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29 de Septiembre 3901
1826 Remedios de Escalada, Lanús,
Provincia de Buenos Aires, Argentina
Tel (54 11) 5533 5600 int. 5727
publicaciones@unla.edu.ar
www.unla.edu.ar/public
Ediciones de la UNLa
Sonderéguer, Pedro Conrado
Los desafíos del peronismo urbano / Pedro Conrado Sonderéguer / Andrés Repar. -
1a ed . - Remedios de Escalada : De la UNLa - Universidad Nacional de Lanús, 2016.
160 p. ; 18 x 14 cm.
ISBN 978-987-1987-72-6
ISBN 978-987-1987-72-6
Impreso en Argentina
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
Prohibida la reproducción sin la expresa autorización por escrito.
© Los Autores
© Ediciones de la UNLa
29 de Septiembre 3901
1826 Remedios de Escalada, Lanús,
Provincia de Buenos Aires, Argentina
Tel (54 11) 5533 5600 int. 5727
publicaciones@unla.edu.ar
www.unla.edu.ar/public
ÍNDICE
Una Ciudad abierta, de cara al río, de cara a la gran realidad que sig-
nifica la orbe que representa el Área Metropolitana (la Ciudad de Bue-
nos Aires y el Gran Buenos Aires, es decir, en la Provincia de Buenos
Aires, la más extensa y poblada de las provincias argentinas). Una ciu-
dad, abierta a su país, a su región (Latinoamérica) y sin prejuicios
para presentarse y mostrarse de cara a todas las ciudades del mundo.
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que ahí nos hacen volver una y otra vez en sus notas. Describen positi-
vamente y en perfecta armonía: geografías, demografías, espacios, tiem-
pos, formas, detalles, así como grandes e importantes megaproyectos.
Uno no se queda solitario ante una maqueta o forzándose al ver una foto
desteñida, al contrario, uno se mete de lleno en los planteos y observa-
ciones y se siente totalmente integrado y partícipe. Los aportes, ideas y
concepción de ambos profesionales nos significan un movimiento cons-
tante: tienen vida, tienen vértigo. Como una gran revancha Andrés Repar
y Pedro C. Sonderéguer, hacen no solo sentir y amar a la ciudad, sino que
la hacen hablar y seducir, lo que representa un constante enamoramiento.
Expresión de una arquitectura moderna y tan parecida a todas sus historias
y tiempos, estos artículos, además, reflejan una arquitectura pensada en
pueblo y con la mente puesta en los derechos de todos los habitantes y
resaltando la justicia social.
8
Estas notas se escribieron
entre mediados del año
2013 y fines del año 2015
y acompañaron un debate
sobre la cuestión urbana y
las políticas implementadas
en la ciudad de Buenos
Aires y su impacto regional
y nacional. Se transcriben
tal como fueron publicadas
en la revista Cada17.
INTRODUCCIÓN
Pedro Conrado Sonderéguer
11
gentina y en el actual escenario de la economía global, pensar en un desarrollo
pleno del territorio sin la participación concertada de las grandes ciudades?
Por otro lado, ante la emergencia de nuevos problemas y nuevos actores en
el ámbito urbano, ¿cuál es la eficacia de las políticas urbanas tradicionales?
Ante el protagonismo renovado de las empresas y las universidades (públi-
cas y privadas), ¿cómo se construye el conocimiento y en qué se funda la
intervención sobre el territorio?
Esta reflexión sobre la ciudad de Buenos Aires comenzó así, con el eco
abrumador de aquellas cuestiones no resueltas, a mediados del año 2013,
año de elecciones legislativas en las que el peronismo en su conjunto obtu-
vo más del 56% de los votos pero el oficialismo nacional perdió en todas
las grandes ciudades. Iniciamos esta revisión de los problemas y priorida-
des de la ciudad impulsados por la necesidad entender ese resultado adver-
so, llevar la atención al mundo urbano y no tomar a la ligera el rechazo
expresado por las ciudades en aquellas elecciones.
En ese mismo año 2013 la ciudad de Buenos Aires vivió algunos hechos
singulares, poco destacados por la prensa y apenas retenidos por la opinión
pero plenos de significado y consecuencias: a fines de Julio llegó al puerto
el barco de carga más grande fondeado hasta entonces en aguas porteñas,
el porta-contenedores Cap San Nicholas (Hamburg Sud), con 332 metros
de eslora y 124.500 toneladas, que atracó en Puerto Nuevo. Su llegada
mostró, al mismo tiempo, un alto nivel de eficiencia operativa y un límite
objetivo, porque la infraestructura portuaria funcionó al tope de su capa-
cidad. Simultáneamente, el gobierno de la Ciudad Autónoma profundizó
líneas de acción en apariencia menores, que estaban en las antípodas del
caso del puerto: hizo del programa de bicisendas y bicicletas públicas un
verdadero sistema de amplia cobertura, profundizó su atención al trans-
porte liviano (metrobús) y al espacio público y aceleró el traslado de sus
oficinas a Parque Patricios, al sur de la ciudad. Buenos Aires puso de esta
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forma en marcha un “poder blando”, de aparente bajo perfil, apostando a
la descentralización y la sociabilidad urbana. Esta política obtuvo réditos
en todos los sectores de la ciudad, sin excepciones.
Esta realidad contiene una pregunta: ¿por qué el peronismo, movimiento
esencialmente urbano surgido de la rebelión de los trabajadores a mediados
del siglo pasado y que hoy tiene protagonismo en todas las universidades
públicas no alcanza a construir un proyecto capaz de conducir la renova-
ción urbana que el país necesita? El movimiento justicialista irrumpió en
la vida pública animado por un riguroso empirismo que explica quizás lo
esencial de su vitalidad:¿hasta qué punto sobrevive hoy esa atención directa
a los reclamos de la realidad?
¿Puede una mirada técnica orientada por un empirismo escéptico abordar
la cuestión urbana (transporte, espacio público, trabajo, salud, vivienda) y
elaborar una agenda que recupere los valores esenciales de la ciudad: plu-
ralismo y libre discusión común de los problemas?. Buenos Aires necesita
una agenda pública capaz de crear trabajo, vincular el conocimiento con
la producción, la construcción de infraestructuras con el futuro de la eco-
nomía, el crecimiento de la ciudad con las respuestas a las demandas de la
sociedad. Esa pregunta fue el motor de estas notas.
Las notas que se presentan en este libro siguen el orden cronológico de su
aparición en la Revista Cada17, agrupadas por autor, las de Andrés Repar
en el Capítulo 1, las de Pedro C. Sonderéguer en el Capítulo 2, siguiendo
una secuencia que cada autor ordenó a su manera. Así los temas se suceden
y a veces se repiten o incluso se contradicen o difieren en el análisis y en la
propuesta. Hay que agradecer a la dirección de Cada17 la absoluta libertad
crítica en que se desarrolló esta mirada sobre la ciudad, sus prioridades, sus
problemas y las soluciones posibles.
¿Cuál es la importancia de la cuestión urbana hoy en América Latina?
Recordemos, tomando una síntesis desarrollada en otras publicaciones
13
(principalmente en el Atlas Latinoamericano de la Universidad Nacional
de Lanús -en prensa-) y en estas notas, que las grandes ciudades latinoame-
ricanas producen hoy entre un 60 y un 70% del PBI, según datos del BID
en 2011 (http://www.iadb.org/es/temas/desarrollo-urbano,1175.html), y
albergan casi la totalidad de las universidades, centros de producción y
ámbitos de investigación de sus respectivos países. Grandes aglomeracio-
nes como el Área Metropolitana de Buenos Aires o la Zona Metropolitana
de la Ciudad de México concentran una parte mayoritaria de la riqueza,
la producción, los servicios, la población y los recursos de sus respectivas
regiones. Son, al mismo tiempo, los lugares más dinámicos y sede de bol-
sones de pobreza, áreas donde coexisten procesos de consolidación urbana
y bruta segregación social. Cerca de un tercio en promedio, el 27% según
datos de Naciones Unidas (ONU-HABITAT 2012, Estado de las ciudades
de América Latina y el Caribe), casi 150 millones de personas de esa pobla-
ción urbana vive en situación de pobreza, en lo que hoy se ha convertido en
una de las regiones más desiguales del planeta. Esa coexistencia espacial de
concentración del PIB y concentración demográfica atempera en parte la
dura situación de pobreza por su proximidad con los beneficios de la vida
urbana, relativiza la pertinencia de antiguas críticas a la macrocefalia urba-
na del continente y abre al mismo tiempo nuevas áreas de conflictividad.
¿Puede acaso pensarse en una política nacional que eluda esta evidencia?
La comunidad de lengua e historia encubre, en América Latina, una di-
versidad económica y demográfica que adquiere particular relevancia en los
procesos de urbanización de la segunda mitad del siglo XX. Mientras en los
países del sur del continente (Argentina. Uruguay, Chile) el porcentaje de
población urbana era ya superior al 50% a comienzos del siglo, en el norte
de América del Sur, América Central, México y el Caribe, a mediados del si-
glo XX la población era todavía mayoritariamente rural. Hacia 1930 el total
de la población de México alcanzaba unos 16,6 millones de habitantes, de
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los cuales aproximadamente el 70% vivía en áreas rurales (INEGI, México,
2001). Hacia 1950, según la CEPAL (CEPAL, 2013, Anuario estadístico
de América Latina y el Caribe), la población que vivía en núcleos de más de
2000 habitantes en los países de América Central y el Caribe oscilaba entre
un 10% (Haití, 1950) y un 45% (Cuba, 1953). La mayor parte de la pobla-
ción vivía entonces en pequeños asentamientos en áreas rurales.
Así, el proceso de urbanización desarrollado a partir de mediados del siglo
XX, que ha llevado a los indicadores mayoritariamente urbanos de hoy, fue
particularmente intenso en la región. Hoy el porcentaje de población urbana
de Honduras es del 53,53%, sobre un total de 8 millones de habitantes y la
capital, Tegucigalpa, apenas supera el millón de habitantes (1.037.600) y el
porcentaje de población urbana de Cuba es del 76,87% y La Habana tiene
unos 2.221.000 habitantes (Banco Mundial). Esta transformación explica
en profundidad fenómenos antiguos y recientes de la evolución política de
América Latina, pero ha sido desatendida. El discurso de la política local ha
evolucionado mucho más lentamente que la economía.
