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“De acuerdo con ello, como este producto o lo que con él se adquiere,
guarda una proporción mayor o menor con el número de quienes lo
consumen, la nación estará mejor o peor surtida de las cosas necesarias
y convenientes apetecidas”.
“Ahora bien, esta proporción se regula en toda nación por dos
circunstancias diferentes: la primera, por la aptitud, destreza y sensatez
con que generalmente se ejercita el trabajo, y la segunda, por la proporción
entre el número de los empleados en una labor útil y aquellos que no lo
están (...) La abundancia o escasez de esa provisión depende más, al
parecer, de la primera que de la segunda de dichas condiciones”.
Es más, para Adam Smith hay una relación directa entre el tamaño del
mercado, o el área de intercambio, y las oportunidades de especialización,
o de división del trabajo: a mayor tamaño del mercado, mayor
especialización y, en consecuencia, mayor productividad del trabajo. De
esa manera, la división del trabajo se halla limitada por el tamaño del
mercado y por esa razón argumenta en favor de un área de libre comercio
lo más grande posible:
Para David Ricardo, al igual que para Adam Smith, el libre comercio
internacional es benéfico para todos los países involucrados:
Sólo que a diferencia de Adam Smith, para David Ricardo la guía para la
especialización internacional es la ventaja comparativa en vez de la
ventaja absoluta como lo creía Adam Smith, lo cual lo expresa claramente
a través de su famoso ejemplo entre Inglaterra y Portugal que producen
paños y vino:
De esa manera, y sí hay libertad de comercio entre los dos países, Portugal
se especializará en la producción de vino, e importará el paño
relativamente más barato de Inglaterra, en tanto que Inglaterra se
especializará en la producción de paño, e importará el vino relativamente
más barato de Portugal, conduciendo a un aumento de la productividad del
trabajo que hará posible un aumento de la producción de los dos bienes (y
por consiguiente, una ampliación de las posibilidades de consumo) y una
disminución de los precios tanto del vino como del paño. El comercio
internacional es benéfico tanto para los países ricos (productores de
manufacturas) como para los países pobres (productores de bienes
primarios).
Por tanto, y si hay libre comercio internacional entre los tres países,
Estados Unidos se especializará en la producción de alimentos e importará
el calzado de México y la tela del Canadá; en tanto que México se
especializará en la producción de calzado e importará el alimento de
Estados Unidos y la tela del Canadá; a su vez, el Canadá se especializará
en la producción de telas e importará el alimento de Estados Unidos y el
calzado de México (Ver Figura 1.2). En consecuencia, la producción
mundial de los tres bienes aumentará, veamos por qué: supongamos que
Estados Unidos dispone de 310 hombres repartidos de la siguiente
manera: 155 empleados en la producción de alimentos, 75 empleados en
la producción de calzado y 80 dedicados a la producción de telas; por su
parte, supongamos que México dispone de 280 hombres repartidos de la
siguiente manera: 70 en la producción de calzado, 196 en la producción
de alimentos y 14 en la producción de telas; y, por último, supongamos
que el Canadá dispone de 295 hombres de los cuales 62 se dedican a la
producción de telas, 177 a la producción de alimentos y 56 a la producción
de calzado (Ver Cuadro 1.3).
Así pues, los tres países podrán disponer de más alimentos, de más
calzado y de más telas que en ausencia de libre comercio internacional.
Aumenta la producción mundial y, por tanto, aumentan las posibilidades
de consumo. Los tres países saldrán beneficiados.
Así, aun cuando Estados Unidos pueda ser más eficiente que México y
Canadá en todas las líneas de producción en razón de su mayor avance
tecnológico, el libre comercio entre los tres países resultaría beneficioso
para cada uno en razón simplemente de la existencia de ventajas
comparativas, una condición mucho más débil y menos exigente que la
ventaja absoluta de Adam Smith.