Вы находитесь на странице: 1из 346

Acerca de este libro

Esta es una copia digital de un libro que, durante generaciones, se ha conservado en las estanterías de una biblioteca, hasta que Google ha decidido
escanearlo como parte de un proyecto que pretende que sea posible descubrir en línea libros de todo el mundo.
Ha sobrevivido tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público. El que un libro sea de
dominio público significa que nunca ha estado protegido por derechos de autor, o bien que el período legal de estos derechos ya ha expirado. Es
posible que una misma obra sea de dominio público en unos países y, sin embargo, no lo sea en otros. Los libros de dominio público son nuestras
puertas hacia el pasado, suponen un patrimonio histórico, cultural y de conocimientos que, a menudo, resulta difícil de descubrir.
Todas las anotaciones, marcas y otras señales en los márgenes que estén presentes en el volumen original aparecerán también en este archivo como
testimonio del largo viaje que el libro ha recorrido desde el editor hasta la biblioteca y, finalmente, hasta usted.

Normas de uso

Google se enorgullece de poder colaborar con distintas bibliotecas para digitalizar los materiales de dominio público a fin de hacerlos accesibles
a todo el mundo. Los libros de dominio público son patrimonio de todos, nosotros somos sus humildes guardianes. No obstante, se trata de un
trabajo caro. Por este motivo, y para poder ofrecer este recurso, hemos tomado medidas para evitar que se produzca un abuso por parte de terceros
con fines comerciales, y hemos incluido restricciones técnicas sobre las solicitudes automatizadas.
Asimismo, le pedimos que:

+ Haga un uso exclusivamente no comercial de estos archivos Hemos diseñado la Búsqueda de libros de Google para el uso de particulares;
como tal, le pedimos que utilice estos archivos con fines personales, y no comerciales.
+ No envíe solicitudes automatizadas Por favor, no envíe solicitudes automatizadas de ningún tipo al sistema de Google. Si está llevando a
cabo una investigación sobre traducción automática, reconocimiento óptico de caracteres u otros campos para los que resulte útil disfrutar
de acceso a una gran cantidad de texto, por favor, envíenos un mensaje. Fomentamos el uso de materiales de dominio público con estos
propósitos y seguro que podremos ayudarle.
+ Conserve la atribución La filigrana de Google que verá en todos los archivos es fundamental para informar a los usuarios sobre este proyecto
y ayudarles a encontrar materiales adicionales en la Búsqueda de libros de Google. Por favor, no la elimine.
+ Manténgase siempre dentro de la legalidad Sea cual sea el uso que haga de estos materiales, recuerde que es responsable de asegurarse de
que todo lo que hace es legal. No dé por sentado que, por el hecho de que una obra se considere de dominio público para los usuarios de
los Estados Unidos, lo será también para los usuarios de otros países. La legislación sobre derechos de autor varía de un país a otro, y no
podemos facilitar información sobre si está permitido un uso específico de algún libro. Por favor, no suponga que la aparición de un libro en
nuestro programa significa que se puede utilizar de igual manera en todo el mundo. La responsabilidad ante la infracción de los derechos de
autor puede ser muy grave.

Acerca de la Búsqueda de libros de Google

El objetivo de Google consiste en organizar información procedente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal. El programa de
Búsqueda de libros de Google ayuda a los lectores a descubrir los libros de todo el mundo a la vez que ayuda a autores y editores a llegar a nuevas
audiencias. Podrá realizar búsquedas en el texto completo de este libro en la web, en la página http://books.google.com
PRINCETON
UNIVERSITY
LIBRARY
ALFONSO K.ANNENG1ESER

JUDÍOS v CATÓLICOS
9- EN

AUSTRIA-liUiNGRÍA
TRADUCCIÓN DE

D. Modesto Hernández i- illacscusa

BARCELONA
Hstablecimiínto tipográfico de LA HORMIS» DE Oau
1900
. -í - I
JUDIOS Y CATÓLICOS
EN AUSTRIA-HUNGRÍA
PRINCETON ÜNIVERSITY LIBRARY PAIR

32101 009286905
OBRAS DEL AUTOR

TRADUCIDAS
Pesetlf.
Los católicos alemanes a
El despertar de un pueblo. a
Ketteler y la organización social en Alemania. ... a
Los adversarios del Poder temporal y la Triple
Alianza a
Judíos y católicos en Austria-Hungria, ..... a
Un cura alemán extraordinario (KNMPP).. . . . . i

OBRAS ORIGINALES DEL TRADUCTOR


Recaredo y la Unidad católica. — Estudio histórico-
crítico sobre la nacionalidad española 4
La cuestión de Marruecos y el conflicto de Melilla. —
Estudio geográfico-histórico-crítico sobre el proble
ma de Occidente i
La tórtola herida, novela, 2.a edición .a
Rosa del Valle, novela, 2.a edición a
Jurar en vano, novela. a
Oro oculto, novela ilustrada a
El origen del hombre. —Discurso inaugural del curso
de 1897 á 1898 en la Universidad de Oñate. . . .
Curso de Metafísica. ........... 1o
Curso de Historia critica de España io
La Inmaculada Concepción y las Universidades espa
ñolas, a.* edición i
CARTA
de S. E. el Cardenal Rampolla al Traductor

SR. D. MODESTO HERNÁNDEZ VIUABSCUSA.


BARCELONA.

Cuando di á V. las gracias por su ofrenda de los


primeros tomos de las obras del sacerdote Alfonso
Kannengieser, por V. traducidas, le signifique el deseo
de que pudiera proseguir y llevar á feliz término la
empresa en que había puesto mano. Veo con placer
ahora que se ha realizado mi deseo, y yo he puesto ya
en manos del Padre Santo los dos nuevos volúmenes
que al efecto me ha enviado V. Su Santidad no ha
agradecido menos este homenaje, que el que ya le
había ofrecido V. con los precedentes ejemplares de
su traducción, y además se ha complacido en ver que,
en el apéndice á los opúsculos de Kannengieser, pu
blica V. también un trabajo suyo original sobre hechos
de mucha importancia. Por este motivo, me ha encar
gado que diera á V. las gracias y le renovara el testi
monio de su paternal benevolencia con el anuncio de
la bendición apostólica que nuevamente se ha dignado
otorgar á V. Á la vez que me complazco en cumplir
este encargo pontificio, le doy también las gracias par
ticularmente en mi nombre por los ejemplares con
que cortésmente me ha favorecido V., y renovándole
la expresión de mi distinguido aprecio, me reitero
de V. afectísimo servidor ,
M. CARD. RAMPOUA.

Roma, 18 de Mayo de 1895.


/ OBRAS DE ALFONSO KANNENGIESER

JUDÍOS Y CATÓLICOS
EN

AUSTRIA-HUNGRIA
TRADUCCIÓN DEL

DR. D. MODESTO HERNÁNDEZ VILLAESCUSA


VICERRECTOR Y CATEDRÁTICO

DE LA
A

UNIVERSIDAD DE O»ATE

BARCELONA
Establecimiento tipográfico de LA HORMIGA DB OHO
190o
TEXTO ITALIANO

ILLMO. SIGNORE:
Quando ringraziai la S. V. Illma. peí done delle
prime opere del sacerdote Alfonso Kannengieser, da
Lei tradotte, Le feci l'augurio di poter proseguire e
: compiere l'impresa, a cui avea posto mano. Ora con
piacere vedo che il mio augurio si é verificato, ed io
cw no giá rassegnato nelle maní del Santo Padre i due
nuovi lavori che Ella mi ha rimesso a tal fine. Sua San-
tita ha gradito questo omaggio non meno di quello
che V. S. Le avea porto cogli esemplari delle sue pre
cedente traduzioni e si é anche compiaciuta nel vedere
che, in appendice agli opusculi del Kannengieser, Ella
i— pubbica eziándio un suo lavoro origínale sopra fatti di
ff> molta importanza. Mi ha quindi commesso di ringra-
tü. ziarne la S. V. e di rinovarle l'attestato della sua pa-
^ terna benevolenza colP annunzio della benedizione
•5 apostolica, che si é nuevamente degnata di impartirle.
va Mentre sono lieto di adempiere questo pontificio inca
ico, La ringrazio eziando nel mio nome particolare
per la copia de1 suoi lavori a me cortesemente favorita,
e con distinta stima me raffermo.
Di V. S. Illma.
Affmo. per servirla
M. CARD. RAMPOLLA.
V

Roma 1 8 Maggio 1895.

Sig. Modesto Hernández Villaescusa.


Barcellona.
ES PROPIEDAD
PREFACIO

El antisemitismo está á la orden del día en casi todos los


países de Europa, especialmente en Austria-Hungría, en
donde ha adquirido rápidamente poderoso desarrollo. Como
escribía ha poco un publicista, hostil por otra parte al movi-
•miento, «todo austríaco es en el día de hoy, si no antisemi
ta, antijudío por lo menos.»
En los veinte últimos años han suscitado los judíos formi
dables odios en ambas riberas del Leitha. ¿Cuál es la causa
de semejantes odios y en qué forma se han manifestado? En
el presente volumen intentamos responder á esta pregunta,
indicando así el origen, múltiples causas y desarrollo pro
gresivo del antisemitismo austríaco. Mas como el asunto es
vastísimo, lo hemos reducido, limitándonos á narrar la opre
sión judía y la reacción antisemita en el terreno religioso.
En la monarquía austro-húngara, los judíos —conviene fijar
se mucho en este hecho—han sido y son aun los instigado
res, promotores é instrumentos del anticlericalismo. Débense
en gran parte á la influencia judía todas las leyes antirre
ligiosas votadas en Viena ó Budapesth, y como, por con
secuencia lógica muy natural, se produce la reacción en el
mismo terreno que la acción, nada más natural también que
asistamos actualmente al levantamiento de broqueles de
elemento cristiano contra el judio.
En Austria, la reacción antisemita ha llegado á su apogeo,
y si la Corte, por una ceguedad inconcebible, no se hubiera
declarado ostensiblemente de parte de los judíos, no tarda
rían éstos en ser arrollados.
VIH PREFACIO

No están las cosas tan adelantadas en Hungría; pero ob


servadas con atención, vese también allí desprenderse de lo
alto de la montaña la piedra fatal que, más ó menos pronto,
abatirá al coloso de la potencia judía.
¿Qué son los judíos en Austria-Hungría? (Todo! —excla
man con razón los antisemitas.— ¿Qué deben ser?— ¡Nadal —
añaden con energía feroz. —¿Cuál será el resultado final?
Quizás no sea tan absoluto como lo esperan actualmente los
antisemitas, pero seguramente lo será en sentido favorable
al antisemitismo.

París, en la fiesta de Navidad de 1 895.


AUSTRIA
i
LOS ORÍGENES DEL ANTISEMITISMO AUSTRIACO

En Noviembre de 1893, fallecía un octogenario en


el asilo de ancianos del pequeño burgo de Wsehring,
cerca de Viena. Extendida la noticia de su muerte,
dedicáronle todos los periódicos del Imperio sueltos
entusiastas ó denigrantes, y aun la prensa de Alema
nia unió su voz á la de aquel discordante concierto de
alabanzas y vituperios. No terminó aquí todo, sino
que en los funerales vióse á un brillante cortejo de
cardenales, prelados, políticos, publicistas, nobles y
plebeyos tributar los últimos honores al que acababa
de morir en medio de los pobres. El contraste entre
aquellas inusitadas demostraciones y el humilde ataúd
que encerraba los restos del difunto no podía dejar
de sorprender á los extraños, pero no asombró cier
tamente á los iniciados en el secreto, los cuales sabían
que el finado había sido uno de los hombres más céle
bres de Austria, un agitador poderoso, que en más de
una ocasión había conmovido al país, un valiente pe
riodista, un poeta satírico, cuya prosa y cuyos versos
ejercieron considerable influencia en los destinos del
catolicismo austríaco.
Este hombre, este poeta, era el abate Sebastián
10 JUDIOS Y CATÓLICOS

Brunner, fundador del periodismo católico en Viena,


autor del Nebeljungenlied, el que un día fué apelli
dado el martillo de los obispos.
Uno de sus biógrafos, Mons. Scheider, le ha llama
do con razón un hombre providencial. En efecto, Brun
ner fué un hombre providencial, á quien parece haber
escogido Dios para arrancar á Austria de la herejía
josefista y preparar el renacimiento social y religioso
que se propaga lentamente por ambas orillas del Da
nubio: él ha dado, por decirlo así, fin á un mundo, al
propio tiempo que ha sido el precursor de un mundo
nuevo.
Para tener una idea exacta del Austria católica ac
tual es preciso conocer la actividad y el papel desem
peñado por el abate Brunner hacia mediados de este
siglo. En las páginas siguientes intentaremos, ya que
no describir, por lo menos indicar dicha misión, mos
trando en que puntos ha sido providencial.
El mismo poeta nos ha hecho sumamente fácil esta
empresa, ya que en sus Memorias, muy interesantes
por cierto, nos refiere gran parte de su vida, y basta
consultarlas. Por otra parte, el relato de sus luchas se
halla consignado en sus numerosas obras y en la co
lección de su periódico, por lo que sólo tendremos
que volver á leer esta doble serie de trabajos (i).

(1) Mons. Scheidér, que ha escrito una excelente biogra


fía de Brunner, en vida de éste, con frecuencia no hace otra
cosa que reproducir largos fragmentos de las Memorias.
Además de éstas y de los libros del abate Brunner, hemos
consultado una serie de obras sobre Austria, y nos ha pro
porcionado cierto número de detalles inéditos uno de nues
tros amigos de Austria, un joven sabio benedictino, que vie
ne á pasar cada invierno algunos meses en la Biblioteca
nacional, y que, amigo también de Brunner, debía presen
tarnos al poeta, lo que impidió la muerte cuando había con
sentido amablemente en recibirnos.
CAPÍTULO PRIMERO

INFANCIA DB SEBASTIÁN BRUNNER

En 1847, presentóse á su arzobispo un vicario de los


arrabales de Viena, pidiéndole permiso para fundar
un periódico católico. Explicó aquel paso y justificó
su proyecto pintanto con vivos colores la campaña
implacable que los librepensadores dirigían contra la
religión y la impotencia á que se veían condenados
los verdaderos creyentes. «Los ataques—dijo—se mul
tiplican cada día bajo mil formas diversas, por lo
que nos convendría un periódico cristiano para res
ponderles, y al propio tiempo, para que sirva de cen
tro de acción á los defensores de la verdad.» El prela
do, tan dulce como su nombre,—se llamaba Milde, —
oyó con amable sonrisa el discurso del joven escritor,
y despues dejó escapar de sus labios estas palabras:
«Consiento de buen grado en la fundación de vuestro
periódico, pero con la condición de que me remitiréis
por adelantado todos los artículos que deseéis publi
car de aquí á tres años!»
Ante tan extraña previsión, retiróse el futuro perio
dista, que no era otro que el abate Brunner, sin insis
tir naturalmente más, esperando que la Providencia
pusiera la pluma en sus manos sin necesidad de con
sultar al arzobispo.
Muchos años despues, un sacerdote ya entrado en
edad penetró en una cervecería de las más frecuenta
11 JUDIOS Y CATÓLICOS

das de Viena y sentóse en una mesa. No tardaron en


divertirse á su costa tres jovenzuelos que habla cerca
de él, y cuya curvatura nasal y flameante cabello de
lataban su origen semítico. «¿Conoces acaso esa teja?»
preguntó en son de mofa uno de ellos, alzando la voz
para que lo oyera su vecino. El sacerdote, que hasta
entonces permaneciera impasible, levantóse en medio
de un religioso silencio, y dirigiéndose con decisión á
los burlones, les dijo: «¿Queréis saber quién soy? Pues
bien; me llamo Sebastián Brunner, y vosotros—aña
dió en tono marrajo—sois tres judíos sarnosos (i).»
Estas palabras provocaron una inmensa carcajada que
atronó el salón, y los tres hijos de Israel, cuyos ros
tros se habían tornado tan rojos como sus cabellos, se
apresuraron á escabullirse avergonzados y furiosos de
ver á los que se reían de parte del solideo.
Estos rasgos de la vida del poeta son característicos
y simbolizan admirablemente las luchas que sostuvo
por espacio de treinta años. ¡Vencer la ciega obstina
ción del episcopado josefista y hacer frente á la inso
lencia antirreligiosa de los judíos austríacos; esto nos
pinta á Brunner casi de cuerpo entero!
El original escritor, cuya semblanza acabamos de
bosquejar, nació en Viena el iodo Diciembre de 1814.
Consignó su padre este acontecimiento en un registro,
y á continuación, escribió con espíritu de fe conmo
vedora este versículo del Salmista: Faciem tuam illu-
mina super servum tuum et doce eum justificationes
tuas. «Haz, Señor, brillar tu faz sobre tu siervo y en
séñale tus mandamientos.» Semejante cita supone co
nocimiento del latín y lectura frecuente de la Biblia,
lo que se explica porque Santiago Brunner, fabricante
(1) Drei Schcebige Juden, Schtebig, pelón, sarnoso, es el
epíteto corriente que se da á los judíos en Alemania y Aus
tria. El equivalente francés sería mejor, puerco judío.
EN AUSTRIA-HUNGRIA 13

de seda en Schottenfeld, había estudiado en el Insti


tuto, y sentido por algún tiempo vocación religiosa.
Las circunstancias le hicieron variar de rumbo, pero
aun cuando no abrazó el estado eclesiástico, fué toda
su vida ferviente y buen cristiano.
Por lo demás, toda la familia del pequeño Sebastián
profesaba las mismas ideas. Constituían las delicias de
su abuelo paterno, antiguo platero, los sermones del
célebre agustino Abraham de Santa Clara, y citaba á
cada paso los dichos picantes, ocurrencias y anécdotas
de este humorístico predicador, sin llegar á sospechar
el buen viejo que su nieto heredaría el numen y agu
deza de su autor favorito.
Por parte de su madre, encontraba igualmente Se
bastián una familia en que la religión constituía el
fundamento de todas las virtudes domésticas. En aquel
ambiente de burgueses ricos, nada había perdido de su
vivacidad la antigua fe. El josefísmo había corrompido
en verdad la cabeza de la Iglesia y entregado el caya
do episcopal á hombres poco dignos ó capaces de em
puñarlo, porque la mayor parte de los obispos eran
inertes instrumentos de la burocracia civil, extraños é
indiferentes á la vida cristiana del pueblo, más cuida
dosos de agradar al Emperador, que de cumplir su ele
vada misión; pero Dios no permitió que el escepticis
mo ó la debilidad de estos prelados gubernamentales
dañara á los mismos fíeles. A principios del siglo exis
tía en Alemania, á despecho de la educación raciona
lista de los seminarios y de la general insuficiencia del
episcopado, gran número de Curas valerosos que su
pieron mantener viva entre el pueblo la doctrina cató
lica íntegra. Sólo con lentitud y más tarde insinuóse la
indiferencia religiosa en las masas populares. De aquí
que Brunner no fuera testigo en su infancia de estas
funestas consecuencias del josefísmo, sino que por lo
JUDIOS Y CATÓLICOS

contrario se desarrolló en una atmósfera profunda


mente católica. Un hermano de sus abuelos era capu
chino, y una de sus tías entró en un convento, que
sólo abandonó por la orden expresa del arzobispo de
Viena, que la obligó á permanecer al lado de sus vie
jos padres.
Con tales padres y en semejante familia, la educa
ción debía ser por fuerza muy cristiana, por lo que el
pequeño Sebastián creció imbuido en los mejores prin
cipios, sin que esto le impidiese ser muy exaltado y
vivo, y sin duda también algo revoltoso. Sin embar
go, llegó el día en que se le dijo: «Pronto será preciso
que vayas á la escuela; este será otro cantar y la se
ñora Embler se encargará de corregirte.»—«En mi fo
gosa imaginación—refiere él más tarde—me repre
senté la escuela como una especie de purgatorio, ó
por lo menos, como un lugar poco seguro, y la señora
Embler, directora del pensionado, aparecióseme como
el terror de los terrores... Cuando llegó la hora fatal,
opuse una resistencia desesperada á la cocinera y á la
criada, dos amazonas que debían escoltarme hasta la
escuela. ¡Me vi materialmente atado y arrojado al
templo de las Musas, como víctima ofrecida al Mo-
loch de la ciencia!»
Felizmente la imaginación, como de ordinario, ha
bía exagerado el peligro, y el diablillo acabó por re
signarse á su triste suerte, y aún á encontrarla menos
triste de lo que suponía. Los señores Embler eran dos
tipos que regocijaban á nuestro satírico en ciernes, y
además sabía descubrir al punto el lado ridículo de
cualquiera. Por otra parte, no le faltaban compañeros
sobre quienes descargar las narraciones interminables
que bullían en su fantasía, apareciendo aquel pequeño
mundo como subyugado por la elocuencia del joven
narrador, impulsado sin cesar á nuevas creaciones por
EN AUSTRIA-HUNGRIA 15

los aplausos de sus camaradas. A menudo las horas de


clase se empleaban en trabajos preparatorios, y mien
tras la señora Embler explicaba las bellezas de las cua
tro reglas y los misterios de la conjugación alemana,
vagaba Sebastián por los espacios imaginarios, bien
lejos de la negra pizarra. Entonces la profesora excla
maba suspirando: «¿Qué queréis? Este muchacho ca
rece de inteligencia; sólo piensa en dormir, es un dor
milón. En cuanto al cálculo—añadía—puede pasar;
pero en composición alemana es el último de la clase.»
—«¡No sospechaba ella—rectifican las Memorias de
Brunner—los poemas épicos que bullían en la mente
del pequeño soñador!» Por lo demás, semejantes re
proches no hacían mella en el ánimo del joven filó
sofo, y en las horas de recreo reanudaba la narración de
sus cuentos, siendo escuchado con tan religiosa aten
ción, que se creía en el caso de poder despreciar las
recriminaciones de la señora Embler, y aún en ocasio
nes se permitía también á su vez—aunque á escondi
das, se entiende—ciertas observaciones que en manera
alguna iban encaminadas á realzar el prestigio pedagó
gico de la «Pitonisa.»—«La vieja no dice más que ton
terías,» —cuchicheaba al oído de sus condiscípulos; y
tan atrevida oposición legrangeaba la admiración de
toda la clase.
Más distraídos aún que las horas de recreo eran los
días de licencia y las vacaciones. ¡La libertad y el mo
vimiento son tan agradables á los niños á quienes la
barbarie escolar impone largas horas de inmovilidad!
Y precisamente por su natural turbulento amaba Se
bastián con pasión la libertad, y los días en que podía
olvidar la escuela se volvía loco de júbilo. Sus padres,
que eran ricos, lo acompañaban de ordinario al campo,
y entonces, en presencia de los encantos de la natura
leza, se embriagaba de poesía. Refiérenos él con cierto
JUDIOS Y CATÓLICOS

dejo de retrospectiva melancolía cómo lloraba en


clase, de retorno de sus placenteras excursiones, al
sólo recuerdo de los arroyos, praderas y bosques que
se arremolinaban en su mente. ¡Cuán triste, melancó
lico y sombrío le parecía todo al lado de la señora Em-
bler! El poeta que dormitaba en él miraba con pena la
luz y la vida al aire libre.
De vez en cuando iba á ver con su madre á sus abue
los maternos que vivían en Nieder-Fladnitz, á ia le
guas de Viena, hacia Moravia. Allí aparecía la verda
dera campiña, cubierta de grandes bosques y lagos, en
cuyas ondas se miraban los sombríos pinos. Al evocar
estos recuerdos, cuarenta años después, Brunner ha
suscitado maravillosamente todas sus impresiones in
fantiles, y las páginas en que las ha grabado son tan
atractivas, que uno no se cansa de' leerlas. «¡Fladnitz
era mi Eldorado; allí he pasado los días más felices de
mi vida!» Todo atraía y encantaba al joven ciudadano
en la vasta propiedad de sus abuelos. El granero con
sus mil antiguallas que yacían en los viejos armarios,
la cuadra en donde piafaban soberbios caballos, el
mastín que colmaba al niño de atolondradoras cari
cias, el establo desde donde músicos rabiosos daban
conciertos en las cernidas, las ocas y las gallinas del
corral, el huerto con sus innumerables árboles fru
tales; el discípulo de la señora Embler corría de un
punto á otro con fiebre tal, que aún se siente palpitar
al través de su relato.
El día, tan admirablemente distribuído, parecíale
siempre demasiado corto, y cuando llegaba la noche,
un placer más intenso se apoderaba de Sebastián, que
corría á tocar el Ángelus. ¡Tocarl Esta sola palabra des
pertaba en él un mundo de poesía; Hallarse en con
tacto inmediato con las campanas, sentir sus furiosas
vibraciones, contemplar la agitación desesperada de
EN AUSTKIA-HUNGRIA

los badajos y el armonioso balance de cada una de las


«gruñidoras» ¿qué dicha comparada con aquella? Se
bastián amaba de tal modo las campanas, que esta pa
sión le hizo cometer en Viena su primero—y último—
pecado de simonía, comprando al campanero de su pa
rroquia el derecho de sustituirle en el campanario por
unas cuantas peras y manzanas. Generalmente acom
pañábale á la iglesia de Fladnitz el hijo del maestro de
escuela, y aprovechaba aquellas ocasiones para embo
bar al candoroso campesino con el relato de las mara
villas de la capital.
Las iglesias, las torres y sobre todo las campa
nas de Viena adquirían proporciones fantásticas. A su
pequeño compañero de Fladnitz se le ponía la piel
de gallina, y contemplaba con admiración á aquel di
choso Sebastián que tantas cosas había visto á pesar de
sus cortos años: la gran campana de San Esteban, «que
volteaban doce croatas», ha debido desvelarlo muchas
veces.
En Viena, Sebastián, cuya facundia era inagotable,
seguía un método opuesto, ponderando á sus amigos
las cosas extraordinarias que había visto en Fladnitz;
los fuegos fatuos que por la noche recorrían los estan
ques, los terribles bandidos que acechaban al viajero en
medio de los bosques, los nidos de pájaros que mos
traban por todas partes sus huevos de colores, las lar
gas correrías por las selvas en compañía de perros casi
tan grandes como los caballos de Viena, las manzanas
que calentaban al sol sus rosadas mejillas y decían:
«¡comedme!» Semejantes relatos producíanle grandes
triunfos, y cuando los pequeños vieneses abrían des
mesuradamente sus ojos, él se volvía loco de júbilo y
se burlaba á su sabor de las recriminaciones de la
«vieja.»
Pero guardóse muy bien de referirles un conflicto
18 JUDIOS Y CATÓLICOS

que estuvo á punto de enemistarlo con su abuela. Los


castellanos de Fladnitz tenían el monopolio de la venta
del tabaco y de la sal, y su nieto frecuentaba el alma
cén para ver cómo se despachaban las mercancías.
Cierto día quiso el hado que quedase él sólo por due
ño del lugar y se apresuró á servir á los clientes: á
quien pedía un paquete de tabaco, le daba otro como
prenda de estímulo; las petacas que debían quedar me
dio llenas, las atascaba de tabaco, y cargaba de sal á
las niñas que sólo pagaban una libra. Tan extraño pro
cedimiento atrajo al punto una nube de chalanes, que
llamó la atención de su abuela, siendo inútil añadir
que se apresuró á expulsar al improvisado vendedor,
y desde aquel instante quedó el almacén cerrado á pie
dra y lodo para Sebastián. La aventura dejóle de mo
mento algo asombrado, pues creía merecer elogios por
el gran impulso dado á aquel comercio; pero salió bien
pronto de su error y volvió de buen grado y sin resen -
timiento á sus juegos y placeres favoritos.
Desgraciadamente como todo tiene fin en este mun
do, en especial las vacaciones, vióse obligado á volver
á Viena y ocupar su sitio bajo la férula de la señora
Embler. Lloraba amargamente á cada despedida, pues
amaba con pasión á sus abuelos, al gigantesco perro, á
las mariposas, á los escarabajos y árboles frutales, en
tanto que la escuela, con sus largos aburrimientos, ins
pirábale profundo horror. Pero en semejante edad las
lágrimas se secan en seguida; Sebastián se habituaba
de nuevo al trato de la señora Embler, y cuando poco
despues se le llevó á la escuela preparatoria, supo dis
tinguirse también entre sus nuevos condiscípulos.
Cuando llegó á los doce años hubo que tomar sobre
él una determinación. ¿Lo destinarían á la industria de
la seda, ó se le haría ingresar en el Instituto? Como
hombre prudente, inclinóse su padre á este partido.
EN AUSTRIA-HUNGRIA 19

«Algunos conocimientos de segunda enseñanza—decía


—no le vendrán mal al niño, y si no le gustan, tiempo
habrá de pensar en otra cosa.» Sebastián entró, pues,
en el célebre gimnasio de Schotten, dirigido por los
benedictinos.
En los dos primeros años, según confiesa 'él mismo,
fué una medianía: el joven estudiante prefería el juego,
la caza de mariposas y las atolondradas correrías, á to
das las bellezas de los clásicos latinos. Estudiaba lo
preciso y consagraba el tiempo restante á la vida ac
tiva y á los desvarios; pero de repente se despertó en
él el fuego sagrado, tomóle el gusto á la literatura ale
mana y á las extranjeras, y en pocos años devoró una
cantidad prodigiosa de volúmenes, llegando á leer por
termino medio dos tomos cada día, cumplidos sus de
beres. No sólo entró en su repertorio Goethe, Schiller,
Hauff, Kotzebue, sino también Lessing, Herder, Tiek,
Grillparzer y Seume.
En cuanto á la literatura extranjera, era apasionado
por la inglesa. Los trágicos franceses le gustaban me
nos, encontrándolos insípidos, declamatorios, huecos,
comparados con Shakespeare: éste era su autor favo
rito; sabía de memoria grandes trozos de sus principa
les dramas y le fué devotísimo toda su vida. A pesar
de estas preferencias, no descuidó el estudio de las
otras literaturas: Dante, el Tasso, el Ariosto, Camoens
•y Calderón entraban del mismo modo en su programa.
El «dormilón» sabía llevar de frente cinco lenguas ex
trañas, lo que ciertamente no le impedía tomar parte
en las luchas homéricas que los alumnos de su colegio
trababan con los de otra escuela rival: los puñetazos,
atrevidamente dados y valerosamente recibidos en las
contiendas, no podían dañar á sus estudios. Estas reales
tragedias servían para «ilustrar» los dramas escritos.
A los dieciséis años, Brunner empezó á estudiar hu
30 JUDIOS Y CATÓLICOS

inanidades, época en la cual los alumnos distinguidos


componen tragedias y preparan epopeyas tan largas
como el Mahabharata. En el gimnasio de Schotten, el
furor poético imperaba despóticamente, y en la misma
clase, á la vez que un círculo en que se formaban fu
turos actores, había el círculo de los poetas. Brunner
se interesaba vivamente por el primero y constituía
una de las más sólidas columnas del segundo, en el
cual el orgullo y la vanidad, en defecto del talento,
llegaban á prodigiosa altura. Un condiscípulo de
Brunner acababa de terminar un poema heroico, y de
claraba con la mayor seguridad que aquella obra le
conquistaría la inmortalidad. Otro—un hijo de Israel
—repetía sin cesar: «La misión de mi vida consistirá
en realzar á mi pueblo (i).» Un tercero declamaba sus
versos á todo bicho viviente, persuadido de que sus
oyentes se desvanecían de satisfacción cuando reven
taban de risa.
De concierto con la fabricación de poemas, andaba
el culto, la idolatría por los corifeos de la literatura
alemana. Goethe era el dios de aquella juventud,
ebria de gloria, de tabaco y de cerveza. De él se ha
blaba constantemente: «Yo—decía Brunner—hubiera
querido ser su secretario ó su copista.» —Yo me con
tentaría—añadía otro—con ser su ayuda de cámara. —
¡Cuán feliz sería yo —suspiraba un adorador más humil
de—si pudiera tan sólo ver su gabinete de trabajo y •
besar el sillón en que se sienta!» El lirismo de Brunner
no iba tan lejos, y al día siguiente se burlaba de su en
tusiasta camarada en este cuarteto que hizo circular
por la clase.
Ihm wcere ^u küssen gar nichis ^u schlecht;
Kein ein^iges Mcebel des Goethe Zimmers;

(1) Y resaltó un periodista pornográfico.


IN AUSTRIA-HUNGRIA 31

Br hüssfauch Goethes Stiefelknecht.


Und küsst..., am Ende, nock was schlimmers (i)I
Este cuarteto satírico valía más que los largos poe
mas de otros humanistas. Brunner compuso á menudo
en este género y fustigó sin piedad las extravagancias
y ridiculeces de algunos de sus condiscípulos. Todos
aquellos poetas estaban convencidos de que el trabajo
era completamente inútil y que el talento bastaba para
alcanzar los más altos destinos. Sebastián los llamaba
«la corporación de los genios», y por su parte, lejos de
imitarlos, se entregaba más que nunca á una labor
apasionada. Al terminar sus estudios de segunda ense
ñanza, poseía una cultura intelectual poco común, y á
despecho de las siniestras predicciones de la señora
Embler, era fácil prever que «el joven dormilón» ha
ría carrera.
Dos años en el Liceo debían completar sus estudios
del gimnasio. En 1836, salió Sebastián de los Scholten
para seguir el curso de Filosofía en el Liceo de Krems,
entonces dirigido por los piaristas. Cierto que le me
recían grandes elogios la bondad, solidez é inteligen
cia de sus nuevos maestros ¡ pero se acordaba con no
menor tristeza de Viena y su familia. La filosofía que
allí se le enseñaba no era muy á propósito para dejarlo
satisfecho. Esa logomaquia kantiana, en que fundaba
entonces sus complacencias la enseñanza filosófica en
Austria, repugnaba á su brillante espíritu, y lo que era
peor aún, en el Liceo, la enseñanza de la religión era
por lo menos tan insuficiente como la de la filosofía.

(1) A sus ojos, nada sería suficientemente malo para ser


besado;
Ni siquiera los muebles del gabinete de Goethe;
Besaría de buen grado el sacabotas del poeta.
Finalmente, besaría... algo peorl
JUDIOS V CATÓUCOS

Servía ae texto el Manual de Mons. Frint, obispo de


Saint-Poelten, libro árido, erizado de fórmulas, en el
que se proponían las cuestiones sin resolverlas, j cuyo
efecto no podía ser otro que descarriar á los alumnos
asaltados por la duda. Brunner se vió acometido de pro
funda tristeza; las lecturas mal digeridas hechas en el
gimnasio habían quebrantado algo su fe; sus costum
bres eran aún puras, gracias ála vida de familia, y aun
continuaba practicando sus deberes religiosos; pero el
gusano roedor proseguía su trabajo de destrucción, y
en Krems la enseñanza religiosa y filosófica antes im
pulsaba al joven al excepticismo, que lo alejaba de él.
Sufría sin tener el valor de penetrar en el fondo de sus
confusiones y escudriñar su corazón.
En primavera y en verano arrancábanle las excur
siones de sus sombríos pensamientos. Solo ó con al
gún compañero, emprendía alguna expedición lejana
para visitar una célebre abadía, un castillo en ruinas ó
bien una región montañosa. En aquella época los estu
diantes católicos viajaban con gusto por lo que se lla
maban etapas latinas, es decir, que al llegar la noche,
entraban en el primer pueblo que encontraban en su
camino y llamaban á la puerta del párroco. Ofrecíales
el cura sencilla y cordial hospitalidad, les contaba sus
proezas estudiantiles, y si eran teólogos, iniciábalos de
paso en los consuelos y deberes del ministerio parro
quial. A su vez los jóvenes le hablaban de sus estudios
y también de las mil travesuras de la vida escolar. Se
mejantes tertulias eran como un rayo de sol que venía
á iluminar el interior algo triste de las casas de los
curas rurales. A la mañana siguiente los jóvenes expe
dicionarios se despedían de su huésped y emprendían
una nueva etapa, no sin llevar como viático los con
sejos del cura y á veces las provisiones de su despensa.
{Encantadoras costumbres, que reconciliaban por un
EN AUSTR1A-HUNGRIA 33

momento, en provecho de una y otra, las joviales exu


berancias de la juventud y la indulgente bondad de la
vejezl
La hospitalidad era más amplia aún en los conven
tos, y Brunner nos refiere las visitas que hizo á las aba
días de Gottweih, de Langegg y de Melk. Con la lec
tura de su relato parece que uno siente en cierto modo
revivir en sí aquellas correrlas al través delos bosques,
aquella embriaguez primaveral que hace cantar á toda
la naturaleza, y despues, al final de la jornada, la paz
dulcificante en la celda monástica, el silencio de los
largos corredores por donde vagan fantasmas vivien
tes, la paternal acogida de los monjes. El joven estu-
. diante de Krems gozaba en alto grado con semejantes
espectáculos. Encontró en Melk un religioso suma
mente amable y á este propósito contienen sus Memo
rias una reflexión muy justa: «La amabilidad del sacer
dote—dice—produce excelente impresión en los jóve
nes, así como se sienten contrariados cuando notan en
un eclesiástico un aire malhumorado, áspero, taci
turno. Muchos sacerdotes creen equivocadamente que
las maneras desabridas son inseparables de la vida as
cética: semejante prejuicio es una verdadera des
gracia.»
Los hombres y las cosas ejercían sobre Sebastián
Brunner en aquellas excursiones felicísima influencia:
volvía á Krems más alegre, con el corazón repleto de
poesía y el espíritu menos agitado, y se entregaba con
ardor á sus estudios, los cuales tocaban á su fin, por
que terminado el curso de filosofía, el joven estudiante
estaba á punto de abandonar definitivamente los ban
cos del colegio. ¿Qué iba á hacer entonces? ¿Por que
camino echar? Sentíase muy perplejo y bien poco se
guro de su porvenir; era preciso que Dios le tomara en
cierto modo de la mano para conducirlo al puerto.
CAPÍTULO SEGUNDO
:

Sí BASTIAN BRUNNER EN EL SEMINARIO

A pesar de su educación cristiana, de la rectitud de


su carácter y de la inocencia de sus costumbres, Brun-
ner no estaba completamente exento de la increduli
dad que respirara en sus años de colegio. Sentía la
amarga duda, las luchas interiores y ese indecible des
encanto que se apodera de las almas elevadas ante la
desoladora perspectiva de la nada. Hemos dicho que
sus lecturas le habían descarriado casi á pesar suyo, y
que la instrucción religiosa que recibiera de sus maes
tros era insuficiente para disipar las dudas de su inteli
gencia. Refiere él mismo en un capítulo admirable las
diversas fases de esta crisis psicológica que hubiera po
dido conducirlo, como á tantos otros, al excepticismo
ó á la negación, relato que se podría comparar á las cé
lebres páginas en que el filósofo Jouffroy nos pinta el
naufragio de sus creencias y lanza ese grito de desespe
ración, cuyo eco se ha prolongado hasta nosotros. Para
Brunner, la crisis, lejos de abocarlo á una catástrofe
lo condujo á los esplendores de la fe. Tornóse creyente,
y, detalle curioso, un entierro judío fué lo que deter
minó en cierto modo la primera reacción del futuro
antisemita, pues al asistir á dicha ceremonia, parecióle
leer en los semblantes judíos la expresión de una dolo-
rosa desesperación, y despertó de su letargo moral.
Dulce consuelo prodújole la idea de que era católico:
«Por nada de este mundo—escribe—hubiera querido
EN AUSTRIA-HUNGRlA 25

ser judio en aquel momento.» El estudio, la reflexión,


la oración, acabaron de calmarlo; su alma se remon
taba en alas de la fe, y naturalmente subía ha
cia Dios.
Un día la casualidad, mejor, la Providencia, hizo
caer en sus manos un libro, cuyo título llamó podero
samente su atención, las Confesiones de san Agustín,
del que no había oído hablar jamás; porque si bien en
el gimnasio había tenido á sacerdotes por profesores,
aquellos catedráticos, imbuídos de josefismo y alimen
tados del culto casi exclusivo de la antigüedad pagana,
no se rozaban con los Padres de la Iglesia, de tal
modo que no se les ocurrió nunca la idea de decir á
sus alumnos que san Agustín ó san Juan Crisóstomo
era un espíritu superior. Brunner abrió el libro, lo
leyó, lo devoró y quedó profundamente conmovido:
un mundo desconocido ú olvidado se reveló en él y se
pregunto cómo había podido ignorar semejante obra.
Bien pronto se decidió: había pensado alguna vez estu
diar medicina ó derecho, pero al presente, sus pensa
mientos llevaban otro rumbo; la voz misteriosa que
había oído san Agustín, y que á él mismo le había di
cho: Toma y ¡ee, habló al alma de Brunner y se deci
dió por la teología.
En aquella época, los seminarios generales, aque
llas maravillosas oficinas en que el Estado de José II
formaba piadosamente á los gendarmes eclesiásticos de
que tenía necesidad, habían desaparecido. Desgracia
damente lo que las había reemplazado no valía más
bajo muchos conceptos. En efecto; en Viena los semi
naristas vivían en un Pensionado y seguían los cursos
en la facultad de teología; pero la enseñanza teológica
de la Universidad, considerada desde dos puntos de
vista, dejaba mucho que desear, porque, de una parte,
estaba impregnada de los principios febronianos que
20 JUDIOS Y CATÓLICOS

desnaturalizaban por completo la doctrina católica, y


de otra, no respondía á las necesidades de los tiempos,
ya que no tenía en cuenta los progresos alarmantes del
racionalismo. Salvo raras excepciones, los profesores
que enseñaban el dogma y la exégesis no se elevaban
por encima de la santa medianía que privaba en la
Iglesia josefista. Las autoridades eclesiásticas, los buró
cratas de sotana que frecuentaban á sol yá sombra el
ministerio y las cancillerías episcopales, los canónigos
de que el Emperador poblaba los cabildos y colegia
tas, eran en su inmensa mayoría tan ignorantes, como
estrechos de espíritu; y como ellos nombraban á los
profesores de teología, cuidaban de escoger hombres
que estuviesen al nivel de su propia inteligencia, y
cuando por casualidad alguno de estos teólogos desco
llaba sobre sus colegas, se le reducía al punto á la me
dida ordinaria, imponiéndole un programa de los más
sencillos.
En un instituto en que la enseñanza de la teología
propiamente dicha quedaba reducida á tan mezquinas
proporciones, fácilmente se adivina lo que podría ser
la enseñanza del derecho canónico. Cuando el jose-
fismo estaba en su apogeo, esta ciencia era el ariete con
que se demolía la constitución de la Iglesia y se des
truía la autoridad de la Santa Sede.
Según los canonistas austríacos, no era el Papa en
manera alguna el Maestro de la fe, el Jefe Supremo de
la Iglesia, el Sucesor de Pedro encargado de apacentar
las ovejas y corderos, sino simplemente el obispo de
Roma, que no gozaba de ninguna primicia real.
Estas teorías estaban tan encarnadas en los espíritus,
que el arzobispo de Viena, Mons. Milde, de quien ya
hemos hablado, llamaba al Papa «mi colega de Roma.»
Al llegar Brunner á la Universidad, nadie osaba en
señar estas heréticas doctrinas con tan brutal fran
EN AUSTRIA-HUNGRIA

queza, sino que se atenuaban, se mitigaban, se dulcifica


ban, si asf puede decirse. El profesor de derecho canó
nico estaba obligado á marchar muy derecho entre la
ortodoxia estricta y eljosefistno radical, y de miedo á
que un sacerdote s« declarara por el Papa, sólo se con
cedían las cátedras de canónico á laicos bien penetra
dos de la suprema dignidad del Estado.
Semejantes maestros debían formar singulares dis
cípulos. Medianos ellos mismos por lo general y con
vencidos de la necesidad absoluta de un clero medio
cre, aquellos profesores sentían profundo desprecio
por todo lo que indicara talento. Recitaban á su audi
torio las soserías de un manual que compilaban cuando.
no lo habían recibido de sus predecesores; los alum
nos se apropiaban casi maquinalmente las fórmulas
que se les servían bajo el nombre de ciencia teológica,
y se preparaban con tan poco fatigador ejercicio á las
funciones administrativas á que se les destinaba. Los
que sabían bien su manual y profesaban grandísimo
respeto á la sagrada persona del Emperador y de sus
ministros, podían aspirar á las mayores dignidades,
pues con una espina dorsal muy flexible, se hallaban
en disposición de obtener la mitra.
Pero desgraciados de los imprudentes que mostra
ban independencia, que deseaban saber algo más que
lo que decía el Compendium, que reusaban entrar en el
rebajamiento universall Desgraciados sobre todo si te
nían la audacia de proclamar su «falta de humildad»
y criticar el sistema, pues se jugaban su porvenir y su
carrera!
Tal como lo conocemos, con su resbaladiza natura
leza y su espíritu perspicaz y cáustico, Brunner hallá
base en disposición de estrellarse contra aquel escollo
En efecto; aquel sér independiente—aquella mala ca
beza, como se dirá más tarde—estaba seguro de des
28 JUDIOS Y CATÓtICOS

agradar á aquel mundo momificado que se llamaba la


administración de la Iglesia. A su entrada en el semi
nario se dignaron decirle «quele faltaba talento, pero
que podría suplirlo con el celo:» tales son los térmi
nos precisos de este admirable horóscopo. Al parecer
le faltaba el celo lo mismo que el talento, de lo que
pudieron convencerse desde el primer examen que le
hicieron sufrir. El presidente del tribunal—un amable
canónigo—le puso una cuestión. Brunner meditó algu
nos segundos, por lo que impacientado el examinador,
le dijo: «¿No sabeis esto y sois teólogo?» Sin descon
certarse el joven, respondió con mucha flema: <Dis-
pensad, señor canónigo; la respuesta del Manual es
esta.» Y la recitó. «Pues bien, —replicó el presidente
algo picado—¿por que no la decíais en seguida?» «Por
que esta definición del Manual—declaró el terrible
seminarista—es tan estúpida, que nada vale, y bus
caba otra!» ¡Júzguese del efecto producido por aque
lla insensatez! El canónigo, que había llegado «á la
cadena de oro sin tener una ciencia de oro», quedó es
tupefacto y se propuso que el joven revolucionario no
entrara nunca en la Iglesia de José II.
Los profesores no favorecían más al abate Brunner:
uno de ellos, al dar cuenta de uno de sus deberes, se
esforzó en cubrir de ridículo al joven teólogo. En mala
hora lo hizo, porque como aquel profesor predicaba
detestablemente, Brunner hacía pasar por la criba sus
sermones, en las horas de recreo, y dice en sus Memo
rias—y lo creemos de buen grado—que sus compa
ñeros no se reían ciertamente á costa suya.
La atmósfera intelectual del Pensionado de Viena
era irrespirable para el joven Brunner que trataba de
darse cuenta de lo que se le enseñaba: estaba sediento
de ciencia, y sólo se le ofrecía el agua estancada de la
teología josefista; amaba los grandes horizontes, y sus
ÍN AUSTRIA-HUN«»IA

maestros intentaban ponerle anteojeras; sintiendo que


la vida del espíritu palpitaba en torno suyo, hubiera
querido estudiar sus múltiples manifestaciones, y no se
le hacía ver más que el organismo osificado de otra
edad. Todo aquello era muy propio para desconcertar
una naturaleza escogida y empujarla al polo de la in
credulidad. Brunner no se descorazonó, ni menos es
cuchó las inspiraciones del amor propio ofendido, Tuvo
la dicha de encontrar en el Pensionado un director es
piritual que fué su salvaguardia y su providencia. En
efecto; el abate Horni era un sacerdote modelo—una
perla en el estercolero josefista—piadoso, recto, inteli
gente, abierto á todos los grandes ideales, solícito con
sus alumnos, y con la ciencia necesaria para servirles
de guía: comprendió á Brunner, le cobró afecto y le
ayudó á completar su instrucción teológica fuera de la
enseñanza oficial.
Brunner poseía una potencia extraordinaria de tra
bajo, manifestada ya desde los bancos del colegio, y
que se aumentó en el seminario. De aquí que al pro
pio tiempo que volvía á leer los clásicos alemanes,
franceses, italianos, españoles é ingleses—sobre todo á
Shakespeare—se iniciara en la literatura patrística,
constituyendo sus delicias san Agustín, san Jerónimo
y san Bernardo; y recordando las dudas que lo habíaa
atormentado, estudió los apologistas católicos contem
poráneos y trató de establecer sólidamente los funda
mentos de la fe. El abate Horni le prestó la grande
Historia de Inocencio III, de Hurter, la Simbólica, de
Moehler, los magníficos trabajos de Goerres, de Mo-
litor, de Windischmann, de Gunter y de Manuel
Veith, cuya elocuencia conmovía entonces al pueblo
de Viena. Brunner estudió todos estos volúmenes y
los completó mútuamente, dichoso de ver sus creen
cias defendidas con tanto vigor y lógica. Nada le en
3<5 JUDIOS Y CATÓLICOS

cantaba tanto como ver bien formulada una objección


y resuelta satisfactoriamente, porque no admitía sub
terfugios de ninguna especie, respuestas evasivas, hon
rosas retiradas, ni llamamientos á la autoridad, ya que,
según su manera de ver las cosas, no tenía derecho el
sacerdote á evadirse cuando se le presentaba una difi
cultad, sino que debía arremeter contra la objección,
estrecharla y aniquilarla.
Brunner hubiera deseado ver esta decidida actitud
en sus profesores; semejante enseñanza hubiera sido
más digna, fructífera y sugestiva para los seminaris
tas (i). Pero en la facultad de teología deViena ni si
quiera se sospechaba el método con que soñaba el jo
ven sabio, pues los profesores tenían otra cosa en que
pensar, muy distinta por cierto de la de formar defen
sores de la Iglesia, ya que sólo se les pedía servidores
del Estado, formularios administrativos ambulantes,
máquinas que supieran registrar matrimonios, naci
mientos y defunciones. ¡Qué importaba la ciencia y
los sabios! Para nada se necesitaban; y así, cuando
Brunner recibió con algunos otros condiscípulos la
tonsura, el coadjutor de Viena dirigióles, después de la
ceremonia, estas palabras que los dejaron estupefac
tos: «¡Señores, acabais de consagraros al servicio del
Estado y de la Iglesia!» El sacerdote no era más que
un servidor del Estado, un empleado con el mismo tí-

(1) Conozco un gran seminario enque uno de los profesores


de dogma, que lo era al propio tiempo de exégesis, iba á me
nudo á clase con un volumen de Renán, de Scherer, de Havet
ó de Burnouf, ó con un fascículo de la Revista de ambos
mundos; leía una página en extremo bri lante de la Vida de
Jesucristo 6 de San Pablo, y después hacía ver los sofismas,
las interpretaciones erróneas, las mentiras voluntarias que se
encontraban en cada frase. Al cabo de pocos meses los semi
naristas eran por sí mismos capaces de distinguir, á la sim
ple lectura, las ratoneras de esa falsa literatura científica.
EN AUSTRIA-HUNGRÍA

talo que el recaudador de impuestos ó el secretario del


ayuntamiento; una bendición burocrática como la que
Brunner recibió del coadjutor bastaba para tan noble
misión.
¡Qué dulces le parecían las vacaciones alabate Brun
ner despues de un curso pasado en semejante am
biente! En seguida emprendía un viaje lejano por Sui
za ó Alemania, y el relato de aquellas excursiones lle
nan de capítulos deliciosos sus Memorias. Algunos
años antes, la alegría de la vida, de respirar el aire
puro, el sentimiento de la naturaleza, la poesía des
bordante de su alma llenaban todas sus aspiraciones;
mas al presente agitábanle nuevas preocupaciones, y
deseaba ver á los hombres, cuyos escritos había leído.
En Munich tuvo la dicha de conversar con Moehler
y Goerres; en Schaffhausen visitó á Hurter, de quien
había de ser su mejor amigo; en Einsiedeln entró en
relaciones con un monje muy conocido, el poeta Galo
Morel.
También entró en relaciones de otra especie. Al es
calar el Righi, trabó conversación con un obispo an-
glicano, quien asombróse de saber que Viena no está
en Hungría. Caminaban juntos los dos viajeros en
completa armonía, cuando al llegar al convento de Ca
puchinos, detúvose el obispo, y dirigiéndose á Brun
ner, le dijo: «¡Qué ignorantes son estos frailes!» El
joven vienés le replicó al punto: «Pues bien, milord,
preguntad á uno de estos religiosos dónde se encuen
tra Londres y estoy seguro de que ninguno de ellos
será tan estúpido que os responda que está en Esco
cia.»—«Allí—añade Brunner—acabó nuestra amistad,
pues en adelante el obispo no se dirigió más que á su
mujer, que cabalgaba ásu lado.» Como ensayo, la ré
plica del futuro apologista no era mala.
De vuelta al seminario volvió á emprender Brunner
JUDIOS Y CATÓLICOS

sus estudios personales con nueva energía, procurando


extender cada día el círculo de sus conocimientos lite
rarios y científicos. Entre sus condiscípulos se encon
traban jóvenes 'devorados del mismo fuego sagrado que
el suyo: estos gustos y tendencias idénticas debían ne
cesariamente unir aquellos jóvenes espíritus, y consti
tuyeron una pequeña sociedad—un corrillo—en que
se hablaba de ciencia y literatura, suscribiéndose á una
docena de periódicos y revistas teológicas, filosóficas é
•históricas, y como deseaban colocarse en el terreno de
la lucha, fueron muy eclécticos en su elección, abo
nándose aun á los Hallischen Jahrbücher, órgano de
los neo-hegelianos. «Nos reuníamos cada día—dice
Brunner—y discutíamos los, capítulos y artículos que
habíamos leído; nos comunicábamos nuestras investi
gaciones, y señalábamos los sofismas y las perfidias
que habíamos notado: era una vida intelectual muy
activa y al mismo tiempo nos manteníamos dentro da
los límites dela más estricta ortodoxia.» Fácilmente se
comprende que con semejante formación apareciera
Brunner desde el primer momento como el formida
ble polemista que todo el mundo conoce. Sus estudios
variados y profundos á la vez y las cotidianas discu
siones de que era el alma debían aguzar su ingenio,
asegurar á su pensamiento gran rigor lógico y dar á
su estilo esa viveza que se admira en todos sus es
critos.
Por supuesto que la ciencia así adquirida era de con
trabando. Brunner y sus amigos leían sus libros y re
vistas y disertaban sobre los filósofos alemanes á es
condidas 'de la docta facultad y de la administración:
jamás se les hubiera permitido entregarse á estudios
que no llevasen la estampilla de la censura guberna
mental. Pasáronse, pues, sin la autorización, y Brun
ner lo dice muy claro. La dirección superior del
EN AUSTRIA-HUNGRIA ))

Pensionado qne reflejaba escrupulosamente las ideas de


la burocracia eclesiástica, no se cuidaba de favorecer la
formación de un clero instruído. «En aquel tiempo—
dice Brunner—se tenía un horror muy pronunciado á
los jóvenes inteligentes, pues se temía que fueran pe
ligrosos. La medianía era un artículo muy solicitado,
pues se entendía por ciencia el ejercicio mecánico que
consistía en aprenderse de memoria los manuales sin
dar importancia á la inteligencia.» Ir más allá era con
trario al espíritu de la Iglesia josefista, porque se obs
tinaban en no ver que, para estar á la altura de las cir
cunstancias, debe el sacerdote, según la frase de
Molitor, comprenderlas y dominarlas. Honra es,
pues, de Brunner y de su grupo el haber sido más
perspicaces que sus maestros, y la generación siguien
te les perdonará de buen grado el haberse convertido
en excelentes sacerdotes y hombres de ciencia á des
pecho de sus superiores.
En sus Memorias, no sólo no se reprocha Brunner
sus pecadillos, sino que, por lo contrario, condena
enérgicamente el sistema de que estuvo á punto de ser
víctima, pues dice con razón: «Más fácil es sin duda
prohibir la lectura de ciertos libros, que enseñarlos á
leer con provecho.» Y luego añade: «En general, no
es provechoso tratar como niños á los jóvenes mayores
de veinte años: semejante método no puede producir
buenos frutos. Los espíritus cautos se someten son
riendo, siendo molesto que se tome por humildad se
mejante condescendencia.» La humildad, como dice
en otra parte, era á sus ojos un derecho protector con
tra la tontería y la ignorancia, y rechazaba con indig
nación esta singular virtud cristiana á peligro de ser
tratado de orgulloso.
Felizmente el estudio lo consolaba de todo: en él se
engolfaba con placer, pero sin perder de vista el
34 JUDIOS Y CATÓLICOS

mundo. Durante el último curso del seminario, sufrió


Alemania uno de los cambios más importantes de su
historia religiosa: tal fué el que se operó en 1847. El
gobierno de Berlín acababa de organizar su primer
Kulturkampf, aprisionando al arzobispo de Colonia,
el gran confesor de la fe, Clemente-Augusto. Seme
jante violencia produjo una emoción muy viva en Pru-
sia y en todo el país germánico. El ilustre Gcerres dió
el grito de alarma en su Athanasius, ese folleto formi
dable que bizo temblar á los perseguidores de Berlín
y fué el punto de partida del movimiento religioso en
Alemania. El A. fhanasius penetró naturalmente en el
Pensionado de Viena, y Brunner y sus amigos queda
ron como embriagados. En las horas de recreo y de es
tudio no se hablaba de otra cosa, y Brunner hablaba
con tanto más entusiasmo, cuanto que conocía perso
nalmente al autor, á quien había visto en Munich po
cos meses antes de la publicación del Athanasius.
«Hube de describir á mis colegas—dice—su aspecto,
su manera de andar, su palabra. Si la cautividad del
arzobispo nos llenaba de tristeza mezclada de cólera,
Gnerres alimentaba nuestro entusiasmo y estimulaba
nuestros ardores belicosos.»
La admiración inspirada por el Athanasius estaba
alimentada por los Historiscli-politischc Blatfer, que
Goerres fundó en Munich aquel mismo año. «¡Con qué
júbilo—dice Brunner—saludamos la aparición de esta
revista! Corrían los números de mano en mano; nos
sentíamos transportados á una nueva vida.» Vida nue
va, en efecto, llevaban Brunner y su «corrillo», pues
to que en nada se parecía á la existencia monótona,
vulgar y rutinaria, ignara y desecante de la mayoría de
los seminaristas austríacos. En tanto que todo dormía
en torno suyo, aquellos jóvenes se aprestaban á la lu
cha, se preparaban á convertirse en otra cosa que en
1N AUSTR1A-HUNGRIX J5

órganos de la burocracia josefista. Para ellos el sacer


dote era algo más que el servidor del Estado de que
les había hablado el obispo. El apostolado de papel
les repugnaba; querían ser verdaderos sacerdotes de
Cristo, y lo fueron. En los ejercicios que precedieron
á su ordenación y salida del seminario, Brunner se
creyó verdaderamente en la cima del Tabor. Cantó su
primera misa en Mariazell, santuario muy concurrido
de Estiria, poniendo así las primicias de su sacerdocio
bajo la protección de María Inmaculada; despues,
vuelto á Viena, esperó tranquilo que decidieran de su
suerte.
CAPITULO TERCERO

LAS TRIBULACIONES DE UN VICARIO

Las excepcionales aptitudes y vasta ciencia del abate


Brunner lo designaban para una cátedra de la facultad
de teología, ó por lo menos, para un puesto de con
fianza en la capital. Hombres de su valer y temple son
tan raros, que debería faltar tiempo para colocarlos
en las más altas posiciones de la Iglesia. Sin embargo,
no era ésta la intención de sus superiores, pues á sus
ojos, Brunner tenía dos defectos imperdonables en la
Iglesia josefista: faltábale la famosa humildad y, lo
que era más grave aún, le sobraba valor. Para colmo
de infortunios, su desastrosa franqueza hacía, resaltar
terriblemente este doble defecto. Algunas semanas
antes de su ordenación, asistió, en las cercanías de
Viena, á un banquete eclesiástico, en el que tomó
también parte un secretario gubernamental del minis
terio de Cultos. Hablóse de literatura y teología, y el
secretario hizo un pomposo elogio de Herder, cuya
teología (racionalista) era, á su parecer, la única teo
logía posible, terminando con una profesión de fe anti
cristiana. La multitud de Curas presentes guardó si
lencio, habituados como estaban á inclinarse ante los
burócratas. Brunner no pudo contenerse, y con voz
firme y tranquila hizo el proceso de un sistema que
ponía los destinos de la Iglesia en manos de gente
hostil al cristianismo, no temiendo plantear este dile
ma revolucionario: «O bien este sistema destruirá la
EN AUSTRIA- HUNGRIA

Iglesia en Austria, ó bien la Iglesia dará buena cuenta


del sistema.» ¡Un seminarista osaba emplear tal len
guaje! El secretario no volvía en sí de su asombro, y
buscando una retirada honrosa, dijo con aire protec
tor: «Joven, con semejantes ideas malograréis vuestra
carrera, lo que será un mal para vos porque no care
céis de talento. »~«Si yo hubiera querido hacer ca
rrera—replicó el intrépido teólogo—hubiera toncado
otra dirección; en el estado eclesiástico, donde uno se
encuentra sometido á la acción de gentes ante las
cuales no me callaré jamás, es preciso sacrificar á Dios
algunos miserables años!» Palabras magníficas, pero
palabras muy imprudentes desde el punto de vista
humano. La burocracia no las olvidará nunca y no
tardará en vengarse.
Poco tiempo después de su ordenación, al volver
Brunner de un corto viaje, encontróse con un nombra
miento: abriólo con mano trémula y supo que el ar
zobispo le enviaba de vicario á Neudorf, pequeña pa
rroquia situada en las fronteras de Moravia. Jamás
había oido hablar de esta localidad y aun tuvo trabajo
para encontrarla en los mapas más detallados.
]Qué perspectiva! ¡Ah, el secretario tenía razón.
Brunner había malogrado su carrera! La Providencia
había dotado admirablemente al joven sacerdote; le
había prodigado el talento y la voluntad necesaria
para hacerlo fructífero; á los veinticuatro años había
leído en el original las obras maestras de los principa
les literatos de Europa, y estaba al tanto de las princi
pales obras teológicas que habían salido á luz. [Pues
precisamente por todo esto se le enviaba á un obscuro
rincón de provincias!
Por indiferente y desinteresado que fuera, semejante
nombramiento dejólo al punto aturdido; pero se re
animó en seguida, y sin cuidarse ni siquiera de pro
JUDIOS Y CATÓLICOS

testar, partió el 1 5 de Septiembre en busca de su pa


rroquia. Brunner nos refiere admirablemente esta
odisea en sus Memorias. A las diez de la noche, y
tras penoso viaje, deteníase su vehículo ante una po
bre mansión, á la que llamaban la casa rectoral de
Neudorf, y después de un rato de espera, lleno de an
siedad, vió aparecer un anciano rechoncho, calvo y
con algunos blancos mechones que le caían por las
sienes. «¡Ah, ya! ¿aún no ha llegado la noche? Seguro
estoy de que guarda cama desde hace un mes, y espe
ráis á que haya perdido el uso de la palabra!» En es
tos términos algo bruscos interpeló el Cura al visitan
te nocturno. Brunner, que había adivinado sa error,
le interrumpió diciendo: «Dispensad, señor Cura, no
vengo á llamaros para ningún enfermo, sino que soy
el nuevo vicario que os envía el consistorio.» A seme
jantes palabras rióse el Cura de su error, excusóse y
tributó un recibimiento muy cordial al joven sacer
dote. Aquellos dos hombres fueron buenos amigos
desde el primer momento.
Era una perla aquel buen abate Kumanz: bajo un
exterior algo gastado se ocultaba un corazón de oro,
un verdadero sacerdote, como había muchos por ca
sualidad en la Iglesia josefista. Brunner concibió por
él una ternura filial, y le dedicó en sus Memorias un
capítulo escogido, en donde se siente palpitar el alma
de aquel buen Cura de aldea. El mismo Kumanz era
Víctima del josefismo: no sabía adular ni doblar el es
pinazo, y por lo mismo, se le dejaba enmohecerse en
el villorrio de Neudorf sin tener en cuenta sus méri
tos y servicios. Quejábase de vez en cuando á su joven'
amigo; á menudo se refería á sí mismo los agravios
que tenía contra el consistorio, porque pensaba en voz
alta, y nada era tan divertido como estos soliloquios.
Brunner, cuyo aposento estaba separado del suyo por
EN AUSTR1A-HUNGRÍA 39

un simple tabique, los escuchaba siempre, y nos ha


conservado algunos (i).
Los soliloquios de Kumanz—que en nada se pare
cían á los de san Agustín—tenían un carácter particu
lar, vivo y conmovedor, cuando el consistorio le ofre
cía el tema. Habiendo vacado una parroquia algo
mejor que la suya cerca de Viena, la solicitó, ¿Qué
acogida tendría su petición? Muchos pasos análogos
habían resultado inútiles. ¿Triunfaría esta vez? No lo
esperaba siquiera, porque le faltaba una condición
esencial. «No,—decía,—no sé trepar por las cancille
rías; no, nadie verá al viejo Kumanz arrastrarse ante
los pasantes eclesiásticos. ¿Debo tornarme marrullero
y lavarles la cara á esos señores mientras me burlo
para mis adentros? ¿He de pasarles la mano por la es
palda, sonreirme y cantar el Placebo Domine? Si hu
biera querido rebajarme á tanto, hace tiempo que hu
biera ascendido. Pero no lo he hecho, ni lo haré
jamás.» Y «el viejo Kumanz» continuaba en el mismo
diapasón, resignado de antemano á ser preterido.

(1) He aquí, por ejemplo, las reflexiones que el vicario


sorprendía el domingo por la mañana cuando Kumanz iba á
rezar su breviario. "¿Dónde habrá pnesto la vieja (el ama)
mi calendario? No sabe nada, ni siquiera ordenar los objetos;
cada día se vuelve más animal... Preciso es tener piedad de
ella; de lo contrario, hace tiempo que la hubiera puesto en la
calle... jBravo, ya lo tengo!.., Veamos qué fiesta es hoy. [Oh,
un De ea (*)! ¡Señor Dios! Los que han ordenado estos ofi
cios no tenían ciertamente que confesar, ni explicar el cate
cismo, ni dar la bendición, sino que les sobraba el tiempo.
¡Pero nosotros!... ¡Y además el domingol... ¡Es tan largo, tan
largo!... En fin, apechuguemos con él; la oración es indis
pensable...» Comenzaba: Deus, in adjutorium meum inten-
de; y recitaba el oficio á media voz, pero con gran deroción.
(*) Se llama De ea el oficio de la feria que hay que reci
tar cuando el calendario no indica alguna fiesta. Este oficio
es mucho más largo que los de fiesta.
40 JUDIOS Y CATÓLICOS

La compañía de aquel anciano de elevado y valeroso


corazón fué un verdadero bien para el abate Brunner.
Enseñóle á amar el deber por sí mismo, á despreciar
las pequeneces y los enredos, á consagrarse á los po
bres y á los débiles. Así pasó meses felices en Neu
dorf, predicando, catequizando, cuidando á los enfer
mos y descansando de sus fatigas en interminables
tertulias con el pár roco y otros sacerdotes vecinos.
Esta dulce y austera dicha no duró mucho. Contra
lo que esperaba, Kumanz obtuvo la parroquia solici
tada, y su sucesor era, según el abate Brunner, cuno
de esos retazos eclesiásticos que antes son objeto de
risa que de edificación.» El nuevo cura de Neudorf se
figuraba ser un gran orador y se admiraba á sí mismo
desde la mañana hasta la noche. Brunner, que mane
jaba mejor la sátira que el incensario, se encontraba
fuera de su centro, y como su salud estaba muy re
sentida por efecto del húmedo clima de aquella re
gión, pidió y obtuvo su traslado.
Enviósele á Petersdorf, cerca de Viena, quedando
satisfecho de su nombramiento, no porque [el puesto
fuera brillante desde el punto de vista material, sino
porque la proximidad á la capital era de precio in
estimable para el joven sacerdote, ávido de ciencia.
De aquí que, si en Neudorf había descuidado sus estu
dios, los reanudara entonces con todo el ardor de sus
años de seminario. Estaba de nuevo en su elemento:
«Ya no me aburrí más—dice—porque pasaba ocupado
todo el día.» Parecióle entonces llegada la ocasión de
enristrar la pluma.
Sin duda que aquel anhelo habíale asaltado ya en el
seminario, porque pensaba que, si el orador ejerce
influencia fascinadora en su auditorio, la del escritor
es más durable, y más vasta, y más profunda. Los fi
lósofos, los historiadores, los poetas atacan al cristia
UN ÁUSTKIA-HUNGKIA 41

nismo y á la Iglesia en sus escritos, y so pena de ser


vencidos, preciso es defender estos grandes intereses
religiosos con las mismas armas, oponiendo á las obras
racionalistas ó ateas obras católicas de igual valor.
Brunner se sentía con alientos para descender á la
arena y tomar parte en la lucha.
La sociedad que frecuentaba entonces le impulsaba
á llevar á cabo su propósito. En casa de! célebre pin
tor Fuhrich, encontró á Jarke, diplomático y publi
cista muy distinguido, cuyos salones eran el centro
de reunión de los católicos más eminentes de Viena.
Agradóle Brunner y se convirtió bien pronto en uno
de los más asiduos concurrentes á tan brillantes re-
' uniones. Allí trabó relaciones con los poetas Eichen-
dorf, Adalbert, Stifter, con escritores y artistas, con
una falange católica escogida, y en medio tan sugesti
vo debía madurar rápidamente su talento y adquirir
forma más brillante sus ideas.
Pero más que los salones de Jarke, lo que avivó y
estimuló al joven vicario de Petersdorf fué la celda
del fraile Manuel Veith. Era éste una de las más puras
glorias de la Iglesia austríaca, y poseía todo lo que se
' necesitaba para seducir á Brunner: la elocuencia, el
genio, la gloria, todo, hasta la aureola del martirio.
La vida de este hombre extraordinario es un verdade
ro poema. Hijo de padres judíos, educado en el ju
daismo, concibió, ya de niño, invencible repulsión al
Talmud, y abandonando la casa paterna, se refugió en
Praga y luego en Viena, estudió medicina, obtuvo
una cátedra y se conquistó rápidamente envidiable
celebridad. Luego, de repente, este judío, este sabio
ante el cual se extendía tan magnífico porvenir, se
pára, herido como san Pablo en el camino de Damas
co, abraza el catolicismo, abandona el mundo y se
hace sacerdote y religioso. Dios sabe suscitar siempre
43 JUDIOS Y CATÓLICOS

y en todas partes los profetas de que tiene necesidad


una época. En aquel tiempo la losa de plomo del jose-
íismo oprimía aún á la Iglesia: [era la edad de oro del
quietismo jerárquico y de la burocracia parroquial.
Para provocar la reacción contra este embotamiento
mortal era indispensable un hombre enérgico, de es
pontáneas decisiones. Veith fué por mucho tiempo
este hombre. Predicador de la catedral, supo atraer al
pie de su cátedra la sociedad escogida de Viena y en
señar de nuevo la doctrina católica, olvidada ó des
preciada desde hacía cincuenta años; escritor de ta
lento, publicó trabajos apologéticos de primer orden
y ejerció una acción poderosa sobre el clero joven;
hombre de acción, fundó en Viena el Katholikenve-
rein, una asociación que hubiera arruinado al josefis-
mo, si no se hubiera interpuesto el arzobispo. Pero
Veith torturaba la necrópolis eclesiástica de la capi
tal: «Se me apaleó—dice—con el cayado episcopal»,
y se le obligó á presentar su dimisión (i).
Cuando Brunner, que hubiera podido ser, con sólo
quererlo, gran médico ó gran poeta, conoció á Veith,
ocupaba todavía este apóstol el púlpito de la catedral.
Veíanse por lo menos una vez á la semana, y en sus
largas conversaciones bebió el vicario de Petersdort
aquel amor intrépido y profundo por la Iglesia, del

(1) Cuando Veith fue en cierto modo arrojado de Viena,


se retiró al lado del príncipe Federico de Schwarzenberg,
arzobispo de Salzburgo, que en seguida lo fue de Praga. Por
fin se hizo justicia al santo sacerdote, y en su jubileo sacer
dotal, el Emperador le envió la cruz de Comendador de la
Orden de Francisco José, la ciudad de Viena le nombró hijo
adoptivo, Schwarzenberg le dirigió una carta laudatoria, el
gobernador de la Baja Austria le felicitó personalmente, la
Emperatriz Carolina Augusta púsole un telegrama. Todo el
mundo pensó en él... excepto el arzobispo de Viena.
EN AUSTRIA.-HUNGRIA 43

que tantas pruebas debía dar con el tiempo, completan


do también en cierto modo su educación de apologista
y polemista, siendo prudente pensar que bajo la ins
piración y dirección de Veith publicó sus primeros
trabajos. Inició Brunner sus obras con una colección
de oraciones, siendo de notar este hecho, pues el satí
rico batallador era un hombre piadosísimo, de tal
modo, que hacia el fin de sus días, será también una
de sus últimas obras un libro de oraciones. Pero bien
pronto se ensayó en otro género, que fué y continuó
siendo su verdadero elemento. En efecto, compuso el
Babenberger Ehrenpreis, una historia en verso, y poco
después, una novela titulada Des Genie's Malheur und
Glük en la que descubre ya su vena satírica y humo
rística. Estas dos obras tuvieron gran éxito; en ellas
se ocupó todo Viena y Brunner casi adquirió la cele
bridad desde el primer momento.
El eco de esta naciente nombradÍa repercutió tam
bién en el consistorio, siendo fácil juzgar del efecto
que allí producirían estos escritos. ¿Con que aquel
aturdido joven persistía en ser independiente y refrac
tario al molde josefista? ¿Era, pues, incorregible? Por
lo menos, se haría el esfuerzo supremo para domarlo;
y así, mientras que los católicos ilustrados de Viena
se felicitaban de la aparición de un sacerdote con
talento, la burocracia buscó el medio de acogotarlo,
enviándolo de ecónomo á Wienerherlierg, un pobre
villorio situado muy lejos, en las fronteras de Hungría.
Existían entonces en la diócesis de Viena y en las
restantes de Austria parroquias en que el cura, para
no morirse de hambre, debía convertirse en labrador ,
porque no contaba con otros recursos que los produc
tos de sus tierras que estaba obligado á cultivar por
sí mismo. Wienerherberg era de esta categoría, y al
llegar allí Brunner encontró una casa parroquial
44 JUMOS T CATÓLICOS

húmeda, arruinada, una granja, establos, en una pa


labra, la habitación de un pobre aldeano. Al ver
aquello, sintióse acometido por un sentimiento de
amarga tristeza; pero lo que le oprimía el corazón,
no fué sólo la miseria que brotaba de aquellas desnu
das paredes, sino la visión rápida y terrorífica de las
ocupaciones qee le esperaban. Hasta entonces había
consagrado á sus queridos estudios las horas libres
que le había dejado su ministerio parroquial; pero al
presente preveía otro género de vida muy distinto:
recolectar las cosechas, trillar el trigo, vender el grano
y la paja, comprar vacas, traficar con la lana de las
ovejas, vigilar á los jornaleros, alimentar al mozo de
muías y- á la Saumagd; deberes todos que aniquilarían
al escritor! ¿Cómo no sentirse dolorosamente impre
sionado? Pero el abate Brunner era demasiado filósofo
para abatirse por mucho tiempo: puso al mal tiempo
buena cara y empezó á desempeñar con mucha sangre
fría su papel de cura-labrador. Ganóse de tal modo la
confianza de sus parroquianos, que, á consecuencia de
un sermón sobre el espíritu de paz y los males que
llevan consigo los procesos, escogiéronle de común
acuerdo por su juez para dirimir en adelante todos sus
litigios. Administró sus propiedades regularmente,
antes bien que mal, y nos refiere con mucha sal los la
cónicos discursos que dirigía á los comerciantes cuan
do intentaban despreciar su trigo.
No obstante sus éxitos agrícolas, sintióse muy di
choso cuando el consistorio nombró un cura en pro
piedad para Wienerherberg, porque era para él la
libertad. Enviósele entonces de vicario á Altlerchen-
feld, una de las parroquias pobres de los arrabales de
Viena. Aunque de los más humildes, aquel puesto le
convenía á maravilla, porque en él volvía á encontrar,
cOn sus libros y horas libres, á los numerosos amigos,
EN AUSTftlA-HUNGRIA 45

de que había sido separado durante algunos meses.