La segunda mitad del siglo XX fue el tiempo de la definitiva urbanización
de la población latinoamericana, en paradójica coincidencia con la difusión
continental de una visión del desarrollo que ignoró la singularidad de los
procesos urbanos latinoamericanos y no supo o no pudo concebir las herra-
mientas teóricas adecuadas para incorporar la ciudad latinoamericana a los
cambios globales en gestación. Una trasposición de modelos de análisis terri-
torial ajenos, una voluntad de explicar la urbanización como expresión del
desarrollo dependiente (el extraordinario impacto de La Cuestión Urbana
de Manuel Castells, publicado en 1972), quizás la influencia de un redescu-
brimiento de la memoria en la literatura y en la antropología coincidieron
en un estancamiento de la teoría urbana y en una pérdida de atención a los
procesos de crecimiento urbano propios en la región, que vivió así su período
de más intensa urbanización en relativa orfandad teórica.
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En conjunto, el proceso de urbanización acelerada empieza a estabilizarse ha-
cia fines del siglo XX. Las tasas de crecimiento de la urbanización descienden
a guarismos cercanos al 2% y dependen ya más del crecimiento vegetativo de
las ciudades. Esto ocurre en un continente cuya población total, en el mismo
período, aumenta dramáticamente y cambia su peso relativo en el contex-
to mundial. A comienzos del siglo XX la población total de América Latina
(unos 75 millones de habitantes en 1900) representaba el 45% de la población
de América del Norte. Hacia mediados del siglo el número de habitantes se
equipara y hoy la población de América Latina supera la de América del Norte.
Si los datos estadísticos muestran hoy una moderación de las tasas de cre-
cimiento urbano en América Latina (estabilizadas en promedio desde el
año 2000), la consolidación de las ciudades permite hablar de un probable
nuevo ciclo en la urbanización de la región, superada la prolongada etapa
de debate interno con que los gobiernos locales enfrentaron las nuevas
condiciones del escenario global. La discusión en torno a la globalización
por un lado y la crítica a lo que se llamó la macrocefalia urbana parece
haber quedado atrás a medida que emergen con claridad las ventajas de las
grandes ciudades en la economía global.
El predominio decisivo de las ciudades en la sociedad latinoamericana está
cambiando radicalmente una relación entre ciudad y territorio -basada en
cierto equilibrio y tensión entre la ciudad y el campo- que históricamente
orientó el desarrollo y el modo de vida latinoamericanos. Esta verdad evi-
dente no ha logrado todavía permear aspectos esenciales de la práctica polí-
tica –podría decirse también del imaginario político- latinoamericano, que
en muchos casos mantiene una visión rural del escenario y tiene grandes
dificultades para pensar la ciudad contemporánea. En todo el continente
las ciudades se expresan con voz propia y renuevan de hecho el escenario
de las luchas políticas. El último ejemplo es el plebiscito desarrollado en
Bolivia el pasado 23 de febrero de este año 2016.
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Un contexto de enraizada tradición urbana y amplio horizonte cosmopolita
abarca históricamente a la ciudad latinoamericana, más claramente en las
ciudades-puerto pero en todo el continente, a lo largo de los siglos: “Aquí
vinieron italianos, turcos/ árabes, rusos, búlgaros, judíos/ eslovacos, polacos,
españoles/ con los dedos del hambre en la mejilla/ con la lágrima seca sobre
el pómulo/ con las espaldas hartas del fusil/ del knut, del palo de la poli-
cía” diría Juan Gelman hablando de Buenos Aires (Violín y otras cuestiones,
1956): “Trajín, ciudad y tarde buenos aires./ Aire de plaza, ruido de tranvía”.
Fueron entonces los años de la década de 1960.
Si en la Argentina los años ‘60 del siglo XX quedan en la memoria como
una (¿última?) explosión de la inteligencia y la creatividad --del Instituto
Di Tella a la Facultad de Ciencias Exactas, del Programa de Huerta Grande
en 1962 a la CGT de los Argentinos en 1968, del Operativo Condor en
1966 conducido por Dardo Cabo, a la renovación de la música popular:
Almendra, Manal, Los Gatos, Tanguito--, la década fue también el tiempo
de la institucionalización de la criminal estupidez del partido militar (en
los militares de las dictaduras, la crueldad hace olvidar la escasa inteligen-
cia): del golpe de 1966 a la Noche de los Bastones Largos, del Estatuto de
la Revolución Argentina a la clausura de los hoteles alojamiento. Quizás en
esa década la ciudad perdió el rumbo.
Ocurrieron también en los sesentas, entre tantas otras cosas, dos cosas ines-
peradas: Editorial Sudamericana publicó en Buenos Aires, en mayo de 1967,
la primera edición de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez,
inaugurando o consagrando por el camino del realismo mágico una mito-
lógica visión rural de América Latina y pocos meses más tarde, en octubre,
en Bolivia, murió el Che Guevara, cerrando el ciclo de su leyenda. Entonces
la gran ciudad despertó a su sueño rural y latinoamericano: despertó a su
sueño, porque ese ensueño fue vivido como una nueva vida (“despierto vivo
entre las ráfagas del mar”: Juan Gelman: poesía a Camilo Cienfuegos).
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Desde los años sesentas, liderados, de una u otra forma, por Henri Lefebvre,
Manuel Castells y Regis Debray, los intelectuales asumieron esa singular des-
calificación de la ciudad. Una descalificación que privilegiaba el estudio de
las desigualdades en el ámbito urbano y perdía de vista su peso y proyección
territorial. Asumían así la una simplificación que durante décadas ignoraría
el papel decisivo que las ciudades desempeñaban en América Latina, incluso
en países chicos, no digamos en la Argentina, Brasil o México, donde las
consecuencias de ese error tuvieron enorme importancia. Muchos años más
tarde, hacia fines del siglo, reflexionando sobre el devenir de la Argentina,
el escritor y poeta Juan Gelman, estrechamente involucrado con las luchas
políticas de los años sesentas y setentas, hablaría, en conversaciones con Ro-
berto Mero, del “error de interpretación de la Revolución Cubana” y las
particularidades de la Argentina, “un país donde el 80% de la gente vive en
ciudades, algo muy diferente al resto de América Latina” y la “burocratiza-
ción del pensamiento” de izquierda en América Latina, incapaz de advertir
los cambios de la realidad y sacar a tiempo conclusiones (Roberto Mero,
Conversaciones con Juan Gelman, primera edición en 1988) .
En el camino quedaron olvidados los intentos de los años ‘50: la lenta pero
sabia exploración de Orlando Fals Borda y los experimentos de investiga-
ción participativa del CINVA (Centro Interamericano de Vivienda y Planea-
miento Urbano) en Bogotá, las propuestas del Padre Louis-Joseph Lebret y
sus trabajos en Brasil y Colombia, y los intentos previos de indagación del
terreno y la historia americanos, desarrollados por la vieja tradición liberal
progresista criolla, que mantenían vivas las ideas de Rodó, Darío, Alberdi:
el sueño de una civilización propia y autónoma. José Vasconcelos, Manuel
Ugarte, José Ingenieros, Aníbal Ponce: muchos de esa generación murieron
lejos de sus países de origen, sin lograr ver la continuidad de sus esfuerzos.
En el ideario revolucionario latinoamericano de mediados del siglo XX, las
ciudades serán inesperadamente postergadas. Hecho insólito en un conti-
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nente que vivió, en ese mismo período, el más intenso proceso urbanizador
de su historia. Si las utopías socialistas del XIX alimentaron la búsqueda
de un nuevo orden urbano, durante el siglo XX la ciudad latinoamericana
asistió a una revolución que la ignoraba. Este desencuentro, en un mundo
definitivamente urbano, tuvo sus consecuencias: el reclamo social abando-
nó la reflexión territorial y se internó por sendas ideologizadas y librescas.
Repitió sin saberlo el pecado que atribuía a las antiguas clases dominantes:
la fascinación por modelos ajenos. Acostumbrado a ser antiburgués en un
territorio que no tenía proletariado industrial, cortó el hilo de la propia
historia, se entretuvo en el estudio de los márgenes y perdió, finalmente, las
herramientas conceptuales que la transformación tecnológica y económica
a fines de siglo reclamaría.
Hacia fines de los años ‘50 del siglo pasado, los postulados de la llamada
revolución cuantitativa en la geografía, la geografía radical, las pretensiones
cientificistas y en no pocos casos un genuino desconocimiento y desinterés
profundo en la tradición urbana hispano-americana (como en la escuela de
geografía francesa en general, con escasas excepciones), se combinaron con
resultados fatales para la geografía urbana de América española, como se
vería pocos años después. Si en América Latina los años sesentas son años de
crecimiento urbano y consolidación de las clases medias, crecimiento eco-
nómico y aparición de nuevas técnicas de comunicaciones y transporte (in-
vento y generalización del uso del contenedor metálico de 20 pies o 40 pies
cúbicos de capacidad, que bajó vertiginosamente el costo para el transporte
de carga marítima, crecimiento de las flotas y tamaño de los buques de carga,
inicio de la revolución en las comunicaciones), el continente vive al mismo
tiempo una singular aventura que consiste en negar o subestimar la tradición
local de la ciudad como elemento de poder territorial.
Es asombroso pensar que esa experiencia de negación urbana se hace desde
espacios esencialmente urbanos: los bares, clubes, aulas, academias, cines,
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teatros y galerías y demás espacios urbanos públicos y privados de fines de los
sesentas y comienzos de los setentas, y acompañados por una pléyade de es-
critores esencialmente urbanos en su producción y en su vida personal: Julio
Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Rodolfo Walsh, Juan Gelman.
La intensa reflexión desarrollada entonces sobre los problemas políticos y del
poder desdeña la ciudad y el centro, mientras exalta el campo y los márgenes.
Más tarde, cuando en los ‘90 finalmente la globalización irrumpa de manera
ya innegable, las ciudades no tendrán sustento teórico para asimilarla. A
comienzos de los años ochentas, cuando las compañías transnacionales se
instalaban (o se preparaban a hacerlo) en el Paseo de la Reforma, en Méxi-
co, y en la Av. 9 de Julio, en Buenos Aires, para asumir las tareas del viejo
y destartalado Estado local, administrando los servicios públicos (agua, luz,
teléfonos, transporte), la discusión sobre la modernidad ingresó por fin en
los ámbitos intelectuales, pero así como fue tardía esa discusión fue sesgada y
casi irrelevante. En muchos casos una anacrónica discusión ideológica, abs-
tracta muchas veces, cuando en realidad la clave era una disputa territorial.
