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La Iglesia y el arte

PABLO BLANCO | 11 JULIO 2001

Autor: JUAN PLAZAOLA

Juan Plazaola

BAC. Madrid (2001). 121 págs. 1.300 ptas.

El autor es un conocido especialista en estética e historia del arte cristiano. Sus obras El arte sacro actual (1965),
Introducción a la estética (1971) e Historia y sentido del arte cristiano (1996) son consideradas como clásicas en su
género. Ahora afronta las relaciones históricas entre el arte y la Iglesia en un breve ensayo, publicado simultaneamente
en Francia, Italia y España.

El propósito inicial es presentar el cristianismo como una religión artística. A lo largo de los siglos, el mensaje cristiano
se ha materializado en numerosos logros: no solo en el ámbito de la ciencia y el pensamiento, sino también en el arte.
Así, Plazaola describe la presencia del arte en el cristianismo desde los orígenes, en los primeros lugares de culto y en
las más primitivas imágenes sagradas de capillas y catacumbas.

El siguiente apartado ("Breve historia de la arquitectura cristiana") recorre los diversos estilos en que ha construido la
Iglesia: las primeras basílicas paleocristianas y el arte bizantino, las iglesias románicas y las catedrales góticas, el
renacimiento, el barroco y el rococó, los modernismos y las últimas construcciones en hierro y hormigón.

Después, con "Evolución histórica de la imagen sagrada", Plazaola revisa la imaginería religiosa cristiana. Describe con
detalle los símbolos que aparecen ya en las catacumbas; los iconos y la disputa con los iconoclastas; el hieratismo
románico y el naturalismo gótico; el color en muros, códices y vidrieras, así como la elegancia renacentista y la apología
teatral de la Contrarreforma. Acabará hablando de la "crisis de la imagen sagrada en la era contemporánea", pues -en
su opinión- se cae ahora en una excesiva abstracción al representar la divinidad. Propone el autor un equilibrio entre lo
material y lo espiritual en el arte, consecuencia directa de la doctrina de la Encarnación de Jesucristo. El Dios hecho
hombre asume la materia y la eleva. Así deberá hacer también el arte. De este modo se evitarán los extremos del
puritanismo y de la iconoclasia, de la idolatría o del sensualismo, así como la tentación de suprimir el problema
renunciando a representar la divinidad.

De esta manera se ponen de manifiesto las relaciones entre la Iglesia y los artistas, que no siempre fueron amistosas,
aunque tampoco debieron de ser muy malas, a juzgar por los resultados obtenidos, también en la actualidad.

El autor concluye mirando al futuro y recordando el llamamiento lanzado por Juan Pablo II en 1999: la Iglesia necesita
de los artistas, y viceversa.

Pablo Blanco

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