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LITERATURA FOLCLÓRICA

Leyendas y relatos legendarios de


Piedecuesta

Luís Rubén Pérez Pinzón


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LITERATURA FOLCLÓRICA
Leyendas y relatos legendarios de Piedecuesta

Luís Rubén Pérez Pinzón


Editor
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Literatura folclórica. Leyendas y relatos legendarios


de Piedecuesta.
I. Leyendas (para niños y niñas) de Piedecuesta
II. Relatos legendarios de Piedecuesta

© Luís Rubén Pérez Pinzón


Primera edición, Julio de 2016

ISBN 978-958-46-9297-9

Registro Derechos de Autor 10-592-142

Diseño, Edición y Publicación: Luís Rubén Pérez Pinzón


Las imágenes de portada e interiores fueron tomadas de “Estampas
de mi tierra” (1941 y “Crónicas y romances” (1960) de Vicente
Arenas Mantilla.

La reproducción total o parcial está condiciona por la


mención y referencia técnica del autor como de la obra.
Publicado en Colombia
5

Contenido

Estudio Introductorio.

I. Leyendas (para niños y niñas) de


Piedecuesta:

La mula del diablo


La mula maneada
La llorona del Molino
La mechuda
El fantasma de "el Horizonte"
La puerta del perdón
La sayona del Cementerio
El pollo de las ánimas
El ánima coy
La luz del Limonal
El silbón
Los tunjos de la Cantera
Duende del salto

II. Relatos legendarios de Piedecuesta:

El cerro encantando
El quijote piedecuestano
La visita del Libertador
Un ‘Libertador’ piedecuestano
El ‘Lutero’ de Santander
Batallas de Piedecuesta
Ingenio de los ingenios
Al “Pie de la Cuesta”
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Estudio Introductorio

Tendencias y tipologías de las leyendas


populares como literatura folclórica de
Santander

Legere Legenda. Las leyendas son expresiones


culturales concebidas para ser leídas, narradas o
transmitidas entre una generación y otra,
permitiendo a personajes ficticios, hechos
comunes y lugares reales articular la ficción
narrativa con el acontecimiento histórico. De allí
que para folcloristas universales como los
hermanos Grimm, cada leyenda fuese un cuento
folclórico, local y popular con un sustento
histórico, un propósito social y un lugar
específicos (Krapf, 1988).

Esa condición no universalizante, civilizadora ni


humanizadora de la leyenda, conlleva a que con
cada compilación antológica de relatos
legendarios se reconozca y reafirme la distinción
regional que justifica de dónde se origina y
proviene cada tradición, así como son
establecidas las explicaciones, sentidos o
propósitos que las mismas tienen al interior de
las prácticas colectivas y las creencias
particulares de los grupos humanos que
perpetúan su existencia.
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Con cada antología de leyendas acerca de una


región son acompañados los títulos del territorio
rural o el espacio urbano de la cual procede,
descripciones de los grupos humanos que
orientan su cosmovisión desde las mismas, así
como las aclaraciones e interpretaciones de
quien la rescata, transcribe y divulga para el
resto de la humanidad (Schwab, 2009).

Basta hojear compilaciones de leyendas como la


“Antología de leyendas de la literatura
universal” de Vicente García de Diego (1953)
para comprobar la necesaria distinción entre las
leyendas de España, un país fragmentado en
comunidades autonómicas, de los relatos
procedentes de las regiones con mayor tradición
oral de la extinta Yugoslavia, Grecia, Turquía,
Bulgaria, Rumanía, Polonia, Finlandia, Rusia,
Inglaterra, Irlanda, Noruega, Suecia, Alemania,
Fenicia, Caldea, Armenia, Media, Persia, India,
Tíbet, China, Japón, Java, Nueva Guinea,
Argentina, Bolivia, Colombia, Brasil, México,
Cuba, Canadá, Marruecos, Egipto, Nigeria,
como de las etnias bantúes, talmúdicas, gitanas,
etc.

Siendo una creación para la lectura moral o


recreativa, cada leyenda se concibe para que se
haga una lectura comprensiva, interpretativa y
crítica de las mismas desde la perspectiva de las
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acciones humanas y sus consecuencias para las


creencias y valores colectivos. Reafirmando así
su diferencia con los mitos (las decisiones de los
dioses que afectan los humanos), las fábulas (las
virtudes humanas personificadas en otros reinos
de la naturaleza) y los cuentos (reafirmación
regional o local de los atributos universales del
ser humano). Siendo necesario advertir la
tendencia de mezclar géneros por medio de
productos editoriales como los “cuentos de
miedo”, “cuentos para no dormir”, “cuentos de
espantos y aparecidos” o “leyendas de
medianoche”.

Las leyendas promovidas por cada comunidad,


cultura o civilización humana han fomentado,
deformado o manipulado la lectura del pasado
para contrarrestar las inquietudes y temores de
lo verdadero o lo aceptable en el presente. Los
relatos cargados de superstición y antivalores
que estaban prohibidos o eran rechazados por
las expresiones culturales precedentes (leyendas
escatológicas), tienden a ser gradualmente
aceptados como ejemplificantes o necesarios por
las generaciones descendientes y conservadoras
de los mismos al ser promovidos como parte de
su patrimonio cultural. Y consigo, con la
permanente búsqueda de identidades locales,
creencias rurales e interacciones urbanas que
dan sentido a la existencia de territorios,
naciones y convicciones particulares entre cada
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comunidad (leyendas etiológicas) (Barrientos y


Rodríguez, 1997).

Valga destacar que las leyendas que dan sentido


a las sociedades contemporáneas se diferencian
de los relatos condicionados por el destino y el
capricho de los dioses como parte de las leyendas
heroicas de la antigüedad, por ejemplo los relatos
sobre Aquiles, Odiseo o Eneas; se apartan de las
leyendas místicas que exaltan los martirios y
sacrificios de los beatos y santos cristianos, por
ejemplo Pedro, Francisco o Francisco Javier; así
como renuncian a las gestas extraordinarias de
los grandes hombres y mujeres de la modernidad
cuyos nombres y actos, superando al destino y
sus adversidades, son reafirmados por leyendas
monumentales que fundamentan el destino de las
identidades nacionales, como fue el caso de
Colón, Bolívar o Lenin (Spencer, 2001). De tal
manera, los relatos contemporáneos de los
descendientes de la cultura hispanocatólica están
asociados con leyendas populares, de carácter
regulador y moralizante, que pretenden advertir
las consecuencias sociales y los castigos
espirituales de cada uno de los actos que afectan
el orden de las comunidades, sean crímenes o
pecados.

Con las leyendas se releen las creencias y


costumbres heredadas o conservadas por los más
ancianos para regular las conductas y gustos de
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los jóvenes o de aquellos que alteran el equilibrio


productivo, normativo, moral y espiritual de
cada comunidad. Igualmente, se condicionan a
los lectores a profundizar en lo que pretenden,
ocultan o promueven los relatos tras los sucesos
acontecidos, casi siempre de forma trágica, a los
personajes que han de sufrir una desgracia que
resulta ser una advertencia moralizante para el
resto de la humanidad. De allí que los
individuos que se resisten a someterse a las
limitaciones impuestas por la tradición de la
comunidad de la que emergen, profesen su
rechazo a toda forma de relato legendario al
considerarlos superstición, habladuría,
manipulación o limitación servil de las “gentes
comunes” a creencias que los limitan a ser libre-
pensadores, a no asumir ideales propios de
existencia.

La tradición lingüística y literaria en idioma


castellano reconoce a su vez que la noción de
leyenda puede tener diferentes acepciones y
expresiones (Rae, 2016) desde la identidad como
desde el efecto cultural que se obtiene con cada
una de ellas. Puede ser tanto la narración de
sucesos fantásticos que se transmiten para
reafirmar un deseo o sueño común de riqueza
(leyendas compensatorias), un relato histórico
que rememora desde la deformación, fidelidad o
exageración la tragedia vivenciada por
personajes reales (leyendas atemorizantes), así
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como la exaltación de personajes históricos que


inspiran admiración e imitación a través del
tiempo pero sin referentes documentales o
científicos sobre lo que se dice de forma
exagerada o magna acerca de los mismos
(leyendas identitarias).

También se reconocen como leyendas las


creaciones orales rurales que tienen como
propósito divulgar relatos “desfavorables e
infundados” que cuestionan las conductas o
actitudes de seres del pasado, quienes son
cuestionados o despreciados por sus excesos,
razón por la cual se les aduce el origen de
fenómenos naturales, su transformación física en
seres abominables o los castigos existenciales
recibidos a perpetuidad, constituyéndose en los
guardianes de los recursos naturales (leyendas
ecoambientales).

En el sector urbano, de igual modo se crearon


relatos que buscaban contener los excesos
nocturnos por parte de borrachos, mujeriegos,
serenateros, fiesteros, libidinosos, etc., para lo
cual los personajes legendarios que actúan
contra esos males estaban asociados con
símbolos de muerte como calaveras, zombies,
fantasmas, o la mismísima representación
medieval de “la muerte” con una guadaña en
mano (leyendas negras).
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Leyendas de Colombia. Los cambios en las


visiones sobre la cultura, ideologías, prácticas
sociales e internacionalización de los habitantes
de las ciudades colombianas han conllevado a
que las leyendas urbanas contemporáneas
difieran radicalmente con las tradiciones que se
preservaron hasta la segunda mitad del siglo XX.
Contrario a las prácticas y relatos heredados, las
leyendas urbanas de las primeras décadas del
siglo XXI se relacionan con la presencia
anónima de artistas internacionales en los
barrios más populares; el temor a estudios de
cine “snuff” donde se asesinan personas en plena
grabación; las excentricidades de los mafiosos
con artistas internacionales; así como las redes
de túneles del período colonial que son
aprovechados por redes delincuenciales para
huir de las autoridades.

A las cuales se suman “habladurías” populares


como el robo de órganos vitales a borrachos
engañados y “emburundangados” por mujeres
exóticas; los narcóticos esparcidos en sitios de
juegos para enviciar a los niños; sádicos que
pinchan con sangre infectada de Sida a mujeres
hermosas por su pena de amor, e incluso, tener
sexo por veinticuatro horas de ser picado por la
“machaca” o “mariposa caimán”, la existencia
de un burro en las faldas del cerro de Monserrate
quien sabe hablar, e incluso, la presencia de un
guapo demonio que pide a las mujeres que invita
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a bailar en las discotecas no mirar sus pies; en


caso contrario, caen en estado de coma
(semana.com, 2016).

La tipología propuesta para las leyendas


tradicionales puede ser validada en las diferentes
antologías de leyendas de Colombia. A los
estudios realizados por Guillermo Abadía (El
Gran Libro de Colombia) y los esfuerzos de
folcloristas como Luis Alberto Acuña por contar
con una “Revista del Folklore de Colombia”
desde mediados del siglo XX, se han sumado los
esfuerzos del Estado a través de portales
educativos digitales como “Colombia Aprende”,
y específicamente su micrositio “mitos y
leyendas”, a través del cual se divulgan las
antologías de Iván Salazar (Mitos y leyendas de
Colombia), Bolívar Sánchez (Mitos, leyendas y
costumbres de los andes huilenses) y Fabio
Mejía (Mitos y leyendas de Colombia). A los
cuales se suman antologías como la de Asdrúbal
López (Mitos y leyendas de Colombia),
Alexander Castillo (Mitos y leyendas
colombianos) y Fabio Silva (Mitos y leyendas
colombianos), publicadas por editoriales
educativas nacionales.

Sin embargo, por su innovación y recreación de


los relatos acorde a las necesidades morales y los
problemas sociales del siglo XXI, una antología
de leyendas a destacar es la propuesta
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audiovisual que desde 2010 ha hecho Hugo


León Ortiz Castellanos. Ciudadano de
Barranquilla, quien al pensionarse decidió
emplear su tiempo libre en la recuperación oral
de las leyendas de Latinoamérica, a partir de sus
propios recuerdos y experiencias folclóricas, a lo
cual sumó el aprendizaje de programas de
informática y la creación de videos animados en
tercera dimensión para divulgar sus hallazgos.

Esa literaria y creativa recopilación del


patrimonio cultural intangible, aunado a su
interés por reafirmar los valores cívicos y
morales con los que creció, le han llevado a crear
y divulgar treinta relatos legendarios a través de
la red social Youtube hasta mediados del 2016.
A los cuales ha agregado la creación de videos
que recrean las coreografías folclóricas de las
principales danzas de la región caribe.

Al organizar y caracterizar la antología


audiovisual de leyendas de Hugo Ortíz se
reconoce una equilibrada expresión de la
tipología en que se pueden dividir los relatos
legendarios que denuncian la lujuria y codicia, a
la par de advertir sobre castigos existenciales a
los excesos morales, compuesta por:

1. Leyendas históricas, en las cuales se


agrupan relatos legendarios de épocas
históricas anteriores al período
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republicano como el de la princesa tairona


Mirthayu, la leyenda del cacique
“Dorado” de Guatavita, la leyenda de la
cacica Gaitana, la leyenda colonial sobre
la llorona en su versión neogranadina
como mexicana, la leyenda colonial de la
madre del agua, la leyenda naval del
riviel, el relato bogotano sobre el bobo del
tranvía, la leyenda gaucha sobre la
guitarra encantada. E incluso, un hecho
histórico como la insurrección de los
comunes del Socorro de 1781, por la
magnitud de la hazaña, ha sido
considerada en el imaginario popular
como la “revolución de los comuneros”.

2. Leyendas compensatorias, asociadas


con la expectativa por encontrar y
dominar a seres mágicos y solitarios que
tienen la facultad de producir y acumular
oro, saciando así su codicia y el
enriquecimiento a perpetuidad, a corto
plazo y con el mínimo esfuerzo en
compensación por sus servicios o
capacidad de someterlos. Las leyendas
asociadas con esos seres creadores de
riqueza son la leyenda del duende, la del
tuy (o duendecillo), el tunjo (o muñeco)
de oro, e incluso, la del mohan quien
convierte en muñecos de oro a las mujeres
que rapta y no se come.
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3. Leyendas identitarias, conformadas


por relatos que son propios y
característicos de comunidades locales,
regionales o nacionales, con las cuales se
reafirman sus visiones, valores y
contravalores históricos. Pertenecen a esos
relatos que dan identidad a una
comunidad específica a las leyendas sobre
brujas, el cura sin cabeza, Peralta a la
diestra de Dios padre, María Angula, La
Candileja y relatos locales asociados con
el “coco” o las lloronas locales. Las
características sobre el origen, épocas de
aparición y daños que ocasionan varían
en cada municipalidad, razón por la cual
las sayonas y lloronas de lugares como
Piedecuesta se diferencian del resto de
seres paranormales de Santander o de
Colombia.

4. Leyendas ecoambientales o rurales,


entre las cuales se encuentran relatos
sobre los castigos existenciales a humanos
perversos quienes son transformados en
bestias abominables, condenadas a
proteger y resguardar los recursos
naturales, siendo de destacar las
animaciones sobre el hojarasquín, el
hombre caimán, la patasola, la mohana y
la cegua, entre otros.
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5. Leyendas negras o urbanas,


caracterizadas por los imaginarios de los
pueblos y ciudades intermedias o influidas
por sus sectores rurales en donde priman
los relatos acerca de la manifestación de la
muerte o el diablo a través de seres
atractivos que atrapan el alma de los
incautos. Entre esos relatos han sido
compilados los relatos sobre la dama
tapada, el sombrerón, la sombrerona,
María la larga y la sayona.

Al pedir analizar esas leyendas animadas a los


niños y niñas de tercero a quinto grado de
primaria que conforman el semillero de
investigación ‘Montereredondo’ del Instituto
Valle del Río de Oro, en el sector rural
conurbano de Piedecuesta, fueron validados los
propósitos culturales y las funciones morales de
las leyendas tradicionales para los colombianos.

En general, los estudiantes-investigadores


comprendieron el propósito principal de toda la
compilación animada de H. Ortíz, al concluirse
que: las gentes del pasado creían que toda acción
inmoral, criminal o pecaminosa generaba
consecuencias perpetuas para quienes los
realizaban y para aquellos que continuaban
cometiendo e incurriendo en los mismos sin
castigo.
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Quienes cometían errores asociados con actos


contrarios a los mandatos religiosos promovidos
por todas las religiones eran merecederos de un
castigo legendario. Errores socioculturales entre
los cuales estaban: adorar seres demoniacos,
destruir los seres creados como puros e
inocentes, deshonrar a los padres, trabajar o
festejar en días de guarda, robar y matar, ser
infieles o lujuriosos, anteponer la codicia y
avaricia a los valores humanos, etc. Todos ellas
estaban condenados a llevar una vida como
“almas en pena”, seres abominables o espantos
insatisfechos, cuya tarea debía ser identificar,
perseguir y atormentar con suplicios a quienes
cometían sus mismos errores.

De allí que como preadolescentes con múltiples


expectativas sexuales y socioculturales, lo que
más llamó la atención a los estudiantes-
investigadores en sus talleres fue el recurrente
castigo y martirio al que eran sometidos los
infieles, borrachos e infanticidas de las leyendas
andinas colombianas.

Visión de mundo contemporáneo que coincide


con la importancia formativa, moralizadora y
reguladora de las conductas sociales con las que
las gentes de mediados del siglo XX promovían
y reafirmaban la veracidad y temor a los seres
horrendos que se asociaba a cada leyenda. Fiel a
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esa intencionalidad narrativa, H. Niño ha


expresado que sus esfuerzos como folclorista y
animador gráfico de las leyendas que fueron
esenciales para las generaciones colombianas
anteriores a la implosión comunicación de los
medios masivos de comunicación (segunda
mitad del siglo XX) como a la explosión
relacional de las redes sociales internéticas
(primera mitad del siglo XXI), es que en los
videos siempre que plasmado: “…un mensaje de
protección a los niños y a la naturaleza.
Tratando de expresar las situaciones lo más
“suave” posible, ya que la mayoría de los mitos
y leyendas de nuestro país, tiene un origen
trágico” (Ortíz, 2016).

Sin embargo, el papel moralizador y regulador


de las conductas de mediados del siglo XX se
repite en los guiones de H. Niño, especialmente
cuando concluye cada una de sus leyendas,
muchas veces cayendo en el anacronismo y el
sesgo editorial. En el relato sobre su versión de
la “llorona colombiana”, expresa que en medio
de su desesperación por encontrar al hijo
bastardo que se ahogó, el espectro de esa mujer:
“…se le aparece a los hombres infieles, a
los perversos, a los hombres cobardes
maltratadores, abusadores y
secuestradores de niños, los cuales caen
desmayados y con el rostro desfigurado
por el terror. Mientras busca a su hijo
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también asusta a los borrachos en los


caminos, a los tahúres, en fin, a todo ser
que ande urdiendo maldades. Por su amor
infinito de madre sigue la búsqueda eterna
de su hijo por quebradas y ríos, llenando
de terror a todos aquellos que llenan la
noche de maldad y abusan de la fragilidad
de los niños” (Ortíz, 2016)

Leyendas de Santander. A la par de las


antologías que compilan relatos identitarios de
las diferentes regiones o departamentos de
Colombia, también se han realizado
compilaciones de las principales leyendas de
cada entidad municipal, ante la dificultad de
poder identificar y agrupar leyendas de carácter
provincial o intermunicipal. A los esfuerzos de
Juan de Dios Arias, Horacio Rodríguez y Luis
Acuña por identificar y compilar los principales
componentes del folclore santandereano a
mediados del siglo XX, se sumaron las crónicas
viajeras de Juan de la Fuente y la recopilación
de las mismas a través de sus “Acuarelas
folclóricas de Santander”.

Esfuerzos que fueron continuados e


institucionalizados en el caso de las leyendas por
el periódico y editorial Vanguardia Liberal de
Bucaramanga, al crear el concurso Leyenda
Popular Santandereana en los años 1969 y 1989,
como parte de sus conmemoraciones
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fundacionales de 1919. Al realizar una revisión


de las leyendas compiladas con los concursos de
ese periódico, desde la tipología propuesta se
reconoce, al igual que con la antología
audiovisual de H. Niño, la ejemplificación de
cada categoría de análisis propuesta,
predominando nuevamente la importancia que
ya tenían las leyendas asociadas con hechos
históricos, específicamente los asociados con la
caída de los cacicazgos indígenas y el dominio
conquistador de los españoles. El balance de las
leyendas recuperadas y recreadas por los
participantes en los dos concursos de leyendas
populares santandereanas se distribuye así:

1. Leyendas históricas. De 1969: El


Cazador (Bucaramanga, Gustavo Cote),
Lisgarero (San Andrés, Hugo Aceros),
Pipatón y Yarima (Barrancabermeja, Luis
Torres), El Carcher (El Socorro, Rafael
Lamo). De 1989: El salto de los cinco mil
(Simacota, Miguel Pérez), El rey de Vélez,
(Vélez, Josué Carreño), La Curipa (San
Joaquín, Delia Díaz), La maldición de un
imperio (Guane-Barichara, Carlos
Fuentes).

2. Leyendas compensatorias. De 1969:


Los Tunjos de Oro (Piedecuesta, José
Rivera). De 1989: La cueva de Cachalú
(Oiba, Néstor Paez), La locura de
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Milandro Tejas (Los Santos, Germán


Valenzuela), Los niños de Mamaruca
(Ríos Suaréz - Guepsa, Julio Niño).

3. Leyendas identitarias: De 1969: El


silbón (Piedecuesta, José Rivera), El
Santuario del Burro de Siquiri (Tona, José
Linares). De 1989: El indio tirapiedera
(Charta, Pastor Ordúz), La reina del
bosque (Contratación, Aida Castilla).
4. Leyendas ecoambientales: De 1969: El
colmenero (San Gil, Bernardo Vesga), El
biato de Arcabuco (Arcabuco-Sucre,
Enriqueta Sandoval). De 1989: El
subiendero (Río Magdalena, Myriam
Arenas de Serrano).

5. Leyendas negras: De 1989: Los zapatos


de la muerte (Molagavita, Eugenio Pinto).
De 1989: El patio de las brujas (Girón,
José Rivera)

Siguiendo la tendencia compilatoria nacional


promovida por las editoriales privadas, durante
los siguientes años se realizaron antologías de las
leyendas de Santander entre las que son de
resaltar la de Betty Gallo (Mitos y leyendas de
Santander, 1992), Rosa Castro (Guacas,
leyendas y tesoros de Santander, 2009), la
editorial Sic (Mitos y leyendas indígenas de
Santander, 2010), y en especial, la antología del
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piedecuestano German Valenzuela Sánchez


(Leyendas y cuentos de Santander, 2010).
Escritor y periodista liberal que se constituyó en
el más interesado por rescatar y divulgar
leyendas y relatos legendarios de Piedecuesta,
posteriores a las compilaciones de Vicente
Arenas Mantilla, José del Carmen Rivera y los
demás escritores – periodistas liberales de su
generación.

Intención que se valida en el plan editorial de su


compilación de “leyendas y cuentos”, del cual la
mitad de la obra corresponde a leyendas que
pretenden representar a Santander, aunque la
mayoría de las mismas están relacionadas con el
sector rural de su natal Piedecuesta, siendo de
destacar las del extinto municipio de Umpalá
agregado a su jurisdicción.

Al organizarse los relatos legendarios que


recupera, recuerda o adapta G. Valenzuela
acorde a sus hallazgos o las narraciones de
testigos presenciales de los sucesos paranormales
compilados, al emplear la tipología propuesta se
identifica la siguiente distribución:

1. Leyendas históricas: Juan Manuel


busca su mano (Floridablanca), el diablo
de Umpalá (Umpalá, Piedecuesta).
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2. Leyendas compensatorias: Los enanos


de Cantavara (Curití), el Carriazo de San
Isidro (San Isidro, Piedecuesta), el
reventón de Jacobo (El Reventón,
Piedecuesta), la cueva de la pisca
(Blanquiscal, Piedecuesta), la monedita en
la alcancía (Piedecuesta),

3. Leyendas identitarias: El abuelo de los


burros (Piedecuesta), el veneno de la
muerte (Lebrija), La diabla castigadora
(Piedecuesta)

4. Leyendas ecoambientales: Laguna


disgustada (Piedecuesta), el Doctor
Galeacer (La Loma, Piedecuesta), la
mancara de San Francisco (San Francisco,
Piedecuesta), la lámpara del petróleo
(Umpalá, Piedecuesta), la cueva del
diablo (Alto de Arenas, Piedecuesta),
nueva versión de la luz del limonal (El
Limonal, Piedecuesta), El gritón (La
Urgua, Piedecuesta)

5. Leyendas negras: El caballero de los


dientes de oro (Floridablanca), La bruja
de Palonegro (Lebrija), La hilandera
(Piedecuesta), la bruja silbona
(Piedecuesta), la campana del diablo
(Piedecuesta)
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Leyendas de Piedecuesta. Las leyendas y los


relatos legendarios que se compilan en esta
antología responden a una de las dificultades
contemporáneas del patrimonio cultural local: el
desconocimiento y desinterés por el folclore
nativo comunal, municipal o provincial.

A partir de la investigación exploratoria


formulada para el desarrollo del proyecto
“Leyendas y seres legendarios del sector rural de
Piedecuesta”, adscrito a la convocatoria
Gen_Ondas de la Universidad Autónoma de
Bucaramanga (Unab) con el No. 585, se planeó
realizar un proceso de identificación y
recopilación de las leyendas más significativas
para las familias de los estudiantes del Instituto
Valle del Río de Oro (IVRO), la mayoría de ellas
asociadas con otras veredas del Municipio e
integrados al semillero de investigación
formativa “Monteredondo”.

Sin embargo, los primeros diagnósticos y


ejercicios de compilación evidenciaron que las
familias de los estudiantes al manifestar no
conocer o recordar las leyendas, sitios y
personajes legendarios de Piedecuesta, optaron
por no explorar con vecinos y conocidos,
prefiriendo recurrir a los relatos tergiversados o
incompletos que encontraban entre las primeras
opciones sugeridas por los metabuscadores en
internet, especialmente Google.com.
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Asumiendo que aquello que aparece en las


fuentes electrónicas es suficiente e
incuestionable, estudiantes y padres de familia
presentaban por igual ejercicios de búsqueda y
análisis que resultaban ser la “copia y pega” de
lo consignado por blogeros y folcloristas de otras
regiones de Colombia. Así, el fomento de cada
ejercicio de investigación exploratoria resultaba
tener un sesgo conceptual y graves limitaciones
procedimentales al no consultarse de forma
directa y rigurosa la memoria popular.

Para propiciar un análisis colectivo común y


colaborativo se optó por identificar, seleccionar
y adaptar leyendas tradicionales de los sectores
urbanos y rurales de Piedecuesta, a partir de las
compilaciones folclóricas realizadas a mediados
del siglo XX, como resultado de investigaciones
periodísticas y concursos de leyendas populares
promovidos por los periódicos de la región.

Esa búsqueda permitió corroborar la


importancia del rescate folclórico y literario de
los piedecuestanos Vicente Arenas Mantilla y
José Rivera, siendo fortalecidos los contextos y
temas mencionados en esas leyendas con una
segunda parte de textos compuestos por relatos
sobre sitios y personajes legendarios de
Piedecuesta desde el período colonial hasta
mediados del siglo XX. Empleando la propuesta
27

de clasificación y análisis de las leyendas


populares que se sugiere en este estudio, los
relatos compilados permiten reconocer la
siguiente diversidad narrativa:

1. Leyendas históricas: La sayona del


cementerio, Duende del salto.

2. Leyendas compensatorias: Los tunjos


de la Cantera.

3. Leyendas identitarias: La mula


maneada, La puerta del perdón, El pollo
de las ánimas.

4. Leyendas ecoambientales: La llorona


del molino, La mechuda, El ánima coy, la
Luz del Limonal.

5. Leyendas negras: La mula del diablo,


El fantasma de “El Horizonte”, El silbón.

Para Vicente Arenas, los espantos eran seres


considerados solo ficciones, especulaciones y
sinvergüencerías por los más incrédulos. Pero él,
al igual que todos aquellos que habían sufrido
sus tormentos desde niños, pedía no fueran
tratados como alucinados o enfermos por
síntomas de locura. Creencia que para el
confesor de V. Arenas se resumía en el hecho
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que la observación de los espantos se producía


por defectos de la vista o debilidades mentales
que se hacían más fuertes en las noches.

El peor síntoma de esas enfermedades era


cuando al cesar la luz del día se observaban “las
más espantosas figuras, llegándose hasta oír a
veces las voces suplicatorias de las almas en
penas que imploran el pago de sufragios para
abandonar ciertos planos de castigos y de
soledad” (Arenas, 1960, 37). Sin embargo, ese
mismo párroco aceptaba que los muertos volvían
a la tierra cuando:
“…hayan cometido la más monstruosas
atrocidades, o hayan enterrado en ella
todo el dinero que no supieron, emplear
para socorrer a sus prójimos; lo que pasa
es que como la historia de los espantos es
tan vieja, y de ella hemos apelado has-la
los curas para hablandarles el corazón a
los deudos de los difuntos y hasta hacerles
ver cómo es de trabajosa la justicia en la
otra vida, claro está que todo mundo tiene
metida en la cabeza esa idea, y hasta hay
muchos vivarachos que se valen de esas
tretas para sacarles los cuartillos a los más
majaderos. Pero Lo que sí es cierto, y esto
te lo aseguro porque lo contemplé una
madrugada al regresar de una confesión
en "Pozo Negro", es la aparición que por
el mes de mayo se efectúa todos los años
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en el portón de "Juan Rodríguez", donde


más de cinco generaciones de
piedecuestanos han sido asaltados por
aquel tétrico fantasma, cuya cabellera
abundante extendida sobre las piedras del
camino, ha aprisionado y hecho perder el
sentido a muchos miles de caminantes”
(Arenas, 1960, 39).

Valga advertir que la leyenda el “Duende del


salto” es una historia híbrida (Pérez, 2015)
mediante la cual el autor-editor integra sus
vivencias y saberes con los relatos legendarios
sobre el “Salto del duende” de Vicente Arenas y
José Rivera, las monografías históricas de
Piedecuesta de Alfonso Prada y German
Valenzuela, las concepciones sobre duendes en
las compilaciones editoriales nacionales, así
como las tradiciones orales rescatadas entre los
habitantes de la vereda El Duende, en donde se
origina el relato.

La condición de ‘leyenda híbrida’ se inscribe en


las tendencias contemporáneas de rescate y
divulgación de las leyendas para generaciones
informatizadas distantes de esas experiencias y
tradiciones, siendo de destacar la influencia que
ha tenido en la exploración temática y la
investigación del Semillero la propuesta de la
productora cinematográfica Animex, que con
largometrajes animados dirigidos por Ricardo
30

Arnaiz como la “Leyenda de la Nahuala”


(2007), la “Leyenda de la Llorona” (2011) y la
“Leyenda de las Momias” (2014), crearon una
trilogía costumbrista que rescata los personajes y
relatos tenebrosos más populares de México.
Los cuales fueron ambientados en el período
histórico colonial con una perspectiva
proteccionista de presente, los ubicaron en
territorios y ciudades distantes entre sí que
reafirmar la unidad nacional desde la identidad
local, así como promueven a los espectadores
conductas de respeto y protección de los
recursos naturales y culturales.