En la Argentina, en 1984, terminada la dictadura del Proceso de Reorga-
nización Nacional (24 de Marzo de 1976-Diciembre de 1983), irrumpe
la excepción de Buenos Aires en la cuestión urbana. Puede pensarse que
después de décadas de violencia institucional y ruptura recurrente de la
vigencia de la Constitución, la práctica política se había separado de la
gestión de la cosa pública y la vida académica se había desentendido de
la indagación de la realidad inmediata. Sea como fuere, la ciudad marcó
un camino propio: en un tiempo de metropolización creciente, es decir,
en un tiempo de expansión urbana organizada como redes y nodos que
priorizaban en todo el mundo la ampliación de las jurisdicciones, Buenos
Aires optó por lo contrario. Caso único en una metrópoli de su tamaño
y tradición, cuando en todo el mundo las grandes ciudades ampliaban la
extensión territorial de sus atribuciones de gobierno, Buenos Aires optó
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por la autonomía de la ciudad central, y en un tiempo de multiplicación
de las conectividades, optó por la destrucción de los ferrocarriles y la dis-
gregación del puerto. Los sindicatos de camioneros y los piqueteros de la
periferia entendieron mejor el nuevo escenario y convirtieron el control de
las rutas y los accesos a la ciudad en una eficaz herramienta de lucha.
La ciudad de Buenos Aires pagaría muy caro esos lujos de singularidad:
así, cuando la economía global dejó de ser una discusión para imponerse
como una realidad que modelaba los flujos comerciales, la antigua gran
ciudad-puerto vio cómo la carga y los puestos de mando se desplazaban
a los puertos vecinos (Zárate, Rosario, Montevideo y ciudades del sur del
Brasil), con efectos negativos directos sobre la economía local y el empleo.
Pasado ya ese tiempo es quizás hora de que la ciudad salga de su sueño y
entre a la vida que la espera. Ya no es el tiempo o todavía no es el tiempo
pero podemos pensar que Buenos Aires va rumiando en silencio su desti-
no, asimilando sus heridas, metabolizando el puerto perdido, los talleres y
galpones vacíos, los baldíos y el potrero ya casi inexistentes, la paz perdida
de los barrios, la antigua serenidad de las noches: construyendo su nue-
vo destino en estos años. Toda creación es precedida por una destrucción
(Marcel Schwob en El Libro de Monelle -1894-, pero también Enrique
Santos Discépolo en pleno siglo XX: no hay aplazados ni escalafón). El
menguante puerto no escapa a esa regla. Con renovadas áreas ofrecidas al
hedonismo urbano (juegos, hoteles de lujo, casinos, estadios) donde antes
hubo talleres y galpones, con la novedad histórica de la consolidada des-
igualdad (varias ciudades en una misma ciudad), Buenos Aires sigue siendo
la ciudad más vital de la región, cargada de futuro, a la espera de su destino.
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PARTE 1
Las batallas
de Buenos Aires
Artículos de Andrés Repar
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Andrés Repar
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Los Desafíos del Peronismo Urbano
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Andrés Repar
Hay una batalla entre una Buenos Aires federal integrada a la trama ur-
bano-metropolitana, solidaria, amigable, culta, participativa, contra una
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Los Desafíos del Peronismo Urbano
El tránsito descontrolado
Cualquier habitante puede describir algún descalabro. Está claro que es
necesario ubicar un transporte unificado de sistemas y subsistemas de toda
la metrópoli, que sean modernos, ecológicos y sustentables (vías y electrici-
dad). Los cambios profundos que requiere el transporte hacen falta mucho
más que el metrobús de la Av. Juan B. Justo, que defendemos como una
pequeña mejora, pero no es como para llevarla prácticamente a toda la
ciudad, en su conjunto, con las 15 avenidas “metrobusizadas”.
Integración metropolitana
No hay dudas que es necesario empezar a construir urgente otra conexión
Norte-Sur paralela a la 9 de Julio. ¿Será la Autopista ribereña que debe
contener carriles exclusivos ya sea para buses como para vagones, o será
otra interconexión urbano-metropolitana? Quizás desde Polvorines-Don
Torcuato una vía multimodal paralela a la Ruta Panamericana, por el ca-
mino de las vías del FC Mitre hacia San Martín y de allí a Lanús.
Hoy, cruzar la ciudad es ciertamente un desafío. Quizás sea una ruta válida
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Los Desafíos del Peronismo Urbano
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Los Desafíos del Peronismo Urbano
Cultura de la prevención
Tampoco los gobiernos locales como el de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires que posee un Ente único de servicios públicos son ajenos a la necesidad
de adecuarse a una fundamental cultura de la prevención. Esta crisis pone
nuevamente en el escenario las distintas responsabilidades y asignaturas de
nuestra sociedad y de nuestro modelo inclusivo. En este panorama el tema
de la culpa por la crisis se extiende a diversos estamentos. Los grandes centros
urbanos, está claro que han adoptado la cultura del aire acondicionado, con
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Los Desafíos del Peronismo Urbano
ciudad cada vez más fragmentada se halla muy reducida, posibilitan que
esas personas no estén atrapadas en los cubículos refrigerados cual cáma-
ra frigorífica.
Ahorro de energía
En la ciudad de Bs. Aires también se observa con mayor intensidad el fenó-
meno del derroche de la energía. Los comercios se hallan sobre-iluminados y
aún no se generalizó el uso de leds de bajo consumo. Tampoco el alumbrado
público avanzó con los bajos consumos y con tele operaciones inteligentes.
Los edificios nuevos se construyen súper-vidriados, cuando allí y en los co-
mercios, debería obligarse a colocar vidrios dobles. También cabe insistir en
nuevas normas para el uso obligatorio de materiales más aislantes.
El ahorro de energía en la Argentina no es solo una posibilidad sino tam-
bién una necesidad. El ahorro es posible. Representa un desafío a nuestra
cultura. ¿Es esta meta imposible? Para nada. Brasil lo hizo hace algunos
años, en un contexto de restricción de oferta hídrica y se generó una acti-
tud de ahorro solidaria y responsable de la población. Planificar y Prevenir
son asignaturas pendientes en nuestro país.
Sin duda la responsabilidad mayor es de las empresas distribuidoras dado
su “metier” como prestadoras de este servicio público esencial. Por último,
cabe una apelación a la legislatura para que se debata la modificación de
los esquemas regulatorios de los noventa y otros aspectos de ordenamiento
económico que permitan un control más eficaz y un servicio más eficiente,
que eviten que sucedan estas calamidades.
La culpa es descargar la responsabilidad en el otro, por ello la propuesta en
el modelo nacional y popular es sustituirla por la responsabilidad de todos
y de cada uno.
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Andrés Repar
Se trata del verde en los techos, en las paredes y principalmente de los ár-
boles que poseen una enorme importancia económica además de una serie
de atributos ambientales. En los términos mercantilizados del mundo de
hoy calcular su valor económico en los “verdes” con la cara de Franklin,
es lo que más conmueve a los gestores de los bienes públicos de la Ciudad
de Buenos Aires. Sin embargo hay un “verde” posible donde la cara de
Franklin no sea tan importante… Se trata de una de las batallas que nos
trae el cambio climático y la crisis mundial en nuestra CABA-Ciudad Au-
tónoma de Buenos Aires.
Cada árbol introduce una actividad térmica muy importante en el verano para
su propia sobrevivencia. Extrae agua y minerales del suelo donde las tempera-
turas por debajo del metro se hallan entre 15 y 20ºC y la lleva por sus canales
hacia el tronco y hacia las hojas de su copa. En las hojas se hallan los poros o
estomas por donde se produce la llamada transpiración de la planta y la evapo-
ración al medio. Por distintas acciones químicas y mecánicas las plantas por lo
general evacúan más del 90% del agua extraída del suelo.
Al evaporarse el agua enfría las hojas y con ello la zona cercana a la copa.
“Una investigación del departamento de Ecología Global de la Universidad
de Carnegie concluye que evaporar el agua ayuda a enfriar la Tierra como un
todo, no solo la zona de evaporación, lo que demuestra que la evaporación
del agua de los árboles y los lagos podrían tener un efecto de enfriamiento en
la atmósfera entera” (Environmental Research Letters-Nov 2011).
Efectivamente el árbol en su acción como un “acondicionador de aire” en
el medio urbano adquiere una importancia trascendental en el contexto de
la ciudad futura atada al cambio climático. Es tan importante el ahorro de
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miento del aire cercano se reduce. Se puede medirla en forma sencilla con
un termómetro en la mano, registrando la temperatura bajo la sombra de un
árbol y fuera del área de influencia del mismo. En cuadras con 10 árboles por
vereda de diversos tamaños y especies, cualquiera puede registrar con un ter-
mómetro (si es digital es más rápido) temperaturas debajo del árbol y fuera del
mismo. Ese registro tiene una dispersión de valores que dependen de muchas
variables (temperaturas máximas indicadas por los servicios meteorológicos,
viento, densidad de la copa de los árboles, inclinación del sol, etc.) pero en
promedio concurren a una diferencia entre 5 y 10°C por debajo.
Asumiendo un promedio estadístico de -7ºC por debajo de la marcada por
la Oficina meteorológica, podemos estimar la cantidad de frigorías que es
necesaria para mantener esa diferencia. Esa cantidad Q la calcula la fór-
mula calórica clásica sobre la base de la masa afectada en cuestión, el calor
específico de esa masa (mayormente aire) y la diferencia de temperatura de
esa masa respecto a un exterior asumido. Un volumen del aire circundante
al árbol de 3m de radio y unos 5 m de altura requiere justamente unas
4000 a 5000 frigorías en las horas diurnas. Cuanto más se juntan las copas
de los árboles se produce un enfriamiento mayor y una actuación más
efectiva del árbol-enfriador. En la cuadra las unidades de refrigeración de
los edificios cercanos reducen su consumo de energía por el mejor estado
de pre refrigeración del aire tomado.
En un escenario de veranos de altas temperaturas, la plantación sistemática
de árboles debería ser considerada una infraestructura más y de carácter
obligatorio. Desde ya que los árboles no solo introducen un extraordinario
beneficio con el ahorro de energía sino que filtran el aire, disminuyen la
polución y absorben enormes cantidades de dióxido de carbono (CO2)
generado por ese desarrollo urbano.