«Pocas épocas hay en mi vida—dice—en las que me
haya sentido tan contento.» Altlerchenfeld era una
parroquia compuesta casi en su totalidad de obreros;
por consiguiente, un campo de actividad muy vasto
para la caridad y espíritu de observación del abate
Brunner, y en él desplegó su gran celo, sobre todo
con los niños y jóvenes obreros.
Aquel apostolado no le impidió, sin embargo, rea
nudar sus trabajos literarios; y asi, al mismo tiempo
que terminaba en 1843 su volúmen Fremde und Hei-
math, preparaba y meditaba una serie de poemas que
aparecieron sin interrupción en los años siguientes,
no tardando en convertirse en una de las personalida
des literarias más salientes de Viena y Austria.
Las dignidades del consistorio, que le habían negado
talento, intentaron en vano ahogarlo con el apaga-
luces. Era preciso confesar que aquel vicario, que
habían hecho pasear desde los confínes de Moravia á
las fronteras de Hungría, era un escritor poderoso. Tu
vieron que resignarse con cólera y quizás también con
miedo, porque, bajo el poeta satírico, se adivinaba al
adversario formidable del joseíisrno, previendo que
tarde ó temprano haría estallar su látigo sobre la ca
beza de todos los burócratas que regentaban á la Igle-
sia. No osaron atacarlo de frente, contentándose con
aparentar que no se le conocía, y cuando se concedían
envidiables prebendas y cátedras de teología á imbé
ciles y aún á futuros apóstatas, no se encontraba ningún
puesto conveniente para el vicario de Altlerchenfeld.
La sociedad laica, preciso es reconocerlo, mostróse
más inteligente y justa. Desde la publicación de los
Babenberger, el abate Brunner fué solicitado por las
personalidades más eminentes, entre otros por el barón
de Hugel, diplomático instruído, sobre quien una
JUDIOS Y CATÓLICOS

Historia de la revolución de España había llamado la


atención de Metiernich. Hugel daba reuniones litera
rias como Jarke, y Brunner se convirtió en uno de sus
principales ornamentos. Su brillante conversación en
la que resplandecían, á la vez que su ciencia, su espí
ritu cáustico y su hombría de bien, le conquistaba
todas las simpatías. Admirábasele mucho en aquellos
centros, y cada vez que aparecía una de sus obras, se
la leía y comentaba lo mismo en casa de Jarke que en
la del barón de Hugel. La aparición del Nebeljungen-
lied provocó un verdadero entusiasmo. Hugel alababa
extraordinariamente aquella sátira, la citaba á todo
evento, y durante algunas semanas, su primera pre
gunta era en todas partes: «¿Habéis leído los Nebel-
jungen?» Una noche llegó Brunner á casa de Jarke,
que estaba rodeado de un círculo de amigos. *Lupus
in stabulo—gritó Jarke; llegáis muy oportunamente.»
Y continuó leyendo el nuevo poema del vicario.
Esta lectura iba á determinar para Brunner una
nueva fase de su vida. Éntrelos oyentes se encontraba
el obispo húngaro Lonowicz, íntimo del príncipe de
Metternich, el cual creyó, no sin fundamento, que
serla provechoso y agradable al poderoso ministro
conocer de cerca á aquel vicario-poeta que revelaba
tan profundo conocimiento de la ciencia y de la polí
tica contemporánea. Hablóle de él en su primera visita;
y como el barón de Hugel se había expresado con la
misma admiración sobre Brunner, excitóse vivamente
la .curiosidad del Príncipe, quien, conociendo á tantos
obispos sin pizca de inteligencia, quedó asombrado
de saber que en los arrabales de Viena existía un
simple vicario dotado de genio. El 18 de Mayo de
1845, un billetito invitaba al abate Brunner á presen
tarse en el palacio de Su Excelencia el príncipe-canci-
ller de Metternich.
CAPÍTULO CUARTO

El ABATB BRUNNER Y EL PRÍNCIPE DH MBTTERNICH

A juzgar únicamente por las apariencias, no eran


muy á propósito para entenderse estos dos hombres,
porque entre el ministro y el vicario casi nada había
de común, ni en el terreno político ni en el religioso.
Metternich era, ó parecía ser, el partidario irreducti
ble del absolutismo en Europa; consideraba á la revo
lución francesa como una obra de destrucción, y aún
cuando Taine no había publicado aún su requisitoria,
aquel movimiento político y social, inspirábale inven
cible horror. Quiso á cualquier precio preservar á
Austria del contagio revolucionario, y firme en su
propósito inauguró un sistema de represión que hu
biera triunfado, si la violencia pudiera contener la
expansión de las ideas. Rodeó el imperio de una ver
dadera muralla china, deteniendo en la frontera todo
libro y todo periódico sospechoso de liberalismo, en
tanto que organizaba en el interior una policía severa,
de la que hizo instrumento á la misma Iglesia, y esta
bleció una censura rigurosa que hubiera proscripto de
buen grado el Evangelio porque en él se habla de
libertad.
Si el ministro tenía confianza 'en este régimen, el
vicario de Alilerchenfeld encontrábalo sencillamente
absurdo. A sus ojos, el muro chino de Metternich era
de papel, como lo eran por otra parte todos los traba
jos de defensa del absolutismo, estando persuadido de
JUDIOS Y CATÓLICOS

que el viento revolucionario lo arrasaría en una noche.


Sufría al ver á la Iglesia reducida á la ingrata misión
de gendarme ministerial, porque como el despotismo
gubernamental sublevaba odios feroces, la Iglesia
compartía fatalmente esta impopularidad y sacrificaba
así su autoridad, siendo fácil notar que de aquel juego
cruel le resultaban dos perjuicios, porque, de un lado,
estaba esclavizada por el Estado que la protegía, y de
otro, reprochábale el pueblo que fuera el apoyo de la
tiranía. El abate Brunner veía desarrollarse todas estas
funestas consecuencias y se declaró adversario decidido
del absolutismo. Reivindicaba la libertad para el pue
blo y la Iglesia.
¿Ignoraba Metternich las ideas políticas del joven
vicario, ó bien experimentaba la necesidad de escuchar
otra cantinela que la de los despachos ministeriales?
Sea lo que fuere, quiso ver al poeta satírico, encon
trando un motivo ó pretexto muy natural para trabar
relaciones con él, pues deseaba informarse del movi
miento católico alemán, que hacía estragos en Prusia,
y Brunner era el hombre que mejor podía instruirlo.
Ronge, un sacerdote apóstata de Siberia, para coho
nestar pasiones muy vulgares, había levantado el
estandarte de la rebelión y anunciado en un libelo
resonante la fundación de la Iglesia católica alemana.
El gobierno prusiano alentaba con todas sus fuerzas
el movimiento de aquel singular reformador, y vióse
á Ronge, escoltado de algunos colegas amancebados,
recorrer Alemania en triunfo. El eco de aquellos sa
turnales llegó á Viena, y el Príncipe-Canciller deseaba
hablar de ello con un sacerdote que estuviera al
tanto.
La primera entrevista de Metternich y del abate
Brunner fué cordial. De momento, el vicario mostróse
un poco emocionado. ¿No tenía ante sí á uno de los
EN AUSTRIA -HUNGRIA 49

hombres más ilustres y poderosos de Europa, que era


al propio tiempo la personificación del absolutismo?
Pues bien, él mismo detestaba este sistema: ¿cómo
salir del paso? El ministro se apresuró á disipar la
timidez de su joven interlocutor, comenzando por de
clarar que la situación de la Iglesia austriaca estaba
muy lejos de satisfacerle. «Desde entonces—dice
Brunner— me sentí sobre terreno firme, y como en el
curso de la conversación me permitiera hacer una
observación contraria á las ideas del Príncipe, me
excusé, respondiéndome él con fina sonrisa: «Si hu
biera querido que contestarais sencillamente amén, á
rodo cuanto yo dijera, hubiera sido mucho más sen
cillo no hablaros de todo.» A partir de aquel momen
to, la conversación tomó un giro más atrevido, y ha
biéndose mostrado asombrado el abate Brunner de
que el Canciller, convencido de la situación insoste
nible de la Iglesia, no pusiera remedio, Metternich le
dijo estas palabras: «Ved lo que son las cosas: desde
hace muchos años, siempre que un asunto va mal, se
me echa la culpa; pero en realidad mi esfera de acción
es mucho más restringuida de lo que comúnmente se
cree. Yo no me extralimito nunca, prefiriendo sufrir
las injurias; es uno de mis principios.»
Con gran sorpresa suya, Brunner encontrábase en
frente de un Metternich muy distinto del de la leyen
da. Así lo reconoce en sus Memorias, y aun insiste
sobre este punto. El Príncipe se había convertido en
prisionero de su sistema, y no obstante ser el Canciller
y Presidente del gabinete, no tenía la iniciativa ni la
dirección de las medidas gubernamentales de que se
le suponía responsable. El mal se hacía debajo y á
i espaldas de él, y con mucha frecuencia se le han
reprochado medidas cizañeras de que ni siquiera tenía
noticia. Brunner pudo comprobarlo personalmente
50 JUDIOS T CATÓLICOS

en más de una ocasión, y como por naturaleza nada


tenía de adulador, justo será consultar sus Memorias
antes de juzgar y condenar á Metternich.
Cuando, pasando á otro asunto, preguntóle el prín
cipe que se debía pensar del catolicismo alemán,
Brunner no vaciló en decir que la religión nada tenía
que ver con él y que el rongianismo era un movi
miento puramente revolucionario. «Los gobiernos—
añadió—que favorecen este movimiento dan pruebas
de ligereza y ceguedad. Se les hace creer que el ataque
va dirigido contra la Iglesia católica, pero dentro de
poco, cuando se descorra el telón y empiece el drama,
se verán los gobiernos molidos á golpes con las armas
que han distribuído á los demagogos.»
El porvenir dió la razón á Brunner, porque, tres
años después, conoció Prusia por su propia desgracia
que el rongianismo era una forma hipócrita de la Re
volución. Metternich quedó sorprendido de la exacti
tud de las reflexiones del vicario, y le encargó que
redactara una memoria sobre el asunto.
En pocas semanas acabó su trabajo, y cuando lo
hubo leído el Canciller, concibió una admiración más
viva aún por aquel joven sacerdote dotado de tanta
perspicacia. Desde entonces tuvieron frecuentes en
trevistas, pidiéndole el príncipe memorias sobre di
versos problemas políticos y religiosos.
Brunner se había convertido, por decirlo así, en su
consejero íntimo, y en diversas ocasiones, en su confi
dente. A propósito de los artículos virulentos dirigidos
contra su persona, Metternich habló por segunda vez
de la impotencia á que estaba reducido. «En realidad—
decía—no soy más que ministro de Estado, y no ejerzo
acción alguna sobre la política interior por la sencilla
razón de que la comida ya se ha cocido en el consejo
de ministros cuando se me sirve: aquí sólo se hace sa
1M AÜSTRIA-HUNGRIA 51

zonarla algo más. Si la sopa es mala, si la comida está


echada á perder, yo me entero, es verdad, pero sin
poder cambiar nada. Por mi posición se me informa de
lo que pasa en la administración interior, pero sin to
mar parte en ella. Esto es lo que no se quiere com
prender, y de ahí los juicios erróneos de que soy
víctima.»
Metternich quería adjuntar oficialmente á su servi
cio al joven sacerdote que honraba con tales confiden
cias. Habló de ello al obispo Lovonicz y al nuncio
Mons. Altieri, y como ambos personajes apreciaban
mucho á Brunner, se alegraron extraordinariamente;
pero Brunner no participó de su entusiasmo, y confesó
al barón Hugel que le seria doloroso separarse del mi
nisterio pastoral, resistiéndose tanto más á entrar en la
administración, cuanto que conocía los celos feroces y
el odio de toda la burocracia eclesiástica. El consisto
rio estaba inquieto desde que sabía que el vicario de
Altlerchenfeld era amigo del Canciller: nada se había
olvidado y se temía todo. Era preciso de todo punto
inutilizar al intruso, y la campaña que emprendieron
todos aquellos canónigos fué cómica. Cada uno aven
turaba alguna reflexión nada cortés contra el abate
Brunner. «No le falta capacidad—decía uno poniendo
los ojos en blanco; —pero no es teólogo;» y aquel pia
doso cofrade era conocido por su absoluta nulidad.
«Está totalmente desprovisto de sentido práctico,» —
suspiraba otro, y sus propios conocimientos teóricos y
prácticos consistían en devorar buenas nóminas. «Es
un pesimista fantástico con cierto talento de forma,»—
gañía un tercero, y este mismo personaje, al encon
trarse de nuevo con Brunner, díjole á la cara: «Vues
tros Nebeljungen son una obra maestra; las cosas suce
derán como lo habéis predicho, pero no quieren
creerlo.»
JUDIOS Y CATÓLICOS

De buena gana hubieran lanzado á Brunner, no ya


á los confínes de Hungría, sino en medio de los turcos;
tanto les ofuscaba su talento, su influencia y su pres
tigio. Pero ¿cómo tocar al nombre de confianza del
Prlncipe-Canciller? Y sin embargo, sólo al pensar que
Brunner iba realmente á poner mano en el rodaje de
la Iglesia josefista y arruinar el paraíso de la imbécil
burocracia ¡que pavor! ¡No se atrevían á hablar de ello
y en ello pensaban con espanto!
El vicario de Altlerchenfeld les desvaneció aquellos
angustiosos temores, pues comprendiendo por adelan
tado la inutilidad de sus esfuerzos, prefirió conservar
su independencia; dió gracias al Príncipe por la bon
dad de que tan señaladas muestras le daba, y rehusó
entrar en los Archivos ó en el departamento de Cultos.
Un paso que tuvo que dar en nombre de Metternich
confirmóle plenamente en su reserva. Rogóle el Mi
nistro que fuera á ver al consejero de Estado Justel, el
burócrata más importante de Cultos. Aquel anciano
octogenario era el sacerdote más condecorado, con
más títulos y más funesto del Imperio. Desde su gabi
nete gobernaba á la Iglesia desde tiempo inmemorial,
nombrando á los obispos, á los canónigos, á los curas,
imponiendo leyes á los consistorios diocesanos, dispo
niendo de todas las funciones y de todas las dignidades
eclesiásticas. Nada se hacía sin él, era más que un ar
zobispo, y se colocaba por encima del Papa. Ante
aquel hombrecillo arrugado, todos los candidatos tem-
blablan, y jamás había visto ante él sino sacerdotes
encorvados como una súplica—son palabras de Brun
ner,—poique los ambiciosos estaban dispuestos á todas
las bajezas, y los demás evitaban encontrarse con el
potentado melifluo. El abate Brunner, que conocía
muy bien á «aquel hacedor de obispos y arzobispos,»
hubiera deseado evitarse la carga de semejante visita,
EN AUSTKIA-HUNGKIA 53

pero la cortesía no le permitía negarse y se presentó al


consejero de Estado. Sin exagerar puede afirmarse que
Justel no había escuchado más que adulaciones en su
gabinete; pero por aquella vez tuvo que pasarse sin la
ambrosía de que se alimentaba habitualmente. Recibió
al joven protegido de Metternich con amabilidad llena
de condescendencia, y sabiendo que el Ministro quería
emplearlo en Cultos, le sondeó para conocer su modo
de pensar sobre la situación eclesiástica. El vicario de
Altlerchenfeld tratóle al principio con mucha diplo
macia, exponiéndole con tanta calma como claridad
todo lo que pensaba de la Iglesia josefista, y no vaciló
en decirle que el edificio estaba corroído y que se
arruinaría muy pronto, envolviendo en sus ruinas á los
rezagados que trataran de sostenerlo. «Naturalmente—
dice Brunner—que mi tesis no era muy propia para
agradar á un viejo que en ella veía trastornados todos
sus hábitos.» Su asombro fué extraordinario, y en otras
circunstancias, hubiera puesto en la calle al imperti
nente que no decía amén á sus oráculos; pero dada su
prudencia, pensó en Metternich y contentóse con des
pedir al humilde vicario, diciéndole con afectación:
«Joven, cuando tenga necesidad de vuestros consejos,
os consultaré.» Decididamente, Brunner malograba su
carrera, porque disgustaba soberanamente á los buró
cratas.
Claro está que semejante desgracia no le quitó el
sueño, sino que se rió con toda el alma del espanto que
había causado al consejero de Estado Justel, y conti
nuó sus trabajos literarios. Al Nebeljunginlied sucedió
otro poema satírico, Der deutschc Hiob, despues la de
fensa del historiador Hurter, y por fin una novela.
Metternich continuaba interesándose por estos estu
dios y llamando con frecuencia al poeta á palacio.
Su aprecio por Brunner llegó hasta el punto de con
54 JUDIOS Y CATÓLICOS

fiarle en 1846 una especie de misión diplomática, y en


Mayo partió para Alemania y Francia, encargado de
estudiar la situación política en ambos países y tomarle
el pulso á la opinión de Europa. El optimismo por
largo tiempo inquebrantable del Príncipe comenzaba
á flaquear de algunos años á esta parte; las memorias
de sus agentes diplomáticos en el extranjero no eran
muy tranquilizadoras; en la misma Austria, Brunner y
otros amigos le indicaban síntomas alarmantes; de vez
en cuanto oía en Europa siniestras convulsiones que
presagiaban tormentas, si no la catástrofe final. De
aquí que deseara tener informaciones más completas
y precisas y de que rogase al vicario de Altlerchenfeld
que emprendiera un viaje de exploración.
El diplomático improvisado de este modo se puso
en camino con un paquete de cartas que lo acredita
ban cerca de los personas más ilustres de los países
que atravesaba. Sea por modestia, sea por discreción
profesional, no habla casi nada de esta misión en sus
Memorias; pero sabemos, por el resultado, que había
observado é interpretado bien los hechos, y de vuelta
en Viena, consignó sus observaciones en una memoria
que entregó al príncipe de Metternich. La conclusión
de aquel curioso documento, que debe encontrarse en
un archivo de Viena, es una nueva prueba de que
Metternich no quedaba defraudado en su confianza.
«Dentro de dos años lo más tarde—declaraba la me
moria de Brunner—estallará en Europa la revolu
ción.» Pues bien, en 1846 se hacía semejante profecía
á Metternich.
Brunner no podía ni quería ocultar lo que había
observado y creía entrever; parecíale que el público
tenía tanto derecho á una advertencia como el Canci
ller, y buscó el medio de dársela, escogiendo la forma
v de la novela alegórica. En efecto, á fines de 1847, apa
EN AUSTIUA-HtJNGRIA 55

reció en Ratisbona una novela en dos tomos titulada:


Die Prinsenschule au Mxpselglück. Como novela era
muy mediana, pero las alusiones que contenía no de
jaban de ser picantes. Era una sátira más O menos di
vertida de la vida de las cortes alemanas, de las intri
gas que en ellas se traman, de los sistemas políticos
en boga, de la educación de los príncipes, etc. Msep-
seíglück lo mismo podía ser Austria que un gran du
cado cualquiera: en todas partes reinaban los mismos
vicios y dominaban las mismas extravagancias; en to
das partes cometían los gobiernos las mismas faltas,
en todas partes la esclavitud de la Iglesia conducía á
los mismos resultados.
La pintura de Brunner no era, pues, en manera algu
na una caricatura; por lo contrario, había dulcificado
los tonos, á peligro de aparecer inferior á la realidad.
Sin embargo, se le ha reprochado el que pusiera al
desnudo las miserias de Meepselglük; se le ha acusado
de haber desfigurado la verdad y de haberse erigido
en profeta de la desgracia. En efecto, el último capí
tulo del libro vituperado llevaba este título: El por
venir de /i unidad alemana, las consecuencias del régi
men político de Meepselglück, y gran número de acon
tecimientos extraordinarios. Encima de este título no
había más que... un gran cuadro completaménte negro.
Esta mancha tan elocuente era el abismo que se había
de tragar á Alemania. No se le quiso creer, porque,
en general, á los enfermos no les gusta que el médico
les anuncie la inminencia del desenlace, sino que pre
fieren verse alimentados de esperanzas quiméricas y
dormir el último sueño al asirse fuertemente á la vida.
En vísperas de 1848, la mayor parte de los vieneses se
parecía á estos pobres enfermos, y de aquí la acritud
con que se reprochaba á Brunner la mancha negra.
Sin embargo, no todo el mundo participaba de la
56 JUDIOS Y CATÓLICOS

misma ceguedad. Metternich no se atrevía á abando


narse á peligrosas ilusiones: otras personas de gran po
sición quedaron sorprendidas de la exactitud del cua
dro que había trazado Brunner en su novela satírica, y
creían también en la mancha negra. De este número
era el Sr. de Bombelles, preceptor del archiduque
Francisco José, actual Emperador. «Estoy completa
mente de acuerdo con vos,» —decía al abate Brunner;
y luego añadía: «Nosotros los austríacos también vi
vimos sobre un volcán; en el interior una falta sigue
á otra, y lo que es más deplorable, nada puede ha
cerse... Abrigo el secreto presentimiento de que van
á caer sobre Austria grandes desgracias; estamos al
borde del abismo.»
Pocas semanas después, el Gobierno austríaco se
• hundió en sangre; la mancha que había mostrado el
abate Brunner se llamaba la Revolución.
CAPITULO QUINTO

LA REVOLUCIÓN DE 1848: El ABATE BHUNNER PERIODISTA

Una mañana de 1848, Su Excelencia el consejero de


Estado Justel, Comendador de la orden de Leopoldo,
Preboste mitrado de la colegiata de Wissehrad, Jefe
supremo de la Iglesia austríaca, se dirigía como de or
dinario á su despacho ministerial á desempeñar sus
funciones de vice-dios. Caminaba apaciblemente, ex
traño al mundo exterior, absorbido en este pensamien
to único y consolador que hacía mover á su capricho
cuarenta ó cincuenta obispos, millares de canónigos y
curas, y que distribuía cruces y mucetas á placer. Este
dulce sueño lo encantaba sin duda en el momento en
que, con la sonrisa estereotipada en sus labios, abrió la
puerta de su gabinete. Pero ¡qué. espectáculo se ofrece
á sus miradas consternadas! Si un viejo burócrata de
ochentitres años pudiese ser aniquilado por la sor
presa, lo hubiera sido ciertamente Justel. ¡Imposible
reconocer el teatro de sus hazañas: veámoslo! En los
estantes en que ordenaba desde hacía medio siglo las
virtudes episcopales, las humildades eclesiásticas, los
dones administrativos del Espíritu Santo, las condi
ciones policíacas y también los defectos ultramonta -
nos, las tendencias romanizantes, las veleidades del
talento intempestivo, se extendían deliciosamente las
más finas confituras de la tierra. En lugar de los lega
jos en que dormían las adulaciones que habían servido
de escabel á tantos dignatarios, se habían amontonado
JUDIOS Y CATÓLICOI

los más variados y suculentos pastelillos. Y en la mis


ma mesa en que el consejero de Estado había revesti
do de violeta y armiño á tantos maniquíes viviente;!,
ó por lo menos articulados, un galopín con gorra
blanca estaba en disposición de fabricar monigotes de
azúcar de variados matices.
Bajo tan dulce y á la vez tan amarga forma, se re
velaba la Revolución al todopoderoso prelado. Hasta
entonces no había creído en ella.
A decir verdad, ni siquiera había advertido su pre
sencia. Viena estaba en pleno desórden: gritos de ra
bia y de muerte habían resonado en todas partes; se
vomitaban diariamente contra la religion y la Iglesia
abominables injurias, y Justel nada oía, nada veía; ó
mejor dicho, sólo veía una cosa, su antro y su trípode,
la mesa desde donde gobernaba á la Iglesia de Dios, y
cada mañana volvía á su despacho.
Desgraciadamente para él, no había contado con la
guardia nacional, la cual se había instalado en la Hof-
burg para defenderla— ó para atacarla, punto á discu
tir,—y había invadido los departamentos de los pas
teleros de la corte. Arrojados de sus dominios, procu
raron éstos alojarse con sus materiales y utensilios en
el primer local disponible, y el hado, que tiene crue
les ironías, los había conducido al despacho de Justel,
del que se habían apoderado sin escrúpulo.
El desorden que reinaba en el gabinete de Su Exce
lencia el consejero de Estado era imágen fiel de lo
que pasaba en Viena y en toda la monarquía. No que
remos decir que se hubieran instalado en todas partes
pasteleros, sino que en todas partes se habían destrui
dos los estantes de la burocracia. La mancha negra
de Brunner era enorme y continuaba extendiéndose,
porque así que fue arrojado del trono Luís Felipe, los
relámpagos de la tormenta demagógica iluminaron to
EN A.USTRIA-HUNORIA 59

do el cielo de Europa. En Austria era seguro el cata


clismo. Jarke, el amigo de Brunner, había dicho: «To
do el que no quiera hoy las reformas políticas, debe
querer la revolución.» A pesar de todas las adverten
cias, rechazáronse las reformas más necesarias, y la
revolución cayó sobre Austria como un torrente im
petuoso.
El i a de Marzo por la noche, hizo su visita ordina
ria al barón Hugel; pronto se les reunid el príncipe
Federico de Schwarzenberg, literato muy distingui
do que firmaba con el pseudónimo de Lanaknecht, y
naturalmente, se habló de los asuntos del día. «Todo
ha terminado—exclamó el príncipe de Schwarzenberg
muy emocionado,—todo ha terminado; mañana co
menzará la danza, ("notadlo bien, yo lo afirmo) en es
ta capital.» Al abandonar los dos personajes el salón
de Hugel, atravesaron la Herrengasse, y el Príncipe
continuó la conversación comenzada: «Cuando los
hombres son tan ciegos y sordos—dijo—es inútil obrar,
porque nada oyen ni ven.» Pocos años antes, encon
trándose Brunner junto al mismo Príncipe en una co
mida dada por Hugel, le había hablado de la miseria
que reinaba en los barrios obreros de Viena. <SÍ, se-
fiores—dijo entonces el Lansknecht al fin del relato;—
la miseria es grande en todo el mundo; pero lo peor
es que no queremos preocuparnos de ella; nosotros
nos atiborramos de trufas gruesas como cabezas de ni
ño, y otros no tienen bastantes patatas que comer!»
Schwarzenberg, como se ve, era un espíritu perspicaz:
la predicción que hiciera á Brunner el 1 2 de Marzo, se
cumplió á la letra, porque al día siguiente la sangre
corrió por las calles de Viena.
Brunner entró de mañana en la ciudad para darse
cuenta de los sucesos; y en el camino supo que había
habido escenas muy violentas en la Cámara, y al mis
6o JUDIOS Y CATÓLICOS

mo tiempo vió en diversos puntos movimiento inusi


tado de tropas. Desde una ventana de la casa habitada
por el príncipe Loewenstein Rosenberg, presenció el
primer choque entre la fuerza armada y la multitud;
una descarga formidable y los gritos de desesperación
de que fué seguida anunciáronle que la dañina comen
zaba en efecto, y volvió 'á su casa de Altlerchenfeld
convencido de que desaparecía todo un orden de co
sas y con la firme voluntad de defender á la Iglesia en
medio de aquel caos.
La Iglesia era, en efecto, un punto estratégico muy
amenazado y completamente abandonado: lo que ha
bía previsto y temido Brunner se realizaba en condi
ciones aterradoras. Por su imprudente infeudación al
Estado-policía, la Iglesia josefísta asumía todo el des
contento "y el odio que merecía el absolutismo, no
ciertamente porque fuera muy culpable, porque prin
cipalmente se había dañado á sí misma, sino porque
la pasión no razona nunca. El vulgo declaró la guerra
al Estado, y como la Iglesia pasaba por cómplice y
aliada del gobierno, los ataques se dirigieron desde
luego contra la Iglesia, y durante muchas semanas
fueron insultados los sacerdotes casi cada día en las
calles de Viena, existiendo verdadera emulación por
ver quién les arrojaría más lodo al rostro, quién los
colmaría de más amenazas. Los gritos de «á la horca
esa teja!» retumbaban con frecuencia, y el mismo aba
te Brunner oyó á un niño judío que excitaba á un
grupo de soldados con las siguientes palabras: «¡ahor
car ese cura!»
Pero los ultrajes así vomitados en la calle no eran
nada en comparación de los que aparecían cada ma
ñana en folletos y periódicos. Cuando la libertad de
la prensa nació, en cierto modo de sí misma, brotó
del suelo podrido de la capital una serie de periódi
EH AUSTKIA-HUNGRIA 6Í

cos para los que era un deber insultar á la Iglesia y al


clero. Redactadas en su mayor parte estas hojas por
judíos, se mofaban de la religión cristiana con inaudi
ta desvergüenza, viniendo á quedar la Iglesia á merced
de aquellos escribas israelitas y de la canalla erijan -
riada por ellos.
Como el régimen de Justel ni había sospechado el
peligro ni preparado la resistencia, hfzose patente su
impotencia á la luz del día. Hubieran sido entonces
necesarios sabios apologistas, y el josefismo había abo •
gado sistemáticamente el talento del clero; hubieran
convenido hombres celosos é intrépidos, y se había
extinguido toda llama religiosa para cultivar única
mente cía humildad;» hubieran sido necesarios sacer
dotes consagrados al pueblo, en continuo contacto con
él, y Justel no conocía más que la sagrada persona del
Emperador y las no menos sagradas de todos los buró
cratas elevados. Semejante Iglesia ni inspiraba simpa
tía, ni respeto, ni adhesión, por lo que en el dia del
peligro todo el mundo la trató como hicieron los pas
teleros de la corte: suprimióse su organismo y dejó
de existir.
Cuando los Justel son expulsados y ocupan su lugar
los pasteleros, es hora de que las almas heroicas apa
rezcan en la brecha y recojan del polvo la bandera
que han arrojado manos débiles ó cobardes. Esto hizo
el abate Brunner: el momento de obrar había llegado
para él.
El que quiere combatir necesita armas convenientes;
¿cuáles fueron las elegidas por el vicario de Alfler-
chenfeld? El gran obispo Ketteler dijo una vez que
si san Pablo volviera á este mundo, se haría perio
dista: Brunner fundó un periódico. Con el espíritu
previsor que le caracterizaba, había querido forjar sus
armas antes de que estallase la tormenta. Recuerdese
él JUDIOS Y CATÓIÍCOS

de que modo se lo impidió el arzobispo de Viena,


ciego de remate, según la expresión del príncipe de
Schwarzenberg. Mas, ahora que todo estaba por tierra
en la Iglesia, el obstáculo había desaparecido, y el
abate Brunner resolvió fundar un periódico franca
mente católico y popular, «Se necesitaba valor—dice
en sus Memorias—para intentar semejante empresa
en frente de la jauría radical, cuando no podía esperar
auxilio de persona alguna.» Intentóla, sin embargo, y
pocos días despues de la sangrienta refriega del 13 de
Marzo, publicó el programa de la Wiener Kirchen-
aetíung.
El solo anuncio de este periódico fué ya un aconte
cimiento. El poeta periodista encabezó su obra con
estas palabras: Libertad de la Iglesia, que eran todo
un símbolo. ¡Libertad de la Iglesia! Era este un grito
de emancipación después de sesenta años de esclavitud,
un grito de guerra contra todo un sistema nefasto, un
llamamiento á todos los sacerdotes y católicos de buena
voluntad. La libertad había sido indignamente piso
teada por la burocracia josefísta; tratábase de quitar á
la Iglesia todas las vendas y cadenas de que se le había
rodeado y de repetirle las palabras de Jesucristo á
Lázaro: Veniforas, «¡marcha!» La libertad de la Igle
sia estaba por otra parte grandemente amenazada por
la demagogia triunfante y las sectas masónicas: era,
pues, necesario hacer frente á estos nuevos enemigos,
casi tan peligrosos como el josefismo.
Brunner entró en campaña con ardor juvenil y des
plegó, como periodista, un talento y un valor mara
villosos. Estaba casi solo para sostener la lucha, por
que Veith combatía en otro terreno, pero se mantuvo
siempre á la altura de su misión, y desde Mayo hasta
las sangrientas jornadas de Octubre, durante el régi
men del terror y bajo el sistema de la represión, siguió
IN AUST»1A-HUNGRIA 6)

publicando su periódico, sin cuidarse de las críticas ni


de los ataques, y proponiéndose un solo móvil: el.
amor de la religión; y un solo objeto; la libertad de
la Iglesia.
Así que se retiraron las olas revolucionarias, apre
suróse la vieja burocracia á salir de las guaridas en que
se había agazapado durante la tormenta. La Wiener
Kirchenseüung aparecía como un reproche sobre su
pasado, como un testigo molesto, y sobre todo, como
una amenaza. Los pasteleros habían abandonado el
departamento del consejero de Estado Justel, despe
jado sus estantes y sacado sus confituras y pastelillos.
Su Excelencia hubiera suprimir igualmente el perió
dico del vicario de Altlerchenfeld. El seminarista
Brunner había dicho en 1837: «O el sistema mata á la
Iglesia ó la Iglesia acaba con el sistema.» Convertido
en periodista, combatió por la Iglesia contra el sistema,
y demostraba suficiente talento y tenacidad para salir
victorioso de aquel duelo. De ello nadie dudaba en la
camarilla de Justel, por lo que pusieron todo á con
tribución para matar la Wiener Kirchen^eUung y des
armar á su valiente redactor. A pesar de que el abate
Brunner defendía los intereses religiosos con éxito
admirable y servía de punto de mira á los ataques de
los judies y radicales, no se le tenía en cuenta, porque
era enemigo del josefismo. Ante todo era preciso
salvar el sistema, aun cuando para ello fuera preciso
hacer causa común con los peores enemigos del cato
licismo.
Vamos á ver al poeta satírico hacer frente á ese
doble adversario y resistir á la vez á sus superiores
eclesiásticos, que le reprochaban sus doctrinas ultra
montanas, y á la prensa sectaria y judía, que le odiaba
porque era tan firme defensor del cristianismo. Este
espectáculo es altamente instructivo y sumamente glo
rioso para el joven amigo del príncipe de Metternich.
CAPÍTULO SEXTO

EL ABATE BBUNNBK EN LUCHA CON EL JOSEFISMO

El primer número de la Kirchengeifung, que salió á


luz el 25 de Abril de 1848, no dejó duda alguna sobre
las intenciones batalladoras del abate Brunner. El ar
tículo editorial, verdadera obra maestra, era una carga
á fondo contra las reformas eclesiásticas de José II, y,
por lo mismo, contra la situación presente. Despues
de haber demostrado que el emperador-sacristán había
destruído toda la organización social y aniquilado las
corporaciones, las libertades municipales y los dere
chos de los gremios, pintaba el autor con gran maes
tría la influencia de aquellos trastornos sobre la reli
gión.
Convendría citar todo este pasaje por lo admirable
que es; pero ¿cómo traducir el lenguaje original y sa
broso de Brunner? «El Estado—dice—no quiso que la
Iglesia se gobernara por sí misma; Sión no debía ser su
propio guardián. De aquí que se creara para velar por
ella un coloso semejante al que se apareció á Nabuco-
donosor, frágil como él, aunque formado de materiales
diferentes. La cabeza de la estatua que vió el rey de
Babilonia era de oro, su pecho y sus brazos de plata,
su vientre y sus costados de bronce, sus piernas de
hierro y sus pies de arcilla. Una piedra descendió de
la montaña, chocó con el pie del coloso y lo abatió...
La piedra formidable, lanzada por mano misteriosa,
¿iba á respetar al coloso de la burocracia? Este gigante
EN AUSTRIA-HUNGRIA 65

de papel se alzaba terrible en frente de la Iglesia. Su


cabeza era un gran tintero, plumas sus cabellos, rollos
de papel sus manos y sus pies, su cuerpo una masa in
forme de legajos, sus nervios engrudo; tenía los ojos
llenos de tierra, y de aquí que permaneciera oculto
para él lo porvenir; se alimentaba de expedientes y no
respiraba otro aire que el favor de los príncipes; go
bernaba por medio de decretos, y sólo temía una cosa,
el espíritu vigilante de Sión, el león vigilante de Judá.
Nada de extraño que se felicitase este coloso de ver
dormida á Sión y fomentase su sueño, porque es más
fácil vigilar al que duerme que al que tiene los ojos
abiertos. ¿Quéde asombroso que se sintiera encantado
de tener prisionero al león de Judá? De este modo po
día ligarlo más cómodamente con sus cadenas de pa
pel y envolverlo en su trama de rúbricas...»
El cuadro era asombroso por su realidad; el mons
truo aparecía en él tal como lo habían entrevisto los
adversarios del josefismo, y Brunner lo desenmascaró
para señalarlo al desprecio y á la indignación de todos.
Veíasele reinar de hecho en su vasta tienda que se lla
maba cancillería ó consistorio, en donde se respiraba
una atmósfera nauseabunda, mezcla de olores de toda
especie: de rapé, de sudor de calvos, de pergaminos
mohosos, de lacre. En los anchos muros aparecían or
denados innumerables registros en los que se hallaba
consignada la vida religiosa permitida en aquel lugar:
de un lado, bautismos, primeras comuniones, matri
monios, defunciones; del otro, nombramientos, tras
laciones, promociones y desgracias. Elevábanse en los
rincones inmensos montones de expedientes, legajos de
asignaciones, de juicios y condenaciones. Servidores
laicos ó eclesiásticos se paseaban, ó mejor dicho, se
deslizaban como sombras de un rayo de luz á otro, de
uno á otro ángulo, inclinándose cada vez que pasaban
66 JUDIOS Y CATÓLICOS

ante el monstruo. Dos agujeros practicados en dos pa


redes opuestas comunicaban el uno con los ministros y
la prefectura de policía, el otro con los obispos. Por
una de aquellas aberturas llegaban órdenes y repri
mendas que se apresuraban á transmitir por el otro sin
examinarlas siquiera ni comprenderlas. El Dios que
contemplaba aquella piadosa actividad derramaba lá
grimas de tinta sobre sus fíeles adoradores. —Al pene
trar por primera vez en aquel templo los profanos
sentían un verdadero sobrecogimiento. Los había de
dos clases: los unos querían llegar, y obraban como la
zorra introducida en la cueva del león; los otros sen
tían verdadera indignación y juraban que no se les ve
ría más por allí.
Brunner fué de estos últimos, pero con la diferencia
de que prometió llevar la confusión á aquel foco pes
tilente. No podía por desgracia tener la ambición de
modificar las costumbres del templo, expulsar al ídolo
y cambiar el personal, pero tomó otra resolución:
romper las ventanas y echar por tierra las puertas y
los muros para que penetrara allí el aire puro, vivi
ficante y destructor de fuera.
Tal fué la misión de su Rirchen^eitung, y el primer
golpe fué tan hábilmente dirigido, que los despojos
de los cristales tapizaban completamente el suelo. Et
efecto del primer número fué considerable en Viena
y Austria. La consternación invadió las filas de la bu
rocracia: los roedores eclesiásticos, que creían tener
el Espíritu-Santo entre las hojas de sus registros; los
guardias rurales de sobrepelliz, que vigilaban en los
dinteles de la Iglesia oficial con sus flores de zinc y
de papel; todas aquellas almas serviles, que jamás ha
bían entendido ni tolerado una palabra libre, sintié
ronse atacados de epilepsia al leer el periódico del
abate Brunner. Hubiérase dicho que se cernía sobre
EN AUSTE1A-HUNGRIA 67

ellos la abominación de la desolación. En cambio, en


el extremo opuesto, los obispos y sacerdotes de ver
dadero corazón sacerdotal recibieron la Kirchen^eiiung
con entusiasmo, porque por fin habían hallado el in
térprete de sus sentimientos y deseos: aun no estaba
perdido todo, porque en medio del derrumbamiento
universal de la Iglesia de Cristo aparecía un defensor
en torno del cual podían agruparse.
¿Eran justificados los temores de los unos y las es
peranzas de los otros? ¿Estaban en vísperas de una gran
transformación religiosa? Todos podían dirigirse est .
pregunta, porque en la conciencia de todos estaba
que el régimen hasta entonces en vigor no era viable,
porque pocos meses antes de la catástrofe, aún había
dado pruebas manifiestas de su ceguera é incapacidad.
En efecto, hacia mediados de 1847, hubo que nom
brar un profesor de religión en la Facultad de Filoso
fía de la Universidad de Viena, cátedra que había des
empeñado el doctor Zukrigl, vicario de la ciudad,
que después iué profesor de Teología en la Universi
dad de Tubinga. Muy instruido y al corriente de la
filosofía contemporánea, aquel sacerdote se había he
cho amar y respetar de la juventud estudiosa, dándole
cursos muy brillantes, en los que refutaba victorio
samente los errores filosóficos y teológicos de que es
taba plagada la literatura de su tiempo. Los padres ca
tólicos se felicitaban de ver á los estudiantes bajo la
dirección de tal maestro, y todo el mundo esperaba
ver á Zukrigl obtener en propiedad la cátedra que
desempeñaba. Pero no eran estas las intenciones de la
burocracia eclesiástica, sino que reprochando al joven
suplente que sus explicaciones fueran demasiado ele
vadas, demasiado científicas, que no influían suficien
temente sobre el corazón, en una palabra, que er
hombre de mucha ciencia y elevación de espíritu, v .
68 JUDIOS Y CATÓLICOS

sin duda, demasiado ortodoxo, nombró en su lugar á


Fuster, un anciano limosnero del liceo de 'Goritz, un
triste personaje de costumbres más que dudosas y que
gozaba de reputación detestable.
La noticia de este nombramiento espantó al clero y
á los católicos solícitos de los intereses religiosos,
porque, además de ser mal sacerdote, era Fuster ig
norante y de mediana inteligencia. El abate Brunner
supo esta decisión comiendo en casa de Hugel y no
pudo abstenerse de decir: «Pues bien, puesto que así
lo quieren, recogerán lo que han sembrado: la tor
menta partirá de la Universidad.» Esto mismo suce
dió, porque la Universidad fué uno de los focos más
activos de la agitación revolucionaria, y precisamente
fué Fuster, quien, ahorcando los hábitos, se puso á la
cabeza del movimiento. La burocracia eclesiástica ha
bía tratado con incalificable ligereza el alma de la ju
ventud universitaria, y ésta se vengaba lanzándose
contraía Iglesia.
No había tratado mejor el alma del pueblo, y el
abate Brunner nos refiere otra anécdota que retrata y
condena al régimen. El mismo año de 1847, un amigo
de Brunner fué á ver al consejero de Estado Justel.
Hablaron de muchas cosas, y el conde X..., refirién
dose al aumento de la población de Viena, asombróse
de que no se hubiesen multiplicado las iglesias en la
misma proporción, á lo que contestó Justel: «Preci
samente el año pasado hice yo la misma reflexión,
porque obligado á detenerme por un chaparrón á la
hora en que suelo abandonar el despacho, me puse á
hojear un anuario eclesiástico de la diócesis, y me
convencí de que en Viena hay pocas iglesias. Hice la
observación abajo y pedí informes.» Justel se dirigía
abajo, es decir, al arzobispo. La Iglesia de Jesucristo
estaba debajo de Justel: él residía y presidía en la cum
EN AUSTHA-HUNGRIA 69

bre, rodeado de su propia gloria, y para hacerle notar


que Viena carecía de iglesias y que el pueblo estaba
abandonado, vióse obligado Dios á enviarle un orácu
lo al señor consejero de Estado; sin aquella lluvia,
Su Excelencia no hubiera pensado jamás en ello.
Tales hechos y otros semejantes, que precedieron
poco á la revolución, explican perfectamente la impo
pularidad de que la Iglesia era objeto, así como tam
bién la reacción que se manifestó en los elementos
sanos del clero y de la población católica. La Kirchen-
seitung encontró eco en todas estas almas, y si algunos
timoratos juzgaron peligroso y excesivo el lenguaje de
Brunner, si algunos insociables le reprocharon su
viveza de espíritu, en cambio la mayoría agrupóse en
torno del valiente redactor, el cual supo mostrarse
digno de su confianza y admiración, pues con su intré
pida actitud y con sus artículos exentos de equívocos,
hizo respetar de nuevo á la religión, separando la causa
católica de la causa josefista, de esta odiosa caricatura
de la verdadera Iglesia.
Sin embargo, sería un error creer que la burocracia
abdicó para inclinarse ante el hecho consumado, sino
que por lo contrario, asióse fuertemente á sus estantes
con obstinación feroz, y como reconocía en Brunner un
poderoso enemigo, lo persiguió con saña. El arzobispo
de Viena, que había sido honrado con una cencerrada,
había huido á Kranichberg, quedando de gobernador de
la diócesis el obispo Politzer, su vicario general. Mon
señor Politzer era el ideal del burócrata. Antes de la
revolución, ejecutaba constante y concienzudamente
todas las órdenes del ministerio, sin que jamás mani
festara una idea personal, con su causa y razón. Triun
fante la revolución, fué su dócil órgano y obedeció al
comité de salvación pública como antes había obedecido
al Emperador. El tubo ministerial que comunicaba
7» jumos Y CATÓLICOS

con la Iglesia era el mismo, sólo que había cambiado


uno de los interlocutores, el cual llevaba ahora un
gorro frigio en vez de una corona.
El comité de salvación pública alarmóse de la acti
vidad apostólica que desplegaba una parte del clero
bajo la inspiración de Brunner, por lo que rogó á la
administración diocesana que pusiera fin á aquel des
orden, y Politzer apresuróse á ceder á las indicaciones
del comité, dirigiendo al clero una circular conmina
toria que le ataba literalmente las manos. La situación
era crítica; se había dirigido la puntería á la Kirchen-
aeiíung, y con ella, á todos los sacerdotes sinceramente
afectos á la Iglesia. Aceptar sin protesta la circular de
Mons.. Politzer equivalía á un suicidio moral, y
Brunner creyó que no debía desalentar la libertad
naciente rompiendo su pluma, por lo que aceptó la
lucha con el vicario general y publicó un artículo
enérgico y varonil, en el que reivindicaba con audacia
el derecho de obrar y escribir; aprovechándose además
de la ocasión, extendió el debate y declaró guerra
abierta al herético sistema que representaba Politzer.
«No atacamos á las personas—decía,—sino al sistema...
Sabemos á ciencia cierta que recientemente un obispo
austríaco se ha dirigido al ministerio en demanda de
instrucciones sobre la admisión de seminaristas. ¡Pobre
ministerio, pobre obispo y sobre todo, pobre Iglesia!
En Rusia, semejante sumisión al césaropapismo mere
cería la orden de Estanislao de primera clase con
diamantes; entre nosotros, esta manera de obrar me
rece sencillamente ser... conocida del público!»
La mayoría del clero aplaudió tan valerosa protesta
que le quitaba un gran peso de encima; pero Politzer
meditó una venganza, y quince días despues de la pu
blicación de su artículo fué citado Brunner al tribunal
del vicario general, que era al mismo tiempo ofendido
y juez.
KN AUSTRIA-HUNGRIA Jl

El obispo pronunció las palabras sacramentales:


¿Quién sois? ¿Cómo os llamáis?
A principios de este siglo, otro sacerdote, Clemente
Hofbauer, un gran santo á quien la Iglesia honra ya
en sus altares, encontróse en el mismo lugar que ocu
paba entonces el abate Brunner. Los burócratas vestidos
de violeta, sentados en sus sillas curules, ni siquiera
ofrecieron asiento al ilustre religioso, y le preguntaron
igualmente su nombre y profesión como á un vulgar
ladrón. Hofbauer les respondió con angélica dulzura:
«Todo el mundo sabe en Viena que soy sacerdote
católico. > Esta respuesta le valió una violenta admoni
ción de uno de los canónigos jueces. En vista de tanta
irritación, el santo, que debía responder de no sé qué
delito, respondió inclinándose: «No se está bien aquí;
me voy.» Y se marchó.
Pero Brunner no se fué, sino que replicó con altivez:
«Soy redactor de la Kirchenseitung. —No, sois vicario
de Altlerchenfeld.—Sin duda, pero no me habéis lla
mado por eso.» La sesión fué larga y agitada, y
con incontestable superioridad de dialéctica, demostró
el acusado que el proceder del vicario general era
incorrecto y antijurídico. Mons. Politzer sentíase
embarazado y oprimido, porque acostumbrado á no
ver ante s-' más que pobres diablos temblando de es
panto, la firmeza, corrección y ciencia jurídica de
Brunner lo habían desconcertado, por lo que juzgó pru
dente dejar correr el asunto y el periodista ganó el
pleito.
Por lo menos fué una tregua, porque las hostilidades '
comenzaron con mayor encono cuando la burocracia
volvió del destierro, ya que casi todos los subditos del
coloso arruinado habían huído de Viena, dejando á
Brunner el cuidado de defender la religión con
peligro de su vida. Cierto que al principio habían
72 JUDIOS Y CATÓLICOS

intentado permanecer en sus puestos y gobernar la


Iglesia con el concurso del comite de salvación públi
ca; pero estos revolucionarios eran tan groseros y
hablaban con tanta naturalidad de la horca, que el
amor á la vida sobrepujó en los burócratas al amor á
los estantes, y Brunner no oyó hablar más de ellos.
Pero llegaron otros tiempos. El príncipe de Win-
dischgrsetz había logrado sofocar la revolución, el
orden quedó restablecido en Viena, y las autoridades
eclesiásticas volvieron, poco envalentonadas á la ver
dad—el arzobispo de París había sido muerto en las
barricadas—pero tanto más resueltas á satisfacer sus
pequeños odios. Todos tenían fijos los ojos sobre la
Kircheni^eitung y su redactor, y una circunstancia
completamente imprevista no tardó en entregarles la
victima.
Un pobre cura, el mismo que había sustituído á
Brunner en Wienerberg, había predicado un sermón
sobre la libertad, la igualdad y la fraternidad y el
manuscrito fué enviado á la Kirchenzeitung. El sermón
era completamente inofensivo, y el abate Brunner no
lo publicó porque no lo juzgó digno de la impresión;
pero, restablecida la paz, un obscuro funcionario
acusó al cura de Wienerberg de haber pronunciado
un discurso revolucionario. El infortunado sacerdote
fué arrestado, cargado de cadenas y conducido á
Viena entre dos gendarmes para ser entregado al tri-'
bunal militar ( i ). Supó la policía que el sermón de
nunciado estaba en poder de Brunner, y no atrevién
dose á reclamarlo directamente al redactor, se dirigió
al consistorio para que se lo exigiese. El arzobispo

(1) El desgraciado cura fué absuélto, pero murió poco


después á consecuencia de los indignos tratamientos de que
fué víctima. ' -•
EN AUSIRIA-HUNGRIA 73

tuvo la debilidad de aceptar aquel papel y ordenó al


vicario que le enviase el manuscrito denunciado. ¿Ali
mentaban la esperanza de que faltaría al secreto pro
fesional? En este caso se engañaban de medio á medio
sobre su carácter. Brunner intentó al principio tender
al consistorio un cable de salvación, dando una res
puesta evasiva, pero como tuvieran el mal gusto de in
sistir, declaró lisa y llanamente que no entregaría el
manuscrito si no se lo ordenaba su autor.
¡Era aquel un hermoso caso de insubordinación!
Los burócratas lanzaron gritos de júbilo y Brunner
tuvo que comparecer por segunda vez ante el tribunal
eclesiástico. «A la hora fijada —escribe—me personé en
el palacio. El arzobispo se había puesto la sotana
morada de los días solemnes; el vicario general
Mons. Politzer, lo mismo, el presidente de la can
cillería llevaba la cadena de oro de los canónigos:
todo el mundo iba de gran gala. Confieso que toda
aquella magnificencia, con la que se intentaba aplastar
á un pobre redactor, me dejó muy tranquilo y me dió
aun más esperanzas. Si hubieran estado seguros de su
derecho, no hubieran tenido necesidad de toda aquella
decoración.» El arzobispo, muy altivo al principio,
invocó el deber de la obediencia canónica y renovó
las intimaciones que se le habían hecho por escrito.
Brunner, fuerte en su derecho, pues lenía de su parte
los cánones y la moral, respondió que su conciencia
no le permitía acceder á lo que se le pedía. Tan cate
górica negativa desconcertó un poco al prelado; des
pués, dominada su emoción, Mons. Milde dictó al
presidente de la cancillería el decreto de suspensión
del abate Brunner. Pero el desgraciado casi se ahoga
ba; las palabras no salían de su boca; no había coor
dinación en sus frases, tanto que el canciller tuvo que
llamarle sobre ello la atención. El juez temblaba de
74 JUDIOS Y CATÓLICOS

lante del acusado, porque sabía que era inocente y que


Roma y la nación entera lo absolverían. La situación
era penosa para el periodista, pero le causaba más
tristeza por Mons. Milde, como lo reconoció su su
cesor el cardenal Kutschker. Por fin el abate Brunner
tuvo piedad de aquel singular tribunal, y ofreció
escribir una nueva declaración que ponía al consistorio
en el caso de no ha lugar. El arzobispo, que comenzaba
de nuevo á respirar, aceptó la transacción, y en ade
lante nadie se metió con el redactor de la Kirchen-
^eitung.
Brunner acababa de contemplar un acontecimiento
importantísimo: el josefismo se batía en retirada en la
persona del principal prelado de Austria. En adelante
el sistema se irá debilitando cada día, á pesar de la
resistencia de sus últimos representantes. Por más de
sesenta años había tomado constantemente la ofensiva
contra Roma; mas, á partir de la revolución de 1848,
y gracias á la campaña de la Kirckenseitung, vióse
reducido á la defensiva.
El abate Brunner, que decididamente llevaba la
ventaja, prosiguió su lucha para acosar al enemigo en
sus últimas trincheras. El antiguo personal de los
obispos subsistía siempre con sus hábitos de servil
obediencia. En más de una diócesis se continuaba
atendiendo á las órdenes del ministerio, aun en las
cosas puramente religiosas, no faltando o pispos que
proscribieran la Imitación de Cristo y disolvieran las
Cofradías del Rosario viviente porque así se lo orde
nara el gobierno. La raza de aquellos pastores, «dé
biles hasta dar lástima», no estaba completamente
extinguida, y Brunner habló de aquella situación con
gran respeto, pero con entera libertad apostólica.
«Gran ventaja es para un ministro—escribía el 15 de
Diciembre de 1849—tener derecho á nombrar á los
EN AUSTRlA-HUNÜÍlA. 75

obispos, porque dependiendo de él estos señores,


puede hacer de la Iglesia lo que quiera. No hay que
temer incidentes desagradables en las diócesis: todo
marcha á merced de su voluntad y de sus caprichos.
En ninguna parte se verá unión estrecha entre los
obispos y el clero, y esto es esencial, porque un obispo
y un clero amigos son cosa muy peligrosa.;.
»Es verdad que esta historia puede acabar mal, pero
el hombre de Estado piensa que esto durará siempre
tanto como él, y el sistema le place porque facilita su
tarea, sin contar con que su vanidad se ve dulcemente
halagada cuando mira á sus pies á humildes sacerdo
tes que no osan levantar su vista, porque saben que
en el gabinete ministerial hay báculos á elegir, y que
este artículo es muy solicitado. De este modo tiende
el Estado á reducir al mínimum la influencia del Papa
y á impedir en lo posible al clero su correspondencia
con Roma; y así cualquiera que muestre simpatías por
los derechos del Papado debe ser excluído, y nada es
más cómodo. El ministro se dice con razón: «Nosotros
dispensamos las prebendas, y no las damos más que
á aquellos que nos han servido fielmente. Todos los
que nos parezcan demasiado ultramontanos los deja
remos morir de hambre en algún rincón ignorado, &
fin de que en él puedan pensar en su estupidez y ser
vir de espantajo á los imbéciles que sientan ganas de
imitarlos...
cLuis XIV decía en su orgullo: «El Estado soy yo.»
El verdadero ministro josefísta dice con más orgullo
aún: «La Iglesia soy yo.»
Después de trazar este cuadro, Brunner añadía: «Tal
era la situación de la Iglesia en tiempos del gran Kau-
nitz, en una época en que no era más que una institu
ción ministerial; una época—añadía maliciosamente—
que está muy distante de nosotros.»
76 JUDIOS Y CATÓLICOS

La última línea de este artículo era evidentemente


irónica, pero acabamos de ver que la distancia fran
queada ei a importante. El martillo de los obispos jo-
sefisias había desempeñado valientemente su oficio, y
numerosos cráneos aparecían ya ablandados, quebran
tados, rotos. En 1856 reunióse el episcopado austríaco
en Viena, y dos obispos propusieron conceder públi
ca y colectivamente una distinción al abate Brunner
por los inmensos servicios que había prestado á la
Iglesia. Gran parte de la asamblea se había adherido
á esta proposición, cuando un prelado muy conocido
puso fin al debate, diciendo: «Es un rebelde.» El jose-
fismo revelaba su agonía con este último espasmo,
porque veinte años después, cuando Brunner había
abandonado ya el campo de batalla de la prensa, mu
chos obispos austríacos eran sus amigos, y la mayor
parte sus admiradores agradecidos. Había triunfado
del josefismo, como sus amigos y discípulos triunfarán
más tarde de los judíos, de esos otros adversarios del
catolicismo.
CAPÍTULO SÉPTIMO

EL ABATE BRUNNER BN LUCHA CON LOS JUDÍOS

¡Singular destino, ó mejor dicho, singular papel el


desempeñado por los judíos en la revolución de 1848!
En Alsacia, la proclamación de la república fué algo
así como poner á los judíos fuera de la ley, y los cam
pesinos asaltaron en mucbas aldeas sus casas para ro
barlas y entrarlas á saco. En Austria, es decir, en Vie-
na y Budapesth, los judíos han sido, por lo contrario,
los principales fautores de la revolución. Lejos de
ocultarse de ella, consideráronla como un timbre de
gloria, y sus periódicos referían complacidos cómo el
movimiento había partido de sus centros de acción.
Las grandes manifestaciones populares fueron organi
zadas y dirigidas por ellos, y cuando se trataba de
algún desfile ó procesión demagógica, en la que no se
corriera ningún riesgo, aparecían en primera lila. Para
las reuniones antimonárquicas y antireligiosas propor
cionaban dinero, la claque y algunas veces los orado
res. Todo el mundo sabe la importancia que tuvo en
Viena y Budapesth la juventud universitaria en aque
llos tormentosos días; pues también allí los estudiantes
israelitas eran los jefes de filas.
Se ha explicado la actitud de los judíos atribuyén
dola al deseo de apresurar su emancipación legal.
Algo de verdad hay en esta aserción, pero no es toda
la verdad, porque, en el fondo, la emancipación exis
78 JUDIOS Y CATÓLICOS

tía ya de hecho, ya que estaban en todas partes y en


todas partes dominaban; y el Gobierno, aun prescin
diendo de toda revolución, no hubiera tardado en dar
fuerza legal á aquel estado de cosas. Lo que les agra
daba era que la revolución de 1848 tomaba un carácter
francamente anticristiano, por lo que contribuyeron
con su firme actitud á agravar aquel anticlericalismo
de la revolución austríaca. Las pruebas de lo dicho
abundan, pero no citaré más que algunas de las con
signadas en las Memorias de Brunner.
Desde los primeros días, el odio de los judíos se
desencadenó con verdadera furia contra el canónigo
Veith, el ilustre predicador de la catedral. Sus escri
bas urdieron contra él un odioso complot de difama
ción y de calumnia, pues deseaban reducirlo al silen
cio por cualquier medio. Un día, en el momento en
que iba á subir al púlpito—era al final de la Cuaresma
—le enviaron á la sacristía un billete anónimo que
decía: «Hoy se te matará de un tiro, si apareces en el
púlpito. > Veith no retrocedió ante la amenaza y pro
nunció su sermón con entera calma, sin que le dispa
raran ningún tiro, contentándose algunos judíos dis
frazados de vagabundos con lanzar algunos gritos, á
los que contestó en seguida el público arrimándoles
algunos puntapiés en sitio conveniente. Pero ¿porque
querían tan mal los judíos á Veith? ¿Acaso se oponía
á su emancipación, ó los colmaba de invectivas? No,
pues era un sacerdote dulce y caritativo, sm una fibra
irascible, sine filie palumbus. Pero había sido judío, y
se perseguía en él al despreciador de la circuncisión,
al sacerdote católico, al defensor de la Iglesia. Acababa
de fundar, de acuerdo con Brunner y otros amigos, el
Katholiken Veretn, una asociación que debía despertar
y fortalecer los sentimientos religiosos en las masas
católicas. Este nuevo crimen, unido á su apostasía y á
EN AUSTRIA- HUN«RI A 79

sus sermones, llenó la medida de la exasperación de


los judíos. Hubieran querido de buen grado lapidarlo,
y mientras esperaban hacerlo, procuraban cubrirlo de
baba y de lodo.
Si Veith era deshonrado é insultado por cierta pan-
dida israelita, en cambio hicieron su ídolo del após
tata Fuster, quien era uno de los agentes más degra
dados de aquella revolución que tantos seres inmundos
había sacado á la superficie. Sacerdote incrédulo y
librepensador, había aceptado el cargo de enseñar la
religión católica á los estudiantes de la Universidad;
sacerdote infiel á sus votos, continuaba ejerciendo
tranquilamente las funciones de su ministerio sin que
la cara se le cayera de vergüenza por su sacrilega con
ducta; y cuando llegó la súbita ruina del absolutismo,
Fuster se puso á la cabeza de la canalla. Sin embargo,
hecha abstracción de toda idea religiosa, las gentes
honradas consideraban á Fuster como un perdido del
todo despreciable: sólo los judíos elevaban á este
hombre por las nubes, dándole bombos en sus perió
dicos y agobiándolo con sus ditirambos. El Studettien-
Courier, redactado por tres judíos, le dedicó un artículo
que es un insulto á la religión y al buen sentido:
«¿Quién no conoce—exclamaba con énfasis uno de
sus redactores—quién no conoce la sublime misión
del incomparable doctor Fuster? La legión académica,
la guardia nacional, la burguesía, los obreros, todo
Viena se inclina ante la grandeza moral de este hom
bre... Fuster es el sacerdote más noble de su siglo.»
¡Muchas columnas del StudenUn Courier estaban dedi
cadas á celebrar así al gran reformador!
Los judíos no se detuvieron en tan buen camino,
pues en su odio al catolicismo, se dirigieron á todo lo
que podía favorecer su obra de destrucción, y así,
pocos días antes de las matanzas de Octubre, llamaron
8o JUDIOS Y CATÓLICOS

á Viena á Ronge, el apóstata silesiano, que reposaba


de sus correrías apostólicas entregado á la bebida.
Ronge debía convertir la nación austríaca al nuevo
catolicismo, y para hacer más fecundo su apostolado,
se le preparó una espléndida recepción. El i^ de Sep
tiembre dióse en su honor una sesión en la gran sala
del Odeón. Jovencitas... judías, vestidas de blanco, le
ofrecieron ramilletes, y una escolta de honor, salida
-de Israel, montaba su guardia; pelotones de jóvenes
judíos estaban hábilmente colocados en diversos pun
tos de la sala, y cuando Ronge subió á la tribuna para
despachar sus tiradas contra Gregorio VII y los Jesuí
tas, los judíos daban á cada instante la señal de los
aplausos. Su amor al cristianismo, su admiración por
el Evangelio nuevamente descubierto no conocía lími
tes, y los numerosos periódicos que redactaban en
Viena se convirtieron en órganos oficiales de Ronge y
de todos los demás apóstatas.
Insultar á los buenos sacerdotes, pase; elevar sobre
el pavés á los que habían ahorcado los hábitos y eran
de costumbres corrompidas, mejor aún; pero la per
fección consiste en unir á este doble procedimiento
una estratagema más eficaz todavía, de la que vamos á
hablar. Hé aquí lo que los judíos imaginaron para des
acreditar al clero: Embaucaron á una joven de malas
costumbres—quizás una correligionaria—y le encar
garon que entrara por la tarde en la casa del cura de
San Juan, á fin de pasar allí la noche oculta. Así se
hizo y la miserable criatura logró introducirse á la
hora convenida. Felizmente viola el sacristaná tiempo
y se creyó en el deber de echarla fuera. Rogóle ella
que le dejara cobijarse en un rincón, pretextando que
• carecía de asilo, y en esto llegó el cura, que compren
dió el lazo y la hizo salir. Si esta mujer hubiera rea
lizado su plan, la policía hubiera ido por la noche á
ZN AUSTRIA-HUNGRIA 81

practicar un registro en la casa del cura, hubiera des


cubierto á la infame cómplice—por casualidad, natu
ralmente—y al otro día todas las hijas judías hubieran
referido con indignación «la escena de incontinencia»
sorprendida en la casa del cura de San Juan (i).
Con tales armas combatían los judíos al catolicismo
antes y después de la revolución. El redactor de la
Kirchenzeitung recogió el guante y por espacio de
.dieciocho años sostuvo la lucha con esos enemigos
de la religión desenmascarados en 1848; lucha diaria,
lucha desesperada en la que los periódicos judíos se
mofaron de la verdad, sembrando la mentira y la ca
lumnia, no retractándose jamás, aun cuando se les co
giera con las manos en la masa, recurriendo á las in
jurias y á las amenazas anónimas cuando no osaban ata
car de frente. Brunner resistió el asalto con vigor, lo
rechazó con éxito, y tuvo de su parte á la gente diver
tida, gracias á su endiablado númen: eran mil contra
uno, pero el vicario de Altlerchenfeld no flaqueó un
punto, y si no salió victorioso del combate, la historia
dirá que tampoco fué vencido.
En el cuarto volúmen de sus Memorias nos refiere
en parte las tribulaciones de un redactor católico. Todo
el que desee estudiar imparcialmente el antisemitismo
moderno deberá consultar ese pequeño libro que di
lucida más de un punto obscuro. En él habla el autor
con mucha gracia de sus duelos cuotidianos con los
judíos, de sus rabietas, astucias y perfidias; mas al lado
de estos hechos que provocan á indignación hay otros
muy divertidos, mereciendo ser citados todos porque
dan exacta idea de los verdaderos sentimientos del
pueblo elegido con relación á los católicos.
Lo que resulta del conjunto es el odio con que Is-

(1) Existen otros hechos semejantes.


JUDIOS Y CATÓtlCOS

rael perseguía al clero. «La guerra de la prensa judía


contra los católicos era permanente—dice Brunner.—
Todos los escándalos reales ó ficticios que aparecían en
el periódico más ignorado de Italia, Francia ó Bélgica
eran al punto reproducidos en primera plana por to
das las hojas vienesas, húmedas de baba judía. Por lo
contrario, esos mismos periódicos se negaban á inser
tar el mentís más formal y motivado.» Brunner, que
descubría semejante proceder y los exponía en la pi
cota y cazaba las mentiras al vuelo, fué naturalmente
maltratado con la mayor violencia, y cuando no te
nían valor para calumniarlo en Viena, deslizaban las
injurias en el Ttmes, en los Debates ó en cualquier
otro periódico extranjero. Para ocultar mejor el juego,
los judíos acusaban á Brunner de atacar también á los
protestantes, y el Times publicó un día cierto artícu
lo de esta especie que no era más que un tejido de
falsedades. El abate Brunner escribió en la Kirchen^ei-
fung: «Si el corresponsal vienés del Times es un hom
bre honrado y ama la verdad, que venga á nuestra
redacción ó nos designe otro sitio y le proporcionare
mos, delante de testigos, la prueba de que ha men
tido!» El corresponsal en cuestión no aceptó, prefirien
do dejar pesar sobre él la acusación de que no era
hombre honrado! Este mismo hecho se repitió mu
chas veces.
En uno de sus artículos Brunner había tratado histó
ricamente la famosa cuestión del homicidio ritual de
los judíos. Sabido es que se ha acusado más de una vez
á éstos de emplear sangre cristiana en la confección de
su pan ácimo. A este propósito, un periódico judio, el
mismo que tenía á sueldo el ministro Bruck, declaró
que era un error popular el creer que los judíos hu
biesen asesinado niños cristianos. El redactor de la
KirchfmeUtmg' respondió desde luego con esta corta
EN AUSTRIA-HCNGRI A 83

nota: «Los que han estudiado la historia saben que ni


ños cristianos han sido inmolados por judíos en más
de una ocasión; no puede ser, pues, error popular.» Al
punto toda la prensa judía armó un aquelarre infernal,
dando el tono el órgano del ministro Bruck: «Re
futar esta afirmación—exclamó—sería dudar por ma
nera ofensiva del espíritu ilustrado de nuestros con
temporáneos... Que nuestros adversarios salgan á luz,
que acepten, si se atreven, la libre discusión, y cae
rán al peso de las balas de plomo de Gutenberg que
han trepanado ya cráneos más duros.» Leído que hubo
Brunner esta provocación, dirigióse á la redacción del
periódico y propuso al director la inserción de un suel
to que decía que «la afirmación de la Kirckenspitung
reposaba sobre documentos históricos indiscutibles (i)
y que aceptaba de buen grado el debate público.* Los ju
díos presentes quedaron aturdidos y muy embarazados;
pero como la nota de Brunner estaba redactada con
singular moderación, no podían rehusar el ofrecimiento
a priori, y prometieron la inserción. Claro está que
esta promesa era sencillamente otra mentira, porque
el periódico no publicó la nota, y cuando Brunner
volvió «al templo judío» para pedir explicaciones, uno
de los «sumos sacerdotes» le respondió: «Bien sabeis
que nuestro periódico no hace lo que quiere; se nos
ha prohibido en elevado sitio que publiquemos vuestra
declaración. > En otros términos: los judíos que habían
tratado á Brunner de embustero y que públicamente
lo habían provocado, rehusaron el duelo despues de
haberlo ofrecido.
Ante tan mala fe, el abate Brunner resolvió hacerse
justicia, y publicó un artículo titulado: Homicidios ri-

(1) En Espaffa no faltan hechos históricos de testa especie.