Sobre el libro. La apropiación didáctica de esas


leyendas, adaptadas para los niños y niñas de
Piedecuesta por parte de los integrantes del
semillero “Monteredondo”, se logró al promover
entre los estudiantes – investigadores la lectura,
análisis, estudio y narración oral de la leyenda
que le fue asignada a cada uno. Posteriormente,
se acordó con las directivas de IVRO, padres de
familia y estudiantes una salida pedagógica, que
con una jornada de trabajo de campo, tuvo
como fin identificar, visitar y vivenciar los
espacios mencionados en cada una de las
leyendas estudiadas.

La interacción de estudiantes y padres de


familias en los espacios reales donde se
originaron las leyendas narradas por cada
31

integrante del semillero, reavivaron la


importancia de esos relatos del pasado,
permitieron identificar las creencias religiosas y
paganas que durante los siglos XIX y XX
difundieron los piedecuestanos de esas épocas, y
en especial, despertaron el interés de los
estudiantes por conocer si cada relato “era
verdad”, qué sucedió con los personajes, si
todavía se podían observar los espantos
mencionados, etc.

Así mismo, una de las estaciones planeadas


durante la salida pedagógica fue visitar a la
biblioteca municipal de Piedecuesta,
renombrada en honor al escritor piedecuestano
Vicente Arenas Mantilla, cuyas leyendas y
relatos legendarios componen la mayor parte del
producto final de la investigación del semillero.
Biblioteca que desde el 23 de abril 1953 y
durante más de cincuenta años fue nombrada en
honor al presbítero gironés Eloy Valenzuela.

El reto planteado a los estudiantes fue preguntar


a los bibliotecarios, con más de treinta años de
experiencia y servicio, por libros de leyendas
sobre Piedecuesta. Desafortunadamente a los
estudiantes no se les recomendó leer ni se les
facilitaron copias de los libros de los principales
autores de Piedecuesta, exaltados en un muro de
personajes al interior de la misma biblioteca
como Joaquín Quijano, Vicente Arenas, José
32

Rivera o German Valenzuela, optándose por la


sugerencia y préstamo de la compilación de los
“cuentos de miedo” de Carmen Díaz o los
“mitos y leyendas colombianos” de Fabio Silva.

De tal modo, las leyendas estudiadas y narradas


por los estudiantes en el sector rural y urbano,
no resultaban significativas ni recordadas en las
obras sugeridas de leer a los usuarios de la única
biblioteca pública municipal. Lo cual justificaba
aún más la compilación y adaptación de las
leyendas tradicionales y populares a inicios del
siglo XX para el fortalecimiento de la identidad
y el rescate del patrimonio literario entre los
piedecuestanos del siglo XXI.

Fue a partir de esas actividades y en esos


escenarios de contraste de creencias y vivencias
cotidianas, que los estudiantes narraron la
apropiación que habían hecho de cada relato
folclórico y plantearon a sus compañeros
reflexionar sobre ¿cuáles eran las causas para
que las gentes del pasado tuviesen tantas
leyendas? y ¿quiénes eran los principales
afectados en las mismas?

Finalmente, es importante reafirmar que el libro


compilatorio “Leyendas y relatos legendarios de
Piedecuesta” es el producto de nuevo
conocimiento resultante el proceso de
investigación descrito anteriormente, y con el
33

que se cumplían los objetivos acordados y


financiados en el proyecto Gen_Ondas-Unab
585 “Leyendas y seres legendarios del sector rural de
Piedecuesta”, presentado por el Semillero de
Investigación “Monteredondo”. Cuyos
integrantes fueron los estudiantes de los grados
tercer, cuarto y quinto de la sede B (Pajonal –
Monteredondo) del Instituto Valle del Río de
Oro en 2016. Así mismo, el maestro líder del
proyecto como del semillero, incorporó al libro
que se edita las reflexiones y hallazgos de su
proyecto de investigación Unab I56018, titulado:
“Empresarismo y prácticas ciudadanas de los
inmigrantes europeos en Colombia. Representaciones
de los empresarios extranjeros a través de la literatura
económica sobre Santander durante el siglo XIX”.

Fuentes citadas
Álvarez Barrientos, Joaquín y Rodríguez
Sánchez de León, María José (1997).
Diccionario de literatura popular española.
Salamanca: Ediciones Colegio de España.
Arenas Mantilla, Vicente (1960). Crónicas y
romances. Bucaramanga: Imprenta
Departamental.
García de Diego, Vicente (1953). “Antología de
leyendas”. Barcelona: Labor. 2 vol.
Krapft, Norbert (1988). Beneath the cherry sapling:
legends from Franconia. Nueva York:
Fordham University Press.
34

Ortiz, Hugo (2016). Canal Mitos y Leyendas de


Colombia y América en videos animados.
Disponible en
https://www.youtube.com/user/hugoleo
n1943
Pérez, Luis (2015). Narrativa, memoria y heroísmo
empresarial. Bucaramanga: Publicaciones
UIS.
Real Academia de la Lengua (Rae) (2016).
Leyenda. Disponible en
www.dle.rae.es/?id=NDOltxZ
Schwab, Gustav (2009). Las más bellas leyendas de
la antigüedad clásica. Madrid: Editorial
Gredos.
Semana.com (2016). Así somos: Las diez
leyendas urbanas colombianas más
populares. Disponible en:
http://www.semana.com/especiales/los-10-mas/asi-
somos/10-leyendas-urbanas-colombianas-mas-
populares.html
Spengler, Oswald (2011). La decadencia de
occidente. Madrid: Espasa libros. 2 vol.
Valenzuela, German (2010). Leyendas y cuentos
de Santander. Disponible en
http://www.ellibrototal.com/ltotal/
Vanguardia Liberal (1971). [I Concurso] Leyenda
Popular Santandereana. Bucaramanga:
Editorial Vanguardia Liberal.
Vanguardia Liberal (1989. [II Concurso] Leyenda
Popular Santandereana. Bucaramanga:
Editorial Vanguardia Liberal.
35
36

Leyendas (para niños y niñas)


de Piedecuesta
Homenaje a Vicente Arenas Mantilla (1901 – 1992)
a través de sus “Estampas de mi tierra” (1941) y
“Crónicas y Romances” (1960)
37

Contenido

La mula del diablo


La mula maneada
La llorona del Molino
La mechuda
El fantasma de "el Horizonte"
La puerta del perdón
La sayona del Cementerio
El pollo de las ánimas
El ánima coy
La luz del Limonal
El silbón
Los tunjos de la Cantera
Duende del salto
38

LA MULA DEL DIABLO1

Cada vez que Don Vicente Arenas Mantilla


(1901-1992) recorría su pueblo, visitando a
numerosos amigos, tropezaba siempre, sin
quererlo, con lugares marcados por la
consumación de acontecimientos misteriosos
y criminales.

Si caminaba hacia "Hoyo Chiquito", al pasar


por la esquina del zanjón venía a su mente el
recuerdo de "El Puente Maldito"; En el
"Llano de Garras", donde vivía un gran
veterano que se sostenía haciendo escobas y
fabricando garrotes adornados con insignias
cabalísticas, tenía precisamente que pasar por
el "Callejón de la Guala".

Si subía a San Antonio, en cada esquina,


como si repasara las páginas de un libro, iba
diciendo a cada momento: Aquí vivió "La
Tigra", y se acordaba que una callada noche
del mes de octubre del 99, la entrada de la

1
Historia híbrida adaptada del libro de: Vicente Arenas Mantilla
(1941). Estampas de mi tierra. Bucaramanga: Imprenta
Departamental. Pág. 90-93
39

revolución; más arribita estaba la piedra


donde se arrodilló "El Corcovado".

Luego hallaba "La Ventana de los Milagros",


cuya historia, llena de comentarios
endiablados que venían de todas las épocas,
evocaba el motivo de los primeros garrotazos
entre los Piedecuestanos.

Y a medida que seguía caminando por su


pueblo natal, por su pupila seguían
desfilando la tienda de la "Piquituerta", "El
Circo Santander", el zaguán de "Los
Túnganos", las cigarreras de "La Cucuteña" y
el escarabajo de la capilla.

En uno de sus paseos pasó frente a la morada


de "La Mula del Diablo". La recordó como
una hermosa mujer que vivió durante largos
años con el herrero Villamizar, el cual tenía
su taller por los lados de la bocatoma de agua
que abastecía a Piedecuesta y trabajaba hasta
los domingos porque era supremamente
ambicioso.

De la hermosura de esa mujer se hacían


elogios en todas partes. Muchos hombres
llegaban a rencillas, puñetazos y hasta por
40

defender el honor de Eumelia, en los días de


fiesta quedaba tendido en la calle uno que
otro muerto.

A los días sucedieron los meses y a los meses


los años. Una noche trágica de agosto,
Pacho, que así se llamaba el herrero, dormía
junto a su hermosa mujer. En medio del
sueño lleno de infernales pesadillas, creyó
sentir que alguien llamaba insistentemente a
la puerta del rancho de Reyes en donde vivía
y tenía su herrería.

Se levantó y acudió a abrirla. Sin saber bien


si estaba despierto o aún dormía, frente a él
estaba un hombre alto y enlutado que llevaba
una mula para que le herrase, porque tenía
un viaje de urgencia.

El herrero enojado se negó al no estar


dispuesto a trabajar a tan altas horas de la
noche. Para convencerlo, el caballero decidió
lanzarle una generosa manotada de monedas
sobre el tosco mesón que estaba en la sala,
compensando así el precio de la esforzada
faena.
41

Villamizar se apresuró a encender el fuego


mientras profería maldiciones y herejías por
su vida desafortunada, dependiente de los
servicios que requerían los dueños y arrieros
de los animales de carga. Mientras iba
poniendo al animal brutalmente las
herraduras, martillaba sin caridad contra sus
cascos. La bestia como para sorprenderlo,
suspiraba muy tristemente y trataba como de
hablarle.

Terminada la faena, Pacho volvió a su lecho


donde había dejado poco antes, buena y
sana, a su compañera. Quería enseñarle
como había sido compensado el fruto de su
codicia, relatarle su maldad inhumana con la
mula que había herrado y manifestarle lo
extraño que era el hombre bondadoso que se
había aparecido con esa bestia.

Pero cuál no sería su sorpresa, cuando


observó que entre un charco de sangre que
fluía de pies y manos, se encontraba muerta
Eumelia, destrozadas las carnes por los
mismos clavos inmisericordes con que había
martirizado y querido inutilizar el pobre
animalito de su prójimo regalón.
42

Cuando el día amaneció, los gritos del


renegado hicieron acercarse a todos los
vecinos, que lo despreciaban por su mala
vida y ambición, quedando todos como
petrificados ante su espantosa narración.
Desde entonces y durante cada septiembre,
en el alegre barrio, los vecinos solían
escuchar en las horas de la madrugada, el
lento y pesado caminar de Eumelia,
convertida en "La Mula del Diablo".

Caminaba con dolor como quien no había


terminado la expiación de sus pecados en
vida. Proseguía hasta el amanecer su martirio
llevando arrastra a su ambicioso compañero
a todo lo largo de la calle, larga como una
acera del barrio de San Antonio.

Algunos dicen que tras la mula, iba marcando su


marcha macabra un espanto negro de cabellos blancos,
quien arrastraba entre sus patas ruidosas latas, tapas y
canecas de metal. Sin embargo, un siglo después, con el
alumbrado público toda la noche nadie ha vuelto a ver a
la mula y a sus acompañantes, toma desapareció y el
oficio de los herreros fue sustituido por los
montallantas y talleres para automotores. Otra versión
legendaria que asocia a las mulas con el diablo, se
refiere a los hombres temidos de Umpalá que montaban
sobre esos equinos en noches donde solo se veían sus
chispas infernales sobre el empedrado.
43

LA MULA MANEADA2

“Hay gran silencio en la calle,


el reloj las doce dá;
ni una ventana está abierta,
reina una gran soledad.

Paso a paso, lentamente


se siente un ruido bajar
por la senda, retumbando
con estridencia infernal,
sus herrajes en las piedras
de la calle. Quién será?...
Quién será? ..., preguntan todos,
quien así la paz asalta
de esta nuestra buena calle
donde hay matronas tan santas…

Y alguien responde al oído


de quienes sobre esto indagan:
—Pues es la mula maneada,
el centenario fantasma
de doña Petra Agudelo

2
Tomado de: Vicente Arenas Mantilla (1960). Romance de la
mula maneada. En: Crónicas y romances. Bucaramanga: Imprenta
del Departamento. Pág. 278-280
44

la esposa de don Blas Plata.

La bruja más conocida


en la comarca, por trágica;
la que magullaba viejos
y a las novias hacía trampas
dándoles a beber vinos
con sapos y cucarachas.

A los niños les chupaba


la sangre con ansia bárbara,
y a los mozos volvía locos
dizque con una palabra.

Era la bruja más bruja,


pues tenía muy malas mañas;
de noche en forma de cuervo
iba a silbar a las casas,
y arañando los tejados
a todos causaba alarma.

Desde presto se escondían


todas las dueñas de casa
a rezarle a San Silvestre
para ahuyentar la alimaña.

Hasta que dio con el suyo,


el valiente don Juan Barbas;
45

que le puso las, tijeras


y la bendita mostaza;
y al otro día la encontraron
bramando como una cabra.

Y ante el cura la llevaron,


y el cura le botó un agua,
y en haciéndale una cruz
dijo estas santas palabras:

Yo te juro y te conjuro,
Petra, bruja de la plaza;
y en nombre de San Ciríaco
voy a cortarle las alas.

Pero al intentar hacerlo,


de humo se cubrió la casa,
y muchos pájaros negros
a la bruja hicieron guardia.

Y al pobre don Juan de Dios,


que amarrada la llevaba,
le ocurrieron cosas tristes
que es penoso comentarlas”.
46

LA LLORONA DEL MOLINO3

En todas partes han existido espantos


horrorosos. Para Don Vicente Arenas ha sido
en Piedecuesta donde se encontraban los que
más mortificaban la paciencia los niños y
niñas de tiempo en tiempo. Fueron tantos los
que aparecieron a mitad del siglo XX, que
por todas partes las gentes tenían que ir con
el credo en la boca.

Sus abuelos, quienes fueron gentes tan


apaciguadas, creyentes y ajenas a la mentira
como los demás piedecuestanos de antaño,
relataban con sus recuerdos lastimeros de
infancia la historia de "La Mula Coja", que
se zarandeaba por las calles en las noches de
septiembre; la del "Silbón", que andaba por
todos los caminos golpeando a las ánimas
porque era un arriero maldito; la de "Martín
Pescador" y la del "Cojito". Personajes tan
temidos como las ancianas que narraban sus
vivencias diarias con los espantos del pueblo
al asistir a los novenarios, o como el viejo
polizonte de la escuela quien se encargaba de
3
Historia híbrida adaptada del libro de: Vicente Arenas Mantilla
(1941). Estampas de mi tierra. Bucaramanga: Imprenta
Departamental. Pág. 243-247
47

buscar o perseguir a los niños que faltaban o


huían de las clases.

Los sacerdotes decían que esas apariciones


eran solo inventos y vagabunderías. Para los
niños que las padecieron, penetraron en su
entendimiento sobre lo paranormal hasta la
adultez y les hicieron pasar crueles noches
después de escuchar las largas y horrendas
narraciones sobre la "Santalla" y "La Llorona
del Molino". Algunos otros como Don
Vicente daban testimonio sobre su existencia
al ver y escuchar la espeluznante llorona
mientras había permanecido encaramado en
un árbol, del cual no se había caído por
haberse maniatado preventivamente. Ello
demostraba su pericia para subirse a troncos
carcomidos donde habían dejado grabadas
sus iniciales y sus primeros dibujos, así como
al descolgarse cada tarde de frondosos
árboles para comer mangos y corozos.

La llorona que sintió chillar y arrastrar su


abundante cabellera aparecía no lejos de la
plaza, en la parte alta del pueblo, media
cuadra antes de donde se levantaba el
edificio de la planta eléctrica, frente al portal
que daba entrada a un huerto. Lugar en cuyo
48

fondo se encontraba la tolva de un rústico


molino, movido por la fuerza de una toma de
agua del río de Oro desde hacía más de
catorce lustros.

El propietario de ese huerto era un señor de


enormes propiedades y bélicas
preocupaciones, quien confió su manejo y
administración al cuidado del mulato
Aparicio, criado de su confianza, bajo cuya
custodia y responsabilidad quedaban tanto el
huerto como la labranza y el molino. Para
cumplir sus obligaciones entre el lento
remolinear de las piedras y el constante ruido
de la enramada el negro Anselmo Aparicio
ocupó la vivienda existente con su mujer
Natalia y sus tres muchachitos: Servando,
Adolfo y Dominga.

Un mes después, una epidemia de viruela


atacó a Piedecuesta, dejando víctimas
incontables, entre las cuales estaban
Servando y Natalia. Sus cadáveres temidos e
impuros fueron sepultados bajo la sombra de
un frondosísimo mango cuyas ruinas aún
existen, y sobre aquellas fosas durmieron y
clamaron por muchas noches, desconsolados
y tristes, el trío de infortunados que
49

sobrevivieron. Sin embargo, Aparicio al


necesitar alguien que velara por sus
angelitos, cuidara de la cocina como de sus
colchas, y contribuyera en las labores del
huerto decidió casarse nuevamente. Para ello
escogió a Sinforiana, mujer endiablada y
celosa como todas las feas.

Sus celos se incrementaban día a día porque


el mulato, en sus momentos de descanso
prefería permanecer junto a su primera
mujer. Se sentaba sobre una piedra cercana a
las tumbas, acariciaba las losas; lloraba y
lloraba hasta el anochecer. Su único consuelo
era dar toda su atención y cariño a sus
pequeños hijos, seres llenos de martirios y
desolación, lo cual fue incomprendido por el
alma de Sinforiana. Alma corrompida y baja
de mujer plebe, quien fraguó con cada
atardecer el modo de hacerlos desaparecer.

Un día en que el molinero estaba más


atareado, y por lo mismo, muy entusiasmado
con la ganancia que iba a obtener, abrió la
compuerta que contenía la catarata del agua
del río e impulsó la rueda, que como movida
por la mano de Dios molió tanto grano en
aquella alborada, que todo el granero se
50

vació. Sinforiana, convencida desde la


víspera del día que Aparicio estaría muy
ocupado en su rudo y permanente trabajo
que Aparicio, se llevó sigilosamente desde el
amanecer a las dos criaturitas hacia un lugar
apartado y torrentoso.

Estando allí, los ató de pies y manos con


infinita crueldad. Llenó sus boquitas con
hojas venenosas y erizadas. Al estar
dormidos, empezó a sumergirlos entre un
profundo remanso que dejaba la profunda
toma de agua, empujándolos con sus pies.
Cuando se cansó, arrojó sobre ellos grandes
piedras, que bien pronto los libertaron
hechos cadáveres, desfigurados y maniatados
en conjunto, con franjas de la ropa de la
difunta y algunos rejos del molino.

Impresionada por la crueldad de su propio


delito, Sinforiana se acobardó y regresó hacia
el molino. Arrepentida por las miserias de su
pasión y llena de temores y de zozobras al
ver cerca a Aparicio decidió ocultarse.
Mientras que su amado, cargando en sus
brazos los dos cuerpecitos que acaba de
rescatar de la corriente, gritaba como un loco
51

y se golpeaba contra el suelo vencido por su


dolor.

La conciencia de Sinforiana la atormentaba


justicieramente. Poseída por uno de esos
raptos de locura que tanto presionan y
aniquilan a los criminales, optó por buscar
alivio en su propia muerte metiéndose como
pudo entre las piedras del molino. Las cuales
la trituraron lentamente, empapando con su
sangre maldita aquel lugar de trabajo, que
desde entonces permaneció abandonado y
ensombrecido.

Todos los años, en las noches de la


cuaresma, se escuchaban a media noche los
más lúgubres alaridos y desconsoladores
lamentos. Se veía bajar por todo el cauce de
la toma la sombra de una mujer con el pelo
caído sobre la cara. Muchos piedecuestanos,
trasnochadores románticos o empedernidos
charladores que bajaban de San Antonio o
caminaban hacia las veredas de los
alrededores, sufrieron sorpresas y chascos
con La Llorona del Molino.

Quien al acercárseles con su apariencia


agresiva y profundos chillidos, en más de una
52

ocasión había hecho que esos serenateadores


rompieran sus instrumentos mientras salían
corriendo e implorando ayuda divina.

Por eso para paisanos como Don Vicente, quienes


dicen que en Piedecuesta no hay espantos, ni brujas
ni ánimas en el purgatorio es porque no los han
visto de cerca como a él le tocó. Les llegará la hora
que a esos incrédulos los chupen las brujas, los
peloteen las ánimas y les chille la llorona, a ver si
siguen diciendo que son inventos y vagabunderías.
53

LA MECHUDA4

“Son las nueve de la noche,


dos piedecuestanos pasan
la quebradita pequeña
que atraviesa Puente de Plata;
el uno es Antoninito
y el otro si [no] se me escapa,
bien pudiera ser Balbino
su compañero de andanzas.

Lo cierto es que van a un baile,


donde unas fiqueras majas
que viven en Villanueva,
y que una de ellas se casa
con ñor Ceferino Ríos
el brujo del Alto de Vacas.

Van fumando cigarrillo


y hablando de cosas mágicas:
de conquistas y amoríos,
de pérdidas y ganancias
de pisqueras y desvíos,
de viejas y de muchachas.

4
Tomado de: Vicente Arenas Mantilla (1960). Romance de la
mechuda. En: Crónicas y romances. Bucaramanga: Imprenta del
Departamento. Pág. 98-100
54

—Yo si bailo es con Maruja,


dice Balbino y se para
frente a la casa de Oviedo
a arreglarse la corbata;
mientras entre dientes dice,
dándole al otro la espalda:
—Pues sepa que voy dispuesto
esta noche a alguna vaina.

—No embrome, dice Antonino,


deje esas chocheras malas,
pues si la tiene Segundo,
tú la saludas y pasas
a bailar con Petronila,
o con Zoila o con Nicasia.

Porque no es de caballeros
formar bronca en casa extraña,
mucho menos si allí están
como invitadas las Garzas,
las Muelalinda y las Ranas,
las Pelusa y las Torcazas.

—Eso no me importa a mí,


vuelve Balbino a la carga;
pero un aullido feroz
salido de la quebrada,
55

le puso punto final


a la peligrosa charla.

—Oíste, dice Antonio


a Balbino, con alarma.
—Válgame, si como arroz
tengo el cuero de la cara…

Luego se oye otro chillido,


y otro más cerca que avanza,
y un bultico se divisa
parado junto a una palma.

Santo Dios!, es la mechuda,


silencio!, Balbino exclama;
recemos, es lo mejor,
si no ese espanto nos traga.

Cuentan que los dos corrieron


hasta casa de las majas,
y en plena sala cayeron
sin movimiento y sin habla;
y no valieron fricciones
de tuétanos con albahaca,
ni los besos en la frente
que les daba Eulogia Plata.
56

Se les pusieron fomentos


en el pecho y en la espalda,
y hasta metidas de pies
y paños en la garganta.

Con la cabeza amarrada,


los vi yo al rayar el alba,
parecían dos muertecitos
bajo las sábanas blancas.

Al otro día, al despestar


casi a las once, en la casa
de las majas, un gentío
se agolpó a oír la palabra de
los dos arrepentidos
por tan dolorosa hazaña.

En el sitio, los caídos


pusieron una cruz alta,
y un letrerito que dice:
aquí escapitas nos matan”.
57

EL FANTASMA DE "EL
HORIZONTE"5
Don Vicente enfrentó su temor a las lloronas
pero no podía negar el miedo que tenía a las
culebras y a las mujeres. Como periodista
liberal nunca temió los peligros, amenazas y
desafíos que le hacían los “Panchos” busca
ruidos y pendencieros, los matones y
salteadores de caminos, ni tenía que llevar
armas u otras herramientas para enfrentar a
los más guapos que se pavoneaban con las
armas y cartuchos que los mantenían a salvo
contra la muerte.

Él no temía a los vivos y sus modos de


provocar temor o amenazar de muerte a sus
enemigos. A lo único que le tenía miedo era
a las cosas del otro mundo. Un temor tan
profundo y respeto tan sincero que mientras
vivió su infancia en Piedecuesta no se atrevió
a pasar en la noche por la calle de "El
Horizonte". Una calle que siguiendo la
carrera 13 al norte, se encontraba en el
extremo opuesto al barrio de San Antonio y

5
Historia híbrida adaptada del libro de: Vicente Arenas Mantilla
(1941). Estampas de mi tierra. Bucaramanga: Imprenta
Departamental. Pág. 173-176
58

los espantos que alejaban las monjas desde el


convento con sus oraciones y alabanzas.

Quien pasaba por esa calle en la noche no


podía evitar que se parara su pelo y
empezara a sudar frío. Solo con pensar
encontrarse con un ser vestido con una
indumentaria del penitente, en medio del
hielo y silencio de la medianoche, para luego
sentir una precipitada carrera de persecución
y el inconfundible de su rosario al golpearse
contra las paredes. Esa experiencia para los
jovenzuelos no era para risas ni para chanzas
al ser un recuerdo desagradable.

Eso fue lo que le pasó a Nepito. Él era un


buen charlador y tenía fama de endiablado.
Se entretenía visitando novias entre los
barrios de “Hoyo chiquito” y el de "Hoyo
Grande". Una noviecita lo enamoró tanto
que lo retenía hasta altas horas, lo atraía y
condicionaba a quedarse un poco más cada
vez que pensaba en volarse a su casa en la
cabecera del llano. Temía encontrarse con el
siniestro fantasma, pero ella cual Julieta,
convencía a su Romeo con dulces palabras
como: "No te vayas, no es tiempo todavía".
59

Cierta noche Nepito llegó a la esquina de "El


Horizonte" y sintió de repente que el
fantasma se le venía encima. Para evitarlo
decidió encaramarse en una de las ventanas,
pero con tan mala suerte, que se dejó caer de
allí en el preciso momento en que el
penitente pasaba. El penitente lo engarzó en
su rosario y le dio tantos golpes en la cabeza
con la matraca que arrastraba a cuestas, que
el pobre Nepito duró muchos días en el más
doloroso estado de inconsciencia.

Don Vicente, un amigo del atormentado


Nepito, decidió hacer valer su fama de
paisano resuelto, sin tapujos ni
aplazamientos. Se sentó la noche siguiente
en la esquina, en atalaya del temeroso
fantasma. Escogió como arma un buen lazo
y llenó su boca con reliquias y oraciones a los
santos protectores.

Pocas horas después de esperarlo, se


convenció que no había tal penitente en
penas, ni qué pan caliente. El fantasma que
había asustado a tantas viejas, golpeado a
Nepito y hecho correr a Juan Remolina, era
solamente un burro que estaba picado de
renguera. Su dueño para mejorar sus males
60

lo pringaba todas las noches y lo cubría con


una manta oscura para protegerlo del sereno
de la madrugada. Ese trapo era una especie
de camiseta larga que sólo dejaba en
descubierto su largo rabo pelado. El burro
holgazán, fastidiado por el dolor y la
incomodidad se dejaba golpear y arrastrar
contra las paredes, simulando así los ruidos
de un rosario penitencial.

También comprobaba que lo decían algunos


valientes que pasaban por esa calle en la
madrugada, al viajar hacia Pamplona, no era
cierto. Para ellos, todo era una pilatuna de
algún señorón de ese barrio para despistar y
asustar a los trasnochadores y serenateros,
acabando así con las andanzas de algunos
tenorios, peligrosos y bribones.

Al siguiente día nadie creyó el hallazgo de Don


Vicente, ni lo ha creído todavía. Los espantos suelen
ser para los pueblos una creencia que siempre hace
parte de sus pensamientos, por más que la razón
demuestre lo contrario al desenmascararlos, como
sucedió con el adolorido fantasma de "El Horizonte".
El uso de mantas y trajes que asemejaban los seres más
temidos por los piedecuestanos, con el fin de asustar a
incautos, también fue empleado para castigar a infieles
y bandidos siendo ejemplo de ello leyendas como la
“Diabla castigadora” de Villanueva.
61

LA PUERTA DEL PERDÓN6


Para pasar de la cabecera del llano al camino
a Pamplona se debía pasar por la esquina del
horizonte, para pasar del barrio el centro a la
cabecera del llano se debía pasar por la plaza
y capilla de San Antonio, así como pasar del
barrio el centro al de San Antonio se debía
pasar por "La Puerta del Perdón".

Un lugar tan inolvidable e importante como


para los españoles y bumangueses era "La
Puerta del Sol" o para los judíos la "Puerta de
Oriente".

Para Don Vicente ese lugar legendario


encerraba dentro de sí la historia de un
acontecimiento, guardaba la huella
imborrable de una acción, o la tristeza de
una tragedia. Era un sitio tan íntimamente
ligado con la remembranza que hacía escapar
un suspiro a los piedecuestanos de antaño,
les hacía brotar una lágrima o los
transportaba a alguno de los más gratos
recuerdos de sus andanzas.

6
Historia híbrida adaptada del libro de: Vicente Arenas Mantilla
(1941). Estampas de mi tierra. Bucaramanga: Imprenta
Departamental. Pág. 128-130
62

"La Puerta del Perdón" es la puerta grande


de madera, con un arco de piedra labrada,
que sirve de ingreso lateral o sur a los
feligreses del templo parroquial de San
Francisco Javier. Sus maderas estuvieron
hasta mediados del siglo XX, barnizadas de
color azul de cielo, alegre y vivificador como
los ojos de los querubines que se asomaban a
los sueños de Don Vicente, cantando alegres
plegarias, que muchas mañanas despertó
tarareando.

Los niños y niñas de las escuelas que eran


llevados a la eucaristía, nunca pasaban por
frente a ella sin doblar la rodilla y levantarse
la gorrita. Quien pretendía fingirse
indiferente o reírse del recogimiento católico
sufría una segura paliza en casa y la maestra
lo catalogaba públicamente como
excomulgado.

Cuando algunos reñían en la calle o en la


casa, las autoridades o los familiares,
llevaban atados a los contendores hasta la
puerta santa. Los hacían pasar de rodillas
repetidas veces mientras musitaban oraciones
frente a esa puerta veneranda.
63

Después de efectuada esa ceremonia de


arrepentimiento y temor a Dios, no quedaba
ni el más insignificante rencor entre los
querellantes, quienes después se amaban
como tiernos pimpollos.

Don Vicente aseguraba a sus amigos haberse


curado de muchos dolores de muela pasando
su cachete, rastrillando cada pieza afectada
contra las piedras del arco.

Efraín Gutiérrez alejó por siempre unos


implacables mezquinos que lo martirizaban
al meter los dedos entre el hueco de la
cerradura de la puerta, dividida en cuatro
partes.

