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2-LA PENÍNSULA IBÉRICA ANTE EL IMPERIALISMO ROMANO:


LAS GUERRAS PÚNICAS

1. Planteamiento

Coincidiendo con el cambio de modelo de la colonización fenicia


en la Península Ibérica y, por tanto, también con la crisis de Tarteso,
hacia el siglo VI a. C., los cartagineses –hasta entonces, y pese a las
interpretaciones de la historiografía tradicional, sólo interesados en
Cerdeña y Sicilia y, por tanto, en el Mediterráneo Central– fueron
estableciendo contacto con Iberia tanto en el ámbito del denominado
Círculo del Estrecho como del Levante peninsular. La derrota de
Cartago en la I Guerra Púnica –precisamente por el control de Sicilia
(241 a. C.)– obligó a la dinastía cartaginesa de los Bárquidas a fijar sus
ojos en la Península como espacio conocido y, por tanto, capaz de
proveer a Cartago de los recursos –especialmente metálicos– que le
permitieran asumir la indemnización de guerra impuesta por Roma y,
sobre todo, rearmarse, cuando menos como potencia comercial. En ese
intento expansionista, supuestamente delimitado ya hacia el 226 a. C.
y tal vez incluso un siglo antes– Cartago chocaría con Roma
convirtiéndose la Península Ibérica, a partir del 218 a. C., en escenario
del conflicto entre los dos grandes imperios del momento.

2. Esquema de contenidos básicos

1. Cartago: potencia comercial o potencia imperialista


a. La actitud de Cartago con el Mediterráneo Central: Sicilia
b. Cartago en la Península Ibérica: ¿imperialismo?
i. La economía cartaginesa en la Península antes de los
bárquidas
ii. Administración y organización del territorio en época
pre-bárquida
iii. Ciudades y centros de interés del comercio cartaginés
c. La I Guerra Púnica y la derrota de Cartago (241 a. C.)
2. La Cartago bárquida: el despunte de Cartago como potencia
militar en la Península Ibérica
a. La política de Amílcar Barca: la Península como escenario
para la recuperación de Cartago
i. La revuelta de los pueblos indígenas
ii. El control de Sierra Morena y Riotinto
iii. La expansión militar hacia la Meseta Sur († Amílcar)
b. Asdrúbal y la fundación de Carthago Noua (227 a. C.)

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i. La fundación de Carthago Noua y la política
colonizadora cartaginesa en la Península (Akra Leuke)
ii. El Tratado del Ebro (226 a. C.)
c. Aníbal y la consolidación del avance cartaginés (218 a. C.)
i. Los cartagineses en el Tajo y en las dos Mesetas
ii. El asunto de Sagunto y del incumplimiento del
Tratado del Ebro
iii. La Península como escenario preparatorio de la
campaña itálica anibálica
3. La Península Ibérica, casus belli en el imperialismo romano
a. Los Escipiones
b. La derrota de Cartago y las herramientas iniciales de la
presencia romana en la Península Ibérica

3. Síntesis

A comienzos del siglo VI a. C., Roma y Cartago ya se repartían las


áreas de influencia en el Mediterráneo Central, un reparto que
evidenciaba las fricciones que –en el control de los mercados que se
repartían también griegos y fenicios– iban a acabar existiendo, de
manera irrevocable, entre ambas civilizaciones. El primer hito de dicho
conflicto tuvo lugar con la I Guerra Púnica (264-241 a. C.) en que
Roma y Cartago se enfrentaron por el control de Sicilia. Para dicha
época, Cartago, a través de las ciudades fenicias, había mantenido una
estrecha relación con la Península Ibérica (Ebusus, si hacemos caso a
las fuentes clásicas, era ya una fundación cartaginesa hacia el 654 a.
C.) si bien el despegue de la presencia comercial real de los
cartagineses en nuestro suelo no se haría real hasta el siglo VI a. C.
Coincidiendo con la crisis de Tarteso y de la colonización fenicia,
Cartago controlaría –a través de enclaves como Ebusus (Ibiza), Varia
(Villaricos, MU), Sexi (Almuñecar, GR) o Malaka (Málaga, MA)– no sólo
el “Círculo del Estrecho” sino, también, el Levante y las tierras ibero-
turdetanas del Alto Guadalquivir y Sierra Morena. Su presencia, en
cualquier caso, debía –para ese momento– ser más comercial que real
siendo el territorio peninsular tan sólo un “espacio de influencia” y, tal
vez, ocasionalmente, de reclutamiento como cuenta Diodoro Sículo a
propósito de los conflictos entre romanos y cartagineses respecto de
Sicilia, precisamente. Durante este primer momento de la presencia
cartaginesa en Iberia, Cartago apenas aspiró a ser una potencia más
en el comercio con el Mediterráneo Occidental y a administrar, en la
medida de lo posible, algunas de sus áreas de influencia sin que
existiera, según parece, una acción planificada de ocupación,

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explotación y, por tanto, de colonización en el solar hispano que aun
tardaría en llegar.