(N. del T.)
84 JUDIOS Y CATÓLICOS

tuales de los judíos: una docena de casos auténticamente


demostrados. Fué un mazazo que elevó al colmo la
exasperación de los judíos, que lanzaban injuria tras
injuria sobre el escritor católico, pero guardándose
bien de reproducir el menor de sus documentos. Para
provocar un debate contradictorio por lo menos, la
Kirchenqeitung preparó una nueva «docena de casos.»
Supieron los judíos que el artículo estaba ya compues
to, y en su desesperación, se dirigieron al gobierno y
á la policía, y aquellos matamoros que se vanagloria
ban de amar tanto la luz hicieron prohibir la publica
ción del segundo artículo de Brunner. De este modo
entendían ellos la libre discusión de que tan alto ha
bían hablado.
No contentos con calumniar al abate Brunner, con
negarle toda justicia, con recurrir al auxilio del minis
tro para descartar artículos embarazosos, esforzáronse
en libertarse del mismo periodista católico, no per
donando intriga alguna para lograr su objeto, y así,
en un viaje que Brunner hizo á Italia, anunciaron que
aquel «sacerdote intolerante» iba á ser alejado de Vie-
na, pues se le daría una plaza de canónigo en Hun
gría. Echábanse á volar aquellas falsas nuevas á fin de
sugerir á las autoridades eclesiásticas la idea de alejar
al vicario de Altlerchenberg, pero como el arzobispo
no obedecía aquellas órdenes apenas disfrazadas, se
recurrió á otra estratagema. Publicóse en un periódico
de provincias una correspondencia en la que se indi
caba un complot que algunos neo-católicos tramaban
contra el Consistorio. La maniobra podía parecer ha -
bil; pero Brunner, que estaba al corriente de todo,
encargóse de desenmascararlos, y publicó en la Kir-
chenqeitung un artículo en el que enumeraba once
mentiras contenidas en la correspondencia del Lloyd.
Muy corto y seco este artículo; terminaba con esta
KN AUSTRIA-HUNGR1A

frase que resonaba como una bofetada en el rostro de


los judíos: «Si mentiras tan odiosas no son peculiares
de la más infame pillería, no sé por qué Heinsius ha
adoptado esta palabra en su diccionario.» El bofetón,
aplicado por mano firme y segura, era estupendo; pero
nadie se movió en Israel, y ni siquiera se atrevió nin
gún periódico judío á hacer mención del artículo de
Brunner, el cual permaneció naturalmente en Viena
con gran desesperación de toda la raza.
Los episodios que acabamos de recordar pertenecen
al género penoso; las Memorias de Brunner contienen
otros más divertidos, pero no... para los judíos.
Intentóse replicar á Brunner con agudezas de inge
nio, lo que ciertamente fué una cruel inspiración. El
Kladderadatsch de Berlín, redactado por judíos, pu
blicó la bellaquería siguiente con traza de candidez:

«UNA CUESTIÓN SENCILLA

•Los recientes acontecimientos de la India y el la


mentable desastre que Inglaterra ha sufrido en aquel
país ¿no debieran abrir los ojos á los Gobiernos de
Alemania y hacerles ver los peligros que les ofrecen
los judíos y sus periódicos? ¿Cuándo se dirigirán,
pues, contra estos circuncisos, y cuándo serán taro -
bién frotados con manteca de cerdo?
«Firmado: Brunner, en Viena; Leo, en Halle; Vil-
mar, en Cassel.»
La Kirclienieihmg apresuróse á dar la respuesta si
guiente:
«Por fin hemos llegado á adquirir la dulce convic
ción de que la literatura judía es una verdadera ben
dición para Alemania; que, gracias á ella, el pudor se
desarrolla cada día; que la modestia y el amor á la
8Í JUDIOS Y CATÓLICOS

verdad aumentan á diario en nuestros escritores na


cionales; que, por la literatura judía, la elevación mo
ral del pueblo ha adquirido una altura desconocida
hasta ahora; que en las calles adyacentes á la Bolsa
encuentran los pintores modelos para las más nobles
fisonomías, pudiendo elegir á su sabor cabezas de hé
roes y de santos; que el comercio y la Bolsa inspiran
una confianza cada vez mayor; que, en una palabra,
estamos abocados á una felicidad terrestre jamás so
ñada... Declaramos además que en el rasgo de ingenio
final nos complacemos en reconocer la conocida es
tampilla de la casa Isaac Bernbaum y Kembini...
«Firmado: Brunner, en Viena; Leo, en Halle; Vil-
mar, en Cassel.»
El Kladderadaisch no se acordó de volver la vista
atrás, lo mismo que el editor judío Wigand, de Leip
zig, á quien Brunner puso en ridículo en prosa y verso,
lo mismo que el rabino Fhilippson, de Magdebur-
go, redactor de la Allgemeine Zeitung des Judenthu-
mes für Jüdische Interessen, lo mismo que otros mu-,
chos.
Pero el mejor informado y más rabioso adversario
de Brunner era uno de los mohel de Viena. El mohel
es un personaje importante en la comunidad Israelita,
pues es el encargado de la dolorosa y delicada opera
ción, por virtud de la cual se pasa de goy á judío. El
mohel en cuestión había dirigido una circular «á la
alta aristocracia judía» para ofrecerle sus servicios.
Cierto gracioso, habiéndose procurado el documento,
escrito en estilo muy original, se lo envió al abate
Brunner, quien lo publicó sin comentarios. Este he
cho puso furioso al mohel, porque los judíos burgue
ses se resintieron con él por haberse dirigido tan
ostensiblemente á la carne aristocrática. ^Seligman
'
Steinschneíder—¡qué nombre para un mohell—dió
BM AUSTRIA- HUNGRIA 87

explicaciones en un folleto, que es un verdadero


poema y que acaba con este final dirigido á Rotos -
child: «Mi seductor y salvador, vuestro humilde y
devoto S. S.» Debajo de la firma aparecía un cuchillo
de circuncidar con una viñeta que no se puede nom
brar, y en una nota (in cauda venenumt decían los ro
manos) seguía una salida formidable contra el abate
Brunner: «Si soy bestia,—decía el buen hombre,—si
soy asno, no soy, á Dios gracias, un asno tan bestia y
tan grande como él, porque ya estoy circuncidado.»
Finalmente terminaba con una página de excrementos
explicativos dignos del operador.
La venganza no era aún completa, porque algunos
días después de la aparición de este folleto del mohel
Steinschneider, recibió Brunner una carta que llevaba
á guisa de firma estas palabras: ¡Seis vengadores! En
dicha pieza anunciaban los seis vengadores, después
de hacer el panegírico de la raza judía, que habían
jurado la muerte del redactor de la Kirchen^eüung, y
que un tiro ó una puñalada libraría á Austria de este
monstruo: «Hubiéramos podido ejecutar nuestro pro
yecto sin prevenirte,— concluían los seis vengadores,
—pero martirizarte con la espectativa de una muerte
que te acecha á cada paso es también una dulce satis
facción. ¡Si aún vives el i." de Enero de 1861 es que
no somos más que unos vulgares bribones!» El abate
Brunner apresuróse á publicar esta carta, añadiéndole
estas sencillas palabras: <No tienen necesidad esos se
ñores de esperar al i.° de Enero, sino que pueden
desde luego hacer uso del título que reivindican.»
Como se ve, Brunner respondió como hombre de
aliento y valeroso; pero el fiscal creyó deber interve
nir y llamó al redactor de la Kirchen^eitung. «¿Tenéis
miedo?—le preguntó.—No, pues ya he recibido una
infinidad de cartas amenazadoras, sin duda de la mis-
88 , JUDIOS Y CATÓLICOS

ma mano, y jamás ninguno de esos Macabeos se ha


atrevido á acercarse á mí á la distancia de una bofeta
da; es, pues, inútil buscar á esos seis vengadores por
mi causa, pues aun quiero dejarles el placer de creer
que llenan de espanto á este maldito goy, á este ga -
llaclil—Hacéis bien—respondió el magistrado—en des
preciar todo eso; pero, en mi condición de fiscal, tengo
el derecho de intervenir en ese asunto. Entregadme
los otros manuscritos que os parecen de la misma le
tra.» Brunner encontró el sobre en que se le había
enviado el folleto del mohel, y vióse que la dirección
estaba escrita por la misma mano. A vuelta de algu
nas pesquisas, se descubrió que Steinschneider perso
nificaba..-, á los seis vengadores! Con la muerte en el
alma compareció ante el fiscal, y juró por todos los
patriarcas que era el hombre más inofensivo del mun
do. A instancias de Brunner, que rogó á los magistrados
que consideraran aquellas cartas amenazadoras como
una chanza, el viejo mohel pudo volver á sus opera
ciones, y evitar la prisión.
Seligman Steinschneider no era el único que recu
rrió á las amenazas anónimas: las cartas llovían sobre
el abate Brunner. «Tú eres un demonio—decía una en
estilo muy oriental—un demonio tal como no podría
concebirlo peor la íantasía más ardiente. Convendría
enviarte á los infiernos después de haberte hecho su
frir el tormento de la rueda.»
Habiendo pronunciado Brunner un discurso en un
banquete en honor de los zuavos pontificios vueltos
de Castelfidardo, escribióle uno: «Si me hubiera en
contrado junto á tí, te hubiera puesto arsénico en la
la sopa.» O Waihl
Otro hijo de Abraham vociferaba este encantador
apóstrofe: «Infame, canalla! Abajo los canallas, los la
drones que embrutecen al pueblo! ¿PuesquéPUnBrun
EN AUSTRIA-HUNGRIA 89

ner se permite criticar á los judíos! Entra, miserable,


en las casas judías, y contempla su elegancia, su mo
biliario, sus tesoros artísticos, las alhajas de sus muje
res, la educación de sus' hijas, en tanto que vosotros
no sois más que unos borrachos!» A todas las ventajas
enumeradas hubiera podido añadir sin inconveniente
la distinción y nobleza del estilo israelita!
Una de las cartas que recibió Brunner aparecía fir
mada por una Sociedad ilustrada. Estaba tan estúpida
mente rimada, que era capaz de hacer llorar de risa.
Brunner la publicó con esta introducción: «Rogamos
humildemente á la Sociedad ilustrada que nos ha hon
rado con su poesía, que procure fumar mejor tabaco,
porque la carta y el poema exhalaban tal pestilencia
de truhán, que los sentimientos poéticos despertados
en nosotros por estos versos han sufrido considerable
deterioro.»
Brunner caracteriza como sigue la mayor parte de
las cartas emanadas de las oficinas judías: «En la pri
mera página se afirmaba que en los cafés judíos de la
Leopoldstadt tenían que apretarse los ijares para no
reventar de risa á la vista de la gran estupidez de la
Kircheneeitung. Estos espasmos de risa homérica cesa
ban en la segunda página para dar lugar á las injurias
y palabras groseras. Después venían imprecaciones,
maldiciones, amenazas que hacían dudar de la alegría
delirante con que empezaban.»
Ni á grandes rasgos podemos relatar la prolongada
guerra que el abate Brunner sostuvo contra los judíos
de Viena: las pocas indicaciones que preceden basta
rán á dar idea de las armas empleadas por una y
otra parte. Cartas anónimas, folletos, artículos, co
rrespondencias extranjeras, nada se omitió por parte
de los judíos para aplastar al redactor incircunciso de
la Kirchenaeitung, y como su influencia, fundada en el
90 JUDIOS Y CATÓLICOS

oro, privaba en ciertos medios, y como tenían abiertas


las puertas de los ministerios, lograron aún cegar la
justicia. En los cuatro volúmenes de las Memorias de
Brunner hay capítulos que derraman extraña luz so
bre muchos miembros de la magistratura austríaca. Es
preciso leer esas páginas para comprender debidamen
te la historia religiosa de Austria •Hungría de tieinta
años á esta parte.
El redactor de la Kirchen^eHung no se desanimó,
sino que se batió en la brecha hasta 1866, luchando
con talento extraordinario, y colocándose de rondón á
la cabeza del movimiento católico en su país. Durante
los dieciocho años que redactó su periódico, recibió
muchos golpes, pero los devolvió siempre con creces,
y, en resumen, sus rasgos de ingenio y sus divertidas
sátiras pesan más á los ojos de la posteridad, que las
groseras injurias del «pueblo de la dispersión.»
CAPÍTULO OCTAVO

EL ABATE BKUNNER y LOS SABIOS CATÓLICOS DE ALEMANIA

De vez en cuando el abate Brunner se dirigía al


campo para salir de la atmósfera demasiado palestinia-
na de la capital. Tenía pasión por los viajes, y en sus
Memorias nos dice que visitó la mayor parte de los
países de Europa (i). Desde muy joven se había senti
do atraído por Alemania, y como estudiante, como
seminarista y como vicario, recorrió sucesivamente
Suiza, Wurtemberg, Sajonia, Hesse, Prusia y Baviera.
Sobre todo Munich ejercía sobre él una atracción irre
sistible, porque á mediados de este siglo era esta ciu
dad un centro poderoso de vida católica, hallándose en
él reunidos los más brillantes defensores de la Iglesia
y de la religión.
Cuando llegó allí por primera vez, Gcerres, ese gi
gante intelectual que dominabadesde inconmensurable
altura su país y su tiempo, hacía sentir aún su podero
sa influencia. Brunner quedó fascinado por él desde la
primera entrevista, por la admiración que le causaba
su genio literario, su prodigiosa erudición, su ardiente
elocuencia, y á la vez, por el encanto y la exquisita
bondad del viejo atleta. Vueltoá Munich en 1846, fue

(1) Sus viajes por Alemania, Suiza é Inglaterra apare


cen narrados parte en sus Memorias y parte en un libro ti
tulado Unter Lebendigen und Todteu.
92 JUDIOS Y CATÓLICOS

admitido en la intimidad de Goerres, pasando con él


algunos inolvidables días, cuyo recuerdo consignó en
un folleto. El proyecto de fundar en Viena un perió
dico católico fué sin duda debido en parte á sus rela
ciones con Goerres, porque el autor de la Mística ha*
bía sido incomparable periodista, y todo el mundo
sabe que su Mercurio rhenano tuvo en jaque la estrate
gia de Napoleón I, que llamaba á Gcerres la quinta po
tencia. Entre el ilustre anciano y el joven vicario ha
blóse á menudo de aquellos días lejanos de la epopeya
napoleónica, del mismo modo que la fundación de los
Historisch-polUische-Bleeiter sirvió frecuentemente de
tema á su conversación. El Mercurio rhenano acabó
por vencer á Napoleón, y los Hisíorisch-polUische-Blce-
tter fueron una de las palancas que impulsaron en 1838
á la Alemania católica. ¿No eran éstos ejemplos que de
bían alentar al futuro fundador de la Kirchenseitung?
En casa de Goerres encontró el abate Brunner en
1846 una pléyade de teólogos y sabios católicos de
la Universidad: Doellinger , Philipps , Haneberg ,
Ringseis, Reithmayr, Lasseaulx, el barón de Arétin,
Eberhard, etc. Doellinger, que reemplazaba al piado
so y cándido Moehler, estaba en el pleno desarrollo
de su talento y fe católica, y nada hacía presentir su
evolución ulterior que tanto contristó á sus amigos.
Brunner quedó encantado de su conversación, y qui
zás discutirían algunas de las cuestiones por las que
tan apasionado se mostró el joven vienés, pues Doe
llinger era entonces muy hostil al josefismo, y en una
de sus cartas al abate Raess habla con doloroso menos-
precio de ciertos obispos que «han obtenido la mitra
haud Spiritu Sancío.t Un célebre discurso que pro
nunció en la Cámara indicaba también que abrigaba
sentimientos poco favorables á los judíos, pues hay en
esta arenga una página sobre la usura, que pone los
EN AUSTRIX-HUNGRtA 95

cabellos de punta. Pues bien, hemos visto que la lu


cha contra el episcopado josefista y los judíos llenó
buena parte de la vida de Brunner.
El abate Brunner, como luego veremos, era muy
aficionado á la historia. Un colega de Doellinger, el
célebre historiador Hoefler, invitóle varias veces á su
casa, constituyendo esto para él una de las mayores
satisfacciones de su estancia en Munich.
¿Y qué decir de Haneberg, el erudito exégeta, el fu
turo obispo de Spira, «mi Fenelón,» como decía el rey
Luís II? ¿Qué del médico Ringseis, de ese admirable
cristiano, cuya casa se convirtió, á la muerte de Goe-
rres, en el verdadero centro de la vida católica de Mu
nich? ¡Naturaleza encantadora, si las hay, corazón de
oro, inteligencia de primer orden! Para nosotros, Ring-
seis es más aún, es el padre de ese poeta genial que se
llama Emilio Ringseis.
En esta sociedad tan inteligente, tan instruída, tan
cordial, las ideas del abate Brunner por fuerza debían
ganar ea amplitud y lucidez.
Después de los escritores y eruditos católicos, el
abate Brunner, que nada tenía de exclusivo, frecuen
taba también el trato de algunos sabios protestantes ó
librepensadores. Refiérenos por modo muy divertido
su primera entrevista con un profesor muy original y
muy temido por su mordacidad. Fallmerayer—que así
se llamaba—sentía una repugnancia casi crónica por el
clero católico, y cuando se le ofrecía ocasión de hu
millar ó lastimar á un sacerdote, no lo dejaba para
después. Hubiérase dicho que deseaba vengarse de
cierta aventura desagradable que le ocurrió durante su
paso por el gran seminario de Brixen. Brunner, ya
muy conocido en Alemania, hízole una visita, y en
medio de la conversación, Fallmerayer, interrumpién
dose repentinamente, dijo al joven sacerdote: «|Pero
94 JUDIOS Y CATÓLICOS

qué magnífico chaleco llevais! ¡Es una pieza ver


daderamente preciosa y de mucho gusto!» La inten
ción del terrible profesor era visible, pero Brunner,
que tenía aún más ingenio que Fallmerayer, respon
dióle sin turbarse: «¡Oh, esto no es nada; en Viena
tengo chalecos mucho más hermosos. Me alegro de
que os guste esta pieza, porque cuando vengáis á Aus
tria os enseñaré mis otros chalecos!» El asalto había
sido rechazado con éxito, pero Fallmerayer volvió á
la carga: «He leído—dijo—vuestro Deuslche Hiob, (i)
y en él hay una estrofa que me rueda siempre por las
mientes:
Was wir für feine Barsche sind,
Wie fein und durch^etrieben
Es ist fast Keiner vnter uns
Der nichi ein Buch gcschr\eben (2).
Brunner le replicó sonriendo: «Escuchad, señor pro
fesor: si me encerráis entre estos cuatro muros, tendré
paciencia; pero si me atacáseis públicamente, no me
quedaría otro remedio que rimar todo un folleto con
tra vos.» Fallmerayer se confesó vencido y no conti
nuó. «Temo á los versos más que á la prosa—dijo,—
porque, si están bien hechos, se graban fácilmente en
la memoria. Dejemos esto; ¿por qué hemos de diver
tir al público á nuestras expensas?» Los dos satíricos
se hicieron buenos amigos, y en un viaje á Viena, Fall
merayer visitó muchas veces al redactor de la Kir-
chen^eítung.

(1) Uno de los poemas satíricos de Brunner.


(2) |Qué finos mozos somos,
Tan fino* y tan astutos,
Qu» no hay nadte entre nosotros
Que no haya escrito un libro!
EN AUSTRIA-HUNGRIA 95

Una aventura de distinto género le sucedió á Brun-


ner en casa del doctor Haid, un escritor catequístico
muy apreciado en Munich. Estaba este excelente sa
cerdote rodeado de un grupo de seminaristas cuando
se presentó el poeta vienés. La visita no fué larga, y
Brunner no tardó en despedirse; mas apenas llegó á la
calle, oyó que le gritaban desde el segundo piso:
«(Señor doctor!» Era Haid que le llamaba. Habiendo
contestado Brunner, continuó el diálogo: «¿Sois el
Brunner que ha escrito el Nebeljungenlied)—Por ca
sualidad, sí. —¿Tendríais la amabilidad de volver á su
bir un momento?»—«Mi situación—escribe el poeta—
era fatal, pues de acceder á la invitación, cometía una
ridiculez, y alejándome, una grosería. Adopté el pri
mer partido, y pocos minutos después descendía per
fumado de incienso.»
De Munich, que tanto le agradaba, se trasladó á Tu-
binga, donde existe otra facultad de Teología católica.
Héfelé, más tarde obispo de Rottenburgo, enseñaba
allí Historia de la Iglesia con singular talento, pues su
grande Historia de los Concilios, acabada por el car
denal Hergenroether, es una de las obras más sólidas
de que puede vanagloriarse la ciencia católica con
temporánea. A su lado, Kuhn enseñaba el dogma, y el
orientalista Welíe, la exégesis del Antiguo Testamen
to. Los tres gozaban ya de cierta reputación científica
en Alemania; Brunner los visitó á todos, y quedó muy
complacido de su buena acogida.
En Friburgo, que visitó al salir de Wurtemberg,
halló una sociedad más instruída aún, y hombres que
habían desempeñado ó iban á desempeñar un papel
importante en la Iglesia. Había conocido en Viena al
consejero áulico, profesor Buss, uno de los promove
dores del movimiento católico en el gran ducado de
Baden y en Alemania. Buss lo presentó al arzobispo
96 JUDIOS Y CATÓLICOS

de Friburgo, el célebre Mons. Vicari, (i) anciano de


extraordinario aliento, que le inspiró la más viva sim
patía y profunda admiración. Vicari empezaba enton
ces su valerosa campaña contra el josefismo badense,
y Brunner escuchó la relación de sus luchas y pesares
con un interés fácil de comprender, pues era la histo
ria anticipada de sus propias tribulaciones.
Sin ofrecer un cuadro de profesores comparable al
que Brunner había encontrado en Munich, la Univer
sidad de Friburgo contaba con hombres notables. Hug
acababa de morir, pero Staudenmayer, uno de los
profesores de dogma más eminentes de Alemania,
Kirscher, á la vez sabio y artista, Wetzer, Schleyer,
Mayr, etc., constituían un conjunto que honraba al
instituto. Brunner entró en relaciones con todos aque
llos maestros, ligándose especialmente con otro, que
aunque entró mucho más tarde en la Universidad, co
menzaba ya entonces á adquirir nombradía. Álban
Stolz, vice-regente del pensionado teológico, publica
ba un almanaque—Kalender für Zeit un Ewigkeit—
que llamaba poderosamente la atención. Por su estilo
conmovedor y lleno de relieve, por su tono verdade
ramente popular, y sobre todo, por su altura moral,
los relatos de este almanaque constituyeron un género
• especial en la literatura cristiana de Alemania. Brun
ner los había leído y admirado, y se alegraba de co
nocer al autor. Por otra parte, entre estos dos escrito
res existía cierta semejanza de talento y de carácter:
ambos tenían mucho ingenio y numen, el don del
pincel, el arte de hablar á la vez á la inteligencia, al
corazón y á la imaginación, y no obstante ser ambos
instruidísimos, supieron hallar ese lenguaje sencillo,

(1) Comiendo con este prelado supo la muerte de Grego


rio XVI.
EN AUSTKIA-HUNGKIA 97

vivo, lleno de imágenes, que tanto agrada al pueblo.


Albán Stolz tenía más sentimiento, más unción; Brun-
ner, más sal, más humor, más causticidad; Stolz sabía
ser mordaz como Brunner, y para convencerse de ello
bastará recordar lo que ha dicho de Francia, mas sus
dentelladas tenían algo de áspero, en tanto que en
Brunner las mejores mordeduras iban acompañadas
de maliciosas sonrisas. Pronto reinó la intimidad en
tre los dos publicistas, y al alejarse de Friburgo el
poeta austríaco, dejó allí un amigo que no le olvidó
jamás.
En todas las ciudades que visitó Brunner en su viaje
de 1846, propúsose ver á los escritores católicos. Así
visitó en Estrasburgo al obispo Mons. Raess, el funda
dor de la revista teológica der Katholik, elegante lite
rato y erudito, que servía en cierto modo de lazo de
unión entre los sabios católicos de Francia y los de
Alemania; en Maguncia, que iba á poseer su Ketteler,
vió al profesor Nickel; en Roedelheim, al piadoso
hagiógrafo Hungari; en Wurzburgo, que aún no tenía
á sus dioscuros Hettinger y Hergenrcether, conoció al
profesor Saffenreuter.
Volvió á ver á casi todos estos y otros escritores en
Munich, cuando, en 1863, concurrió al Congreso de
sabios católicos, organizado y convocado por Doellin-
ger. La reunión—una nrovedad entonces—era en ex
tremo brillante: casi todas las Universidades de Ale
mania habían enviado representantes; entre los cuales
se encontraban hombres del más alto valer. Desgra
ciadamente, faltaba á este Congreso una cualidad
esencial, que lo redujo á la impotencia: la unidad.
Comenzaban entonces á dibujarse entre los sabios ca
tólicos de las Universidades alemanas dos tendencias
contrarias, porque mientras los unos, encadenados por
un excepticismo más ó menos latente, se separaban de
98 JUDIOS Y CATÓLICOS

la autoridad de la Iglesia, y obedecían á la fuerza cen


trífuga de la independencia racionalista, á cuya cabe
za marchaban Doellinger y algunos de sus colegas de
Munich, aterrados los otros por esta desviación, se
aferraban más y más á la cátedra de San Pedro y á las
enseñanzas de la más estricta ortodoxia, siendo la Uni
versidad de Wurzburgo el centro de esta resistencia
ultramontana. Los dos partidos se dieron naturalmen
te cita y midieron sus fuerzas en el Congreso de Mu
nich, en el que de vez en cuando se producían muy
vivos altercados.
En una de estas sesiones, la más tormentosa de to
das, cupo á Brunner la honra de llevar la paz á los es
píritus. El redactor de la Kirchenseitung no figuraba
como sabio de profesión: poeta satírico y polemista,
este ingenio batallador era ante todo un hombre de
acción, cuya pluma, convertida ya en espada, ya en
maza, era manejada por él con gran destreza.
Sin embargo, á pesar de sus instintos bélicos, era
Brunner de la madera de los sabios, y cuando se lo
permitía el tiempo, entregábase con afán á profundas
investigaciones históricas; de aquí que el publicista
vienés no fuera un extraño en el Congreso. Pero una
cosa es asistir á un Congreso de sabios y otra hablar
en él. Brunner en todo pensaba menos en tomar parte
activa en sus deliberaciones, y sólo por azar subió á la
tribuna. En efecto, tras una discusión en que los espí
ritus de una y otra parte quedaron profundamente ex
citados, llegó un momento en que nadie quería hacer
uso de la palabra. La situación era muy tirante, por
lo que viéndolo todo perdido, el profesor Haneberg y
algunos amigos rogaron al abate Brunner que resta
bleciera la calma con una feliz diversión. Protestó él
con todas sus fuerzas, alegando que carecía de cuali
dad alguna para arengar á semejante areópago; pero
EN AUSTRIA' HUNGRIA 99

Haneberg insistió, replicándole que la cuestión debati


da era de su completa competencia, pues Alzog había
presentado á la mesa del Congreso una moción en la
que se pedía la creación de una literatura polemista
seria para combatir las mentiras históricas. ¿Quién
mejor que el polemista Brunner podía sostener
aquel proyecto? El poeta acabó por ceder á sus ins
tancias, pidió y obtuvo la palabra, y al punto todas
las miradas fijáronse en él. ¿Qué iba á decir el célebre
periodista?
El abate Brunner no defraudo las] esperanzas de sus
amigos. Improvisó un discurso encantador, serio y fes
tivo á la vez, repleto de hechos y esmaltado de flores
humorísticas, en el que demostró la utilidad de una
Biblioteca científica en la que todo el mundo hallara la
refutación de los errores y mentiras esparcidas cuoti
dianamente por la prensa. Según él, convendría igual
mente vulgarizar los resultados de las ciencias físicas
y naturales tan odiosamente explotados, terreno en el
cual los creyentes tienen que sostener frecuentes ata
ques, porque los periódicos, los folletos, los libros,
sin contar los hombres, parecen conjurarse contra las
verdades cristianas para truncarlas ó negarlas. —El
orador expuso su tésis con gran numen, terminando
con una anécdota personal. «Hace algún tiempo—dijo
—hice noche en una fonda de una ciudad alemana. Ce
naba á mi lado un antiguo profesor de química, que se
vanagloriaba de estar muy fuerte también en geología,
el cual proclamó con énfasis que el relato del Génesis
sobre el origen del mundo era imposible y absurdo.
Contestéle yo que la Iglesia á nadie obligaba á creer
que el escritor sagrado hablaba de días solares de
veinticuatro horas, y que los sabios católicos enseña
ban libremente que aquellos famosos días expresaban
épocas de duración indeterminada. Mi geólogo, visi
IOO JUDIOS Y CATÓLICOS

blemente contrariado por esta explicación, replicó con


acritud que aquella concesión era insignificante, y que
al estudiar la corteza terrestre, había descubierto que
tenía justamente 4o millones de años de existencia.
Semejante afirmación causó cierta sorpresa en la mesa
y todo el mundo esperaba con vivo interés mi contes
tación. Volvíme entonces hacia el sabio geólogo y le
dije: «¡Vamos, amigo mío, bebed medio litro más, y
quizás os contentéis con 39 millones!»
No hay que decir que este rasgo final provocó una
soberbia carcajada entre los sabios del Congreso. Brun-
ner había logrado su objeto: el proverbio dice con ra
zón que el que se ríe está desarmado, y esto ocurrió
allí. El presidente del Congreso levantó la sesión, y
todos se separaron, pensando únicamente en la mali
ciosa inspiración del poeta.
Brunner había merecido bien de la ciencia y de la
causa católica, y pudo volver á Viena con el consuelo
de haber hecho reír y casi reconciliar á los hermanos
enemigos del Congreso.
CAPITULO NONO

EL ABATE BRUNNBR EN ITALIA

«¿Conoces el país en que florecen los limoneros?»—


había cantado Goethe, y todo alemán realiza por lo
menos una vez en la vida el sueño de Mignon: Dahin,
dahin mcechfich sichnl Brunner franqueó también los
Alpes más de veinte veces y siempre con el mismo
entusiasmo. Si Alemania le atraía, Italia le encantaba:
el poeta, el artista, el católico amaba al país en que
resuena el si. Las montañas bañadas por tan maravi
llosa luz, las llanuras,, ya de lujuriosa vegetación
como en Lombardía, ya muertas y solemnemente
tristes como en la campiña romana, eran espectáculos
siempre vivientes para el periodista vienés. Sin duda
que había contemplado paisajes tan grandiosos en
Suiza, en Austria, en Alemania; pero, como todos los
literatos, participaba del sentimiento algo paradójico
de Doudan, que los más bellos paisajes son los reco -
rridos por Hornero, Virgilio y Dante. Contemplada al
través de un glorioso pasado, la naturaleza parece, en
efecto, más radiante: Cumas, Baias, el Pausilipo, ó
bien Roma y Frascati presentan un aspecto completa
mente diferente, si se visita estos lugares conociendo
ó no los acontecimientos pasados. Aparecen estos re
cuerdos tan íntimamente fundidos con los paisajes,
que quizás contribuyeron en algo á la pasión que
Brunner tenía por Italia. Lo cierto es que volvía allí
siempre que se lo permitían sus ocupaciones.
10» JUDIOS Y CATÓLICOS

Nos ha dejado la relación de algunos de estos via


jes, y sus cinco volúmenes contienen ciertamente lo
que de más entretenido é interesante se ha escrito so
bre Italia: Kennst dudas des Landf (El relato de su
primer viaje en 1857). Lombardia y fenecía, Estudios
recreativos y críticos en Italia y sobre Italia, Viajes en
Vgqag al través de Italia, son obras de poderosa ori
ginalidad, que denotan perfecto conocimiento de
hombres y cosas. Artista hasta la médula de los hue
sos, estudia los lugares, los monumentos, los cua
dros, las estatuas, de tal modo, que sólo puede apre
ciarlos un artista. Nada de la fraseología trivial que
tanto fatiga en los libros sobre Italia, nada de la admi
ración declamatoria que los autores se trasmiten es
crupulosamente de época en época; en él, el fondo y la
forma, la idea y la expresión, todo es original y sabro
so. Naturalmente, la reflexión humorística no falta
nunca, á la que, preciso es decirlo, se prestaban á me
nudo los italianos. Brunner creía que en la Península
los hombres valían menos que la naturaleza, y las
anécdotas que refiere á este propósito son en extremo
divertidas: sólo citaré una, porque los periódicos ju
díos de Viena intentaron explotarla contra él.
En una carta que envió á la Kirchen^eHung refiere
el poeta las tribulaciones de dos turistas en busca de
una... taza de café! «Entramos en un café (de Roma)—
escribe—y pedimos una taza de bianco. Se nos sirve, lo
gustamos y nos largamos. Tentamos de nuevo otra bot-
tega. Había sorbido ya en Italia toda suerte de líquidos
coloreados con el nombre de café; pero en esta, era la
abyección de la abyección; pues aquello sabía á assa
fcetida. Dije al dueño de la casa: «Caballero, ¿que nos
servís aquí? Os pago doble, si apachugais con eso» A
estas palabras, el noble romano perdió los estribos. Si
el primer cafetero se había embolsado el dinero con
EN AUSTRIA-HUNGIUA IO?

gran calma, á pesar de que no tocamos el brevaje, éste


manifestó una indignación muy viva, mostrándose quis
quilloso en extremo y herido en su honor, gritando con
gestos aterradores: «Si no os gusta mi café, bien; nada
tengo que hacer con vuestro dinero, pero mi café es
bueno. Todos estos extranjeros no vienen aquí más que
á maltratarnos: no sufriré que se ataque á la reputación
de mi establecimiento.» Ante semejante salida de tono,
conservé mi sangre fría, y poniendo sobre la mesa los
oajocchi que costaba el café, le dije: «He aquí vuestro
dinero, Cicerón de pega; si quereis pronunciar discur
sos, marchad de frente al Capitolio. ¡Basta!» Los
cuartos calmaron la tempestad, y Cicerón giró sobre
sus talones, como si sintiera el más profundo despre
cio por nuestros bajocchi. Un momento después está
bamos en la calle y el dinero... en su bolsa.»
Los judíos vieneses creyeron poder sacar partido de
esta inocente chanza para abrumar á Brunner, y la re
produjeron como prueba perentoria de su mal carác
ter. En el fondo era una simple sátira, y aun criticán
dolos á veces—sin aspereza—el periodista-poeta lo pa
saba muy á gusto entre los italianos.
Sobre todo en Roma. Roma era su segunda patria,
la patria de su alma, el suelo regado por la sangre de
los mártires, la Sede de san Pedro. Deliraba por visi
tar el umbral de los Apóstoles, por fortalecerse de nue
vo sobre esta tierra bendita, por enardecer á los pies
del Soberano Pontífice su amor á la Iglesia. Era en
Austria el campeón infatigable del Papado; antes de
él, el josefismo había debilitado mucho en las almas la
imagen del Vicario de Jesucristo; el Papa era, como
decía el arzobispo de Viena, «el colega de Roma», el
obispo de una de las diócesis fundadas por san Pedro,
gozando por este título de cierta supremacía de honor,
pero sin dejar de ser el colega, cuya autoridad se dete
nía en las trenteras de Austria.
i 04 JUDIOS Y CATÓLICOS

Hemos visto la energía con que el abate Brunner lu


chó contra este error, logrando hacer respetar de nue
vo en su país la autoridad infalible del Papa; de aquí
que amara tanto más á Roma, cuanto más le había cos
tado defender á la Santa Sede de las usurpaciones jo
sefístas.
Y para este curioso observador, ¿qué teatro más
atractivo que el del centro del mundo católico? Sus
volúmenes sobre Italia prueban que supo sacar de él
el mayor partido posible. Precedíale ya desde 1857 su
reputación en la Ciudad Eterna, y todas las puertas es
taban abiertas para él: cardenales, prelados, frailes,
sabios, se complacían en ver aquel terrible justador,
que allá abajo, bien lejos, en la Tedescheria, rompía
tantas lanzas en favor de Roma y el Vaticano. Aquel
grande y sólido alemán, de ancha cabeza, de figura
cuadrada, pero de ojo vivo y mordaces réplicas, sub
yugábalos con su conversación. Y en verdad que le
escuchaban con placer, porque hablaba admirable
mente su lengua. En Roma, en aquella lejana época,
casi sólo se sabía el italiano; algunos prelados habla
ban algo el francés, pero el alemán era aún lenguaje
completamente desconocido, y de aquí que las rela
ciones seguidas y familiares entre los peregrinos ale
manes y el mundo eclesiástico de Roma fueran tan
difíciles. Pues bien, esta dificultad no existía para Brun
ner, porque ya en el colegio habla estudiado el italia
no, y conocía á fondo su literatura, siendo tan fanático
por el Dante, que en sus numerosos viajes á Italia vi
sitó casi todos los lugares inmortalizados por la Divina
Comedía. Merced á esta pasión, logró dominar á la per
fección el italiano, y vamos á ver que aún llegó á im
provisar versos en dicho idioma.
Fué esto, según creo, en 188o, con ocasión de
uno de sus últimos viajes á Roma. En una reunión,
EN AUSTRIA- «UNCÍ RIA 1o5

en el palacio episcopal de Albano , figuró como


testigo en la toma de posesión del canónigo... Liszt.
El príncipe de Hohenlohe, cardenal-obispo de Al
bano, quiso darse el gusto de tener en su capítulo
metropolitano al ilustre pianista. Todo el mundo sa
be que Liszt, en 1868, había recibido las órdenes me
nores, siendo por consiguiente portero, lector, acóli
to y exorcista de la Santa Iglesia Romana. Las órdenes
menores no ligan definitivamente al joven clérigo,
porque el gran paso no se da sino en el subdiacona-
do. Liszt, que podía retroceder aún, no lo hizo, pero
tampoco avanzó, lo que nada tiene de particular por
que la prolongación de este estado en el primer esca
lón del sacerdocio es muy frecuente, contentándose
muchos con las órdenes menores, porque son necesa
rias para tener derecho á los beneficios eclesiásticos.
Las órdenes menores le permitían, pues, ser canónigo,
y el cardenal Hohenlohe le concedió este título. El
gran artista estaba íntimamente ligado con el emi
nente príncipe de la Iglesia, siendo con frecuencia su
huésped en Tívoli, en esa admirable ciudad de Este,
desde donde se descubre la campiña romana, y á lo
lejos, en el horizonte, la majestuosa cúpula de San
Pedro. Siempre que Brunner iba á Roma, pasaba tam
bién algunos días en Tívoli, junto al Cardenal, por lo
que existían entre estos tres hombres del Norte rela
ciones muy afectuosas, y de aquí que Brunner fuera
padrino del canónigo Liszt. Después de la ceremonia
religiosa de la instalación, dió el Cardenal en honor
de Liszt un gran banquete al que asistieron, además
del venerable capítulo de Albano, muchos miembros
de la aristocracia romana. Pronunciáronse numerosos
brindis, y cuando Brunner acababa de hablar en latín,
le rogaron que improvisara un brindisi en italiano, á
lo que accedió en estos términos:
IO6 JUDÍOS Y CATÓLICOS

¡Eviva U nostro Lisura


Del Europa il primo pianista/
Uotno molió córtese,
¡Un nobile Ungareset
Che ha ricevuto dal Capitolo
Oggi un nuovo iitolo:
¡ Viva lungo é sano
II nuovo canonio d' A Ibanol
Habiendo provocado esta corta, pero bien trazada
composición, vivos aplausos en los italianos, Brunner
respondió con este dístico:
Non sonó Petrarca, non sonó Dante:
/La mía poesía ¿ andante!
Evocado así el recuerdo del gran poeta florentino,
uno de sus vecinos de mesa—un piamontés—pregun
tó á Brunner si conocía al Dante. «Tanto como puede
conocerlo un aleman—contestó el malicioso poeta.—
Sí, sí,—replicó el piamontés;—la mayor parte de los
alemanes é ingleses saben citar el ¡Laseiate ogni spe-
ran^a!—Pues bien,—exclamó entonces Brunner;—¿sa
bríais vos recitar todo el canto en que se encuentra
ese verso?» Todos los comensales prestaron atención:
el italiano dió una respuesta evasiva, y Brunner co
menzó el canto:
Per me si va nella dita dolente,
Per me si va nelP eterno dolare.
— «Basta, basta,» — interrumpió el piamontés muy
confuso. El abate Brunner recitó tres estrofas, y luego,
volviéndose á su vecino, díjole: «¡Felicitaos de que
dar en paz con estas tres estrofas, porque merecíais
el infierno todo entero!»
Hacia el final de la comida dirigióse un brindis al...
canónigo Brunner. En efecto, el príncipe-cardenal de
IN AUSTRIA-MUNGRIA 107

Hohenlohe, lejos de contentarse con un solo canóni


go austríaco, dió un colega á Liszt en la persona de
su amigo y compatriota Brunner.
El pianista y el poeta ocuparon al día siguiente dos
sillas contiguas en la catedral y las buenas gentes de
Albano no sospecharon sin duda que aquel día figu
raban entre los canónigos—sacerdotes muy modestos
—dos de los hombres más célebres del Imperio aus
tro-húngaro.
CAPITULO DÉCIMO

EL ABATE BRUNNKR HISTORIADOR

Canónigo de la basílica constantiniana de Albano,


pronotario apostólico, prelado refrendario de la Sig
natura, conde romano, gran cruz y gran maestre pro
curador de la Orden del Santo Sepulcro, Brunner
había obtenido en sus viajes todos los títulos y digni
dades de que dispone la Santa Sede. Pero los había ob
tenido sin pedirlos y sin darles importancia, porque
era el sacerdote más humilde que pudiera encontrar
se, y en un país en que se corre con afan tras los ho
nores, mostróse siempre indiferente á las ilusiones de
la vanidad. Diez años fué simple vicario de Altler-
chenfeld, cuando en Austria y Alemania, todos admi
raban en él uno de los poetas más originales y uno de
los más distinguidos periodistas de la época. Si hubie
ra sido ambicioso, el favor del Canciller de Metter-
nich y las simpatías del Nuncio de Viena le hubieran
allanado el camino para llegar á la cumbre de la jerar
quía; más él prefirió permanecer en la vanguardia del
ejército católico, repartiendo tajos y mandobles á to
dos los enemigos de la Iglesia.
En 1853, dejó la vicaria de Altlerchenfetd para ocu
par en el mismo Viena un puesto muy inferior tam
bién á sus méritos. El consistorio de la Universidad
nombróle predicador de fiestas de la iglesia universi
taria, plaza más honorífica que productiva. Apresuró
EN AUSTRIA- HUNGRIA 109

se no obstante á aceptarla, á fin de no quedar expues


to á recibir un nombramiento de cura de aldea, pues
sus trabajos históricos y de redacción de su periódico,
exigían cierta estabilidad y permanencia en la capi
tal. Predicó con gran acierto, y sus sermones sobre
apologética le atrayeron un auditorio tan numeroso
como escogido; pero en 1856, la iglesia de la Univer
sidad fué entregada á los Jesuítas, y Brunner tuvo que
abandonar su cargo, aunque conservando el título, de
dicándose entonces con más ardor que nunca á sus
estudios, y cuando en 1866 creyó llegado el momento
de abandonar á otras manos la Kirchemeitung, hizo
de la historia su ocupación favorita.
El abate Brunner conquistó la gloria en campos tan
diversos, que con harta facilidad se olvidaría uno de
que fué también un historiador muy notable.
Esto sería una injusticia, porque poseía en alto gra
do la inteligencia y la pasión de la historia, y la na
turaleza le había dotado de algunas relevantes facul
tades necesarias al historiador: una memoria sorpren
dente, un olfato que rara vez le engañaba cuando iba
en busca de un documento, el golpe de vista seguro que
le permitía discernir el encadenamiento de causas y
efectos, una especie de adivinación que ya le había ser
vido muchísimo en el curso de su misión diplomática.
Y á todo esto, el talento de la decoración, el arte de
agrupar los hechos, el -aliento que da vida á las des
nudas osamentas y un estilo, si no brillante, por lo me
nos, vivo, ágil, siempre agradable. Si en el campo de la
historia no se elevó á la altura de Doellinger ó Jan-
ssen, cúlpese á la multiplicidad de asuntos por él tra
tados. En efecto, tocó demasiadas cuestiones, épocas y
asuntos especiales para crear una obra de la trascen
dencia de la Historia del pueblo alemán\ pero puntos
por él estudiados aparecen tratados, con raras excep
JUDIOS Y CATOLICOS

dones, con ciencia positiva, y los veinticinco volúme


nes de historia que nos dejó son obras concienzudas,
algunas de las cuales serán consultadas con fruto du
rante mucho tiempo.
No podemos ni queremos analizar esta larga serie de
tomos; nos bastará con indicar rápidamente las obras
de historia más importantes que Brunner publicó en el
espacio de medio siglo.
A la cabeza de todas ellas deben en justicia figurar
las Memorias de que tantas veces hemos hablado. En
1853, Brunner estuvo gravemente enfermo, y uno de
sus amigos le confesó despues que, si hubiera muerto,
hubiera escrito la vida del difunto. Esta idea aterró al
satírico, porque ¡que de inexactitudes se hubieran sin
duda difundido á su costa! y como la convalecencia le
prohibía todo trabajo serio, se distrajo escribiendo su
autobiografía con el título de Woher? Wohinf Ges-
chichten, Gedanken, Bilder una Lente aus meinem Le-
ben. Los tres volúmenes, que aparecieron en 1854,
constituían una obr? encantadora. No es ni un alegato
ni una glorificación del autor, sino un cuadro que re
fleja toda una época, cuadro en el que se ve desfilar á
cada instante la figura jovial del poeta, burlándose de
sí mismo y de los demás. Los acontecimientos y luchas
políticas, el movimiento religioso y social, las costum
bres del tiempo constituyen la trama de su libro, y
sobre este fondo pinta el autor, ya los retratos de algu
nos personajes importantes, ya las semblanzas de ti
pos curiosos ó divertidos, .que igualmente tienen su
importancia para la historia de un país, s, .
Brunner sobresale en estos retratos, porque sabe po
ner de relieve los rasgos salientes—y también la nota
característica—de una fisonomía. Hay en sus Memo
rias toda una galería muy interesante y difícil de olvi
dar. Hemos hecho notar de paso las figuras del cura
EN AUSTR1A.-HUNGK1X , III

Kumantz, de la señora Embler, del consejero de Esta


do Justel, de Alban Stolz, del mohel Steinschneider,
etcétera. ¡Cuántos otros se podrían citar! ¿Cómo no
acordarse, por ejemplo, de ese buen Karl Recher,
un amigo de Brunner, que después de haber sido capu
chino, explicaba así su salida del convento?: «Oh,—de
cía.— ¡Es preciso haber gustado la cosa para hablar de
ella! Ser hermano lego todo el santo día, pase; pero
permanecer en su celda por la noche, esto sí que es
bien melancólico. Ver un capuchino y ser un capu
chino son cosas muy diferentes. ¡No teneis más que
probarlo!» ¡Qué tipo también el del profesor de filolo
gía Stein, que mató á uno de sus recien nacidos, «con
sagrándolo al punto á las Musas en una noche gla
cial», y que odiaba el tabaco hasta el punto de publi
car contra los fumadores y pulsadores un poema de
treintiséis versos latinos—Amor capnophilus—con dos
cientas páginas de notas explicativas! A veces bastaba
á Brunner un rasgo para hacer inmortal una de sus
víctimas. El barón X..., comisario de Krems, se vana
gloriaba siempre de haber tenido una conversación
muy amistosa con el emperador Fernando I. «Pues
¿qué os ha dicho el Emperador?»—El me ha dicho:
«Barón, no habléis tan estúpidamente, que eso no os
corresponde.» Otro vecino de Krems, un capitán reti
rado, había cambiado su caballo de batalla por la ins
piración poética, y asesinaba á todo el mundo con sus
poemas cortos y largos, y asesinaba desde luego la
lengua y el buen gusto. «Este cruel tirano—decía
Brunner después de citar algunos de sus versos—se en
carnizaba desollando, talando y saqueando la sintáxis
alemana y el diccionario; sobre el campo de batalla
de la rima, este héroe sanguinario acuchillaba las pa
labras á su antojo, las cortaba en dos, las torturaba
con una barbarie verdaderamente turca, Esto aparte,
113 JUDIOS Y CATÓtIC»S

era el hombre más dulce de la creación, que había


compartido simétricamente su vida entre la poesía, los
paseos y la cerveza.» Al lado de estos croquis, las re
flexiones inesperadas, las consideraciones filosóficas,
los rasgos satíricos abundan en cada capítulo y hacen
de estas Memorias un libro precioso lo mismo para el
literato que para el historiador.
Wokerí Wohtn?, que apareció en cinco volúmenes
diez años después, tuvo su pareja en los Dcnhpfcnnige
«Recuerdos de 1848 (i).» En esta última obra Brunner
puso especialmente de relieve la situación religiosa de
Austria durante la revolución, insistió sobre las mise
rias del jóse tismo y relató sus propios conflictos con la
autoridad eclesiástica.
Los Denkpfennige tienen un valor histórico positivo,
porque contienen una serie de episodios, de hechos,
de documentos, que en vano buscaría uno en otra
parte. Brunner desempeñó personalmente un papel im
portante en 1848, estuvo en relación con los más en
cumbrados personajes y mezclado en multitud de acon
tecimientos, circunstancias todas que prestan gran in
terés á sus Recuerdos. Como Woherí Wohin?, están
adornados de lindos retratos contemporáneos, viéndo
se en ellos desfilar á Metternich, al príncipe Federico
de Schwarzenberg, al arzobispo Milde, Haneberg, al
cardenal Rauscher, á los poetas Grillparzer, al conde
Pocci, Mailath, etc. Apenas hay personajes austríacos
de importancia que no encontremos por lo menos una
vez en las Memorias ó en los Recuerdos, y los seis vo
lúmenes forman así una «contribución» preciosa para
la historia, y sobre todo para la historia religiosa de
Austria á mediados de este siglo.
*
* *
(1) Se publicaron en 1886.
EN AUSTRIA -HUNGRIA 113

Lo presente tiene sus raices en lo pasado, y una épo


ca no se comprende bien, si no se posee el nudo de la
prepedente. El josefismo que Brunner persigue con
ahinco en sus Memorias no es el producto de una ge
neración espontánea de este siglo.
Esta llaga, que desoló á la Iglesia desde 183o á
185o, se remontaba más alto: el árbol que daba enton
ces tantos frutos de muerte había sido plantado y se ha
bía engrandecido en los reinados anteriores al de Fran
cisco II. Todo el mal provenía de José II: él es el pa
dre de la heregía josefista. Brunner, que combatió y
casi ahogó al josefismo, debió sentirse tentado á estu
diarlo en sus orígenes, y asi lo hizo en muchos volú
menes que desde su aparición llamaron la atención de
los sabios y políticos.
En JoséII, su vida, su administración, su reforma ecle
siástica, nos muestra al Emperador destruyendo toda
la constitución de la Iglesia, cerrando los conventos,
confiscándoles sus bienes, rehaciendo las diócesis arbi
trariamente, prohibiendo los recursos á Roma y la pu
blicación de las bulas, reglamentando sin misión para
ello el culto y la disciplina, en una palabra, susti
tuyéndose en todo y por todo á la autoridad misma de
la Iglesia. José II tenía la manía, el delirio de reformar
la Iglesia, y durante la mayor parte de su reinado
viósele pasear el apagaluces y la escoba por todos los
rincones del edificio. Federico II le llamaba «mi her
mano el sacristán,» y era en efecto un sacristán, pero
un sacristán loco, iconoclasta, preocupado únicamente
de extinguir lo que brillaba, de quebrantar lo que
estaba entero, de echar por tierra lo que se mantenía
en pie. Quizás con buenas intenciones, fué un verda
dero devastador. Creó un episcopado burocrático, para
el cual era el Emperador «el altísimo» y el Papa un
«colega,» y de aquí la fuente de todos los males ulte
114 JUBIOS Y CATÓLICOS

riores; y aun estuvo á punto de crear un clero secun


dario, curas á los que no se les hubiera de exigir más
que «leer distintamente,» proyecto que por dicha le
impidió la muerte, sin la cual Austria hubiera sido
dotada de un popismo degradante, del que quizás no
hubiera podido sacudirse nunca la religión.
Un segundo volúmen de Brunner, Los criados teoló
gicos de la carie de José II, acaba de iniciarnos en la
revolución religiosa emprendida por el hijo de María
Teresa, porque nos da á conocer los instrumentos de
que se sirvió, los teólogos que le ayudaron en su em
presa. Los [documentos y las correspondencias que
contiene derraman torrentes de luz sobre la historia
eclesiástica y profana de 177o á 178o. Cuando se leen
estas cartas, estas piezas, sacadas de los archivos de
Viena, se asombra uno de una cosa, de que la Iglesia
austríaca no haya sido ahogada antes ó por completo.
Brunner completó sus estudios sobre la segunda
mitad del siglo xvm con los dos volúmenes titulados
Der Humor in der Diplomatie: cuadro picante del
mundo cortesano, de la aristocracia y de la diploma
cia en Alemania. A estos cuatro volúmenes hay que
añadir La correspondencia Intima del emperador José 11
con su amigo el conde de Cobenql y su primer minis
tro ei principe de Kaunits, y finalmente la curiosa
obra que lleva el título de D'e Mysterien der Aufklae-
ruMf in Oesterreich (177o-178o).
El último trabajo de Brunner que terminaba la serie
de sus estudios sobre el josefísmo, y en el que nos
pinta la situación á que había llegado la Iglesia en
Austria á principios del siglo, fué la Vida del Beato
Clemente Hojbauer (i), religioso redentorista que vivió
en Viena desde 18o9 á 182o. En esta biografía, que es

(1) En 1888, León XIII beatificó á Clemente Hofbaner.


EN AUSTRIA -HUNGRIA 115

al propio tiempo la historia religiosa de los veinte úl


timos años del siglo xvm y de los veinte primeros
del siglo xix, y que contiene una multitud de anéc
dotas, escenas y relatos, vemos funcionar la odiosa
máquina inventada por José II. ¿Qué se había hecho
de la Iglesia? ¡En plomo vil había sido cambiado el oro
puro! «Nuestro adorado Emperador» se habrá conver
tido en el centro y en la potencia suprema de la Igle
sia, y en torno suyo y en la más humilde postura, los
burócratas eclesiásticos dictaban leyes á los obispos,
que se arrastraban á su alrededor, y estos obispos
exigían á su vez curas rastreros. «Arrastrarse era el
ejercicio casi único, obligatorio, general, del clero jo-
sefista en todos los grados de la escala.» No estaba per
mitido ningún movimiento libre, y cuando Hofbauer,
arrojado de Varsovia, se refugió en Viena, fué arres
tado por la policía, y como llevase consigo 2o0 tha-
lers, pues era superior de su Orden, se le dió á com
prender que, como religioso, no tenía derecho á
poseer una suma tan considerable. Hofbauer intentó
reaccionar en Viena contra las corrientes josefístas, y
pronto fué el blanco de las persecuciones más quisqui
llosas del consistorio eclesiástico. Todos aquellos ca
nónigos, que apenas creían en Dios,—uno de ellos,
Gruber, director del seminario, se burlaba del infier
no cuando examinaba—perseguíanlo con su odio,
porque veían en él un hombre de fe. Brunner nos
habla con justa severidad de estos conflictos y luchas,
no habiendo otro remedio que aprobar su indignación
y aplaudir los golpes que dió al josefismo como histo
riador y periodista.

El espectáculo que ofrecía la Iglesia josefista no era


el más propio á ensanchar el corazón: un servilismo
I 16 JUDIOS Y CATÓLICOS

deplorable, cobardía en unos, desprecio en los otros,


casi absoluta carencia de sentimientos elevados, apro
ximación al epicureismo, cuando no exposición del
vicio; en verdad que había para cobrar aversión á la
humanidad.
Cuando un historiador consagra largas vigilias al
estudio de una época tan triste, natural es que sienta
la necesidad de detenerse alguna vez en la contempla
ción más apacible de las virtudes de un santo. Esto
mismo sucedió á Brunner,, quien se complacía en des
cansar de burócratas y obispos josefistas para contem
plar las colmenas laboriosas de las Ordenes monásticas.
En 1863, publicó una obra muy apreciada sobre los
artistas de la celda monástica: *Die Kunstgenossender
Ríos/eradle» Traza en ella la actividad que ha desple
gado el clero en el campo de la pintura, escultura y
arquitectura. En la Edad Media y aún en los tiempos
modernos las grandes abadías han sido focos artísticos
incomparables. Los monjes levantaban grandiosas igle
sias y soberbios monasterios, que enriquecían de cua
dros, estatuas, artesonados, de manuscritos ilumina
dos, transformando sus moradas en verdaderos mu
seos. En Alemania y Francia, el protestantismo y la
revolución han devastado la mayor parte de estos asi
los, y destruído ó arrebatado los tesoros que conte
nían. Pero poco á poco se ha logrado hacer recono
cer algunos de los títulos que tienen los frailes á la
gratitud de los amantes del arte, reconstituyendo su
historia y haciendo justicia, aunque tardía, á su acti
vidad artística. Brunner no es el que menos ha contri
buido á esta feliz reacción, publicando sus Kunstge-
nossen, pues era una verdadera abeja. Otros historia
dores han seguido su ejemplo en Alemania y nume
rosas monografías sobre abadías, provincias eclesiás
ticas y religiosos aislados han visto la luz pública, y
EN AUSTRIA-HUNGRIA 117

el mismo Brunner, pocos años antes de morir trazó en


un cuadro encantador los rasgos de ese maravilloso
pintor que tan dignamente llevaba el nombre de Frá
Angelico. ,
Pero entre los Kunsigenossen y Fra angélico da Fie-
sole: sein Leben und sein Wirkert, deben colocarse las
grandes obras que constituyen la historia completa de
casi todas las órdenes religiosas de Austria.
La primera en orden á su publicación es una histo
ria de los Dominicos: Der Predigerorden in Wien und
Oesterrreich, que apareció en 1867, y es una colección
de registros, necrologías, epitafios, esbozos biográficos
é históricos y otras piezas curiosas concernientes á los
Hermanos Predicadores de Viena y Austria. La ma
yor parte de estos documentos eran inéditos, por lo
que la obra tiene para los historiadores el valor de un
libre de fuentes.
El mismo carácter ofrecen , hasta cierto punto,
otras tres historias de órdenes monásticas. La Benedic-
tinerbuch contiene la historia y descripción de todas
las abadías benedictinas de Austria, Suiza y Alema
nia, y la enumeración de las abadías destruídas ó se
cularizadas en el trascurso de los siglos; como se ve,
trabajo enorme, que supone investigaciones dignas de
un benedictino. La ChorJierrenbuch y la Cistercienser-
buch están concebidas bajo el mismo plan. La primera
es la historia de las casas de canónigos agustinos y
premonstratenses que existían ó existen aún en Ale
mania y Austria; la segunda, la de los conventos cis-
tercienses de estos mismos países.
*
* *
La actividad de Brunner, hacia el fin de su vida,
parecía redoblarse. A la edad en que tantos otros suel
tan la pluma, alimentaba todavía vastos proyectos, y
I 18 JUDIOS Y CATÓLICOS

ya septuagenario, emprendió un trabajo colosal, capaz


de desalentar á un joven escritor. Había comprobado
—y deplorado como todos los espíritus rectos—que la
educación moderna de los liceos alemanes y austría
cos era una vuelta al paganismo, y que se falseaba en
absoluto la inteligencia de los niños con la excesiva
glorificación de los héroes de la literatura nacional.
No sólo eran estudiados como modelos de estilo las
obras maestras de un Goethe, de un Schiller, de un
Lessing, de un Burger ó de un Voss, sino que las per
sonas mismas de estos poetas eran objeto de verdade
ras apoteosis. Con la forma literaria, que es admirable,
maestros ciegos recomendaban igualmente las ideas,
la moral y la incredulidad de estos grandes escritores.
En los libros destinados á las clases se exaltaba sin re
serva sus obras, ofreciendo á la admiración de los
alumnos las flores en ellas contenidas, y teniendo buen
cuidado de disimularles el veneno que ocultaban. En
vez de dar á cada cosa lo suyo, y de alabar la forma
literaria, pero demostrando al mismo tiempo que
Goethe y sus contemporáneos abusaron á menudo de
su genio para esparcir ideas inmorales, se alababa el
conjunto, declarando que todo era divino en aquellos
poetas, aun sus faltas y vicios, y sus perversiones y
adulterios se ofrecían como insignificantes distraccio
nes, excusándolos con irritante facilidad, cuando no
se llegaba aun á justificarlos. Y así, con el pretexto
de que todo le es permitido al genio, se enseñaba á los
niños que las acciones más culpables cambian de na
turaleza cuando las cometen grandes hombres, tras
tornando de este modo todos sus conceptos morales.
Brunner, que veía las consecuencias de esta educa
ción, resolvió penetrar en el Olimpo de la literatura
alemana, examinar detenidamente sus ídolos, arran
carles el nimbo con que glorificaban sus cabezas, y
EN AUSTRU-HUNCRIA 119

demostrar que en la mayor parte de estos héroes, el


hombre estaba muy por debajo del escritor. En otros
términos; concibió una historia de la literatura que
fuese, si no el reverso de la medalla, por lo menos la
rectificación constante y radical de las historias que
se ponían en manos de los escolares.
La empresa era audaz, porque iba á provocar formi
dables tormentas en el mundo profesoril alemán y en
todos los que velan á la puerta del paraiso literario.
Pero el abate Brunner, que no había temido al bata
llón de periodistas semitas, menos temió al nuevo ba
tallón, tanto más cuanto que iba á encontrar aquí los
mismos adversarios, porque es propio de Israel pro
porcionar abogados á todas las causas en que la in
moralidad pagana entra en lucha con los principios
cristianos.
Brunner no tituló á su obra Historia, porque los
volúmenes de crítica que lanzaba eran simplemente
piedras de cantería y de construcción—Hau undSaus-
teme—para los arquitectos del porvenir. Pero ¡qué
piedras! Los ocho ó diez volúmenes publicados consti
tuyen una implacable requisitoria—demasiado severa
para el gusto de los indulgentes—contra los pretendi
dos dioses ante quienes se obliga á prosternarse á los
niños, jjamás demostró el satírico más númen, más
aliento, más gracejo y añadiré de buen grado, más ta
lento! |En qué figura más lastimosa nos presenta á esos
grandes hombres, poetas, filósofos, historiadores!
Un crítico distinguido, Edmundo Biré, ha puesto al
desnudo de igual modo un ídolo francés. Brunner ha
hecho lo mismo con todo el Olimpo alemán. Desde el
padre Gleim, el vidente de Dios (i) hasta Anastasio
Grun, el héroe de la libertad, todos vienen á extender

(1) Bs el titulo del primer volumen .


J2O JUDIOS Y CATÓLICOS

á nuestros pies sus fealdades morales, y cada vez que


uno de ellos nos engaña bajo su palabra, sus contem
poráneos se encargan de quitarle la máscara. Porque,
y esto es lo chocante y original, Brunner no explota
en gruesas frases de indignación, sino que á menudo
cede la palabra á los mismos poetas y á sus amigos,
quienes testifican los unos contra los otros con enter-
necedora franqueza, y las mismas absoluciones que se
administran contienen la prueba más irrecusable de su
degradación moral!
Después de haber ejecutado á los poetas en los Han
und Bausttine, el implacable justiciero se vuelve con
tra los filósofos y teólogos librepensadores, trabando
combate, por decirlo así, cuerpo á cuerpo contra Los
grandes maestros de la teología racionalista, Herder,
Paulo, Schleiermacher, Straus, y en este estudio,
muy serio á pesar de la forma humorística, refuta cum
plidamente las teorías religiosas modernas que tan fu
nestas han sido al protestantismo alemán. Brunner, que
veinte años antes se había revelado como terrible po
lemista en su libro El atto Renán y su evangelio—una
de las mejores, si no la mejor refutación de la Vida de
Jesús—encontró de nuevo su espíritu lógico y su eru
dición profunda de otras veces. La rabia que el libro
Los cuatro grandes maestros provocó en el campo ra
cionalista, prueba desde luego que, si el abate Brun
ner había pegado fuerte, lo había hecho en justicia.
Nadie se írrita contra los débiles cuando se siente
fuerte.
Para terminar su ciclo histórico-crítico, el abate
Brunner publicó su última colección bajo un título muy
raro: De todas las especies de fanfarrones de la virtud
pertenecientes á la corporación de los librepensadores
(Atterhand Tugendbolde aus dér A ufklcerungsgilde). ¡Y
que no es abigarrada, en efecto, la Gildel En ella ve
EN AUSTRIA-HUNGR1A

mos mezclados á Fichte, Blumauer, Nicolaí, Wieland,


Reinhold, Sonnenfels, Claudio, Voss, Pückler-Muskau,
los grandes y los pequeños, los poetas y los prosistas,
los filósofos y los teólogos, ofreciéndonos el mismo es
pectáculo que ya hemos visto en los Hau und Baustei-
ne y en los Vier Grossmeistgr der Aujklcerungs íheo-
logiel
Cuando uno ha recorrido con el abate Brunner ese
panteón de la literatura alemana, no puede dejar de
exclamar: «¡Grandes ó pequeños talentos, pero segura
mente, ruines caractéres!», y sentir viva gratitud por
el crítico que ha sabido dirigir tan enérgico ¡Caveant
cónsules! á los encargados de modelar el alma de la ju
ventud.
CAPÍTULO UNDÉCIMO

EL ABATE BRUNNKR POETA SATÍRICO

Historiador, periodista, novelista, apologista, Brun-


ner era ante todo y sobre todo satírico. Si exceptua
mos las colecciones de sermones y algunos libros
estrictamente teológicos, ese carácter general de su
genio literario resplandece en todas sus obras. Que re
fiera la historia del josefismo ó que nos comunique
sus impresiones de viaje, que nos muestre al desnudo
á Goethe ó á Voss, ó que nos ofrezca sus «Aforismos
políticos», la sonrisa burlona del filósofo aparece siem
pre en sus labios cogiendo al vuelo las extravagancias
y ridiculeces de un cualquiera. Siempre encuentra en
la punta de su pluma el rasgo mordaz, la emplumada
malignidad que penetra en las carnes vivas de la vícti
ma, sin que les sea dado arrancársela. El gracejo es en
cierto modo la forma ordinaria y natural de sus ideas.
El gracejo, tal como aparece en los escritores ingle
ses y alemanes, es cosa absolutamente insecuestrable é
indefinible, un género refractario á toda clasificación,
una forma particularísima del pensamiento, descono
cida en los pueblos latinos. Es, si se quiere, una mez
cla de cierto agradable encanto, de ingenio, de sátira;
pero un encanto que no excluye ni la melancolía ni la
tristeza, un ingenio indefinidamente caprichoso, que
se complace en los juegos de palabras, lo mismo que en
los primores y matices más delicados del sentimiento,
KN AUSTRIA-HUNGRIA I»)

una sátira que admite gran dosis de hombría de bien,


que araña con caricias, que mata sin herir.
El inglés Sterne y el alemán Juan Pablo Richter son
los dos incomparables maestros del gracejo. Se ha que
rido comparar á Brunner con estos dos célebres escri
tores. Pero toda comparación es defectuosa, y aquí los
puntos comunes son demasiado escasos para que se
pueda establecer un paralelo serio. Brunner carece
del relieve vigoroso, de la exuberancia de detalles,
del sentimentalismo nervioso de Sterne, y del mismo
modo, encontramos en Juan Pablo una imaginación
mucho más poderosa, y también más vivacidad y pro
fundidad de sentimientos que en Brunner. En desquite,
sobresale éste sobre el primero por el equilibrio, la
ponderación, la simetría, la medida, y por otra parte,
tiene con frecuencia rasgos, agudezas, inspiraciones
y asimilaciones imprevistas, que en justicia le hubie
ra envidiado Juan Pablo. Brunner es un verdadero
maestro como sus predecesores—aunque por manera
muy diferente,—y si se hubiera tomado el trabajo de
cuidar mejor su estilo, de limar sus versos, de no con
tentarse con el primer esbozo, la posteridad lo colo
caría muy cerca de Juan Pablo, y quizás lo preferiría
en más de una ocasión al autor de los Flegelfdhre.
Si quisiéramos caracterizar y dar á conocer el inge
nio y los procedimientos literarios de Brunner, nos
veríamos muy embarazados desde el principio y dete
nidos por el título mismo de sus sátiras. ¿Cómo tradu
cir, en efecto, sin desnaturalizarlos esos títulos extra
vagantes que tienen una vis cómica tan irresistible? He
aquí, por ejemplo, la primera sátira, la que tanta pol
vareda levantó: lleva el nombre de Nebeljungcnhed .
Esta palabra significa el poema de los jóvenes nacidos
nebulosos; y como la sátira está dirigida contra la
filosofía hegeliana, el título es tan exacto como ori
124 JUDIOS Y CATÓLICOS

ginal: pero lo que constituye especialmente su vis có


mica es que apenas se diferencia del famoso Niebelun-
genhed. El poeta cambió sencillamente de lugar una
vocal, y con sólo este cambio obtuvo un efecto in
menso (i).
Otra de sus sátiras se titula Keilschriften. Keilschift
quiere decir escritura cuneiforme^ pero la palabra Keü,
cuyo sentido es rincón, se pronuncia como Keul, que
significa maza, y el poeta dió á su libro el nombre de
Keihchriften para indicar que repartía en él mazazos.
Examinemos aún la sátira Schreiberknechte': eine
Serenade an das papierne Kirchenregiment. En ella fla
gela á la burocracia eclesiástica con numen soberbio.
El título, muy ingenioso, lo indica, pero dicho título
no podría ser vertido á otra lengua (2.)
Lo mismo sucede con la sátira publicada en 1849
Das deutsche Retchsvieh, y dirigida contra el Parla
mento de Francfort, así como también con la Deutsche
Hiob ó con la Bldde Ritter\ en una palabra con todos
los volúmenes satíricos de Brunner, pues tiene un ta
lento maravilloso para condensar en una palabra, una
fórmula, y aún un retruécano, toda una situación,
toda una sátira.
(1) La ilusión era fácil y dio lugar á un episodio muy gra
cioso. Brunner, que desconfiaba de la censura austríaca, ha
bía hecho imprimir su sátira en Baviera. 'ElNe'beljuttgenUed
llegó impreso á Austria y bajo esta forma evitó la censura,
porque á la vista del título, el censor hizo una mueca, y al
poner el sello, se contentó con'decir: «¡Vaya un gusto de
reimprimir todas estas antiguallas!» Había leído Niebelun-
genlied. Cuando la censura advirtió su error, era tarde: el
volumen corría ya de mano en mano en Viena. Conviene ha
cer notar á este propósito que Brunner hacía imprimir todas
sus obras en aquella época en el extranjero, porqué sabía
que la censura era inflexible con él.
(2) Los criados burócratas: una serenata dirigida al go
bierno de papel.
EN AUSTR1A-HUNGRIA. 125

Lo más frecuente es que complete su título con un


epígrafe que desarrolla el pensamiento primitivo, pero
conservando la precisión lapidaria.
La Deutsche Hiob va dirigida, como la Nebeljungen-
lied, contra la literatura y la filosofía contemporánea,
y lleva este epígrafe:
Ihr grossen deutsche Getster,
Ihr kritísirt nicht sthlecht.
Ihr nenni einander: Lumpen!
Una jeder von euch hat Recht (i).
La idea es exacta y la expresión muy pintoresca.
En la sátira Das deutsche Reichsvieh fustiga á los
poetas prusófilos que reclamaban la hegemonía de
de Prusia, y dispara contra el águila de los Hohenzo-
llern este cuarteto profético:
Jefft will der preussische Adler den Flug
Ais deutsches Hauptvieh wagen;
Er hat %war nur einen kleinen Kopf
Dcch etnen unendlichen Mugen (2).
¡Cuando Brunner cantaba así en 1 849, los liberales
austríacos le acusaban de injustol Los acontecimientos
diéronle no obstante la razón, y los alemanes se con
vencieron de que el estomaga del águila prusiana era
en realidad inmenso.
El epígrafe del Blode Ritter no es menos divertido.
Brunner, parodiando la célebre canción de la «patria
(1) Vosotros, grandes espíritus germánicos,
Vosotros no criticáis mal,
Os llamáis mutuamente: ¡descamisados]
Y todos tenéis razón.
(2) Ahora el águila prusiana quiere
Remontarse como principal bestia del Imperio;
liene en verdad pequeña cabeza
Pero ¡qué estómago tan inmenso!
Il6 JUDIOS Y CATÓLICOS

alemana,» caracteriza así «la galería de los políticos


alemanes—der deutschen Staatspfiffe:*
Wo ist das deutsche Vaterlandi
Wo e\ner*s Puher einst erfand
Undjei^t nochjeder meint dabet,
Dass er der Miterfinder sei,
Das ist das deutsche Vaterland (i)!
¿No es esto encantador?
IY qué amarga ironía en el epígrafe de la sátira en
que les canta las verdades del barquero á los burócra
tas eclesiásticosl
Ikt erqeugt euch gegen jéne
Nur in Gnaden wohlgewogen,
Die vor euch stehn gleich der Bittschrift
In der Mitte eingebogen (2)!
El candidato «plegado en dos como un susplicio»
es un hallazgo. De estos se encuentran muchos en las
sátiras como en las novelas de Brunner. Casi en cada
página encontramos, aquí un cuarteto, allá un dístico,
en otras partes un verso ó un simple pareado, en que
la malicia zumbona y la causticidad nos persiguen
como una cantinela. El poeta obtiene fórmulas sorpren
dentes de expresión que resultan con frecuencia del
conjunto ó fusión imprevista de dos ó más palabras.
Bajo este concepto, la flexibilidad admirable de la
(1) ¿Dónde está la patria alemana?
El pafs que en otro tiempo inventa la pólvora,
En que todos creen aún hoy día
Que ha sido el co-inventor,
¡Esta es la patria alemana!
(2) Os mostráis benévolos
Sólo con aquellos
Que permanecen ante vosotros como un suplicio
Plegados por mitad!
BN AUSTRIA-HUNCR1A I VJ

lengua alemana favorecía singularmente su tendencia


á la novedad en las combinaciones gramaticales. El
escritor alemán puede formar á voluntad cuantas pa
labras compuestas quiera; y si tiene genio creador, si
domina el arte de la pintura, conseguirá efectos en
alto grado sorprendentes.
Tal era Brunner. Hemos citado algunas de sus pala
bras, de sus rasgos, pero habría para llenar volúmenes
con los que se encuentran en sus numerosas obras y
en sus artículos de la Kirchensritung. Encuéntrase en
su estilo algo así como lejanas reminiscencias de
'Abraham de Santa Clara, de aquel monje jovial y
genial del siglo xvn, que predicaba la severa moral de
Bourdaloue en lengua casi rabeliana, y que apostaba
un día á que haría reir á la mitad de su auditorio y
llorar á la otra. Abraham de Santa Clara dedicó veinte
volúmenes de sermones á Judas el archibribón—Judas
der Eraschelm—y estos volúmenes contienen la colec
ción más festiva, sabrosa, extravagante, absurda que
pueda imaginarse (i). El abate Brunner habla á me
nudo la lengua pintoresca, espiritual, atrevida del cé
lebre predicador austríaco. Sus palabras mordaces, sus
bromas que pasan de castaño obscuro, sus salidas de
ingenio y sus caprichos recuerdan más de una vez los
de Abraham de Santa Clara. El mismo placer se siente
leyendo tal sermón de Judas der Er^schelm, que tal
página del Nebeljungenlied .
La impresión general que se deduce de la obra hu
morística del abate Brunner es que el periodista vie
nés es un escritor original, muy espiritual y cáustico,
á veces prolijo, á menudo rudo en los contrastes é in-

(1) Schiller inspiróse felicísimamente en Abraham de San


ta Clara para componer el sermón del capuchino que se en
cuentra en una de las escenas de Wallemtein,
i s8 jumos Y CATÓLICOS

correcto—sobre todo en sus poemas; —un poeta fecun


do y aun exuberante, pero potente, ante el cual
deberán detenerse los historiadores literarios del si
glo xix. Sí Brunner hubiera sido jadío ó librepensador,
si hubiese atacado todo lo que defendió, si hubiese
puesto su inmenso talento al servicio de la increduli •
dad, se le citaría desde luego como uno de los más
grandes, si no el mayor satírico alemán de este siglo.
Pero Brunner enarboló una bandera, cuya sola vista
excita los furores de los escritores contemporáneos de
Alemania, y por eso se le ha arrojado del campo litera
rio, y se ha tramado contra él la conspiración del si
lencio y de la denigración, como se ha intentado
hacer con el historiador Janssen ó con el poeta de
Dreisehnlinden, Felizmente, estos ostrascismos de la
pasión son pasajeros; la justicia, aunque incompleta,
resplandecerá más ó menos tarde y asignará á Brunner
el puesto que le corresponde en el templo de las
Musas.
*
* *
Cuando, casi octogenario, murió el abate Brunner,
había publicado más de sesenta volúmenes, sin contar
los miles de artículos de la Kirchemeitung. En este
bagaje literario tan considerable hay de todo: sátiras
rimadas, novelas, poemas, historias, crítica, hagiogra
fía, memorias, viajes, filosofía, teología, política, ser
mones; el autor del Nebeljungenlied fué polígrafo en el
más estricto sentido de la palabra, y pasaba, con la ma
yor facilidad, de la pura erudición á las fantasías más
divertidas de la novela ó de la sátira. A considerar
sólo el número y la prodigiosa variedad de sus obras,
cualquiera podría creer que Brunner era un escritor de
profesión, un sabio de gabinete, lo que los alemanes
llaman un Bücherwurm, Nada de eso sin embargo. El
EN AUSTRIA-HUNGRIA 199

fundador de la Kirchenseüung fué ante todo un hom


bre de acción, un luchador, un militante; casi todos
sus libros son agresiones, estacazos, estocadas, alfile
razos. Escribió para defender ó vengar una causa, pa
ra atacar á un enemigo del cristianismo, para extirpar
un error ó una mentira, para detener una corriente
funesta. Es el intrépido, el infatigable apologista de
la Iglesia católica en Austria.
Su influencia ha sido enorme, y lo que es más curio
so, esta potencia fué siempre soldado de filas. No fué
jefe de cuerpo, como Winsdthorst ó Mallinckrodt; ni
rey de los campesinos, como Schorlemer-Alst, ni obis-
bo, como Ketteler; pero sin salir de su esfera, este va
liente soldado arrastró tras de sí ejércitos, ganó ba
tallas y preparó las victorias del porvenir.
Si trazamos el balance de sus asaltos y campañas,
veremos que, en suma y á pesar de las apariencias
contrarias, el abate Brunner no luchó en vano y que
pudo morir satisfecho.
El josefismo, al que atacó en la época de su mayor
pujanza, y que arruinó con la Ktrchen^eitung, está
hoy definitivamente vencido (i). Mucho queda aún
por hacer en la Iglesia de Austria-Hungría, pero ¡qué
transformación de cincuenta años á esta parte! Obis
pos como Mons. Milde, no solo no existen ya, sino
que ni siquiera son posibles: en los últimos tiempos, el
imperio de Austria ha tenido muy grandes y muy va
lientes prelados. Por otra parte, ¡qué actividad apos
tólica en buena parte del clerol ¡qué despertar en el
pueblo mismo de Viena y de provincias! Estamos ya

(1) Por lo menos como sistema; 'pero sería temerario


afirmar que hayan muerto todos los josefistas. Todavía »e
encuentran muchos en la burocracia y algunos también en
el clero.
I JO JUDIOS Y CATÓLICOS

lejos del régimen de la burocracia josefísta, que había


suprimido toda iniciativa, todo movimiento , toda
vida.
A primera vista se creería que Brunner ha sido me
nos feliz con sus adversarios semitas. En efecto, pare
ce que Israel es más pujante que nunca. La prensa de
Viena está en manos de los judíos; éstos dominan en la
Universidad, en los ministerios y en casi todos los
centros administrativos. ¡Nada tan verdadero y entris-
tecedor para los católicos de Austria! Pero los judíos
más optimistas no osarían afirmar que actualmente sus
posiciones son las mismas que hace quince ó veinte
años. En las exequias del abate Brunner viose tras el
ataúd un grupo de políticos con la frente muy alta>
era una delegación de concejales y diputados antisemi
tas de Viena , cuyo número crece á cada elección. El
antisemitismo austriaco, de que trataremos en la parte
siguiente, se convierte en potencia formidable é ins
pira grave inquietud á los perdonavidas combatidos
por la antigua Kircken^eitung. Pues bien, ya hemos
visto que fué el abate Brunner quien puso el cascabel
al gato y quien ha hecho posible el movimiento ac
tual.
La causa defendida por el abate Brunner ha triun
fado, pues, ó está en camino de triunfar en toda la lí
nea en Austria- Hungría, y como esta causa es la causa
misma del cristianismo y de la Iglesia, se comprende
que el escritor, cuya vida acabamos de leer, haya sido
llamado por su entusiasta biógrafo un hombre provi
dencial.
II
JUDIOS Y CRISTIANOS EN VIENA

Desde hace algún tiempo, la capital de Austria-Hun.


gría es teatro de luchas apasionadas que merecen lla
mar nuestra atención, pues se trata de nada menos que
de uno de esos duelos decisivos en que sejuegan los des
tinos de un país. Dos fuerzas irreductibles, dos campos
enemigos se encuentran frente á frente: el partido ju
dío y el partido cristiano con todo lo que gravita en
torno de uno y otro. «Cristianismo ó ateísmo; he aquí
precisada la cuestión» —exclamaba un día el canciller
Caprivi en pleno Parlamento prusiano. En Austria, la
alternativa sólo ofrece esta ligera variante: influencia
judía ó influencia cristiana.
Con seis meses de intervalo, de Abril á Octubre úl
timo (i), estos dos partidos han venido á las manos en
las elecciones municipales. El choque ha sido terrible,
los esfuerzos de una y otra parte, desesperados; pero
cada vez los antisemitas han salido victoriosos de la
refriega. Era este el primer acto de la tragedia espan
tosa que tiene por actores dos pueblos, dos razas, dos
morales. La intervención del Gobierno en favor de los
vencidos, las intrigas de los ministros húngaros, las
persecuciones judiciales dirigidas contra el jefe del añ

De 1895. (N. del T.)