Una señora de Tona sanó de ciertas


dolencias, comiéndose una caspita que se
había desprendido del quicio de una de las
divisiones de la puerta.

Otros dicen que se hicieron ricos y poderosos


por la grandiosísima influencia que la puerta
ejercía en aquellos que la saludaban con
fervor a su paso, y los que menos, alcanzaron
64

gracias tan infinitas, que sería largo


enumerar.

Al chato Pascasio, quien era todo un Judas,


"La Puerta del Perdón" lo transformó en un
manso cordero y no volvió a emborracharse
ni a llegar tarde a la casa, mucho menos a
pegarle a su cucuchita.

Algunos viejos contaban que quienes durante las


guerras civiles invadían los templos parroquiales,
abriendo a patadas las puertas sacras y
derrumbando con sus botas los objetos de culto,
perdían la movilidad en esas extremidades, los
músculos no tenían sensibilidad y en poco tiempo
no volvían a caminar. Para sanar, estaban obligados
a arrepentirse entrando por la puerta del perdón
para ser confesados, comulgados y perdonados.

La puerta santa de los piedecuestanos, al igual que


otros lugares emblemáticos de las creencias y
convicciones de los piedecuestanos como el cerro
de la Cantera, la capilla de San Antonio o la plaza
de Monguí, demostraban que a la par de familias de
piadosos creyentes también residían en la ciudad
gentes que preferían seguir tan “emperradas”. Por
pereza o por respeto a las libertades humanas se
sometían llevaban una vida “endemoniada”
corregible con pasar bajo "La Puerta del Perdón".
65

LA SAYONA DEL CEMENTERIO7

En 1910, sentados una tarde sobre una cerca


de piedra, allá en "Los Cauchos", humilde
huerto de los abuelos de Don Vicente
Arenas, Carlos Vicente Gómez contó la triste
narración de su historia de vida.

Con cada palabra brotaban apasionadas


emociones lejanas, que a diario solía evocar,
para tornarse triste y tomarse sus tragos,
mientras cantaba a su adorada:
¡Oh novia ida, para siempre ida,
¿Cuándo mis ojos volverán a verte?
Ah, nunca, nunca; para qué la vida,
Cuando la dicha sólo está en la muerte!

Sus amarguras se remontaban a los últimos


días del mes de noviembre del año 1896,
entenebrecidos por las oscuras nieblas de
aquel invierno.

Hacia un año había culminado la última


guerra civil vivida en el país. Una especie de

7
Historia híbrida adaptada del libro de: Vicente Arenas Mantilla
(1941). Estampas de mi tierra. Bucaramanga: Imprenta
Departamental. Pág. 184-189
66

monotonía dominaba casi por completo el


espíritu de los piedecuestanos, quienes
agobiados por el mal clima y los serios
pronósticos de enardecidos levantamientos
de los revolucionarios liberales, se reunían
cada atardecer a planear dolorosas
cavilaciones. La alegría había agonizado.

La sonrisa se había extinguido de los labios


jugosos y perfumados de las doncellas
piedecuestanas. En el ambiente flotaba en un
silencio presagiador de las supremas
desventuras que vivirían en los Colorados, la
Puerta del Sol y Palonegro tres años después.

Los corrillos de charladores que se sentaban


en las gradas del atrio para criticar, especular
o exagerar de cuanta piel humana pasaba por
su frente había desaparecido, prefiriendo los
miembros de ese “club” permanecer ocultos
entre las penumbras de sus aposentos.
Escapando así a cualquier compromiso o
complicación orquestada desde los cafetines
de la plaza principal.

Algunos de los conspiradores más decididos


usualmente se reunían en "La Gran Luz",
una tienda que servía de nido a las águilas
67

piedecuestanas más aguerridas y combativas.


Cada atardecer hervía allí a borbotones el
entusiasmo entre varones íntegros, quienes
no temían de los permanentes peligros que
sobre ellos se cernían por agitar a diario su
bandera revolucionaria y por exteriorizar su
credo liberal, en honor de los cuales
brindaron sus vidas en los campos de batalla.

Y quienes no murieron, pasaron por las más


crueles y temerosas aflicciones terrenas, que
en nada aminoraron su exquisito temple de
leones santandereanos. En cuya garra
atrevida sólo se agitaba el entusiasmo de
defender su ideología pecho a pecho contra
los nacionalistas y conservadores que desde
1885 habían decidido “regenerar” el país
ante el lesivo influjo de los rojos.

Una noche, una de esas noches en que estaba


muy encendida la polémica y se hacían rudos
preparativos bélicos contra los tiranos hasta
la aurora siguiente, los asistentes a la reunión
de "La Gran Luz", estando en plena labor
revolucionaria, sintieron al llegar la media
noche un profundo escalofrío.
68

Su valentía guerrera se rindió al caer presos


del más hondo estupor. Paralizados vieron
penetrar a ese establecimiento comercial una
esbelta figura de mujer, de rostro
extraordinariamente cadavérico, con pupilas
profundamente desorbitadas, y envuelta en
un negrísimo sayal que sólo permitía ver las
puntas blancas y huesudas de sus
extremidades.

De pie y como crucificada contra la puerta


de la sala que llevaba al reservado, en cuyo
centro se encontraba la mesa de los
contertulios, pronunció lastimosamente y en
el tono más sepulcral que haya venido de
ultratumba, algo como una docena de
palabras. Su significado aún no ha sido
podido explicar por los testigos pero sus
sonidos y tono calaron muy hondo en el
alma sugestiva de Carlos Vicente.

La tristeza que lo embargó hizo de él un ser


escéptico y distante. Plantó su vivienda en el
cementerio de Piedecuesta, y de allí salía solo
para adquirir elementos para sus esculturas.
En ellas grababa al ser tenebroso de aquella
noche. Su inspiración estaba guiada por una
permanente obsesión, símbolos y epitafios
69

doloridos propios del alma bohemia de un


artista.

La tarde en que Carlos Vicente abrió su


corazón a Don Vicente, todos entendieron su
triste verdad: La sayona del cementerio no
había sido otra que su Elvira, su novia de
colegial. Enferma de la fiebre blanca, de la
horrenda tuberculosis, había abandonado
lenta y agónicamente la vida esa misma
noche en que ocurría la fatídica reunión en
"La Gran Luz".

Desde una playa desierta en el alto


Magdalena, su espíritu encadenado
sentimentalmente con el del artista, volvió
para dar su despedida y dejarle como
recuerdo su sombra. La cual desde aquella
noche trágica va y viene por las calles
solitarias de Piedecuesta para perderse y
extinguirse entre las tumbas del cementerio.

Quienes la han visto, dicen que va dando


tumbos entre mausoleos hasta dar con una
sepultura en donde reposa y desaparece. La
misma tumba en donde descansan de las
impiedades de la vida las cenizas de uno de
los más nobles y adelantados escultores
70

santandereanos. De aquel piedecuestano,


cuyas obras aún resplandecen y parecen
hablarnos de su vida, martirizada por las
agudas espinas de un recuerdo inolvidable.
Historia tenebrosa de amor ante la cual, espíritus
solitarios como el de Don Vicente, añoraban
vivenciar un desenlace tan especial al expresar:
“…he sentido deseos de libertarme, de huir de este
estado de sumisión, soñando con el hallazgo de un
tesoro con el que pudiera irme a fundar en un
rinconcito de mi tierra adorable, un poético reposo
dónde poder pasar mis últimos atardeceres,
rodeado de mis libros favoritos, entre hermosos
rosales que como arañas encaramen por mi
ventana, y acompañado a todas horas por la suave
caricia de unos ojos soñadores, en que me he
mirado eternamente””8

8
Vicente Arenas Mantilla (1941). Estampas de mi tierra.
Bucaramanga: Imprenta Departamental. Pág. 134
71

EL POLLO DE LAS ÁNIMAS9

El temor por los espantos, fantasmas y


demás seres legendarios de las noches
piedecuestanas hacían parte del día a día de
las gentes comunes. Se constituyeron en la
mejor manera para manipular, atemorizar o
disuadir a los espíritus débiles, al ser
amenazados con su presencia o invocación
ante cualquier pataleta o intento justo de
reclamo e irreverencia.

Bellas mentiras que daban sentido a muchas


vidas; que justificaban el conformismo y la
resignación de muchas gentes. Ese fue el caso
de Ritornelio, el bobito que vivía en el sitio
de "La Ladera", a quien su astuta madrastra
para mantenerlo al servicio, sin honorarios ni
recompensa lo manipulaba con el temor que
todos tenían por las almas del purgatorio,
“las almas en pena”.

Cada vez que el bobo se irritaba con lo


pesado de sus quehaceres y pensaba en huir a

9
Historia híbrida adaptada del libro de: Vicente Arenas Mantilla
(1941). Estampas de mi tierra. Bucaramanga: Imprenta
Departamental. Pág. 134-136
72

Piedecuesta, su madrastra, con grandes


mimos, lo llevaba hasta la corraleja de las
gallinas, y una vez allí, juntaba su rostro al
del enfadado y le decía con gran sagacidad
para ablandarlo:
- ¡Éste pollo saraviado es para que se lo
coma mi ratoncito, que tanto trabaja
para ayudarle a su viejecita consentida!

Luego le daba tantos abrazos, que el débil


irresponsable volvía a sus tareas muy
contento e ilusionado.

Cuando se llegaba el día acordado por el


enajenado para llevar a cabo el sacrificio del
animalito, y a sabiendas que ese pollo ya
había sido llevado y vendido en la feria
pública, la vieja armaba un gran alboroto que
obligaba a todos sus familiares a meterse
presurosos en sus aposentos, a encender velas
y a rezar el santo Dios por esa alma poseída.

Segura que el bobo estaba oculto entre las


faldas de la cocinera, empezaba al golpear las
puertas y a remedar, como en los cuentos de
espantos, a la supuesta voz de las almas en
penas. Cambiaba su voz a la de un ser en
agonía y le lloriqueaba al pobre bobito:
73

¡Ritornelio, venimos por vos a llevarte para


donde el viejo Agapito!

El tonto impresionado por la presencia de


esos seres infernales y sin poder olvidar los
maltratos de su papá Agapito, quien lo había
vuelto bobo a punta de palo, todo
atulampado y medio tembloroso, le
contestaba al alma que le hablaba desde el
más allá: ¡Díganle que yo me morí, más bien
llévense mi pollito saraviado!

Después seguía trabajando años y años, sin


volver a pensar en escaparse a Piedecuesta,
ni volvía a pedir sueldo ni recompensa
temiendo que las ánimas decidieran venir a
llevárselo por sus arrebatos.

Los engaños a los bobos del pueblo hacían pensar a los


más escépticos y racionales que tantas historias de
terror no eran más que fruto de las imaginaciones y
tretas de gentes privilegiadas y despiadadas que
buscaban mantener el orden y la tranquilidad. Sin
embargo, se siguieron contando relatos sobre el ataque
de las ánimas en pena a quienes no pagaban las
promesas que les hacían, a quienes se apropiaban de los
sufragios y donaciones que se les testaban o a los
incrédulos que recorrían los caminos borrachos,
dándoles a cambio golpes y aruñetazos.
74

EL ÁNIMA COY10

“Al punto de media noche,


por San Antonio hacia abajo
entre lamentos profundos
y alaridos muy macabros,
un bulto blanco camina
calle abajo, calle abajo,
y mientras reza, suspira,
suspira largo, muy largo.

Es Benedicta Rovira,
dicen los que la escucharon
durante largas centurias,
los miércoles y los sábados,
al golpe de media noche
cuando bajaba rezando,
con su túnica de llamas
y una canilla en la mano.

Es Benedicta ¡Dios mío!,


piadosa Virgen del Tránsito,
decía al oír los gemidos

10
Tomado de: Vicente Arenas Mantilla (1960). Romance del
ánima Coy. En: Crónicas y romances. Bucaramanga: Imprenta del
Departamento. Pág. 404-406
75

don Policarpo Avendaño.


-La conozco por el timbre
de la voz, y por los cascos
de mula que le salieron por
matar a su Rosario.

Con las puertas bien trancadas


mucho tiempo la miraron
las muy devotas matronas
de mi pueblo, que rezando
el credo y las siete salves,
la sentían pasar brincando,
como chulo algunas veces,
y otras veces como cabro.

Cada lamento se oía


más lastimero, más lánguido;
y el pelo se le paraba
al pobre de uno, en el acto.
Muchos cayeron privados
en plena calle, a lo largo,
al toparse a Benedicta
el espanto más espanto.

- Ayudadme. . . decía a veces,


a rogar por mi Rosario,
mi hija niña a quien maté
en el pozo hace veinte años…
76

Ayudadme… almas piadosas,


con limosnas y sufragios
a salir de los infiernos
donde ha mucho estoy penando. . .

Y un olor de azufre intenso,


iba la calle llenando
al paso de Benedicta,
que con su antorcha en la mano,
y entre aullidos lastimeros,
iba bajando, bajando,
mientras las nobles matronas
rezaban credos y salmos,
y los serenos corrían,
y echaban palo los guapos”.
77

LA LUZ DEL LIMONAL11

De las leyendas más antiguas sobre ánimas


en pena, la más histórica que a diario
entretenía y deleitaba a los niños y niñas de
Piedecuesta era la que contaba el origen del
espanto de la hacienda El Limonal. Leyenda
mucho más famosa que las panelitas de
leche, la amenaza del garrote o las mestizas
aliñadas que daban renombre a las
tradiciones piedecuestanas.

Don Vicente no fue testigo de los hechos ni


fue perseguido por ese espanto, pero al igual
que otras leyendas que rescató de la memoria
de los paisanos de su patria chica para
escribirlas, pidió a los personajes
contemporáneos a los hechos, emparentados
o vecinos con quienes sufrieron la tragedia,
relatarle de la forma más auténtico lo
ocurrido para transcribirla. Y así, satisfacer
las solicitudes y exigencias que sus lectores
hacían de narrar lo ocurrido, bajo el rigor
absoluto de la verdad.

11
Historia híbrida adaptada del libro de: Vicente Arenas Mantilla
(1941). Estampas de mi tierra. Bucaramanga: Imprenta
Departamental. Pág. 104-109
78

El paraje maldito con el que se relaciona la


leyenda más auténtica entre los
piedecuestanos se encontraba a unos cinco
kilómetros de Piedecuesta, en el preciso
punto de "El Limonal". En lejanas épocas se
había construido allí, entre tupidas y
majestuosas arboledas serpenteabas por el río
Hato con sus aguas claras y rumorosas, una
señorial casa de campo, donde una familia
de claro abolengo ejercía el patronato de las
tierras más fértiles y extensas de la comarca.

De una sana pareja de labradores que tenían


su covacha dentro del territorio de la
hacienda, nació una niña bautizada como
Luz. Chicuela vivaracha e inteligente que fue
la alegría y la esperanza de aquel par de
seres.

En una noche de borrasca, cuando afanosos


regresaban en busca de su amada, después de
cumplir una romería, el río que los refrescaba
y alimentaba los arrastró para siempre.

Muertos sus padres, casi loca por el dolor, y


sin más compañía en el mundo que un
perrito y dieciocho gallinas, Luz fue llevada
79

como criada por orden de sus patrones a la


casa principal de la hacienda. Al ser tratada
con cuidados y amorosos consuelos pronto
se tranquilizó y fue olvidando con el correr
de los años, la amarga ausencia de sus
venerados padres.

Día a día, su hermosura no tenía rivalidad


entre las demás mozas del labrantío. Crecía
en ventajosas proporciones y se llenaba de
aquel encanto y distinción tan poco
comunes, que existía en las bellezas
campesinas, enemigas del maquillaje y en
cuyo cuerpo flotaban el aroma del romero y
de la manzanilla.

Su fama de mujer hermosa era en todo


momento comentada, los elogios de los
mozos casaderos del contorno penetraron en
el corazón de Baldomero, quien no la sacaba
de sus pensamientos ni de sus plegarias.
Igualmente, Luz empezó a sentir admiración
por el buenmozo hasta que se transformó en
amor silencioso pero irresistible.

Un domingo de Ramos, a Luz se le celebró el


cumpleaños que marcaba su paso a mujer
adulta, libre ya de la protección y auspicios
80

de los señores de la hacienda como niña


huérfana. Todos los gañanes desde el más
feúcho hasta el más arrogante y apuesto de la
partida se hicieron presentes. Cada uno le
llevó un presente de cintas y frutas que ella
aceptaba, dando a cada uno con la más dulce
coquetería un ramito de azahares de mirto
que ataba con hilos de su blonda cabellera.
Sin embargo, solo las miradas y palabras de
afecto del encantador Baldomero la hicieron
sonrojar.

Al medio día, por organización


anteriormente acordada y al compás de las
flautas y de los tiples campesinos, Luz,
Resurita, Marucha y las chinas de Celedonio
bailaron alegradas por los patrones hasta la
hora de la comida, que abundante y llena de
las más caprichosas golosinas, se sirvió en
uno de los graneles como cuando llegaba el
Obispo, y terminada la cual cada uno tomó
su ruta musitando alegres pantares, mientras
Luz y los patrones arrodillados frente al
oratorio campesino, pedían a Dios paz para
el alma y abundancia para la cosecha.

Dos meses más tarde, un diez y ocho de


mayo, en la capilla de "El Limonal" y
81

apadrinados por sus protectores, Luz y


Baldomero recibieron de labios del padre
Benito Valenzuela la bendición nupcial.
Como era costumbre, se celebró con el
estrépito de los cohetes y el cuchicheo
ardoroso y cómico de la caravana que los
llevaba a su nuevo hogar, al compás de las
flautas y de los tiples campesinos, mientras
que las mozas y solteronas bailaban
alegradas por los patrones hasta la hora de la
comida.

Catorce días de dichas y cariñosas


recordaciones transcurrieron sin tristezas.
Los dos amantes vegetaban encariñados bajo
las apacibles felicidades del campo y la
atractiva entretención del trabajo. Pero la
aciaga fortuna que siempre persigue a los
hombres desgraciados, quiso que una tarde
Baldomero no volviese a la casita que con
Luz habían tapizado de enredaderas.
Baldomero en el camino a Piedecuesta cayó
en un retén o patrulla que fue enviado a los
campos para reclutar hombres capaces de
someter a los insurgentes liberales. Al
resistirse por ser un hombre casado, lo
apresaron y obligaron al siguiente amanecer
a marchar hacia el Tolima.
82

No pudo informar ni explicarle a Luz lo que


sucedía. Su mujercita idolatrada había estado
en vela esperándolo toda la noche,
acumulándose las noches en días y los días
en meses. Ella pensó que la había
abandonado, su ausencia silenciosa la
interpretó como olvido, y finalmente, sola,
amargada y desamparada cayó en brazos de
uno de sus cortejantes del pasado. Un
hombre que arruinó su vida de mujer casada,
la hizo perder toda esperanza de retorno de
su amado, hasta que sintió marchitarse el
embrujo de aquellas miradas, el calor de sus
besos y el anillo de sus brazos.

En una noche de plenilunio, bajo la suave


orquestación del río, nació el hijo fruto del
pecado y la desconfianza de Luz. Un ser
hermoso como un sol y alegre cual bambuco,
quien fue ocultado dentro del techo
deshonrado y triste de la cabaña de
Baldomero. Luz también se alejó del mundo,
temerosa y avergonzada pasó muchas noches
de frío, angustias y remordimientos de una
vida marchita y sin esperanza de salvación.
83

Todo cambió una mañana cuando fue


llamada a trabajar a la hacienda. Aquel
huerto aromoso de sus añoranzas y cuna de
sus sueños extinguidos, como de su belleza y
fama, le dieron una razón para volver a vivir.
Sin embargo, el repartidor del correo se
acercó un día al viejo portalón de la casa,
trayendo para los patrones una cariñosa
esquela de Baldomero, el perdido, el
olvidado, en la cual anunciaba su inmediato
regreso en los términos más amorosos que se
hayan escrito. Rogaba en ella a su madrina
doña Mariquita Orbegozo, hiciera saber a
Luz, la causa de su perdida, la esperanza de
no haber caído en su olvido.

Informada de tan grata noticia para los


comarcanos, Luz manifestó su tristeza a las
demás criadas de la casa. Ella ya lo había
olvidado, había padecido con amargura y
necesidades su delito, y desde ese momento
su negro y nefando pecado cambió sus
pensamientos, llenando de misterio el paisaje
y acrecentando en su alma toda una
maldición. Sus confidentes más cercanos le
exhortaron a sobrellevar su falta,
sobreponerse a la vergüenza e implorar
perdón a Baldomero.
84

Luz enloqueció. Siendo una leñadora experta


desde su infancia, al estar obligada a
abastecer la casa de sus patrones con leña y
chamiza para la cocina, agarró en una mano
su filosa hacha y con la otra acomodó a
cuestas a su pequeño hijo. Se internó en lo
más profundo del bosque, en cuyo fondo
gritaba tumultuoso el río, y sobre una piedra
aplanada decapitó a su hijo. Esa piedra aún
existe y fue lugar de cruel romería al
conservarse intacta la mancha de sangre del
inocente.

Con su nuevo crimen y pecado, Luz pensó


que había acabado con la prueba de sus
errores. Sin el fruto de su infame traición no
temía a ser juzgada por su esposo.
Empapadas las vestiduras con la sangre de su
criatura, regresó toda desgreñada al caer la
tarde a la casa de la hacienda. Traía a cuestas
un arreo de leña y en la otra el hacha, que fue
conservada como reliquia dentro de una
gruta tapada dentro de los muros de la casa.
En la misma habitación donde Luz aquella
noche, atormentada por destruir el fruto de
su amor, desgarrada su alma pecadora por la
85

locura de su delito, puso fin a su existencia


colgándose de una de las vigas de madera.

Desde aquella noche, una horrible llamarada


en medio de la cual se veía a Luz con su hijo
en los brazos, recorría todo el camino desde
"El Limonal" hasta Piedecuesta,
atropellando a todo cuanto encontraba a su
paso y sembrando el pánico y la amargura en
el ánimo de los comarcanos.

Sus antiguos compañeros de faenas en la


hacienda aseguraban que cuando la veían
venir en las noches de cuaresma habían
observado que el bulto inocente que llevaba a
cuestas se había transformado en el monje
que iba a ser de grande. De igual modo, para
alejar su presencia e influjo, empezaron a
gritar: ¡allá va! para confundirla y alejarla; así
como cuando veían en la distancia la
llamarada de luz que la resguardaban, le
gritaban: ¡allá viene! para mantenerla
distante.

Don Vicente supo que ese espanto dejó de


aterrar durante muchos años a los
piedecuestanos desde que una madrugada,
en que el cura párroco Esteban García
86

viajaba, fue acosado y atropellado por la


infernal aparición. Haciendo uso de sus
plegarias y conjuros exorcistas la obligó a
marcharse a los Llanos de Casanare.

Muerto el sacerdote y encontrado el instrumento de su


crimen, ella regresó y sigue presentándose por los
caminos destapados que recorrió solitaria y
atormentada con su hijo acuestas. Grita, araña y
persigue sigue sin sosiego a los infieles, a los
infanticidas y a toda alma pecaminosa que con ella se
cruza en las noches sin luna a lo largo de aquel río
rumoroso que fue confidente de sus amores y pesares.

En el extremo sur, los arrieros que tenían que lidiar con


la llorona del Limonal al norte, también tenían que
soportar los maltratos de la “Máncara de San
Francisco” quien deforme se tapaba con su larga
caballera mientras se lamentaba por todos los
infanticidios cometidos contra niños que se robaba al
abandonarlos en el bosque, lanzarlos desde una peña o
introducirlos dentro de una caverna de donde no salían.
Quienes no tenían el coraje para quitarse su correa o
rejo y obligarlas a alejarse al castigarlas con una
“cueriza”, mientras le gritaban insultos y vulgaridades o
las sometían con padrenuestros y avemarías, huyeron
de las veredas a la ciudad de Piedecuesta para librarse
de su presencia. Para su desgracia, en aquellas noches
cuando no iban a misa eran perseguidos por un
penitente ‘nazareno´, quien oculto bajo su capirote
espantaba los parroquianos inmorales e irresponsables
que cruzaban por las calles de las procesiones.
87

EL SILBON12

Desde que aquel sacerdote de muchas


entendederas confinó a las almas en penas de
Piedecuesta a los Llanos de Casanare, las
historias de espantos empezaron a pasar al
olvido entre los piedecuestanos. José del
Carmen Rivera Mejía (“Riverita”, 1912-
1991), un paisano tan liberal, periodista y
comprometido con el rescate de la memoria
de sus ancestros como don Vicente, decidió
contar a su modo una de las leyendas más
populares de Piedecuesta.

A la espera de reponerse de sus dolencias


para continuar su viaje, Silvestre decidió
pasar una temporada trabajando en un
trapiche de Piedecuesta, incrustado en el
extenso Valle de Guatiguará, donde tuvo sus
dominios el Cacique de Guarguatí.
Terminada cada molienda, el patrón
obsequiaba a los jornaleros con un asado de
carne fresca, rociada con guarapo fuerte;

12
Historia híbrida adaptada del libro de: José del Carmen Rivera
Mejía. “Los tunjos de oro”. En: Vanguardia Liberal. Leyenda
Popular Santandereana. Bucaramanga: Ed. Vanguardia Liberal,
1969-1971. Pág. 51-53
88

yuca tan esponjosa y sabrosa como un pan,


ají con huevo "cocido", aguardiente anisado
y guarapo en grandes totumas, dentro de las
cuales había otras pequeñas para que cada
uno se sirviera.

Culminada la comida, todos se fueron a un


caney a ingerir licores y a oír a los más
"dicharacheros" y memoristas. Esos hombres
rudos e ingenuos, empleando su lenguaje
rústico y ademanes dramáticos, se
transformaban en narradores que con "pelos
y señales" seducían a todos los presentes al
relatar el peregrinar expiatorio de los
espantos más populares de Piedecuesta como
eran: el ánima sola, la llorona, la mechuda,
el ahorcado, La Luz del Limonal, el
descabezado, la mula coja, el pescador, la
manta, entre otras.

Cuando el ambiente se recargó de una


tenebrosa sensación de temor y silencio, se
cambió el plan y los músicos empezaron a
interpretar sus tiples y bandolas, mientras
que los copleros cantaban, a ritmo de
torbellino.
89

Uno de los más viejos dejó de cantar y quedó


pasmado. El resto de la peonada impactada
por lo que sucedía también quedó quieta,
rígida. Tiples, bandolas y gargantas
enmudecieron y todos se santiguaron a la
vez, mientras buscaban algo entre las
sombras de la noche. El aire y sus extrañas
sensaciones y sonidos avivaban el miedo, el
pavor que todos sentían.

Las mujeres que pudieron levantarse


corrieron a sus dormitorios a rezar el Santo
Dios. Las que criaban niños los tomaron en
sus brazos como escudos humanos, pues una
criatura es "una contra" angelical y los
espíritus malignos no se atreven con el que
los alce. Silvestre y los demás forasteros
quedaron privados, sentían la lengua tan
dormida como si la hubieran picado diez
alacranes. Unos y otros se apretujaron para
darse valor.

El viejo que se percató, les preguntó:


- ¿Oyeron al Silbón?
- Sí. Pero viene muy lejos porque se
oye muy duro. Ya se aproxima. Su
silbido es más débil. Más... y más. Está
90

ahora muy cerca. ¿No les da olor a


azufre, a demonio? - Le contestó otro.

En ese momento empezaron a oír una


"chirriazón" de huesos e instantes después el
piso tembló al caerse súbitamente un saco de
restos humanos. Huesos y osamentas que se
esparcieron sobre la grama fuera del caney,
produciendo una fetidez tan insoportable
como el infierno, como el diablo mismo.

Los más guapos hicieron un círculo


alrededor de la osamenta y empezaron a
cantar: "Santo Dios, Santo Fuerte, Santo
Inmortal: por Jesús, María y José, líbranos
de todo mal". Desde sus aposentos las
mujeres gritaban: ¡Señor perdónalo! ¡Que
Dios lo saque de penas y lo lleve a descansar!

El miedo que invadía a los presentes se


evidenciaba en una extraña sensación de frío
que experimentaban por igual, a pesar de
todo el guarapo y el anisado que habían
“jartado”. Temblaban. Tres viejas quemaron
ramo bendecido el día de la Candelaria, con
el que se acostumbraba a desterrar los
espantos y las tempestades.
91

Silvestre, "haciendo de tripas corazón", sacó


su medallita de oro, bendecida con agua
bendita en la pila del bautisterio, se la colocó
sobre la lengua y enfrentó al Silbón diciendo:
-De parte de Dios o del diablo, ¿qué quieres?

Con una voz de ultratumba, igual que un


silbido ronco y lastimero el viento contestó: -
Recen mucho por mí. Estoy pagando lo que
hice en vida-. Y calló.

Después escucharon un crujir estrepitoso


entre los huesos, un rechinar de dientes que
les puso los pelos de punta, y finalmente, un
silbido prolongado, pero apagado. Luego
otros, más y más fuertes, hasta que el último
retumbó en el vacío. Ya se había marchado,
estaba lejísimos.

Sin ánimo de seguir la fiesta, todos se


congregaron a orar por esa alma pérdida; por
esa alma errante que mientras estuvo en vida
mató a tantos seres, cuyos esqueletos llevaba
a cuestas, atados a su cuello. Solo
descansaría de su tortuosa carga hasta que el
de "allá arriba" se apiadara de ella.
92

Mientras los peones y sus mujeres rezaban


con convicción, la "curandera" de la
hacienda hizo un sahumerio de incienso,
mirra, estoraque y malva, único capaz de
acabar con las plagas y alejar a los espíritus
malignos que los acechaban.

Las leyendas de esos años pasaron de los labios de los


padres y abuelos a las de los jóvenes que se dedicaron a
divulgarlas en sus crónicas y relatos periodísticos. Y
aunque se consideraban un legado ingenuo y sencillo de
antepasados incultos y supersticiones, miembros de las
sociedades rurales decimonónicas, solo quienes las
padecieron podían asegurar que sus creencias solo
podían explicar por la presencia de seres del "más allá"
entre las aldeas y campos lejanos.

Otras leyendas piedecuestanas que relacionaban los


ruidos y fuerzas del viento con seres tenebrosos han
sido la “cueva del diablo” y “el gritón” en Umpalá, asi
como la leyenda urbana “La bruja silbona”- A los
cuales se suman otros fenómenos que alteraban la
“campana del diablo” o la “lámpara de petróleo”.
93

LOS TUNJOS DE LA CANTERA13

Riverita y Don Vicente se deleitaban


contando a sus amigos periodistas de otras
ciudades y provincias los cuentos e
historietas de su tierra natal, algunos
tenebrosos, otros fantásticos y divertidos
como los que se referían a Pedro Rimalas.
Un personaje que era el terror de las
muchachas bonitas, casadas y solteras, quien
cometió tantas pilatunas que su nombre y
gestas “varoniles” hicieron parte de las
historias contadas a los mozuelos, de
generación en generación.

