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La felicidad copa toda la existencia de los seres humanos a lo largo de sus edades.
Como con las demás metas del desarrollo, su despliegue resulta más auspicioso si
desde temprano en la vida se han puesto las condiciones para hacer ello posible. En
la antigüedad clásica de Grecia, Aristóteles ya había propuesto el límite de
aspiraciones al respecto cuando señaló que la felicidad es estar satisfecho consigo
mismo. Desde entonces, quedó sugerida la idea de un dinamismo necesario para
conquistar dicha línea del horizonte de realización humana. Se hizo conciencia sobre
el estatuto de deseabilidad y al mismo tiempo de la existencia de unos
imponderables con incidencia en la consecución del ideal.
El refranero popular dice que no por mucho madrugar amanece más temprano . El
bienestar o la felicidad vienen de afrontar la vida diaria sin premura. Haciendo bien
lo que toca y recibiendo lo preciso, porque lo excedente perturba. Como en el
arquetípico gesto paulino, se trata de vivir con las cosas como si no se tuvieran. Con
libertad y libertad para... Solo el libre genuino puede ser feliz porque ha logrado
poner en su sitio los apegos. Quien pospone sus apetencias en favor de la otredad,
para facilitar la realización del prójimo, más rápida y fluidamente se aproximará a la
felicidad.
Ecología familiar
En este horizonte tienen función principal la satisfacción de las necesidades
nutricionales, lúdicas y de seguridad. La felicidad consiste en el cubrimiento a
plenitud de ellas, concretadas en una pronta atención, en la facilitación del juego y
en una presencia que provea y toque. El ambiente constituido se torna constituyente
de una percepción que finalizará en un ethos, una manera de ser.
Con el paso de los meses y años se requiere pasar del gesto y del contorno físico-
arquitectónico, de sesgo pasivo, a los movimientos y explicitaciones verbales de los
adultos significativos y en general de todos los participantes del conglomerado
familiar, siempre organizados alrededor de un concepto axial, la armonía.
Entorno social
Pero, con todos los seres humanos de cualquier condición, edad o país hay que
tener en cuenta que, como sostienen Sidney Jourard y Ted Landsman en su libro La
personalidad saludable, cuando el individuo ha satisfecho sus necesidades básicas,
puede hacer uso de las energías y la experiencia así liberadas para emprender
proyectos que trascienden la satisfacción de esas necesidades; proyectos en pos de
la libertad, la justicia, la belleza o la verdad, esto es, relativos a la motivación de
ser y la autorrealización. Para ello es necesario fijar metas desafiantes, fascinantes
y en las que el compromiso asumido no riña con la libertad mental, la libertad para
cambiar de parecer.
¡Y esto es felicidad!
Esta meta del desarrollo se prepara tempranamente, mucho antes del nacimiento del
niño. Si se entiende como un estado del ánimo que se contenta con el goce del bien y
a esto se le añade la realización del potencial humano, hay que trasladarse a las
fases del primer conocimiento entre los miembros de la pareja en cuyo seno se
traerá a dicho niño a la vida. La felicidad está en la calidad de la alimentación, la
solidez afectiva y la fortaleza de los ideales de cada uno de quienes llegan a
conformar pareja y probablemente en la información genética previa. En todo caso,
de las ideas individuales de los padres, o de quienes hagan sus veces, y de aquellas
surgidas tras la configuración de la pareja se desprenderá una estructura y una
dinámica familiar proclive a la consecución de lo propuesto. Este es el paso previo a
cualquier posibilidad de felicidad.
Nacido el niño, y puesto en la cuna, se hace inevitable fijar la atención en él. Allí
es sujeto de cuidados y regulación. Y aunque él no puede caer en la cuenta de ello, sí
va formando como una huella existencial que deja pasar a manera de síntesis en esa
dialéctica, la serenidad. Es el paso de la protección y el orden.
La etapa precedente comprende los dos primeros años de vida. De aquí hasta los
siete hay una preponderancia del yo que se consolida por encima de cualquier otra
llamada. Lo demás y los otros o no existen o están supeditados a un yo que se crece
sin aduanas. Es una fase de enconado egocentrismo cuyo antídoto en perspectiva de
bienestar es la regla coercitiva; el sentimiento de felicidad puede tener un traspiés
y colapsar radicalmente si no hay una fuerte asistencia externa. Por eso coincide
con la vigencia de una moral y educación heterónomas, moderadas por una
concepción humanista de la vida. Es el paso de la disciplina.
De los siete a los dieciocho años, hay una alternancia entre el egoísmo y la
cooperación que funda el bienestar y la felicidad en el reconocimiento, la aceptación
amorosa y la afirmación. Aún se requiere el apoyo de otros para sobrevivir y vivir
bien, pero al mismo tiempo se toma distancia y se ensayan criterios e iniciativas
para satisfacer tales demandas. Es el paso singularización-fraternización.
El resto es la sabiduría para admitir que hay múltiples factores que intervienen,
que no hay automatismos que determinen un desarrollo existencial en línea, que hay
avances y retrocesos.
Conclusión
Es una manera de estar siendo que atraviesa todas las dimensiones de la persona
y que provee de entereza de ánimo para sortear bien cualquier vicisitud; también es
aquella en la cual se pierde. La felicidad no se aprende intempestivamente, no
aparece de sí y de suyo, por generación espontánea. Se desarrolla paso a paso, se
construye y reconstruye permanentemente. En este sentido, la felicidad se percibe
siempre como un eco lejano. En el adulto feliz hay siempre un niño feliz, o por lo
menos un niño con quien hubo un empeño sostenido para que tuviera todo y fuera
todo lo que humanamente le era menester.
Bibliografía
Delval J. Crecer y pensar, la construcción del conocimiento en la escuela. México:
Paidós; 1991.
Savater F. Diccionario filosófico. Barcelona: Planeta; 1995.
Savater F. Ética para Amador. 2a. ed. Barcelona: Ariel; 1992.
Savater F. El contenido de la felicidad. 3a. ed. Madrid: El País/Aguilar: 1994.