JUDIOS Y CATÓLICOS

tisemitismo constituyen las peripecias de este drama,


cuyo desenlace es esperado con legítima ansiedad.
Después de haber dado á conocer en el estudio prece
dente los orígenes del antisemitismo austríaco, es in
teresante la exposición de las principales fases de la
crisis actual. ¿Por qué los judíos de Viena se han con
quistado tanto odio, y cómo los antisemitas han lo
grado conquistar la mayoría de los electores? Intenta
remos esclarecer esta cuestión, lo que será como la
historia abreviada de la grandeza y decadencia de los
judíos en Austria.
CAPÍTULO PRIMERO

Lüi JUDÍOS SE HACEN DUEÑOS DE LA RIQUEZA POR EL


COMERCIO, LA INDUSTRIA Y LA ALTA BANCA

Decía el filósofo alemán Herder: «Un ministerio en


rl que todo lo es el judío, una casa en la que el judio
retiene las llaves de la caja, un país en donde los ju
díos están á la cabeza de todos los grandes negocios,
son marismas Pontinas que ningún esfuerzo podría de
secar.»
Desde hace treinta años, Austria-Hungría es el pan
tano formidable, donde vegeta y se corrompe la po
blación cristiana. En Viena especialmente, el judío
lo es todo en todas partes, pues ha concentrado
en sus manos todas las fuerzas, todos los recursos y to
das las influencias: él domina en la administración y en
los ministerios, y recientemente se ha visto con estu
por que dicta la ley al mismo Emperador.
Viena cuenta con unos 12o,ooo judíos, tantos como
Francia. A principios de este siglo, eran todavía poco
numerosos; pero á medida que se ensanchaba y des
arrollaba la ciudad, anuían nuevas emigraciones semí
ticas de Galitzia, de la Polonia rusa y de Hungría.
Toda esta enorme masa, conocida por su tipo oriental
muy acentuado y su extravagante vestimenta, se ocu
pa únicamente en el. comercio y los negocios. Por na
tural, por gusto, por cálculo, el judío es intermediario,
y nada más que intermediario, ofreciendo ese es
134 JUDIOS Y CATÓLICOS

pectáculo anormal de toda una raza que nada pro


duce y que se enriquece traficando con el trabajo
ajeno. Este singular fenómeno aparece en todos los
países de Europa en que encontramos aglomeracio
nes judías, en Prusia, Italia, Baviera, Hungría, Alsa-
cia, etc. Fijémonos en Alsacia, que tan cerca es
tá de nosotros; es un país esencialmente agrícola é
industrial. Pues bien, de los 29,ooo judíos que lo
habitan, ni uno solo cultiva la tierra, ni uno solo
ejerce un oficio, ni uno solo trabaja en un taller como
obrero. Existen comunidades israelitas de 150, aoo,
3oo miembros en gran número de ciudades; retienen
grandes extensiones de terreno, de las que se han apo
derado por medio de la usura, pero no hay un solo
campesino judío: sólo conozco uno que haya intentado
manejar el arado, pero del cual se cansó muy pronto,
convencido, como el rabino Eleazar, de «que no hay
oficio peor que la agricultura.» Tampoco son los judíos
albañiles, herreros, carpinteros, zapateros, porque el
trabajo de estos artesanos es demasiado duro é ingrato,
y lo abandonan á los cristianos. El judío alsaciano es
intermediario, y lo es bajo las más variadas formas,
desde la de trapero, que recoje los viejos andrajos en
el arroyo, hasta la de banquero judío, que endosa á sus
clientes los valores dudosos de que quiere deshacerse,
prefiriendo esta suerte de ocupaciones, porque les per
miten practicar la usura y el fraude en vasta escala.
Lo que acabamos de decir de Alsacia es más aplica
ble todavía á Viena y Austria. Los judíos han sido
por mucho tiempo y lo son aún casi los únicos ban
queros de Viena, habiendo tomado sus medidas para
asegurarse el monopolio de esta fuente de riquezas.
Por debajo de estos manipuladores del dinero, que
• obran más ó menos á la luz del día, hay los usureros,
-^ que explotan á los hijos de familia, á los oficiales ne
EN AUSTRIA-RUNGRIA I1S

cesitados, á la pequeña burguesía artesana y comer


ciante. De estos se encuentran más de 1,ooo en Viena,
y es inútil añadir que todos son judíos. Todo el
comercio, en grande ó en pequeña escala, ha sido mo
nopolizado en pocos años por la población judía. En
la Leopoldstadt, que ha recibido el nombre caracte
rístico de isla judia, en vano se buscaría un negocian
te cristiano. La ausencia de nombres cristianos no es
menos significativa en la mayor parte de los otros
distritos de la ciudad, existiendo largas calles en las
que todos los almacenes pertenecen á los judíos; y
allí donde algún tendero cristiano trata de sostenerse,
forman los judíos verdaderas conspiraciones para arrui
narlo, estableciendo en la vecindad almacenes con
descuentos y saldos, con lo que así le obligan á bajar
sus precios por modo desastroso y á desaparecer. Esta
desleal competencia ha reducido á la miseria á milla
res de posiciones independientes.
Al mismo tiempo que la plebe judía estrangula á las
masas cristianas, los ricos rentistas judíos hacen, en las
regiones elevadas, rebatos no menos funestos para el
país. Los abastos militares, las contratas municipales,
las concesiones de toda especie, los empréstitos del
Estado, en una palabra, todo lo que permite realizar
sin trabajo enormes beneficios, es para ellos única
mente. De este modo, la hacienda pública, el comer
cio, la industria se han convertido en dote de los
judíos, por lo que éstos son verdaderos reyes del di
nero.
CAPÍTULO SEGUNDO

LOS JUDÍOS SE APODERAN DE LAS INTELIGENCIAS POR LA


PRENSA Y LA UNIVERSIDAD

La soberanía del dinero y de la riqueza no satisfacía


la ambición de los judíos, sina que querían igualmen
te reinar en los espíritus, y para ello, escogieron, con
admirable perspicacia, los dos medios más propios
para realizar su sueño: el periódico y la cátedra de la
Universidad.
Salvo algunas hojas antisemitas, toda la prensa vie
nés les pertenece; la propiedad y la redacción están
en sus manos. El año anterior, la estadística oficial re
velaba la existencia de 1o7 judíos que redactaban los
principales periódicos de Viena. En la Neue Frete
Presse había 18,3o en el Neue Wtener-TageblaU^ i)
en la Alte Presse, 16 en la Illustrirte kxtrablat, 14 en
el FremdcnblaU, etc. ¡Judíos por todas partes y casi
nada más que judíos! Añadamos que algunos redacto
res cristianos admitidos en esas sinagogas del pensa
miento son más corruptores y más hostiles al cristia
nismo que los mismos redactores circuncidados.
Ni una sola plaza para la idea cristiana en esa pren
sa que, durante un cuarto de siglo, ha sido, si se me
permite hablar así, el único alimento intelectual de
la población vienés. En la capital de un imperio cris
tiano, en la capital en que Su Majestad Apostóli
ca sigue con la cabeza descubierta la procesión del
EN AUSTRIA-HUNGRIA

Corpus, sólo se ha oido durante treinta años una


campana y un sonido: la campana judía y el soni
do judío. Por yo no sé qué rara coincidencia, ha suce
dido esto, no sólo con los ministros liberales, sino
también bajo el ministerio Hohenwart y el de Taaffe.
Los conservadores hacían como que gobernaban, y
los periódicos judíos tenían la sartén por el mango, y
así hemos podido presenciar el espectáculo monstruo
so de que un gobierno católico, iba á decir clerical,
estuviese completamente supeditado á la prensa judía.
Por eso la Rreu^eitung, el gran periódico protestan
te de Berlín, podía escribir el 13 de Enero de 1892, á
consecuencia de un escándalo en que la debilidad mi
nisterial frente á los judíos se puso de manifiesto, estas
palabras; «Se ha comprobado una vez más que en Vie-
na la pandilla judía es en realidad dueña de la situa
ción con Taaffe, lo mismo que con los ministerios
liberales; el gobierno conservador favorece á los judíos
por miedo, del mismo modo que Beust, Auersperg,
etcetera, los favorecían por gusto y por simpatía.»
Algunos meses más tarde, el 13 de Mayo, este mismo
periódico, poco sospechoso de clericalismo, decía tam
bién: «¿Qué extraño es que en semejantes condiciones
se persuada el pueblo de que, tras el gobierno oficial,
existe un poder oculto que dirige á su antojo los des
tinos de Austria?»
Todopoderosa en lo alto, la prensa judía extendía,
por el terror ú la corrupción, su tiránico dominio so
bre la ciudad entera. Habiendo intentado un diputa
do católico reaccionar contra aquel orden de cosas,
reclamando una medida legislativa que alcanzaba á
los judíos, al punto su prensa amotinó contra él unos
cuantos centenares de estudiantes israelitas, los cuales
organizaron una tumultuosa manifestación contra el
desgraciado que osaba poner su mano sobre el Arca
138 JUDIOS Y CATÓLICOS

de la alianza. Hace algunos años, el consejero áulico


Lienbacher propuso un impuesto sobre las operacio
nes de la Bolsa para contrarrestar el impuesto territo
rial reclamado por los liberales. No hubo menester
más para sublevar el odio de los judíos, y al día si
guiente de la sesión en que Lienbacher había defen
dido su moción, los periódicos lo perseguían con sus
más ponzoñosos ataques, y bandas de vocingleros,
conocidos por su encorvada nariz, se congregaron en
los tabucos de la Josephstadt, desde donde se dirigie
ron en columnas cerradas hacia la casa del diputado
conservador, vomitando injurias contra el catolicis
mo, hasta que, después de largas vacilaciones, fueron
dispersadas por la policía. Pero lo más chocante es
que con semejantes saturnales se pretendía vengar á
la ciudad de Viena de los insultos de Lienbacher.
Pues bien, la información demostró que los alborota
dores eran casi todos judíos de Hungría, de Bohemia
y de Moravia, de tal modo que de los catorce que fue
ron arrestados, once por lo menos eran judíos emi
grados.
Podríamos citar numerosos hechos de la misma es
pecie. Para realizar impunemente estos escándalos an
ticristianos era preciso tener á sus órdenes al pueblo
y la burguesía. Pues bien, la prensa judía había lo
grado este sorprendente resultado, porque antes de
convertirse en instrumento de opresión, había sido
instrumento de corrupción. El judío Conrado Alberti
hizo traición, bajo este concepto, al secreto de sus
correligionarios. «No retroceden—dice—ante ningún
medio, por inmoral que sea.» Y en efecto, los periódi
cos judíos de Viena, es decir, todos los periódicos,
aun los más serios en apariencia, sudaban la corrup
ción más innoble. Con la novela, con la tergiversa
ción de los hechos, con el anuncio equivoco, con la
EN AUSTRIA- HUNGRIA IJy

exposición de todas las ignominias, con el mismo ar


tículo político, emponzoñaban insensiblemente al pue
blo. El alma cristiana, anémica, por decirlo así, con el
régimen josefista, era incapaz de oponer eficaz resis
tencia á la mórbida acción de esta prensa, que era á la
vez pornográfica y atea.
La obra corruptora de la prensa estaba poderosa
mente secundada por la enseñanza oficial, y sobre
todo, por la enseñanza superior. En la Universidad se
forma la juventud llamada más tarde á regir el país,
y así, el porvenir pertenece fatalmente á los que han
sabido petrificar el alma de esta juventud. Los judíos
no se engañaron sobre esto é hicieron esfuerzos casi
sobrehumanos para apoderarse de la Universidad de
Viena, consiguiéndolo por completo, de tal modo que
un publicista antisemita ha podido dar al Alma Mater
el nombre pintoresco é intraducibie de Mauscholeum;
y en verdad que es un Mauscholeun una Universidad,
en la que gran parte de las cátedias están desempeña
das por profesores judíos, en la que los profesores
cristianos no pueden ingresar, si no pueden obtener
lina certificación de circuncisión honoraria, en la que
los estudiantes judíos monopolizan las becas guberna
mentales, en la que las corporaciones israelitas tienen
únicamente derecho á la protección del Senado aca
démico, en la que la misma Facultad de Teología no
está al abrigo de la influencia judía. Esto se ha visto,
en Enero último, en una ocasión célebre: el abate
Mullner, profesor de Teología y Rector de la Univer
sidad, hizo en pleno Landtag la apología de sus cole
gas judíos, á pretexto de defenderlos de las violencias
antisemitas. Semejante actitud le valió una vehemente
y soberbia réplica del diputado Grégoric: «Decís, se
ñor Rector, que habéis sido lastimado en vuestros ca
ros sentimientos. Pues bien, tres sentimientos tengo
I4<> JUM >S Y CATÓLICOS

yo en mi corazón: el amor á la Iglesia católica, el


amor á la patria y el amor á la familia. ¿Ignoráis cómo
los sabios judíos de la Universidad han atacado y ata
can sin cesar al catolicismo, cómo la prensa judía in
sulta á nuestros sacerdotes y á nuestras instituciones
religiosas? Hace diez años, un sacerdote católico no
podía presentarse en las calles de Viena sin ser man
chado de baba judía. ¿Acaso lo ignoráis, señor Rector?»
Y en verdad que nadie "podía ignorarlo. Las obras
de la ciencia judía hablaban muy alto, y las demostra
ciones anticristianas de los estudiantes demostraban
elocuentemente el espíritu de que estaba animada la
enseñanza universitaria. En el centenario de José II,
en el de Lessing, y en otras circunstancias, los estu
diantes, de concierto con los periodistas judíos y los
diputados liberales, organizaron grandes fiestas anti
clericales, que fueron al mismo tiempo orgias antipa
trióticas. En la Lessingsfeier, las vociferaciones contra
los católicos alternaban con canciones tales como: Yo
soy un prusiano; ¿conocéis mi divisa?
Los periodistas y profesores judíos habían trabajado,
pues, maravillosamente, formando hombres á su ima
gen y semejanza, cuyas ideas estaban supeditadas á su
pensamiento. El austríaco, ó mejor, el vienés, veía
todas estas cosas por el prisma judío. La prensa, la li
teratura, la enseñanza, saturadas de talmudismo, com
pletaban la pujanza del dinero. Con este triple resorte,
los judíos eran dueños del gobierno como de todo lo
demás: nada se hacía á espaldas de ellos ó contra ellos;
todo para ellos y por ellos.
CAPÍTULO TERCERO

CAUSAS QUE HAN ASEGURADO LA PREPONDERANCIA


A LOS JUDÍOS

¿Cómo los judíos han obtenido en tan poco tiempo


semejante resultado? ¿Cómo el germen al principio
imperceptible se ha convertido repentinamente en ár
bol ponzoñoso, á cuya sombra se siente morir el pue
blo cristiano? Problema interesante es éste, del que
ofreceremos algunos datos esenciales en el carácter de
los judíos, en la debilidad de los cristianos y en los
acontecimientos políticos de 1866 á 1867.
El judío hace concurrir á sus propósitos sus vicios y
sus cualidades. Negar que tenga cualidades sería in
justo y ridículo á la vez. Es sobrio, capaz de soportar
el hambre y la sed con perfecta resignación. Es duro á
la fatiga, y si retrocede ante el trabajo manual, no
teme hacer muchas leguas de camino por una misera
ble ganancia. Es flexible, insinuante, obsequioso, y
sabe deslizarse en todas partes, aparentando no ver ni
oir lo que podría ofenderle. Insolente á veces con sus
inferiores, desciende hasta la bajeza ante quien teme ó
quiere engañar. Si el aldeano lo arroja por la venta
na, cansado de su importunidad, entra por la puerta
con la sonrisa en los labios, como si nada hubiese su
cedido. Es por lo general muy inteligente, y como sus
facultades están amaestradas desde muy temprano en
los negocios, no tarda en adquirir un aire y una facili
142 JUDIOS Y CATÓLICOS

dad, que rara vez encontraríamos en los cristianos. Ad


mirablemente dotado para el comercio, tiene de ca
racterístico que, si bien busca los grandes rendimien
tos, no desdeña jamás el pequeño beneficio. Usurero
por excelencia, se concertará con el campesino ó el
artesano para prestarle al cien por ciento, pero, si lle
ga la ocasión, también se contentará con la tasa legal.
Su gran principio es que ante todo es preciso hacer
negocio.
Sus vicios le sirven tanto como sus cualidades. Lo
que constituye su fuerza y su incontestable superiori
dad es que no se siente trabado por ningún escrúpulo
moral. La Thora, no la ley mosaica, que no conoce,
sino las prescripciones del Talmud, autorizante posi
tivamente para engañar, y pronunciemos la palabra,
para robar al goim. «Comunicar á un no-judío— está
escrito en el Dibre David—algunos de nuestro libros
de religión, es en cierto modo matar á todos los judíos,
porque si los no -judíos supieran cuanto enseñamos
contra ellos, acabarían con todos nosotros á mazazos.»
En efecto, el Talmud, que ya no es hoy un misterio
impenetrable (i), contiene principios que nos parecen
singularmente atrevidos. Estos mismos principios se
encuentran en el Schukhan-Aruch, que es un resumen
del Talmud hecho hace tres siglos, y en cierto modo,
el catecismo teológico de los judíos modernos. Citaré
al azar algunos textos particularmente edificantes:
«Todos los cristianos, aun los mejores, son dignos
de muerte.»

(1) He aquí á este propósito dos obras recientes muy cu


riosas: Dasjudische Geheinngesetz, por el barón de Langen,
y Das Christenthum in Talmud der Jueten oder die Geheim-
nisse der rabbitttscken Lehre nber die Christen, por Pra-
naités •
EN AUSTRIA-HUNGRIA 143

«Es permitido engañar al goy.»


«Es preciso dañar á los cristianos en sus bienes.»
«La usura con relación á los cristianos está permi
tida.»
«No debe devolverse un objeto perdido cuando per
tenece á un cristiano.»
Podríamos multiplicar indefinidamente las citas de
esta especie. Si los judíos protestan con horror contra
estas monstruosidades cuando se les ponen á la vista, no
es menos cierto que en la práctica acomodan á ellas
con demasiada frecuencia su conducta, y esto no ofre
ce sombra de duda para todo el que ha vivido en me
dio de las poblaciones judías de Al sacia, de los países
rhenanos, de Austria y de Hungría.
Dotados de las cualidades é imbuidos en los princi
pios que acabamos de indicar, los judíos austríacos tu
vieron la suerte de encontrar un campo de operacio
nes sumamente propicio. En sus sucesivas invasiones
en Europa, los judíos prosperaron más ó menos, según
que encontraban poblaciones más ó menos resistentes
á su influencia. En Polonia, Galitzia y Hungría fueron
siempre señores, porque lucharon con razas de inferior
civilización. En Austria tuvieron también la suerte de
caer sobre una presa fácil. El austríaco, y sobre todo
el vienés, es conocido por su carácter amable, encan
tador, sencillo y crédulo; pero también posee los de
fectos de sus cualidades, y es sumamente refractario á
tratar asuntos serios. Al principio, no experimentó el
debido recelo contra aquellos semitas emigrados, que
no le inspiraban otro sentimiento que desprecio y
alegría, y así, cuando encontraba en la calle ó en el
café algún viejo judío de cuerpo encorvado y larga tú
nica mugrienta, de barba erizada y cabellos mal pei
nados y recogidos en sortijillas sobre las orejas, le en
traba un acceso de risa inextinguible. Sus bufonadas y
144 JUDIOS Y CATÓLICOS

cuchufletas no tenían fin contra este oriental, que an


tes de casarse no tiene el derecho de llevar calzones, y
que los primeros que puede usar son los que le regala
su futura suegra.
El vienés bromeaba y reía, y el judío dejaba decir
y hacer, esperando con paciencia que llegara su hora,
la cual sonó desde luego en 1848, cuando el gobierno
proclamó la emancipación de los judíos. En Francia,
en Italia, en Inglaterra, en los Estados Unidos su
emancipación fué poco peligrosa, porque los judíos tu/
vieron con quien entendérselas. Pero no sucedió lo
mismo en Austria, en donde semejante medida fué por
lo menos prematura, y muchas leyes que siguieron á
la emancipación fueron más funestas aún. La libertad
industrial entregó á los judíos el comercio y la indus
tria, y la movilización de la propiedad puso en sus ma
nos las tierras y los castillos, de suerte que una nube
de israelitas vive hoy instalada en mansiones señoria
les, cuyos antiguos dueños habían arrancado á Austria
de la opresión asiática.
Apresurémonos á añadir que la pujanza judía no hu
biera llegado tan pronto á su apogeo, si las circuns
tancias políticas no hubieran venido inopinadamente
en su ayuda.
La derrota de Sadowa en 1866 proporcionó el poder
á los liberales, é hizo soplar sobre Austria una corrien
te muy violenta de anticlericalismo. Como los conser
vadores habían gobernado hasta entonces, y como diez
años antes se había firmado con Roma unConcordato,
se hizo responsables á los católicos de los desastres de
Bohemia. El Concordato había puesto la escuela pri
maria austríaca bajo la intervención del clero, y de
aquí que se inventara entonces la leyenda del maestro
de Sadowa, haciendo creer al pueblo que Austria ha
bía sido vencida, porque su escuela era cristiana
EN AUSTRIA-RUNGRIA 145

Muy dichosos con haber encontrado sobre quien des


cargar el castigo de las culpas por otros cometidas, los
burgueses acogieron con entusiasmo esta mentira, ol
vidando ó aparentando olvidar que la escuela prusia
na, de donde habían salido los vencedores de Sado-
wa, era precisamente la escuela religiosa dirigida y
vigilada por el clero protestante y católico. El anti
clericalismo se puso en moda y los liberales se eleva
ron á la cumbre. Era llegado el momento para los ju
díos de presentarse en la escuela política, en la que no
habían reaparecido ostensiblemente desde 1848. Los
conservadores acababan de ser vencidos, los liberales
caminaban viento en popa; la elección de los judíos no
podía ser dudosa y se agruparon en torno de Beust, á
quien Francisco José tuvo la desgracia de llamar á
Viena.
Beust era un alemán que nada sabía de los asuntos
de Austria, un protestante que ignoraba todo lo refe
rente á las cosas católicas, un egoísta vanidoso, que
buscaba ante todo satisfacer sus odios, oponiendo á la
Prusia reaccionaria un Austria liberal, un inepto hom
bre de Estado, que sacrificó la política interior á la ex
terior, y concibió el dualismo—que quizás produzca
la muerte de Austria. Inauguró un sistema nuevo, ab
solutamente contrario á las tradiciones de los Habs-
burgos. Su programa negativo era muy sencillo: rom
pimiento del Concordato, restricción de la autonomía
eclesiástica, reforma radical de la justicia, descristiani
zación de la' escuela; destrucciones todas que respon
dían á los más ardientes votos de los judíos, quienes
se convirtieron en intrépidos campeones del ministe-
• rio burgues, identificando su causa con la del libera
lismo, y prestando á Beust y á sus sucesores su prensa
ya poderosa. Habían reconocido en los liberales carne
de su carne y sangre de su sangre, por lo que se esta
146 JUDIOS Y CATÓLICOS

bleció entre ellos un pacto tan estrecho, una fusión tan


completa, que en Viena la palabra liberal era sinóni
ma de judío. En efecto, allá abajo no se es judío ni li
beral, sino judío -liberal, como si no se pudiera ser lo
uno sin lo otro.
El cemento que unía á liberales y judíos era el odio
al catolicismo, y así, su advenimiento al poder seña
lóse por la abrogación del Concordato. Es preciso te
ner el valor de decir que el Concordato había sido una
falta. El cardenal Rauscher, que lo negoció, había pro
cedido algo á la ventura, redactando artículos exce
lentes sin preguntarse si eran prácticos. En apariencia,
el Concordato era muy favorable á la Iglesia; en reali
dad, no era más que una engañifa. La convención en
tre Roma y Viena nunca se puso en vigor en su con
junto, porque la burocracia se oponía con todas sus
fuerzas, y el gobierno, que todo lo firmó, estaba re
suelto de antemano á no cumplir sus compromisos. De
aquí que se debilitara el Concordato con astucias, con
libérrimas interpretaciones, de tal modo que, si pre
valecía la letra, el espíritu del Concordato quedaba
muerto. Por desgracia, la opinión pública sólo vió la
letra y la prensa judía complacióse en exagerarla y
desnaturalizarla. El pacto concordado proporcionó á
los liberales un pretexto para atacar á la Iglesia y sus
instituciones, y gracias á esta comedia, fué tan impo
pular en Austria, que los liberales pudieron rasgarlo
con aplauso de la turba. Se había hablado tanto de
teocracia, de prepotencia eclesiástica, que el pueblo
consideró como salvadores á los judío- liberales que
denunciaron el Concordato.
Por un encadenamiento fatal, el desastre de Sadowa
acarreó así la política antirreligiosa del liberalismo, y,
como los judíos confundían su causa con la de los libe
rales, la dominación de los enemigos del nombre cris
EN AUSTRIA- HUNGRIA 147

tiano. En adelante los judíos estaban seguros de su


triunfo, el país les pertenecía en cierto modo en cuer
po y alma: podían libremente monopolizar las rique
zas, porque habían conquistado hábilmente los espíri
tus. «La escuela libre—decía imprudentemente una
revista pedagógica redactada por judíos—escogía hom
bres para hacer cristianos; nosotros escogemos cristia
nos para convertirlos en hombres.» La verdad es que
el nuevo régimen cambiaba cristianos y hombres li
bres en esclavos judíos. Se atribuye á un banquero is
raelita de Viena esta frase encantadora: «¡Pobres cris
tianos! Yo no sé cómo se las arreglarán para vivir
dentro de cincuenta años.» No es posible caracterizar
mejor la situación de Austria-Hungría. La monarquía
apostólica sería inhabitable para los cristianos, si la
formidable reacción antisemita no preparara otro por
venir á este desgraciado país.
CAPÍTULO CUARTO

ORÍGENES DBL ANTISEMITISMO EN VIBNA

Como de ordinario sucede á las razas por largo tiem


po oprimidas, los judíos se convierten en martillos
cuando dejan de ser yunques. En Austria, lo acaba
mos de ver, el martillo caía pesadamente sobre la ca
beza del pueblo explotado, de la aristocracia suplan
tada, de los comerciantes arruinados, del clero escar
necido. El exceso del mal acabó por engendrar el de
seo y la esperanza del remedio. Instintivamente todas
las víctimas de la opresión alzaron la cabeza esperando
sólo un impulso, un jefe hábil para marchar á la con
quista de la libertad. De este modo nació el antisemi
tismo en las masas.
El triunfo incontestable del liberalismo judío duró
unos quince años, período en el cual los liberales de
todas las camadas se entendieron á maravilla para
corromper y explotar el país. En las mayorías de las
Cámaras y del Ayuntamiento existía bajo este con
cepto una concordia conmovedora: hubiérase dicho
que había llegado la eterna primavera de la fábula.
Lobos y zorras se estrechaban con ternura mutua
mente; de cuando en cuando el hueso que había que
roer provocaba alguna murmuración, pero los minis
tros se apresuraban á arrojar nuevos huesos á los ape
titos circuncidados é incircuncisos, y la paz [se esta
blecía al punto alrededor de la gamella común. 'Para
perpetuar indefinidamente este admirable sistema, el
BN AUSTRIA-HUNGR1A 149

gobierno tuvo cuidado de ahogar en el país todo vano


deseo de protesta y de revuelta. Los diputados tche-
ques no querían sentarse en el Parlamento de Viena,
y se les hizo vigilar en sus casas por regimientos de
dragones. A los poloneses se les daba el óbolo del si
lencio cada vez que nuevas ambiciones les hacían abrir
la boca, y siempre están dispuestos á tender la mano.
El resto no valía la pena de pensar en él. Y como las
ideas subversivas hubieran podido surgir, por lo me
nos á consecuencia de filtraciones de fuera, una severa
policía velaba por el orden; y así, estaba prohibido á
los pocos periódicos católicos alabar á los ministros
extranjeros cuándo eran conservadores, y vituperar
los, si eran liberales. Toda crítica de esta especie era
mirada como delito de alta traición: el abate Floren-
court, redactor jefe del Vaterland, fué desterrado; el
episcopado y el clero estaban abozalados, de una par
te, por las leyes de Mayo, y de otra, por la amenaza
de la confiscación de los bienes eclesiásticos. De este
modo nadie se meneaba en el paraíso liberal de Aus
tria: Israel había vuelto á encontrar la Tierra prome
tida, por donde circulaban arroyos de leche y miel.
Júzguese del azotamiento de judíos y liberales cuan
do en las elecciones legislativas de 1879 salió de las
urnas una mayoría conservadora. Fué esto como un
rayo en cielo sereno. Y era tanto menos de esperar
este cambio, cuanto que se habían tomado todas las
medidas'para asegurar el éxito á la pandilla reinante.
En efecto, toda la administración estaba al servicio de
judíos y liberales, «de estos criados de la judería», para
servirme de una frase popular en Viena. Pero hay co
rrientes á las que la táctica más consumada no puede
cerrar el paso. Una mayoría conservadora, abigarrada,
es verdad, recogió la herencia del liberalismo y Taaffe
ocupó el puesto de Auersperg.
15° JUDIOS Y CATÓLICOS

Hubiérase podido romper valerosamente con el pa


sado, y tal era el voto elocuente del país; pero des
graciadamente este deseo no se comprendió en Viena,
porque si bien el conde Taaffe no era un sectario, un
hombre de partido, tampoco estaba sobre los partidos.
En el fondo, era liberal, y no ocultaba su aversión
por los católicos militantes, que protestaban contra el
célebre aforismo liberal: «Se ha pasado á la orden del
día sobre la cuestión religiosa.» Creía que no debía to
car la herencia política de sus predecesores, y para sa
tisfacer á la vez á la mayoría conservadora y á la mi
noría liberal, declaró que el régimen conservador
consistía en el mantenimiento de las conquistas libe*
rales. En otros términos: Taaffe era el mismo Auers-
perg, el mismo hilo algo más delgado. El nuevo pre
sidente del gabinete conservó, pues, el mismo sistema,
pero limando las asperezas, operación que consis
tía para él en hacer á los católicos concesiones de
detalle, y así, la escuela continuó atea, y los judíos
pudieron continuar con toda seguridad sus artimañas
rentísticas.
No era esto ciertamente lo que el pueblo había pe
dido en las elecciones de 1879, y de aquí que poco á
poco fuera apercibiéndose de que se le engañaba y
que los judíos seguían siendo su martillo como antaño.
Desde entonces volvió sus ojos á otra parte. El abate
Brunner vivía aún, y si su edad no le permitía luchar
en la arena política, tenía en cambio discípulos y ami
gos dispuestos á poner mano en los intereses políti
cos y religiosos del pueblo cristiano. Luís Psenner
el caballero Schsenerer, el príncipe de Lichtenstein,
Mons. Scheicher, el abogado Lueger, el cura Deckert,
pertenecientes á los más opuestos sistemas políticos y
animados de los más diversos sentimientos, se dieron
cita en el campo común del antisemitismo. La pequeña
EN AUSTRIA-HUNCRIA 15!

burguesía artesana y comercial, el obrero mecánico,


los modestos empleados, la aristocracia, el clero, toda
esta multitud, harta del yugo liberal, tuvo desde el
principio la idea confusa, y luego, clara y distinta de
que el gran enemigo era el judío, por lo que había se
guridad de agruparlos á todos alrededor de la bande
ra en cuyos pliegues estuviera escrita la fatídica pala
bra antisemitismo.
Humildes fueron los orígenes de este vasto movi
miento; En 188o intentóse un primer ensayo de orga
nización antisemita, en una reunión en que algunos
centenares de artesanos se irguieron contra los comer
ciantes buhoneros. «¿Quiénes son esos buhoneros?—
exclamó el relojero Buschenhagen. —La mayor parte
son judíos venidos de Hungría y de Polonia ó arroja
dos de Rusia. Mirad toda esa gente, y decidme si hay
alguno que haya aprendido un oficio.» Estas palabras
fueron vivamente aplaudidas por los concurrentes que
habían respondido al llamamiento de los organizado
res de la reunión. Entre ellos se encontraba Lueger,
el jefe de los demócratas, y Grubl, el último alcalde
liberal, es decir, los dos principales actores del drama
que iba á representarse.
La Asociación protectora de los menestrales, que se
constituyó á raíz de esta reunión, tuvo una existencia
precaria, por lo que en Enero de i88a fué reemplaza
da por la Relormverein, debida á la iniciativa de
Psenner el fundador del Amigo del pueblo. Psenner
creía que el porvenir sería de los que se ocuparan en
la cuestión social. Los conservadores católicos habían
sido ya impulsados en este sentido por el abate Flo-
rencourt, que dedicaba en su periódico gran espacio á
las cuestiones económicas y sociales, y cuando su im
placable pluma le produjo el destierro, su sucesor, el
barón de Vogelsang, continuó en la misma dirección.
159 JUDIOS Y CATÓLICOS

Pero aquello no salía de la esfera teórica, por lo que,


al fundar el Partido de las Reformas, colocóse Psenner
eu el terreno más ventajoso de la práctica, no tardan
do en atraerse á todos los enemigos del régimen judío-
liberal, y así, en las numerosas reuniones que convocó
vió acudir sucesivamente al doctor Patai, áSchneider,
á Lueger, á todos los jefes del antisemitismo actual, y
con s'i constante agitación, la Reform-partei sembró
en las masas los gérmenes que produjeron el ejército
capitaneado hoy por Lueger.
CAPÍTULO QUINTO

ELEMENTOS DEL ANTISEMITISMO VIENES

Reclutado este ejército en los más diversos centros,


no podía encontrarse en él absoluta homogeneidad.
Schcenerer y Lueger, Lichtenstein y Schneider, Schei-
cher y Vergani, representan, desde el punto de vis
ta político, religioso y social, ideas demasiado opues
tas para que fuera posible enrolarlos en un régimen
único. Coligados contra el enemigo común, que era
el judío-liberal, era más conforme á una sabia tácti
ca dejarlos agruparse según sus afinidades naturales,
pero operando la conjunción total de las fuerzas en el
momento del ataque. Los principales grupos no tar
daron en formarse, y después de inevitables tanteos,
los numerosos adversarios de los judíos se reunieron,
los unos en torno de la bandera social-cristíana, los
otros al rededor del estandarte antisemita, y los demás
bajo la enseña nacional-alemana.
De este modo se constituyeron tres partidos antise
mitas en Austria, ó mejor, en Viena,—y estos partidos
correspondían á la triple opresión que sufría el país: la
opresión religiosa, la opresión económica y la opre
sión política. Los socialistas cristianos veían ante todo
en los judíos-liberales á los perseguidores del pueblo
católico; los antisemitas, á los explotadores de la cla
se media; los nacionales-alemanes, á los monopoliza-
dores de la cosa pública.
154 JUDIOS Y CATÓUCOS

El partido social-cristiano, al que dió nombre el ba


rón de Vogelsang, fué el primero en aparecer en la
brecha, y á él le corresponde el honor de haber dado
irresistible impulso á la acción antisemita. Salido de
la Reformpartei, apoyóse á la vez en el clero y en el
pueblo, dos víctimas de la prepotencia judía. Es ver
dad que una parte del alto clero permanece sistemáti
camente apartada del antisemitismo: «No conviene
atacar á los judíos—decía el canónigo Goschel,—por
que podrían dañarnos;» y esta frase, que dio la vuelta
á todo Viena, expresaba el sentir de más de un digna
tario eclesiástico. Por miedo á los judíos y también
por condescendencia con la corte, estos extraños pas
tores traicionan su misión y olvidan el Miserear super
turbam de Cristo. El clero parroquial no sintió el
mismo miedo ni tuvo las mismas atenciones, y se
lanzó con ardor en la dirección que le permitía
atraer de nuevo la multitud á la Iglesia. Bajo el régi
men del terror judío, había sido el blanco de los ata
ques más odiosos. A fuerza de oir declamar contra
clos bufones clericales,» «los envenenadores inferna
les del Vaticano,» etc., los obreros y los artesanos se
imaginaron que los sacerdotes eran realmente sus ene
migos, y de aquí su escepticismo religioso y su anti
patía al catolicismo. El clero acabó por convencerse
de que, gracias á la pérdida de su carácter, dejaba que
tomara cuerpo la calumnia, y de que sólo servía de
juguete, por lo que resolvió dirigirse entonces al pue
blo, interesarse en sus miserias, defender sus hollados
derechos y demostrarle quienes eran sus explotadores.
Esta aproximación del sacerdote y del obrero en el
terreno de la cuestión social, esta alianza del pueblo
y la Iglesia, fué en extremo fecunda, Viena se trans
formó insensiblemente desde el punto de vista cristia
no. Las misiones predicadas cada año suscitaron muí
EN AUSTRlA-HUNGlIA 155

titud de las conversiones y las obras católicas se des


arrollaron por doquiera, de tal modo, que la capital,
reputada por sentina de corrupción, se convirtió, y lo
es hoy día, en una de las ciudades más creyentes de
Austria. El partido social-cristiano absorbió á todos
estos católicos vueltos á las prácticas religiosas y tam
bién á otros que, aunque más retraídos, no por eso
dan menos testimonios de sus simpatías al clero y á
la Iglesia. Este partido había provocado el cambio re
ligioso y fué el primero en aprovecharse de él.
Tras los socialistas cristianos vienen los antisemitas
propiamente dichos, el grueso del ejército, que com
prende, de una parte, los comerciantes al por menor
arruinados por los judíos, de otra la burguesía ilustra
da, fatigada é erritada de ver á los judíos preferidos
en todo, y finalmente, el pequeño grupo de Schnei-
der-Schlesinger, que persigue en el judío al semita,
al enemigo de la raza aria. En sus primeros tiempos
era este partido, desde el punto de vista religioso, de
masiado liberal, y su órgano, el Deustche Volksblatt,
lo mismo pegaba á clericales que á judíos. Pero, poco
á poco y bajo la influencia de los socialistas cristianos,
modificaron estos antisemitas su actitud con relación
á los sacerdotes y á la Iglesia, y si en otros tiempos
se complacían en «mofarse» del cura, hoy lo saludan
por lo bajo en la calle, le estrechan cordialmente la
mano, y no vacilarían en moler á palos al imperti
nente que insultara ante sus ojos el hábito talar. Sus
diputados y concejales fraternizan de buen grado con
el clero, estimulan las misiones populares y, en ca
so de necesidad, asisten también á los sermones. El
Deustche Volksolatt es ahora muy respetuoso con la
religión, defiende valerosamente al sacerdote atacado
por la prensa judía y fomenta la simpatía por ese ca
tolicismo tan maltratado durante treinta años. Que lo
156 JUDIOS Y CATÓLICOS

quieran ó no, y se puede admitir que lo quieren, los


antisemitas son instrumentos inapreciables del renaci
miento religioso, pues proporcionan reclutas al parti
do social-cristiano, y la mayor parte de ellos verán
tarde ó temprano en el cristianismo algo más que la
antítesis del judaismo. Preciso es agradecerles lo que
hacen y esperar que hagan algo mejor en lo porvenir.
El tercer cuerpo del ejército antisemita, el partido
nacional-alemán es mucho menos numeroso y también
el más refractario á las ideas católicas. Desde el punto
de vista religioso como desde el político, los naciona
les alemanes obedecen á los principios de un radicalis
mo que podría ser muy peligroso para el Estado y la
Iglesia. Si marchan á las órdenes del partido social-
cristiano es contra su voluntad, y porque reducidos á
sus propias fuerzas, serían impotentes. Sin embargo,
son cuando menos preciosos aliados, porque permiten
enrolar en la coalición antiliberal á gentes que en el
fondo odian únicamente al liberalismo porque éste se
identifica con la influencia judía.
CAPÍTULO SEXTO

ORGANIZACIÓN POLÍTICA DEL ANTISEMITISMO VIENES

Socialistas-cristianos, antisemitas y nacionales-alema


nes estaban animados de la misma pasión, el odio al
judío, y perseguían el mismo fin, la reacción del pue
blo cristiano. Pero no bastaba un fin determinado,
sino que era preciso un terreno propicio de acción, ar
mas eficaces y jefes aptos para organizar la lucha. Pues
bien, ninguno de estos tres elementos faltó al ejército
antisemita, pues encontró en el doctor Lueger y en el
príncipe de Lichtenstein tácticos de primer orden, y
en cuanto á las armas y al terreno de acción estaban
perfectamente indicados en la papeleta electoral y en
las elecciones.
Los liberales eran dueños absolutos del Ayunta
miento de Viena y de la Dieta de la Baja Austria, y
en el Parlamento del Imperio era enorme su influen
cia, á pesar del advenimiento de los conservadores al
poder. Para atacar á los judíos, era preciso arrojar de
estas tres asambleas al liberalismo, pero la empresa
era ardua, porque todo favorecía á los liberales.
El sistema electoral vigente en la monarquía austro-
húngara parece hecho de exprofeso para tasegurar el
triunfo á los judíos y liberales. Sin hablar de las asam
bleas políticas, todo el mundo sabe que, por muchos
años, ningún católico, y á mayor abundamiento, nin
gún antisemita ha podido forzar la entrada del Ayun
158 JUDIOS Y CATÓLICOS

tamiento de Viena. Este Ayuntamiento se elige por


tres curias, cada una de las cuales nombra 46 conceja
les. La primera comprende á los ciudadanos que pagan
una contribución pequeñísima y cuenta hoy con
54,ooo electores. La segunda tiene 26,ooo, y á ella
pertenece la clase llamada inteligente, los profesores,
los empleados, etc. Finalmente, la tercera se compone
de los ciudadanos riquísimos que pagan una contribu
ción muy crecida, y cuenta con unos 5,5oo electores.
Como la prensa judía domina por completo la segunda
y la tercera curia y extiende también su influencia so
bre la primera, fácil es comprender que la empresa de
Lueger debía chocar con innumerables dificultades.
Sin embargo, no se descorazonó. Eran ante todo nece
sarios periódicos capaces de hacer frente á la prensa
judía. Existía ya en Viena el Volks freund, de Psenner,
pero no era más que una modesta publicación sema
nal sin importancia; también se publicaba el Ost
Deutsche Rundschau, pero su redactor, Schasnerer, era
demasiado apasionado y anticlerical para obrar sobre
las masas cristianas. En 1889 fundaron los antisemitas
el Deutsche Volksblaft, que, bajo la dirección de Ver-
gani, se convirtió rápidamente en diario muy podero
so; y poco tiempo después los socialistas cristianos tu
vieron también en la Reichspost un órgano excelente.
Podía, pues, pasarse adelante y comenzar ardorosa
mente la campaña antiliberal.
No se hizo esperar el resultado, y ya desde el año
de 1889, el ejército antisemita tomó parte en las elec
ciones parciales del Ayuntamiento, haciendo entrar en
la Casa de la Villa muchos de sus candidatos. Se había
abierto la primera brecha. Al año siguiente se verifi
caron las elecciones legislativas de la Baja Austria, y
gran número de puestos cayeron en manos de los an
tisemitas. En la primavera de 1891, el Parlamento del
EN AUSTUA-HUNGRIA 159

Imperio rió ingresar á su vez en su seno algunos anti


semitas.
En sí mismos considerados, estos triunfos eran aún
poca cosa, pero no por eso dejaban de oirecer un sín
toma curioso que presagiaba luchas encarnizadas. En
valentonados con sus primeras victorias, los tres grupos
antisemitas se lanzaron á la obra con nuevo ardor. Los
socialistas cristianos ganaron mucho terreno gracias á
los esfuerzos del clero, pues éste enarboló el estandar
te antisemita en los periódicos, en las conferencias
populares, en las reuniones electorales, y aún en los
púlpitos de las iglesias. El abate Deckert, párroco de
Weinhaus predicó en su iglesia una serie de sermones,
cuyo sólo título, El peligro turco y la dominación judia,
fué un acontecimiento en Viena. Ya habían pasado los
tiempos en que los judíos tenían de su parte á los que
se reían, en que ultrajaban en sus periódicos á los sa
cerdotes y convertían en irrisión al cristianismo. Los
mismos vieneses, que poco antes se complacían en las
infames calumnias de la Neue Freie Presse, llenaban
la iglesia de Weinhaus y escuchaban con gusto al abate
Deckert, que denunciaba desde el púlpito á «los más
antiguos y peligrosos enemigos del cristianismo.» Y
como un sacerdote, el abate Frank, hubiera sostenido
públicamente que un católico no podía ser antisemita,
Deckert publicó un folleto resonante en el que refutó
la opinión de su colega. Los periódicos judíos lanzaban
llamas, apelando sucesivamente al Emperador y al
Papa, hablando de la caridad cristiana con enternece -
dora unción, del respeto á las creencias, de la íntima
conexión de los dos Testamentos. Era demasiado tarde,
y la táctica liberal fracasó lastimosamente.
CAPÍTULO SÉPTIMO

PRIMERAS GRANDES BATALLAS ELECTORALES Y TRIUNFO DE LOS


ANTISEMITAS

Cuando en Abril de 1891 hubo de renovarse el


Ayuntamiento, los antisemitas conquistaron de pronto
46 puestos. Dos años despues ganaron otros 6 puestos,
constituyendo así una respetable y amenazadora mi
noría. Las discusiones en la casa de la Villa cobraron
extremada violencia, y algunos oradores antisemitas
se excedieron á veces en ataques tan injuriosos como
inútiles; pero de buena ó de mala gana, fué preciso
contar con ellos, conquistando algunos triunfos que no
eran de desdeñar, y así obtuvo Lueger que se rezaran
de nuevo las oraciones en las escuelas municipales de
Viena. Diez años antes, semejante moción hubiera sido
acogida á carcajadas en el Ayuntamiento; pero al pre
sente ya no se reían los liberales, y si bien es verdad
que se ejecutaron de mala gana, el miedo fué más po
deroso que sus sentimientos anticristianos.
Los sucesos de 1895 demostraron que los temores de
los liberales eran muy justificados. La corriente anti
semita se había convertido en torrente impetuoso,
engrosada por afluentes venidos de todos lados. Un
diputado liberal, Maresch, vióse obligado á decir en
pleno Landtag: cHasta cierto punto, todo hombre es
hoy antisemita;» y otro diputado liberal, Noske, de
claraba en una reunión: c¿l descontento del pueblo
EN AUSTRIA-HUNGR1A IÓI

es tan grande, que el triunfo de un diputado liberal


puede considerarse hoy como poner una pica en Flan-
des.»
Este descontento, que aumentaba cada día y engro
saba las falanges antisemitas, estalló en las elecciones
municipales de Abril de 1895. El segundo colegio elec
toral, la curia de «la inteligencia,» fué llamada á ele
gir 46 concejales. Estaba considerada, y con razón,
como el baluarte más sólido del liberalismo. La prensa,
judía de Viena proclamaba muy alto que permanece
ría fiel á sus principios y combatiría «á las bandas cle
ricales ocultas bajo el manto antisemita,» y aun la
víspera de las elecciones la Neue Freie Presse presa
giaba la victoria á sus amigos. Los electores respon
dieron á esta profecía, nombrando 24 antisemitas y
únicamente 22 liberales. Era esto una verdadera trai
ción de «la inteligencia.» La causa del liberalismo
vienés estaba comprometida, y á consecuencia de este
cambio, la mayoría liberal quedó reducida i 74 votos,
en tanto que la minoría antisemita contaba con 64.
Pero el peligro que amenazaba al partido dominante
consistía principalmente en que de los 74 concejales
liberales, 13 pertenecían á la fracción democrática,
sobre los cuales no se podía tener seguridad. No había,
pues, mayoría liberal propiamente dicha, y el Alcalde
se encontraba á merced de los antisemitas. Así lo
comprendían estos últimos, por lo que desde sus pe
riódicos entonaban verdaderos cantos de victoria, en
tanto que los liberales, reconociéndolo á su vez, resol
vieron en su despedida echarlo todo á rodar.
El nuevo Ayuntamiento se reunió el 14 ¿e Mayo
para proceder á la elección del primer teniente alcal
de. Se había anticipado la candidatura del liberal
Richter, quien fué elegido por 71 votos, y si hubiese
aceptado, todo hubiera quedado en paz; pero lev? libe
i6a JUDIOS Y CATÓLICOS

rales habían urdido una conjuración que cambió sú


bitamente el aspecto de las cosas; Richter declinó el
honor que se le hacía, y fué preciso proceder á nueva
elección. Los liberales, puestos previamente de acuerdo,
votaron en blanco; por el mismo hecho, sólo eran
válidas las papeletas antisemitas, y como todas lleva
ban el nombre de su jefe, Lueger encontróse, contra
toda previsión, investido de la dignidad de primer
teniente de alcalde.
Este golpe teatral, hábilmente preparado, fué segui
do de otro no menos estupefactivo, pues apenas hubo
aceptado Lueger su cargo, cuando el burgomaestre,
Grubl, se levantó y declaró solemnemente que pre
sentaba su dimisión. No era aquella, como puede
comprenderse, una determinación tomada á última
hora ni una decisión irreflexiva. Los liberales obede
cían á un plan sabiamente concebido, cuyo secreto
había sido en parte descubierto por sus periódicos.
Querían probar á los antisemitas y obligarles á con
fesar su incapacidad. Grubl arrojó su dimisión á los
pies de Lueger, en la esperanza de que el novel elegi
do se retiraría inmediatamente á su vez. Los habitantes
de Viena comprenderían así desde el principio que los
antisemitas no eran más que comediantes indignos
de su confianza; pero Lueger, que había adivinado la
táctica liberal, guardóse bien de caer en el cepo, y
sin mostrarse conmovido ni turbado por la retirada de
Grubl, declaró sin fanfantonería ni ostentación que
permanecería en su puesto de honor para que no se
interrumpiera la gestión de los asuntos municipales.
Así se hizo y Viena tuvo un Ayuntamiento presidido
por un antisemita, cuando la mayoría era aún liberal.
Inútil es añadir que Lueger estuvo á la altura de su
misión, demostrando aptitudes administrativas poco
comunes en el corto ínterin que separó su elección de
la del nuevo Alcalde.
EN AUSTRIA- HUNGRIA 1 6)

Al mismo tiempo que presidía el Ayuntamiento,


continuaba organizando la victoria y fortificando sus
posiciones. Se había convertido en ídolo del pueblo
de Viena, pues en él se personificaban, por decirlo
así, todas las aspiraciones, todas las esperanzas y todos
los odios de los modestos burgueses, de los comer
ciantes al por menor, de los humildes empleados, de
los obreros y artesanos, de todos los que soportaban
el yugo de la plutocracia judía. Rodeábale la muche
dumbre, siendo visible que «aquello se descolaba,» que
el edificio liberal estaba quebrantado, como si el suelo
sobre el cual se levantara hubiera sido sacudido por
un terremoto. Se estaba lejos de la época en que los
judíos reinaban sin contradicción y en que casi todos
se avergonzaban del nombre cristiano.
Natural era que, en tales condiciones, lanzaran gri
tos de júbilo los antisemitas y convocaran una gran
diosa reunión para expresar su gratitud á sus electo
res. Tuvo lugar ésta el 1 6 de Mayo, en el salón de la
sociedad musical, y fué una manifestación imponente,
como rara vez se había visto en Viena. Dos objetos se
propusieron los jefes antisemitas al convocarla: que
rían de una parte, impresionarla imaginación popular,
y de otra, justificarse de los ataques que se dirigían
al partido, pues para contener su propaganda, los ju
díos acusábanlos de profesar ideas á la vez antimonár
quicas y anticatólicas, ya que, si bien se contaban
algunos sacerdotes entre los concejales antisemitas y
la mayoría del clero vienés favorecía el movimiento,
no se temía en atribuir á Lueger y á sus amigos ten
dencias subversivas. Los judíos, que de veinte años á
esta parte, no habían hecho otra cosa que vilipendiar
en sus periódicos á las autoridades eclesiásticas, no
taron de pronto que los antisemitas no eran bastante
sumisos á las obispos y al Papa, y cada vez que Lueger
1 64 JUDIOS Y CATÓLICOS

ó alguno de sus colegas miraban con malos ojos algún


canónigo contaminado de josefismo, afectaban escan
dalizarse, y publicaban conmovedoras homilías sobre
el respeto debido á los superiores eclesiásticos. A
mayor abundamiento, pocos días antes de las eleccio
nes municipales, el príncipe de Windischgrátz, ce
diendo á la presión de los liberales, había enviado á
Roma, según se dijo, al cardenal Schcenborn para al
canzar de la Santa Sede la condenación del antisemi
tismo.
En la reunión del 16 de Mayo, Lueger y el príncipe
A. de Lichtenstein vengaron á su partido de la doble
calumnia liberal. «Se me acusa—exclamó Lueger—de
infringir la Constitución, y recientemente hemos te
nido ocasión de leer en los periódicos judíos que el
Ayuntamiento quedó muy emocionado cuando presté
juramento sobre esta Constitución. En verdad, no
noté esta turbación. Pero admitamos que el Ayunta
miento fuera presa de semejante emoción. Yo os ase
guro que los pueblos de Austria se han sentido con
movidos más de una vez cuando han oido hablar del
juramento de nuestros liberales. Vivimos, por otra
parte, en condiciones extraordinarias en nuestra pa
tria: el alemán tiene derecho á detestar al alemán; al
tcheque lees permitido odiar al tcheque, nosotros po
demos tener aversión á los poloneses, y Jos rutenos á
no sé quién. Podemos odiar ó todos estos pueblos sin
vulnerar la Constitución; pero, si no adoramos á los
judíos, ponemos en peligro las leyes gubernamentales
del Estado. La prensa judía ha excitado unas contra
otras á todas las clases sociales, á todas las naciones:
ha soliviantado al campesino contra el industrial, al
industrial contra el campesino, y á uno y otro contra
la nobleza y el clero. Con esto no se infringe la Cons
titución; pero cuando se dice al judío: «Escuchad, no
EN AUSTRIA HUNGRIA

es justo que robéis á los cristianos lo que han ganado


con el sudor de su rostro», se infringe la ley. Y así,
podéis haber leído en la prensa liberal: «aterra el
pensar que semejante profanador de la santa judería
haya tenido la audacia de prestar juramento por la
Constitución...» Luego añade el orador: «No se trata
por parte de los judíos de reivindicar la igualdad de
derechos, pues quienes se ven privados de ello son los
cristianos. Y por cierto que tengo derecho á hablar
así después de la sesión en que he sido nombrado te
niente alcalde. Una vez elegido, pedí la palabra y en
mi discurso hice un llamamiento á Dios, y declaré
que Dios no abandonaría al pueblo cristiano. Enton
ces uno me interrumpió: «He aquí un discurso antise
mita.»—«¿Qué queréis decir?—pregunté á mi interlo
cutor. —Y me respondió: «Si Dios proteje á los cris
tianos, es necesario que destruya á los judíos.» — Es
extraño que, en general, os irritéis cuando se habla
de Dios. Si es un deber prestar juramento ante el cru
cifijo, es también una obligación pensar en Dios cuan
do se presta juramento.»
Estas palabras fueron acogidas con frenéticos aplau
sos, queriendo demostrar con ellos la concurrencia
que profesaba las ideas religiosas de Lueger, en tanto
que éste, al hacer aplaudir el nombre de Dios se de
fendía de sus enemigos de la izquierda como de
sus adversarios de la derecha. El discurso del prín
cipe de Lichtenstein completó la apología del an
tisemitismo. Este brillante compañero de armas de
Lueger, este caballero demócrata, entregado en cuer
po y alma á la causa del pueblo y de la religión, ven
gó la política religiosa de su partido con incompara
ble talento oratorio y alteza de miras, y al mismo
tiempo con franqueza y habilidad tales, que les minó
completamente á los liberales su terreno. Al día si
1 66 . JUDIOS Y CATÓLICOS

guíente aparecieron estos dos discursos en los perió


dicos antisemitas, y toda la población, no sólo de
Viena, sino del Imperio, pudo conocer el programa
en que tan alto se afirmaban los sentimientos patrióti
cos y dinásticos del partido cristiano.
CAPÍTULO OCTAVO

DISOLUCIÓN DEL AYUNTAMIENTO Y NUEVAS ELECCIONES

Algunos días después, el 29 de Mayo, reunióse el


Ayuntamiento en la Casa de la Villa, y comenzó la
batalla en torno del sillón presidencial vacante por la
dimisión de Grubl. Los liberales se jugaron la última
carta, é hicieron inevitable la elección de Lueger, á ,
pesar de negarle sus propios votos. Esperaban que
aceptaría, y como no tenía mayoría, que se gastaría
al cabo de pocas semanas; pero Lueger frustró esta
sabia estrategia. Rehusando el don griego que se le
ofrecía, hizo imposible otro nombramiento, y obligó
al Gobierno á disolver el Ayuntamiento. El 3o de
Mayo apareció el decreto en la Gaceta, y Viena iba á
convertirse, durante cuatro meses, en teatro de una
agitación electoral sin precedentes.
Las ordenanzas municipales exigen que seis semanas
después de la disolución, fije el Gobierno la época de
las elecciones. Liberales y antisemitas discutieron en
seguida esta cuestión, los unos para retrasar y los otros
para apresurar el día de la batalla. Enardecidos aun
con los recientes éxitos, los antisemitas, que tenían sus
cuadros admirablemente preparados, pidieron que las
elecciones se verificasen lo antes posible, pues que
rían irle á los alcances á sus adversarios en derrota,
para no dejarles tiempo de rehacerse. Si se les hubie
se oído, el escrutinio se hubiera abierto en Agosto.
Por su parte los liberales se oponían enérgicamente á
1 68 JUDIOS Y cXlÓLICOS

esta precipitación y trataron de ganar tiempo. La di


solución, que no habían previsto, érales fatal, porque
es difícil, al día siguiente de una gran derrota, ofrecer
el combate con fundadas probabilidades de éxito. No
obstante, pusieron á mal tiempo buena cara, y busca
ron su salvación en las tergiversaciones impuestas al
Gobierno, logrando que se fijaran los días 17, 24 y 26
de Septiembre para las elecciones, lo que les permitía
restablecer el orden en sus filas.
Desgraciadamente para ellos, nada les podía preser
var de una catástrofe. Acababan de ser batidos el t.° de
Abril é iban á ser aplastados en este nuevo encuentro.
Rompió el fuego el colegio electoral de las masas. En
las elecciones de 1891 había elegido 34 antisemitas
y 12 liberales. El 17 de Septiembre último los libera
les no lograron ganar un solo puesto. Todos los 46 ele
gidos pertenecían al campo contrario. El veredicto del
pueblo era implacable: no quería oir hablar más de li
beralismo judío. Ante este inaudito espectáculo, las
hojas liberales se llenaron de espanto. Sin embargo,
intentaron alentar á su público, prediciéndole que la
curia de «la inteligencias resistiría al levantamiento
antisemita. «La inteligencia está con nosotros—decían.
—Todo lo que representa la ciencia, el progreso, la ci
vilización, en una palabra, lo escogido de la capital del
Imperio, nos es afecto y dará su voto á nuestros candi
datos.> Una cruel decepción les esperaba; el vértigo
antisemita había ganado á la misma inteligencia. En
Abril, la clase de electores instruídos, sólo había nom
brado 22 liberales. El 24 de Septiembre la derrota se
cambió en súbita ruina, y los liberales salvaron con
gran trabajo 14 puestos, abandonando los 32 restantes
á la coalición antiliberal. Así, pues, en los dos prime
ros días de la lucha los antisemitas obtuvieron la con
siderable mayoría de 78 votos, cuando sus adversarios
EN AUSTRIA- HUNGRIA 169

no eran más que un puñado imperceptible de 14 con


cejales.
Faltaba la curia que representa la potencia del di
nero. Evidentemente, en ella dominaban los judíos,
pues teniendo en sus manos el comercio, la industria,
la alta banca, disponen de las más grandes fortunas, y
constituyen por M solos el elemento más considerable
de este colegio. Con ellos forman los ricos liberales
incrédulos, que eran, y lo'son aún, sus aliados y cóm
plices cuando se trata de explotar al Estado. Pero los
antisemitas habían logrado abrir brecha aun en este
colegio en las precedentes elecciones, conquistando 6
puestos. Poca cosa era sin duda, pero este éxito rela
tivo era ya un buen augurio. Los socialistas cristianos
desgajaron del liberalismo una serie de grandes pro
pietarios católicos que hasta entonces habían dado sus
votos á los liberales por hábito, por indiferencia, por
candidez y también por complacer al gobierno. El 26
de Septiembre, 14 consejeros antisemitas salieron de
las urnas. A consecuencia de este último triunfo, Lue-
ger dispuso de una mayoría de los dos tercios, y los
liberales no podían impedirle su nombramiento de
Alcalde de Viena.
CAPÍTULO NONO

KL DOCTOR LUEOER ES ELEGIDO ALCALDE DE VÍENAJ SU


NOMBRAMIENTO NO ES RATIFICADO POR EL EMPERADOR

Lo que podía temerse al día siguiente de esta cam


paña electoral era un molesto abuso del poder por
parte de los antisemitas; pero contra lo que esperaban
los liberales, Lueger y sus amigos dieron pruebas de
gran moderación. Después de declarar que la mayoría
aplastante de 92 votos les hacía dueños de la Casa de
la Villa, los órganos antisemitas añadieron: «Quere
mos inaugurar el régimen liberal con un acto de
justicia, á fin de distinguirnos con él de nuestros ad
versarios. Los liberales están representados en el Ayun
tamiento por 46 miembros; nosotros les concederemos
la primera tenencia que les corresponde. Es verdad
que ellos nos han excluído siempre de la mesa, aun
cuando éramos más de 5o; pero deseamos demostrarles
que somos más liberales que ellos, y que sabemos res
petar á la vez la justicia y la libertad.» Este era el
lenguaje de la razón y de la prudencia, y los antisemi
tas no podían prepararse mejor á la elección de Alcalde
de Viena.
Verificóse esta á principios de Octubre. «Abrid de
par en par las puertas de la Casa de la Villa,—había
escrito irónicamente la Neue Freie Presse, el 2 de
Abril último, á raíz de la primera derrota del libe
ralismo; —abrid de par en par las puertas de la Casa
de la Villa; conducidle en el sillón en que presidían
EN AUSTRIA-HUNQRlA.

otras veces los Zelinka, los Felder, los Prix; colgad


de su cuello la cadena de oro de primer magistrado;
encargadle de saludar á los soberanos extranjeros que
visiten la capital, y de representar á la población vienés
á los pié» dol trono.» El doctor Lueger, designado así
por el periódico judío, entró, en efecto, por la puerta
grande de la Casa de la Villa algunos meses después
de esta predicción siniestra, pues fué elegido Alcalde
por 93 votos de 138 votantes, es decir, por una mayo
ría de más de las dos terceras partes.
El pueblo se había pronunciado por el antisemitis
mo; el Ayuntamiento había elegido á Lueger; la con
secuencia lógica de este doble acto era la confirmación
del nuevo Alcalde por el Emperador. Francisco José
pasa por el más constitucional de los monarcas. Se po
día esperar que permanecería fiel á sus principios en
esta circunstancia, del mismo modo que había cedi
do siempre á las mayorías liberales. Nada justificaba
una excepción: Lueger es sin disputa mejor patriota
que sus adversarios los judíos; ha dado muchas prue
bas de su lealtad, y muy recientemente, en su famoso
discurso de 16 de Mayo, proclamó muy alto su devo
ción á la dinastía reinante. Por consiguiente, la ratifi
cación imperial se imponía. Pero no era esta la real
voluntad de los liberales, porque, furiosos con sus
redobladas derrotas, no pedían menos que un golpe
de Estado al Soberano.
Hay labores á las cuales no se asocia un ministro
que aprecia el respeto que merece la cosa pública.
El príncipe de Windischgrátz no se hubiera prestado
á las maniobras de los judío-liberales, por lo que
abandonó su cartera á tiempo, dejando á otro el cui
dado de arruinar á Viena. Su sucesor, el conde Bade-
ni, no tuvo el mismo escrúpulo ni la misma delicade
za. Este burócrata ha sido siempre el instrumento de
172 JUDIOS Y CATÓLICOS

los judíos. En los diversos puestos que ha ocupado


antes de llegar al ministerio, se rodeaba de judíos y
solo prestaba atención á los judíos. Era, pues, el hom
bre que se necesitaba para forzar la mano al Empera
dor y salvar al liberalismo de la bancarrota definitiva.
Badeni, que tiene á su alrededor más judíos que nun
ca, emprendió al punto su misión de libertador. Hizo
que la prensa judía empezara una violenta campaña
contra el doctor Lueger, tratando de crear una atmós
fera capaz de agitar á la Hofburgo, y preparado así el
terreno, declaró al Emperador que Hungría no tole
raría jamás el nombramiento del Alcalde elegido,
amenazando con su dimisión, si no se le concedía carta
blanca. No se sabe si Su Majestad intentó resistir á las
terminantes órdenes del ministro liberal; lo que sí es
tá fuera de duda es que vencieron los judíos, porque
la Gaceta anunció que el nombramiento de Lueger no
sería ratificado.
Cuando se supo la noticia, levantóse en Viena y
Austria un clamor enorme, y la exasperación de los
antisemitas alcanzó un grado fácil de comprender. Pa
ra complacer á los judíos de Viena y obedecer á los
de Hungría, se acababa de infligir un verdadero ul
traje á la población cristiana. Nunca mayoría alguna
había sido tratada con tanto menosprecio y desenvol
tura.
El Ayuntamiento no 'quiso soportar esta afrenta ni
abandonar al jefe que tan valerosamente le había con
ducido á la victoria, y cuando, ocho días despues, se
reunió para proceder de nuevo á la elección de Alcal
de, el resultado de la votación no podía ser dudoso.
Lueger fué reelegido por unanimidad de los votos
antisemitas y conducido, por decirlo así, en triunfo.
El gobierno había previsto tan bien este resultado, que
se había hecho firmar de antemano el decreto de di
EN AUSTRÍA-HUNGRtA 1 73

solución del Ayuntamiento. Badeni, como era fácil


presumir, respondió á la inquebrantable voluntad del
pueblo con un segundo golpe de Estado. La influencia
judía había penetrado hasta los piés del trono y logra
do una vez más dictarle sus leyes. Los electores de
Lueger y sus amigos, es decir, la inmensa mayoría de
la población de Viena, protestó indignada contra las
maniobras de Badeni, y el infortunado Emperador re
cibió de la turba irritada el sobrenombre de Juden-
kaiser.
*
* *
¿Qué va á ser de Austria? Parece que negras som
bras se ciernen sobre el horizonte político. El conde
Badeni ha arrastrado á su soberano á una rápida y res
baladiza pendiente, en cuyo fondo las catástrofes son
casi siempre inevitables. Se podrá matar moralmente
á Lueger, como se pretende; se podrá aun falsear por
largo tiempo las elecciones municipales, gracias á los
medios de que dispone un gobierno poco escrupuloso;
pero nadie podrá contrarrestar el formidable levanta
miento antisemita. El resorte, un momento contraria
do, rebatirá con más violencia en la hora de la con
tención; el antisemitismo está á la órden del día; es
la reacción incompresible contra el régimen de co
rrupción de que los judíos han sido los autores y los
agentes. Nada le detendrá, ni siquiera las faltas de sus
jefes ó los excesos de lenguaje de sus oradores. La Co
rona comete una grave falta, rechazando la reacción
bajo la forma de movimiento social cristiano, porque
tarde ó temprano reaparecerá, siendo de temer que lo
haga entonces bajo la forma del socialismo revolucio
nario.
HUNGRIA

LOS JUDÍOS Y LAS LUCHAS POR EL MATRIMONIO CIVIL


EN HUNGRÍA

Extra Hungariam non est vita ei si est vifa, non est


tta (i). Tan verdadero en otros tiempos en su noble
arrogancia, este dicho popular parece hoy por des
gracia una cruel ironía. En efecto, todo ha cambiado
completamente de aspecto en el reino de san Esteban;
la paz hállase en él profundamente turbada, las pasio
nes religiosas y nacionales, podríamos añadir, las pa
siones revolucionarias se han desencadenado allí con
inusitada violencia, y el país se encuentra amenazado
de una de esas crisis, cuyas consecuencias son á me
nudo irreparables. Por gusto, sin necesidad ninguna,
el mismo gobierno ha provocado esos trastornos peli
grosos, queriendo imponer por la fuerza el principio
del matrimonio civil obligatorio.
. La tormenta de secularización que recorre á Europa
había dejado casi intacta á Hungría. Allá abajo, en los
confines de Oriente, nadie había sentido la necesidad
de suprimir á Dios y arrojar la religión de la vida po
lítica. Se creía candorosamente que esta religión, á la
que la nación debía su grandeza, no podía convertirse
en inútil rodaje propio sólo para ser relegado al

(1) No se vive fuera de Hungría, y si se vive, es una vid»


ficticia.
EN AUSTRIA-HUNGRIA 175

montón de hierro viejo. Nadie se creía obligado á


reorganizar la sociedad de arriba abajo para some
terla al alineamiento general. Hungría resistía á la
fiebre del anticlericalismo que dominaba en todas
partes, y el pueblo estaba muy lejos de sufrir en su
aislamiento.
Pero si el pueblo húngaro estaba satisfecho de la
fecunda alianza de la Iglesia y el Estado, no lo estaba
la masonería, que dicta sus leyes á gran parte de Eu
ropa, y tras la tormenta revolucionaria de 1848, ins
taláronse las logias en Budapesth con el decidido
propósito de expulsar de todas sus posiciones á la re
ligión cristiana. Para lograrlo, elevaron al poder á
ministros inficionados del odio anticlerical y dotados
de la energía necesaria para llevar á la práctica su odio,
y así, con su instigación y concurso, ha entablado el
gobierno húngaro la lucha implacable que dura ya
veinte años.
En apariencia, sólo se trataba en este conflicto de
establecer el matrimonio civil obligatorio, de una re
forma del orden puramente civil; pero en realidad,
, se ponía en juego el mismo porvenir del Estado cris
tiano. En el fondo, como lo reconocía le Temps, «la
necesidad de una refundición total del régimen matri
monial y de la adopción pura y simple de la legisla
ción nacida de nuestros códigos revolucionarios, no se
dejaba sentir con gran viveza.» Patente es que la ley
sobre el matrimonio civil era ante todo una máquina
de guerra, que puede considerarse como un episodio
del Kulturkampf húngaro, con ayuda del cual las so
ciedades secretas quisieron introducir el régimen de
la neutralidad y del ateísmo. Esto era lo que un pro
testante eminente, el barón Iwor Kaas, demostraba
en un articulo muy notable que publicó en el Pcsthi
Naplo, con el significativo título de Anticristiamsmo:
JUDIOS Y CATLICOS

«El matrimonio civil obligatorio—decía—es un arma


en manos del gobierno para aplastar á las Iglesias.
A los ojos de nuestros ministros, es poco desligar al
individuo de la acción religiosa; lo que quieren es su
primir toda influencia cristiana. El Estado soñado por
ellos no es ni el Estado Ínterconfesional, ni el Estado
cristiano, sino un Estado pagano y ateo, el de los Cé
sares romanos y el de la Revolución francesa... Si el
ministro Szilagyi triunfa en su política, esta victoria
será ganada contra el mismo cristianismo. No se podrá
fundar el Estado liberal sino sobre las ruinas de la ci
vilización cristiana, y de aquí que la política religiosa
proclamada por el gobierno húngaro es una verdadera
declaración de guerra al cristianismo, un Kulturkampf
dirigido, no solo contra la Iglesia católica, sino contra
todas las Iglesias cristianas.»
No se podría caracterizar mejor la naturaleza de la
lucha entablada en Hungría. El publicista protestante
ha comprendido perfectamente la cuestión: dos mun
dos, dos concepciones religiosas de la vida, el ateísmo
y el cristianismo, se encuentran frente á frente.
Así se explica uno la resistencia de todos los verda
deros creyentes, es decir, de la inmensa mayoría del
pueblo húngaro. En este duelo no se encuentran solos
los católicos, sino que tienen por aliados á los sajones
protestantes de Transilvania y á los cismáticos ruma
nos y servios; y cuando la 'discusión en el Senado, los
prelados católicos viéronse enérgicamente sostenidos
por el patriarca servio, por el metropolitano rumano
y por Alberto Zay, representante de la única familia
luterana que tiene el título de conde.
Con el gobierno se suman especialmente los judíos
y los calvinistas incrédulos que aterrorizan el país.
«Los judíos—escribía el 2 de Febrero la Kreusseitung,
el gran órgano protestante de Berlín—los judíos son
EN AUSTRIA-HUNGR1A I 77

casi los únicos partidarios del matrimonio civil obli


gatorio y de la supresión del matrimonio religioso.»
En otro número (el del 3 de Diciembre) declaraba el
mismo periódico que «la francmasonería antidinástica,
unida á la raza judía, era el alma de todos los actos
del ministerio Weckerlé.» Si, en la Cámara de dipu
tados, gran número de liberales, protestantes y cató
licos, han aclamado el proyecto de ley sobre el ma
trimonio civil, «su entusiasmo—sigue hablando la
Kreufáeitung—debe atribuirse á la profunda influencia
de los judíos (i).»
De una parte, vemos, pues, á los cristianos: católi
cos, griegos y luteranos, y según le Temps, «el privile -
gio del Estado magiar ha sido hasta aquí el ver vivir
en paz y armonía estas tres grandes confesiones;» de la
otra, á los francmasones, judíos y calvinistas (2), lo
que la Kreusaeitung llama da pandilla Tisza. > Tales
son los dos ejércitos que se encuentran frente á frente
y que durante algunos meses han librado una batalla
desesperada en el terreno del matrimonio civil obli
gatorio. «Los agresores son numerosos—decía el ba
rón de Kaas, al final del artículo citado; —pero nos
otros, los defensores del cristianismo , también lo
seremos.»