Cabe pensar en este contexto un plan nacional de arborización de los cen-
tros urbanos en conjunto con los municipios que acompañe las compras
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El trasvase de agua
La recuperación biológica sería extraordinaria en un cauce que hoy tran-
sitan diversas aguas con contaminaciones intensas. La acción de controlar
los efluentes industriales contaminantes es la tarea final, pero es compleja
y larga por los fuertes intereses involucrados. Por ello el trasvase es una
etapa que se centra en contar con agua con oxígeno disuelto suficiente para
mantener la actividad biológica regenerativa.
El oxígeno disuelto debe ser mayor a 5 mg/litro y ello es posible obtenerlo
con el envío de agua del Paraná que posee muy buenos niveles. El caudal
medio del Riachuelo no es muy grande del orden de 7m3/seg. y en los
estiajes es ínfimo, casi cero. Incorporar agua en dichos períodos evitaría,
además, la decantación de nuevos barros, que se producen al bajar la velo-
cidad de escurrimiento.
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orgánicos, casi un plato servido a las ratas. Posibilitaría una orilla previsible
con accesos y perquisiciones sostenibles. En la cuenca del Matanzas-Riachuelo,
de aproximadamente 220.000 Has, viven 3.500.000 habitantes. Solo el 50%
posee cloacas. Construidas para el 100% hacen a la calidad de vida básica de la
población urbana, pero las aguas contaminadas del río no se resuelven.
Los cauces en tramas urbanas siempre son supeditados a la acción antrópica
de los efluentes industriales que son letales para la vida biológica de los ríos.
Los efluentes entran por cañerías subterráneas. Por ellas desagotan aguas con-
taminadas y los ácidos ennegrecen las aguas del río. Ante aguas claras es posible
facilitar la detección de los lugares de mayores afluentes contaminantes.
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LA VOLUNTAD DE PODER
Cada17 Agosto 2014 (AR)
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Decíamos hace unos meses en este mismo medio que la ciudad es un hecho
humano complejo donde el alma barrial, con prioridad peatonal y bicisen-
das, debe sobreponerse a la ciudad “PRO-Inmobiliaria” con una ciudad
para pudientes y de estacionamientos exclusivos.
La ciudad aún no ha encarado ninguna estrategia o programa anti colapso
automotor. El actual gobierno de la ciudad se niega a diseñar nuevas estacio-
nes de transferencia y estacionamientos masivos en lugares estratégicos de la
ciudad, planteando que en dichos lugares los estacionamientos masivos son
inútiles por la cantidad de autos que deberían contemplar. Entran a la ciudad
más de 1.000.000 de autos por día y no se puede brindar estacionamientos
para todos ellos. Es cierto pero el tema aquí son los picos y los autos que se
dirigen a la zona céntrica son un porcentaje menor a esa cifra.
Lograr una decena de estacionamientos a precios populares posibilitaría
que 50 a 100.000 vehículos reduzcan el colapso en las horas pico y trasva-
sen a los transportes públicos.
Aún con todas estas facilidades la pelea por una cultura de uso mínimo del
auto en las zonas densas de la ciudad no está terminada…
Hace 10 años había un poco más de 5.000.000 de vehículos en el país.
Hoy con la década ganada la población argentina cuenta con más de
10.000.000 de vehículos, es decir el doble que en el 2003. Sin embargo la
clase media que se ha visto así favorecida solo asume críticas denostadoras
hacia la Presidenta de todos los argentinos…
Al duplicarse la presencia de autos en todas las ciudades se presentan
situaciones complejas. Por la CABA circulan alrededor de 2 millones
de autos por día. Ello implica considerar temas de tránsito, temas de
infraestructura, temas de cruces (por ejemplo no debería haber una sola
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dos con patentes que tengan en cuenta la superficie que ocupan. La super-
ficie pública de circulación en la CABA es cada vez más escasa…
Las soluciones se encaminan cada vez más a autos pequeños y seguramente
eléctricos…
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La orilla del Río de la Plata es una orilla a veces descuidada, otras aban-
donada. En el fondo de todo porteño está presente a pesar que primero
la niegue. Es una orilla extrañada, expuesta a obras compulsivas con los
rellenos de escombros y otras a obras como la ampliación de la pista de
Aeroparque, que tira abajo parte de la costanera que es un bello patrimonio
urbano de Buenos Aires. Muy cada tanto aparecen espacios que tienden a
mejorar la relación conflictiva con el río, pero son solo emergentes que no
logran modificar el rumbo de una relación equívoca y maltrecha.
El Río de la Plata es un conjunto adaptativo supeditado a cierto grado de
incertidumbre. Las orillas originales con formaciones de tosca y arcilla des-
aparecieron. Hoy es una traza que ha sufrido modificaciones morfológicas
que han alterado sus fondos y bancos de arena. La acción de las aguas en
el estuario es un sistema complejo con variables diversas que interactúan,
como son sus correntadas, restingas, mareas y sudestadas.
La historia escrita del Río de la Plata y de sus orillas comienza con Juan Díaz
de Solís, un experto marino portugués que navegó hasta la India circunscri-
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La dictadura del 76
Ante las muchas irreverencias de las generaciones jóvenes de los 60 y de los
sueños de una revolución al poder conservador aparecen en los 70, las os-
curidades del subsuelo con personajes siniestros asustados por ese desorden
dinámico que arrastraba a la mayoría de la juventud y que abrazaba la línea
nacional alejándose de la prédica neocolonial.
La dictadura militar, con el pánico a cuestas hizo desaparecer los sentidos co-
munes. Es tan intenso lo que ha ocurrido con la represión entre 1976 y 1981
en todas las capas de la sociedad, que surge la necesidad de un reconocimiento
básico a la memoria como un punto de partida para cualquier planteo funda-
cional y una nueva relación con el Río de la Plata y sus orillas. Un río que los
pueblos originarios lo emparentaban con la “Tierra sin mal”, terminó siendo
un cementerio para los “desaparecidos” y un basurero semi-contaminado.
El actual Parque de la Memoria de las víctimas del terrorismo de Estado,
es un rincón importante de la ciudad. En el ajetreo cotidiano lamentable-
mente pasa casi desapercibido. Sin dudas como referencia contar con una
llama de la memoria en el medio del río posibilitaría una presencia perma-
nente para el nunca más de lo que ocurrió en el río…
En resumen aparecen en este recuento la integración de las raíces de esta
orilla, el libre acceso al río y a la memoria, la alegoría del encuentro de los
inmigrantes con los pueblos originarios de esta tierra, su íntima vincula-
ción con la otra orilla.
El cuento “El Aleph” de J.L. Borges puede ser entendido como una metá-
fora acerca de las posibilidades que el hombre tiene de construir o llegar a
alcanzar una concepción, su Universo. Nos proporciona en ese “punto del
espacio que contiene todos los puntos”.
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Estos días vimos dos inundaciones, una producto de grandes lluvias en vas-
tas áreas de la provincia de Buenos Aires y otra de políticos de la oposición
al actual gobierno en vastos medios de información...
Una es producto de un fenómeno meteorológico de carácter excepcional y
la otra producto de una actuación virulenta con acusaciones infundadas de
imprevisión de los gobernantes.
Es conocido que las obras hidráulicas realizadas por lo general no prevén
fenómenos excepcionales, por ello aún en los países muy desarrollados se
ven afectados por fenómenos meteorológicos y se producen diversos da-
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1.- Son necesarias y urgentes: una revolución mental en los hombres, es-
pecialmente en los dirigentes de los países más altamente industrializados;
una modificación de las estructuras sociales y productivas en todo el mun-
do, en particular en los países de alta tecnología donde rige la economía
de mercado, y el surgimiento de una convivencia biológica dentro de la
humanidad y entre la humanidad y el resto de la naturaleza.
2.- Esa revolución mental implica comprender que el hombre no puede
reemplazar a la naturaleza en el mantenimiento de un adecuado ciclo bio-
lógico general; que la tecnología es un arma de doble filo, que el llamado
progreso debe tener un límite y que incluso habrá que renunciar a alguna
de las comodidades que nos ha brindado la civilización; que la naturaleza
debe ser restaurada en todo lo posible, que los recursos naturales resultan
aceptables y por lo tanto deben ser cuidados y racionalmente utilizados por
el hombre; que el crecimiento de la población es aumentar la reducción
y mejorar la distribución de alimentos y la difusión de servicios sociales
como la educación y la salud pública, y que la educación y el sano espar-
cimiento deberán reemplazar el papel que los bienes y servicios superfluos
juegan actualmente en la vida del hombre.
3.- Cada nación tiene derecho al uso soberano de sus recursos naturales.
Pero, al mismo tiempo, cada gobierno tiene la obligación de exigir a sus
ciudadanos el cuidado y utilización racional de los mismos. El derecho a la
subsistencia individual impone el deber hacia la supervivencia colectiva, ya
se trate de ciudadanos o pueblos.
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público sobre el privado (en particular el que usa los rieles), uso intensivo
de las bicicletas subsidiadas con un verdadero plan de 500 Km de bicisen-
das seguras y amigables, etc.
Todas estas propuestas son medidas que mejoran notablemente nuestro
ambiente, es un acción militante que se enmarca en los mensajes ambien-
tales arriba expuestos. En definitiva nuestro movimiento adhiere a la defi-
nición tanto de Francisco de “cuidar la casa común con una valiente revo-
lución cultural” como la del Gral. Perón de transformar la ciudad “cárcel”
actual en una ciudad jardín del futuro.
Octubre es el mes del inicio de nuestra revolución y es el mes del renacimien-
to primaveral anual donde los jardines se expresan con mayor intensidad.
Podría ser legislado como el mes de una “Buenos Aires-Ciudad-Jardín”…
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PARTE 2
Hacer ciudad.
La construcción
del poder
Artículos de Pedro Conrado Sonderéguer (pcs)
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Pedro Conrado Sonderéguer
A fines del pasado mes de Julio llegó a Buenos Aires el porta-contenedores Cap
San Nicholas (Hamburg Süd), de 332 metros de eslora y 48,2 de manga, con
una capacidad de carga de 9.700 TEUs, y atracó en la Terminal 4 de Puerto
Nuevo de Buenos Aires. El Cap San Nicholas tiene un calado máximo de 14
metros y su porte bruto es de 124.500 toneladas. Es el barco más grande que
haya entrado nunca al puerto de Buenos Aires, algo que, al mismo tiempo,
muestra un alto nivel de eficiencia operativa, y marca un límite: necesidad de
ampliar las infraestructuras portuarias para mantener competitividad.
