher de ineptitud y vagancia de los jueces de paz para hacer efectivos los
derechos y concesiones Ekelund y Tollison argumentan que, por lo contrario, debido a que los funcionarios
británicos no eran remunerados, su comportamiento fue predecible. Los jueces de paz que no cobraban
sueldo eran encargados de asegurar en sus distritos el hacer efectivas las regulaciones reales, pero lo
hacían con tan poco entusiasmo que con mucha frecuencia otros entraban en el mercado que se se había
reservado a los titulares de los monopolios. Si cualquier otro podía entrar al mismo mercado pagando un
pequeño soborno al juez de paz, ¿qué ventaja se tenía en invertir cuantiosos montos en pagar a los
funcionarios reales por derechos que en muchos casos no se podían hacer efectivos?
Por otro lado, era más fácil hacer cumplir las regulaciones en las zonas urbanas, donde podían visualizarse
los intentos de violación que en las zonas rurales, donde las transacciones podían ocultarse. En Inglaterra,
el sector rural no regulado era mucho más importante que en Francia, y vendedores y compradores podían
migrar a sectores suburbanos o rurales no regulados. La existencia de este sector creaba poderosos
incentivos para destruir monopolios que habían sido convenidos en las ciudades. La monarquía absoluta
francesa pudo hacer más efectivos los derechos monopólicos, no sólo porque su autoridad no fue discutida
en esos ámbitos, sino porque contó con una burocracia paga y eficiente (​intendants​).

Las políticas mercantilistas en Inglaterra:


Hasta finales del siglo XVII, Inglaterra pudo ser considerado un país en el cual la mayor parte de las
actividades estaban reguladas. Nadie podía fabricar algo, ejercer el comercio o una profesión sin obtener la
correspondiente licencia del Rey. La mayor parte de los bienes y servicios consumidos por un inglés común
estaban provistos por monopolios. El gran comercio (local y transatlántico) estaba monopolizado por las
Compañías de Indias Occidentales y la de Indias Orientales. Gente cercana a la Corona y a los grandes
señores fueron en su mayoría los beneficiarios de esos monopolios.
Pero así como el Parlamento había negado al Rey las facultades de establecer impuestos también lo hizo
con la de autorizar monopolios. En 1624 se dictó el Estatuto de los Monopolios, que limitó la autoridad de la
Corona y exigió autorización parlamentaria para hacerlo. Carlos I, que ascendió al trono el siguiente año,
encontró pretextos jurídicos para interpretar la legislación de una manera favorable para continuar
haciéndolo. Por otro lado, desde 1630, el monarca reinó con el Parlamento clausurado hasta su caída.
Para Ekelund y Tollison no hubo una ideología liberal que impulsara al Parlamento a cuestionar la
concesión de derechos monopólicos -como sostiene Heckscher-, sino que éste luchó contra la Corona por
el reconocimiento de quien tendría la facultad para ofrecerlos y participar en las rentas. Por otro lado, Gran
Bretaña no fue un país con una burocracia muy extendida. Los funcionarios locales (jueces) que no
cobraban salarios de la Corona y que vivían de los derechos que cobraban por su intervención en asuntos
civiles de quienes lo solicitaban, eran los que debían hacer cumplir las órdenes reales. Pero debido a esas
circunstancias, frecuentemente no sancionaban las violaciones a los derechos otorgados por las patentes.
Fue finalmente el acuerdo de 1688 el que concluyó con el período de gran expansión de los monopolios.
Por un lado, porque otorgó al Parlamento la autoridad de conceder patentes y licencias. Al reemplazar al
Rey por una autoridad colegiada y numerosa, aumentaron considerablemente los costos de transacción y
se hizo menos redituable la explotación de las licencias. Además, habiéndose establecido con el acuerdo
de 1688 un régimen fiscal más eficiente disminuyó la necesidad de hacerse de recursos por medio de la
concesión de monopolios.

Las políticas mercantilistas en Francia:


El nombre del ministro de Hacienda de Luis XIV ha quedado para la historia como el paradigma de la
implementación de políticas mercantilistas. Colbert buscó poner orden en las finanzas del Estado,
reemplazar impuestos anacrónicos con otros más modernos, concluir con los derechos de peaje y los
impuestos internos al comercio, para reemplazarlos con derechos al comercio con el exterior y regular toda
la actividad productiva y de servicios, reemplazando las regulaciones de los gremios por otras nacionales.
Su propósito fue consolidar el poder del monarca y para ello lograr unas finanzas sólidas.
Colbert decretó una tarifa única para las exportaciones en 1644, eliminando los derechos al comercio
interno y los peajes. En 1673 dictó una Ordenanza de Comercio donde se reguló con toda precisión las
actividades de producción de intercambio. Subsidió manufacturas y estableció su protección directa en los
talleres reales.
Francia no tuvo la resistencia de un cuerpo parlamentario para la concesión de licencias y patentes, y contó
con una burocracia paga y eficiente que cumplió lealmente con su obligación de seguir las órdenes del Rey,
por lo que el régimen perduró por más tiempo.

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