(1) La Kreuzeeitung, cuyo corresponsal en Budapesth


está siempre muy bien informado, daba además esta curio
sísima explicación: «Las diferentes logias masónicas de Hun
gría, cuya dirección está exclusivamente en manos de los
judíos, han decidido agitar al país en favor de los proyectos
de ley de Weckerlé. Los gastos de esta campaña se pagarán
parte por el gobierno y parte por la alta banca judia.»
(2) Claro está que sólo hablamos aquí de los calvinistas
húngaros que reciben el santo y seña de las logias y que
conocen sobre todo el temple de la masonería, los cuales
son, por lo general, incrédulos y sectarios, y engloban en
en un mismo odio a todas las demás confesiones cristianas.
12
1 78 JUDIOS Y CATÓLICOS

En las páginas siguientes trazaremos á grandes rasgos


la historia de este Kuliurkampf húngaro, indicando
sus múltiples elementos y sucesivas etapas. Asignare
mos al matrimonio civil su verdadera significación en
la política religiosa del gobierno magiar, y así se
comprenderá mejor la enérgica oposición que esta
reforma ha encontrado en el país y el encarnizamien
to con que los ministros de Su Majestad Apostólica se
han esforzado en imponerlo,
CAPÍTULO PRIMERO

SOBRE EL MATRIMONIO MIXTO: TOLERANCIA DE LOS CATÓLI


COS É INTOLERANCIA DE LOS PROTESTANTES

Si para juzgar de las luchas confesionales de que


Hungría es actualmente teatro, se refiriera uno á los
oráculos de la prensa librepensadora, nos formaríamos
una idea singular de los católicos magiares. Porque,
á creer á ciertos periódicos, estos católicos —clero y
fieles—serían, en efecto, «fanáticos lanudos,» «beatos
intolerantes,» que no han cesado jamás de perseguir
las otras creencias. El matrimonio civil sería como un
escudo destinado á proteger de sus golpes á víctimas
desarmadas por la ley, y poco faltaría para que derra
máramos lágrimas sobre los mártires de la intoleran
cia ultramontana y abriéramos suscripciones en su
favor. De todos modos, el éxito del ministerio liberal
se consideraría como el triunfo de la civilización con
tra la barbarie católica, como la liberación de una
parte del pueblo húngaro largo tiempo oprimido por
los «supervivientes dela edad media.» Así se escribe la
historia en un tiempo y en un país en que ante todo
se precian de ser positivos y amar la verdad.
Pero las cosas toman un aspecto muy diferente
cuando se aprecia la situación sin los prejuicios anti
clericales. Estudiando á la luz de los hechos la larga
querella relativa al matrimonio mixto, veremos que,
lejos de perseguir, los católicos húngaros han demos
1 8o jumos Y CATÓLICOS

trado una longanimidad vecina á la traición, y que la


minoría calvinista ha acabado por casi reducirlos á la
servidumbre.
La lucha por el matrimonio es tan antigua en Hun
gría como la misma Reforma. En los países en que
católicos y protestantes viven juntos, los matrimonios
mixtos son inevitables, y estas uniones se convierten
en fuente de numerosas dificultades que empiezan con
el nacimiento del primer hijo. ¿A que religión debe
rán pertenecer los hijos nacidos del matrimonio mixto?
¿Serán católicos ó protestantes, ó bien mitad cató
licos y mitad protestantes? Estas cuestiones se susci
taron desde el principio en el reino de san Esteban,
y los protestantes han procurado siempre, y á menudo
lo han logrado, resolverlas en su favor. Todo el
mundo sabe que la legislación católica es formal so
bre este punto. La Iglesia no concede dispensa para
un matrimonio mixto sin que los esposos se compro
metan solemnemente á educar á todos sus hijos en el
catolicismo. Por derecho natural, la educación religio
sa de los niños corresponde á sus padres. Más sabia
que la ley civil, la Iglesia ha reconocido siempre este
derecho imprescriptible, y hé aquí porque se dirige á
los mismos esposos para exigirles la educación reli
giosa de los niños.
Esta promesa de los esposos se llamaba en Hungría
Reversalta, y consistía en una declaración escrita que
uno de los dos contrayentes hacía firmar al otro antes
de contraer la unión al pié de los altares, siendo un
detalle original que conviene señalar que, en los si
glos xvn y xvín, las jóvenes protestantes exigían Re-
versalia á sus prometidos católicos, y en tiempos de
María Teresa eran tan frecuentes estos casos, que vió-
se obligada á instituir una comisión especial para exa
minarlos. Como estas Reversilia protestantes eran de
EN AUSTRIA-HUN8RIA l8l

todo punto contrarias á la doctrina católica, la misma


soberana decretó que, en adelante, no se autorizarían
los matrimonios mixtos, si el esposo protestante no se
comprometía á educar á sus hijos en la religión cató
lica. En otros términos, el rey de Hungría tomaba
partido por la Iglesia á que pertenecía. Al punto los
calvinistas empezaron una enérgica campaña contra
las Reversalta, y en sus reuniones, en sus libros, por
todos los medios atacaron con vehemencia una dispo
sición que no podían ya explotar contra los católicos.
En el fondo, estas manifestaciones de indignación no
tenían razón de ser, y en la práctica, maldito el caso
que hacian de la real ordenanza de María Teresa, pues
eludían la ley y las autoridades hacían la vista gorda.
Para las grandes familias protestantes, para la oligar
quía ambiciosa de los Tokdli, de los Boscay, de los
Bethlen, de los Rakoczy, etc , estos conflictos eran un
simple pretexto que les permitía, bajo el manto del
celo religioso, atacar á la corona, aumentar sus rique
zas y minar la dinastía.
Cuando José II subió al trono, propúsose calmar los
espíritus, publicando su Edicto de tolerancia, que no
era otra cosa que una larga concesión al protestantis
mo, pues con él, no sólo el emperador-sacristán abolía
las Reversalia, sino que decidía además que en los
matrimonios mixtos en que la madre fuera católica,
únicamente las hijas deberían ser educadas en el cato
licismo. Los protestantes debieran haberse satisfecho
con una reforma que, con desprecio del derecho natu
ral y del eclesiástico, entregaba una categoría de niños
á la confesión protestante. Pero no fué así, y el empe
rador no tardó en apercibirse de que ellos infringían
el edicto cuando les era desfavorable y abusaban es
candalosamente de las disposiciones legislativas que
les eran ventajosas. Tanta mala fe irritólo vivamente,
182 ' JUDIOS Y CATÓLICOS

y el 1o y luego el 34 de Mayo de 1782 lanzó dos or


denanzas fulminantes en las que les reprochaba á los
protestantes sus «pérfidas manganillas» y su cperversa
impudencia (i).»
Diez años despues de la publicación del Edicto de
tolerancia, habían maniobrado tan bien los calvinistas,
que las leyes de 179o á 1791 fueron igualmente enca
minadas á su triunfo, porque, según esta nueva legis
lación, los niños nacidos de un matrimonio mixto
podían ser educados en el protestantismo cuando la
madre fuera católica. Acordándose de su táctica habi
tual, los calvinistas se apresuraron á dar al verbo poder
el sentido de deber, y en virtud de esta inaudita inter
pretación, reivindicaban imperiosamente todos los
niños varones cuando el padre era protestante. Nada
más arbitrario que semejante proceder, y de aquí que
desplegaran tanto más ardor en emplearlo.
La Iglesia católica trató de defender sus derechos,
restableciendo el uso de las Reversalia, trabándose en
el espacio de cincuenta años pequeñas escaramuzas
de las que los calvinistas salieron la mayor parte de
las veces vencedores, pues eran los que más gritaban,
se aliaban con los elementos revolucionarios y con
ello intimidaban al gobierno y le arrancaban todas las
concesiones. El clero católico, por lo contrario, mos
traba una flojedad extremada, y prefiriendo á todo su
tranquilidad, cedía siempre á las exigencias ó súplicas
de unos y otros. En vista de las crecientes pretensiones
del calvinismo, los curas católicos hubieran debido
exigir rigurosamente los Reversalta antes de bendecir
un matrimonio mixto. Pues bien, durante muchos años,

(1) Los calvinistas húngaros que hace algunos años han


tratado de explotar la memoria de José II por manera tan
ruidosa habían olvidado sin dada estas dos ordenanzas.
EN AUSTRIA-HUNGKIA 183

especialmente desde 183o á 184o, pocos de ellos pasa


ron adeknte, y procedieron á los matrimonios mixtos
sin exigir la menor garantía en orden á la educación
de los hijos. Aquellos supuestos fanáticos violaban en
favor de los calvinistas las leyes más estrictas de la
Iglesia.
Los abusos llegaron á tal extremo, que dos obispos,
Mons. Scitovszky, de Rosenau (más tarde cardenal y
primado) y Mons. Lajtsak, de Grosswardein, viéronse
obligados á ponerles término con severos reglamentos
Pero para quitar á los calvinistas todo pretexto de re
clamaciones, Mons. Lonovics, obispo de Csanád, in
dujo á Gregorio XVI á publkar el célebre decreto de
3o de A-brilde 1841 Quas Vesiro, por el cual, la Igle
sia, reconocía en Hungría la validez de todos los ma
trimonios mixtos, aun de los contraídos ante el pastor
protestante. ¡Prueba insigne de la extremada toleran
cia de la Santa Sede! El gobierno húngaro fué más
lejos aún, y por una ley de 1844, legitimó todos los
excesos que los calvinistas habían cometido en el te
rreno de los asuntos interconfesionales. Los matrimo
nios mixtos contraídos ante el pastor protestante fueron
reconocidos válidos en lo pasado como en lo porvenir;
todos los bautismos que el clero protestante había ile-
galmente conferido recibieron la sanción oficial; en
una palabra, la minoría perturbadora obtuvo todo lo
que pedía.
No es necesario añadir que la revolución de 1848
confirmó y extendió todas las conquistas de los cultos
no católicos. Los Doce punios votados el 1 5 de Marzo
proclamaron la libertad é igualdad de todos los cultos.
Se distinguen en Hungría las religiones recibidas, es
decir, las que son reconocidas por el Estado, y los
cultos no-recibidos, que son simplemente tolerados.
Hasta 1848 hubo tres Iglesias reconocidas: la católica,
184 JUDIOS Y CATÓLICOS

la ortodoxa y la protestante. En aquella época se reco


noció la Iglesia griega unida, de suerte que -actual
mente son reconocidas todas las grandes confesiones
cristianas. Los ortodoxos y los protestantes poseen los
mismos derechos que la Iglesia católica, y á mayor
abundamiento, tienen sobre ella una gran ventaja,
porque son autónomas, esto es, que pueden legislar
libremente en todo lo concerniente á los asuntos reli
giosos, entre los cuales se cuentan el matrimonio y los
registros de estado civil.
Se puede, pues, afirmar que desde 1848 los protes
tantes son más libres que los católicos, pues se rigen
por leyes propias y gozan de privilegios que la Iglesia
católica les envidia con justicia. Así, durante veinte
años, los diversos cultos vivían en perfecta concordia,
y como cada uno tenía su legislación matrimonial,
nadie deseaba una reforma sobre este punto.
La armonía fué turbada por la francmasonería y por
algunos políticos protestantes que están á su servicio
y sueldo. Las logias húngaras, á semejanza de las de
toda Europa, tienden á la destrucción del cristianismo,
y para conseguir sus fines, no hallaron nada mejor que
excitar unas contra otras á las diversas confesiones
cristianas. Los sucesos de 1867 á 1868 les ofrecieron
la ocasión, aprovechándose de la rabia legislativa que
imperaba entonces para reavivar la vieja querella de
los hijos nacidos de matrimonios mixtos. Este ha sido
siempre el punto flaco de la paz confesional en Hun
gría. El acuerdo no era posible más que colocándose
en el terreno del derecho natural, que deja á los pa
dres el cuidado de determinar la educación religiosa
de sus hijos.
A él se había llegado prácticamente despues de i 8481
los católicos esforzándose en obtener el respeto de sus
leyes, y los protestantes intentando por su parte arran
EN AUSTRIA-HUNGKIA 185

car JReversalia á los esposos católicos. Es verdad que


hubo frecuentes compromisos en los cuales se desfi
guró muchas veces la doctrina católica; pero, en fin,
él episcopado dejaba hacer, el clero imitó á los obis
pos, y los fieles no se sintieron animados de mayor
celo que sus pastores.
Esto no satisfacía á los sectarios masones, faltábales
la guerra, el anonadamiento de los católicos, la victo
ria del calvinismo racionalista. Volvióse en 1868 á las
disposiciones legislativas de 1844 agravándolas. El
párrafo xa de la ley de 1868 establecía lo siguiente:
«Los niños nacidos de matrimonios mixtos siguen la
religión del padre, las niñas, la de la madre... Todo
arreglo contrario á la ley as cualquier especie que sea,
no tendrá en adelante valor alguno.»
Los nuevos legisladores habían ido de un salto mu
cho más allá que José U. Y de tal modo lo entendían,
que adoptaron de intento una redacción ambigua que
dejaba abierta la puerta á las más variadas interpre
taciones.
Era deber de los obispos protestar con todas sus
fuerzas contra una ley que, aun bajo esta forma, podía
constituir un peligro y era la negación del derecho
natural de los padres. No lo hicieron, y el cardenal
Haynald, íntimo amigo del ministro de cultos, el ba
rón Eótvós, y de otros liberales, aceptó su explicación
cuando le aseguraron que esta ley no tenía ninguna
importancia práctica y que jamás se aplicaría. Gran
debilidad y falta irreparable de parte de los obispos—
porque podían impedirlo todo;—pero esto mismo prue
ba cuan infundado es el reproche de intolerancia que
se ha hecho al clero húngaro. Si el agua se ha entur
biado en Hungría, no tiene ciertamente culpa alguna
el cordero católico, digan lo que quieran los lobos
judíos de ambos mundos. Excepto el cardenal Simor y
186 JUDIOS Y CATÓLICOS

sus amigos, nadie dió muestras de comprender el carác


ter agresivo de la ley fatal de 1868, pues nadie manifes
tó la sospecha de que sería el punto de partida de una
guerra implacable contra los católicos. Y sin embar
go, esto es lo que ha sucedido, pues por espacio de
veinte años, las logias masónicas, inspiradas por los
judíos, se han servido de esta ley para hostigar á la
Iglesia y organizar el Kullutkampf húngaro que aca
ba de entrar en su fase decisiva. Todos se atendrán á
esta arma de transición hasta el día en que, arrojando
su hipócrita máscara, puedan los francmasones atacar
á todas las confesiones cristianas por medio del pro
yecto de ley sobre el matrimonio civil.
CAPÍTULO SEGUNDO

PROYECTO DH LEY SOBRE EL MATRIMONIO ENTRE JUDÍOS Y


CRISTIANOS.—TlSZA EL PAPA CALVINISTA. —BAUTISMO DH
LOS NIÑOS NACIDOS DE MATRIMONIOS MIXTOS.

Aunque suscitada en diversas ocasiones la cuestión


del matrimonio civil no tomó la forma de reivindica
ción concreta hasta 1884 y lo fué en favor de los ju
díos. El partido avanzado hubiera querido introducir
esta reforma desde 1867, y hacer de ella, por decirlo
asi, el corolario del dualismo; pero Francisco Deak,
«el sabio de la nación,» juzgó importuna la tentativa.
La inteligencia entre Viena y Budapest acababa de lo
grarse gracias á la abnegación de los hombres de Es
tado conservadores, tales como el barón Pablo de
Sennyey, Jorge de Mejlath, el conde Antonio de Szec-
sen, y hubiera sido una falta de tacto inaudita ofen
der á aquellos valerosos católicos arrojándoles al
punto el matrimonio civil á la cabeza. Deak aconsejó
la paciencia á sus amigos por más que su propia pa
ciencia no fué en verdad de larga duración, porque el
25 de Febrero de 1873 pronunció en la Cámara un
elocuente discurso—el último de su vida—para pro
clamar la necesidad del matrimonio civil obligatorio.
Daniel Iranyi, el jefe de la extrema izquierda, uno de
los héroes de 1848, apoyólo con energía, y constitu
yéndose heredero de su política, volvió á la carga en
cada sesión. De acuerdo en el fondo con Iranyi, el go
bierno aparentaba resistir las órdenes de los partí-
1 88 JUDIOS Y CATÓLICOS

danos de Kossuth. Así vaciló por largo tiempo, ya


porque quisiera ganarse con habilidad al rey, ya por
que no creyese al país y á la Cámara suficientemente
dispuestos; pero de repente, á fines de 1883, tomó por
sí mismo la iniciativa de un proyecto de ley sobre el
matrimonio entre cristianos y judíos y, por consi
guiente, sobre el matrimonio civil.
El ministro que unió su nombre á esta empresa era
«el gran intrigante que sistemáticamente ha sembra
do el mal que vemos germinar hoy por modo tan pa
voroso,» pues en términos tan severos caracteriza la
Kreusseiíung la política religiosa de Koloman Tisza,
y vamos á ver que, por severo que sea este juicio,
antes está por debajo de la verdad.
El «papa calvinista» ha sido el genio malo del reino
de San Esteban. Antes de él, habían lastimado otros
políticos el sentimiento cristiano tan vivaz en Hun
gría en los siglos de fe; Tisza se ha esforzado en ma
tarlo. Dotado de clara inteligencia, comprendió que
era preciso ante todo destruir la Iglesia católica, que
es la más alta expresión del cristianismo. Ardua era
la empresa, pero fermentaba tanto odio en el corazón
de este sectario, que se lanzó á la lucha, baja la cabe
za y con la infrangibie esperanza de triunfar.
Para llevar á cabo su plan infernal, llamó en su
auxilio á dos aliados dignos de secundarle: la franc
masonería cosmopolita y la raza judía, que se preci
pitaba de todos lados sobre el país de los nobles ma
giares. Con apoyarse en estas dos fuerzas , estaba
seguro de vencer al catolicismo. Por lo menos de una
cosa estaba cierto, que podia contar con su absoluta
devoción, porque las logias lo consideraban como ins
trumento de primer orden, y los judíos creían recono
cer en él la carne de su carne y la sangre de su sangre.
Y, en efecto, por las venas de aquel orgulloso calvinis
IX AUSTR1A-HUNGRIA. 189

ta, de continente, ya falsamente humilde, ya rabiosa


mente impertinente, debe correr sangre israelita. Al
verlo en la tribuna, con su elevado talle encorvado, su
demacrado rostro, envuelto el cuerpo en un viejo ves
tido, sucio y raído, narigueando un discurso descolori
do y monótono, piensa uno involuntariamente en el
judío oriental que impera despóticamente en la mo
narquía austro-húngara, y se figura que quizás se ha
vuelto á encontrar el semita bajo el magiar, después
de haber dormitado muchas generaciones.
El semita se ha despertado de tal modo en él, que
el primer acto político deTisza, convertido en minis
tro, fué la emancipación de los judíos. Después, siem
pre ha marchado unido á ellos, entregándoles las ri
quezas del país, mientras esperaba poder entregarles
también el alma húngara. Llegó al poder en 1875,
cuando, el 5 de Marzo, entró en el gabinete Wentheim
como ministro de Gobernación. El 21 de Octubre del
mismo año, ocupó la presidencia que conservó hasta
el 13 de Marzo de 189o. Este reinado de quince años
ha sido uno de los períodos más nefastos de la historia
de Hungría. Innumerables son las ruinas religiosas y
morales que se han acumulado en ese tiempo, pues
Tisza prosiguió con feroz encarnizamiento su política
de ocupación confesional; poco á poco arrojó á los
católicos de todas las posiciones, reemplazando en
toda la línea la influencia católica con la judío-liberal;
arrebató al reino mariano su verdadero carácter, tra
bajando en la descristianización progresiva del Esta
do, de tal modo que las etapas de esta invasión judía
y calvinista son otros tantos golpes repartidos al ca
tolicismo.
El proyecto de ley sobre el matrimonio entre judias
y cristianos fué uno de los golpes más audaces de
Tisza. Hubiera podido proponer simplemente el ma-
I>0 JUDIOS Y CATÓLICOS

trirnonio civil sin mentar á los judíos, y quizás hubie


ra tenido más probabilidades de vencer; pero no hay
que olvidar que si era el protector de los judíos, era
también el humilde ejecutor de sus mandatos. Nada
podía rehusarles, y precisamente en aquella época te
nían que vengarse los judíos de la nación cristiana, á
causa del resonante proceso de Tisza Eszlar. No les
bastaba que en aquel asunto hubiese procedido la jus
ticia húngara de un modo tan extraño—es lo menos
que puede decirse,—sino que exigían una rehabilita
ción ruidosa y... una indemnización. El ministro cedió
á las exigencias de la alianza israelita, y Hungría tuvo
que pedir públicamente perdón á los judíos de que se
hubiese sospechado que éstos habían vertido sangre
cristiana. «Ah! intrépidos húngaros — murmuraban
ellos irónicamente—nos acusáis de haber inmolado
uno de vuestra raza y cometido un asesinato ritual!
Pues en castigo exigimos vuestra sangre en otra forma:
queremos tener el derecho de enlazarnos con vuestras
hijas.» Y Tisza propuso el matrimonio entre judíos y
cristianos, y otro proyecto sobre legitimación de los
matrimonios civiles contraídos en el extranjero.
En la Cámara de diputados no encontró el menor
obstáculo la cuestión, porque por la ley de 1876 sobre
los distritos civiles y administrativos, Koloman Tisza
había organizado tan bien su sistema de corrupción,
que debía triunfar en todas las elecciones. Así había
formado un Parlamento á su imagen y semejanza, y
las dos leyes sobre el matrimonio fueron aprobadas
casi sin debate.
Felizmente el Senado había conservado mucha ma
yor independencia, pues su misma composición sus
traíalo más ó menos á las manipulaciones del ministro
calvinista. En él tenían asiento todos los obispos dio
cesanos y todos los titulares del rito romano y del
IN AUSTR1A-HUNGRIA 1 91

griego católico; obispos griegos no unidos, grandes


dignatarios de la corte, obergespann (prefectos) nom
brados por el gobierno, y que hasta 1848, eran casi
inamovibles ; todos los poseedores de mayorazgos,
príncipes, condes, barones que han recibido su diplo
ma del rey de Hungría ó que han obtenido carta de
naturaleza en virtud de una ley. En tiempos norma
les, el Senado mostraba una flexibilidad extremada en
frente del ministerio y rara vez se permitía resistir.
El elemento burocrático obedecía el menor signo del
ministro y votaba lo que quería; los demás—príncipes
de la sangre, prelados y muchos señores—brillaban á
menudo por su ausencia.
El proyecto de ley sobre el matrimonio judío tuvo
el privilegio de despertarlos algo de su abotagamien
to. Tisza había creído que sólo tendría que luchar con
la oposición de los obispos y contaba con la indolen
cia de la mayor parte de los magnates. Pero bien pron
to se apercibió de su error, porque toda la aristocra
cia húngara se sublevó á la idea de que sus descen
dientes pudiesen ser judíos, y el pueblo compartió
este sentimiento. El ministro fundamentaba su pro
yecto en el interés del Estado, de la moral y de la so
ciedad; el país respondió que esta ley hería las cos
tumbres sociales de 12 millones de cristianos en pro
vecho de la raza judía. La opinión pública era hostil
á semejante innovación, y era evidente que la oposi
ción sería muy viva en la Cámara alta.
Tisza, que abriga mucha astucia en su artero cere
bro, puso en juego todas sus artes para conseguir sus
fines. La discusión debía comenzar el u de Diciembre
de 1883. Se trataba de atraer á Budapesth gran núme
ro de magnates favorables y de alejar en lo posible á
los contrarios. Muchos magnates sirven en el ejército
y en la administración, y se les negó todo permiso
JUDIOS Y CATÓLICOS

para el día de la discusión, así como otros fueron des


cartados bajo diversos pretextos, y, tristeza da el decir
lo, el mismo episcopado no quedó al abrigo de las in
fluencias gubernamentales. Finalmente , una Alteza
Real fué expresamente á Badapesth para atraer á
ciertos magnates al campo ministerial.
El día de la batalla yióse que Tisza no habfa perdi
do el tiempo. De 71o miembros deque se componía el
Senado, sólo concurrieron 213, ni siquiera la mitad.
No por eso fueron menos animados los debates. Mons.
Samassa, arzobispo de Erlau, un fogoso patriota magiar;
Mons. Schlauch, entonces obispo de Szatmar; el viejo
conde Jorge Apponyi, canciller de Hungría antes de
1848; el conde Antonio Szecsen y otros varios desple
garon una elocuencia admirable para defender el ma
trimonio cristiano. Departe de los liberales, los judíos
tuvieron por abogados: el conde Julio Andrassy, anti
guo ministro de Estado, y el barón Nicolas Vay, jefe
temporal de la Iglesia calvinista. Cerrada la discusión,
la Cámara rechazó la ley por no votos contra 1o3. He
aquí á título de curiosidad, el estado exacto de los
votantes:

8
I
1 I j
ñ
8
S i
rj

E >(
1
§
i "s a is I3. | 0
I
•tíS s
"S
E . ¿ 1 p
11'.' ort 5oa1 B«.a
0

"* *• 1
U
s
cq

Número total de
miembros 2 53 10 10 60 19 362 191 3 710
Número de votan
tes 29 6 43 1 85 48 1 213
Contra la ley. , . 29 2 2 63 13 1 110
Por la ley. . . , 4 41 1 22 35 ios!
IN AUSTRIA-HUHGRIA 193

Un mes más tarde, el 12 de Enero de 1884, hubo


nueva votación, siendo esta vez derrotado el ministe
rio por aoo contra 191 (i).
Apenas fué conocido el resultado cuando Tisza dio
á la prensa liberal este santo y seña: «Reforma del So
nado.» Es preciso—decían—extirpar á los magnates
de 5 gulden; la coalición de los clericales y de los
hombres de sport no se tolerará en adelante. Hacía
mucho tiempo que era este el sueño dorado de Tisza.
Con la reforma de los distritos había obtenido una Cá
mara de diputados completamente maleable, por lo
que quería, manoseando el Orden de los magnates,
completar su obra, y así, en su discurso electoral de
Grosswardein, lanzó la idea de su proyecto de refor
ma para observar cómo era recibida. A creerle á tí,
la Cámara Alta no respondía á las necesidades de los
nuevos tiempos y entorpecía el funcionamiento regu
lar del mecanismo parlamentario. Era, pues, indispen
sable un remedio, que él ofrecía, y según el cual,
el Senado debería componerse de n grandes dignata
rios, 30 obispos, 7 representantes de la Iglesia refor
mada helvetica de la Confesión de Augsburgo y de la
Iglesia unitaria, i representante judío, 3 presidentes
de tribunal, todos los magnates que pagasen 3,ooo gul
den de contribución territorial y algunos miembros
vitalicios nombrados por la corona en la proporción
de '/t ó '/,. Excluíase así á todos los obispos titula
res que eran más de 3o, á todos los prefectos, á algu
nos centenares de magnates húngaros y á todos los se
ñores austríacos que no optaran por la nacionalidad
húngara.
Fácil es comprender á lo que tendía esta reforma,

(1) Tampoco se presentaron todos los obispos católicos,


pues de 53 sólo asistieron 37,
11
194 JUDIOS Y CATÓLICO»

pues con ella se debilitaba el elemento católico y el


independiente, y se abrían las puertas de la Cámara á
un número importante de hechuras ministeriales.
Tisza encarnó su plan en un proyecto de ley que no
tardó en presentar á la Cámara de diputados, siendo
adoptado por 76 votos de mayoría.
Como era fácil esperar, el Senado rehusó firmar su
destitución cuando se le presentó la nueva ley, y no
solo protestó contra la admisión de los judíos, sino
que se opuso también á la exclusión de tan gran nú
mero de magnates y á la de los obispos titulares. Tis
za había previsto este resultado, y por consiguiente,
tenía reservada una solución. Dejó que siguieran su
curso las protestas, y después, por un golpe teatral
imprevisto, arrojó la manzana de la discordia entre los
magnates, en momentos en que únicamente dependía
su salvación de su completa concordia. Poco antes de
que el proyecto fuera discutido en la comisión del Se
nado, hizo concesiones enormes, pues aceptó * obis
pos titulares, limitó á 3o el número de senadores vita
licios, y finalmente, consintió en que la Cámara Alta
nombrase, por una vez tan solo, so de los magnates
excluidos por la ley. Esta inesperada concesión se
dujo á buen número de adversarios; dividióse la ma
yoría hostil, y Tisza se aprovechó de ello para hacer
votar rápidamente el proyecto de ley así modificado.
La tan deseada reforma se realizó y comenzó una nue
va era para Hungría.
Quedaba abierta la vía para el matrimonio civil
obligatorio. ¿Qué cosa más fácil que renovar el ensayo
de 1883, apelando de un Senado más ó menos recal
citrante, á una Cámara de señores mejor compuesta?
Las probabilidades ministeriales habían aumentado
muchísimo en algunos meses; el éxito parecía ase
gurado. Sin embargo Kolomán Tisza prefirió no preci
EN AUSTRIA-HUNGRIA 195

pitar los acontecimientos. ¿No había logrado lo esen


cial, quiero decir, la reforma del Senado? ¿Qué le
impediría en adelante secularizar el matrimonio
cuando lo creyera oportuno? Tenía á su disposición
una mayoría para todas las leyes anticristianas, ¿por
qué apresurarse como si no estuviera seguro del ma
ñana? Más valía esperar y proseguir la obra de secula»
rización por la vía administrativa. Tisza secularizó
cada vez más la Universidad católica de Budapesth,
confiando todas las cátedras á librepensadores; entre
gó á los francmasones la administración de los bie
nes eclesiásticos, puso en manos de sus hechuras todas
las funciones públicas y, en este formidable encarne,
organizado por él, judíos y calvinistas se repartieron
ávidamente los despojos de la patria húngara. El mi
nistro volvió á emprender su política de persecución
especialmente en la desgraciada querella del bautismo
de los niños nacidos de matrimonios mixtos, y llevan
do las cosas al extremo quería obligar á los obispos á
que ellos mismos reclamaran el matrimonio civil como
mal menor.
Como vimos, la ley de 1868 no tenía, según confe
sión de sus mismos autores, otro valor que el pura
mente declarativo, pero sin sanción penal. Según que
los padres y el clero desplegaran más ó menos celo,
se conformaban ó no con ella. El cura católico y el
pastor protestante bautizaban, cada uno según su rito,
al niño que se le presentaba, sin preocuparse de la
ley, pues consideraban que desdé el momento en que
los padres se les presentaban es que querían que el
recién nacido fuera, según la solicitud, católico ó pro
testante. La estadística muestra que el clero protes
tante trabajó en su provecho más que el católico; mas
esta libertad así considerada no impidió que cierto
número de calvinistas protestara con violencia cada
196 JUDIOS Y CATÓLICOS

vez que un cura, usando del mismo derecho, bautizaba


un niño que, en virtud de la ley de 1868, hubiera de
bido pertenecer al protestantismo. No contentos con
protestar, exigían que los sacerdotes católicos trasmi
tiesen el extracto de los registros bautismales—el es
tado civil—al pastor de quien dependía el recien na
cido, ó lo que es lo mismo, querían obligar al cura
católico á entregar al protestantismo al niño que aca
baba de bautizar. Desde el punto de vista del dogma
y de la disciplina, el cura que hubiese aceptado este
compromiso hubiese sido considerado simplemente
como un traidor, y de aquí que el clero católico resis
tiera, declarando que, aún tomada á la letra, la ley
de 1868 no podía interpretarse en aquel sentido.
Tisza era demasiado librepensador para no echar la
culpa á los católicos, y así, en 1879, hizo añadir á la
ley un artículo concebido en estos términos: «Cual
quiera que reciba en otra confesión un menor de die
ciocho años—en contraposición á las prescripciones de
la ley de 1868—sufrirá una pena que podrá elevarse á
dos meses de prisión y 3o0 florines de multa.» Con
esta amenaza de prisión se esperaba subyugar al clero
católico, como si en Prusia no hubieran producido
medidas análogas un efecto diametralmente opuesto!
Los curas húngaros no se dejaron intimidar, y la ma
yor parte continuó observando las leyes de la Iglesia
sin provocación y sin debilidad. Pero en aquel terreno
se les esperaba, y á cada supuesta infracción de la ley,
funcionarios y pastores se apresuraban á denunciar á
los tribunales á los curas que habían bautizado á un
niño nacido de un matrimonio mixto.
En aquella época, no estaba aun suficientemente de
purada en el sentido masónico la judicatura húngara,
y, preciso es decirlo en su honor, rehusó seguir al mi
nistro en el terreno de la persecución abierta, decía
KH AUSTR1A-HUNGRIA 197

rando por lo regular absueltos á los sacerdotes católi


cos, fundándose en que el bautismo no entraba en los
casos señalados por la ley de 1879. Esta ley habla de
una conversión, del paso de una confesión á otra; pero
por el bautismo no se pasa á otra confesión, porque
antes de recibir este sacramento, no se es todavía cris
tiano. Luego no se podía castigar á un sacerdote por
haber conferido el bautismo á un niño que reivindi
caba el protestantismo.
En el ministerio de cultos no se había previsto esta
escapatoria. ¿Qué hacer? Una nueva ley podía provo
car mucho descontento en la población católica, por
lo que no se debía pensar en ella. Cediendo á las ins
tigaciones de las logias, el ministro de cultos, Tréfort,
intentó contener administrativamente á los curas re
beldes, y en 1884, envió una circular á todos los obis
pos, invitando á los curas á que se conformaran es
trictamente á las disposiciones de la ley de 1868, so
pena de caer bajo las prescripciones de la de 1879. Es
permitido creer que la amenaza no era seria, y que
sólo se tiraba á salir del paso. En efecto, Tréfort sabía
que los tribunales absolverían á todos los curas acu
sados de haber infringido la ley de 1868, y así, cuando
el cardenal Simor le hizo comprender que pedía una
cosa imposible, no se habló más de la circular, esta
bleciéndose prácticamente una especie de modus oi~
vendí, por virtud del cual el clero de ambos cultos
bautizaba á los niños que se le presentaban, y cada
año hubo, con el consentimiento tácito de los obispos,
dos ó tres casos en que el cura católico enviaba al
pastor protestante el extracto del bautismo del niño
que había bautizado.
A la muerte del ministro de cultos, acaecida en
1888, se recrudecieron las hostilidades. Excéptico por
su origen francés y su educación, espíritu muy abierto
JUDIOS Y CATÓLICOS

y devasta cultura intelectual, Tréfort nada tenía de sec


tario mezquino y rencoroso, y si suscitó algún embro
llo á la Iglesia católica, sólo fué por seguir la corriente
anticlerical iniciada por su jefe Tisza, pues su indife
rencia religiosa le preservaba de la manía de las per
secuciones y lo hacía accesible á la razón.
No sucedió lo mismo con su sucesor el conde Albrn
Czaky, á quien Tisza fué á buscar al fondo del distrito
de Zips. Católico de nombre, Czaky había mamado
con la leche materna la antipatía por la religión á que
pertenecía. Su madre era una baronesa Pronay, uno
de cuyos primos es curador supremo de los luteranos
eslovacos; su suegra es una baronesa Vay, y es sabido
que el curador supremo de los calvinistas húngaros es
un Vay. Este era el instrumento que necesitaba Tisza
para emprender con vigor el KuUurTiampf. El nuevo
ministro de cultos no tenía ni el genial espíritu, ni la
vasta cultura, ni las dotes oratorias, ni el talento ad
ministrativo de Tréfort; pero, á los ojos del jefe, su
odio al clero católico lo suplía todo. Tisza no se en
gañó en su elección; apenas instalado en el ministe
rio, mostró Czaky que era digno de las predilecciones
calvinistas, y como el puerco-espín grosero, hundió
sus dardos en toda carne clerical: obispos, curas, frai
les, todo el mundo tuvo qae sufrir.
Ensayó sus fuerzas en diferentes conflictos, y des
pués, sintiendo crecer su audacia, resolvió cortar la
cuestión de los bautismos que Tréfort había dejado
sabiamente dormir. En 15 de Septiembre de 1889 es
cribió al cardenal Simor, anunciándole que iba á re
glamentar el asunto con un decreto ministerial. El
Primado, viendo venir la tempestad, respondió el 14
de Noviembre, y en una memoria jurídica muy bien
escrita demostró que el decreto, tal como lo entendía
el ministro, lejos de cortar las dificultades, suscitaría
EN AU5TRIA-HUNGRIA 199

espantosas luchas religiosas en el país. Además, hízole


observar que, si persistía en su idea, los obispos se ve
rían en la imposibilidad de conceder la dispensa para
los matrimonios mixtos, de lo cual resultarían com
plicaciones que lanzarían al pueblo á trastornos inde
cibles. Era, por consiguiente, más prudente mantener
el stato quo hasta que el Parlamento modificase la ley
de 1868, tan manifiestamente contraria al derecho na
tural. A esta memoria, tan moderada como sustancial,
añadió el Cardenal copia de una carta que había di
rigido á Tréfort en 1884, carta que había hecho retro
ceder al ministro de entonces. Allí ,'donde Tréfort se
había batido prudentemente en retirada Czaky sintió
la necesidad de tomar, por lo contrario, la ofensiva,
replicando, el 2o de Noviembre, con una carta inso
lente en la que el sarcasmo sustituía á las razones.
Diez días después, Simor, conservando admirable
mente su sangre fría, hizo oir de nuevo el lenguaje de
la prudencia, de la sabiduría y de la moderación. Tra
bajo inútil, pues el ministro de cultos había tomado su
partido; no tuvo en cuenta los dos escritos del Carde
nal Primado, y aun se atrevió, algo más tarde, á sos
tener en el Reichslag que nadie le había prevenido. El
famoso decreto de 26 de Febrero de 189o, fué enviado
á todos los gobernadores, y el 22 de Marzo llegó á
manos de los obispos. La guerra quedaba declarada
por primera vez Oficialmente á la Iglesia católica y
«los judíos lanzaron en todas partes gritos de júbilo.»
CAPÍTULO TERCERO

CAÍDA DE TISZA.—MINISTERIO MODERADO DE JULIO SZA-


PARY. —CONFLICTO ECLISIÁSTICO.— MUERTE DEL CAR
DENAL SlMOR. —Su SUCESOR MoNS. VASZARY. —DlMI-
SIÓN DB JULIO SZAPARY.

La política anticlerical dominaba decididamente en


Budapesth. Czaky acababa de hacer lo que ninguno
de sus predecesores se había atrevido á intentar. Para
el presidente del gabinete era una victoria ruidosa;
nadie lo podía negar; pero es preciso añadir que este
triunfo personal fué efímero, pues á apenas se hubo
firmado el decreto, cuando una crisis ministerial pre
cipitó á Tisza del poder, haciendo también necesaria
una nueva orientación política. Tisza había previsto el
fin de su larga dominación, pero el astuto político es
peraba poder imponer un sucesor que fuese el here
dero de sus ambiciones, y gobernar en consecuencia á
la sombra de un espantajo cualquiera. Su amigo Czaky
era digno de ese papel de comparsa, y lo aceptó de
muy buena voluntad. Por dicha, no se había contado
con el rey, y aunque carece de energía, Francisco José
rechazó la combinación que le sugería Tisza, siendo
otro diputado de la mayoría liberal, el conde J. Sza-
pary, el encargado por la Corona de formar nuevo mi
nisterio.
Szapary era un liberal moderado de la escuela de
Deak, muy superior á Czaky desde todos los puntos
de vista. Naturaleza noble 4y elevada, cumplido caba
EN AUSTRIA-HUNGRIA SOI

llero, lleno de experiencia y tacto, fiel á su país y á


su rey, fiel también á su iglesia, cuyas enseñanzas res
petaba, el nuevo Presidente del consejo no estaba ani
mado de los odios y preocupaciones de su predecesor.
Este había desencadenado los más perversos instintos
en el país, y conducido de frente la guerra contra la
religión, la guerra contra las nacionalidades, y en se
creto, la guerra contra Austria y la dinastía de Habs-
burgo. Anticlericalismo, magiarismo y kussuthismo—
que se me permita esta expresión bárbara,—tal era en
tres palabras el sistema gubernamental de Tisza, y
su caída debióse á su deseo de vencer ostensiblemente
en este terreno.
Szapary comprendió que para llevar la paz á los es
píritus era necesario en cierto modo procedes en con
trario sentido al de esta política malsana y respetar á
la yez la religión, las nacionalidades y la monarquía.
Animado de las mejores intenciones, demostró con sus
actos que aspiraba seriamente á la pacificación del
país.
Bajo la dictadura de Tisza, los sajones protestantes
de Transilvania eran el blanco de las vejaciones más
odiosas, y uno de sus gobernadores, el garibaldino
conde Gabril Bethlen, los oprimía desde hacía dieci
seis años á la manera de un Gessler. Szapary adoptó
con relación á ellos una actitud muy conciliadora: li
bertólos de Bethlen, de Desiderio Banfly y de algunos
otros tiranuelos, y les hizo una serie de concesiones
que fueron acogidas con júbilo, y de tal modo supo
ganárselos, que logró que sus diputados salieran de la
oposición y formaran en la mayoría gubernamental.
El sentimiento exagerado de patriotismo magiar de
Tisza los había irritado, pero la alteza de miras del
nuevo ministro los había llevado á su completa capi
tulación.
JUDIOS Y CATÓLICOS

Szapary no fué menos afortunado con los servios de


Hungría. En la medida en que habían sido oprimidos
por Tisza, pudieron regocijarse del nuevo régimen.
Este cambio apaciguó sus odios inveterados y los ganó
á la causa del gobierno. Si Szapary hubiese tenido
tiempo, hubiera obtenido el mismo resultado con los
rumanos. Todo demostraba que poseía en toda la línea
las aptitudes de un verdadero hombre de Estado.
Al mismo tiempo que reconciliaba á los sajones, los
servios y los rumanos, esforzábase en estrechar los
lazos que unen á Hungría con Austria. No sólo consi
deraba como cosa sagrada el pacto de 1867, sino que
tomó á pechos mantener la unión más estrecha entre
su país y el ejército común, operando tan bien en este
terreno, que los patriotas exagerados lo trataban de
criminal y le acusaban de hacer traición á las «aspira
ciones nacionales» y de no ser más que un vil corte
sano. Este agravio fue tambien explotado contra él por
los liberales, cuando les plugo derrotarlo.
Fácil es pensar que Szapary hubiera deseado sobre
todo restablecer la paz entre la Iglesia y el Estado, y
apagar las llamas del Kurturkampf tan pérfidamente
atizadas por el precedente ministerio. Reducido á sí
mismo, ó mejor rodeado, hubiera realizado ciertamen
te esta parte importante de su programa, porque, fue
ra de los judíos y de los calvinistas, nadie quería la
lucha. Pero Tisza daba la guardia, semejante á los
francmasones que rodean el lecho del cofrare mori
bundo para impedir que se acerque el sacerdote. Su
sueño hubiera sido ver la presidencia del consejo en
manos de Czaky, pero ya hemos indicado que fracasó
en esta tentativa; sin embargo, logró por lo menos
mantener á su ángel malo en el ministerio de cultos,
lo que después de todo, era lo esencial. Con la obsti
nación propia de los ruines espíritus, Czaky continuó
EN AUSTRIA-HUNGRIA ÍO)

en el nuevo ministerio la obra de persecución iniciada


en el precedente, preocupándose poco ó nada de las
ideas personales de su jefe. El decreto de 26 de Febre
ro fué enviado á los obispos únicamente un mes des
pués de haberlo firmado,, de suerte que pudieran con
siderarlo como el regalo por el impuesto que debían
pagar al advenimiento del conde Szapary, queriendo
dar á entender con esto al país que nada se había cam
biado, ni siquiera el número del hilo, y desvirtuar así
todas las esperanzas católicas.
Cuando el público conoció el tenor del decreto, se
produjo en todo el reino una estupefacción de que
nada podría dar idea. Decretaba el ministro que todo
sacerdote que rehusara librar al pastor protestante la
nota de bautismo de un niño nacido de matrimonio
mixto debía pagar una multa, y que esta contraven
ción debía ser apreciada, no por el juez ordinario, sino
por las autoridades administrativas ó el prefecto de
policía (i). Como se ve, era esto la más inicua arbitra
riedad, y de tal modo lo comprendía así el ministro,
que no tuvo el valor de someterse á las decisiones de
la magistratura, porque preveía que negaría toda va
lidez á su interpretación de las leyes de 1868 y 1879.
La suerte estaba echada y los espíritus moderados
veían con tristeza abrirse una era de inextricables
conflictos. El gobierno y el episcopado, el clero pa
rroquial y la burocracia iban á encontrarse frente á
frente, y como decía el cardenal Simor, la paz amena
zaba ser irremediablemente turbada. De hecho va á
leerse una de las páginas más tristes y dolorosas de la

(1) Para comprender la gravedad de este decreto, es pre


ciso recordar que, por el hecho de esta trasmisión del ex
tracto del bautismo, el niño pasaba oficialmente al protes
tantismo y quedaba obligado por la ley á ir á la escuela
protestante y recibir instrucción religiosa protestante.
3o4 JUDIOS Y CATÓLICOS

historia de Hungría, una página, ¿por que no confe


sarlo? en la que el honor del episcopado no siempre
estuvo á la altura deseada.
La actitud de los obispos no podía ser dudosa, por
que el decreto de Febrero les pedía una concesión im
posible. Todo el mundo reconocía que al bautizar al
niño que se le presenta al sacerdote católico lo recibe
en el regazo de su Iglesia. Pues bien, el ministro hún
garo exigía que el cura entregara este mismo niño al
protestantismo, lo borrara de su propio registro de
bautismos y lo considerara oficialmente como un pro
testante, cualesquiera que fueran por otra parte los
deseos del padre y de la madre. El pueblo inventó una
expresión pintoresca para caracterizar este proceder,
pues decía que se entregaría al niño un pasaporte para
el infierno. La ley de 1868 era inadmisible desde el
punto de vista del derecho natural, y por eso no se
había tenido en cuenta. Czaky lo envenenó todo al
darle una interpretación abusiva y al hacerla ejecutar.
El cardenal Simor convocó al punto á sus colegas
para combinar con ellos un plan de acción común. La
conferencia tuvo lugar el 1 2 de Abril de 189o en el
palacio primacial de Ofen. Desgraciadamente lo que
pasó en el seno de esta reunión demostró que Hungría
no había llegado al límite de sus pruebas, pues era evi
dente que el ministro de cultos había encontrado apo
yo y cómplices en el mismo episcopado. El Primado
quería que todos los obispos protestasen en una carta
colectiva contra las temerarias pretensiones del minis
tro, pero se estrelló ante la formal oposición de algunos
prelados, y el rumor público no tardó en designar
como el alma de esta pandilla á un arzobispo, cuyas
miras ambiciosas eran conocidas. Simor estaba que
brantado por la falta de salad y el trabajo y sus días
eran contados; el arzobispo, cuyo nombre corría de
EN AUSTftlA-HUNGRIA 905

boca en boca, ambicionaba, según se decía, el puesto


de primado, y para lograrlo, trataba de asegurarse la
protección del ministro de cultos. Cuando el cardenal
Simor adivinó la intriga, quedó aterrado; pero la fac
ción era poderosa, y hubo que ceder, por lo que, en
vez de una carta, la Conferencia dirigió á los curas
una corta circular, en la que se les ordenaba someterse
al decreto ministerial, mientras decidía la Santa Sede.
Empezaba el famoso interim, y con él, innumerables
dificultades. Más perspicaz, iba decir más ortodoxo,
que ciertos obispos, el clero parroquial se negó á some
terse al decreto ministerial, y en la mayor parte de
las reuniones de los sacerdotes acordóse resistir, aun
á trueque de sufrir todos los castigos, multas y prisio
nes. Era esto una protesta contra el ministro, pero
también una rebelión contra la autoridad eclesiástica,
y como en el siglo xvi, cuando la Reforma, simples
curas amonestaban á sus obispos. Encontrábanse éstos
en una situación dolorosa, porque sabiendo que los
curas en el fondo tenían razón, viéronse obligados á
soportar en silencio la dura lección que les daban sus
subordinados. Sin embargo, para ser justos, es preciso
añadir que la mayor parte de los obispos estaban de
acuerdo con sus curas, y que en la conferencia de
Ofen habían votado el iníerim con la muerte en el alma.
El Cardenal Simor entabló negociaciones con la
Santa Sede, y si bien fueron secretas, conócense por
las contestaciones que vinieron de Roma, las cuestio
nes que se habían consultado. Preguntaba el Primado
si podía el clero—an toleran possit—conformarse con
el decreto de 26 de Febrero, y si subsistente este decre
to, podían los obispos autorizar en adelante los matri
monios mixtos. En su primera carta de 7 de Julio de
189o, el cardenal Rampolla respondía negativamente
á las dos preguntas. Además, se rogaba á los obispos
ao6 JUDIOS Y CATÓLICOS

que comunicasen esta doble decisión al clero parro


quial, á fin de «que comprendiese cuán opuestos eran
á los principios católicos la ley de 1869 y el decreto
de 1890.»
Rudo golpe hubiera recibido el ministerio si se hu
biese publicado entonces la carta del Cardenal Ram -
polla; pero la Iglesia de Hungría tiene que pasar por
todas las desdichas, ya que cuando no son los obispos
los que la abandonan es el rey apostólico quien le
pone trabas. Czaky había olido la decisión de Roma,
y como todavía no tenía hecha la concentración de sus
mamelucos en la Cámara, quiso á toda costa impedir
la publicación, y se jugó su último triunfo, el rey. La
corte de Viena ordenó á Simor que contemporizase
y... contemporizó.
Su condescencia prueba cuán enemiga es la Iglesia
de provocar luchas y conflictos. Poco le hubiese cos
tado resistir á las instancias del Rey y crear formida
bles dificultades al gobierno. No lo hizo, sino que
deseando ante todo la paz religiosa, buscaba el medio
de dar tiempo al ministro de cultos para que se ba
tiese en honrosa retirada, y con este mismo objeto
dirigióse por segunda vez á Roma á fines de Agosto.
Siendo como lo era gran teólogo, no tenía necesidad
de nuevas informaciones, pues conocía muy bien la
importancia doctrinal del decreto de Febrero; pero
esperaba siempre que el gobierno aprovecharía aque
llas dilaciones para proponer un modus vivendi.
El Cardenal creía encontrarse enfrente de un go
bierno leal, preocupado de los intereses religiosos y
inorales de la nación; pero en esto precisamente se
engañaba, pues impulsado por las logias., Czaky no
perseguía másque un fin: la ruina de la Iglesia. Y así,
mientras Simor negociaba con Rema y Viena, mien
tras que muchos obispos se encerraban en una fatal
EN AUSTR1A-HUNGRÍA 2OJ

inacción y abandonaban á sus sacerdotes á las vejacio


nes de la administración, el ministro de cultos prepa
raba sus baterías. En efecto, habiendo logrado en No
viembre una mayoría segura de diputados, hízole
aceptar una moción que declaraba que debía mante
nerse la ley de 1868 y que el decreto de Febrero era
completamente legal.
A consecuencia de esta odiosa maniobra, decidióse el
Cardenal á publicar los dos decretos romanos, el de 7
de Julio y el que acababa de recibir el 2o de Septiem
bre, y convocó á los obispos para el 16 de Diciembre,
con tanto más motivo, cuanto que el 18 debía someterse
la cuestión al Senado y que la derrota del ministro
era segura. El plan de Simor era muy sencillo: llevaba
preparada una carta colectiva que sometería á la firma
de todos los obispos, y con esta carta se publicarían
los dos documentos de la Santa Sede. En el Senado
quería el Cardenal pronunciar un gran discurso y po
ner en evidencia la deslealtad del gobierno.
Se celebra la conferencia, y nada se publica; llega
la sesión del 20, y se calla el Primado. El conde Zichy
y Mons. Schlauch declaran secamente que renuncian
á discutir la cuestión religiosa. ¿Qué había sucedido
en aquel intervalo? El 17 de Diciembre, el Rey había
creído poder echar ana vez más todo el peso de su
autoridad sobre la conducta del Cardenal Simor y del
episcopado: la corte capitulaba y obligaba á los cató
licos á aceptar las condiciones de esta cruel derrota.
Esto fué demasiado para el valiente que había hecho
frente á tantos adversarios y que fué vencido por sus
propios amigos- Un mes después—el 23 de Enero de
1891 —moría el Primado en Grau, llevándose consigo
á la tumba indecibles disgustos. Para la Iglesia de
Hungría fué una pérdida irreparable, Simor había sido
el alma de la resistencia católica; en él se personifica
SoR JUDIOS Y CATÓLICOS

ban, por decirlo así, todas las energías religiosas de la


fuerte raza magiar. En medio de todos los desfalleci
mientos y de todas las cobardías, alzábase él como
roca inquebrantable. El salvó el honor del episcopado
húngaro, tristemente comprometido por uno ú-otro
de sus colegas y á veces por el mismo Cardenal Hay-
nald; y cuando los otros guardianes del templo dor
mían ó temblaban ó hacían traición á su causa, Simor
velaba, luchaba, agrupaba en torno suyo las buenas
voluntades. El ejército católico, clero y fieles, había
encontrado un general digno y capaz de dirigirlo.
A juzgar por la apariencia casi raquítica de este
prelado, nadie hubiera sospechado que tenía ante sí
un gran caudillo del pueblo. Simor carecía del aire
despierto y vivo que indica á primera vista gran inte
ligencia; faltábale también el porte majestuoso que
arrebata las miradas; pero su fisonomía era caracterís
tica y el fulgor de sus ojos revelaba una inteligencia
poderosa. Subyugaba con su mirada, y cuando se
rompía el hielo, quedaba uno pendiente de sus labios.
Gustaba de hablar con el visitante que le interesaba,
y bien pronto se daba uno cuenta de que trataba con
un espíritu muy ilustrado. El cardenal Simor era, en
efecto, muy sabio, y sólo por su ciencia pudo él, hijo
de un zapatero remendón de Stuhlweisenburgo, ele
varse á la más alta posición que un hombre puede al
canzar en Hungría, pues salido de los últimos grados
de la escala social, había llegado á ser arzobispo de
Grau, Primado de Hungría, Legado del Papa y Prín
cipe de la Iglesia. Tanto lustre y esplendor no desva
neció al humilde sacerdote; bajo la púrpura seguía
siendo humilde consigo y con su familia, y en un país
en que tanto domina el nepotismo, mantúvose siem
pre al abrigo del contagio. No obstante sus inmensas
rentas, no se valió de ellas para enriquecer á los su
EN AUSTRIA-HUNGR1A 2o9

yos, y exigió que sus padres no cambiasen en nada su


género de vida: el Cardenal no se avergonzaba de la
tiendecilla en que había nacido. Destinó sus riquezas
á buenas obras y á trabajos de utilidad pública: cLos
beneficios eclesiásticos—decía —pertenecen á Dios y á
los pobres.» Simor fué un Mecenas en la alta y her
mosa acepción de la palabra: acabó y adornó con su
dinero la catedral de Grau, que le costó más de a mi
llones; construyó un palacio primacial, y estableció
en él una inmensa biblioteca, una galería de pintu
ras, etc.; fundó escuelas de todas clases, abrió hospita
les y se mostró tan generoso con los asilos, que se le
llamó el padre de los huérfanos. En medio de estas
grandes y numerosas obras le sorprendió la muerte.
Toda la Hungría católica lloró á este santo atleta: ha
bía perdido á su jefe, y pensaba en el porvenir con
opresora inquietud, buscando en vano un sucesor que
fuera digno del mando.
Si sólo hubiera dependido de Czaky, sin duda que
la vacilación no hubiera durado mucho, pues apenas
hubo descendido el cardenal Simor al sepulcro, cuan
do el ministro de cultos confió la dirección de los
asuntos primaciales á Mons. Samassa, arzobispo de
Erlau. Evidentemente no era éste el sucesor que hu
biera escogido el Primado difunto, pues en el conflic
to eclesiástico, Mons. Samassa no había desempeñado
un papel muy heroico, y, quizás sin darse cuenta de
ello, había proporcionado no pocos disgustos á los
obispos que tomaban intrépidamente la defensa de la
Iglesia. Czaky reconoció en este prelado el hombre
que le convenía—sin razón ninguna, como Mons. Sa
massa debía demostrarle más tarde—y nombróle Pri
mado interino, esperando que la Santa Sede ratificase
su elección.
Dos decepciones le esperaban. Desde luego rnonsc-
u
3IO JUDIOS Y CATÓLICOS

ñor Samassa, aun cuando lo hubiese querido, hubiera


sido incapaz de secundar eficazmente su política, por
que ya no era tiempo. La conciencia católica se había
despertado seriamente en el país; á pesar de los pro
cesos y de las condenaciones, el clero parroquial se
mantuvo firme, prefiriendo la persecución á la felo
nía, y el pueblo lo apoyaba con todas sus fuerzas,
como todos pudieron convencerse en las elecciones
legislativas de principios de 1892. En efecto, estas
elecciones ofrecieron un espectáculo inusitado en
Hungría. Hasta entonces, los curas y los obispos, sos
tenían por lo general las candidaturas del Gobierno,
y los que de ellos se hacían elegir sentábanse todos en
la mayoría ministerial. Mas por primera vez, algunos
obispos, entre otros los de Rosenau y Stuhlweisen-
burgo, publicaron órdenes especiales con ocasión de
las elecciones, y en las reuniones electorales, la polí
tica religiosa constituía el tema principal de todas las
discusiones. En cerca de 8o distritos comprometié
ronse por escrito los candidatos á defender los intere
ses católicos y á rechazar todas las leyes anticristia
nas. Algunos sacerdotes habían tenido la debilidad de
aceptar candidaturas oficiales, pero á excepción de
uno solo, todos fueron derrotados por la oposición
clerical. El viento había cambiado por completo.
Czaky se había engañado en sus cálculos, y la sim
patía real que le profesaba el arzobispo de Erlau era
una cantidad despreciable. Del mismo modo se enga
ñó en la esperanza de que la Santa Sede elevara á
Mons. Samassa á la Silla primada de Grau. Sin duda
no se conocerán jamás todas las enojosas intrigas ur
didas con ocasión de esta vacante, y quizás la memo
ria de más de un obispo gane con este discreto silen
cio. El Vaticano procedió con tanta prudencia como
firmeza, frustrando todas las maquinaciones del gabi
EN AUSTRIA-HUNGRIA 911

nete húngaro, y á los diez meses de laboriosas nego


ciaciones, súpose de repente que el Príncipe-Primado
de Hungría llevaba el nombre desconocido de Nicolás
Vaszary, monje benedictino que hasta entonces había
gobernado la grande abadía de Martinsberg.
No dejó de producir cierta sorpresa este nombra
miento, porque se esperaba ver conferida la dignidad
"primacial á un prelado que hubiese representado al
gún papel político en los últimos tiempos. Ciertamen
te no faltaban hombres muy capaces en el episcopado
húngaro, y el gobierno tenía sus candidatos, que no
deseaban nada mejor que la sucesión de Simor; pero la
Santa Sede prefirió nombrar á un hombre nuevo, y
pronto vieron todos que su elección era excelente,
mejor de lo que hubiesen deseado los ministros libe
rales.
Vaszary escogió por divisa esta sencilla palabra:
Pax; pero esta palabra era todo un símbolo. El arzo
bispo de Grau quería hacer ver que, en medio de la
general efervescencia, se esforzaría en calmar las ani
mosidades, y que tendería lealmente la mano al go
bierno para que saliera del callejón sin salida en que
se había metido. Llevaba la pi^ en los pliegues de su
hábito y abrigaba la esperanza de hacerla aceptar á los
más refractarios enemigos de la Iglesia.
Su divisa recibió una interpretación auténtica algu
nos meses después de su instalación en Grau. El 22 de
Marzo de 1892, la Sociedad de San Esteban, de Buda-
pesth, celebró su asamblea general. Asistió el Príncipe-
Primado y pronunció, aprovechando la ocasión, un
discurso-programa que fue una obra maestra de diplo
macia y prudencia apostólica. La cuestión candente
del día—el conflicto provocado por el decreto de Fe
brero—fué tratado por él de mano maestra. Sin sacri
ficar aada , Mons. Vaszary trata con mucho miramien
213 JUDIOS Y CATÓLICOS

to al ministro, declara que el decreto del 26 de Febrero


es obra de buena fe, menos causa que efecto del mal,
que el mal reside en la funesta ley de 1868, que esta
ley es la que debe reformarse, que el punto de vista
católico es perfectamente aceptable, y así lo confiesan
hombres de Estado liberales, tales como José Eótvos.
Abade luego que él se ha apresurado á entablar á este
propósito conferencias con el gobierno y con la Santa
Sede, y que podía esperarse con confianza el resultado
de estas negociaciones.
Fácil es pensar que el pueblo católico acogió este
discurso con verdadero júbilo. Todo el mundo creía
que el nuevo Primado lograría hacer triunfar la paz, si
el gobierno consentía en romper con las logias masó
nicas. En el clero parroquial restablecióse poco á poco
la calma, y un grito de consuelo atravesó todo el reino.
¡Habemus pontificem! «¡Por fin tenemos un Pontífice!»
¡Qué desgracia que el gobierno no mostrase á su vez
disposiciones más pacíficas y aceptase las proposiciones
que le ofrecía tan noblemente el Primado de Hungría!
Pero Czaky y los sectarios que había detrás de él te
mían precisamente la paz, y por eso pusieron en juego
todas sus aitimañas para hacerla fracasar. Así, lejos de
secundar al Primado, multiplicó el ministro de cultos
las vejaciones, alentó todas las mociones liberales—
recepción de los judíos, libertad é igualdad de todos los
cultos, etc.,—y proclamó en pleno Parlamento que no
tocaría á la ley de 1868. Como su predecesor, Monseñor
Vaszary tuvo que reconocer que el ministro era hostil
á toda reconciliación formal, por lo que sólo le restaba
mirar de frente esta dolorosa situación y poner á la
Iglesia en estado de defender sus derechos é intereses.
Esto se hizo en la Conferencia episcopal que el Pri
mado convocó para el 12 de Mayo de 1892. Añadiendo
la burla á la injusticia, el ministro había propuesto un
EN AUSTR1A.-HUNGRIA 51?

acomodamiento; consistía en que el cura católico li


brase el extracto del bautismo á un funcionario muni
cipal que se encargaría de trasmitirlo al pastor pro
testante. La Conferencia de Ofen rechazó esta irrisoria
combinación, que no cambiaba absolutamente nada
en cuanto al fondo de las cosas, porque el niño resul
taba siempre protestante, y pidió la revisión de la ley
de 1868. El 4 de Junio siguiente, Mons. Vaszary indicó
su arreglo en el célebre discurso que pronunció en el
Senado. Al tono provocativo que Czaky había em
pleado el 2o de Mayo en la Cámara de diputados, res
pondió el Primado con extremada moderación, lle
gando hasta el último límite de la condescendencia.
No reclamó la abrogación inmediata de la ley de 1868,
lo que podría parecer difícil, sino que pidió única
mente que se interpretase el párrafo la en sentido
meramente declarativo. Según esta interpretación muy
legítica, la ley abandonaba á los padres el derecho de
reglamentar la educación religiosa de sus hijos, de
modo que era un consejo y no una orden lo que daba
al recordar el viejo principio: Sexus sequitur sexum.
Si bien no resolvía definitivamente el problema, la
moción del Primado estableció por lo menos un mo-
dus vvoendi tolerable—el mismo que había subsistido
largo tiempo,—y el episcopado, como la mayoría del
Senado, aceptaban esta opinión moderada. Pero el mi
nistro rechazó esta tentativa, como las precedentes, no
quedando por lo mismo ni vestigios de aquella «har
monía tradicional» entre la Iglesia y el Estado, de que
había hablado el Rey en el discurso de la Corona de
22 de Febrero. Al mes siguiente empezaron las vaca
ciones parlamentarias, después de una sesión por ex
tremo tempestuosa, y además se iba á complicar la
situación con una crisis ministerial.
La campaña anticlerical que á grandes rasgos acá
914 JÜDIW Y CATÓLICOS

bamos de bosquejar había sido exclusivamente dirigi


da por Czaky. El presidente del Gabinete, que desde
el principio se había mostrado falto de energía y con
fianza en sí mismo, se había dejado llevar á remolque
por el ministro de Cultos. Personalmente hostil á to
das las medidas vejatorias, cubríalas no obstante con
el manto de su autoridad, y todos contemplaban el
extraño espectáculo de que nunca había sido tan per
seguido el clero como bajo el régimen de un ministro
moderado. ¿Había esperado el conde Szapary conci
llarse con su debilidad á sus sectarios colegas y con
servar por lo menos su cartera? Si se había hecho este
cálculo despreciable, pudo apercibirse bien pronto de
que la gentuza no se contentaría con el hueso clerical
arrójado á su voracidad. Lo que deseaba «la pandilla
Tisza», representada por Czaky, era el poder sin res
tricciones y sin partición.
De ello se tuvo la prueba el 5 y 6 de Septiembre
cuando Kolomán Tisza celebró en Komorn su jubileo
como procurador supremo de la Iglesia transdanubia-
na. Hízose de esta fiesta de familia un levantamiento
contra el catolicismo. El obispo calvinista Gabriel Pap
pronunció un discurso de inaudita virulencia, que ter
minó con la moción siguiente: «Los padres—en los
matrimonios mixtos—que hacen bautizar á sus hijos
por el sacerdote católico deben ser obligados por la
autoridad civil á enviarlos á la escuela del pastor pro
testante!»
El hijo de Kolomán Tisza, joven diputado, apeló
también al brazo secular para hacer triunfar á la Igle
sia reformada. Y á tal extremo llegó esto, que un
gran periódico no vaciló en decir: «En Komorn, hemos
visto al ultramontanismo calvinista, que, en orden á
la intolerancia, supera con mucho al ultramontanismo
católico.»
EN AUSTRIA -HUNGRIA 915

La ofensa pública hecha al catolicismo era de excep


cional gravedad, y los más indiferentes pensaban que
el obispo Gabriel Pap había traspasado las fronteras,
y la calma perfecta con que el Príncipe-Primado res
pondió á estas ultrajantes provocaciones puso más de
relieve lo odioso de las violencias de los energúmenos
de Komorn.
El clero y el pueblo estaban conmovidos, irritados;
y el 8 de Septiembre dirigióles Mons. Vaszary una or
den en la que les predicaba la paz con tanta sereni
dad, que arrancó un grito de admiración á sus mismos
adversarios. «La fortaleza, —decía—esta virtud cardi
nal, no sólo se manifiesta en la acción, ¡sino también
en la paciencia;» y concluía diciendo que, en interés
de la patria, era preciso volver el acero á la vaina.
Para los partidarios de Tisza, la botaratada de Ko
morn constituía un fracaso. De aquí que afectaran no
haberse enterado de ello, y avivaran enérgicamente
sus ataques, forzando al infortunado Szapary en sus
últimos atrincheramientos. En vano les había hecho
concesión tras concesión, y prometido todo, aun la
secularización del estado civil; se le exigía, no ya
sacrificios, sino su personal inmolación. Viéndole re
troceder constantemente, resolvieron acabar con él á
toda costa, y le tendieron un lazo del que no podría
ya desligarse. Sacaron del arsenal, donde yacía algo
olvidado, el matrimonio civil, y todo el mundo com
prendió de repente, si bien con sorpresa, que esta
cuestión era el punto capital del programa de los li
berales. Por esta vez no era posible capitular, y el
Gabinete Szapary presentó la dimisión, demasiado tar
de en el sentir de los que tienen una idea más ele
vada de la dignidad humana y del sentimiento del
honor.
CAPÍTULO CUARTO

MINISTERIO VECKBRLÉ. — PROGRAMA. ANTIRRELIGIOSO DEL


GOBIERNO. —RESISTENCIA DE LOS OBISPOS. —DESPERTA
MIENTO CATÓLICO. —TODOS LOS ELEMENTOS CRISTIANOS
DEL REINO RECHAZAN LA IDEA DEL MATRIMONIO CIVIL
OBLIGATORIO.