Se reabrió así un viejo debate en torno al puerto de Buenos Aires, su mo-
dernización, su rol en la región, las posibilidades de sus terminales, debate
iniciado en los años ’90 del siglo pasado con la transformación de Puerto
Madero en un área de servicios y hoteles de alta gama y la progresiva pér-
dida de protagonismo de Buenos Aires como gran puerto del Cono Sur,
en beneficio de los puertos del sur del Brasil y otros puertos de la región
(Montevideo y Zárate). La desafectación de Puerto Madero impactó pro-
fundamente en la centralidad de Buenos Aires, puso en cuestión la infraes-
tructura ferro-portuaria, tornó inoperantes las conexiones del Ferrocarril
Sarmiento con los muelles (empujando un poco más el sistema ferroviario
a su crisis) y, como consecuencia no prevista, devolvió a la Cuenca del
Matanza-Riachuelo su rol histórico de eje del desarrollo metropolitano.
Este conjunto de circunstancias inauguró para la zona sur de la ciudad una
amplia ventana de oportunidad, al revalorar los accesos al puerto desde el
sur, hecho que se expresó en el nacimiento y crecimiento del puerto de
Exolgán, la revitalización del Corredor Puerto-Aeropuerto en la Cuenca
del Matanza-Riachuelo y la renovación de las posibilidades de comple-
mentación con el puerto de La Plata.
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a pymes y a familias sin trabajo regular y sin ingresos seguros (Está claro,
sin duda, que por eso mismo se las expulsa). ¿Por qué no llevar entonces el
debate a otro plano, más sencillo? Un debate sobre valores básicos de soli-
daridad, valores que durante generaciones formaron parte de lo positivo de
nuestra sociedad. Un debate sobre la falta más elemental de conciencia am-
biental y la voluntad más agreste de poder y capricho por encima de la ley.
Es un problema en este sentido simple. Las empresas contaminan. Conta-
minan porque producen. Cuando producen generan riqueza. El Riachuelo
tiene miles de empresas que contaminan, porque tiene miles de empresas
que generan riqueza.
El eje del debate, entonces, debería ponerse en el egoísmo que impide
que esa riqueza se revierta en el medio geográfico que permite generarla, y
repare sus daños. Deberían ser palabras simples. Desde un lenguaje jurídi-
co: legalidad y justicia. Desde un lenguaje religioso: amor y generosidad.
Desde un lenguaje ético: solidaridad y respeto propio. Desde un lenguaje
económico: incorporación de externalidades y rentabilidad futura.
Hay un momento en que los problemas sociales y económicos llegan a tal
punto de cristalización, que se expresan en demandas complejas pero de
formulación simple. Nuestra historia nos muestra varios momentos así:
Organización Nacional, dijo el país en la segunda mitad del siglo XIX;
Democracia, dijo la sociedad a comienzos del siglo XX; Justicia Social, dijo
la democracia en 1945. Hoy, esas tres palabras permanecen.
Hoy la cuestión del Riachuelo ha alcanzado tal nitidez dentro de su fétida
atmósfera, que es posible que estemos en las vísperas de una síntesis seme-
jante. Entretanto, podemos hacer nuestra una frase pronunciada repeti-
damente desde hace siglos, para poner así la cuestión en su verdadera di-
mensión de profunda injusticia. Podemos decir: ¿Hasta cuándo esta locura
seguirá riéndose de nosotros? ¿Cuándo se detendrá la avaricia? Catilinaria
que expresa también en este caso el abismo de un egoísmo ciego y sin
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A fines del año pasado Usaín Bolt corrió contra un colectivo del Metro-
bus 9 de Julio, exaltando así uno de los mayores logros del gobierno de
la ciudad autónoma. Por los mismos días, en entrevistas y conferencias
dadas en la Facultad de Arquitectura de la UBA, en la Sociedad Central de
Arquitectos, en Tiempo Argentino, en otros diarios, el urbanista catalán
Jordi Borja, ante la pregunta de cómo veía a la ciudad, contestó: “Creo que
lamentablemente, desde hace ya muchos años se ve una pobreza intelectual
tremenda en lo que hace a la gestión de los gobernantes. Con Macri llegó el
liberalismo urbano, que no tiene una verdadera idea de ciudad. Tiene una
política de hacer negocios”. Jordi Borja es un viejo conocedor de Buenos
Aires. Rodeado del prestigio de la renovación de Barcelona entre 1983 y
1995, geógrafo y urbanista, escritor famoso, Jordi Borja acompañó la re-
novación de las principales ciudades latinoamericanas desde los años 1980,
prodigándose en consultorías no siempre escuchadas. ¿Por qué esa frase? Y,
sobre todo, ¿cuál es la importancia del Metrobus?
Digamos que Buenos Aires se estructura en la combinación de dos órdenes
territoriales distintos, siguiendo lógicas dictadas por la geografía, el desa-
rrollo económico y la herencia histórica:
a) sobre el Río de la Plata, el eje Norte-Sur, lógica del corredor econó-
mico La Plata-Rosario, expresado en el corredor que, interrumpido por
Puerto Madero, conecta la ciudad con La Plata (Autopista La Plata) y
con Zárate, (Rutas 8 y 9),
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b) hacia el interior, traza histórica de las tierras altas, soportes de los ferro-
carriles y carreteras, sostén de la trama urbana que desemboca en el puerto.
Estos dos sistemas, complementarios cuando no contradictorios, rigen el
desarrollo del espacio urbano.
En la primera mitad del siglo XX la ciudad liberó el espacio de la Av. 9 de
Julio, entre el Barrio Norte y el Barrio Sur, levantando el Obelisco, constru-
yendo un verdadero pulmón en el centro urbano: la avenida más ancha del
mundo, siguiendo un esquema de avenida central y calles laterales, separadas
por árboles y anchas bandas verdes. Durante la última dictadura la 9 de Julio
fue prolongada torpemente, destruyendo áreas de gran valor patrimonial, la
antigua trama de Barracas, al Sur y el entorno del pasaje Seaver, al Norte. En
los años ’90, un cuidadoso trabajo de diseño urbano sumó árboles, plazoletas
y espacios verdes. Ese es el escenario del Metrobus.
La vitalidad de ese sistema dual (radial/lineal) es extraordinaria. La fuerza
centrífuga del orden radial expande los alcances de la ciudad y la vincu-
la profundamente con la región y con el mundo. Al mismo tiempo, la
tensión de los dos sistemas potencia los puntos de encuentro (plazas y
parques, cruces de calles, terminales de transporte). Un esquema similar se
encuentra en otros grandes puertos que son a la vez cabeceras de cuencas
agro-exportadoras y poderosos centros industriales y financieros (Chicago,
por ejemplo, que desde 1909 –Plan de Burnham- ordena su crecimiento
compensando la fuerza de esos dos sistemas). En el caso de Buenos Aires,
la Av. 9 de Julio es expresión de esa complejidad.
Así, en una escala barrial, el espacio se organiza en torno a la contradic-
ción o complementación de esos órdenes (rotondas, plazas, parques) y,
en una escala regional, la ciudad se organiza siguiendo los grandes ejes de
transporte (carreteras, trenes, puerto, aeropuerto) y su interacción con la
región (Río de la Plata, ciudades del sur del Brasil, tráfico terrestre, aéreo
y marítimo).
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ción del más rico sobre el más pobre, mucho más brutalmente que en otros
barrios, y lo peor es que ese estado de cosas parece haberse naturalizado.
Hoy, recorrer La Boca es una amarga experiencia: la miseria más desguar-
necida convive, yuxtapuesta, con lujosas fundaciones y rutilantes centros
de exposiciones. Sobre el espacio público de la ribera se apiñan crecientes
villas de emergencia y poderosas empresas. Todas las manifestaciones de
la marginalidad se han integrado al paisaje urbano. El barrio que hace no
tantas décadas era un amable territorio de cantinas y talleres, es hoy un área
de contrastes que no siempre es aconsejable recorrer de noche.
La Boca es esa antigua zona baja e inundable de la ciudad al sur de la
barranca de Lezama, natural área portuaria entre la cuesta de las tierras
altas y el río. Zona anegadiza, de pantanos e inundaciones recurrentes, po-
blada, desde los tiempos de Rosas, por italianos de la Liguria, anarquistas
y socialistas italianos de Génova, que trajeron con ellos no solo el acento
y los cantos de su tierra sino también las ideas de Mazzini y Garibaldi, el
reclamo de libertad y los sueños de la Joven Italia.
¿Es legítimo pensar que puede haber en el sur urbano que La Boca inte-
gra una continuidad entre ese pensamiento libertario del siglo XIX, las
luchas sociales del siglo XX (Alfredo Palacios en 1904, la Semana Trágica
en 1919, la Federación anarquista en los años ‘30, el cruce del Riachuelo
en el ’45, los hoy tantas veces mencionados años ‘70) y los próximos años,
en un territorio donde la pugna por la ocupación del suelo se da con tanta
impunidad? ¿No es acaso imprudente o ingenuo pensar que pueda haberse
borrado por completo aquella memoria?
Dos cosas explican las ciudades: el poder geográfico del sitio y el poder
cultural de la sociedad que allí se instala. ¿Hasta qué punto la globaliza-
ción, que tantas cosas está cambiando en las ciudades, puede cambiar eso?
Persistencia de la memoria, continuidad. La Boca se benefició siempre, en
su conformación cultural, del aislamiento heredado de la geografía: terre-
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nos por debajo de la cota 5 s.n.m., delimitados hacia el este y el sur por las
aguas (Río de la Plata, Riachuelo de los Navíos) y hacia el norte y el oeste
por zanjones, pantanos y tierras altas (Arroyo del Piojo, Barranca de Santa
Lucía). Hasta iniciado el siglo XX, a La Boca se entraba prácticamente
solo por la calle Larga de Barracas (Av. Montes de Oca) y por la actual Av.
Almirante Brown.
Contrariando una larga tradición contestataria (libertaria y socialista pri-
mero, radical y peronista después), parece haberse establecido hoy en La
Boca una rara naturalización de las peores condiciones del status quo: lla-
mados a remar en el río más contaminado del mundo, invisibilidad de la
pobreza y la marginalidad juvenil, droga, invisibilidad de asentamientos
precarios ubicados no ya en terrenos baldíos sino directamente en el espa-
cio público. Gentrificación a los ponchazos. Invasión desprolija y desaten-
ta: hoy como ayer, vergüenza del olvido, la incuria y el dinero.
