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¿Para qué sirve una constitución?

El problema es que se le ha entendido mal, incluso en la academia, donde se dice una y


otra vez que una constitución sirve para organizar el Estado.

Para organizar el Estado dicen muchos. Esta explicación nos debería causar molestia
porque es absolutamente equivocada. No es que una constitución no organice los poderes
del Estado. Sí los organiza, pero eso sólo es accesorio a su objetivo número uno: limitar el
poder.

La historia del constitucionalismo así lo demuestra. Desde la Carta Magna de 1215 cuando
Nobles ingleses obligaron al Rey Juan I a reconocerles ciertos derechos y aceptar que no
podía ejercer el poder de manera arbitraria, hasta la constitución arquetípica, la de Estados
Unidos, aquel documento del que Louis Rougier dijo “Cuando consideramos cómo una
constitución redactada por un grupo de caballeros rurales para cuatro millones de coloniales
se ha adaptado (con unos pocos cambios menores) a las necesidades del país más
industrializado del mundo, con una población de 200 millones, nos vemos obligados a
preguntarnos si no sigue siendo hasta ahora la mejor garantía de la libertad que se haya
logrado en cualquier nación.”

El surgimiento de la constitución norteamericana no fue cosa fácil y tampoco fue un


proceso libre de polémica. Tomemos en cuenta que esa época conoció a una especie
hombres que a la historia le cuesta décadas, si no siglos, parir: unos radicales nacionalistas,
hombres altamente cultos y fervientes militantes de las idea del gobierno libre. Estados
Unidos acababa de ganar su independencia, pero su situación era frágil. Los Artículos de la
Confederación, documento que rigió a las colonias durante la revolución y unos años
después de ella, no ocultaba sus enormes defectos. Los Artículos no le daban al Congreso
Continental los poderes para obligar a las colonias a tributar ni para regular el comercio,
ello entorpeció la forma en que las colonias lucharon contra el imperio británico.
Hombres como Washington y Hamilton pronto se percataron de este gran defecto.

Esa fue la polémica que vio nacer la constitución de EE.UU.: cómo crear un gobierno
central lo suficientemente fuerte como para proteger al país de depredadores extranjeros,
pero no tan fuerte que termine por aplastar las libertades del pueblo. Las discusiones que
giraron alrededor de su elaboración no eran sobre si se debía limitar el poder o no, todos
estaban de acuerdo en que se le debía amarrar las manos al gobierno, la pregunta era cómo.
Las divergencias eran más sobre el método que sobre la substancia.

De ese momento en la historia nacieron grandes aportes a la humanidad: la idea que todo
hombre es dueño de su propio destino; que el gobierno le rinde cuentas al ciudadano, no el
ciudadano al gobierno; la idea de la revisión judicial de la constitucionalidad de las leyes; la
distribución de poderes entre un gobierno central y los Estados y el poder de veto que un
presidente tiene sobre las leyes, entre otros.

Muchos podrán preguntarse: si la constitución sirve para limitar el poder, ¿por qué los
países con dictadores tienen constituciones? Yo iría más lejos: incluso los totalitarismos se
dieron constituciones, la Unión Soviética tuvo cuatro. Pero estos hechos no desvirtúan la
función originaría de la constitución. El problema es que se le ha entendido mal, incluso en
la academia, donde se dice una y otra vez que una constitución sirve para organizar el
Estado. Sí es así, entonces las constituciones soviéticas tienen el mismo peso moral que la
Constitución de Estados Unidos.

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