Szapary sucumbía á una intriga calvinista, á una re


volución palaciega hábilmente preparada. No obstan
te las apariencias, menos se odiaba su programa po
lítico, que su persona, y si los liberales deseaban
ardientemente su caída, es porque esperaban susti
tuirlo cou un ministro hechura suya. A sus ojos, Sza
pary tenía un defecto capital, irremediable, que nada
podía atenuar ni corregir: católico creyente, intenta
ba conciliar su fe con los principios del liberalismo.
¡Un católico presidente del Gabinete, bajo el cetro de
un rey apostólico!... ¡Los judíos no toleraban por más
tiempo esta monstruosa anomalía! Costase lo que cos
tase, era preciso un pretexto para echarlo abajo. ¿No
se había convertido el reino de san Estéban en feudo
del calvinismo y del judaismo? Los católicos son 10
millones; los calvinistas, los protestantes y los judíos
reunidos apenas llegan á tres millones: á estos corres
ponde, pues, dominar la nación. ¿Qué de más natural
que esta lógica liberal? Por eso no fué larga la vacila
ción en las esferas en que se decretaban los destinos
del país, y aun no habían desaparecido los pies de los
que se llevaban el ministerio difunto, cuando ya aso
maban por la puerta los del nuevo gabinete.
BM AUSTRIA-HÜNGRIA 917

Como es fácil pensar, «ía pandilla Xisza» volvía al


poder. Sin duda que el viejo Kolomán permanecía
oculto entre bastidores, pero tenía muñecos que iba á
mover en escena para mayor satisfacción de Israel. El
nuevo ministerio era su obra, su propiedad, pues se
componía de discípulos cuidadosamente escogidos á
mano.
Hungría tenía un gabinete francamente calvinista y
sectario. Weckerlé, el presidente, pertenecía á ese
protestantismo racionalista y liberal que hace causa
común con el calvinismo incredulo; tres de sus cole
gas eran calvinistas declarados, Szilagyi, el conde Luís
Tisza, hermano menor de Kolomán, y el conde Beth-
len; y sin ser calvinistas en sí mismos calvinistas, los
otros ministros eran hechuras de Tisza, á quien debían
su fortuna política. La homogeneidad era, pues, com
pleta, y la guerra contra el catolicismo y las otras con
fesiones cristianas podía ser renovada con nuevo vi
gor. Con un jefe como Weckerlé era casi segurala
victoria.
Weckerlé tiene sobre Tisza considerable ventaja,
pues es en extremo popular en su patria adoptiva. Es
píritu de primer orden, de prodigiosa potencia para el
trabajo, muy instruído y bastante elocuente, posee
además un caracter que despierta simpatías. Joven
aún, pues nació en 1848, afable, sonriente, insinuan
te y cauteloso como un suabo, se atrae con sus seduc
tores modales lo que no domina con su talento. Gra
cias á este conjunto de cualidades amables y sólidas, ha
hecho rápida carrera. Luego de acabar sus estudios
en la Universidad de Pesth, entró en el ministerio de
Hacienda, distinguiéndose en él por sus aptitudes po
co comunes, tanto que Tisza se lo asoció en 1886 co
mo subsecretario de Estado en Hacienda. En aquella
época, el presupuesto de Hungría atravesaba una cri
9l8 JUDIOS Y CATÓLICOS

sis que hacía temer una catástrofe. Los impuestos cre


cían en proporción aterradora, y lejos de llenarse, el
abismo del déficit se ahondaba cada año. Era necesa
rio encontrar un remedio á este mal, y Tisza esperaba
que, con el concurso de Weckerlé, daría con una
combinación rentística que salvara al país. Al cabo de
tres años, el déficit había desaparecido totalmente del
presupuesto. Verdad era que se había logrado este re
sultado á cambio de enormes sacrificios, pero no por
eso dejaba de ser un éxito brillante, cuyo mérito re
caía por completo en Weckerlé. Por esto fué grande el
júbilo en Hungría, cuando en 1889, se le confió la
cartera de Hacienda. Sabíase que era enemigo del fis-
calismo exagerado, y que la prosperidad económica
del reino le era tan cara como el equilibrio del presu
puesto, y de aquí que todos á una aplaudieran su
nombramiento.
Hasta entonces Weckerlé sólo muy indirectamente
se había mezclado en la política religiosa del gobier
no húngaro; la obra de descristianización había sido
confiada á otros. Pero Tisza, para quien la cuestión
religiosa era lo principal, esforzóse en infundir en su
colega protestante el fanatismo anticatólico por que
estaba él mismo obsesionado, y triunfó. El ministro
de Hacienda fué compartiendo poco á poco las odio
sas pasiones del implacable calvinista, y en vez de en
cerrarse en su esfera, hizo frecuentes incursiones en el
campo religioso, acabando por convertirse en encar
nizado partidario de las reformas eclesiásticas recla
madas por los judíos y los francmasones. Estaba, pues,
maduro para la presidencia der consejo: el papa calvi
nista que todo lo había tramado y preparado, juzgó
llegado el momento de elevar á su vasallo al pinácu
lo; con una maniobra fue echado á pique el candido
conde Szapary, y Weckerlé puesto en su lugar. cLa
IM AUSTRIA -HUNGRIA Slj

prensa judía de Pesth—escribía poco después la Kreus-


seüung—celebra orgías de júbilo.»
La exaltación se explicaba fácilmente, pues no se
tardó en saber que la grande, iba á decir la única mi
sión del gabinete Weckerlé era la de renovar la polí
tica religiosa de Tisza. Ni siquiera hubo vacilación
sobre este punto, porque desde el 22 de Noviembre
de 1892 —el ministerio había sido nombrado el 17—
desarrolló el presidente del Consejo su programa ante
la Cámara: secularización del estado civil, recepción
de los judíos, libertad de cultos, matrimonio civil
obligatorio; como se ve, toda la lira calvinista. La de
claración de guerra, lanzada en la asamblea de Komorn
por el obispo Pap, se desarrollaba aquí con formas
menos provocativas, pero coa no menos decisión. No
se hablaba de atacar directamente á la Iglesia, pero se
anunciaban leyes que en realidad debían ser instru
mentos de persecución.
Muy diversos fueron los sentimientos con que la
Cámara acogió el programa de Weckerlé. Según el
Pesíher Lloyd, el ministro se había aventurado en un
mar tormentoso: «Numerosos relámpagos—decía el
periódico—iluminan las nubes, y vientos contrarios se
desencadenan de todos los horizontes.» Únicamente el
ala izquierda del partido gubernamental—lo* revolu
cionarios de Kossuth—aplaudían con frenesí. Los ele
mentos moderados no ocultabanla sorpresa ni su des
contento. El jefe del partido nacional, el conde Alber
to Apponyi, hizo reservas y declaró que la reforma
de la legislación matrimonial le parecía prematura,
rehusando comprometerse por el matrimonio civil
obligatorio. La misma mayoría liberal se respingó con
tra el plan de acción que «la pandilla Tisza» intenta
ba imponer al partido sin haberle consultado.
Ante esta oposición inesperada, vióse obligado el
JUDIOS Y CATÓLICOS

jefe á dar contra vapor, y como los descontentos se


referían sobre todo al matrimonio civil, creyó deber
calmar las susceptibilidades lastimadas con relación á
este punto. En efecto, en una sesión celebrada el 27 de
Enero, declaró que las diversas partes del programa
no ligarían á los miembros de la mayoría más que el
día en que tales proyectos de ley fueran aprobados
por ellos y depositados en la mesa de la Cámara. Por
de pronto cada uno conservaba su libertad de acción.
A pesar de estas largas concesiones, quedaron recal
citrantes. Tres de los diputados ministeriales más influ
yentes, entre otros el antiguo presidente de la Cáma
ra, Péchy, protestante celoso y curador de la Iglesia
evangélica en Hungría, se retiraron del partido dicien
do que consideraban dañino el matrimonio civil, ó por
lo menos inoportuno. Este era el convencimiento de
otros muchos diputados gubernamentales.
La oposición [que estallaba en el seno del Congreso
no era más que la repercusión de una oposición mu
cho más viva que se manifestaba en el país. Los grie
gos orientales, servios y rumanos, rechazaron con in
dignación la idea del matrimonio civil. Aceptando la
opinión de Péchy, los protestantes luteranos rechaza
ron igualmente las reformas eclesiásticas que quería
regalarles la pandilla calvinista. Los sajones sobre
todo, aun cuando sus diputados habían hecho la paz
con el gobierno, en el ministerio Szapary, entendían
conservar su legislación matrimonial tradicional. Todo
el mundo desconfiaba de aquel presente, bajo el cual
se sentía la mano rapaz de los judíos.
Los católicos estaban más interesados que los otros
cristianos en evitar la redada de Weckerlé, porque lo
que principalmente se odiaba era su Iglesia. Aleccio
nados por dolorosa experiencia, aparecieron esta vez
en su puesto de honor. La caída de Szapary y el adre
EN AUSTRIA-HUNGKIA 291

nimiento del ministerio Weckerlé les dieron á enten


der que la hora de la lacha decisiva había sonado y
que no había día que perder. El sucesor del inolvida
ble cardenal Simor invitó á los obispos húngaros á
reunirse en el palacio primacial de Ofen para discutir
los graves problemas del momento. Abrióse la confe
rencia el 15 de Diciembre, veintitrés días después de
las declaraciones de Weckerlé, y duró tres días. El
programa liberal fué discutido en ella con tanta mo
deración como sentido práctico. No se rechazaron en
conjunto las supuestas conquistas modernas. Relativa
mente á la recepción de los judíos, los obispos no
hicieron objeciones; tampoco se opusieron, en princi
pio, á la secularización de los registros del estado ci
vil, pero temían que se quisiese hacer de ello un arma
contra la Iglesia. En desquite, el episcopado condenó
unánimemente el matrimonio civil obligatorio, consi
derándolo como una violación del dogma cristiano y
una profanación del sacramento. Era absolutamente
preciso impedir que esta sacrilega innovación pene
trara en la legislación húngara.
Los obispos no se limitaron á hacer manifestaciones
platónicas, sino que decidieron en la Conferencia pre
sentar un Memorándum al Rey y otro al Gobierno
para que se fijaran en el peligro que entrañaban las
reformas proyectadas y dar así forma oficial á la pro
testa de la Iglesia. Al mismo tiempo, resolvieron po
ner de nuevo al Papa al corriente de la situación reli
giosa de Hungría. Finalmente, deseando organizar una
seria resistencia en el país, comprometiéronse los obis.
pos á publicar pastorales sobre la cuestión, combatir
la política de Weckerlé en el Senado y movilizar las
fuerzas católicas, convocando un Congreso.
Quedaba trazado el programa de acción. Por vez
primera se ponían de acuerdo los obispos y consen
JUDIOS Y CATÓLICOS

tían en tomar á pechos la defensa de los intereses ca


tólicos. Largo tiempo habían dormido muchos de ellos
el sueño de la negligencia, dejando á pobres curas el
cuidado de reaccionar contra las usurpaciones de la
francmasonería, abandonando, con el pretexto de amar
la paz, el rebaño al diente del lobo, como verdaderos
mercenarios. La actitud cada vez más agresiva del go
bierno les hizo abrir los ojos. Ya no cabían tergiver
saciones, porque los enemigos de la Iglesia les impo
nían la lucha, y á menos de ser cobardes y felones,
estaban obligados á aceptarla. Aceptáronla, pues, en
la conferencia de Diciembre con un ardor que con
trastaba singularmente con el marasmo de otras veces.
Pusiéronse á la cabeza del movimiento sin reservas
mentales, á lo que parecía, y sin vacilación, y así que
cada cual volvió á su diócesis, apresuráronse á prepa
rar su manifiesto y á dar á conocer al clero y al pue
blo las decisiones de la Conferencia de Ofen.
Rompió el fuego el anciano obispo de Rosenau,
Mons. Schopper. En su pastoral de 3o de Diciembre,
criticaba el valeroso prelado las reformas del gobierno
con violencia tal, que provocó el furor de los libera
les. Mons. Schopper había publicado los famosos de
cretos del Vaticano de 7 de Julio y 26 de Septiembre
de 189o, y la prensa judía excitó al ministro á casti
garlo por la violación del Jus placed. Todos los rayos
de la justicia fueron invocados contra el obispo rebelde
que se había atrevido á hablar como un apóstol.
Este ruido y estas amenazas no tuvieron el efecto
deseado. El gobierno no se atrevió á poner su mano
sobre un príncipe de la Iglesia, y los otros obispos pu
blicaron pastorales que, no por ser más moderadas en
la forma, eran menos enérgicas en el fondo.
Dichoso con verse apoyado por sus jefes jerárqui
cos, el clero parroquial, que tanto había sufrido ya,
EN AUSTRIA-HUNGRIA 993

acogió sus enseñanzas con alegría y gratitud, y se


apresuró á comentárselas á sus fieles. De lo alto de
todas las cátedras sagradas resonaba el grito de alarma
lanzado por los obispos, y fué bien escuchado, pues
todos empezaron á despertarse poco á poco, y los
sectarios dueños del poder no pudieron menos de con
vencerse de que el pueblo quizás no se dejaría dego
llar tan fácilmente como se habían imaginado. La vícti
ma comenzaba á rebelarse contra el insulto. Innume
rables peticiones se cubrieron de firmas; se suplicaba al
Rey, se conjuraba á la Cámara, se ordenaba á los di
putados que rechazaran las reformas eclesiásticas que
tendían á esclavizar al catolicismo. En los campos, y
aun en las ciudades que no aterrorizaban los judíos, se
pronunciaba vigorosamente la opinión contra el pro
grama de Weckerlé. Si se deseaban ciertas reformas
útiles referentes al estado civil y aun al derecho ma
trimonial, no se quería que revistieran el carácter an
ticristiano que les atribuía Tisza. Bajo este concepto,
magiares católicos, sajones protestantes, rumanos y
servios ortodoxos, en una palabra, todos los cristianos
estaban de acuerdo.
CAPÍTULO QUIETO

EL CONGRESO CATÓLICO DB KOMORN. —EL MATRIMONIO


CIVIL EN EL SENADO.—DERROTA DEL GOBIERNO

El plan elaborado por los obispos en la última Con


ferencia de Ofen fué formalmente ejecutado. Wecker-
lé había declarado en diversas ocasiones durante el
mes de Enero que el ministerio no abandonaría ni
una tilde de su programa y que se retiraría antes de
hacer la menor concesión. Aunque dirigidas á la Cá
mara y á la mayoría, estas amenazas iban especial
mente encaminadas contra el episcopado. Había capi
tulado éste tantas veces por temor, por ambición ó
por indiferencia, que el Gobierno estaba en el dere
cho de esperar una nueva debilidad. Weckerlé ha
bía calculado diestramente la importancia de sus pa
labras.
Grande fué su estupefacción cuando se convenció
de que los obispos persistían en su resistencia, porque
mientras enérgicas pastorales circulaban por todo el
reino, dos Memorias, no menos firmes, fueron remiti
das al Rey apostólico y á su Gobierno. El programa
era en ellas estudiado y refutado punto por punto,
como lo indican los obispos en la carta dirigida al
Padre Santo por entonces. La Iglesia tomaba decidi
damente sus posiciones, trazando la línea de demar
cación entre las reformas útiles y admisibles y las que
son sencillamente armas ofensivas contra la religión,
y proponiendo una transacción que eliminaba ciertos
EN AUSTR1A-HUNGR1A 225

abusos, pero dejando completamente á salvo los inte


reses vitales del cristianismo.
¿Alimentaba el episcopado la esperanza de reducir
al ministerio á mejores sentimientos? Esto hubiera
equivalido á conocer muy mal las exigencias de las
logias. No nos cansaremos de repetirlo, la francmaso
nería no quería la paz religiosa ni la reconciliación
entre la Iglesia y el Estado. Confesado ó no, su objeto
consiste en secularizar á Hungría para lograr descris
tianizarla con más facilidad. Esto se sabía muy bien
en los centros eclesiásticos, pero los obispos tenían
que cumplir con su deber hasta el último extremo,
ofreciendo lealmente el ramo de oliva á los sectarios
que lo rechazaban. Con su actitud conciliadora propo
níanse demostrar al pueblo que, si la guerra religiosa
venía á arrasar á Hungría, la culpa la tendría única
mente el Estado liberal.
Esta misma lección se desprendía igualmente del
Congreso católico que se reunió en Komorn el 23 de
Abril. En efecto, el primer orador de esta reunión, el
joven conde Ladislao Szapary, trató con gran alteza de
miras el tema tan palpitante de la paz entre la Iglesia
y el Estado: «No deseamos en manera alguna hacer la
guerra al Estado,—exclamó; —pero tampoco queremos
que el Estado haga la guerra á la Iglesia. ¡Paxt es la
divisa del nuevo Primado de Hungría y la de todo el
pueblo católico. El Gobierno ha respondido á estas
disposiciones arrojando al país la manzana de la dis
cordia.» Otro orador del Congreso, el Dr. Sinkó, lo
demostró en términos elocuentes: «Se ha desplegado
—dijo— una bandera en la que aparecen escritas con
grandes caracteres estas fatídicas palabras: ¡Matrimo
nio civil obligatorio!* Nem kell, nem kell. «No tene
mos necesidad de él» —gritaron al punto millares de
voces. Todo el Congreso no tenía, por decirlo así, más
15
920 JUDIOS Y CATÓLICOS

que una voz para protestar contra el presente que el


liberalismo judío quería imponer al pueblo húngaro»
Por embarazosas que pudieran ser, estas demostra
ciones populares no conmovieron al Gobierno. Se
afectaba ignorarlas; los periódicos reptiles no habla
ban de ellas ó se esforzaban en atenuar su importan
cia. Pero no pudieron proseguir este juego cuando la
cuestión fué llevada al Senado. El 9 y el 1o de Mayo
de 1893, algunos magnates católicos demostraron algo
de su antiguo valor y dieron un vigoroso asalto al mi
nisterio calvinista, recordando que sus antepasados,
aquellos indomables magiares, habían vertido gene
rosamente su sangre en defensa de su patrimonio ca
tólico. Lo que habían salvado á costa de los más
heroicos sacrificios no tenían derecho á abandonarlo
sin lucha á un puñado de judíos, apenas húngaros de
la víspera. Cambiáronse en la refriega soberbias esto
cadas. Habiéndose permitido insinuar un senador ju
dío liberal que el pueblo católico húngaro carecía de
patriotismo, al punto levantóse de un salto un obispo
y lanzó contra el calumniador este fulminante após
trofe: «Nosotros, los católicos húngaros, amamos á
nuestra patria y no tenemos que recibir lecciones de
patriotismo de los que no tienen, como vosotros, tras
de sí un pasado de nueve siglos (i).»
El conde Geza Szapary, Gran Maestre de la Corte,
abrió la discusión con un discurso de los más vehe
mentes. Echó en cara al ministro de cultos el haber
agitado inútilmente al país con el proyecto del matri
monio civil obligatorio, que el mismo Tisza había
juzgado inoportuno, y de haber provocado la cues
tión del estado civil que, según su propia confesión,

(1) Weckerlé es de origen suabo, y la mayor parte de los


judíos actuales de Hungría son emigrados.
EN AUSTRU.-HUNGR1A

era inaplicable, y terminó presentando una orden del


día que encerraba un severo voto de censura contra el
Gobierno. Después de otros dos discursos menos im
portantes, Mons. Schlauch, obispo de Grosswardein,
levantóse en medio de un profundo silencio. Todas
las miradas se fijaban en él. Schalauch era el orador
más autorizado, el jefe más elocuente de los obispos
húngaros. El episcopado iba á hablar en cierto modo
por su boca, y de aquí el interés especialísimo que
despertó al tomar la palabra. Su discurso fué soberbio
y produjo gran impresión en ambos lados de la Cáma
ra. Expuso á grandes rasgos la política religiosa se
guida por el Gobierno de veinte años á esta parte. Es
. preciso distinguir—dijo—dos períodos bien definidos:
antes y después de la ordenanza ministerial de 26 de
Febrero de 189o. Hasta 189o, una decisión jurispru
dencial del Tribunal .Supremo había establecido que
el párrafo 12 de la ley de 1868 podía ser interpretado
en el sentido del Derecho Canónico, es decir, que los
niños de ambos sexos nacidos de matrimonios mixtos
podían ser bautizados é inscritos como católicos. El
ministro de cultos, Tréfort, había intentado dar á este
rescripto un sentido contrario á la ley católica; pero,
advertido por los obispos, convencióse de su error. La
ordenanza de 26 de Febrero vino á cambiar repentina
mente la situación, pues dió á la ley de 1868 sentido
imperativo, excluyendo de este modo el sentido pura
mente declarativo admitido por el Tribunal Supremo.
En adelante los niños de matrimonios mixtos debían
seguir necesariamente la religión de los padres respec
tivos, los hijos la del padre, las hijas la de la madre.
En seguida demostró Schlauch lo monstruoso de esta
interpretación. Al principio podían vacilar los obispos
acerca la actitud que habían de tomar; pero actual
mente sólo les anima un sentimiento. El Juez infalible
228 JUDIOS Y CATÓLICOS

ha pronunciado el non possumus, y el episcopado


húngaro se ha apresurado á conformarse con él. Todos
los obispos están de acuerdo, todos rechazan estas re
formas que no tienen arraigo alguno en el pueblo.
Que el Gobierno cese de contentarse con palabras; lo
que reclama como necesario no lo desea en manera
alguna la gran masa de la población. Además, estas
reformas son muy peligrosas, y es preciso guardarse
mucho de demoler el edificio legislativo, en el que ha
encontrado un asilo la nación húngara durante nueve
siglos. Las teorías que preconiza el ministro han pro
ducido la decadencia moral y religiosa en otros paí
ses; Hungría no tiene necesidad ninguna de precipi
tarse en el mismo abismo.
Vivamente aplaudido por el Senado, Mons. Schlauch
había evidentemente ganado el pleito. El superinten
dente Teutsch, principal leader de los protestantes de
Transilvania, habló en el mismo sentido que el obispo
de Grosswardein, y el conde Nicolás Zay declaró que,
aunque protestante, no contribuiría jamás á oprimir
con semejantes leyes la conciencia católica.
El conde Czaky, ministro de Cultos, que tomó la
palabra después de Teutsch, intentó contestar á mon
señor Schalauch, y no teniendo argumentos que opo
ner á la dialéctica del protagonista católico, combatió
á la manera de los cobardes, manejando el puñal en
venado, con leer cartas de algunos obispos que habían
aceptado su interpretación. Era una retirada vergon
zosa, y el protestante conde Zay concluyó con razón,
diciendo que el Gobierno había partido á la guerra
«con una coraza arrollada, una lanza enmohecida y el
escudo agujereado.» ¡No se podían estigmatizar mejor
los armamentos ministeriales!
La jornada del 1o de Mayo fué aún más acalorada
que la precedente. Pronto se vió que los espíritus es
EN AUSTRIA-HUNGRIA

taban exaltados. El conde Szochen habló contra el pro


grama gubernamental; el superintendente Zelenka de
claró que los protestantes no tenían necesidad del estado
civil ni del matrimonio civil; pero que, en resumen, se
remitía á la prudencia ministerial. El nudo de la se
sión fué el discurso del barón Ch. Hornig, obispo de
Vessprinn.
Antes de llevar la mitra, Hornig había sido jefe dé
sección en el ministerio de Cultos, y por esta circuns
tancia había tenido que entender en todos los conflic
tos de los últimos años. Refirió el origen de la orde
nanza de Febrero que, á sus ojos, era una de las veja
ciones más odiosas que conoce la historia. La actitud
de Tréfort, antecesor de Czaky,—decía— era mucho
más conciliadora; sus rescriptos no suscitaban turbu
lencias. La crítica de Mons. Hornig continuaba elo
cuente, incisiva, inexorable contra el ministro. Czaky
se encorvaba á los golpes que le administraba un an
tiguo burócrata, y para vengarse provocó un inciden
te sumamente curioso: «¡Comprendo—exclamó con
tono amargo— que Mons. Hornig defienda la ordenan
za de Tréfort, porque él mismo fué quien la concibió
y redactó!» El golpe iba bien dirigido, pero el obispo
de Vessprinn no quedó, sin embargo, desmontado. «Sí
—replicó; —yo soy el autor de aquella desdichada or
denanza; pero si yo cometí entonces una «tontería»,
nadie puede obligarme á renovarla. La experiencia me
ha enseñado que me equivoque, y protesto contra las
insinuaciones del señor ministro de Cultos,» Wecker-
lé, que pronunció el discurso de clausura, apropióse
el tono provocativo de su colega, y como adivinaba
que la mayoría le era hostil, tuvo el mal gusto de de
cir que no concedía importancia alguna á la desapro
bación del Senado. Muy mal le salió, porque su insen
satez le atrajo duras réplicas. El conde Fernando Zi
ajo jubios Y CATÓLICOS

chy y el conde Antonio Szocken le dijeron que no te


nía derecho á hablar con tanta impertinencia de una
corporación política «que mil lazos encadenaban á
Hungría.» Quisiéralo ó no, tuvo que excusarse, decla
rando que no había tenido intención de herir al Se
nado.
El resultado de los debates estaba previsto. La mo
ción de Szapary triunfó por 25 votos, y el ministerio
se presentó al país con un voto de censura del Senado.
La situación comenzaba á delinearse.
CAPÍTULO SEXTO

DESPUÉS DE ESTA TENTATIVA DE RESISTENCIA, EL EPISCOPADO


SF CALLA DH NUEVO.—E\CfCLI£* DE LfiÓN XIII AL PUE
BLO HÚNGARO.

Con las jornadas de Mayo quedaba admirablemente


preparado el terreno para la acción católica. El pue
blo sólo pedía marchar adelante; una parte del clero
parroquial se estremecía de entusiasmo; de perseve
rar el episcopado, la batalla estaba ganada. Desgra
ciadamente, los obispos no supieron mantenerse á la
altura á que se habían elevado. Habían dado hermosa
muestra de su arrojo cuando la Conferencia de Ofen,
y sus pastorales, algunas de las cuales eran magníficas,
parecían presagiar días mejores para la Iglesia húnga
ra. Pero todo ello no era otra cosa que relámpagos de
esperanza. Extinguióse bien pronto su ardor apostóli
co, y todo volvió á sumergirse en la soñolencia habi
tual. En semejantes circunstancias, los católicos ale
manes hubieran convocado en pocos meses 5oo reunio
nes, y pronunciado 3,ooo discursos. Una agitación in
cesante hubiera mantenido al pueblo en 'ejercicio, y
provocado una de esas corrientes irresistibles que arra
san los ministerios. (Los obispos prusianos hubiesen
deliberado y rogado ante el sepulcro de san Bonifacio,
y de Fulda se hubiese comunicado el impulso al país
entero. De este modo fué rechazado victoriosamente
el Kulturkamps del Canciller de hierro. Los católicos
prusianos eran 10 millones, las fuerzas protestantes
JUDIOS Y CATÓLICOS

dos veces más, pero en desquite de esta inferioridad


numérica, el ejército de Windthorst se hizo respetar
de sus adversarios gracias á su poderosa organización
y á su heroico aliento.
¡Cuánto más fácil debía ser la victoria en el reino de
san Esteban, donde el soberano, el Senado y la ma
yoría de la población son católicos! Pero, como dice
la fábula, Júpiter quiere que uno se mueva, y nada se
movía en Hungría. Se temía obrar porque nadie que
ría malquistarse con ninguno. Si los enemigos de la
Iglesia son fuertes, es porque los católicos son de una
debilidad desesperante. Se hubiese dicho que éstos ha
bían organizado en el reino la conjuración del silen
cio, de la inercia y de la simpleza universal. El Rey
apostólico—desde luego excelente cristiano,—que ama
ante todo su reposo, daba á entender á los obispos
que temía los conflictos. Los obispos, que sentían de
masiada tendencia á sumirse en la obscuridad, reco
mendaban á su vez al clero que se mantuviese tran
quilo, que evitase todo lo que pudiese desagradar al
Gobierno. En el mismo clero, los canónigos y los cu
ras que aspiraban á la mitra, los beneficiados que te
mían verse inquietados en sus productivas prebendas,
tenían mucho interés en conservar buenas relaciones
con las autoridades civiles. Nada podía serles más
agradable que oir que se les predicaba la prudencia,
y por adelantado estaban dispuestos á obedecer y á
atacar á aquellos de sus compañeros que, en las sen
cillez de su alma, ponían los intereses religiosos por
encima de sus intereses personales.
Es preciso recordar este estado de los espíritus para
explicarse la calma chicha que siguió á las tempestuo
sas discusiones del Senado del 9 y 1o de Mayo. Los
discursos de Schlauch y de Hornig hubieran debido
ser mil veces repetidos en innumerables reuniones
EN AUSTRIA HUN-' RIA 233

católicas. En lugar de hacer esto, todo quedó en silen


cio en el fondo de ese infierno húngaro pavimentado
de buenas intenciones. Ni siquiera se señalaron dos
reuniones en el verano, y para acallar sus remordi
mientos eventuales, aseguraban los obispos que el Rey
no concedería jamás aV ministro autorización para
presentar el proyecto de ley sobre el matrimonio ci
vil obligatorio. Así se iban sumergiendo en el abismo
de fatales ilusiones.
Los hombres de buena voluntad tenían desgarrada
el alma, y un joven sacerdote húngaro (i) me escribía
á principios de Agosto: t ¡Cuánto esperábamos á raíz
de la última Conferencia de Ofen! Creíamos distinguir
en el horizonte la aurora de un verdadero renacimiento
católico. Hoy, desgraciadamente, se ha desvanecido
aquella ilusión encantadora y henos aquí sumergidos
hasta el cuello en el marasmo. Nuestros obispos hu
bieran podido desempeñar un magnífico papel, porque
estaban seguros de que les seguirían el clero y el pue
blo; pero no se rompe de repente con un pasado com
prometedor... El cardenal Haynald no era el único
que estaba ligado con francmasones... ¿Qué extraño es
que, en estas condiciones, hayamos descendido tanto,
y que tengan razón los enemigos de la Iglesia para
intentarlo todo, pudiendo contar con la connivencia
de una parte del episcopado? ¿De dónde nos vendrá el
libertador? ¡Ahí Si un profeta surgiese en mi país, si la
palabra inflamada de un hombre de Dios penetrara en
nuestras cancillerías episcopales, estad persuadido de
que mejores días habían de lucir para el reino de San
Esteban.»
Esta palabra de libertad que esperaba el joven sa-

(1) El abate X..., redactor de Katholikug Ssemle, de Bu-


dapesth.
234 JUDIOS r CATÓLICOS

cerdote fué pronunciada por la Santa Sede. Si la ma


yor parte de los obispos húngaros se habían dormido,
León XIII velaba en el Vaticano. El gran Papa ama á
Hungría como ama á todas las naciones cristianas,
cuya gloria está obscurecida. Amala por su admirable
pasado, recordando que Hungría, situada á las puertas
de Oriente ha protegido, durante siglos, á Europa
contra las formidables invasiones1 del Islam. Amala
porque es siempre una nación noble y altiva, que,
más que las otras, ha resistido al racionalismo político
en que desfallece una parte de nuestro Occidente. Ya
en 1886 le dirigió una encíclica que fue como el pri
mer toque de rebato y el primer grito de alarma. En
Diciembre de 1892 escribió de nuevo á los obispos
húngaros para recomendarles los intereses religiosos
de su país. Sin ser precisamente estériles, estos pasos
no habían producido los resultados apetecidos. En el
Vaticano se observaba que á la actividad febril del li
beralismo anticristiano no oponía el episcopado más
quo una vana resistencia. A pesar de que se llamaba
constantemente la atención por la parte de Hungría,
en el campo católico reinaba la noche y sólo se oía el
silencio.
El corazón de León XIII estaba vivamente emocio
nado ante este espectáculo, por lo que resolvió dar un
gran golpe, y en medio del recalmón desolador del
verano de 1893, brilló repentinamente la encíclica
Constanti Hungarorum. Por exquisita delicadeza, apa -
reció el 2 de Septiembre, aniversario del día en que,
doscientos siete años antes, un ejército cristiano liber
tó á la ciudad de Ofen del yugo turco.
No se sabe que admirar más en ese documento pon
tificio, si la moderación y la nobleza del tono, ó el
conocimiento profundo de los hombres y de las cosas.
En pocas líneas encontró medio León XIII de sinteti
EN AUSTRIA-HUNGRÍA 235

zar la situación religiosa de Hungría, ahondado


donde convenía, deslizándose con tacto perfecto sobre
los puntos que bastaba desflorar. Una vez más revelóse
tan gran diplomático como excelente teólogo. Porque
no era cosa fácil tomar la palabra en ese debate en
que la política interior del país anda estrechamente
unida á los problemas religiosos. El húngaro es por
naturaleza altivo, y no admite que una influencia ex
traña intervenga en aquello que le concierne. Tratá
base de respetar legítimas susceptibilidades y ^evitar
rozamientos desagradables. Por otra Jparte, el Papa,
al dirigirse á un episcopado, que casi siempre se ocul
ta, debía hablar tan claramente, que, en adelante, le
fuese imposible sustraerse á su deber. Los guardianes
del templo dormían; era preciso hacerles ver que el
fuego envolvía el edificio y que su sueño equivalía á
una traición. La encíclica Consíanti Hungarorum reali
zó esa obra maestra de estrategia. Era clara y respe
tuosa, firme é insinuante á la vez. No ofrecía agarra
dero alguno á los ataques de los liberales y abría vio
lentamente los ojos á los obispos.
León XIII afirma en ella ante todo la inminencia y
la grandeza del peligro que amenaza al catolicismo
húngaro. Las instituciones cristianas son en todas par
tes el blanco de los ataques de los incrédulos. El asal
to en Hungría es, desde hace algunos años, particu
larmente violento. «Nos hemos enterado con dolor
que, además de las leyes anticatólicas ya señaladas
(encíclica de 1886), que limitan la libertad de acción
de la Iglesia, se han adoptado en estos últimos tiem
pos, muchas otras medidas que no son menos nocivas
4 la religión.» Y para cortar de raíz toda interpreta
ción sofística, León XIII insiste repetidas veces sobre
esta idea, pues no quiere en manera alguna que nadie
se equivoque sobre la importancia de sus palabras.
236 JUMOS Y CATÓLICOS

Despues de hablar brevemente de los matrimonios


mixtos, añade: «Además, grandes males amenazan á la
religión de nuestros padres. En Hungría no disimulan
los enemigos del cristianismo sus tendencias, sino que
se esfuerzan en reducir por todos los medios á la Igle
sia y al catolicismo á una condición cada vez más mi
serable.»
Era imposible ser más categórico. ¡Aviso á los obis
pos y á los sacerdotes que pactaban en secreto con el
gobierno, con el pretexto de que la religión no era
parte en el proceso! Aviso á los débiles, á los cobar
des, á los egoístas que, convertidos en perros mudos,
por «prudencia humana» no llenaban sus funciones
de guardianes del templo. Ya no tenían derecho de
asistir, silenciosos é impasibles, á la guerra del libe
ralismo. El Papa declara que se persigue á la Iglesia;
los obispos ya no podían tender la mano á los perse
guidores, en tanto que pobres curas son arrastrados
ante los tribunales. Por lo contrario, deben salir de
su culpable pasividad, enarborar el estandarte de la
Iglesia, y agruparse sus fieles en torno suyo. «Os
exhortamos, queridos hermanos Nuestros—prosigue
León XIII,—con más vehemencia que nunca, á no per
donar medio alguno para alejar de vuestro rebaño y
de vuestra patria tan gran peligro. Haced de modo
que, alentados por vuestro ejemplo y vuestra autori
dad, tomen todos valerosamente á su cargo la causa
de la religión.»
Nadie se engañará mucho al pensar que este último
pasaje es uno de los puntos esenciales de la encíclica.
El Papa quería por encima de todo estimular á los
obispos, convencido de que de su actitud dependía el
éxito de la lucha. Conociendo admirablemente á su
Europa, sabía que únicamente existe acción católica
allí donde los obispos aparecen en primera fila. Si los
EN AUSTRIA-HUNGR1A 237

conservadores belgas han dado buena cuenta de Fré-


re-Orban, si en Alemania ha salido victorioso el Cen
tro de la prueba del KultutTtamps, si en los Estados
Unidos representa tan gran papel la Iglesia católica,
es porque en estos países existía y existe un episcopa
do que imprime su dirección al movimiento religioso.
¿Por qué las mismas causas no habían de producir en
Hungría análogos efectos? Los católicos húngaros se
ven maltratados porque sus obispos no han compren
dido de momento toda la importancia de su deber.
León XIII lo insinúa con inimitable candad. Sin echar
les en cara su anuí amiento, disimula la lección con el
consejo. Al decirles lo que deben hacer, les indica lo
que no han hecho.
En adelante ya no podrán cometer este pecado de
omisión, porque están condenados á la acción bajo sus
múltiples formas. León XIII enumera algunas: reunio
nes populares, asociaciones, periódicos, libros de pro
paganda, la enseñanza, en una palabra, todo el pro
grama del Centro alemán.
Tal es en resumen la encíclica Consfanii Húngaro-
rum. Amigos y enemigos viéronse obligados á confe
sar que estaba concebida con espíritu muy amplio y
redactada con admirable arte. La encíclica desconcer
tó al ministro, envalentonó al clero militante, y puso
fin á las deplorables confusiones que la prensa liberal
alimentaba en la muchedumbre. Se había repetido
hasta la saciedad que los proyectos de leyes eclesiás
ticas no tocaban en nada al dogma, que todos queda
ban en completa libertad de aceptarlos, que los mis
mos obispos no daban trágica importancia á estas
cuestiones. Con mentiras de esta especie se llevaba la
confusión á los espíritus y se paralizaban las fuerzas
católicas. León XIII esclareció admirablemente la si
tuación de las cosas, afirmando que las leyes de Wec
238 JUDIOS T CATÓLICOS

kerlé estaban en oposición con los principios de la


Iglesia, y ordenando al episcopado que las combatiera
con toda su energía. La cuestión se proponía con ab
soluta claridad, y fué providencial, porque pocos días
despues de la publicación de la encíclica, tenían deter
minado los liberales dar un gran paso adelante.
CAPÍTULO SÉPTIMO

EL REY AUTORIZA AL MINISTRO Á PRESENTAR EL PROYECTO


DE LEY SOBRE EL MATRIMONIO CIVIL. — DESESPERACIÓN DE
LOS CATÓLICOS. —CONFERENCIA DE OPEN. —PASTORAL CO
LECTIVA DE LOS OBISPOS.

No tardó el suceso en justificar la iniciativa liberta


dora del Soberano Pontífice. En el fondo, el peligro
que amenazaba á la Iglesia de Hungría era mucho más
inminente de lo que creían ciertos prelados. Era preci
so el robusto y ciego optimismo del clero guberna
mental para no darse cuenta de él. —Weckerlé retro
cederá en último extremo, decían unos; jamás, añadían
otros, autorizará el rey apostólico á su ministro á pre
sentar el proyecto de ley sobre el matrimonio civil
obligatorio; dejad hacer, insinuaban muchos; la tor
menta pasará. —Alimentados con tan frivolas esperan
zas, cruzábanse tranquilamente de brazos, y entre tan
to los enemigos de la Iglesia redoblaban su actividad
y tramaban intrigas en todas partes, acercándose el
día en que el presidente del Gabinete fuera á arrancar
al Rey la sanción previa de la ley sobrela reforma del
matrimonio. De momento, la encíclica había conster
nado un poco á los liberales, porque conociendo la fe
sincera de Francisco José, temían que rehusara la au
torización tan ardientemente deseada, y era evidente
que todos sus trabajos de circunvalación al rededor de
la Iglesia católica resultarían estériles, siendo preciso
volver á empezarlo todo.
S4O JUDIOS Y CATÓLICOS

Por eso recurrieron á su estrategia ordinaria, á la


intimidación. Los periódicos ministeriales atacaron la
encíclica con violencia inaudita; multiplicáronse las
vejaciones contra el clero parroquial, y dejábase sen
tir algo así como olor de pólvora en la atmósfera. Sin
embargo, estos recursos hubieran producido el efecto
contrario; pero Weckerlé sabía que tenía que habér
selas con caracteres débiles, y puso enjuego los resor
tes que le habían producido tantas veces el triunfo.
Hizo repetidas visitas al Emperador, y por consecuen
cia de ellas, comprendió que la causa del matrimonio
civil estaba ganada en las regiones elevadas.
Reuniéronse las Cámaras á fines de Septiembre; ha
bía curiosidad por saber cuál sería la actitud del Go
bierno, y desde las primeras sesiones, el diputado Po-
lonyi preguntó á Weckerlé qué se había hecho de su
proyecto de ley.
Respondió el ministro que esperaba obtener la san
ción previa de la Corona, pero que, si fracasaba, se
retiraría. Ante semejante amenaza cedió el malaven
turado monarca, y á principios de Noviembre, auto
rizó por fin á Weckerlé á presentar á la Cámara su
famoso proyecto de ley. Cedió con la muerte en el
alma. Pocos días después el cardenal Vaszary y el car
denal Schlauch fueron recibidos por la Emperatriz en
el palacio de Ofen. Su Majestad se informó de la sa
lud del Príncipe-Primado. Respondióle Vaszary que,
físicamente, estaba bien, pero que la situación políti
co religiosa le causaba grandes inquietudes. «¡Pues y á
ese pobre Emperador!...»—exclamó la Soberana, con
fesando de este modo que se le había arrancado á
Francisco José una firma que repugnaba á su con
ciencia.
Se había pasado el Rubicón. La noticia del triunfo
liberal causó verdadera exasperación en los católicos
EN >USTR1A-HUNGRIA 24!

húngaros. El Kulíurkamps entraba en su período agu


do, y una lucha á muerte se entablaba entre el cris
tianismo y la incredulidad judío-calvinista. Todo con
sistía en combatir con orden y enseguida, y evitar la
vergüenza de una desbandada. Felizmente León XIII
había hablado; la encíclica había llegado en hora pro
picia, y era el cemento que debía unir en una acción
común la aristocracia y la burguesía, el episcopado, el
clero y los fieles, al pueblo católico todo entero. Has
ta entonces se habían dividido con harta frecuencia
las fuerzas católicas, y lo que era más triste aún, sus
jefes naturales las habían abandonado. La encíclica
puso remedio á este estado anárquico, obligando á los
obispos á colocarse á la cabeza del movimiento.
Había recomendado el Papa los grandes congresos
católicos, por lo que decidióse al punto convocar en
Theresiapol una reunión de esta especie. Semejante
manifestación, y en tales circunstancias, hubiera debi
do convertirse en el punto de partida de una enérgica
campaña contra el matrimonio civil. El Gobierno
tuvo miedo, y el ministro de Gobernación, Hierony-
mi, apresuróse á prohibir el congreso, á pretexto de
que toda aglomeración de hombres constituía un peli
gro para la salud pública á causa del cólera. Esto no
era más que una capciosa sutileza, porque por enton
ces celebrábase un congreso de abogados en Szegedin,
y en el mismo Theresiapol, una gran feria que duró
dos días, sin que el ministro se preocupase del estado
sanitario. Hieronymi temió, no al cólera, sino á la
acción católica, y de aquí la prohibición del con
greso.
¿Esperaba con esto el ministro ahogar en germen la
reacción católica suscitada por León XIII? Quizás,
porque el sistema de intimidación había producido
casi siempre buenos resultados, y acostumbrados á
16
JUDIOS T CATÓLICOS

ver que los obispos y el clero se detenían ante el me


nor obstáculo, pensaban que también retrocederían
ahora. Gracias á Dios salióles fallida esta esperanza á
los liberales, porque así que el Primado de Hungría
supo que el Emperador había dado su consentimiento
á Weckerlé, invitó á sus colegas á reunirse como
siempre en el palacio de Ofen. La Conferencia cele
bróse á fines de Noviembre de 1893. Todo el episco
pado respondió al llamamiento, excepto el obispo
transilvano, Mons. Lohnhart, y el obispo griego de
Grasswardein, Mons. Pavel, ambos enfermos. Deci
dióse dirigir al pueblo húngaro una pastoral colectiva
para prescribirle la línea de conducta que debía se
guir en tan difíciles circunstancias. Una comisión de
tres prelados—el Cardenal Schlauch, Steiner y Hor-
nig, que, según la Kreu^eitung, son los obispos más
intransigentes de Hungría—quedó encargada de re
dactar este documento. La Asamblea aprobó en segui
da con júbilo la idea de un Congreso católico nacio
nal, y declaró que se reuniría en Budapesth á me
diados de Enero de 1894, y que todos los obispos
asistirían.
Jamás el episcopado húngaro había usado semejante
lenguaje, ni manifestado tanta energía ni tan gran es
píritu de concordia. Empezaba otra época. Los libera
les quedaron bastante sorprendidos y agitados con los
resultados de la Conferencia, y para atenuarlos, afir
maron en sus periódicos que la unión de los obispos
era sencillamente una engañifa, que existían en el
episcopado dos campos bien deslindados, y que la
pastoral colectiva no había sino aceptada, sino des
pués de introducir en ella importantes modificaciones.
La trama era muy burda, y un comunicado oficial
que publicó el Magyar Allam hízole por otra parte
pronta justicia. «Estamos autorizados para declarar—
EN AUSTRIA-HUNGRIA 343

decía este periódico—que el episcopado aprobó por


unanimidad la pastoral redactada por la comisión de
los Tres. El rumor, según el cual, ciertos prelados sólo
tratan de hacer á la política gubernamental una opo
sición aparente es una infame calumnia que ofende á
los obispos designados. Evidente es, en efecto, que un
prelado capaz de trabajar contra los dogmas católicos
sería un traidor deshonrado.» Visiblemente inspirado
por la Conferencia de Ofen, este mentís algo vivo pro
baba á los liberales que estaban atrasados de noticias.
El arzobispo de Erlau, Mons. Samassa, había sido tam
bién arrastrado por la ola católica y le era imposible
hacer rancho aparte. De este modo, como decía el
Magyar AHam, una discordancia hubiera equivalido á
una traición. Por débiles ó vacilantes que fuesen
ciertos obispos, ninguno hubiera querido hacer trai
ción á su Iglesia, y cuando llegó la hora de pronun
ciarse por la Santa Sede ó el Gobierno liberal, todos
se agruparon 1 calmente en torno del Papa. Sea de ello
lo que fuere, el gabinete tuvo que convencerse de esta
verdad.
Las defecciones esperadas y descontadas no se pro
dujeron, pues. La Conferencia de Ofen sostuvo y su
peró todas sus promesas, y de ello pudieron todos
convencerse cuando los obispos volvieron á sus res
pectivas diócesis. Sin duda que no se transformaron
todos repentinamente en héroes dispuestos á sufrir el
martirio. El cambio de ideas no implica necesariamen
te el cambio correspondiente en la acción, sino que se
necesita tiempo para que hombres habituados á la
dulce indolencia salgan de sí mismos y afronten las
fatigas y los sinsabores de las grandes luchas. Pero si
el episcopado magiar no se armó de golpe y porrazo
de la energía moral del episcopado prusiano, por lo
menos no quedó huerfano de hermosos ejemplos. El
244 JUDIOS Y CATÓLICOS

obispo de Raab, Mons. Zalka,—el mismo que cuando


las maniobras de Güns dirigió un discurso al Empera
dor,—envió el 7 de Diciembre á todos sus curas una
circular concebida en estos términos: «Escribid al di
putado por vuestro distrito que tiene que tomar posi
ciones contra la política eclesiástica del Gobierno.
Hacedle entender que las nuevas leyes entrañarían
inconvenientes mucho más graves que los que el Go
bierno quisiera evitar. Nosotros no renunciaremos á
los principios de la Iglesia de san Esteban, ni tampoco
soportaremos que el derecho eclesiástico protestante
sea impuesto á más de nueve millones de católicos.
El matrimonio es un sacramento; el matrimonio es
indisoluble, y únicamente la Iglesia tiene derecho á
legislar sobre los impedimentos dirimentes, porque
sólo á ella pertenece la jurisdicción matrimonial.»
Esta pastoral es tanto más característica, cuanto que
el obispo de Raab pasa por ser un prelado muy hábil,
y que su discurso de Güns era, según confesión de la
Neue Freif Presse, una obra maestra de diplomacia.
En dicha pastoral no aparece el diplomático, sino el
apóstol que proclama los derechos de la Iglesia con
intrépido y viril lenguaje. De sentir es que los otros
obispos no hubiesen dirigido á su cleio la misma cir
cular. No se pensó en ello, pero en todas partes trató
el episcopado de extender la gran corriente religiosa
provocada por la encíclica; á fines de Diciembre
de 1893, la pastoral colectiva fué remitida á todos los
curas del reino, y el 6 de Enero siguiente, fué leída y
comentada en todas las iglesias.
Como vimos, este documento era especialmente
obra del cardenal Schlauch. El obispo de Grosswar-
dein es considerado con justicia como otro Simor. Su
talento oratorio, sus vastos estudios teológicos y jurí
dicos, su indomable energía, su adhesión á la Santa
EN AUSTRIA- HUNGRIA 345

Sede, hanle colocado de rondón á la cabeza del epis


copado húngaro. En el Senado, en las conferencias,
en los congresos, en todas partes aparece como el
campeón intrépido de la Iglesia. Posee á la yez la con
fianza del Papa y la del Rey, siendo digno de una y
otra. Fué encargado por el Emperador y el Gobierno
de redactar una Memoria en la que la cuestión del
matrimonio civil fuera tratada á fondo. La Memoria
apareció en Noviembre, llamando la atención por la
claridad, la erudición y la lógica con que aparecía
expuesto el complejo problema. Por la forma como
por el fondo, es inmensamente superior á la Exposi
ción de motivos que el ministro de justicia, Szilagyi,
consagraba por entonces al proyecto de ley reglamen
tando el derecho matrimonial. Siéndonos imposible
citar ni aun analizar estudio tan extenso, copiamos
uno de los párrafos finales, que resume muy bien la
acogida que la ley sobre el matrimonio civil encontró
en el país. «La opinión pública —dice el Cardenal—
no ha tardado en manifestarse. El episcopado y el cle
ro católico han protestado vigorosamente contra el
matrimonio civil. El Senado ha desaprobado la con
ducta del Gobierno con un voto de censura. El Pa
triarca servio Braucovics se ha unido, en nombre de
los servios, al episcopado católico. Los griegos ruma
nos han declarado que el programa ministerial hería
su religión. El superintendente Teutsch se ha pronun
ciado contra la ley en nombre de los protestantes sa
jones. Finalmente, los protestantes evangélicos del
Bauat y de Bacska, lo mismo que muchos magnates
evangélicos, han imitado el ejemplo de Teutsch y
Braucovics... Todas las religiones que viven en Hun
gría rechazan con horror el matrimonio civil como
una medida que hiere su conciencia, socaba el espíri
tu religioso, quebranta la base de la moral...»
946 JUDIOS Y CATÓLICOS

La pastoral colectiva respira la misma calma y la


misma posesión de sí mismo que la Memoria. Como
es la expresión más adecuada de las ideas del episco
pado húngaro, hacemos de ella un análisis muy su
cinto.
«En presencia del peligro que amenaza á nuestros
diocesanos nos hemos reunido junto á la insigne reli
quia de nuestro rey san Esteban para estudiar los me
dios de conjurarlo. Desde hace mucho tiempo,viene lu
chando la Iglesia contra una legislación que desconoce
los derechos de los padres sobre el alma de sus hijos. En
contestación á nuestras quejas y á nuestras legítimas
protestas, no se ha encontrado nada mejor que proyec
tar nuevas medidas destinadas á esclavizar más las con
ciencias católicas. El Reichstag hállase, en efecto, re
pleto de proyectos de ley que minan el dogma católi
co, están en contradicción con el principio fundamen
tal del cristianismo, abren la puerta á todas las falsas
doctrinas, destruyen el sacramento del matrimonio,
niegan la jurisdicción de la Iglesia en materia matrimo
nial para atribuirla exclusivamente al Estado. Nos
otros los obispos húngaros hemos llevado hasta el úl
timo limítela condescendencia y el espíritu de conci
liación, pero hoy nos encontramos en la imposibilidad
de ir más lejos y en la necesidad de defender los de
rechos de la Iglesia. Fieles á nuestro deber, dando de
lado á toda consideración humana, no obedeciendo
más que á la ley de Dios, plenamente convencidos de
nuestra grave responsabilidad, dispuestos á sacrificar
lo todo por nuestras almas, no obstante nuestro amor
al Rey apostólico y á nuestra cara patria, y á pesar de
nuestro respeto al poder civil, Nosotros elevamos por
fin muy alto nuestra voz contra los proyectos ministe
riales que amenazan nuestros dogmas, la libertad de
nuestras conciencias, el ejercicio del culto, al mismo
EN AUSTRIA.-HUNGRIA 247

tiempo que el verdadero interés de nuestra patria.


»Os invitamos, pues, por este llamamiento episcopal,
á uniros nosotros. Agrupaos en torno de vuestros obis
pos, para que estemos unidos en la fe, para que defen
damos con un mismo corazón lo que nos es más caro.
»Los fieles tienen el deber de combatir por la Igle
sia. Sustraerse á esta obligación es dar pruebas de indi
ferencia ó cobardía. El mayor peligro para la Iglesia
reside en la apatía de sus hijos, porque esta indolen
cia produce la fuerza de nuestros enemigos. Sin duda
que «las puertas del infierno no prevalecerán», pero
puede suceder que, por culpa de los católicos, nacio
nes enteras se desgajen de la Iglesia. Así, pues, no os
avergoncéis del Evangelio. Armaos por la libertad de
vuestra religión, dad elevadas pruebas de vuestro es
píritu de fe, luchad con valor y perseverancia, pero
sin olvidar la moderación y el respeto debidos al po
der civil. Con vuestros obispos y vuestros jefes, pro
testad contra las leyes proyectadas, de modo que vues
tros diputados os sigan y cumplan con su deber.
>Es esta una lucha defensiva, no en manera alguna
una agresión. Al reclamar el respeto á nuestras creen
cias, no hacemos más que defendernos. Nos es impo
sible dejar de profesar la antigua fe de nuestros mayo
res, dejar de proclamar nuestra adhesión á la Iglesia, á
esta Iglesia que, hace cerca de diez siglos, hizo á Hun
gría, ha sido su bienhechora, su maestra, su madre, y
de la cual no podríamos renegar sin cometer un cri
men. No atacamos al poder civil, pero este poder está
limitado por las leyes divinas, y no podemos tolerar
que rompa estos límites. No somos enemigos del pro
greso. Lo que se intenta contra la Iglesia no es un pro
greso, es un retroceso, porque no se puede elevar un
Estado sobre las ruinas de las ideas cristianas.
»Ha llegado el tiempo de hablar. Debíamos abriros
248 JUDIOS Y CATÓLICOS

nuestros corazones y exhortaros á defenderla causa de


nuestra santa religión. Cumplid también vosotros con
vuestro deber. No creáis que basta profesar vuestra fe
en la vida privada, sino que debe manifestarse en lo
exterior, en el cumplimiento de vuestros deberes y en
el ejercicio de vuestros derechos cívicos. Imitad el
ejemplo de vuestros antepasados. Orad sobre todo
para que el espíritu de Dios inspire á nuestros legis
ladores y les dé las gracias necesarias—la luz y la
fuerza—en estas graves circunstancias. Implorad la
asistencia de la Santísima Virgen y de nuestro rey san
Esteban, para que alejen de este reino los peligros que
le asaltan por todas partes.»
Como se ve, era este un elocuente Sursum corda!
Fué oído en toda Hungría, y el pueblo católico res
pondió al llamamiento de sus obispos con un entusias
mo indescriptible, del que el Congreso de Budapesth
iba á ser una de sus más altivas manifestaciones.
CAPÍTULO OCTAVO

INMENSO COKORESO CATÓLICO EN BUDAPESTH.


MANIFESTACIONES LIBERALES

Nada más propio para reanimar el valor que un gran


congreso nacional. Despréndese de estas reuniones yo
no sé que corrientes que llevan á lo lejos la acción
bienhechora de sus sacudidas eléctricas. Se ha notado
en Alemania que á raíz de cada asamblea general de
católicos hay en el país nueva subida de savia cristia
na, nueva florescencia de obras religiosas y sociales.
Los obispos- habían tenido, pues, una idea luminosa
al organizar en la misma capital una asamblea de pro
testa contra el proyecto de ley gubernamental. Tra
tábase de hacerla tan imponente como fuera posible.
A la verdad, la estación no era muy propicia, habien
do algo de temerario en convocar á la muchedumbre
en el rigor del invierno, en pleno mes de Enero. Pero
las mismas circunstancias imponían esta fecha: cuando
el enemigo ha invadido el suelo de la patria, no se es
pera el retorno de la hermosa estación para arrojarlo.
La ley sobre el matrimonio civil obligatorio estaba á
punto de ser discutida en la Cámara; era preciso to
marle la delantera.
El 1 6 de Enero reuniéronse en Budapesth las dipu
taciones católicas bajo el alto patronato del episcopa
do. Habíase decidido en la Conferencia de Ofen, que
todos los obispos húngaros serían fieles á la cita. Ob
servóse la consigna, y el día señalado para el Congre
35o JUDIOS Y CATÓLICOS

so, el Príncipe-Primado pudo arrogante presentarse


al pueblo escoltado de un verdadero concilio. El ejér
cito católico fué digno de su estado mayor. Sus co
mités regionales habían dirigido sobre Budapesth in
numerables grupos, y en el día fijado 3o ó 4o,00*
húngaros tomaron parte en la manifestación. Budapesth
perdió por un momento su aspecto de ciudad judía, y
como decían con aspereza las hojas liberales, «las ca
lles estaban llenas de una multitud enorme de aldea
nos católicos endomingados y de sacerdotes y magna
tes que los conducían.»
Anuncióse el 1 6 de Enero como un día de fiesta in
comparable. En todas las iglesias de Buda, de Pesth,
de la Theresienstad, de la Leopolstadt, de la Josefstadt
y de la Franzenstadt se celebró una misa solemne del
Espíritu Santo. Después de poner así al Congreso bajo
la protección divina, reunióse en la gran sala del pa
lacio del Reducto. El comité, presidido por el conde
Nicolás Mauricio Esterhazy y el conde Fernando Zichy,
lo había ordenado todo admirablemente, y á pesar de
la inmensa muchedumbre, no hubo desorden alguno
que lamentar. La sala llenóse con menos de la cuarta
parte de los congresistas y ofrecía un espectáculo
grandioso y conmovedor. El Cardenal-Primado de
Hungría ocupó el sillón presidencial, y á su lado sen
táronse los arzobispos y obispos, otros prelados, los
más ilustres magnates del reino: los Hunyady, los
Zichy, los Almassy, los Pejacservics, los Esterhazy,
los Szecheny, los Szapary, en una palabra, todos
aquellos cuyos antepasados sellaron con su sangre la
grandeza de su patria. En las galerías aparecían las
más nobles damas del reino; después, en el recinto se
presentaban las compactas masas de falanges popula
res que esperaban con impaciencia la apertura de la
sesión. El Cardenal Vaszary tomó entonces la pala-
EN AUSTRIA-HUNSRIA 25 I

bra y pronunció un discurso brillante, firme y mode


rado.
«Honorables ciudadanos; —exclamó—aunque no sal
gamos de los límites del derecho constitucional per
teneciente á todo ciudadano de un Estado libre, sin
embargo, esta primera asamblea de católicos de toda
Hungría, hacia la novena centuria de nuestra exis
tencia nacional, podrá causar alguna sorpresa. Es que,
en tiempos pasados, no teníamos necesidad de defen
der nuestros derechos religiosos y nuestra libertad de
conciencia. En 179o fué promulgada una ley que de
cía: Los protestantes, cualquiera que sea su clase, no
deben ser constreñidos á ejecutar .actos contrarios á
sus principios religiosos. Pues bien, no deseamos más
derechos que los que nosotros concedimos á los pro
testantes.,. Hace un siglo, los católicos concedieron
esta libertad á los protestantes, cuando su Iglesia go
zaba de la supremacía. Hoy pedimos al Estado la mis
ma libertad, ni más ni menos. La deseamos; y efecti
vamente, estamos en nuestro derecho, no sólo en
cuanto á desearla, sino también en cuanto á exigirla,
atendido á que esta tierra húngara es nuestra, atendi
do á que nosotros somos también ciudadanos de este
país, porque somos los sucesores de nuestros antepa
sados, que fundaron esta patria con su sabiduría, la
conservaron con su bravura y la defendieron con su
sangre. En las luchas morales que se han librado entre
el cristianismo y la pujanza siempre creciente del Esta
do, la Iglesia católica ha dado ejemplo en Hungría de
una paciencia inaudita. Pero con toda esta modera
ción, no es posible olvidar un solo instante las institu
ciones católicas que no pueden ser sacrificadas.
«Nosotros los católicos sabemos adaptarnos perfecta
mente á los cambios que se operan en torno nuestro;
pero, en el terreno de la fe y de la moral no podemos
58 . JUDIOS Y CATÓLICOS

doblegarnos ni ante la voluntad de un hombre, ni


ante los movimientos populares, ni ante el espíritu de
la época, porque las leyes humanas son mudables y
pasajeras, en tanto que las verdades divinas son inmu
tables. Estamos dispuestos á sacrificar todo lo que es
perecedero; nuestra fortuna, nuestra misma vida, la
ofrecemos á nuestro rey y á nuestra patria terrestre;
pero nuestra alma no puede darse así, porque es de
Dios y pertenece á la patria celestial.»
Una imponente salva de aplausos y de elfen entu
siastas acogió estas palabras, tan admirablemente be
llas en su sencillez.
El siguiente orador, el conde Nicolás Esterhazy, hi
jo del antiguo embajador cerca de la Santa Sede, no
obtuvo menos éxito que el Cardenal. Habló de la es
trecha unión entre el pueblo y el episcopado, de la
absoluta sumisión de los católicos húngaros á las en
señanzas de la Iglesia. Iría demasiado lejos, si quisiera
hacer el análisis, aun que fuese muy resumido, de este
discurso y de los del P. Andrés Hoder, sobre la esen
cia de la Iglesia; de Mons. Rainer sobre los deberes de
los católicos, del doctor Haydin sobre la independen
cia de la Iglesia, del Sr. Otoscka sobre el matrimonio
cristiano, del joven conde Juan Zichy sobre la escuela
y la enseñanza ^universitaria. Para terminar, citaré un
pasaje del maravilloso discurso de clausura pronun
ciado por el conde Fernando Zichy. Anunció desde
luego el orador que el comité había recibido 475 men
sajes cubiertos de más de 12o,00o firmas de católicos
húngaros que se adherían á todos los acuerdos del
Congreso. Luego, despues de resumir los trabajos del
Congreso, continuó con el acento de un confesor de
la fe: «El catolicismo está hoy amenazado en Hungría,
y hé aquí porque nos unimos más y más á la Iglesia,
recordando que vale más obedecer á las leyes de Dios
EN AUSTRIA-HUNGR1A 253

que á las de los hombres. Pero al mismo tiempo esta


mos seguros de que amamos á nuestra patria, de que
somos fieles y leales súbditos de nuestro Soberano;
nosotros ponemos nuestra confianza en nuestro rey
apostólico y todos lós corazones húngaros le con
sagran el amor que tan bien merecido tiene... Nada
temo ni por mi fe, ni por mi religión ni por la Iglesia
católica. Dios hizo á su Iglesia eterna y le ha dado
una prenda de su asistencia divina, porque siempre vi
ve entre nosotros en el sacramento del altar. Allí po
demos unirnos continuamente á El. En esta unión
podemos beber nuestra fuerza, y por eso no en vano ha
prescrito el episcopado la exposición del Santo Sacra
mento en estos críticos días...» Finalmente el conde
Zichy tocó la cuestión capital, el matrimonio civil:
«No queremos—dijo, *y frenéticos aplausos le inte
rrumpían á cada frase—no queremos un matrimonio
que no se efectúe en la iglesia. Debemos conservar á
nuestra patria esta base religiosa, que es al mismo
tiempo el fundamento de la libertad. Nos sentimos
llenos de inquietud por nuestro más preciado tesoro,
y nos separamos con la firme resolución de defender
nuestro país contra todos los que intenten arrebatarle
su fe.»
El Congreso no se contentó con aclamar estas ex
plosiones de fe cristiana, sino que votó en medio de
un entusiasmo indescriptible, cuatro resoluciones que
resumían el deber de los católicos en la hora presen
te. Estas resoluciones se referían á la educación reli
giosa y confesional de los niños, á la participación de
los fieles en las asociaciones sociales y de caridad, á
la autonomía de la Iglesia, á la formal negativa de re
conocer el párrafo 12 del artículo 53 de la ley de 1868
sobre el bautismo de los niños nacidos de matrimo
nios mixtos. La última resolución—la más importan
254 JUDIOS Y CATÓLICOS

te—afirmaba que los católicos combatirían con todas


sus fuerzas la institución del matrimonio civil, y que,
si esta ley era votada, por lo menos persistirían en la
lucha por todos los medios autorizada por la consti
tución.
A continuación del último discurso, nombró el
Congreso un Comité de 1oo notables, encargado de
tomar ulteriormente todas las disposiciones que juz
gara necesarias. Tomado este acuerdo, el arzobispo de
Kolocza, Mons. Czaszka, dió la bendición papal, y
lentamente, por todas las puertas deslizóse la inmensa
muchedumbre, inundando la plaza y las calles veci
nas, y llevándose de esta reunión inolvidables re
cuerdos.
Acababa de realizarse un hecho de excepcional im
portancia. La Hungría católica se había recobrado y
desplegaba con altivez su bandera en aquella ciudad
de Budapesth, de la que los judíos y los calvinistas
habían hecho un centro de incredulidad. Esta jornada
memorable constituirá una fecha decisiva en los anales
del pueblo magiar: el hechizo liberal quedaba roto, (i)
La resonancia del Congreso fué inmensa en toda la
monarquía austro-húngara y fuera de ella. No era
posible engañarse, el pueblo rehusaba seguir al go
bierno en sus innovaciones. Católicos y protestan
tes expresaban la misma repugnancia! «La opinión
parece completamente cambiada—escribía un periódi
co pocos días después. —En las ciudades, en los pue
blos y aún en las más pequeñas aldeas, no se oyen
más que críticas amargas y maldiciones contra el pro-
(1) «Esta jornada—escribía le Temps en el número del 18
de Enero—ha sido una revista general, un consejo de gue
rra, y los discursos pronunciados, los acuerdos tomados, no
dejan dudar de la cohesión de las masas católicas y popu
lares.*
EN AUSTRIA.- HUNGRIA 255

yecto de ley.» La resaca entró también en las nías de


la misma mayoría. Si la unión de los católicos se
acentuaba cada día, en la izquierda, por lo contrario
«las disposiciones—es Le lemps quien habla—co
menzaron á modificarse. Es verdad que antes eran in
dividualidades que grupos los que confesaban sus di
vergencias, pero el movimiento de desunión no podía
negarse.» Ciertos miembros del partido de la inde
pendencia, el conde Apponyi y sus amigos del partido
nacional no habían abandonado una reserva que auto
rizaba las dudas sobre sus secretos sentimientos y su
actitud definitiva. A estas vacilaciones vinieron á jun
tarse las defecciones. Súpose de repente que dieci
ocho liberales abandonaban su partido, dando expre
samente por razón los proyectos de leyes eclesiásti
cos. Estos diputados se retiraron á consecuencia de
una reunión general del partido en la que había si
do de nuevo afirmada una vez más la línea políti
ca en materia religiosa por los oradores habituales de la
mayoría y por el mismo presidente del Consejo.
Semejante defección llamó tanto más la atención,
cuanto que en su número se contaban hombres de va
ler, y especialmente, Szapary, antiguo jefe del gabi
nete. Siguieron otros no menos ilustres y lo que era
más significativo, algunos diputados protestantes se
separaron del club, tales como el consejero íntimo
Tomás de Péchy y el conde Alberto Zay, de quienes
ya hemos hablado. En vista de esta ruina, el Hirlap,
órgano de Tisza, no temió imputar la dislocación del
club á la torpeza del ministerio. «El gabinete Wec-
kerlé,—decía á principios de Febrero—ha forzado to
dos los resortes de la administración, como un maqui
nista ignorante que se lanza á todo vapor por el espa
cio, á peligro de hacer estallar su locomotora. Si no
se pone remedio, el Parlamento y la nación entera van
JUDIOS Y CATÓLICOS

á explotar en sus manos. ¿Cuánto tiempo ha de durar


aún ese ministerio de desdichas?»
Para que un órgano de los más autorizados de la
mayoría hablase de este modo, preciso era que algo
podrido hubiese realmente en el Estado.
La situación era incontestablemente muy crítica.
Abandonado por una veintena de diputados liberales,
desautorizado por el Hirlap, deshonrado por el ejérci
to católico cada día más numeroso, Weckerlé ya no
sabía á qué santo encomendarse. Demasiado avanzado
para detenerse ó retirarse, abandonóse más que nunca
á los elementos judíos y revolucionarios y concertó
con ellos un pacto indisoluble. El radicalismo prome
tió abrazar al ministerio, esperando la hora de poder
extrangularlo.
Esta fraternal fusión manifestóse por desórdenes de
toda especie. Los católicos habían hecho manifesta
ciones en la calle; los radicales se echaron á su vez í
la calle para apoyar con sus resonantes clamores la po
lítica ministerial. Los primeros manifestantes fueron
los que se nutrían de la Alma Mater. Las escuelas de
Budapesth, empezando por la Universidad, son centros
de anarquía moral, reconocidos en toda Europa por sus
depravadas costumbres, su espíritu de indisciplina y
su propensión á los desórdenes. Los judíos (i) y los
calvinistas dominan en ella y la francmasonería le dic
ta sus leyes. El ministro proponía á estos estudiantes
insultar á la religión católica; júzguese si se apresura
rían á aceptar la invitación. A principios de Marzo, la
juventud de las escuelas, á la que se agregaron bandas

(1) Por ejemplo, en el primer semestre de 1888 había en


la Universidad de Pesth: 1491 católicos; 1155 judíos; 409 cal
vinistas; 324 luteranos. No hay que olvidar que los judíos no
constituyen más que el 5 por 100 de la población total.
IM AUSTRIA- HUNGRIA 857

de rufianes (i), se extendió por las calles de la capital,


lanzando eljen en honor del matrimonio civil, y voci
ferando contra los obscurantistas ultramontanos. Y
como no hay placer en lanzar injurias sin objeto deter
minado, aquellos intrépidos defensores del matrimo
nio laico resolvieron entregarse á los ultrajes persona
les. El a de Marzo al oscurecer, agrupáronse delante de
la casa del conde Apponyi y aullaron sus refranes obs
cenos y blasfematorios. El joven y brillante orador no
participaba de la manera de ver de los héroes calleje
ros; |justo era que la turba lo castigasel De casa del
conde Apponyi, los alborotadores se trasladaron á la
redacción del Pesti Naplo, y quemaron, con innobles
aullidos, un ejemplar de este periódico culpado de
combatir la política de Weckerlé. Naturalmente, la
policía guardóse de intervenir. ¿Acaso no era el mis
mo gobierno el que hacía la manifestación? Esto es
tan verdadero, que nadie se asombró cuando la turba
escandalosa se dirigió al club liberal para aclamar allí
el ministro de justicia Szilagyi, y al presidente de la
Cámara, Padmanitzki. En otras partes, se hubiera ofen
dido un ministro de recibir ovaciones de estudiantes
desastrados y de rufianes bebidos. Pero Szilagyi no
conocía semejantes escrúpulos, por lo que se les pre
sentó muy ufano y conmovido, y dirigió una arenga
laudatoria á la joven Hungría. «Continuaremos,—ex
clamó—á pesar de la hostilidad de que somos objeto,
combatiendo valerosamente por las reformas eclesiás
ticas. Termino con un eljen á nuestra próxima vic
toria.»
Esta unión de las turbas y el gobierno era un espec
táculo tan bufo como entristecedor.