A diferencia de los relatos sobre espantos y


seres terroríficos de la noche, existen
creaturas que vienen del "más allá", de
regiones ignotas, dispuestas a ayudar y
beneficiar a los seres que esperan una ayuda
adicional ante sus desgracias o pobreza.

Silvestre fue campesino hasta que alcanzó la


adultez. Sus padres apenas poseían un
13
Historia híbrida adaptada del libro de: José del Carmen Rivera
Mejía. “Los tunjos de oro”. En: Vanguardia Liberal. Leyenda
Popular Santandereana. Bucaramanga: Ed. Vanguardia Liberal,
1969-1971. Pág. 53-59
94

campito que no daba ni para “morirse de


hambre”. Tenían que trabajar papá, mamá,
hermana soltera e hijo mayor. De día
permanecía inclinado sobre el surco,
sudando a más no poder, Al anochecer, en el
corredor de la casa pajiza, miraba las
estrellas y divagaba.

Cuando Silvestre se quejaba de la pobreza


familiar, su padre hablaba de pactos con el
diablo, de venderle el alma por cinco
millones de pesos, una cifra astronómica a
inicios del siglo XX, o de pedirle la moneda
"conjurada" que se daba en pago y luego
regresaba al bolsillo de su dueño, con todo el
dinero que encontraba en su camino. La
madre le hacía una cruz y airada le gritaba:
"Jesús en Cruz: Detén la lengua a este
"alepruz".

La abuela de Silvestre, quien conocía


muchos cuentos, historias y leyendas sobre
cómo enriquecerse, sin nunca dejar de ser
pobre, le hablaba de la "varita de la virtud"
que era fuente inagotable de dinero. El que la
poseía, no tenía que trabajar y, en cambio,
realizaba en un día la tarea de cien hombres
y ganar por ellos.
95

Si desyerbaba, le bastaba situarse al borde del


surco, impulsar la varita y lanzarla con todas
sus fuerzas, mientras decía: "varita, varita:
por la virtud que tú tienes y la que Dios te ha
dado, desyerba hasta donde caigas". Y la
extensión quedaba limpia de malezas. La
misma operación hacía si estaba talando
bosques, abriendo carreteras, recogiendo
cosechas o sembrando plantas. Pero para
encontrarla era necesario seguir la ruta de los
Reyes Magos.

La obsesión de Silvestre eran los bienes


materiales, la prosperidad, aprender, tener
poder y fortuna: ser grande. Estaba
convencido que los ricos eran cosa del otro
mundo. Preocupada por esa obsesión y sin
resignarse a la pobreza que había heredado
de sus ancestros, le aconsejo trabajar mucho
y ahorrar más, o buscarse su propio tunjo de
oro.

La madre le contó que los tunjos eran unos


muñecos de oro macizo, pero vivientes, que
representaban a los caciques, guerreros y
hechiceros indígenas. Por lo general se
encontraban enterrados donde habían
96

existido pueblos indígenas antes de la


conquista de los europeos. Su estatura podía
llegar a ser entre cincuenta y sesenta
centímetros, tenían cabellos dorados y se
confundían con los rayos del sol en el
crepúsculo.

En las mañanas espléndidas, luminosas,


salían a las playas de los remansos, al borde
de los aljibes y de los estanques, a juguetear.
Se dejaban arrastrar de la corriente mansa,
cantaban como jilgueros, pero al menor
ruido desaparecían, se esfumaban como
sagaz animal silvestre.

También se les había visto en los nacimientos


del arco iris, símbolo de alianza entre Dios y
el hombre; en los filos de las sierras y de las
altas lomas; en los claros de los bosques,
donde nacían los manantiales, al principio y
al término de esos senderitos que parece
conducen al cielo; en el centro de esos
castillos que forma el agua en los cerros sin
vegetación; en fin, donde el paisaje les
conectaba con sus divinidades prehispánicas.

Su madre los había visto en el amanecer de


un Viernes Santo. Solo ella sabía que
97

aparecían en la parte más alta de la Loma de


la Cantera. Ella los vio durante algunos
segundos y luego desaparecieron, absorbidos
por los últimos destellos de la aurora.

Otros campesinos que los habían visto y


seguido también decían que se revelaban solo
durante los días de la semana mayor. Solo
salían de sus escondites a dolerse de las
flaquezas humanas y a adorar al humilde
Cristo en sus horas de pasión, muerte y
desenclavamiento en los lugares de mayor
fervor.

Ella le manifestó que solo las almas humildes


y buenas podían verlos y merecerlos. Luego
le reveló el secreto para retenerlos y las
instrucciones para no dejar de ser rico.
Cumplidos los diecinueve años decidió
convertirse en arriero para poder ir hasta los
antiguos asentamientos indígenas en su
búsqueda.

Sin embargo, para ese tiempo ese era un


oficio desplazado por los barcos de vapor,
ferrocarriles y camiones. Solo seguía siendo
útil y rentable por los caminos de piedra de
tiempos inmemoriales, motivo por el cual
98

terminó en la ruta que del Socorro llegaba


hasta Puerto Santos, cargando “oro blanco”:
el azúcar de terrón, tan blanca y exquisita
como codiciada.

Al grito de "arre, berriondas mulas del


diablo" recorrió muchos caminos azarosos
entre las antiguas etnias forjadoras de oro,
entre hondonadas y riscos, pero nunca vio ni
encontró nada a pesar de guiar las recuas por
los sitios que creía más propicios. Infinidad
de veces durmió en campo raso y al
anochecer, lo mismo que al amanecer, fijaba
su vista en los altos cerros, en las riberas de
los ríos, en los pueblos arrasados.

Al morir su padre, regreso a su "campito", y


desde allí, desde el mismo lugar donde se
había ubicado su madre, observaba mañana,
tarde y noche hacia el caballete de la Loma
de la Cantera en busca de los seres
iluminados por el sol.

Dos años después, en la tarde de un Viernes


Santo subió a la Loma de la Cantera y se
escondió tras una piedra, estratégicamente
situada frente al caballete del cerro. Hacia el
oriente se escuchaba que en la iglesia todos
99

rezaban y se oía el ruido de las matracas en


plena procesión sepulcral. Silvestre no dejaba
de espiar, sus ojos se secaban al contemplar a
todos lados. Las matracas y campanas
anunciaron la muerte de Jesús, pero nada
sucedió.

A las cinco y media de la tarde mientras se


realizaba el desenclavamiento en el atrio
parroquial y llegaban las últimas luces del
día, aparecieron una pequeñas criaturas,
rubias y juguetonas. Eran cuatro y a través de
sus cuerpos atravesaban los hilos del sol
poniente. Sigilosamente dejó de estar
arrodillado, esperó a que se distrajeran
jugando y se les acercó en suspenso,
conteniendo la respiración.

Siguiendo las instrucciones de su mamá, ya


había orinado sobre su mano izquierda y
procedió a lanzares una "manotada" de orina
caliente a esos muñecos. Solo uno fue
alcanzado, cayó y se desmayó. Los otros al
no ser mojados se evaporaron, como
"tragados por la tierra".

Como el preciado y anhelado tesoro que era,


Silvestre lo recogió con el mayor cuidado,
100

corrió hasta su casa solitaria aprovechando


que todos estaban en la iglesia y procedió a
demostrar su señorío sobre el mismo. Lo
alimentó dándole una pequeña ración de oro
y bronce, único sustento que recibían.

Lo alojó en un baúl de cedro, forrado en su


interior con pana amarilla, dentro del cual
tenía una moneda de plata marcada con "un
rial" y grabada en su centro con una cruz de
oro. Moneda bendecida desde el miércoles
de ceniza y con la que ataría al tunjo a ese
hogar terreno como a ese amo codicioso a
perpetuidad.

Para resguardar su secreto, esperaba que su


madre fuese al mercado, dos veces por
semana, abría el baúl, acariciaba el muñeco,
le pasaba de pies a cabeza la moneda
bendita, lo mojaba con orines, le hablaba
para escuchar su voz celestial, así como en
cada cambio de luna le daba una minúscula
ración de de oro y bronce.

En compensación a sus atenciones, cada luna


llena al abrir el baúl veía con regocijo que ya
había "escamado". Dejaba caer sobre la pana
escamas cuajadas y brillantes de oro puro, de
101

veinticuatro quilates, que en total pesaban


más de libra y media. A Silvestre le resultaba
más agradable ese regalo del tunjo que la
manera como obtenían oro los que tenían
otros tunjos, quienes debían esperar a que
defecar para recoger sus excrementos
dorados o que orinara para recolectar el oro
líquido.

Para disfrutar esa riqueza sin despertar


sospechas, se hizo un comerciante
prestigioso. Vendía el oro en el Socorro, San
Gil y Bucaramanga, a la par de encargarse
del intercambio de mercancías entre sus
clientes a menores precios, aprovechando su
experticia como arriero, obteniendo con esas
operaciones altos rendimientos. Cada siete
días volvía al hogar materno, alimentaba su
tesoro y recogía la "cosecha" que se generaba
con cada luna llena.

En la medida que acrecentaba su bonanza, el


porvenir le sonreía y sus nuevos amigos lo
adulaban, engañaban o explotaban. Por sus
excesos el tunjo le increpaba:
- ¡Vas por mal camino, sepárate de él.
Los amigos son buenos, pero de lejos,
por tener el gusto de encontrarlos de
102

vez en cuando. Todos te adularán


hasta que puedas dar, si eres rico; si
pobre, hasta que seas útil; si influyente,
hasta que empieces el descenso. Sé
sencillo y aprovecha porque: "de donde
se saca y no se echa, aunque sea larga
la cosecha!

Consejos de un ser proveniente de un país


desconocido, del país de los encantos, las
gemas y el oro. Cuya especie estaba
condenada a pagar los desmanes cometidos
por la avaricia y codicia de su rey. Para tal
fin, estaban obligados a recorrer el mundo
terrestre para endulzar la vida de alguien
humilde durante un tiempo.

En la agonía de muerte de su madre, al no


ser posible salvarla pagando a los mejores
médicos y tratamientos, comprobando que el
dinero no podía asegurar la felicidad ni la
vida, recibió una reprimenda semejante a la
del tunjo al tener que escucharle:
-¡Te ha ido muy bien. Parece como si
hubieras encontrado un Tunjo de Oro.
Y te irá mejor si en lo sucesivo eres
humilde de corazón, sencillo de alma.
103

El hombre debe ser: "ni tan bueno


como Dios, ni tan malo como diablo!

Harto de esos reproches abandonó los


cuidados que daba al muñeco, dejó caer en
ruinas al hogar materno. Arruinado y
desmoralizado después de una vida de
derroche, a la medianoche de cierto día con
luna llena volvió en busca del tunjo. A falta
de escamas estaba dispuesto a destruirlo y
fragmentar en partes las 18 libras de oro
macizo que pesaba. Ebrio y lleno de rabia
sintió odio por la codicia que le despertaba,
le profirió groserías, lo abofeteó y decidió
sacarlo de su reclusión para descuartizarlo.

El ser dorado lo miró triste, sin rencor. Dejó


caer dos espesas lágrimas que se
transformaron en diamantes puros y le pidió
conservarlas porque ellas otorgaban una
riqueza mayor que el oro: curaban las
enfermedades del alma y del cuerpo,
ganando así merecidos e incrementando sin
reproche sus ganancias.

Alejado de la moneda en cruz de oro que lo


retenía en el mundo terrenal y sin estar
mojado por la orina del confeso Silvestre que
104

lo paralizaba, se despidió de su amo y


desapareció como una aureola que se
esfuma. Lo último que dijo fue: "Así paga el
diablo a quien bien le sirve". La mente de
Silvestre se despejó y optó por seguir el único
camino de riqueza verdadera que le había
recomendado su madre: “trabajar mucho y
ahorrar más”.

De acuerdo con Riverita, relatos como el de los


tunjos ocultos debajo d la virgen de la Cantera
recordaban que los espantos, las brujas y los
duendes no pertenecen a la invención de nadie. Se
ven y se oyen por todas partes porque reflejan el
mal y sirven de escarmiento a los que cometen
faltas graves. Aunque los tunjos eran la
encarnación del bien. Aún hoy, las leyendas sobre
los primeros siguen produciendo miedo y desvelos
mientras que los relatos sobre los segundos
despiertan imaginación y anhelos de recompensas.
Quienes no tenían paciencia para esperar hasta
Semana Santa para hacerse millonarios, preferían
buscar guacas ocultas dentro de las gruesas paredes
de barro de las antiguas casonas o marchar hasta la
vereda San Isidro para descubrir las tres cargas de
oro que había ocultado Carriazo. Otros, se iban
hasta El Reventón para buscar debajo de la
osamenta de un entierro dos baúles cargados con
monedas de oro, cuyos vahos dejaban ciego a quien
no los dejaba “respirar” durante suficiente tiempo.
105

DUENDE DEL SALTO14

El salto. Todo duende tiene una cueva, cada


cueva está cerca al agua y dentro de ella se
encuentran filones de oro, guacas indígenas o
un gran tesoro dorado, acumulado durante
siglos.

Los saltos de agua que se formaron en las


estribaciones occidentales de la mesa de
Géridas (o de los Santos) contaban en su
base con una caverna profunda que se
extendía hasta lugares recónditos en el centro
de la tierra. Así era en la cascada de San
Javier, en la del Mico como en la del
Duende, hasta antes de lo que va a ser
relatado.

El duende que decidió ocultarse en el salto y


cañón que formaba la quebrada el Roble era
un ángel caído quien había estado encargado
de tocar el arpa en el cielo, siendo expulsado
por su envidia y codicia, así como por su
14
Leyenda híbrida que integra diferentes versiones sobre el mismo
relato a partir de los escritos de Vicente Arenas Mantilla, Luis
Enrique Figueroa, Germán Valenzuela, Asdrúbal Blanco, el blog
literario de la Escuela El Duende de Piedecuesta (2013) y
vivencias personales del autor-editor.
106

ambigüedad al no apoyar a Dios ni al Diablo


en sus luchas por el dominio del poder
creador. Castigado a vivir como los mortales,
permanecía dichoso porque su caverna se
encontraba debajo de una temida e
inaccesible caída de agua.

Hasta allí no se podía llegar por tierra y los


que lo hacían eran aquellos que había
decidido lanzarse de la piedra de sacrificios
que se encontraba en lo más alto de uno de
los costados del salto. Competían así en
belleza y velocidad con las gotas de agua que
también disfrutaban de la bella caída, antes
de ser golpeadas y esparcidas por las
inamovibles y filosas lajas, asentadas en el
fondo.

La caverna del duende siempre permanecía


oculta a los ojos de todos los seres mundanos
y solo en las épocas de sequía se atrevían
entrar a ella las aves ciegas, los reptiles en
busca de humedad, niños perdidos o
abandonados en los caminos cercanos,
doncellas solteras de las fincas vecinas que
eran seducidas y encantadas por el duende a
seguirle mientras tocaba el tiple, así como
manadas de murciélagos blancos y negros
107

que reclamaban su dominio sobre las


profundidades de los acantilados andinos.

A cambio de permitirles el ingreso, los


‘guañuces’ y cuervos más oscuros y
horrendos se lanzaban en picada desde los
riscos del salto para atacar a todo aquel
extraño que intentara internarse en la
estrecha entrada a la caverna. De noche, la
seguridad la prestaban los agresivos vampiros
que habitaban lo más alto de los muros
interiores, quienes con sus colmillos afilados,
chillidos desesperados, ojos rojos y pelajes
blanquecinos se lanzaban en manada contra
cualquier amenaza para contenerla con su
vuelo bajo, roces hirientes o batir de alas
atemorizante.

Los pueblos indígenas que vivían en la


altiplanicie o junto el río Saravita también
aprovechaban esa época de sequía para
visitar a sus muertos ocultos en cuevas
cercanas a la gran caverna, así como le
llevaban presentes de oro y piedras preciosas
a su “Muki” para que cuidará los restos de
sus seres queridos, así como para que les
garantizara alimento y seguridad como
dueños de sus hogares al ser considerado y
108

tratado como una de sus divinidades


menores (o ‘pequeñas’).

Se decía por los más viejos que el cacique


mayor de los guanes hacía su propia
peregrinación hasta allí, arrojando desde la
piedra de sacrificios las mejores joyas y
objetos ceremoniales que elaboraban y le
entregaban como tributo sus orfebres.

El bondadoso y hospitalario Muki tenía su


propia fama y no necesitaba competir por la
atención o culto que los humanos profesaban
a otros semidioses andinos. Su afán por
custodiar su inacabada caverna no le
permitían pavonear de su edad y hermosura
como hacía Chisgarabís. No se preocupaba
por siempre estar custodiando la caverna o
extrayendo los metales que brotaban de los
filones de las paredes de sus dominios como
le sucedía a Zascandìl. Tampoco tenía que
aparentar ser un niño abandonado para ser
atendido y mimado como le sucedía al
juguetón Tuy.

El equilibrio entre los seres mortales que


vivían sobre la mesa de Géridas y quienes
resguardaban las profundidades de su
109

subsuelo se mantuvo así hasta la llegada de


los seres “come oro” venidos de oriente, con
sus cabellos dorados, sus pieles de plata y sus
ojos brillantes como piedras preciosas
sacadas de las entrañas de la madre tierra.

Hasta entonces Muki no había necesitado


enfrentarse ni arrebatar los tesoros de los
humanos porque todo el oro que necesitaba
lo recibía como regalo, y cuando quería más,
lo tomaba en su calidad de eterno protector
de las tumbas que estaban bajo tierra, en
abrigos rocosos inaccesibles o entre cuevas
selladas con sumo cuidado.

Solo hasta que los seres barbudos y sus


brazos que cortaban carnes y arrojaban
ráfagas de fuego empezaron a acercarse a la
caverna, rodeando las cuevas protegidas
descendiendo por la Purnia y la Esperanza o
buscando cualquier indicio de oro debajo de
cada una de las piedras que descendían
lentamente hacía el Saravita, Muki se sintió
amenazado. Su condición de duende, es
decir de dueño de su casa y dominador de lo
en ella guardado, le obligaron a actuar con
violencia.
110

Al llegar los extraños a la entrada de su


refugio, subió por los pasadizos internos de
la montaña y rompió el dique natural que
regulaba el flujo de agua del salto,
propiciando una inesperada avalancha que
arrastró a los codiciosos extraños. Al
descender con lazos, guiados por los
indígenas torturados a revelar el lugar donde
hacían sus pagamentos, Muki saltó de grieta
en grieta hasta uno de los bordes del
acantilado y golpeó tan fuerte el suelo que
propició un desprendimiento de rocas
inmensas que arrastró a los malvados y
preservó la entrada de todo intruso armado.
En su afán de conservar sus riquezas, no
pudo hacer lo mismo con las demás cuevas
fúnebres que estaban a su cargo, al ser
descubiertas, penetradas y desocupadas por
conquistadores, arqueólogos y guaqueros.

Oculto tras el arco iris que se formaba en la


entrada de su caverna, Muki observó con
nostalgia que los indígenas que protegían su
existencia y continuaban lanzándole
ofrendas desde lo alto del salto, fueron
obligados a marcharse a otros pueblos en
busca del preciado oro.
111

No pudo resistir los chillidos de las indias


guaqueras y lavadoras de oro quienes daban
a luz a los hijos resultantes de los amoríos o
las violaciones de los invasores, cuyos
vástagos sobrevivientes fueron criados en el
temor a Dios, la defensa de los cristianos
viejos y la erradicación de toda superstición
encontrando y transformado las ofrendas y
objetos sagrados enterrados con los
indígenas.

Alrededor del salto y a través de los caminos


que llevaban hasta el cauce de la quebrada el
Roble, esos mestizos aprendieron a cazar y
dominar todos los recursos como seres
capaces de tomar, poseer y transformar todo
aquello obtenido en nombre de la soberana
majestad de su Rey.

Las riquezas y comodidades del pasado


dejaron de existir. La tala de árboles en la
cima del salto redujo el caudal del agua, los
animales excepcionales se agotaron y el
ruido incesante de caballos y animales de
corral le obligaron a ocultarse en lo más
profundo de su reino al ser maltratado
cuando se acercaba a acariciarlos.
112

Cuando decidía salir de noche en busca de la


soledad y el silencio del pasado era
ensordecido por el llanto y los quejidos
incesantes de indias y mestizas con su pelo
suelto sobre la frente, que sin rumbo fijo
andaban y desandaban hasta la base del salto
reclamando a sus hijitos perdidos en las
minas, ahogados en el paso de los ríos,
arrojados al vacío o extraviados entre
caminos peligrosos. Niños cuyas almas
impuras daban origen a nuevos duendes.

Tampoco pudo ser indiferente a las


detonaciones y gritos de guerra que se
elevaban al ser arrojadas balas de cañón al
vacío de su hogar, antes de ser disparadas
entre sí por los ejércitos, que por diferentes
razones pernoctaban cerca de su hogar.

Sus desgracias se acrecentaban cuando al


escalar a la cima del salto se encontraba con
brujas blancas, ataviadas con túnicas
profanas, quienes desde la piedra de los
sacrificios o entre las lajas que quedaban
entre la primera y segunda cascada hacían
ofrendas a espíritus malignos, invocaban a
seres infernales y pagaban sus ofrendas ya no
con oro sino con pagamentos sexuales, su
113

sangre o la de seres inocentes. Especialmente


los niños no bautizados a quienes raptaban al
adoptar la forma de “chulos” o chivos negros

Ofendido por su presencia, les lanzaba sal,


las perseguía y hacía huir hacia el “Hoyo de
las ranas” de donde nadie había podido salir,
excepto las brujas que juraban respeto y
lealtad a Muki. Quienes se negaban a
rendirle obediencia y sumisión eran
acosadas, maltratadas, empujadas y
obligadas a entregar su existencia al “buen
amigo” al caer de manera suicida al vacío.

Hasta nuestros días, con cada luna llena,


muchos otros han pensado, deseado o
concretado ofrendar su vida en sacrificio a
uno de los expulsados del cielo. Quedando
para la posteridad de todos esos suicidas una
enorme banca de madera, que se
descompondrá con el tiempo, para que
quienes miren el salto de occidente a oriente,
busquen con cada atardecer el alma agobiada
de una amada hija llegada desde la capital
que se entregó en sacrificio a los seres del
más allá. Lanzándose una tarde y sin
ceremonial desde la piedra que introduce sus
fauces en la inmensidad del cañón.
114

Muki no había visto caer y destrozarse tantos


desesperados de lo alto del salto, desde
aquellos años en que los indígenas guane que
le confiaban sus muertos y pedían su
custodia, decidieron lanzarse con sus
familias al vacío desesperados por la
persecución de los demonios galopantes que
cortaban sus carnes y perforaban con fuego
usando sus largo brazos al negarse a darles
sus ornamentos de oro. Al preferir servir a
los seres del infierno y no vivir un infierno
como indios encomendados de los veleños.

Como todo duende, su pasatiempo favorito


era encantar doncellas solteras para
ocultarlas en lo más profundo de su caverna.
Aquellas que se resistían, Muki las
atormentaba en sus momentos de intimidad
o cuando estaban con sus pretendientes, así
como les recordaba su presencia lanzándoles
piedras y terrones. Golpeaba sus ventanales y
puertas mientras dormían, alteraba los
sabores de los platos que se les ponían en la
mesa, provocaban ruidos y sombras
misteriosas desde la medianoche, y en fin, les
hacía entender su interés por ellas con los
actos más crueles y posesivos conocidos.
115

Cuando las veía pasar, saltaba de cueva en


cueva, de peña en peña, de rama en rama,
para acosarlas silbándoles y susurrándoles al
oído, así como dejaba ver en ocasiones sus
deformes y verdosas facciones para logar
imponer su encanto. Motivo por el cual, los
sacerdotes al conocer el influjo demoniaco a
sus parroquianas aconsejaban destruir todos
los muñecos que recibían como regalos al ser
fuente propicia para ser poseídos y
permanecer los duendes en las casas, pedían
permiso a la curía para exorcizar sus cuerpos
y ordenaban ser bañadas en “agua bendita”.

Sus bromas y actitudes despectivas fueron


insoportables especialmente para las
mucamas y campesinas que vivían cerca al
salto. Es de lo único que acuerdan los
vecinos del caído, a inicios del siglo XXI. A
falta de agua limpia en otros lugares, ellas
llegaban hasta la quebrada antes de
convertirse en cascada, o en los alrededores
de las lajas del hoyo a lavar las prendas de
sus familias; a lavar sus cuerpos sudados por
el ajetreo del día para correr el humo y la sal
evaporada en las cocinas de leña.
116

El bromista acostumbraba a ocultar el jabón


o el cepillo, empujaba la taza de sacar agua
al caudal para que se fuera al vacío, enredaba
la ropa blanca con la de colores, arrugaba las
prendas húmedas mientras se secaba sobre
los helechales, y en el peor de los casos, se
llevaba consigo las prendas íntimas de las
que más pretendía, a modo de fetiche.

Hartas del maltrato y el acoso del incómodo


fisgón, las mujeres pidieron a sus padres,
autoridades y demás propietarios de la
comunidad que hicieron algo para no tener
que salir huyendo para la ciudad, hasta
donde no llegaba su influjo. Los más viejos
recordaron que la mejor forma de
apaciguarlo y mantenerlo alejado en su
caverna era llevarle música de cuerdas al
atardecer, motivo por el cual se hicieron
populares los paseos con tiplistas, arpistas,
violinistas y serenateros, cada fin de semana.
La música andina tuvo su momento de
mayor fama junto al “Salto del duende”.

Otros más radicales propusieron exorcizar la


mesa, con ayuda de “los santos” que la
custodiaban, al acordar construir en la cima
del salto, en el sentido oriente a occidente, y
117

mirando frente a las cascadas, un monasterio


de clausura. Desde allí se debían irradiar las
plegarias de los monjes novicios y los
conjuros de los exorcistas más viejos y
experimentados, manteniendo así al duende
dentro de su caverna. La financiación y las
obras iniciaron con celeridad.

Sin embargo, Muki al ser conocedor de la


lucha que habían tenido sus hermanos de
Irlanda contra San Patricio, decidió emplear
iguales artimañas. Ocultó las herramientas e
insumos de los trabajadores, alteró la
contabilidad y presupuestos de los
ingenieros, hablo al oído en medio de sus
sueños a los gobernantes y frailes para
convencerlos de que no debían autorizar ni
financiar más esas obras, quienes deseaban
orar frente al primer altar los incomodaba o
desordenaba los objetos de culto y, fue muy
precavido en no dejarse ver ni atrapar por los
monjes o los presbíteros que fueron enviados
para encararlo y exorcizarlo, en nombre de
quien lo expulsó del cielo.

Sus acciones surtieron efecto esperado.


Tiempo después el edificio construido no fue
usado como monasterio, ni como hotel ni
118

como nada. Para calmar su deseo de hacer


daño, se decidió sembrar huertas de vida
dentro los muros de la construcción ante lo
cual el duende no podía hacer otra cosa que
dejar crecer las semillas y germinar grandes
frutos.

También se acordó pacificar su espíritu


infantil con las risas y juegos de otros niños.
Para ello se construyó junto al monasterio
estropeado por Muki, una institución
educativa rural llamada paradójicamente
como la Escuela de “El Duende”.

Institución que solo funciona con el radiante


sol de la mañana para que estudiantes y
profesores no sean maltratados ni
incomodados en sus actividades, juegos ni en
sus sueños al atardecer. Así mismo, prefieren
no mencionar su nombre ni escribir relatos o
leyendas sobre sus historias y travesuras.
Cuando se debe estudiar mitos y leyendas se
recurre al distante folclore antioqueño.

No obstante, algunos niños han escuchado


mientras duermen una voz infantil que les
susurra que entre las cuevas y cavernas
ocultas del salto hay objetos maravillosos, de
119

los cuales dicen haber visto flores mágicas,


niños encantados, baúles dorados o flautas
encantadoras propias del país de los duendes.

El duende. Solitario y perseguido por los


humanos de todos los tiempos, tan solo el
tintinar de sus monedas y objetos de oro
calmaban las penas del Muki y lo distraían
del ruido mundanal, al igual que un simple
cascabel tranquilizaba a un bebé molesto.

Algunos combatientes heroicos, dueños y


señores de las estancias que rodeaban al salto
como recompensa por sus acciones en
nombre de la República, en épocas de receso
laboral como la cuaresma y la natividad,
optaban por salir de cacería llegando hasta la
base de cada uno de los saltos de la meseta
para esperar con paciencia la llegada de
venados, osos, tigres y demás piezas de caza
que se asentaban allí en busca de agua fresca,
crías recientes y pastos tiernos.

Uno de esos cazadores al seguir el rastro de


un tinajo enorme, con más de una arroba de
peso, encontró por accidente la entrada
oculta y prohibida a la caverna del duende.
El cuadrúpedo había decidió ser devorado
120

por el Muki y no sufrir una agonía dolorosa


por los perdigones del arma de fuego. Pedro
N. era un galo que había siempre gozado de
todas las comodidades, conocía de las cuevas
de la región al ser dueño de una de oro y
piedras preciosas en la Purnia, así como
contaba con los ahorros suficientes para
llegar a la vejez sin necesidades.

Como los demás vecinos del salto, sus


recuerdos juveniles le evocaban los relatos de
un tesoro incuantificable que había protegido
y acumulado el duende dentro de la caverna
del salto desde el período de conquista, el
cual nadie había podido aún encontrar. Sabía
que estaba en riesgo su vida de ser
descubierto, por ello regresó en silencio a la
senda dejando una pequeña e indeleble
marca para orientarse.

Averiguó todo lo que se debía saber de los


duendes neogranadinos, se desveló
planeando la mejor manera de engañarlo sin
ser rasguñado o retenido. Cuando llegó el
solsticio, mes adorado por los semidioses
enanos, invocó la protección de la sangre
bendita de su Dios y el nombre de los santos
121

patrones antes de ingresar a la caverna con


sigilo.

Pisó donde habían dejado marcas animales


que ya habían recorrido la primera sala,
respiro al mismo tiempo que la caverna hacia
cambios en sus corrientes de aire, hasta que
accedió a una inmensa sala cuyas paredes
brillaban sin parar al estar formada por
filones de todos los metales y piedras
preciosas conocidas.

Impresionado por la cantidad de oro y


esmeraldas que decoraban el interior de la
caverna se fue introduciendo a una, otra y
otra sala hasta que perdió el rumbo y no
pudo regresar por sí solo. No le quedó otro
camino que seguir un rastro de cadáveres de
animales y de humanos petrificados que lo
introducían cada vez más al interior de la
caverna, llegando finalmente hasta al lugar
donde se producían los temblores que a
diario mantenían en zozobra a los humanos
que ocupaban la altiplanicie.

Oculto bajo un gigantesco gorro, vio a la


distancia en sus incesantes labores de
orfebrería al dueño de los tesoros quien
122

revisaba, reparaba y guardaba en una enorme


olla de barro sus joyas más preciosas,
delicadas y sofisticadas. Cansado y nervioso,
el cazador se golpeó contra algunos bultos
dorados que llamaron la atención del
duende, quien usando su poder de
invisibilidad lo rodeó, dominó y encerró
desnudo en una celda formada por
monumentales estalactitas y estalagmitas.