Las intervenciones de la alta cultura en La Boca adquieren así rasgos extra-
ños. La usina eléctrica mayor de Sud-América (en otros tiempos) conver-
tida en Usina del Arte, la fundación Proa, la mascarada de Caminito no
son, es obvio, proyectos para los vecinos: son enclaves, cuidados paradores
a donde van, con la tranquilidad del forastero al que se le ha asegurado
la asepsia, extranjeros y vecinos de otros barrios. A pocos metros de esos
lugares, la miseria, la vida en la calle. No es necesario que sea así. La in-
diferencia y el despojo brutal no son condiciones necesarias de la ciudad.
Incluso un proceso de renovación de habitantes puede ser un ejemplo de
gentrificación bien conducida, que busque generar espacios y mecanismos
de transición consensuada.
El proceso actual ha introducido la ruptura como elemento omnipresente
en La Boca: ruptura en los usos del espacio público, en la continuidad de
las fachadas, en las actividades y empleos. Ruptura patrimonial y ruptura
social. En cualquier cuadra de La Boca hoy, las antiguas casas de chapa y
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Múltiples desafíos
Se cumple este año el vigésimo aniversario de la reforma constitucional de
1994, convocada por la Ley 24309, que preveía la elección directa del Jefe
de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, abría el camino a la autonomía
de la ciudad y ponía sobre el tapete cuestiones fundamentales referidas a las
facultades de gobierno, administración y justicia. Siguiendo ese camino,
en diciembre de 1995, la Ley 24620 dio lugar a la reunión de la Asamblea
Constituyente, que a partir de Agosto de 1996, integrada por 60 repre-
sentantes electos de los principales partidos políticos, organizados en 11
comisiones de trabajo, elaboró en 2 meses la Constitución de la Ciudad
de Buenos Aires. Un proceso complejo y saturado de información tendía
a dar respuesta a los múltiples desafíos que los nuevos escenarios globales
planteaban a la ciudad: cuestiones políticas y económicas, cuestiones de re-
presentatividad y de gobernabilidad, cuestiones de renovación necesaria de
infraestructuras y equipamiento, a toda escala (local y regional). El amplio
espectro de participantes y temas a tratar estuvo orientado por el llamado
Núcleo de Coincidencias Básicas de la Ley 24309, que aspiraba a ampliar
los mecanismos de participación ciudadana y autonomía gubernamental,
renovando las condiciones de la gobernanza en la ciudad, modernizándola
sin salir de los lineamientos generales históricamente establecidos, en un
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Planificación urbana
Demasiada información destruye la información. Las 11 comisiones en-
cararon su trabajo sin advertir o sin dar importancia al hecho de que en
esa asamblea quedaba de lado la cuestión territorial, que tanta resistencia
había despertado a lo largo de los dos siglos anteriores en la relación de
la ciudad con el conjunto de las provincias. Los límites territoriales no se
modificaban. El puerto permanecía bajo jurisdicción nacional, así como
los terrenos de las infraestructuras de alcance nacional que atravesaban la
ciudad. Los mecanismos de intervención urbana concertada, desarrollados
en otras ciudades, que hubieran facilitado la perspectiva metropolitana,
fueron minimizados. El foco de la atención era jurídico-político, la discu-
sión mayor fue sobre los alcances de la administración de justicia y el poder
de policía. De esta forma, una de las atribuciones centrales de la ciudad,
la planificación urbana, se veía desde el comienzo seriamente limitada. En
conjunto, sin embargo, el nuevo estatuto constituyente de la ciudad re-
sultaba novedoso. La Ciudad Autónoma entraba así en el nuevo siglo con
credenciales en principio prometedoras.
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Territorio en transformación
Quedó así en Buenos Aires fuera del horizonte la renovación territorial
sobre la que habría de ejercerse el gobierno, algo que es la cuestión esen-
cial de este cambio de época. Desde fines del siglo XX el impacto de la
globalización sobre el territorio supone modificaciones profundas en la
economía, en el mundo del trabajo y en la vida cotidiana. Traslados, re-
lación con el espacio público y privado, comunicaciones en continua re-
novación, modifican la percepción y los usos de la ciudad. En ese aspecto,
las transformaciones del escenario se parecen más a fines del siglo XIX que
a mediados del siglo XX. Estamos en algún sentido más cerca de 1871 o
1886 que de la Constitución de 1949. Más cerca de la Comuna de París o
de Haymarket Square que de la consolidación del Estado de Bienestar. La
turbulencia social urbana convertida en una constante es una expresión vi-
sible de este proceso. Lo territorial en transformación incide directamente
en la gobernabilidad de la ciudad.
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HACER CIUDAD
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dad conoció, a lo largo del siglo pasado, aunque con accidentes, un proceso
que durante varias generaciones fue más de integración que de separación:
la conquista gradual del espacio público, la expansión de las áreas comunes
de esparcimiento, la consolidación de infraestructuras de servicio, salud,
educación. Hoy esa imagen histórica está en cuestión, en todo el mundo.
En el ‘900, en un mundo todavía mayoritariamente rural, la Argentina era
ya un país altamente urbanizado. Después, a lo largo de las décadas que
sucedieron a la Primera Guerra, dos procesos que marcarían el siglo XX
-las luchas por la justicia social y la definitiva urbanización de la sociedad-,
encontrarían una muy clara expresión en la sociedad argentina: el peronis-
mo como vehículo de las reivindicaciones sociales y la consolidación de
un sistema urbano de influencia regional y alcance global. La Revolución
y la Ciudad tuvieron así su expresión local. Después, por razones de difí-
cil comprensión, estos dos procesos se desencontraron. Ese desencuentro
marca todavía la cuestión urbana en nuestro país y está probablemente en
la raíz de esa peculiar disfuncionalidad política que las grandes ciudades
tienen hoy en el territorio, justo en el momento histórico en que las ciuda-
des juegan un renovado rol regional y global como nodos de un sistema de
flujos mundiales (mercaderías, personas, divisas, información).
Hoy vivimos un tiempo en el que las ciudades, junto con un protagonis-
mo global, viven un compás interno de fragmentación y segregación. La
consistencia misma de las ciudades se ve así puesta a prueba, en todo el
mundo. No es consuelo el saber que los mismos procesos de segregación se
dan en otras latitudes. Los asentamientos precarios, las villas, la ciudad de
varias velocidades, los privilegios de todo tipo, han instalado las barreras al
interior de la ciudad contemporánea. En otras ciudades, ese fenómeno de
segregación fue la continuidad de una realidad pre-existente. Entre noso-
tros fue un elemento nuevo. Así, en las últimas décadas un nuevo actor ha
irrumpido en la conformación del área urbana de Buenos Aires. Desafian-
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ción de la ciudad: la más evidente y la más frágil. Los grandes edificios y las
grandes infraestructuras resisten más y mejor los altibajos de la evolución
urbana, y, al mismo tiempo, sus vicisitudes pueden disimularse y hasta pa-
sar a un segundo plano o al olvido. Pocos recuerdan hoy en Buenos Aires
las instalaciones de baños públicos ocultas bajo las superficies de las plazas
o en los grandes puentes y estaciones ferroviarias, los ramales de subterrá-
neos desactivados que terminaban en el puerto, la compleja estructura de
balnearios y cafeterías que se pierden entre las torres de Puerto Madero y
la Reserva Ecológica, pero, en cambio, la tenue red de paradas de colec-
tivos, refugios, carteles de calles, pantallas de anuncios, planos de barrios,
indicadores de transporte colectivo, paradas de taxi, cabinas telefónicas,
buzones, bebederos y bancos de plaza, papeleras, juegos para niños, are-
neros, estacionamientos de bicicletas, relojes públicos, canteros, bolardos
y rejas (para proponer una enumeración desordenada e incompleta), ese
primer contacto del habitante con la ciudad, conforma la línea más visible
de las políticas públicas y es también el sensor más sensible del estado de
la ciudad, la imagen y expresión de la fortaleza de su proyecto común. En
todo el mundo esta frágil infraestructura conoce altibajos y rupturas, mo-
mentos de unidad y esplendor y períodos caóticos de confusión y degra-
dación. En Buenos Aires, el largo período que va de los años 20 a los años
60, para tomar un tiempo amplio y sin duda discutible, se caracterizó por
una sólida evolución que dio a la ciudad una consistente imagen y buenos
servicios en prácticamente todos los barrios. Hoy podemos pensar, en un
primer análisis, que esa imagen pareja ha sido sustituida por la disonancia
y el caos: rejas de jardines y parques, bolardos y canteros, bancos de plaza y
bebederos, papeleras, buzones, cabinas telefónicas y paradas de colectivos,
ostentan una permanente variedad y creatividad divergente, ocurrencias
que solo contribuyen a la confusión, sumadas a la cambiante y con fre-
cuencia superpuesta y repetida imagen de los carteles y nombres de calles,
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LA CIUDAD Y EL RÍO
Cada 17 N°60 - Septiembre 2014 (PCS)
Desde los orígenes, Buenos Aires estableció con el río (abierto al mundo exte-
rior) y el campo (abierto a las vastas llanuras interiores), una relación determi-
nada por su condición portuaria. Punto de llegada de los territorios de ultra-
mar, punto de salida de la producción del interior, su costa fue desde siempre
un área productiva, ámbito de trabajo y sede del poder. Destino compartido
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por todos los grandes puertos del mundo, propio del puerto más austral del
mundo. Plataforma urbana, interface que representó, durante siglos, ese par-
ticular ámbito de conexión entre el Viejo Mundo y el Mundo Nuevo, entre el
pasado y el futuro, entre los modelos heredados y las utopías a construir. Esa es
también, de paso, la primera razón por la que es un ingenuo error insistir sobre
el carácter europeísta de esta ciudad: si sus constructores fueron, de hecho,
europeos trasplantados (españoles, italianos, franceses y un largo etcétera), su
vocación profunda fue la de ser un nexo con el territorio americano.