(1) Todo el mundo sabe que, desgraciadamente, estas


alianzas no son únicamente propias de Hungría.
358 JUDIOS Y CATÓLICOS

Pero todas estas bufonerías no servían más que de


prólogo á la gran comedia preparada por el charlata
nismo ministerial. El éxito incontestable del Congreso
católico de Budapesth robaba el sueño á Weckerlé, y
para borrar su impresión, érale preciso obtener á cual
quier precio un desquite resonante, una reunión mons
truosa, algo así como la movilización de la Hungría
liberal. Una demostración de esta especie era la única
capaz de devolver su valor á la Cámara. Organizar
una fiesta anticlerical no era empresa muy difícil. Los
hombres de buena voluntad no faltan en el país, y el
ministro, disponiendo de la burocracia y de los cami
nos de hierro, podía conducirlos sin esfuerzo á la ca
pital (i).
El programa anunció que el 4 de Marzo desfilaría
por las calles empavesadas de Budapesth una gran pro
cesión liberal. Así se hizo, y en el día fijado más de
1oo,ooo hombres, según se dijo (a), se pusieron 'á la
disposición del Gobierno. El ejército era inmenso,
pero ¡qué ejército! Lo que principalmente dominaba
en todas las filas eran las Doce Tribus. Desde el israe
lita elegante y galano que se impone en los salones y
se pavonea en el histórico castillo del magiar arruina
do, hasta el judío grasicnto que tiene una miserable
taberna en los arrabales, ó que explota al campesino
húngaro en las aldeas, todos estaban en su puesto.
Veíaseles con sus narices legendarias, sus barbas más ó
menos sucias, sus ojos saltones de carnero, sus mira-

(1) La Kreuzzeitung anunció el 26 de Enero que «las lo


gias masónicas de Pesth, todas dirigidas por judíos, han
decidido en una reunión provocar la agitación en pao de las
leyes eclesiásticas. Los gastos de esta campaña serán paga
dos mitad por el Gobierno y mitad por la alta banca jodia. »
(2) Esta cifra es la que naturalmente dan los periódicos
liberales. La aceptamos tal cual aparece.
EN AUSTRIA-HUNGRIA 359

das aleves y rencorosas y su seguridad de fiera que po


see su presa, veíales avanzar en interminables batallo
nes. «]Desde el sitio de Jerusalén,—decía placentera
mente el Magyar Ai/am—no se había visto reunida tan
gran multitud de narices encorvadas!» Al lado de los
judíos de todos calibres marchaban los inevitables es
tudiantes. Despues venían las diputaciones eslavas y
suabas, que el Maygar Allam recomendaba «á la em
presa de pompas fúnebres, tan triste y disgustado era
su aspecto.» Finalmente, debería decir ante todo, apa
recían los elementos más avanzados del país, los revo
lucionarios que cantaban el famoso Eljen Kossuth; los
que sueñan en reivindicar la libertad de Hungría, es
decir, su separación de Austria; las delegaciones obre
ras, que constituyen las tropas socialistas, esas mismas
delegaciones que vemos aparecer en toda reunión sub
versiva, y que, en las manifestaciones del 1.° de Mayo,
reclaman la jornada de 8 horas y la expoliación del
capital. Los partidarios de Kossuth y los obreros socia
listas daban su verdadero carácter á la fiesta, y el
Magyar Allam ha encontrado la verdadera frase que
caracteriza á la situación al decir que era una glorifi
cación de Kossuth y de la revolución.
Estas mismas masas que desfilaron el 4 de Marzo
figurarían en el cortejo fúnebre de la monarquía
húngara si triunfara el programa de Kossuth. Ra
dicales, socialistas, judíos, francmasones, calvinis
tas, á todos se les vería, salvo quizás los pocos mag
nates, el barón Orczy, Teodoro Andrassy, Juan Pal-
ffy, Esteban Esterhazy y Karolgi, que tuvieron el
poco envidiable honor de presidir la manifestación li
beral. Muchos se han preguntado cómo estos grandes
nombres católicos se descarriaron en medio de aquella
turba que gritaba: «[Viva Kossuth! ¡viva la revolu -
ción!» Si se hubiese podido leer en el interior de cier
JUDIOS Y CATÓLICOS

tos judíos en el imomento en que pasaban por delante


de estos nobles señores, y si se hubiese consultado en
seguida el gran libro de hipotecas, quizás se hubiese
descubierto el enigma. Una parte de la propiedad de
los aristócratas es desgraciadamente presa de los ju
díos (i), y esto explica que el 4 de Marzo se haya visto
á magnates ir del brazo de aquellos á quienes sus altivos
antepasados apenas se hubiesen dignado mirar. ¡Cier
tamente no habían previsto esta dolorosa decadencia
aquellos bravos que derramaron su sangre en Varna,
en Nohacs, en San Gothardo, para salvar el reino de
San Esteban del yugo mahometano!

(1) Los judíos que constituyen apenas el 5 por 100 de la


población total de Hungría poseen por lo menos la mitad
del suelo húngaro. Da 3,192 grandes propietarios territoria
les que acusa la estadística, 1,031 son judíos. El Estado hún
garo posee numerosos bienes raíces que arrienda á parti
culares; 67 por 100 de estos arrendatarios son judíos. La ma
yor parte de las pequeñas propiedades pertenece también á
los judios bajo una ú otra forma. La alta banca, el comer
cio, la industria están igualmente en manos judías, lo mismo
que la prensa. Hungría es la tierra prometida de Israel.
En pocos años el número de judíos casi se ha cuadruplicado.
En la diócesis de Rrlau de 1842 á 1888 se han multiplicado
los. judíos en la proporción de 147 por 100; allí llegan de to
das las regiones del globo. Con su número hanse aumentado
su poder y su insolencia Un decreto del ministro Czaky pro
hibe llamarlos por su nombre. Por ministerio de la ley, es
preciso apellidarles israelitas.
CAPÍTULO NONO

El PROYECTO DE LBY SOBRE EL MATRIMONIO CIVIL ANTE LAS


DOS CÁMARAS.—RSCHAZALO EL SENADO. —DIMISIÓN MO
MENTÁNEA DE WECKBRLÉ.

La manifestación gratuita y obligatoria del 4 de Mar


zo habíase celebrado en el momento oportuno. La dis
cusión del proyecto de ley ministerial había comenza
do en el Congreso el 19 de Febrero, y la gran reunión
liberal debía ejercer doble presión sobre el Parlamen
to, pues tratábase, por un lado, de arrastrar á los mo
derados, mostrándoles cía Hungría entera en pie»
para reclamar el matrimonio civil; y por otro, conve -
nía atraerse á la extrema izquierda con una entusiasta
glorificación de Kossuth. La algarada del 4 de Marzo,
en la que los bljen Kossuth alternaban agradablemen
te con los Elj'gn Weckerlé, produjo la concentración
deseada. En vano los adversarios del matrimonio civil
obligatorio defendieron su punto de vista con admi
rable elocuencia, pues bien claro aparecía desde mu
cho antes de terminar los debates que el gobierno ha
bía ganado el pleito en el Congreso. Los radicales que
atacan abiertamente á Austria y á la dinastía prestaron
su concurso sospechoso al ministerio, y la mayor par
te de los moderados que dependen de los judíos entra
ron en la abigarrada alianza, de la cual el matrimonio
civil es el único cemento.
La discusión duró muchos días, y fué interrumpida
JUDIOS Y CATÓLICOS

durante las vacaciones por los funerales de Kossuth.


No analizaremos los discursos que se pronunciaron en
favor ó en contra de la ley: sería un trabajo largo é
inútil también, porque nadie llevó á la tribuna un
nuevo argumento. Sin embargo, indicaremos dos sobe
ranas arengas, la del conde J. Szapary y la del conde
Apponyi. El discurso de este último fué incontestable
mente uno de las más bellos é importantes que ha es
cuchado el Reichstag de veinte años á esta parte. El jo
ven diputado habló por espacio de cerca de tres horas,
y aunque cuenta ya con sorprendentes éxitos orato
rios, puede afirmarse que jamás se elevó tan alto y que
nunca ha desplegado tan brillantes cualidades. Todo
el mundo sabe que este «discípulo de los jesuítas» es
un incomparable encantador. Joven, hermoso, ele
gante, esbelto, posee una voz subyugadora y habla un
lenguaje rico, flexible, lleno de imágenes, que es el
que más agrada á los húngaros. Su popularidad ha si
do inmensa, basta el día en que los judíos y los franc
masones han sublevado contra él la escoria dejla socie
dad de Budapesth. Felizmente, el «conde negro» une
á un admirable talento un valor cívico á toda prueba.
No teme á la canalla amotinada, y á todas las amena
zas del arroyo, ha opuesto una soberbia altanería, que
ha tenido á raya á sus adversarios políticos.
Como debía esperarse de él, Alberto Apponyi, des
pués de hacer resaltar los peligros é inconvenientes
del matrimonio civil obligatorio, condenó sin ambajes
ni rodeos la reforma propuesta por el ministro. No es
que en principio sea hostil al matrimonio civil en ge
neral: lo que rechazaba era el carácter obligatorio que
quería dársele, y como conclusión, propuso á la Cá
mara una enmienda, que decía en resumen: «El ma
trimonio debe concertarse ante una de las Iglesias re
conocidas, y el matrimonio mixto puede contratarse
EN AUSTR1A-HUNGRIA 363

indiferentemente según los ritos de la religión del ma


rido ó de la mujer. Si las Iglesias, por cualquier razón,
rehusan proceder al matrimonio, los esposos pueden
unirse ante la autoridad civil, y lo mismo sucederá
con los esposos que no pertenezcan á ninguna de las
religiones reconocidas. > En otros términos, el conde
Apponyi proponía el matrimonio civil tal como existe
en Austria, lo que se llama la Noth civil Ehe!
Las tribunas hicieron tal ovación al orador, que el
presidente, furioso, amenazó con hacer despejar la
sala. Para vengarse de este triunfo, los estudiantes re
voltosos que alimenta el ministerio acogieron á silbi
dos al conde Apponyi cuando se dirigió á su casa. Hay
insultos que honran á los que de ellos son víctimas,
del mismo modo que hay aclamaciones que son una
deshonra. Apponyi se engrandeció muchísimo en
aquellos debates: ó bien Hungría perecerá envuelta en
sangre y lodo, ó bien este joven leader será uno de los
ministros del porvenir.
El conde J. Szapary no se contenta con atacar la ins
titución del matrimonio civil olligatorio, sino que hizo
el proceso de la política religiosa del gobierno, y su
lógica implacable exasperó terriblemente á los minis
tros y á la mayoría. Les dolía sobremanera escuchar
tan crueles verdades de parte del mismo que, la vís
pera, era aun su aliado. De aquí que su rabia no co
nociera límites, y que le interrumpieran á cada instan
te con aullidos de fiera. Pero el antiguo ministro
conservó toda su calma como un domador en la jaula
de los tigres. El látigo silbaba alrededor de las cabe
zas ministeriales que era un contento, y como el con
de Apponyi, declaróse Szapary partidario de cierta
especie de matrimonio civil facultativo. Tanta elo
cuencia no dió resultado.
Lo que hay de curioso en esto es que los adversario
364 )UD|OS Y CATÓLICOS

de la reforma matrimonial hallaron un auxiliar im


previsto allí donde ciertamente menos se le esperaba.
El a i de Marzo, uno de los más grandes jurisconsultos
de Alemania, el doctor Enrique Dernburg, profesor
de la Universidad de Berlín, pronunció, en una reunión
de sabios de Viena, un discurso resonante, que fué una
condenación del matrimonio civil obligatorio. Des
pues de hacer la apología del matrimonio cristiano,
Dernburg, que es protestante, no temió añadir estas
graves palabras: «Si la evolución de la idea moderna
ha exigido que el Estado se ocupase más que antes en
los asuntos matrimoniales, no se sigue en manera al
guna que el matrimonio civil sea indispensable; basta
con que los agentes aclesiásticos pongan los registros
á disposición de la administración civil... Se ha reivin
dicado el matrimonio civil obligatorio en nombre de la
libertad de conciencia; pero al colocarse en este terre
no, sólo puede establecerse el matrimonio civil facul
tativo. Hacerlo obligatorio, antes sería atentar á esta
misma libertad. En efecto, supongamos que, despues
de celebrado el contrato civil, rehuse el marido ir á la
iglesia á pesar del compromiso que había contraído
¿que sucederá? A los ojos del Estado el matrimonio es
completamente válido, y el marido puede obligar á su
mujer á vivir con él. ¿No sería esto una verdadera vio
lación de la libertad de conciencia?» El profesor ber
linés—que es senador— desarrolló esta tesis con mucha
insistencia, y para mostrar mejor que se trataba, no de
un capricho, sino de una convicción arraigada, publi
có su discurso en un folleto.
En Budapest h, la opinión del célebre jurisconsulto
protestante no dejó de contrariar á los ministros y á la
mayoría, porque echaba por tierra el andamiaje de su
argumentación sofística. Intentóse al principio esca
motear su discurso, y luego, habiendo fracasado la
EN AUSTKÍA-HUNGRIÁ

conspiración del silencio, recurrióse á las armas ordi -


narias de la prensa judía, á la injuria. Los liberales
húngaros no intentaron siguiera discutir las ideas de
Dernburg; comprendían que no había medio de hablar
de intolerancia ultramontana, cuando protestantes,
como el barón de Kaas y el profesor Dernburg, recha
zaban el matrimonio civil obligatorio, cuando grandes
países protestantes, como Iglaterra y los Estados Uni
dos, se pasan sin esa supuesta conquista de la civiliza
ción. Era demasiado evidente que se trataba de un
prejuicio sectario que nada tenía que ver con las nece
sidades reales del país ni con la libertad de conciencia.
La obstinación injustificable del gobierno llamaba
tanto más la atención, cuanto que la minoría conser
vadora hubiera aceptado de buena voluntad una ley
que proclamase el matrimonio civil facultativo. El
conde J. Szapary había hablado en este sentido, lo
mismo que el conde Apponyi. Es verdad que estos dos
diputados habían propuesto simplemente la legislación
matrimonial vigente en Austria; pero es permitido
creer que hubieran llegado á aceptar el matrimonio
facultativo tal como se halla establecido en cierto nú
mero de países protestantes.
El gobierno no quiso oír hablar de compromisos de
esta especie, y cuando se renovó la discusión el 9 de
Abril, los ministros y sus acólitos declararon una vez
más, en medio de los aplausos de la Cámara, que no
se introduciría modificación alguna en el proyecto de
ley. /Sini uí suntl Era preciso tragarlo todo entero, y
por el mismo hecho, toda resistencia era inútil, por lo
que, en lugar de hacer obstrucción, los mismos adver
sarios del matrimonio civil precipitaron los debates,
contando únicamente con la firmeza del Senado. Así
se discutieron y aprobaron al vapor los artículos del
proyecto ministerial, y el conjunto de la ley fué vota
do por la enorme mayoría de 175 votos.
a66 JUDIOS Y CATÓLICOS

En medio de la alegría que les produjo la victoria,


los liberales tiraban á lo alto, insinuando que muy
osados serían los magnates, si resistían á la voluntad
nacional. Par lo demás, no creían en una oposición se
ria por aquel lado. El 12 de Noviembre de 1893, la
Frattcfurier Zeitung, eco fiel de las esperanzas judías
de Hungría, no había vacilado en escribir: «El hom
bre que ha arrancado á la Hofburgo la firma para el
proyecto de ley sobre el matrimonio civil obligato
rio, vencerá igualmente al Senado». Weckerlé no ha
omitido nada para vencerlo, no retrocediendo ante
ninguna presión ni amenaza. Por un momento llegó á
creerse que triunfaría al primer golpe, porque la co
misión del Senado se mostraba favorable al gobierno;
pero los que estaban bien al corriente de la situación
anunciaban que el parecer de la comisión no era el de
la mayoría y que los magnates permanecerían fíeles á
la tradición.
Abrióse la discusión el 7 de Mayo con inusitada so
lemnidad, en medio de una emoción indescriptible.
De diez años á esta parte, no se habían visto tantos
magnates reunidos. De el episcopado no faltaba uno. A
pesar de sus largos sufrimientos, el obispo transilvano,
LSahart, había emprendido el viaje á Budapesth, no
obstante su enfermedad, y se había hecho conducir
al salón de sesiones. Los diez grandes dignatarios de
la corte se encontraban en su puesto de honor, lo que
excitó la cólera de los liberales. En los cuatro días que
duraron los debates, los defensores y los enemigos de
la ley, resumieron por última vez sus argumentos. El
Cardenal-Primado Vaszary tomó por dos veces la pa
labra, y el Cardenal Schlauch pronunció un discurso
soberbio, verdadera obra maestra de buen sentido y
de dialéctica. Estos dos prelados católicos fueron ca
lurosamente apoyados por los dos obispos cismáticos
EN AUSTRIA-HUNGKIÁ 267

del Senado, el metropolitano rumano, Mons. Miron


Roman, y el patriarca servio Jorge Brancovics. En
cambio, el superintendente protestante Zelenka habló
en favor de la ley (i). Pero la autoridad de este extra
ño guardián del puro Evangelio fué contrabalanceada
por la del conde Zay, que se levantó vivamente con
tra la ley, y afirmó que Zelenka no representaba en
manera alguna la opinión dominante de los protestan
tes húngaros.
El resultado de la justa oratoria estaba previsto
desde el primer día. Según "exactos tanteos, se había
calculado que la ley sería rechazada por a<5 ó 30 vo
tos. El 1o de Mayo se procedió á la votación, y de
conformidad con las predicaciones optimistas, el mi
nisterio fué derrotado por 139 votos contra 1 18. Triun
faba el principio cristiano— de momento por lo me
nos—á pesar de la presión del gobierno y de la de los
judíos que habían puesto el cuchillo en la garganta de
gran númpro de magnates. Como los liberales habían
presentido el resultado, habíanse apresurado á convo
car la" canalla alrededor del palacio senatorial para
hacer manifestaciones contra los negras. Bandas de ju
díos, de imberbes estudiantes y de obreros socialistas,
insultaron á los obispos al salir de la sesión, consolan
do de este modo á los ministros de su desastre momen
táneo. Para los liberales, estas turbas desarrapadas
constituyen la opinión pública en Hungría: no se po
dría ser más humilde.
El voto del Senado hacía en extremo delicada la si
tuación del presidente del gabinete. Por un lado, las
logias y el partido revolucionario, sobre los que apo-

(1) Algunos meses antes, Zelenka, como vimos más arri


ba, habla declarado que los protestantes no tenían necesi
dad del matrimonio civil.
908 JUDIOS Y CATÓLICOS

yaba su política, le impulsaban adelante, á peligro de


comprometerlo todo; por otro, la prudencia y el res
peto que debía á la Corona le aconsejaban bajar, como
vulgarmente se dice, los humos. ¿Qué partido tomar?
Podía Weckerlé, ó retirar el proyecto de ley y dejar
para más tarde la reforma, ó presentar su dimisión, ó
proseguir la campaña. Aceptó este último partido, re
suelto á violentar al Soberano y á los magnates.
Once días despues de desechada la ley, el Congreso
se pronunció por segunda vez en favor de la reforma
por 271 votos contra 105. Despues, un mensaje di
rigido al Senado púsolo en el trance de votar la ley.
Para asegurar el éxito, Weckerlé pidió autorización
al Rey para nombrar una hornada de magnates favo
rables á sus miras. Acordóse de la lección de Kolo-
mán Tisza, y esperó triunfar como su ilustre maestro.
Hizo frecuentes visitas á la corte, y la prensa liberal
de Viena y Budapesth dió á entender con bastante
claridad que el Soberano debí? ceder. La impertinen
cia triunfa á menudo de las naturalezas débiles; pero
quizás las exigencias del ministro fueron demasiado
poco respetuosas en aquella circunstancia; lo cierto
es que Francisco José no cedió, y el i.° de Junio, el
gabinete, cambiando de táctica, presentó su dimisión,
que fué al punto aceptada.
Excelente solución hubiera sido esta, si el Rey, lle
vando su valor hasta el último extremo, hubiese teni
do la energía necesaria para nombrar un ministerio de
negocios y preparar nuevas elecciones. Desgraciada
mente, detuviéronse á medio camino, como siempre.
El gobernador general de Croacia, el conde Khuen-
Hedervary, fué encargado de formar ministerio, pero
éste no aceptó sino con la condición de ser aceptado
por toda la mayoría liberal y mantener en su integri
dad el programa político-religioso de Weckerlé, lo
EN AUSTRIA-RUNGRIA 269

que equivalía á decir que nada se cambiaría. Los libe


rales, que querían humillar al Rey, rechazaron la idea
de un ministerio Khuen, y sus periódicos repetían
diariamente en todos los tonos la cantinela bien cono
cida: «¡Weckerlá es el que necesitamos!» Con gran
asombro de los católicos, el Rey, que es la misma
personificación de la debilidad, volvió á llamar á Wec-
kerlé y le confió la misión de constituir el gabinete.
Esta victoria era demasiado grande para no envalen
tonar á la «pandilla Tisza» á aumentar sus pretensio
nes. Francisco José, que se resignaba á todo, sentía
invencible repugnancia por el ministro de justicia
Szilagyi; y declaró que por ningún precio lo aceptaría.
Razón de más para que se lo impusieran los judíos. La
lucha fué enconada y duró muchos días, y aun llegó á
decirse que, ante la negativa formal del Rey, Weckerlé
se mostraría dispuesto á inmolar á su antiguo colega.
Pero cuanto más se aferraba el Rey, tanto más excita
ba Szilagyi á las logias masónicas. El duelo era inte
resante; nadie quería creer que saliera vencido el
Jefe del Estado. Sin embargo, esto fué lo que sucedió.
Conviene no olvidar que Austria-Hungría es el país
de las inverosimilitudes. Se ha dicho del Emperador
de Alemania que hacía frecuente uso del verso juve-
nalesco Stc voló, sic jubeol Desgraciadamente, su
aliado de Viena incurre más bien en el defecto con
trario: Su Majestad Apostólica no sabe querer. El 1o
de Junio estaba constituído el nuevo gabinete bajo la
presidencia de Weckerlé y con el calvinista Szilagyi
en el ministerio de justicia: sólo Czacky, Bethlen y
Luís Tisza quedaron descartados de la combinación,
ocupando todos los demás sus antiguos puestos. El 12
de Junio prestó juramento el ministerio, y el Empera-
dor-Rey volvió á Viena, poco satisfecho sin duda del
papel que acababa de representar.
37o JUDIOS Y CATÓLICOS

Al presentarse de nuevo al Congreso y al Senado,


anunció Weckerlé que la Corona estaba de acuerdo
con él en lo concerniente á la necesidad del matrimo
nio civil obligatorio. Despues de resistir algunos días,
Francisco José acabó por consentir en todo, aun en
mantener á Szilagyi, en la hornada de los pares libe
rales y en la presión sobre los grandes dignatarios de
la corte. De momento, la capitulación había sido tan
completa como posible. Los periódicos judíos de Buda-
pesth declararon que los magnates votarían el proyec
to de ley sobre el matrimonio civil con algunas
insignificantes modificaciones; y en efecto, hubiera
sido demasiado inútil un Senado más realista que el
Rey, y que hubiera defendido cuando menos la corona
de San Esteban, escapada de las manos de su Majes
tad Apostólica.
II

' LOS JUDÍOS Y EL PRIMER AÑO DEL KuLTURKAMPF

El 21 de Junio de 1894, el Senado húngaro adoptó


por una débil mayoría de 4 votos el proyecto de ley
relativo al matrimonio civil obligatorio. Despues de
haber resistido largos años, y rechazado el mes ante
rior este mismo proyecto, los magnates, zarandeados
en todos sentidos, y abandonados en cierto modo por
la Corte de Viena, cedieron á la presión del radicalis
mo anticlerical, y abrieron la primera brecha en la
legislación católica de su país. Latente y circunscrip
to hasta entonces, el Kulturkampf húngaro entró en
nueva fase, y la francmasonería judío-calvinista pudo
inaugurar, con el concurso de las leyes, una perse
cución religiosa ya enérgicamente comenzada en el
terreno administrativo. Convertido en infiel á sus tra
diciones seculares, el reino mariáníco encontrábase
abandonado á los peores enemigos del cristianismo.
En la primavera de 1895, el gobierno deBudapesth,
enardecido y ciego por sus mismos desastres, no temió
insultar oficialmente al representante del Papa con
ocasión del viaje que Mons. Agliardi había hecho á
Hungría. El jefe del gabinete, el calvinista Banffy, de
claró en plena Cámara—y en términos en los cuales
en vano se buscarían las fórmulas de la cortesía diplo
mática—que el Nuncio del Papa nada tenía que hacer
en el país de San Esteban.
aja JUDIOS r CATÓLICOS

Asi, en menos de un año, los sectarios magiares ha


bían avanzado lo suficiente en la vía del anticlericaltt-
mo para atreverse á cometer este acto audaz y provo
car quizás un conflicto irremediable entre Su Majestad
Apostólica y la Santa Sede.
La Hungría oficial se ha alejado [de Roma á velas
desplegadas, como otras veces el príncipe de Bismark,
y la crisis político- religiosa es muy aguda en. Buda-
pesth. Momento es este de lanzar una ojeada atrás y
examinar, de una parte, lo que ha hecho el gobierno
en un año para aplastar á la Iglesia, y de otra, lo que
han intentado los católicos para organizar una resis
tencia eficaz. Esta primera página de la Historia del
Kurturkampf magiar es de mucho interés y contiene
preciosas lecciones que conviene meditar muchísimo.
CAPÍTULO PRIMERO

Los CATÓLICOS ORGANIZAN LA LUCHA. —DEBPIDAD


DE CIERTOS OBISPOS

El voto del Senado concerniente al matrimonio


civil provocó dolorosa sorpresa en los católicos hún
garos. Nadie esperaba semejante cambio, que por otra
parte, nada justificaba. La misma víspera de los debates
en la Cámara Alta, se contaba aún con una mayoría
de 30 votos por lo menos. El episcopado habla persis
tido hasta el último trance en su actitud decidida," y
todos los obispos católicos y ortodoxos permanecían
en su puesto de honor, dispuestos á defender el matri
monio cristiano contra las usurpaciones del liberalis
mo judío. ¿Qué había pasado entre ambos escrutinios?
¿Cómo explicarse la palinodia de que los señores
magiares dieron tan triste expectáculo? La Allgemeine
Zeitung nos ofrece la clave del misterio. «El gabinete
Weckerlé—escribía este periódico en su número de 22
de Junio de 1894—puede vanagloriarse de haber teni
do en su favor la influencia de la Corte.» Por extraño
que esto parezca, el gran órgano liberal está en lo
cierto. «La monarquía—decía la Neue Freie Presse—
se ha declarado completamente neutral,» y sus infor
mes eran de buena fuente. No sólo permanecieron lejos
de Budapesth en el momento decisivo de la lucha los
21 archiduques, sino que, de los 1o grandes dignata
rios de la Corte, sólo hubo 2 que asistieron á los de
11
274 JUDIOS Y CATÓLICOS

bates y tomaron parte en la votación. A estas absten


ciones hay que añadir algunas lamentables defeccio
nes, cuyo precio exacto conocen sin duda los ricos
banqueros judíos. Gracias á estos decaimientos de
ánimo y felonías, el ministro Veckerlé cosechó su
primer gran triunfo sobre la Iglesia católica y preparó
la secularización completa de Hungría.
Esta victoria, acogida por la prensa liberal de Aus-
tria-Hungría con verdadero delirio, fué la primera
etapa del Kulturkampf masónico: ya no cabía duda
sobre este punto. Así lo comprendieron los católicos,
y de aquí que sus jefes declararan que proseguirían la
resistencia, aunque el Soberano sancionara la ley, y
se ocuparon desde luego en los preparativos de la
lucha.
El Magyar Allam, el valeroso periódico ultramonta
no de Budapesth, fué el centro de esta acción católica,
y sus ardientes artículos mantuvieron al pueblo y al
clero en constante agitación. Todo prometía que la
campaña contra las leyes antireligiosas sería eficaz. A
fuerza de diplomacia y energía, había logrado León XIII
cimentar la unión de los obispos, y así se les había
visto, en dos ocasiones, votar como un solo hombre
contra el matrimonio civil obligatorio. Sin duda que
secundarían y bendecirían los esfuerzos del clero y de
la prensa y permanecerían fieles á su programa. Todo
el mundo alimentaba esta ilusión, cuando, de repente,
una noticia inverosímil vino á producir el desorden
en las filas del ejército católico que se estaba organi
zando. A principios de Septiembre, el Primado de
Hungría, el cardenal Vaszary, dirigió á su clero una
alocución, en la que le ordenaba que se metiera, por
decirlo así, en la sacristía. Este discurso iba evidente
mente dirigido contra los católicos y el clero militan
tes. Los liberales interpretaron así las palabras episco-
EN AUSTRIA-HUNGR1A

pales, y se apresuraron á tributar una ovación al ilus


tre príncipe de la Iglesia. El alcalde de Grau se dirigió
al palacio primacial al frente de una delegación ma
sónica, y felicitó al Cardenal por su lealtad y su pru
dencia. El arzobispo no merecía ni este excesivo honor
ni esta indignidad, y fué el primer sorprendido del
abuso que se hacía de sus palabras. Al recomendar la
moderación á su clero, había cedido á las instancias
de la corte de Viena. El Emperador-rey tiene una ma
nera muy rara de comprender sus deberes de cristiano
y de resolver las dificultades político-religiosas que en
cuentra en Hungría! Por una parte, acaba siempre por
dar carta blanca á sus ministros, y por otra, se apro
vecha de los sentimientos de adhesión de sus subditos
católicos para entregarlos, ligados de pies y manos, á
los adversarios del catolicismo. El cardenal Vaszary
no soñaba siquiera en hacer traición á la causa del
matrimonio cristiano al acceder á los deseos del Rey
apostólico, sino que esperaba que, en compensación,
rehusaría éste sancionar la ley que una insignificante
mayoría había votado el 21 de Junio. Quizás fuera
esto por su parte una falta de táctica, pero una falta
que revelaba nobles sentimientos, que recaían por
completo en honor suyo. No tardó en repararla con
todo el valor de un alma apostólica.
La iniciativa de otro prelado—iniciativa menos ex
cusable por desgracia—vino por la misma época á
contristar el corazón de los fieles y á paralizar por un
instante su acción política. En la sesión del 19 de Sep
tiembre, el arzobispo de Erlau, Mons. Samassa, no
temió provocar la cuestión del Cónclave en el seno
de las Delegaciones. No tengo necesidad de insistir so
bre la inconveniencia que existe, por parte de un
obispo, de hablar del Cónclave en una asamblea polí
tica, cuando el Papa vive todavía. Podría llamárseles
976 JUDIOS Y CATÓLICOS

hijos mal educados que discuten la herencia paterna


ante sus ancianos padres. Mons. Samassa tenía mil ra
zones para eclipsarse y hacerse, en cierto modo, el
muerto. Algunos meses antes, en los funerales masó
nicos de Kossuth, se le habfa visto, á él, al ungido del
Señor, al consejero íntimo del Rey, figurar en el cor
tejo liberal, y marchar detrás del ataud del rebelde
calvinista, del amigo de Mazzinil La Hungría católica
y la Santa Sede habían protestado contra esta falta de
tacto inaudita. En vez de hacer olvidar una escapato
ria tan odiosa, Mons. Samassa tuvo el mal gusto de
agravar su falta, discutiendo la eventualidad de la pró
xima muerte de León XIII. «La cuestión del cónclave
—dijo—(resumo su discurso) puede presentarse muy
pronto, y es necesario que nos ocupemos en ella. Por
que el Papado, siendo una institución eclesiástica,
tiene muy alta importancia para el Estado, ya que el
Soberano Pontífice es hoy en día más poderoso, que
en la época en que disponía de las coronas.» Después
el orador, prosiguiendo su brutal discusión, recordó
que los soberanos austríacos tenían en los cónclaves el
derecho de excluir un candidato que no les plazca.
Pidió que la Monarquía estuviese representada en el
futuro cónclave por cardenales capaces de ejercer una
influencia legítima; y para concluir dirigió al Go
bierno estas dos preguntas: i.B «¿Está decidido el mi
nistro á valerse de todo su poder para que el cónclave
llene su misión de una manera completamente inde
pendiente? 2.a ¿Tiene intención de usar de su derecho
de exclusión/» Este discurso y estas preguntas en boca
de un obispo eran odiosas por extremo. El ministro
Kalnoky apresuróse á contestar: «La primera pregun
ta se refiere probablemente á las dudas que han podi
do surgir, con relación á la, completa libertad del fu
turo cónclave. El ministro está convencido, y con
EN AUSTRIA -HUNGRIA 377

respeto á este punto tiene promesas formales, de que


se hallan resueltos en Roma á asegurar por todos los
medios la independencia de un cónclave eventual, y
de que el Quirinal obrará con la misma rectitud que
en la última elección papal. En cuanto á la segunda
pregunta de Mons. Samassa, no hay razón alguna para
creer que las tradiciones que permiten intervenir al
Emperador de Austria en la elección del Papa hayan
sido abandonadas y no deban observarse más en lo
porvenir.»
El incidente que acabamos de resumir era tanto más
grave, cuanto que el arzobispo de Erlau había eviden
temente combinado su interpelación con el ministe
rio. El paso del prelado había sido meditado con ca
chaza; nada había quedado abandonado al azar. ¡Era
esto un bofetón aplicado friamente al Papado por un
arzobispo!
Fácil es pensar que el discurso de Mons. Samassa
sublevó en Hungría y en toda la monarquía la más
viva indignación. Los católicos estaban apenados y
casi avergonzados de ver á uno de sus pastores enten
derse con un ministro incrédulo para suscitar dificulta
des á la Santa Sede y para insultar en cierto modo á
León XIII. Desconcertados por los consejos del Carde
nal-Primado, descorazonados por la rebelde conducta
del arzobispo de Erlau, acosados más que nunca por
los liberales, sintiéronse presa de angustiosas perple
jidades. Nada de aliento, nada de unidad de acción,
nada casi de resistencia por parte de los católicos; el
Gobierno liberal estaba en condiciones favorables y
podía marchar descaradamente hacia adelante.
CAPITULO SEGUNDO

EL SENADO VOTA DOS NUEVAS LEYES ECLESIÁSTICAS.—CON


GRESO DE STHOL-WEISSENBURQO. —FUNDACIÓN DEL PARTI
DO POPULAR CATÓLICO.

El ministro Weckerlé apresuróse á completar su


obra, desarrollando el resto de su programa anticris
tiano. Había condensado sus ideas regeneradoras en
cinco proyectos de ley que abarcan los puntos si
guientes:
1. Matrimonio civil obligatorio.
2. Modo de llevar los registros del estado civil.
•). Confesionalidad de los niños nacidos de matri
monios mixtos.
4. Libertad de cultos y régimen de los que no per
tenecían á ninguna religión.
5. Admisión de los judíos.
Hemos visto que el primero de estos proyectos mi
nisteriales había pasado en las dos Cámaras y no le
faltaba más que la sanción del rey. El gabinete de Bu-
dapesth presentó los dos siguientes inmediatamente
después del discurso de Mons. Vaszary; fueron vota
dos por el Senado sin la menor vacilación, y los pe
riódicos liberales anunciaron con gran estrépito que
lo mismo sucedería con las leyes sobre la libertad de
cultos y la admisión de los judíos. De hecho, la actitud
del Cardenal Vaszary y la de Mons. Samassa autoriza
ban semejantes esperanzas. Pero todo es contradictorio

.
KM AUSTRlA-HUNGRU 179

en Hungría. Cuando los dos últimos proyectos de ley


llegaron á primeros de Octubre de 1894 al Senado,
otras influencias predominaban en esta asamblea, por
lo que rechazó desde luego la ley sobre la libertad de
cultos, y pocos días después, 1o9 votos contra 1o3 re
chazaron igualmente la de la admisión de los judíos.
Era preciso volver á comenzar, y persuadidos de que
esta oposición de los magnates no era más que pura
comedia, los ministros liberales proclamaron muy alto
que no se cambiaría de sus leyes ni una jota, que el
Congreso los devolvería al Senado, y que éste no ten
dría más remedio que humillarse.
Así se hizo. El gobierno tenía motivos sobrados pa -
ra creer en el éxito definitivo de su política de intimi
dación. Se le había habituado á todas las debilidades.
Pero he aquí que un nuevo golpe teatral vino á cubrir
de nuevo el aspecto de las cosas. Contra lo que los
liberales esperaban, los obispos, que habían recobra
do valor, presentáronse en escena para tentar un es
fuerzo supremo, y á raíz de una conferencia episcopal
celebrada á fines de Octubre, dirigieron al Etnperador-
rey un mensaje en que se conjuraba á Su Majestad que
no sancionara las leyes eclesiásticas. Este documento,'
firmado por todos los obispos, tenía una importancia ca
pital. Si el Rey pasaba adelante, se ponía, por decirlo
así, en oposición directa con la autoridad de la Igle
sia. Era preciso hacer retroceder al sucesor de San Es
téban. El episcopado húngaro, dirigido por el Papa,
había reservado este grave paso para el último mo
mento, cuando los liberales no tenían ya ningun obs
táculo.
¡Con la energía de los obispos renacía el valor de
los fieles y del clero! Los pastores no desesperaban de
la causa católica; no estaba, pues, perdida, y un ejér
cito bien diiciplinado podría rechazar el asalto de la
S8o JUDIOS Y CATÓLICOS

«pandilla» —es palabra de la Kreuzzeitung de Berlin—


judío-liberal. Todo consistía en obrar con prontitud
y á una. El 18 de Noviembre convocóse un Congreso
católico en Stuhlweissenburgo, diócesis del valiente
obispo Steiner. Más de 1o,ooo católicos respondieron
al llamamiento de los organizadores de esta manifes
tación, y en su número encontrábase lo escogido de
todas las clases sociales. En dos afios, era éste el dé
cimo congreso que se celebrada en Stuhlweissenbur-
go, bajo la presidencia de Mons. Steiner; pero esta úl
tima reunión era la más importante desde todos los
puntos de vista. Toda Hungría tenía fijas sus miradas
en la ciudad en que se asentaban las bases del pueblo
católico. El Cardenal-Primado, Mons. Vaszary , e]
Nuncio de Viena, Mons. Agliardi, y muchos otros
prelados enviaron su bendición y sus felicitaciones al
Presidente del Congreso. Entre la multitud de otros
telegramas, hallábase el del archiduque José, [conce
bido en estos términos: <Que Dios bendiga vuestros
trabajos: elevo al cielo mis oraciones por esta inten
ción.»
No se engañaban en manera alguna los que funda
ban serias esperanzas en la asamblea de Stuhlweissen
burgo, porque de ella salió la «Kaiholische Volkspar-
tei» que salvará al catolicismo si puede ser salvado. El
conde Fernando Zichy, expuso el programa del nue
vo partido qua iba á fundarse. «Lo que deseamos—di
jo en sustancia—es el desenvolvimiento del sentido
cristiano en todos los terrenos de la vida pública.
Queremos fomentar y extender las asociaciones cató
licas, sostener la escuela católica y todo lo que con
ella se relaciona. Rechazamos las leyes eclesiásticas
propuestas por el gobierno, y rogaremos á Su Majes
tad que les rehuse su sanción. Y si, por desgracia, se
arrancara al Soberano su firma fatal, no pararemos
IN AUSTRI A-Hl; NORIA 281

hasta que estas leyes sean de nuevo modificadas en


sentido católico.»
El discurso del conde Fernando Zichy, fué cubierto
de aplausos, siendo evidente que el orador había sido
elíeco del pueblo católico todo entero. El futuro Par
tido popular podía contar con innumerables simpatías;
era cuestión de poner manos á la obra, de agruparse
todos los hombres de buena voluntad, de regimentar
—si se me permite hablar así—á todos los que Atenían
gran interés por la religión y el porvenir de su país.
Quizás el mismo Emperador, al ver este vasto movi
miento, resistiría á la presión de los ministros libera
les. Los obispos, los magnates católicos le suplicarían
que .rehusase la sanción al matrimonio civil obliga
torio y á las dos otras leyes eclesiásticas votadas por
las Cámaras. ¿Porqué no había de escuchar á la ma
yoría de sus católicos húngaros antes que al puñado
de politicastros judíos y calvinistas, cuya insolencia
no conocía límites?
CAPÍTULO TERCERO

BL REY SANCIONA LAS LEYHS ANTIRRELIGIOSAS. —MUERTE Y


APOTEOSIS DE KoSSUTH.—DIMISIÓN DS VfiCKERLé. MI
NISTERIO BANFFY.

En el «país de las inverosimilitudes», la idea más


discreta, más natural, no es la que triunfa de ordina
rio. Dos días después de la clausura del Congreso de
Stuhlweissenburgo hubo en [el Congreso de Buda-
pesth una interpelación sobre el discurso del conde
Zichy. El diputado republicano y ateo Otto Hermann
protestó contra la manifestación católica y tuyo el ci
nismo de reprochar al Congreso no haber guardado su
ficiente respeto al Rey. El presidente del Gabinete,
Weckerlé, al que Hermann servía de "comparsa, de
claró á su vez que, ante el levantamiento de broque
les de los obispos y de los católicos, se veta en la ne
cesidad de insistir cerca de Su Majestad para apresurar
la sanción de las leyes eclesiásticas.
Veinte días después, un grito inmenso de júbilo bro
tó de la prensa liberal de Hungría y de Europa entera.
El 1o de Diciembre, dió el rey á los francmasones la
firma codiciada, y de golpe, perdió el país de San Es
teban su título glorioso de Reino mariánico para con
vertirse en Estado liberal. Hungría ha permanecido
hasta estos últimos tiempos como un islote batido por
todas partes por las olas del Océano liberal; sus leyes
tenían un carácter fundamentalmente cristiano; la
Iglesia había conservado en él su influencia y «1 pa
BM AUSTRIA -HUNGKIA «85

peí que le había confiado el'rey san Esteban. Mientras


en Austria el liberalismo había hecho ya progresos
considerables, los húngaros se mostraban refractarios
á los beneficios de la civilización atea. A fuerza de
audacia el ministro Weckerlé consiguió triunfar de la
resistencia de los católicos y forzar la mano al infortu
nado Francisco José.
El Rey cedió, porque le persuadieron de que estaba
empeñado su honor. Pero cedió con la muerte en el
alma, y bien decidido á no sufrir más al ministro que
le causaba tantos sinsabores. Hacía diez meses que
Weckerlé ponía una terquedad inconcebible en herir
al Rey en sus más caros sentimientos y en contristarlo
con los más repugnantes espectáculos. Los liberales
habían herido á Francisco José como católico, como
austríaco, como monarca, y cada vez habían exigido
que aprobase sus amaños anticatólicos, anl ¡austríacos
y antimonárquicos. La apoteosis de Kossuth había
sido el punto de partida de esta monstruosa tiranía del
partido liberal. Kossuth fué durante cuarenta años la
personificación de la Revolución. El 14 de Abril de
1849 había hecho proclamar por el parlamento de De-
breczin el destronamiento del rey legítimo y la sepa
ración completa de Hungría. Desde entonces, este fe
roz enemigo de Austria había permanecido fiel á su
programa subversivo, y desde el fondo de su destie -
rro, alimentaba en Austria centros antidinásticos y an-
ti católicos. Su odio contra la dinastía de Habsburgo
no había desfallecido un segundo. Murió el 3o de Mar
zo de 1894, y al punto la Hungría legal y guberna
mental se puso ostensiblemente de luto. En el Con
greso, anunció el presidente con lágrimas en los ojos
que cel país acababa de sufrir una pérdida irreparable
y que nadie sabría igualar el patriotismo de aquel á
quien lloraba toda Hungría.» El ministro Weckerlé se
«84 JUDIOS r CATÓLICOS

expresó en el mismo sentido: «En la veneración con


que rodeamos al difunto—dijo—todos estamos unidos.)
Naturalmente, se decretaron exequias nacionales á las
que el Congreso debía asistir oficialmente. Estos fune
rales, que se celebraron en Budapesth, fueron uno de
los ultrajes más sangrientos que se hayan jamás infli
gido al monarca austro-húngaro. El entusiasmo liberal
llegó al colmo. Al ver aquellas ruidosas aclamacio
nes, aquellos elje» que glorificaban al cadáver del re
volucionario, cualquiera hubiera creído que un pueblo
todo entero se había vuelto loco. El Emperador-rey
veíase obligado á asistir de lejos á estas saturnales, ca
da episodio délos cuales era un insulto para él.
¡No terminó allí la insolencia del liberalismo hún
garo! ¡Después de la apoteosis del padre, el triunfo del
hijol El 27 de Octubre de 1894, Francisco Kossuth hizo
su entrada en Budapesth, y se le tributaron las mismas
ovaciones que si hubiese vuelto victorioso del campo
de batalla. Una inmensa muchedumbre llenaba las
calles que debía recorrer el carro «del héroe», y él,
de pie como sobre un carro triunfal, pasaba lentamen
te, respondiendo á las aclamaciones con saludos lle
nos de condescendencia. El pretendiente revoluciona
rio fué más lejos aun; lanzó un manifiesto en el que
explicaba su credo político. «Mi padre—decía—tenía
la costumbre de decir que su fidelidad á los principios
era una simiente que el porvenir podía hacer fecunda,
y que de sus cenizas brotaría lo que no había podido
surgir á la existencia en vida suya. Esta simiente ha
sido depositada en el suelo, y yo he venido para cui
darla y hacer de manera que la independencia de la
patria nazca sobre la tumba del gran patriota.» En
otros términos: Francisco Eossuth se constituía here
dero de las reivindicaciones separatistas del exgober
nador de Hungría.
EN AUSTK1A-HUNGRIA 185

Si este singular personaje hubiera tratado de ocul


tar su verdadero pensamiento, las personas que le ro
deaban hubieranse encargado de disipar las nebulosi
dades de la fraseología revolucionaria. El cortejo de
diputados y periodistas, que le acompañaba en su ex
cursión al través de Hungría, entregábase á veces á
confidencias que debían hacer temblar á la corte de
Viena. En Czegled, un diputado de la extrema izquier
da dijo, dirigiéndose á Francisco Kossuth: «Hubo en
cierto tiempo en Hungría la era de los Hunyady. Juan
Hunyady era gobernador ide nuestro país. Toda la na
ción le profesaba un afecto profundo, y á su muerte
aclamó á su hijo... por rey de Hungría.»
La alusión no podía ser más clara. Semejantes in
temperancias de lenguaje estimularon el numen de
los periodistas, y el 28 de Octubre, una hoja de Buda-
pesth tuvo el cinismo de publicar estas líneas: «Nues
tro padre Kossuth ha muerto, nuestro rey coronado
comienza á envejecer; pero nuestra confianza, nuestra
esperanza, nuestro consuelo, es... Francisco Kossuth.>
Aquí la franqueza aparecía completa y brutal; ni si
quiera se había creído necesario recurrir al velo diá
fano de la alegoría.
Weckerlé, no sólo toleraba y autorizaba estas de
mostraciones antimonárquicas, sino que era evidente
que le agradaban. El so de Noviembre se levantó
enérgicamente contra el Congreso católico de Stuhl-
weissenburgo.
Al día siguiente, el diputado Busbach interpela al
ministerio con motivo de la agitación kossuthista. El
ministro de Gobernación dió una respuesta evasiva, y
el de Justicia añadió que no concedía importancia al
guna á estos actos de rebelión. Esto fuá todo lo que
se le ocurrió decir al gabinete de Budapesth para ven
gar al Rey apostólico.
l86 JUDIOS T CATÓLICOS

Semejante indiferencia, mejor dicho, esta conni


vencia de los ministros era más injuriosa aún para el
Soberano que los discursos de Kossuth y de sus acóli
tos. Francisco José sentíase herido, y todo el que es
taba al corriente de las cosas de Hungría comprendía
que la hora del suabo Weckerlé iba á sonar. Apenas
hubo dado el rey su sanción á la ley sobre el matri
monio civil, cuando el jefe del gabinete presentó su
dimisión, el 93 de Diciembre de 1894. El Rey la acep
tó el 15 de Enero siguiente, y el ministro protestante
cayó envuelto en su propio triunfo.
Esto era casi la libertad para Hungría, ó por lo me
nos, podía serlo. Con decisión, energía y audacia, era
posible sacudir el yugo de la pandilla sectaria, de la
que Tisza, el «papa calvinista», era el alma y el inspi
rador. Desgraciadamente, aquellas esenciales cualida
des faltaban en las altas esferas de Viena. Se quería
obrar, pero no se atrevían, y en lugar de cortar de un
tajo el nudo gordiano, se procuraba laboriosamente
desatarlo y se le desató mal. La crisis ministerial se
prolongaba indefinidamente, porque el rey no se diri
gía más que á los amigos de Weckerlé en vez de poner
en práctica los grandes remedios. El imprescindi
ble gobernador general de Croacia, el conde Khuen-
Hedervary—verdadero personaje de zarzuela—com
pareció en Viena para desaparecer al punto. El desen
lace de todas las negociaciones era el mismo: no se
salía del triunvirato Tisza-Szilagyi-Weckerlé, que es el
soberano real de Hungría. Cansado de aquella gue
rra, el Emperadar-rey aceptó un nuevo ministerio li
beral con el barón Banffy de presidente.
El ministerio Banffy era el mismo ;ministerio Tisza
ó Weckerlé con el talento en menos y el ciego fana
tismo en más. El principal mérito del barón Banffy
consiste en pertecer al protestantismo. Nulo como ora
BM AUSTRIA. -HUNGKIA 387

dor, mediano en el manejo de los negocios, espíritu


estrecho y obstinado, siempre 'dispuesto á meter la
pata, y la mete casi siempre, el nuevo ministro era el
amigo de Tisza y el curador supremo de los reforma
dos evangélicos de Transilvania. ¡Otros tantos títulos
que debían hacerlo grato al corazón de la mayoría
liberal! El barón Banffy es protestante, y no podía ser
otra cosa. En el reino de san Esteban, en que los ca
tólicos constituyen la inmensa mayoría, el jefe del
Gobierno debe ser extraño ú hostil al catolicismo. Ko-
lomán Tisza es un calvinista sectario que lleva en el
corazón el odio á la Iglesia romana, y hé aquí por que
ha reinado tanto tiempo en Hungría. Despues de él,
se hizo un ensayo con un católico muy liberal, el
conde Szapary, y aunque este ministro escogió por
colaboradores algunos anticlericales declarados, el
ensayo no fué feliz. Julio Szapary abandonó el poder,
y la Corona dióle por sucesor al protestante Weckerlé.
A Weckerlé, que estaba dispuesto á arrojar á los cató
licos de todas sus posiciones, no podía sucederle
más que otro protestante, y así se llegó al turno de
Banffy.
Banffy rodeóse de- colaboradores dignos de secun -
darle en su empresa. La mayor parte de ellos eran des
conocidos ó politicastros tristemente conocidos. Desi
derio Perczel, que obtuvo la cartera de Gobernación,
tenía en su activo una historia muy extraña. Cuando
las elecciones se había comprometido por escrito á
votar contra el matrimonio civil, y gracias á este com
promiso había salido diputado con el apoyo del clero.
Por supuesto que el diputado Perczel votó la ley del
matrimonio civil v sus promesas escritas... desapare
cieron mistei iosamente de la cancillería del arcipreste
en que habían sido depositadas.
Su colega de Cultos y de Instrucción pública, el
a88 JUDIOS Y CATÓLICOS

doctor Wlassics, profesor de la Universidad de Buda-


pesth, pasaba por ser uno de los fautores más encar
nizados del Kulturkampf húngaro. Un periódico libe
ral, el Han^ak, no vaciló en decir á este propósito:
«Recordemos los discursos pronunciados por Wlassics
cuando los debates político-eclesiásticos: en ellos pal
pitaba el radicalismo más exagerado, por lo que no
nos asombraríamos en manera alguna de que en el pro
grama del gabinete Banffy—Wlassics figurara la com
pleta secularización de la Iglesia.» Tal es el ministro
encargado hace 'seis meses de restablecer la 'paz reli
giosa en Hungría. Si lo lograra, sería seguramente la
paz, la' paz del sepulcro.
El barón Samuel Josika, ministro a la/ere, cuando
llegó al poder tenía igualmente un pasado equívoco.
Hijo de una excelente familia conservadora y católi
ca, presidente él mismo del Estatuto católico de Tran-
silvania, el barón Josika se había portado bien en la
época en que la ley sobre el matrimonio civil fué dis
cutida en el Senado, pues siendo subsecretario de Es
tado en Gobernación, ausentóse de la Cámara cuando
el primer voto. Esto era algo, pero este algo desapa
reció bien pronto, porque habiéndole reprochado el
gobierno su ausencia, presentó su dimisión de subse
cretario de Estado, y cuando el proyecto ministerial
volvió por segunda vez al Senado, el noble barón
votó por el matrimonio civil.
Tales eran los colegas más notables que escogió De
siderio Banffy. ¡El resto no vale la pena de ser nom
brado!
Al presentarse ante las Cámaras, el nuevo gabinete
intentó pronunciar palabras de paz y conciliación. Los
tenores liberales entonaron la canción bien conocida
destinada á dar al rey una satisfacción y á adormecer
la vigilancia de los obispos, pero la oreja anticlerical
RN AUSTRIA-HUNCR1A 289

asomó desde el primer día, porque los ministros afir


maron que las leyes eclesiásticas votadas serían apli
cadas inmediatamente, y que los dos proyectos no
votados aún, serían mantenidos en el programa; en
una palabra, que no se haría la menor concesión á los
-católicos.
Y para hacer comprender mejor al país "y al sobe
rano que nada se cambiaría, los liberales llevaron á la
presidencia de la Cámara á uno de los ministros caí
dos, el mismo que personificaba la política antirreli
giosa, y del que el Rey no quería oír hablar. Deside
rio de Szilagyi, el sectario rencoroso, fué elegido por
2o7 votos contra i4i. Por esta elección, tan insolente
mente significativa, el partido dominante burlóse una
vez más de la tímida oposición de Francisco José é
imprimió al nuevo gabinete su verdadero carácter.
Los partidarios del RuUurkampf triunfaban en toda
la línea, y así se explica uno que el Emperador haya
exclamado, dirigiéndose á un político: «¡No podríais
imaginaros cuánto he sufrido de dos años á esta parte!»
CAPÍTULO CUARTO

PASTORAL DE LOS OBISPOS.—EL PAPA FELICITA y ALIENTA


Á LOS ORGANIZADORES DEL «PARTIDO POPULAR.» —Lu-
CHAS ELECTORALES.—INFAMIAS DE LOS LIBERALES.

Los católicos sólo podían contar con ellos solos, y


el advenimiento del calvinista Banffy, de este espíritu
malo del calvinista Tisza, probábales que el Kultur-
liamf sería implantado en adelante sin tregua ni mer
ced. La era de las negociaciones estériles había termi
nado. Y tan bien lo comprendieron los obispos, que
aun antes de la constitución definitiva del nuevo gabi
nete, dirigieron á sus fieles una magnífica pastoral
contra el matrimonio civil. Recordaban en este docu
mento todos los esfuerzos intentados para impedir el
triunfo de la ley fatal: los pasos dados directamente
cerca del Rey, la memoria dirigida al ministerio; la
pastoral colectiva condenando por adelantado el ma
trimonio civil, la unanimidad con que el episcopado
había votado contra la ley en el Senado.
Publicada el 8 de Enero de 1895, esta protesta seve
ra y solemne produjo el efecto esperado y preparó
admirablemente el terreno .á los organizadores del
Partido popular. Pero ¡ay! que esto hubiera sido muy
bello para Hungría, si no hubiera habido alguna que
otra defección que anotar. Apenas hubo aparecido la
pastoral colectiva de los obispos, cuando Mons. Bu-
bics, obispo de Kaschan, publicó en lengua magiar
/ EN AUSTRIA-HUNGHA 39!

otro escrito, en el que explicaba en sentido diametral-


mente opuesto la doctrina y los consejos de la orden
colectiva. En otros términos, Mons. Bubics, cometió
una verdadera felonía. Era la segunda vez que este pre
lado se declaraba en abierta oposición con sus colegas
y con la Santa Sede. Su ejemplo despertó sin duda el
liberalismo del arzobispo de Erlau, Mons, Samassa,
quien comentó y desnaturalizó á su vez las enseñanzas
de León XIII y del episcopado húngaro.
Felizmente la agitación católica de los últimos me
ses comenzaba á producir frutos de salvación, y la de
plorable actitud de estos dos obispos pasó casi inadver
tida. Dado el impulso, despreciáronse las traiciones y
se desplegó atrevidamente el estandarte de la resisten
cia católica. La formación del Partido popular se ha
bía decidido en el Congreso de Stuhlweissenburgo. El
28 de Enero, ciento veinte delegados, salidos de todas
las provincias de Hungría, se reunieron en Budapesth
en el palacio Esterhazy bajo la presidencia del conde
Mauricio Nicolás Esterhazy-. En esta conferencia ínti
ma discutióse á fondo la organización del partido, y se
elaboró cuidadosamente un programa de acción, que
se sometió en seguida á los obispos, y algunos días
despues, fué lanzado á los cuatro vientos del reino.
La nueva de esta atrevida iniciativa causó inmensa
emoción en Hungría y en Austria: los católicos lanza
ron gritos de júbilo, y los liberales viéronse apurados
para disimular su espanto con las risas forzadas con
que acogieron al Partido popular. Tenían miedo, y si
intentaban reír, era con la risa del conejo.
La alegría de los unos estaba tan justificada como el
temor de los otros: el nacimiento del Partido popular
húngaro era un acontecimiento político de primer or
den. Sin duda que llegaba un poco tarde. Constituido
diez 'años antes, hubiera podido impedir la marcha
29 a JUDIOS Y CATÓLICOS

progresiva del liberalismo anticlerical. Ahora que las


ruinas religiosas y morales se habían acumulado en el
reino de San Esteban, numerosos obstáculos se levan
taban ante los católicos. Pero estos obstáculos no eran
invencibles. Las adhesiones se acumulaban en el punto
central de la nueva Asociación y los valerosos pro
motores de esta obra, el conde Fernando Zichy y el
conde Nicolás Esterhazy tuvieron la satisfacción de
ver agruparse en torno suyo á todos los elementos sa
nos del pueblo húngaro. Un soplo divino parecía que
pasaba sobre el país, despertando á todos los indolen
tes, y redoblando el valor de las almas más abatidas.
Fundáronse periódicos católicos en diversos puntos,
abriéronse casinos católicos en ciudades en que nun
ca habían existido, y las asociaciones católicas ya
existentes cobraron nuevo desenvolvimiento. Los triun
fos alcanzados en algunas elecciones parciales daban
testimonio de la influencia creciente del Volkspartei.
Impotentes para detener este progreso del movi
miento católico, echaron mano los liberales de las
armas desleales. El gobierno masónico trató de des
acreditar la naciente obra á los ojos del Papa, de los
obispos y del pueblo.
Cuando, en sus luchas con los católicos, se ve aco
rralado el liberalismo, apela de buen grado á la auto
ridad de la Santa Sede. Muchas veces se ha dado este
hipócrita espectáculo en Berlín, en Viena, en Buda-
pesth, como también en otros puntos. Banffy, el cal
vinista sectario, fracasó en su empresa, como había
fracasado otras veces el canciller de hierro. Lejos de
condenar ó desaprobar el Volksparfei, León XIII, que
veía con razón en él el instrumento del renacimiento
católico en Hungría, dirigió al conde Fernando Zichy
un Breve laudatorio, en el que exaltaba en términos
magníficos la creación del nuevo partido. Después de
KN AUSTRIA-HUNGR1A 993

recordar la solicitud con que la Santa Sede se ha ocu


pado de Hungría, añade el Papa: «Es para Nos una sa
tisfacción el reconocer que no faltan en Hungría hom
bres decididos á secundar valerosamente Nuestros es
fuerzos. Sobre todo Nos hemos regocijado al saber que
se ha formado un nuevo partido en la Cámara para
defender los derechos de la Iglesia y de la dignidad re
ligiosa de Hungría. Nos felicitamos de que la dirección
de ese partido se os haya encomendado á vos, querido
hijo Nuestro, y al noble conde Esterhazy. Nos abriga
mos la firme confianza de que, merced á vuestros es
fuerzos, la esperanza puesta en la actividad de los ca
tólicos húngaros se realizará por completo.»
Esta carta pontificia, publicada pocos días antes de
la elección de Neutra, produjo un efecto grandioso en
todo el reino. Los católicos militantes estaban conten
tísimos de verse sostenidos por la autoridad suprema
de la Iglesia, y los liberales, viéndose burlados y des
enmascarados, contenían con trabajo su furor. En ade
lante serían inútiles sus sofismas: el país entero sabía
que el Papa estaba con el Partido popular.
A su vez, los obispos declaráronse favorables á la
obra del conde Zichy. A decir verdad, la mayor parte
eran acérrimos partidarios del Partido popular, por
que á medida que la Iglesia perdía terreno, compren
dían que era indispensable una reorganización de las
fuerzas católicas; sólo que, aparte algunas excepcio
nes, ninguno de ellos hubiera tenido el valor ó la
fuerza necesarios para tomar la iniciativa. El movi
miento partió del clero parroquial y de la aristocra
cia, y una vez fundado el Volkspartei, el episcopado
le demostró sus simpatías, pero de una manera muy
discreta, tanto que la prensa liberal pudo extender el
rumor de que los obispos no aprobaban en manera al
guna la actitud del conde Fernando Zichy. Quizás
894 JUDIOS Y CATÓLICOS

ocurrió también que tal ó cual prelado, conocido por


sus tendencias ultraliberales, hubiera dejado escapar
en la intimidad palabras imprudentes, que el minis
terio explotó con mucho gusto. En un momento dado,
la situación pudiera convertirse en crítica, y en todo
caso, una manifestación ruidosa de las autoridades
eclesiásticas era muy deseada. Hemos visto que vino
de la misma Roma, y una vez conocido el Breve de
León XIII, los obispos no temieron hablar, sino que
aprobaron ostensiblemente el Voíkspartci, y el go
bierno fracasó cerca del episcopado.
Nada de extraño es que el liberalismo haya hecho
menos presa aún en el pueblo. El mismo nombre del
nuevo partido indicaba sus tendencias y su objeto. El
conde Zichy y su amigos habían formado un partido
popular, trabajando para el pueblo y apoyándose en
el pueblo. Desde aquel momento, las masas debían
volverse hacia él, tanto más cuanto que, de 30 años á
esta parte, el régimen liberal en Hungría no ha sido
otra cosa que la explotación de los de abajo en prove
cho del capitalismo judío. He aquí la razón por qué,
á despecho de todas las presiones ministeriales, los
curas y los fíeles aclamaron con entusiasmo el Volks-
partei, y supieron demostrar en la ocasión oportuna
que su fidelidad á la bandera católica era inviolable.
De lo que es capaz este pueblo, cuando se trata de
defender principios religiosos, se ha visto en las dos
elecciones de Neutra, que tuvieron lugar en Marzo y
Abril de 189^. En todas partes se han podido señalar
escándalos electorales, pero todos ellos no han sido
más que juegos de niños en comparación de las irritan
tes monstruosidades que el gobierno húngaro ha co
metido en Neutra. No puede trazar aquí la historia de
estas fantásticas elecciones que han dado materia á la
prensa austro-húngara por espacio de 15 días. Basta
EN AUSTRIA-HUNQRIA !>95

decir que el candidato del Volkspartei, el conde Juan


Zichy, podía contar con 12oo ó 13oo electores que le
eran completamente fíeles. Pues bien, el comisario mi
nisterial que presidía el escrutinio halló medio de
anular las dos veces más de 1o0o votos'dcl partido ca
tólico, asegurando así una falsa mayoría al candidato
gubernamental. Los subterfugios y las violencias de
que echó mano superan todo cuanto pueda imaginar
se. Es sabido que en Hungría son elegidos los diputa
dos por un censo de contribuyentes; los electores se
dirigen á la capital del distrito y el voto es público.
Adivínase desde luego á qué presiones pueden ser so
metidos semejantes electores. A pesar de las desfavo
rables condiciones, el Volkspartei estaba tan bien dis
ciplinado, que en el día del escrutinio 1,5oo partida
rios del conde Zichy comparecieron ante los muros
del Neutra, el contingente de cada localidad con su
clero á la cabeza. Digo ante los muros, porque la pan
dilla liberal no permitió que penetraran en la ciudad
los electores católicos. Los desgraciados fueron apris
cados, como carneros, al aire libre (era el 2o de Mar
zo) bajo la lluvia fría, y rodeados por un cordón de
soldados, Así se les dejó desde las 7 d& la mañana has
ta la misma horade la mañana siguiente, y no se per
mitió á nadie ni ponerse á cubierto ni procurarse
alimentos. El conde Zichy, enterado de esta monstruo
sidad, envió un carro con 1,5o0 panes, pero fué con
fiscado por el presidente del escrutinio Tarnoczy, que
esperaba obligar de este modo á los electores á volver
á sus hogares ó morirse de hambre. Puercos chiquillos
judíos, que eran los instrumentos de esta opresión
inaudita, obligaban á los soldados á infligir las veja
ciones más abominables á los electores católicos, y
como estos se mantuvieran firmes, Tarnoczy prolongó
de un modo práctico el escrutinio por espacio de 21
296 JUDIOS Y CATÓLICOS

horas, dejando á los desgraciados en la plaza, calados


hasta los huesos y sin haber comido casi nada. Machos
se desmayaron ó cayeron enfermos, y si no hubieran
sido robustos aldeanos, tal hubiera sido la suerte de la
mayor parte. Aquel sistema no quebrantó en manera
alguna la constancia de los partidarios del conde Zi-
chy, y Tarnoczy vióse obligado á anular 1,226 papele
tas para asegurar la elección al candidato del go
bierno!...
El elegido no se atrevió á aceptar el cargo, por lo
que fué preciso recurrir á nueve elección. La burocra
cia masónica puso en planta otra vez los mismos fraudes
y las mismas violencias; pero lo que hay de admira
ble y consolador en esto es que el Votkspartei mantuvo
todas sus posiciones y se presentó en Neutra con el
mismo número de votantes. La elección duró 24 horas
y en las mismas condiciones desmoralizadoras. El ejér
cito católico demostró una disciplina maravillosa, y
hubo escenas que recuerdan los episodios más enter-
necedores del KulturkampJ prusiano. Entre los electo
res encontrábase un pobre anciano enfermo, á quien
sostenían dos de sus amigos. Pues bien, pasó todo el
día y toda la noche á la intemperie, y hasta las 7 me
nos cuarto de la mañana, no entró su municipio en el
colegio electoral. El comisario del gobierno rechazó
su papeleta, como anuló centenares de otras; pero poco
importaba al pobre viejo esta inicua brutalidad, pues
había cumplido con su deber, y salió con vacilante
paso, haciéndose conducir á la presencia de su párroco
para besarle respetuosamente la mano! ¡Qué espec
táculo tan conmovedor! ¡Cierto, una causa que des
pierta semejantes adhesiones no podría perderse sin
remisión, y el Volkspartei hace bien en no des-
esperarl
Uno de sus primeros éxitos consistió en inspirar más
EN AUSTRIA-HUNGRIA 297

energía á los magnates, cuando, el 23 de Marzo, los


dos proyectos de ley rechazados se presentaron por
segunda vez al Senado. Banffy, que había logrado hip
notizar á Viena, contaba con una victoria segura, y la
prensa liberal de Hungría pregonaba sus esperanzas á
voz en grito. Una cruel decepción les esperaba. En el
consistorio de 18 de Marzo, León Xlil, que habla de
mostrado una longanimidad extremada , pronunció
una alocución que debía contribuir no poco á mante
ner la cohesión entre los magnates católicos. «Los
obispos húngaros—dijo—han empleado todos los me
dios para conjurar el mal que amenaza á su Iglesia. El
clero ha trabajado de acuerdo con ellos, lo mismo que
los legisladores del Parlamento que desean defender
la fe de sus mayores; desgraciadamente sus esfuerzos
han sido vanos y los enemigos de la Iglesia han triun
fado. Que aquellos á los cuales incumbe este deber
vean cuán funesto y contrario á la justicia es prescri
bir para los matrimonios católicos una forma cien
veces condenada por la Iglesia. Justo es que el Estado
conozca y reglamente los efectos del matrimonio en
el orden civil; pero pertenece á la Iglesia estatuir so
bre el lazo mismo del matrimonio, atendido á que
Cristo ha conferido á su Iglesia el poder de elevar el
matrimonio á la categoría de sacramento. El dogma
cristiano implica la unidad y la perpetuidad del ma
trimonio sin los cuales falta el fundamento en la fami
lia y en la sociedad.» Rara vez había hablado el Papa
con tanta firmeza de los asuntos religiosos de un país,
y así este discurso, publicado en Hungría dos días an
tes de la discusión de los proyectos de ley eclesiástica,
conmovió profundamente á los espíritus. Reuniéronse
los obispos en conferencia en el palacio primacial, y
resolvieron votar contra las dos leyes. Los magnates
católicos acudieron de todos los puntos de Europa pa
29' JUDIOS Y CATÓLICOS

ra tomar parte en la votación. El 23 de Marzo, el Se


nado ofrecía una animación extraordinaria. Todos los
obispos estaban en su puesto, agrupados en torno de
los Cardenales Vaszary y Schlauch. Los bancos esta
ban muy animados, viéndose á los jefes de partido
Kolomán Tisza y Julio Szapary ir de acá para allá para
dar el santo y seña. Los debates comenzaron al me
diodía.
El proyecto de ley sobre la libertad de cultos y el ré
gimen de los que no pertenecían á ninguna religión fué
puesto á votación en la forma propuesta por el jefe
de los católicos, el conde Fernando Zichy, y adop
tado—con una modificación esencial, que en mane
ra alguna quería el gobierno—por 127 votos contra
1 12. Fué esta la primera derrota del barón Banffy. La
ley sobre admisión de los judias, dió lugar á muy vi
vos altercados entre el conde Pallavicini y el ministro
de Cultos. El primero declaró que los judíos, no ha
biendo hecho jamás bien alguno á la patria, no eran
dignos de ser recibidos entre los húngaros. 117 ¡votos
contra m rechazaron la admisión de los judíos, y el
gobierno sufrió una derrota que en manera alguna es
peraba. El Senado había perseverado en su oposición,
y los jefes del Partido popular vieron coronados sus
esfuerzos con una primera victoria legislativa.
CAPÍTULO QUINTO ,

EL VIAJE DEL NUNCIO Á HUNGRÍA.—INCIDENTE DIPLOMÁTI


CO.—DISCUSIÓN EN EL SENADO.