A Muki no le extrañaba su presencia, no era


el primero que había osado entrar a sus
dominios. Con una voz resonante y tan
desgarrada como la de un jaguar herido le
dijo:
- ¡No debió entrar, Usted me ofendido
suficiente cuando marcó la entrada!
- ¡Pero si aquí entran las brujas de su
cofradía, los niños perdidos y las
campesinas vírgenes que se roba de
nuestras haciendas!, le replicó el
atemorizado prisionero.
- ¡Las brujas van y vienen cuando
quieren, los niñitos al crecer los
devuelvo al mundo sin recordar dónde
han estado y las doncellas…ellas son
mías hasta que me ofrendan su virtud
123

sobre un lecho de diamantes y


esmeraldas que les tengo!

- ¡Ja! ¿Y qué de su familia, de sus seres


queridos, de las cosas que deseaban
para su vida? Le cuestionó el cazador,
mientras el duende se acercaba
saltando.
- ¡Aquí no les falta nada! Les he dejado
usar las mejores joyas y ropas de seda
que tengo guardadas. Las he
alimentado, sin que lo sepan, con leche
de sapo y menudencias de culebra, con
las que llegan a vivir durante años sin
dolores ni molestias.
- Si es así, ¿dónde están? Mientras he
estado merodeando no he escuchado
los cantos celestiales que decían los
cazadores de antes que se escuchaban
hace muchos años…. ¿no será que
después de apoderarse de su inocencia,
se apropia de sus almas hasta que
termina por consumir lo más duro de
sus carnes? ¿Me negará acaso que
todos esos cadáveres con los que
choqué no son los cuerpos endurecidos
de esas inocentes ilusas?
124

El duende bajo su cabeza y regresó hasta su


tinaja repleta de oro. Llenó sus garras y dejó
caer las piezas que produjeron el tintineo
característico que calmó sus ánimos y le
produjo melancolía. Para concluir tan
molesta conversación decidió decir:
- ¡La vida de los humanos no es tan
larga ni duradera como los tesoros,
metales y piedras preciosas que
acumulan por generaciones! Un
valiente cacique guane y todos los de
su familia me pidieron asilo y
protección cuando llegaron los
barbudos a caballo. Nunca les faltó
nada, nunca pudieron verlos, pero
poco a poco, uno a uno, fueron
enfermando y muriendo. Me pidió que
le ayudara y fui convirtiendo cada uno
de los miembros de su pueblo en
muñecos de oro.

- ¿E imagino que los protegió a cambio


de algo? Le replico el prisionero
mientras pateaba los insectos que
buscaban la sangre caliente de su
cuerpo para pincharlo.
- ¡Martufo me ofrendó la pureza de sus
doncellas. Luego, el trabajo de sus
125

mejores orfebres a quienes reduje al


tamaño de su nuevo amo; y por
último, los dulces cantares de sus
almas reunidas en uno de los alares de
esta caverna!
- O sea que es cierta esa vieja creencia
que hay cuatrocientos tunjos
sepultados bajo la ermita de La
Esperanza y que en la hora trágica de
cada viernes santo salen a pastar sus
rebaños dorados.
- ¡Eso Usted nunca lo podrá contar en
sano juicio! Saqué por entre un túnel a
los indios dorados y les di descanso
eterno al acostarlos en esa sala que ha
visto. Martufo hizo lo propio mientras
era torturado y decapitado por Don
Puno, el sanguinario encomendero de
Vélez. Maldijo con sus conjuros de
hechicero la entrada de todo europeo
codicioso a esta caverna. Como no
alcanzó a proteger sus rebaños, los
ocultó tras los rayos del sol, siendo solo
visibles durante la trágica muerte del
hijo del creador, año tras año, cuando
todo oscurece.
126

- Pero de ese relato también se dice que


hay una manera de poder entrar a este
lugar, sacar los muñecos de oro y
liberarnos de toda esta pesadilla
- ¡Solo son habladurías! Nadie ha
podido encontrar el hacha diabólica
con la que el viejo Puno decapitó al
cacique brujo. Y en caso de que algún
extranjero pudiera sacarla de donde la
tengo escondida, no le daría tiempo
para que pudiera abrir de par en par la
puerta y se apropiara de mis tunjos ni
de mis doncellas, perpetuadas como
sólidas muñequitas doradas
- ¡Deberá existir alguna forma! pensó
en voz alta el cazador.
- ¡Claro que la hay! pero usted no es
tan afortunado, falta mucho para el
triduo pascual. Solo cuando muere el
hijo de Dios se puede ver, agarrar y
hacer uso de esa hacha. Pero yo me he
dado la maña que los extranjeros que
están cerca de ella en esos momentos
se distraigan, queden encantados y
paralizados por dulces cantares de mis
doncellas que cantan al unísono con
las almas errantes del pueblo de
Martufo. ¡Nadie jamás pondrá en pie
127

esos tunjos ni sacaran de sus camitas


de filigrana en oro y plata a mis
amadas!

Solo y condenado a no poder revelar la


verdad acerca del duende, su hogar y
riquezas, el experimentado guerrero esperó
lo peor. No tenía nada valioso para negociar
su vida con el codicioso ángel caído. Con
cada respiró de aire que inhalaba el duende
sentía que perdía un poco de su vitalidad
humana.

Como viejo guerrero y patrón de seres


coléricos, se percató de la debilidad del
duende por un perro doméstico que había
recogido, sanado y domesticado después de
haber sido lanzado al vacío del salto solo por
haber nacido lisiado. Ese animal era tan
defectuoso, limitado y horrendo como los
pies torcidos o las manos en garra del enano
ensombrerado.

Envenenado por los vapores de la caverna y


las sustancias que emanaban de la forja de
Muki, en cierta ocasión en que ambos seres
solitarios salieron arrastrándose hasta la
entrada de la caverna para contemplar la
formación del arco iris y prevenir todo
128

intento de ingreso por parte de aquellos que


sabían que donde se forma el fenómeno
luminoso se encuentra un duende y su
tesoro, el prisionero siguió el rastro que
dejaron y esperó con sigilo a que retornaran
tranquilos a las profundidades de su hogar.

Las pepitas de oro que tragó, la penetración


de Muki en sus sueños como en su
respiración y los vapores venenosos que
inhaló el cazador al entrar en contacto con el
aire oxigenado de la cascada, le secaron
como un carbón su cerebro, permaneciendo
en cama como un vegetal deshidratado.

Demoró mucho tiempo así desde que fue


rescatado por los peones de su hacienda,
muy cerca a la desembocadura de la
quebrada en el río, hasta donde fue elevado
como pluma errante por su mismo captor.

Muki también se afectó con ese encuentro.


Sin dejar de llorar como bebé desconsolado
por una rabieta, los dientes le crecieron
mucho más largos y puntiagudos que antes.

No pudiendo estar seguro que su secreto se


mantendría a salvo, su furia y recriminación
129

fueron tan estrepitosas que con cada golpe


que dio a la tierra y las paredes de la caverna
se produjo un sismo descomunal que
derrumbó la totalidad del costado rocoso al
poniente del salto, formando una pared
vertical inaccesible y sin vida alguna. Así,
quedó sepultada para siempre toda
posibilidad de encontrar una entrada al
tesoro por parte de los aventureros codiciosos
o una salida para el avaro duende.

Desde entonces, la belleza del paisaje natural


y su caída de agua se han antepuesto al
interés de los visitantes extranjeros por ser
alarmados de la presencia del milenario
Muki y su codiciado tesoro, de quien se evita
mencionar o traer a la memoria para no
sacarlo de la celda natural que lo mantiene
aprisionado hasta el juicio final.

Tal vez sea por ello que profesores y


estudiantes de la vereda el duende, a través
de la página electrónica de su escuela,
expresen al mundo interconectado que lo que
se dice del duende del salto solo hace parte
de “una mística leyenda que va de boca en boca a
través de ancianos y niños divirtiendo a los que por
primera vez escuchan la historia”.
130
131

Relatos legendarios
de Piedecuesta
132

Contenido

El cerro encantando
El quijote piedecuestano
La visita del Libertador
Un ‘Libertador’ piedecuestano

El ‘Lutero’ de Santander
Batallas de Piedecuesta
Ingenio de los ingenios
Al “Pie de la Cuesta”
133

EL CERRO ENCANTADO15

“Fue en épocas muy lejanas,


en tiempos de la Conquista,
hermoso y gran cucharal
batido por fuerte brisa,
sombreaba altivo y triunfal
el gran valle de la Villa
del Cacho, en época tal,
de San Carlos en seguida
y más tarde Piedecuesta
mi alegre ciudad nativa.

Guardada entre cuatro cerros


como fortaleza antigua,
le da sus vientos el Sur,
el Oriente, su agua límpida,
y el Occidente el rumor
de sus aves cantarínas.

Raza de negro color


poblaba la antigua villa,
que alegraba un ruiseñor

15
Relato legendario tomado del libro de: Vicente Arenas Mantilla
(1960). Crónicas y romances. Bucaramanga: Imprenta del
Departamento. Pág. 435-437
134

de suave y grata mejilla,


hija del negro mandón
el don Bernardino Ardila,
que dominaba "El Zanjón",
y "Riolato" y "La Curtida",
igual cosa de "El Tirol",
y de "Mensulí" y "La Cidra".

Pero un día murió el mandón,


y subió Arnefo a la silla;
el indio más tenebroso
por su pujante lascivia,
quien se adueñó de Cantera,
la niña del negro Ardila
que cantando hacía olvidar
la pena más amarilla.

Arnefo, a muchos hirió,


y a otros sentenció a la hornilla;
mientras Cantera escapó
montada en la yegua Pinta,
y por "El Molino"
huyó hacia el alto de "Sevilla".

La tribu se dispersó,
y el indio ardiente de ira
a "La Cantera" subió
lleno de insana malicia,
135

y candela le prendió
al rancho del viejo Ardila.

Entre las llamas danzó,


cuentan leyendas antiguas,
aullando como un feroz
sucesor del cruel Atila
más de pronto un gran temblor
hizo estremecer la villa,
y entre el fuego arrasador
que iba subiendo a la cima,
se oyó un grito aterrador
y hubo lluvia de ceniza.

Y muchos hombres murieron,


y hubo pestes y rapiña,
porque Arnefo conjuró
herido en el alma misma,
el cerro que todos hoy
desde la plaza divisan,
y que en honor a la historia
lleva el nombre de la niña”.
136

EL QUIJOTE PIEDECUESTANO16

“El zipa, don Juan de Guarguatí, cacique de


los bravos de "Macaregua", patrono y
entrenador de las tribus de los "Tiros" y los
"Calaveras", cayó prisionero en manos de los
españoles, de las cuales logró escaparse
gracias a su destreza y picardía, cuando era
llevado cargado de crueles cadenas a
enseñar, como no lo hubiera hecho, la gruta
en donde se ocultaban sus caudales, sus
armas y sus pollonas.

Prófugo, en compañía de varios de los más


audaces y sanguinarios camaradas,
transpusieron en una memorable noche todo
su arsenal y su cuantiosa guaca, sus chatas y
sus ídolos, hacia los campamentos de Santa
Ángela, situados donde hoy se alza el
municipio de "Los Santos".

Lugar fértil para sus labranzas y de gran


privilegio para ellos, por las enormes minas
de cobre que aún subsisten, y cuyo metal

16
Relato legendario tomado del libro de: Vicente Arenas Mantilla
(1941). Estampas de mi tierra. Bucaramanga: Imprenta
Departamental. Pág. 140-144
137

empleaban para elaborar sus mortales lanzas


o arpones, que engastados en sus macanas y
envenenados con infernales extractos, fueron
el azote de los buscadores de oro.

Agregados a la tribu de los "Cachimbos", que


eran los de "Santa Angela", cuyo poderío y
bravura no eran menos asombrosos, fueron
conminados por "Caricachí" o Masuca su
jefe, a pagar en precio de sus vidas y de la
salvedad de sus tesoros, trabajando sin cesar
en el túnel de "El Clarinete", que mide
asombrosas longitudes, tenidas en cuenta por
sus dos bocas de salida situadas una en
"Chocoa" y otra en el cerro de Ruitoque,
sobre el valle de "Guatiguará", y que es
generalmente conocida con el nombre de "La
Cueva del Indio".

Largos años duró aquel infernal y


tormentoso trabajo, del cual sólo salieron con
vida a saludar a Pichy, como ellos llamaban
al sol, don Juan de Guarguatí, de cuyo
apellido se desprendió luego el nombre del
valle, sus once pollonas, a quienes llamaban
por señas o por silbos, y 33 compañeros de
los noventa y cinco que se escaparon de
138

"Macaregua", aquella triste mañana de


degollinas y quemasones.

Cargados con tejos de metal precioso, sus


ánforas y sus dioses de arcilla, empolvados
con dorado y aderezados con collares de
colmillos de indígenas, iniciaron sobre
"Ruitoque" su gritería escandalosa, seguida
de sus maniobras despampanantes con que
amenizaban sus rituales de homenaje a los
genios, a las nubes y a los" astros.

Aquel sí debió ser el día del juicio para los


pobrecitos de mis paisanos de aquella época,
en que mi tierra solía llamarse "Villa de San
Carlos", pues hay que considerar lo que es
estar uno desprevenido y sentir en la lomita
una algarabía de mil demonios, y ver unos
viejos y unas viejas dando saltos y alzándose
la camisola.

Y si fuera esto no más; pero ver ellos esas


lanzas que fulguraban con el sol, y pensar
que esos demonios se bajaran al cucharalito
donde estaba plantado el caserío, e hicieran
de las suyas, eso era lo peor.
139

Cuando terminó la danza, verdadera danza


macabra, los pocos hombres blancos que
eran habitantes de mis lares, junto con sus
mujeres, encerrados en sus aposentos,
brabucones unos y atemorizados otros,
celebraron en consejo de familia una reunión
de la que dependió más tarde el acuerdo que
se hizo, de que fuese don Celedonio el jefe y
dirigente de evoluciones y de combate.

Diez días de azarosa intranquilidad, de


preparativos y recluta de hombres, bestias y
armas, transcurrieron sin ningún asomo de
avanzada de parte de los indígenas, quienes
seguramente se ocupaban estudiando el
terreno, sin ser vistos ni presentidos.

Don Celedonio, que era un hombre


desmedidamente alto, musculoso y duro
como un pedernal, de escasa barba negra,
recortada en punta, nariz perfilada, ojos de
halcón y cejas abundantes, contaba ya para
la defensa de la villa con la ayuda personal
de los diez y siete hermanos Mantillas, los
nueve Morenos, más de veinticinco de la
familia Rey, cinco bravos Eslava, algunos
González, y el resto eran Garcías,
Manosalvas y Guevaras.
140

Pocos días después, en una madrugada de


viento y llovizna, despertóse alarmada la
"Villa de San Carlos" con la noticia de que
muchos indígenas tenían rodeado el caserío,
armados de lanzas y arcabuces, y que ya
habían quemado y asesinado a don Plácido,
el sacristán, que andaba de baño por la
"Chorrera del Obispo", que destruyendo
puertas y cercados saqueábanlo todo
gritando en lengua extraña, y apaleando a los
animalitos que arreaban para sus dominios.

Don Celedonio, en cuyas manos estaba el


mando de las fuerzas y de los bienes, reunió
en un instante a sus hombres, pasó
minuciosa revista de armas, y encargando a
las mujeres que no llorasen ni hiciesen
escándalo, se metió su chaleco que le cubría
todo el vientre, y de un salto se colocó sobre
su rango, que llamaba el "Rayo", lanzón en
mano y cachupina terciada.

Cuando los invasores vieron al escuadrón a


cuya cabeza, como una centella, iba don
Celedonio, más volando que corriendo, y
que con toda la fuerza de sus pulmones les
gritaba: alto canallas, chucheros, perros
141

contrabandistas; los indígenas, que


seguramente no habían oído nunca esta clase
de elogios, se pararon en seco.

Don Juan, que también cabalgaba su potro


de lustrosas crines, llamó a su gente y esperó
al temerario contendor, que con la visera de
su corrosca levantada, no aguardó a que lo
atacasen sino que espoleando su caballo y
afirmando en su pecho el duro mango de su
lanza, rompió la fila del enemigo que lo
contemplaba atónito.

Caracoleó en medio del grupo y se abrió


campo para poder jugar la lanza; seis
indígenas cayeron pisoteados y cuatro
heridos en la garganta. Miró luego a don
Juan y de un salto se le fue encima.

Ya lo tenía apuntado por un ojo cuando


Guarguatí, a caballo, corrió hacia él.
Encontráronse en dos brincos y echaron
chispas las lanzas en las corazas; la de don
Juan saltó quebrada en pedazos.

De los labios de Guarguatí salió algo


agresivo, que sólo los indígenas pudieron
comprender.
142

Don Celedonio respondió a la jerigonza del


cacique con una cruel carcajada.
Apartándose de nuevo y espoleando otra vez,
corrieron a toparse, pero sonó un cañonazo y
don Celedonio, desmayado, rodó de su
caballo al suelo, pero con la lanza empuñada
en la mano.

Los piedecuestanos habían metido la pata


con su artillería pesada, que llevaron al
campo de combate asegurada sobre las
espaldas de un buey, que a tiempo de salir el
disparo varió de posición, tirándose de lleno
a don Celedonio y al niño Pachito por
carambola.

Hubo entonces una gran pausa. La tropa de


Guarguatí permaneció inmóvil en su sitio,
mirando a todos lados, el arma preparada,
las mechas de los mosquetes encendidas y
esperando ver aparecer a cada momento la
mesnada del audaz caballero caído, pero
nada se vio, todo era desolación, todo
silencio...

Don Juan avanzó un paso hacia el grupo de


don Celedonio y su caballo y, a su ejemplo,
143

se descubrieron los indígenas; reclamó a los


piedecuestanos su escudo e hizo recostar
encima el cadáver del héroe.

Al hombro se lo echaron cuatro; a una señal


y en homenaje a su gallardía, se descargaron
al viento las armas y sacando por delante el
caballo de don Celedonio, con dos hombres
de la brida y otros dos a los estribos,
continuaron la marcha hacia "Ruitoque",
entonando un himno de batalla”.
144

LA VISITA DEL LIBERTADOR17


“Por el camino empedrado
de la Pedregosa vieja,
sobre su bestia inclinado
cruza don Simón la senda,
seguido por Férguson,
Lacroix, Oleary y Soublette,
que con Wilson dialogando
guardan la espalda del héroe.

Desde la "Puerta del Sol",


había arcos y gallardetes,
y banderas y festones,
y un torbellino de gentes
que con manojos de flores
al pasar Bolívar, tienden...

Para que las pise el guapo


caballo, que se detiene
ante una hermosa muchacha
que se le ha enfrentado al héroe,
y con palabra garbosa
dicho su saludo breve.

17
Relato legendario tomado del libro de: Vicente Arenas Mantilla
(1960). Crónicas y romances. Bucaramanga: Imprenta del
Departamento. Pág. 519-522
145

Entre cantares diversos,


Bolívar a paso leve,
seguido por muchos hombres,
pero muchas más mujeres,
va llegando a "La Concordia"
y en el "Siglo XX" llueven
las palmas frescas y hermosas
para que las pise el héroe.

En una casa espaciosa


de la ciudad, la más nueva,
con establo y buena cuadra,
al Libertador albergan;
y en muebles de la Colonia
que los vecinos conservan,
su alcoba al Libertador
las nobles damas le arreglan.

Y se bailó el miriñaque
de moda en aquellas épocas
de ampulosa crinolina
y de cabellera suelta,
de que hacían gala las mozas
y que evocan los poetas.

Chocolate de Girón,
hubo espumado en la mesa;
y amasijos y lechón
146

completaron con la arepa


el banquete a don Simón
que el cronicón nos recuerda.

Las viejas leyendas dicen,


que Bolívar fue a la iglesia,
y que al salir tropezó
con el Padre Valenzuela,
que anhelaba conocerlo
frente a frente, por aquella
fama de gran luchador,
y de tenorio de escuela.

Y entre ambos hubo un saludo


que todo mundo recuerda:
un saludo entre dos almas
que todos los días se elevan,
y que hoy comparten con Dios
el pan blanco de su mesa.

La Capilla de los Dolores,


es santuario que recuerda
al Bolívar que en el coro
escuchó misa en reserva,
según lo cuenta Lacroix
al narrar la historia aquella
del veinticuatro de mayo,
con el temblor en la iglesia.
147

Jugó tresillo y bailó


en Girón y en Piedecuesta;
se bañó en Floridablanca,
y fue a Rionegro a unas fiestas
de plaza y se enamoró
de una muchacha de aquellas...
que hoy en el cielo estará
con Bolívar a su diestra.

Muchas veces he pasado


por la antigua casa aquella;
y al pasar me he detenido
por escuchar a su puerta,
los pasos de don Simón
por aquellas anchas piezas,
donde su voz, esa voz
aún parece que resuena”.

El historiador piedecuestano Luis Enrique


Figueroa Rey planteó el 24 de agosto de 1974 que
el único hijo que engendró Simón Bolívar fue con
la tabacalera piedecuestana Margarita Camacho,
durante su visita triunfal de 1819. El niño fue
criado en Venezuela y Ecuador por María Antonia
Bolívar como su hijo, siendo registrado como
Miguel Simón Camacho. Hipótesis respaldada y
documentada por Antonio Cacua Prada.
148

UN ‘LIBERTADOR’
PIEDECUESTANO18
JOSÉ MARÍA MANTILLA

“El General José María Mantilla, de los


Libertadores de Venezuela y Cundinamarca,
empezó a servir a la Patria el 20 de julio de 1810,
enrolándose como soldado voluntario en el
primer batallón de la Unión. En 6 de diciembre
de 1812 obtuvo el ascenso a subteniente, fue
General de brigada el 2 de octubre de 1827,
después de ganar los ascensos intermediarios por
rigurosa escala.

Mantilla, hijo de la villa de Piedecuesta en la


antigua provincia de Pamplona, estudiaba de
edad de 17 años en la capital del virreinato,
cuando se dio en ella el grito de Independencia,
cuya causa abrazó desde entonces con caluroso
entusiasmo.

Hizo la primera campaña sobre Venezuela a


órdenes del entonces brigadier Simón Bolívar. Se
halló en las gloriosas acciones de Angostura de

18
Relato biográfico redactado y publicado por: José María Baraya
(1874). Biografías militares: O, historia militar del país en medio
siglo. Bogotá: Imprenta de Gaitán.
149

la Grita, Taguanes, Bárbula, Trincheras y


Virijima. Concurrió a los dos primeros sitios de
Puerto Cabello y al primero de Valencia.

Cuando el General [Rafael] Urdaneta tuvo que


abandonar la ciudad de San Carlos en julio de
1814, Mantilla militaba bajo sus órdenes en clase
de capitán, vino con él al occidente de
Venezuela, siendo perseguida su división por la
de [Sebastián] Calzada y Ramos. Hizo entonces
la campaña de Cúcuta y se halló en las acciones
de Chitagá, San José de Cúcuta, Guachiria y
Bálaga, mereciendo por estas acciones los
ascensos a Sargento mayor, Teniente Coronel
graduado y Teniente Coronel efectivo.

Incorporado después en la división mandada por


[Manuel] Serviez, en la retirada que éste hizo
con dirección a Casanare en 1816, tuvo que
combatir en la Cabuya de Cáqueza y seguir a los
Llanos. En donde quiso separarse y se separó de
la fuerza emigrante para hacer la guerra a los
españoles en la guerrilla que mandaba el
intrépido Coronel Nonato Pérez.

Prisionero de los españoles en 6 de octubre de


1818, se libertó por sus propios esfuerzos,
sublevando la tropa que lo custodiaba al grito de
"libertad". Mantilla había sido sentenciado a
muerte por los jefes españoles como [prisionero
de Guerra], pero esa pena se le conmutó por la
150

de servir de soldado raso en sus filas. Así sirvió


hasta 31 de julio de 1819, en que un golpe de
audacia combinado y ejecutado por él mismo, lo
sacó del poder de sus enemigos [en Pamplona].
[Durante los dos meses siguientes conformó una
guerrilla patriota que apoyó el accionar del ejército
libertador al mantener libre de realistas las rutas de
Pamplona a Tunja, Ocaña y Piedecuesta]

En los meses de septiembre a octubre del año de


1819 tuvo [una participación] muy notable en
los prósperos sucesos del Magdalena, [siendo]
gobernador y comandante de la provincia de
Mariquita. [Lo que se corrobora] en la biografía
del General [Hermógenes] Maza, así [como]
consta en el Boletín de esa campaña, publicado
el 31 de enero de 1820.

En noviembre del mismo año de 1819, volvió a


entrar en campaña e hizo la de Maracaibo hasta
el 2 de agosto de 1820. La de Ocaña contra la
guerrilla realista de los "Colorados", desde
septiembre de 1820 hasta diciembre de 1821. La
de Cúcuta desde 2 de setiembre de 1822 hasta 30
de julio de 1823, ascendido ya a Coronel
graduado.

Como jefe del Estado Mayor del Departamento


de Boyacá, cooperó Mantilla eficazmente a la
destrucción del ejército de [Francisco] Morales y
151

a la ocupación de Maracaibo por los patriotas en


1823.

Terminada la guerra de la Independencia, el


Coronel Mantilla estuvo inactivo hasta el año
1830, en que sitiada la capital por la facción del
batallón "Callao" contra el gobierno legítimo,
sufrió el sitio e hizo en 1831 la campaña que dio
por resultado el restablecimiento de ese
gobierno, siendo ya General de brigada. Empleo
que se le confirió en 2 de octubre de 1827.

De 1833 a 1846 estuvo el General Mantilla con


letras de cuartel o de retiro.

En las distintas épocas de la República, el


General Mantilla desempeñó los siguientes
importantes destinos:
Gobernador y Comandante General de la
Provincia de Mariquita; Gobernador y
Comandante general de la provincia de
Pamplona; Gobernador y Comandante de
armas de la provincia del Socorro; Jefe del
Estado mayor del Departamento y ejército
de Boyacá; otra vez gobernador y
comandante de armas de la provincia del
Socorro; Ministro de la Suprema Corte
Marcial del Distrito del Centro; Juez
militar interino de la Alta Corte Marcial;
Ministro militar de la Corte Suprema
Marcial de Cundinamarca; Comandante
152

General interino de ese Departamento;


Juez interino de la Alta Corte Militar;
Juez militar interino de la sala de gobierno
del Supremo Tribunal Militar;
Comandante general interino de
Cundinamarca, y Prefecto del mismo
Departamento; Jefe de la División
"Callao" recibida en 1831 del General
Florencio Jiménez; Comandante en jefe
de una División y, otros de más o menos
importancia en la milicia.

Fue en 1840 y 1850 gobernador de la Provincia


de Bogotá.

Varias veces [fue] Senador y Representante en


los Congresos de la República.

El General Mantilla fue, en todo tiempo, de los


hombres más adelantados en ideas, demócrata
ardoroso y republicano sincero. De clara y bien
cultivada inteligencia, su palabra pesaba en los
consejos del gobierno y en las deliberaciones
parlamentarias. Era a veces incisivo o punzante
en el campo de la sátira, que manejaba
diestramente; y en otras, apasionado hasta la
vehemencia, seducía y arrebataba al auditorio y
decidía las cuestiones o contribuía a que se
decidieran en el sentido de sus opiniones.
153

Si Mantilla no fue un Lafayette o un Foy, si fue


un General demócrata, lleno de espíritu civil y
destituido de ambiciones bastardas, como debe
ser un General republicano.
Pudiera decirse de él, lo que ha dicho el célebre
Timón del primero de estos dos oradores
militares de la tribuna francesa:

MANTILLA "no era orador, si por esta


palabra se entiende ese hablar enfático y
sonoro que atolondra a los oyentes y deja
tan solo un viento en sus oídos. Su modo
de producirse era una especie de
conversación seria y familiar, tal vez
incorrecta bajo el punto de vista
gramatical, y algo superabundante, poco
cortada de incisos y animada por
ocurrencias felices. Pocas figuras, pocas
imágenes deslumbradoras, pero la
facultad de encontrar siempre la palabra
precisa, la palabra exacta para caracterizar
la idea; poca pasión (tal vez), pero
movimiento, pero una palabra vibrante de
convicción; poco artificio en su lógica,
pero argumentos unidos entre sí por
mutua dependencia, que se encadenaban
unos a otros y servían naturalmente de
exposición a los hechos

...Amaba al pueblo con todas sus


entrañas, como un padre ama a sus hijos:
154

presto a cualquiera hora del día a


levantarse, marchar, combatir, sufrir,
vencer o ser vencido, a sacrificarse, a dar
por él su fortuna, su libertad, su sangre, su
fama, su vida".

Murió el General Mantilla en 22 de enero de


1860”.

Su muerte ocurrió un año después de haber sido


reestablecido su derecho a gozar de la pensión militar
alimenticia por 600 pesos, perdido al igual que su
título de General por su participación en la revolución
artesanal y guerra civil de 1854, siendo por ello
considerado solo “los servicios prestados...a la causa de
la independencia”.

El Presidente de la Confederación Mariano Ospina


justificó, el 2 de marzo de 1859, el Decreto de
restitución de ese derecho porque el señor José María
Mantilla:
“…Sirvió en la grande guerra de nuestra
emancipación desde el principio hasta el fin, y
ha figurado como militar y como hombre
político en todos los grandes acontecimientos de
que ha sido teatro la Nueva Granada. Hoy se
halla anciano y pobre, privado, a virtud de los
sucesos de 1854, del empleo y de la pensión que
por sus servicios había obtenido”.
155

EL ‘LUTERO’ DE SANTANDER19
VICTORIANO DE DIEGO PAREDES

“Mi padre, Pedro Antonio de D. Paredes, nació


y se educó en Oviedo, capital de Asturias, y vino
a este país empleado en la Secretaría del Virrey
Espeleta. Mi madre, María Josefa Peramato y
Monroy, nació en la capital de Méjico; y
hallándose su padre en Madrid, ocurrió la
muerte de su madre, dejándola, hija única, de
edad de unos quince años, recomendada a su
albacea con orden de colocarla en un colegio,
mientras mi abuelo disponía de ella, como en
efecto lo hizo, suplicando a su amigo el Sr.
Espeleta y a la Sra. de este, María de la Paz
Enrile, que se le llevasen a España.

Así hubiera sucedido si en aquellos momentos


no se hubiese visto precisado el Sr. Espeleta, ya
en vía de la Habana para España, a aceptar el
destino de Virrey del Nuevo Reino de Granada,
a donde hubo de venir mi madre mientras mi
abuelo disponía otra cosa; mas, a poco de haber
llegado a esta ciudad, llamada entonces de
Santafé, tuvo lugar su casamiento con mi padre.
Cuando hacían los dos esposos sus preparativos
19
Fragmentos de los relatos que sobre Piedecuesta dictó a su hija
Francisca Paredes Serrano, a modo de biografía, el Ministro:
Victoriano Paredes (1885, abril 1). Memorias de Victoriano
Paredes para Francisco de P. Borda. Bogotá: [Impreso]
156

para seguir a España, sufrió mi padre un


accidente mortal, ocasionado por uno de estos
vientos que llamamos aquí de Cruz Verde, y
aunque a fuerza de esmerada asistencia se
repuso algún tanto, los médicos opinaron que no
debía ir a España, hasta que no se repusiera
completamente.

