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SmartClass, en modo inclusión

Mi nombre es Florencia y me desempeño como docente de Biología en el Colegio San José


Obrero de Gonnet. Si bien hace diez años que trabajo en el nivel, este es mi primer año en
esta institución.
Uno de los cursos que me asignaron es 3°A. El día que los conocí y que tuve la oportunidad
de dialogar pedagógicamente con ellos, advertí que mi experiencia allí sería inolvidable y
enriquecedora. En ese momento no sabía porque, solo lo intuía. La clase tiene 37 alumnos,
entre mujeres y varones, y una acompañante terapéutica (AT), Romina.
El primer día de clase, Romina se acerca a mi escritorio y me cuenta que estaba
acompañando a uno de los alumnos, Franco. Y en una pequeña pero fructífera conversación
me cuenta cuál es la situación integral del alumno. En ese momento lo único que pensé es:
¡bien, qué suerte! No me tendré que ocupar de las adaptaciones de las tareas. Siempre me
había costado mucho y no lograba buenos aprendizajes por parte de los alumnos incluidos.
Durante los primeros días, el grupo, muy atentamente, escuchaba a la nueva profesora (yo)
y todo parecía “casi normal”. Sin embargo, todo cambió el día que propuse un trabajo de
campo que consistía en juntarse en grupos y recolectar seres vivos en el jardín del colegio.

Bien, ese día, es el día que advertí porque 3°A era un grupo diferente, que decidí llamar
“SmartClass, en modo inclusión”. Pero, ¿Por qué los bauticé así? (ellos no lo saben) porque
en el preciso momento en que ellos fueron los protagonistas de la clase (trabajo de campo),
y yo su guía se pusieron en “modo inclusión”, ya que sin ninguna intervención (ni por parte
de Romina, ni por parte mía) el curso se colocó en grupo de cuatro a cinco personas, uno
de esos era el equipo de Franco, que enseguida los vi recorriendo el jardín para llevar
adelante la tarea asignada. Romina, su AT, se apartó de la tarea pedagógica y simplemente
permitió que todo fluya. El resto también fluía. Luego de esta experiencia al aire libre, los
chicos tenían que preparar una clase especial para contar los hallazgos y las preguntas
investigables que se habían propuesto responder.
Entonces, nuevamente observo que el grupo se transforma en una “SmartClass, en modo
inclusión” tanto para preparar la lección que darían como cuando expusieron. El primer día
expuso el grupo de Franco y el primero que inició la lección fue él. En ese momento se hizo
un silencio que nunca había escuchado en un grupo de 37 adolescentes. Un silencio de
escucha atenta, de respecto y de grandeza. Sí, porque eso es lo que me demostró este grupo
de 37 alumnos, grandeza pero también un modelo de buenas prácticas.
Luego de seis meses (que fueron sucediendo situaciones similares como la que conté)
compartiendo mi tarea docente, con esta “clase inteligente” puedo decir que es posible (y
no es una utopía) conseguir un aula 100% inclusiva porque lo único que se necesita son recursos
humanos (docentes, acompañantes, familia, maestra integradora, compañeros de clase, etc.), que
en algún lugar tengan su botón donde colocarse (genuinamente) en “modo inclusión”.
Pasando en limpio, ¿qué aprendizajes me deja este grupo, los “SmartClass, en modo
inclusión”?
Que la tolerancia y el respeto en el aula es posible cuando todos aprendamos que las
personas somos diferentes, con nuestras virtudes y defectos y que ahí radica la riqueza del
grupo.

Que es fundamental favorecer conductas de colaboración y ayuda y la de crear un


ambiente dónde todo el mundo pueda expresarse libremente, preguntar y solicitar ayuda
cuando lo necesite.

Que es necesario, en el aula, promover el uso de metodologías de aprendizaje activas. Se


trata de cambiar la forma de enseñar, desterrando las clases en las que el alumno es un
mero observador para convertirse en protagonista de su propio aprendizaje.

Que es necesario revisar nuestro sistema de evaluación. Para poder atender a la


diversidad del aula tenemos que ser conscientes de que valorar sólo la parte memorística
de los contenidos puede favorecer a unos y perjudicar a otros. Hay que tener en cuenta
otras dimensiones como el esfuerzo, la actitud, la posibilidad de aprender de los errores
cometidos y sobretodo, respetar los ritmos de aprendizaje de cada individuo.

Que el agrupamiento u ordenamiento de los alumnos, y sus variaciones son


fundamentales para una inclusión genuina y de calidad. Entonces, podemos hacer
propuestas de actividad con grupos más homogéneos o bien buscar la colaboración entre
unos y otros.

Que es necesario fomentar la participación de las familias porque su ayuda nos puede
servir para crear propuestas realistas y eficaces. Además, es importante mantener una
relación de confianza con ellos, para poder actuar de forma conjunta, mantener una
coherencia educativa y prevenir posibles conflictos. Son un recurso valioso que debemos
cuidar y que nos puede ayudar mucho en nuestro objetivo de crear un aula inclusiva.

Simplemente GRACIAS “3°A, Escuela, Romina y Familia de Franco” por hacer posible
“SmartClass, en modo inclusión”. Ahora sí que puede decir que la inclusión entro a la
Escuela y llegó para quedarse.

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