Esa condición fue desde siempre un llamado a la palabra, voluntad de
consignar su destino en unas pocas frases, que eran también una visión del
mundo, una cosmogonía, cuando no un programa de gobierno y una ci-
frada declaración de contenidos políticos e ideológicos. Puerta de la tierra,
dijeron los primeros pobladores, que vieron en el puerto de Santa María
de los Buenos Aires el camino a la plata del altiplano boliviano, el Alto
Perú de la Colonia. Hermana mayor de nuestras ciudades, se dijo en 1810,
cuando el Cabildo de Buenos Aires encabezó la rebelión del Río de la Plata
y la Guerra de Independencia frente a los ejércitos del Rey de España. Ca-
beza de Goliat, se protestó más tarde, cuando el desarrollo y el esplendor
de la Capital contrastaban cada vez más con el retraso de las provincias.
Capital del Imperio inexistente, balbucearon algunos visitantes extranjeros
asombrados. La gran ciudad sobre el río inmenso, la ciudad junto al río
inmóvil, la Reina del Plata, derivó luego en una serie de frases menores,
que buscaban una explicación a una historia que devenía más y más inex-
plicable, a medida que caía la segunda mitad del siglo XX.
Citando de memoria, es posible recordar a Arturo Jauretche, cuando, ba-
sándose en Guillermo Guglielmino, citaba, entre las zonceras argentinas,
aquella forma antigua del hablar porteño, que cuando iba al campo, es
decir, al interior del país, decía que iba afuera: salía de la ciudad, quizás
porque el hablar de todos los días contenía todavía la memoria del desier-
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to, del vasto campo abierto. Se salía, entonces, de la ciudad: estaré afuera
unos días. Había ambigüedad en esos términos, que dependían también
del punto de vista, la edad y la localización del observador.
Sería difícil establecer, aun de manera aproximada, el preciso momento
en que, entre nosotros, las palabras comenzaron a convocar las cosas, más
que a nombrarlas, el momento indefinible en el que el lenguaje empezó a
ser un modo de estimular la realidad. Es una cuestión vieja. Ya Leopoldo
Marechal, en Adán Buenosayres (1948), nos introducía a la búsqueda del
sentido perdido de nuestras comunicaciones. Fenómeno que nos lleva al
terreno de lo imaginario y que quizás fundamenta o explica la literatura de
América Latina. En el caso de la ciudad, es el inmenso poder de lo urbano
lo que da fuerza a las palabras. La ciudad, que es, en palabras de historia-
dores y estudiosos del siglo pasado, tiempo consolidado, historia hecha
piedra, un drama en el tiempo más que un punto en el espacio, transfiere
su vitalidad a las palabras que intentan describirla. Quizás haya en esa ope-
ración un juego de fuerzas del que no somos siempre conscientes.
Luego, en un tono menor, más cercanos en el tiempo y llevando las cosas al
nivel histórico que les correspondía, los años noventa del siglo pasado des-
ataron una tormenta de palabras en torno a un par de frases, para encubrir
operaciones que desde entonces modelan la ciudad que vivimos: “la ciudad
da la espalda al río”, se dijo, aludiendo al frente productivo que ocupaba
la costa con diques, muelles, silos, galpones, grúas y otros instrumentos
de la actividad portuaria. “La ciudad debe liberar su water-front”, repetía
a su turno la academia, mirando con entusiasmo las operaciones inmobi-
liarias que por esos años se realizaban en Londres o Nueva York, los dos
principales centros financieros del mundo y anhelando reproducirlas acá.
Barcelona, que por entonces remodelaba exitosamente su puerto con una
perspectiva metropolitana que consolidó su posición en el Mediterráneo,
sirvió de pretexto o de ejemplo parcial e incompleto.
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¿En qué han resultado hoy esas operaciones, en Buenos Aires? La costa no
es menos ajena hoy que antes, o incluso lo es más, cuando se compara la
popularidad de la Costanera Sur en los años 1950 con las desoladas veredas
que hoy languidecen entre las torres y hoteles de lujo de Puerto Madero
y la Reserva Ecológica. Comparación que sigue siendo desfavorable si op-
tamos por comparar, el mismo día y a la misma hora, la concurrencia en
Costanera Norte (que mantiene su diseño original) y en la Costanera Sur
actual, posterior al proyecto de Puerto Madero y a la Reserva Ecológica.
Los resultados no han sido los prometidos o esperados y en ese mismo in-
esperado devenir ha disminuido la recurrencia de aquella frase. Al mismo
tiempo, la actividad portuaria se ha desplazado de la ciudad a otros puntos
de la costa (Avellaneda, Zárate) o directamente a Montevideo, llevándose
así el problema a otra parte, junto con sus beneficios (trabajo, divisas).
Las ciudades-puerto son complejos y articulados espacios de comunica-
ción, interfaces en las que los intercambios se suceden, materiales y vir-
tuales, desde el comienzo. Noticias y mercaderías, hombres y armas, téc-
nicas y políticas han dado allí sus primeros pasos en el Nuevo Mundo
(VEP N°47-48: Cartagena-Veracruz, ciudades-puerto en la globalización,
México, 2013). Ese ámbito multicultural y multifuncional (producción,
gobierno, comercio, defensa) contiene un frente altamente técnico e inten-
samente especializado: ese frente es el puerto, y ocupa, necesariamente, la
costa en su espacio central.
En el mundo actual, ciudades como Barcelona o Marsella, o, en América
Latina, Montevideo o Veracruz, han sabido comprenderlo, impulsando
su modernización y adaptación a las necesidades actuales del transporte
marítimo. Por ese camino, el puerto de Montevideo, hoy, capta de manera
creciente una parte importante del movimiento de carga del estuario del
Río de la Plata. Hay allí una cuestión de puestos de trabajo, divisas, creci-
miento. Así, una operación inmobiliaria exitosa puede esconder un fracaso
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urbano. Y el corto plazo puede disimular una deriva. Con lo que volvemos
al comienzo de esta nota. Desde los orígenes, Buenos Aires estableció con
el río una relación signada por su condición portuaria. Mantenerla y ade-
cuarla al signo de los tiempos, es decir, a la tecnología y necesidades con-
temporáneas, es una necesidad de su condición como ciudad.
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Así, una ciudad que tenía una larga tradición de expansión de su juris-
dicción (1852, 1880, 1887, 1985), optó por fraccionar sus herramientas
de gobierno. Hoy, 20 años después, la discusión puede ser saldada por la
realidad. En una enumeración rápida:
a) la cuestión del puerto sigue siendo un gran problema no resuelto de la
ciudad, que entretanto ha perdido competitividad en favor del Puerto de
Montevideo, que se ha renovado con talento y capta hoy parte importante
del movimiento de contenedores del Río de la Plata. Esta carga se debe a
la economía argentina y su manejo en Montevideo representa puestos de
trabajo y divisas perdidas para Buenos Aires.
b) la inconclusa autopista Norte-Sur y el intenso movimiento de camio-
nes que supone sigue siendo un problema, con impacto sobre la trama
central de la ciudad.
c) las comunas no terminan de encontrar su función cabal, quizás porque
no responden a una verdadera necesidad de la ciudad. La descentralización
administrativa básica pudo realizarse sin desarrollar en su totalidad la cons-
trucción de las comunas.
d) los bordes de la ciudad, sobre todo en el sur (ribera del Riachuelo) siguen
siendo una zona de nadie, lugar de contaminación, descontrol industrial
y marginalidad social, sin que la ciudad logre encontrar una solución para
tierras potencialmente muy valiosas y hoy presa de todas las especulaciones.
e) los problemas de la continuidad natural de las actividades de la ciudad
real y sus consecuencias (transporte, residuos, servicios) siguen sin encon-
trar soluciones estables.
A esto se suma una gran paradoja: la paradoja de la política, que ha creado
en la ciudad central un núcleo opositor a las políticas del gobierno nacio-
nal, cuando en realidad el conjunto de la población metropolitana (unos
12 millones de habitantes) es mayoritariamente favorable al gobierno na-
cional y, en una mirada más focal, también lo son el conjunto de habi-
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En medio de una gestión que transcurre siguiendo las modas al uso en las
grandes ciudades contemporáneas: énfasis en el transporte público, calles
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No hay duda, al mismo tiempo, que con este gesto el ejecutivo de la Ciu-
dad Autónoma muestra una vez más su principal acierto: entender que la
gestión de la ciudad es una gran plataforma de construcción política, y por
añadidura simple, a condición de no meterse con los grandes y comple-
jos temas estratégicos que realmente interesan a Buenos Aires (gravitación
regional, rol del puerto en el estuario del Río de la Plata, competencia o
complementariedad con los puertos del sur del Brasil, interacción con el
conurbano bonaerense, integración metropolitana de servicios de salud:
ámbitos donde la ciudad viene perdiendo sistemáticamente posiciones) y
jugar en cambio con las renovaciones de menor alcance, necesarias pero no
suficientes. En esto el ejecutivo porteño ha demostrado un buen manejo,
sobre el que ha sabido construir poder, ante la indiferencia o la resignación
del conjunto de las restantes fuerzas políticas.
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príncipe, sujetos al anacronismo de las ideas de los otros y objeto del peso
del costo de la tierra y del retorno de la inversión, han arrojado más pla-
nificación inútil que certezas, más desorientación que ideas urbanas du-
raderas. La opción para la ciudad vuelve a ser, quizás, la del ensueño y
la intuición, atemperados por la despojada observación de las cosas y de
la sociedad. ¿Será entonces este tiempo el tiempo del agotamiento de la
expansión exploratoria y estaremos en las vísperas de un movimiento de
concentración virtuosa: balance e inventario? ¿Habrá agotado la política
urbana su exploración sin rumbo, su acumulación de poder personal y de
problemas públicos, para abocarse a la construcción de un proyecto colec-
tivo de ciudad que retorne a Buenos Aires al trabajo y a la salud, sanee las
escuelas, eduque a los hospitales, otorgue vivienda a los que han quedado
reducidos a vivir en plazas y zaguanes (cuando no simplemente apoyados
contra la pared en la vereda) y tienda líneas comunes hacia el futuro? Es lo
que la ciudad se juega este año.
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BIBLIOGRAFÍA
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SONDERÉGUER, Pedro C., México-Buenos Aires, el combate de nues-
tras ciudades. Premio de Ensayo Editorial Punto de Vista, España, 2014
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Fue Umberto Eco, hace ya casi medio siglo, el mayor profeta de la llega-
da de una nueva era en las relaciones internacionales, cuando publicó, en
1972, un ensayo que llamó Hacia la Nueva Edad Media, después recupe-
rado, hackeado y difundido por Internet (http://andrescapelan.blogspot.
com.ar/2008/11/99umberto-eco-la-nueva-edad-media.html).