Fue entonces que el Virrey le aconsejó que se


fuera a Piedecuesta, cuyo admirable clima
podría restablecer su salud, nombrándolo al
mismo tiempo Director, Factor y Administrador
de la Renta de Tabacos que se había establecido
allí. Ya por este tiempo contaban mis padres dos
hijos nacidos en esta ciudad (los demás nacimos
en Piedecuesta) y el regreso a España se frustró,
ora por los disturbios que allí causa la revolución
francesa, ora porque la salud de mi padre no
siguió tan bien como él se imaginaba, y a por
que mi madre dejó de insistir en el viaje a
consecuencia de la muerte de su padre en
Madrid.

Mi padre sirvió por catorce años el destino que


queda indicado, y murió a los 43 años de edad
en 1805, cuando yo tendría un año de nacido.
Resignada mi madre a continuar viviendo en
Piedecuesta con los seis hijos que le quedaron; se
consagró, con la admirable actividad y energía
que la caracterizaban a fomentar los bienes de la
familia; pero estalló la guerra de independencia
157

y en ella naufragaron todos aquellos bienes de


los cuales unos fueron arrebatados por las
exigencias de los patriotas y otros por las de los
españoles.

En medio de aquel cataclismo, de diferentes


persecuciones, y acosados por la pobreza, mi
madre se refugió en Santafé atenida en parte a
una corta pensión que le había decretado el rey
de España. Poco tiempo después me hizo traer a
mí, de edad de unos trece años, con el objeto de
ponerme en un colegio; y como los colegios
estuviesen cerrados y llenos de los presos de los
cuales unos se fusilaban diariamente y otros se
enviaban a los presidios, yo no pude seguir
estudios ningunos por entonces, y no habiendo
en esta capital sino una pequeña escuela que
establecieron los frailes de San Francisco, en un
recoveco de la portería del convento, entré allí.
Como yo fuese de los más adelantados, se me
nombró monitor de la escuela, lo cual disgustó a
muchos de los condiscípulos, entre otros
motivos porque estaba calificado de insurgente
(no sin alguna razón), pues yo era exaltado
liberal.

[…] Cuando se recibió aquí la noticia de la


batalla de Boyacá, me permitió recorrer la
ciudad en medio del imponderable pánico que se
había apoderado de ella y del torbellino de
desórdenes, carreras y atropellos, que en
158

aquellos momentos tuvieron lugar a


consecuencia de la salida arrebatada de infinidad
de emigrados y de las tropas que había en esta
capital. Como las noticias que se recibían a cada
instante daban por hecho que Bolívar venía
degollando a todas las familias españolas o
descendientes de español, sin excepción de niños
y mujeres, y que estaba ya en Usaquén, casi toda
la población de Bogotá se refugió en las iglesias,
y mi madre me hizo ir a acompañarla en la de
Santo Domingo.

Inquieto yo y desesperado por ver lo que pasaba,


me le escabullí y tuve ocasión de ver multitud de
casas y almacenes abiertos y la infinidad de
cosas que se sacaban de ellos por algunas
partidas de pillos que se aprovechaban del
desorden y acefalia en que había quedado la
ciudad, siendo notorio, aunque yo no lo vi, que
muchos comerciantes dejaron sobre sus
mostradores sendas talegas de onzas de oro y
mucha plata acuñada o labrada. Todo este
saqueo duró pocas horas, pues bien pronto
apareció con una bandera tricolor, un tambor y
unos 20 o 25 hombres armados, el grave,
honrado y valiente Coronel Gonzales (alias
Gonzalón) poniendo orden en la ciudad y
persiguiendo a todos los ladrones.

[…] La noche de aquel día fue horrorosa en


Santafé, algunos de los derrotados en Boyacá
159

que acababan de llegar, y muchos de los del


batallón de cívicos que habían quedado en la
ciudad la recorrían en grupos amenazantes que
el Coronel González dispersaba por diferentes
partes, no sin que quedara muerto uno que otro
de sus contrarios.

En los dos días posteriores estuve yendo al


Chapinero, porque se decía que Bolívar se
presentaba ya a las puertas de la ciudad, y en
efecto en una de mis idas a aquel punto llegaron
allí los tres generales, Bolívar, Santander y
Anzoátegui, quienes hubieron de hacer alto por
un rato esperando unos trescientos llaneros que
los acompañaban. Luego que estos llegaron,
ordenó Bolívar que veinticinco de los que venían
con sus caballos menos despeados siguieran
adelante con ellos (los tres generales) y un
Corneta.

Yo me encontraba a pie y me vine vitoreando a


la patria y a Bolívar hasta llegar a la esquina de
la Catedral, sin que una sola persona se les
hubiese arrimado hasta allí a los tres generales, y
sin haberse oído una sola voz amiga en todo el
trayecto. Así que, pararon los dichos generales
en la esquina de la Catedral completamente
azorados y sin duda temerosos de caer en alguna
celada; y como los veinticinco jinetes que debían
haberlos acompañado se hubiesen quedado
atrás, porque los caballos venían por demás
160

maltratados, Bolívar ordenó al Corneta que tenía


a su lado que volara a San Francisco a hacer
llegar cuanto antes la indicada escolta, la que,
mal que bien, se presentó pocos momentos
después.

[…] El general Santander que había estado


alojado, en nuestra casa de Piedecuesta por
algunos meses, antes de la acción de Cachirí, me
había reconocido y tratándome con sumo cariño
y tuvo la fineza de presentarme al General
Bolívar haciendo elogios de mi familia y de los
buenos servicios que había prestado al ejército
allí. Al día siguiente fueron nombrados Alcaldes
de la ciudad un Sr. Fuenmayor y Don José
María Castro, y este último me solicitó para que
le sirviera como secretario, según él decía, a lo
cual me presté con mucho gusto.

[…] Yo había recibido varias cartas del General


José Félix Blanco instándome que aceptara el
destino de Interventor de la comisión principal
de plantaciones de tabaco que él desempeñaba
juntamente con la dirección del ramo, en el
circuito de Girón.

Por ese tiempo hacía más de dos años que yo me


había casado con la Señorita Francisca Serrano,
hija del muy distinguido prócer de la
Independencia, Dr. Fernando Serrano, y mi
situación pecuniaria era extremadamente
161

angustiosa, lo cual me decidió a aceptar el


destino que se me ofrecía, y siguiendo a
Floridablanca, donde el General residía, éste me
recibió con muestras de aprecio y simpatía, e
inmediatamente tomé posesión de mi empleo, y
empecé a desempeñarlo muy a contentamiento
de él.

Mas, como fuera extremadamente adicto al


General Bolívar y me hablase con frecuencia en
elogio de todo lo que el Dictador hacía, llegó un
día en que perdí la paciencia y me resolví a
decirle que yo no era partidario de Bolívar, y que
por el contrario lo detestaba desde que se había
desviado del carril Republicano, y le agregué que
yo no creía hubiese en Colombia quién me
hubiera igualado en entusiasmo por el General
Bolívar hasta el año de 25; pero que así como
había sido fervoroso mí afecto por él hasta
entonces, así fue de decidida la aversión que me
inspiró en adelante. Preguntóme con ceño
rabioso en que me fundaba para decir todo eso.

Yo le contesté precipitadamente: en la
confección de la constitución Boliviana, en la
disolución de la gran Convención de Ocaña, en
haberse constituido Dictador, en la persecución
de todos los republicanos, en la hostilidad que
declara a la instrucción pública, en el infame
fusilamiento del benemérito y heroico General
Padilla, sin que para ello hubiera el más leve
162

motivo, en el fusilamiento del joven estudiante


Pedro Celestino Azuero, menor de dieciocho
años, en el proyecto de monarquía iniciado por
él para entregarnos otra vez a la dinastía de los
Borbones, pues le pareció demasiado liberal la
dedos reyes de la Gran Bretaña &&.

Cuando llegaba yo aquí, el General se puso de


pie, botó su asiento, y salió de la Oficina
precipitadamente como una furia, dirigiéndose a
casa del Dr. Elías Puyana, donde yo estaba
alojado, y le refirió lo que había pasado conmigo
y cuan imposible le era que continuáramos en
una misma oficina pues que no podía soportar
mi audacia. El Dr. Puyana, hombre sumamente
bondadoso y de una calma inalterable, me
estimaba mucho y le hizo mil insinuaciones en
mi favor.

Tranquilizado un tanto el General le contestó:


"Yo también estimo a este joven, pero no me
avengo bien con sus opiniones, en consecuencia,
voy a proponerle que dividamos las funciones de
la Comisión principal y, que se vaya él a
Zapatoca a desempeñar allí su parte". El Dr.
Puyana se encargó de comunicarme ese
proyecto, y yo lo acepté de mil amores, porque
me halagaba mucho el clima de Zapatoca, y al
mismo tiempo pedí licencia para venir a Bogotá
a llevar la familia.
163

[…] Cuando después de algunos días se


levantaron contra el Dictador S. Bolívar y sus
agentes, casi simultáneamente 53 guerrillas en el
departamento de Boyacá, que se componía en
ese tiempo, de los actuales Estados de Boyacá y
Santander. Yo, de los primeros, me pronuncié
en Zapatoca, y habiendo dirigido al pueblo un
discurso caluroso, reuní en menos de dos horas,
más de trescientos hombres, listos a tomar las
armas; pero como de estas no hubiese ninguna a
duras penas reunimos diez o doce escopetas, un
trabuco y algunas pistolas viejas, y como no
hubo una sola persona que no quisiera tomar
parte en el pronunciamiento, todos los herreros
del lugar se ocuparon en hacer lanzas y en
componer algunos fusiles mohosos que se iban
desenterrando. El hecho es que no se pudieron
armar arriba de veinte hombres, con armas de
fuego, los demás lo fueron de lanza.

En el mismo día del pronunciamiento envié


varios piquetes a cortar las cabuyas del río
Sogamoso y una partida de nadadores que
debían pasar al lado de Piedecuesta con el objeto
de llevar algunas cartas y recoger todas las
noticias que por allí hubiera sobre el estado del
levantamiento. Estos nadadores cumplieron su
misión y regaron la noticia en Piedecuesta de
que yo me había levantado con quinientos
hombres muy bien armados, y me trajeron la
que sí era cierta de que el General Blanco se
164

hallaba en Piedecuesta con seiscientos hombres.


En esta virtud yo envié siete escopeteros al
mando de un Sr. Ortiz a cuidar del paso de la
cabuya de Chocoa, con orden de cortarla antes
de abandonar aquel punto, si no lo podían
sostener.

El General Blanco que había oído lo de los


quinientos hombres que yo tenía, y no creyendo
que estuvieran bien armados envió de
Piedecuesta doscientos hombres a someter a
Zapatoca, y cuando estos bajaban por la cuesta
del Hueso hacia la cabuya de Chocoa,
alcanzaron a ver a Ortiz que bajaba por la cuesta
del otro lado del río, y creyendo que eran los
quinientos hombres consabidos, regresaron
precipitadamente á Piedecuesta diciendo que yo
iba con un ejército considerable.

A la sazón todo el país estaba revuelto y alzado


y el General Blanco resolvió disolver sus fuerzas
y marcharse a Venezuela de donde nunca volvió
a este país. Por ese mismo tiempo tuvo lugar la
celebérrima batalla de Cerinza, y en
consecuencia la pacificación del departamento
de Boyacá y luego la de toda la República, que,
en masa se había levantado contra los
usurpadores del poder.

En esos días se me nombró comisionado


principal de plantaciones en el circuito de Girón.
165

Poco después fui nombrado Contador de la


administración general y Director de la Renta.
Este último destino me proporcionó muchos
disgustos, porque, a consecuencia de la
revolución, los dictatoriales habían dispuesto de
todos los fondos de la Renta de tabacos y a los
cosecheros se les debía mucho dinero y se les
puso en la necesidad de vender sus acreencias
por la décima parte de su valor a tres o cuatro
agiotistas que se las compraron todas, seguros de
que dentro de poco tiempo habrían de recibir el
valor íntegro de ellas… Los negocios de la
Renta, sin embargo, prosperaron, y los
cosecheros alentados con la seguridad de sus
pagos, produjeron excelentes cosechas.

A pesar de todo, el deseo de estar cerca de mi


madre, de algunos de mis hermanos, y de la
familia de mi esposa, me indujo a renunciar el
puesto para venirme a la capital en donde se me
nombró Contador general. Y como el General
Santander que por ese tiempo había empezado a
gobernar la República estimase que yo tenía los
conocimientos necesarios para hacer algunas
indicaciones que diesen por resultado la mejor
organización del ramo de tabacos en toda la
República, pues que esta Renta no alcanzaba a
producir más que unos ciento cincuenta mil
pesos, poco más o menos, por año, me
recomendó que escribiese una leve memoria
sobre el particular, y en menos de tres días le
166

presenté por escrito cuanto me pareció


conducente al objeto. Esta memoria se la pasó el
Presidente al Secretario de Hacienda Sr. Dr.
Francisco Soto, quien apoyando decididamente
mis ideas recomendó mí plan al Congreso del
año de 1833 el cual pasó el negocio en comisión
al Sr. Pedro Mosquera, quien no teniendo
ningunas nociones del ramo de tabacos ocurrió
donde mí para que formulara el proyecto de ley
que debía expedirse, lo que verifiqué en unión de
mi excelente amigo Sr. José María Grau, que
también había sido empleado principal del ramo,
en el circuito de Girón.

El proyecto quedó sancionado, y según él debía


organizarse o instalarse en esta capital una
dirección general del ramo. El General
Santander me llamó luego y me dijo: "Ya que
Ud. concibió este plan, es preciso que se
encargue de la dirección para que lo desarrolle a
su gusto". Yo le contesté: "Agradezco mucho Sr.
General, su predilección y buena voluntad para
conmigo, pero habiendo tantos sujetos de mérito
que pueden muy bien desempeñar este empleo
en circunstancias de ser yo relativamente mui
joven, me parece que lo que Ud. debe hacer es
colocar en él a un sujeto más respetable y de
mejores méritos que yo, en la seguridad de que
haré cuanto esté a mi alcance por ayudarlo con
mis cortos conocimientos". A eso me contestó
167

que él no conocía sujeto alguno que pudiera


ocupar con eficacia tan importante puesto.

[Después de la batalla de la Culebrera fue


nombrado popularmente representante al
Congreso por la vacante que había dejado el
Ilustre General Santander. Reunido aquel
cuerpo a inicios de 41 se votó para Presidente de
la República, resultando electo el General Pedro
Alcántara Herrán]

[…] Era increíble el empeño que tomó la


mayoría del Congreso en que se fusilara a los
prisioneros de la Culebrera, lo cual causó una
consternación general entre todos los habitantes
sensatos de la capital. Observando aquella
mayoría que el mui probo liberal é incorruptible
Dr. Inocencio Vargas, Procurador Nacional,
podía ser un estorbo para el efecto de llevar al
patíbulo a los prisioneros, forjaron una ley para
removerlo del puesto, como en efecto se hizo.

Mi esposa actual, sobrina del intrépido general


Gregor Mac-Gregor, que tan eficazmente
contribuyó a la Independencia de nuestro país,
había venido de los Estados Unidos con parte de
sus hermanos y la Señora su madre a reclamar el
pago de unos veinte mil fuertes que, en onzas de
oro dio prestados al Gobierno, su padre el
Coronel Malcolm Mac-Gregor, siendo Cónsul
Británico en Panamá, y por cuya suma, y los
168

intereses de muchos años, solo percibieron del


Gobierno por todo pago y a duras penas quince
mil pesos.

Movida á compasión por la barbaridad que se


iba a cometer con los prisioneros, interesó a
varios miembros del Cuerpo diplomático que
acostumbraban reunirse a tomar el té en su casa
todas las noches, entre los cuales se contaba el
Sr. Adams, el Barón Gros y el General Semple,
para que interpusieran su valimiento a fin de que
se evitase aquella atrocidad. Estos señores se
pusieron a conferenciar incontinenti sobre lo que
podrían hacer, y luego pasaron a la casa del Dr.
José María Latorre Uribe, de quien, como
miembro del poder judicial, dependía en gran
parte la suerte de los prisioneros.

El Dr. Latorre, benévolo, recto y justo redactó


aquella misma noche su declaratoria sobre que
los reos eran beligerantes reconocidos por el
Derecho de gentes y que no estaban sujetos a la
pena de muerte. Esto exasperó a los patibularios
quiénes no ahorraron medio alguno de hostilizar
al Dr. Latorre y a todos los liberales
confeccionando al efecto las más inicuas leyes.

Yo había consagrado parte de mi tiempo, desde


el año de 1838 a la educación de mis hijos, a la
de algunos de mis sobrinos, y a la de varios de
los hijos de mis amigos, y como al tiempo de mi
169

remoción de la Dirección general de tabacos


hubiese quedado destituido de todo recurso para
el sostenimiento de mi familia hube de vender
cuanto tenía, hasta los muebles de mi casa, para
continuar la educación de mis hijos, de unos seis
sobrinos que tenía a mi cargo y de cuarenta
jóvenes más con los cuales organicé un
establecimiento de educación, que en vez de
dejarme alguna utilidad pecuniaria, gravaba mis
exiguos recursos, pues todos aquellos jóvenes
eran internos y solo pagaban diez pesos sencillos
por mes, suministrándoles yo, gratis, todos los
útiles de escritorio, de dibujo, de matemáticas &.

En complicación tan apurada me vi precisado a


escogitar algún medio que me sacara de ella y
que me produjera algunos ahorros para irme a
los Estados Unidos y a Europa a impulsar la
educación de mis hijos y sobrinos, a visitar
cuantos establecimientos de educación pudiera y
a investigar todo lo concerniente al ramo de
tabacos y su comercio, y como yo hubiera sido
por algunos años empleado en el Crédito público
y tuviese ciertos conocimientos especiales en lo
relativo al manejo de papeles del Crédito
público, me dediqué a explotar estos pequeños
conocimientos con tan buen éxito que llegué a
reunir al cabo de unos tres años la cantidad
suficiente para cubrir mí presupuesto de los
gastos del viaje en dos años y medio que duró, y
170

dos mil y quinientos pesos del desfalco que había


experimentado en mi Establecimiento.

Antes de esto había asistido al Congreso de 42


en el cual me cupo la satisfacción de negarle mis
votos a la Constitución que se discutía, y de
haber escapado, gracias a los esfuerzos de mis
buenos amigos José María Grau y Francisco
Javier Zaldúa, de haber sido desterrado a
Venezuela, junto con mi mui querido y talentoso
sobrino Doroteo Paredes, quien murió en el
destierro sin más delito que el de ser mi sobrino.

El 18 de febrero de 1844 partí con mí


acompañamiento de jóvenes dirigiéndome a los
Estados Unidos y mientras que ellos se
ocupaban en algunos estudios, especialmente en
el inglés, en que ya estaban adelantados, yo me
dediqué a visitar establecimientos de educación
y a investigar lo relativo al ramo de tabacos a
cuyo efecto hice varios viajes por diferentes
Estados de la Unión.

Pasados algunos meses continuamos nuestra


ruta hacia París donde establecimos nuestra
principal residencia. Los jóvenes que llevaba se
consagraron asiduamente a sus estudios, los que
continuaron en una corta residencia que hicimos
en Inglaterra. Entre tanto yo viajaba por España,
Italia, Alemania, Holanda y Bélgica, siempre en
pos de mis indicadas investigaciones.
171

A mí regreso de Europa supe en Santa Marta la


muerte de mi muy querido y muy respetado
amigo el Dr. Francisco Soto, acontecimiento
que me consternó profundamente, porque veía
que desfilaba demasiado aprisa hacia la tumba
esa pléyade de varones ilustres y honrados que
tanto habían trabajado por darnos Patria,
libertad, dignidad y prosperidad.

Hallándome en el Congreso de 1847 observé que


se tramaban por el Encargado del Poder
Ejecutivo eficaces intrigas para darse un sucesor
en la Presidencia de la República y como esto
hiriese profundamente la susceptibilidad de
muchos republicanos, me trasladé a las
provincias del Socorro y Pamplona con el doble
objeto de contrariar en lo posible las
pretensiones del Presidente de la República y de
asistir a las sesiones de la Cámara de la última
provincia mencionada, como miembro de ella,
no sin haber hecho primero considerables
esfuerzos por establecer en esta capital los dos
únicos periódicos que se vieron en ella por ese
tiempo: El Aviso y La América, de los cuales fui
colaborador.

Vuelto a Santafé el año de 48 con el fin de asistir


al Congreso de ese mismo año, y del de 49, para
los cuales había sido reelecto, continuamos los
liberales en nuestra tarea de contrariar las
172

pretensiones del Poder Ejecutivo relativas a su


sucesor, y al fin adoptamos la candidatura del
General [José Hilario] López, republicano
íntegro, genuino, abnegado, de convicciones
sólidas y profundas en favor de la República
democrática, de la más aquilatada honradez y
tan bueno y filántropo como enérgico y valiente.

Poco después de haber llegado a la capital, supe


que se me había nombrado para el Congreso en
sustitución del Dr. Soto, y como yo venía
entusiasmado con la idea de trabajar en favor de
la libertad de la industria del tabaco,
inmediatamente después de mi llegada escribí
algunos artículos conducentes a aquel fin con el
objeto de ir preparando la opinión en pro de él.

En los años de 48 y 49, muchos de mis colegas


me constituyeron como una especie de
protagonista del desestanco, con lo cual me vi
por demás estimulado a sacar avante aquel
pensamiento a través de una formidable
oposición. El General Mosquera que nunca
careció de ciertos bellos rasgos de progreso
presto su sanción al proyecto de ley que sobre el
particular se le pasó.

[Siendo afectadas las sociedades tabacaleras que


había establecido en Piedecuesta, aceptó el
nombramiento del Presidente López como
173

Secretario de Relaciones Exteriores y Mejoras


Internas. Sus principales iniciativas legislativas y
ejecutivas fueron la construcción del Ferrocarril de
Panamá, la conformación de la Comisión
Corográfica y la abolición de toda forma de
esclavitud en 1851]

[…] Desde mi más tierna edad fui enemigo


acérrimo de la esclavitud, no obstante, el buen
trato que por nuestra familia se daba a unos
catorce esclavos que desempeñaban servicios
domésticos de la casa; los que, en más de sus tres
cuartas partes, fueron emancipados por
esfuerzos exclusivamente míos sin que su
libertad les costara un solo centavo.

Andando el tiempo, se aumentó por momentos


el horror que me causaba tan bárbara institución,
pues tuve la ocasión de observar las iniquidades
y monstruosidades que ella aparejaba. Cuando
me tocó pues, en virtud del puesto que ocupaba,
hacer algo en pro de la abolición de aquella
diabólica institución, lo verifiqué escribiendo
varios artículos en los periódicos, haciendo
repetidas insinuaciones a mis amigos políticos y
proponiendo, en fin, al Congreso un proyecto de
abolición total e inmediata de la esclavitud. Este
proyecto fue acogido calurosamente por todos
los amigos de la libertad, pero también fue
impugnado por los contrarios con una
174

vehemencia y una brusquedad inusitadas hasta


entonces.

Yo fui tratado en la Cámara de Representantes


de rojo, de comunista, de asaltador de la
propiedad & no obstante que en mi proyecto se
asignaban fondos suficientes para la
amortización paulatina de lo que se quedaba a
deber por el valor de los esclavos y además
asignaba un seis por ciento de interés de la
deuda hasta su total amortización.

El hecho es que satisfecho de mi procedimiento


y con mi conciencia perfectamente tranquila, la
discusión continuó, el proyecto de ley pasó al
Poder Ejecutivo y yo tuve el placer de
autorizarlo con mi firma y de llevar la ley a puro
y debido efecto, mediante las determinaciones
del Presidente de la República. Días antes invité
al Sr. O'Leary, ministro británico, para que
celebráramos un tratado que tuviera por objeto
afirmar para siempre la extirpación de la
execrable institución de la esclavitud, y en
efecto, dicho tratado se formalizó y hace parte
de nuestras instituciones.

Por ese tiempo ya yo había renunciado por dos


veces al puesto de Secretario, a causa de haberse
resentido mi salud con el ímprobo trabajo que
llevaba de día y de noche, fatigas que se
complicaron con la atención que hubo de
175

prestarse a la conspiración que se había tramado


en esta capital por el partido conservador contra
el Gobierno. Restablecida inmediatamente la
paz, quise hacer mi última irrevocable renuncia
con el objeto de retirarme a reparar mi salud.
Pero antes de ello hice un esfuerzo por conseguir
la sanción de algunos proyectos de ley que había
presentado a las Cámaras Legislativas, entre los
cuales me interesaba mucho por el que se
relacionaba con los establecimientos de castigo,
el que contenía un artículo asignando fondos
para la construcción de una penitenciaría. Mi
gran interés en que pasara este proyecto consistía
en el que tenía por la abolición de la pena de
muerte, cuya abolición absoluta no podía yo
concebir sin que previamente hubiera dónde
asegurar a los grandes criminales.

[Colegio de Paredes e hijos.] A mediados de


1855 partí de Nueva York para Santa Marta con
toda mi familia, y apenas desembarcado en esta
ciudad se declaró un fuego devorador en el
buque en que veníamos, sin que pudiera salvarse
cosa alguna de él, porque hallándose a su bordo
unos trescientos barriles de pólvora hubieron de
abandonarlos estrepitosa é instantáneamente
tanto el capitán como la tripulación y algunos
pasajeros. En este incendio perdí casi todo
cuanto tenía pues nada venía asegurado.
176

De Santa Marta seguí para Ocaña á Piedecuesta


con un hijo gravemente enfermo, y muy escaso
de recursos pues no habiéndoseme asignado a
mí sino cuatro mil pesos de sueldo anuales, todo
el tiempo que estuve desempeñando la Legación,
no solamente no me alcanzaba para el
sostenimiento de mi familia sino que a este
efecto se hizo necesario consumir mis propios
recursos y que mis hijos abandonasen los
estudios que habían emprendido para dedicarse
a trabajos que nos proporcionaron la
subsistencia en los Estados Unidos.

Llegados a Piedecuesta donde contaba con


algunas pocas fincas raíces me ocurrió el
pensamiento de establecer en aquella bellísima
localidad de suave temperatura y de una
salubridad sin igual sobre la tierra un grande
establecimiento de educación que sirviera no
solamente para fomentar la de los jóvenes de
aquel lugar, por el cual he tenido una gran
predilección en todo el curso de mi vida, sino la
de todos los jóvenes del Estado y aun de otras
partes de la República que quisieran concurrir a
él, como sucedió.

Por este medio satisfacía yo los vehementes


deseos que por toda mi vida me han devorado en
favor de la instrucción pública de nuestro país, y
lograba al mismo tiempo tener noblemente
177

ocupados a mi lado, como eficaces


coadyuvantes a mis cuatro hijos varones.

Procedí, pues, con ahínco a organizar el


establecimiento de acuerdo con la práctica que
había adquirido y con los conocimientos que
recogí de los mejores establecimientos que en
diversas épocas visité y examiné en los Estados
Unidos y en muchos países de Europa,
procurando adaptar las enseñanzas a las
circunstancias especiales de nuestro país, y que
fuesen de utilidad y aplicación inmediatas.

Y aunque yo no he sido romanista, desde la


edad de diez y ocho años en que estudié los
principios de nuestra religión y me decidí por el
puro cristianismo, considerando que todos los
jóvenes o casi todos profesaban lo mismo que
sus padres, la religión católica, apostólica,
romana, lejos de desviarlos de sus creencias,
establecí por los reglamentos la práctica puntual
de ellos, haciéndolos asistir al templo en todos
los domingos y días feriados presididos por los
catedráticos y pasantes; haciéndolos confesarse y
comulgar todos los años y rezar por la mañana y
antes de acostarse oraciones edificantes; además
de esto, el estudio de la moral cristiana, y el de la
urbanidad por el tratado extenso de Carreño,
eran clases permanentes que se les hacían a los
estudiantes en todo el curso del año, y el estudio
178

de la filosofía moral se hacía por los textos de


Balmes.

A pesar de todo esto, algunos individuos a


quienes yo no les era simpático, por mis
opiniones políticas, se dieron a la tarea de minar
la buena reputación del Colegio, por medio de
las más ridículas invectivas, hasta llegar a
concitar contra él la odiosidad del Obispo de
Pamplona, quien sin tener el menor
conocimiento de lo que positivamente pasaba en
el Colegio, se dejó arrastrar y ofuscar de
absurdos cuentos y lanzó al público una pastoral
extremadamente insultante y desatentada contra
los directores del establecimiento y conminando
a los padres de familia que pusiesen allí sus hijos
con los anatemas de la Iglesia.

Este inicuo y desatentado procedimiento hubo


de arrancar a los jefes del plantel las enérgicas
protestas que el caso demandaba, protestas que
hicieron también contra la pastoral el cura y los
vecinos de Piedecuesta, como testigos de todo lo
que en el Colegio pasaba; y tan inconsulto e
injusto fue el paso dado por el Obispo, que en
los seis meses siguientes a la expedición de su
pastoral, se duplicó el número de los alumnos
internos que afluyeron allí de diferentes puntos
de la República. Tan austero, rígido y sincero
era el orden de aquel establecimiento que entre
las muchas adiciones que se le hicieron al
179

reglamento que se había impreso había una por


la cual se prohibía la introducción y lectura en el
Colegio de todos los periódicos que se
imprimían entonces en el país, a fin de que los
colegiales no se contaminasen del apasionado
espíritu de partido &.

Nada de esto bastó a preservar el


establecimiento en la bárbara irrupción que el
Presidente de la República hizo en Santander el
año de 1860, pues apenas llegadas sus tropas allí
se pretendió echar afuera del principal edificio
del colegio a todos los colegiales internos de
diferentes provincias de la República, a fin de
ocuparlo por cuartel, habiendo en la ciudad
otros muchos edificios desocupados que podían
haber servido para aquel objeto; y como yo no
me pudiese prestar de buen grado á tan salvaje
procedimiento, se mandó descerrar las puertas
con barras y con hachas, del edificio en que se
hacían la mayor parte de las clases del
establecimiento el cual estaba lleno de útiles para
el servicio de él, y fue ocupado por ochocientos
soldados.

Pocos días después, las agresiones y desmanes


contra el Colegio no tuvieron medida, una
partida de forajidos servidores del Gobierno y de
acuerdo con él invadió el Colegio con bayoneta
calada y con revólveres en mano, amenazando
de muerte a todos los estudiantes y Jefes del
180

establecimiento y tomándome preso a mí, a mis


hijos y a gran número de los estudiantes, nos
condujeron a una cárcel inmunda de
Bucaramanga donde estuvimos las primeras
cuatro o cinco noches a punto de ser asesinados.
En aquel lugar pestilente, lleno de soldados, de
señoras, que se habían aprisionado y de
criminales de toda especie, permanecimos por
más de dos meses, no sin haberse resentido la
salud de muchos de los jóvenes que nos
acompañaban y de haberme visto yo a la muerte
por una terrible disentería que me duró por más
de un año.

