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EL DESCUBRIMIENTO DE NEPTUNO

El astrónomo alemán William Herschel y su


hermana Caroline anunciaron el descubrimiento de
Urano, el más alejado hasta entonces de los
planetas que giran alrededor de nuestro sol. A partir
de ese momento comenzaron a acumularse
evidencias de que su órbita presentaba un
comportamiento singular, una leve tendencia a
alejarse: su trayectoria no se ajustaba exactamente
a lo que la ley de gravitación universal de Newton prescribía.
La teoría de la gravedad de Newton había superado con bombos y platillos todas sus
confrontaciones con la realidad como para que una sóla observación derrumbara el
edificio.
Fue entonces cuando a Leverrier se le ocurrió la idea de que un planeta aún no
observado pudiera estar perturbando gravitacionalmente a Urano y obligándolo a ese
comportamiento inusual; es decir, la teoría de la gravitación al rescate de la teoría de
gravitación.
Leverrier, era matemático, y tuvo la habilidad de calcular la masa y la posición del
presunto culpable de la órbita de Urano. Los astrónomos sabían calcular el efecto que
una masa determinada ejerce en otra si se conocen ambas posiciones. Leverrier
resolvió el problema inverso: dado el efecto, dónde y qué masa tiene el planeta que
perturba al observado. Neptuno fue antes que un planeta, un invento de la
imaginación y de los cálculos matemáticos de Leverrier.
En honor a la verdad Neptuno había sido observado mucho antes por el gran Galileo el
día de los inocentes de 1612, y de nuevo en enero del año siguiente; y en ambas
ocasiones cayó por inocente y lo confundió con una estrella. El hijo de Herschel, John,
lo detectó también pero tampoco lo interpretó como un planeta.
En Inglaterra el joven astrónomo, John Adams tuvo la misma idea que tuvo Leverrier
pero no publicó sus resultados y en el observatorio británico de Greenwich
desestimaron dedicar tiempo a un improbable hallazgo. El astrónomo real, George Airy
pensaba que el comportamiento de la órbita de Urano se debía a que la ley de
gravitación universal fallaba a esas distancias.
Poco tiempo después el propio Leverrier intentó aplicar la misma receta para explicar
una levísima anomalía en la órbita de Mercurio. La receta no funcionó y la explicación
tuvo que esperar a la relatividad general. Allí sí se trataba de nueva física.
La predicción exitosa de Neptuno representó un momento dramático en la historia de
la ciencia y un triunfo formidable para la teoría newtoniana y su capacidad de figurar la
realidad. La predicción exitosa de Neptuno fue un monumental triunfo de la ciencia.

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