Derrotado y exasperado por sus redoblados desas


tres, el barón Banffy esperaba con impaciencia el mo
mento que le permitiera tomar su brillante desquite
y revelar al mundo sus cualidades de hombre de Esta
do. El viaje del Nuncio á Hungría no tardó en propor
cionarle la ocasión. Mons. Agliardi, deseando ofrecer
sus homenajes al Cardenal Primado, y conocer más
de cerca el reino de san Esteban, se dirigió á Grau en
la segunda quincena de abril de 1895. Diplomático
avisado como es, entendióse previamente con el con
de Kalnoky, ministro de Estado, y con el mismo jefe
del gabinete húngaro, que aprobó el viaje. El repre
sentante del Pupa halló, naturalmente, una acogida
calurosa en Grau y en todas las ciudades que tuvo á
bien visitar. Honrábase en él la misma persona del
Padre común de los fíeles. En efecto, un Nuncio no es
un diplomático ordinario que representa á su sobera
no en la corte de [otro soberano; por la fuerza de las
cosas es también el que ocupa el lugar del Jefe Supre
mo de la Iglesia. Por consecuencia, los católicos de un
país no podrían tratarlo de la misma manera que al
embajador de España ó al ministro de Suecia, sino
que le deben una deferencia, un respeto, un amor que
no podrían profesar—so pena de caer en ridículo—á
un diplomático cualquiera. Este fué precisamente lo
3o0 JUDIOS Y CATÓLICOS

que aparentaron olvidar en Budapesth y de aquí que


vieran con malos ojos las entusiastas ovaciones de que
fué objeto Mons. Agliardi por parte del clero y del
pueblo y especialmente por parte de los jefes del
Volkspartei.
La prensa liberal publicó artículos muy groseros, en
los que el Nuncio era imputado del daño ocurrido, y
acusado de haberse extralimitado en sus funciones. Ea
realidad se le guardaba rencor por no haber trabajado
en favor de los proyectos de leyes eclesiásticas, pues
habían tenido la candidez de creer que iba á predicar
á los católicos húngaros la sumisión absoluta á una
legislación que León XIII había condenado solemne
mente pocas semanas antes; y como Mons. Agliardi
les había recomendado por lo contrario—muy discre
tamente por cierto—la fidelidad á las doctrinas de la
Iglesia católica, el furor de los liberales no conoció lí
mites, y sus periódicos lanzaban llamas y el mismo
ministro Banffy tuvo la imprudencia ó... la audacia
de hacerse interpelar á este propósito. La respuesta
que dió en la sesión del t.° de Mayo causó verdadera
estupefacción en los centros diplomáticos, pues acusó
al Nuncio—sin prueba alguna, por supuesto— de ha -
ber usado en Grau un lenguaje incorrecto y de haber
se inmiscuido en asuntos en los cuales nada tenía que
ver, añadiendo—cosa monstruosa—que el ministro de
Estado era de su misma opinión y había pedido expli
caciones al Vaticano por la vía diplomática. De este
modo, el ministro húngaro atacaba al Nuncio y al
mismo tiempo ponía en evidencia á su colega de Vie-
na, el conde Kalnoky, pues como hubiese mediado en
tre Viena y Budapesth un cambio de notas absoluta
mente confidenciales Banfty se apresuró á descubrir
el secreto, poniendo á Kalnoky en la más desagrada
ble situación. No podía éste permanecer bajo el peso

.
EN AUSTRIA-HUNGRIA 3o!

de aquella traición, y al día siguiente publicó en la


Correspondencia diplomática un suelto oficioso muy
vivo para dar el más solemne mentís al barón Banffy.
Parecía inevitable una crisis ministerial. Banfíy co
rrió á Viena y recibió de Su Majestad la orden de alla
nar las dificultades y de poner fin al conflicto que aca
baba de surgir. Los dos ministros tuvieron una larga
conferencia, y lo que es más extraordinario—porque
no salimos nunca del país de las inverosimilitudes—el
vencedor de la jornada fué Banffy.
Este había herido al Nuncio, ofendido á la Santa
Sede, hecho traición al ministro de Estado: su dimi
sión se imponía... ¿Qué sucedió por lo contrario? Sa
lió de Viena con autorización para leer en la Cámara
de Budapesth la nota confidencial de Kalnoky sobre
la que se había apoyado el i.° de Mayo. Como esta
injusta nota era muy ofensiva para el Nuncio, el go
bierno de Budapesth, de acuerdo con el de Viena, ha
llo medio de insultar así por duplicado al representante
de la Santa Sede! El triunfo de los liberales era com
pleto; con gran satisfacción de ellos, el barón Banffy
conservaba el poder y el Vaticano no recibía satisfac
ción alguna. Se comprende que, en estas condiciones,
el Cardenal Rampolla se quejara á S. E. el conde Re
vertera, embajador de Austria cerca de la Santa Sede.
Este paso, anunciado por el Vaterland de Viena, era
muy natural, porque en el fondo, en todo este inciden
te, la persona verdaderamente ofendida era el Papa, á
cuyo representante se ultrajaba. Pues bien, nadie pen
só en Hungría en tomar á pechos su defensa, sino que,
por lo contrario, se encarnizaron en anunciar y pedir
el llamamiento de Mons. Agliardi.
En Viena acabaron por comprender que estaba llena
la medida y el Círculo conservador resolvió interpe
lar al gobierno con motivo de la satisfac'ción que se
)0i JUDIOS Y CATÓLICOS

pensaba dar al Vaticano. El diputado Di Pauli subió á


la tribuna del Reichsraíh para hacerse eco de las jus
tas reclamaciones de los católicos austríacos. El presi
dente del Consejo, príncipe de Windischgraets, dió
una respuesta evasiva que revelaba el cruel embarazo
en que se encontraba el gobierno. Se "quería á toda
costa no irritar al liberalismo húngaro, y se le sacrifi
caba todo, aun el honor, como, por lo demás, se vie
ne haciendo desde muchos años.
Este Moloch pedía otras víctimas además del Nun
cio. Si el ministerio de Budapesth alimentaba con tan
to cuidado el embrollo que había hilvanado es porque
esperaba perder al conde Kalnoky. Banffy había pro
curado por todos los medios hacer imposible á su co
lega; y como el Emperador-rey lo sostenía contra vien
to y marea y le expresara públicamente su confianza
en una carta muy lisonjera, tuzose indispensable un
nuevo asalto, que el ministerio húngaro dió pon la
misma desenvoltura que el primero. Su sistema era
muy sencillo: comprometer á Kalnoky ante su so
berano y ante Europa con monstruosas indiscreciones.
A este medio recurrió el i ." de Mayo, abusando, como
vimos de un documento confidencial, y lo mismo hizo
el 14 de Mayo, comunicando al Pesier Lloydy á otros
periódicos liberales un despacho oficioso concebido en
estos términos: «El llamamiento del Nuncio apostólico
puede considerarse como un hecho consumado* Divul
gadas de nuevo por el gobierno de Budapesth las ne
gociaciones secretas de Viena, el ministro de Estado
quedaba en la alternativa de romper con Hungría ó
con la Santa Sede. Ksta coz tan brutal debía aplastar
necesariamente al conde Kalnoky. El presidente del
gabinete húngaro se había hecho reo de un acto de des
lealtad casi sin ejemplo, cuya odiosidad debía recaer
sobre él mismo; pero las relaciones entre Viena y Bu-
EN AUSTRIA-HUNG1UA

dapesth son de tal naturaleza, que, á consecuencia de


este incidente, el ministro prevaricador marchaba con
la cabeza alta, en tanto que el ministro inocente esta
ba condenado á desaparecer.
Kalnoky presentó su dimisión el 1 5 de Mayo, y el
Emperador-rey encontróse en la dolorosa necesidad
de aceptarla al punto. El Fremdenblait de Viena, ór- .
gano oficioso del ministerio de Estado, explicó estos
hechos con gran claridad. «Se puede admitir—decía
este periódico en un suplemento del día 16—que las
informaciones expedidas de Budapesth sobre el llama
miento del Nuncio, informaciones que eran una nueva
usurpación de atribuciones sobre la esfera de actividad
del ministro de Negocios Extranjeros, le hayan confir
mado en su resolución de retirarse. Todo el mundo
está convencido de que el Emperador no se ha decidi
do á tomar esta resolución, sino despues de haber pe
sado del modo más minucioso todas las circunstancias
que pueden influir en la prosperidad y estado de las
dos porciones de la monarquía. Por otra parte nadie
olvidará ni en Austria, ni en Europa, ni en la misma
Hungría, los merecimientos del conde Kalnoky en lo
concerniente al mantenimiento de la paz Europea y á
la consideración de gran potencia que ha asegurado á
Austria.»
El barón Banffy había logrado su objeto. Con razón
ó sin ella, la cábala Tisza, de la que es el instrumento,
consideraba á Kalnoky como el adversario de los libe
rales húngaros en el terreno de la política religiosa!
Era absolutamente preciso desembarazarse de aquel
hombre molesto en el instante en que las leyes ecle
siásticas iban á reaparecer en el Senado. La discusión
de estos proyectos ds ley coincidía, en efecto, con la
crisis austro-húngara. El 14 de Mayo tuvieron que
deliberar los magnates por tercera vez sobre los dos
JO4 JUDIOS Y CATÓLICOS

proyectos ministeriales que habían rechazado en Oc


tubre y Marzo precedentes. La sesión celebrábase ne
cesariamente bajo la impresión de los acontecimientos
que se desarrollaban en Viena, y en ella se produjo un
incidente que no dejó de conmover y consternar á los
liberales. Al principio de la misma, el Cardenal Vas-
zary, Primado de Hungría, pronunció un admirable
discurso, en el que demostró la falta de fundamento
de las quejas formuladas contra el Nuncio, y defendió
calurosamente los derechos imprescriptibles de la San
ta Sede. «Se ha supuesto—dijo al terminar—que el
Nuncio había traspasado los límites de sus atribucio -
nes durante su estancia en Hungría. Esta acusación ha
afectado profundamente á los católicos de este reino,
tanto más, cuanto que yo puedo atestiguar que, en su
visita á Grau, Mons. Agliardi nada ha dicho ni nada
ha hecho que pueda tener ni siquiera la apariencia de
una inmixtión en nuestros asuntos políticos. Y estoy
autorizado para declarar que la misma discreción ha
observado en todas las visitas que Su Excelencia el
Nuncio ha hecho en Hungría.»
Este mentís categórico y solemne alcanzaba al minis
tro húngaro en pleno rostro y le convencía de menti
ra audaz y de calumnia. En el banco de los ministros
reinaba profunda excitación, y Wlassics apresuróse á
llamar la atención sobre los dos proyectos de ley que
estaban inscritos en la orden del día. Desde el mes de
Marzo, las probabilidades gubernamentales habían
aumentado algo en el sentido de que Mons. Schopper
había muerto, el jesuíta Esterhazy había perdido su
puesto y el Rey había nombrado en la persona de
Toths un magnate liberal. La mayoría había, pues,
perdido por lo menos tres votos.
Pero á 'pesar de esta inesperada pérdida de votos,
parecía cierto que las dos leyes no pasarían en la for
EN AUSTR1A-HUNGKIA 3o5

ma que se les había dado en el Congreso. Los debates


fueron muy animados, enmiendas y contraenmiendas
fueron discutidas y votadas, y el proyecto ministerial
sufrió serias amputaciones. Sería fastidioso resumir esta
discusión, en la que se vieron reaparecer los mismos
oradores y los mismos argumentos que en Octubre
de 1894 y en Marzode 1895.
La lucha duró dos días, y en la segunda y tercera
lectura sucedió que para tal ó cual artículo hubo em
pate, resolviéndolos el presidente del Senado, que es
liberal, arrojando su nombre en el platillo de la balan
za para hacerla inclinarse del lado del gobierno. Gra
cias á esta intervención poco parlamentaria del presi
dente, y á consecuencia de las sorpresas más ó menos
leales de que fué víctima la derecha, fueron adoptadas
las dos leyes en tercera lectura, pero siempre con las
serias modificaciones que las hacían aceptables para
los católicos y que el barón Banffy no quería á ningún
precio.
Los liberales hubieran debido contentarse y no lle
var las cosas al extremo; pero no fué este el parecer
del sectario Banffy, quien, apropiándose la célebre
frase Sini ut sunt aut non sint, declaró al punto que
los dos proyectos de ley volverían al Congreso y al
Senado. Así se hizo; sólo que, para asegurar su triunfo,
el ministro violentó á la Corona, pues pidió al Rey
que nombrase diez nuevos pares, y como su lista no
contenía más que nombres liberales, asegurábase así
la mayoría en el Senado. La corona de San Esteban se
arrastraba por el lodo hacía ya más de un año; los ju
díos exigieron que Francisco José la pisoteara, y el dé
bil monarca aceptó este despreciable papel dando al
ministro húngaro la firma ambicionada. Desde enton
ces todo marchó á pedir de boca parala pandilla judáp-
liberal, y los dos proyectos de ley concernientes^ la
20
306 JUDIOS r CATÓLICOS

admisión de los judíos y al régimen de los incrédulos


fueron adoptados sin modificación por el Senado.
Acabábase de hacer traición en Viena á San Esteban,
el fundador del reino mariánico. ¡Gran debilidad y
gran falta! Según el proverbio húngaro, los santos no
hablan, pero se vengan. El socialismo y la revolución
serán, hay que temerlo, los ejecutores de las vengan
zas celestes.
La monarquía sale de esta crisis profundamente que
brantada, debilitada, atacada en cierto modo en sus en
trañas; la Iglesia católica, en desquite, se ha fortificado
y engrandecido en la prueba. Como siempre, Dios saca
el bien del mal. Hemos visto que una parte del epis
copado, olvidando á menudo su alta misión, había
consultado las exigencias y los caprichos del gobierno
ó de la Corte antes que los intereses de la religión.
La persecución les ha abierto los ojos, y actualmente,
todos los obispos están estrechamente unidos, y en
muchas circunstancias, se han mostrado dispuestos á
sacrificarlo todo antes que dejar esclavizar á la Iglesia.
Aun cuando no hubiera producido más que este resul
tado, deberían casi arrepentirse los liberales de haber
provocado el Kuliurkampf, porque se han convertido
en instrumentos inconscientes é involuntarios de la
resurrección de los católicos húngaros.
Las luchas recientes no han sido menos útiles al
clero y á los fieles. Faltábales á casi todos el fuego sa
grado, ese algo misterioso constitutivo de la superio
ridad de los católicos prusianos y que ha dado buena
cuenta de la omnipotencia del Canciller de hierro.
Hasta estos últimos tiempos los católicos húngaros
no tenían unidad ni dirección, ni organización seria,
ni congresos populares, ni conferencias episcopales.
Cada asalto de la francmasonería, encontrábalos des
prevenidos, asistiendo impotentes á su propia derrota.
EN AUSTRIA-HUNGRIA 307

El Kulturkampf está á punto de cambiar el aspecto de


las cosas.
Decía un día el cardenal Maury que ees peligroso
hacer mártires.» Los católicos húngaros que acaban
de entrar en el período del martirio, se fortifican con
él á ojos vistas y con razón esperan mejores días. En
tre tanto, apréstanse á sostener el combate y á defen
der con todas sus fuerzas los derechos y las tradicio
nes de su Iglesia. Por más que digan judíos y libera
les, la cuestión de la secularización del Estado no ha
llegado á su término.
A nosotros, que gozamos desde hace un siglo del
beneficio problemático de esta secularización, la re
sistencia del episcopado y de los católicos húngaros
nos parece extraña. No los condenemos con demasiada
ligereza, porque quizás nuestro propio ejemplo háya
les incitado á la defensa del Estado cristiano. Hace
dos años escribía Julio Simón con cierto dejo de amar
gura: «Decid cuanto queráis que nadie ha querido
hacer en 188o una ley atea, sino que se trataba úni
camente de sustraer el mundo político á la inflencia
de los clericales. Os creo, quiero creeros, porque no
hago la guerra á nadie. Pero el hecho brutal es el jo
ven de veinte años que arroja sobre la muchedumbre
su bomba de dinamita. Lo matáis. Pero la muerte no
es tan poderosa como creéis... ¡Pobre sociedad enfer
ma que te diriges á la cuchilla; ES A Dios Á QUIEN HAS
DE VOLVER TUS OJOS.»
¡Volvamos á Dios! He aquí el grito de angustia qu*
lanza hoy, después de un siglo de secularización, uu
filósofo y hombre de Estado ilustre á la vista de los
frutos de perdición que han producido las ley es ateas.
Lección terrible que entienden bien los católicos hún
garos, pues sin duda se dicen que, desde el momento
en que uno de los promovedores más celosos del Es
308 JUDIOS Y CATÓLICOS

tado laico condena así su propia obra, preferible será


no apartarse de Dios para no tener que «volver á él»
á continuación de sangrientas catástrofes. ¡Que les ti
ren la primera piedra aquellos de entre nosotros que
no hayan temblado bajo la Commune de París— este
ideal del Estado laico,—ó que, al día siguiente de un
atentado anarquista, no hayan deseado que el pueblo
francés tvolviese á Dios!»

FlN D2 JUDÍOS Y CATÓLICOS EN AuSTRIA-HüNGRÍA


APÉNDICE

EL DESASTRE DEL ANTICLERICALISMO EN EUROPA

LAS ELECCIONES LEGISLATIVAS DEL IMPERIO AUSTRIACO

El palacio Bortón ha sido pocos días ha el teatro de peno


sas escenas que han despertado ecos dolorosos en el alma de
todos los católicos y que han asombrado aun á gentes poco
sospechosas de simpatías clericales. Olvidada del espíritu
nuevo que había preconizado Spuller, una enorme mayoría
republicana aplaudía á rabiar los fogosos períodos de un ora'
dor cuya elocuencia estaba ante todo alimentada del odio re
ligioso, Hubiérase creído oir á los turcos afilando sus cimita
rras ante la perspectiva de nuevas matanzas de armenio:;,
pues sin duda alguna era aquello un despertar febril del an-
liclericalismo de los peores días y no parecía sino que la
sombra de Julio Ferry se extendía sobre aquella asamblea
embriagada repentinamente de fanatismo religioso.
Esta actitud algo desconcertante de nuestros legisladores
ha debido arrancar una sonrisa bien amarga á otros anticle
ricales arrollados en aquellos mismos momentos por la tem
pestad desencadenada por ellos en otras ocasiones. Austria—
pues de ella se trata—ha sido cierto tiempo el país clásico del
anticlericalismo. En ninguna parte ha echado tan hondas

(1) En 1897 publicó el autor en la famosa revista Le Co-


rresponáant el siguiente artículo que resume hasta el día
la situación político-religiosa del Imperio austro-húngaro.
(N. del Traductor.)
31o APÉNDICE

raices esta planta venenosa. Fuertes por el número como por


la torpeza y la incuria de sus adversarios, los sectarios aus
tríacos habían ejercido una dominación odiosa y organizado
contra los católicos una guerra, ya solapada, ya abierta, pero
siempre muy enérgica, pues contando con el gobierno y cre
yéndose seguros de sus electores, habían obrado sin contem
plación alguna y hecho del anticlericalismo la piedra angular
del edificio liberal.
Pues bien; este partido que despreciaba toda prudencia,
porque tenía descontado el porvenir, acaba de recibir el gol
pe de gracia después de haber sufrido, de dos años á esta
parte, derrota tras derrota. Batido vergonzosamente en las
elecciones municipales de Viena y deshecho en las eleccio
nes legislativas de la Baja Austria, no ha sido más dichoso en
las elecciones del Reichsralh: la izquierda alemana puede
decirse que ha desaparecido de la vida política en Austria.
Nada tan curioso y sugestivo como el estudio de este re
pentino cambio de fortuna. En los momentos en que políticos
imprudentes tratan de reanimar entre nosotros las luchas re
ligiosas, será conveniente mostrar cómo un grupo más pode
roso que nuestros oportunistas y más audaz que nuestros radi
cales ha sucumbido por su anticlericalismo, y cómo, por otra
parte, la historia de su grandeza y decadencia es más ó me
nos la historia de todos los partidos anticlericales de la Europa
contemporánea.

LA BANCARROTA BEL ANTICLER1C AIJSMO E» EUROPA

Lo que hace, en efecto, singularmente interesante é ins


tructiva esta evolución es que está muy lejos de ser un he
cho aislado, como se quisiera hacer creer. Si supiéramos exa
minar con más atención lo que pasa allende nuestras fronte
ras, veríamos que la reacción antiliberal está á panto de dar
la vuelta á la vieja Europa. Los fenómenos que acaban da
APÉNDICE 31I

producirse en Austria han podido observarse idénticos en la


mayor parte de los países católicos ó mixtos.
Veinte años atrás el liberalismo sectario triunfaba en toda
la línea y celebraba con estrépito sus orgías anticlericales.
Por entonces votaban los liberales belgas leyes criminales y
conseguían el rompimiento delas relaciones diplomáticas con
la Santa Sede; por entonces el Kulturkampf estaba en todo
su auge en Berlín, Carlsrue, Munich, en toda Alemania; por
entonces el gobierno italiano hacía «intolerable» la situación
creada al augusto Prisionero del Vaticano y dejaba ultrajar
públicamente el ataúd de Pío IX; por entonces los liberales
austríacos rivalizaban en odio y rabia persecutora con sus
hermanos de Alemania; por entonces los republicanos puros
celebraban su advenimiento en Francia y atacaban al clerica
lismo á las órdenes de Gambetta y de Ferry. Las hogueras
de la persecución anticlerical ardían en toda Europa: los obis
pos y los sacerdotes alemanes morían en la prisión 6 en e]
destierro; el clero de Viena no podía salir á la calle sin ex
ponerse al insulto; en Roma los ministros y los diputados
unían sus voces á la de la canalla para glorificar, bajo las
ventanas del Vaticano, al monje revolucionario Giordano
Bruno. La lucha contra el catolicismo era tan ardiente y pa
recía tan victoriosa, que cera un placer la vida» en expresión
de un diputado sectario del Reichstag alemán. Esta vez, de
cían, daremos buena cuenta del catolicismo, y más de un fi
lósofo anticlerical escribía en su gabinete un nuevo capítulo
sobre «los dogmas que acaban.» Renan, convertido en «anti
papista feroz»—la frase es de Le Temps—expresaba la espe
ranza de que el cónclave de 1878 conduciría á un cisma aná
logo al de 1378, descontando el momento cercano en que el
Papado ya no sería más que «un fermento del fanatismo nó
mada» y en el que su desaparición «sellaría definitivamente
nuestra libertad (i).» En la grande obra de demolición reli-

(1) Véase & este efecto, en uno de los últimos números de


la Revista de París, la carta tan curiosa y picante que Re
nan dirigía á su amigo Amari, el tan conocido revoluciona
rio siciliano, que llegó á ministro de Instrucción pública en
1863. Esta correspondencia nos muestra á Renan bajo un
312 APÉNDICE

giosa, el autor de la Vida de Jesús tendía así la mano al au


tor del grit» de guerra: «El clericalismo; he aquí el enemi
go^ en tanto que el príncipe deBismarck alentaba A los per
seguidores de Viena, de Roma y de Bélgica, y los altivos
republicanos formaban humildemente detrás de los vence
dores de Metí y Sedan (i). Desde el momento en que se tra
taba de aplastar á la Iglesia católica, ya no había hermanos
enemigos y una corriente de simpatía anticlerical se estable
cía entre París, Berlín, Viena, Roma y Bruselas.
Felizmente, tanto los políticos como los filósofos secta
rios se engañaron porque desconocían la vitalidad del ca
tolicismo. Si la campaña que dirigían contra la religión
estaba sabiamente concebida y no menos bien dirigida, las
leyes antirreligiosas ofrecieron no obstante un doble resul
tado que ciertamente no esperaban. Porque por un lado des
pertaron á los católicos soñolientos, y por otro, prepararon
el terreno á la agitación socialista. Al herir lo que ellos lla
maban el clericalismo, —que en realidad es el catolicismo—
los sectarios han suscitado un movimiento católico incom
prensible y dado nacimiento al movimiento revolucionario
que se alza contra ellos. Con gran asombro suyo, encuén-
transe cogidos entre estas dos crecientes fuerzas y comien
zan á verse aplastados en cierto modo por ellas.
Que nadie crea ó se imagine que son éstas consideracio
nes filosóficas sin fundamento alguno, ó bien fantasías op-

nuevo aspecto: como dijo mny bien Le Temps, era en el fon


do un energúmeno poseído de ana sola idea, la de ver des
aparecer el catolicismo.
(1) No se ha hecho ver suficientemente que la república
masónica no hacia más que copiar servilmente el Kultur-
kampf alemán y que los legisladores del Palacio Bortón
compraban sin pudor el viejo mueblarlo anticlerical del Can
ciller de hierro. Para no citar más que un ejemplo, recuérde
se que la Cámara francesa ha votado la ley militar—la mo
chila á la espalda de los seminaristas— en el mismo momen
to en que elReichstag de Berlín abolía el servicio miiitar de
los clérigos. Podríamos citar otras coincidencias no menos
humillantes y ant i-patrióticas.
APÉNDICE 313

timistas de un observador candido ó distraído. La estadística


electoral de los diferentes países de que se trata establece sin
réplica la ley histórica que acabamos de formular.
Creo que es inútil detenernos mucho por lo que á Bélgica
se refiere, ya que todo el mundo sabe que de la mayoría libe
ral-radical que votó las leyes anticatólicas, apenas queda ras
tro en la Cámara de Bruselas. Los conservadores de todos
matices dominan en ella, y sólo tienen enfrente una minoría
'socialista sediciosa que será el gran peligro del porvenir.
En cuanto á los antiguos liberticidas, como los llamaba
Mons. Dupanloup, han muerto; apenas si quedan algunos
restos insignificantes, tan viejos como los esqueletos antidi
luvianos de un museo paleontológico.
Lo que pocos saben—quizás nuestros periódicos republi
canos hagan como que lo ignoran, si bien jamás han solta
do palabra sobre ello—es que la misma ley fatal ha dado
buena cuenta de la mayoría sectaria de Berlín. ¡Eran tan al
tivos é insolentes aquellos liberales-nacionales y radicales-
progresistas que desencadenaron sobre Alemania la más for
midable de las persecuciones religiosas!... Nada parecía que
pudiera resistirles; contaban coa el número y la fuerza, co
mandábalos el Canciller de hierro y la ciencia alemana los
sostenía con todo el prestigio de su autoridad. De aquí que
creyeran inexpugnable su posición y la ilusión era bien na
tural, porque el Reichstag que salía de las elecciones de 1871
comprendía 116 liberales-nacionales, 39 liberales del Imperio,
44 progresistas, 38 reichspartei, en junto 227 liberales de397
votos. Como contrapeso á esta mayoría, á menudo reforzada
también por los conservadores protestantes, no había más
que 57 católicos del Centro, 13 católicos poloneses y, al otro
extremo, únicamente dos socialistas.
En las elecciones de 1874, en el apogeo del Kurtur-
kampf, los liberales-nacionales obtuvieron 16o puestos (su
maximum) y como nunca, fueron los arbitros de la situación.
Pero ya empezaba á dibujarse la doble reacción, pues el Cen
tro subió á 94 votos y los socialistas llegaron á 9 en el nuevo
Reichstag. El liberalismo sectario, que había abusado de su
preponderancia contra el catolicismo, comenzó á declinar, á
desmenuzarse, á manifestar los síntomas indubitables de una
314 APÉNDICE

rápida decadencia. Sus protagonistas más fogosos, los libe


rales-nacionales fueron disminuyendo de número y de im
portancia de escrutinio en escrutinio. En 1877 se redujeron á
126; en 1878, á 97; en 188o, á 85, —el Canciller de Alemania
pensó emprender el camino de Canossa;—en 1881, á 62; en
en 1884, á 5o; finalmente, en 1891, á 41. Si en las elecciones
de 1893 se remontaron á 53, sólo fuá por casualidad, pues
las elecciones parciales no cesan de diezmarlos. Su domina
ción ha terminado; ya no son nada en el Reichstag.
Sus herederos naturales —aunque renegados—fueron los
socialistas. Las masas obreras comprendieron la lección del
anticlericalismo y sacudieron el yugo de la religión, el yugo
de Dios; sólo que no se detuvieron á medio camino en la em
presa de su emancipación, sino que completaron la consigna
al escribir en su programa: «¡Ni Dios ni dueño!» Después
del Kuiturkampflos socialistas han hecho progresos atei raJu
res en las provincias protestantes de Alemania. En 1877 sa
lieron de las urnas doce de sus candidatos; el Canciller de
hierro fingió no tomarlo en serio y declaró en pleno parla
mento que no estaría satisfecho hasta ver triunfantes tres do
cenas; pero vio realizado su voló mucho antes de lo que sin
duda hubiera deseado, pues las elecciones de 1884 llevaron
á la Cámara 24 socialistas, 35 las de 189o y 46 las de 1893.
Actualmente se ha completado la cuarta docena y ¡cruel iro
nía de la suerte! hay en el Reichstag casi tantos socialistas
como nacionales-liberales (i).
Todos los antiguos partidos, y singularmente los anticatóli
cos, se hallan en plena disolución. Sólo el Centro, con los
12o ó 13o votos de que dispone permanece inquebrantable
ante los avances progresivos del socialismo y se ha conver-

(1) Después de las elecciones de 1893, los socialistas han


ganado algunos puestos sobre los nacionales -liberales. Por
lo contrario, en 1896 perdieron uno en Magunciajque fué ga
nado por el Centro católico. El Centro, no me cansaré de re
petirlo, es el único partido capaz de resistir victoriosamente
la propaganda socialista. Por molesto que sea este hecho,
tienen que reconocerlo los protestantes y los liberales ale
manes.
APÉNDICÍ 315

tido en el elemento necesario, inevitable, de toda mayoría


gubernamental. Los perseguidos de 1874 son á su vez el eje
de la lucha parlamentaria.
Pasemos á Italia; en ella asistimos á un cambio del cual
tampoco pueden mostrarse satisfechos los sectarios. Hasta el
presente, los católicos no han tomado parte en las elecciones
legislativas, porque á ello se ha opuesto el Soberano Pontí
fice. Por lo contrario, han sido antorizados para luchar en
las elecciones administrativas y lo han hecho con el más li
sonjero éxito, porque en la actualidad la mayor parte de las
grandes ciudades de Italia c?el Norte—Genova, Milán, Ve-
necia, cindadelas del malvado liberalismo—tienen munici
pios moderados. Ha pasado el tiempo en que Genova veía
circular por sus calles procesiones anticlericales con el con
sentimiento y quizás con la connivencia de las autoridades
municipales. El viento ha cambiado en la Península, y si en
las próximas elecciones legislativas el Papa juzgara conve
niente dejar que los católicos tomaran parte en la lucha, ve
ríamos entrar en Montecitorio una mayoría católica respeta
ble á la vez que un grupo compacto de socialistas. Los falsos
liberales serían acorralados como en las elecciones munici
pales, (i)
Vemos por esta rápida reseña que las recientes elecciones

(1) En este cuadro no hago mención de Holanda, porque


los cató icos holandeses no han cesado de gozar de todas las
libertades sin verse envueltos en ningún embrollo por parte
del gobierno. Tampoco hablo de Inglaterra, porque también
allí sólo pueden los ca' ólicos alabar la to'erancia y eÍ espí
ritu de justicia del gobierno. En ese país protestante donde
apenas hace treinta años, el No popery hubiera impedido a
un sacerdote ó á un religioso presentarse de sotana en pú
blico, los católicos han podido celebrar sus procesiones reli
giosas en las cali es de las más populosas ciudades, tales
como Londres. El gobierno británico subvenciona las escue
las católicas, en vez de cerrarlas. Inútil es recordar que Es
paña tiene un ministerio católico.
Sólo hay en Europa un pafs en que los católicos se ven opri
midos 'por el gobierno y por ,'cyes odiosas, y ese país., ¡no
es Turquía!
JIÓ APÉNDICE

de Austria no son más que un anillo de una cadena ya mu v


larga y que en todas partes ha cabido ó cabe la misma suerte
al partido sectario. Por brillante que haya sido, su triunfo ha
tenido muy corta duración en Bélgica, Alemania, Italia y
Austria. Tras un efímero reinado, ha sucumbido en todas
partes al peso de sus faltas y de sus locuras por la reacción
de sus violencias. Las ruinas religiosas que ha acumulado se
han vuelto contra él mismo, de una parte, lanzando á los
obreros en brazos del socialismo, y de la otra, operando la
concentración de los católicos y provocando en ellos el espí
ritu de organización, la creación ó el desarrollo de una pren
sa conservadora seria, en una palabra, un verdadero renaci
miento social. Sin quererlo y casi sin sospecharlo, ha dado
nacimiento al socialismo, su más formidable enemigo. Con
tra lo que reza la antigua fábula, he aquí al hijo que devora
á su padre. Y por una especie de corriente misteriosa, al fin
del siglo xix, de este siglo que se proponía enterrar al Papa
do, se señalará por el glorioso reinado de León XIII y por la
incontestable bancarrota del anticlericalismo.

II

DERROTA DEL ANTICLER1CALISMO EN LAS ELECCIONES DE LA


DIETA DE LA BAJA AUSTRIA

Después de esta reseña general, conviene entrar en los de


talles de los hechos por todo extremo expresivos que acaban
de pasar en Austria.
Los liberales sectarios habían usado y abusado de su pre
ponderancia en el terreno de los asuntos político-religiosos.
Si no les ha sido posible encender un Kulturkampf compa
rable al de Prusia, débese á que la firmeza y la honradez del
Emperador han desviado alguna que otra vez sus miras an
ticlericales. Pero sus propósitos no tendían á nada menos que
á sustraer toda savia, toda vitalidad, toda energía al catoli
cismo para producir una especie de vago naturalismo con
APÉNDICE 317

rotulata apostólica y romana. Las leyes escolares, las leyes


fiscales y eclesiásticas, las medidas administrativas hábil
mente empleadas debían conducir insensiblemente á dicho
resultado. En Viena los crucifijos habían sido lanzados fuera
de las escuelas populares mientras se esperaba arrancar á
Cristo del mismo corazón de la nación.
Mas he aquí que la reacción comienza en Viena, donde
particularmente se había dejado sentir la esclavitud impues
ta por el anticlericalismo. £1 municipio que había lanzado á
Dios de la escuela, fué excluido de la casa de la villa, y un
nuevo concejo vino á instalarse victoriosamente en ella bajo
la dirección del doctor Lueger. Una mayoría aplastante de
93 votos sobre 138— más de las dos terceras partes— nombró
alcalde de la ciudad al valiente luchador que había desple
gado con altivez la bandera del cristianismo y conducido al
asalto la coalición antiliberal (i). Actualmente un cristiano
social lleva al cuello la cadena de oro de primer magistrado
de Viena. Reducidos á ínfima minoría, únicamente les queda
á los liberales el triste consuelo de hacer una vana oposición
á sus adversarios antisemitas que tanto habían despreciado.
Dueños del municipio de la capital, los sectarios anticle
ricales no eran menos poderosos en la Dieta de la Baja Aus
tria. Pues vamos á ver que también allí tenían contados sus
días, ya que esta asamblea, de la que diremos algunas pala -
bras, ha terminado por sacudir su yugo.
Sabido es que la monarquía de los Habsburgo no es una
nación, sino un mosaico de veinte pueblos diferentes por la
lengua, las costumbres y con frecuencia por la religión.
Tampoco es un Estado poderosamente centralizado, como
Francia, ó simplemente confederado, como Alemania. El Es
tado austriaco ofrece un término medio entre estos dos, ya
que comprende un conjunto de países en los cuales, además
de las tradiciones históricas, existen instituciones provincia
les propias. Cada uno de estos países —en los que se mani-

(1) Los diferentes grupos antisemitas que combatían á


las órdenes de Lueger tomaron el nombre de coalición artti-
liberal para demostrar con toda claridad que el enemigo era
la izquierda alemana unida.
3'S APÉNDICE

fíestan por otra parte, según el caso, tendencias, ora federa


listas, ora centralistas,—posee su Parlamento con derecho á
discutir cuantos asuntos no están reservados al ReicJisrath,
es decir, que no son comunes á las diversas provincias y que
no llevan el sello de la autoridad central.
La competencia de estas dietas provinciales es, por consi
guiente, muy vasta, por lo que, sólo ofrecen con nuestras
diputaciones provinciales un parecido muy insignificante.
Dicha competencia varia necesariamente con la importancia
de los países y de las poblaciones que las dietas representan.
Así, el Parlamento del reino de Galicia, que cuenta 6.6o7,816
habitantes—más que Bélgica,—ó el Parlamento del reino de
Bohemia, que tiene 5.843,25o —más que Holanda, Portugal
ó Suiza— desempeña un papel muy diferente que el del con
dado de Vorarlberg con sus 116,ooo ó el del ducado de Salz-
burgo con sus 173.5oo almas.
Mas claro está, que la más importante de todas estas dietas
es la de que aquí tratamos, la de la Baja Austria, que repre
senta la ciudad de Viena, ya que es como una asamblea rival
de la Cámara del Imperio, que se reúne dentro de los mismos
muros que ella. Los periódicos no refieren jamás lo que pasa
en el seno del Parlamento deSalzburgo, Styria, Silesia, Car-
niola, Carintia y aún del mismo reino de Galicia; pero la
Dieta de la Baja Austria ha hecho que con frecuencia se
hablase de ella, porque allí se han suscitado debates que han
conmovido á todo el Imperio.
Desde su origen, la Dieta de la Baja Austria ha sido un
feudo del liberalismo anticlerical. La legislación electoral de
Austria., hecha por los liberales, ha sido naturalmente hecha
para ellos, ya que imaginaron un sistema que debía asegu
rarles la mayoría por siempre jamás en el Reishsrath, en las
dietas provinciales y particularmente en la de la Baja Austria.
Los diputados son elegidos por cuatro curias: las de los gran
des propietarios, de las ciudades, de las Cámaras de comer
cio y de los municipios rurales, y casi en todas partes, lleva
ventaja el elemento alemán. En las tres primeras curias las
elecciones son directas; en la cuarta lo son en segundo gra
do; en ninguna existe el sufragio universal. Como se ve,
esta organización nada tiene da democrática, pues de

'...II
APÉNDICE 319

5.7oo.ooo austríacos mayores de 24 años, apenas eran elec


tores i .2oo.ooo, menos de un cuarto. La parte del león esta
ba reservada á la burguesía de las ciudades, por lo que dis
ponía de la mayoría de los puestos. Ahora bien, esta
burguesía, sobre todo en Viena, había abrazado por lo gene
ral las ideas liberales, porque sólo leía periódicos redactados
en sentido hostil ^aj cristianismo, y por este mismo hecho,
fuera de algunos señores grandes propietarios y de los obis
pos que tenían vo% viril, esto es, que eran diputados por de
recho propio, los católicos no lograban penetrar en la Dieta
de la Baja Austria. La mayoría, por no decir la totalidad, era
liberal. Si la izquierda hubiera sabido ser moderada, si hubie
ra administrado con sabiduría en vez de lanzarse con dema
siada frecuencia á la política religiosa y de sembrar la co
rrupción en torno suyo, su dominación hubiera podido durar
mucho y el país se hubiera sumido finalmente en el marasmo
de la indiferencia. Pero el anticlericalismo de una parte y su
política económica y social por otra han perdido á los libera
les. Los cristianos sociales y los antisemitas habían logrado
ya abrir brecha en la legislatura precedente y en las eleccio
nes de 1896, un vigoroso escobazo bastó para barrer la mayor
parte de los diputados anticlericales que se sentaban en
la Dieta. Las elecciones municipales de Viena de Septiem
bre de 1895, habían sido un fúnebre toque de campana para
los liberales de la Baja Austria, tanto más significativo, cuan
to que, para complacerlos, el gobierno había disuelto por
primera vez el municipio; pero la coalición anticlerical volvió
á entrar en la casa de la Villa reforzad* con algunos votos.
Contra todos los obstáculos, el doctor Lueger había ganado
terreno y la alegre sonata de sus periódicos repercutía en los
oídos de los diputados de la Baja Austria como anticipado
toque de difuntos.
En efecto, al ir á las urnas, marchaban á la muerte política.
Ellos mismos habían entrevisto sin duda el desastre que les
aguardaba, pues si en ciertas circunscripciones hicieron es
fuerzos desesperados para vencer, en otros puntos ni siquiera
intentaron la lucha, porque comprendían muy bien que ha
bían perdido su influencia y su prestigio. Sin embargo, justo
es decir que ni aun los más pesimistas de entre ellos se espe
APÉNDICE

raban un desastre tan completo como el que sufrieron, pues


los antisemitas y los clericales lograron apoderarse de las
dos terceras partes de los distritos legislativos de la Dieta.
A la vista de este resultado, la Nueva prensa libre entonó
fúnebres cantos, mejor dicho, «lamentaciones» capaces de
conmover las piedras. Hubiera podido entonarse la paráfrasis
de esta estrofa de Esther:
Llorad, tristes ojos míos;
Jamás hubo bajo el cielo
Tan justo motivo de lágrimas.
¡Oh mortales alarmas!
Pero no debían detenerse allí las «alarmas» del aníicleri-
calismo austríaco; las elecciones del Reischsrath preparábanles
sorpresas no menos dolorosas.

III

LA DERROTA DEL ANTICLERICALISMO EN LAS ELECCIONES


LEGISLATIVAS DEL REICHSRATH

Tras la capital, la provincia; tras la provincia, el imperio.


La reacción antisemita y anliliberal, localizada en un prin
cipio, extendíase sin solución de continuidad como uní
mancha de aceite por casi todas las regiones de la Cisleitha-
na. Si la Dieta de la Baja Austria se parecía terriblemente al
municipio de Viena, diversos síntomas anunciaban que la
Cámara del Imperio, que iba á renovarse, podría asemejarse
perfectamente á una y á otra de estas dos asambleas. Seme
jante perspectiva causó gran estupor, no sólo en las filas de
la izquierda alemana, sino aun en los consejos de Su Majes
tad Aposíólica. Empezaba á reflexionarse en altas regiones.
Al final de mi artículo de 25 de Diciembre de 1895 decía
yo: «La Corona cómele una falta grave al rechazar la reac
ción bajo la forma de movimiento social-cristiano, porque,
tarde ó temprano, reaparecerá, y es de temer que lo haga
entonces'bajo la forma de socialismo revolucionario.» Mucho
tardaron en apercibirse en las esferas oficiales de Viena de
APÉNDICE JZl

la falsedad de esta táctica parlamentaria, porque completa


mente infeudado al partido liberal alemán, el conde Badeni
habíalo defendido contra viento y marea con una generosidad
digna de mejor causa, ya que le había sacrificado al doctor
"Lueger y puesto en descubierto la persona misma de su au
gusto soberano. Si el liberalismo austríaco hubiera podido
ser salvado, el nuevo ministro hubiéralo preservado de la
ruina; pero hay situaciones que son más fuertes que los hom
bres, corrientes que ningún poder puede contrarrestar. De
buena ó de mala gana, el presidente del gabinete hubo de re
conocer que empeñarse en galvanizar el cadáver de un par-
• tido deshecho era una simpleza inútil. Desde entonces cam
bió de actitud y trató de batirse en honrosa retirada, como
se lo aconsejaba el buen sentido. Y en efecto, ¿á qué prose
guir las hostilidades contra un adversario que sería el ven
cedor incontestable del mañana? ¿A qué sobre todo empe
ñarse en allanar el camino al socialismo, único que se apro
vecharía de los golpes asestados á la coalición antiliberal?
En este juego infantil exponíase el gobierno á no ganar nada
y pe rderlo todo, por lo que el conde Badeni, dando muestras
de ser un verdadero hombre de Estado, emprendió nueva
ruta. Sin duda que sus amigos, ó mejor dicho, sus carceleros
de la víspera, gritarían traición, ingratitud; pero, era ¿culpa
suya que el pueblo abandonase á cada elección la bandera
del liberalismo? Todo lo había hecho para asegurar el éxito
á los liberales y todo había resultado inútil. A suponer que
les debiera agradecimiento, bien pagada estaba la deuda,
por lo que podía en adelante recobrar su libertad de acción.
Aprovechóse de ella para aproximarse en cierto modo al par
tido social-cristiano, ó por lo menos para hacer olvidar . los
perversos procedimientos que con él había usado, y cuando
el Ayuntamiento de Viena dio un gran baile en la Casa de
la Villa, presentóse allí el Emperador con la corte—siempre
había asistido á las -fiestas del municipio liberal —y su Ma
jestad mostróse muy amable con el alcalde Strohbach, con
el primer teniente Lueger (i) y con todos los concejales an
tisemitas.

(1) Entonces no. era aún alcalde


ja»

En semejantes circunstancias y con uUs auspicios preparó


se el pueblo austríaco á las elecciones del Reischsrath, las
cuales empezaron el 4 de Mario j terminaron el 24. La im
portancia excepcional de este escrutinio salta á la vista, jt
que difiere esencialmente de las elecciones legislativas pre
cedentes porque todo ha cambiado de aspecto. Los antiguos
partidos, liberales y aún conservadores, se disolvían ó se
transformaban; un partido nuevo, los vencedores en las elec
ciones municipales de Viena y en las legislativas de la Baja
Austria, entra en liza con todo el ardor que da el recuerdo
de una reciente victoria; finalmente, la reforma electoral vo
tada el año anterior ha modificado el mismo cuerpo electoral
al crear la curia del sufragio universal.
Hasta entonces las asambleas politicas.de Austria eran ele
gidas por los cuatro colegios electorales de que hemos ha
blado antes: la curia de los grandes propietarios, la de las
ciudades, la de las Cámaras de comercio y la de las poblacio
nes rurales. Este sistema que parece ofrecer serias ventajas,
ofrecía el defecto innegable de excluir de la vida política l»s
masas del proletariado y de originar con ello una especie de
iniquidad social. En una época en que el impuesto de san
gre se exige á todo el mundo e* injusto y peligroso negar
•1 derecho del voto á los soldados que deben defender la pa
tria. El'sufragio universal es, por decirlo así, el corolario fatal
del servicio militar obligatorio, y de aquí que no faltaran po
líticos que lo reclamaran en Austria, y entre ellos los demó
cratas católicos, pero la proposición no ofrecía atractivos de
ninguna especie para el gobierno, por lo que retrocedió—
quizás con cierta razón —ante una experiencia que parecía
haber dado malos frutos en oiras partes. El sufragio univer
sal, afirmaban los tímidos, es la gran puerta abierta al so
cialismo y, por consiguiente, la ruina del país á corto plazo.
La objeción n ida tiene de especiosa, sólo que la cuestión
consiste en saber si el pueblo se resignaría indefinidamente
á no ser nada, ni elector, y si esta manera de combatir el so
cialismo no resultaría contraria al mismo objeto propuesto.
Al exasperar á las muchedumbre* con esta exclusión que
consideran como una injusticia, te dan armas terribles i los
agitadores revolucionario: y, i pretexto 4» reaccionar c
APÉNDICE 323

Ira el socialismo, se le cultiva ó se le procuran adeptos. Más


raldría disciplinar y moralizar á los obreros y enseñarles á
hacer un uso precioso de su voto; así lo hacen los católicos
alemanes, por lo que sólo alabanzas les meiece el sufragio
universal. Los católicos badenses que aun no lo tienen para
las elecciones del Landtag, reclámanlo con gran insistencia.
En Austria no se ha tenido el valor—ó si se quiere ta teme
ridad—de lanzarse de cabeza á semejante aventura, sino
que, tras largas vacilaciones, se ha adoptado un proyecto
destinado á dar ánimo á los medrosos y cierta satisfacción á
los audaces; y así, sin modificar el régimen electoral vigen
te, se ha constituido una curia del sufragio universal que
debe elegir 72 diputados de los 425 de que se compone el
Reichsrath. Este término medio es prudente y bastante ló
gico, porque por él el obrero tiene el derecho de voto, lo
que es equitativo, pero su voto no tiene la misma importan •
cía que el del patrono industrial, del comerciante, del gran
propietario, del cura, etc., y esto también es justo: hay en
esto una seria garantía de equilibrio, de paz y de justicia
social.
Por lo demás, las actuales elecciones han dado á la vez
razón á los adversarios y á los defensores del sufragio uni
versal. Como ensayo, los socialistas han dado un golpe
maestro, pues han ganado 14 puestos, y este número de
muestra que la reforma electoral ha allanado realmente el
camino al socialismo. En desquite, los socialistas cristianos y
sus aliados los clericales, han triunfado en numerosos dis
tritos, aun en algunos dudosos, y semejantes éxitos prueban
que los obreros no son necesariamente presa de las teorías
colectivistas.
El nuevo Reichsrath no se parecerá al antiguo, y de ello es
fácil convencerse. La fisonomía de la Cámara difunta, ofre
cía un conjunto monstruoso, pues se descomponía en una
docena de clubs, los cuales en sí mismos ofrecían ya muy
poca cohesión. En efecto, existían en ella la izquierda alema
na unida (lio miembros y más otras veces), el circulo polo
nés (unos 6o votos), el club conservador Hohewoart (cerca de
jo/, los jóvenes tcheques (38), Apartido nacional alemán an
tisemita (16), los socialistas cristianos (11), el etub Coromi
3 84 APÉNDICK

ni(io) el club croaia-slavón, el club moravo,e\club rutheno,


el partido popular católico, los independientes de todos los
países, etc. Desde el punto de vista de las nacionalidades se
dividían en alemanes, tcheques, poloneses, ruthenos, serbo-
croatas, rumanos, italianos, slovenos, slovacos y moravos.
Muchos más numerosos los alemanes (176 sobre 353), se
gubdividían á su vez en liberales, conservadores, antise
mitas, progresistas, socialistas cristianos, demócratas, cle
ricales, nacionales-alemanes, etc. En una palabra, aquel
parlamento era una verdadera torre de Babel en la que ni
siquiera se entendían los que hablaban la misma lengua y
en la que la confusión llegaba á veces al colmo. Imposible
hubiera sido encontrar en ella ni la sombra de una mayo
ría homogénea y, para vivir, el ministerio, cualquiera que
fuese—conservador ó liberal —debía apoyarse en una coali-
sión más ó menos híbrida. Pero la desgracia de Austria con
sistía en que la izquierda alemana unida, gracias á su fuerza
numérica, era el elemento inevitable de toda mayoría gu
bernamental, ya que no se podía gobernar ni sin ella ni con
tra ella; y como tenía conciencia de su situación, abusaba de
su poder para dictar condiciones exhorbitantes al gabinete.
Si sus amigos estaban en el poder, se convertían en esclavos
suyos; si la Corona confiaba á un conservador la formación
de un ministerio, la izquierda exigía cierto número de carte
ras y la intangibilidad de las falsas conquistas liberales. Las
mejores intenciones de un conde Taaffe ó de un príncipe de
Windischgratz se estrellaban contra este obstáculo. Todo
lo más que podía obtenerse desde el punto de vista religio
so, era un stalu quo en el que el anti-ctericalismo de la ii-
quierda alemana escondía las uñas. Esta tenía buen cuidado
de reivindicar siempre la cartera tan importante de Instruc
ción pública y de no dejar á los ministros verdaderamente
católicos más que la de Agricultura ó la de Hacienda.
El sentimiento católico acabó por sublevarse contra es.te
funesto estado de cosas; pero no lo hizo de repente. En el
Congreso de Linz de 1893, el conde Sylva-Tarouca exclama
ba aún con amargura: «Hay gentes que creen ó que quisie
ran hacer creer que es inútil enardecerse por la causa católi
ca en Austria, en donde cada cual puede buscar su salvación
APÉNDICE 325

á su manera, donde pueden organizarse magníficas proce


siones, donde el sacerdote es libre de decir la misa y los
fieles de asistir á ella, donde la religión es un asunto priva
do.» £1 P. Abel, el gran apóstol popular de Viena, el orador
que ha contribuido con su enérgica actitud á la renovación
religiosa de Austria, llamaba á estas disposiciones morales
el pesimismo austríaco.— cEl buen Dios y el buen empera
dor— decía irónicamente— deben hacerlo todo para que nos
otros quedemos dispensados de mover el dedo.» Mientras el
pueblo obedeció inconscientemente á este fatal principio,
los liberales sectarios nada tuvieron que temer; mas poco á
poco el fermento del partido social cristiano logró penetrar
en la masa del pueblo católico, y en estos últimos años un
poderoso aliento antiliberal circuló por el país, manifestán
dose con fuerza irresistible, como se ha visto, en las eleccio
nes municipales de Viena, en las legislativas de la Baja
Austria y en diversos puntos del Imperio cuando hubo ne-
«esidad de proceder á elecciones parciales. Del mismo modo
ha proseguido su obra de sana destrucción en las elecciones-
generales del Reichsrath.
En el fondo y durante aquellos días de soberana lucha,
todo el interés se había concentrado de u«a parte en los vo
tos de la nueva curia del sufragio universal, y de la otra, eu
el duelo implacable que la izquierda alemana y los socialistas
cristianos con sus aliados naturales iban á ventilar en Vie- •
na, en la Baja Austria y en algunas otras provincias ale
manas. En los países eslavos, el problema de las reivindi
caciones no se planteó ni sobre las mismas formas ni con un
carácter confesional tan claramente definido, por lo que no
atrajo tanto la atención. Lo que apasionaba en el más alto
grado á la Cisleithana, lo que todos se preguntaban con
verdadera angustia en los distintos campos era qué partido
triunfaría, si el de los socialistas cristianos antisemitas ó el
de los socialistas secundados por los liberales sectarios.
\ Rompióse el fuego con las elecciones de la nueva curia de I
sufragio universal, Las grandes masas populares iban á po
der por fin sentarse en el banquete de la vida política y i
pronunciar su voto. Pero ¿cuál sería éste en el Imperio y so
bre todo en Viena? Dos poderosas organizaciones, la de los
APÉNDICE

antiliberales y la de los socialistas, quedaron casi completa


mente solas para medir sus fuerzas en el campo. La izquier
da alemana, habiéndose mostrado siempre hostil al sufragio
universal, ni siquiera osó afrontar la lucha, porque sabía que
el pueblo la detestaba profundamente, y para vengarse á U
vez del gobierno y de los antisemitas, no encontró nada me
jor que favorecer al partido socialista, dando así el extraño
espectáculo de que una rica burguesía trabajase por la revo
lución en odio al catolicismo. El jefe de los socialistas vie-
tieses, el judío Adler—un orador de gran talento y un... ca
pitalista que vive de sus rentas—fue' acompañado y sosteni
do en sus correrías electorales, no sólo por el demócrata
Kronawetter y el reformista Philippovitch, sino también por
todos los restos del partido liberal alemán. Antes «rojo» que
«blanco;» tal fué la divisa de esos falsos defensores del orden
y de la prosperidad pública. Si de ellos hubiera dependido,
si su oro y su influencia social hubiesen sido tan poderosos
como sus odios políticos y religiosos, el socialismo hubiese
triunfado en Viena y en la Baja Austria.
Felizmente, la democracia socialista topó con un adver
sario capaz de hacerle frente. El doctor Lueger y su estado
mayor, el príncipe de Lichtenstein, el abogado Patai, Schnei-
der,—sin hablar de la intervención activa del clero que estu
vo á la altura de su misión—hicieron prodigios de valor,
multiplicándose en los barrios populares, disputando palmo
á palmo el terreno á los agitadores socialistas, no dejando
ninguna calumnia sin respuesta, ningún sofisma sin refuta-
ción.
Justo es decir que el terreno estaba maravillosamente pre
parado por la acción religiosa de los últimos años. Las fre
cuentes misiones predicadas en todas las iglesias, el enérgico
apostolado social de un clero joven que conoce su época, el
extraordinario desarrollo de la prensa antisemita más favora
ble á la Iglesia, todas estas causas contribuyeron á arrastrar
el pueblo vienés al cristianismo y á neutralizar en parte la
propaganda socialista. Además, y como que para sellar esta
preparación religiosa, el episcopado austríaco sin excepción
dirigió á los fieles una pastoral colectiva en la que insistía
sobre la importancia y la trascendencia de las nueras elec
337

cienes legislativas. Hace quince ó veinte años, la elocuencia


de Lueger hubiera hallado poco eco en el alma de ese pue
blo aun aferrado á las ideas del liberalismo sectario; pero
hoy la situación ha cambiado por completo: el anticlericalis
mo está derrotado y sus amigos los socialistas son en Viena
menos influyentes de lo q«e pensaban.
El escrutinio de 10 de Marro es su más clara demostra
ción. A despecho del considerable apoyo que le prestaron los
liberales alemanes, los demócratas, los judíos y los refor
mistas, los] socialistas sólo reunieron 127,ooo votos en las
cinco circunscripciones de Yiena, en tantoque el doctor Lue
ger y sus amigos alcanzaron 174,00o. La mayoría de los «cla
veles blancos» es, pues, de 50,000 votos: el mismo Lueger
fué elegido por 29,o0o contra 18,ooo que tuvo su adversario
socialista. El doctor Adler, el generalísimo de los socialistas
fue batido vergonzosamente por su contrincante antisemita.
El veredicto de las otras cuatro circunscripciones de la
Baja Austria es tan terminante cotnu el de Viena. Los socia
listas fueron derrotados en St. Poelten, Kre ras, Wiener-
Neustadt y Kornenburgo; en todas partes triunfaron los an
tisemitas: Mons. Scheicher, uno de los jefes más elocuentes
y activos del partido cristiano-social, fué elegido, mientras
que el demócrata socialista Peruerstorfer sucumbía como
Adler.
En los otros países de lengua alemana, el sufragio uni
versal no ha sido meaos favorable á los adversarios del an
ticlericalismo. El 1 1 de Marzo, los electores de la Alta Aus
tria, eligieron por tres fuertes mayorías al canónigo Do-
blhammer, al cura Kern y al doctor Ebenhoch, pertenecientes
los tres al partido popular católico, fundado por el barón
Dipauli. El laeligió á su vez el Ty rol tres clericales: el barón
Dipauli, Fserg y el cura italiano Guetti. El mismo éxito en
Styria, en donde triunfaron tres candidatos católicos de los
cuatro que se presentaban, y entre los vencedores se en
cuentra el cura slovenoZickar. Finalmente, en el Vorarlberg,
el único diputado det sufragio universal, forma parte del
grupo social cristiano. El triunfo de los aniisemi.as y de loa
clericales es, pues, general en todas lis provincias de len
gua alemana, á excepción d« Silesia, en donde el candidato
APENDICÍ

católico—un polonés—fué batido por el candidato socia


ta. (i)
La curia del sufragio universal ha ofrecido resultados ¡
go diferentes en las provincias slavas del Imperio. En
licia, el club polonés, en el que predomina la influet
aristocrática y clerical, ha hecho elegir 1o de sus 15 can
datos; y como por otro lado mantiene en gran parte]
antiguos puestos en las otras cuatro curias, subsistirá
omnipotencia, más ó menos en el nuevo Parlamento. Ader
de los diputados del club polonés, Galicia ha nombrado
rutheno gubernamental, dos socialistas .cristianos y fir
mente uno ó dos socialistas. Estos últimos han hecho
quistas más importantes en Horaria y en Bohemia , en de
la influencia husita, el antagonismo entre tcheques y alen
nes y la insuficiencia de la organización católica, les
facilitado el triunfo: así ganaron 7 puestos en Bohemia
en Moravia.
Pueril sería negar que ha habido un fuerte renací m ie
socialista con ocasión de ese tímido ensayo del sufragio
versal. £1 número de puestos ganados por los colectivi)
no es ciertamente muy considerable, pero sí que es not
su audacia y la extensión de su organización revoluciona
pues han entablado la lucha en todas partes, en las circt
cripciones de Viena, en la Baja Austria, en Galicia, Bo
mia, Moravia, Silesia, Styria, Carintia, Trieste y aun eJ
Bukowina. £1 régimen del liberalismo antireligioso—de
neutralidad, para servirme de la expresión hipócrita con-
te—ha producido sus frutos de muert» á través de to¿
monarquía. La enseñanza de las Universidades ha prop
cionado al ejército del socialismo los oficiales y los
de filas y la prensa anticristiana de la capital y de las
vincias ha preparado é instruido los reclutas y los simp
soldados.
Lo que se deduce con no menos evidencia de los votos
la quinta curia, es que únicamente los partidos clericaU
socialistas cristianos son capaces de oponer una resisten

(1) Uno de los jefes más célebres del socialismo, el ju


Ellenbogen, ha sido derrotado en Silesia por un antiser
APÉNDICE 329

eficaz al asalto del socialismo. En Viena, en la Baja Austria


y tamb'.'n en otras partes sólo las falanges de Lueger han
comb.1. ido y triunfado. En Salzburgo, en la Alta Austria, en
Galicia, en el Tyrol y el Vorarlberg, en Styria, etc., lo han
hecho los clericales de todos los matices. A excepción de
Bohemia, la izquierda alemana unida, no ha sostenido la lu
cha en ninguna parte sino ha sido para apoyar al socialismo.
La lección que se desprende de estos hechos es demasiado
elocuente.
El día en que se elijan por el sufragio universal todos los
diputados del Reichsratch, se verán salir délas urnas un gran
partido clerical compuesto de alemanes y eslavos, un gran
partido socialista cristiano antisemita que cederá al socialis
mo sus elementos extremos, un club polonés que será más ó
menos clerical en el terreno religioso, un grupo formidable
de socialistas salidos de todas partes, y finalmente un círculo
de nacionalistas independientes, compuesto de diputados
irreductibles de las poblaciones ¡cheque, slovena, slovaca é
italiana. De los liberales de tendencias anticlericales apenas
si subsistirán algunos débiles testos enviados por Bohemia.
Con razón la izquierda alemana unida se ha pronunciado
con tanto encarnizamiento contra el sufragio universal,
pues comprendía que sus propias ideas, difundidas entre el
pueblo, habían de hacer florecer el socialismo. Desgraciada
mente para ella, las cuatro curias privilegiadas que por tan
largo tiempo le han permanecido fieles están á punto de
tomar soleta á su vez, para servirme de una expresión fami
liar, pero característica.
El «rayo vengador» con que amenazaba á los antisemitas
cayó de nuevo sobre ella en los días 15, 16 y 17 de Marzo,
cuando la curia de los campos eligió sus 13o representantes.
En las provincias alpestres los candidatos clericales triunfa
ron en casi todas partes, pues la Alta Austria nombró 7; Salz
burgo, a; Carniola, 5; Tyrol y Vorarlberg, 12, y entre ellos
Kathrein, uno de los jefes del antiguo club conservador;
Styria, 9 y entre otros el abate Karlon, Goritz, el conde
Coronini, Gradisca y el Cura Zanetti. Carintia eligió 4 dipu
tados alemanes populares; la Baja Austria 8 antisemitas; Dal-
raacia, 4 croatas y a serbios, etc. En Galicia, el club polo
1 K> APÉNDICE

nés conservó 13 puestos y cedió 7 á los antisemitas; el club


rutheno gubernamental mantuvo 5 puestos de 7. En Moravia
y en Bohemia los jóvenes tcheques, sostenidos por el go
bierno, sacaron 16 de sus candidatos; los nacionales-alemanes
antisemitas 3, entre ellos su jefe, el famoso caballero Schse-
nerer; los progresistas 9. £1 judío socialista Adler fué de
nuero derrotado, lo mismo que su 'colega Pernerstorfer. La
curia de las circunscripciones rurales confirmó, pues, el éxito
de los antisemitas, de los clericales, de los jóvenes tcheques,
y acentuó el desastre de la izquierda alemana.
Casi otro tanto puede decirse de las elecciones de la curia
de las ciudades. Temo hacerme fastidioso repitiendo aquí la
misma enumeración; básteme decir que los poloneses man
tuvieron ó mejoraron sus antiguas posiciones y que entre el
número de los vencedores se encuentran los ministros Bi-
linski y Rittner. En la Baja Austria los antisemitas y los so
cialistas cristianos cosecharon hermosos lauros; en la Alta
Austria, en Salsburgo, en el Tyrol, etc., la victoria fué gana
da en casi toda la línea por los clericales y los antisemitas.
En otras partes los progresistas, los alemanes populares, etc.
recogieron parte de la herencia de la izquierda alemana.
De los liberales de la antigua mayoría apenas si se pudo
salvar un número muy reducido.
La curia de las Cámaras de comercio les fué favorable,
porque estas Cámaras, cuidadosamente reclutadas por ellos,
no han podido seguir el movimiento general. Finalmente, la
curia de los grandes propietarios les aseguró los pocos pues
tos que no están en poder de los conservadores.
Hállase, pues, compuesto el nuevo Reichsrath de los ele
mentos siguientes: dos clubs nacionalistas numerosos, el de
lo* poloneses y el de los jóvenes tcheques, favorables al Go
bierno; un partida socialista cristiano antisemita muy nutri
do; un partido conservador clerical muy poderoso; final
mente, los restos de la izquierda alemana que ha descendido
á la situación de pequeño grupo: esta izquierda liberal
mermada quedará fuera de la mayoría gubernamental y no
tendrá mucha más importancia que los socialistas, los pro
gresistas ó los populistas.
Pero lo qua caracteriza el escrutinio de Marzo es
APÉNDICE 33'

reacción formidable contra el liberalismo sectario y anticle


rical. Los rencidog "son los politicastros que, bajo la direc
ción de Beust, rompieron el Concordato de 1855, votaron las
leyes escolares ateas, emponzoñaron la segunda enseñanza
j la universitaria yatacaron álalglesia y al Cristianismo por
todos los medios sugeridos por el odio á la idea [religiosa.
Gracias á un concurso de circunstancias excepcionales, ha^
bían logrado invadirlo y dominarlo todo, y con su prensa
todopoderosa, que recibía el santo y seña de las logias, per
seguían á Dios en todas partes, ultrajaban al clero y co
rrompían las ntuchedembres, convencidos de que el impe
rio del liberalismo se establecería sobre las ruinas de un
pasado que jamás había de volver.
Su triunfo parecía definitivo y completo.
Pero llegó la hora de la gran expiación. Loscatólicos, largo
. tiempo oprimidos, las clases medias matraqueadas y perju
dicadas en sus intereses, los obreros hastiados de carne de
cura, todos han acabado por revolverse contra un sistema
q.ue hacía la guerra á la religión sin provecho de nadie.
Golpe tras golpe, y en menos de dos años, han logrado
arrojar á los liberales sectarios del Ayuntamiento de Viena,
de la Dieta de la Baja Austria y finalmente del mismo
Reichsrath. El orgulloso edificio del conde Beust se ha de
rrumbado como un castillo de naipes al soplo de un niño.
No hace mucho tiempo que la Nueva, prensa libre, el princi
pal órgano liberal de Austria, sonreía aún cuando se habla
ba de la coalición antisemita, y declaraba muy alto que todo
el país estaba con sus amigos. Tres elecciones sucesivas han
infligido un mentís, tan cruel como ruidoso, á estas falaces
esperanzas. Más exacto serla decir que todo el país se ha pa
sado al campo del doctor Lueger, porque los antiliberales
disponsn de las dos terceras partes del municipio de Viena
y de la Dieta de la Baja Austria y representan un papel pre
ponderante en la Cámara del Imperio. La duda no es posible.
Austria ha cambiado completamente de aspecto.
S«gún la expresión del poeta, la encina alemana y el tilo
eslavo podrán en adelante florecer en paz el uno junto al
otro, y á la sombra de estos dos soberbios árboles no habrá
'nR.ir para los sectarios liberales, que sólo tienen una pasión,
33> APÉNDICE

el odio al Catolicismo, y un culto, el culto del becerro de oro.


Desgraciadamente este sueño del desarrollo paralelo y ar
monioso de la encina alemana y del tilo eslavo no lleva
trazas de realizarse. La lucha es muy ardiente entre las na
cionalidades, y si éstas no tienen más cuidado, la herencia
de los Habsburgo es cosa hecha: Alemania y Rusia se repar
ten el manto imperial de Su Majestad Apostólica.
ÍNDICE
Pigs.
Carta de S. E. ej Cardenal.Rauípolla al Traductor. IV
Texto italiano .N V
Prefacio VII

AU8TBIA
I. -LOS ORÍGENES DEL ANTISEMITISMO AUS
TRÍACO 9
Capitulo primero.— Infancia de Sebastián Brunner. 11
Cap. II. —^ebastián Brunner en el Seminario.. . . 24
Cap. III.—Las tribulaciones de un vicario 36
Cap. IV. —El abate Brunner y el príncipe de Mett»r-
nich. . 47
Cap. V.— La revolución de 1848: el abate Brunner
periodista. 57
Cap. VI.— El abate Brunner en lucha con el jose-
fismo. 64
Cap. VII.—El abate Brunner en lucha con los judíos. 77
Cap. VIII.—El abate Brunner y los sabios católicos
de Alemania 91
Cap. IX.—El abate Brunner en Italia luí
Cap. X,—El abate Brunner historiador. .... 108
Cap. XI.—El abate Brunner poeta satírico. . . . 122
II.—JUDÍOS Y CRISTIANOS EN VIENA 131
Capitulo primero.—Los judíos se hacen dueños de
la riqueza por el comercio, la industria > la alta
banca 133
Cap. II.—Los judíos se apoderan de las inteligen
cias por la prensa y la Universidad. ..... 136
Cap. III. —Causas que han asegurado la preponde
rancia á los judíos 141
Cap. IV.—Orígenes del antisemitismo en Viena.. . 148
Cap. V.—Elementos del antisemitismo vienés. . . 153
Cap. VI.—Organización política del antisemitismo
vieaés. ..,.,.• 157
))4 ÍMD1CI

f&gs.
Cap. VII. —Primeras grandes batallas electorales
y triunfo de los antisemitas. 160
Cap. VIII.—Disolución del Ayuntamiento y nueras
elecciones 167
Cap. IX.—El doctor Lueger es elegido alcalde de
Viena; su nombramiento üo es ratificado por el
Emperador ITÍ

HCXGBÍA.

I.-LOS JUDÍOS Y LAS LUCHAS POB EL MA


TRIMONIO CIVIL EN HUNGRÍA 174
Capítulo primero.—Sobre el matrimonio mixto: to
lerancia de los católicos é intolerancia de los
protestantes. 179
Cap. II.—Proyecto de ley sobre el matrimonio entre
judíos y cristianos.—Tisza el papa calvinista.—
Bautismo de los niños nacidos de matrimonios
mixtos 187
Cap. III.—Caída de Tisza.—Ministerio moderado de
Julio Szapary —Conflicto eclesiástico.—Muerte
del Cardenal Simor.—Su sucesor Mons. Vasza-
ry. —Dimisión de Julio Szapary. ...... 2fN
Cap. IV,—Ministerio Weckerlé.-Programa anti
rreligioso del Gobierno. —Resistencia de los
obispos.—Despertamiento católico. —Todos los
elementos cristianos del Reino rechazan la idea
del matrimonio civil obligatorio 2M
Cap. V.—El Congreso católico de Komoin.—El ma
trimonio civil en el Senado.—Derrota del Go
bierno 224
Cap. VI.—Después de esta tentativa Je resistencia,
el episcopado se calla de nuevo. —Encíclica de
León XIII al pueblo húngaro 231
Cap. VII.—El Rey autoriza al ministro á presentar
el proyecto de ley sobre el matrimonio civil.—
Desesperación de los católicos. — Conferencia
de Ofen.— Pastoral colectiva de los obispos. . . 239
Cap VIII.—Inmenso Congreso católico en Buda-
pesth.—Manifestaciones liberales 249
Cap. IX.—El proyecto de ley sobre el matrimonio
ÍHOICI 335

Págs.
civil ante las dos Cámaras.—Recházala el Sena
do.—Dimisión momentánea de Weckerlé. . . 261
II.-LOS JUDÍOS Y EL PEIMER AÑO DEL KUL-
TUBKAMPF. 271
Capítulo primero. -Los católicos organizan la la
cha. —Debilidad de ciertos obispos 273
Cap. II. —El Senado vota dos muevas leyes eclesiás
ticas.—Congreso de Sthulweissenbnrgo.—Fun
dación del partido popular católico. ..... 278
Cap. III.—ElEey sanciona las leyes antirreligiosas.
—Muerte y apoteosis de Kossuth,—Dimisión de
Weckerlé.—Ministerio Banffy 282
Cap. IV.—Pastoral de los obispos,—El Papa felicita
y alienta á los organizadores del «Partido po
pular».—Luchas electorales.—Infamias de lo»
liberales. . 290
Cap. V.—Viaje del Nuncio á Hungría —Incidente
diplomático.—Discusión en el Senado 299
APÉNDICE. 309

Вам также может понравиться