En aquel lugar hubiéramos permanecido quién


sabe por cuánto tiempo, si no se hubiera
aparecido allí providencialmente, nuestro
excelente amigo Sr. José Rodrigo Borda, quien
espantado, indignado y compadecido de tantas
inequidades, tomó a su cargo el empeño de
librarnos de ellas, hasta conseguir por medio de
una fianza de cinco mil pesos que prestó,
sacarnos a mis hijos y a mí de la cárcel y que se
nos enviase al Juez nacional de esta capital,
como se verificó, para que por él se nos
continuase el juicio que se había iniciado contra
nosotros en Bucaramanga.

Llegados a Santafé, y creyéndosenos


delincuentes, se nos quiso poner en prisión, pero
hallándome yo gravemente enfermo de la
181

disentería, cogida en la cárcel, nuestros buenos


amigos, Pedro Fernández Madrid y Eustasio de
la Torre se constituyeron fiadores nuestros para
que pudiéramos quedar en una casa particular,
mientras yo me reponía de mis enfermedades.
Entre tanto el Juez nacional Dr. Demetrio
Porras, sujeto muy honrado y muy justo, a quien
se le entregó el expediente, se admiró en vista de
este, de todas las iniquidades y las infamias que
se habían cometido contra nosotros, pues no
encontró en el expediente ni el más frívolo
pretexto para que se nos hubiera maltratado
como se nos maltrató, y tanto se indignó contra
nuestros bajos y viles perseguidores que no tuvo
inconveniente en enviarme el expediente original
para que lo guardara como una cosa curiosa é
ignominiosa para nuestros brutales enemigos.

Entre tanto fueron ocupados para cuarteles los


dos edificios mencionados y saqueadas o
destrozadas todas las cosas que había en ellos,
tales como una magnífica imprenta (de la que
solo se escaparon algunos cajones de tipos que se
habían trasladado a otra parte), la oficina de
encuadernación con todos sus útiles, casi todo el
laboratorio químico, que era de considerable
valor; todos los útiles y elementos pertenecientes
a la clase de arquitectura civil, así como los que
correspondían a la de telegrafía y a la de dibujo,
pintura, mineralogía y música; la mayor parte de
cuanto se hallaba en la oficina de litografía y
182

fotografía; la mejor parte de la biblioteca del


Colegio que se componía de cerca de 3.500
volúmenes, más de cuatrocientas resmas de
papel de imprenta, dibujo y de caligrafía, casi
todos los útiles de dibujo y de matemáticas &
todo lo cual había costado más de 25.000 fuertes
y un almacén que contenía más de veinte y tres
textos que se estaban imprimiendo de los cuales
una parte estaban concluidos y a tiro de
encuadernar, otros estaban al terminarlos
además habían empezado a imprimirse, almacén
que fue arrasado completamente para diferentes
usos de la tropa; todo esto sin contar un número
crecido de caballos finos y otros muchos
animales que se nos arrebataron.

Poco tiempo después de haber llegado yo a esta


capital, se me excitó por el Secretario de
Gobierno y Guerra para que de acuerdo con lo
determinado por la Junta Preparatoria del
Senado, concurriese a este como miembro de él,
conminándome con quinientos pesos de multa si
no lo hacía, amén de las terribles amenazas que
se les escaparon a algunos miembros de la junta
y de que tuve noticia por otro de ellos; y como
yo supiese, que se tenían preparados varios
proyectos de ley y algunos otros procedimientos
de gravísimas consecuencias para el país y para
la libertad en circunstancias de que con mi
concurrencia a la junta preparatoria se había
183

completado el quorum que tanto se deseaba para


abrir las sesiones del Congreso.

[…] Terminada la campaña de los Estados del


centro con la batalla de Sn. Diego, se interesaron
conmigo, tanto el General [Tomás Cipriano]
Mosquera como su Secretario de Hacienda, el
General Julián Trujillo a fin de que aceptara el
nombramiento de administrador de la salina de
Zipaquirá, a lo cual me excusé en virtud de la
imperiosa necesidad que tenía de regresar a
Piedecuesta con el objeto de arreglar todos mis
negocios; pero habiéndome hecho presente que
no podría penetrar allí sino después que el
Tercer ejército que se iba a enviar bajo el mando
del General Santos Gutiérrez hubiera pacificado
el Estado de Santander, convine en servir el
destino mientras se verificaba dicha pacificación.

Posesionado de él observé que a pesar de la


mucha afluencia de compradores ele sal, las
ventas no excedían de mil pesos diarios, lo cual
era un escándalo y me obligó a hacer un estudio
minucioso de los motivos que los causaban. En
efecto, al cabo de pocos días, di con las fuentes
del mal e inmediatamente me empeñé en
removerlas, dando todo por resultado inmediato
el hacer subir las ventas a tres mil pesos diarios y
aun a más, algunas veces, y sin jactancia, debo
decir que esto se debió, en gran parte, a la
eficacia de las medidas que tomé puesto que, tan
184

luego como me separé del destino al cabo de


unos tres meses, las ventas diarias no volvieron a
pasar de dos mil pesos por muchos meses, no
obstante la creciente afluencia de compradores
que venían de los Estados de Santander y
Boyacá.

Una vez instalado de nuevo en Piedecuesta y sin


perder aliento, quise restablecer el Colegio en lo
cual se empeñaban muchos de mis amigos; pero
me fue de todo punto imposible, ya por la
desolación general que encontré en aquel lugar,
ora por la que yo mismo había experimentado
en mi escasa fortuna y en todo el material del
Colegio. Hube, pues, de consagrarme a vender
las pocas fincas raíces que me quedaban para
pagar las deudas del establecimiento y para
comprar algunas mulas que me aseguraran la
subsistencia de la familia; todo esto sin escasear
mis esfuerzos en la morigeración del pueblo y
reconstitución y bien andanza del Estado, ya
asistiendo con ese objeto a las Asambleas
legislativas, ya escribiendo por la prensa &.

[Hoja de servicios.] En la Asamblea de 1863


trabajé con esmero en favor de la instrucción
pública, de una ley municipal que hacía notable
falta, y de las vías de comunicación. A más de
esto logré hacer pasar como ley del Estado un
proyecto que presenté aboliendo el execrable
reclutamiento contra el cual he trabajado
185

paciente y rabiosamente por todo el curso de mi


vida, e igualmente pasó a ser ley otro proyecto
que presenté estableciendo la publicación de un
periódico popular que tuviera por objeto difundir
en el pueblo todas las nociones que tendieran a
morigerar algunos principios de higiene, de
moral y urbanidad, de agricultura y de comercio
&&.

Nombrado Senador para los años de 64 y 65,


hice cuanto pude, no sin buen éxito, en pro de
los intereses nacionales y de algunas buenas
leyes que se expidieron; y habiendo regresado de
nuevo a Piedecuesta a mediados del último año
citado, oí decir sin mucho fundamento que se
me designaba para candidato para la Presidencia
del Estado.

Corridos algunos meses tuve motivos de creer


que sí se pensaba en eso por uno que otro
pueblo, y más adelante ya no me quedó duda de
la popularidad con que se me designaba;
entonces, por causas que no es del caso
mencionar aquí, escribí para la prensa una
manifestación declinando la candidatura; pero
habiéndoseme hecho observar que ya era
demasiado tarde para que el pueblo pudiera
ponerse de acuerdo para designar un nuevo
candidato, se me hizo preciso omitir tal
manifestación y determiné aceptar el puesto
mientras conseguía que pasaran ciertos
186

proyectos de ley que yo iba a presentar como


diputado a la Asamblea del año de 66, proyectos
que tenían por objeto la instrucción pública, las
vías de comunicación en general y especialmente
la apertura del camino de Paturia.

En efecto, estos proyectos pasaron a ser leyes, y


tan luego como me posesioné de la Presidencia,
me empeñé en llevarlos a efecto, y cuando pensé
en dejar el puesto y volver a mi residencia de
Piedecuesta, después de haber hecho el debido
acatamiento a mis comitentes se atravesaron las
cuestiones que suscitó el General Mosquera
encaminadas a escatimar y embargar los
derechos de los Estados, y yo, que nunca he
vuelto la espalda, a ninguna crisis política por
peligrosa que haya sido estimé de mi deber
permanecer en mi puesto hasta ver en qué
paraban las pretensiones del Presidente
Mosquera.

[…]Terminado mi periodo presidencial me


trasladé a esta capital donde me llamaba con
instancia el Presidente Sr. Santos Gutiérrez para
que me encargara de la Secretaría del Tesoro y
Crédito Público, destino para el cual me había
nombrado meses antes y de cuya aceptación me
había excusado, y del que me excusé
nuevamente por razones que no es del caso
expresar aquí.
187

Habiendo vuelto a Piedecuesta resolví


trasladarme a Santafé con la familia; pero antes
de eso y teniendo en consideración los deseos
que mi esposa abrigaba de volver a Inglaterra a
ver la suya, de la cual se había separado mui
joven y animados además por el anhelo que ella
y yo teníamos de impulsar la educación de
nuestras hijas, resolví deshacerme de la mayor
parte de mis escasos recursos para hacer el viaje
que emprendimos a Europa en el año de 1873 de
donde regresamos en el de 1876.

Poco después de haber llegado aquí fui


nombrado por el Poder Ejecutivo, Jefe de la
Oficina de Estadística en la cual solo permanecí
un año poco más o menos, por haberse
suspendido a causa de los gastos de la guerra.
Luego fui nombrado por la Cámara de
Representantes Procurador General de la
Nación, destino que renuncié porque ni mí edad
avanzada ni mis enfermedades me permitían
desempeñarlo con la eficacia que él demandaba.

Prescindiendo de varios destinos más o menos


transitorios que desempeñé desde el año de 1819
hasta el de 1826, de los que he desempeñado en
el orden municipal que no han sido pocos, de
algunos nombramientos y de ofrecimientos que
se me hicieron para servir varias gobernaciones
de provincia & y de muchedumbre de
comisiones de más o menos importancia,
188

apuntaré aquí los diferentes empleos que he


servido desde principios de 1827.

En este año fui nombrado Oficial de la


Contaduría del Crédito Público, y en seguida
desempeñé las funciones de Oficial primero de
dicha Contaduría, hasta fines del año de 1829 en
que fui nombrado Interventor de la Comisión
principal de Plantaciones de tabaco, que
desempeñaba el General José Félix Blanco como
Director del ramo en el antiguo departamento de
Boyacá, compuesto de los actuales Estados de
Santander y Boyacá.

En 1830 fui nombrado Comisionado principal


en Zapatoca. En 1831 se me ascendió a
Comisionado principal de toda la Renta en lugar
del General Blanco, y pocos meses después se
me nombró Contador de la Administración
General del ramo, y luego Administrador
General. En 1832 fui nombrado Contador
general de esta capital. En 1833 pasé a ser
Contador general de la Renta de tabacos. En
1834 entré de Secretario de la Dirección general
de la misma renta. De 1835 a 1840 estuve
alternando, ya como Secretario, ya como
Director del expresado ramo.

En el mismo año de 40 fui nombrado diputado


al Congreso en remplazo del General Santander,
y me tocó asistir a los Congresos de 41 y 42. En
189

1848 fui nombrado Representante en reemplazo


del Dr. Francisco Soto y asistí al Congreso de
1847. En 1848 asistí a la Cámara de provincia de
Pamplona como diputado a ella y se me reeligió
para la Cámara de Representantes y asistí al
Congreso de ese año y al de 1849. En este último
año y los de 50 y 51 estuve desempeñando la
Secretaría de Relaciones Exteriores y Mejoras
internas.

A fines del último año citado fui nombrado para


desempeñar la Legación en los Estados Unidos,
cuyo destino serví hasta mediados del año de
1855. Estando allí recibí el nombramiento de
Plenipotenciario para pasar a Costa Rica a
celebrar el tratado de límites; viaje que no
ejecuté por haber estallado aquí la Revolución
de Melo. En el mismo año fui nombrado
Senador y asistí al Senado de 1856 y al de 1857.

En este último año fui nombrado para la


Asamblea Constituyente del Estado de
Santander, a la cual no pude asistir. En el año de
1858 volví a ser nombrado para la Asamblea
Constituyente del Estado que se reunió en
Bucaramanga en 1859 (de la cual fui Presidente).
El año de 60 fui nombrado Senador Suplente y
me denegué a ello fundado en poderosas
razones. En este mismo año fui nombrado
Administrador de las salinas de Zipaquirá,
Nemocón y Tausa. El año de 62 fui nombrado
190

Contador de número de la Oficina general de


Cuentas y miembro de la Asamblea del Estado
de Santander y también de la constituyente de
Rionegro, cuyos tres últimos puestos no pude
aceptar.

El año de 63 asistí a la Asamblea de Santander


de la cual fui Presidente. El año de 64 fui
nombrado Senador y vine al Senado. El año de
65 asistí igualmente al Senado y fui nombrado
Presidente de él. El año de 66 fui nombrado
diputado a la Asamblea del Estado de Santander
y fui Presidente de ella. El mismo año fui electo
Presidente de Santander y desempeñé el puesto
por todo el período legal menos ocho días.

El año de 68 fui nombrado Secretario del Tesoro


y Crédito Público, destino que no acepté. El año
de 76 y 77 estuve desempeñando el destino de
Jefe de la Estadística Nacional y luego fui
nombrado por la Cámara de Representantes
Procurador General de la nación, y por el
Presidente de Santander Superintendente de la
instrucción pública del Estado y Rector del
Colegio de Vélez, cuyos tres últimos destinos no
acepté a causa de mi avanzada edad y el
deterioro de mí salud.

[Pensamiento liberal y republicano.] Embebido


toda mi vida en los asuntos de mí Patria con la
mira de coadyuvar con mí pequeño contingente
191

a la prosperidad y bienandanza de nuestra


sociedad he tenido que desentenderme, casi
enteramente de mis propios intereses, a lo cual
se agrega que lo muy poco que cuando no he
sido empleado público he solido ganar con el fin
de dejar algún abrigo a mí familia, se me ha
arrebatado en diferentes veces, en castigo de mis
muy sanas opiniones emitidas de acuerdo con el
querer o el permiso de las leyes; y así es que mí
salud, mi edad y mis reducidos medios de
subsistencia han concluido, como se dice
vulgarmente, a la plana renglón.

Ya por temperamento, ya por convicción, ora


por carácter, la verdad es que yo he vivido
exento de ambiciones contentándome con
procurarme y procurar a mis hijos alguna
consistencia personal e intrínseca que nos
pusiera a cubierto de la extrema pobreza. Así es
que hasta ahora no he importunado al Gobierno
pidiendo la pensión que debiera haber estado
gozando hace muchos años, ni haciendo una
sola reclamación de tantas que le pudiera haber
dirigido por todo lo que se me ha quitado, aun
por el partido liberal; y, cosa extraña: Jamás he
demandado una sola persona por deudas
grandes o pequeñas, que casi siempre he perdido
antes que enredarme en las molestias que ellas
implican.
192

Tampoco he tenido ambición de gloria ni de ser


mencionado siquiera en la historia; primero
porque la pequeñez de mis esfuerzos y servicios
no merecían tal mención, y segundo porque esas
glorias y esas menciones son vanidades que a
muy poco conducen y que con harta frecuencia
se compran con ruegos o favores y adulaciones,
o con algunos pocos reales, como las ejecutorias
de nobleza.

Mis convicciones políticas, sociales y morales


han sido profundas desde mi juventud, y tan no
han cambiado nunca, que aunque parezca
jactancia, tengo la certidumbre de no haber dado
un solo traspié en los principios y opiniones que
han guiado mí vida pública. Siempre amigo de
la libertad, de la República democrática, del
progreso y de la tolerancia, he permanecido en la
lucha sosteniendo ese programa, sobrellevando a
veces con gran paciencia el epíteto de exaltado o
exagerado con que me han tildado algunos de
mis contrarios en política, quienes sin duda, no
han tenido en cuenta lo que con tanta razón se
ha sostenido por grandes pensadores, a saber:
que el que no se indigna por todo lo que es malo
y vicioso, y no se entusiasma por todo lo que es
bueno, carece de los mejores y más grandes
resortes del alma, y aparece simplemente como
un imbécil.
193

Siempre he trabajado con abnegación y


desinterés; siempre he sido guiado por un
espíritu de justicia, siempre he obrado
concienzudamente y de buena fe, siempre
sirviéndome de norte en todos mis
procedimientos la libertad y el orden, fuentes de
todas las virtudes sociales; siempre procurando
el progreso moral, intelectual y material de mí
Patria y el mayor bienestar posible de las masas
populares. Nunca, en ningún caso, he sido
vengativo, ni aun para con los enemigos que
más mal me han hecho; por el contrario, los he
favorecido en cuanto he podido. Desde niño he
sido entusiasta propagador de la instrucción y de
la educación, a cuyo efecto he dado repetidos y
largos ejemplos prácticos.

He sido desde muy joven constante predicador


contra la pena de muerte y contra las penas
crueles e ignominiosas. He sido siempre
inexorable contra la institución de la esclavitud y
los monopolios. He trabajado con ahínco
constantemente por la libertad de la prensa, por
las vías de comunicación, por la prensa didáctica
para el pueblo, contra él nunca bastante
execrado y maldecido reclutamiento, destructor,
como la esclavitud, de toda virtud social.

He trabajado con fervor y persistencia en favor


de los derechos del pueblo y de la libertad y
espontaneidad del sufragio popular, no
194

habiéndome permitido como mandatario


inmiscuirme en las elecciones ni a hacer la más
leve insinuación sobre los que debían ser o no
elegidos, acerca de lo cual podía aducir pruebas
incontestables. En defensa de los derechos,
límites, soberanía de la República &, he escrito
varios folletos que he distribuido gratis, y en el
mismo sentido he escrito muchos artículos en los
periódicos, unos seudónimos, otros anónimos y
otros con mi firma.

Afirmo que todo lo que dejo expuesto está


comprobado por hechos ostensibles, la mayor
parte oficiales; pues que son los hechos que no
las peroratas ampulosas y repulgadas los que
sirven para juzgar a los hombres y para el bien
de la Patria y de la humanidad, sí son buenos; y
tengo la conciencia más profunda de que nadie,
ni aun mis adversarios políticos, podrán
desmentir mis aseveraciones ni dudar de la
honradez y buena fe con que me he manejado en
todo el curso de mi vida.

Lo que dejo consignado en este escrito


constituye la esencia de mis opiniones políticas,
las cuales deben ser muy malas en el concepto
del actual Gobierno Ejecutivo [Regeneración
conservadora de Rafael Núñez], puesto que el que
lo preside, sabedor como lo es, de que no soy
dueño de una paja sobre la tierra ha querido
castigármelas imponiéndome un empréstito
195

forzoso, de dos mil pesos fuertes, como para


corregir mis desatinados servicios.

La terquedad con que se quieren poner diques al


torrente incontenible de la civilización, y aun
retroceder a los tiempos nefastos que han
afligido la humanidad, así como la manía de los
mandatarios de querer imponer su voluntad con
prescindencia de la Constitución y de las leyes o
conculcando estas abiertamente, sabiendo que su
personalidad desaparece delante de ellas, ha sido
la causa de todas las revoluciones que ha sufrido
y tienen postrado nuestro país.

Sí, pues, queremos paz y prosperidad, todos


debemos trabajar de consuno en conducir la
sociedad por la senda del progreso que nos traza
la ciencia sin dejarnos llevar por extremos
inconsiderados y perniciosos, sin perder de vista,
eso sí, que la civilización actual y la ciencia
política han demostrado con evidencia que el
único Gobierno que puede consultar la felicidad
de los pueblos es el liberal, republicano
democrático; que nosotros no tenemos
absolutamente elementos para establecer otro;
que para todo esto y para promover con eficacia
la prosperidad del país y la morigeración de las
masas es de todo punto indispensable dar
vigoroso impulso a la instrucción pública, pues
que sin ella, ni la agricultura, ni la minería ni el
196

comercio y otras industrias podrán producir


resultados apreciables.

Trabájese en ese sentido por todos los partidos


en que está dividido nuestro país; organícese y
sosténgase el orden de una manera científica,
incúlquese la moral y las conveniencias de la paz
en todos los establecimientos de instrucción
pública, y fíjese siempre la atención en la
escogencia del Presidente de la República y de
los miembros del Congreso, a fin de que sean la
honradez, el patriotismo y la virtud los que
presidan los destinos de la Patria. Estos son mis
últimos votos, al entrar en los ochenta y un años
de mi edad”.

V. Paredes murió pobre y desprestigiado en Bogotá, en


1893. Sus deseos de liberalidad solo se concretaron un
siglo después al proclamarse una constitución política
liberal, republicana y pluripartidista en 1991.

La debilidad y carencia de líderes como V. Paredes


conllevó que a partir de noviembre de 1885, seis meses
después de redactadas sus memorias, los caudillos
liberales fuesen derrotados en los sufragios electorales,
en las iniciativas ante las Asambleas estatales como en
el Senado federal, y en especial en los campos de
batalla (1885, 1895 y 1899), siendo impuesta una
carta magna regeneradora del neobornonismo, el
centralismo y la uniformidad hispanocatólica por
medio de la Constitución Política de 1886.
197

BATALLAS DE PIEDECUESTA20

“El Alférez Acosta. Éramos treinta soldados


del batallón "Libres". Dos horas hacía que
contra viento y marea sosteníamos una
posición débilmente atrincherada sobre la
pequeña colina de "Los colorados". Desde
las torres de Piedecuesta y del cerrillo del
cementerio nos abaleaban sin tregua ni
descanso; éramos pues atacados por el flanco
izquierdo y el frente.

Nosotros nos defendíamos a medias,


devolviendo un disparo por cada diez de los
contrarios; nuestra dotación de municiones
era muy escasa y había que economizarlas lo
más posible.

"Firmes muchachos", nos decía el mayor


Gutiérrez, un viejo veterano del 76, "firmes y
escupan bien las almendras; no me
desperdicien una sóla. Únicamente se le hace
fuego al bulto y eso, apuntando muy bien"...
Y su nariz aguileña lanzaba fuertes
resoplidos, y sus enormes mostachos
20
Relato literario tomado del libro de: Enrique Otero D’Acosta
(1905). “El Alférez Acosta”. En: Dianas Tristes. Bogotá: Imprenta
de los Andes.
198

encanecidos en tres guerras se erizaban


espantosamente.

¡Qué escena aquella! A lo lejos, en la llanura


que nos quedaba hacia la derecha, se veían
pequeños grupos de bultitos negros, que se
arremolinaban en torno de las banderolas
rojas desplegadas al viento; en la vega se
distinguían los uniformes rojos del enemigo,
emboscado entre los verdes cañadulzales en
flor; sus bayonetas despedían fulgores
siniestros; en los cacaotales, hacia la parte del
riachuelo, se escuchaba el combate reñido;
las detonaciones estallaban sordas entre la
arboleda y el tiroteo arreciaba por
momentos.

En medio de este cuadro dantesco, en medio


del estruendo rabioso de los fusiles,
sobresalía la nota argentina de la trompeta de
guerra; y su canción clara del "paso de carga"
vibraba singularmente en el espacio y la
repercutía el eco en los montes vecinos...

Y entre tanto, nuestra pequeña bandera


flameaba alegremente en la copa de un árbol,
ostentando orgullosa su rojo vivo, en el
fondo de un cielo azul purísimo, apenas
199

manchado por tenues nubecillas


primaverales.

¡Ah, nuestra querida bandera! Y todos la


mirábamos gozosos, desplegada al aire,
luciendo sus gloriosas heridas por encima del
verde follaje de los árboles. ¡Por ella
luchábamos! ¡Ella representaba nuestros
ideales! ¡Ella era nuestra insignia y nuestro
norte!

El combate se arreciaba con un crescendo


espantoso; las balas silbaban lúgubremente y
se estrellaban contra la trinchera
produciendo un ruido seco a modo de
latigazos. De vez en cuando... ¡uno menos!
Pronto, una verdadera tempestad de plomo
se desató furiosa sobre nuestras posiciones.

Las cornetas vibraron con más fuerza, el


mayor Gutiérrez se desató en gritos de
guerra: "Firmes muchachos: ¡Aquí de los
valientes; cruja el parche y arda Troya!

¡Firmes!" Una bala rompió la cuerda que


sostenía la bandera y ésta cayó pesadamente
al pie del árbol. ¡Todos sentimos una dura
punzada en el corazón! Acosta, el "Alférez
200

abanderado", saltó por sobre la trinchera y


alzó el estandarte con designio de volverlo a
colocar arriba. "Mira, Acosta, le dijo el
mayor Gutiérrez, ni lo intentes siquiera; no
alcanzas a llegar arriba, tu sacrificio es inútil;
Tráela acá y la enarbolamos sobre la
trinchera".

"¡Eso nunca!", respondió el bravo


abanderado, "¡ella tiene que flotar por
encima de todo el combate! ¡Ella tiene que
dominar la batalla! Oh, mi bandera tiene que
volver a su puesto. De lo contrario, se reirán
aquellos y nos tacharán de cobardes"

Y emprendió la ascensión, camino de la


muerte. Ágil, coronó la altura y en medio de
una granizada de balas, enarboló de nuevo su
querido estandarte. Luego bajó la vista hacia
nosotros y dirigiéndonos una sonrisa triunfal,
emprendió impasible el descenso.

¡Un hurra general salió de nuestros pechos!


Más al poner los pies en la tierra, una bala
traidora lo cogió por la espalda,
atravesándolo de parte a parte. Y sin dar un
¡ay!, sin lanzar una queja, ¡cayó el alférez al
suelo cuan largo era...! Aún me parece verlo.
201

con los párpados cerrados, quedo, bien


muerto! En sus labios se dibujaba la sonrisa
de los héroes y su cuerpo rígido quedó
recostado ligeramente en el tronco del árbol.

Un ayudante del general Gómez Pinzón nos


comunicó marcha inmediata, a reforzar un
punto gravemente comprometido;
abandonamos la trinchera apresurada-mente
y no hubo tiempo ni de bajar la bandera.

Al trasponer la colina, lancé la postrer


mirada, dije el último adiós a la abandonada
trinchera; todo lo vi triste, lúgubre... Mis ojos
sólo se encontraron con la negra silueta del
alférez, recostada en el tronco del árbol,
como un mudo centinela guardiando su
querido pendón de guerra, ¡que flotaba
triunfante por sobre el campo de batalla,
simulando una solitaria mancha de sangre,
en el fondo azul del cielo...!”

Distinguidos escritores liberales como Enrique


Otero D'Acosta y Joaquín Quijano Mantilla
combatieron en las batallas de Piedecuesta del 28
de octubre y el 11 de noviembre de 1899. Sus
vivencias durante la Guerra de los Mil Días las
plasmaron en cuentos y crónicas.
202

INGENIO DE LOS INGENIOS21


JOAQUÍN QUIJANO MANTILLA

“Todavía existe en la villa


la misma casona vieja,
donde viniera a la vida
este hidalgo de mi tierra,
hijo de doña Belén
Mantilla, de estirpe añeja,
y de don Joaquín Quijano
hombre de espada y de letras.

Bajo ese cielo azulado,


pasó su infancia risueña;
siempre jugando al venado
y hasta a la gallina ciega,
yendo a pesquería al Salado
y a baño al pozo de la peña,
con Ratón y Regalado
sus dos compinches de pegas.

Aún viven en el poblado


matronas que lo recuerdan,
y que evocan con agrado
aquellas lejanas épocas,
21
Relato legendario tomado del libro de: Vicente Arenas Mantilla
(1960). Crónicas y romances. Bucaramanga: Imprenta del
Departamento. Pág. 180-183
203

en que el muchacho avispado


siempre en permanente brega
para ganarse la vida,
entre pelas y más pelas,
todos los días despertaba
con una aventura nueva.

Y con doña Trinidad,


la furibunda maestra
que castigaba con látigo,
aprendió primeras letras;
lo mismo que Luis Sorzano
y que Daniel Valenzuela;
sus otros dos camaradas
de aventuras y de tretas,
con quienes jugaba al trompo
y allá en la antigua plazuela,
con farol y con cuchillas
elevaban sus cometas.

Y lo llamaban el loco
toditicas sus parientas,
por sus grandes travesuras,
por su alegría manifiesta,
por su valor denodado,
por sus andanzas resueltas.

Siempre llegaba más tarde


204

que los demás, a la escuela;


pero al ser interrogado
tenía una mentira alerta:
unas veces el mercado,
otras la vaca o la huerta,
enfermedad o mandado
eran su eterna respuesta.

Vino la revolución,
y al punto ingresó en las fuerzas;
y al mando de Uribe Uribe
realizó hazañas intrépidas,
pasando por Peralonso
bajo las balas siniestras,
que cruzaban su camino
en forma alarmante y tétrica.

Las ocañeras lloraron,


y hubo rezos en la iglesia,
cuando ya vieron montado
sobre su pajiza yegua,
al militar consumado,
al don Juan de buena medra,
al charlador festejado,
al hombre de estampa regia.

Ya en la paz, desconsolado
por el desastre, se ausenta,
con laureles coronado
205

cual un héroe de contienda;


funda su Epiro adorado,
se casa, y mientras la siembra
le brinda el fruto esperado,
escribe para la prensa
sus cuentos afortunados
y sus hermosas leyendas.

En su retiro alabado,
escribió libros que alegran,
tales como "Al Sol de Agosto",
narraciones estupendas;
igual que "Cuentos y Enredos"
que un caudal de gracia encierran,
y hasta "El Sartal de Mentiras"
que es un gran canto a su tierra.

Diez años ha’ que te fuiste


rumbo a las playas eternas,
ilustre santandereano,
diplomático estupendo;
pero tu estampa condal
sigue en nosotros viviendo.

Desde esta apartada orilla,


donde aún mora tu recuerdo,
va esta añoranza a buscarte
hasta tu reposo eterno,
Joaquín Qujano Mantilla
ingenio de los ingenios”.
206

AL “PIE DE LA CUESTA”22
LUIS ENRIQUE FIGUEROA

“Cuando el verde se hizo y los pintores


resolvieron aprovecharlo para darle originalidad
al paisaje; apenas hubo la revolución que le dio
categoría a esta parte de la pintura, fue
indudablemente porque para poder realizar un
paisaje de Piedecuesta, era necesario ese
colorido que ahora es indispensable para poder
pintar los cañaverales que allí tiene sembrados el
Dr. Luis Enrique Figueroa.