Con ese título se apropiaba de una idea que circulaba entonces por el mun-
do: estábamos en las puertas de una nueva configuración global del poder,
donde las ciudades serían protagonistas. Unos años más tarde popularizó
esa visión con su novela El Nombre de la Rosa (1980), trasladada al cine en
1986: las ciudades y el conocimiento serían los nuevos factores decisivos.
Con una alusión a Jorge Luis Borges en el personaje del bibliotecario ciego,
el argumento tuvo un enorme impacto en la Argentina (aunque no en la
agenda política). Años después fue el turno de la sociología urbana, y La
Ciudad Global (1991), de Saskia Sassen, profundizó y caracterizó esa per-
cepción de la cultura y la literatura. La idea recorrió el mundo: hacia el año
2000 urbanistas como Jordi Borja repetían en sus conferencias, como un
hecho ya no discutible, que las ciudades competían con los antiguos esta-
dos nacionales, en algunos casos con ventaja, como cuando el presupuesto
de una gran metrópolis resulta superior a los de varios países pequeños.
En todos estos casos, Buenos Aires, temprana metrópoli de América del
Sur, se las arregla para estar de alguna manera presente: ciudad de exilios y
refugios, bibliotecas y universidades.
Exilios y refugios, en efecto, porque si la ciudad se ha vuelto protagonista, ha
sido en medio de profundas mutaciones sobre las que se sostiene desde hace
décadas un complejo debate: se habló, entre fines de los sesentas y los ochen-
tas, de la muerte de la ciudad: la ciudad había muerto, y vivíamos en un con-
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escasa inteligencia): del golpe de 1966 a la Noche de los Bastones Largos, del
Estatuto de la Revolución Argentina a la clausura de los hoteles alojamiento.
Quizás en esa década la ciudad perdió el rumbo. Ocurrieron en los sesentas,
entre tantas otras cosas, dos cosas inesperadas: Sudamericana publicó, en
mayo de 1967, la primera edición de Cien años de soledad y pocos meses
más tarde, en octubre, en Bolivia, murió el Che Guevara, cerrando el ciclo de
su leyenda. Entonces la gran ciudad despertó a su sueño rural y latinoame-
ricano: despertó a su sueño, porque ese ensueño fue vivido como una nueva
vida (“despierto vivo entre las ráfagas del mar”).
En 1984, terminada la dictadura, irrumpe la excepción argentina en la cues-
tión urbana: puede pensarse que después de décadas de violencia institucio-
nal y ruptura recurrente de la vigencia de la Constitución, la práctica política
se había separado de la gestión de la cosa pública y la vida académica se había
desentendido de la indagación de la realidad inmediata. Sea como fuere, la
ciudad marcó un camino propio: en un tiempo de metropolización crecien-
te, es decir, en un tiempo de expansión urbana organizada como redes y
nodos que priorizaban en todo el mundo la ampliación de las jurisdicciones,
Buenos Aires optó por la autonomía de la ciudad central, y en un tiempo de
multiplicación de las conectividades, Buenos Aires optó por la destrucción
de los ferrocarriles y la disgregación del puerto (los sindicatos de camioneros
y los piqueteros de la periferia entendieron mejor el nuevo escenario).
La ciudad pagaría muy caro esos lujos: así, cuando la economía global dejó
de ser una discusión para imponerse como una realidad que modelaba los
flujos comerciales, la antigua gran ciudad-puerto vio cómo la carga y los
puestos de mando se desplazaban a los puertos vecinos (Zárate, Rosario,
Montevideo y ciudades del sur del Brasil), con efectos directos sobre la
economía y el empleo.
Pasado ya ese tiempo es quizás hora de que la ciudad salga de su sue-
ño y entre a la vida que la espera. Ya no es el tiempo o todavía no es el
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tales públicos se caen a pedazos pero en general los barrios conocen una
especie de renovación, bien recibida.
Esas intervenciones fastuosas se suceden mientras el Estado municipal se em-
peña, con éxito, en mejorar el espacio público. Aparece allí la ciudad cordial
y agradable: el centro peatonal, las bicisendas y las bicicletas públicas y gra-
tuitas, el metrobús, las renovadas plazas y jardines. Es la ciudad amable que
preconizaba Jane Jacobs. Esta pragmática de alto contenido simbólico ha
resuelto en amable mixtura dos procesos que se complementan y triunfan en
un escenario desencantado. El contexto cambia el significado aparente de las
intervenciones puntuales. Esta combinación es eficaz pero no menos injusta.
El poder blando de la ciudad ha sido muy hábil para instalar su agenda,
con la construcción de una trama pública a la que se conectan por igual
villas miserias y barrios acomodados y así, levantando una imagen de fun-
cionarios sin corbata, mezclando fútbol, música contemporánea y globos
de fiesta adolescente, ha logrado diluir su realidad de intereses ligados a las
grandes empresas y a los barrios privados y su desinterés por abordar los
grandes temas metropolitanos en los que se juega el destino estratégico de
la ciudad real y los problemas sociales básicos en los que se juega el destino
inmediato de la población (salud, trabajo, educación, vivienda).
Sin estridencias y con mejoras evidentes en la conectividad y en los es-
pacios comunes, la ciudad central profundiza los cambios de fines de los
setentas, lo que nos lleva al comienzo de esta nota: si la ciudad en la Ar-
gentina lideró siempre el devenir de la sociedad, ¿cómo debe entenderse la
situación actual? ¿Qué ha pasado en la ciudad?
La sociabilidad ejercida en el espacio público, la vida asociativa entre igua-
les para la elaboración de proyectos comunes, la resistencia al infortunio y
la solidaridad en la carencia, la alegría común y el compartido coraje ante
la adversidad, han sido prácticas y costumbres que los habitantes de la
ciudad ejercen desde siempre: las asociaciones y clubes de los barrios, las
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En la nota de Cada17 del mes pasado decíamos que la ciudad vive una situa-
ción paradójica: rodeada por una serie de universidades públicas con sede en
el primer y segundo cordón del conurbano, universidades que en casi todos
los casos tienen también una sede en el corazón del centro histórico, Buenos
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hasta Vicente López, muestra una constante: el triunfo del FPV, con la única
salvedad de Vicente López, con guarismos cercanos al 50%. Sumando los
votos del FPV y los de UNA, ese porcentaje va del 58.24% (en 3 de Febrero)
al 70.27% (en La Matanza) y representa una inquietante vecindad para la
ciudad central, donde el ingreso por habitante es muy superior, los servicios
son en general mejores y el FPV es minoría. La separación que supone la
autonomía profundiza ese divorcio y favorece la construcción de una identi-
dad separada en la CABA. Así, al aislar al sector central de más altos ingresos,
fueron creadas las condiciones de la emergencia política de un nuevo actor.
De alguna manera el PRO es hijo de la autonomía.
De esta realidad la ciudad se defiende cerrándose. El sur es una frontera y la
ciudad ha procurado siempre postergar la realización de obras que conec-
taran el territorio de la CABA con los municipios del sur. En los últimos
diez años por lo menos tres proyectos fueron puestos sobre el tapete, im-
pulsados por municipios del sur, con la idea de aumentar la conectividad,
multiplicar los intercambios y contribuir a disminuir la brecha. En los tres
casos la ciudad logró frenar esos proyectos:
a) Proyecto Puente Roca-Patricios: elemento clave para la conexión Ave-
llaneda-La Boca, auspiciado por la Unión Industrial de Avellaneda como
motor auxiliar del desarrollo. Anunciado desde hace casi 20 años y objeto
en el año 2006 de un proyecto de la Universidad de Avellaneda por contra-
to con el antiguo Comité de Cuenca Matanza-Riachuelo, el proyecto del
Puente Roca-Patricios, destinado a aliviar el tránsito del Puente Pueyrre-
dón y reactivar la postergada zona sureste de Avellaneda Centro, alcanzó a
ver firmada un Acta de Entendimiento entre el Ministerio de Planificación
Federal, el Gobierno de la CABA y el Municipio de Avellaneda (22 de
Agosto de 2006, Convenio N°39/06), antes de disolverse en postergacio-
nes y demoras burocráticas que terminaron archivándolo. <http://www.
cedom.gov.ar/es/legislacion/normas/leyes/ley2775.html>
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este año con la mudanza del gobierno local, de Plaza de Mayo a Parque
Patricios) y la apertura de su horizonte metropolitano (cuando la ciudad
real queda bajo gobiernos del mismo signo).
Una serie de problemas de larga data han sido en parte motores de este
proceso: a) los problemas de límites generados por la singular decisión de
la Autonomía, alumbrada durante la década de 1990, decisión que generó
un nuevo equilibrio político en la ciudad; b) la disgregación del puerto
con la privatización del área portuaria central, proceso que cambió pro-
fundamente la condición y eficacia portuaria del frente ribereño; c) los
efectos a largo plazo del “poder blando” del gobierno de la ciudad, que en
los últimos años fue cambiando la configuración de la centralidad porteña,
a la sombra de otras polémicas: la ciudad llevó los edificios del gobierno al
sur, a Parque Patricios, mientras la atención estaba puesta en la mudanza
de la estatua de Colón, cuestión de mayor impacto inmediato pero que se
desvanece en el largo plazo. ¿Cuál es la situación ahora?
La geografía, la historia, la política y las costumbres signaron la fuerte
centralidad de Buenos Aires a lo largo de cinco siglos: puerta de la tierra
abierta al interior del Nuevo Mundo, último puerto atlántico de la Co-
lonia en el extremo sur, Aduana y nexo entre las Provincias Unidas y el
mundo, cabecera de un sistema ferro-portuario tan extenso como media
Europa, arquetípica plaza latinoamericana donde se concentraron desde la
Conquista los poderes de la sociedad (político, religioso, económico, local
y regional), Buenos Aires estuvo siempre profundamente marcada por la
centralidad de sus funciones: las comunicaciones reforzaron esa condición
del espacio construido.
Si, como se ha dicho, la globalización tuvo, entre otros efectos de largo
alcance, el de debilitar las funciones del Estado nacional y potenciar la
autonomía de las ciudades, la eficacia de la respuesta residió siempre en la
pertinencia de las medidas tomadas por cada sociedad en esa coyuntura.
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