Sin embargo, serán la derrota cartaginesa en Sicilia y las


durísimas condiciones impuestas por Roma a Cartago tras su fracaso
en la I Guerra Púnica, las que estimularán un notabilísimo cambio de
política en Cartago respecto de la Península Ibérica, cambio que, de
hecho, coincide claramente con el advenimiento al poder cartaginés de
la dinastía de los bárquidas que, a través de Amílcar (275-228 a. C.),
Asdrúbal (245-207- a. C., yerno de Amílcar) y Aníbal (247-183 a. C.,
hermano del anterior) supondrá la definitiva entrada de la Península
Ibérica en la praxis supuestamente imperialista del estado romano.
Efectivamente, ávida de metales con los que pagar la multa impuesta
como sanción por el Derecho Internacional romano y de explorar
nuevos territorios –a partir de Aníbal, tal vez con el deseo de, pensando
en la campaña itálica, ensayar en ellos políticas agresivas de
enfrentamiento a Roma en campo abierto y desconocido o “extranjero”–
Cartago inició con Amílcar una nueva política de relación con la
Península y con sus indígenas que tuvo en la acción clientelar, la
fundación de ciudades y colonias (especialmente Qart-
Hadasht/Carthago Noua, en Cartagena, en el 227 a. C. pero también,
antes, Akra Leuke, ¿en Alicante?) y en el intento de controlar nuevos
territorios de notable riqueza agropecuaria (fundamentalmente el
entorno del Tajo, a partir del 224 a. C.) sus principales ejes de
actuación.

La violación, hacia el 221 a. C., del denominado “Tratado del


Ebro”, suscrito entre Cartago y Roma en el 226 a. C. para repartir, con
el río Ebro como eje (sea el río Ebro o el río Júcar), las áreas de
influencia de una y otra potencia (algo que, por otra parte, según los
textos clásicos, ya Roma y Cartago habían venido haciendo
supuestamente desde el 508/507 a. C. y, con más seguridad, en el
348 a. C.) acelerarían la intervención romana –de los Escipiones– en la
Península Ibérica y el fracaso de los objetivos cartagineses en ella con
la definitiva expulsión de los mismos en el 206 a. C. y, por tanto, la
consiguiente entrada en escena, en la antigua Iberia, del poder romano
que pronto –como atestigua la federación contraída con Gadir–
empezaría a desplegar por el solar peninsular las que serían sus
herramientas de control e integración más particulares.

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4. Bibliografía complementaria

Con carácter general sobre la presencia cartaginesa –y su


relación con la fenicia– en la Península Ibérica, sigue siendo válido, y
clásico, el trabajo de BLÁZQUEZ, J. Mª., ALVAR, J., y GONZÁLEZ WAGNER,
C.: Fenicios y cartagineses en el Mediterráneo, Cátedra, Madrid, 1999
así como el artículo de GONZÁLEZ WAGNER, C.: “Los Bárquidas y la
conquista de la Península Ibérica”, Gerión, 17, 1999, pp. 263-294,
aunque algunos de sus presupuestos pueden verse también en el
trabajo de FERRER ALBELDA, E.: La España Cartaginesa. Claves
historiográficas para la Historia de España, Universidad de Sevilla,
Sevilla, 1996.

Para la inserción de la acción cartaginesa en la Península Ibérica


con los rasgos generales de la civilización de Cartago han de verse
GONZÁLEZ BLANCO, A., CUNCHILLOS, J. L., y MOLINA, M. (eds.): El Mundo
Púnico. Historia, Sociedad y Cultura, Editora Regional, Murcia, 1994 y
GONZÁLEZ BLANCO, A., MATILLA, G., y EGEA, A. (eds.): El Mundo Púnico:
religión, antropología y cultura material, Universidad de Murcia, Murcia,
2004. También puede resultar útil la consulta de las actas de las
Jornadas de arqueología fenicio-púnica (1986-1989), Conselleria de
Cultura, Ibiza, 1991 así como algunos de los trabajos citados para la
unidad anterior.

Como introducción a la cuestión del supuesto “imperialismo”


romano puede verse la síntesis de CHIC, G.: “La actuación político-
militar en la Península Ibérica entre los años 237 y 218 a. C.”, Habis,
9, 1978, pp. 223-¿? o el trabajo tradicional de ASTIN, A. E.: “Saguntum
and the origins of the Second Punic War”, Latomus, 26, 1967, pp. 557-
596.

Para profundizar algo más –más allá de los contenidos de la


Unidad Didáctica– resulta útil la síntesis de DOMÍNGUEZ MONEDERO, A.:
“La presencia cartaginesa hasta la Segunda Guerra Púnica”, en
SÁNCHEZ-MORENO, E., DOMÍNGUEZ MONEDERO, A., y GÓMEZ-PANTOJA, J.
L.: Historia de España. I. Protohistoria y Antigüedad de la Península
Ibérica. I. Las fuentes y la Iberia colonial, Sílex, Madrid, 2007, pp. 403-
428.

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