Antes de nacer el Dr. Figueroa en esa casa


antigua donde tiene su residencia campestre de
Piedecuesta, ya era una casa donde gentes de
guerra y de paz pasaban buenas horas. Allí hay
museo, biblioteca, una fuente o surtidor
magnífico en el patio, un kiosco cubierto de
enredaderas que le dan frescura y belleza, aparte
de un corderillo tallado en piedra por un escultor
anónimo do Barichara que lo tenía para
colocarlo en la sepultura de una maestra que fue
víctima de un antisocial, y que está frente a la

22
Estudio periodístico y etnográfico de las expresiones folclóricas
de Piedecuesta publicado en Vanguardia Liberal, y posteriormente
como el libro de: Juan de la Fuente (1963). “Piedecuesta”. En:
Acuarelas folclóricas de Santander. Bucaramanga: Imprenta del
Departamento. Pág.133-150
207

puerta de entrada a su mansión donde también


puede hallarse Caballo Blanco o algo más
autóctono como el Pandereto; Parece haber sido
residencia de caciques, gobernadores o
encomenderos.

Pues bien. Quien mira la ciudad desde alguna


distancia tiene que darse por entendido que se
trata de una de las más florecientes, de las
bonitas y de las más antiguas de Santander,
como que en los tiempos en que fue fundada era
apenas un lugar al "pie de la cuesta" en el largo y
tortuoso camino a Girón, y hasta donde muchos
años después llegaban los arrieros a pernoctar en
la famosa posada que se había convertido en
lugar obligado y caserío, por lo que el 26 de julio
de 1.766 don José Ignacio Sabala firmó el acta
de fundación con Gregorio Mantilla, Tomás
Rey, Pedro Felipe Mantilla, Carlos de Aguilera,
Vicente Ordóñez Valdés, Blas Mantilla de los
Ríos, Vicente Mantilla, Francisco Figueroa,
Pedro A. Mantilla, Juan Mantilla y Costa,
Manuel Ordóñez Valdés y José Antonio
Mantilla.

Y cosa rara: resulta que don Antonio Amar y


Borbón no quiso darle con el título de la
erección en Parroquia, el de "muy noble y muy
leal", dizque porque sus habitantes no habían
logrado hacerse acreedores a dicho honor, lo que
ocurrió precisamente el 6 de agosto del 1.810.
208

Claro, acababa de echarle "pleitecito" a don


Francisco y Antonio Morales, González
Llorente, en Bogotá, lo que por lo visto le quitó
todas las ganas a don "Antuco" de dar títulos ad-
honorem.

Y don Fernando VII, por la gracia de Dios Rey


de España, en su cédula firmada en Cádiz luego,
hace saber los derechos que consagra a la Villa
de San Carlos, entre otros, todos los que se
requerían para que suspendieran sus pagos en
Girón por concepto de Carnicería, trucos,
tejares, molinos y por cada trapiche, porque
entonces se cultivaba ya la caña, así como la
hoja de tabaco que la torcían para fumársela y
para exportar; se cultivaba el fique, por lo que
desde entonces la ciudad se divide en dos zonas,
llamadas "Hoyo Grande" y "Hoyo Chiquito".

En la primera están los fabriquines de tabacos, y


en la segunda, las fábricas de costales:
"En hoyo grande el tabaco,
en hoyo chiquito el fique,
y como son vecinos,
mejor que tengan tabiques".

Lo cierto es que ahora Piedecuesta es otra cosa.


Hay un Jardín Zoológico en la plaza principal
convertido en parque, y allí cantan y ríen y se
bañan los animales más diversos y bonitos, los
que están encabezados primeramente por una
209

garza a la que le pusieron en el pico un grueso


tubo de acueducto para que por él lance el agua
del grifo, y una guacamaya a la que, como a las
loras groseras, la enseñaron seguramente los
piedecuestanos, desde la niñez del doctor
Figueroa, a decir cosas tremendas, pero
especialmente a velársela a la vieja "Secoloca",
una vieja grosera que cada vez que la
guacamaya le grita "Secoloca", se alza las
enaguas de diversos colores y amplísimas, en
señal de protesta, no importa quién esté
mirando.

La verdad es que el parque es hermoso, con


todos sus pájaros, su guacamaya y su garza
atorada con el tubo de acueducto. Por cierto que
para completar la fauna de recreo, al pie de la
garza el artista innominado le colocó dos patos
de cemento en pose como calentándose al sol
reverberante de los días caniculares.

Ese parque está dominado por dos iglesias, la


primera de ellas a la izquierda, donde se guardan
las imágenes de "Semana Santa", de la cual
hablaremos más adelante. Esa iglesia con la cual
cometieron la terquedad de barnizarla de
cemento (¡ay, el cemento!), la abandonaron
dizque porque una de las torres se va a caer, lo
que no ha ocurrido todavía, porque su
construcción es antiquísima. Después hicieron,
al otro extremo, a la derecha, la otra iglesia,
210

moderna, levantada en piedra, con dos torres


preciosas, con el prestigio de la piedra desnuda
que posee el aroma de los tiempos en que fue
construida, y terminada en el año 1840. El altar
de la primera es muy bonito, de estilo
Renacimiento.

El nuevo templo es mucho mejor y tiene en su


parte principal en donde está el altar, una
imagen de María Inmaculada, tallada en
preciosa madera, imagen maravillosa, de una
elegancia y una perfección acabadas, con esa
presencia de una imagen de mujer española,
divina. ¡Claro, sí, María debió ser bellísima y el
escultor así la idealizó para regocijo de los
feligreses de San Carlos del "Pie de la Cuesta" y
de cuantos quieran admirarla y devotamente se
postren a sus plantas!, que para ello hay dos
razones: por lo hermosamente divina y por lo
maravillosamente humana.

En el frontis de la iglesia principal se lee la


inscripción afortunada del año de su
terminación, escrita en piedra que es antes y
después de todo, la forma más grata de
perdurabilidad y de feliz recuerdo.

En medio de los dos templos se encuentra el


Palacio Municipal. Es un edificio cómodo,
bellísimo, de una presentación que hace honor a
Piedecuesta, desde donde el Gobernador de ese
211

municipio que fue de los hijos de Juan Velasco y


de don Pedro que tenía -según reza la historia-
cuatro hatos de ganado en los ríos "Manco" y
"Del Oro", del oro, porque cuando cierto
conquistador reconoció que de ese metal eran las
arenas, así bautizó a ese nuestro río querido y
familiar. ¡Ah, y fue también de su yerno
Arteaga, que tenía cuatro estancias en el sitio de
la "Mata Redonda" o simplemente "La Mata"!,
que así se llama hoy, y que fue de propiedad del
Dr. Francisco Sorzano. Desde el Palacio
Municipal distribuye o administra la justicia un
joven que salió a recibirme y a ofrecerme sus
servicios de "mecenas" o de "cicerone" para el
conocimiento exacto de la ciudad.

Con el Dr. Luis Enrique Figueroa fui,


acompañado también de don Humberto Gómez
Nigrinis, a la antigua iglesia a hacerle una visita
a "los judíos", y por entre ellos a Jesús
Nazareno, a quienes preparaban en esos
momentos para las ceremonias de Semana
Santa, y con el fin de que no me faltara nada en
esta ocasión, llevaba también la grata compañía
del celebrado pintor don Humberto Delgado, y
de un dibujante: don Luis E. Camacho.

Allí supe que fue el Padre García Esteban, de


gratísima memoria, quien trajo a Piedecuesta sus
famosos "10 judíos", excluyendo uno que se
extravió, según me dijo el Dr. Figueroa, el cual
212

parece que quedó en la población de Tona,


donde, dizque a más no poder, está haciendo el
difícil papel de Cristo.

¡Y cosa maravillosa!: el Padre García hizo tallar


sus judíos, dándole a cada uno una típica
expresión y fisonomía piedecuestana, es decir,
de cada uno de los personajes de entonces en el
pueblo, por lo cual aquellos inofensivos y
graciosísimos judíos representan ciertamente un
tipo característico de la ciudad, cada cual con su
gesto que fácilmente podía, en esas épocas, decir
cómo se llamaba cada sanguinario deicida. Y
conste que la Semana Santa de Piedecuesta es
una de las mejores del país, para no decir que de
Santander; porque en Santander no hay pueblo
que tenga el privilegio de Piedecuesta para
rivalizar con la Semana Santa de Popayán en
Colombia.

Ahora el Padre Prada, sacerdote virtuoso y


magnánimo, magnífico continuador de la obra
de José Ignacio Zabala para conservar la
tradición del arreglo de cada uno de los "pasos",
ha mandado que éstos sean más o menos así:
Jesús encarcelado a cargo del Alcalde y
del Juez.
El paso del "despojo", a cargo de los
gremios de matarifes y carniceros y demás
mercaderes.
213

El de la "sentencia" a cargo de don Jorge


Sorzano.
Los "dos ladrones" al gremio de
mayordomos de las haciendas.
El de los "azotes" a la familia Figueroa.
El de la "cena", a los establecimientos de
educación.
El de la "lanzada", a don Carlos J. Cortés
y Familia.
El de "las tres Marías", a cargo de las
señoritas Mantilla Pradilla.
El de San Pedro, a don Pedro Landinez.
El de "San Juan", a don Juan Peña.
El de "La Verónica", a cargo de las
señoritas más bonitas de la Escuela
Normal.
El de "María Magdalena", al gremio de
las cigarreras.
El de "La Agonía", a la Cooperativa
Panelera.
El de "La Crucifixión", a don Luis
Ernesto Bautista.
El paso del "enterramiento", a los médicos
encabezados por los doctores Carlos
Prada, Rodríguez y Manrique.
El paso de las "angustias", a las señoritas
Mantilla.
El paso de la "humildad", a don
Constantino Prada y otros.
214

Observándose -me dijo el sacerdote- cómo el


tren pasa y pasa... y sigue dejando niñas en sus
distintas estaciones… para que cumplan con este
sagrado deber de atender las exigencias del culto
de los Santos… Claro que aquí en Piedecuesta,
que por verdad se tiene que se ha llamado:
primero, "Valle de Nuestro Señor", luego,
"Parroquia de San Francisco Javier al Pie de la
Cuesta", y, finalmente. Villa de San Carlos de
Piedecuesta", así no le hubiera dado el título de
"noble y leal" que seguramente no lo fue al Rey
de España, lo que alguno me contaba
orgullosamente y que aquí, puede decirse, que
existen "las once mil vírgenes".

"Qué tal si puaquí viniera


ese tal rey don Fernando;
ni un tabaco pelechara
de los hijos de San Carlos".

"Cualquier mujer que no tope


para aliviar sus quebrantos
un pendejo a los cincuenta,
se queda pa vestir santos".

"Yo no voy al pie de la Cuesta


ni camino por el Hato,
porque les falta un judío
con nariz de garabato".
215

Pero no es todo para cosa de judíos. No. Lo


cierto es que las imágenes de los más
prestigiosos imagineros y escultores, están allí en
la sacristía y expuestas a la veneración de los
fieles, copias y réplicas afortunadas de José
Mora y otros, como la de "El Cachorro" que se
venera en el "Patrocinio", barrio sevillano de
Triana y de Porras una ventana de hierro, mejor
aún, una reja para ventana, que en verdad, si no
fuera construida en ese año, no tendría
importancia y la tiene en tal forma, que en el
romancero popular Vicente Arenas Mantilla,
escribió:
"Hay en la iglesia de mi terruño
con telarañas que el viento mueve
una ventana con esta fecha:
mil ochocientos cuarenta y nueve".

"Dizque la hizo Fernando Porras


según letrero que al centro lleva;
la puso un veinte de mayo afirma
-con gran orgullo- Pilar Sequeda.
que vivía entonces en "Los dos mundos"

Y el repentista, el coplero ignorado dijo:


"Quesque la vieja Pilar Sequeda
puso ventana en el bautisterio;
quesque la hizo Fernando Porras. . .
¿Algún bautizo está en el misterio?"
216

El Dr. Figueroa nos condujo hasta el cementerio


y cuando llegamos allí, el sepulturero nos dijo:
- Para servirles señores. Para servirle
doctor, ¿qué se le ofrece?
- Por el momento nada. Espérese -le dijo
el Dr. Figueroa.

Y seguimos. Lo primero, una bella pila de piedra


tallada, que en un tiempo estuvo en la plaza
principal de Piedecuesta y que fue cambiada por
una de bronce. Es antiquísima, tan antigua, que
sobre ella derramaron muchas aguas
bautismales. Está colocada sobre antiguas mazas
de trapiche, es decir, sobre bonitas piedras
llevadas de los "ingenios" de Luis y José del
Carmen Mantilla y colocadas en distintas
posiciones. Al frente está la capilla, por cuyas
rendijas vi un famoso Cristo, escultura de no sé
quién y que podría pensarse que es una versión
del "Cristo de Velásquez.

El cementerio es mejor. Hay una bóveda que


ostenta en su parte superior a Cristo Cargado
con la cruz, estatua bellísima también, que cubre
las cenizas de los miembros de la "Comunidad
de los Nazarenos". Hay muchos monumentos,
pero tres me llamaron la atención: el primero, el
busto del padre, del Dr. Figueroa, en mármol de
Carrara y que, según dijo el abogado
piedecuestano, es el que le cuida los cañaduzales
desde lejos. El segundo es un inmenso tronco de
217

un árbol que guarda las cenizas de una señora de


nombre Sebastiana Rodríguez; y el tercero, otra
bóveda que tiene una gratísima inscripción que
reza: mientras tenga vida, mis lágrimas
humedecerán tu última morada". Allí también
me encontré la tumba de los hermanos
Inmediato que eran unos grandes trecillistas, los
que quisieron reunirse allí para seguir "jugando"
eternamente por los siglos de los siglos. Amén.

Las calles o barrios de Piedecuesta, conservan


sus primitivos nombres:
"Vamos por "San Antonio"
que rezarle necesito;
que en "La Sinfonía" no salga
esa puerca del "Charquito".

"Me voy pal Hoyo Caliente"


onde tan las tabaqueras;
voy por chicote curao
pa’ curarme las paperas".

Mi "cicerone" me llevó luego a la fábrica de


"materas" de don Saúl Figueroa, un viejo
octogenario, quien se ha dedicado a llenar el
país, desde su taller en "Hoyo Grande", de
artísticas "materas", las cuales -para darle gusto a
los diversos caprichos de las gentes nuevas (con
especialidad mujeres)-, son pintadas de variados
colores, pudiéndolos dejar al natural para que el
tiempo las proteja con su pátina inevitable y les
218

dé el valor de las cosas genuinamente


autóctonas.

Ahora es el "Río de Oro". En medio de ese


inmenso verdor de los cañaverales que se
extienden (los del doctor Figueroa) por todos los
cuatro costados del pueblo piedecuestano, baja
murmurando el "Río de Oro". En veces hace
pausas en su carrera, se mira a sí mismo en su
linfa de cristal y forma pozos y pocitos, y otras,
quiere salirse de su cauce natural y se lanza por
los recovecos al pie de los árboles frondosos,
donde se queda como extático, permitiendo que
las mujeres, -de manera especial las muchachas-
se entreguen a él con delicia sensual; y él por su
parte las acoge amoroso, donjuanil y galante,
mientras otras aprovechan de su mansa corriente
para lavar las ropas, no sucias, sino impregnadas
de tierra fértil, de sudores honrados y de
intimidades humanas, pues que al decir de algún
sabio sacerdote, los piedecuestanos son los más
santandereanos de todo Santander, no por sus
virtudes, sino por sus vicios, que nosotros
creemos que son vicios que los han colocado al
margen de toda culpa por razón de su ancestro y
de su raza.

Bajando al río -a ese "Río de Oro" que Suárez de


Deza bautizó en ceremonia privadamente
solemne, por allá en 1547-, se encuentra uno por
todas partes, en peregrinación fantástica, a las
219

mozas de mirar atento, con su lujosa cabellera


suelta o apenas cortada sobre los hombros como
para no aparecer con las costumbres de las
"yariguíes" y las "guanes", mostrando, gracias al
soplo indiscreto y terco de la brisa, curvas y
turgencias que debieron sugerirle al pintor
Humberto Delgado, por encima del Bien y del
Mal, las mejores arquitecturas humanas de su
obra pictórica, dignas de embellecer los estudios
de Leonardo da Vinci, para convertirlos en
catedrales de la Belleza, elevada a la sublimidad,
en la más portentosa de las aspiraciones del
Romanticismo.

Tez blanca, ligeramente sonrosada, nariz cuasi-


romana, frente alta, cabellera castaña, rostros
ovalados, bocas purpurinas, mentones
ligeramente salientes, cuellos largos bien
modelados, hombros redondos, firmes y
levantadas "suaves colinas pectorales", cinturas
diminutas y piernas que más parecen columnas
dóricas sosteniendo un conjunto armónico, con
unas bases de pies finos y ligeros como los
quería el poeta para que cupieran en "la corola
de una rosa", esta era, al menos, la gráfica
descripción que hacía el gran pintor Delgado y la
digna esposa del Dr. Figueroa, doña Carmenza
Clausen, de nuestras mujeres. Y la señora
Clausen de Figueroa, muy satisfecha, aunque
discreta, se mostraba en la apreciación artística
del pintor.
220

Mientras tanto, el dibujante Luis E. Camacho


tomaba apuntes de tanta hermosura ambiente
para traducirlos a líneas puras en esa amalgama
de motivos que inspira un río que baja cantando
y se queda ensimismado silbando canciones
salvajes en medio de las colinas y de los árboles
frutales que les dan sombra, de las palmas
verdeantes y del cañaveral que alza sus banderas
florecidas como ejércitos empenachados y
triunfantes en la milenaria lucha con la
Naturaleza, para exhibirlos a los hombres del
agro como un trofeo glorioso de trabajo.

El río refresca y vivifica, hace florecer la


inteligencia y da cierta misticidad a los poetas,
como a aquél que escribiera:
"Hay un lirio que el tiempo no consume
y una fuente que lo hace florecer:
tú eres el lirio, dame tu perfume,
yo soy la fuente, déjame correr".

Estos versos que le dieron tanta popularidad a


Daniel Mantilla Orbegozo, se fueron volando
por todos los caminos y se engarzaron en los
salones y cenáculos de trovadores y poetas de la
"edad de oro" de nuestro país de literatos y
románticos.

Y es que resulta que "Pie de Cuesta" ha sido


cuna de gentes de pro, así en los talleres de la
221

poesía, como en los de Marte o en los de San


Isidro Labrador, que por cierto allá en la antigua
capilla le vi sus bueyes famosos en espera del
Santo afortunado, a quien -por sus sagradas
virtudes - los ángeles le aliviaron la pereza. De
tales talleres salieron con Daniel Mantilla
Orbegozo, descollantes figuras como Jesús
Figueroa, Francisco, Mario y Guillermo
Sorzano González, Primitivo y Fidel Rey,
Alejandro Arenas y José del Carmen Monsalve
y el gran Fidel Regueros, afamados discípulos de
Hipócrates.

Para hacerle honor a la tierra de don Pacho


Santander, siguieron sus huellas, Alipio y Pedro
Elias Mantilla, Constantino Barco y Vicente
González, Agustín Mantilla, Gilberto Gómez y
José Agustín Guevara, quien dejó el control
económico y fiscal de Santander. Discípulos del
hijo único de "María la Nazarena", José y
Heladio Orbegozo, Pedro, Felipe, Leonardo,
Santiago y Eustaquio Mantilla, Esteban y
Nepomuceno García, Visitación Duarte y
Silvestre Figueroa, Manuel Duarte, Luis
Maldonado y Vicente Peña.

Por eso es que cuando se transita por las calles


de la ciudad del Pie de la Cuesta, o por los más
inmediatos alrededores, el "cicerone” nos dice:
— Al pie de esta ventana nació en esta casa don
Daniel Mantilla. Aquí se hospedó el Libertador
222

una noche que iba cumpliendo el itinerario de la


gloria. Aquí podría oírse todavía la voz de don
Victoriano de J. Paredes, el gran maestro y
eminente anticlerical. Aquí nació él. Aquí los
restos del Dr. Felipe Sorzano; aquí vivió el Dr.
Francisco Sorzano; aquí Joaquín Quijano
Mantilla el celebrado cronista de los viajes y
autor delicioso y castizo de "Sartal de mentiras".
Aquí volvió el Dr. Esteban García; aquí don
Balbino García. Por allí hemos de colocar una
placa para indicar donde nació el doctor José
Agustín Guevara y, finalmente aquí nació y
vivió tardes tranquilas rodeado de gentes
amigas, el doctor Luis E. Figueroa, quien se ha
mostrado como el más auténtico ingenio nativo,
autor de popularísimas sentencias y chispeantes
anécdotas.

Y no falta quien confirme, bajo juramento, que


Luz -la de "El Limonal"- se aparece todavía a los
trasnochados, unas veces con su gracia pizpireta
y seductora, y otras, bajo los resplandores de la
luz que en por castigo de su crimen, es ella, para
asustar a los piedecuestanos. Porque
evidentemente muchas veces esa luz sale desde
la capilla de "El Limonal" y sigue por las calles
hasta cierto bosque donde la condenada cometió
su fechoría. Aquí vivió Chepito Rey y aquí le
espetó a una muchacha que pasaba, esta copla:
"Con una chica tan guapa,
de tan torneadas formas
223

como es Julieta, la chata,


yo me haría maromero
para subir por sus "corvas".

Y a otra que le hizo un gesto de desprecio, ésta:


"Por aquí conozco yo
mujeres de puros pares;
ésta los tiene completos
menos los ojos: impares,
porque le he visto tres
durmiendo en los matorrales".

Y se cuenta que Gregorio Rueda, concibió allí


las románticas estrofas de "In Memoriam", de
las cuales, parte muy conmovedora es lo
siguiente:
"El destino no quiso perdonarla y en una
noche blanca de junio, saturada de aroma,
la arrancó a mi cariño y en un rayo de luna
se fue nido y ensueño y cariño y paloma".

Porque así como en la ciudad de Piedecuesta


hay poetas (y los ha habido siempre), también
hay y ha habido mujeres de la más fina
significación estética, distinguidas y adorables
madres de familia, dechados de pureza y
dignidad; gratísisimas "Beatrices" que lograron
pasar de los diez y ocho abriles para vivir en una
eterna primavera, y caballeros de la más rancia
aristocracia que supieron continuar la herencia
de espadín y gola.
224

Es la ciudad de las leyendas ésta que aún es de


San Francisco Javier de la Cuesta, y haciendo
honor a ellas, me decía Humberto Gómez
Nigrinis, precisamente cuando almorzábamos
bajo su mirada inteligente de ponderado
educador piedecuestano, que en aquella ocasión
en que su pueblo natal consiguió ser
independiente de Girón, se formó la grande,
entre otras cosas porque los piedecuestanas no
querían rendirle más pleito, homenaje ni más
tributo a Girón, pues en verdad las mujeres
piedecuestanas que tanto se matan haciendo sus
tabacos, tenían que mandarle sus impuestos,
resolvieron echarse una peleíta a piedra y garrote
que era cuanto entonces se estilaba para tales
lances, en combate provocado por los gironeses
en las propias goteras de Piedecuesta; y a no ser
por San Vicente Ferrer, que se presentó
montando un brioso caballo blanco y decidió la
batalla cuando ya la tenían perdida los
piedecuestanos, los gironeses hubieran acabado
con toda la ciudad.

Esto ocurrió -según se afirma- en "Malpaso",


donde aún existe una pequeña colina de piedra
menuda que quedó como recuerdo de tal
episodio. Y no es menos cierto -me decía el
Alcalde- que uno de los judíos que están allí en
la vieja capilla, dizque se salía de noche vestido
de particular a tomar guarapo, hasta que un
225

sacerdote lo "pichonió" borracho y se lo llevó a


la sacristía.

Desde entonces algún mal hace cuando lo sacan


en procesión en Semana Santa, y uno de ellos
fue el de descargar un látigo sobre un miembro
de la hermandad de "Jesús Nazareno", lo cual
fue visto por los fieles, quienes en esa ocasión le
dieron también su paliza, como justa reacción
contra sus atrevimientos.

Y en materia de revelaciones y aparecimientos,


la ciudad conserva, no sólo tradiciones, sino
cumplidos fantásticos episodios: la revelación
del Señor en una latica, en casa de don Ramón
Prada y su esposa Rosa, imagen que fue llevada
a vivir a Los Santos, donde se encuentra
expuesta en el hogar de don Constantino Prada.
Esta anécdota y la imagen son auténticas,
veraces y prodigiosas.

El milagroso Cristo del Padre Almanza que


tantos recuerdos gratos dejó en Santander, y
ahora la Virgen de "Las Angustias", que dizque
se "reveló" en una tabla de esas en quo hacen los
tabacos las cigarreras y la cual es objeto de
veneración en una casita que existe en la loma
de "Alto Viento", sector de "Hoyo Grande"
(naturalmente en ese sector que es el de los
fabriquines de tabaco), de propiedad del
nonagenario don Lorenzo Gutiérrez, quien me
226

refirió que cuando su esposa María de la Cruz


Cancino había muerto, la imagen do esa
Virgencita ya se había "revelado", de ello hace
ya quince años. La verdad es que se trata de un
óleo antiguo realizado sobre una tabla. Y bueno.
Allí van las gentes piadosas a venerar y a rezarle
a la imagen que es patrono de las cigarreras,
quienes la visitan invariablemente los lunes y
martes de cada semana.

Todas estas razones impulsan a aceptar la fe


ciega de los piedecuestanos, hasta el punto de
que un sermón de Semana Santa, es suficiente a
hacer que ahora Gestas se ponga bien con Jesús,
como lo hizo cierto feligrés que después de
confesarse con un benemérito sacerdote que
fuera cura de Piedecuesta, se presentara días
después con la suma de doscientos pesos para
decirle al Padre:
- Aquí le traigo lo que le prometí para que
se lo entregue a Fulano. (Era que le había
cogido, mal cogidos, esos doscientos
pesos. Lo que no sabemos es si le pagó
réditos).
- Cómo! ¿No va ver la Virgen del Guamo?
-me dijo el doctor Figueroa. Vaya, camine.

Fuimos. Ni más faltaba que no la visitara. Y me


contó que una vez, a propósito de una romería a
la que asistieron ciertos esposos, obtuvieron -no
me dijo cómo el doctor Figueroa - una copia de
227

la imagen, la que actualmente se venera en


Monguí y que aseguran fue pintada por Carlos V
o por Felipe II. El cuadrito en miniatura fue
traído por los tales esposos y sin tomar decisión
alguna de venerarlo traído por los tales esposos y
sin tomar decisión alguna de venerarlo por falta
de un lugar adecuado, resolvieron guardarlo en
un baúl, hasta que un día, al entrar la señora al
aposento donde se hallaba el mueble que
guardaba el cuadro, percibió un intenso perfume
(entonces no se usaban lociones ni perfumes por
estos contornos, fuera de la usual limpieza
obtenida del baño con "jabón de la tierra") y
procedió la buena señora a constatar de dónde
salía dicha fragancia, enterándose de que era del
mismo baúl y muy sorprendida, observó que
emanaba del cuadro, por lo que resolvió
colocarlo en un altar improvisado.

Conocida la especie por la gente, comenzó a ser


objeto de visitas, devociones y peregrinaciones,
hasta que la iglesia lo tomó por su cuenta para la
pública veneración, levantándole una ermita en
el propio lugar donde se encontraba.
Posteriormente fue entregado ese sitio para la
construcción del convento de la comunidad de
"Las Hijas de Santa Clara". Hasta dizque había
una sacerdotiza que pretendía decir misas como
cantaba salves a la imagen, cosa que también
prohibió rotundamente la Iglesia.
228

Pero es lo cierto que muchas personas han


recibido favores de la imagen al ser invocada
devota y fervorosamente, como ocurrió -dice el
doctor Figueroa con aire de satisfacción- con
una niña que fue arrastrada por las aguas de la
quebrada cercana a la planta eléctrica, adonde
ahora -agrega el mismo doctor- los voy a llevar,
y después de arrastrarla varias cuadras, fue
recogida por la madre perfectamente ilesa.

También a Fausto Domínguez cuando tenía tres


años y aún no caminaba, su madre le hizo la
promesa de rezarle nueve rosarios diarios a la
virgen, y al comenzar a cumplir la promesa, el
muchacho empezó a caminar y salió en carrera a
almorzar, dejando sola a su devota y creyente
madre.
— Es que esta gente, por todo esto, es muy
devota -siguió diciendo el doctor Figueroa-. Y
mire -me mostró-; allá arriba fue donde se llevó a
cabo una fiesta, cuando manumitieron a los
cuarenta esclavos que había en la ciudad, y tal
fiesta es memorable. Hombre: es que esta ciudad
tiene muchas historias y leyendas, devociones y
motivos de atracción turística.

Y es verdad. Ya lo dijo un cantor popular:


"Piedecuesta es muy bonito,
calientico, encantador,
porque así son las mujeres
que se bañan con jabón".
229

Y es que hay en Piedecuesta fábricas de "jabón


de la tierra" (como se llama), hasta el punto de
que el mismo doctor Figueroa, mostrándonos
unos trocitos, decía maravillas de las
propiedades curativas que tenía, entre otras
como cauterizante después de la sacada de una
nigua.

Una vez, me lo refería entiendo que Humberto


Gómez Nigrinis, cuando la guerra de la
independencia o las civiles, un ejército se
"cundió" de niguas, hasta el punto de no poder
continuar la marcha (como les había ocurrido en
Vélez a los conquistadores españoles) y hubo
necesidad de someterlos a todos a una cura
general.

Después de bañarles bien los dedos y plantas de


los pies y practicarles "la cirugía de urgencia",
consistente en sacar a cada uno de los soldados
las incrustradas niguas, se les aplicó
minuciosamente el "jabón de la tierra". La
operación duró toda la tarde, pero los pobres
soldados no pudieron continuar la marcha sino
dos días después, cuando cierta batalla había
pasado, por lo que se recuerda gratamente esta
copla:
"Qué vaina que son las niguas
si no se saben sacar!
Por una nigua se pierde
230

amor, batallas y más".

Y es cierto, porque en una hacienda cercana a


Piedecuesta, se celebró alguna vez una fiesta
muy ruidosa en aquellos tiempos en que las tales
fiestas tenían gran colorido y renombre y hacían
época. Se realizaban al son de "las cinco cosas",
es decir, de la melódica orquesta compuesta por
un tiple, una pandereta y una bandola.

La fiesta tenía lugar en casa de un Mantilla y


para iniciarla, debía el coplero invitado para el
efecto, comenzar, pero al no estar allí el otro
coplero que debía estar listo para el duelo, dijo:
"Mucha desgracia es
carecer de una aguja
para sacarse las niguas
y no ir a jiesta alguna".

Luis Enrique Figueroa Rey, nació en Piedecuesta el 5


de octubre de 1922 y murió en Bucaramanga el 31 de
octubre de 1995. Fue propietario de la hacienda El
Puente en donde a la par del trapiche de cañas,
también producía suministros públicos de su tejar y
calería. Apelando a su condición de abogado titulado
fue el político liberal que sirvió de suplente a Jorge
Eliecer Gaitán como diputado de la Asamblea de
Santander, fue Jefe de Prensa Departamental y se
constituyó en símbolo de Piedecuesta e icono de
Santander y la santandereanidad al ser Jefe de la
oficina de protocolo de la Gobernación.

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